Comunidades de Aprendizaje y Escuelas de Valores

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La investigación reportada aquí fue patrocinada por la Universidad Regiomontana, A.C. La Universidad Regiomontana es una Asociación Civil que no persigue fines de lucro, que promueve la formación integral del ser humano en las diferentes etapas de su vida, poniendo a su alcance una educación y capacitación de alta calidad para que llegue a ser y permanezca como un líder competitivo y un actor socialmente responsable. Universidad Regiomontana y UR son marcas registradas. ©Derechos Reservados 2009 Universidad Regiomontana Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este artículo puede ser reproducida en ninguna forma ya sea por medios electrónicos o mecánicos (incluyendo fotocopiado, grabado o almacenamiento y recuperación de información) sin permiso por escrito de la Universidad Regiomontana. 2009 Publicado por la Universidad Regiomontana Rayón 480 Sur, Centro, 64000, Monterrey, N.L., México URL:http://www.ur.mx Para ordenar copias de este documento favor de contactar Editor Investigación: Teléfono +52 81 8220 4604 Extensión 3847 Fax+ 52 81 82204632; Email: mpacheco@mail.ur.mx

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Comunidades de aprendizaje y escuelas de valores Mario Luis Pacheco Filella

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na de las interrogantes que con mayor frecuencia surge el día de hoy es cómo será el mundo durante el nuevo siglo. Padres de familia, educadores, investigadores, empresarios, la sociedad misma, de una u otra manera proponen respuestas o visualizan alternativas y aun esbozan soluciones. Sin lugar a dudas un acuerdo común enfatiza que la educación es la vía para la construcción de ese futuro. A la vez, y sin reducir la importancia de la constante evolución de los parámetros económicos, políticos, tecnológicos y sociales, así como su impacto sobre lo que será el siglo XXI, resalta una voz también generalizada que afirma que la vida integral de cada ser humano no se explica sin apelar a determinados valores, porque son ellos los que sustentan las actitudes personales y definen las diversas culturas de los grupos humanos. En otras palabras, los valores se constituyen como lo que define el mundo actual y, los que marcarán la dirección del de mañana. Un valor significa –literalmente- algo que tiene un precio, que es precioso, que tiene un valor en sí mismo. Y, al relacionarlo con el hombre, un valor es lo que ofrece una razón para vivir, porque otorga a la existencia la dimensión de sentido. De ahí que los valores ofrezcan motivos y sean algo fundamental para la vida, en todas sus manifestaciones y actividades, puesto que precisan la calidad del ser humano, su anchura y profundidad, su trascendencia. Por ello, los valores reflejan el significado de la vida y la fuente de las conductas. Ahora bien, es evidente que no todos los hombres o mujeres tenemos por valioso lo mismo, que no todos asumimos los mismos valores, y menos aún que todos tengamos la misma escala o prioricemos de igual manera los múltiples valores de la existencia. Además de esta compleja realidad humana, es preciso decir con los pensadores actuales, que al inicio de este milenio nos ha tocado vivir uno de los cambios culturales más amplios y significativos en el mundo Occidental, cuyos efectos alcanzan también en diverso grado a las grandes culturas de Oriente dada la globalización. De modo semejante, las ciencias humanas y la filosofía nos advierten que un cambio cultural supone necesariamente una revisión a fondo de la escala de valores, lo cual a veces implica una crisis (o sea un discernimiento de valores), así como un análisis de las verdades y principios que sustentaban la anterior dinámica de la cultura cambiante de hoy. Todo ello con la finalidad de redefinir la respuesta por el sentido de la vida. Lo anterior significa, en términos de nuestra definición inicial de “valor”, que a cada etapa histórica le corresponde afirmar determinados valores (algunos universales y de siempre; otros más propios de nuestro tiempo) y su adecuada priorización en relación con la problemática contemporánea que, como cualquier otra época, demanda la preeminencia de ciertos valores y también aporta un conflicto por la presencia de antivalores. Los valores y la educación Al referirnos a la educación es necesario resaltar que educar es propiciar, a través de un proceso social, la actuación por la que el hombre tiende a lograr la más plena realización de sus potencialidades. Dicho de otra manera, que nuestra misión como educadores es ayudar a que cada persona -como responsable de su propio crecimiento y en ejercicio de su libertad- logre su mayor realización en un proceso comunitario.

