Desde tiempos inmemoriales las diversas civilizaciones de la humanidad y sus respectivas corrientes filosóficas y religiosas han indagado incansables en la búsqueda de un sentido propio que atribuirle a la vida en sí misma. Cada una de las cuales fue aportando, a lo largo de los siglos, una colección de respuestas más o menos satisfactorias que ayudaron, más o menos, a cada cultura a bregar con la sisifeana faena del existir. Si entendemos el concepto de sentido desde su octava acepción: razón de ser, finalidad o justificación de algo (sic); nos encontramos ante la incertidumbre más imponente y una absoluta falta de consenso en las conclusiones que cada sociedad en particular resolvió por darse a sí misma. Es decir, analizando la existencia no ya desde un punto de vista ontológico, sino escatológico (esto es en base a su fin último), y teniendo en cuenta la ley de conservación de la materia, nos encontramos con que todo queda reducido a deshecho, o a excremento, si se prefiere, a mera hez, a zurrapa. Y esto tal vez admita ciertos matices, por ejemplo: si Ud. se come un chuletón de los caros, rollo Angus o así, o caña de lomo, y, en otra ocasión, dudosa carnaza de kebab, el resultado final, tras el pertinente proceso digestivo y/o gástrico, será pura mierda. Diferentes quizá una de la otra, pero mierda al fin y al cabo. Por lo que se deduce, aplicado ya a la ética trascendente, que no importa de ningún modo lo que hagamos en esta vida, pues terminaremos siendo una excreción más, una caca.
Por otra parte, en un sentido más ecuménico, se ha tratado también de encontrar, a lo largo y ancho de la Historia, aquellas características que nos unen, esos rasgos ineludibles que definen no sólo a los seres humanos como tales, sino a la totalidad de las criaturas vivientes y rampantes que pueblan esta tierra plana que nos soporta. Los biólogos titulados afirman sin despeinarse que todo organismo nace, crece, se reproduce y muere. Sin embargo, nuestros expertos profundizan un tanto más en esta definición; pues, si bien todo bicho indudablemente nace en algún momento de su existencia, algunos apenas crecen lo suficiente como para que dicho desarrollo pueda considerarse como tal. En cuanto a la reproducción, es una cuestión de suerte después de todo. Lo de morirse ya tal, volvemos a cuestiones de fe. Pero lo que de verdad hacemos todos, todos, sin excepción, sin importar raza, ni credo, ni condición, ni mucho menos estado civil, es el cagar. Hasta las amebas cagan (lo hemos comprobado), y esto mismo es lo que nos une y nos iguala.
La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. Ante la reacción del viejo Michel, vio más claro lo que su hallazgo tenía de insólito. La presencia de aquella rata muerta le había parecido únicamente extraña, mientras que para el portero constituía un verdadero escándalo. La posición del portero era categórica: en la casa no había ratas. El doctor tuvo que afirmarle que había una en el descansillo del primer piso, aparentemente muerta: la convicción de Michel quedó intacta. En la casa no había ratas; por lo tanto, alguien tenía que haberla traído de afuera. Así, pues, se trataba de una broma. Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble, buscando sus llaves antes de subir a su piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto. El doctor lo contempló un momento y subió a su casa. No era en la rata en lo que pensaba. Aquella sangre arrojada le llevaba de nuevo a su
preocupación. Su mujer, enferma desde hacía un año, iba a partir al día siguiente para un lugar de montaña. La encontró acostada en su cuarto, como le tenía mandado. Así se preparaba para el esfuerzo del viaje. Le sonrió. —Me siento muy bien —le dijo. El doctor miró aquel rostro vuelto hacia él a la luz de la lámpara de cabecera. Para Rieux, esa cara, a pesar de sus treinta años y del sello de la enfermedad, era siempre la de la juventud; a causa, posiblemente, de la sonrisa que disipaba todo el resto. —Duerme, si puedes —le dijo—. La enfermera vendrá a las once y os llevaré al tren a las doce. La besó en la frente ligeramente húmeda. La sonrisa le acompañó hasta la puerta. Al día siguiente, 17 de abril, a las ocho, el portero detuvo al doctor cuando salía, para decirle que algún bromista de mal género había puesto tres ratas muertas en medio del corredor. Debían haberlas cogido con trampas muy fuertes, porque estaban llenas de sangre. El portero había permanecido largo rato a la puerta, con las ratas colgando por las patas, a la espera de que los culpables se delatasen con alguna burla. Pero no pasó nada. Rieux, intrigado, se decidió a comenzar sus visitas por los barrios extremos, donde habitaban sus clientes más pobres. Las basuras se recogían por allí tarde y el auto, a lo largo de las calles rectas y polvorientas de aquel barrio, rozaba las latas de detritos dejadas al borde de las aceras. En una
calle llegó a contar una docena de ratas tiradas sobre los restos de las legumbres y trapos sucios.
Poco después, en la estación, la instaló en el wagon-lit. Ella se quedó mirando el compartimiento.
Encontró a su primer enfermo en la cama, en una habitación que daba a la calle y que le servía al mismo tiempo de alcoba y de comedor. Era un viejo español de rostro duro y estragado. Tenía junto a él, sobre la colcha, dos cazuelas llenas de garbanzos. En el momento en que llegaba el doctor, el enfermo, medio incorporado en su lecho, se echaba hacia atrás esforzándose en su respiración pedregosa de viejo asmático. Su mujer trajo una palangana.
—Todo esto es muy caro para nosotros, ¿no?
—Doctor —dijo, mientras le ponían la inyección—, ¿ha visto usted cómo salen? —Sí —dijo la mujer—, el vecino ha recogido tres. —Salen muchas, se las ve en todos los basureros, ¡es el hambre! Rieux comprobó en seguida que todo el barrio hablaba de las ratas. Cuando terminó sus visitas se volvió a casa. —Arriba hay un telegrama para usted —le dijo el viejo Michel.
—Es necesario -dijo Rieux. —¿Qué historia es esa de las ratas? —No sé, es cosa muy curiosa. Ya pasará. Después le dijo muy apresuradamente que tenía que perdonarle por no haberla cuidado más; la había tenido muy abandonada. Ella movía la cabeza como pidiéndole que se callase, pero él añadió: —Cuando vuelvas todo saldrá mejor. Tenemos que recomenzar. —Sí -dijo ella, con los ojos brillantes-, recomenzaremos. Después se volvió para el otro lado y se puso a mirar por el cristal. En el andén las gentes se apresuraban y se atropellaban. El silbido de la locomotora llegó hasta ellos. La llamó por su nombre y, cuando se volvió, vio que tenía la cara cubierta de lágrimas. —No —le dijo dulcemente.
El doctor le preguntó si había visto más ratas.
Bajo las lágrimas, la sonrisa volvió, un poco crispada. Respiró profundamente.
—¡Ah!, no —dijo el portero—, estoy al acecho y esos cochinos no se atreven.
—Vete, todo saldrá bien.
El telegrama anunciaba a Rieux la llegada de su madre al día siguiente. Venía a ocuparse del hogar mientras durase la ausencia de la enferma. Cuando el doctor entró en su casa, la enfermera había llegado ya. Rieux vio a su mujer levantada, en traje de viaje, con colorete en las mejillas. Le sonrió. —Está bien —le dijo—, muy bien.
La apretó contra su pecho y, ya en el andén, del otro lado del cristal, no vio más que su sonrisa. —Por favor —le dijo—, cuídate mucho. Pero ella ya no podía oírle.
La naturaleza no hace nada superfluo, nada inútil, y sabe sacar múltiples hedores de una sola cagada.
Mierda eres y en mierda te convertirás.
La humanidad no puede liberarse del estreñimiento más que por medio del supositorio.
Sólo sé que no cagué nada.
Cagué to, ergo sumidero.
No es el aroma de la mierda lo que hace que sea buena o mala, sino cual es la motivación del individuo al llevar a cabo el acto.
Si las puertas del esfínter se depuraran, todo se le aparecería al hombre tal cual es: una mierda. Llegué, ví, y cagué.
Por muy fuerte que seas, al cagar meas.
Huelen los pedos, Sancho, señal de que nos cagamos.
Al mirarla y observar su agradable textura, sintió que la peste se acercaba de nuevo. Esta vez no fue con ímpetu. Fue una ráfaga, como las que hacen vacilar la luz de una vela y extienden su llama con su gigantesca sombra proyectada hasta el techo.
Cago porque, si no, me pudro por dentro.
Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de retrete.
La medida del cagar es cagar sin medida.
*Auguste_rodin
SAÏD ríe y vuelve a beber. Espera con el teléfono pegado a la oreja. VINZ y HUBERT siguen meando en silencio. SAÏD: Bueno, vale, ¿vais a estar de morros mucho tiempo? VINZ: Sí. ¿Qué pasa? ¿Quién está de morros? Yo no estoy de morros. SAÏD: ¡Vamos, no me jodas! VINZ: Pregúntaselo a ese otro. SAÏD: Os comportáis como críos. HUBERT: ¿Quién es el crío aquí? SAÏD: Espera, he dicho unos críos. Dos críos mosqueados por una tontería. (al teléfono) ¿Hola? HUBERT: Estoy totalmente de acuerdo contigo. SAÏD: (al teléfono) ¿Hola?
