Número 4. Año 2015
¡Bienhallados! De vuelta de vacaciones con las maletas todavía sin deshacer, nos vemos obligados a dar cuenta de nuestra creatividad en estas páginas. Damos la bienvenida a nuevos colaboradores: Yolanda y Adrián. Que al igual que hemos hecho nosotras hasta ahora, harán que os cuestionéis muchas cosas siendo moscas cojoneras de vuestra conciencia. Si no os lo creéis, ¡seguid a la mosca!
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l Rastro de Madrid ha presenciado mucho en sus 400 años de antigüedad y debe su nombre a un matadero que una vez se ubicó en la zona. Su existencia fue confirmada por escritores como Cervantes, pero en la actualidad el matadero no existe. Sin embargo, desde finales del siglo XV las cosas han ido cambiando, naturalmente, salvo que a la fecha el Rastro sigue fielmente en pie. El día es un tremendamente caluroso domingo de verano y, como no puede ser de otra manera, tratándose del Rastro, en el barrio madrileño de La Latina se ha desatado una tormenta mercantil con sus miles de visitantes, nacionales y extranjeros. Todos han venido a disfrutar de un mercado variado y extravagante. Yo voy acompañada por un amigo y hemos venido a buscar antigüedades. Y justo allí, entre la locura de colores, prendas y marea humana, descubro algo insólito para el lugar. No puedo afirmar si los antiguos escritores y poetas frecuentaban la zona, no obstante, delante de mí veo un poeta contemporáneo y peculiar que capta mi atención; rodeado de gente, en su mayoría extranjeros, que le observan intrigados. Está armado con cinco cosas necesarias: botella de agua, mesita plegable, máquina de escribir «Pluma 22», papel y dos manos, guiadas por una mente en constante actividad.
Lo que me intriga realmente no es el hecho de que sea un poeta (yo también escribo poesía), sino, que de su mesita, que se mueve según va dando a las teclas, cuelga un cartel: «Dame una palabra y la convierto en poesía…por la voluntad.» Amo la poesía, a Shakespeare y el juego de asociación (dices una palabra y el otro te cuenta con que la asocia). Por lo tanto, decido esperar y hacerme con «mi poesía». Mientras barajo palabras mentalmente recuerdo cómo hace años un amigo me pidió que le dibujara el silencio (sí, también sé dibujar; ¡Dios, soy una wunderkind!). Y, ¡bingo! El silencio es lo único que falta aquí y quiero saber qué hará con la palabra. Cuando me toca y le digo «silencio», se queda mirándome, luego contesta: «Qué utópico» y pregunta: «Tú sabes de que va, ¿no?» Tranquilo colega, no he descubierto tu secreto, aún no. Coge un papelito, lo coloca entre el rodillo y la barra metálica de la máquina y comienza a teclear: En silencio ya no escribo, el ruido del motor es mi hábitat, el sueño de esta máquina es mi alma, yo no soy Hamlet, Ofelia, No soy Hamlet…
De vez en cuando me mira. De repente para, saca una hoja de papel para liar tabaco y me tiende la mano, regalándome un
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verso, escrito en otro momento. De modo que la falta de papel para escribir no es excusa para no hacerlo. Y sigue: …En esta plaza, el silencio es utópico, un tópico a lograr, un record a batir. un tesoro a encontrar…
Cuando por fin termina, saca el papel y me lo da. Tengo ganas de leer lo escrito, pero ha llegado la hora de la recompensa. Por la voluntad… he preparado los dos euros que llevo sueltos, cantidad que considero tanto justa como injusta. Justa, porque asumo el riesgo de comprar algo que no sé si me va a gustar. E injusta, porque es lo que, lamentablemente, se llevaría este mucha-
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cho si publicara sus poemas (un dos, o tres por ciento de la ganancia final). Talento como el suyo está muy lejos de valer dos euros, aunque sus poemas son impublicables ya que perderían la gracia que las vende. Pero, ¿tenemos realmente la cultura suficiente para valorar el trabajo y el esfuerzo ajeno? Ponerle la etiqueta «es fácil de hacer» a todo es propio al necio. Bueno, «Shakespeare in love», con este artículo de palabras limitadas espero poner mi granito de arena en tu castillo de artista. Sería la verdadera recompensa. No es famoso, no ha escrito «El Quijote» y es joven. Su nombre es Pablo Urizal. www.facebook.com/Mananasenrenglones?ref=ts&fref=ts, www.facebook.com/ profile.php?id=1001614726&fref=ts
