Premios goya 2018

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Cuadernos de biblioteca

Premios Goya 2018 1


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Premios Goya

2018


Cuadernos de Biblioteca nº 26 Colección dirigida por Javier Aznar Ilustraciones de Margarita Caramiñana, Paula Diaz, Miguel Gil y Sara Lorente

PRIMERA EDICIÓN, 2018 Ediciones de la Biblioteca Departamento de Edición Maquetación: Mª Pilar López Pérez IES Goya Avd. Goya, 45 50006 ZARAGOZA


Sara Lorente 1ยบ Bachillerato Premio Cartel


PREMIOS GOYA 2018 RELATOS CORTOS Y CÓMICS 1º y 2º de ESO Relato literario – primer premio: Elyod (Ada Monleón Burguete, E2C) Relato literario finalista: El misterio de puente Arcoíris (Ignacio Sánchez Ferrero, E2D) Cómic “La mujer en la Historia” – primer premio: Malala (Valeria Ibarra Arroyo, E1B) Cómic finalista “La mujer en la Historia”: Rosa Parks. La primera dama de los derechos civiles (María Sancho Alonso, E1B) 3º y 4 de ESO Relato literario – primer premio: Las últimas notas (Clara Clemente Marcuello, E3B) Relatos literarios finalistas: Abrazo (María Piñol Martínez, E3B) Diario de un corazón (Sara Veras Bazán, E3B) Relato de tema mitológico – primer premio: Como yo quiero ser (Irene Yifang Rodanés Rosales, E4C) Bachillerato Relato literario – primer premio: Creo recordar (Víctor Mateo Calvillo, B2C) Relato literario – mención especial1: Donde el Sol se corta (Natalia Badía García, N2A) ______________ 1

A pesar de no haber entrado en el concurso de relatos por entregarse fuera de plazo, consideramos que merece publicarse en Cuadernos de biblioteca por su calidad literaria.

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Elyod

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raham caminaba descalzo sobre las montañas de ceniza y chatarra. Llevaba una bandolera que le cruzaba la espalda y el torso; ahí guardaba cualquier pequeña pieza que pudiera vender en el mercado que se “celebraba” (entre comillas porque por aquel entonces, en el país gris no se celebraba nada últimamente) todos los días, en los espacios de tiempo que quedaban entre el toque de queda. De pronto, oyó un sonido metálico a sus espaldas. Se detuvo en el acto y, conteniendo la respiración, se giró lentamente. Vio una luz verde entre el manto de ceniza y niebla. Corrió, intentando no hacer ruido, y se refugió tras un montículo de chatarra y basura. Puso su mano sobre su boca en un intento de no ser oído. Cerró sus ojos tan fuertemente, que en su rostro de infante se marcaban profundas arrugas. Temblaba violentamente, hacía ya bastante tiempo que había sonado el toque de queda; si le encontraban ahí… no quería ni pensarlo. Al padre de Kurt le pillaron deambulando por las calles después del toque de queda y apareció dos días después en medio del mercado. Los hombres de uniforme gris y armas negras e imponentes le tiraron de la furgoneta blanca, después aceleraron y se fueron, derrumbando dos tenderetes y dejando una estela de polvo tras ella. Graham no quería acabar como el padre de Kurt, tirado en el mercado, herido e incapaz de hablar sin tartamudear, por lo menos cinco veces, antes de poder completar dos sílabas. Seguía oyendo las pisadas metálicas a sus espaldas. En un primer momento, pensó que aquello que se acercaba era un rastreador, pero recordó que Candy, su hermana mayor, le había dicho que la luz que irradiaban los rastreadores era azul, no verde. Se asomó con cuidado y frunció el entrecejo al ver que no había nada delante de él. ¿Se lo habría imaginado? Apretó la correa de su bandolera mordiendo su labio inferior. Se dio la vuelta, intentando no hacer ruido. No sabía dónde se había metido la fuente de aquella extraña luz y siguió andando, en cuclillas, esta vez en dirección a casa. Poco a poco, Graham se atrevió a volver a andar derecho, así iría más rápido. Cuando llegó a la entrada del barrio Ceniza, el único barrio que había quedado “en pie” tras los bombardeos, dio un rodeo para ir por detrás de las casas, que –bajo el cielo nocturno– parecían antimateria, antimateria encerrada en un agujero de nada. Su hermana decía que eran unos afortunados por haber podido encontrar dos nichos en los que dormir en el antiguo colegio. Él seguía pensando que el concepto que tenía su hermana de la suerte era distinto al suyo. Graham estaba a punto de llegar: solo debía pasar tras dos casas (o ruinas, no estaba muy seguro de cómo llamarlas) más, así llegaría al colegio y podría acurrucarse junto a su hermana. Aceleró el paso, quería llegar cuanto antes.