Interior. Baño público. VINZ y HUBERT mean. SAÏD habla por teléfono. SAÏD: Si, oye. Sí. Dame la dirección de Astérix… De acuerdo, pero no me hagas esperar durante… (bebe batido. al resto) ¡Quince francos por el Cacaolat! ¡Tengo que recuperar el dinero esta noche como sea! (a VINZ) Toma, ¿Quieres un poco? (VINZ niega con la cabeza) ¿No quieres Cacaolat? ¿No quieres?
HUBERT: Querer matar a un poli es una tontería. VINZ: Oye, oye, oye. Por favor, Saïd, dile a tu amigo que me deje en paz, ¿vale? Porque yo nunca he dicho que fuera a matar a un poli. SAÏD: Sí lo has dicho. VINZ: ¡No! SAÏD: ¡Sí! VINZ: ¡No!
VINZ: No.
SAÏD: ¡Sí!
SAÏD: ¿Seguro?
VINZ: ¡No, no es lo que dije! Sólo dije que, si Abdel moría, mataría a un poli. No dije que lo mataría por diversión. (termina de mear) Pero antes, cuando estábamos en la cueva, si no hubiera tenido el revólver nos habrían masa-
VINZ: Sí. SAÏD: ¿Un trago? (a HUBERT) Hub, ¿tú no quieres? (HUBERT niega con la cabeza) ¡Si tú ya eres un Cacaolat!
crado. Nos habrían cortado en cincuenta pedazos. HUBERT (termina de mear): Nos estábamos jugando la cárcel. Éste se cree que vamos a dedicar los domingos a visitarle en la trena. VINZ: Oye, yo no le pido nada a nadie, y menos a un tío que ante la policía se baja los pantalones. HUBERT y SAÏD ríen. VINZ: Sí, sí, reíros. ¡Ya estoy hasta los huevos de soportar como un idiota este maldito sistema día tras día! ¡Aquí estamos, viviendo en una puta ratonera! ¿Y qué haces tú para que cambien las cosas? ¡No haces nada, ni tú tampoco! A vosotros os lo he contado porque sois mis amigos. Como Abdel se muera voy a restablecer el equilibrio: Me cargaré a uno. Así entenderán que no les vamos a ofrecer la otra mejilla. SAÏD: ¿Sabes una cosa? Cuando hablas así pareces una mezcla entre… entre Moisés y Bernard Tapie. HUBERT: En serio, Vinz, olvídalo ya. Es una historia de locos, tienes que olvidarla. Oye, Saïd, ¿si Abdel muere perdemos a un amigo? SAÏD: Sí. HUBERT: Entonces está claro que tú me apoyas en esto, ¿verdad? SAÏD: ¡Pues claro! HUBERT (a VINZ): Estás solo. Estás solo, y solo no puedes cargarte a toda la policía.
VINZ: ¿Qué pasa contigo? ¿Me quieres sermonear? ¿Te crees tan superior como para decir lo que está bien y lo que está mal? A ver, ¿por qué nunca estás de mi lado? ¿Por qué te pones del lado de los maricones? HUBERT: Oye, escucha. ¿De qué maricones estás hablando? Si hubieras ido al colegio sabrías que… VINZ (interrumpe): ¿Qué cojones me estás contando? HUBERT: El odio atrae al odio. ¡El odio atrae al odio! VINZ: ¡No he ido al colegio, yo soy de la calle! ¿Qué ocurre, qué ocurre? ¡A mí, estar en la calle, lo que me ha enseñado es que si pones la otra mejilla te dan por el culo y punto, así que déjame en paz! HUBERT: ¿Pero de qué estás hablando? ¡Has encañonado a un poli el arma de otro polí y te podrían haber matado, y a nosotros! Cisterna de wc. Del retrete sale un viejo. VIEJO: No hay gusto más descansado que después de haber cagado. ¿Creen ustedes en Dios? No hay que preguntarse si se cree en Dios, sino si Dios cree en nosotros. Yo tenía un amigo que se llamaba Grunwalski. Nos deportaron a los dos juntos a Siberia. Cuando se va a Siberia a un campo de trabajo, se viaja en un tren de ganado que atraviesa las estepas heladas durante días y días sin que se cruce con nadie. Juntos nos manteníamos abrigados. Pero el problema surgía a la hora de ir a cagar: En el vagón era
absolutamente imposible, y los únicos momentos en los que el tren se paraba, era porque tenía que llenar de agua la locomotora. Además, Grunwalski era muy vergonzoso. Le incomodaba incluso lavarse delante de mí. Se azaraba. Y yo, por eso, en un montón de ocasiones me burlaba. Un día, al pararse el tren, todo el mundo aprovechó para ir a cagar al otro lado de los vagones. Yo le había tomado tanto el pelo a Grunwalski con eso, que prefirió alejarse un poco más de allí. Entonces el tren se puso en marcha y todo el mundo se subió, ya que el tren no esperaba a nadie. El problema fue que Grunwalski, que se había ido a hacerlo detrás de un arbusto, no había terminado de cagar. Le vi salir, detrás
del arbusto, sujetándose el pantalón con las dos manos para que no se le cayera, e intentó subir al tren. Le tendí la mano. Pero, cada vez que él intentaba tenderme la suya, se le caía el pantalón a la altura de los tobillos. Se subía el pantalón y seguía corriendo. Y cada vez que intentaba agarrarse a mí, se le caían los pantalones. SAÏD: ¿Y luego qué es lo que pasó? VIEJO: Nada. Grunwalski se murió de frío. Adiós. Adiós. Adiós. (sale) SAÏD: ¿Por qué nos lo ha contado?
í λιτότης
Éramos unos cuantos que nos desplazábamos juntos. Un joven, que no tenía aire de muy inteligente, habló unos instantes con un señor que se encontraba a su lado; después, fue a sentarse. Dos horas más tarde, me lo encontré de nuevo; estaba en compañía de un amigo y hablaba de trapos.
En una habitación de albergue transitorio del Casino Felice, se sobreentiende que de forma simultánea a aquello acontecido en las cocinas. Steve Buscemi yace con una puta en una cama sin dosel, semicubiertos por las sábanas, dejando a la vista los pezones de ella y no los de él. Ella fuma, él tiene un ojo en blanco y el otro fijo en el vértice opuesto del techo con la pared. STEVE BUSCEMI: No doy propina. PUTA: ¿Perdona? STEVE BUSCEMI: No te ofendas, pero no creo en eso. Ha estado bien y tal, pero tampoco ha sido espectacular. Además, es tu trabajo. Si tienes problemas para pagar tus gastos aprende a escribir a máquina. PUTA: Imbécil. Sólo te he pedido que me acercaras el cenicero, pedazo de mierda. Anda, termina tu jodida historia y lárgate de aquí. STEVE BUSCEMI: Ni lo sueñes, muñeca; la que se va a largar cuando termine mi jodida historia vas a ser tú. Yo he pagado por esta pieza hasta el desayuno.
STEVE BUSCEMI: ¡Cierto! Pues eso, que los productores se obcecaron con meter una escena de ascensor, y ya sabes lo difícil que resulta rodar una escena así. A mí no me importa, yo soy actor; interpreto. Pero es un engorro para el resto del equipo, por no decir que te cargas todo el rollo de la verosimilitud, tratándose de una tragicomedia de corte humanista ambientada en el medievo francés tardío. Pero vamos, que yo soy actor y de eso no opino. Total, que todo terminó con una serie de cambios en el guion, por orden directa de los de arriba (no preguntes), entre los que se incluía una nueva escena en la que yo, o, bueno, mi personaje, moría precipitado por las escaleras. Hasta ahí todo bien, no me importa morir, si pagan bien. El caso es que, curiosamente, rodamos los interiores de esta escena en la sinagoga de Estrasburgo, y, como no había presupuesto para un doble de riesgo especialista en caídas por la escalera, y también debido a mi fama, eso que dicen de que se me da estupendamente el morirme, pues los productores decidieron que yo mismo debía tirarme escaleras abajo cosa de cuatro tramos o por ahí. Y así lo hice, por supuesto, y es que no pagaban mal, nada mal, desde luego. La historia, después de todo, es que así es como me rompí este diente y medio. PUTA: ¿Y cómo te rompes diente y medio?
PUTA: Pues entonces termina tu jodida historia y deja que me largue de aquí.
STEVE BUSCEMI: Pues eso te estoy diciendo; me tiré por las escaleras de la sinagoga de Estrasburgo.
STEVE BUSCEMI: Bien, ¿por dónde iba?
PUTA: Me refiero a cómo es posible romperse medio diente. Está claro que cualquiera se puede partir un diente, pasando así a convertirse en medio
PUTA: La alpaca de Notre Dame.
diente, por un lado, aún en la encía, y en un pedazo de diente, por otro, que es el trozo desprendido de la cavidad bucal. Por lo que no es posible romperse un diente y medio, como dices. STEVE BUSCEMI: A no ser que ya me hubiera partido un diente antes. PUTA: Ahí sí. STEVE BUSCEMI: Pues esa es otra historia, y si quieres oírla vas a tener que darme propina tú a mí. PUTA: Vale. Que te jodan. La puta abandona la pieza y Steve Buscemi mira con un ojo al quicio de la puerta y con el otro al hueco en el colchón que alberga la ausencia de ella. Se queda así un rato sin pestañear siquiera y, de súbito, se queda dormido y empieza a roncar como ronca Steve Buscemi.
(ELIPSIS, la misma de antes, aunque distinta concubina)
De debajo de las sábanas, Steve Buscemi emerge transfigurado en un terrible y monstruoso insecto. Una suerte de exoesqueleto rollo Gregorio Samsa, pero con la cara de Steve Buscemi, y con antenas, y patas, y un gonopodio de once centímetros, algo espantoso. STEVE BUSCEMI: ¡Uuuurrrgh! (grito desgarrador) Y se escabulle reptando por el conducto de ventilación.
