Santos Degollado

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JOSÉ HERRERA PEÑA

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Santos Degollado

Rector, Gobernador, Constituyente, Secretario de Estado, Ministro de la Corte

José Herrera Peña 2015

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ISBN-13: 978-1511773225 ISBN-10: 1511773227 Copyright © 2013 José Herrera Peña All rights reserved. ius.jhp@outlook.com

Diseño de la portadilla: Corona fúnebre del esclarecido ciudadano Santos Degollado Morelia, tipografía de Octaviano Ortiz, 1862 Imagen: ejemplar de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) / Dirección General de Bibliotecas / Capilla Alfonsina / Fondo Fernando Díaz Ramírez.

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Al Mayor de Caballería José Herrera Briones, mi padre, In Memoriam.

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Temario Reconocimientos

Introducción

a) Necesidad de una biografía……………………. b) El héroe de las derrotas…………………………. c) Reconocido vencedor……………………………..

I. Entre la guerra y la educación

a) b) c) d) e)

Formación enciclopédica……………………….. El Colegio de San Nicolás de Hidalgo………. Nace el Colegio entre la guerra ………………. Eucación superior, única esperanza………… La dictadura militar de Santa Anna………….

a) b) c) d)

La Revolución de Ayutla…………………………. La Guerra de Reforma……………………………. Las Leyes de Reforma…………………………….. Ministro de Relaciones……………………………

a) b) c) d)

Renuncia pendiente……………………………….. Se despeja el panorama bélico………………… Apropiación de lo ajeno………………………….. Dilema moral……………………………………….....

a) b) c) d)

Pacificación y reconocimiento diplomático Las propuestas de Degollado………………….. Avance de la guerra……………………………….. Acuerdo de paz o renuncia……………………...

II. Las guerras civiles

III. Divergencias

IV. Punto culminante

V. Ruptura personal

a) Preciosa declaración Juárez……………………. b) Destitución del General en Jefe……………….. c) Riesgo de que la Nación se disuelva…………

9 12 16 19 21 24 31 34 39 47 53 57 61 64 69 74 79 81 84 86 91 99 103

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VI. Sujeción a juicio

a) Prisionero de Miramón…………………………. b) Prisionero de sus prisioneros………………… c) De la Nochebuena al Año Nuevo……………..

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a) b) c) d)

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VII. Tribunal competente

Crisis de gabinete…………………………………… Vacilaciones y dudas de la parte acusatoria Candidato involuntario a la Presidencia….. Declaración preparatoria…………………………

VIII. Juicio político

a) Preparación de la defensa……………………….. 139 b) El Tratado McLane………………………………….. 146 c) Secuestro y asesinato de Ocampo……………. 148

IX. Resoluciones del Congreso

a) b) c) d)

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Debates iniciales…………………………………….. Propuesta de Degollado………………………….. Resolución del Congreso………………………… Expedición punitiva………………………………..

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Bibliografía

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El autor

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Reconocimientos Agradezco a la Secretaría de la Defensa Nacional (SDN), a la Secretaría de Educación Pública (SEP) y especialmente al Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México (INEHRM) que dirige la Doctora Patricia Galeana, la atenta invitación que se me hizo para participar en el Coloquio Nacional sobre la Historia de los Ejércitos Mexicanos, en el marco del Centenario de su formación (conforme al Plan de Guadalupe), que se celebró el 19 y 20 de agosto de 2013 en el Heroico Colegio Militar, por la gran oportunidad que significó este nuevo esfuerzo para actualizar, con la Historia de los Ejércitos Mexicanos, la propia Historia de México. Colegio Militar, 19 de agosto de 2013.

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Introducción a) Necesidad de una biografía El 15 de diciembre de 2010, la Legislatura de Jalisco exhortó al titular del Ejecutivo del Estado para realizar a través de la Secretaría de Cultura “una minuciosa investigación sobre la biografía del General Santos Degollado, en el marco del bicentenario de su natalicio, en el año de 2011”.1 Esto se debe a que en 1855, siendo Gobernador del Estado, el General Degollado dispuso que se levantara un teatro que sustituyera al Coliseo de las Comedias, destruido durante la guerra de Independencia, el cual fue bautizado durante su construcción como Gran Teatro de Alarcón, en honor del dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón. Sin embargo, al día siguiente de la muerte del General Degollado, es decir, el 16 de junio de 1861, se decretó que se cambiara su nombre al de Teatro Degollado, para rendir homenaje al gobernante que se había comprometido a levantar un templo a la cultura de Jalisco en una de las etapas más convulsas de nuestra historia.2 No sé si ya se dieron a conocer los resultados de la investigación solicitada. Parece que no. No es fácil llevar a cabo una empresa de esta naturaleza en un

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Iniciativa de Acuerdo Legislativo que tiene por objeto se gire atento y respetuoso oficio al titular del Poder Ejecutivo del

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No fue sino hasta el 13 de septiembre de 1866, sin terminar todavía el teatro, cuando se inauguró con la ópera de Donizeti: "Lucia de Lamermoore", actuando como primera dona la soprano mexicana Angela Peralta, llamada en Europa "el ruiseñor mexicano"

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año; pero lo importante es el reconocimiento del órgano legislativo jaliciense sobre la necesidad de encontrar nuevos datos que arrojen más luz sobre el histórico personaje. El 20 de octubre de 2011, a once días del bicentenario de su natalicio, se presentó una iniciativa en el Senado de la República para restaurar su sepulcro, crear un busto en su honor y hacer una biografía.3 En este caso también se admite implícitamente que lo que se ha escrito sobre Degollado no es suficiente para conocer la historia de su vida. Este vacío biográfico se hizo sentir desde el día de su muerte, el 15 de junio de 1861. A pocos meses apareció un libro en Morelia, cuyo largo título nos da una idea de quién fue este personaje: Santos Degollado, Gobernador de Michoacán y de Jalisco, Diputado al Soberano Congreso Constituyente de 1856, Magistrado de la Suprema Corte de Justicia [de la Nación], Ministro de Estado y General en Jefe del Ejército Federal.

La obra advierte que Michoacán “cuenta como su hijo al señor Degollado”; que recibió múltiples beneficios en la época que lo gobernó, y que “sus amigos se creen obligados a manifestar su gratitud”. Al mismo tiempo, solicita a sus otros amigos de juventud, compañeros de armas y amigos de infortunio, que reúnan “cuantos datos biográficos pudiesen haber a 3

Proposición de un Punto de Acuerdo para exhortar al Ejecutivo Federal por medio del Consejo de la Rotonda de las Personas Ilustres para que se proceda a la restauración del sepulcro del General Santos Degollado, a la creación de un busto en su honor y a la realización de una biografía de este ilustre personaje, en el marco del bicentenario de su natalicio. Senado de la República, 20 de octubre de 2011.

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las manos” para “dar a conocer a todo el país los antecedentes honrosos del ciudadano benemérito”.4 El libro de marras reproduce seis poemas y siete discursos leídos por sus autores el 21 de julio de 1862 —día en que se inhumaron los restos de Degollado en el panteón de San Fernando—, así como un artículo publicado el 28 del mismo mes y año en el periódico “Idea del Ejército”, número 7, en Acatzingo, en el que se informa que la Brigada de Guanajuato hizo funerales en su memoria.5 ¿Quién fue este hombre de muchos amigos, declarado Benemérito de la Patria por el Honorable Congreso de la Unión el 31 de julio de 1861, día en que también lo fue Melchor Ocampo? ¿Por qué se ordenó el 2 de junio de 1906 que los nombres de Ocampo y Degollado fueran inscritos con letras de oro en el Salón de Sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión? ¿A qué se debe que se haya dispuesto este mismo día de 1906 que los restos de Santos Degollado, junto con los de Valentín Gómez Farías, fueran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy 4

Corona Fúnebre del esclarecido Ciudadano Santos Degollado, Gobernador de Michoacán y de Jalisco, Diputado al Soberano Congreso Constituyente, Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, Ministro de Estado y General en Jefe del Ejército Federal, Morelia, Tipografía de Octaviano Ortiz, 1862, pp. 3-5.

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Los poemas fueron leídos por Juan A. Mateos, Joaquín Villalobos, Julián Montiel, José Ábrego, Ángel Baz y Leandro Cuevas; los discursos fúnebres, por Francisco J. Villalobos, Coronel y Licenciado Gabriel M. Islas, José Valente Baz, Coronel de Artillería Antonio Bracho, Cadete del Colegio Militar Manuel Guillé, José M. Mota y Juan Luis Buerón, y el artículo fue escrito por Pantaleón Tovar.

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de las Personas Ilustres, en la que ya estaba Ocampo? ¿Por qué Francisco Zarco, “tan sobrio en el elogio —dice Fuentes Díaz— y tan cuidadoso en sus adjetivos, lo pondera en su elegía fúnebre como la más pura y sincera encarnación de los ideales reformistas”? ¿Por qué Zamacona lo llama “el caudillo más constante de la democracia mexicana”? ¿Por qué Bulnes lo considera, junto a José María Morelos y Valentín Gómez Farías, “uno de los tres grandes reformadores de la Historia de México”? En 1907 Genaro García publicó en la colección Documentos inéditos o muy raros para la Historia de México, el tomo XI, que se titula “Don Santos Degollado, sus manifiestos, campañas, destitución militar, enjuiciamiento, rehabilitación, muerte, funerales y honores póstumos”. Con base en estos y otros datos, Vicente Fuentes Díaz publicó en 1959 Santos Degollado, el santo de la Reforma; pero antes, otros autores de ideologías distintas y hasta contrarias, como Vicente Riva Palacio, Juan A. Mateos, Manuel Payno, Aguilar y Marocho, Manuel Ma. de Zamacona, Francisco Zarco, Justo Sierra, Francisco Bulnes, etcétera, también han escrito sobre las proezas y hazañas del General, unas veces con admiración y otras con ironía, ya para justificar sus actos, ya para criticarlos. b) El héroe de las derrotas Sin embargo, lo escrito, como se ha visto, no ha sido —ni será— suficiente. Ya se conocen los datos

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más importantes de su vida; pero se requieren nuevas interpretaciones. La historia es una ciencia que se actualiza constantemente. Cada generación concibe su propia visión de la historia en cualquiera de sus dimensiones —nacional, local, universal— respetando los datos duros, pero organizándolos —según el talento individual— conforme a las necesidades, intereses, valores y aspiraciones de su contorno cultural, su medio social y su época. Por lo pronto, es lamentable, por ejemplo, que sus biógrafos —de una u otra bandería— le hayan llamado hasta ahora “el héroe de las derrotas”. La frase es buena, pero no corresponde —sino parcialmente— a la realidad. Ganar o perder está en la naturaleza de la guerra. Las victorias y las derrotas son engañosas. Hay victorias pírricas, en las que triunfar cuesta infinitamente más que si la batalla se perdiera, y hay dolorosas derrotas, que aun previéndolas, es necesario perderlas para ganar cosas más importantes. Lo que importa, pues, todo el mundo lo sabe, no es ganar batallas, sino ganar la guerra. Degollado participó en dos guerras y ambas las ganó. Además formó tropas y cuadros militares que permitieron a la Nación ganar la tercera guerra, aunque él ya no haya participado en ella. La primera guerra fue la llamada Revolución de Ayutla, 1854-1855, cuyo fin fue hacer caer la más férrea dictadura militar del siglo XIX, en la que el ciudadano civil ganó uno tras uno, por riguroso escalafón, sus insignias y galones. Fue uno de los principales generadores de la victoria del pueblo combatiente. La segunda fue la encarnizada Guerra de Refor-

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ma, 1858-1860, durante la cual se nacionalizaron los bienes eclesiásticos, se dispuso la separación de la Iglesia y el Estado, y se decretó la libertad de cultos, en la que demostró que una cosa es perder y otra ser vencido, y que a pesar de caer, hay que levantarse hasta alcanzar el éxito. Fue el artífice del triunfo. Además, los ejércitos que formó y los jefes que estuvieron a sus órdenes, como González Ortega, Ignacio Zaragoza, Felipe Berriozábal, Manuel Doblado, Epitacio Huerta, Porfirio Díaz y muchos otros, cubrieron de gloria las armas nacionales al ganar posteriormente la guerra contra el ejército francés y el imperio de Maximiliano. Así que perdió batallas, pero ganó guerras. Su falta de habilidad en el arte militar la suplió no sólo con principios y convicciones, sino también con su gran capacidad de organización; mejor todavía, con su don para crear nuevos ejércitos de la nada; aprender nuevas tácticas en los campos de batalla, y ganar más en los ámbitos éticos y políticos de lo que perdía en los militares. El Presidente provisional Benito Juárez no se equivocó al nombrarlo Ministro de Guerra y General en Jefe del Ejército Constitucional. Con ese motivo, Degollado reconoció ante la Nación, desde Colima, el 30 de marzo de 1858, su “falta de pericia militar”; pero explicó que no había podido rehusar el mando, porque “la patria dolorida y desgarrada en sus entrañas maternales nos llama en su socorro y no debemos hacernos sordos”. Era “indecoroso para un

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hombre de honor volver la espalda al peligro”.6 Y es cierto: su “pericia militar” nunca fue comparable a la del General Miguel Miramón, por ejemplo, brillante Cadete del Colegio Militar, invicto Jefe del Ejército de Occidente y posteriormente de todas las tropas al servicio del Gobierno Conservador; pero su cultura enciclopédica, su recia ideología y el temple de su carácter lo convirtieron en el creador de la columna vertebral y del espíritu del Ejército Constitucional. Además, no sólo él, que era empírico en las cosas de la guerra, sino también los técnicos, los especialistas, los expertos, frecuentemente eran derrotados. Está visto —decía Degollado— que los técnicos y los empíricos somos todos uno, pues entramos ganando y salimos perdiendo en todas las campañas. Al menos yo debo el favor a los técnicos de que sus hechos me purifican, pues he perdido batallas como ellos las pierden, lo cual prueba que mis desgracias no son consecuencia de mi ineptitud, sino de la clase de elementos 7 con que todos hacemos la guerra.

Por último, es absurdo hablar de sus derrotas, sin hacer referencia a sus victorias. En todo caso, a pesar de no haber sido adiestrado en la academia de las armas, se impuso y triunfó con las armas de la academia en los campos de batalla. 6

General Santos Degollado, Proclama al Ejército Federal, Cuartel General de Colima, Marzo 30 de 1858.

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Degollado a Melchor Ocampo, San Luis Potosí, Junio de 1860. INAH, 50-D-5-54.

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Estas reflexiones podrían servir a los investigadores que se interesen en el tema para escribir sobre la vida del General Santos Degollado y levantarle la gran biografía que merece. c) Reconocido vencedor Y merece una buena biografía, porque es sorprendente que no haya sido declarado héroe después de muerto sino en vida, y más todavía, no en el apogeo de su gloria sino en los momentos en que había sido suspendido del mando supremo de las armas nacionales y sometido a juicio político a propuesta del Presidente de la República. La batalla de Calpulalpan decidió el destino de la Guerra de Reforma. El choque entre los ejércitos liberales y conservadores fue colosal; pero los liberales resultaron victoriosos a pesar de que el comandante en jefe no era Santos Degollado sino González Ortega —recién nombrado— y de que aquél no sólo estaba ausente sino preso por el enemigo, a punto de ser fusilado, y entre sus amigos ya no era prácticamente nadie ni valía nada. Calpulalpan fue en siglo XIX, lo que sería Teoloyucan en el XX. En ambos casos, las tropas profesionales, de línea, serían licenciadas, disueltas y sustituidas por las tropas populares. En Teoloyucan, por convenio forzado entre vencedores y vencidos; en Calpulalpan, por decreto expedido por el General González Ortega en México el 27 de diciembre de 1860, por el que se da de baja al “ejército permanente que había empuñado las armas contra la Constitución Política de la República” y se ordena que puertos y fronteras sean vigilados por los nuevos

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cuerpos del Ejército Federal.8 En todo caso, cuando el ejército liberal entró victorioso el primero de enero de 1861 a la ciudad de México, González Ortega se negó a aceptar el crédito de la victoria y se lo concedió al General Santos Degollado, recién removido de su cargo, lo que honró a éste, pero más a aquél. En su Diario, el mismo Degollado escribió brevemente y con sencillez: Año 1861. Enero 1º. Hizo su entrada triunfal el ejército federal. El señor (González) Ortega me obligó a tomar el pendón nacional, que a él le había entregado el excelentísimo ayuntamiento, y además me colocó varias coronas. El mismo señor me hizo subir a Palacio y en el salón principal lo acompañé a ver desfilar la columna de honor. Nos acompañaron también los señores (Melchor) Ocampo, (Ignacio de la) Llave y (José 9 María) Mata.

El Diario fue encontrado sobre su cadáver, en Huixquilucan, el 20 de junio de 1861, a los cinco días de su muerte.

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General Jesús González Ortega, Decreto del General en Jefe del Ejército Federal, encargado interinamente de los mandos político y militar, a los habitantes de la República, Palacio Nacional de México, Diciembre 27 de 1860. En “Benito Juárez, Documentos, discursos y correspondencia”. Selección y notas Jorge L. Tamayo. México, Secretaría del Patrimonio Nacional, 1964.

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1861. Copia del Libro de Memorias del General Santos Degollado que se encontró sobre su cadáver. Huixquilucan, Junio 20 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxv, doc. 18. Este cuaderno reproduce las notas escritas por Degollado desde el 24 de noviembre de 1860 hasta el 14 de junio de 1861, un día antes de su muerte.

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Ejemplar de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) / Dirección General de Bibliotecas / Capilla Alfonsina / Fondo Fernando Díaz Ramírez

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Capítulo I Entre la guerra y la educación a) Formación enciclopédica ¿Por qué Santos Degollado no era diestro en las artes militares? ¿Si no lo era, por qué participó en la guerra? ¿Y si le faltaba la pericia suficiente, por qué la ganó? Degollado, como Melchor Ocampo, era un hombre de gabinete, un estudioso, un sabio, y fue el constructor del prestigio académico inicial del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Nació en la Hacienda de Robles, cañada de Marfil, cercana a la ciudad de Guanajuato, el 31 de octubre de 1811, en plena guerra de independencia, y no se llamaba Santos, sino José Nemesio Francisco Degollado. Lo que pasa es que lo bautizaron al día siguiente, 1º de noviembre, día de “todos los santos”, y él mismo adoptó este nombre. Sus íntimos, como Ocampo o Juárez, le decían cariñosamente “Santitos”. Las propiedades de sus padres Francisco Degollado y Mariana Sánchez fueron confiscadas por el gobierno virreinal, por ser considerados partidarios de los insurgentes.10 Al quedar huérfanos, él, seis años de edad, y su hermano mayor Rafael, siete u o-

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Vicente Fuentes Díaz, Santos Degollado, México, Secretaría de Educación Pública, 1966. “Una carta autógrafa, inédita y en poder del autor, que su hijo Rafael [hermano de Santos] dirigió desde Cotija, Michoacán, al General José López Uraga, de 5 de julio de 1865 [dice]: …Al Sr. Mi padre lo sacrificaron los españoles por independiente…”

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cho, fueron puestos bajo la custodia de un tío materno suyo, Mariano Garrido, sacerdote, quien fue trasladado a la ciudad de México y pocos años después a Cocupao o San Diego Cocupao, hoy Quiroga, en el Estado de Michoacán. En la capital de la República, primero, y en Michoacán, después, hizo estudios de bachiller y contador, y a los dieciséis años, se enamoró. El 14 de octubre de 1828 se casó con Ignacia Castañeda Espinosa. Él tenía diecisiete años e Ignacia probablemente la misma edad. A partir de entonces empezó a residir en Morelia. Tuvo dos hijos, Joaquín y Mariano. En Morelia encontró un amigo, Melchor Ocampo, tres años menor que él, quien finalizaba sus estudios en el Seminario y pronto partiría a la ciudad de México a hacer los de Jurisprudencia. Ambos estaban fascinados por los idiomas (latín, griego, hebreo, árabe, francés), la Teología, la Historia, la Filosofía, la Lógica, el Derecho, la Literatura, la Música, la Poesía, la Física, la Química, las Matemáticas, la Astronomía, la Geografía, la Geología, la Mineralogía, la Cristalografía, la Botánica, la Zoología y demás ciencias naturales. Degollado dominaba la taquigrafía y lamentaba que Ocampo no la aprendiera para cruzarse mensajes que sólo ellos entendieran. Ocampo regresó a Michoacán en 1835 para hacerse cargo de la Hacienda de Pateo, cerca de Maravatío —que había heredado—, mientras Degollado prestaba sus servicios como escribiente de un Notario y en la Haceduría de Rentas Decimales de la Catedral de Morelia. No se veían con frecuencia, pero cuando lo hacían, los jóvenes intercambiaban libros,

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conocimientos y opiniones. Dice Fuentes Díaz que a partir de entonces formó parte de los conciliábulos que Ocampo organizaba en Morelia con el médico González Urueña, nueve años mayor que Degollado, y con el jurista Juan Bautista Ceballos, de la misma edad. No hay duda de que todos pertenecieron a la masonería, a la logia ‘Fraternidad y Ciencia’, pero no se tienen mayores datos. En 1836 la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos fue derogada, y la República Federal anulada. Se estableció la República Centralista bajo la vigencia de las Siete Leyes Constitucionales; estalló la guerra de Texas, a consecuencia de la cual ésta se hizo independiente, y de este modo se inició la contracción territorial de la República. Los dos jóvenes lo lamentaron. Cuatro años después, Ocampo viajó a Europa y regresó en 1842, justo a tiempo para ser electo Diputado al Congreso Constituyente, pero éste fue pronto disuelto por un golpe de Estado. Mientras tanto, Degollado seguía ampliando vorazmente sus conocimientos enciclopédicos y prestando sus servicios al gobierno en asuntos educativos y culturales. b) El Colegio de San Nicolás de Hidalgo En agosto de 1846 Ocampo fue nombrado Gobernador de Michoacán, en plena guerra entre México y Estados Unidos; en este contexto, “entre el estallido del cañón y la marcha de las tropas”, en noviembre anunció que reabriría el Colegio de San Nicolás, gracias al celo de la Junta Directora de Educación, formada entre otros por Santos Degollado, “cuyo saber y patriotismo juzgó el Gobierno intachables”.