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Sin embargo, una luz verde iluminó su espalda. El corazón se le puso a mil por hora, echó a correr sin mirar atrás. Esta vez aquella cosa le seguía y era más veloz. Graham sacó la pequeña navaja que guardaba en un bolsillo exterior de la bandolera y se giró empuñándola en su mano derecha. Lo que vio le dejó de piedra. Hacia él se acercaba un robot de unos dos metros. Estaba totalmente sucio y oxidado pero, aún así, Graham lo encontró majestuoso. Un cuerno de ¿reno? salía de su cabeza, además de dos botones a modo de orejas; en lugar de ojos tenía dos focos: de uno salía aquella luz verde, el otro estaba fundido. Tan solo tenía el brazo izquierdo, al final del cual había una mano de metal con dedos puntiagudos. Graham imaginó que con esas garras podría reducir a tiras casi cualquier cosa que le pusieran por delante; sus piernas eran largas y parecían tan fuertes que supuso que podría pegar saltos de dos metros y medio. En la “tripa” del humanoide había un monitor que al chico le recordó a los dibujos que veía con su hermana unos años antes de que hubiera sucedido todo. Graham lo miró confuso. El robot se acercó dando grandes zancadas y estiró su brazo hacia él. El humano guardó la navaja en su bolsillo, receloso, y cogió el papel que había sobre la palma del humanoide. Lo desplegó y halló algo que él creía en el olvido: una foto de familia. Pudo ver a un hombre de unos cuarenta años, vestido de uniforme, su pelo estaba peinado hacia atrás, fijo por lo que parecía gomina, agarraba de la cintura a una mujer que estaría en su quinta, quizá un poco más joven. Esta presumía una sonrisa enorme, de blancos dientes, ante la cámara. Reía mirando a una niña que debería de tener ocho años, la edad que Graham tenía en aquel entonces cuando miraba la fotografía con gesto impotente. La pequeña se agarraba al vestido de su madre; una de sus piernas había quedado reemplazada por una pieza de metal, aunque a la niña no parecía importarle ya que le devolvía a su madre una sonrisa igual de grande que la que se dibujaba en el rostro de la mujer. Al lado del hombre vestido de militar, había una silla de paseo en la que se hallaba sentado un bebé de dos años más o menos. Estaba dormido, su cabeza colgaba sobre su hombro izquierdo, vestía un pequeño traje que le daba un aire a su padre. Graham observaba la fotografía con aire ausente. No tenía recuerdos de aquel día pero se reconoció allí, en la sillita, al lado de su padre. –¿Qué? ¿Quién eres? –preguntó levantando la vista hacia el robot. La máquina señaló al hombre de la foto con uno de sus grandes dedos. –¿Eres amigo de mi padre? El robot asintió, la pantalla en su torso comenzó a parpadear, la imagen de un hombre que vendaba su brazo torpemente comenzó a hablar desde la pequeña pantalla. –Seas quien seas, Graham, Candy o Lauren…–trató de hacerle el nudo a la venda ayudándose por los dientes–, sois lo único que me queda… puede que incluso lo único que haya tenido en toda mi vida. Van a ir por vosotros al igual que ahora vienen por mí…–hizo una mueca sujetándose el brazo herido–. Elyod es vuestra única oportunidad de huir, él os llevará al búnker que tantos años llevo preparando 8


para vosotros. Allí tenéis comida y bebida suficiente para varios meses, allí encontraréis lo más cercano a un hogar que podéis tener en estos tiempos. –Graham vio cómo su padre se deshacía en lágrimas, sollozando agriamente– L-lo siento… De veras que lo siento, todo es por mi culpa… El vídeo se cortó llenando de silencio la oscuridad nocturna. Graham notaba sus cálidas lágrimas correr sobre sus mejillas, puso sus manos sobre su rostro para ahogar sus sollozos. Elyod ladeó la cabeza, el foco verde que le hacía de ojo parpadeaba, se enderezó rápidamente. Graham alzó la vista; el robot le cogió en brazos. –¡Eh! ¿Qué haces! –se revolvió inquieto en los largos brazos del humanoide. Elyod echó a correr ignorándole por completo; daba grandes zancadas que hicieron que Graham se sujetase bien a él. El niño comenzaba a entender qué sucedía. –¡No, para! –pataleó en brazos del robot– ¡Tenemos que ir al colegio a por mi hermana! Elyod ya había pasado el colegio y se dirigía a la salida de la ciudad. Graham comenzó a llorar. –¡Candy! –lágrimas de rabia caían por sus mejillas. ¿Por qué justo en aquel momento? Elyod se alejaba a paso apresurado del colegio. Graham alcanzó a ver cómo las furgonetas blancas se detenían frente el colegio; varios hombres bajaron de ellas armados. Graham se disculpó entre sollozos de su hermana por no haber estado con ella para protegerla, para sacarla de aquella trampa mortal. Ada Monleón Burguete, E2C

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El misterio de Puente Arcoíris

