Y don santiago,¿Qué se hizo?

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SISTEMA NACIONAL de IMPRENTAS

MÉRIDA

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Que Que se se hizo? hizo?

Y Don Santiago

Olga Veloz Duín

9 789801 431862

Colección Oswaldo Trejo



Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida – Venezuela.


El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela; tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular, se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.

Todo lo narrable, entre el testimonio y la ficción, trinchera, resumen último de la tradición oral merideña, muestra del ara y no del pedestal. Parte de ello quisiera ser esta Colección Oswaldo Trejo, a la vez hijo de aquellas palabras y creador de nuevas sintaxis, merideño universal al que rendimos homenaje, cuya singular obra, junto a otras muy diversas propuestas narrativas venezolanas, nos recuerda que la historia de nuestra literatura, y aún el vuelo metafórico del cuento de nuestra calle, está difundiéndose y multiplicándose, reapareciéndose ahora, en nuevos tiempos.


Y Don Santiago

Que Que se se hizo? hizo? Olga Veloz Duín

Fundación Editorial el perro y la rana Imprenta de Mérida. 2016 Colección Oswaldo Trejo

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© Olga Veloz Duin © Fundación Editorial el perro y la rana, 2016 Ministerio del Poder Popular para la Cultura Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas —Venezuela 1010 RIF. G-20007541-4 Telfs.: (0212) 377.28.11 / 808.49.86 elperroylaranaediciones@gmail.com editorial@elperroylarana.gob.ve http://www.elperroylarana.gob.ve Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, Mérida Calle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano Mérida – Venezuela sistemadeimprentasmerida@gmail.com Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM Corrección Harumi Grössl Diseño y diagramación YesYKa Quintero

Fotografia de Portada Harumi Grossl

Depósito Legal: lf40220158004079 ISBN: 978-980-14-3186-2


Y Don Santiago

Que Que se se hizo? hizo?

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Olga Veloz DuĂ­n

A medio camino entre un cuento largo y una novela brevĂ­sima



Cuatro familias se instalaron en el Cidral. Llegaron de repente, sin previo aviso. Llegaron para quedarse. Una de estas familias la conformaban don Santiago Campos, su esposa doña Clara Reinoso, y su primogénita Clarita, de 17 años recién cumplidos. Don Santiago era un hombre de estilo anticuado, rancio y muy poco simpático. Infundía respeto y, con todo y su mal carácter, era apreciado. Dicen, los que le conocían, que hablaba solo lo necesario y a veces no contestaba ni el saludo. Había contraído matrimonio después de una larga soltería, y las malas lenguas aseguran que su “consorte” era su prima hermana, quien además era la ahijada de bautizo de los ancianos progenitores del mismo; por cuanto se vio obligado a contraer matrimonio formal con la señorita Reinoso. Siete meses después nació la beba, a quien llamaron Clarita, como la madre. Este caballero, antes de su matrimonio había heredado unas tierras denominadas El Cidral, que venían de acciones sucesorales de antigua data, desde los tatarabuelos en cuestión, hasta don Santiago Campos. El Municipio puso todo tipo de trabas para reconocer la posesión y legitimidad del mismo, alegando que el infiteusis era demasiado antiguo, pues se habían extraviado los libros donde se autenticaban los documentos. Don Santiago, que no las traía todas consigo, se las ingenió para autoinvadir las tierras, cuyos verdaderos dueños eran sus antepasados.Consiguió entre los parroquianos a tres familias conocidas, para que entre todos invadieran El Cidral. Así fue como en una madrugada de un“cantar de gallos”, se apersonaron en el sitio. Una de las personas que acom