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Dicho Colegio —fundado en 1540 por Vasco de Quiroga—, del que había sido veinte años profesor Miguel Hidalgo y Costilla —convertido en cuartel desde 1811— estaría destinado a formar no sólo clérigos, abogados y médicos, porque “la conciencia, la bolsa y la salud no son los únicos objetos de estudio”, sino también toda clase de profesionales que estudiaran los múltiples aspectos de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Ocampo hizo una distinción entre instrucción y educación. Existían muchas personas instruidas, pero poco educadas. Las primeras recibían “nociones en alguna ciencia” y las segundas “desarrollaban el espíritu sobre la moral, la política y las conveniencias sociales”. Pues bien, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo sería establecido no sólo para instruir, sino también para educar, de tal suerte que procurara formar no sólo profesionales y técnicos en diversas materias, sino fundamentalmente seres humanos íntegros que se solidarizaran con los demás. que se convirtieran en ciudadanos responsables y que no sólo ejercieran sus derechos sino también cumplieran con sus obligaciones. Elevados nuestros predicadores en las altas regiones del dogma, raras veces se dignan descender a los pormenores del hogar doméstico, y empeñados nuestros políticos en sus polémicas y revueltas, raras ve11 ces instruyen al ciudadano sobre sus deberes.

A pesar de que todavía no existía la separación entre la Iglesia y el Estado, San Nicolás fue diseñado como colegio civil, no confesional, laico, en el que vi11

Memoria sobre el estado que guarda la administración pública de Michoacán, Morelia, Noviembre 23 de 1846. Archivo Histórico del Gobierno del Estado.

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vían y convivían profesores y alumnos. La Junta Rectora de Estudios —de la que era presidente el doctor Juan Manuel González Urueña y secretario Santos Degollado— elaboró el 11 de diciembre de 1846 un nuevo Reglamento, porque el último de los anteriores, datado en 1674, ya no era operativo sino sólo en algunos de sus puntos, los cuales eran comunes, por cierto, a todos los colegios.12 El Gobernador Ocampo autorizó dicho reglamento el día de su fecha y se establecieron inicialmente cinco cátedras, Latín, Español, Francés, Filosofía y Matemáticas; pero el 30 de enero de 1847 aprobó el Reglamento del Supremo Gobierno de la Nación, que había sido expedido de 19 de agosto de 1843, con base en el cual el Colegio quedó autorizado para otorgar grados de Bachiller en Filosofía, en ambos Derechos (Civil y Canónico) y en Teología, así como para establecer una Academia de Derecho teóricopráctico.13 La Junta designó Regente al exgobernador Onofre Calvo Pintado y Secretario a Santos Degollado. Aquél renunció a su sueldo y asumió una función simbólica, y éste actuó en la práctica. El Gobernador Ocampo tenía 32 años de edad y Degollado, Secre-

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Archivo Histórico de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. El Reglamento consta de once capítulos: Del Colegio y sus empleados; de los alumnos; de las funciones literarias, premios y jubilaciones; de las cátedras y oposiciones; de los gastos; de los fondos, caución, recaudación y manejo; de los dependientes y sirvientes domésticos; de las recreaciones; de la distribución del tiempo; de las lecturas y observancia del reglamento, y artículos adicionales.

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Recopilación de Leyes, Reglamentos, Decretos y Circulares expedidos en el Estado de Michoacán, compilador Amador Coromina, Morelia, 1886.

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tario de la Regencia, 35. c) Nace el Colegio entre la guerra Las tropas norteamericanas ya estaban en varias partes de la República. El Gobernador Ocampo, por una parte, abrió las puertas del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, y por otra, formó el Batallón Matamoros. A partir de entonces se inició un contrapunto entre las cuestiones académicas y las de la guerra. El domingo 17 de enero de 1847 se inauguró el Colegio. Reunidos en el Salón General del Colegio el Gobernador Ocampo, su gabinete, el Cabildo Eclesiástico, la Junta Rectora de Estudios, profesores, alumnos y gente distinguida de la ciudad de Morelia, el doctor Jesús González Urueña habló de la historia del plantel, sus vicisitudes y tropiezos, y de la forma que ahora tendría, de las características de su enseñanza, de los fondos con que contaba y de las oportunidades que brindaría a los alumnos. Los catedráticos, por su parte, delinearon brevemente su programa. Al día siguiente, 18 de eneero, a las nueve de la mañana, estos rindieron el juramento de rigor, y a las diez comenzaron las clases. “Hubo un tiempo —dijo Ocampo a los michoacanos— en que una sensata previsión aconsejaba se transase con Texas… y se hiciera la paz con Norteamérica”, porque no son suficientes “la indignación que produce la injusticia, el orgullo del ciudadano, el pundonor del soldado y el amor a la patria”, si no van acompañados de “armas, municiones, pericia y decisión”; pero ese momento ya había pasado. Ahora era tiempo de luchar. Dueño el enemigo de dos tercios de nuestro territorio, posesionado de nuestras costas y en marcha para la

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capital, si no resistimos, tendremos que sujetarnos a la ley del vencedor… ¡Y qué vencedor, Dios mío! Norteamérica se distingue entre todos los pueblos del mundo por su grosero cinismo, y la parte de hombres armados que sobre nosotros envía, es el desecho de la 14 misma escoria.

Ya que no se había tenido la previsión de los civilizados para impedir la guerra con Estados Unidos, dijo que se tuviera al menos el valor de los salvajes para continuarla hasta el fin. Con base en lo anterior, el Gobernador Ocampo propuso al Congreso de Michoacán que no aceptara la paz en las presentes condiciones, porque México “perdería la parte más grande y acaso más rica de su territorio”, y le pidió que protestara ante la República que jamás, jamás reconocerá cualquier tratado que sobre paz se haga con Estados Unidos, si previamente no desocupan sus fuerzas todo nuestro territorio y si aquel gobierno no reconoce nuestro derecho a la competente indemnización de los males que nos ha cau15 sado.

El 30 de abril, después de pedir al Ministro de Relaciones del Gobierno Federal que reconociera las insuficiencias de la República para hacer la guerra, propuso la guerra de guerrillas para no dar reposo al vencedor. ¿Cómo hacer la guerra? ¿Tenemos masas organizadas? ¿Podemos, reuniéndolas, improvisar su discipli-

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Melchor Ocampo, Manifiesto, Morelia, Abril 3 de 1847

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Melchor Ocampo, Exposición ante el Congreso de Michoacán, Abril 29 de 1847.

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na? ¿Tenemos armas con qué hacer útil esa disciplina? …Nada tenemos y el enemigo lo sabe… Hagamos, pues, la guerra; pero del único modo que nos es 16 posible. Organicemos un sistema de guerrillas…

En lugar de aceptar su propuesta, el ministerio de Guerra pidió en mayo dos mil hombres a Michoacán y de un mil a cuatro mil a otros Estados, hasta hacer un total de treinta y dos mil, para reemplazar al ejército que se estaba batiendo en los frentes de guerra. A fines de mayo, al enviar al Batallón Matamoros, Ocampo le dijo que el astro de México aún brillaba, aunque empañado, y recordó a los milicianos la despedida de las espartanas: “volved con el escudo o sobre el escudo”. El 10 de julio de 1847, el Congreso de Michoacán emitió la siguiente disposición: El Estado de Michoacán decreta ante la República y el mundo que jamás reconocerá cualquier tratado que sobre paz se haga con los Estados Unidos, si previamente no desocupan sus fuerzas todo nuestro territorio, y si aquel Gobierno no reconoce nuestro derecho a la completa indemnización de los males que ha causado.

En el ámbito académico, el 24 de julio, el gobierno autorizó que se reconocieran los estudios de los que no hubieran estudiado en el Colegio. A partir de ese momento se confirió el grado de Bachiller en Filosofía, Jurisprudencia o Medicina a diversos aspirantes, previos los exámenes respectivos. El Gobernador Ocampo aceptó replicar en Mate-

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Ángel Pola, Obras Completas de Melchor Ocampo, México, F. Vázquez, 1901, t. II, pp. 271-276.

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máticas y en Francés; el canónigo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos en Español, Etimología, Sintaxis Latina, Lógica y Matemáticas; Santos Degollado en Francés y Física; el Presidente del Supremo Tribunal de Justicia Manuel Teodosio Alvírez y el Magistrado Antonio Bribiesca en Jurisprudencia; el Deán de la Catedral Domingo Garfias y el Doctor Juan Manuel González Urueña en Lógica, y otros distinguidos personajes como el Doctor José María Manzo y el Licenciado Antonio Florentino Mercado, etc., en otras materias.17 Estamos persuadidos que en la República toda no es posible que haya un Colegio que en tan poco tiempo y con tan escasos elementos pueda presentar un conjunto tan perfecto y frutos tan sazonados como el que 18 nos acaba de ofrecer el Colegio de San Nicolás.

El 5 de agosto, Degollado reprochó al Gobernador Ocampo que le diera oídos a hablillas y le expresó su enojo por suponerlo desafecto a su Gobierno. Morelia siempre ha sido pródiga en chismes que suelen enfriar las amistades. Siempre es la misma historia. Pero Degollado le aseguró que él era su amigo, que no lo dudara, y le aclaró que mientras ejerciera el Gobierno no se acercaría a él; primero, porque no sabía cómo, y segundo, porque quería conservar “su independencia y su oscuridad”. Cuando usted vuelva a su condición particular, quizá me será dado ampliar mis pruebas de estimación y entonces quedarán enteramente desvanecidas las actuales impresiones de usted, que procederán de si-

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Recopilación de Amador Coromina.

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Periódico “El Moreliano”, en Julián Bonavit, Historia del Colegio de San Nicolás, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1958, pp. 211-212.

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niestros informes con que lo habrán querido sorpren19 der.

Ocampo estimaba hondamente a Degollado y nunca dio oídos a ninguna intriga. Comprendió su punto de vista y guardó silencio; pero cuando le fue admitida su renuncia al Gobierno del Estado, dejó a Degollado como Gobernador. Tal fue la mejor forma de demostrar a su amigo que era merecedor de su confianza, su afecto y su respeto. Por lo pronto, el 18 de septiembre de 1847, el Gobernador Ocampo informó a los habitantes de Michoacán, “con el más acerbo dolor”, que el pabellón de las barras y las estrellas ondeaba desde el 16 de ese mes, día de la Independencia de México, en lo alto del Palacio Nacional. Dos días después, el Congreso aprobó que el uno por ciento, de los dos designados en el presupuesto para obras de beneficencia, se destinara al establecimiento de “un gabinete y un laboratorio en el Colegio de San Nicolás, una sala de Clínica en el Hospital, una pequeña hacienda modelo y un Jardín Botánico que dependerá del mismo Colegio, para facilitar la erección de las cátedras de Física, Química, Clínica, Agricultura y Botánica, y el gradual establecimiento de un Museo Michoacano”. El 24 de septiembre, “partiendo del hecho incuestionable de que no existe gobierno general”, porque ya no existían el Presidente ni el Vicepresidente de la República, ni el Congreso de la Unión, a consecuencia de la guerra, el Estado de Michoacán reasumió el ejercicio pleno de su soberanía en todos los 19

Degollado a Ocampo, Casa de usted, Agosto 5 de 1847. INAH, 50-D-5-20.

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ramos de la administración pública, conservando sus relaciones con los demás Estados. Además, no habiéndose celebrado elecciones para renovar el disuelto Congreso de la Unión, había dejado de haber unión y quedado en pie la alianza entre Estados. Las rentas destinadas a la Federación se siguieron recaudando, pero todas se destinaron al Estado de Michoacán. Se estableció una Maestranza de Artillería. Se fabricaron fusiles, balas, bombas y cañones. Se previó que en caso de que los Poderes del Estado mudaran de residencia por las circunstancias de la guerra, se establecieran en Uruapan. Se impuso un préstamo forzoso de cincuenta mil pesos a las corporaciones y personas acomodadas. Se organizaron fuerzas armadas y se establecieron hospitales y bancos de sangre.20 Por otra parte, en diciembre de 1847, las cátedras de Medicina y Cirugía se sujetaron “en un todo” al Colegio de San Nicolás, y al principiar su segundo año de vida, éste fue dotado de algunos aparatos para el laboratorio de Química; además, se crearon los estudios de Farmacia, y en Jurisprudencia, la cátedra de Derecho Civil se dividió en dos: Derecho Natural y de Gentes, y Derecho Romano. El 22 de enero de 1848, el Gobernador presentó un informe sobre el estado que guardaba la administración pública de Michoacán. Dijo que la guerra debía continuarse, porque de otro modo el enemigo volvería mañana “para quitarnos lo que crean que hoy nos dejan por su sola munificencia”, y que Mi-

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Recopilación.

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choacán ya estaba listo para resistir y vencer en su territorio, si éste era invadido. El sistema político mexicano, prontamente reorganizado bajo la vigilancia y el apoyo de las tropas de ocupación, se orientó hacia un tratado de paz impuesto, más que concertado, a pesar de que dichas tropas ocupaban casi toda la República. El fin de la guerra es la paz, pero no la paz de los muertos, sino la que permite vivir con dignidad. Ocampo desaprobó las bases del Tratado que había sido diseñado y presentó su renuncia ante el Congreso del Michoacán. No podría continuar en el gobierno “sin que perdiéramos, yo la vergüenza y el Estado su decoro”. El Congreso no dio trámite a su renuncia; pero el Gobernador manifestó la imposibilidad de seguir en el Gobierno. Aceptaba la necesidad, sí, de un tratado de paz, pero no como el que estipulaba las condiciones negociadas por ambas partes. Reconocer la anexión de Texas a la Unión Americana y cederle Nuevo México, incluida Arizona, y California, era demasiado. Viendo que las negociaciones de paz avanzaban en esa dirección, ya no presentó su renuncia, sino anunció su retiro, aunque se le fincaran cargos. Por fin, el 27 de marzo de 1848 el Congreso le admitió su renuncia y nombró Gobernador interino a Santos Degollado hasta el 3 de julio siguiente, en que, previas las elecciones de rigor, declaró Gobernador Constitucional del Estado a Juan Bautista Ceballos. Mariano Otero reprochó a Ocampo que hubiera abandonado la causa pública en los momentos en que “esta desgraciada Nación” necesitaba más del esfuerzo de los pocos hombres que pensaban en su honor y porvenir; pero Ocampo le aclaró que él había

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propuesto que no se esperara el enemigo en la Capital, que tampoco se rindieran las armas, pero que las cosas habían marchado en otra dirección, por lo que él ya no encajaba en el cuadro. Aun cuando la República hiciera la paz, aun cuando Michoacán la consintiese, aun cuando él solo se quedara gritando guerra y se volviese ridículo, él no la aprobaría “si primero no se agotaban los recursos para echar fuera al enemigo”. Al no ser aprobada su postura por la clase política de México, no encontró ningún medio decente de continuar en un puesto público. Degollado, por su parte, al salir del Gobierno de Michoacán, regresó a la “oscuridad” que tanto apreciaba y ocupó la Secretaría de la Regencia del Colegio de San Nicolás de Hidalgo con los Regentes Antonio Rabia, de 1849 a 1850, y José María Orozco, de 1850 a 1852. d) Educación superior, única esperanza En 1852, Santos Degollado fue nombrado Regente por la Junta Directora de Estudios y Melchor Ocampo fue electo nuevamente Gobernador de Michoacán. Al visitar el Colegio, el Gobernador propuso seguir instruyendo y educando, “no atendiendo únicamente a las ciencias de reflexión —dijo—, que ya se enseñan aquí en San Nicolás con tanto brillo, sino también difundiendo los conocimientos prácticos de todas las carreras”. Habló de dar impulso a la agricultura y a la minería, así como a la fabricación de artefactos, y a mejorar las relaciones mercantiles, desestancar la propiedad, disminuir los gravámenes, mejorar los caminos, y en todo ello, aplicar “las ciencias y las artes que a esto conducen”.

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Para ello —concluyó— el cuidado preferente de su Gobierno sería San Nicolás “y ojalá podamos levantar su fama al nivel del hombre benéfico que lo fundó (Vasco de Quiroga 1540) y a la del héroe a cuya memoria se ha dedicado (Miguel Hidalgo y Costilla, rector 1787-1792)”. Esa sería la meta: hacer brillar el prestigio científico y cultural de San Nicolás. Un académico de tiempo completo, como su amigo el Regente Santos Degollado, lo lograría. Así debemos esperarlo del patriota probo e ilustrado 21 que hoy rige el establecimiento.

El 16 de julio de 1852 se ordenó que los grados de Bachiller en Jurisprudencia los confiriera únicamente el Presidente del Supremo Tribunal de Justicia y se aprobaron los planes de estudios de las carreras de Agricultura e Ingeniería Civil.22 Para el gabinete de Física se hizo una lista de aparatos que se pidieron a París por conducto de la Casa Robin y Compañía, con un costo de 18,864 francos, incluido un teodolito para la clase de Agricultura. En el pedido se incluyeron otros artículos para el gabinete particular de Ocampo. El 16 de septiembre, advirtiendo en el horizonte una revuelta conservadora, el Gobernador Ocampo expresó en su discurso conmemorativo de la Independencia Nacional que “es hablando y no matándonos como habremos de entendernos”. El caso es que los proyectos académicos fueron frustrados por

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Ángel Pola, Obras Completas de Melchor Ocampo, v. 11, pp. 50-56. 22

Recopilación.

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los acontecimientos políticos. La “revolución” que pedía el regreso de Santa Anna triunfó.

Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Morelia.

El domingo 23 enero de 1853 Ocampo escribió a Degollado: Voy a dejar el Gobierno, sin más sentimiento que el no poder hacer principalmente por San Nicolás todos los esfuerzos que me proponía; pero como hoy es día festivo y no queriendo el recargo de atenciones que me vendrán probablemente mañana, aprovecho estos momentos para remitir a usted el telescopio y el microscopio que tenía ofrecidos a ese establecimiento y que deseo se aprovechen en el presente año escolar,

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si es que continúa tan benéfico establecimiento.

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Los dos aparatos eran de su propiedad, así que le advirtió que exigiría al Colegio su devolución “si por desgracia llegara a perder su carácter de civil o, con más razón, a cerrarse”. Esta advertencia era necesaria, porque antes había donado un valioso libro a la Escuela de Medicina, y al cerrarse inesperadamente, no se lo habían regresado. e) La dictadura militar de Santa Anna Los temores de Ocampo eran fundados. Lucas Alamán había advertido al General Santa Anna que Ocampo había sido el detonante de su retorno político: Quien impulsó la revolución [conservadora] en verdad fue el Gobernador de Michoacán don Melchor Ocampo con los principios impíos que derramó en materia de fe, con las reformas que intentó en los aranceles parroquiales y con las medidas alarmantes que anunció contra los dueños de terrenos, lo que sublevó al 24 clero y propietarios de aquel Estado.

El 24 de enero, el Congreso admitió la renuncia del Gobernador Ocampo y acordó darle un voto de gratitud. Estando ya el 25 de enero los sublevados en Morelia, Ocampo notificó al Regente Degollado que había dejado un decreto a su sucesor, con la súplica de que lo promulgara, en el que dispone que se establezcan en el Colegio de San Nicolás una

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Archivo Histórico de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. 24

Alamán a Santa Anna, México, Marzo 23 de 1853, en “Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos”, México, UNAM/IIH, 1998.

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Biblioteca Pública, un Laboratorio de Química y un Gabinete de Física, para lo cual “usted sabe que tenemos ya algo adelantado”. Agregó que estaban por llegar de París, trasladados por el Capitán de Navío José Ives Limantour, los aparatos, instrumentos y equipos recomendados por los catedráticos; que ya había adelantado 5,000 francos, y que la aduana de Veracruz tenía la orden de que las cajas no se abrieran, “a no ser que el pronunciamiento (conservador) de aquella ciudad las haya declarado buena presa”. Incierto del punto en que la revuelta quiera dejarme en paz —escribe Ocampo—, ruego a usted que en mi nombre se dirija a los señores Villa Hermanos de Veracruz, y Robin y Compañía de México, diciéndoles que usted queda encargado (por mi separación) de entenderse con ellos, y le pido asimismo ponga en mi 25 conocimiento la llegada de dichas cajas.

El 28 de enero siguiente, el Regente Santos Degollado acusó recibo a Ocampo del telescopio y del microscopio; le ofreció su voluntad de recuperarlos “en el evento desgraciado” de que algo le pasara al plantel, y le informó que las personas de la Junta estaban apenadas por lo del libro, porque había sido vendido en diez pesos, pero que estaban dispuestas a reintegrarle dicha suma, si Ocampo aceptaba. No, él había reclamado el libro, no su precio, así que no aceptó. Con la misma carta oficial de usted —prosigue Degollado— di cuenta a los catedráticos reunidos en junta y a los alumnos en refectorio, y todos y cada uno han

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Ocampo a Degollado, Enero 25 de 1853. Archivo Histórico de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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quedado muy penetrados de reconocimiento hacia usted y animados de los sentimientos nobles que inspira una serie de bondadosos servicios y continuadas pruebas de afecto como usted ha dado siempre y multiplicó en la última época de su gobierno en el Es-tado, a favor de esta Casa y de los que la componemos. Mi torpe pluma no es capaz de bosquejar a usted las tiernas y patéticas escenas que he presenciado después de su ausencia de esta Capital, siéndome únicamente posible decirle, en compendio, que al abdicar usted el molesto y fatal poder que le encomendaron los pueblos de Michoacán, se ha coronado para siempre emperador de todos los corazones nicolaitas. ¿Quién no envidiará semejante reinado? ¿Quién no siente un grato consuelo al ver que hay todavía muchos leales pechos donde se aviva el fuego de la gratitud y del amor, a medida que el objeto amado se aleja del poder y de la fortuna? Pareceré a usted tal vez un iluso, mas no puedo resistir a la tentación de manifestarle que no veo difícil se obre una verdadera regeneración social y que el país se salve, contando con una juventud que así piensa y 26 así siente.

Las cajas conteniendo los aparatos, útiles e instrumentos procedentes de Francia, llegaron a Veracruz en febrero; fueron recibidas en San Nicolás el 24 de abril, y el Regente Degollado se lo hizo saber a Ocampo el 29 de ese mes. Le advirtió que algunas piezas venían averiadas, otras faltaban, y que todavía no recibía cinco cajas. Tanto para arreglar estos puntos como para que usted 26

Degollado a Ocampo, Enero 28 de 1853. Archivo Histórico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), primera serie, 50-D-5-11.

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separe los objetos que para su uso encargó, tendría 27 mucho gusto en que se dignara venir a esta ciudad.