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sta historia empezó a ocurrir cuando dejó de llover. Este hecho causó extrañeza en el pueblo, pues que lloviese en la montaña de Arco por las mañanas era tan habitual como comer o dormir. De hecho, el que todas las mañanas hubiese un precioso arco iris en el cielo era señal de que la mayor parte del día llovía y a la vez hacía un sol espléndido en el cielo. A pesar de esto, el pueblo recibía pocos visitantes y los pocos que venían solían estar poco tiempo, por lo que solo había una única posada, la de Juan y su mujer, Laura. El atractivo del pueblo no era solo el arco iris, sino también su largo río cristalino que recorría toda la comarca y su alta montaña llamada Arco por la cual pastoreaban numerosas ovejas y vacas. En realidad, no era su única montaña puesto que Puente Arcoíris se encontraba entre dos montañas, Arco y Moinstro, pero la más conocida era Arco, puesto que Moinstro había caído en desuso y sus pequeños senderos habían sido tragados por las zarzas. Pues bien, en este tranquilo y apacible pueblo es donde se desarrollará nuestra historia. Toda esta historia surgió en un caluroso 6 de abril, según la información que nos dieron los ciudadanos de este pueblo, en el cual, como ya hemos dicho, no llovió esa mañana. Esto no fue de gran importancia, pero pasados dos días seguía sin llover. Los pastores, que se pasaban el día en la montaña, fueron los primeros en notar este extraño hecho, aunque poco después la noticia corrió como la pólvora y en poco tiempo se extendió por todas partes. Nadie sabía qué hacer hasta que el 9 de abril llegó alguien con la solución perfecta: era un turista llamado Pedro, que había decidido pasar sus vacaciones en Puente Arcoíris. Tras instalarse en la posada, fue a curiosear por el pueblo y no tardó en enterarse de la noticia. Un día después llegó al ayuntamiento pidiendo permiso para rastrear los recovecos de las montañas. Don Felipe, el alcalde, estuvo encantado de que alguien intentase solucionar el problema y enseguida le dio permiso. El 11 de abril, después de una pequeña llovizna, todo el pueblo se reunió en la plaza de Cervantes para darle una sonora despedida y desearle mucha suerte. El caso es que ese día, a las 7 de la mañana, Pedro salió de la posada y se dirigió hacia Arco. No pasó mucho tiempo antes de que llegase a las faldas de la montaña. Allí surgía un ancho sendero que le llevaría serpenteando por la montaña hasta la cumbre. Por el camino se encontraba con pastores que le deseaban mucha suerte. Al poco tiempo, los árboles empezaron a escasear y una gran llanura se abrió a sus pies. Quinientos metros más allá se veía la cumbre. En cuanto llegó, empezó a buscar pequeñas cuevas o cavidades, pero una hora después seguía sin encontrar ninguna. Se sentó en una piedra y, tras comer algo, pensó en qué debería hacer. Entonces, al mirar hacia el cielo, descubrió que las nubes que venían del norte desaparecían al llegar a la montaña de Moinstro, por lo que supuso que el problema estaba en ella. Así que en poco tiempo bajó la montaña de Arco y atravesó la gran 10


llanura que lo separaba de Moinstro. Comenzó a subir la montaña, pero al rato el pequeño sendero que subía hasta la cima se perdió y tuvo que subir a trompicones y cortando zarzas con una tijera que se había traído. Allí no crecía ningún árbol, repetidamente encontraba praderas pobladas de malas hierbas. Tres horas más tarde divisó una estructura de piedra de unos diez metros de largo. Y al llegar se dio cuenta de que se encontraba en la cima de la montaña. Sorprendentemente aquella estructura era un peñón que, mirándolo desde abajo, medía unos cien metros de altura. En él se encontraban unas enormes cuevas pobladas de todo tipo de aves, aunque predominaban los buitres y los quebrantahuesos. Así que, sacando una linterna que llevaba consigo, Pedro se adentró en la cueva más grande y que tenía mejor acceso. Dentro encontró una enorme cavidad en la que se hallaba un animal color azul verdoso, con largas patas y un gran pico. Cuando vio a Pedro, salió corriendo por uno de los cinco agujeros que tenía esa cavidad y Pedro salió detrás de él. Así estuvieron persiguiéndose por largas galerías e infinitos agujeros hasta que el chico perdió al animal y se encontró vagando por las enormes galerías. Tras media hora, volvió al exterior por una cueva diferente y se sentó en una piedra a descansar. Estaba desolado por haber perdido la pista del animal. Desenvolvió una tableta de chocolate y empezó a mordisquearla pensativamente. De pronto apareció el misterioso animal y le arrebató media tableta. Del susto, Pedro salió corriendo y el animal fue detrás mirando fijamente el chocolate. Cuando ya iban por la mitad de la montaña, el animal pilló a Pedro y le quitó las tres cuartas partes del chocolate que llevaba. Después, a Pedro se le ocurrió ir dejando trozos de chocolate por el suelo hasta que llegaran al pueblo. De esta forma lo llevó hasta la plaza y lo ató a una farola. Subió las escaleras del ayuntamiento y encontró al alcalde en su despacho. Don Felipe se alegró de ver a Pedro y le preguntó si había dado con la solución, a lo que respondió que sí. Le contó cómo había capturado al animal y que en ese mismo momento lo tenía atado a una farola de la plaza. Pero al bajar a verlo, se encontraron la farola en el suelo y al animal desaparecido. Lo buscaron por todas las calles del pueblo hasta que finalmente lo encontraron delante de la chocolatería mirando fijamente el anuncio de Chocolates Maxi. Sin embargo, como se dio cuenta de que el chocolate no era real, miró al cielo y absorbió una nube que había aparecido encima del pueblo. Para evitar que el animal se comiese más nubes, le construyeron una cueva cerca del pueblo y lo alimentaron con chocolate. Más tarde se descubrió que también le gustaban las coles, tras arrasar un campo entero de estas. De este modo los niños iban a la cueva a dejarle comida y a jugar con él. Solo los domingos le dejaban comerse algunas nubes. Así terminaron con el problema, gracias a Pedro, que desde ese momento se quedó a vivir en Puente Arcoíris para el resto de su vida. Ignacio Sánchez Ferrero, E2D