pañó a don Santiago en el rescate de las tierras fue doña Asunción de Campoamor, dama de armas tomar, y a quién no se le “enfría el guarapo” así no más. Ésta había quedado viuda recientemente, pues su joven esposo, Vladimir, había fallecido en un accidente automovilístico. Sin pensarlo dos veces, agarró a sus tres muchachos, producto de su matrimonio: Carlos Rafael, José Gregorio e Isaías, de 17, 16 y 15 años, y se instaló en el predio. Estos párvulos estaban acostumbrados a montar a caballo, rastrear el ganado y repartir leche de ordeño. Habían vivido con los abuelos paternos en una pequeña finca en Los Rastrojos, pero los “viejos” habían quedado muy afectados por la prematura muerte del hijo, por lo que decidieron vender la finca y mudarse a la capital. Era una nueva vida que emprendería la viuda, así le daba oportunidad a sus hijos de vivir en algo propio. Otro de los que buscaban hogar y tranquilidad era Cipriano Altuve, joven veterinario a quien le atraía el campo y poseía varias mascotas. Llegó a El Cidral con su recién estrenada esposa, Gloria Saavedra, jovencita que conoció en un evento de cruce de razas. Entre miradas furtivas y toda clase de caninos surgió la chispa de amor a primera vista. Sorpresivamente, la niña había dejado los estudios de cuarto año de bachillerato y, después de un breve romance, confesó a sus padres que traía en el “saco” un bebé, que nacería a principios de agosto. Los padres de la adolescente arreglaron un matrimonio rápido, así se acrecentaría la familia Saavedra, que todavía no salía de su asombro. El último en unirse al rescate del terruño fue don Celestino Castro, concuñado del Altuve, quien trajo consigo a su mujer, Hermelinda Castellanos, y a una | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


hermana de ésta, una hermosa morena de piel acaramelada, ojos negros como la noche y una larga cabellera: Soldimar Castellanos. Celestino nunca fue amigo del matrimonio. Era renuente a todo compromiso formal, por consiguiente vivía en concubinato. Por recomendación de su cuñado se habían venido desde Los Valles del Tuy a hacer vida comunitaria en El Cidral. El viaje había sido largo y molesto por cuanto lo habían hecho en bestias de carga, junto a los pocos enseres y pertenencias. Emprenderían una nueva vida, pues dicen que “el que se muda Dios lo ayuda”. Celestino tenía fama de “pica flor”, tocaba guitarra, improvisaba coplas, bailaba pegao y de vez en cuando se pasaba de tragos. Don Santiago Campos repartió las porciones de tierra, muy bien delimitadas. Cercaron los predios con bejucos de guáramo en cada poste y cinco pelos de alambre de púas en cada estaca. Una planta eléctrica daría luz al lugar. Cada familia en su dulce y nuevo hogar, y cada uno responsable, de acuerdo a sus habilidades, como granjeros, criadores de animales, cultivadores de pastos o de siembras. Fabricaron sus viviendas, tipo rural, con sus techos bajos hechos de caña brava y paredes de bahareque. Largos corredores, con catres y hamacas, en donde convivían entre animales domésticos, vacas de ordeño en potreros, barriales para puercos, gallineros y caballos de paso. Los árboles frutales circundantes darían frutos y frescura a las viviendas. Don Santiago Campos hizo de su predio un sembradío de yuca, ocumo, mapuey, apio, ahuyama y otros productos como cebolla, ají dulce y chirere, remolachas y zanahorias, cebollín y lechugas, que solía transportar,


en tiempos de cosecha, en guacales, con su viejo camión marca Studebaker. Doña Clara ayudaba a coser en su máquina Singer, regalo de su esposo, las marusas o busacas que eran llenadas con los artículos agrícolas que se producían en la granja. Doña Asunción de Campoamor trajo consigo cuatro vacas de ordeño, un padrote, veinte cabras y tres potros semisalvajes que eran de sus tres hijos adolescentes. Ella era una mujer piadosa y de muy buenas costumbres. Había estudiado enfermería y alternaba los oficios propios del hogar con la ayuda a la comunidad. Ponía inyecciones, tomaba la tensión, y hasta ayudante de comadrona era, si lo exigía un imprevisto parto. Don Cipriano Altuve se dedicó a la cría de conejos, que vendía en la capital en los supermercados de lujo, y que luego servirían como exquisiteces en un restaurante o algún hotel cinco estrellas, en donde le triplicaban el precio. También sacaba de panales, miel pura de abejas, que colocaba en los almacenes y era muy buscada por los turistas. Celestino Castro trajo catorce gallos de pelea. Eran de raza fina, y en los días feriados abría al público la gallera, que era todo un acontecimiento. Venía gente de los caseríos vecinos y también de poblados lejanos. En las fiestas patronales aparecían los “cobres” para las apuestas, como por arte de magia. Algunos querían apostar al gallo pinto, otros al gallo tuerto. Castro invertía el dinero, producto de las apuestas, en un vivero en donde sembraba toda clase de arbustos, flores y árboles frutales. Su mujer, Hermelinda, lo ayudaba en la faena, pero era debilucha, se cansaba a menudo, era frágil y enfermiza. La bella cuñadita Soldimar era la encargada de recoger los frutos y las legumbres, y también de empaquetar las dalias y rosas. Toda ella era una mezcla 10 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


