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Alma Yuyera: “La Verito”
from Yuyeras, la revista del monte Yuyeras, la revista del monte. 1° edición noviembre 2020 Cocinado a f
Por: La Carito de Sauce
“Las plantas son compañeras de nuestro vivir, nuestro aliento de vida, alimento, cobijo, memoria, cura, magia, misterio y belleza. Condimentan nuestra vida” (Vero Fernández)
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Serán unos 2 Kilómetros de camino de tierra lo que nos separa con la Verito, en bicicleta me toma unos 10 minutos En el medio hay varios campos, en algunos ya se ha levantado la cosecha del maíz, en otros sólo hay monte de chilca y algunos caballos.
El indicio de que estoy llegando es un cartel de madera en el que se lee Pachamamita. Giro entonces hacia la izquierda y dejo la bici sobre un árbol, al fondo del camino que conduce a la casa.
Los primeros en salir a recibirme son Karaí y Zorrito, los perros de la familia. Al rato aparece la Vero con su sonrisa característica.
Tenemos unas dos horas de luz para charlar antes de que bajen las temperaturas y tenga que pegar la vuelta, pienso mientras la Vero trae unos sillones para disponer en el rinconcito donde daba justo el sol.
Antes de sentarnos, hacemos un pequeño recorrido por su patio. Lo primero que me llama la atención es la cantidad de marcela que hay. Me explica que nace silvestre y que ellxs solo las dejan crecer, al igual que la carquejilla, artemisa y ajenjo.
El hecho de que muchas plantas medicinales nazcan silvestres me recuerda el famoso dicho que dice que: “en nuestro jardín crecen las plantas que andamos necesitando”. Vaya si lo creo, la medicina está ahí afuera, muchas veces no hace falta irse muy lejos pa´ buscarla.
Después de este breve paseo, nos sentamos al lado de un aguaribay. Mientras charlamos, cada tanto buscamos con la mirada unos pollitos que andan sueltos disfrutando al igual que nosotras del sol. Mejor estar alerta, en un descuido los perros pueden dejarse llevar por su instinto, y bueno, ya sabemos lo que puede pasar…
Oriunda de Córdoba capital, la Vero vivió allí hasta los 27 años, cuando ya habiendo terminado su carrera de biología y siendo madre, se mudó junto a su familia a Paraná, de donde era “el flaco”, su compañero.
Luego de vivir un año en la ciudad, se mudaron al “Parque Provincial San Martín” por trabajo, donde vivieron durante 15 años hasta finalmente mudarse a Sauce Montrul, donde viven actualmente.
En tierras entrerrianas fueron padres nuevamente y retomó el profesorado de biología para reencontrarse con cómo le dice: “la llamita de la educación”.
De familia yuyera
La Vero me cuenta que sus abuelos maternos son de la zona de campo de Morteros, un pueblo cercano a la laguna de Mar Chiquita. Recuerda que su abuela tenía gallinas al fondo de su casa y una huerta de la que aprendió mucho.
En cuanto a sus abuelos paternos eran de la localidad de Frías, en Santiago del Estero. “Mi abuela paterna era de tener muchos yuyos. Iba juntando los que crecían ahí cerca, le gustaba indagar y ver que plantas salían. Me acuerdo que calentaba litros de agua para el mate y siempre le ponía poleo y que preparaba unos quepis, una comida árabe exquisita con hierba buena”. Vero recuerda su infancia entre ambas casas y mientras relata como era su relación con sus abuelas y sus quehaceres, se me aparecen no sólo imágenes de esos hogares y esos montes, sino también algunos aromas y sonidos.
Cuando le pregunto por sus primeros recuerdos de conexión y acercamiento al mundo vegetal, me responde: “En estos días recordé el sabor de la manzanilla que mi mamá me daba en la mamadera, decía que era para calmarme”.
Sin dudas su relación con las plantas venía desde temprana edad, hasta podría decir que desde la cuna.
Encuentros con la medicina
“En este tiempo tan particular tuve mucho reencuentro y conexión con varias plantas. Para mí se trata de recordar”. Trayendo ese vínculo a lo concreto, Vero me cuenta que la infusión que está tomando, mientras conversamos, es palo amarillo. “Esta planta también está en Córdoba, es un arbusto muy bonito cuando florece, tiene un aroma ajazminado. Otro de sus nombres es cedrón del monte”.
Acerca de su encuentro con esta medicina, como le llama: “Mi encuentro con esta planta siento que fue bastante intuitivo, me guío con cierto cuidado y también hago mis consultas a los libros y a algunas yuyeras. Compartimos mucho con mi cumpa, una profe de la facu que es especialista y muy generosa, con amigues colegas y hermanes de la vida”, me explica con mucha serenidad.
“Es un aprendizaje continuo de observación e indagación, de juego, magia y misterio. De conectar con los pequeños detalles de la vida, los ciclos de cada planta y sus diversas manifestaciones”.
El enriquecimiento en el compartir saberes populares sobre plantas con otras yuyeras es, sin dudas, algo muy valorado para la Vero. En ese ir dialogando, una va aprendiendo a través de la experiencia de otras mujeres, a través de sus relatos y vivencias.
Y hablando de conocimientos populares, la Vero se pregunta en voz alta: ¿Cómo son útiles todos los saberes, no? Por un lado hablamos del saber que tenían sus abuelas, conocimientos sobre el uso y las propiedades de las plantas del patio de sus casas, basados mayormente en el prueba y error, en la experimentación personal. Y por otro está el saber científico, que como dice, desde su formación de bióloga: “te ordenan desde todos sus vínculos filogenéticos y taxonómicos”.