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–¡Me han aceptado, me han aceptado! –grité–. 15


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Las últimas notas

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abía demasiadas voces en su cabeza. Tanta gente hablando, tratando de decirle qué era lo mejor para ella, pero ninguno de ellos la conocía de verdad, a pesar de que algunos habían pasado varios años junto a ella. Las personas la agobiaban con sus absurdas preguntas. “¿Qué tal?” o “¿Estás mejor?” eran las más frecuentes. Cada vez que oía de nuevo una de esas preguntas, a Violeta le daban ganas de gritar y de salir corriendo para huir de las personas empeñadas en que sabían lo que debía hacer y de aquellas que solamente lo hacían por pura convencionalidad. Puede que estuvieran preocupados, pero ninguno de ellos quería escuchar la verdad porque no tenían tiempo o no tenían la pregunta apropiada para cualquier otra respuesta que no fuera “bien”. Pero Violeta había encontrado una respuesta que le gustaba más porque así no mentía y los demás escuchaban lo que ellos querían. Ella sabía que no estaban preparados para saber la verdad, que tendría que soportar todas esas miradas apenadas y llenas de preocupación vacía para después decir una mentira más grande que una casa, que todo se arreglaría, como por arte de magia. Si fuera por ella, eliminaría esa oración del mundo. El decir “voy tirando” le había solucionado en parte la tediosa tarea de contestar a esas incómodas preguntas, solamente tenía que dibujar en su rostro una sonrisa falsa que pareciera verdadera, como si no estuviera rota por dentro. Dejaba que todos sus sentimientos se transportaran desde su cabeza burbujeante de pensamientos hasta la punta de sus dedos, expresándose de la mejor forma que sabía: haciendo música. Lo único que respetaba de la partitura eran las notas, simplemente dejaba que sus emociones tomaran las riendas y dieran forma a los sonidos. Todas las notas del piano, negras o blancas, todas ellas eran acariciadas por las suaves yemas de sus dedos, haciendo sonar una hermosa melodía nunca antes escuchada, nunca antes tocada. Había zonas calmadas, como un campo de amapolas en primavera, suave y luminoso, pero, de repente, empezaba la tormenta, sin previo aviso, tal y como los problemas habían llegado a su vida. Estaba recreando su vida, aunque no sabía cuál iba a ser el final, aún no lo había decidido. ¿Cómo podía haber aguantado tantas cosas dentro de ella? ¿Cómo las había mantenido ahí dentro? Dejó fluir cada resquicio de odio, alegría, tristeza, miedo. Todo salió hacia el exterior, sin poder detenerlo. Todo lo que había guardado con tanto temor a que lo descubrieran salió sin control alguno. Y ahí fue cuando se acercó al final. La decisión fue tomada. Ya no había vuelta atrás. Tocó las últimas notas con suma delicadeza y el susurro de la música se apagó como las velas se apagan con el viento o con una simple brisa, como el agua se sale del vaso tras la última gota. Sus manos se elevaron en el aire tras el último acorde. Ya había acabado. 18


La sala de conciertos quedó abrumada tras semejante historia, quedándose en un silencio que nadie se atrevía a romper por miedo a que se esfumase aquel mágico instante. Querían detener el tiempo y sabían que, si se movían, ya no habría vuelta atrás, que solo había una dirección. Pero, inevitablemente, los aplausos comenzaron rompiendo el silencio. Al principio solo eran unos pocos, como la caída de unas suaves gotas en un charco. El volumen fue aumentando progresivamente, emocionados ante la interpretación. Habían escuchado algo que jamás podrían olvidar. Habían visto cómo una pianista se entregaba completamente a una pieza y cómo les entregaba vida a unas figuras de tinta pintadas en una hoja de papel y cómo se la arrancaba al acabar la pieza. Asombroso. Les había hablado. Les había contado su historia aunque ellos no lo entendiesen. Les había dedicado sus últimas palabras sin que ellos lo supieran. Clara Clemente Marcuello, E3B

Margarita Caramiñana 2º Bachillerato Premio Pintura 19


Abrazo

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¡¡¡

ola!!! ¡¡¡Hola!!!

