RASDRÁS (vol.2)

Page 1


1


2


3

1ª edición; mayo de 2019 Todos los textos son originales de Pablo Lavilla, escritos entre abril de 2016 y enero de 2018, y publicados en Diseño y maquetación; industrias clinamen


4

INTERLUDIO A LA SIESTA DE PAM | 8 BAOBAB | 10 CLINAMEN | 12 JO | 15 SEMIGERSIFLORO GARCÍA | 20 FUGU | 23 PO | 26 MATAR A UN RUIEÑOR | 36 UN VIAJE A LA ÍNSULA DE LOS CINOCÉFALOS | 38 LEMNISCATA | 42


5


¡Pst! ¡eh! ¡ah! ¡oh! ¡hum! ¡ajá! ¡uf! ¡anda! ¡caramba! ¡córcholis! ¡pchs! ¡ay ¡au! ¡uy! ¡eh! ¡ojo! ¡epa! ¡zas!

—RAYMOND QUENEAU 6


7


8

abrí la puerta sin llamar y dejé la mochila junto a la silla de gigante donde fui a sentarme. me gusta esa silla porque no levanta dos palmos del suelo, y uno se siente enorme y formidable cuando se sienta en ella. pero ser más grande no es tan cómodo. yo es que soy curioso ¿no ves que me divierte? me enredé en el tubo vuelta y media y, en un santiamén, yacía tumbado en la cápsula sintética y, desde ahí, pues eso, el plástico y las nubes. pasó una con forma de cirro, sendos estratos sobre el zócalo. un cúmulo que parece un cúmulo, y una tormenta, como esa tormenta bajo tus ojos. abro una página al azar y leo: abro una página. la luna tiritó en su clinamen y me salieron raíces por entre las escápulas. sabe a arena, le diego, sabe a mierdra de mayo y el matojo por los sobacos. sabe a meselo, digo digo; y huele a que me va a doler de nuevo cuando me despierte. fruncí los trastes, esto es, para distraerme. baobab bob junto al farol bob bob y mi garganta gob glob mientras un quelonio hace chum chum y el cinocéfalo hace haha y le gruñe a bob, y le ladra a chum, y le muerde a bang-bang! (es todo un espectáculo). dijo un tal (y tal, tal es) que mi sombra me perseguiría, siempre y cuando hubiera luz. así que me hice fósforo. y me encendí. y ya no sé qué fue después. abrí otro párpado y me escoció la primavera. los ojos como amapolas.


sucedió un día tembloroso, agrietado, arrancando el techo a jirones. ocurrió de manera tan sutil que apenas lo percibí hasta ahora; recién lo escribí. y desde entonces visto las alegres ojeras del que sueña despierto, del que se da por dormido. estiré las piernas y agarré una rama, no muy alta, lo suficiente; y ya ves tú cómo me balanceo, que se me olvida qué hora es. hoy no puedo escribir los versos más alegres, ni retratarte lo abrasadora que es mi lámpara bajo el estático techo, tácito y sempiterno. nunca la quise, ella nunca me quiso. siento que la tengo. pienso que la he perdido. no son los versos más alegres, pero son los primeros que le escribo. busca una constelación con el dedo y ponle el nombre que te apetezca. palpa los muros; son pulpas. lo mono camina del revés; lo que viene nos llega por la nuca. lo que está, lo tenemos en los pies. lo que no está, no estará nunca. serví chai con moloco y piteamos en silencio y videamos las estrellas como quien lee en lengua ajena y se da por enterado. yo no sé. ni vacío, ni enterrado. soy un qué. partido entre el qué de acá y el qué que va a sentarse en la silla de gigante. mirando, desde una cofa alejada e imaginaria, los pliegues de sus dunas, cada recodo, cada duda. sorbí el chai (que me quemé) y volví a empezar. cada recodo, cada duna, cada sílaba de su saliva. el tintineo de las chaschas, el gorjeo de las golondrinas y todas esas pequeñas notas silenciosas que componen la sinfonía de lo absoluto con la última hora de la tarde. entonces recojo la mochila y, ya de pie, me vuelvo a hacer pequeño entre los resquicios. trepo montes y adoquines y cierro la puerta que cierra otro párpado que cierra la noche por la ventana.

9


10

Llegué al apeadero de la praça do Ninho Basura sin muchas esperanzas. Junto a la marquesina, un anciano sostenía un bastón que sostenía un anciano y pensé: “¡Qué bonita paradoja!”. Sin embargo, no me dejé embaucar demasiado por la emoción y me atreví a preguntarle: “¿Aquí se agarra el Q?”, a lo que me respondió: “Efectivamente, estará al caer”. Miramos al cielo y de entre los cirros se nos vino el autocarro encima. Yo me libré por los pelos, gracias a mi sentido del despropósito, pero el viejo, un poco más corto de reflejos, quedó hecho una pegatina por debajo de los neumáticos. Le entregué al chófer unas fichas de cobre y el me devolvió un pellejo de papel perforado. Lo plegué varias veces y le di la figura de un sordo acordeón, lo tiré después, con disimulo, al otro lado del autocarro, y se estrelló sin ruido. Un tipo cualquiera del otro lado del globo, cerca del nudo que mantiene cautivo el πνεῦμα, tal vez se cuestione otras cosas en la vida, por todo aquel asunto de la anomalía trasgravitacional o la octava crisis del caucho en un lustro, pero yo a menudo me rebano la sesadera intentando averiguar el propósito de ser en general y el mío en particular. En si es cierto aquello de que cada cual es un mero mero en un acuario, cuya única responsabilidad es lucir justamente del color que le ha tocado en suerte, sin más agallas que las necesarias para seguir respirando. No puedo evitar pensar estas cosas cuando viajo en el Q y palpo el vidrio de la ventana. Y tal que así, colgando de una manija y mecido por la inercia a cada curva, me imagino que vivimos sumergidos en un líquido y lo hemos olvidado por la triste trampa de la costumbre. Eso mismo que ocurrió con los gobios y de lo que ya nadie habla. Sucedió


algo imprevisto: Aquel tipo en el que no había reparado, el del bigote, estornudó de súbito; y un ojo redondo se le fue a hacer puñetas de su habitóculo y le rebotó en la barbilla, así, colgando como una cereza pálida y enredándosele en el mostacho. Entonces me acordé de mi viejo y loco tío viejo abuelo, que lucía uno semejante, quiero decir el mostacho; tan ocre por la nicotina como gris de la sapiencia. Todos los días tomaba un baño de agua templada y pensaba en sus historias con mucho cuidado de no cultivar malos pensamientos. Solía decir que los malos pensamientos son como los baobabs, que antes de crecer comienzan siendo pequeños. Finalmente, el vejestorio, todavía en la bañera, exclamó para sí algo como “¡Equilicuá!”, y se convirtió en agujero.

