Cuaderno relatos miedo 2016

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Cuadernos de biblioteca

Relatos para PASARLO DE MIEDO 8



Relatos para PASARLO DE MIEDO 7


Cuadernos de Relatos nº 21 Colección dirigida por Javier Aznar Aznar Con la colaboración de la profesora Gloria García

PRIMERA EDICIÓN, 2016 Ediciones de la Biblioteca Departamento de Edición Maquetación: Mª Pilar López Pérez IES Goya Avd. Goya, 45 50006 ZARAGOZA


Caroline Pablo Tello, 1º D - ESO

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ra una fría mañana en Jadesville, después de una noche en la que la

luna había brillado intensamente. Caroline se despertó tumbada en la húmeda hierba del jardín del colegio donde residía interna. Se levantó y alzó sus ojos al frente en busca de sus amigos y compañeros. Al no ver a nadie, se dirigió hacia la puerta de la residencia. Avanzó por el pasillo hacia las habitaciones y sólo oía el ruido de sus zapatos sobre las baldosas (tac, tac, tac…). Miró al suelo y se dio cuenta de que iba descalza. Al llegar a las habitaciones tampoco vio a nadie, solo una gran llave colocada en la cerradura. Tenía su nombre grabado. Volvió a bajar las escaleras y, al final del pasillo, vio la figura de una profesora y volvió a escuchar de nuevo el sonido de los zapatos golpeando en las baldosas. Llegó a la altura de la profesora y le preguntó: – ¿Dónde están todos? No veo a nadie. – No te preocupes —contestó la maestra–. Dame la mano, que yo te llevaré. Caroline le dio la mano y la notó muy fría, y le dijo: – ¿Por qué tienes la mano tan fría? La maestra le contestó: “Estoy muerta, como tú.”

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Silencio Carla Littardi Burriel, 1º D – ESO

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unes

Me sentía como flotando, mi cuerpo pesaba, no podía moverme, sentía que no estaba ahí, no conseguía interactuar con los objetos, ni con las personas. Hablaba, veía, escuchaba… sin saber dónde estaba. ¡Era una sensación horrible! Martes ¡Qué cerca están las paredes! Grito y grito, pero nadie me oye. Mi voz se debilita, mis párpados se caen. Ya no floto, estoy en una posición más cómoda, pero encerrada. No sé dónde estoy, pero ¡no es donde querría estar! Miércoles Oigo gente cerca. ¿Cerca?, ¿o encima? No estoy segura… Mucha gente, sollozos, ruidos, sonidos más lejanos como de campanas. No hay luz, solo oscuridad y voces. Jueves ¡Olor! Olor a flores, agradable, a rosas, claveles y gladiolos, cercano… penetrante. Olor a colores que no puedo ver, olor a tierra húmeda, cercana, sentida… Viernes Silencio. ¡Silencio! Un tenebroso silencio ocupa el espacio. Silencio en mis oídos, silencio en mi vista, silencio en el aroma. ¡Ahora ya lo sé! Por fin puedo descansar en paz.

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Sonámbula Laura Gracia Alevesque, 2º B-ESO

M

e encontraba en una fría sala de un hospital psiquiátrico. En la misma sala y a mi lado, estaba una niña de mi misma edad –13 años– con la mirada pérdida y la tez muy pálida. Cada día intentaba relacionarme de alguna manera con ella pero su mente parecía que estaba a miles de kilómetros de allí. Yo intentaba hacer una vida lo más normal posible con ayuda de los medicamentos que, cada cierto tiempo, nos daban; podía leer, jugar a las cartas, salir por el jardín, etc., pero mi supuesta amiga no se inmutaba por nada, siempre estaba con la vista perdida. Una noche, cuando las dos estábamos acostadas, vi cómo Lucía –que así se llamaba– se levantó y se puso a andar por el frío y desierto pasillo, descalza, con los ojos en blanco, la mente perdida y los brazos hacia el frente intentando coger algo. Yo me asusté y la seguí. Vi cómo entraba en una de las habitaciones, oí un chillido desgarrador a la vez que Lucía salía toda manchada de sangre. Se trasladó a nuestra habitación, se quitó el camisón manchado, lo quemó en el baño y lo tiró por el wc, se puso otro y se tumbó en la cama como si nada hubiese sucedido. Al día siguiente, todo transcurrió con la mayor normalidad. Nadie dijo nada de lo que había ocurrido la noche anterior y que yo había presenciado. No sabía qué era lo que pasaba, pero tenía que averiguarlo, aunque estaba aterrorizada de todo lo que estaba sucediendo y de lo que solamente yo era sabedora. Todos los días me ponía enfrente de Lucía, la miraba, pero ella no daba ninguna señal de corresponderme con su mirada, hasta que en una ocasión me agarró de la mano e intentó contarme algo… pero no le salió palabra alguna por sus labios. Cada noche me costaba muchísimo dormirme. Las pastillas tardaban en hacer su efecto y yo no perdía detalle mirando a mi compañera de habitación, la cual gemía de dolor. Estaba aterrorizada por la escena que días antes había presenciado en la habitación de al lado y que temía volver a ver.

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Cuando, por fin, pude lograr saber lo que sucedía: El médico del hospital nos examinó y vio que Lucía estaba llena de cortes por todo su esquelético cuerpo. Se los producía ella misma cada noche, deambulando por el hospital, sonámbula y produciéndose ese dolor tan horrible en sueños. Se propinaba esas heridas como prueba de castigo por haber asesinado a sus padres a cuchilladas la noche de… HALLOWEEN

¿Juegas? (Eva Genovés)

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Pinceladas en la noche Sara Veras Bazán, 2ºB-ESO