de olores y sabores: azahares de la India, artemisas en flor, cilantro y hierbabuena. Todo lo contrario de su hermana Hermelinda, que se veía desaliñada y escuálida. Todo transcurría en armonía y felicidad en El Cidral. Por las tardes, después de las faenas del campo, se reunían las cuatro familias detrás del potrero, debajo de un frondoso Araguaney que soltaba sus flores amarillas con el paso de la brisa. Éstas caían al piso húmedo refrescando la atmósfera del lugar de las tertulias. A veces entonaban coplas, que improvisaban y cantaban a dúo. También, para aclarar la garganta, unos cuantos traguitos de cocuy Lara o de ron Santa Teresa les venía bien. Entonaban sus canciones al son de la guitarra que charrasqueaba Celestino. Como típicos venezolanos, con el cuatro y las maracas daban rienda suelta a su identidad nacional, y a bailar se ha dicho un joropo llanero o un tamunangue tuyero, pisoteando el suelo con sus alpargatas al son de un tambor templao como los de Barlovento. Soldimar saltaba por el caño, que se deslizaba en cascadas fabulosas desde la montaña arriba. Allí hacía gala de su exuberancia: deshacía sus trenzas de una larga cabellera negra. Se bañaba chapoteando en el agua con unos calzoncitos cortos que exhibían su exótica belleza. En contraposición, Clarita, la primogénita de don Santiago, demostraba ser una joven tímida y hasta retraída, sometida a la voluntad rígida del padre. Solo se le veía en misa, a instancias de doña Clara que era muy piadosa, ayudaba al cura en la capellanía a vestir los santos y acostumbraba rezar el rosario en familia. El padre, Benito Estévez, solía llamarla su mano derecha. Muy cerca de allí, existía un poblado que llamaban El Parral, donde, según cuentan los parroquianos, apareció 11


la imagen de la Inmaculada Concepción. La imagen fue tomada del palo o de la corteza y sacada en hombros, en procesión, presidida por el padre Estévez, doña Clara, su hija Clarita y todos los demás feligreses, desde El Parral hasta la capilla de El Cidral.La feria comienza cada año el primer día del mes de junio y termina veinte días después. El cielo se inunda con tantos cohetes que parece un arcoíris de multicolores formas. Los pequeños agricultores aprovechan para vender sus productos y también es tiempo de toros coleados. En las mangas de coleo se lucen siempre los tres hermanos Campoamor. Montados en sus sillas, encima de briosos alazanes, haciendo gala de destreza y gallardía al tumbar por el rabo a cada animal. Son aplaudidos por la muchedumbre y condecorados con cintas y medallas que les imponen las muchachas, ataviadas para la feria. En esta oportunidad, entre éstas estaba la joven Clarita, engalanada para la fiesta, que tímidamente se le acercó al joven Carlos Rafael, quien le estampó un sonoro beso en la mejilla y murmuró algo en su oído que la hizo sonrojar. Todo marchaba como Dios manda, hasta que al tercer día del mes de agosto se oyeron unos gritos en el sector, algunos eran menos agudos y otros más intensos. En la madrugada, ya para amanecer, se supo que Gloria Saavedra, la joven madre primeriza, habiéndosele adelantado el parto, dio a luz a un varón de 4 kilos y medio, a quien llamaron Lukas. La feliz madre casi fallece en el parto por hemorragia, pero la oportuna doña Asunción con sus conocimientos de enfermería “taponeó” a la recién parida, sirviendo de comadrona. La cuidó con esmero, como la hija que no llegó a tener, ya que sus tres únicos hijos eran varones. 12 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