Degollado agregó, en nota por separado, que necesitaba verlo no sólo para entregarle sus cosas personales, sino también para trasmitirle algunos asuntos secretos, además del que le comunicó por escrito, supuestamente relacionado con la operación de algunos aparatos; pero Ocampo quemó el papel, porque no se conoce, y le contestó el 13 de mayo: “Yo también tengo secretos tan graves como el que usted me comunica confidencialmente”. No eran secretos científicos, naturalmente, sino políticos; pero no mencionó ninguno. “Tampoco yo acertaré con el uso de varias cosas encargadas; pero esto no me impedirá ayudar en algo”. Por lo que se refiere a las piezas faltantes, cabría su reclamación a las casas vendedoras; pero respecto a las averiadas, era muy difícil que respondieran. En mayo fue a Morelia; compartió sus secretos con Degollado, le ayudó al montar algunos aparatos y recogió los artículos que le había pedido para su laboratorio privado. A pesar del siniestro panorama político que veía venir, Ocampo aún tenía esperanzas de que se estableciera en el Colegio un Museo de Historia Natural. Así se lo había escrito al mismo Regente Degollado: Si el Museo llega a fundarse, también agradeceré a usted se digne avisármelo, porque le tengo destinados varios objetos de moluscolopia, hirtolopia y aun algunas piezas curiosas de zoología, paleontología y de geología, geodesia y geognosia, que tendré suma satisfacción en que los posea, así como mis herbarios y 27

Degollado a Ocampo, Enero 29 de 1853, INAH, 50-D-5-12.

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muchos escogidos libros de Historia Natural, que en28 tonces serán útiles.

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Ocampo a Degollado, Archivo Histórico de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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Capítulo II Las guerras civiles a) La revolución de Ayutla Al fallecer Lucas Alamán, ministro de Relaciones, en junio, Ocampo fue separado de su casa —su hacienda de Pateo—, confinado por la dictadura a Tulancingo, dándosele el pueblo por cárcel, y allí viviría hasta octubre de 1853. En agosto renunció Haro y Tamariz, ministro de Hacienda, y en septiembre murió José María Tornel, ministro de Guerra. Habiendo desaparecido de la escena política estos tres conservadores inteligentes, que, aunque enemigos de Ocampo, habían respetado su inteligencia, Santa Anna, cuya ignorancia superaba su petulancia, quedó liberado de las ataduras y compromisos con el núcleo más selecto del partido conservador, sin nada ni nadie que lo limitara. La represión se intensificó, Ocampo fue enviado de Tulancingo a Puebla y luego a San Juan de Ulúa, en cuyas mazmorras se le recluyó, antes de ser desterrado del país. Fue embarcado a La Habana, Cuba, con los también desterrados Ponciano Arriaga y Juan Bautista Ceballos. Lo acompañó su hija Josefina. En La Habana se encontró con otros desterrados, entre ellos Benito Juárez y José María Mata, y luego todos se embarcaron a Nueva Orleáns (Luisiana). Dos meses más tarde, Ocampo, su hija y Arriaga se establecerían en Brownsville (Texas). A partir de marzo de 1854 Ocampo se convirtió

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en revolucionario. Tenía cuarenta años.29

Ocampo y su hija Josefina durante su destierro en New Orleans

Durante todo ese año, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo no sufriría alteraciones, ni para bien, ni para mal. Michoacán era gobernado desde México, como todas las entidades políticas del país, así que no había congreso local y el gobernador no era más que un agente del gobierno central. Muy pocas dis-

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José Herrera Peña, Migración y poder, Gobierno del Estado de Michoacán, 2012.

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posiciones de la dictadura se refirieron a Michoacán y ninguna a la instrucción pública. Degollado, pues, se mantuvo todo ese tiempo en la Regencia de San Nicolás, dedicado a la “oscura” vida académica que tanto le complacía; pero al proclamarse el Plan de Ayutla, en marzo de 1854, tomó las armas contra el gobierno dictatorial del General Santa Anna, que acababa de firmar el Tratado de la Mesilla, por el cual se cede al gobierno de Estados Unidos la tercera parte del Estado de Sonora y se le permite el paso ad perpetuam de sus mercancías, ciudadanos y tropas de un mar a otro por el Istmo de Tehuantepec.30 A partir de entonces, este hombre de gabinete, arraigado en Morelia, sedentario, recorrió todos los caminos, las tierras y los mares del país. Si su Diario lo hubiera empezado entonces, podría haberlo titulado diez mil, veinte mil o quién sabe cuántos miles de kilómetros de campaña. El cambio fue brusco, violento e impetuoso. Había estado en la tranquilidad de la Regencia de San Nicolás durante siete años y meses. Era ratón de biblioteca. Su vida había sido familia, libros, amigos, profesores, alumnos, experimentos científicos, observación de la naturaleza, es decir, vida “oscura”. Nunca volvería a ella. ¿Qué clase de militar fue, entonces, el Regente

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Tratado de límites entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, 30 de diciembre de 1853. La cláusula sobre el paso de ciudadanos, mercancías y tropas norteamericanas por el istmo de Tehuantepec fue derogada por los Presidentes Franklin D. Roosevelt, de Estados Unidos, y Lázaro Cárdenas del Río, de la República Mexicana, a través del Tratado que deroga el artículo 8º del Tratado de Límites de 30 de diciembre de 1853, de 13 de abril de 1937.

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Santos Degollado? A pesar de tener fama de buen jinete y mejor espadachín, era un civil —un lector, un toma-notas, un pensador—, como civiles era también Manuel García Pueblita, Jesús Díaz o Epitacio Huerta; pero todos, al convertirse en soldados, reconocieron la jefatura del General Juan Álvarez e hicieron arder Michoacán. El 23 de noviembre de 1854, las tropas de la dictadura, por su parte, convirtieron a San Nicolás en un cuartel. Ocampo, mientras tanto, desde la otra orilla del río Bravo, avivaba el fuego contra el gobierno de Santa Anna en las secas praderas de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, con apoyo de Ponciano Arriaga, José María Mata, Benito Juárez, José María Carvajal, Juan José de la Garza, Manuel Gómez y otros desterrados. Al enfrentarse a la muerte, Degollado fue aprendiendo con sus hombres el difícil arte de la guerra. Entre triunfos y derrotas, de marzo de 1854 a agosto de 1855 fue ganando sus grados en la jerarquía militar. En los últimos cinco meses de campaña ganó las batallas de Puruándiro y La Piedad, en Michoacán, y la de Zapotlán, Jalisco. Los vínculos de compañerismo y de amistad que forjó en esos días de peligro y de zozobra duraron para siempre. Su amigo Francisco Schiafino, en una nota suya sobre el Diario escrito por Degollado, dice que “tenía un anillo de oro y sobre una piedra verde de jaspe estaban las armas nacionales con este lema: Todo para ti”.31

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Diario. Al final de la nota se lee: “El anillo lo conserva el jefe de la caballería Coronel Huitrón”.

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En todo caso, al hacer triunfar con sus compañeros el movimiento de Ayutla en Jalisco, Colima y Michoacán, Degollado fue nombrado Comandante Militar en Guadalajara por el segundo en jefe, Ignacio Comonfort, y a partir del 1º de septiembre, encargado del Gobierno de Jalisco. Al mismo tiempo, Ocampo volvió al país y asumió el cargo de ministro de Relaciones (Interiores y Exteriores) del Presidente Interino de la República Juan Álvarez, y además de convocar un Congreso Extraordinario Constituyente, ratificó a Degollado Gobernador interino de Jalisco.32 No durarían mucho tiempo en sus cargos. Ocampo escribió un análisis político que tituló Mis quince días de ministro —en el que explica su salida— y Degollado tuvo diferencias irreductibles con el Presidente sustituto de la República Ignacio Comonfort, habiendo salido del Gobierno de Jalisco a fines de mayo de 1856. La más importante de dichas diferencias es reseñada por Fuentes Díaz. Se trata del Incidente Barron-Forbes, por el cual Degollado fue a Tepic a atender múltiples quejas y denuncias, investigó el contrabando en los litorales de la dilatada entidad política que gobernaba y tomó las medidas necesarias para impedirlo. Las operaciones de contrabando eran auspiciadas y protegidas por el cónsul inglés de Tepic, y aunque no lo expulsó del país, le prohibió 32

El gabinete estaba formado por cuatro ministros: Relaciones, Melchor Ocampo; Guerra, Ignacio Comonfort; Hacienda, Guillermo Prieto, y Justicia, Instrucción Pública y Asuntos Eclesiásticos, Benito Juárez. El primero en salir fue Ocampo; después Prieto, y por último, Juárez, antes de ser obligado a pedir licencia el Presidente Juan Álvarez, quien fue sustituido por Ignacio Comonfort.

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que regresara a la plaza. El cónsul le dijo que no tenía ninguna autoridad para impedirle su regreso y amenazó con hacer intervenir a la flota británica. A lo primero, Degollado le respondió que estaba resuelto a hacerse respetar, y a lo segundo, que “no hay canon ni pretexto de Derecho Internacional por el cual la representación de un gobierno extranjero deba servir de escudo para la impunidad en los delitos comunes y políticos que se cometan dentro del territorio mexicano”. También rechazó la nota de protesta de Charles Frederick, capitán de la fragata inglesa President y se preparó a asumir las consecuencias de sus actos, fueran los que fuesen. El Encargado de Negocios de Gran Bretaña acreditado en México protestó ante el Presidente sustituto Ignacio Comonfort y éste pidió a su enviado diplomático en Londres Juan N. Almonte que tratara el asunto con la Cancillería; pero al mismo tiempo sometió a Degollado a juicio político. Con este motivo, éste armó un expediente que tituló: Reseña Documentaria del Caso de Tepic, que presentó al Gran Jurado al que fue consignado. Al mismo tiempo, Degollado y Ocampo fueron electos diputados por Michoacán al Congreso Constituyente que se reunió en México en febrero de 1856; pero la quebrantada salud de Santos Degollado —según lo informó por oficio leído en sesión secreta el 19 de junio y publicado por El Siglo XIX el 23 de julio siguiente— no le permitió tomar posesión de su cargo sino hasta el 1º de julio de ese año. En todo caso, el diputado Degollado fue designado Presidente del Congreso el 31 de agosto y duran-

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te su periodo —mes de septiembre— se produjeron los debates más intensos, apasionados y vibrantes sobre el tema religioso, es decir, sobre el artículo 15 del proyecto de Constitución, relativo a la libertad de cultos, los cuales fueron ganados por los partidarios de la intolerancia religiosa, por 67 votos contra 44; entre estos últimos, el de Degollado. En noviembre y diciembre, Degollado elaboró con otros diputados la Ley Orgánica Electoral, leída en la sesión pública del 30 de diciembre de 1856. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos fue promulgada el 5 de febrero de 1857, para que empezara a surtir sus efectos a partir del 16 de septiembre siguiente. Al concluir sus labores constituyentes, Ocampo se retiró a atender sus asuntos. Tuvo que vender su Hacienda de Pateo para pagar sus deudas y conservó sólo una fracción de terreno inculto, al que llamó Pomoca, anagrama de su apellido. Además, invitó a su amigo Santos a Michoacán para compartir ideas y proyectos, después de que concluyera su juicio político sobre el caso de Tepic. Al ser liberado de cualquier responsabilidad por el Congreso, Degollado se trasladó a la finca de Ocampo. La convocatoria para elegir gobernador y diputados se lanzó el 4 de abril de 1857 y Degollado resultó electo Gobernador Constitucional del Estado de Michoacán. Debiendo tomar posesión el 19 de septiembre, no lo hizo sino hasta el 27 de diciembre de

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1857.33 Por otra parte, en las elecciones federales de 18 de noviembre de 1857, Ignacio Comonfort resultó electo Presidente de la República; Benito Juárez, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y el propio Santos Degollado, primer Magistrado de la Suprema Corte; pero el 17 de diciembre de 1857 Comonfort dio golpe de Estado conforme al Plan de Tacubaya; desconoció la Constitución que había jurado cumplir y hacer cumplir; asumió “facultades omnímodas”, y puso presos a Isidoro Olvera y Benito Juárez, presidentes del Congreso y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, respectivamente. Se le atribuye la frase: “Acabo de cambiar mis títulos legales de Presidente por los de un miserable revolucionario”. El 11 de enero de 1858, desconocido por sus compañeros golpistas, Comonfort liberó a los ilustres reclusos y tomó el camino del exilio. Al mismo tiempo, Benito Juárez, 52 años, asumió la Presidencia de la República en forma provisional, para hacer valer la Constitución conforme a la cual había sido electo, y también salió de la capital, rumbo a Guanajuato.

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Degollado a Ocampo, México, Marzo 31 de 1861. INAH, 50-D5-70. Faltándole seis meses para finalizar su periodo, Degollado diría que si Epitacio Huerta ganaba las elecciones en Michoacán, lo que era muy probable, “tengo la resolución de que el nombramiento se declare nulo y de reclamar mi puesto de gobernador constitucional, recordando que mi periodo no debe terminar sino hasta el 19 de septiembre próximo (1861), según la Constitución del Estado; [en cambio] si otro fuera el gobernador que saque mayoría, me callaré eternamente”.

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b) La guerra de Reforma ¿Quién era Juárez? Nadie, dice Justo Sierra. Es cierto. En esos momentos no era nadie. El General Félix Zuloaga, en cambio, 43 años de edad, asumió la Presidencia de facto conforme al Plan de Tacubaya; fue reconocido por los representantes diplomáticos de los países acreditados en México, y apoyado por todos los cuerpos de armas de la República, por los grupos del partido conservador, por la jerarquía católica y por muchos Estados de la República, con la promesa de convocar un Congreso que expidiera otra Constitución. El ejército de línea o “ejército permanente” se sometió al invicto general Miramón y éste reconoció al Presidente Zuloaga. A pesar de lo anterior, Juárez fue apoyado por los Estados de Guanajuato, Jalisco, Colima, Michoacán, Querétaro, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y Veracruz. En Guanajuato, además de formar su gabinete con Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Manuel Ruiz y León Guzmán, el Presidente Juárez lanzó un Manifiesto: Obedeciendo al mandato de la Nación, he reasumido el mando supremo luego que he tenido libertad para hacerlo. Llamado a este difícil puesto por su precepto constitucional y no por el favor de las facciones, procuraré en el corto periodo de mi administración que el gobierno sea el protector imparcial de las garantías individuales, el defensor de los derechos de la Nación y de las libertades públicas.

Por consiguiente, pidió el apoyo a la población

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para “salvar a nuestra Patria”.34 Compuso su gabinete con un grupo de literatos, poetas y abogados, que sabía más de libros que de armas; es decir —en frase de Sierra—, “un grupo de soñadores”. Melchor Ocampo, 44 años, puesto a cargo de las carteras de Guerra y Relaciones, propuso a Juárez que nombrara General en Jefe del Ejército Constitucional a otro hombre de letras, convertido por su propio derecho en militar: Santos Degollado, 47 años, Gobernador de Michoacán desde hacía unas semanas y colega de Juárez por unas horas en la Suprema Corte de Justicia. Después de nombrar ministro de Gobernación a Degollado por unas semanas y confiarle el mando de las tropas del centro, el Presidente Juárez le extendió nombramiento no sólo de ministro de Guerra y Marina sino también de General en Jefe del Ejército Constitucional.35 Algunos políticos intentaron evitar la confronta-

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Manifiesto del Gobierno Constitucional a la República, Guanajuato, Enero 15 de 1858. Benito t. ii, cap. x, doc. 1. 35

El 22 de enero Juárez rogó a su amigo Santos Degollado, Gobernador de Michoacán, que hiciera un esfuerzo para ir a verlo; cinco días después, Ocampo le recomendó que solicitara licencia al Congreso para separarse temporalmente de su cargo y recibir otro del Gobierno de la República “en que seguramente prestará servicios más importantes que los que en ese Estado está haciendo”, y el 5 de febrero agregó que había sido nombrado ministro de Gobernación. Al día siguiente, Degollado, que se había resistido a dejar su Gobierno, aceptó por tres razones: por ser época de sacrificios, por obedecer y por gratitud. Al empezar marzo, se le confió el ejército de operaciones de Celaya, con todas las facultades y atribuciones en todos los ramos del Estado, y a mediados de mayo ya era ministro de Guerra y Marina y General en Jefe del Ejército Federal.

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ción entre liberales y conservadores, pero fracasaron. Al llamar a Zuloaga “jefe de motín”, Juárez manifestó: Fuera de la Constitución que la Nación se ha dado por el voto libre y espontáneo de sus representantes, todo es desorden.

Miramón, por su parte, 26 años de edad, exclamó: Apenas puede creerse que personas de buen sentido hayan soñado con la pretendida fusión de los partidos. La guerra actual es por principios esencialmente inconciliables.

Perdida por Degollado la batalla de Salamanca, el Presidente Juárez se trasladó a Guadalajara —en donde su vida fue salvada por un poeta, Guillermo Prieto—, luego a Colima, se embarcó en Manzanillo con sus ministros y llegó a Veracruz al iniciarse mayo de 1858. A partir del momento en que fue nombrado General en Jefe del Ejército Federal, la historia de la Guerra de Reforma será, en gran parte, la historia de Santos Degollado, uno de de los principales artífices de la victoria, si no es que su artífice principal. A pesar de resistirse a fines de enero a dejar el Gobierno de Michoacán para ser ministro de Gobernación, Degollado aceptó por tres razones: por ser época de sacrificios, por obedecer y por gratitud; pero suplicó que en cuanto cesaran las condiciones por las cuales había sido nombrado, se le permitiera regresar a Michoacán. Nunca regresaría. Durante el tiempo que duró la guerra, Michoacán

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se declaró en estado de sitio bajo el “gobierno dictatorial” del General Epitacio Huerta, nombrado por el Congreso en lugar de Degollado, y apoyó sin titubear el gobierno de Juárez. Durante tres años, las tropas del gobierno conservador no entraron a esta entidad. Como los recursos —dijo Huerta a sus conciudadanos— eran especialmente para Michoacán el escollo con el que tropezaban todas las buenas intenciones del Gobierno, me resolví a sacarlos de donde los hubiera y muy especialmente del enemigo principal, que es el clero, a cuyo efecto libré las correspondientes disposiciones sobre ocupación de diezmos, plaza de la crujía de la Catedral, campanas de los templos y un 36 tanto de los réditos de los capitales piadosos.

Además, expulsó del Estado a los eclesiásticos sediciosos; ocupó las extensas huertas de los conventos y en ellos abrió calles; expulsó a los Padres Paulinos de Pátzcuaro y clausuró el Seminario Tridentino, cuyos fondos destinó al Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Mientras tanto, el General Santos Degollado presentaba batallas en varios frentes de guerra con diferentes resultados, en las que a veces corrió el riesgo de perder la vida. Vio morir a muchos de sus amigos y compañeros; pero los santos hacen milagros y el nuestro no fue la excepción. Cuando el enemigo lo vencía y dispersaba sus tropas, hacía el milagro de formar nuevas. Sus dotes de organizador académico las aplicó al ámbito militar. Sin recursos con qué sostener dichas tropas, las enseñó a combatir, comba36

Memoria en que el C. General Epitacio Huerta dio cuenta al Congreso del Estado del uso que hizo de las facultades con que estuvo investido durante su administración dictatorial, que comenzó el 15 de febrero de 1858 y terminó el 1° de mayo de 1861, Imprenta de Ignacio Arango, Morelia, 1861.

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tiendo; hizo de cada derrota una fuente de enseñanzas, y acabó por forjar un ejército de hierro templado a golpes de martillo con un solo objetivo: la victoria final. Era invencible como General —dice Justo Sierra—; la derrota era para él un incidente pasajero; de sobre un montón de reveses acumulados sobre él por su falta de genio militar, por lo bisoño de sus tropas, por la indisciplina de sus jefes, él surgía con bríos mayores, con fe entera y con su ejército nuevo... Transformaba incesantemente sus ejércitos en otros más y más dis37 puestos a la lucha y al sacrificio…

El propio General Santos Degollado explica en sus proclamas por qué era derrotado, pero no vencido: el enemigo luchaba sólo por la paga, y sus soldados por un ideal.38 Más tarde Degollado diría que Miramón había hecho “de los bienes que llaman de Dios su erario, y de su clero cómplice, un banquero poderoso”, mientras que él no había abierto más que “las venas del pueblo para pedirle su sangre”.39 En octubre de 1858, tres meses después de la derrota de Salamanca, ganó Guadalajara; en 26 de 37

Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, J. Ballescá y Compañía, sucesores, editores, 1905-1906.

38

-Santos Degollado, Proclama a los soldados. Guadalajara, Octubre 29 de 1858. “El enemigo insolente que tanto os había injuriado está a vuestros pies y Atenquique, Cuevitas y Guadalajara prueban ante el mundo que los soldados republicanos que pelean por sus convicciones, son invencibles por el ejército asalariado y corrompido que no tiene fe más que en el oro”.

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Santos Degollado, Manifiesto a la Nación, Septiembre 14 de 1860.

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diciembre, al perder la batalla de San Joaquín, cerca de Colima, se desplazó a Morelia, levantó un nuevo ejército, y en marzo de 1859 marchó sobre México, a fin de que Miramón no avanzara a Veracruz, o bien, para obligarlo a regresar a la capital, si ya había avanzado. Todo el ejército de Degollado sabía que iba a perder la batalla de México. Y perdió. El coronel Ignacio Zaragoza había amagado inclusive con retirarse, aunque finalmente no lo hizo. Y el ejército federal fue derrotado el 11 de abril por el General Leonardo Márquez en la batalla de Tacubaya. Lo importante del caso es que Miramón dio vuelta atrás y al llegar a México, antes de ir a ver a su novia Concepción, autorizó una masacre: 53 jóvenes prisioneros, entre ellos, el Jefe del Cuerpo Médico y todos los médicos que atendían a los heridos de ambos ejércitos, fueron fusilados. Se les llama “los mártires de Tacubaya. Esta acción de barbarie convirtió la derrota militar de Degollado en una victoria moral.40 Casi al mismo tiempo, Ocampo obtuvo un triunfo diplomático: el reconocimiento del gobierno de Estados Unidos al gobierno constitucional de Juárez. El embajador McLane admitió que de los dos gobiernos mexicanos, el liberal representaba a la mayor parte de la Nación, no por las regiones y ciudades que tenía bajo su control, sino por los milagros de Degollado, quien después de cada derrota se rehacía, se reorganizaba y se mejoraba. El país, pues —dice 40

Degollado a Juárez, Morelia, Abril 19 de 1859, Benito, t. II, cap. xii, doc. 27. A pesar de sus desgracias, Degollado expresó que no dejaba de estar feliz por haber contribuido “con nuestro sacrificio en Tacubaya a la salvación de Veracruz”.