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Sin embargo surgen nuevas interrogantes. Si la educación es un proceso comunitario en el que las escuelas tiene como misión contribuir a la formación integral ¿cuál es el papel de los valores?, ¿cuál es su lugar en la currícula?, ¿cuáles son los valores de las instituciones educativas?, ¿cuáles son los del país o de los diferentes sectores sociales?, ¿cuál es la responsabilidad de la familia y de cada miembro de la comunidad? Ciertamente hay un amplio campo para pensar y dialogar, pero también es muy extenso el espacio del compromiso que hay que asumir y de nuestra acción educadora. La persona humana Difícilmente podemos ubicar el lugar de los valores si antes no definimos la persona humana. En otras palabras, las categorías como elemento fundamental de la ética suponen una antropología filosófica, lo cual nos conduce a afirmar que tanto al hablar de educación, como de los valores que ésta implica, estamos hablando de formación con sentido humanista. Si consideramos que el hombre no es un medio, sino tiene un fin en sí mismo, y que la plenitud humana se realiza como persona (esto es, como sujeto de obligaciones y derechos por ser substancialmente dotado de razón y capaz de tomar decisiones libres), los valores son la guía del proceso educativo, son la explicación y motivo para dar sentido a lo que hacemos o dejamos de hacer. En este contexto tiene sentido el humanismo integral, y los valores se ubican como rectores del desarrollo de la persona. De igual manera se entiende como antivalor todo lo que deshumanice al hombre. Por ello es importante también reflexionar críticamente sobre los antivalores, pues suponen otra concepción del hombre y niegan la dignidad de la persona humana. Si, por tanto, aceptamos la definición filosófica de persona que enunciamos antes, cobran sentido prioritario aquellos valores universales, y los particulares que se derivan de ellos, que propician el respeto y el crecimiento en armonía con la propia dignidad y la de los demás. Y como el valor mayor es la plenitud de la vida en todas sus manifestaciones, el compromiso de la educación es con la formación para la vida y en favor de la vida. Por lo anterior, la interrogante sobre cómo será este nuevo siglo se convierte en la pregunta acerca de lo que hay que hacer para que la formación que ofrece la educación contribuya a forjar la visión de lo que significa ser humano, de tal manera que integre la historia, las necesidades, los problemas y las aspiraciones de cada persona, con las consiguientes implicaciones para la comprensión y la transformación del entorno sociopolítico-económico, pero también el individual, familiar y comunitario. Redefinición de las metas educativas De esta manera, conforme a la relación de la persona con los valores, los objetivos de la educación adquieren una diferente perspectiva según tres metas fundamentales: La primera es contribuir a que las nuevas generaciones crezcan con el valor central de compromiso con la vida en plenitud de la persona humana. La segunda meta es propiciar el desarrollo de los conocimientos necesarios para una formación humanística que, aunada a la tecnológica, científica y social, no sólo garantice la incorporación al mundo de hoy sino favorezca anticipar el cambio para edificar el futuro, conforme a la realización de la persona en todas sus manifestaciones. La tercera es generar la sensibilidad y la sabiduría indispensables, para transformar la sociedad y sus instituciones hacia una mayor coherencia con la vida multidimensional de las personas, así como en el cuidado y renovación del hábitat natural en el que todos vivimos.