A

quella noche de invierno, rodeada de una ligera bruma, fue realmente inspiradora para Marisa, que se encontraba de cara a su amplio ventanal de su sala de estar tratando de plasmar con sus pinceles el cielo que inundaba de oscuridad el pequeño pueblo en el que vivía. Satisfecha con el resultado, se fuea la cama después de un día agotador. A la mañana siguiente Marisa se levantó y, de camino a la cocina, se detuvo en la sala de estar a contemplar el cuadro a medio pintar de la noche pasada. Se acercó y lo observó detenidamente. Se fijó en las pequeñas viviendas desprendiendo luz a través de las ventanas, situadas en un valle representado con colores oscuros, pero con salpicaduras de tonos brillantes allí donde se reflejaba la luz de las casas. De pronto, algo llamó su atención: una de las casitas al fondo del valle se hallaba envuelta en llamas. Marisa retrocedió bruscamente con expresión de pánico; ella no había pintado eso. Confusa, achinó los ojos acercándose al lienzo de nuevo, buscando en su memoria el momento en que sus pinceles habían trazado esa escena. Una sensación de calor y sudor frío recorrió su espalda. Echó un vistazo al reloj, era tarde y todavía tenía que desayunar antes de ir a trabajar. Se dirigió a la cocina, preparó tostadas y un café. Mientras lo tomaba sus manos temblaban fruto de la agitación de antes. Después se vistió y se fue a la oficina de correos donde trabajaba. Con el rostro todavía pálido, intentó evadirse del tema del cuadro y concentrarse en el trabajo. Hoy precisamente no tenía muchos clientes que atender, algo inusual, ya que, al ser la única oficina de correos del pueblo, siempre había tarea. Percibió la ausencia de su compañera Ana. Se extrañó. Hora y media más tarde la vio entrar por la puerta; por fin llega -pensó Marisa-. Ana se disculpó ante el jefe y le explicó lo sucedido. Contó que la casa de la familia Rodríguez se había incendiado y se había quedado a ayudar. En ese momento la imagen de la casa envuelta en llamas del cuadro volvió a la mente de Marisa. El jefe se fijó en la cara de estremecimiento de su empleada y supuso que estaría enferma, por lo que le recomendó que se fuera a casa. Durante el camino de vuelta, Marisa decidió pasar por la casa de los Rodrí-

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guez. Por un momento se quedó totalmente paralizada ante aquella vivienda hecha cenizas. Observó a los bomberos que aún frecuentaban la zona, y Marisa preguntó a uno de ellos si los Rodríguez se encontraban dentro de la casa durante el incendio. El bombero respondió que sí pero milagrosamente sólo habían sufrido algunas quemaduras de primer grado y ninguno estaba gravemente herido. Ya por la tarde, Marisa llegó a casa hambrienta. Se cambió de ropa y, antes de ir a la cocina, entró en la sala de estar. Cogió el lienzo del atril, lo miró durante unos segundos y lo tiró a la basura. Pensó que lo del incendio habría sido una coincidencia y ni siquiera intentó darse una explicación razonable por lo añadido en el cuadro. Al día siguiente Marisa despertó tarde y relajada. Libraba en el trabajo y le apeteció perder la mañana leyendo. Entró al salón por un libro cuando el corazón le dio un vuelco y se notó terriblemente mareada: el cuadro que tiró la pasada noche volvía a estar en el atril. Fue a servirse un vaso de agua y se sentó unos minutos. Con la respiración entrecortada, intentaba dar respuesta a todo aquello que le estaba pasando. Era real, pero más bien parecía un mal sueño. Cuando se sintió preparada, se encaminó de nuevo hacia el lienzo con el pulso acelerado, fue sumando pasos lentamente hasta situarse de cara al cuadro. Movió la mirada intuitivamente buscando algo, no sabía muy bien qué, pero sin pensarlo demasiado cogió el lienzo y, alterada como estaba, lo trasladó a la habitación donde solía guardar las modestas obras de arte en las que trabajaba en sus ratos de ocio. Lo colocó en el suelo apoyado en la pared y, antes de que pudiera erguirse, se percató del lago que había pintado en la esquina inferior derecha… Asomaban dos bracitos de lo que parecía un niño a medio sumergir. Acercó más el lienzo a sus ojos, unos ojos ya agrandados por el miedo, y el detalle se le presentó con toda su crudeza: parecía un niño en apuros, con una expresión en su rostro de angustia mientras, quizá, agitaba los brazos. Una vez más, ella no recordaba haber pintado eso. Marisa sintió una horrible falta de aire y salió a la calle. Empezó a caminar sin un destino concreto, observando como nunca había hecho cada detalle del paisaje que la rodeaba. Por un momento consiguió que desapareciera todo de su mente, pero cuando llegó al lago todo volvió. Se acercó a la orilla y se sentó. A esas horas, el sol hacía brillar de una forma espectacular al lago y cegaba de una manera que era imposible ver más allá de donde estaba sentada ella. A la vuelta, Marisa pensó en visitar a sus padres, que no vivían muy lejos

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de allí. Pasó un rato con ellos hablando de temas irrelevantes y se despidió con un beso. Cuando ya se iba, su madre recibió una llamada. Al colgar el teléfono, empezó a llorar y les comunicó a su marido y a Marisa lo ocurrido. Un niño del pueblo de tan solo diez años acababa de morir ahogado mientras jugaba con sus amigos en el lago. El niño se llamaba Tomás, pero todo el mundo le llamaba Tommy por el afecto que le tenían. Marisa no pudo formular palabra, estaba totalmente paralizada recordando el momento en el que había estado en el lago y cuando intentaba mirar el horizonte pero el sol no la dejaba. Se formuló una pregunta: ¿acaso mientras ella estaba allí, Tommy se estaba ahogando? Las semanas posteriores fueron confusas, el pueblo estuvo revuelto y los ánimos apagados. Un mes después, todo el mundo seguía consternado por la muerte de aquel inocente niño y Marisa no volvió a presenciar sucesos extraños en su casa. Así fue como decidió volver a pintar como lo hacía antes. Esta vez pintó un autorretrato. La noche en que lo terminó la casa estaba helada, miró el termostato y supuso que no funcionaba porque, por mucho que subiera la temperatura, la casa seguía igual de gélida. Se fue a la cama y, a pesar del frío, se durmió enseguida. Se despertó de madrugada sedienta. Cuando llegó a la sala de estar se detuvo, algo le llamó la atención, se acercó a su autorretrato y se fijó en que había una línea hecha con pintura roja en su cuello. Atónita y con una mueca de horror en el rostro, tocó la pintura. Estaba fresca, como si lo acabaran de pintar.