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iplopía es la visión doble, la percepción de dos imágenes de un único objeto. Metafóricamente, podríamos aplicar esta acepción a la visión doble que tiene la sociedad sobre el GRAFFITI: ¿arte o vandalismo? Habréis visto mil veces, dibujados en muros, fachadas, trenes, etc., diversidad de símbolos, textos, iconos, personajes, o simplemente unas firmas hechas con aerosoles, y a estas alturas ya sabemos que se llaman graffiti. Pero ¿sabemos cómo esta fruta prohibida se ha ido introduciendo en nuestros andares? Resulta interesante ojear una pizca del itinerario de este arte callejero. En la gran sabelotodo Wikipedia, encontramos que «su origen se remonta a las inscripciones que han quedado en paredes desde los tiempos del Imperio romano, especialmente las que son de carácter satírico o crítico.» A finales de los 60, en la ciudad de Nueva York surgieron los tags, firmas con un pseudónimo realizadas en espacios abiertos y públicos, una manera de marcar territorio. A finales de los 70, esta corriente empieza a incorporar nuevos elementos como personajes de cómic, caricaturas, retratos, etc., que necesitan más técnica del autor y mayor espacio para su ejecución. Así, esta tendencia fue ganando te-
rreno, hasta llegar a los vagones del tren repartidos por la ciudad de Nueva York. El graffiti como uno de los elementos del hip hop viajó desde los trenes de Nueva York y Filadelfia a Europa. Posteriormente se introdujo en Asia y América del Sur y después en todas las grandes urbes del mundo. En Madrid este arte llegó en los 80, «Muelle», considerado el pionero de una generación de grafiteros, seguido por una serie de escritores símbolos de una época que estampaban sus creaciones en las calles, el metro y estaciones del suburbano de la capital. Se les empezó a conocer como el movimiento graffiti autóctono madrileño por la inclusión de flechas en sus firmas, por lo que también se les denominaba despectivamente como los flecheros. Más tarde, este movimiento se extendió por toda España con los estilos de graffiti más similares al del resto de Europa y de Estados Unidos. Ya en la década de los 90, con la aparición de una marca de sprays de pintura especializados para graffiti, se amplió el abanico pictórico en este arte urbano y con ello, también se endureció el corolario de crimen y castigo. Poco a poco, el arte del graffiti se va complicando y da un giro hacia lo abstracto. Las letras se yuxtaponen y se entrelazan, alcanzan una complejidad tal que desaparecen en el dibujo, la
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escritura acaba por desaparecer y sólo se conserva el personaje convertido en un símbolo. La evolución que va del tag al color y progresivamente a la abstracción, hace que el graffiti ya no sea una expresión cultural aislada y se mezcle con diversas corrientes artísticas. Va ganando relevancia en el arte contemporáneo y se produce el gran salto: el arte clandestino es llevado a los lienzos, a las maquetas, a las grandes exposiciones y al gran mercado artístico. De lo que se desprende, y esto es lo interesante, que la sociedad está cambiando su mirada hacia el graffiti, un movimiento con una ideología particular y códigos propios. Considerado por algunos el arte de finales del siglo XX, otros lo califican como expresiones sin fundamento tachándolo de
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contaminación visual. Polémica tozuda y reincidente que se debate en un antagonismo sin final. Actualmente, en España, son muchas las organizaciones que planifican festivales de arte urbano convocando a artistas del graffiti para mejorar estéticamente zonas degradadas de las ciudades. Una muestra de apoyo a esta tendencia en Madrid, es el Proyecto de Línea Zero que busca asociar arte y transporte público, transformando los espacios del Metro en una galería de plasmación de esta disciplina. En definitiva, la preocupación de las Instituciones por integrar a la legalidad las expresiones artísticas del graffiti, contribuye a que la comunidad se beneficie con el talento y la creatividad al servicio de construir y no de destruir.