Se prendió el sarao o bochinche en El Cidral celebrando el nacimiento del robusto niño. El padre de la criatura no cabía de contento. Los Saavedra, que ya eran una familia numerosa, estaban felices. Cipriano Altuve, cada vez que algún vecino venía a saludarlo sacaba una pesa, metía al muchachito, movía de un lado a otro la balanza y decía extasiado y con voz alta: “son 4 kilos y medio”. Lo pesaba cual producto de la granja. Lo llevarían a la Virgen de la Chinita, allá en Maracaibo, que era la patrona de los Saavedra, oriundos del Zulia. Era una promesa ofrecida. Poco después el muchachito fue bautizado en la capilla de El Cidral por el padre Estévez. El gobierno de turno había enviado al municipio a don Nicanor Peraza Troconis para que, siendo la primera autoridad civil, pusiera en cintura al “invasor de tierras” don Santiago Campos y a su combo de seguidores. Éste resultó ser primo y ahijado de los abuelos de Santiago, así que fue su aliado y protector,permitiéndole que se moviera a sus anchas y dándole muchos beneficios. Se cobraba y se daba el vuelto pues. El sello del municipio legalizaba toda clase de documentos. Allí aprovechó don Santiago para legalizar lo suyo y lo de sus beneficiarios, que le acompañaban en el rescate de El Cidral. Don Nicanor, además de ser la primera autoridad civil, era boticario, gestor de bienes raíces, bodeguero, vendedor de papel sellado y de estampillas, legalizaba todo compromiso verbal o escrito, bautizos, comuniones y actas matrimoniales, y pare de contar. Era también el padrino de cuanto carajito aparecía, con o sin padre conocido. Por supuesto que también era el padrino del recién nacido Lukas. Todo absolutamente lo controlaba don Nicanor. 13


Existían en El Cidral unas pulperías en donde se vendía de todo: machetes, alpargatas de suela, chinchorros, sombreros pelo e´ guama y toda clase de medicamentos. Todas las boticas eran propiedad de don Nicanor Peraza Troconis. Allí también recetaban a la gente: la leche de magnesia para la flatulencia, aceite de bacalao para el crecimiento de los chamos, el de castor para purgarlos, la pasota para sacar las lombrices, velas de sebo y tabaco negro para sacar el “mal de ojo”, ojos de buey y cardamomo para la fertilidad, aceite de pitón para la picada de culebra, bosta de vaca con leche recién ordeñada para brotar el sarampión, y para la tosferina, agua de quinchoncho criollo. Barba de jojoto y aceite de coco para la calvicie. No existía la viagra pero mandaban al marido de turno a tomar una malta y cuatro ñemas de gallina negra en ayunas. Dicen que esto era tan efectivo que empezaron a asaltar los corrales y cuando les salía al paso el gallo pelón echaban a correr calle abajo como viento en temporal. También tenía las cajetas para el chimó, que es igual que masticar la “coca” de Bolivia (solo que los escupitajos dan asco). Lo mismo vendía una escopeta morocha o un rifle de siete tiros, un machete bien amolao, una silla de montar o una coll calibre 38. Se hacían todo tipo de documentos y cartas de amor manuscritas que eran dictadas por los enamorados de turno. En la casa parroquial en donde residía el padre Estévez se hacían las ostias para las misas, se preparaba a los enamorados para el matrimonio y se aprendía el catecismo. Regalaban un jarabe para la tos de los mocosos que padecían de asma, que según era causado por los chamizales que prendían en fogatas, esto para justificar que había que ahuyentar a los zancudos por cuanto esta plaga 14 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