Qué raro… No oigo nada… ¡¡¡Hola!!! ¿Quiero respirar?… ¿O no?… ¡¡¡Hola!!! No sé, estoy confuso… Quiero ver, pero no veo… Quiero respirar, pero no lo necesito. ¡¡¡Hola!!! No entiendo, ¿vivo? ¿Y dentro de esta oscura agua? ¡¡¡Hola!!! ¿Alguien puede oírme? Un momento, ¿qué pasa? Noto como si estas blandas paredes se encogieran a mi alrededor, cada vez más. ¿Soy yo? ¿O es mi entorno?… ¡¡¡Hola!!! ¡Leche! Esto es de lo más agobiante, necesito espacio, necesito gritar, necesito golpear… ¡¡¡Hola!!! ¿Qué es esto? Casi no me puedo mover, necesito moverme, ¡expresarme!… ¡¡¡Hola!!! Creo que ya está llegando la hora y no sé adónde voy ni de dónde vengo. Uff, uff… ¿Qué pasa? ¡No! Deja de tirar de mí, ¿es que no me entiendes? ¡Ay, qué frío!… Espera, pero si no sé lo que es el frío. ¡Socorro! Me ahogo, pero por fin me están sacando del agua. Acabo de notar un corte, una separación, respiro por mí mismo. Pero sigo teniendo frío y no encuentro calor, unas manos me cogen, son muy grandes, miro hacia arriba y puedo ver su cara, es una mujer, está emocionada, casi tanto como el hombre que se encuentra a su lado. Sé que no me van a entender, pero yo lloro para desahogarme, lloro mucho y, al momento, noto calor… qué calor… mmm… a esto lo voy a llamar abrazo. Y a estos dos… mmm… papás. María Piñol Martínez, E3B

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Diario de un corazón 9 de junio de 2017

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ecuperadas las fuerzas, inicio este diario un día cualquiera de mi nueva vida. También fue un día cualquiera cuando mi corazón decidió darme problemas. Una Noche Buena me trasplantaron el corazón de otra persona y seis meses después siento la extraña necesidad de hacer cosas que antes eran impensables en mí: un ejemplo es este diario. Una sensación de esperanza se apoderó de mí el día que imaginé mi nombre en una lista de personas que solo querían vivir mejor o simplemente vivir. Toda mi vida ha cambiado mucho, tanto que miro mis fotos de antes de enfermar y no me reconozco. Todavía no sé si soy yo u otra persona. Bueno, es difícil de explicar, quizá siga escribiendo otro día sobre ello. 17 de junio de 2017 Hoy he pasado por una tienda de tatuajes y me han entrado ganas de hacerme uno. A mi madre le ha horrorizado la idea, pero cada vez que me miro en el espejo y veo esa larga cicatriz en el pecho, pienso que quizá ese mal recuerdo pueda convertirse en uno bueno con un toque artístico. Tampoco me gustaban los tatuajes. No sé qué me está sucediendo. Seguramente es que antes era una persona aburrida y ahora simplemente tengo ganas de vivir. 28 de junio de 2017 Soy zurdo. Era diestro, pero ahora soy zurdo. A veces me da miedo pensar que quizá me estoy convirtiendo en el otro. Era un hombre como yo el que donó su corazón y el resto de órganos. No sé nada más de él, no te dejan saber ni conocer a su familia, pero yo quiero investigar y conocerlos para darles las gracias. A lo mejor un día lo hago. 2 de julio de 2017 Hoy ha sido un día caluroso. He paseado un rato por la tarde con Pulgas. Pulgas es mi perro. Yo no tenía perro porque rechazaba tener animales, no me gustaban. Es otra de las cosas que han cambiado. No me gustaban los diarios, no me gustaban los perros, pero aquí estoy con diario y con perro. Me da un poco de vergüenza confesar que antes, cuando tenía el otro corazón, el averiado, no soportaba a las mujeres pelirrojas, me parecían demasiado presumidas y altivas. Sin embargo, ahora mi corazón se acelera como un caballo de carreras cuando me cruzo con alguna. Me voy a dormir. Hoy me he cruzado con tres pelirrojas y estoy agotado. 5 de julio de 2017 He progresado bastante en la investigación de la familia del donante. Bueno, está mal que me atribuya el mérito ya que yo no he encontrado a la familia, la familia me ha encontrado a mí. Hoy estaba comiendo en mi nuevo restaurante favorito 21