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Comunidades de aprendizaje Tradicionalmente se ha visto a los planteles educativos como centros de enseñanza. Sin embargo, es preciso rediseñar las escuelas como una comunidad de aprendizaje que ofrezca estrategias para una reforma educativa que involucre a estudiantes, maestros, administradores, padres de familia, poblaciones e instituciones sociales en la mejora de la educación y, por consiguiente, en la formación de valores. La importancia de este enfoque consiste en que al estrechar las relaciones entre las escuelas y el mundo extraescolar, con la participación de todos los involucrados en el proceso de aprendizaje, es posible lograr que los alumnos desarrollen formas de conducta permanentes para la vida, y a partir de ella. A la vez, se hace factible un mayor soporte para el crecimiento del magisterio como facilitador de la formación integral, y se propicia la corresponsabilidad y la coherencia de la comunidad educativa y social. Por lo anterior, la comunidad de aprendizaje es un grupo de personas (o una institución o sistema educativo) que comparten intereses comunes, para construir conocimientos, actitudes y valores significativos mediante procesos de aprendizaje colaborativo. Un aspecto central que subyace en este enfoque es la visión de que las escuelas deben ser un lugar en el que los estudiantes sean motivados y reconocidos como los principales responsables de su aprendizaje, en entornos de alta interactividad, apoyados por maestros inspiradores así como por padres e instituciones entusiastas y participativas. Las comunidades pueden ser grandes, la tarea general, y la forma de comunicación a distancia, como un equipo de alumnos desarrollando un proyecto de matemáticas desde diversas ciudades a través del Internet; o pueden ser pequeñas, los objetivos concretos, y la comunicación presencial, como un diálogo entre varios profesores y alumnos sobre la vivencia de algún valor en las escuelas. En lo que se refiere a los valores, conviene resaltar que éstos no se aprenden como la temática de una clase en el aula, aunque es cierto que un estudio sistemático sobre los valores, por ejemplo los cívicos, puede contribuir a su comprensión y sobre todo a un análisis reflexivo y dialógico sobre ellos. Los valores se aprenden por modelaje. Esto es, aprendemos del testimonio valoral, de las maneras específicas en que percibimos la traducción de los valores a la vida diaria en el comportamiento humano. Las escuelas de valores El cambio de una escuela tradicional hacia una comunidad de aprendizaje, no se inicia “desde afuera”, sino internamente: en las mentes y corazones de educadores, alumnos, padres de familia y sociedad que trabajan unidos con objetivos, procesos de aprendizaje, currícula y valores libremente asumidos. Incluye, por tanto, lo académico y lo valoral; además, siempre que es necesario relaciona a ambos con el entorno del aprendizaje. En su evolución, es una transformación que avanza del aislamiento al trabajo en equipo; del esfuerzo individual a la confianza en los demás; de la competencia singular al logro compartido; de la vivencia escolar al testimonio institucional y social. Por ello, como se mencionó antes, la premisa es que los valores se aprenden por modelaje. La atracción suele ser emocional. La adhesión a ellos proviene de la reflexión, el diálogo y el ejercicio de la libertad. Y su credibilidad proviene de la coherencia. Muchos de los fracasos en la formación de valores tienen como origen la imposición (que en sí ya es un antivalor), o el considerarlos un objeto de estudio teórico, o por la incoherencia con que las escuelas como institución los practica.

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Sin pretender agotar las posibilidades, una comunidad de aprendizaje actúa a través de tres componentes que se complementan entre sí: proceso, contenido, y estructura, los cuales no sólo favorecen el aprendizaje de valores sino que son en sí mismos una escuela de valores. Los valores y el proceso: cómo se aprende La esencia de la educación es la estrecha relación que existe entre un maestro -reconocido por sus conocimientos, actitudes y experiencia- y un alumno seguro de sí mismo y motivado. Por ello, el maestro en una comunidad de aprendizaje sabe que su función más importante es conocer a cada alumno como persona, para poder así comprender sus motivaciones, su herencia social y cultural, sus intereses, habilidades y potencialidades. En este sentido, los maestros han descubierto cómo lograr que sus alumnos sean los principales responsables del aprendizaje, se orientan más a proyectos que a materias de clase, relacionan los programas de estudio con la vida, propician que las actividades respondan al espíritu de curiosidad y, sobre todo, están conscientes de que su verdadera contribución es inspirar a los estudiantes para crecer y madurar, ayudándoles a integrarse como personas sociales, emocionales, e intelectuales. Además, en la práctica, esta nueva relación y enfoque entre maestros y estudiantes está cambiando el concepto de instrucción; porque, al orientarse a cómo aprenden los alumnos y cuáles son sus expectativas, los maestros dejan de ser quienes únicamente deciden qué es lo mejor para sus alumnos, para asumir un papel mucho más activo como facilitadores, y hasta compañeros de aula que también aprenden de sus estudiantes. Y son estos maestros, también, quienes están logrando que los alumnos desarrollen dimensiones que han sido tan descuidadas como la capacidad de investigar y explorar, escuchar a los demás, colaborar en proyectos comunes, expresar las opiniones, apoyar al que lo requiere, decidir con libertad, apreciar el sentido de contribuir a logros compartidos, y muchas más. Quizá parezca inusitado, pero sobran ejemplos de escuelas que están basando su éxito en el hecho de que los alumnos se esfuerzan más y aprenden mejor cuando se les involucra para determinar la forma y el contenido de su currícula, cuando se les ayuda a crear su plan de estudios, cuando se les apoya para decidir la manera en que serán evaluados de común acuerdo con sus maestros, conforme a parámetros que contribuyan -mucho más allá de la fiel repetición de sucesos, datos, y eventos- a medir logros significativos y especialmente el proceso mismo de aprendizaje, en lugar de reducirlo todo a una calificación obtenida en un examen. De esta manera los alumnos no sólo construyen su aprendizaje sino también están conscientes sobre cómo y para qué aprenden. Los valores y el contenido: qué se aprende Cada persona nace con sentido de curiosidad, abierta a aprender y satisfacer su búsqueda de significados, creativa y con sensibilidad hacia los demás. Al ingresar a las escuelas, mucho de lo que profundiza como conocimiento y verdad se forma espontáneamente a través de las interacciones con el entorno. Los niños, en particular los pequeños, aprenden más de los modelos que representan sus padres y los maestros, por lo que los valores de empatía, autoestima, respeto a su persona y a los otros son fundamentales. Sin embargo, gran parte de lo que un niño aprende sobre la vida, y su lugar en ella, proviene del contenido que se le ofrece como conocimiento y formación de cultura, en donde deben estar integrados los valores humanos en un proceso reflexivo y, sobre todo, testimonial.