daba el paludismo. Estas quemas dejaban una estela de humo en el ambiente natural que afectaba la salud. Los hijos de la viuda Campoamor habían dejado la adolescencia. Ya eran unos hombres muy bien dotados, musculosos, fuertes, trabajadores y vigorosos. Carlos Rafael, el mayor de los tres, se había fijado en Clarita desde aquel momento en la manga de coleo. (Recuerden que ella se turbó toda cuando el joven le estampó un beso en la mejilla). En los ojos de la niña se reflejó el ardor de la mirada. Ella, rubia y de ojos claros, era mimada y consentida por su padre, quien la celaba hasta del aire que respiraba. No se sabe cuándo ni cómo se prendió la llama del amor, que fue correspondido. Se las arreglaron para verse a escondidas y las escapadas de Clarita se hicieron una costumbre. Las mentirillas piadosas no se hacían esperar: “voy a regresar más tarde”, “voy al huerto del vecino a buscar orquídeas para la virgen de la capilla”, “el reverendo Estévez me mandó a llamar para que lo ayude con el catecismo”. Que si las niñas de Sabana Larga van hacer su primera comunión y necesitan un guía, que si tal o cual cosa. Las salidas eran cada vez más imprescindibles y las mentiras, más numerosas. La presión que sentía la niña era muy fuerte pues su padre era puritano y celópata, y en cualquier momento estallaría. Esta situación llevaría a una serie de prejuicios que contribuyeron a desatar el huracán de una pasión incontenida que ambos enamorados llevaban por dentro. Ella, Clarita Campos, y él, Carlos Rafael Campoamor, se juraron amor. El joven la esperaba ansioso en cada cita y, a escondidas. El encuentro era siempre sorpresivo. Él la ayudaba a subir en ancas en la grupa del brioso caballo semisalvaje, 15


apodado Furia. El jinete galopaba en veloz carrera con su dulce tesoro, la virginal Clarita. Se dejában caer el uno en brazos del otro y en la hierba fresca suavizada por el musgo, se entregaban con la fogosidad y frescura de la pasión juvenil. En la feliz pareja se encendió la llama de la sexualidad. Esa pasión reprimida por las conveniencias puritanas y enfermizas de los progenitores de Clarita. La niña rubia de ojos color esmeralda, soñadora, embelesada y tierna, ante tanta pasión por el jinete de El Cidral quedó embarazada. A los pocos meses lucía una barriguita que ya no disimulaban sus desabrochados blue jeanes. Y comenzaron las dificultades. Las llamas de la pasión de Carlos y Clarita hicieron pólvora en el apacible Cidral, convertido en un verdadero infierno. Las cuatro felices familias, compuestas por una veintena de personas, se amenazaban mutuamente. Lanzaban palabrotas hirientes. Aparecían reses muertas. Colocaban espantapájaros en los huertos, ahuyentaban a los animales prendiendo candela por los cuatro costados. Los canes, fieles servidores, aparecían aventados por envenenamiento. De repente se oían disparos al aire que amedrentaban a todos en el sector. Nadie sabía quién le había dejado el “bulto” a la señorita Campos Reinoso, todos se preguntaban lo mismo. Unos más, otros menos, sacaban sus propias conjeturas. El secreto estaba muy bien guardado. Don Santiago Campos tenía una espinita clavada en el corazón. Había soñado para su única hija un matrimonio como Dios manda, con velo y corona incluidos, su traje largo y vaporoso, donde flotara su reina, lo habría confeccionado su esposa doña Clara, en la máquina de coser que le regaló cuando se casaron. Soñaba orgulloso llevándola del brazo al altar 16 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