Sobrevive (Inés Bernal) 9


Lo que se esconde dentro de ti Clara Clemente Marcuello, 2ºB-ESO

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o podía respirar. Sentía una presión abrumadora sobre mi pecho, aplastando mis costillas contra mis pulmones dificultando mi respiración. Me sentía débil y magullada. No podía ver nada. Todo era oscuridad. Ni la más mínima partícula de luz traspasaba la que era mi prisión. Parecía abandonada a mi suerte sin ese ángel que supuestamente nos protege de los tormentos y de las crueldades humanas. Me había dado la espalda dejándome sola con un destino doloroso y despiadado. El dolor era cada vez más intenso. Apenas me quedaban fuerzas para abrir los párpados, tampoco sabía cuándo iba a ser la última vez que lo haría. Ya había perdido la cuenta de los días que llevaba ahí y no tenía forma de saberlo. Mis esperanzas de salir de aquel lugar en el que me encontraba iban menguando, al igual que mis energías, lo cual me hacía preguntarme cuánto tiempo más aguantaría en mi agonizante cautiverio. Cada cierto tiempo, no sabría decir cuánto, se colaba por una rendija una bandeja de metal con un trozo de pan y un poco de agua con tierra. Al principio me negaba a comer y a beber, pero cuando mis fuerzas empezaron a flaquear, no dudé ni un segundo en comer eso que se convirtió en un manjar exquisito. La puerta se abrió de golpe, con un ruido ensordecedor. El carcelero entró junto con un chico de más o menos mi edad. Lo empujó y cayó sobre mí, aplastándome. No pude evitar soltar un quejido lastimero. El hombre, que tenía una gran espalda y brazos musculosos, me cogió del pelo haciendo que levantase la cara y le mirase directamente a los ojos. – ¡No te quejes, desagradecida! –gritó el hombre que nos custodiaba cual perro–. ¡No te das cuenta de la suerte que tienes de seguir viva! ¡Si fuese por mí, ya estarías muerta! Yo seguía sin hablar. Le había reconocido. No lo podía creer. Aquel hombre que antes era desconocido para mí resultaba ser aquel al que yo recordaba con gran cariño, aquel que me acompañaba en las noches de tormenta, aquel que empujaba mi columpio, aquel que me miraba con cariño… Y de todo eso solo quedaba odio y desprecio. Me había mirado como si fuese una asquerosa cucaracha a la que desearía aplastar y disfrutar de cómo la vida se escapa de

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sus ojos. Seguramente estaría llorando si me quedasen lágrimas. Tantas noches lloré que no las puedo ni contar. Dentro de mí ya no existía aquella chica de ojos brillantes llenos de vida a la que todo le fascinaba: desde un insecto hasta las obras de un nuevo edificio. Todos esos recuerdos se habían ido evaporando conforme el tiempo transcurría, lento pero seguro a su paso. – ¿Vas a seguir sin hablar? –vociferó el gran hombre–. ¡Estúpida! Me lanzó contra la pared. En el momento en que hice contacto con ella, me pareció oír un crujido que me dejó muda de espanto. El dolor fue inmenso e indescriptible. El hombre al que creí conocer se acercó a mí envuelto en un aura de enfado e ira y me dio una bofetada que cruzó todo mi rostro. – ¡Para! –chilló el otro chico–. ¡No le hagas daño! El hombre se giró y le dirigió una mirada que haría que se te helara la sangre del miedo. – ¡Cómo osas dirigirte a mí, estúpido? Se acercó y le dio un puñetazo limpio en toda la cara. Creo que le rompió la nariz. Cuando se apartó, pude ver la sangre que le cubría el rostro. – Espero que hayáis aprendido la lección, mocosos. Se fue dejando un ambiente incómodo. Se escuchó el portazo de salida y el sonido de la cerradura al cerrarse el mecanismo. – ¿Estás bien? –me preguntó el chico. – He estado peor –contesté yo. Mi voz sonaba pastosa y seca, como si no hubiese hablado durante mucho tiempo, que en el fondo era la triste verdad. En su cara se reflejó un sentimiento de estupefacción mezclada con lástima. Debió de pensar en lo que tuve que sufrir para que las lágrimas no surcaran mi rostro y aún conservase la conciencia. – Me llamo Mark. Se notaba que aquel chico quería conversar, seguramente para tranquilizarse y asegurarse de que iba a estar bien, pero eso era lo que menos me apetecía a mí. Acababa de descubrir quién era mi secuestrador y maltratador, necesitaba reflexionar sobre eso. No estaba dispuesta a compartir estos pensamientos ni emociones después de tanto tiempo. En lo único que podía pensar era en el motivo de mi sumisión. Cuando el chico se iba a dar por vencido susurré: – Me llamo Lía. 11