cuando se me ha acercado una mujer diciéndome que era la esposa del donante. Contuve una incipiente risa nerviosa al darme cuenta de que era pelirroja. Se disculpó por presentarse de esa forma, pero realmente no me importó que interrumpiera mi comida. Quiero descubrir más cosas sobre esta mujer, y sobre el hombre que donó su corazón, claro. Así que mañana hemos acordado reunirnos en el parque municipal. 29 de julio de 2017 Llevo unos cuantos días sin escribir en el diario, pero es que apenas he tenido tiempo. Ya soy gran conocedor de la vida del donante gracias a las anécdotas contadas por su viuda, con la que he entablado amistad. También he vuelto al trabajo, lo que me quita la mayor parte del día. 16 de agosto de 2017 Ya estoy oficialmente de vacaciones. He alquilado un apartamento en un pueblo costero donde solía pasar temporadas de niño. Todo me parece nuevo, aunque haya pasado la mayor parte de los veranos de mi vida aquí, el tacto de la arena o la suave brisa. Por la mañana he bajado a la playa y apenas recordaba lo divertido que era saltar olas y cómo la espuma del mar te acariciaba. 30 de agosto de 2017 Todavía con sobrealiento, voy a escribir mi alocada mañana. Hoy vuelvo a la ciudad. De hecho, ahora mismo estoy en el bus de vuelta. Me tenía que levantar temprano para que me diera tiempo a preparar todo, pero esa faceta tan cuadriculada ya no está conmigo. Anoche se me olvidó poner una alarma para despertarme (gracias a estos días vividos sin estrés), he amanecido una hora antes de la salida del bus y he tenido que hacer la maleta lo más rápido posible, sin ni siquiera plegar la ropa. Pero con este corazón sano e incansable, he corrido como nunca antes y he llegado a tiempo. 8 de noviembre de 2017 Llevo meses sin escribir, pero es que, si tuviera que contar todas las cosas nuevas y emocionantes que estoy experimentando en mi mejorada vida, habría terminado este diario hace un tiempo. Ayer, por ejemplo, tiré todos los marcadores amarillo fosforito del escritorio de mi oficina. Ahora prefiero los rosas. Y hoy me he apuntado a un gimnasio. La lógica que he seguido es que si el corazón me está dando caña (y me gusta) es justo que yo le dé caña a él. Me he comprado unas mallas muy atrevidas, estoy imparable. 23 de diciembre de 2017 Un año. Mañana se cumplirá un año desde que tengo este corazón. Y no puedo estar más agradecido a la vida. Empecé este diario porque tenía la necesidad de expresar mis nuevos sentimientos acordes con mi nueva personalidad. Pero ya no lo necesito, estoy demasiado ocupado en vivir. Sara Veras Bazán, E3B 22


Como yo quiero ser

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egreso a casa de un largo día de clases. Estoy pensando en un trabajo de Lengua. No tengo ni idea de sobre quién escribir. Cuando llego a casa, lo primero que hago es entrar en el despacho de mi madre, donde trabaja, y le formulo la pregunta: –Mamá, ¿conoces algún personaje clásico, un héroe, sobre el que pueda escribir? Mi madre levanta la cabeza y piensa unos segundos antes de responder con otra pregunta: – ¿Qué clase de héroe clásico quieres? –Quiero que no sea divino, un gran general, temible pero que al mismo tiempo le preocupe su familia. No quiero a ninguno que vaya peleando con cualquiera ni tampoco a un rey o conquistador. Puede ser un príncipe, siempre y cuando sea valiente. Un gran padre y esposo. Un modelo a seguir. ¿Es mucho pedir? –No. Con eso me has definido a Héctor, príncipe de Troya. Fue un gran soldado, un gran marido, un gran padre y un mejor hermano. – ¿Puedes contarme su historia? Lo necesito para un trabajo de Lengua. Tenemos que escribir sobre un héroe clásico que nos guste, pero yo no sé mucho del tema. –Por supuesto, no te preocupes. Primero comemos y luego te cuento la importancia de Héctor durante la guerra de Troya. Al día siguiente, en la clase de Lengua, estoy más que preparado para comenzar la presentación. La profesora me llama. Me pongo de pie, voy hacia el ordenador y abro desde mi pendrive el PowerPoint que mamá me ayudó a hacer. Respiro hondo un par de veces y comienzo: –Hola, buenos días. Hoy quiero presentar a mi héroe clásico favorito. Su nombre es Héctor. Fue hijo de Príamo, rey de Troya, y de su mujer Hécuba, hermano de Paris y Casandra, esposo de Andrómaca y padre de Astianacte. Fue un gran general troyano de gran importancia en la guerra de Troya. Tras el rapto de Helena por parte de su hermano, y ver todos los barcos griegos enemigos, como reacción al mismo, no sabe qué decidir. Él no quiere una guerra. Y el hecho de que su hermano y culpable de esa situación no esté haciendo nada para ayudar a combatir a Menelao tampoco ayuda a tomar una decisión. Al final, decide luchar por su patria, para que los griegos no destruyan su hogar. Cuando Paris reta al general enemigo a un duelo por la mano de Helena, por unos minutos se siente orgulloso de ser su 23