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Sierra—, era para el gobierno liberal “una especie de inagotable reserva, en donde se podían tomar a manos llenas soldados y recursos”.41 A tono con lo anterior, Degollado enviaba una circular a todos los gobernadores para “levantar el espíritu a la altura de las circunstancias y de las necesidades públicas”. Bajo su impulso, las tropas liberales renacían en Michoacán, Jalisco Zacatecas, Sinaloa y en los Estados de la frontera Norte, en todos lados. Era la táctica de Miguel Hidalgo, que Degollado había aprendido en sus lecturas sobre la independencia, convertida en sistema organizado por José María Morelos. Al legársela Degollado a sus hombres, entre ellos a José María Arteaga y Vicente Riva Palacio, estos la aplicarían más tarde con éxito en Michoacán, durante la Intervención Francesa. Degollado reapareció en Colima, formó un nuevo ejército y decidió ir a Veracruz. Miramón, por su parte, reemplazó a Zuloaga en la Presidencia, preparó una nueva campaña por mar y tierra contra Veracruz, y adenás de casarse, intensificó sus esfuerzos para establecer una monarquía europea en México. c) Las leyes de Reforma El cuerpo diplomático seguía reconociendo al gobierno conservador, y aunque en los campos de batalla ninguno de los dos gobiernos mexicanos era capaz de ganar al otro, la situación internacional empezaba a equilibrarse con el reconocimiento de Estados Unidos al gobierno liberal.

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Sierra.

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Además, en el plano interno, el gabinete de Juárez ya tenía preparadas las Leyes de Reforma. A mediados de 1859, todos los ministros las habían aprobado; pero existían discrepancias en lo que se refiere al momento de expedirlas. Miguel Lerdo de Tejada —ministro de Hacienda—, Gutiérrez Zamora —gobernador de Veracruz— y Romero Rubio —representante del gobernador de Zacatecas González Ortega— exigían que se expidieran de inmediato, especialmente la nacionalización de los bienes eclesiásticos, como lo habían hecho ya los gobernadores de Nuevo León, Coahuila, Zacatecas y Jalisco, y el de Michoacán lo estaba haciendo a golpes de decretos ejecutivos, porque el congreso local se había disuelto. Lerdo de Tejada advertía que si el gobierno no hacía la Reforma, la Reforma se haría sola. En cambio, Melchor Ocampo temía convertir la confrontación armada en una guerra religiosa y pedía prudencia para expedirlas, hasta que fuera seguro el triunfo de la causa. Juárez coincidía con su punto de vista. Entonces el General Santos Degollado llegó a Ve-racruz procedente de los frentes de batalla. Había surcado el mar desde Colima hasta Tehuantepec; cruzado el istmo con Félix y Porfirio Díaz hasta Coatzacoalcos, y en este puerto se había embarcado hasta llegar a Veracruz. Su opinión inclinó el fiel de la balanza. Él traía la voz del ejército —dice nuevamente Sierra—, la voz de los que se sacrificaban de verdad, de los que andaban descalzos y hambrientos por los inmensos lodazales del Bajío y entraban en campaña sin pan y a las batallas sin municiones; los jefes de estos hombres

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pedían que se les dejara hacer la Reforma: déjeme usted hacer —dijo Degollado a Juárez—, permítame publicar las leyes nuevas, y si esto no da resultado, 42 mándeme fusilar.

Manuel Ruiz reconoció ante el Congreso Constitucional de 1861 el decidido apoyo de Degollado a las Leyes de Reforma. Después de emitir su opinión, se embarcó a Tampico. Y en efecto, había sido tan enérgica su propuesta, que cinco días después, el 7 de julio de 1859, se publicó el Manifiesto del Gobierno Constitucional a la Nación que contiene el programa de la Reforma: Adoptar como regla general e invariable la más perfecta independencia entre los negocios del Estado y los puramente eclesiásticos… Declarar que han sido y son propiedad de la nación todos los bienes que hoy administran el clero secular y regular con diversos títulos…

Estas y otras medidas tendrían por objeto “la sumisión del clero a la potestad civil, en sus negocios temporales” y proteger en toda la República, “con toda su autoridad, la libertad religiosa”. Once días después, al recibir en Tampico las leyes publicadas, Degollado escribió a Ocampo: Ahora sí me siento hombre, porque hemos tenido el valor de decir lo que queremos y el término a dónde vamos. Si la pelona [la muerte] me hace su presa en medio de este fandango, moriré muy contento, abrazado a una bandera que ya no tiene ambigüedades ni

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Sierra.

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pliegues oscuros.

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“Lejos de debilitarla —dice Tena Ramírez— las Leyes de Reforma galvanizaron la causa liberal”. Tan es así, que un año después, septiembre de 1860, la guerra ya estaba prácticamente ganada, como se lo expresaría Manuel Doblado a Degollado: “Tres ciudades son las únicas que hoy conserva la reacción en toda la extensión de la República. Un mes de campaña y ellas estarán en nuestro poder”.44 Por lo pronto, Degollado —concluye Sierra acertadamente— había obtenido en Veracruz una victoria sobre los reaccionarios mucho mayor que juntas todas las derrotas que 45 estos le habían infligido.

Pero esa gran victoria atemorizaría no sólo al enemigo sino a todos los aspirantes a la silla presidencial, sin exceptuar al propio Juárez. Un solo temor me asalta —confesaba Degollado con la súplica a Ocampo de que se lo informara al Presidente— y éste sí me hace temblar: que se sospeche 46 que quiero formarme una clientela…”

En septiembre de 1859, de nuevo en campaña, Degollado organizó otro ejército en San Luis, pero sus adversarios en el aparato burocrático eran mucho más temibles y poderosos que los que encontra43

Degollado a Ocampo, Tampico, Julio 18 de 1859. INAH, 50-D528. 44

Manuel Doblado a Santos Degollado, León, Septiembre 10 de 1860. 45

Sierra, 159.

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Degollado a Ocampo, Tampico, Julio 21 de 1860. INAH, 50-D5-29.

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ba en los campos de batalla, por lo que pidió “encarecidamente” a su amigo Melchor Ocampo que los amigos lo auxiliaran con algún dinero, porque no podía hacer tantos milagros.47 d) Ministro de Relaciones Exteriores El 5 de noviembre de 1859 el General Degollado informó que las victorias de sus tropas en El Bajío lo obligaban a trasladarse a Guanajuato, a cuya ciudad ya había entrado triunfante Manuel Doblado. Paradójicamente, cada victoria, en lugar de generar aplausos entre sus correligionarios, los encelaba más. Era necesario detener esa avasalladora cadena de triunfos. Llamado por el Presidente Juárez a Veracruz, Degollado se trasladó al puerto y el 27 de enero de 1860 ocupó en el gabinete el lugar de Ocampo en Relaciones Exteriores. Con ésta, ya se había encargado de tres carteras: la de Gobernación, la de Guerra y ahora la de Relaciones. El proyecto del Presidente Juárez era que, retirado Ocampo, dadas las fuertes críticas que había recibido por el Tratado McLane, su amigo ocupara el cargo que había dejado vacante, mientras el mismo Ocampo era enviado como embajador ante el gobierno británico. Correspondió a Degollado extenderle sus cartas credenciales, aunque al final de cuentas. aquél no partiría a su destino. El 30 de enero, el gobierno constitucional —con 47

Degollado a Ocampo, San Luis Potosí, Agosto 21 de 1860. INAH, 50-D-5-33. “¿Influirá en el mal éxito de todo, el deseo de sacrificarme y hacerme perecer, porque se crea que haré sombra a algunas ambiciones? Bien sabe Dios que no soy obstáculo para nadie y que sólo quiero el triunfo de nuestra justa causa, para retirarme a donde nadie sepa de mí”.

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la firma de Degollado después de la de Juárez— declaró nulo el Tratado Mont-Almonte, llamado así por haber sido negociado por Alejandro Mont, en representación de la monarquía española, y Juan Nepomuceno Almonte, embajador del gobierno conservador de México. Este Tratado, firmado el 26 de septiembre anterior, obliga a España a reconocer el gobierno conservador de México y a extenderle un crédito —que al triunfar el gobierno liberal tendría que ser pagado por éste— a cambio de dicho gobierno conservador reconozca y pague todas las deudas españolas pendientes, y compense a los españoles de todos los daños sufridos. La actividad diplomática de Degollado fue tan intensa y productiva, principalmente al justificar la posición del gobierno constitucional ante Lord John Rusell, primer ministro de la Gran Bretaña, que por sí sola ameritaría un estudio especial. Durante los meses que Degollado ejerció su cargo en el gabinete, el General Miramón intentó sitiar Veracruz por tierra y por mar; por tierra, con sus tropas, y por mar, con una pequeña flota del General Tomás Marín, formada por dos vapores y una balandra, facilitados por el Gobierno español de Cuba al gobierno conservador de México, artillados y pertrechados por el arsenal de La Habana; pero el 6 de marzo, al fondear en la bahía de Antón Lizardo, dichos buques fueron detenidos por la flota norteamericana. Aunque uno de ellos se había abanderado mexicano y los otros dos eran de bandera española, los tres habían cometido el error de no izar bandera al recorrer las costas veracruzanas, por lo que, confor-

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me a la ley del mar, los buques de cualquier bandera podían considerarlos piratas y proceder en su contra. A iniciativa de Degollado, el gobierno constitucional los declaró piratas.48 Los buques norteamericanos, al investigar el caso, fueron atacados por los “piratas”. Otro error. Se les detuvo. Mientras se aclaraban las sutilezas diplomáticas entre los gobiernos norteamericano y español, los barcos “piratas” del gobierno conservador quedaron neutralizados. En realidad, dichos barcos constituían sólo la avanzada de la flota de guerra española, cuyos buques estaban fondeados en la isla de Sacrificios, amenazando con intervenir a favor del Gobierno conservador.49

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Circular, Veracruz, Febrero 25 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 37.

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Renato Gutiérrez Zamora, “El incidente de Antón Lizardo”, en Litorales, n. 21, año 2, diciembre de 1959. El autor reproduce la Nota de Protesta que envió el gobierno de España al gobierno de Washington (conservada en el archivo de Simancas) de fecha 9 de mayo de 1860, por el apresamiento de la escuadrilla marítima, y está de acuerdo en que el gobierno de Miramón haya anunciado en el Diario Oficial, Marzo 29 de 1860, que dicha flotilla obraría “en combinación con el ejército de operaciones sobre la plaza de Veracruz”, pero pregunta: ¿con qué derecho el gobierno español intervenía a favor de uno de los dos bandos?

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Capítulo III Divergencias a) Renuncia pendiente El día 13 de marzo, frustrado por la falta de apoyo naval y “manifestando un justo horror por los desastres de la guerra civil”, el General Miramón pidió al General Ramón Iglesias, encargado de la defensa de Veracruz, que se le propusieran los medios racionales para acabar con la guerra; lo que Iglesias informó inmediatamente al Presidente Juárez.50 Se formó una comisión del gobierno liberal, integrada por Degollado y Emparan, y otra del gobierno conservador, por Díaz y Robles. Los comisionados aprobaron un proyecto de arreglo que fue sometido a las siete y media de la noche a la consideración de Juárez y Miramón. Lerdo de Tejada llegó a proponer que se prescindiese de la Constitución, se salvase la Reforma y se nombrara un triunvirato. Degollado no llegó a tanto, pero la idea no le fue antipática. En todo caso, los comisionados liberales manifestaron a su contraparte que Juárez, “dispuesto a hacer en obsequio de la paz cuanto fuere compatible con sus deberes, los había autorizado ampliamente a aceptar el armisticio, siempre que un Congreso electo conforme a la Constitución resolviera las cuestiones pendientes”. Sin embargo, agregaron que el proyecto sería aceptado sólo si se le hacían ciertas 50

Proyecto de armisticio entre Juárez y Miramón, Veracruz, Marzo 14 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 61.

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modificaciones. Los representantes de Miramón expresaron que en manera alguna aceptaban las modificaciones y sin dar razón de su negativa ni proponer otros medios, quedó cortada la conferencia, retirándose los comisionados a sus respectivos campos, en el concepto de que si dentro de un término perentorio de horas no se tocaba parlamento, quedaban definitivamente rotas las hostili51 dades.

No se tocó parlamento y Miramón abrió fuego sobre la plaza de Veracruz el 15 de marzo de 1860, destrozando con su artillería más hogares que reductos militares; pero sin apoyo marítimo era inútil su intento de tomar la plaza, así que levantó el sitio el 21 y regresó a México con las manos vacías. Tal sería el principio del fin. Y lo sería no sólo para Miramón sino también para Degollado… Algo pasó en Veracruz. Imposible saberlo. El caso es que a partir de entonces las relaciones entre Juárez y Degollado se deterioraron y se enfriaron rápidamente. ¿Disgustó a Juárez el apoyo que dio Degollado a las tesis de Lerdo? ¿Sintió perdida la Presidencia de la República si Degollado se postulaba como candidato en las cercanas elecciones? ¿Celos políticos ante el carisma de su ministro de Relaciones? No hay duda de que, en ese momento, como rival, Degollado era más fuerte, popular y peligroso que Lerdo de Tejada. Ya había empezado a circular su nombre entre la clase política liberal, lo que en lugar de complacer a Degollado, lo moles51

Acta de la entrevista de avenencia, Veracruz, Marzo 14 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 62.

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taba. Él no había aceptado colaborar con el Gobierno de Juárez para hacer crecer sus apetitos políticos personales, sino para sostenerlo con abnegación, lealtad y gratitud; pero la clase política, por supuesto, no le creía. Lo cierto es que en el remoto e hipotético caso de que fuese imperativo que en determinadas circunstancias se decidiera que él ocupara la Presidencia, sólo la aceptaría previo acuerdo con Ocampo y con el consentimiento y el apoyo expreso del propio Presidente Juárez. Sea lo que fuere, Degollado se molestó con las habladurías, los chismes, las intrigas de siempre; presentó su renuncia y, dado que la Suprema Corte de Justicia no estaba en funciones y le era imposible asumir el cargo de primer Magistrado de la misma, para el que había sido electo, pidió al Presidente Juárez que le permitiera regresar al Gobierno de Michoacán o, en todo caso, a “la oscuridad” académica de la que había salido; pero Juárez, en lugar de aceptar su propuesta, lo regresó a los campos de batalla en calidad de comandante en jefe del ejército constitucional. A partir de este momento, es muy difícil hablar de la historia pública de Degollado, porque es hablar de un incomprensible y sordo conflicto entre él y Juárez. No es que haya habido actos de enemistad, rivalidad o pugnas abiertas por el poder, menos engaño, traición o deslealtad, sino graves y dolorosas diferencias de criterio en algunos asuntos fundamentales para resolver los problemas del país, que ocasionaron graves malentendidos. La contienda armada se había prolongado más de dos años: los intereses de todas las clases socia-

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les estaban destrozados; las peores pasiones de los hombres, desatadas; los más respetables derechos de las naciones y de los extranjeros, hollados; millares de vidas, sacrificadas, y ni uno ni otro de ambos partidos triunfaba. En tales circunstancias, no había esperanzas de que cualquiera de los dos partidos o sus programas garantizara una paz duradera. Aunque doloroso, era necesario que se hicieran arreglos conciliatorios a base de grandes concesiones mutuas. Lord John Russell, primer ministro de Gran Bretaña, había propuesto que se convocara una asamblea nacional para adoptar una Constitución sobre la base ya declarada de las libertades civil y religiosa, y que el poder ejecutivo obtuviera el grado de permanencia que los intereses públicos exigían. Degollado se sentía atraído por la idea de conjugar los contrarios para reconstruir la nación sobre esas bases; pero no dejaba de reconocer que la asamblea nacional ya se había establecido en forma extraordinaria en 1856 para constituir el país; que la libertad civil ya se había aprobado en 1857 y la libertad religiosa en 1859, y que el poder ejecutivo estaba afirmándose a través de la guerra. Sin embargo, pensaba que la solución del conflicto debía partir de esas mismas bases, aunque los detalles tuvieran que ser modificados, sin advertir que en los detalles se esconde el diablo. b) Se despeja el panorama bélico El 26 de mayo, Degollado se embarcó a Tampico y después de arreglar los asuntos hacendarios del puerto, se trasladó a San Luis; pero a los pocos días le extrañó que el ministro de Hacienda criticara

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sus medidas y escribió a Ocampo que a él y al Presidente “los habían engañado con argucias contra mi circular”, y que el único propósito que la había animado era dar unidad a las disposiciones hacendarias. Esa intriga lo hizo presentir que mientras más cerca estuvieran de la victoria, peor le iría a él. Yo me confirmo que mi carrera de sacrificios en la presente lucha ha de terminar en un proceso, como me sucedió en la administración de Ayutla. El mismo ministro de ahora, me entregó entonces al furor de 52 Barron y de la Legación Inglesa...

Su augurio se cumpliría al pie de la letra… Vislumbrando el fin de la guerra, Degollado consideró llegado el momento de empezar a reunir las piezas sueltas, y con las tropas de Guanajuato y Michoacán, complementadas por los audaces hombres de la frontera, formó el Ejército del Centro, con el cual se impuso a Miramón, primero en Loma Alta y luego en Silao. En Loma Alta, conforme a lo planeado por Juá52

Degollado a Ocampo, San Luis Potosí, Mayo 26 de 1860. INAH, 50-D-5-53. “Tendré muy presente lo que usted me dice respecto de Uraga y vigilaré con los dos ojos, aunque si se vuelve héroe, yo no tendré la culpa… El señor Presidente… me recomienda: Es necesario considerarlo como merece y fiarle enteramente el éxito de las operaciones importantes… ¿Ha olvidado el señor Juárez que siempre que he tenido un militar inteligente le he confiado enteramente la dirección de las operaciones importantes? ¿Me cree tan presuntuoso y necio que quiera yo figurar en primer término en una profesión que apenas conozco? …La presente se la puede usted enseñar al señor Juárez y usted vea la que a este señor escribí, pues contiene puntos importantes de los que quiero tener a usted al tanto”.

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rez, el General Uraga fue el héroe de la acción, quien no sólo perdonó la vida a los prisioneros, sino también los puso en libertad. Degollado lo apoyó. Al mismo tiempo, no sabía cómo disipar las redes de desconfianza que se estaban tejiendo a su alrededor. Llegó a sentir la animadversión contra él no sólo procedente del Presidente Juárez sino también de su querido amigo, el propio Ocampo.53 Miramón fue a reforzar Guadalajara y luego se desplazó a Lagos. Al mismo tiempo, por instrucciones de Santos Degollado, los generales González Ortega, por una parte, e Ignacio Zaragoza, por la otra, se dieron cita en León, siendo alcanzados por Felipe Berriozábal, Manuel Doblado y José Ma. Carbajal. Esta vez Miramón no escogió el campo de batalla, sino fue obligado a presentarla en Silao. La victoria reformista fue completa. La infantería, la caballería y toda la oficialidad cayeron en poder de González Ortega, quien. como Uraga, no sólo respetó la vida de los jefes y oficiales prisioneros, sino también los puso en libertad. Degollado estuvo de acuerdo, pero esta vez presentó un pero... Como muchos de estos hombres reinciden y nos befan, para lo sucesivo, bajo su más estrecha respon-

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Degollado a Ocampo, Tampico, Julio 21 de 1860. INAH, 50-D5-29 “Póngame ustedes a prueba siempre que gusten, quitándome el mando cuando más querido esté de mis tropas; sométanme a juicio siempre que para ello dé motivo o ustedes me crean culpable; contraríenme cuando lo crean conveniente, pues si yo por una fraternal confianza les digo mis opiniones, nunca me atreveré a decir yo lo quiero; hagan en fin cuanto conduzca al desempeño de su misión e impóngame órdenes, sin temor de que yo abuse de una posición que debo a sus bondades”.

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sabilidad y sin consulta con este cuartel general, mande pasar por las armas a todos los generales, jefes y oficiales reincidentes que vuelvan a aprehenderse, en cumplido obsequio de la ley del 6 de diciembre de 1856.

A propósito de la batalla de Silao, el 18 de agosto de 1860, desde Guanajuato, confió familiarmente a Ocampo, a la sazón en Huatusco: Hasta que se nos hizo una gorda, muy gorda, pues el señor González Ortega y Doblado, Zaragoza y Carbajal dieron una sacudida a Miramón de lo lindo, como habrá usted sabido. Mil parabienes, mi buen hermano, quizá este golpe dado en la cabeza en la reacción nos abrirá las puertas de la capital y allí nos daremos un estrecho abrazo… Lo que me tiene con cuidado es Veracruz… el que esté amenazado por la escuadra española. Yo tengo la triste convicción de que las potencias de Europa nos intervienen y de que nuestros amigotes del Norte se están a la capa dejando que nos magullen bien, para después tragarnos allí más fácilmente y soplarse a Cuba. Tengo miedo —¡mucho miedo!— de la guerra de intrigas con que tiene que rematar la lucha de armas. Yo, que no estimo mi vida ni en la escudilla de lentejas que fue precio de cierta primogenitura, tengo tal avaricia por el tesoro de mi reputación, que no lo querría perder por nada de este mundo; pero me parece que voy a quedar mal en el terreno, en el nuevo terreno que vamos entrando, porque va a sucederme lo que al 54 cohetero.

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Todo el mundo le rechifla cuando lanza sus cohetes: cuando truenan, porque truenan, y cuando no truenan, porque no truenan.

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Acabo de saber que el Consejo Tacubayista nombró Presidente a Miramón y que éste está haciendo impulsos desesperados para rehacerse y combatir todavía. No dudo que el Cuerpo Diplomático apoyará la nueva farsa y que hará a México todo el mal posible, porque los ministros extranjeros son enemigos del partido li55 beral.

En San Luis percibió que ya se estaban perfilando nuevas figuras a los primeres niveles políticos, niveles a los que indiscutiblemente merecían llegar, de las cuales González Ortega estaba muy por encima de Uraga, el preferido de Juárez. Tengo motivos para creer que el señor González Ortega se quiere hacer una potencia, que tiene sus miras ulteriores y que no gusta mucho de mi autoridad; pero yo me manejaré con suma prudencia respecto de él y le haré sentir lo menos que pueda la rienda que pende 56 de mi mano.

Por otra parte, su presentimiento de que algo andaba mal, aumentó. Lo dicho: algo podrido olía en Dinamarca. No se atrevió a informárselo a Ocampo sino hasta tiempo después; pero en Jalisco se le aseguró que existía una carta del señor Juárez, en la que lamentaba su imposibilidad de quitarle el mando a Degollado, por lo que pedía el apoyo de sus amigos y les aconsejaba que lo desconocieran. En todo caso, sintiendo que los acontecimientos entraban en su etapa final a favor de la causa liberal, Degollado empezó a pensar, primero, en dar celeri-

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Degollado a Ocampo, Guanajuato, Agosto 18 de 1860. INAH, 50-D-5-63. 56

Degollado a Ocampo, San Luis Potosí, Agosto 29 de 1860: INAH, 50-D-5-32.

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dad al proceso para evitar que la nación siguiera desangrándose, y segundo, en alcanzar una paz pactada entre vencedores y vencidos, no impuesta por los vencedores. c) Apropiación de lo ajeno Por lo que se refiere a las necesidades más elementales de sus tropas, el 2 septiembre el Presidente Juárez había escrito a Degollado. Como es urgente la necesidad que hay de pagar y de mantener las fuerzas del mando de usted, debe usted hacer lo que mejor convenga con los bienes nacionalizados para facilitarse recursos, dictando cuantas medidas conduzcan a este objeto. La necesidad lo autori57 za todo en estos momentos.