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omo le dijo Joaquín Sabina a Risto Mejide en una distendida conversación, sobre un sofá sin tapizar: «soy monógamo, pero no fundamentalista». Se refería a que hoy en día se acoge a esa condición, pero no siempre ha sido así. También dijo otra frase que me impactó por el paralelismo de su pensamiento con el mío: «La fidelidad es una noción cultural que ha ido impregnando la civilización occidental, pero no pertenece al alma humana». La lucidez de su discurso, lo contemporáneo de sus formas y estilo, me hicieron vislumbrar su indómita juventud y el abanico de tonalidades que pueblan su mente. ¿Acaso no es maravilloso percibir infinidad de grises donde otros sólo perciben blanco y negro? Para los que ven en bicolor, esto no tendrá sentido alguno, porque leerán «mar…» y «…oso», pero nunca comprenderán que «…avill…» le aporta su sentido completo. Esta estupidez como otra cualquiera, no viene a reforzar mi alegato, ya que ¿Acaso no es más rápido, sencillo, práctico y gratificante otear las dos opciones plausibles de cualquier cosa, elegir una de ellas, y punto? Moverse por las dos caras de la moneda, por los dos opuestos de un cristal o por ambos hemisferios de la Tierra, es casi
tan difícil como ser hombre y mujer, rubio y moreno o estar en el medio de las dos aceras. Pero no imposible: casos se han visto de intersexualidad, policromía de pigmentos e incluso individuos que dicen ser bisexuales. Lo que me hace pensar que cada uno puede elegir entre estar soltero, arrejuntado, emparejado de hecho o casado. También hay otros que aunque pueden elegir no logran establecer contrato verbal o escrito con nadie, si acaso oral. Y aunque no queramos verlo o no entre por el momento en nuestros estructurados planes, hay otras formas de amor, de conocimiento, de placer o de ampliación sensitiva, que no están recogidas en el manual de «cómo permanecer en el rebaño». ¿Que cuáles? No seré yo quien le ponga etiquetas a las cosas. Aunque muchas personas piensan que para llegar al pleno conocimiento de algo hay que saber su nombre, a mí me gusta rebelarme frente a lo que decía Ludwig Wittgenstein: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Hay otras formas de comunicación: gestual, táctil, visual, acústica, química, térmica, electromagnética…y las que desconocemos. Quizá existan modalidades de poligamia (sin ajustarse en exceso al término -matrimonio en que se permite a una persona estar casada con varios individuos al mismo tiempo-), puesto
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que ya de por sí es limitante. A lo que voy, es que a lo mejor se puede querer a varias personas a la vez sin necesidad de tener matrimonio numeroso, o se puede tener contacto con otras pieles, otras voces, otros aromas, otras miradas y otros labios, sin tener una relación sexual. O se puede querer a una persona y desear a su vez a otras, puesto que el planeta está superpoblado de gente y resulta complicado meter la cabeza en un agujero, cual avestruz. O se pueden tener relaciones sexuales con distintas personas y seguir amando a una solamente. Además, se puede mantener sexo con diestro y siniestro, sin querer a nadie. No tengo la menor idea, pero habrá que ampliar el repertorio.