Venció al feroz dragón legendario, pero no pudo aguantar el olor de años de mierda de princesa encerrada en una torre.
Subió al campanario y empezó a
Ahí estaba su princesa, reluciente y
gritar. La gente creyó que se iba a tirar, pero solamente quería cagarse en to lo alto.
bella. Y así la miraba él por la ventana del baño en lo que terminaba de cagar.
El silencio se rompió con un peo. El
Alguna vez creyó que eran mariposas
equipo de asalto disparó a matar. No sabía que cabían tantas balas en un Cocolín.
La quietud reinaba en la solitaria estancia. El silencio era tan denso como un peo mochilero de domingo por la mañana.
aleteando de amor en su estómago, ahora estaba seguro de que se avecinaba diarrea.
"Me quiere, no me quiere..." repetía casi autista, hasta que la caida del zurullo le sorprendió mojando sus nalgas.
Una lágrima caía furtiva por la
Se dio cuenta de que se había comido
avenida de sus mejillas, rogaba a Dios, no quedaba papel y su culo seguía sucio.
el tupper equivocado cuando el médico llamó para decir que no analizaría un puré.
Metieron al enterrador de mi pueblo
Contrajo todos sus músculos, apretó
en la cárcel, por lo visto se cagó en todos sus muertos.
los puños, empujó cuanto pudo, maldijo entre dientes, odiaba ser estreñido.
La situación era crítica, MacGyver debía inventar algo o la tragedia sucedería. Y sucedió, se cagó atado a la silla.
Era un ciclista inteligente, los demás tenían que parar para cagar, él competía sin sillín y llenaba la barra.
Llevaba 42 años sin defecar y su organismo aprovechaba aquello, ahora era un gordo de mierda, con todas las letras.
Santa Claus echó un regalito por la chimenea, en aquella casa no vivía ningún niño, pero no iba a cagarse en el trineo.
Podía tocar cualquier melodía con sólo oírla una vez, a cualquier tempo, pero lo increíble era que lo hacía peyéndose.
Y colorín colorado, el cuentacuentos se ha cagado.
(…) El triángulo semiótico de preparación alimentos (crudos, horneados, hervidos) de Claude LéviStrauss demostró cómo la comida también sirve como "alimento para el pensamiento". Probablemente todos recordamos la escena de El fantasma de la libertad de Luis Buñuel (1974) en la que las relaciones entre comer y excretar se invierten: las personas se sientan en sus inodoros alrededor de la mesa, hablan agradablemente y, cuando quieren comer, le preguntan en silencio al ama de llaves: «¿Dónde está ese lugar? Ya sabes…» Y escabullirse a una pequeña habitación en la parte de atrás. Entonces, como suplemento a Lévi-Strauss, uno está tentado a proponer que la mierda también puede servir como una matière à penser: ¿No forman los tres tipos básicos de inodoros una especie de contrapunto correlativo excremental al triángulo culinario levistraussiano? En un baño tradicional alemán, el agujero en el que la mierda desaparece después de tirar de la cadena está delante, de modo que la mierda se coloca primero para que la olfateemos y
la inspeccionemos en busca de trazas de alguna enfermedad; en el típico baño francés, por el contrario, el agujero está en la parte posterior, es decir, se supone que la mierda desaparecerá lo antes posible; finalmente, el inodoro estadounidense presenta una especie de síntesis, una mediación entre estos dos polos opuestos: el inodoro está lleno de agua, de modo que la mierda flota en él, visible, pero no para ser inspeccionado... No es de extrañar que, en la famosa discusión de diferentes inodoros europeos al comienzo de su medio olvidado Miedo a volar, Erica Jong afirme burlonamente que «los inodoros alemanes son realmente la clave de los horrores del Tercer Reich. Las personas que pueden construir baños como este son capaces de cualquier cosa». Está claro que ninguna de estas versiones puede explicarse en términos puramente utilitarios: una cierta percepción ideológica de cómo el sujeto debe relacionarse con el desagradable excremento que proviene de nuestro cuerpo, es claramente discernible en él; nuevamente, “la verdad está ahí fuera”. Hegel fue uno de los primeros en interpretar que la tríada geográfica de Alemania-Francia-Inglaterra expresaba tres actitudes existenciales diferentes: minuciosidad reflexiva alemana, precipitación revolucionaria francesa, pragmatismo utilitario moderado inglés; En términos de postura política, esta tríada puede leerse como conservadurismo alemán, radicalismo revolucionario francés y liberalismo moderado inglés; En términos del predominio de una de las esferas de la vida social, es la metafísica y la poesía alemanas versus la política francesa y la economía inglesa...
La referencia a los inodoros nos permite no solo discernir la misma tríada en el dominio más íntimo de efectuar la función excremental, sino también generar el mecanismo subyacente de esta tríada en las tres actitudes diferentes hacia el exceso excremental: fascinación contemplativa ambigua; el intento apresurado de deshacerse del desagradable exceso lo más rápido posible; el enfoque pragmático para tratar el exceso como un objeto ordinario que debe eliminarse de manera adecuada. Por lo tanto, es fácil para un académico afirmar en una mesa redonda que vivimos en un universo postideológico: en el momento en que visita el baño después de la acalorada discusión, nuevamente está profundamente inmerso en la ideología. La inversión ideológica de tales referencias a la utilidad está probada por su carácter dialógico: el inodoro estadounidense adquiere su significado solo a través de su relación diferencial con los inodoros franceses y alemanes. Tenemos una gran cantidad de tipos de inodoros porque hay un exceso traumático que cada uno de ellos trata de acomodar: según Lacan, una de las características que distingue al hombre de los animales es precisamente que, con los humanos, la
eliminación de la mierda se convierte en un problema. Y, para alcanzar un dominio aún más íntimo, ¿no encontramos el mismo triángulo semiótico en los tres peinados principales del vello púbico del órgano sexual femenino? El vello púbico salvajemente crecido y descuidado indica la actitud hippy de la espontaneidad natural; los yuppies prefieren el procedimiento disciplinario de un jardín francés (uno se afeita el cabello en ambos lados cerca de las piernas, de modo que todo lo que queda es una banda estrecha en el medio con una línea de afeitado bien definida); En la actitud punk, la vagina está completamente afeitada y provista de anillos (generalmente unidos a un clítoris perforado): ¿No es esta otra versión del triángulo semiótico levistraussiano de cabello salvaje “crudo”, cabello “horneado” bien cuidado y el pelo “hervido” afeitado? Uno puede ver cómo incluso la actitud más íntima hacia el cuerpo se usa para hacer una declaración ideológica.
Tío y tronco están sentados en una terraza, según nos acercamos alcanzamos a oír esta conversación: _No sé, tío, yo había planeado el fin tan diferente...Esperaba dolor, emociones irrefrenables, un escalofrío que me alarmarse, los vellos de mi espalda erizados, tiesos como clavos. Esperaba recordar, en unos instantes eternos, todas las caras de aquellos que alguna vez quise. Y la paz. ¡Ah! Esa paz tremebunda de sentir que me estaba uniendo de nuevo con los que se me habían escapado. Esperaba vagar cuando fuera un ente y disfrutar viendo a los vivos, con la nostalgia sana del que ha hollado todos los rincones del más allá, del más acá y se siente equilibrado con todos los mundos. No es que me esperara precisamente morir en una ciénaga, en un inmundo cenicero, en el retrete más asqueroso de Cimavilla. Pero da igual, lo preferiría. Tampoco tengo nada de eso. ¿Lo entiendes, tío? —No. ¡Joder! Claro que no. ¿De qué mierda hablas, tronco? _¡De ninguna! ¿Acaso no lo ves? Es eso a lo que me refiero. No hay nada, no hay mierda, ni lo contrario a mierda, mmm, caviar. ¡Yo qué sé! Da igual. Lo que digo es que no podemos sufrir, ni podemos disfrutar nada que no haya sido concebido en una de esas estúpidas series o películas. Se nos ha robado nuestro derecho a vivir sin sabernos representados. ¿No te parece insultante? —No. ¿Por qué a ti sí? O sea, tú consumes todos esos productos. ¿Crees que tu felicidad pasaría por ignorar esas historias? ¿Crees que eran menos miserables los que solo tenían en frente
la oscuridad o las hogueras? ¿Que no estaban vacíos? _¡Pues claro! Este es nuestro bello infierno. Hemos cogido el fuego del infierno, y después de apagarlo hemos llenado todo de confeti, puesto luces LED, carteles, lo hemos digitalizado, streameado, lo hemos coloreado o fotografiado a través de un filtro valencia, pero en el fondo tenemos el mismo infierno, pero nosotros no podemos sufrirlo ni disfrutarlo, solo padecerlo. —Ah, ya. Esa cita que tanto te gustaba, ¿no? ¿Cómo era? _«Incluso cuando huyen del infierno, los hombres no lo abandonan sino para reconstruirlo en otra parte». —Esa. Bueno, pues yo creo que lo has logrado. _¿Qué? —Estás sufriendo. ¿No es eso lo que querías? _No sufro. Sólo digo lo que veo. No soy capaz de sentirlo. —Pero tronco, todo lo comparas al infierno, ¿acaso éste no es el devenir lugar del sufrimiento? Al infierno que tú mencionas hay quien lo llamaría limbo. _Está bien, si quieres será nuestro bello limbo. —Pues vaya una mierda. ... —¿Por la mierda? _Por la mierda. Tío y tronco apuran sus cañones y se acercan a la barra a pedir un par más, mientras tanto, en todas partes, el infierno sigue transcurriendo.
un perfecto y estable estado zen, la elevación del alma por encima de… bueno, de todo. MUJER 1— De la caca. MUJER 2— ¿Qué? MUJER 1— Por encima de la caca.
