Educando Creativamente, ¿Por qué las Clases Universitarias No Pueden Ser Divertidas?

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La investigación reportada aquí fue patrocinada por la Universidad Regiomontana, A.C. La Universidad Regiomontana es una Asociación Civil que no persigue fines de lucro, que promueve la formación integral del ser humano en las diferentes etapas de su vida, poniendo a su alcance una educación y capacitación de alta calidad para que llegue a ser y permanezca como un líder competitivo y un actor socialmente responsable. Universidad Regiomontana y UR son marcas registradas. ©Derechos Reservados 2009 Universidad Regiomontana Portada: Fotografía de Griszka Niewiadomski de Stock XCHNG ®

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este artículo puede ser reproducida en ninguna forma ya sea por medios electrónicos o mecánicos (incluyendo fotocopiado, grabado o almacenamiento y recuperación de información) sin permiso por escrito de la Universidad Regiomontana. 2009 Publicado por la Universidad Regiomontana Rayón 480 Sur, Centro, 64000, Monterrey, N.L., México URL:http://www.ur.mx Para ordenar copias de este documento favor de contactar Editor Investigación: Teléfono +52 81 8220 4604 Extensión 3847 Fax+ 52 81 82204632; Email: mpacheco@mail.ur.mx

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Educando creativamente: ¿por qué las clases universitarias no pueden ser divertidas? Mario Luis Pacheco Filella

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a educación es el fundamento de la democracia, es la piedra angular para alcanzar el mayor potencial de un ser humano y de la sociedad. Difícilmente se encontrará alguna persona que no esté de acuerdo con esto. Y, sin embargo, nuestra propia experiencia, no se diga la de los jóvenes de hoy, muestra que la educación es con frecuencia rutinaria, irrelevante, aburrida y hasta frustrante. Ocasionalmente, todos tuvimos la fortuna de haber compartido el aula con un maestro, o maestra, que despertó nuestra curiosidad y entusiasmo por aprender. En muchas menos ocasiones tuvimos la experiencia de haber encontrado a algún maestro, o maestra, que nos haya inspirado. Estos últimos fueron quienes realmente tuvieron un impacto permanente en nuestras vidas. Por eso los recordamos todavía y, con perdón del tantas veces estereotipado lenguaje del mundo académico, llegamos a admirar e incluso amar. Así parece inevitable que surja la pregunta: ¿por qué no puede ser la escuela o la universidad algo divertido, algo -sobre todo- apasionante? La revolución educativa La educación tradicional suele crecer en el asilamiento. El currículo suele ser abstracto y desvinculado de la vida real, los estudiantes desarrollan sus actividades más bien de manera individual que conjunta, los maestros y alumnos por lo general no se relacionan con expertos más allá del aula como parte habitual del proceso de aprendizaje, y la mayoría de las instituciones educativas trabajan como si hubieran sido separadas de sus comunidades. Por otra parte, el aprendizaje aplicado basado en proyectos colaborativos, el desarrollo de competencias de pensamiento, investigación y análisis; el fomento a la alta interactividad mediante la comunicación oral, escrita o mediada; la corresponsabilidad del aprendizaje grupal y de la inteligencia socio-emocional; la integración de las nuevas tecnologías, no sólo para el aprendizaje sino para la vinculación con proyectos externos y clientes reales; la evaluación negociada, multimodal y multiforme que incrementa significativamente la construcción de aprendizajes significativos, son tan sólo algunos de los elementos clave de la revolución educativa que demanda nuestro tiempo. Esta revolución podemos rechazarla, incrementarla, adaptarla, innovarla. Lo único que no es posible es negarla; porque ya existe y está dando resultados vinculados con mejores y mayores niveles de aprendizaje; donde, sobre todo, el entusiasmo, la creatividad y la innovación de los procesos educativos han logrado ser la fuente para que alumnos y docentes se atrevan a vivir una educación eficaz a la vez que sumamente divertida. Divertirse es descubrir Hace tiempo escuché una estupenda historia acerca de una niña, con seis años de edad, en clase de dibujo. Su maestro contó que la pequeña casi nunca prestaba atención en clase, pero que ese día ella había estado no sólo concentrada sino muy entusiasmada. Entonces el maestro le preguntó a la niña: “¿Qué es lo que estás dibujando”. Ella contestó: “Estoy dibujando a Dios”. El maestro, que no esperaba esta respuesta, solamente dijo:

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“¡Pero NADIE sabe cómo es Dios! Entonces la niña añadió: “En un minuto TODOS lo sabrán”. Los niños tienen en común que cuando algo realmente les interesa, no sólo lo hacen con gusto sino que se divierten en el proceso de hacerlo. Además, no suelen tener miedo al error o a equivocarse. Al contrario, buscarán aprovechar o crear nuevas oportunidades. Para ellos, la vida es una aventura y un descubrimiento constante en el que cada uno tiene su propia aportación, donde hasta el juego no tiene utilidad sino que posee significado. No queremos decir que divertirse es convertir el aula en un escenario o que estar equivocado es lo mismo que ser creativo. Pero sí afirmamos que si a alguien no le atrae intensamente lo que hace y, a la vez, no está preparado para capitalizar errores, ciertamente jamás generará algo original. Es por ello que resulta decepcionante saber que la mayoría de los niños, cuando lleguen a adultos, habrán perdido ya esta capacidad. En este contexto, las instituciones educativas suelen ir minando el sentido de curiosidad, creatividad e innovación, desde la formación pre-escolar hasta la universitaria, e inclusive han ido fortaleciendo en los alumnos y alumnas aquellos paradigmas que conducen al miedo a cometer errores, a asumir riesgos, a atreverse a ser diferentes. De esta manera también se han estigmatizado las equivocaciones como lo peor que alguien puede hacer. Así lo calificamos en las evaluaciones escolares y, después, en las laborales, sin darnos cuenta de que todo sentido de pasión, diversión, y originalidad ha desaparecido pues lo hemos ido erradicando para cederle el sitio al deber ser, a la repetición y al camino seguro. Crecer “adentro de la creatividad” De esta manera, el resultado ha sido que hemos educado a las personas “afuera” de sus capacidades creativas. Picasso una vez dijo que todos los niños nacen artistas, que el truco está en que permanezcan siendo artistas a medida que crecen. Nosotros coincidimos con él: hay que aprender a crecer “adentro” de la creatividad, “desde” la creatividad. Por eso creatividad y educación deberían merecer el mismo status; porque ninguna puede sobrevivir sin la otra, de la misma manera que el aprendizaje significativo ha de ser divertido si aspira a ser apasionante, original y productivo. A veces pareciera que existe una especie de epidemia académica universal. Si observamos los programas académicos en el mundo, casi todos ellos tienen la misma jerarquía de materias. No importa el país de que se trate. Uno pensaría que habría variaciones, pero no. Hasta arriba de la escala están las matemáticas (o ciencias) y los idiomas, luego las humanidades. En el otro extremo, hasta abajo, están las artes. A la vez, las sub-jerarquías son semejantes: si tomamos -por ejemplo- las artes, la música y la danza tienen mayor status que la pintura o el drama. Además, no existen las instituciones educativas, en cualquier nivel, que ofrezcan clases diarias, como parte integral de sus programas académicos, dándole la misma importancia al arte y a las matemáticas para todos. Si esto es así en la educación básica y media, con mayor énfasis lo es en el nivel universitario. En el fondo de esto se encuentra una abierta preferencia a educar cabezas y, con un poco de suerte, algo de lo demás. ¿Por qué? Si nos visitara alguien de otro planeta y nos preguntara en qué consisten nuestros programas académicos, nuestros procesos de aprendizaje y nuestros sistemas de evaluación, tendríamos que contestar, en función de los resultados o “sujetos de salida”, que generamos personas con cuerpos que tienen la finalidad principal de conducir sus cabezas. Y cuando ingresan al mundo laboral, la función principal de las cabezas será dejarse llevar a una junta.