Eso le cogió por sorpresa. Pensaba que no iba a contestar. Ingenuo. Se quedó mirándome fijamente, como si fuese un fantasma, pero su boca no emitió sonido alguno. Me giré para observarlo mejor. Llevaba una camiseta azul y unos pantalones anchos de color negro. Tenía unos pómulos afilados y una quijada marcada. Sus ojos eran negros y su cabello era rubio platino. Era una extraña combinación. Su tez era pálida, seguramente como la mía, pero la suya parecía sana, mientras que la mía, enfermiza. Nuestras miradas se cruzaron. Negro y azul. De repente sentí cómo una oleada de recuerdos invadía mi mente. Era yo de pequeña. Iba junto a un niño de la mano. – ¡Vamos, Mark! –gritaba yo llena de felicidad. – ¡Lía! ¡Espérame! Estábamos en un parque lleno de niños como nosotros. Corríamos entre la multitud esquivando a los adultos. No pude evitar envidiar mi sonrisa, que hacía tanto tiempo que no me visitaba. Estaba maravillada con los recuerdos. Todos eran felices. Todos, de Mark y yo. Hasta que un recuerdo tomó un tono sombrío. – Tenemos que irnos, Emma. No podemos quedarnos aquí y que descubra quién es –decía un hombre encapuchado a mi madre. Volvimos a la realidad a la vez. Nos miramos y nos arrastramos por el suelo para llegar al otro y nos abrazamos. Y lloré. Lloré como hacía días o meses que no lloraba. Todas las lágrimas caían y mojaban a Mark pero parecía no importarle. Nos quedamos así mucho tiempo, sin separarnos el uno del otro. Podía sentir cómo sus hombros se sacudían en un suave llanto silencioso y nos quedamos dormidos. Pasaron horas, tal vez, no lo sé con exactitud. La puerta se abrió de nuevo. – Chico, levanta y ven –dijo una potente voz masculina, pero no era la de la otra vez. Mark obedeció. Se separó de mí lentamente y susurró en mi oído: – Te estaré esperando. Se fue de allí, dedicándome una última mirada de tristeza y compasión. Estaba confusa, no entendía por qué se lo llevaban a él si yo llevaba más tiempo. Se cerró la puerta dejándome en la oscuridad sola, otra vez. Pero noté algo distinto. Había luz. Se colaba por la cerradura. Lentamente me acerqué y miré por el agujero. Lo que vi me congeló. Mark estaba siendo apuntado por una pistola. Iba a gritar pero el sonido del disparo llegó antes que mi grito. 12


– ¡No! ¡No! –chillaba sin cesar. No sabía en qué momento habían empezado a aparecer las lágrimas pero yo no me esforzaba en retenerlas. Sentía una ola de ira por todo mi cuerpo. Todo lo que había guardado durante todo este tiempo, todo lo que sufrí, literalmente salió de mí como una descarga eléctrica de altísima potencia. No era consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Había abierto la puerta y dejé que el ser vengativo que vivía en mi interior se expandiese y tomase el control de mi cuerpo. Guiada por la sed de venganza, lanzaba rayos de energía sin cesar, arrebatando la vida de todo aquel que se cruzase en mi camino, hasta que vi mi objetivo. Cruzamos las miradas y una vez más el odio se apoderó de mí: – Adiós, padre. Su mirada mostraba sorpresa y miedo. Apunté hacia su pecho y lancé uno de mis rayos. No tuvo oportunidad de evitarlo, me encargué de ello. Cayó como peso muerto mientras se dibujaba una sonrisa de satisfacción en mi cara. Por un momento, tras todo este tiempo, me sentí feliz. Sentí cómo el cansancio se apoderaba de mí y decidí cerrar los ojos y no volverlos a abrir. Así, tal vez me volvía a encontrar con Mark.

Tensión (Michael Orozco) 13


Canto de sirenas María Piñol Martínez, 2º B - ESO.

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ra una hermosa mañana del mes de julio. Los pájaros cantaban para despertar a la pequeña familia Evans, que vivía en un pueblecito alejado del ruido de la ciudad de Brístol. Estaba formada por una mujer viuda, su hijo de 7 años y una hija póstuma a punto de nacer. Desde la muerte del padre en un terrible naufragio, rondaba la tristeza y la soledad. El pequeño Ethan Evans pasaba las noches en vela escuchando a su madre llorar. Como cada mañana, Catherine y su hijo fueron a dejar velas y flores al cementerio junto a la tumba del difunto señor Evans, pero aquella mañana no fue como las demás. En el camino de vuelta se encontraron a una peculiar familia por la parcela donde se situaba su hogar, lo que no les gustó nada. Al verlos, de repente una fina lluvia los envolvió. Madre e hijo miraron sincronizados al cielo y no encontraron ni rastro de nubes. Cuando se dieron cuenta, la familia ya entraba en la mitad derecha de su casa pareada, que no se habitaba desde hacía muchos años. No supieron por qué, pero, al cerrar la puerta tras ellos, se hizo un incómodo silencio. Esa extraña familia eran los Blake y estaba formada por cinco miembros: el matrimonio, Chad y Madison, y sus tres hijas. Nada más instalarse los Blake, empezó a sonar una siniestra melodía que penetraba en los oídos de Catherine y Ethan Evans, y les producía una insólita sensación de descontrol y malestar. Durante el día apenas era un susurro que se disipaba entre los ruidos de la vida cotidiana; pero, cuando el sol descansaba, esa música se convertía en un envolvente y manipulador sonido. Habían pasado dos meses desde la mudanza de los Blake, cuando el 16 de septiembre nació Julie Evans, y se incrementó la preocupación de la madre. Ella había justificado su desazón por los nervios del embarazo, pero cuando tuvo a su hija en brazos, sintió cómo esa sonrisa iluminaba su casa y su vida, borrando la pena y el duelo por la ausencia de su marido y fue cuando supo con certeza que algo sobrenatural había en aquella música. Un día por fin se armó de valor y, a la puesta del sol, Catherine fue a ver a sus vecinos, pero solo se encontró con Madison, la madre, que la invitó a pasar. Catherine le preguntó si en su casa se oía aquella desagradable melodía. Madison le sonrió y le dijo que era el canto de sus hijas y su marido mientras jugaban. En ese momento, la melodía que sonaba incesante en la casa se empezó a oír más alto y esto hizo que Catherine sintiese el irresistible impulso de dirigirse hacia el lugar de donde procedía. Fingió sentirse indispuesta, pidió a Madison ir al baño y ésta le indicó el camino. 14