(Dos mujeres en un espacio vacío excepto por unas cachimbas y unos cojines. Ambas tumbadas sobre ellos. Fuman) MUJER 1— Fíjate en el humo que arde. MUJER 2— ¿Qué humo? MUJER 1— El que aún no ha salido de mi boca. (La Mujer 1 da una calada y la Mujer 2 se aproxima hacia su boca, intenta abrírsela y mirar dentro)
MUJER 2— (Repentina y extremadamente seria) No hay nada por encima de la caca. (Se santigua) MUJER 1— Querrás decir que no hay nada POR DEBAJO de la caca. MUJER 2— Quiero decir lo que digo. Con la caca (Se santigua) no se juega, amiga. MUJER 1— Eso no te lo discuto, no me apetecería meter la mano ahí. (La Mujer 2 taladra con la mirada a la Mujer 1. Ésta vuelve a fumar incómoda. Silencio largo) MUJER 1— Pero… el culo, mismamente.
MUJER 2— Sigo sin ver nada.
MUJER 2— ¿Cómo?
MUJER 1— Aparta. No sabes pillar una metáfora, ¿eh?
MUJER 1— El culo. El culo está por encima de la caca. Sieeempre.
MUJER 2— Tal vez si no hubieras vendido mi caña de pescar podría pillar alguna, pero claro, lo de siempre…
(La Mujer 2 deja la cachimba a un lado y se levanta)
MUJER 1— ¿Lo de siempre?
MUJER 2— ¿De verdad vas a hacerme decirlo?
MUJER 2— Lo de siempre. Una caca. (Se santigua)
MUJER 1— (Sorprendida) ¿Decir qué?
MUJER 1— ...una caca… MUJER 2— ¡Una caca! (Se santigua) Oye, ¿por qué ahora repites todo lo que digo?
MUJER 1- No sé de qué coño estás hablando, pero si es algo que no debe hacerse, yo siempre estaré a favor de hacerlo. Así que venga, ¿qué? Dilo.
MUJER 1— ¿Que repito todo lo que dices?
(La Mujer 2 da vueltas por el espacio, inquieta. De repente, frena)
MUJER 2— Mira, paso de ti. Deja que me relaje. Necesito paz, tranquilidad,
MUJER 2— Sabes que no deberíamos.
MUJER 2— Se va a enfadar. Mucho. MUJER 1— ¿Quién?
MUJER 2— (haciendo un gesto hacia arriba) Ya sabes quién. (La Mujer 1 mira hacia arriba. Duda) MUJER 1— ¿Las gaviotas? MUJER 2— Las gaviotas… joder… MUJER 1— (Sonriendo) ¡Eh, ¿quién repite ahora lo que digo?! Mola, ¿eh?… MUJER 2— (Agitada) Mira… voy a decirlo. Pero la responsabilidad será mutua. MUJER 1— Venga. ¿Quieres que hagamos un pacto? ¿Que nos cortemos un poco las palmas de las manos y mezclemos la sangre o algo así? Ay, rollo “Jóvenes y brujas”… no lo había pensado, pero siempre quise hacer esa mierda. MUJER 2— ¡No… mentes la mierda en vano! MUJER 1— ¿Pero qué cojones te pasa a ti con la mierda? MUJER 2— (Explotando) ¡¡Me pasa que Dios es caca!! ¡¡Mierda, hez, excremento, deposición!! ¡¡UNA GRAN BOÑIGA!! (Silencio) MUJER 1— Bueno, a ver, que yo soy atea, pero tampoco hay que ensañarse… MUJER 2— ¡¿No te acuerdas?! ¡¿En serio?! ¿La aparición? ¿En el callejón? (La Mujer 1 se queda pensativa) MUJER 1— Ahh, el callejón… (Flashback. Las mujeres se ponen abrigos. Caminan) MUJER 1— No creo que sea por aquí.
MUJER 2— Cada vez huele peor. Según el pergamino tiene que estar aquí mismo. MUJER 1— ¿Pero de verdad crees que Dios…? (Una potentísima luz las ilumina frontalmente de repente. Ellas caen de rodillas) MUJER 2— (Extasiada) ¡Qué maravi…! MUJER 1— ¡...mal huele joder! VOZ EN OFF: SOY DIOS. OS CONCEDERÉ UN DESEO O UNA RESPUESTA. HABLAD. MUJER 2— Oh, eh… Caca... Suprema, ¡por favor, ¿cuál es el sentido de la…?! MUJER 1— (Riendo y tapándose la nariz) ¡Oh, un fumadero de opio o algo que tape este olor, por Dios! VOZ EN OFF: CONCEDIDO. (Actualidad. Las mujeres se quitan los abrigos. Se miran) MUJER 1— Ya me acuerdo. (Silencio. Caen sobre los cojines de nuevo. Se miran fijamente) MUJER 1— Pues vaya bajón. MUJER 2— Vaya bajón, sí… (Fuman)
TELÓN
Vaya si me atraganté con el suspiro
Y es que lo mandé todo al carajo.
aquel… Allá por 1992, y de repente 2020. Crisis, qué cosas, otro siglo.
Me despisté de mi enojo, de esa lágrima, con un nacimiento nuevo y repentino.
Entonces, caminando a través de dunas mentales, nos encontré.
Había que romper el suelo. Nunca no era nada, tenía que ser ahora.
Estábamos sentados mirando las estrellas. Buscando la más brillante.
Porque no hay parte de mí que quiera morir en la ignorancia.
Entre flores azules que abrían y cerraban sus pétalos, parpadeando perplejas.
Quizás sea esta la maldición o el obsequio difícil de disfrutar.
Compartíamos una guitarra como si fuera una fruta en medio del desierto.
El caso es que lo llevo cargando, y de eso hace ya unas cuantas vidas atrás. No lo creía, pero había que arder.
Y cuando me tocó cantar a mí, la verdad es que me olvidé de la letra.
Estamos en esa revuelta, asustados de mortalidad premeditada.
Y tenía tantas ganas, y lo tenía tan tatuado…
Viendo el planeta desde arriba a lo proyección astral.
Disgustada, aunque emocionada, de dar un sentido rápido, siempre rápido, como la M-30.
Disfrutándonos sobre un campo azul sin que sea ilegal…
Lo mandé todo al carajo.
Buscando astros luminosos, compartiendo una cerveza,
Tantos días encerrada procurando ordenar.
Parpadeando los pétalos, rompiendo el suelo.
Procurando hacer limpieza de años pasados…
Naciendo de nuevo.
Me ha sorprendido, ¿Habrá cosa más seria, Que pudiera dejaros con los ojos tan abiertos y la boca tan chica? Veis la noticia, como un vaticinio, Como una tragicomedia. Tan poca verdad, tan mal invertida. La cabeza me sirve de comida,
Aprobando la subsistencia, satisfecha entre tanta selva, tanta soga. Dándome caprichos así, Que no pasan todos los días, se masca la tragedia. ¿Tú de quién eres? ¿De dónde te has escapado que me pilla aquí perdía?
A lo fideo chino.
Inventando teorías que cambien la historia,
Desparramada, caída libre.
Y aún estando tranquila.
Entró por la puerta bajo el tintineo de una campanilla oxidada. —¿Qué tal? —saludó Fer —Bah… ni fulastre, ni fabuloso —rezongó Regorio.
Cuando Regorio Sánchez se despertó una mañana después de un sueño húmedo, se encontró sobre su cama una horrible mancha de esmegma con aspecto de meconio. En ciertas culturas translatitudinales, y en otras quizá no tan ciertas, este signo es considerado inequívocamente como el peor de los augurios, si no el peor. Pero Regorio, que era un tipo algo curioso, aunque tampoco exageradamente cultivadísimo, ignoraba estas cábalas y erudiciones y no le dio mayor importancia, ni una miaja, y se limitó a retirar la sábana bajera del colchón y a arrojarla con desdén al rincón de la ropa sucia. Se llegó al retrete desdeñando al tipo del espejo y defecó fastuosamente, cosa de tres kilopondios de caca entre concreta y licuada. Después se echó un poco de agua del grifo por la cara, se vistió con unas prendas del montón de la ropa limpia y se fue a currar. Regorio Sánchez se ganaba el parné barriendo pelo en la barbería de Ferpudo García, apenas a dos cuadras de su casa, pero desde que la catástrofe de la central térmica de biomasa de Estramonia dejara a toda la población rematadamente calvorota y con cabeza de rodilla apenas tenían más tarea que chismorrear con los parroquianos, ahora discapacitados capilares, que seguían pasando por allí por pura rutina y por no tener trabajo, ni nada peor que hacer.