11


Escribí un texto que dice esto:

12

Yo estoy en varios sitios al mismo tiempo y puedo demostrarlo. Si me apuran, también podría afirmar que me encuentro, ahora mismo, en diferentes momentos simultáneos. La vi saltando por debajo de la mesa, solamente para darme un abrazo. Un abrazo, a mí, que no soy más que un mero clinamen paralelo a tantos en la Grande Gidouille patacósmica. Y ahora mírame; dando vueltas del revés para volver a ese instante en el que la luna buscó cobijo, avergonzada entre las nubes, llorando por no ser ya más mi musa. A la primera pedalada. A la pérdida de la caracola de Estagira. Desde la última vez han caído cuatro gotas. Me doctoré en Ontología de la Ignorancia y pasé de estar entre comillas a volverme por las ramas. Salió el sol unos cuantos días, entre el frío y el río dando voces. Soñé despierto en duermevela y desde entonces, pues no me quejo. Me creció un baobab en la barriga del pez que hay en la pecera de mi barriga y, al mismo baobab, le salieron monocangrejos en las ranas y tubérculos en las cicatrices y, en el centro del tronco, otra pecera con un pez que es justo, justo, el centro de mi barriga. Así que bien. Conocí conocí a un tipo llamado Congo y que además era albino, que preparaba los mejores solomillos de este lado de ambos ríos. Conocí también a un pseudoenano, que en verdad era un tipo muy bajito, que disponía de un platillo de bronce por sombrero y se pinchaba en los corchos o en el ajo del enemigo; quiero decir que se clavaba como si fuera una chincheta, y así. Iluij,


mientras todo esto sucede en bucles sincrónicos, se deja caer por las ventanas de Ljubljani, conoce conoce a un cinocéfalo al que llaman Okno, con orejas de perro, lomo de perro y ojos de persona, que se da garbeos a media tarde y sólo ladra en esloveno. ‘Pambl se toma una siesta; este asunto lo trataré en el interludio. ¿De qué estábamos hablando? Un tipo entra en un bar y le dice a otro que un tercero le ha hablado de un cuarto que comparte cuarto en un cuarto con la cuarta parte de un antropodólogo, y el otro le contesta que en el curro bien, que sólo le machacan, que no tiene queja. Como iba diciendo: El mundo por los aires y la gente peleándose por ser unos de helio y otros de hidrógeno. ¡Por todos mis globos! ¿Es que no queda ya nadie que se contente oyendo llover? Yo me veo como un plantígrado que evita preguntar qué hora es por si acaso se equivoca. Y tú, tan inmediata. Luego le respondí a mi propio eco que las ideas no se me ocurren, me suceden, y lo único que entonces depende de mí es que, al menos, no se me escurran. Cerveza Apache. Caviar de Lechuga. Cardúmenes de Cetáceos. Miel de Cebra. Queijo de Mapache. Una piedra. Queneau. Que no. Que nada vuelve a empezar porque no ha empezado nunca. Que siempre he estado disfrazado de Sísifo en mochila y que entre el llanto y la carcajada hay un parpadeo porque somos justamente ese mismo parpadeo. Atravesé la puerta de El Terraza. Crucé el umbral del Diapasón. Amanecí en el Sol Naciente. Parsimonia del Noche de Alegría. Gaupasa en el Sándwich Eléctrico. Y por allá que siempre me encontré otra vez con sus ojos. Todo lo que puedo decir, al fin y al cabo, es que tampoco yo entiendo muy bien cómo funciona cualquier cosa. Que si aprietas aquí y sale por allá, al final la palanca es un poco como apostar sobre seguro; y el ponerse a buscar la tuerca que sobra, para apretarla, es jugar a lo inútil y, en consecuencia, necesario. Que a mí no me oirás hablar de espárragos porque, de hecho, no me gustan nada de nada; pero, por lo demás, me cabe un montón de curiosidad entre las pestañas, y de ahí este brillo en sendas córneas. El rubor de la

13


14

esclerótica ya es otra cosa. Fotosíntesis. Yo estoy en varios tiempos al mismo sitio porque tengo unas dendritas de escándalo y una cuerda larga laaarga y joroschó que venía anudada al ombligo que me regalaron cuando llegué y que voy sembrando de pinzas por si sopla el viento demasiado y se me vuela la sombra y el sombrero. Rara avis, cada cual, nadie es un número. Hubo una vez en que uno, Juan, se sintió así de Juan y desde entonces esa vez no ha hecho más que repetirse. Y mientras tanto pasa un pájaro pasa una nube pasa la tarde por la ventana. Y es que hay días amarillos y días que te dejan el pellejo hecho un alfajor. Y sin embargo es siempre el mismo jodido día, Janis dixit, pregúntenle a Phil. Es tirar de la cisterna y que quede el olor, que no por ello es una fatalidad o un monstruo en plan malo. Fíjate, vivo es todo aquello que cambia o crece. Resumiendo: Hubo un topo, más o menos así de grande, tal vez con púas o escamas, que salió de un agujero humeante y se arrastró por el bello guano porque no había nada mejor que hacer; y así hasta ahora, aunque a veces nos salga el aliento del lagarto y nos ofusquemos por sandeces. Aprendamos de la arena, que alcanza hasta dónde y no por grande, sino por compleja. Mo se encaramó a su farola como trepando por una escala invisible y desde arriba saludó a dos dodos imaginarios que jugaban a los dados de verdad y después ejecutó la danza de la panoplia, que consiste, básicamente, en quedarse quieto y no hacer nada. Al fin y al cabo, y como llevo intentando explicar todo el rato, se puede ir a cualquier parte

sin moverse

del sitio.


Ayer no, ayer, ocurrió una cosa. Estaba sentado en un butacón de orejas clavadito al mío, más o menos a las 4:40 a. m., jugando un solitario con los arcanos medianos desperdigados por mi regazo mientras esperaba a que Henri Sauvage volviera con el revólver que me había prometido. Aparte del butacón de orejas y un Porcelana de porcelana a tamaño real, en aquella pieza no había más que una vieja tostadora eléctrica y un montón de Kippel por todas partes. Probé a enchufarla, para comprobar que funcionara, y, al poner en contacto la clavija con el tomacorriente, la tostadora explotó en una nube de esquirlas de baquelita con forma de hongo que me dejó totalmente ileso y, afuera, por la ventana, se oyó un graznido estertóreo y carbonizado seguido del inconfundible aroma de una buena araucana a la parrilla. Me atusé las cejas. Lo sentí por el pájaro, pero no es culpa mía que decidiera apostarse precisamente en ese cable, teniendo todo el cielo para volar, así que agarré mis naipes y me largué de allí. Decidí ahorrarme el revólver y el escándalo y apostar sobre seguro. En casa tenía un espejo de mano semiautomático que sería más que suficiente para neutralizar a Mo y recuperar el regalo de Bubbs. Cualquiera sabe que el punto flaco de todo mimo es enfrentarle a su propio reflejo, vamos, lo saben hasta los paramecios. Además, estaba todo aquel asunto de la jerarquía de necesidades, la pagoda de Brian, cuya base son las sandalias, y según la cual me encontraba soterrado hasta la sien, así descalzo y desarmado.

15


Abandoné el distrito Taraij bajando las escaleras de Lechariot, siete escalones, nada menos, y a cada cual más irregular que el anterior; y seguido me llegué a la plazuela del torcamús, cuya fuente central —y esto no lo sabe casi nadie— está ornamentada con auténticas turquesas turcas de la Anatolia occipital; pero estuve sólo de pasada porque mi casa queda un poco más para allá.