hermano, pero, cuando huye, sabe que la guerra continuará y que solo habría una manera de salvar Troya: ganar. Tras luchar mucho tiempo, logra ver una luz de esperanza cuando Aquiles deja la guerra. Pero eso termina cuando el amigo del guerrero griego, Patroclo, es asesinado en combate y no mucho tiempo después, Aquiles reta en duelo a Héctor. Este acepta siempre y cuando se respete el cadáver del perdedor. Desafortunadamente para él, el griego, al terminar el combate y declararse vencedor, arrastra su cuerpo por toda la playa en carro. Su padre, Príamo, le pide a Aquiles que le devuelva el cuerpo de su hijo, a lo que el soldado acepta a regañadientes y tras larga negociación. Toda Troya estuvo de luto por su general y príncipe. Tras esto, los griegos idearon la estrategia de lo que hoy conocemos como “caballo de Troya” y pusieron fin a la guerra, destrozando y quemando Troya. Afortunadamente para la memoria del héroe troyano Héctor, su hermano Paris logró acabar con su matador, Aquiles, con una flecha en el talón, con la guía divina de Apolo, según dicen. Y así concluye la historia de Héctor. –Lo he elegido como mi héroe y modelo a seguir por varias razones. Para comenzar, no fue un gran héroe o conquistador o rey. Tampoco fue un don nadie que pasó a ser una persona “súper” importante. Fue un príncipe querido por su gente, por su familia. Dio la vida, como buen general y ciudadano de Troya, por aquellas personas que más le importaban. No hacía alarde de sus habilidades ni era arrogante. No es tan conocido como Aquiles, Ulises o Teseo, pero para mí es un verdadero héroe. Los actos heroicos no son lo único que convierte a una persona en héroe. Uno no tiene que realizar doce trabajos casi imposibles o matar a un minotauro o algo así para sentirse héroe. Y por esto me gusta Héctor. Ese tipo de personas, si conociera alguna, seguramente serían mi modelo a seguir en la actualidad. Esto es todo. Muchas gracias por vuestra atención y espero que os haya gustado. Paso la diapositiva a una en la que pone fin. Todos mis compañeros aplauden. La profesora también. Me siento orgulloso, y agradecido a mi madre. Gracias a ella he conocido a Héctor, al fin y al cabo. La profesora, todavía aplaudiendo, se acerca a mí para hacerme una última pregunta. –Has hablado de que no todos los héroes han realizado actos como Aquiles o Teseo para sentirse como tales. ¿Y tú? ¿Te consideras un héroe en secreto o crees que podrías serlo algún día? Esa pregunta no me la esperaba. Lo pienso un poco antes de contestar. –No. No creo que sea un héroe. Al menos como Héctor. Como Aquiles menos todavía. El futuro es algo incierto. Puedo ser un gran científico y descubrir la cura de alguna enfermedad o viajar al espacio a planetas donde el hombre no ha llegado. Todo eso estaría muy bien, pero yo quiero ser como Héctor. Hacer las cosas en las que creo, cuidar a mi familia como lo más importante del mundo, luchar por defender mis ideales. No, no soy un héroe. Ni lo seré. Irene Yifang Rodanés Rosales, E4C 24


Creo recordar…

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lla miraba con ternura a través del cristal a aquella anciana antes de pasar a la habitación. La veía tan feliz y con tanta alegría que casi se emocionaba. Finalmente se decidió a entrar. Cuando cruzó el umbral de la puerta, la expresión de la mujer postrada en la cama se tornó algo incómoda, parecía que visualizaba algo extraño, pero se relajó al ver el tono blanco que tanto caracterizaba la bata blanca de sus habituales enfermeras. –Doctora, no sé por qué aún permanezco en esta habitación en vez de estar en mi casa con mi familia… si ya estoy perfectamente. –Usted tiene que seguir aquí durante un poco más de tiempo, señora María. –Eso mismo me dijeron la última vez que hablé con una de vosotras. –¿Recuerda ese momento? –No muy bien, pero algo parecido sucedió. La cara sobresaltada de entusiasmo de la doctora tras la pregunta desapareció al oír aquella más que esperada respuesta. No le extrañó en absoluto ya que la confundida mujer tenía Alzheimer. –¿Recuerda mi nombre? –No, perdóneme, no sé qué me pasa últimamente… –No se preocupe. Ahora túmbese en su cama y descanse un rato; más tarde la aviso, a la hora de comer. Cuando la doctora estaba camino a la puerta para salir de la habitación, escuchó: –¡Anabeth! Ella se giró rápidamente hacia la anciana. –¿Qué ha dicho? –Solo le iba a preguntar si la conocía. Esta mañana me he despertado y he encontrado una carta para ella en mi mesilla. –Tranquila, yo se la daré. Cogió aquella carta con su nombre y salió del cuarto. Terminó de leerla, se aferró conmovida a la hoja y una emotiva lágrima cayó 25


por su mejilla. Se secó, y con una sonrisa de alegría continuó trabajando. Y es que la carta decía: No sé cuándo podremos estar juntas de nuevo, pero espero que sea pronto. Te quiero. Firmado: Mamá Víctor Mateo Calvillo, B2C