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Lo que sí creo es que limitamos nuestras formas de relacionarnos, de expresarnos gratitud y amor; como humanos que nos vanagloriamos, deberíamos mostrar más el cariño y las emociones que nos embargan: abrazar, besar, tocar, acariciar y sobre todo besar; en la boca, en la mejilla, en la frente, en las manos, en el pelo… besar sin temor a que el otro piense que quiero sexo, que estoy desesperada o que no me quieren ni en mi casa; besar, porque es un acto de amor. Y si toda la verborrea que suelto no se adapta en absoluto al título de esta narración, quizá sea hora de inventar un palabro nuevo… ahí os dejo los deberes.
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n 2005, Steve Jobs impartió una famosa conferencia en la Universidad de Stanford. Bajo la tesis general «uno debe dedicarse a aquello que ama», la conferencia puede ser dividida en tres partes que son una suerte de corolarios. Esto es lo que podemos aprender de esta inspiradora charla:
Parte primera: conectar los puntos.
La educación no condiciona el futuro de nadie. La universidad, en la mayoría de los casos, es una sencilla pérdida de tiempo. La vida, se debe aprender viviendo, actuando y arriesgando la propia vida, la propia dignidad y el propio dinero. Planificar paso a paso la propia vida puede ser un gravísimo error intelectual: «No puedes conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia atrás». Steve Jobs con esta frase, está dando de forma indirecta su definición sobre la creatividad. La propia vida no puede ser enteramente planificada porque no contamos con la información suficiente para programarla sin error: nos falta la información que todavía no hemos creado, porque todavía no hemos decidido actuar. Nuestro futuro es la suma de nuestras decisiones.
Segunda parte: amor y pérdida.
El amor, según la filósofa objetivista Ayn Rand, es el aprecio que sentimos por aquellas cosas que valoramos. Por eso un altruista es incapaz de amar: no se ama a sí mismo y considera un deber moral sacrificar su felicidad por personas que nada le importan y no tienen valor para él. Actúa por deber, pero nunca por amor. El amor es la pasión egoísta por excelencia. Es la pasión voluntaria y libre, espontánea y loca, pero nunca el resultado de una planificación moral. Amar es el acto de defensa de lo propio y de aquello que refuerza el propio interés personal. Amar es perseguir la propia felicidad. Por eso, para Steve Jobs, los fracasos no deberían ser considerados como heridas narcisistas. El fracaso es el golpe de la realidad que nos informa que hemos ido en una mala dirección. Por eso hay que buscar lo que se ama en la vida, pues sin algo a lo que amar, la vida carece de sentido y objeto. Ahora bien, entendiendo que la realidad es el límite de nuestros sueños, pues como defendía Ayn Rand: «Si quieres dominar la realidad, primero deberás obedecerla».
Tercera parte: muerte.
La muerte es el límite que hace que el presente tenga sentido y sea responsabilidad de aquel que se atreve a vivirlo. Las banalidades sociales, las opiniones de los demás, los absurdos sentimientos de pertenencia a diferentes grupos, así como las convenciones sociales, se revelan todas ellas como vacías ilusiones cuando comprendemos la trascendencia que para nuestras vidas tiene la muerte. La muerte no es nada empírico. Es un mero concepto intelectual y además es nuestra representación del cambio. Es la forma que hemos encontrado para pensar el funcionamiento del devenir de la vida: la retirada de lo viejo y la entrada de lo nuevo. Por eso la muerte, para Steve Jobs, es el mejor invento de la vida: es la herramienta que alimenta su incansable renovación y evolución. Cada avance supone la destrucción de lo anterior, la superación de barreras que no es necesario que sigan vigentes. Así transgredimos los límites del mundo. La experiencia de esta realidad trágica de la muerte, es aquella que dota, al individuo que piensa, de la consistencia ética y moral necesaria para desarrollar su individualidad e independencia. Sin ese horizonte último de sentido que es la muerte, el ser humano queda atrapado en los sueños y en las pesadillas de sus hermanos.
En palabras de Steve Jobs: «Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de otra persona. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir según los resultados del pensamiento de otros. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje de seguir a tu corazón y a tu intuición. En cierto modo, ellos saben lo que quieres ser. Todo lo demás... es secundario». Por eso: «Sigan hambrientos, sigan alocados».