16

Según alcancé las orillas de la calle Lampo, sin reparar siquiera en que la moneda terráquea está constantemente dando vueltas sobre sí misma en el sempiterno cara o cruz patacósmico, sin que nosotros, pobres ingrávidos, apreciemos de algún modo esta apuesta, y limitándonos, someramente, a pulular por ella como una suerte de enjambre diminuto; pues bien, sin tener en cuenta esto último, en la calle Lampo me encontré con Bubbs. Bubbs llevaba años exiliado en las medianas Antillas moldavas por un tema de fuegodoro de estraperlo, eso y una antología de atentados por enaltecimiento de la depravación, unos cuantos capítulos de desorden del orden público, y otros tantos de orden del desorden, que, al parecer, también es público. No veía a Bubbs desde antes de la guerra, y éramos unos críos, como quien dice. El tiempo le cambia a uno, desde luego, y, bueno, así visto, con los dos ojos vagos, y desde lejos, tampoco estoy muy seguro del todo de si realmente se trataba de Bubbs, pero me lo dijo ese cuarto sentido que tenemos las personas de sinapsis dispersa y que acierta tres de cada siete veces en el mejor de los casos. Corrí a su encuentro, pues él tampoco me había reconocido y no iba a ponerse a correr hacia a mí. Y, cuanto más me acercaba, menos se me parecía aquel tipo a la imagen que me había hecho de cómo sería Bubbs al cabo de todo este tiempo. El hombrecillo se me quedó mirando como quien es confundido por otro y yo le dije que él no era Bubbs. —¡Oye tú, tú no eres Bubbs! —le dije.


Entonces, el quídam, que definitivamente no era Bubbs, ni sabía de quién yarboclos le estaba hablando, me enseñó las palmas de sus manos, sin estigma alguno, y se fue calle abajo sin despedirse. Yo le dije: —¡Oye tú, cuidado!

17

Una tanqueta de militsos, salida de la nada, siguió a un terrible estruendo de motor y, por un momento, la instantánea me recordó a aquella película zonguonesa, la de la cabalgata de Tiananmén, pero con un final alternativo en el que el pusilánime es despedazado por los eslabones del dispositivo de tracción Lombard del carro blindado de la milicienta. Me arrojé a un lado de la calle ejercitando un bonito brinco torcaz, del todo improvisado, con el que salí de la trayectoria de la apisonadora portátil y fui a caer en un charco de ayer no, al otro, que resultó estar seco; y, salvo por las uñas de los pies, que me rompí todas, por lo demás, salí de nuevo incólume y hui despavorido.


18

Desfilé por Pachydermes como a quien se le quema el klebo en la tostadora eléctrica y, al torcer a la derecha por la calle del San Adolfo, me topé con el verdadero Bubbs, el legítimo, o al menos su cadáver hecho trizas de igual manera que el de su falso análogo; a orugas del solitario convoy de la muerte —que se llevó por delante a nueve personas y tres marquesinas, para posteriormente dejar docena y media de cuerpos desmembrados repartidos por las calles Lampo, Testudo y Mijlhaus, en la madrugada del cuatro de mierdra del pasado año, víspera de los festejos de San Crodeculo—, reculé espantado como caminando por una luna con superficie de alabastro y, para cuando completé la media vuelta reglamentaria sobre mis talones en el tercer compás, fui a darme de bruces con el viejo Henri Sauvage empuñando un revólver y, claro, me llevé tal susto que reemprendí la fuga por la diagonal, al margen de toda coreografía, y atravesé balaustradas y cordones, catenarias y acequias, sorteé conos y bastones, y terminé metido, no sé cómo, en esa catatonia umami que se nos ocurre a veces y que nos mata de la risa cuando conseguimos olvidarnos de ella. Desde dentro, desde dentro huele a ceniza en Estagira. Los muros se ven grises como un oso pardo en un daguerrotipo y no se oye ningún río, se oye un río. Un caudal continuo de asuntos pendientes y promesas en todas direcciones. Todo es importante, luego, nada lo es. Desde dentro lo sentí así y sentí alivio. Y olvidé a Bubbs. Y me salí. Llegue al Diapasón tarareando el Réquiem de Tannhäuser con una sonrisa andrógina. Guiñé un ojo a Policarpo bajo las torres del momento y él, cómplice del dialecto de signos lundonita, hizo aparecer un pequeño vaso pulverulento y una botella de fuegodoro del Auriga y dejó todo a mi merced.


—Se te ve bien —dijo Poli. —Yo qué sé —mascullé—. Acabo de encontrarme con Bubbs hecho pedazos. —Mal que bien, el tiempo le cambia a uno. —Eso y una Tipo 97 Te-Ke de cinco toneladas. Yo hoy maté un pájaro. —¡Bah, alguien tenía que empezar a hacer algo! —¿Y éstos? Quiero decir, ¿es que no van a venir nunca? —¿A estas horas? Además, supongo que hoy irán a la despedida de Mo; ayer lo encontraron hinchado y muerto, flotando en el Muil. Por cierto, tú no tendrás nada que ver, ¿verdad? —¿Yo? ¡Yarboclos, no! Es decir… tenía intención de asustarlo un poco, tal vez herirlo de gravedad, liquidarlo, acabar con su muda tiranía de una vez por todas… pero de ahí a ubivarlo… —rellené el vaso y lo vacié en mi gorlo de un bocado. —Estupendo. —Imagino que, después de todo, ya no tiene importancia alguna, pero me pregunto qué habrá sido del regalo de Bubbs y qué demonios contenía. —Lo mismo me da. Odio las sorpresas.

19


Semigersifloro García (fig.1) vino al mundo en algún lugar de la recóndita provincia de Batman, al sudeste de Anatolia, una húmeda y ruidosa tarde de febrero, a la edad de cincuenta y cuatro años. Debido a una curiosa enfermedad congénita, Semigersifloro nació carente de piernas de rodilla para abajo, lo que comprende peroné, tibia, tobillo y, por supuesto, también el pie. 20

Cierto día, un forastero llamó a la puerta de Semigersifloro, que por aquel entonces estaba en paro, y se presentó como el Doctor Atrópates, médico investigador armenio, célebre cirujano irrefutable, estudioso del arte protésico, y todo esto con una reverencia fingida y un evidente acento azerbaiyano. Le ofreció a Semigersifloro un novedoso tratamiento de injerto de piernas a un precio de risa, y Semigersifloro, que por aquel entonces no tenía nada que hacer, aceptó encandilado. Practicaron la cirugía esa misma tarde, en la cocina de Semigersifloro. El Doctor Atrópates agarró una botella de esencia de matalahúva y se la embutió a Semigersifloro por el gaznate, dejándolo inconsciente. A continuación, sacó dos piernas de muerto de una neverita portátil y se las cosió a los muñones en un periquete. Después vació el frigorífico y se largó por la campana extractora. Salvo por la resaca, la tez pálida y turquesa de sus nuevas pantorrillas, y a pesar de que ambos pies fueran izquierdos, Semigersifloro consideró que la operación había sido