de la capilla, ya que era practicante cristiano. El padre Benito Estévez oficiaría la misa, cantada por el coro de la comunidad, el Ave María se oiría en todo El Cidral, y sería un matrimonio honorable para su primogénita. Quién lo hubiera pensado, pasarle eso precisamente a él, a su princesa, a su familia, a su honor. De un tiempo para acá se le veía deprimido, avejentado, encorvado. Los años hacían estragos en su apariencia física, a pesar de ser un hombre fuerte, de un metro ochenta y cinco centímetros de estatura. Paró de afeitarse, se dejó crecer la barba, lucía desgarbado y escuálido. Antes usaba leontina y chaleco y ahora era descuidado en el vestir. Comenzó a tomar cocuy y ron, y a menudo se le veía tambaleante con una botella en la mano. Cambió el garrote de campesino, que siempre lo había acompañado, por una escopeta de siete tiros que le vendió su paisano y amigo don Nicanor Peraza Troconis. (Éste ni siquiera le preguntó para qué la quería, pues “mosca no casa ratón). Don Santiago se volvió cada vez más violento, ya que no lograba descubrir al autor del bochorno familiar. Insultaba constantemente a doña Clara, tiraba y rompía los platos, tropezaba con sus botas de beodo con cuanto objeto de valor había en la casa. Hasta llegó a pegarle a su esposa y de un solo manotón tiró del collar de perlas que lucía en su garganta, y que ella conservara desde su juventud, pues había sido un regalo de su abuela, doña Paula, en ocasión de una promesa cumplida a la virgen de Nuestra señora del Valle, allá en Nueva Esparta, donde habían nacido sus hijos, los Reinoso. Las pepitas cayeron esparcidas dando tumbos como el borracho de su marido. “Seguro que lo voy a denunciar. Esto es violencia contra la mujer“, decía entre sollozos entrecortados la doñita. “No estoy dispuesta a aguantar una más”. 17


Era vejada constantemente por su marido desde que ocurrió el incidente con Clarita. El hombre le recriminaba que había desatendido el hogar y no había cuidado a la niña. Mientras todo esto pasaba, la infeliz muchacha sufría a solas su desventura. Se encerró en su cuarto con llave. No soltaba prenda y sollozaba todo el tiempo. Los alimentos eran pasados por debajo de la puerta, a ruegos de la madre, para alimentarla. Doña Asunción, la viuda Campoamor, se le puso a la orden a doña Clara, por si le viniera el parto de su hija de improviso. Ella tenía los conocimientos y la experiencia, ya que había atendido a Gloria Saavedra en el difícil parto de Lukas. Todo esto a escondidas de don Santiago pues, según él, entre los sospechosos de la barriga de Clarita estaban, por supuesto, los tres hijos de la viuda, en primer lugar. Con la panza cada vez más voluminosa, la joven Clarita no podía caminar, el peso la agobiaba y sufría de insomnio. José Gregorio, el segundo de los hijos de la viuda, se torturaba pensando cómo ayudar a su hermano mayor, Carlos Rafael, a salir del atolladero en el cual se había metido. Él supo el secreto, cuando en esos momentos de incertidumbre su hermano le contó que él era el padre de la criatura que estaba por nacer. En vista de lo atormentado y de la situación que estaba viviendo Carlos, éste le propuso a su madre, obviando la razón, que lo enviara a estudiar a la capital, pues estaba listo para ingresar a la escuela de derecho en la universidad, que era la carrera que más le gustaba. En cuanto a Isaías, el menor de los tres jóvenes, quien se inclinaba por el monasterio, José Gregorio le sugirió a su madre que lo dejara libre para que ejerciera la vocación sacerdotal, recordándole que desde pequeño se había iniciado como monaguillo en la feligresía del padre Estévez. La viuda 18 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


dudó un poco al principio, pues nunca se había separado de sus hijos, pero José Gregorio era como un réferi, siempre conciliador, cuando las intrigas iban y venían él apaciguaba los ánimos. En lo que a él se refería, se quedaría un tiempo en el huerto junto a su madre, cuidando de ella y de los animales, mientras sus hermanos salían adelante en los estudios. Celestino Castro era el cuarto sospechoso, aunque vivía arrejuntado con Hermelinda Castellanos, su concubina, este individuo había sido pillado varias veces en situaciones comprometedoras, e iba de pica flor detrás de cuanta falda veía para lanzar piropos y además, como dije antes, era renuente a todo compromiso. Visto que se le caía la baba por su cuñadita Soldimar, que estaba a punto de caramelo. (Aunque bailaran pegao, lo disimulaban como vals de quinceañera). El recién casado Cipriano Altuve no estaba incluido en la lista de los sospechosos, pues estaba locamente enamorado de su tierna y juvenil esposa, Gloria Saavedra, además de recién inaugurado como papá con el nacimiento del robusto Lukas. Tampoco el pastor de la iglesia, el sacerdote Benito Estévez. No podían sospechar de un prelado de la cuarta edad, con muchos años en el ejercicio sacerdotal, además de ser consejero espiritual de la comunidad de El Cidral. Nada encajaba para hacer lucir la verdad. Los únicos que sabían el secreto eran Carlos Rafael y su hermano José Gregorio. Los comentarios eran cada vez más duros y entre los vecinos el ambiente era enrarecido por las circunstancias y sospechas. Entre tanto sucedían las cosas, la mujer de Celestino Castro cada día empeoraba de salud, estaba depre por cuanto no había podido concebir hijos, lucia pálida y flaquita, y ya su marido ni la tomaba en cuenta. En cambio su hermana Soldimar era un bombón cada vez más apeteci19