Su relación cotidiana con las plantas Como buena cordobesa, la Vero ama la peperina y dice que es una de las pocas plantas que cosecha cuando puede o trae de otro lugar. “La mayoría de las plantitas que uso y tomo son de cosecha propia y de la zona, me gusta recolectarlas, ir a elegirlas, secarlas, es como un juego para mí”
De este mágico juego surge su botiquín natural, con las plantas de cada estación. “Me encanta tener un botiquín de plantas mínimo en casa, al menos para los síntomas más comunes. Ahora, por ejemplo, que estamos en invierno tratamos de tener corteza de chañar, ambay, barba de piedra. Son ideales para la garganta y cuestiones respiratorias”.
Menciona que también tiene aquellas que ayudan a facilitar la digestión y limpiar heridas. Además, le interesa contar con plantas para hacer procesos depurativos, como limpiezas hepáticas, de sangre, respiratorias, prácticas sencillas y antiguas para la salud. Hay mucha medicina nativa valiosa en este sentido. “Me gustan y uso mucho también las plantas para sahumar, acompañar limpiezas energéticas y emocionales”, agrega. .
Al igual que su abuela paterna, dice que disfruta el indagar sobre las plantas que crecen en su patio, saber de dónde vienen, su historia y la conexión que tiene la gente. “En casa usamos varias plantas silvestres para cocinar, como la mostacilla, el amor seco, diente de león, cerraja, verdolaga. Todo depende la disponibilidad del momento”
“Hoy estoy agradeciendo el poder investigar, descubrir y saber más de mi tierra y lo que tengo acá. Amo las aves que vienen, los cabecita negra, las monteritas. A veces los veo comiendo alguna semillita. Para mí no es solo la planta, es ver dónde crece, que estación estamos, en qué luna la voy a cosechar, tener en cuenta cuando se vienen las heladas para cosechar algunas”.
Entender los procesos, los tiempos de la tierra y de nosotrxs como parte, ver el todo y no las partes, investigar y dar también lugar a la intuición en nuestro acercamiento al mundo vegetal fueron algunos de los tantos temas que tocamos en esa hermosa charla de siesta invernal en algún rincón de Sauce Montrull.
El camino de Savia
Primeras notas de un encuentro con una “planta maestra”
Recuerdo un viaje conmovedor con una planta de la costa del Río Paraná, hace cuatro primaveras. Un hermoso día que compartimos en familias, con mi hermano Santiago. Salimos en barco desde la costa de la ciudad de Paraná. Navegamos un rato aguas arriba, de a poco nos arrimamos a la costa de una isla. Allí, elijen una buena orilla para la pesca. La luz del oeste ya es tenue.
La luz del este me despierta. Un fueguito me convoca. Unos mates, unas frutas, conversas y esa frescura matinal son los primeros abrazos del día. Camino, respiro monte. La naturaleza me llama, aprecio este rinconcito húmedo en mi piel. Diversos cantos de aves pueblan la mañana. Algunas garzas sobrevuelan la zona.
Unas cardenillas me guían por la orilla, me muestran “la planta” en la arena, junto a los susurros del agua. Allí andaban dispersas, varias de su misma especie, con sus tallos largos emergiendo del suelo. Me llama la atención: algunos tallos en conversas hacia el cielo, otros vuelven a reclinarse sobre la tierra, a entrar en ella. Estas varas, de cerca de un metro o un metro y medio, parecen ramas secas, de no ser por el verde de sus hojas -que asoman cada tanto- a “tomar” sol y ese aire vasto de la costa.
Me inclino como sus ramas, me siento a encontrarme con otros detalles. Siento lo áspero de sus hojas, especialmente en la cara que mira al cielo. Me invade un aroma fuerte, algo repelente… una intensidad que me invita a oler de a poco. Y así, entramos en un diálogo más cercano. Comienzo a degustar su aroma, a reconocerla. Le pido permiso y tomo una hoja, con cuidado la saboreo. Vuelvo a confirmar las cualidades de su aroma en mi boca. Pasa un rato y noto una frescura suave, un leve recuerdo a menta. Hay más sabores, que aún no puedo nombrar.
Vuelvo a mirar sus hojas ovadas, de bordes a modo de sierrita. Emergen de a dos, enfrentadas, a veces tres o cuatro. La cara superior es de un verde opaco, más oscuro que el envés. Sus tamaños oscilan -entre 5 y 10 cm-.
Ahora, me maravillo al ver, en la unión de la hoja y el tallo, unas cabezuelas violáceas con un pequeño “tallito”. Hago zoom en estos pompones violetas y allí están: muchas y pequeñas flores. ¡Es un deleite verlas en este momento! Toda aquella aspereza que sentí en un principio es pequeña ahora ante la belleza en su florecer. Cuando sea el tiempo llegarán los frutos.
Este es el inicio del camino de encuentro con una planta, como expreso en el título, las primeras notas. Aquel momento, cargado de sentidos y sentires en este re-conocernos. Y lo digo así: re-conocernos, porque mientras más me encuentro con una planta, siento que me descubro un poco más. Siento que re-cuerdo, que vuelvo a pasar por mi corazón, retomando al tan querido Eduardo Galeano. Recuerdo la savia que también nutre mi cuerpo.
Vuelvo a saber más de mí, de mi esencia. Es un camino de magia, de luz savia y sabia, que comparto de puro corazón.
Continuará… el relato recorrido con esta planta, de sabores, saberes, aromas, relaciones con la tierra, que me nutren hasta este instante. Aún hoy, ando en este des-cubrirnos. Sigo de aprendiz, de esta “planta maestra”.
Quien sienta ganas de indagar, de jugar un rato… queda la invitación a encontrar tu nombre, ser de savia. Así, me pasó en aquel encuentro en el que me eras anónima.
Verónica Fernández: veroafernandez@yahoo.com.ar