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egún la RAE distracción es la acción o el efecto de distraer. Hasta ahí todo bien, pero curioso que los académicos como primera acepción del verbo distraer nos hayan ofrendado con el significado de divertir. Al contrario que los hijos de la Gran Bretaña que han respetado toda su raíz latina, siendo más puristas en su transcripción, ya que lo escriben tal cual lo dejaron allí los romanos distractio… bueno, la n también la dejaron porque ya sabemos cómo son de vagos para hablar. Y también porque se dieron cuenta que con tanta declinación (-onis, -onum, -onem…) sería lo más prudente y por si les daba por volver a estos latinos, se dijeron: ¡Quita, quita, déjalo como status quo! Pues bien el hecho de no tenerlo nosotros tan claro y por ese ánimo de divertirnos con todo que poseemos los españoles (¡no me toques las palmas que me conozco!); nos hemos ido distrayendo del principal problema que afecta a nuestra etnia, entomológicamente hablando, ¿eh?: la falta de concentración y objetivos. Este último significado sería lo más cercano a la traducción literal y gutural que yo me hago de la palabra distracción en el Webster,s dictionary (diccionario de cabecera del inglés). ¿En que estamos pensando cuando vamos de fiesta y nos
ponemos delante de un toro, me pregunto yo? ¿En divertirnos? Por qué en distraernos no, ¿verdad? No sé si ya lo sabéis pero ha habido hasta ahora 12 muertos en la fiestas patronales de toda España. Muchos dirán a la vez que sacan el palillo lleno de paluegos de entre sus dientes: «Ésta es la idiosincrasia de España». Y yo les diría sacándome la braga de entre los glúteos: «entre bichos ya se sabe lo que pasa, o él o tú». No hay duda de que la pelea no es justa. No hay nada que te haga ponerte en forma ante 700 kilos de bicho, ni todas las proteínas en garrafa que te haya dado tiempo a tomar en todo este año, ni tan siquiera ese último apretón de 5,800 litros (esto es facultativo, el de los 6 litros no lo pudo contar, murió en el 2013) de cerveza que te diste la noche anterior en el concurso de turno, harán de ti un toro. Pero bueno, después de esta nota orientativa de cómo están las cabezas, dilucidando todavía entre divertirse o distraerse, me quiero solidarizar con las mentes inquietas. Desde la más sincera honestidad y vergüenza torera, me lleno de perplejidad y asombro ante las distracciones más tontas que tengo. Y es entonces cuando sale el bicho que llevo dentro, o más bien dicho, sufro una involución, pues me convierto en bicho bola. Me sorprendo viendo Sálvame, escuchando detrás de la puerta de
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casa a las vecinas, ojeando en el kiosco las revistas del corazón y los últimos fichajes del fútbol y el otro día ya fue lo peor: ¡sentada con el café viendo las noticias de La 1! Tengo que darle la razón a los bárbaros del norte de Europa y me quedo con su distraction. Esa tan ansiada paz con uno mismo que se encuentra cuando no te distraes y concentras tu objetivo de vida. No confundáis diversión con distracción porque ya se sabe que en esta vida todo lo que hagas, hazlo con bragas, pero consciente, pues te juegas la vida y no sólo en la diversión, sino también en la alimentación y hasta en la respiración.
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Que tu juego sea consciente y completo, porque como decía Guillermo Fesser:: «Juguete completo, juguete Comansi». Sí, sí ya lo sé, publicidad subliminal, es que no lo puedo evitar se me va la pinza o mejor dicho «I go nuts» siguiendo con mi vena británica, pero y si se dan por aludidos y nos hacen un anuncio ¿eh? De todas formas aprender de ellos, un claro ejemplo de concentración y no distracción. ¡Leer su trayectoria, claro ejemplo de empresa nacional sin distracción alguna! Ups… ¿de qué estábamos hablando? Bueno da igual, «¡eso es to, eso es to, eso es todo amigos!».