Si “la necesidad lo autorizaba todo en estos momentos”, él había quedado autorizado para cualquier cosa, por lo que Degollado apreció la disposición del Presidente Juárez; pero la solución que él le daba era a largo plazo y la guerra tenía necesidades inminentes y urgentes a corto plazo, que era necesario resolver de inmediato y día a día. Estas diferencias de matiz hicieron tronar la cadena por el eslabón más débil. ¿Por qué Degollado fue después destituido y sometido a juicio? En un principio él creyó que por pretextos, intrigas y malos entendidos, más que por alguna otra causa. Así lo creería él e incluso lo expresaría en la proclama en que dio a conocer su destitución: “El Supremo Gobierno ha sido sorprendido por siniestros informes”. 57

Juárez a Degollado, Veracruz, Septiembre 2 de 1859, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 140.

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Pero al final constataría que el Presidente Juárez se había indispuesto contra él, por dos razones: a) por haberse apropiado de unos caudales con valor de un millón 128 mil pesos y b) por haber aceptado que Juárez y Miramón se separaran de sus cargos para pacificar el país, punto que ya había sido objeto de las negociaciones en Veracruz. En relación con el primer punto, el 10 de septiembre, Manuel Doblado informó al General Degollado —desde León— que después de haber puesto a disposición de su cuartel general las rentas todas y los impuestos extraordinarios del Estado de Guanajuato, agotados todos los arbitrios y no siendo suficientes para sufragar los gastos de guerra, había decidido ocupar los caudales procedentes de Guanajuato, Zacatecas y San Luis Potosí, que iban para Tampico, propiedad de particulares nacionales y extranjeros. Doblado expresó: Tenemos que escoger entre dos extremos en este terrible dilema: o malograr tres años de sacrificios sangrientos, y esto cuando estamos tocando el término de ellos, o echar mano de los recursos que se encuentren, sea cual fuere su procedencia. La alternativa es dura, pero indeclinable. O autorizamos el desbandamiento de las numerosas tropas que están a nuestras órdenes, o les proporcionamos recursos de subsistencia que, conservándoles la moralidad y disciplina, las pongan en aptitud para concluir prontamente las operaciones de la guerra… Si aritméticamente fuera calculable lo que va a perder el país con la continuación de la guerra, se palparía sin dificultad que es una pequeñísima suma la que hoy

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se ocupa, comparada con la que por necesidad tendrían que gastar los pueblos, si por desgracia durara unos meses más una guerra que todo lo destruye y lo 58 aniquila.

Si Degollado no aprobaba la providencia, Doblado le dijo que revocaría las órdenes libradas; haría que se repusieran las cosas al estado que tenían antes de la ocupación, y se sujetaría al juicio al que Degollado ordenara someterlo. Sin embargo, agregó que en el Estado de Guanajuato pasaban de tres millones de pesos el valor de los bienes eclesiásticos que se habían nacionalizado, los cuales podrían servir como garantía preciosa y efectiva para los dueños de los caudales ocupados y la prenda más segura del pronto y cumplido reintegro. Nadie tiene derecho de disponer de lo que no es suyo. Leonardo Márquez lo había hecho, a sabiendas de que nunca reintegraría lo apropiado y de que dejaría comprometida a la Nación para restituirlo, por lo cual Miramón le había quitado el mando y sometido a juicio. El General Degollado reflexionó profundamente en lo dicho por Doblado. Había decidido tomar Guadalajara en los próximos días, antes de lanzar sus tropas sobre México. Si quería avituallarlas y pertrecharlas para los grandes combates decisivos del futuro inmediato, necesitaba tomar recursos de donde los hubiera. Ya desde febrero de ese año González Ortega le había dicho a Juárez: “¡Por Dios! Agencie usted 58

Doblado a Degollado, León, Septiembre 10 de 1860.

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recursos y mándenoslos, pues de otra manera nos convertiremos en bandidos, desprestigiando nuestra bandera”.59 Santos Degollado había recibido poderes amplísimos del Presidente de la República en materia de paz y guerra desde el momento de ser nombrado General en Jefe del Ejército Constitucional; pero si disponía de bienes ajenos, quedaría manchado su honor. Se rebajaría al nivel de Leonardo Márquez, “el tigre de Tacubaya”. Por otra parte, si no lo hacía, dejaría su honor a salvo, pero alargaría los sufrimientos de la Nación, martirizada cerca de tres años con los horrores de la guerra civil. Pues bien, decidió jugarse el todo por el todo y dar fin a la guerra, costara lo que costara. La responsabilidad de lo que decidiera no recaería en Manuel Doblado, sino en él. Al volver sus ojos al pasado, percibió “una vida oscura, pero sin mancha”. Él, Santos, se había consagrado a una “causa santa”. En todo este tiempo, nada ni nadie había ocupado su tiempo y su atención, más que esta causa: “ni la familia, ni el sosiego, ni los intereses de la fortuna, ni el amor, ni nada de cuanto más querido tiene el hombre”. Cometer una fechoría como la propuesta por Doblado, era impensable. Le espantaba la posibilidad de ser “afiliado entre los malhechores”. Pero le espantaba más “el espectáculo de veinte mil hombres dispersos sobre las poblaciones agotadas, transformando la guerra en una insurrección anárquica y sangrienta”. Empezó a sentirse en “un cadalso moral”. El problema, pues, no era jurídico, sino ético. Dos

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González Ortega a Juárez, Aguascalientes, Febrero 17 de 1860, Benito, t. II, cap. xiv, doc. 48.

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días después, las exigencias de la política se impusieron a las de la moral, aprobó la acción, declaró a Doblado exento de cualquier responsabilidad y puso sobre sus espaldas el sofocante peso de un compromiso “tan grave como trascendental”. El Gobierno Constitucional sólo podría culparlo a él y someterlo a juicio. Tomó la pluma y escribió al mismo Doblado: Delante de la independencia nacional amenazada por una invasión española; delante de la desolación del país y de su inevitable ruina; delante de esos torrentes de sangre sobre que salta y va pasando la revolución; delante de las consideraciones que su excelencia enumera con razones incontestables y de irresistible lógica, y delante de la necesidad indeclinable y perentoria que nos reclama el pronto y feliz término de tantos males con una paz sólida y bien cimentada, no puede vacilar un corazón mexicano, patriota y noble, como el que creo poseer… Yo aseguro a su excelencia que haré uso del amplísimo poder que tengo del Supremo Gobierno, para satisfacer y contentar a los acreedores de los caudales ocupados, a fin de evitar un conflicto internacional. Si para conseguir el amigable arreglo de este asunto se necesita una víctima que aplaque la justa irritación de los propietarios, pronto estoy a descender de la cumbre del poder militar, a dejar el mando supremo de un ejército victorioso y potente, y a sentarme en el banquillo de los acusados, sufriendo la suerte de los criminales. La posteridad me hará justicia y aprovechará el fruto de

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mi gran sacrificio.60 d) Dilema moral Esa decisión, a pesar de sus bondades prácticas, le desgarró el alma. “Después de una agonía horrible, maté mi nombre, me cerré el porvenir y me declaro reo”. No porque hubiera cometido un delito —el pago de la deuda estaba suficientemente garantizado— sino porque había transgredido sus principios. Al día siguiente, 13 de septiembre, informó al Presidente Juárez: Hágase paciencia y sírvase escucharme con calma. Nos encontramos en el conflicto más grave que imaginarse pueda por la falta de recursos pecuniarios. Los préstamos impuestos en Guanjuato y Querétaro y los derechos producidos por las conductas de Zacatecas, Guanajuato y San Luis, se han consumido en el tiempo transcurrido, muy económicamente. No teníamos con qué movernos ni para México, ni para Guadalajara, que es el punto que he mandado atacar de preferencia. Llegamos a la triste alternativa, o de disolver un ejército que consume más de 300,000 pesos mensuales —recibiendo sólo un peso diario los subalternos y dos pesos los jefes hasta generales— y entonces se hacía imposible la terminación de la guerra y era segura la ruina del país y la pérdida de la independencia, o de ocupar por la fuerza la conducta de un millón y pico de mil pesos que salía de San Luis Potosí para Tampico.

60

Degollado a Doblado, León, Septiembre 12 de 1860, Benito, t. ii , cap. xiv, doc. 150.

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Esto último se verificó y viene en camino la conducta de San Luis Potosí para Lagos, donde la recibirá la comisaría, para comprar con ella el término de tantos males. Yo he tomado sobre mí toda la responsabilidad y estoy a disposición del Gobierno para que con mi cabeza, si es preciso, evite cualquier conflicto internacional. Después de tantos contratiempos y penas, después de buscar en vano la muerte tantas veces en los campos de batalla y que la detracción y la sospecha han amargado mis días; después que se me obliga hasta la renuncia del participio en los triunfos de nuestras armas, no me quedaba más que mi reputación para presentarla en holocausto en las aras de la patria. Está, pues, el ejército constitucional en aptitud de vencer definitivamente a los enemigos del pueblo y de las leyes... Ahora ¿qué dirán de mí los hombres sensatos y honrados? ¿Qué dirá mi gobierno por haberme nivelado con Márquez? Si triunfa la causa, me perdonarán, pero si sucumbe, me condenarán. A todo estoy resuelto y Dios proteja mi recta intención.61 Hay dos frases clave en el documento anterior 61

Degollado a Juárez, León, Septiembre 13 de 1859, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 50. “Agradecí a usted mucho el despacho de general de división que me mandó y el diploma destinado a los defensores de la heroica Veracruz. Ni de uno ni de otro me considero digno; pero los conservaré como distinciones honoríficas nada más, pues ya usted sabe mi propósito de dejar la carrera militar el día que concluya la presente guerra. Tengo esperanza de que la toma de Guadalajara se verifique sin sacrificios cruentos y entonces Mejía no resistirá demasiado”.

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que revelan el dolido ánimo de Degollado; una, que se haya sospechado de sus actos, al grado de obligársele a dar batallas sin recursos, en las que la derrota era segura (quizá se refería a la de Tacubaya) y se le hiciera renunciar a otras en las que estaba garantizado el triunfo (quizá la de Loma Alta), y dos, comprar males como la guerra, la derrota y la intervención extranjera; sí, comprar males, pero para convertirlos en bienes. Ya que no podían evitarse, había que comprarlos y disponer del dinero ajeno para alcanzar la victoria, establecer la paz y garantizar las condiciones —internas y externas— que hicieran valer la fuerza de la soberanía nacional. La apropiación de los caudales habilitó al ejército federal para las dos últimas grandes batallas de la guerra, las de Guadalajara y México (siendo esta última la que se efectuó en Calpulalpan), las cuales preparó hasta en sus detalles más insignificantes; pero que causó una fuerte irritación al Presidente Juárez. El 20 de setiembre, cuando todavía no recibía el comunicado de Degollado, éste le expresó a Ocampo: Yo estoy con el disgusto muy grande de saber que una conducta de $1,200.000.00, que salió de Guanajuato bajo la garantía de nuestras fuerzas, fue ocupada por nuestros jefes. Hace tres días que se supo este hecho; lo dudé y con todo dirigí una comunicación al señor Degollado diciéndole que caso de ser cierto el lance, dispusiera la devolución de los caudales y sujetara a un juicio al que hubiera ejecutado el hecho; pero hoy, por un extraordinario que vino de México, se confirma este suceso, asegurándose que el señor Degollado lo dispuso; lo que todavía no creo, esto es, que el señor Degollado lo hubiera

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ordenado. Espero que él me diga lo cierto en cuanto al modo.62 Los dados estaban jugados. Alea jacta est. Aunque a mil kilómetros de distancia, el severo aliento de censura del Presidente se hacía sentir sobre Degollado, quien repetía sin dejar de sufrir: Perezca el buen nombre de una persona y que concluya ésta sus días de caudillo, si en cambio se afianzan la libertad y la independencia de la Nación.

62

Juárez a Ocampo, Veracruz, Septiembre 20 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxvi, doc. 60.

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Capítulo IV Punto Culminante a) Paificación y reconocimiento diplomático Al mismo tiempo, hubo algo políticamente grave e importante. George W. Matthew, Encargado de Negocios de la Gran Bretaña, que había jugado un activísimo papel de mediación entre los contendientes desde enero de ese año para acabar con la guerra, fue hasta Lagos, buscó al General Degollado —a quien ya había tratado personalmente en Veracruz— y le planteó dos asuntos. Por una parte, le rogó la restitución de 400 mil pesos, parte de lo que se había apropiado recientemente, propiedad de comerciantes ingleses, porque si no lo hacía, ya le había comunicado al Presidente Juárez que se vería obligado, contra sus sentimientos, a pedir la intervención de la armada británica, y que en este caso, tratándose de una causa justa, no dudaba que intervendría.63 Ya era suficiente tener la flota de guerra española a la vista de Veracruz con los cañones desenfundados, para ver también la inglesa, así que Degollado se comprometió a devolverle los bienes reclamados y se los devolvió. Por otra parte, Mathew le informó que Miramón, aunque seguía rechazando la Constitución de 1857 y 63

Mathew a Juárez, México, Septiembre 18 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 157. El Encargado de Negocios dijo al Presidente: “Mi deber me obligará a llamar una fuerza inglesa a las costas de México”.

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desconociendo el Gobierno de Juárez, estaba dispuesto a aceptar los principios del constitucionalismo liberal y de la Reforma, siempre que los aprobara un nuevo Congreso soberano, encargado además de elegir un nuevo Presidente provisional de la República; por consiguiente, si el gobierno liberal aceptaba un proyecto de pacificación sobre esas bases —el cual, por otra parte, él acababa de proponer al Presidente Juárez—, era probable que Miramón también lo aceptara, y que si éste, con cualquier pretexto, lo rechazaba, todo el cuerpo diplomático, con excepción de España, reconocería al gobierno de Juárez. Ante la alternativa de una paz impuesta o una paz pactada, Degollado consideraba preferible la segunda. Era mejor terminar las hostilidades con un acuerdo, que con una batalla. Lo importante, según él, era hacer prosperar los supremos valores liberales que descansan en el respeto a la soberanía nacional, sin buscar ni aceptar tutelas extrañas, ni subordinarse en forma alguna a ningún poder exterior, así como dejar a salvo los principios constitucionales y los de Reforma, aunque se sacrificaran intereses y ambiciones personales. Si estas ideas eran aceptadas por el enemigo, no veía por qué no llegar a un arreglo con él. Después de todo, así se había consumado la independencia nacional en 1821 —con la palabra, más que con la sangre—, con una diferencia: la independencia se había alcanzado para proteger privilegios e intereses tradicionales, y ahora, en cambio, se lograría para hacer valer el constitucionalismo liberal y los principios de la Reforma. La misma guerra que he sostenido durante estos tres años me ha hecho conocer que no se alcanza la pacificación por la sola fuerza de las armas y estoy pronto

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a prescindir de la forma y de las personas, con tal de que queden asegurados y perfectamente a salvo los principios que sostiene el partido liberal.

b) Las propuestas de Degollado Así que, en concordancia con las ideas de Mathew, el General Degollado formuló dos proposiciones. Su lógica es impecable y están apegadas al Derecho de Gentes; pero no dejan de ser irritantes desde el punto de vista práctico, político y formal; probablemente adecuadas para los políticos de una sociedad anglosajona, pero no para Juárez, cuya integridad era de hierro. Dichas propuestas responden a la lógica, porque si ambos gobernantes, Juárez y Miramón, aceptaban presentar su renuncia, no habría nadie que los sustituyera. Ninguna de las partes había estado ni estaba dispuesta a aceptar la propuesta de la otra sobre un tercero que gobernara provisionalmente a la Nación. Esta traba no había podido ser destrabada por nadie. La contradicción entre los dos gobiernos era irreductible. El nudo gordiano era imposible de desatar o de romper. Él había planteado crudamente en Veracruz una de dos: o se prescindía de “las formas y las personas” para alcanzar la paz y se aceptaba que un tercero —el cuerpo diplomático en pleno por ejemplo— nombrara Presidente provisional, o proseguirían los horrores de la guerra civil. Además, su propuesta está apegada al Derecho Internacional, porque cuando ninguna de las dos partes en un conflicto interno puede vencer a la otra y la contienda se alarga inútilmente, con la consiguiente pérdida de bienes y de vidas, cabe la amigable

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intervención de otro país (o de otros países), si las partes están de acuerdo; no como árbitro(s) y menos para ejercer actos de soberanía, sino para el único y exclusivo fin de facilitar las negociaciones y los acuerdos entre ellas. Puesto que el triunfo de los liberales sobre los conservadores parecía inevitable, qué mejor —a juicio de Degollado— que el vencedor transigiera en algo con el vencido, muy poco, en materia de “formas y personas”, para que entre todos construyeran nuevas instituciones políticas que representaran a todos, en las que cupieran todos, vencedores y vencidos, en las que nadie se sintiera excluido, a efecto de fortalecer el Estado; pero sin renunciar a ninguno de los principios y valores constitucionales y liberales, cuyo triunfo ya había sido asegurado en los campos de batalla.64 No obstante su lógica y su apego a Derecho, molestaba la idea de que los países extranjeros intervinieran en los asuntos internos de la Nación, aunque no fuera más para respaldar las bases constitucionalistas y reformistas del Estado mexicano; para hacer un nombramiento provisional y perentorio del titular del Estado, aunque no durara más que pocas semanas, y para desvanecer las constantes advertencias de las grandes potencias, entre ellas Gran Bre64

González Ortega a Degollado, Guadalajara, Octubre 2 de 1860, Benito, t. iii, cap. xv, doc. 3. “Me consideré con el deber, como primer jefe del ejército de operaciones, de secundar las patrióticas intenciones de usted, a fin de obtener la paz, evitando hasta donde fuese posible la efusión de sangre a que he hecho referencia y, propiamente no eran arreglos en que se sacrificaran los principios o se olvidara la Constitución…, sino los que tendieran a evitar la efusión de sangre, la ruina de muchas familias y la destrucción de una grande capital, quedando intactas las instituciones constitucionales”.

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taña, Francia, España y Estados Unidos, en el sentido de que si no se hacía la paz, México estaba condenado a perecer como Nación. En todo caso, Degollado propuso a Mathew que la junta de representantes de las naciones acreditadas en México admitiera y declarara: •

que las bases de la Constitución mexicana son la representación nacional en un congreso libremente electo; la libertad religiosa; la supremacía del poder civil; la nacionalización de los bienes llamados del clero, y los principios contenidos en las Leyes de Reforma, y

que nombrara a un Presidente provisional de la República que fuera reconocido por todos.

Degollado advirtió al Encargado de Negocios británico que si sus propuestas de pacificación no eran aceptadas por ninguno de los dos partidos contendientes, se retiraría completamente de la vida pública. En cambio, si su gobierno, sus compañeros de armas y sus subordinados las aceptaban, como él lo esperaba, y sólo “los jefes del partido reaccionario” las rechazaban, en tal caso, me esforzaré porque se siga la guerra con todo vigor y energía posibles, declarando fuera de la ley común a los perturbadores del orden y haciendo que todo el rigor de las leyes vigentes en el sistema constitucional 65 se aplique sin remisión a los culpables.

65

Degollado a Mathew, Lagos, Septiembre 21 de 1860, Benito, t. II, cap. xiv, doc. 161.

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c) Avance de la guerra Ese mismo día 21 de septiembre, además de dar a conocer al Presidente Juárez su plan de guerra, Degollado le trató los dos conflictivos asuntos; el de los fondos incautados y el plan de pacificación que había propuesto al diplomático inglés. En primer lugar le informó que, estando en Querétaro, y habiéndose enterado que las defensas de México habían sido reforzadas, había reafirmado en consejo de guerra desviarse a Guadalajara, en lugar de avanzar a la Capital, como eran los deseos de Juárez, y que las tropas de González Ortega ya estaban a las puertas de la ciudad tapatía. Agregó que su conciencia había empezado a tranquilizarse —aunque no del todo— en lo que se refiere a los caudales de los que se había apropiado: El cúmulo de dificultades en que me encontré y la seguridad de que con dinero salvaríamos al país, me determinó a mandar ocupar la conducta, con toda la amargura que usted debe suponer, por la ruina de mi crédito, por el conflicto del gobierno y por el perjuicio a los interesados que me han venido a hacer las más sentídas súplicas para que les devuelva sus fondos. En obsequio de la verdad y con gran sorpresa mía, diré a usted que ni los cónsules extranjeros ni los interesados me han hecho reproche alguno, hablándome con la mayor consideración. Por lo que veo y oigo, me parece que estaba en la conciencia pública la necesidad de esta medida, y cuantos nacionales y extranjeros me han hablado, dicen que se dan por remunerados si triunfa el partido liberal.

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También le informó que el importe de la conducta era de un millón 127 mil 414 pesos, de los cuales había dado 200 mil a González Ortega para sus 19 mil hombres, y agregó con descarnada franqueza que había separado 300 mil para “comprar la guarnición de Guadalajara”. Luego entonces, las guerras se ganan no sólo con la espada, sino también con el dinero. Otros 200 mil y pico los había reservado para “comprar” la guarnición de México. Tal vez estos sacrificios pecuniarios nos ahorra-rán el derramamiento de sangre, nos pondrán en posesión de armamento, pertrechos y trenes que valen muchís66 imo más y nos pondrán en estado completo de paz.

Por último, le hizo saber que los 400 mil pesos que había devuelto a Mathew servirían para evitar la intervención de la armada británica, y que las propuestas de pacificación que le planteó —las cuales le anexó—, que implicaban la separación provisional de él y Miramón, si no eran aceptadas por éste, como lo preveía, traerían como consecuencia su reconocimiento como jefe de Estado no sólo de Gran Bretaña sino de todo el cuerpo diplomático. Tendremos en el paquete siguiente el reconocimiento de nuestro gobierno por la Gran Bretaña. Creo que el enemigo [conservador] no admitirá las bases que propuse y entonces tendremos el reconocimiento del cuerpo diplomático, y seguiremos peleando con mayor derecho, pues se habrán agotado las pruebas de ab67 negación del gobierno constitucional.

66

Degollado a Juárez, Lagos, Septiembre 21 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 160.

67

Degollado a Juárez, Lagos, Septiembre 24 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 165.

