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Violencia simbólica, sublimación de la cabeza a los tacones Ivonne Arrazola Fuentes
La violencia simbólica, es ese acto ejercido por quienes no puede sustraerse del instinto de dominación en momentos de letargo, ignorancia o libertad colectiva. Pareciera ser un acto reflejo, sin embargo posee en su intención un cúmulo histórico emparentado con el patriarcado y el poder. Para Pierre Bourdieu “la violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural” (Bourdieu, Meditaciones pascalianas: 224-225).
Lo que destaca Bourdieu en sus análisis es la forma aparente en que la violencia se libera y se domestica. El poder consiste en la implementación pausada o intempestiva de estos dos fenómenos. Para ejercer el poder o la violencia existen sólo dos posibilidades, el o la que lo ejerce y el o la que lo adquiere, lo inserta, dando continuidad al ciclo del habitus. Se concibe como normal y se alimenta del mismo significado.
En otros aspectos, la violencia institucionalizada es cosificada por el Estado. Sus leyes, sus normas y sus decretos así lo tipifican, es decir, la naturalización de la violencia institucional se ampara bajo la norma que el mismo Estado ha adscrito en sus parlamentos e incluso pudiera decir que existe una democratización de la violencia. Se hace participe a la sociedad de ese empeño estatal por hacer que la violencia simbólica no merme.