Ella creía que éste sería idéntico al de su casa y que estaría en la segunda planta y en la tercera puerta, pero cuando llegó vio otra puerta oscura al fondo de una habitación vacía, de donde procedía esa melodía infernal. Catherine tenía tanta curiosidad que no se lo pensó dos veces y entró. Desde allí oyó cómo sonaba el estridente timbre de la puerta principal de la casa. Nadie fue a abrir y, aun así, la puerta se abrió y como una exhalación entró corriendo Ethan llevando en brazos a Julie, quien emitía un llanto aterrador. La madre les advirtió gritando que no entraran, que huyeran y pidieran ayuda, pero ya era tarde: estaban atrapados por la melodía, que obligaba a sus pies a avanzar hacia el centro de la siniestra habitación. Un tanque inmenso de agua turbia dominaba la estancia y dentro nadaban unos seres excepcionales, eran sirenas. Los tres se quedaron paralizados delante del tanque, hipnotizados por la escena. En ese momento entró en la habitación Madison Blake. Catherine y Ethan se volvieron hacia ella descubriendo una sonrisa en sus labios que les hizo estremecer. Justo entonces los seres del tanque salieron del agua convirtiéndose en los otros cuatro componentes de la familia Blake. Éstos empezaron a susurrar la melodía de tal manera que Catherine y su hijo, con su hermanita en brazos, se quedaron paralizados. El círculo se cerraba alrededor de ellos y de la boca de las sirenas comenzaron a salir lenguas viperinas y dientes como sables. Los Blake estaban dispuestos a darse un festín con sus nuevos vecinos. Catherine abrazó a sus hijos justo en el mismo momento en que Madison se abalanzaba sobre ella. Notó un golpe seco en la cabeza y se vio arrastrada por el suelo hacia el tanque de agua. Oía los gritos de Ethan, pero no oía a Julie… En ese preciso momento se hizo el silencio en la habitación. Los Blake retrocedieron hacia atrás al ver a Julie, que estaba tumbada en el suelo cubierta con una pequeña manta y volvía a emitir el llanto agudo y poderoso. La niña comenzó a llorar emitiendo un sonido con una frecuencia tan aguda que hizo retroceder de golpe a las sirenas hacia el tanque. Al percatarse de esta reacción, Catherine corrió hacia la puerta cogiendo a sus hijos y salió corriendo de la casa. Una vez en la calle, se dio cuenta de que la solución no era huir y que, por el bien de sus hijos, tenía que terminar con los Blake. Decide volver a la casa y subir de nuevo a la habitación del tanque. Lleva en brazos a Julie, que sigue llorando. Al abrir la puerta, encuentra la sala vacía. Se acerca al borde del tanque y ve a la familia dando vueltas como peces de forma enloquecida. Los llantos de Julie suben de volumen y Catherine ve cómo sus vecinos se van alejando en la profundidad del tanque como si no tuviera fondo hasta desaparecer por completo. La madre cae de rodillas en el borde del tanque. Se siente sin fuerzas pero tiene las suficientes para sujetar entre sus brazos a Julie. Se mira en el 15


reflejo del agua junto a su hija, que descansa relajada la cabeza sobre el hombro. Catherine decide mudarse al centro de Brístol y allí consigue rehacer su vida y dejar a un lado todo lo sucedido. Pasó el tiempo y una tarde lluviosa de otoño llegó el día en que la pequeña Julie pronunció sus primeras palabras, que no eran otras sino “canto de sirenas”.

Escapa (Natalia Marzal) 16


Más allá del espejo Lola López Muñoz, 2ºB-ESO

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ra una tarde de octubre de las más lluviosas de Birmingham. El señor Thompson volvía del trabajo para reunirse con su mujer y sus pequeños hijos, de 6 y 7 años. Al llegar a casa, Jack se encontró a Scarlett y Connor, sus hijos, poniendo la mesa mientras su mujer preparaba la cena. Cuando todo estuvo listo, se dispusieron a cenar, pero el teléfono sonó y Jack rápidamente lo cogió. Su expresión se volvió totalmente lúgubre: contó a su familia que la abuelita Thompson había muerto tras un repentino infarto mientras dormía. Al día siguiente, la familia viajó al pueblo donde había vivido la madre de Jack, a las afueras de la ciudad de Birmingham. Tras realizar los trámites correspondientes, dieron sepultura a la abuela. Unos días después del funeral, un abogado les leía el testamento de la señora Thompson: les dejaba su casa, una casa demasiado antigua, que a los niños no les resultó nada acogedora, situada en el extraño pueblecito casi abandonado en el que solo vivían ancianos. La familia enseguida se mudó allí, ya que solo quedaba a cuarenta minutos de su antigua casa. Mientras Jack iba a la ciudad para organizar la mudanza, Rebecca y los niños se quedaron en el pequeño pueblo y salieron a dar un paseo. De camino se cruzaron con una pareja joven que parecía muy amable, pero que a los niños les hizo estremecer. La pareja los invitó a cenar el domingo para darles la bienvenida y la señora Thompson aceptó encantada. Al llegar el domingo, se prepararon los cuatro y se presentaron en la casa de los vecinos, que quedaba bastante cerca de la suya. Cuando llegaron, fueron recibidos amablemente y pasaron una velada muy agradable. Mientras los adultos tomaban el postre, los anfitriones dijeron a los niños que tenían un regalo y que lo encontrarían delante del espejo del pasillo que conducía al baño. Scarlett y Connor, tras pedir permiso a sus padres, fueron por la sorpresa que efectivamente estaba delante del espejo. Scarlett, que a pesar de ser la más pequeña era muy observadora, se fijó en que el espejo tenía algo peculiar, pero no le dio importancia y se dispuso a abrir su regalo como lo estaba haciendo su hermano. Antes de acabar de abrirlos, los niños escucharon un ruido y automáticamente se giraron hacia el espejo, el cual, en vez de reflejarlos a ellos como segundos antes, había pasado a reflejar a una pareja muy parecida a la que habitaba esa casa, sólo que 17