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A medida que crece, el alumno toma mayor conciencia de las diferencias, y aun contradicciones, culturales y sociales de los diferentes mensajes sobre valores o comportamientos, de la diversidad de ideas y visiones sobre la vida. Es entonces preciso que a partir del curriculum académico se propicie un discernimiento y una práctica sobre lo que se considera valioso, sobre las alternativas con sus causas o consecuencias para la persona y para la sociedad, tanto en sus vidas cotidianas como en su significado para la humanidad. A manera de ejemplos, el contenido puede contribuir a formar personas capaces de vivir con cuerpos sanos; solidarias y corresponsables del destino de los demás, especialmente de los que menos oportunidades tienen; respetuosas de la diversidad de culturas y etnias así como de sus creencias o credos; forjadoras de paz y ajenas a la violencia; creativas e innovadoras para mejorar la realidad actual. A la vez es preciso favorecer el sentido humano, integrado al aprendizaje de las ciencias, la tecnología, el arte, los medios de comunicación y expresión, y garantizarle a los alumnos un crecimiento que más allá de los conocimientos o proyectos le permita a cada estudiante desarrollar toda la potencialidad de su persona. Otro aspecto es la optimización de las nuevas tecnologías en la educación. El antiguo modelo de aprendizaje se apoya en la escasez de información: maestros y libro de texto son el centro de distribución de conocimientos en medio de poblaciones escolares con pocos recursos educativos. Sin embargo, el mundo de hoy ofrece cada vez más amplias vías de información y fuentes de contenido, incluyendo la posibilidad de comunicación y diálogo con otros estudiantes, o la consulta a otros maestros y aun a expertos en el mundo extraescolar. Por ello, el maestro ya no es el camino principal de la información, sino el imprescindible inspirador que favorece en los alumnos investigar y responder las propias interrogantes, el que orienta hacia otros recursos, quien además le da a cada estudiante la oportunidad de expresar su talento y su creatividad en innovadores usos de lenguaje, imágenes, música y palabras para integrar significados a través de los mismos medios de las tecnologías contemporáneas. Los valores y el entorno: en dónde se aprende La estructura organizacional y las características de las escuelas como lugar de aprendizaje también inciden en la formación de valores. Para ello se requiere un estilo administrativo democrático, con liderazgo, abierto a las diferencias y a la colaboración. A la vez, también como ejemplos, los alumnos necesitan percibir que administradores y educadores saben manejar conflictos, apoyarse en el logro de metas y objetivos, desarrollar esquemas de superación personal y profesional. De modo semejante, si el edificio escolar, el salón de clase, los laboratorios, y las canchas deportivas no son dignos, o si las inversiones financieras favorecen algunos planteles y relegan sistemáticamente a otros, particularmente en zonas desfavorecidas, los estudiantes no entenderán el sentido de respeto a ellos o la equidad. Finalmente, el aprendizaje de valores no se limita al que tiene lugar en las instalaciones escolares sino que se fortalece o contradice en el hogar, así como en la infraestructura social, económica, política y laboral. De ahí que gobiernos, negocios, empresas, comunidades y padres de familia también tengan mucho que aportar -y cambiar- para que el entorno del aprendizaje refleje el sentido humano, la relación con la naturaleza, y su responsabilidad con las futuras generaciones.