ble. Ésta se cadenciaba cual palmera al viento sin control. Su andar era sensual y coqueto. Una tarde sin brisa, de esas apacibles y serenas, encontraron a la infeliz Hermelinda Castellanos estiradita en el sofá con espuma en los labios y sin signos vitales. La pobre mujer no aguantó el desamor de su marido y olfateó de cerca la traición de su hermanita menor. Perturbada por los malos pensamientos se tomó una pócima de Coca-Cola con ácido muriático y dejó una notita entre sus debiluchas piernas: “los perdono a los dos. Me voy. No vuelvo”. Hermelinda. Este nuevo episodio, trágico por demás, conmocionó a todos en El Cidral. Al marido infiel y sinvergüenza, lo acusaron de haber ocasionado tan infausta pérdida. Inmediatamente fue preso. Lo sacó esposado el mismísimo jefe civil, don Nicanor Peraza Troconis, quien lo escoltó con tres patrullas que llegaron al lugar del hecho. La gente se arremolinó en la carretera: “Asesino, lo que querías era quedarte con la bella Soldimar. Cabrón, cabrón”, le gritaban de lejos.Todo ocurrió tan rápido que ni al entierro de la concubina pudo asistir Celestino, quien ya estaba encerrado en una celda mientras se hacían las averiguaciones pertinentes. Al tiempo que todo esto sucedía, continuaba sus estudios de derecho mercantil y tributario el joven Carlos Rafael, que no dejaba de pensar ni un solo día en la dulce Clarita y en su esperado bebé, producto de su primer amor. Había pensado en suavizar las cosas enviándole un mensaje al viejo Campos, afrontando la situación y pidiendo disculpas a la familia, diciendo la verdad, pero su hermano José Gregorio se lo impidió y le aconsejó, una vez más, que no lo hiciera, pues la furia incontenible de don Santiago 20 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


le harían perder los estribos. Éste cargaba todo el tiempo la escopeta de siete tiros que había comprado para vengar su honor. Y también podía ocurrir que lo denunciara ante las autoridades pues Clarita todavía era menor de edad y podría ir preso por seducción. Además, le decía, Don Santiago estaba vuelto un diablo, maldiciendo a cuanto cristiano le pasara por un lado. José Gregorio le decía a su hermano mayor que pensara en sus estudios, que después sería más fácil enfrentar la situación con responsabilidad. La barriga de Clarita era cada vez más voluminosa, y cuando la lograron llevar al médico, casi a la fuerza, a la consulta ginecoobstétrica ya tenía cinco meses de embarazo. El eco pélvico arrojó un saldo de tripochos. No se veía muy bien el sexo pero el asunto era triple. Para sorpresa de todos, doña Clara sufrió un desmayo y fue medicada en el mismo consultorio. Cuando regresaron a la casa y don Santiago se enteró que lo que venía eran trillizos, la vergüenza se le triplicó, comenzó a articular palabras entrecortadas e incoherentes. De repente perdió el habla, y también la razón. Cargó con su escopeta de siete tiros al hombro, que llevaba como asta sin bandera. Se alejó de la casa para siempre y dicen que vagaba y vagaba sin cesar por los predios de El Cidral. Nadie se atrevía a acercársele pues estaba iracundo, furioso y armado. Dicen que lo veían de vez en cuando con la ropa raída y hecha girones, y que recorría kilómetros de distancia, como alma que lleva el diablo, con sus botas de cuero. Nunca nadie lo vio más. En El Cidral las cosas siguieron su rumbo cotidiano y pasó el tiempo. Isaías se ordenó de sacerdote y fue nombrado por el propio obispo para la feligresía de Sabana Larga. José Gregorio 21