do a reflejar a una pareja muy parecida a la que habitaba esa casa, sólo que con los rostros sombríos, los huesos torcidos, la piel desgarrada y las cuencas de los ojos vacías. Connor y Scarlett se asustaron mucho, pues ellos creían que criaturas como esas solo existían en los cuentos que les contaban sus padres la noche de Halloween. Los hermanos se levantaron y, sin terminar de abrir los paquetes, corrieron a la sala en la que habían cenado para contárselo todo a sus padres. Pero, al llegar a la sala, no había ni rastro de sus padres. Lo único que vieron fue un enorme espejo en una de las paredes, que –Scarlett estaba segura– no estaba allí antes, mientras cenaban. Y las sonrisas amables de la pareja anfitriona poco a poco se iban convirtiendo en expresiones sin vida, igual que las de la pareja del espejo. Los niños, con tanto miedo que no podían parar de temblar, se dieron las manos y Connor, como hermano mayor, se dispuso a hablar, rezando para que no se le notase en la voz el miedo que tenía por él y por su hermana. Con una voz susurrante que ni siquiera él reconoció como propia, preguntó a la extraña pareja dónde estaban sus padres. Lo único que obtuvo como respuesta fue un silencio incómodo que, aunque duró aproximadamente medio minuto, a los pequeños se les hizo eterno. De pronto, de la nada, cuando menos se lo esperaban, la pareja comenzó a avanzar lentamente hacia ellos mientras Scarlett y Connor iban retrocediendo. En un abrir y cerrar de ojos, los dos hermanos cayeron al suelo inconscientes con las manos todavía entrelazadas. Cuando se despertaron, un fuerte dolor de cabeza les invadió y, como si de una película a cámara rápida se tratase, comenzaron a ver imágenes de lo sucedido la noche anterior antes de desmayarse. Tras un largo lapso de tiempo soportando ese horrible dolor de cabeza, se levantaron lentamente para descubrir que no se encontraban en el suelo de la sala o en su cama, como a ellos les hubiera gustado y que todo hubiera sido un sueño, sino que se encontraban en la parte opuesta del espejo que ellos habían visto en el pasillo. Los dos niños, ansiosos por salir y recuperar a sus padres y sus vidas normales, empezaron a golpear con todas sus fuerzas el espejo, pero no consiguieron nada salvo agotarse. En el preciso instante en el que Scarlett y Connor aceptaban que su vida se había acabado y que iban a morir allí solos, con la única compañía del otro, se dieron cuenta de que no estaban solos… No eran los únicos que habían sido atrapados dentro del espejo…

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15, 14, 13… Celia Pardos Núñez 3º B - ESO

(15, 14, 13…) - ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no consigo recordar nada? (12, 11, 10…) - ¿Me estoy moviendo? Sí, definitivamente. Esta diminuta estancia se mueve. Estoy descendiendo. Pero no se para, ¿por qué no se para? ¡Socorro, auxilio! ¡Que alguien me ayude! (9, 8, 7…) - ¿Eso es una puerta? Sí, pero no se abre. ¡Socorro! ¡Socorro! (6, 5, 4…) - ¿Quién es usted? ¡Sí, usted, anciano! ¿Cuánto tiempo lleva ahí? ¡Deje de imitarme! ¿Acaso le parece divertido burlarse de mí? (3, 2, 1, 0.) -¡Me he detenido! ¡Las puertas se están abriendo! ¡Aleluya, estoy salvado! ¡Eh, tú, niño! ¿Sabes tú qué ha pasado? ¿Qué es esto? - Tranquilo, abuelo, no pasa nada, es solo el ascensor. Venga, despacio, volvamos a casa. Ya has tenido suficientes aventuras por hoy.

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Luces y gritos

H

Marta Belenguer González, 3º B - ESO

ay personas que se creen lo que sucede en las películas: que existen los chicos perfectos, que podemos vivir aventuras fantásticas, o que tienes un monstruo debajo de tu cama cuando ves una película de miedo. Yo soy una persona que, hasta que no lo veo o no me lo demuestran, no me creo nada. Pero la noche del 31 de octubre me sucedió algo. Después de ese día ya no sé qué pensar… Aquel 31 de octubre, una noche como cualquier otra, era la noche de Halloween. Mis amigas y yo hacía tiempo que ni nos disfrazábamos ni íbamos de casa en casa para pedir chuches. Tampoco me apetecía mucho. Lo que realmente me apetecía era que vinieran a casa a dormir, cenar juntas unas pizzas charlando y, sobre todo, ver una peli de terror. Así que les propuse el plan a ver qué les parecía. A las 19:00 de aquel 31 de octubre, tenía en mi casa a Claudia y a Marina, mis queridas amigas de la infancia. Estuvimos recordando aquellos tiempos de disfraces en Halloween y la vergüenza que pasábamos pidiendo chuches por las casas… ¡qué tiempos! Pedimos unas pizzas y a las 22:00 en punto empezó la sesión de cine de terror: Luces y gritos. Fueron dos horas de gritos, de taparnos las caras con los cojines, de apretarnos las manos aterradas… pero allí estábamos, juntas las tres y, en el fondo, disfrutando de una velada como hacía tiempo. Estábamos agotadas cuando terminó. Debió de ser tanta la tensión acumulada, que nos fuimos directamente a la cama. Llevaríamos tres horas durmiendo cuando me desperté sedienta. Fui a la cocina por un vaso de agua. Justo antes de entrar, me quedé mirando estupefacta el espejo que había en el vestíbulo. Mostraba la imagen de una niña vestida con un camisón blanco que le llegaba a los pies. Se me quedó unos minutos mirando, me parecieron una eternidad. Volví corriendo a la cama muerta de miedo y olvidándome de toda la sed que tenía. Lo único que me preguntaba y quería saber era si esa niña que había visto era real. Me acosté temblando en la cama y al tumbarme noté algo en la espalda: era un papel. No sé muy bien qué se me pasó por la cabeza pero recordé que por la mañana había estado estudiando unos apuntes de Biología tumbada en la cama. Podía ser alguna hoja que se me hubiese quedado traspapelada…, así que la saqué de debajo de mi espalda y encendí la luz para cerciorarme. Tuve que frotarme los ojos y empecé a temblar de nuevo cuando lo leí:

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“HOLA, AMIGA”. Asombrada, asustada, desperté a Marina y a Claudia para contarles lo que estaba pasando. Al principio no se lo creyeron, me dijeron que solo había sido una pesadilla, pero cuando les enseñé la hoja se quedaron bastante preocupadas. Estuvimos despiertas un rato, pero el silencio hizo que nos volviéramos a quedar dormidas. De repente, unos gritos que venían del salón me despertaron. Fui hacia la puerta de la habitación y pude ver unas luces de color rojo que provenían de allí. Sin encender la luz desperté de nuevo a Marina y a Claudia. Pudieron ver el resplandor y, como por acto reflejo, se taparon con las sábanas la cabeza. Me temblaban las piernas pero intenté que no se notara aparentando controlar la situación. Algo o alguien nos estaba intentando asustar, quería que sintiéramos miedo. Me armé de valor y no sé de dónde saqué fuerzas para ir hacia la puerta de la habitación. Marina y Claudia no hacían más que gritarme que no fuese, que me quedase allí con ellas pero yo abrí. No había nadie. La luz roja había desaparecido. Encendí la luz y, justo cuando me volví para decir a mis amigas que no había nadie, una voz, que no supe de donde venía me susurró: “GRACIAS POR DEJARME ENTRAR, AMIGA”. Su voz era escalofriante y gélida como el hielo. Me asusté muchísimo y empecé a gritar como una loca. Corrí hacia mis amigas y me metí con ellas en la cama. La puerta de la habitación se había quedado abierta pero yo no me atrevía a poner un pie en el suelo y mis amigas tampoco. La puerta se cerró sola dando un gran portazo. Mis amigas y yo comenzamos a gritar y a llorar desconsoladamente. Me percaté de que nadie nos oiría ni vendría a socorrernos, estábamos solas en el vecindario. Asomé mi cabeza por las sábanas y vi unas huellas de color negro dirigirse hacia nosotras, hacia la cama donde estábamos. Sin dejar de gritar, les contaba a mis amigas lo que estaba pasando. Pero de pronto me callé, las huellas habían llegado ya a los pies de la cama. Y Marina y Claudia, al escuchar mi silencio, se unieron a él en espera de lo próximo que pudiera pasar. Las luces empezaron a parpadear y al instante se apagaron por completo. Allí estábamos las tres, bajo una sabana, muertas de miedo. Volví a escuchar la misma voz gélida de antes. Ahora, Marina y Claudia también la escucharon: “NUNCA DEBERÍAIS HABERME DEJADO ENTRAR”. Aquella cosa nos arrancó la sábana, nuestro único refugio, y me cogió por el pie intentando sacarme de la habitación. Mis amigas me intentaron sujetar fuerte pero aquel ser de manos huesudas tenía demasiada fuerza. Pensé que era mi fin, que hasta aquí había llegado todo. Un destello de luz se filtró por la ventana, parecía que ya se había hecho de día. Noté cómo la fuerza de aquella cosa iba disminuyendo hasta que finalmente me soltó. Volví corriendo con mis amigas y las tres nos calza-

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mos, cogimos nuestros abrigos y salimos de mi casa, que se había convertido en un infierno. No puedo explicar lo que ocurrió aquella noche, no puedo explicar lo que vi, no creo que pueda explicar nada de lo que pasó. Lo único cierto es que los hechos que os acabo de narrar son muy parecidos a los que sucedieron en Luces y Gritos. No entiendo por qué aquella cosa quería hacerme daño a mí o llevarme consigo. Lo único que sé es que aquella noche fue la peor de toda mi vida y que, gracias a que todo acabó al amanecer del Día de Todos los Santos, sigo aquí sintiendo, cada vez que cuento esta historia, un espeluznante escalofrío que me recorre toda la espalda.

Sangre (Lydia Vela) 22


La venganza del hombre de la máscara Rebeca Suñén Serrano, 3ºB - ESO

U

na oscura tarde de Halloween comenzaba. Los niños esperaban impacientes la llegada de la noche. Las casas se preparaban para recibir pequeños monstruos y los niños elegían indecisos de qué monstruo se iban a disfrazar. Llegada la noche, los barrios se llenaban de fantasmas, brujas, diablos y otros terroríficos personajes. El barrio de Old House, llamado así por poseer una casa supuestamente encantada y abandonada, tenía la fama de ser el barrio más terrorífico de la ciudad de Oldtown en la noche de Halloween. En él vivía un grupo de cuatro amigos a los que les encantaba Halloween. Pedro, Marcos, Ángela y Lucía estaban listos para hacer truco o trato. Cuando ya habían recorrido todo el barrio, querían todavía más chuches. Siempre habían querido saber qué se encontraba en el interior de la “Old House”, pero la entrada estaba prohibida. Este era el primer año que iban solos, así que decidieron saltarse la norma. Sigilosamente se deslizaron de una casa a otra. Pedro, que era el más valiente, llamó a la puerta pero nadie contestó. Llamaron una segunda vez, esta vez fue Marcos el encargado, nadie respondió. Cuando Ángela estaba a punto de intentarlo por tercera vez, se abrió una trampilla en el suelo y los cuatro amigos cayeron. Pasados cinco minutos aún no habían tocado tierra. Lucía consiguió encender una de las linternas que llevaban y enfocó hacia abajo, pero solo vio una oscuridad que no acababa nunca. Luego enfocó las paredes y comprobó que estaban húmedas y ásperas. Al fondo divisó, a unos cien metros, una superficie que impedía seguir cayendo. Estaban en una especie de sótano lleno de trampas para osos. Como no podían subir por donde habían bajado, decidieron atravesar la sala en busca de una salida. Encontraron una puerta que daba a unas escaleras. Tras diez minutos de subida, llegaron a una planta en la que había dos puertas. Primero abrieron la de la derecha. Tras ella vieron un montón de redes y jaulas pero no tenía otra salida; así que abrieron la puerta de la izquierda y entraron en un enorme laboratorio en el que alguien, no hacía mucho tiempo, había estado haciendo experimentos. Al fondo del laboratorio había otra sala separada por una cortina. Detrás de ella encontraron una sala con una hilera de ordenadores. Cada pantalla mostraba una habitación de la casa. Los amigos dedujeron que era la sala de vigilancia y que allí vivía alguien 23