todo un éxito, y apenas le importó el tono ocre de las uñas, ni los juanetes, ni la peste a seta rancia que desprendía; y salió a celebrarlo dando saltos por las aceras. Un tiempo después, Semigersifloro, que por aquel entonces había encontrado empleo preparando kebabs, se cortó accidentalmente la mano por la mitad, con tan mala fortuna que fue a empapársele la herida de salsa especiada y trazas de cordero. La salsa especiada, en cambio, se empapó de sangre y trazas de dedos, por lo que le despidieron. El Doctor Atrópates no tardó en aparecer con su neverita portátil, esta vez llamó a la puerta. Ofertó a Semigersifloro cuatro dedos nuevecitos y media palma por nada y menos, y Semigersifloro, que por aquel entonces soñaba con tocar el piano, aceptó sin dudarlo. La operación no fue nada bien: El Doctor Atrópates había olvidado la esencia de matalahúva y tuvo que anestesiar a Semigersifloro de un porrazo certero en toda la cocorota, a la altura de la hipófisis, lo que indudablemente asegura un certamen de pesadillas y el consecuente mal despertar. La media mano era de un ahogado con anisakis, que infectó inmediatamente el organismo del pobre Semigersifloro, provocándole gastroenteritis varias, metástasis, síndromes, síntomas, sífilis y demás. Y, al final, el Doctor Atrópates no tuvo más remedio que amputar de ombligo para arriba y apañar el resto, dejando a Semigersifloro hecho un par de piernas con pene, con el cerebro en una nalga y los demás órganos hechos un bulto anatómico en la otra. Con un tercio de la columna vertebral asomando por arriba como una antena ósea y el culo todo lleno de pelo. Un engendro incapaz de valerse por sí mismo, que sobrevive gracias a un medicamento especial, sintetizado por el propio Doctor Atrópates, que le inyectan cada semana con una jeringa en la ingle.

21


Desde entonces, Semigersifloro García imagina que coprotagoniza una serie televisiva de los noventa, con risas enlatadas, en la que interpreta a un bípedo sin tronco, ni brazos, ni cabeza, que habla con pedorretas que únicamente comprende su fiel compañero, Anastasio López; juntos resuelven crímenes conspiranoicos y misterios parapsicológicos en episodios autoconcluyentes. Le gusta el esmalte rojo cereza para las uñas y caminar desnudo por la arena mojada. No le gustan las chinchetas ni la gente que te encuentras por la calle y te saluda despidiéndose.

22


Me desperté con el rascaso de que los peces no saben que habitan un líquido. Son peces, y no se dejan engatusar por meselos ni simplezas. Sin embargo, yo, que me cuento diecinueve dedos y carezco de agallas, me tengo que soportar día sí y al otro también con la imbécil presunción de saberme más listo que el gobio o un atún. La petulancia de los bípedos, lo de siempre: el mono calvo que se señala hacedor de lluvia cuando cae agua del cielo y que en secreto envidia las escamas por verse más brillantes que este cuero desnudo y seco que se arruga con sólo mirarlo. Los peces dominarán la Tierra cuando descubran que están flotando entre basura; y, mientras tanto, se me enfría el café porque me preocupa que mi prosa no es todo lo porosa que yo quisiera. Escúchate: “Mi prosa”. Un pez te diría que glú y, con las mismas, se olvidaría del asunto y se iría nadando en un santiamén. Cantaría entre el coral, sin más. Poco más hay que hacer en el arrecife que comer y evitar que le coman a uno. Eso y el mecerse con la marea. Los bichos de secano también sufren este oscilar, las corrientes, los influjos; yo mismo, que no soy menos, y sin terminar de desayunarme siquiera. Apenas me despabilo y ya me traga el ómnibus y me desplaza, me despedaza, me desubica, me marea. Me pierdo buscando un punto neutral donde posar la vista cuando una treintena de idiotas, casi tan idiotas como yo, se entretienen con lo mismo. Como peces con los auriculares puestos, pero sin aletas ni caudal.

23


Frente a mí, un tipo de tupido bigote, culmina el centésimo tercer pliegue de su boleto y se lo esconde en la manga. De la opuesta se saca un pañuelo y se prepara para un estornudo inaplazable. Coloca el culo hacia atrás en su asiento, hasta el recodo del respaldo, en previsión del inminente retroceso. Clava los talones en el piso del vehículo; es importante mantenerse firme en una situación como ésta. Y, con un delicado gesto, se acerca el pañuelo sujeto entre ambas manos a la cara y se cubre con él una nariz que recuerda a un pepino de mar.

24

Observo expectante desde mi plaza y pienso entonces en si los peces llegan a estornudar en algún momento de sus vidas, por particular que sea. En si las burbujas que de tal acto reflejo resultaran serían también esféricas o, por el contrario, surgirían poliedros o paralelepípedos o algo por el estilo. Yo creo que no estornudan, pero también es verdad que, si acaso, me mojo cuando llueve y poco más. Se dispone a ejecutar el salto. Las aletas de la nariz reculan espasmódicamente y los párpados se debaten entre la ignorancia y el ser testigos. El mostacho se estremece arrastrado por las fosas y el labio inferior busca cobijo bajo el cielo de la boca. Se hace el silencio. Próxima estación: San Lundo. A partir de ahí todo se sucedió en ralentí, como sumergido en agua espesa. Un monzón de saliva y flema erupcionó del rostro del pobre pobre tipo de bigote tupido en todas direcciones, con tal virulencia que uno de sus ojos, seguramente su favorito, fue a saltársele de la órbita con el oblongo estallido de una pompa o una botella al descorcharla, practicando una bonita curva parabólica casi perfecta, para acabar colgando como un péndulo de cuatro sanguinolentos centímetros de nervio óptico palpitante.


Nadie más se percató. El tipo miró a un lado, luego a otro, y, al mismo tiempo, con el ocelo escapista, su regazo salpicado de sangre y legañas. Me imagino que entonces pensaría algo como: ¿Y qué hago ahora? ¿Me habrán visto? ¡Qué vergüenza! ¿Debería ponérmelo de nuevo o mejor lo dejo así? ¡Quién fuera pez y no tuviera que preocuparse por que se le vaya a saltar un ojo en medio del autocarro! Se arrojó de cráneo por la ventana y se alejó corriendo por la perpendicular con el oscilante globo ocular enmarañándosele en los bigotes. Vaya un desastre. No sé qué habría hecho yo. Tal vez, si fuera pez, me lo hubiera comido. Pero así de seco y con estas membranas que dan risa… pues no sé; si fuera pez tampoco me preguntaría nada acerca de ningún líquido. 25


¿Y ahora qué pasa, eh?