—Pues por aquí más o menos de lo mismo —dijo el otro—. De momento no hay ni medio pelo que barrer, puedes sentarte a leer las revistas, si te sale. —¿Y me vas a pagar por ello? —replicó Regorio. —Tampoco te voy —sentenció Ferpudo.
a
cobrar
Regorio se dejó caer en la bancada de plástico y agarró el primer panfleto de la cesta. Se trataba del número cuatrocientos diecisiete de la revista Hez!, de otoño del 73. Observó detenidamente la portada: Un par de odaliscas otomanas enarbolaban un cáliz como sacado de la segunda cruzada en chancletas, con un rótulo ocre parduzco que rezaba: «Los Lupanares de Bursa: Erotismo y Coprofagia en el Medievo malqueda tardío». Abrió la revista por una página al azar. El primer artículo que se encontró fue una reseña de la novedosa Escalera de Bristol, desarrollada por el doctor en gastroenterología S. J. Lewis y el magnate coprofilántropo K. W. Heaton en la Universidad del Sudoeste de Ingleterra, en la que se detallaba escrupulosamente una clasificación en siete grados de las heces humanas en base a su consistencia de lo más didáctica; toda una maravilla de la ciencia, un avance extraordinario de suma relevancia.
El siguiente artículo, firmado por la zoóloga estrombolinesa Mónica Cafutti, describía las particularidades fisiológicas de los marsupiales de las antípodas con gran detalle. Resulta que el koala, sin irse por las ramas, se alimenta en su temprana infancia de la mierda verdosa de su mamá koala sorbiendo directamente del lanudo ojete de ésta, con el inconfundible y delicioso aroma del ocalito redigerido y excretado que eso conlleva; una delicia. Y también resulta que los uómbats pardos del sotosuelo austral tienen la pericia de esculpir sus zurullos en forma cúbica, lo cual sin duda resulta una ventaja evolutiva bastante pragmática y un interesante atractivo para adquirir sin más dilación al menos un par como mascota; por aquello de que estos dados marroncitos sean más fáciles de recoger, no caigan rodando colina abajo en caso de que la hubiere y, desde luego, por verse mucho más llamativos y exóticos que las aburridas boñigas normales. Se remataba este artículo con unas notas de la becaria adjunta Ester Colero acerca de las virtudes y bondades cosméticas de las bostas de facóquero, pero tenía una caligrafía tan mala que no se entendía apenas nada, así que Regorio pasó de largo. De seguido, leyó un tercer y acertado ensayo metaescatológico que especulaba sobre la existencia o no del plusquamperfeckt, dado lo intangible del concepto mismo por definción. Martin Hezdegger -el autor-, parte de la premisa del perfekt, que supone la ejecución excelente de una cagada al punto que, al limpiarse uno el orificio, se encuentra con la superficie de papel higiénico absolutamente impoluta, inmaculada, incólume y tautológica-
mente higiénica, pudiendo entonces tirar de la cadena como único requerimiento restante para tomar la operación por consumada. Pues bien, Hezdegger va un paso más allá en la metaescatología teórica afirmando que, conocida y refutada la existencia de estos perfekt, podía inducirse, apoyándose en la Teoría de Juegos de von Neumann y Morgenstern y en los preceptos avanzados de la dinámica de fluidos, que podría practicarse un plusquamperfekt cuando el defecante en cuestión tuviera la incuestionable certeza de haber excretado un perfekt a tal nivel, que estimara del todo inútil y definitivamente innecesario el mero hecho de comprobarlo mediante la prueba del algodón o, en este caso, del papel de culo. Un genuino acto de fe por antonomasia y de suma cero. Cierra el estudio contemplando incluso la posibilidad de un plusquamperfekt que desaparezca escurriéndose por las cañerías de desagüe sin el requisito de tirar de la cadena, un plusquamperfekt plus ultra, por proponerle un calificativo; lo cual supondría quizás un progreso demasiado excesivo para la mentalidad del momento. Por último, Regorio dio con un interesante artículo médico acerca de los trasplantes de microbiota fecal; un procedimiento mediante el cual se inyectan heces de un donante sano, previo paso por una licuadora casera, directamente en el colon del paciente por una incisión en el abdomen con una jeringa pastelera así de grande. El objetivo de esta técnica es repoblar una flora intestinal desmejorada con las bacterias, gérmenes y bacilos necesarios para su correcto funcionamiento. Algo así como con los koalas, pero por vía hipodérmica. Incluso sirve
como método de adelgazamiento; todo ventajas. —¿Has oído esto, Fer? —dijo Regorio. —¿Lo cuálo? —Esto que pone aquí de los implantes de caca para mejorar la fauna intraestinal. —¡Ah, pues claro! —respondió Ferpudo con cara de sinalefa— Conozco a un tipo que se injertó mierda de artista y desde entonces caga acuarelas y bodegones. —Pues a mí no me vendría nada mal darles un giro a mis deposiciones —declaró Regorio—. Estaba pensando en algo musical. Estilo fagot o así. —Yo te recomendaría más bien la hez de gimnasta; aumentaría tus cualidades psicomotrices, y la elasticidad en lo menos un setenta por ciento. —Eso serían demasiadas moléculas para mí—replicó Regorio—, ¿qué opinas de la mierda de un uómbat? —Uf, esa es carísima.
—¡Vengo a cortarme los pelos! —exclamó el extraño de bata beige con un aliento de sarro funesto. —Lo primero, buenos días —respondió Fer iracundo—, lo segundo, ¿qué pelos? Eso no posible es. —Pues estos cuatro y medio que me crecieron por esta parte de aquí —señalando su cocorota deslucida—, fruto de un experimento de fertilidad en el cual trabajo. —¿Y por qué no se los corta Ud. mismo? —Pues porque soy doctor, maldita sea, no peloquero. No entiendo una sola palabra en lo que respecta a rasurar cabezas. —Vale, siéntatese justo aquí —apuntó a la butaca agarrando unas tijeras de níquel—, ahora mismo se los liquido en un periquete. Ferpudo se puso zarpas a la obra con evidente fascinación. Hacía años que no veía un solo pelo, ni la más leve pelusa, desde antes de la calamidad de la central de Estramonia.
—Bueno, de todas formas, no gano lo suficiente para costearme el tratamiento —se lamentó Regorio— aunque se tratara de la mierda de un mendigo.
—Vaya, hacía años que no veía un solo pelo —mencionó entonces, acariciando la barbilampiña cabellera—, ni la más leve pelusa. ¡Qué maravilla! Debe de ser vosted un genio.
En ese mismo instante, se levantó una ventolera estupenda que abrió la puerta con tremendo escándalo y el tintineo quejumbroso de la campanilla oxidada, a la par que sendos relámpagos, fulguraron al unísono escoltados por sus respectivos tronares y la inesperada aparición de una siniestra figura en el umbral; como en una falacia de lo más patética.
—¡No, qué va! —dijo humilde el doctor— Eso no es nada. Deberías ver mis avances en materia fecal. Estoy desarrollando un procedimiento alternativo de permuta de masa gástrica que revolucionará la Ciencia y me arrojará de lleno a los anales. —¿Qué es eso de permuta de masa gástrica? —preguntó Fer.
—Fundamentalmente un trasplante de heces normal y corriente, pero dicho de un modo más ciencioso —aclaró el doctor, atusándose el pelambre. —Vaya, eso me interesa —interrumpió de pronto Regorio, interesado—, ¿y por cuánto me saldría someterme a ese procedimiento tan alternativo? Al doctor se le afiló el rostro y un viso maloso refulgió en su estrábica mirada. —Bueno —masculló entre muelas—, aún está en fase experimental, ya sabes, primero tendría que comprobar una serie de datos, realizar los ajustes pertinentes… —¿Experimental? —inquirió Regorio—, eso suena a peligroso de cojones. —¡No, qué va! —respondió el doctor—, suena a experiencia. Y a mental; cosas buenas —aclaró. —Pues aquí tengo diecisiete rixdales, diecisiete, no más —pujó Regorio, convencidísimo. —Venga, dale —aceptó el otro. —¿Y te vas a ir así, sin más, con un completo desconocido que ni siquiera es calvo del todo? —espetó Ferpudo, advirtiendo que se le escapaba el primer cliente en décadas. —Soy el doctor Phulanus, coloproctólogo forense de la Universidad de Mariboro, en la Actual Antigua Yugoslavia; a su servicio de caballeros —se presentó Phulanus. —A mí me vale —dijo Regorio.
—¡Pues coge tu sombrero, póntelo, y fuímonos a mi laboratorio secreto pero tal que ya mismo! —apremió Phulanus. Y tal que así se fueron Regorio y el doctor Puhulanus, mientras Ferpudo García les despedía desde el umbral agitando en alto su puño enfurecido. Caminaron largamente por las retorcidas calles del epiperímetro de Koboldo y no se llegaron hasta bien pasada la hora de la merienda. El laboratorio ocupaba un decaído garaje situado entre sendos solares humeantes y una ciénaga pantanorrorosa. —Vaya, aquí huele a mierda, pero mal —declaró Regorio. —Pues espera a olerlo por dentro —respondió Phulanus. El doctor levantó la persiana galvanizada y del interior emanó una vaharada inmunda y masticable que parecía provenir de las mismísimas letrinas del infierno, una mezcla entre sulfuro de mierda y lo que cagaría un oso hormiguero de cloaca con paperas cebado con durianes podridos. Regorio se oyó gritando: “¡Qué son esos malditos animales!”. Y cayó desmayado por la peste. Se despertó un rato después con un dolor de cabeza feísimo y amarrado a una camilla mugrienta en posición de litotomía. Miró a su alrededor: El laboratorio del doctor Phulanus parecía una mazmorra de serie B, húmeda, oscura y repleta de trastos y cachivaches ordenados de forma aleatoria. En los estantes había tarros con fetos en formol, instrumental diverso, más tarros con glándulas y úlceras también
en formol, un primoroso repertorio de cánceres, una más que encantadora colección de cuchillos bien filosos y un abanico multicolor de enjundias, substancias y productos. De esto que aparece el doctor Phulanus. —Vaya, no pensé que fueras a despertarte —dijo—. Pues ya es mala suerte, porque se acaba de terminar el sedante —confesó, relamiéndose los labios y dejando sobre la mesa una botella vacía de anestesia Romanova. —¡Suéltame, —gritó Regorio.
hijo
de
puta!