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Así que Degollado estaba dando pruebas de un pragmatismo político sui generis, “comprando” victorias bélicas y adhesiones internacionales con dinero ajeno, porque no tenía el propio; sin renunciar a los principios liberales, antes bien, para hacerlos prosperar. Y en cuanto a su plan de pacificación, Degollado suplicó a Juárez que le manifestara su sentir, pues si aprobaba las bases propuestas —que implicaban su separación del poder y la de Miramón—, creía infalible el triunfo de la causa liberal, y si no las aprobaba, esperaba de su bondad que le admitiera su renuncia, presentada desde Veracruz, la cual había quedado pendiente. Este es un compromiso de honor que he contraido. El señor González Ortega está de acuerdo con las bases expresadas y el señor Doblado hará lo que el Gobier68 no determine.

d) Acuerdo de paz o renuncia A los seis días de presentar sus propuestas a Mathew y de informárselo a Juárez, es decir, el 27 de septiembre, Degollado se las dio a conocer a González Ortega, Manuel Doblado y Guillermo Prieto. A González Ortega le anticipó lo mismo que al Presidente Juárez y que al Encargado de Negocios británico; es decir, que si él “y los demás Generales del Ejército Constitucional” estaban de acuerdo con 68

Degollado a Juárez, Lagos, Septiembre 23 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 163. Nota de Juárez: “No apruebo su proyecto y en cumplimiento de mi deber emplearé todos los medios legales que estén en mis facultades para contrariarlo”.

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su plan de pacificación, continuaría al frente y lucharía hasta triunfar o morir; pero si no estuviesen conformes, deben prepararse para elegir a un caudillo que me reemplace, porque mi deber y mi conciencia me prohíben continuar de otro 69 modo.

Él pensaba que por la paz —bajo los principios liberales y reformistas— valía la pena hacer cualquier sacrificio, inclusive si se estipulaba que no sólo Juárez y Miramón, sino también él, desaparecieran de la escena política. La idea no sólo fue aceptada por González Ortega, sino también “consintió la reforma de la Constitución y la eliminación del señor Juárez” —como se lo propuso al jefe conservador de Guadalajara—, con tal de firmar un tratado de paz, y así se lo haría saber a Degollado el 2 de octubre: ¿Qué importa la separación voluntaria del señor Juárez y el compromiso de ser reformada la Constitución, si todo queda garantizado con la permanencia en los Estados de los gobernadores y legisladores liberales y en el gobierno liberal de un presidente y gabinete con las mismas ideas y ligados todos con los preceptos 70 que contiene la Constitución de 1857?

Hay quienes no se explican por qué, en Veracruz, Degollado se negó a aceptar el plan de paz de Miramón, y en Lagos, él mismo lo propuso, implicando que es esencialmente el mismo; pero son dos cosas

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Degollado a González Ortega, Lagos, Septiembre 27 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 176.

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González Ortega a Degollado, Cuartel general de Belén, Octubre 2 de 1860. Benito, t. iii, cap. xv, doc. 3.

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distintas. En Veracruz, la suerte de la guerra todavía estaba incierta; en Lagos, ya estaba virtualmente ganada. En Veracruz, él era uno de los comisionados liberales, frente a los comisionados conservadores, y en Lagos, sólo era él solo frente a los dos gobiernos que se estaban haciendo la guerra. En Veracruz, aún no se palpaban los efectos de las Leyes de Reforma; en Lagos, ya nadie hubiera podido detener esos efectos. En Veracruz, él y el ministro Emparan habían recibido amplios poderes para pactar, a condición de que se modificaran algunas cláusulas del proyecto, y en Lagos no habría ningún pacto ni proyecto de por medio, sino sólo su posición individual irreductible: o su plan era aceptado por ambas partes, o renunciaba, y si sólo sus compañeros lo aceptaban, no daría merced al enemigo. En Veracruz, en fin, ya había presentado su renuncia a Juárez, y en Lagos estaba dispuesto a seguir la guerra sólo contra sus enemigos, pero ya no una lucha de desgaste y resistencia política frente sus amigos. Porque, en efecto, todos los aspirantes a la Presidencia de la República, sin exceptuar a Juárez, creyéndolo un rival demasiado fuerte, trataban en desgastar su imagen por todos los medios posibles. Degollado, que consideraba que tales ambiciones políticas no dependían de él sino de la situación y del respaldo de sus amigos (principalmente de Juárez, desde luego), había resentido más las intrigas de estos que las agresiones del enemigo. Le desagradaba mucho —ya se dejó constancia de ello— que para evitar que crecieran sus supuestos adeptos, se le mandara librar batallas cuya derrota estaba asegurada de antemano y se nombrara a alguien a ganar combates cuyo éxito estuviera previamente garantizado. Siempre había obedecido, por supuesto, y lo seguiría haciendo; pero, ¿de qué se trataba? ¿Quéría anulársele? No era necesario. Él se anulaba solo.

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No tenía aspiraciones presidenciales por cuenta propia. Lo había repetido mil veces. Sus únicas aspiraciones políticas eran ganar la guerra o ganar la paz; es decir, fortalecer el Gobierno de Juárez o apoyar su salida en función de un tercero, si el propio Juárez estaba de acuerdo. Su otra inquietud era, si acaso, regresar al Gobierno de Michoacán; pero por lo pronto, ni siquiera eso, sólo quería alejarse del corazón de las intrigas y no ser responsable de la descomposición del ejército que él mismo había formado. Después, ya se vería… Su lealtad y su espíritu de sacrificio a la causa liberal, a los principios de Reforma y al Primer Magistrado de la Nación eran inquebrantables; lo había demostrado siempre y seguiría haciéndolo. Recientemente había recibido el grado de General de División por acuerdo del consejo de ministros, y un diploma por haber formado parte de los Defensores de la Heroica Veracruz, por lo cual su gratitud hacia Juárez y su Gobierno había crecido hasta el infinito. Pero en tratándose de la guerra y de la paz, era preciso conceder al enemigo todo lo que humana y patrióticamente fuera necesario, excepto los principios del constitucionalismo liberal y de la Reforma, para que, una de dos, o manifestara su acuerdo y se alcanzara la paz, o lo rechazara y se siguiera la guerra, pero ya no con la amenaza de intervención extranjera, sino con el reconocimiento del cuerpo diplomático. Presintiendo no tanto que se aceptara su renuncia, cuanto que se le destituyera del cargo y se le sujetara a juicio, ¿qué le costaba situarse por encima de las partes en conflicto y conjugar los más altos intereses de la Nación, en el marco del constitucionalismo liberal, las libertades democráticas, los dere-

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chos del hombre y del ciudadano, y los principios de la Reforma, aunque abdicaran momentáneamente de sus funciones los protagonistas de este drama histórico?

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Capítulo V Ruptura personal a) Preciosa declaración de Juárez Juárez pensaba de otro modo. La Nación no perecería si rechazaba las concesiones, sino si las aceptaba. El pueblo estaba por encima de cualquier transacción. Era la suprema fuente del Derecho, del Poder y de la Justicia. Y el pueblo ya había aprobado la Constitución Política a través de sus representantes electos, y elegido a sus representantes para que lo gobernaran. Luego entonces, era necesario respetar la voluntad del pueblo. Juárez explicó a Mathew: Los que sostenemos el orden legal, no hemos ascendido al poder por los medios reprobables de la intriga ni de los motines militares. Fuimos llamados por el voto libre y espontáneo de la mayoría de la nación. Es nuestro objeto cumplir y hacer cumplir la ley, y hacer efectivas las garantías que tiene el hombre para pensar, hablar, escribir, adorar a Dios según su conciencia y ejercer sus demás facultades, sin otro límite ni valladar que el derecho de otro hombre. Deseamos que la ilustración, las ciencias, las artes y el amor al trabajo, que otros países poseen en alto grado, se aclimaten en nuestro país, y por eso abrimos nuestras puertas y damos hospitalidad al extranjero sin preguntarle quién es, de dónde viene, qué religión profesa ni cuál es su origen. Usted que ha sido testigo de los sucesos de México en los últimos tres años, convendrá conmigo en que la facción que hoy domina en esa capital debe su elevación al motín militar de Tacubaya, a la rebelión contra la ley que juró acatar y sostener.

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Desde el momento de su traición, ya no reconoció más ley que su voluntad caprichosa y por eso no ha podido imponerla a la nación, a pesar de sus desesperados esfuerzos; por eso, en el corto periodo de dos años y medio, ha arrojado del poder, de una manera vergonzosa, a dos de sus llamados gobernantes [Comonfort y Zuloaga], y seguirá arrojando a los demás, porque una vez que la voluntad voluble del hombre se sustituye a la ley, ya no hay más que anarquía o despotismo o las dos cosas juntas; por eso, en fin, ha ido perdiendo día a día y palmo a palmo el terreno que había conquistado con la fuerza de las armas; ni siquiera ha tenido la habilidad de algunos déspotas benéficos, halagando los intereses de la comunidad. Los grandes medios de consolidar su poder se reducen a defender la fuerza y la riqueza del clero, sostener la intolerancia civil y religiosa, parodiando la política tenebrosa y sanguinaria de Felipe II, y conservar los abusos y el sistema vejatorio de la época de los virreyes de Nueva España. Ya verá usted cuan clara es la diferencia que hay entre el gobierno constitucional y los rebeldes de Tacubaya. Suplico a usted pese en su consideración estas razones y se persuada de la imposibilidad en que estoy de aceptar las proposiciones que se sirve usted fijar en su estimable carta. Si la guerra tuviera un objeto personal, es decir, si la cuestión fuera porque yo siguiera o no en el poder, el medio decente y decoroso para mí sería retirarme del puesto que ocupo; pero no es así. La lucha que sostiene la nación no es por mi persona, sino por su ley fundamental, establecida por sus legítimos representantes. Yo he sido llamado para sostener la Constitución que juré cumplir y hacer cumplir, y como hombre de honor y de conciencia, no debo burlar la voluntad de los pueblos, traicionando mis juramentos.

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Si yo abandonara el puesto, destruyendo la legalidad que sostiene no sólo la ciudad de Veracruz sino la mayoría de la República, descendería voluntariamente al nivel de los rebeldes, entregaría a mi país a la más espantosa anarquía y sería tan criminal como don Miguel Miramón, y esto, en momentos en que el partido constitucional se encuentra robustecido por sus recientes victorias y en que está próximo a coronar sus esfuerzos y sacrificios con un triunfo definitivo que restablezca la paz. No son, pues, los intereses personales los que me detienen en el poder, que nada tiene hoy de halagüeño. Ni siquiera la Constitución que defendemos asegura mi continuación en el mando después del triunfo, porque en el momento que se restablezca la paz, la nación elegirá a la persona que me releve inmediatamente. Sigo, pues, en este puesto, por deber y con el noble objeto de cooperar a la conquista de la paz de mi Patria, y tengo la profunda convicción de que esa paz será estable y duradera, cuando la voluntad general, expresada en la ley, sea la que reforme la Constitución y ponga y quite a sus gobernantes, y no una minoría 71 audaz como la que se rebeló en Tacubaya en 1857.

Degollado estaba de acuerdo con lo anterior, por supuesto; eran sus mismos principios, sus mismas creencias, sus mismos sentimientos. Siempre había apoyado al Presidente Juárez y lo seguiría apoyando; pero una cosa era ver las cosas desde el Olimpo de Veracruz y vigilar la dirección de las tormentas que eran desatadas por los dioses del mundo, prever sus efectos y dar los golpes de timón que mantuvieran a flote el bajel de la República —tal era su obligación— y otra, arrastrarse por los lodazales san71

Juárez a Mathew, Veracruz, Septiembre 22 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, no. 162.

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grientos, los desechos pestilentes y las miserias humanas de los campos de batalla. González Ortega, por ejemplo, era su amigo y lo quería mucho, lo admiraba y lo respetaba; sin embargo, había acordado la destitución de Juárez con el jefe de la guarnición de Guadalajara, si éste le entregaba la plaza. Degollado lo había severamente amonestado, desde luego, porque eso era impropio. Él estaba dispuesto a comprar al ejército enemigo para tomar posesión de su plaza de armas, como la de Guadalajara, que le era entrañable, porque desde ella había ejercido el gobierno del Estado; pero no vender a un Presidente de la República para lograrlo. Una cosa era aceptar que Juárez se separara de su cargo con su consentimiento —si los supremos representantes de las partes en conflicto llegaban a este acuerdo— y otra, muy diferente, transar su separación con el enemigo, sin consultar siquiera a su superior, que era él. Además, él estaba dispuesto a hacer concesiones para hacer la paz en toda la República, no sólo para ganar una ciudad. Lo paradójico del caso es que a González Ortega, en lugar de enjuiciársele, se le premiaría, y que a él, en lugar de premiársele, se le enjuiciaría. Después de casi tres años de guerra, la prudencia estaba desquiciándose muy de prisa en el campo liberal. Se había desatado un peligroso proceso de degradación en cosas, situaciones, ideas y personas. Los generales, jefes y oficiales ya no querían un jefe puro, abnegado y honesto, como él, sino otro cuyas componendas les permitieran alcanzar sus ambiciones, sin escrúpulos de ninguna clase.

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Su separación del mando, pues, era un imperativo categórico no sólo para él, sino para el ejército. Su relevo no era un asunto personal sino de salud pública y de necesidad nacional. Su reemplazo era obligado para fortalecer al Gobierno. Serviría de escarmiento para evitar que siguiera relajándose la disciplina, en una peligrosa etapa en la que era necesario endurecerla. Si el Presidente decretaba la salida del General en Jefe, ¿qué no estaba dispuesto a hacer con los demás? Las cosas van tomando un declive —advirtió a Juárez— en donde ya no las podré detener. Por lo mismo, vuelvo a recomendar a usted que, si no acepta el plan político que contiene mi carta del 21 [septiembre] dirigida al Sr. Mathew, que remití a usted en copia, me admita la renuncia y me quite de este disparadero, o bien me destituya del mando por causa de la ocupación de la conducta. Yo, como amigo sincero y apasionado de usted, me atrevo a aconsejarle la aceptación de las bases propuestas (a Mathew), con la seguridad de que en el remoto caso de que las admitan nuestros enemigos, usted, sacrificando su persona y salvando al país, se hará más y más grande a los ojos del mundo. Lo que espero, naturalmente, es que el partido clerical rehúse y se obstine; pero en este caso, ya podremos hacer la defensa de la Constitución de 1857 y del gobierno de usted con todo vigor y con el apoyo que nos prestará todo el cuerpo diplomático, menos Pacheco [el embajador de España], y entonces, será infalible 72 nuestro triunfo.

Al día siguiente volvió sobre el tema. Explicó

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Degollado a Juárez, León, Septiembre 23 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 163.

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nuevamente al Presidente que había devuelto los 400 mil pesos a Mathew “porque tendremos en el paquete siguiente el reconocimiento de nuestro Gobierno por la Gran Bretaña”, y le reiteró que creía que Miramón no admitiría las bases del plan entregado a Mathew, con copia a él, y entonces tendremos el reconocimiento del cuerpo diplomático y seguiremos peleando con mayor derecho, pues se habrán agotado las pruebas de abnega73 ción del gobierno constitucional.

Por otra parte, las intrigas y la campaña de descrédito en su contra seguían avanzando inconteniblemente. Cuantiosos recursos estaban bajo su custodia. Todos querían su parte del botín. El 10 de octubre, desde Tepatitlán, le confesó a Doblado que había tenido “otra amargura más”: que se había creído que era capaz de fugarse con el dinero de las conductas y que se andaba diciendo que era un sinvergüenza (Lo había dicho el propio destinatario, esto es, Doblado, por haberlo despojado del control de los caudales). Agregó que incluso González Ortega, con palabras atentas, le había pedido los fondos, respaldando su petición “con tres o cuatro bien armados escuadrones”; pero que no había complacido su exigencia, y advirtió a Doblado que tampoco complacería a nadie más (incluyéndolo a él, por supuesto). Después de que he sacrificado mi reputación, nadie me puede quitar el derecho de presidir y cuidar la buena inversión de los caudales. Para esto yo solo me basto, porque está en mi mano dejarme asesinar, antes que soltar un peso sin presupuesto. Cuando el go-

73

Degollado a Juárez, Lagos, Septiembre 23 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 165.

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bierno me mande entregar mis funciones a otro, lo 74 cual no puede dilatar, entonces lo daré todo.

En realidad, Degollado había hecho venir los escuadrones de González Ortega, no éste se los había enviado a aquél, para que custodiaran 200 mil pesos que había reservado para sus tropas y 300 mil para que “comprara” la victoria en Guadalajara. Lo que pasa es que estaba molesto con Doblado no sólo porque se había retractado de su plan de pacificación, después de habérselo propuesto, sino también porque le había llamado sinvergüenza. Varios días después, Mathew informó a Degollado que el gobierno de Miramón había rechazado cualquier oferta de paz que no coincidiera con la del embajador de España, la cual se expondrá más adelante. Entonces Degollado le advirtió el 14 de octubre: Si la guerra toma en adelante un carácter feroz, si al fin se adoptan las represalias y el partido liberal vuelve injuria por injuria, muerte por muerte, incendio por incendio y si aún supera en crueldad a su contrario, no será culpa nuestra, después que tantas veces hemos propuesto medios pacíficos para terminar la contien75 da.

El 16 de octubre, Doblado hizo saber a Degollado, en nombre propio y de varios jefes y oficiales, que no estaba de acuerdo con las ideas que había dirigido a Mathew para pacificar el país. Degollado consideró que no tenía caso discutir con él ese tema, 74

Degollado a Doblado, Tepatitlán, Octubre 10 de 1860. Benito, t. iii, cap. xv, doc. 5.

75

Degollado a Mathew, Tepatitlán, Octubre 14 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 186.

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porque ya era extemporáneo, había sido superado por los acontecimientos, y le contestó: Partidario yo de la doctrina de las mayorías y demócrata práctico, esté usted seguro de que me someteré a la voluntad de los principales jefes del Ejército que 76 han expresado su opinión contra la mía.

Dos días después informó al Presidente que González Ortega y Doblado, después de haber apoyado en Guanajuato su plan de pacificación, ahora estaban en contra. Había entendido el mensaje. Eso no prueba más sino que soy un estorbo para las miras interesadas de los hombres que figuran en nuestra escena política.

En vísperas de la victoria final, por consiguiente, le reiteró por enésima vez que esperaba su resolución, sea cual fuere, o la aceptación de su renuncia o su destitución, o por el asunto de los caudales o por el rechazo de su plan de pacificación, para entregarle el mando a cualquier otro jefe. Además, lamentó que sus propuestas a Mathew con copia a él hubieran sido tergiversadas y que algunas personas “imprudente o maliciosamente hayan desfigurado los hechos en el fondo y en la forma”. Su pensamiento, suponiendo que fuese malo, no se lo había impuesto a nadie por la fuerza. Ni lo haría. Habían sido y eran sólo propuestas para ser aceptadas o rechazadas. Por último, estaba convencido, ahora más que nunca, que la devolución de los 400 mil pesos a 76

Degollado a Doblado, Lagos, Octubre 2 de 1860. Benito, t. iii, cap. xv, doc. 4.

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Mathew había evitado que los puertos del Golfo fueran hostilizados por la flota británica para exigir el pago. Creí que debía evitar semejante conflicto al Gobierno 77 de usted y estoy cierto que hice bien.

b) Destitución del General en Jefe El 17 de octubre, a punto de cumplir 50 años de edad, Degollado fue destituido de su cargo —no lo supo oficial sino extraoficialmente— y reemplazado por el General Jesús González Ortega, su segundo al mando.78 Considerando que había valorado su propuesta de pacificación como un “compromiso de honor”, Juárez le hizo ver que el honor consistía en deshacerse de tal compromiso. Francisco Bulnes dice que al destituirlo, Juárez lo deshonró. De lo que no hay duda es que tal fue su intención. En lugar de destituirlo, bien pudiera haber aceptado la renuncia que reiteradamente le fuera presentada. El caso es

77

Degollado a Juárez, Tepatitlán, Octubre 16 de 1860. Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 189.

78

Emparan a los Gobernadores de los Estados, Veracruz, Octubre 17 de 1860. Benito, t. iii, cap. xv, doc. 8. “Contra lo que debía creerse de la constancia de que había dado ejemplo y desentendiéndose del respetable de moralidad y juicio que los pueblos están dando a los hombres públicos, el excelentísimo señor General don Santos Degollado ha olvidado sus anteriores manifestaciones y sus deberes, se ha permitido recomendar un plan de pacificación ilegal y opuesto a la dignidad de la Nación… En cuanto ha sabido con certeza ese escándalo…, la ocupación de la conducta de plata del interior, [el Primer Magistrado ha reiterado] la orden que había expedido, deponiendo a dicho Jefe del mando del Ejército Federal, así como ha dispuesto que lo reciba el excelentísimo señor Gobernador del Estado de Zacatecas”.

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que efectivamente, sin importar su exoneración en el juicio al que fuera sometido, el Presidente lo juzgó previamente y lo condenó. ¿Por qué nunca había querido aceptar su renuncia? ¿No era obvio que Santos Degollado, con razón o sin ella, ya no quería colaborar con él? ¿Por qué aprovechar un error, en caso de que lo haya cometido, para destituirlo?79 Por eso es muy difícil reflexionar sobre este caso. Es muy grave y delicado. Está de por medio la reputación de dos grandes hombres. Por alguna razón —no se sabe cuál— Juárez siempre se había negado a admitir la renuncia de Degollado al mando supremo de las tropas federales y tampoco aprobado las propuestas de pacificación que implicaban su separación del cargo, porque aceptar aquélla o rechazar éstas, era aceptar su separación del mando por voluntad de Degollado, no de él. Nadie debía atreverse a renunciarle, a menos que él se lo pidiera. Puesto por su subordinado entre la espada y la pared, a esas alturas, por arriesgado que fuera, consideró que era mejor optar por su destitución. Además, el propio Degollado se la había propuesto, aunque con una diferencia: la de éste tenía el propósito de fortalecer su Gobierno, y la de Juárez lo debilitaría ante la opinión pública; aquélla era una destitu79

Ignacio de la Llave a Degollado, Veracruz, Octubre 17 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 190. Por descender violenta e inesperadamente hasta mancharse con tan incalificable defección, el Presidente no pudo menos que salvar de nuevo a la nación, “destituyendo a V. E. del mando que hasta hoy ha desempeñado, para que venga a esta plaza con el fin de sujetarse al juicio que se le formará. Con tal objeto, en el acto que el Excmo. Sr. Gral. don Jesús González Ortega haga llegar a manos de V. E. la presente nota, le entregará el mando con las formalidades de ordenanza y V. E. vendrá a esperar el fallo de sus jueces”.