26

Es martes. Antes del ocaso. Interlunio en el Diapasón. Policarpo el fructífero está en su puesto, bajo las torres del momento. En su siniestra, si se le mira desde ahí, se aprecia la figura de uno de esos muñecos malencos que venden en la calle, esos pequeños felinecos de hojalata con un resorte dentro que mueven la zarpa adelante y adetrás y que adornamentan las multitiendas del barrio zonguonés y son dorados o calicó, pero éste, el de Policarpo, es negro negro negro como un Bombay. Entonces le da cuerda, grrr grrr grrr, y la malenca máquina no puede evitar hacer lo que hace, esto es la consigna, menear la zarpa adelante y adetrás una y otra y otra vez y Policarpo la cuelga de una alcayata en la pared por el agujero del cogote, que es su sitio desde siempre; invitando a los que lleguen a que pasen o se larguen, porque al final dará lo mismo. Policarpo lee la gasetta: Diluvio de pianos en la estrada Salieri deja decenas de heridos y a la parroquia véneta sin festejos hasta el próximo año. Efectivos del Cuerpo Motorizado de Militsos de San Lundo atropellan fortuitamente a un perturbado caótico neutral, sospechoso de pertenecer a diversas células de grupos patamilitares subversivos, prófugo de la justicia y presumiblemente exiliado en el extranjero desde los atentados del Palacio Marrón, antigua sede de la satrapía de Estagira, en octubre del 27, poniendo fin a años de búsqueda y


pesquisas infructuosas; el jaleo ha sido estándar. La plaza de los jemeres, yo me acuerdo; aún hay quien deja flores de lentisco (o bien las propias de la cornicabra) por sus aceras, y que, con las yemas de los dedos ungidas de pingüe almáciga, dibujan pescuezos de zarafas por los agrietados muros en memoria de los que, coléricos y amarillos, decidieron tumbarse, sin más, frente al opresor y esperar a que todo ardiera. Costumbres de los ahogados. Un artículo médico sobre los placeres y bondades del descerebramiento, todo reventajas tras breve vorágine. Muere un pájaro al día. Alerta lombarda en toda la prefectura por pasajeras brumas de grisú: Extremen precauciones, procuren no respirar, no hagan bromas, chistes, mofas, ni tan siquiera chanzas. Información bursátil: Baja el valor de las acciones, aumentan las especulaciones, y la incertidumbre, por principio y por el momento, se mantiene. Policarpo dice: ¡Mierdra! y el Coro de Dipsodas aparece por la puerta comandados por Furfurfar, que ulula como pidiendo bebidas para todos. Policarpo sirve un surtido de espirituosos y destilados macrobióticos y vuelve a su posición. Coro de Dipsodas: ¡Dame de beber, bestia! ¿No ves que me divierte? Furfurfar: ¡Far furfur! Coro de Dipsodas: ¡Un buen trago sin agua! Policarpo enciende la radio. La garganta partida de Alabama Mongoose: Oú vais tu avec ce fusil? Policarpo piensa para si: Ya no se escriben canciones. Entran Frido y Longaelisa con aires. Frido: ¡Garçon, café! Longaelisa: Para mí un té púrpura con sirope de agave y una hojita de flor de lis y tres tartaletas tostadas; la primera con

27


mermelada de pera, otra acompasada de confitura de níscalo y la última sola, eso, y una copita de Vergamota. Furfurfar: ¡Fur farfar! Coro de Dipsodas: ¡Garçon significa chico! Policarpo agarra un par de tazas con el logotipo del Garbonzo’s y las rellena de Malabirra sin espuma. Voz de Morselo, desde la calle: ¡Fuegodoro! Frido y Longaelisa se escabullen sin despedirse. Ahora entran Guibo y Panmuphle seguidos del resto de Morselo. Se ubican en la barra, frente a Policarpo, y éste reparte vasos. Ante Morselo, largo y con dientes de vejestorio, deja una botella de El Auriga. 28

Guibo, flácido y rubicundo: A mí sácame el vidrio de Jäbberwocky. Tengo un pálpito obscuro de que se nos viene encima el Galimatazo. A Furfurfar le entra hipo. Panmuphle, algarrobo y fabáceo, sujetándose el trasero: Yo tomaré una Poderosa bien fresca, pero primero voy a usar el retrete para dejarme de abstracciones y pasar a lo concreto. Policarpo dispone la comanda. Panmuphle se da de bruces contra la puerta del lavabo y desde el otro lado se perciben los acordes de El Chorro Musical. Voz de Quídam, desde el baño: ¡Ocupado! Panmuphle: ¿En serio? ¿Todavía? Furfurfar: ¡Furthur! Coro de Dipsodas: ¡Di, amante falso! ¿Por qué me has abandonado?


Guibo saca del bolsillo de su pelliza un pequeño canario ocre a medio desplumar y se lo ofrece a Policarpo con gesto amable. Ambos llevan las cejas alzadas, pero cada cual a su manera. Guibo: Toma, este es para ti, aún respira. Es por aquello que han dicho del grisú. Cuando se te agote me avisas, que tengo más. Siempre llevo un puñado encima, por Tutatix. Policarpo agarra el pájaro y lo posa en su hombro. El ave parece de mentira, pero es cierto que respira, aunque no se mueva apenas. Y ahí se queda. Morselo: ¿Y Pepe? Guibo: Temo que lleve tiempo planeando un elogio a Dino Valenti. Morselo: Esas cosas no se planean, se importunan. Panmuphle: Yo me tengo que ir. Furfurfar: Fur. Policarpo limpia la barra de giste y babazas. Policarpo mira el reloj, averiado de hacer tiempo. Policarpo mira la atmósfera sólo con la esclerótica, anillada, y se detiene en el bailoteo de los belfos de los parroquianos, con miasmas en las comisuras, y son mudos porque no dicen nada y porque Alabama Mongoose rasga sus cuerdas vocales con el volumen al diecisiete y los bajos levantados y dice algo así como: J’ai entendu dire que tu avais tué ta nana. Policarpo mira el maneki neko de la pared y piensa en Olivia, mucho antes de la Guerra de los Boletus, cuando aún se tenía pelo en la cabeza y se podía cruzar la calle sin mirar. Policarpo piensa en las níveas nogas de ella, en sus delicados alcores y en sus hoyuelos de Olivia; en el rubor de sus mejillas y su risa cuando solicitaba un ruso blanco sin vodka ni Kahlúa. Policarpo piensa en sus ojos verdes ojos

29


azules ojos grises. Policarpo deja de pensar y el felineco de hojalata sigue agitando la zarpa en el Diapasón. O’mbl, fumando Calumet: Si la quieres, déjala ir. De todas formas, ella nunca será tuya. Coro de Dipsodas: ¡Y nunca he visto antes a nadie del todo como tú! ¿Y ahora qué pasa, eh?

30

Sobrenoche. Interlunio en el Diapasón. Panmuphle aparece de regreso en el umbral con un paquete al lomo y lo deposita sin cuidado en el rincón. Alabama Mongoose ahora toca la trompeta y suena joroschó como una cornamusa en la melodía de Moje ulubione rzeczy pero a contrapelo. Morselo comienza a apreciar la semivacuidad de la oropelada botella de El Auriga como una suerte de metáfora náufraga y, entre tanto, Guibo mastica un ajo en salmuera con los pálidos glasos y las muelas beige y los labios sucios del acre Jäbberwocky negro como brea. De fondo, sutilísimo, El Chorro Musical. Policarpo frota un vaso bajo las torres del momento. El canario no se mueve, pero parece que sigue respirando. Entonces Morselo levanta su copa de fuegodoro. Morselo: ¡Por Mo! Coro de Dipsodas: ¡Mi mimo Mo! Todos beben. Morselo: ¡Por Bubbs! Coro de Dipsodas: ¡Que Ubú lo guarde en su panza! Furfurfar: ¡Furfur farfar! Y vuelven a beber.