Miguel Gil 2º ESO Premio Pintura 26


Donde el Sol se corta

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unca olvidaré el día que decidiste tomar tu camino, emprendiste tu viaje dejándome a la espera de noticias tuyas. Siempre recordaré cuando hiciste vibrar mi corazón al decirme que nos volveríamos a encontrar, es la única cura que tiene la gran incertidumbre que dejaste en mí. Yo iba a visitarte a la casa del faro; siempre que entraba me hacías sonreír por dentro. Nunca fui capaz de demostrarte la gran felicidad que me producía estar a tu lado, solo me dedicaba a disfrutar de tu bonita compañía y es que yo sabía que tú con eso ya brillabas. Tú eras la bombilla de aquel faro. Era precioso cuando nos asomábamos a la ventana y me hacías preguntarme; si cuando el Sol y el océano se unían, se fundían y ese era el límite del mar o si más allá del Sol, el espejo de la Luna se expandía a través de lo desconocido demostrando que aquello a lo que llamamos cuchillo solar no es más que un mito. Se te veía tan entusiasmada al decirme que sí, que hacías que el faro se convirtiera en estrella, aquella luz no es fácil de olvidar. Las preguntas no cesaban nunca, aunque nunca obteníamos respuesta. Pensándolo ahora, no eran más que provocaciones a ti misma. Tenías innumerables reflexiones acerca del mar; siempre decías que en realidad el cielo no se reflejaba en él, sino que el cielo era el reflejo del mar y que siempre andábamos equivocados. Hiciste que me planteara si los peces eran los verdaderos ángeles y es que no me extrañaría que lo fuesen, porque ellos son capaces de respirar donde nadie más puede. Siempre fuiste muy curiosa. Un día, dejé de ir a tu faro y tú te preguntabas por qué no iba a visitarte. No podía hacer nada, yo estaba en la opresión de mi pozo, tragando agua, pensando en ti e ingeniándomelas para salir. De pronto, una noche vi que la lámpara de tu faro no se encendía, me asusté y le supliqué al zahorí que me dejara verte, se apiadó de mí y me dejó salir. Fui corriendo hacia tu casa y, cuando llegué, todo estaba oscuro, solo pude ver a la mitad de ti, sola y desamparada, sentada en un sofá esperando a que saliera el Sol para poder escapar de la noche. Le pregunté que dónde estabas, me dijo que habías ido a la orilla de la playa, que ahí es donde pasabas los días. Te encontré allí, tu cara era triste porque ya habías tomando tu decisión, te miré y supe que ahí es donde debía ir a visitarte. Pasaban los días cerca de la orilla y tú cada día te hacías más preguntas; te preguntabas qué había dentro del mar, cómo sería tocarlo. Cada vez que iba te encontraba más cerca, me decías que querías oler el mar mejor, pero que también te daba miedo. 27


pensando que, si entraba, te encontraría allí, pero al menos sabía dónde ir a verte. Me dirigí a tu nueva casa y, para mi sorpresa, vi una pequeña barca. En ese momento comprendí que el día de tu partida había llegado; que, aunque tuvieras miedo, tus preguntas solo se podían responder de una forma. Te despediste de mí y me dijiste que esto no era un adiós, que nos volveríamos a ver. Te vi marchar, detrás del mar salía el Sol y detrás de la orilla se escondía. Volví a mi pozo, que ahora mide dieciséis metros, y aún estoy buscando la manera de salir. Aquí abajo hay días que parecen años en la espera, pero en el futuro los años parecerán días en tu recuerdo. Vivo con el anhelo de que me llegue esa carta tuya en la que me reveles las coordenadas de tu nueva isla. Mientras tanto, me conformo con sentir la brisa de tu hogar, que me dice que estás bien. Natalia Badía García, N2A

Paula Díaz 4º ESO Premio Pintura 28


Índice Elyod ................................................................................... 7 El misterio de puente Arcoíris .......................................... 10 Malala ................................................................................ 12 Rosa Parks. La primera dama de los derechos civiles ... 16 Las últimas notas .............................................................. 18 Abrazo .............................................................................. 20 Diario de un corazón ........................................................ 21 Como yo quiero ser .......................................................... 23 Creo recordar ................................................................... 25 Donde el Sol se corta ....................................................... 27


Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza, reúne los trabajos premiados en las modalidades de relatos literarios, relatos de tema mitológico, cómics de Ciencias Sociales, Pintura y Cartel anunciador de la próxima edición, que se han otorgado en los Premios Goya 2017-2018.



Biblioteca del Instituto Avda. de Goya, 45 50006 Zaragoza TelĂŠfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603 Correo: biblioteca.ies.goya@gmail.com


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