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ción honorable y ésta no. Ocampo, por su parte, comprendió la situación y lamentó la suerte de su amigo; pero no pudo hacer nada, porque Juárez había tomado su determinación por su cuenta, no en consejo de ministros, sin pedirle su opinión. En cualquier caso, por las razones que fueren —acertadas o erróneas—, Juárez era el jefe supremo del Estado y todos debían plegarse a sus disposiciones, más en las circunstancias de guerra. Así que no pudo hacer nada por su amigo, el General caído, pero lo apoyaría en su defensa. Se dice que a partir de entonces, el ex Regente de San Nicolás entró en un estado de depresión. Sin embargo, no hay ningún fundamento para plantear tal hipótesis, a menos que se acepte que a veces, en ciertos días, todo mundo se deprime. Su separación del cargo estaba en la naturaleza de las cosas, prevista de un modo u otro desde el asunto de su propuesta de pacificación enviada a Mathew; desde antes, desde Barranca Seca, o quizá desde antes, desde el chisme de Jalisco, y en todo caso, había quedado planteada desde mucho antes, en Veracruz. Su relevo no lo deprimió. Al contrario. Lo liberó. A pesar de no recibir personalmente la orden de destitución, por lo cual no había podido “dar a reconocer, conforme a la Ordenanza, al nuevo General en Jefe del Ejército Federal”; enterado de la noticia “por algunos periódicos y cartas particulares”, entregó los fondos que había protegido; se trasladó a Quiroga, Michoacán, tierra de su mujer, y en lugar de esperar formalmente la notificación de la orden de destitución, el 14 de noviembre de 1860 conminó a sus tropas a obedecerla. No admitió simpatías, apoyos o adhesiones. A él podrían criticarlo por carecer de ciertas cosas, entre ellas, pericia militar, agudeza

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política o solvencia económica, pero nunca falta de honor ni de lealtad. Dirigiéndose a sus compañeros de armas, con los que había compartido hambre, fatiga y peligros; el soldado que tantas veces los había conducido al combate; el que al frente de ellos triunfara en Atenquique, Cuevitas, Guadalajara, Puente de Tolototlán y Calamanda; el que con su palabra y con su ejemplo les enseñara “el respeto a la moral y la protección a la humanidad”; el que fuera “fiel ejecutor de las leyes y defensor infatigable de los principios de libertad y de progreso”, y el que había tenido “la honra de ser su jefe y su caudillo”, no pudo menos que dejar por despedida, otra lección práctica del respeto que todos debemos al Supremo Magistrado de la República, sometiéndose a su llamamiento y su mandato. Concluyó su alocución con esta lacónica orden: Militares, sed fieles, sumisos y obedientes al Supremo Gobierno legítimo y a vuestro nuevo General en Jefe.Tales son los deseos de vuestro antiguo General y 80 amigo.

Algo relativamente parecido había ocurrido antes en nuestra historia, durante la guerra de Indepen80

Santos Degollado, A los ciudadanos y militares que componen el Ejército Constitucional de la República Mexicana. Villa de Quiroga, Noviembre 14 de 1860. Benito, t. iii, cap. xv, doc. 28. “Camaradas, os protesto por mi honor que no soy indigno de vuestra confianza y de vuestro aprecio. El supremo gobierno ha sido sorprendido por siniestros informes. Pronto sabréis la verdad y podréis juzgar a vuestro general que lleva su frente alta y su conciencia tranquila, porque cree haber servido bien hasta hoy a su Patria y a su causa”.

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dencia. En marzo de 1814, después de las derrotas de Valladolid y Puruarán, el Congreso había privado del mando de armas al Generalísimo José María Morelos, y éste, en lugar de dar golpe de Estado y disolverlo para conservar el poder, como alguien se lo propusiera, se sometió dócilmente a su autoridad. El Congreso era la Nación. Era el alma de la Nación, representada por su máximo órgano político. Era el símbolo de su soberanía. Era el Señor, el Supremo Poder. Y él, en cambio, era sólo un Siervo de la Nación: “Cuando el Señor manda —dijo—, el Siervo obedece”. d) Riesgos de que la Nación se disuelva En esos días, la fuerte e intensa necesidad nacional e internacional de que terminara la guerra civil, a fin de que México subsistiera como nación, había pesado como un fardo de plomo sobre el espíritu de Degollado. Durante el año anterior, Ocampo había obtenido con astucia diplomática el reconocimiento de Estados Unidos y defendido con firmeza la integridad territorial de la República en las negociaciones con el embajador McLane, oponiéndose enérgicamente a la cesión de Baja California. Si había consentido el paso de ciudadanos, mercancías y tropas por el istmo de Tehuantepec de un mar a otro, es porque este punto ya estaba estipulado en el Tratado de La Mesilla de 1854 —lo que había dado origen a la Revolución de Ayutla— y no había sido posible dar marcha atrás; pero en una Convención anexa al nuevo Tratado de 1859, el llamado Tratado MacLane-Ocampo, México había logrado que Estados Unidos se aliara militarmente a México para enfrentar la inminencia de la intervención euro-

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pea. Por esta razón, entre otras, el Tratado no había sido aprobado por el Senado norteamericano, aplazándose la resolución definitiva para revisarla seis meses después; pero Juárez, contra la opinión de sus ministros, se opondría firmemente a que fuera discutido nuevamente y daría por concluido el asunto, aunque no hubiese alianza militar.81 En octubre de 1860, Mr. Mathew, el representante de la Gran Bretaña, tomando en cuenta que sus proposiciones de paz habían sido rechazadas por el gobierno de Miramón (lo que había obligado a Juárez a no tomarlas en cuenta), rompió relaciones con aquél, informándole que trasladaría su sede diplomática a Jalapa, y que sólo reanudaría relaciones “con México, como potencia civilizada, hasta que vea establecido un gobierno con un programa fundado de estabilidad o un arreglo provisional que asegure un buen resultado”..82 Por otra parte, el 1º de noviembre, el embajador español Joaquín Francisco Pacheco aclaraba desde México al embajador McLane, de Estados Unidos, con residencia en Jalapa, lo siguiente: Miramón ha aceptado que el Congreso que se reúna, representando la nación, debe ser absolutamente, omnímodamente soberano; que él y sólo él debe resolver de un modo definitivo todas las cuestiones pendientes.

Lo que Miramón no había aceptado ni aceptaría, según el embajador español, es que se reuniera con81

Patricia Galeana, El Tratado McLane-Ocanpo. La comunicación interoceánica y el libre comercio, México, CISAN-Editorial Porrúa-UNAM, 2006. 82

Mathew a Teodosio Lares, México, Octubre 17 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 4.

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forme a una Constitución que había dividido al país y por la cual había comenzado la guerra, del mismo modo que comprendía que el partido opuesto tampoco aceptara el Plan de Tacubaya, sobre el que descansaba el gobierno conservador. Para avanzar hacia la paz, pues, siempre según el embajador hispano, era necesario que ambos gobiernos transigieran en algo, sin renunciar a su dignidad. Hay cosas que a nadie puede pedirse. Un hombre de honor puede ser vencido y, vencido, capitulará. Pero, mientras esté con las armas en la mano y peleando, no puede admitir como base de transacción aquello contra lo cual ha estado combatiendo. Del general Miramón puede exigirse que abandone el poder y se someta a una decisión nacional, y el general Miramón lo abandonará de seguro, a la par que lo abandone Juárez, y se comprometerá a lo que la nación decida, si Juárez se somete también a ello. Mas, hasta aquí 83 están los límites de lo posible.

En el plan que el embajador español envió a Miguel Lerdo de Tejada, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Constitucional, insistía en los siguientes puntos: época en que los dos gobiernos conjuntamente dejen de actuar; personas que deben representar a los gobiernos en el ínterin; amnistía; declaración por la cual el futuro gobierno será constitucional, y declaración por la cual el Congreso será supremo y soberano, sin limitaciones de ninguna clase.84

83

Pacheco a McLane, México, Noviembre 1º de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 5.

84

Pacheco a Lerdo de Tejada, México, s/f, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 6.

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Según el diplomático español, habiendo igualdad entre las partes, era necesario empezar de cero para que las cosas resultaran bien. Así como Juárez no podía “ni siquiera por una sola vez aceptar el Plan de Tacubaya”, el señor Miramón tampoco podía aceptar la Constitución de 1857 y menos las Leyes de Reforma. Ambos debían someterse a lo que el Congreso hiciera y decidiera. Pero a pesar de la fuerza persuasoria de los argumentos del embajador hispano, no había ninguna igualdad entre las partes. La Constitución no había engendrado la guerra ni generado la división. Era la otra parte la que la había desconocido, después de jurarla, y la que había tomado las armas sin derecho alguno, sin representación de ninguna clase —porque nadie la había electo— para el solo efecto de tomar y ejercer el poder sin más fundamento que la fuerza. No podía haber igualdad entre un gobierno electo por el pueblo y otro que no había sido electo por nadie, apoyado sólo por las armas. El 10 de noviembre, desde Veracruz, el embajador McLane de Estados Unidos informó a su colega español que, al someter su razonable propuesta al Presidente Juárez, sus objeciones habían sido las mismas que las que ya había dado a Lord John Rusell, de Gran Bretaña, desde la primavera de ese año;85 esto es: que el gobierno constitucional no puede acceder a arreglo alguno que no esté fundado en la Constitución de 1857, de la cual dimana su autoridad y en virtud de la cual ejerce sus funciones de gobierno, [porque] una concesión por su parte sería abdicar su autoridad y 85

Degollado a Lord Rusell, Marzo 17 de 1860, Benito, t. ii, cap. xiv, doc. 65.

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someter a otros la dirección de los negocios, los cuales asumirían las prerrogativas y obligaciones abdicadas por Mr. Juárez, exactamente como este último asumió las funciones y responsabilidad que abandonó el general Comonfort.

El plan de paz del embajador español, por consiguiente, equivalía a un plan de guerra, aunque con otros protagonistas. Si Juárez renunciaba, otro hombre lo reemplazaría y proseguiría la lucha. Así, pues, era difícil —más bien imposible— dar una vuelta de torniquete a la historia. Si se quería avanzar en las negociaciones de paz, era necesario partir, no de cero, como lo proponía el embajador Pacheco, sino del punto en el que se encontraban. Dice MacLane a Pacheco: En este sentido y por este motivo fue que indiqué a usted la necesidad de hacer alguna concesión a la Constitución de 1857... Que estos consejos sean rechazados o aceptados, si la guerra continúa, yo no puedo hacer nada para evitar la anarquía y la ruina que traerá, seguramente, en pos de sí, y no podré por más tiempo mirar con interés las gestiones que naturalmente lleva consigo mi misión, pues México, bajo tales circunstancias, habrá de desaparecer como nación, dejando de tener una existencia que pueda ser reconocida por las potencias extranjeras, ya se trate de mediación amistosa o de una gue86 rra de agresión.

Dos semanas después, el 25 de noviembre, el embajador de México en Estados Unidos, José María Mata, escribía a Ocampo —su suegro— que acababa de ver a McLane: 86

McLane a Pacheco, Veracruz, Noviembre 10 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 7.

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Su conversación respecto de nuestros asuntos me ha causado pena. No sé si deba decir a usted que cree que usted debía separarse del gabinete, para no cargar con la responsabilidad de los muchos desaciertos 87 que dice se están cometiendo...

El 3 de diciembre de 1860, desde México, el embajador Pacheco replicaba a McLane: A mí me parece imposible que hagamos nada en ob88 sequio de este pobre país, condenado a la ruina.

Y el 9 de diciembre, Mata agregaba que el representante de Su Majestad Británica, Mr. Mathew está ansioso porque yo vaya a persuadir al gobierno no sólo de la necesidad sino aun de la conveniencia 89 de aceptar lo que él propone.

Así que, independientemente de las propuestas del depuesto General Degollado, los representantes de las potencias ya estaban interviniendo por todas las vías diplomáticas posibles en los asuntos internos de México y advirtiendo que si las partes en conflicto no alcanzaban la paz, ni por medio de negociaciones, ni por el de las armas, ni en forma definitiva, ni mediante un arreglo provisional, su viabilidad como nación libre e independiente estaba en entredicho. Al sentirse presionado por tales acontecimientos, 87

Mata a Ocampo, Jalapa, Noviembre 25 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 8. 88

Pacheco a McLane, México, Diciembre 3 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 9. 89

Mata a Ocampo, Jalapa, Diciembre 9 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 10.

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Degollado había ofrecido su cabeza con tal de lograr una paz que dejara a salvo el honor de los contendientes, o una guerra que no involucrara la posibilidad de alguna intervención extranjera. Su sacrificio, sin embargo, parecía haber sido inútil.

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Capítulo VI Sujeción a juicio a) Prisionero de Miramón Si Degollado había presentado reiteradamente su renuncia o propuesto su destitución, ¿por qué entonces estaba molesto? ¿Se alteraron sus sentimientos al estar frente al pelotón de fusilamiento en Toluca o a punto de ser asesinado en el Palacio Nacional? Lo que le molestó —e incluso lo ofendió— fue la causal invocada por Juárez para separarlo del mando. Entendía que no se le hubiera aceptado la renuncia. Se habría conformado con la misma destitución. Pero no se le había destituido por la apropiación de los caudales, como él mismo lo propuso; ni siquiera por sus propuestas de pacificación, como también lo planteó, sino por defección, es decir, por deserción, deslealtad o traición. Esta ofensa no se la perdonaría nunca a Juárez. Había obedecido la orden, desde luego; pero siempre rechazaría la dolosa imputación. El 21 de noviembre informó a Ocampo, desde Quiroga, que ya se había comenzado a hacer leña del árbol caído. Sospecho en el señor [de la] Llave grande prevención contra mí, sin que yo sepa el motivo que le he dado... Ya destituido por el gobierno, todavía en La Bandera Roja [periódico de Morelia] del 13 del corriente, se ha impreso una carta del señor [de la] Llave al General

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[Epitacio] Huerta [Gobernador de Michoacán] en que 90 se afana en presentarme como un criminal.

Mientras tanto, ganada la plaza de Guadalajara —de una forma o de otra, espada o dinero, o las dos—, las avanzadas del Ejército Constitucional empezaron a desplazarse hacia México, próximo blanco de sus ataques, entre ellas, la de Berriozábal, que acababa de llegar a Toluca. Degollado tendría que ir a Veracruz para presentarse ante el tribunal militar a responder por el humillante cargo de defección. El 24 de noviembre salió de Quiroga rumbo a su destino y empezó a escribir las notas de su Diario. Algunos llegaron a saludarlo y otros no, “por estar ocupados”; pero “los demás amigos ignoraron mi aproximación a Morelia”. En cambio, en Queréndaro, Acámbaro y Maravatío se le presentaron las autoridades civiles y militares para ofrecerle sus respetos y el 2 de diciembre llegó a Toluca acompañado por algunas de ellas, donde nos recibió con hospitalidad y grandes honores el General Berriozábal. Fuimos hospedados en el Pa91 lacio de Gobierno.

El periódico La Sociedad presentaba a Degollado como una amenaza para el gobierno de Juárez, confabulado con Felipe Berriozábal y Epitacio Huerta; pero Degollado aclaró que Huerta acababa de publicar en La Bandera Roja un texto para desacreditarlo, y en cuanto al señor Berriozábal, es cierto que me ha 90

Degollado a Ocampo, Quiroga, Noviembre 21 de 1860. INAH, 50-D-5-66. 91

Diario.

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hecho un recibimiento honroso; pero fue por su amistad, porque todavía no recibe orden oficial sobre mi destitución y porque es uno de los mejores apoyos del Gobierno, a quien quiso acatar, obsequiándome… Ya le he dado orden terminante de que obedezca ciegamente al señor [González] Ortega y lo hará, aunque, como yo, no ha recibido orden oficial, ni de Gobernación, ni de Guerra.

En otro orden de ideas, Degollado expresaba a Ocampo —todavía en Veracruz— en la misma carta: Mil gracias, mi nobilísimo hermano, y acepto con regocijo el favor que me brinda de constituirse en mi defensor ante los tribunales. Cuando el juicio se abra, si la causa llega a tener estado y a verse en el plenario, cuidaré de nombrar a usted mi abogado, pues ninguno me podrá procurar mejor una reparación… Mi caída del mando, ni la siento, ni puede decirse que ha sido consecuencia de la causa en que se funda mi destitución, pues sin mi proyecto de pacificación y desde mucho antes, estaba sentenciado al desconocimiento por jefes a quienes mi honradez ofendía y mi elevación encelaba… En Jalisco se me aseguró que existía una carta del señor Juárez, en que se lamentaba de su imposibilidad de quitarme el mando, y en que aconsejaba que se me desconociera. Ni un instante di crédito a semejante indignidad… [pero algunos se habían atrevido a desconocerlo, aunque después se arrepintieran] A todos, menos a Doblado, que me llamó sinvergüenza, les tengo perdonada su falta a mi autoridad y nunca 92 pediré nada contra ellos.

Por su parte, Juárez emitía en esos días su punto 92

Degollado a Ocampo, Toluca, Diciembre 6 de 1860. INAH, 50D-5-67.

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de vista sobre el particular: Sentí el paso en falso del señor Degollado, pues nunca podré olvidar sus buenos servicios anteriores; pero se preocupó desconociendo una revolución como la que sigue México y tuvo el desengaño más completo al ver que ni un solo jefe liberal secundó su malhada93 do plan.

Juárez era Presidente legítimo de la República Mexicana, un gran hombre y un gran ciudadano; pero a veces los jefes se equivocan, y ésta es —al menos en la forma— una rotunda prueba de ello. Degollado nunca había sometido su plan de pacificación a los jefes liberales para que lo secundaran, como dice, sino al Encargado de Negocios de Gran Bretaña, con copia a él, a Juárez, recomendándole su aceptación o, en caso contrario, proponiendo su renuncia. Una semana después había hecho circular dicho plan entre los jefes, no para que lo secundaran, como señala Juárez, porque no era asunto de ellos, sino sólo para que estuvieran informados, advirtiéndoles que si no era aceptado por las partes en conflicto, es decir, por Juárez y Miramón, se separaría del mando, y que si era rechazado por el enemigo, no le daría cuartel. Dichos jefes lo habían secundado, sin pedírselo, y luego se habían retractado. Eso era problema de los jefes, no de Degollado. Por último, no había desconocido el levantamiento armado de México, sino realizado una maniobra política contra dicho levantamiento espurio, valién93

Juárez a Corzo, Veracruz, Noviembre 28 de 1860, t. iii, cap. xv, doc. 43.

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dose del representante británico, no sólo para evitar una enojosa intervención extranjera, sino también para obtener el reconocimiento del cuerpo diplomático al Gobierno constitucional de Juárez. Esto no era ni es defección. Lo único que habría que señalar a este respecto es que los jefes “tienen derecho” a equivocarse: sus subordinados no. Volviendo al 8 de diciembre —Degollado con Berriozábal en Toluca—, ese mismo día, del otro lado de la barricada, Miramón había preparado una fiesta en Tlalpan, con motivo del onomástico de la bella y tierna Concepción (Conchita), con la que acababa de contraer matrimonio, así es que los jefes liberales reunidos en Toluca estaban tranquilos; pero en lugar de ir a Tlalpan, Miramón se presentó sigilosa y sorpresivamente en Toluca y esa noche hizo prisioneros a Felipe Berriozábal, Santos Degollado, Benito Gómez Farías y otros jefes y oficiales, los cuales fueron llevados inmediatamente al paredón. El licenciado Isidro Díaz Reyes, amigo, compadre y hombre de las confianzas de Miramón, lo convenció de que no los ejecutara. Así que conservaron la vida. El día 10 los prisioneros fueron llevados a México y el 12 “entramos a las cinco de la tarde” —dice Degollado—, pero en lugar de ser internados en una cárcel o fusilados, “se nos recibió presos en Palacio, en una habitación amueblada, por orden de Miramón”.94

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Ahora Degollado empezó a temer que las consideraciones recibidas por el dueño del Palacio Nacional desataran las suspicacias y las hablillas de sus amigos liberales. En tales condiciones, era más difícil vivir que morir. No sospechaba que esa misma noche, él y los demás prisioneros estarían nuevamente a punto de perder la vida. El día 20 —prosigue Degollado—, en lugar de esperar el asalto en México de las fuerzas liberales (quizá por desconfianza hacia su guarnición), salió Miramón con 8,000 hombres y 30 piezas (de arti95 llería) para el encuentro con nuestro ejército.

Batalla de Calpulalpan (Foto INEHRM)

Al día siguiente, 21 de diciembre, el sagaz general conservador fue derrotado en San Miguel Calpulalpan por Jesús González Ortega, nuevo General en Jefe del Ejército Federal, lo que dejó libre el paso de las tropas constitucionales a la capital de la República y puso fin prácticamente a la Guerra de Reforma.

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Más que retirada, la de Miramón sería huida.96 b) Prisonero de sus prisioneros El 22 “en la madrugada —dice Degollado— llegó Miramón con sus jefes y oficiales, y se recogió a dormir. A las doce nos llamó la esposa de Miramón y luego condujo a éste para que hablásemos sobre la situación”.

Todo había terminado. La situación se había invertido. Ahora los prisioneros eran prácticamente los dueños del Palacio Nacional, y Miramón, un virtual rehén de ellos. Ya era tarde para capitular. A Miramón no le quedaba más salida que rendirse a discreción, pero todos convinieron en que no perdía nada si intentaba pedir garantías, aunque era muy dudoso que se las dieran. En la tarde salió el señor Berriozábal acompañando una comisión compuesta del ministro francés Mr. de Saligny, el embajador español señor Pacheco y el General don Antonio Ayesterán, comisionado por Miramón, para pedir garantías al General en Jefe del Ejército Federal don Jesús González Ortega, que estaba 97 en Tepeji.

González Ortega se lo informaría al ministro de Relaciones Exteriores, para que se lo comunicara al Presidente Juárez: El mismo señor Miramón me pidió garantías… por 96

Ampudia a González Ortega, Tula, Diciembre 25 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 11. “A una legua de Tetepango apareció repentinamente una tropa de caballería en número de cerca de 200…, que era nada menos que la escolta de don Miguel Miramón que, con Cobos, Vélez y otros jefes, huía precipitadamente hacia México”.

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Diario.

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conducto de los excelentísimos señores embajadores de su majestad católica [S. M. C.] y ministro de su majestad [S. M.] el emperador de los franceses, comprometiéndose por su parte a poner a mis órdenes esta plaza y todos los elementos de guerra con que aún contaba su llamado gobierno, cuyas garantías me comprometí a conceder, en nombre del Supremo Gobierno, por delitos puramente políticos y militares, entendiéndose respecto de estos últimos, aquellos en que no se hubiera faltado a los principios de Derecho de Gentes, dejando expedita la acción de los tribunales para todos los delitos que no tuvieran aquel carácter; pero bajo la precisa condición de que debían quedar como prisioneros de guerra los principales cabecillas de la reacción, cuya proposición no fue admitida y, en consecuencia, quedó sin efecto la garantía que se 98 solicitaba.