Un viejo púlsar, allá en el dilatado Caosmos sideral, intercala una semifusa de silencio estático entre cada intervalo postlogarítmico de radiación electromagnética, instaurando una irregularidad antagónica apenas perceptible, pero, de algún modo, relevante y por supuesto predispuesta a. Por eso, o por cualquier otro motivo, más acá, tras la barra del Diapasón, bajo las torres del momento, Policarpo siente un repentino escalocalor trepándole la rabadilla y, sin darle más vueltas, acciona la nopca del ventilador del techo. Algún algo se revuelve en el paquete del rincón entonces, pero nadie repara en ello porque Alabama Mongoose se está tomando un descanso con un atoragaznates de burbón sin yelo y, en su lugar, la radio emite los armónicos quejidos de Sarah Tustra y esto ocupa la atención de la parroquia. Timbales tam tam tam y Guibo se lleva la sábana a la sien murmurando paridas. Morselo: Yo estudié en la Real Escuela de Calafates de Porto Chancro, os lo juro, y, hacedme caso papanatas, ahí sí que te enseñaban a tapar agujeros, ¿entendéis? Coro de Dipsodas: ¡Que ni marinero, ni patrón! ¡Que desde siempre manda el mar! Morselo: Y, claro, uno hace lo que sabe hacer uno, sin más pretensiones, y acaba por contrabandear con carne al bucán, paté de mapache de estraperlo y demás mercaderías, sepulturero al nocto y expoliador de día, sin saber que detrás de mis zapatos tenía todo un medio destacamento al completo de cardenales armados hasta las encías, con arcabuces y todo; un desastre.

31


Furfurfar: ¡Fara fur! Guibo: El muerto, al fin y al cabo, sí que vivió su vida por entero. Morselo: Desde luego, lo último que esperaba encontrarme en las playas de Nueva Chisináu era a la jodida Inquisición española... Ensamble de viento latón de la Orchestra Sin Fónica de Spamalot, en el local contiguo: ¡****! Irrumpe en el Diapasón la Inquisición española. Alguacil: ¡Nadie espera encontrarse a la Inquisición española! 32

Policarpo: ¡Mierdra! El reparto por entero cae presa del pánico y trata de huir, corriendo en círculos. Alguacil: ¡Nuestras armas principales son la sorpresa y el miedo! Ahora resulta que aparece Frido. Frido: ¡Garçon, café! Uno de los inquisidores, adoptando la postura forma-A38 de los soldaditos de plástico sinople, dispara su arcabuz y la golová de Frido se disemina en lonticos de mosco y plescos de crobo y grumo gris por todas las perpendiculares en rededor, manchando también el suelo. Alguacil, inquisitivo: ¿Quién lo mató? ¿Acaso fuistes tú, pedazo de palotín? Palotín: Fuis yo, su eminencia.


Alguacil: ¡Pues ni se te ocurra volver a hacerlo! Furfurfar: ¡Fur farafar! ¡Fur furufur! Coro de Dipsodas: ¡Por allí resopla! A Guibo se le afila el viso de las córneas y el Coro de Dipsodas acueructa un do bemol de gorlo que hace vibrar las torres del momento y entonces, Panmuphle, como gobernado por unos hilos improbables anudados a las escápulas, ejercita un espasmo ecleptiléptico y tactactaconea el suelo tres veces con la vieja osamenta del carnero. ¿Eh? De súbito, un terrible estruendo, y el paquete del rincón se abre impregnando la atmósfera de una fragancia fétida y putrefacta. Emerge de su interior un mono papión, conocido como Bosse-de-Nage, menos cino que hidrocéfalo y menos inteligente, mitad palafrén, mitad burdégano, y mitad bogavante cimarrón, en edad ya adulta y con sed de venganza. Bosse-de-Nage: ¡Ha ha! Morselo: ¿A quién yarboclos se le ocurre meter a esa cosa en una caja sin agujeros? Coro de Dipsodas: ¡Feísimo, feísimo! Guibo: ¿Y os habéis fijado en el calibre de ese gonopodio? Furfurfar: ¡Far farafurfarfar! Morselo: ¿Cómo dices? Furfurfar: ¡Far, far far furfur! Fur farfarfur farafu, farafú, farafufu. Far farfur fur farafarfur far furufarafu ¿Fur farafar? Far fur far. Furufufu fara fa fu fu furu fa fufara y por eso la cortina de la ducha ha de ir siempre por dentro de la bañadera.

33


Policarpo dice para sí: ¡Mierdra y más mierdra! ¡Otra vez no! Y un rebuzno atroz cruza el Diapasón arrugando los cristales. La Inquisición Española es devorada en cuestión de segundos por el voraz cinocéfalo, quedando no más que el deslucido recuerdo y un grotesco charco de heces sanguinolentas junto al cadáver decapitado y exquisito de Frido. El Coro de Dipsodas de dispersa entre la multitud y Morselo y Guibo saltan tras la barra para ocultarse. La radio remite en bucle cien pulsos sucesivos del primer cuásar que se inventó, y el semicanario de Policarpo entra en estado de reposo. Ni rastro de Panmuphle, pero O’Mbl fuma Calumet. O’Mbl: No seas tú mismo.

34

Las torres del momento observan la escena, impávidas, y es que, debido a falta de presupuesto por lo elevado del caché de Longaelisa, el último acto se representará en las imaginaciones particulares de los lectores, con la humilde y desinteresada asistencia de las anotaciones de quien esto relata; que dicen así: Mierdcoles. Esa hora en la que tarde se hace pronto. Bosse-de-Nage está en la pista de baile, acechando feroz. Furfurfar lleva una pantalla de lámpara en la quijotera camuflado entre el mobiliario, como de atrezo, de incógnito. La radio está apagada, sin embargo, fluye el Chorro Musical, tácito y sempiterno. Guibo y Morselo, se aferran como fetos a las pantorrillas de Policarpo, que blande su escoba preparándose para el ataque del cinocéfalo. Entonces Bosse-de-Nage se abalanza contra ellos y Policarpo lo rechaza con un swing transversal del todo improvisado que impacta de lleno en el poblado entrecejo del papión, afectando también a Panmuphle en el mismo punto. Bosse-de-Nage se resiente unos instantes y se arroja de nuevo con los colmillos en las fauces. Esta vez Policarpo falla, acertando por el contrario al malenco felineco, y Bosse-de-Nage se cobra su pieza, ese pájaro, y lo engulle de un bocado.