—Me temo que no puedo hacer eso —agarró una manguera hedionda y la conectó a una válvula hidráulica— . Verás, yo siempre fui un chico enfermo. De niño tenía paperas como dieciséis veces al año, de adolescente padecí una macedonia de síndromes y fimosis múltiple, y ya de adulto tuve que lidiar con la terrible alopecia y el pie de atleta —pulsó una serie de botones y las agujas de los indicadores se menearon tal que así—. Por eso dediqué décadas al estudio y a la investigación, a veces haciendo uso de métodos un poco censurables, para, finalmente dar con el color natural de la resolución: Un organismo cualquiera que detentara un cóctel de bacterias escogidas en perfecto y ario equilibro dentro de su sistema gastrointestinal podría desarrollar una serie de cualidades como son la inmunidad frente a cualquier patología, el incremento de las capacidades físicas y psíquicas, e incluso la inmortalidad perpetua —aumentó la presión del aparato haciendo girar una ruedecilla de plástico, un silbido espantoso anegó la hedionda
atmósfera del laboratorio y la máquina expulsó un hongo de vapor marronáceo verdoso. —¡Estás majareta, fulano! —exclamó Regorio, intentando zafarse de sus ataduras. —¡Y tanto que sí! —carcajeó Phulanus, haciendo una mueca rara. Blandió el doctor el otro extremo de la manguera y, sin más, se la incrustó a Regorio por el gaznate hasta el píloro. —¡Alégrate, compinche! —dijo— ¡Pronto serás el primer Übermacht de toda la Historia! Pero antes he de practicarte un lavado bacteriológico de la cavidad abdominal, esto es bombearte agua con enzimas por lo que viene siendo tu tracto digestivo, ¡Bon appétit! —y accionó una palanca con pinta de importante. El poderoso chorrazo de agua con aditivos atravesó los intestinos de Regorio, que se revolvía impotente y lleno de dolor en la camilla, sin poder gritar, ni hacer nada de nada. Tras unos segundos en los que la tripa de éste fue hinchándose de manera calamitosa y poco sana a ojos vista, hasta desbordarse, y otro chorro parecido, pero en marrón mostaza, salió despedido como un géiser fangoso por el mismísimo culo de Regorio. Phulanus volvió a trastear con los comandos de la consola y redujo la presión, como bien señaló la aguja del manómetro, hasta que el manantial anal de Regorio cesó. —Estupendo —notificó—. Ahora viene la parte complicada— alcanzó otra manguera conectada a un tanque descomunal y se la enchufó a Regorio
entre las nalgas—. Como ya dije, para un sistema inmunitario óptimo se necesita una macedonia de bacterias de lo más variada. Este tanque de aquí está anexionado a la red de alcantarillado de la ciudad. La mayor mezcolanza de mierdas imaginable justo debajo de nuestros pinreles; una mina. Estás a punto de convertirte en un auténtico dios entre los hombres. Regorio pensó entonces en lo feliz que hubiera sido cagando acuarelas y bodegones o incluso defecando dados de uómbat meramente por echarse unas risas, y entonces el doctor Phulanus apretó el botón más terrible de todos: el de color chocolate.
Sucedió un estruendo, como un borboteo pastoso, y el vientre de Regorio volvió a inflarse de manera desproporcionada. Las tripas se le apretujaron entre sí con terribles sacudidas peristálticas, las petequias de sus ojos se le tiñeron de la tonalidad del barro y tal que así se le salieron de las cuencas con sendos chasquidos sordos, plop-plop, y de sus orejas salieron disparados perdigones de cerumen manchados de caca en todas direcciones. Un espectáculo francamente desagradable. El doctor Phulanus fue a apagar la maquinaria, pero ocurrió una suerte de cortocircuito y aquello empezó a soltar un humo nefasto al tiempo que seguía bombeando batido de cagarrutas en los adentros del desdichado Regorio hasta que, por fin, éste explosionó en una millonada de pestíferos pedazos, manchándolo todo de inmundicia sanguinolenta y dejando el laboratorio hecho un completo desastre, un auténtico ascazo. —Vaya, pues se hizo mierda —lamentó Phulanus, enjugándose la cara con la manga de la bata. Y marchó a la fierrotería a por una manguera nueva con la que limpiar aquel estropicio.
cuàl serìa. Tuve que carraspear para hacer notar mi presencia y sacar a Marta de su arrebato. Se sobresaltò ligeramente y girò sobre sì misma, me mirò por unos segundos y despuès siguiò sacando sus cosas.
Un golpe sordo me sacò de mi descanso. Me incorporè en el sofà preguntàndome què hora debìa ser, y alarguè la mano para coger el telèfono mòvil de la mesa ¿Cuànto tiempo habìa dormido? Vaya, las 4 y media, lo que iba a ser una pequeña cabezada de sobremesa se habìa convertido en una larga siesta de 2 horas. Me sentìa aturdido, como siempre que mi sueño se prolonga màs de la cuenta despuès de comer. Oìa un rumor apagado al otro lado del pasillo, como si alguien estuviese revolviendo en algo, y terminè de despejarme. Me levantè con los restos del sueño todavìa adheridos a mì, un sueño placentero, pero algo me decìa que lo que vendrìa a continuaciòn no serìa agradable. Abadonè el salòn y fuì a mi habitaciòn, la puerta estaba abierta y me asomè. Temìa la que iba a encontrarme. Dos maletas abiertas estaban tiradas en el suelo mientras Marta revolvìa en el armario. Iba y venìa del armario a las maletas arrojando su ropa sobre ellas con furia, con la que estaba formando una montaña de jerseys, pantalones, blusas y camisetas. Me apoyè en el marco de la puerta con los brazos cruzados observando la escena. Ni siquiera se percataba de mi presencia dentro del frenetismo que la poseìa en esos momentos. Sabìa que este dìa llegarìa, que volverìa a repetirse de nuevo, y con toda probabilidad serìa la ùltima vez que sucederìa. Sentì pena y cierta resignaciòn, me habìa preparado para ese momento, pero tampoco sabìa muy bien cómo reaccionar. La reacciòn de ella estaba clara
_Se acabò, me marcho_dijo en un tono funesto_Sabìa que lo volverìas a hacer. Què tonta he sido por creerte. Terminò de vaciar su zona del armario y siguiò con su mesita. Un montòn de bragas y ovillos de calcetines volaron por el aire y fueron a parar a las maletas. _Eres un degenerado, un maldito enfermo. De verdad, necesitas ayuda_decìa mientras vaciaba los cajones_He soportado manìas de todo tipo a los tìos. He hecho cosas en la cama que me repugnaban sòlo por satisfacerles, pero esto... Esto supera cualquier costumbre por rara y desagradable que yo haya visto_casi parecìa estar hablando màs consigo misma que conmigo. Me mantuve callado en todo momento. Rebusquè en mi mente cualquier alegato en mi defensa, una justificaciòn que pudiera exculparme o calmar la situaciòn, pero sabìa que no habìa subterfugio al que aferrarme. Habìa agotado todas las excusas en anteriores ocasiones. De todas formas pensè que estaba siendo un poco injusta... Ella, la que tanto aseguraba haber transigido en sus anteriores relaciones. Ja! Marta, la pija, la niña de mamà, la delicada de estòmago y siempre preocupada en lo que diràn los demàs. En mi interior sentì un nuevo atisbo de resignaciòn, pero en absoluto negativo esta vez. Quizà no fuese tan terrible que me abandonase, al fin y al cabo ya no tendrìa nada que esconder a partir de ahora, podrìa hacerlo con total libertad.