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ablando de educación, una vez tuve un profesor que me enseñó que cuando inicias un discurso, la honestidad intelectual te obliga a decir desde donde hablas; haciéndole caso diré que para mí, la educación es un proceso global que dura toda la vida de un individuo y determina quién es. Siempre estamos aprendiendo y lo hacemos, como el resto de seres, por imitación. Como dicen los Dogón: «hace falta la tribu entera para educar a un solo miembro». O como decía Mafalda: «sin todos nadie sería nada». Por eso aunque no te dediques a ningún oficio pedagógico ni tengas hijos, tienes que tener cuidado con el ejemplo que das, nunca sabes quién te puede estar tomando como modelo. A nivel individual somos responsables del colectivo del que formamos parte, aunque como este pensamiento no nos gusta y nos agobia, solemos obviarlo. Una sociedad debe ser especialmente cuidadosa con las decisiones que toma a nivel educativo porque determinan y definen su esencia presente y futura. Si como individuos tendemos al mínimo esfuerzo, no digamos cuando nos juntamos, inexorablemente vamos a lo fácil. No es extraño pues, que los sistemas educativos sucesivos incidan en lo contingente y no en lo necesario, es decir se enfoquen en los contenidos y no se
pregunten, con rigor, qué tipo de personas queremos formar, qué sociedad queremos ser. Hay cosas básicas que usamos a diario y que nadie nos enseña, porque se dan por sabidas, o peor, porque no sabemos cómo abordar. Al margen de cuestiones prácticas, que ya se empiezan a tratar porque pertenecen al ámbito de los contenidos, como economía, derecho laboral, nutrición o educación vial, entre otras. Hay cuestiones troncales, que determinan nuestra esencia, nuestra personalidad, y que ni se tocan. No se piensa sobre ellas, y por tanto, no se abordan conscientemente; en el colegio creen que pertenecen al ámbito familiar y en las familias esperan que el colegio se ocupe. Unos por otros y la casa sin barrer, que dice el refrán. Habitualmente no se potencia al individuo, la educación se entiende como café para todos, y las diferencias y particularidades de cada uno, molestan, ni se buscan ni se aprovechan. A nada que te diferencies ya no encuentras tu sitio. Nadie nos cuenta que estamos formados por tres centros: intelectual, emocional y energético, que han de estar equilibrados para que seamos personas sanas y felices. No nos enseñan a querer, a amar, porque se da por sabido; como humanos se entiende que el amor es consustancial a nuestras personas y sin embargo, no tenemos ni idea y
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acabamos perpetuando pésimos modelos por imitación y por pura ignorancia. Como dice Daniel Gabarró: «lo que pienso determina lo que vivo». Controlar nuestros pensamientos es esencial, pero lo habitual es que nuestros pensamientos nos dominen y nos arrastren, porque no sabemos cómo pensar de modo consciente y positivo. ¿Y cómo se gestionan las emociones? En el mejor de los casos nos dedicamos a negar nuestras emociones negativas, sin saber que la mejor manera de desactivarlas es reconocerlas y administrarlas adecuadamente. Tampoco nos enseñan a conocernos, a observarnos objetivamente sin juzgarnos, viendo lo bueno que tenemos y lo mejorable. Muchas veces crecemos sin saber cuáles son nuestros puntos fuer-
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tes, por lo que no les sacamos partido ni, mucho más retador y divertido, saber qué es aquello que no se nos da tan bien y sería fantástico potenciar. Cuando hacemos algo bien, lo repetimos incesantemente fortaleciendo esos caminos neuronales y dejando yermas las sendas cerebrales de aquello que no nos gusta o se nos da mal. Hay otras muchas cosas fundamentales que se obvian como: aprender a decir no, dialogar y ser capaz de defender tu postura en algo desde el respeto, desaprender y liberarnos de creencias inútiles y falsas, etc. En definitiva, no nos educan en la felicidad, como individuos equilibrados, conscientes, responsables y sabedores de cómo lidiar en cada momento con nosotros mismos y con los demás.