Guibo: ¡No! ¡Ese era mi favorito! Bosse-de-Nage: ¡Ha ha! Por la puerta asoma Bo, con ojos rojos y joroschó y un halo de marijuana por el gorlo hasta la golová. Bo: ¿Que si quiero o que si tengo? Policarpo aprovecha la distracción para propinarle un puntapié al cinocéfalo en el mismísimo epicentro de su espantoso y tautológico trasero, de tal magnitud que éste sale despedido por los aires para acabar hecho lonchas, rodajas y lonticos, aspeado por el ventilador del techo y, definitivamente, muriendo para siempre. ¿Y ahora? Policarpo barre ante sí, sin mirar al suelo. No hay nadie en el Diapasón. Tras el rasdrás, silencio. Policarpo no piensa en nada. No piensa en los glasos de Olivia, ni en los pedazos del malenco felineco. No piensa en Pepe, ni tampoco en Mo, ni en Bubbs, ni en lo poco que le gustan las sorpresas. Po no piensa tampoco en ningún pájaro. Policarpo no piensa, ni mucho menos reflexiona; Reflexionar es para los espejos, y Policarpo no es nada de eso. Policarpo barre ante sí, sin mirar al suelo y se dice: ¡Qué yarboclos! Y ayer será otro día.

35


36

hoy maté a un pájaro. se posó en mi ventana con delicadeza y lo liquidé de un disparo. mato pájaros cuando me salen raíces de la cabeza y se me enredan en las pestañas; entonces lo veo todo como pasado por un papel de lija y me da por matar pájaros. mato toda clase de pájaros y no me importa si me piden por favor que no les haga daño; yo los mato. los mato como se mata a un pájaro: sin avisar. mato pájaros hasta con las persianas echadas, incluso mientas devoro un sándwich de pavo. maté un pájaro el mismo día en que nací, apretándole el pescuezo, y desde entonces es lo que hago: matar pájaros. a otros les da por el golf, yo mato pájaros. algunas, sin embargo, veces me tomo unas vacaciones y me cebo con los insectos, pero, en general, me gusta que el cadáver al menos haya tenido plumas y me aburro rápido de aniquilar hormigas. lo suyo es matar pájaros. el otro día estaba en la cola del estanco y se me coló una señora que ni siquiera fumaba! aquel día acabé con diecisiete pájaros, diecisiete, y ninguno fue paloma. apenas unos días más tarde, esa misma semana, mi novia me la pegó con un estudiante de turismo (!), y tuve que desfogarme con todo un cardumen de golondrinas para no acabar destrozando mi propio cráneo contra el espejo del retrete. y es que yo o mato un pájaro, o más vale que me disparen en el pecho, por lo que pueda pasar. fíjate si soy matapájaros, que los huevos del desayuno los tiro a la freidora con la gallina alrededor y todo. imagínate hasta que punto soy matapájaros, que un día se me olvidó matar un pájaro


y me levanté a la mañana siguiente sin cejas y con las uñas de los pies todas llenas de pelo. si no mato un pájaro me ahogo, me chafo, me desheredo. ponme un pájaro y lo reviento. dame un pingüino y lo lanzaré por los aires con un bate o una palanca. ponme en su lugar un pelicano bien hermoso, y le embutiré un saco de calcetines por el gaznate para que se le atragante. a los flamencos les hago un nudo y ese avestruz me lo cargo de un hachazo. halcones, cuervos, cernícalos y gavilanes: reducidos a cenizas y a olor a napalm por la mañana. las águilas, los buitres y los milanos, lo mismo, y a las cigüeñas de un tortazo. guardo un dron del ejército para ese kiwi de las antípodas y, para el resto de aves de corral, todo un barril de estramonio para mezclar con el alpiste. el semicanario de po se lo dejo al cinocéfalo, pero me quedo con los gorriones y las urracas, y, por supuesto, me reservo las lechuzas para cuando ya no quede nada más. más vale pájaro muerto que cualquier otra cosa. lo único que me gusta más que matar pájaros, es rematarlos en el suelo. no son tan elegantes cuando se estrellan formando un cráter y las alas adoptan ángulos obtusos y sus cráneos se parten contra las rocas y dejan ver entre sus grietas los palpitantes lóbulos de un cerebro que trata de comprender lo que está pasando, todo esto entre espasmos y contracciones terribles. entonces llego yo, y remato al pájaro. y así es como consigo dormir tranquilo por las noches. mata el cuerpo y adiós cabeza. pues lo mismo pasa con los pájaros. recuerdan aquella película de hitchcock, de sir alfred joseph, del viejo al? pues me quedé loco cuando se descubre que anthony perkins es su propia madre, y de ahí me viene la manía de ducharme sin la cortina dejando el baño completamente anegado. Que te de juego me dices; pues a mí ponme unos nuggets de pollo.

37


Me froté los párpados hasta no ver más que un lucero refulgente y multicolor que centelleaba con el viejo zumbido chumchum indoloro entre el entrecejo. Se me derramó la noche entonces y, en esas, se observa todo como con un no-ojo desde el cenit. 38

—¿Quién se ha muerto ahora? —masculló Abulio. —El bueno de Panmuphle; así, sin más —respondió un quídam cualquiera. —Tan molodo... —¿Qué le vas a hacer? Así funciona esto; espero que ahora visite sitios más interesantes. —Eso sí. Soñé desierto a la deriva. Dormí despierto con la marea del cemento en plano arrobado. Me vi como el que se ve que mengua. Cambió el viento al cabo de un rato, y fui a despertarme con los dedos llenos de arena, los ojos como hornos huecos en el fuego y un sabor como a óbolo o a dupondio bajo la lengua. En la mano un membrillo dorado y piloso que debía regalar a quien yo más quisiera y en la mano raíces de cydonia, una amapola; la duda eterna como muelas del juicio.


—Recuerdo una vez —recordó un quídam cualquiera—, seguro que ya te lo habré contado, que cogimos un racimo de musa paradisiaca y nos quedamos con la gidouille mirando las nubes deslizarse por sendas escleróticas. Pan se vio envejecer en un segundo y al otro ya se trataba de un cráneo desnudo, no más. Y al tercero resultó ser un dodo de catorce kilos, después una cuchara, un lémur, un tambor, mero cúmulo, y así. —Era un tipo curioso. Ahí estaba. Desde fuera. Como un sórdido dios en la costa lúgubre. Por debajo, una larga barba desciende sucia y despeinada. Una mano que me agarra, una mano que me sostiene. Ahí estaba. Desde dentro. Como un ovillo descosido y enredado. Por encima, una negra e infinita noche se eleva infinita y negra hasta su mirada. Y luego, después, cuando miré, ya no estaba. Entre dientes, decisiones. Elegir es nuestra suerte puñetera y yo estoy paralizado de hueso para arriba y por abajo estoy descalzo. El barquero fue a dejarme en la ínsula de los cinocéfalos y desde entonces visto un viso canino en las pupilas y el cinismo cinético esdrújulo de todos los años. Regresé a mi orilla transitando por el fondo, donde todo cuanto pisas es un charco. Tras tropecientos tropiezos y traspiés, atravesé el transparente transcurrir del río, triste, transpuesto, hecho trizas. —¡Oye tú, cabeza de perro! —oí que exclamaba un quídam cualquiera— ¡Levanta de ahí! —Deja que duerma un poco —dijo Abulio—; se le ve contento con esa baba. —Ahora estoy con vosotros —dijo Panmuphle—, que aún no decidí a quién le regalo este membrillo.