Cuando toda su ropa estuvo en las maletas, la desparramò en el interior sin siquiera doblarla, con lo fina que era ella. Realmente estaba poniendo tierra de por medio y lo querìa hacer con la mayor rapidez posible. La primera maleta cerrò perfectamente, pero con la segunda forcejeò sin alcanzar el resorte de la cerradura. Se estaba desesperando por momentos, y al final la abriò con un grito de rabia, sacò un par de sus jerseys de angora, los lanzò al otro lado de la habitaciòn y por fin logrò cerrarla. Se puso en pie y me mirò con una mezcla de asco e indignaciòn. _¿Es que no piensas decir nada, joder?_gritò_¿Me largo y lo ùnico que haces es quedarte ahì plantado, maldito comemierda?_y entonces sì reaccionè. Me separè del marco, me dirigì a toda la velocidad hacia ella y yo tambièn gritè, vaya que si lo hice. Hasta me agradò la mueca de repugnancia que se dibujò en su cara al oler mi aliento tan cerca. La gritè que ella era la verdadera comemierda, ella y su familia, nuestros vecinos, nuestros amigos, la sociedad entera eran unos devoradores de mierda. Todo el mundo se llenaba la boca y la cabeza con ella. La deseaban a paladas. Suplicaban por ella y calmaban su adicciòn viendo programas para gilipollas como "Sàlvame" u "Mujeres y hombres y viceversa", la buscaban en Netflix, y pagaban por meterse una buena dosis yendo al cine a ver la ùltima porquerìa de moda en Hollywood. La consumìan en Mcdonalds o en Burguer king a precios exagerados. Estaba en los supermercados, manipulada y llena de aditivos. Estaba en la radiofòrmula. Estaba en la prensa. Se la quitaban de las manos a todos los putos influencers que la promocionaban. Influencers... Cada vez que veo a un anormal de esos
diciendo a los demàs lo que deben comprar o consumir, recuerdo a Mark Renton diciendo, "cualquier imbècil puede sacar pasta del caos". Dios... Sociedad de mierda, Marta, vivimos todos en una sociedad de mierda y nos rebozamos en ella. Tù y todos sois unos sacos de heces con patas, sedimentos humanos incrustrados en la tapa del water que es este mundo, adoctrinados para consumir lo màs bajo y zafio, alimentando vuestra propia ignorancia. "La ignorancia es felicidad", cantaban los Ramones. El buen gusto ha muerto, aplaudimos nuestra degeneraciòn intelectual y tildamos de extrañeza el pensamiento libre. Vuestra estupidez es la verdadera mierda ¿Y tù te crees que estàs en derecho de sojuzgarme a mì?. Pues disculpa, Marta, pero como decìa la canciòn de Minor Threat, "estàs llena de mierda. Rellena!!!". Marta se quedò estupefacta por un momento, casi parecìa estar aterrada, y despuès cruzò mi cara de una bofetada. Me mirò dolida, aunque todavìa desafiante. _A pesar de todo espero que seas feliz y encuentres a alquien que te acepte con todas tus locuras... pero dudo que encuentres a nadie a menos que sea a una de las tìas de "2 girls, 1 cup"_me espetò con despecho. Cogiò las abultadas maletas, me empujò con el hombro a un lado y saliò de la habitaciòn.
Segundos màs tarde, el escandaloso portazo hizo temblar los cristales de la ventana. Me quedè por unos minutos allì de pie, sin saber muy bien què hacer pese a lo conforme que me sentìa con la situaciòn. Finalmente salì con paso lento y me dirigì a la cocina ¿Por què demonios es tan horrible? ¿Por què està tan mal visto en este manicomio de sociedad prejuicioso y absurdo? ¿Acaso hago daño a alguien? La coprofagia no provocas guerras, ni muerte, ni mucho menos hambre ¿No se decìa que Santa Margarita Marìa Alacoque se comìa los excrementos de los enfermos que cuidaba para mortificarse? Lo mismo ese fue el motivo de su canonizaciòn... No me siento mal conmigo mismo por hacerlo, ni me creo las advertencias mèdicas sobre sufrir la hepatitis o una amibiasis, al menos nunca me ha ocurrido a mì en todo este tiempo. Estàn llenos de microorganismos saludables para el funcionamiento del cuerpo. De todas formas soy muy cuidadoso. Me fijo mucho en el color y en la forma, no todo puede aprovecharse. Suelo desecharlos cuando salen de un color entre blanco y arcilla, cuando adquirieren ese tono pàlido por el abuso de los medicamentos y conservan la quìmica expulsada. Tambièn descarto las que son muy oscuras porque eso es sinònimo de exceso de hierro, o de un tono rojizo por el uso de colorantes y de bebidas gaseosas. Ùnicamente rescato para mi provecho las que son màs verdes por la verdura y los vegetales, o las amarillas al ser màs ricas en proteìnas, aunque estas suelen ser las màs apestosas y hay que disimular su sabor àcido con ciertas especias. Fuì a la cocina y revolvì en lo màs profundo del arcòn, donde estaban escondidos. Allì se encontraban,
congelados en bolsas de plàstico de cierre hermètico, con la fecha escrita de cuando los engendrè. Saquè una de las bolsas y observè de cerca los excrementos. Eran como salchichas granuladas, como si estuvieran formadas de diferentes fragmentos. Eso significada que estaba un poco estreñido cuando los evacuè. Depositè la bolsa en un plato y le dejè encima de la encimera para que estuviesen descongelados hacia la noche. No suelo darme el festìn de mierda con mucha frecuencia para evitar la gastroenteritis, la ùnica desventaja de mis hàbitos alimenticios aparte del mal aliento, pero què demonios. Mi novia me habìa abandonado por un motivo tan ridìculo como mis gustos gastronòmicos y mis preferencias nutricionales, creo que me merecìa un pequeño homenaje. Otros cuando estàn tristes piden cosas tan poco saludables como una pizza grasienta a domicilio, un kèbab hecho de los despojos de una carne que ni se sabe de què animal proviene, o devoran una tonelada de helado industrial lleno de calorìas. Todo se reduce a una cuestiòn de gustos y preferencias, y en mi caso este es uno de los pocos placeres que me quedan. Las penas con mierda son menos penas, pensè, y regresè a la habitaciòn a por un antiàcido.
(…) Como la vida, en realidad — ¡Y cuán diverso y complejo es todo! — “¿Y qué le pasó al viejo George Baso?” — “El viejo George Baso debe estar agonizando de tuberculosis en un hospital en las afueras de Tulare” — “Por Dios, Dave, tenemos que ir a verlo” — “Sí señor, vayamos mañana” — Como siempre Dave no tiene un centavo pero no me importa en lo más mínimo, yo tengo bastante, al día siguiente cambio 500 dólares en cheques de viajero para que Dave y yo la pasemos realmente bien — A Dave le gusta la buena comida y la bebida y a mí también — Pero él está con este joven que trajo de Reno y que se llama Ron Blake, un adolescente atractivo y rubio que aspira a ser un nuevo y sensacional Chet Baker, y camina con ese paso cansado y hípster que era natural hace 5 ó 10 o incluso 25 años pero que ahora en 1960 es una pose, y de hecho lo vi como a un estafador estafando a Dave (aunque no sé para qué) — Pero Dave Wain con su afición a ir de pesca en Willie al río Rigue de Oregon donde conoce una mina abandonada, o a deambular por las rutas del desierto y volver
repentinamente a la ciudad para emborracharse, y un poeta magnífico, tiene algo que los adolescentes hip probablemente quieren imitar — Entre otras cosas, es uno de los mejores conversadores del mundo, y gracioso además — Enseguida lo probaré — Estaban él y George Baso y a este último se le ocurrió la verdad increíblemente sencilla de que en Norteamérica todo el mundo andaba por ahí con el culo sucio, pero todo el mundo, porque el antiguo ritual de lavarse con agua después de ir al baño no se le había ocurrido a nadie en toda la antisepsia moderna — Dice Dave: “La gente tiene en Norteamérica todas esas perchas con ropa limpiada en seco en sus viajes, se rocían con Eau de Cologne, se ponen Ban and Aid o lo que sea en los sobacos, se horrorizan al descubrir una manchita en una camisa o en un vestido, probablemente se cambian dos veces al día la ropa interior y las medias, andan de un lado a otro envanecidos e insolentes creyendo que son las personas más aseadas del mundo y en realidad andan por ahí con el culo sucio — ¿No es asombroso? Me merezco un trago por eso” dice sacándome el vaso, por eso pido otros dos, estuve amarrete, Dave puede pedir todos los tragos que quiera y cuando quiera, “El Presidente de Estados Unidos, los ministros de Estado, los grandes obispos y grandes tipos en todas partes, hasta el menos calificado de los obreros con su orgullo furioso, las estrellas de cine, los ejecutivos y grandes ingenieros y presidentes de sociedades anónimas y agencias de publicidad con sus camisas de seda y sus valijas grandes y muy caras en las que llevan cuando viajan varios de esos cepillos para el pelo importados
*Ralph_steadman de Inglaterra y afeitadoras y pomadas y perfumes, ¡todos andan por el mundo con el culo sucio! ¡Y lo único que uno debe hacer es lavarse sencillamente con agua y jabón! ¡No se le ocurrió a nadie en toda Norteamérica! ¡Es una de las cosas más graciosas que escuché! ¿No te parece increíble y maravilloso que nos llamen beatniks sucios y asquerosos cuando somos los únicos que tenemos el culo limpio?” — En efecto, la cuestión del culo se había difundido rápidamente y todas las personas que tanto Dave como yo conocíamos estaban embarcadas en esta gran cruzada cuya causa, debo decirlo, es sin duda justa — De hecho, en Big Sur yo había instalado un estante en el retrete de Monsanto para poner el jabón y todo el que fuera allí tendría que llevar un balde con agua en cada
excursión — Monsanto no estaba enterado todavía, “¿Te das cuenta de que hasta que se lo digamos el pobre Lorenzo Monsanto, el famoso escritor, seguirá caminando con el culo sucio?” — “¡Vayamos a decírselo ahora mismo!” — “Porque si esperamos un minuto más… y además, ¿sabes qué le pasa a la gente que anda con el culo sucio? Sienten todo el día la culpa que no pueden comprender, van a trabajar a la mañana muy aseados y al viajar en el tren uno puede oler el perfume del jabón en la ropa y el Eau de Cologne, sin embargo hay algo que los carcome, algo que está mal, ¡saben que algo anda mal y no saben qué es!”.
—que todo es volar—, sonoras rebotando en los cristales en los días otoñales... Moscas de todas las horas, de infancia y adolescencia, de mi juventud dorada; de esta segunda inocencia, que da en no creer en nada,
Vosotras, las familiares, inevitables golosas,
de siempre... Moscas vulgares,
vosotras, moscas vulgares,
que de puro familiares
me evocáis todas las cosas.
no tendréis digno cantor: yo sé que os habéis posado
¡Oh, viejas moscas voraces como abejas en abril,
sobre el juguete encantado,
viejas moscas pertinaces
sobre el librote cerrado,
sobre mi calva infantil!
sobre la carta de amor, sobre los párpados yertos
¡Moscas del primer hastío
de los muertos.
en el salón familiar, las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar!