puesto que había cámaras. De repente oyeron un portazo proveniente del laboratorio. Los amigos lograron esconderse a tiempo debajo de un sofá que había al fondo de la sala. A los diez segundos un personaje con capa negra, que los chicos no lograron identificar, irrumpió en la sala diciendo muy enfadado: “¡He buscado por toda la casa y aún no he encontrado a esos gusanos!”. Los chicos supieron entonces que ese misterioso personaje sabía de su presencia y que no pararía hasta encontrarlos. Lo oyeron decir: “Si encuentran mi arma letal, no podré vengarme.” Y salió de la sala. Cuando los chicos oyeron la puerta del laboratorio cerrarse, abandonaron su escondite muy sorprendidos: un siniestro personaje habitaba la casa y por alguna razón quería vengarse de algo. Ahora tendrían que andar con mucho cuidado si no querían ser descubiertos. Los chicos salieron del laboratorio y siguieron subiendo. Parecía que las escaleras no acababan nunca. Tras seiscientos cincuenta escalones se encontraron una puerta, que era la única dirección que podían elegir. La abrieron. Estaban en una especie de hall en el que había cinco puertas. La del medio tenía dibujada una calavera, por debajo salía humo y de vez en cuando un gran resplandor. Escucharon una siniestra carcajada proveniente del interior de la sala e, inmediatamente, la puerta se abrió. Apareció el siniestro personaje. Llevaba una capa negra que arrastraba por el suelo y una máscara que le dificultaba la respiración. Los amigos echaron a correr y cada uno se metió en una habitación distinta, pero Ángela tropezó con una tabla del suelo que estaba levantada y fue raptada por el hombre de la máscara. Mientras tanto, en el exterior de la casa, los padres de los chicos estaban preocupados porque aún no habían regresado. Una señora les dijo que había visto cuatro figuras deambulando por la extraña casa. Los padres llamaron a la policía y enseguida rodearon la zona aunque sin saber muy bien cómo actuar. En el interior, el personaje comenzó a contar a Ángela sus siniestros planes. Él siempre había ganado el concurso de disfraces de Halloween, pero un año, mientras desfilaba, se cayó del escenario y desde entonces la gente cada vez que lo veía se reía de él. Decidió encerrarse y crear un monstruo que llevara el mejor disfraz del mundo, el del terror: atemorizando a todos volvería a ser respetado. Mientras contaba la historia, Ángela logró pulsar un botón. Pero el botón no era para liberarse sino para despertar al monstruo. De repente un monstruo de enormes dimensiones se levantó de una cama. Tenía los colmillos de Drácula, los tornillos de Frankenstein, las orejas de hombre lobo y estaba envuelto de papel higiénico como las momias. El monstruo, al no caber en la ca24


sa, destrozó el tejado y todos los que la rodeaban fueron sorprendidos. Mientras, el resto de chicos logró encontrarse. Volvieron a la sala donde habían perdido a Ángela. Querían encontrarla. Cuando iban a entrar, vieron que había un gran agujero en el techo y que Ángela estaba inconsciente. Lograron reanimarla y ella les contó todo lo que había sucedido: que el hombre de la máscara había construido un monstruo para aterrorizar a la ciudad y que, en cuanto el monstruo salió, él desapareció y les dijo que ya no se acordaba de nada más. Encontraron un papel que decía: “INSERTAR BOTÓN DE AUTODESTRUCCIÓN EN EL CEREBRO”. Los chicos entendieron todo. El monstruo no era real. Solo era un robot que pilotaba el hombre de la máscara. Se pusieron a pensar qué significaba la nota, porque el robot no tenía cerebro. Entonces Lucía dijo de repente: “¡El panel de control!, ¡el laboratorio!”. Los chicos se dieron cuenta de que eso tenía sentido. El cerebro del robot era el lugar donde había sido construido, era donde se había programado todo y ese sitio era el laboratorio. Aun así los chicos no entendían cómo el hombre se movía tan rápido por la casa si la única forma de llegar al laboratorio eran las escaleras. Inesperadamente, Ángela dio un grito y desapareció. Los chicos corrieron hacia el lugar y descubrieron un tobogán que llevaba al laboratorio. Una vez abajo, buscaron el botón de autodestrucción. Cuando lo encontraron descubrieron que había que introducir una contraseña. Pedro, así, sin más, escribió “LA VENGANZA DEL HOMBRE DE LA MÁSCARA”. La clave fue aceptada y el robot fue desactivado con tan mala fortuna que se cayó por un barranco con su creador en el interior. Los chicos se abrazaron y salieron de la casa. Cuando sus padres los vieron, se alegraron mucho. La policía bajó al precipicio a recuperar el cuerpo pero no encontraron nada. Allí no había ningún cadáver. Lo único que encontraron fue su máscara con una nota en su interior que decía “VOLVERÉ”.

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Pesadilla (Sara Lorente)

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Índice Caroline ............................................................................... 3 Pablo Tello Gracia, 1º D – ESO Silencio ............................................................................... 4 Carla Littardi Burriel, 1º D – ESO Sonámbula ........................................................................... 5 Laura Gracia Alevesque, 2º B – ESO Pinceladas en la noche ........................................................... 7 Sara Veras Bazán, 2º B – ESO Lo que se esconde dentro de ti ................................................ 10 Clara Clemente Marcuello, 2º B – ESO Canto de sirenas ................................................................... 14 María Piñol Martínez, 2º B – ESO Más allá del espejo ................................................................ 17 Lola López Muñoz, 2º B – ESO 15, 14, 13 ............................................................................ 19 Celia Pardos Núñez, 3º B – ESO Luces y gritos ...................................................................... 20 Marta Belenguer González, 3º B – ESO La venganza del hombre de la máscara ..................................... 23 Rebeca Suñén Serrano, 3º B – ESO


Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza, reúne una selección de los relatos escritos por alumnos de ESO como parte de las actividades de la Semana de la Literatura de Misterio y Terror, celebrada del 3 al 6 de noviembre de 2016



Biblioteca del Instituto Avda. de Goya, 45 50006 Zaragoza

TelĂŠfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603 Correo: biblioteca.ies.goya@gmail.com


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