39


—¿Eso es todo? —No; escuchad aún. Amanecí con pies de quelonio y el estómago de un galápago preguntándome por la vertical y palpitando como el viejo parénklesis que nos mata de risa. A mi izquierda, así de cerca, una de mimbre y hecha a mano de las que a mí tanto me gustan. A mi derecha, un poco más allá, una hecha a mano toda de mimbre como aquella que soñé. Con la una me tiemblan las rodillas y con la otra el vértigo lo tengo aquí.

Prefiero no decir nada. —¿Sigues vivo? 40

—Acércame el taburete. Apreté el puño hasta empalidecer y aplasté el membrillo contra el fondo de la acera. —Ya parece que refresca. Me oprime el límpido triángulo en el brazo. Rechinan mis coronas como el viejo chirrido de pizarra y cal. —¿Un poco de agua? Es del grifo. —Me apetece más un cigarro. —Y ni tan mal.

Con este cráneo de cemento y toda esta arena hasta las ramas lo único que de verdad deseo es dormir.


Aparté los caracoles hasta enmudecer y arrojé los restos lejos, bien lejos. Elijo sus ojos, los profundos; elijo lo recóndito y sencillo del sosegado silencio neumático. Dije: Elijo el pliegue de su mejilla, la esbelta línea de su espalda, cada una de las oblongas volutas de calma y tranquilidad que emana. La espiral en su sonrisa; quisiera no necesitarla. —Huele a purpúrea mañana. —¿Sabes? Algún día, todo esto será campo.

41


42

En esta época del año, las pareidolias reverdecen y estiran sus ancas al nadir, lo cual es un espectáculo, y yo aprovecho para darme paseos anónimos con mi vieja pipa Dr. Plumb y mis katiuskas color burdeos, intentando no pisar los romanescus en flor que brotan a ambos lados de estos senderos. Paseo como un gato embotado y sin sombrero en la cabeza. Paseo como un pantocrátor desdibujado y mohíno, con los calcetines de distintas cromalidades por encima de estas destartaladas alpargatas bizantinas. Paseo sin mirar nada en concreto y, como ya dije, anónimo del todo; pues no dediqué tiempo a soñar en las agrietadas y últimas estaciones, y, con esas, lo que pasa es que se me olvida mi nombre y mi rostro y hasta mi talla de copa y jarra, y entonces sólo se me ocurre inventarme lo que sea o, en cambio, verme culpablo frente al espejo, que me señala. Yo en mi casa no tengo ningún pájaro enjaulado, pero sí que tengo ciento, mil, miento, volando. Volando alrededor y van y vienen, cuando quieren, acá, acullá, y ellos mismos se procuran su alimento y su cobijo. Me brindan la compañía de sus trinos y yo, a cambio, les doy miedo. Por eso luzco esta aureola obscura de dios del limo. Porque soy de veras un dios del limo, aunque sea sólo para aquellos pájaros. Tal vez sólo sea un vago. Y de tales lodos esta barba. Conque farfullo y continúo con mi paseo anónimo, así en zigzag; para que el camino resulte más largo.


En un cruce de carreteras fui a encontrarme con mi sombra. Después de tanto tiempo, apenas nos reconocimos. Le pregunté por mi eco, pues le perdí la pista en el segundo volumen, y me contestó con mímica que tampoco él me echaba de menos, me echaba de menos. Así que nos dimos la mano con un ademán de falso desdén y cada cual siguió su camino. Una situación torpe e incómoda, ya que ambos fuimos a tomar la misma dirección; pero sólo hasta caer la noche. Esa noche no dormí; me tumbé panza arriba entre los romanescus y conté estrellas en el cielo negro: Ninguna. Por la mañana encendí la pipa Dr. Plumb y me sacudí la escarcha de las pestañas. Solté una vaharada de humo gris sin toser, y después ejercité unos cuantos aros de vapor gris mostaza humedecido. Por último, exhalé una cascada ascendente de gas violáceo de la boca a la nariz. Volqué la pipa Dr. Plumb, y dejé que las brasas se consumieran en el suelo. —Cómo has cambiado —recalcó un charco que había cerca y que yo no había visto nunca. —No es que yo haya cambiado —repliqué—, es tu mirada la que no lo hizo. Y es cierto; yo no conocía de nada a ese charco, ni jamás lo había visto antes, pero desde luego que pude reconocer esa mirada mate. La misma mirada mate de siempre. Al fondo, se adivinaba una torre; pero no era más que la cofa de una balandra que naufragó hará cosa de un mes en la bahía y que, nadie sabe cómo ni con qué propósito, continuó su travesía tierra adentro sumergida por el fango, entre piedras y pantanos, para ir a dar justamente a ese punto del horizonte, al fondo, casi lejos. Pero si bien es cierto que un buen día nos morimos, también lo es que los demás días no. Después se hizo de noche.

43


Esa noche no dormí; me tumbé panza arriba entre los romanescus y calculé cuántas caras tiene la luna: Una. A continuación, sucedió un estruendo y un temblor sacudió la tierra y parte de esos cirros que no se alejan, y me levanté de súbito y malhumorado. Una grieta se abrió en el fondo de un charco (pero no el charco de antes, sino otro charco distinto, aunque bien parecido), y el charco se derramó a las profundidades practicando una espiral y la grieta siguió avanzando y me atravesó por el meridiano, dejándome hecho dos feas mitades; la una, medio deshecha, y aquella otra, a medio hacer. Por la mañana encendí la pipa Dr. Plumb y me organicé de nuevo. Esto es recomponerme, aunque con lo izquierdo al derecho y lo derecho al revés. 44

Esta vez fue a hablarme una rama aguada que se había quebrado bajo el peso de mis hígados. —Anda y lárgate de aquí —me dijo la muy—, llevas dos noches aplastándome con tus orinocos. Y yo fui a responderle “Tú te lo pierdes”, pero en su lugar pensé: “Tú te lo vas a perder”. Entonces me mordió. Aquí, en la pierna. Y me fui con la tibia tibia y un escozor inasumible. El mismo escozor mate e inasumible de siempre. Y me tropecé con uno de esos bucles de los que sólo te salva un lunes. Pero no hay lunes en esta época del año. En esta época del año las pareidolias reverdecen y estiran sus ancas al nadir y yo deambulo nadie y amarillo y luzco un eclipse en la chimenea como un dios del limo, que tampoco es que sea un demonio, pero que, desde luego, es poco santo.


Y esa noche no dormí. Tampoco hice más preguntas. Saqué mi vieja pipa Dr. Plumb y observé las cenizas y las manchas de hollín de mis katiuskas color burdeos. Después, una tormenta apagada y en silencio. A continuación, vino a hablarme a mí un suéter sin adulterar, pero en un dialecto extravagante y, por ende, no supe qué discutir, y me callé. Yo sólo quiero protestar, y que nunca más amanezca. Tal vez no sea más que un brécol. Perseguí el sol un rato más, o una Era básica, y tan pronto se ocultó tras la cofa de aquella balandra, allá, casi cerca, fue a despuntar por mi nuca, a mis espaldas, y volví a encontrarme con mi sombra. Apenas me reconoció, pero me preguntó que cómo estaba. Entonces fue cuando encendí de nuevo mi vieja pipa Dr. Plumb y, con una vaharada de humo mate, le dije: Infinito.

45


46


47


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.