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Dicho con otras palabras, nuestros sistemas educativos siguen estando fundamentados en la perspectiva de la habilidad académica en serie. Por ello no es de extrañarse que, a medida que se va “avanzando” en grados escolares, muchos van siendo alejados de aquello que los divertía como niños: el sentido de curiosidad, el gusto por lo que se hace y el asombro del descubrimiento. Los riesgos de la desvinculación del mundo real Paradógicamente fue así como fueron surgiendo las contradicciones del mundo académico con respecto al mundo real. A manera de ejemplos, en el aula hay que “guardar silencio” (todavía no sé en dónde se guarda), pero años después, especialmente en la universidad o en el trabajo, se espera la alta participación. En la escuela hay que ceñirse al libro de texto o a la sabiduría del maestro, en la vida real se espera que se tenga la competencia de investigar, interpretar, decidir y aplicar diferentes fuentes, además de saber colaborar productivamente; en la escuela no caben los sentimientos al estudiar una materia, en la vida de trabajo se espera el entusiasmo y la pasión por lo que se emprende; en la escuela el docente marca los criterios de evaluación, en la vida real se negocian muchos de los parámetros de rendimiento, eficacia y calidad. Algo semejante sucede en el entorno familiar y social. Muchos niños, o jóvenes, son disuadidos en la escuela para que no sigan aquello que les gusta. Las razones que se suelen dar son múltiples: porque no encontrará un trabajo bien remunerado, porque el mercado de trabajo tiene otras necesidades, porque no se deben seguir los gustos si no se alínean con las expectativas de los demás, etc. Afortunadamente muchos han desoído esta advertencia, para ser leales consigo mismos y con sus capacidades para obtener el éxito profesional a partir de sus vocaciones individuales, empresariales o sociales. Con estas afirmaciones no pretendemos -al contrario- descalificar la vinculación educaciónempresa, o el nexo competencias-empleabilidad. Lo que sí deseamos enfatizar es que en todos los campos ha habido, y seguirá habiendo, personas con éxito precisamente porque a partir de sus gustos supieron atreverse a ser originales –en mente y en sentimientos- con la conciencia y sensibilidad de saber que toda vocación genuina es siempre cuesta arriba. Y esto es parte de la diversión de estar vivos de verdad. Es importante resaltar, también, que una de las causas por la cual la habilidad académica ha llegado a dominar nuestra visión de lo que es inteligente o profesional es que todo el sistema educativo ha sido diseñado para concluir en un nivel universitario. Una de las consecuencias de ello ha sido que personas muy inteligentes y creativas hayan considerado que no lo eran, o que hayan desertado porque sus expectativas no coincidían con los parámetros del mundo académico pre-establecido o con los procesos estandarizados para el aprendizaje. Reinventar el aprendizaje creativo Es por eso que una prioridad esencial es reinventar nuestros procesos de aprendizaje y las opciones vocacionales, habiendo comprendido lo que es inteligencia en un sentido más amplio: En primer lugar es diversa: pensamos sobre el mundo conforme a las distintas maneras que lo experimentamos. Pensamos visualmente, pensamos sonoramente, pensamos quinestésicamente, pensamos en términos de movimiento y de otros muchos modos más. En segundo lugar, la inteligencia es dinámica e interactiva. El cerebro no está dividido en compartimentos no relacionados. De hecho, la creatividad es el proceso de generar ideas originales que tienen valor, lo cual suele lograrse con mayor frecuencia cuando se logra la interacción multidisciplinaria con diversas maneras de ver el mundo.

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En tercer lugar, la inteligencia es distinta. Esto significa que abarca toda la riqueza de cada persona, así como de la capacidad humana, donde el afecto, los sentimientos y la emoción no son consecuencia sino causa de mayor aprendizaje y creatividad. Por todo lo anterior es necesario repensar los principios fundamentales de nuestros procesos de aprendizaje. Y esto lo lograremos cuando miremos las capacidades creativas, emocionales, preferenciales de nuestros niños o jóvenes en toda su riqueza. Nuestra tarea es educar todo su ser, de tal manera que lleguen a ser capaces de inventar su futuro. Quizá nosotros no veremos ese futuro, pero ellos sí. Nuestro trabajo consiste en apoyarles, desde pre-escolar hasta posgrado, para que construyan algo valioso con él. Y que durante el viaje se diviertan con inteligencia y pasión. Autor: Dr. Mario Luis Pacheco Filella Investigador y Jefe de Investigación y Vinculación con Posgrado Universidad Regiomontana

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