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Conclusiones Educar es propiciar, a través de un proceso social, la actuación por la que la persona como responsable de su propio crecimiento y en ejercicio de su libertad logra la más plena realización de sus potencialidades. Por ello, al referirnos a la educación, así como a los valores que ésta implica, estamos hablando de una formación con sentido humanista. Mucho se ha debatido sobre la importancia de integrar el estudio de los valores a los currícula en las escuelas. Sin negar que un estudio sistemático sobre los valores puede contribuir a su comprensión y sobre todo a un análisis reflexivo y dialógico sobre ellos, es preciso afirmar que los valores se aprenden principalmente por testimonio vivencial: a través de los comportamientos específicos con que las escuelas realizan su actividad formadora en la práctica diaria. Tradicionalmente se ha concebido las escuelas como un centro de enseñanza. Sin embargo, es preciso que las escuelas cambien para convertirse en una comunidad de aprendizaje apoyada por maestros inspiradores, padres de familia involucrados, y entorno social participativo. Así es posible contribuir a la evolución de la educación y, por consiguiente, a la formación de valores. Es mediante la transformación del proceso de aprendizaje, del contenido académico, y de la estructura de las relaciones en las escuelas, como la educación adquiere sentido para los alumnos: capaz de construir actitudes, conocimientos, y valores significativos con la finalidad de alcanzar el crecimiento integral con trascendencia a través de toda la vida. Además, es importante resaltar que cada vez es mayor la evidencia que indica que no sólo se incrementa el desempeño de los alumnos en una comunidad de aprendizaje, sino que los maestros se sienten mejor y con mayor reconocimiento en el ejercicio de su profesión. Tal vez no exista algo de más relevancia que la acción del maestro como inspirador de sus alumnos. Esto es particularmente válido cuando nos referimos a una comunidad de aprendizaje en la que el maestro no sólo necesita dominar su materia con profundidad, sino que debe colaborar a que los alumnos integren mapas cognoscitivos, relacionen contenidos, y desarrollen valores. De modo semejante, el maestro requiere un mayor entendimiento de las diferencias que provienen de las experiencias intelectuales, sociales y emocionales de cada alumno, para interpretar sus áreas de interés, comprender sus motivaciones, y modelar experiencias tan satisfactorias como productivas Los maestros necesitan, también y quizá más que en décadas anteriores, ser capaces de percibir con sensibilidad, escuchar con apertura y mirar con profundidad el trabajo de sus estudiantes. A la vez, los maestros tienen que saber identificar recursos de apoyo al curriculum e integrar las nuevas tecnologías al aula para orientar a sus alumnos hacia fuentes de información y comunicación interactiva que les permita explorar ideas, expresar sentimientos, y solucionar problemas en proyectos participativos. Del mismo modo, los maestros necesitan ampliar el sentido de colaboración con la finalidad de favorecer las interacciones entre los estudiantes, relacionarse con otros maestros, y trabajar con los padres de familia o instituciones de la sociedad; para construir y modelar aprendizajes significativos tanto en las escuelas como en el entorno extraescolar. Ciertamente todos deseamos un mundo más equitativo, pacífico y habitable, consciente de la trascendencia de la persona y corresponsable del destino de la humanidad. Sin lugar a dudas a las escuelas le pertenece la vocación especial de ser casa y hogar para la educación de la sociedad. Y en la comunidad de aprendizaje posiblemente algunos tengan

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voces que resuenen más alto; pero siempre debemos recordar que ninguno alcanzará la fuerza inspiradora que tiene un maestro cuando le habla al oído a un alumno.

Mario Luis Pacheco Filella es Jefe de Vinculación con Posgrado, División de Investigación, en la Universidad Regiomontana. Autor: Dr. Mario Luis Pacheco Filella Investigador y Jefe de Investigación y Vinculación con Posgrado Universidad Regiomontana

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