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Qué hay que hacer para que un libro llegue al lector? ¿Cuál es el camino que un escritor tiene que recorrer para que su obra llegue al mercado? Y la pregunta más importante: ¿Escribir, vender y ya está? Apuesto a que la inmensa mayoría de personas que lee, nunca se ha hecho estas preguntas. Si es así, pues, mal vamos. Todo empieza por el trabajo de escribir, que es un proceso inmenso de meticulosa dedicación. Luego viene el turno de la edición y la venta posterior del producto que sólo son etapas del mismo proceso, que, por supuesto, no acaba ahí. Después la sabiduría de leer, que forma parte de la larga cadena, llamada «libro», y que no está ligada únicamente al acto de comprar el producto y abrir sus páginas o de leer mucho. Ella abre el paso a otro momento de suma importancia para la persona que escribe dichas páginas y la clave de su éxito o su futuro fracaso: la impresión causada, que es la que crea la opinión a nivel personal. Sin contar a los grandes best sellers y a los clásicos, claro. Hablo de los «escritores menos famosos» y sus obras. Lamentablemente, existe la pasividad inconsciente del lector una vez leído el libro, que consiste en comprar o no otro libro del mismo autor. Lo que, a nivel marketing viene muy bien en caso positivo. Sin embargo, lo que realmente le importa al
escritor es precisamente la opinión individual y que ésta le llegue, porque, escribir es pasión emocional. Las presentaciones de libros ayudan, aunque sean previas a la lectura de los mismos, al mutuo acercamiento de ambas partes (hace poco asistí a la presentación del libro de micro relatos «El contrabajista del Titánic», de José Manuel Dorrego, que fue maravillosa). No obstante, la inmensa mayoría de lectores no va a este tipo de eventos; se va a la librería, a la biblioteca o lee lo que le regalan. Ahora bien, casi nadie se comunica personalmente con el autor del libro, tanto si le ha gustado o no, para expresarle su opinión. Algo tan simple como escribirle, ya bien sea por correo electrónico o por correo físico. Y es precisamente el escritor quien más se merece este honor, sobre todo, porque escribir un libro significa, a menudo, años de trabajo recopilatorio de información, días sin salir y noches en vela, para que, finalmente, el manuscrito llegue al editor adecuado. Dicho esto, siento la necesidad de contar mi experiencia con dos autoras, a las que escribí después de haber leído sus trabajos y haber quedado impresionada. Tienen mucho en común: son alemanas, son jóvenes, excelentes escritoras; les sobra talento y saben cuidar de sus lectores. El conjunto de estas cualidades ha hecho posible
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que se abrieran camino en el mercado literario español, donde (como por todo el mundo) los escritores americanos se siguen llevando los laureles. Sus nombres son Nina Blazon («Embrujo») y Christine Kabus («En el corazón de los fiordos»). El azar me llevó hasta sus libros, que no comparten género, pero si autoras sumamente humanas y capaces de transmitir sensaciones amenas, regalando momentos inolvidables a la persona que les escribe. Recibí la respuesta de Nina Blazon al cabo de una semana por correo ordinario y escrita de su puño y letra, lo que fue realmente inesperado y al mismo tiempo maravilloso. Se había tomado la molestia de escribir la dedicatoria en búlgaro.
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¡Impresionante! Christine Kabus me contestó al cabo de horas con la propuesta de enviarme firmado su último libro, «Hijas de la luz del norte», del cual le quedaba un ejemplar en castellano. ¡Lo recibí en tres días, y con la dedicatoria en castellano puro! Y sí, sus libros, que leí en un suspiro y con mucha expectación, me impresionaron, imagínense cuan fue mi impresión al recibir semejante trato. Desde aquí, hoy sólo puedo transmitirles mi gratitud y desearles toda la felicidad del mundo, revertida de nuevo a ellas que son las que la reparten constantemente…
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