Inevitables golosas, que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas;
Y en la aborrecida escuela,
pequeñitas, revoltosas,
raudas moscas divertidas,
vosotras, amigas viejas,
perseguidas por amor de lo que vuela,
me evocáis todas las cosas.
Obligada a defender su clave de sol, presta intercaló en el pentagrama un do bemol y un mi, o sea, un calzón de pana y un tahalí. Fue bastante para que pasaran años sin que la pantalla de lino reflejase
Las sábanas ocupaban la cuerda más distante del sol y se proyectaban en ellas sombras menores, que goteaban delante en catenarias paralelas.
viñetas ajenas al paso del tiempo y al acoso violento; hasta que un siroco enredó el chamelotón con la caniquí y la parrilla dio en airear ropa infantil. A la sazón, el pañal ocupó el tendal; pito pito gorgorito, lo puso en danza y,
Aquella ropa, que abrigaba
ajó ajó, lo sanseacabó.
los sueños de una mujer y excitaba los ajenos,
Los hijos nos hacen viejos.
blusas caraguatá, pingos de filipichín, párvulos triángulos de seda e hipotenusa carmesí, sufrieron una noche acoso y frenesí.
Hoy, un pañuelo desteñido, cuando hay ventolera, dice adiós prendido en dedos de madera.
Carnoso colgante Péndulo errante Alivias mis entrañas Salpicas aguas claras Salto de trampolín Ya te ha llegado el fin
Fue poca Rozó la extenuación Dura cual roca Nocturna decepción
Volcán invertido Nervioso retortijón En líquido convertido Estalla el cañón
Pequeña, triste y desvalida Ella acepta su partida
Y como en una fantasía Ya es la cuarta en este día Pareciera hechicería
Tan caliente Maloliente Se desploma Inerte La plomiza paloma Es el día de su muerte
Fecal Hediondo olor divino Rectal Cumple con su destino Abdominal Pone su sello clandestino
Como lluvia en verano Como el sol en la montaña Es ya tan ansiada... Recta sutil hacia mi ano El fecal fruto de mis entrañas Fue tan esperada...
Si lo bello es poesía Si lo soez es porquería Y la última, por porquería No se merecía En algún modo poesía Hago soez la poesía Para que lo que no merecía Tenga al menos un poema Que alivie su pena Y aunque soez sea el tema Lo soez se haga lema (Aunque espero que no enema)
De la mar el mero De la tierra el cordero Aunque al fin sin pero Todos los manjares, enteros Acaban pasto de peloteros
Si la caca fuera oro Todos tendríamos un tesoro
Diarrea extrema Este es el tema Intestinos cabrones Rujen como leones
El mejor alivio Es el beso tibio Nalga y tazas Que se enlazan Tierna comunión Para esta evacuación De troncos de blanda madera Sin su copa verde entera Nacen inversos, de arriba a abajo Nada por mares y ríos como el tajo Lampreas sin vida Hijas de tu anal herida.
Qué incomodo es el andar Cuando aúlla el mal cagar No hay lugar bueno cerca No viene nadie, estate alerta Dos escondidos matojos No hay por aquí más ojos Presto echas la mercancía Mal augurio ¿Qué te decía? Justo pasa una pareja Te miran con maldad de vieja Lo dejas ahí en el suelo No te quedan pañuelos Acabas acelerado la faena A ver si en casa encuentras tela.
Y como si fuera un cuento Hoy me encuentro Limpio por dentro Toda una pena Que quede sucio por fuera
Músculos tensos Intentan escapar Suspiros inversos ¡Baño! necesito entrar
Apretón salvaje Se eriza el pelaje Relax y salvación Termina la actuación
Sale en fila al descomer Feliz te deja al descender No hay comparable placer Que en tales campos lo pueda vencer
Tan querida como esperada Como incierta su llegada Se hizo carne el despojo Culpa de mis pasados antojos Creía que nunca volverías A pasar por mis estrías A tu eterno retorno A salir de mi horno
Duras, blandas Finas, anchas Oscuras, claras Sin distinción Sin más condición El poder igualador De la defecación
Mate frío Mata en caliente Por el orificio Surtido vehemente No hay papel Que aguante esto Saco hasta hiel Tan descompuesto
Enseña un ayo mugriento la lición a un descuidado niño. Encomiéndasela a la memoria y como potencia vil pásasele y jugando, olvida y en pena de lo que pecó la memoria abre el culo a azotes.
Va un estudiante un madrugón a una viña, vendimia a la mitad de ella, lleva un lagar en el estómago, topa con una fuente, y porque se lo pide el gusto bebe hasta hartarse: pícase la sed y deshácese en cámaras y págalo el ojo del culo.
El otro mesurado o engullidor miserable, por comer de balde llenó tanto el estómago que se ahitó movido del apetito y págalo el culo a puro jeringazos.
Tiene un mal curado enfermo modorra y porque el humor se le ha apoderado de los sentidos y los descuidos que tuvo el poco prevenido médico, lo paga el culo a puro sanguijuelas que lo sajan vivo.
Sábese, según doctrina de muchos filósofos, que el regüeldo es pedo malogrado y que hay algunos tan desdichados que no se les permite llegar al culo, así lo enseña Angulo que no ha acabado de salir por la boca cuando le dicen todos: "¡Vaya a una pocilga!", y cuando sale por el ojo del culo todo es aplaudido y cuando más le dicen cuerno, como otro tenía costumbre de decir cuando uno se peía "¡cuerno! por ahí comas carne y por la boca mierda, y papa te vea la madre que te parió porque te vea más medrado; en las sopas te lo halles como garbanzo, con esa música te entierren, sabañones y mal de gamones, coz de mula gallega, por donde salió el pedo meta el diablo el dedo, la víbora el pico, el puerco el hocico, el toro el cuerno, el león la mano, el cimborrio de El Escorial y la punta de mi caracol te metan amén".
Da el otro extranjero en caballerear, bizarrear y servir a damas y traer mucha bambolla y fausto, falta a los negocios y pierde el crédito y lo que pecaron los miembros genitales lo paga el inocente culo. Pues al punto dicen: "Fulano ya dio de culo".
Va el otro narciso, pisaverde a pie por la calle en tiempo de todos y por más cuidado que pone en las chinas o piedras que están descubiertas para asegurar los pies y andar de guija en guija, resbálase el pie y hace pedazos el pobre culo y de más a más se hace una plasta de todo que le coge de pies a cabeza.
Da el otro pobre a la medianoche en tiempo de invierno una correncia o evacuación de tripas y porque con la priesa que tiene no se acuerda bien hacia donde quedó el brasero o barreño de la lumbre tropieza en él y hace pedazos las piernas y el culo, cobrando con esta desgracia enfermedad para muchos días.
Tan desgraciado es el culo que hasta los animales les muerde el lobo por él y en las monas se ve que porque quieren descansar y sentarse a menudo se llenan el culo de callos y por eso han dado en decir: "Fulano tiene más callos que culo de mona".
Viene el otro picarón a sentir el calor del verano y porque yéndose a rascar la comezón de una ladilla frisona le estorbó el matarla una ho-
rrenda población de pendejos que topa hacia el culo, determina de matarlas con unas tijeras y teniendo las manos torpes y no ver lo que hace ni poder sufrir más el ser puerco abre a tijeretazos el pobre culo.
Viene la otra pobre casada o doncella a descubrir más de lo que fuera menester su natural inclinación de ser puta, tiene celo de ello el galán y causa cuidado al marido y por dar a entender que conocen la fragilidad y imperfección del sujeto, dicen: "de res que se mea el rabo, no hay que fiar".
Dale al otro una apretura en la calle o cógele en la comedia, sale con priesa a buscar dónde desbuchar, y porque no llegó tan presto a las necesarias o le embarazó algún nudo ciego, emplástase o embadúrnase de mierda el pobre culo.
Viene el otro estudiante o platicante de medicina y al ir a ordenar un medicamento a la cocina topa a la criada que se había hecho del ojo, y ella por darle gusto y apagar el fomes de la concupiscencia y titilaciones venéreas, empieza sus cernidillos y bamboleos, diviértese con el gusto y acribilla a golpes el pobre culo de escalón en escalón.
Vienen las Carnestolendas, alégranse las gentes en diferentes festines y por no más de antojo de muchachos o pasatiempo de hombres ociosos pagan los culos de los perros atándoles a la cola mazas diferentes.
Vese el otro pobre condenado toreador de a pie embestido del toro, vuélvese para huir, túrbase o no salen los pies con presteza y por no salir ellos presto desgárrale el toro el pobre culo.
Va una vieja a echar una ayuda a un enfermo, ve poco, no la ha templado bien, encájasela dos dedos del culo, y dale entre las nalgas con ella, escáldale el culo que paga el pobre el descuido de la vieja borracha.
Finalmente, tan desgraciado es el culo que siendo así que todos los miembros del cuerpo se han holgado y huelgan muchas veces, los ojos de la cara gozando de lo hermoso, las narices de los buenos olores, la boca de lo bien sazonado y besando lo que ama, la lengua retozando entre los dientes, deleitándose con el reír, conversar y con ser pródiga y una vez que quiso holgar el pobre culo le quemaron.