acrecentó el negocio con potros traídos del Brasil y cuidaba de su madre, cuya vocación de enfermera la realizaba a diario en la comunidad y estaba atenta del parto de Clarita, aunque no estaba enterada de que los tripochos eran sus nietos. El parto de Clarita no se hizo esperar y doña Asunción fue llamada a media noche para que la atendiera mientras don Nicanor hacía llegar una ambulancia. Al llegar a la sala de parto de la maternidad ayudó al médico de turno a traer al mundo a las trillizas sietemesinas, quienes fueron colocadas en incubadora para su total crecimiento. Al enterarse, a Carlos Rafael le dieron la cola desde la capital en la cabina de un camión de bomberos, y el joven les pedía que tocaran la sirena porque era una emergencia. Cuando llegó, apresurado y muy nervioso, a la maternidad todos los presentes fueron testigos de su confesión: él era el dichoso padre legítimo de las trillizas. Doña Asunción fue la primera que sufrió un soponcio, nunca imaginó que traería al mundo, junto al médico de guardia, a sus propias nietas. No salía de su asombro y estupefacta oyó la confesión de su hijo mayor. A los dos meses fueron dadas de alta, y bautizadas por su tío presbítero, acompañado del anciano padre Estévez. En honor al abuelo desaparecido, llevan por nombre Úrsula Santiaga, Mariana Santiaga y Amaranta Santiaga. Por supuesto que los padrinos fueron don Nicanor Peraza Troconis y su distinguida esposa doña Josefa Artega de Peraza. Soldimar Castellanos aprovechó la oportunidad para pedirle al reverendo Isaías que la confesara y le regalara una botella de agua bendita para rociarla en la casa y pedirle perdón a su difunta hermana Hermelinda. En cuanto a Celestino, se hizo evangélico en los cinco meses que pagó de cárcel. Allí los reclusos lo convirtieron y ahora predica la 22 | Y Don Santiago ¿Qué se hizo?


Biblia, la palabra del Señor. Al salir de prisión, le pidió a Soldimar que se casara con él, ya que todos en El Cidral se convencieron de que era inocente y las pesquisas policiales dieron por cerrado el expediente. La frágil y debilucha mujercita se había suicidado. Respecto al abuelo desaparecido, don Santiago, los vecinos alegan haberlo visto,en alguna ocasión, montado a caballo y disparando al aire. Otros comentan que ha pasado como si fuera un espanto, como alma en pena. El hecho es que cada cierto tiempo los fieles ofrecen misas por el difunto don Santiago. Cuando las trillizas cumplieron un año y apenas daban sus primeros pasos aprendiendo a caminar, pisaron la larga cola del traje largo de novia que llevaba puesto Clarita el día de su matrimonio con el apuesto Carlos Rafael. El traje había sido confeccionado por doña Clara, la feliz abuela, quien había tardado tres meses en hacerlo en la maquina Singer que, su entonces fiel y amoroso, esposo don Santiago le había regalado en su boda. “¡Ay qué tiempos aquellos!”, murmuraba doña Clara con los ojos nublados de llanto. Todo volvió a la normalidad en El Cidral y la comunidad se convirtió en una sola gran familia. Han pasado los años y algunas cosas han cambiado. El gobierno es otro y ahora José Gregorio es el jefe civil. Hay una sociedad comunitaria que regenta el patrimonio colectivo, el cual es supervisado por el ahora flamante abogado doctor Carlos Rafael Campoamor. Sin embargo, hasta el sol de hoy todos en el Cidral siguen haciendo la misma pregunta: Y, don Santiago ¿qué se hizo? Vaya usted a saber, amigo lector. Un verdadero misterio. Mi respuesta es, ni que yo, en vez de escritora, fuera bruja. Jajaja. 23


Se terminó de imprimir en febrero de 2016 en el Sistema Nacional de Imprentas Mérida — Venezuela La edición consta de 500 ejemplares impresos en bond 75gr



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