Ser prisioneros de guerra equivalía a perder la libertad, sometidos a consejo de guerra y quizá condenados a muerte. Eso no era conceder garantías, sino negárselas. No aceptaron. El 24 —dice Degollado— volvió la comisión con una respuesta negativa. Se nos subió a la habitación del Gobernador de Palacio para impedir que nos asesinaran los que pedían nuestras cabezas a Miramón. A la oración de la noche, nos llamó Miramón a Palacio y 99 comenzó a desbandarse su tropa.

El vencido jefe conservador envió una nota al embajador Pacheco de España para informarle que se veía “en la necesidad de evacuar la plaza” llevándose consigo toda su guarnición. Tres días más tarde, el 28 de diciembre, el embajador pediría al co98

González Ortega al ministro de Relaciones, Tepeji del Río, Diciembre 24 de 1860 99

Diario.

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mandante de la escuadra española estacionada en la isla Sacrificios que prestara todos los auxilios que pudiera a Miramón, sus ministros o sus generales “y traslade sin demora al primero a la ciudad de La Habana. Se comprende en ello que les preste auxilios, siéndole posible, para que lleguen a bordo”.100 Miramón, en efecto, sería protegido por la armada española y trasladado a Cuba. c) De la Nochebuena al Año Nuevo Mientras tanto, el mismo 24 de diciembre, González Ortega advirtió al defensor del Palacio Nacional que si no le entregaba el inmueble a media noche, lo tomaría por la fuerza. A la una de la mañana Miramón se despidió de su triste esposa Conchita y abandonó el recinto, dejando a Degollado, Berriozábal, Gómez Farías y demás vigilados por una corta guarnición. El 25 —prosigue Degollado—, a las cuatro de la mañana, entró la sección de Aureliano haciendo fuego sobre la puerta principal de Palacio. A las siete entró la brigada Carbajal. Poco después fue muerto Segura Argüelles, quien asesinó al Teniente Escalada. A la una entró el General (González) Ortega con parte del Ejército. Se recibió el mando de la plaza y nos retira101 mos a nuestras casas.

Puesto en libertad por los vencedores de Calpulalpan, el General Degollado se preparó para comparecer en juicio. Mientras tanto, 100

Pacheco al comandante de la estación de Sacrificios, México, Diciembre 28 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 24.

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Diario.

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en medio de un público y estrepitoso júbilo —informó González Ortega al Presidente Juárez—, he ocupado esta capital, debiendo verificarlo mañana el ejército que se halla a mis órdenes, compuesto de más de 20,000 hombres. Don Miguel Miramón, Márquez, Cobos, etc. han abandonado a la una de la mañana de hoy esta plaza, llevándose una fuerza de poco más de 10,000 hombres, la que se ha desbandado en gran número, según los partes que acabo de recibir del jefe de una pequeña fuerza que va en su persecución, quien les ha quitado dos piezas de artillería de seis u ocho que llevaban, pues toda la de grueso calibre la 102 abandonaron en esta capital.

El 27 de diciembre, Degollado se alojó “en la casa de Benito Gómez Farías” y el General en Jefe del Ejército Federal González Ortega declaró disuelto “el ejército permanente”. A partir de ese momento, sin justificación política de ninguna naturaleza, cualquier grupo armado no autorizado por el Gobierno Federal sería considerado gavilla de facinerosos. La respuesta de los vencidos a la determinación anterior sería inhumana, canallesca y salvaje, más que cuando estaban sujetos al gobierno conservador. El día 29, Degollado dejó la casa de su leal amigo Benito y se alojó “en el Hotel del Bazar”.103 El Presidente Juárez, por su parte, envió a González Ortega sus felicitaciones por su triunfo en México. Se ha portado usted heroicamente en todo y de esto estoy muy contento, porque amo a usted sinceramente. Siga usted obrando así y será usted el hijo mi-

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González Ortega al ministro de la Guerra, México, Diciembre 25 de 1860, Benito, t. iv, cap. xviii, doc. 16. 103

Diario.

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mado de México.

Las palabras anteriores despejaron la vía a las aspiraciones presidenciales del nuevo General en Jefe del Ejército Constitucional. Si Degollado hubiera recibido algún día un aliento así, nunca le habría importado hacer frente a cualquier tormenta de intrigas. El día 1º de enero de 1861 sus tropas del Ejército Constitucional hicieron su entrada triunfal en México. Al llegar frente al hotel Iturbide, cuyos balcones estaban llenos de bellísimas señoritas, que arrojaban a porfía sobre los modestos y valientes republicanos multitud de versos, de coronas de flores, el señor [González] Ortega percibió modestamente oculto al señor don Santos Degollado y, saludándole con el estandarte que llevaba en la mano, gritó exigiéndole que bajase a recibir la ovación que él era el primero en tributarle por su constancia y su fe. Supo también el señor González Ortega que en el mismo hotel se hallaba el señor Berriozábal y exigió igualmente que bajara. El señor Degollado y el señor Berriozábal se negaban a bajar y participar de un triunfo que, según ellos, merecía tan sólo el señor Ortega; pero éste excitó a muchas personas a que los fueran a traer, como en efecto lo hicieron, a los modestos republicanos que querían evitar que el público les manifestase solemnemente sus simpatías. Cuando el señor Degollado llegó hasta donde estaba el señor general en jefe, éste lo abrazó públicamente, proclamó su mérito, lo vitoreó y puso en sus manos el estandarte que llevaba, declarando que nadie mejor que él era digno de llevar esa enseña que en sus colores gloriosos simboliza la independencia, la libertad, la Reforma.

104

Juárez a González Ortega, Veracruz, Diciembre 29 de 1860, Benito, t. iii, cap. xv, doc. 67.

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El señor Degollado vitoreó al señor González Ortega y aquella fue una escena sublime y tierna, que arrancó lágrimas de entusiasmo de todos los corazones. Fue un acto aplaudido por todos y que ha revelado los purísimos sentimientos que animan a los caudillos de la Reforma. El señor Berriozábal fue objeto de las mismas demostraciones. Nosotros aplaudimos vivamente este paso, porque él revela mejor que nada la unión perfecta, la simpatía que hay entre todos los jefes. Antes de terminar la 1ª calle de San Francisco, le fue presentada [a González Ortega] una corona de laurel y de flores de mano, que rehusó poner en su frente y colocó él mismo sobre el señor Degollado. Una segunda corona de flores de mano, que también rehusó poner en su frente, la cedió al señor Berriozábal. En la 2ª calle de Plateros supo el señor González Ortega que los señores Ocampo, Mata y La Llave estaban en una casa y los hizo igualmente bajar, abrazándolos públicamente y felicitándolos por los trabajos que han emprendido para obtener el triunfo. Diversas coronas que recibía de manos de preciosas niñas y niños, las repartía entre esos señores; pero al fin, el pueblo, venciendo su modestia, le obligó a conservar algunas para sí. En cuanto a las coronas de flores, no les bastaban ya los brazos a los señores González Ortega, Degollado, Berriozábal y a cuantos les rodeaban para contenerlas. Era una lluvia continua de guirnaldas, de ramilletes de flores, de listones con lemas y dísticos, de versos que caían de todos los balcones y azoteas. El número de espectadores era inmenso; apenas se podía mover la comitiva. ¡El aire estaba poblado de aclamaciones, de vítores, de alabanza! Era el concier-

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to universal de un pueblo agradecido; era la vibración unísona de todos los corazones conmovidos por unos 105 mismos sentimientos.

En la euforia del triunfo y entre las ruidosas aclamaciones de la multitud, al honrar a Degollado y, de paso, a Berriozábal, Ocampo, Mata y De la Llave, el General en Jefe Jesús González Ortega honró al Ejército Federal, al Gobierno Constitucional y se honró a sí mismo. El jefe destituido, el progenitor de ese ejército orgulloso, templado en mil batallas —y fortalecido en su etapa final con caudales ilegalmente confiscados— recibió desde el balcón del Palacio Nacional el emotivo y respetuoso saludo de sus tropas a paso redoblado. Los soldados del Ejército Federal, en su mayor parte reclutados por él en condiciones de infinita penuria en Jalisco, Michoacán, Colima, Guanajuato, San Luis Potosí y otros lugares, aclamaron a su camarada, a su jefe, a su creador.

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Florencio María del Castillo, testigo presencial, Benito, t. iii, cap. xvii, doc. 71.

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Santos Degollado. INEHRM

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Capítulo VII En busca del tribunal competente a) Crisis de gabinete El día 7 de enero llegó a México la familia de Degollado —su añorada y abnegada esposa Ignacia, y uno de sus hijos, Joaquín, porque el otro, Mariano, andaba “en el Tenesse”— y al día siguiente cayó enfermo de escarlatina, fiebre eruptiva, contagiosa y con frecuencia epidémica, caracterizada por un exantema difuso de la piel color rojo subido, por grandes elevaciones de temperatura y por angina. El día 11, en la villa de Guadalupe, De la Llave informó al Presidente que había un clamor liberal en México de que removiera a sus ministros. Ocampo apoyó la idea. Era necesario formar un nuevo gabinete que respondiera a las nuevas circunstancias, y De la Llave, de la Fuente y Emparan secundaron su opinión. El Presidente no accedió. A las dos de la tarde salieron de la Villa de Guadalupe y a las tres llegaron al Palacio Nacional. Degollado anotó escuetamente: Llegó de Veracruz el señor Juárez e hizo su entrada solemne en México.

Hacía tres años exactamente que había salido de la capital. En la noche, Ocampo y de la Llave opinaron que los obispos y los señores diplomáticos Pacheco, Neri del Barrio y Pastor [España, Guatemala y Ecuador] debían ser expulsados de la República, y los cabeci-

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llas conservadores, juzgados conforme a la ley de conspiradores. De la Fuente, en cambio, sin objetar las medidas contra los jefes, propuso que los obispos fueran sujetos a juicio y castigados conforme a la ley. Al día siguiente se acordó que el ministro de la Fuente formara el proyecto de amnistía; pero al tratarse la cuestión de los obispos, éste insistió que no fueran desterrados sin previo juicio. Se le manifestó lo difícil que era obtener una sentencia pronta, por las dilaciones de un juicio y por la falta de energía de los jueces. Además, no podía correrse el riesgo de que durante las audiencias fueran escarnecidos. Era necesario proteger su decoro. Aunque no eran buenos ciudadanos, eran hombres buenos. De la Fuente no se convenció. Días más tarde, en nueva discusión sobre el tema, presentaría su renuncia y Juárez la aceptaría. El día 12, el ministro de Relaciones Melchor Ocampo, conforme a lo acordado, expulsó a los embajadores de España, Guatemala y Ecuador, bajo la aclaración de que el pueblo mexicano conservaba sus relaciones con los pueblos español, guatemalteco y ecuatoriano, así como con sus gobiernos; no con las personas que los habían mal representado durante la guerra civil y habían tomado partido por uno de los contendientes. Al insistir el gabinete en renunciar, Juárez aceptó y lo reorganizó con el general González Ortega en el ministerio de Guerra; Francisco Zarco en el de Relaciones, y además, en Hacienda, Ocampo; en Fomento, José de Emparan; en Justicia e Instrucción Públi-

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ca, Juan Antonio de la Fuente, y en Gobernación, Ignacio de la Llave. El 13 “me visitó el señor Juárez —dice Degollado— en unión de los ministros Ocampo y Emparan.

Nuevamente se vieron los dos ex rectores laicos, Juárez, el de Oaxaca, y Degollado, el de Michoacán; el primero, ex Gobernador, ex Presidente de la Suprema Corte y Presidente interino de la República; el segundo, todavía Gobernador Constitucional, primer Magistrado de la Corte y ex General en Jefe. No se trató de una visita de cortesía solamente, por supuesto; pero no hay una sola pista de los temas que tocaron. Ninguno de los participantes dejó testimonio de lo que se trató. Lo primero que salta a la vista es lo irregular de ese encuentro. Un Presidente de la República y dos de sus ministros —Ocampo de Hacienda y Emparan de Fomento— visitan a un General de División destituido por defección y a punto de ser sometido a juicio. Uno de los ministros, Emparan, lo había atacado innoblemente, y el otro, Ocampo, era su entrañable amigo y le había ofrecido participar en su defensa. Lo único que es posible deducir es que a esas alturas, Juárez ya estaba convencido que había cometido un error grave, no por destituirlo, sino por considerar la defección como causal de la destitución. Un Presidente de la República no va a visitar a su casa a un desertor, un desleal o un traidor, y Juárez menos. A pesar de todo, hubo alguna fricción, porque al día siguiente, el ofendido Degollado, quien probablemente le hizo saber a Juárez que jamás perdonaría

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el ultraje, solicitaría oficialmente al ministerio de Guerra que se le enjuiciara a la brevedad. El día 14, Conchita, la linda esposa de Miramón, suplicó a Juárez que no se fusilase a (Isidro) Díaz, sino que se le sujetase a juicio. La llevó Benito Gómez Farías, quien expuso al Presidente que Díaz había tomado empeño en que no se fusilara a Degollado, a Berriozábal, a él mismo y a otros jefes y oficiales al caer prisioneros en Toluca. Juárez trató el asunto en junta de ministros, compuesta por Ocampo, González Ortega, de la Llave, Emparan y de la Fuente, y se acordó por unanimidad que se diese orden para que Díaz fuera desterrado por cinco años fuera de la República. b) Vacilación y dudas de la parte acusatoria El día 15 de enero, el ministro De la Llave informó a Degollado que el Gobierno no había variado su determinación de juzgarlo, por lo cual el Poder Judicial, al cual había sido sometido este negocio, al pronunciar su fallo, tomaría en consideración los conceptos que en su defensa había expresado en su oficio del 18 de noviembre anterior. Curiosa resolución, porque había sido citado para que compareciera ante un consejo de guerra, no ante los tribunales ordinarios del Poder Judicial, ninguno de los cuales era competente para juzgar a un hombre que era el Primer Magistrado de la Suprema Corte de Justicia. El día 16 de enero, Ocampo, ministro de Hacienda, le envió mil pesos “por cuenta de mis sueldos

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vencidos”.106 Este sería el último acto de Ocampo como ministro. Al igual que de la Fuente, ya nada tenía que hacer en el gabinete. No era propio que los asuntos de la hacienda pública fueran despachados por alguien cuya hacienda privada estaba ahogada en deudas y prácticamente en bancarrota. Presentó su renuncia, pero no le fue aceptada de inmediato, a fin de que compartiera la responsabilidad de la expulsión de los altos clérigos. El 17 de enero —aceptada la renuncia del ministro De la Fuente—, se notificó al arzobispo de México, Lázaro de la Garza Ballesteros y a los obispos Clemente de Jesús Munguía, Joaquín Madrid, Pedro Espinosa y Pedro Barajas, que tenían tres días para salir del país. A continuación, incluido Ocampo, renunció todo el gabinete, formándose el nuevo con Zarco en Relaciones; González Ortega en Guerra; Ignacio Ramírez en Justicia e Instrucción Pública; Guillermo Prieto en Hacienda; Pedro Ogazón en Gobernación, y Miguel Auza en Fomento. Así, pues, esta vez Ocampo salió del gabinete; pero antes de salir, pidió el apoyo de los Gobernadores al Presidente Juárez, cuyo afecto por él era ilimi-

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tado.107 El michoacano dejó la ciudad de México y se dirigió a su endeudada finca de Pomoca, encontrar a su familia y atender sus asuntos particulares. Un mes después, el 18 de febrero siguiente, al proponerse Juárez la dirección del Monte de Piedad, “una especie de canonjía o sinecura”, como la calificó él mismo, no la aceptó y dijo por qué: Mi módica fortuna, quebrantada ya por la confiscación que de mis bienes hizo su alteza [serenísima] y por las consecuencias que aquélla originó, necesita, después de tres años de quebrantos y abandono absoluto de ella por mi parte, que yo la cuide, como una esperanza de independencia para mí y de porvenir para mi familia… Hace 18 años que el servicio público no me per108 mite pensar en mí.

Por lo pronto, el mismo 17 de enero “me levanté de la cama”, dice Degollado. El 1º de febrero de 1861 “nos mudamos (el mismo Degollado y su familia) al número dos de la calle de San Juan de Letrán”. Llegados a su nuevo hogar, todos se dedicaron a arreglarlo. El general necesitaba acomodar sus libros. Había dejado muchas lecturas pendientes.

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Ocampo a los Gobernadores, México, Enero 19 de 1861. INAH, 50-0-3-31. Ocampo explica la conveniencia de la dimisión del gabinete; declara que está presto en asumir las responsabilidades en que haya incurrido; invita a los gobernadores a tener confianza en el Presidente Juárez y, en general, en los hombres del nuevo gabinete; confía en que sigan actuando “al unísono en el programa liberal cuyo espléndido triunfo hemos conquistado", y avisa que su retiro no es más que un incidente, pues él continuará en la lucha. 108

Ocampo al Ministro de Gobernación, Pomoca, Febrero 18 de 1861; documento publicado en El Siglo XIX, Marzo 4 de 1861.

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c) Candidato involuntario a la Presidencia Era increíble que el General pudiera compartir el tiempo con su familia, como en los días en que era Regente del Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Hacía más de siete años que no había tenido un minuto libre, ni días, ni noches, ni domingos, ni días festivos, ni enfermo, ni sano, ni para los suyos, ni para él. Ahora, en sus prolongados ratos de descanso, en lugar de partes militares, escribía cartas a su hijo Mariano, en Estados Unidos, y pasaba horas comentando con su esposa y su otro hijo Joaquín las cartas que de aquél recibía. Además, infatigable lector, abría uno y otro de sus libros. Y entre tanto, le seguían pagando sus sueldos vencidos, gracias a los cuales pudo sostener su casa en México y dar pequeños obsequios a su familia. Estaba feliz. Sin embargo, fue difícil guardar el anonimato. El 28 de enero agradeció al periódico El Siglo XIX que pidiera al Gobierno que abreviara su juicio para el que había sido llamado desde el 17 de octubre del año anterior —hacía tres meses sin avanzar un solo milímetro—, a fin de que, libre de esta peocupación, pudiera figurar entre los candidatos a la Presidencia de la República, pero alarmado, sin dejar de restar agradecido, le suplicó que no siguiera con esta campaña; no la de su enjuiciamiento, sino la de declarar su juicio fuera de lugar, como lo propuso el periódico, a fin de participar en la contienda electoral. Esta especie me puede ocasionar nuevas recriminaciones y aumento de odiosidades, que quiero alejar de mí. Al efecto, ruego a ustedes que se dignen insertar

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en sus columnas esta carta que contiene mis propósitos y deseos.

Explicó que desde que había sido honrado en Colima con los nombramientos de Ministro de Guerra y de General en Jefe del Ejército Federal, los había aceptado a condición de que se le permitiese volver a la vida privada al concluir la guerra. Este propósito, lejos de debilitarse en mí, se ha robustecido con los tratamientos y acusaciones que me han hecho los principales Jefes del Ejército [González Ortega y Manuel Doblado] y el mismo Supremo Gobierno [Benito Juárez, Emparan y De la Llave], que en mí han calificado de crimen un pensamiento sobre pacificación, cuando no han desmerecido ni están llamados a juicio algunos personajes que tuvieron la idea y la manifestaron, de terminar la contienda por medio de la transacción con el enemigo [los mismos jefes militares citados]. En consecuencia, deseo que me olviden mis conciudadanos y que me dejen consagrado a la reparación de mis quebrantos domésticos y de mi salud… Pero si algún periódico o algún amigo levantare la voz y llegare a postularme para la presidencia de la República, desde ahora protesto que renunciaré la candidatura, pues estoy resuelto a no aceptar cargo público alguno… Si deseo ardientemente la instauración, secuela y término del proceso al que se me ha llamado, no es por rehabilitarme como hombre público, ni por figurar en las próximas elecciones, sino por recuperar mi buena reputación de patriota leal, desinteresado y progresista, que puede haber sufrido detrimento por las acusaciones apasionadas y vehementes de los señores [de la] Llave y Emparan, ex ministros de Guerra y Gobernación.

Explicó también que a la fecha todavía no se le

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notificaba qué tribunal se haría cargo de su caso (ni por qué delitos), aunque, “por noticias privadas”, sabía que, en opinión del Gobierno, no podría ser sometido sino sólo ante el Gran Jurado del Congreso de la Unión, “por tener yo el doble carácter de Primer Magistrado electo de la Suprema Corte de Justicia y de Gobernador Constitucional de Michoacán”, es decir, por tener fuero constitucional, y concluyó que, por consiguiente, el señor de la Llave se había equivocado. El Poder Judicial no había recibido ni podría recibir ninguna acusación en su contra, lo que significaba que tendría que esperar hasta que se reuniera el Congreso, único órgano competente en este asunto, al que reportaría los perjuicios que había recibido por la demora, dado que todos los mexicanos saben ya que no es cierto el hecho que se me imputó, de haber propuesto al enemigo un plan de transacción para eliminar al señor Juárez 109 de la Presidencia.

El 14 de febrero, ante la falta de cargos en los tribunales, sean los que fueren, volvió a asumir su defensa en los periódicos, puesto que en los periódicos el Gobernador interino de Michoacán Epitacio Huerta había exigido al Gobierno Federal que ya no evadiera su enjuiciamiento “por la ocupación y distribución de los caudales de la conducta”. Degollado envió de inmediato una carta al Presidente de la República Benito Juárez, suplicándole que apurara su asunto para no hacer uso de la prensa, como ahora, en que para explicar el retraso de su 109

Degollado a El Siglo XIX, México, Febrero 1º de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxii, doc. 7.

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enjuiciamiento, se había visto obligado a reproducir la respuesta que el propio Juárez le había enviado, y que dice así: No había yo querido que se violentara la iniciación del juicio por la consideración de que estaba usted enfermo; pero, cuando he sabido, con satisfacción, que estaba usted ya aliviado, di la orden correspondiente al señor ministro de Guerra para que llevara a efecto la disposición dictada en Veracruz. Esa orden no se ejecutó en el acto, porque aún estaba en camino el archivo donde existen los antecedentes que deben pasarse al juez; pero hoy no hay ya inconveniente y desde luego he dispuesto que se obre en este asunto con la ac110 tividad que conviene.

c) Declaración preparatoria Los cargos fueron saliendo poco a poco. Uno de ellos, proponer al enemigo un plan para eliminar a Juárez de la Presidencia (calificado como defección en la circular enviada a los Gobernadores), y otro, ocupar los caudales con destino a Tampico. Por fin. El día 27 de febrero, dice Degollado, el General don Ramón Iglesias vino a tomarme declaración preparatoria. Pregunté el nombre de mis acusadores y protesté a salvo mi inmunidad para el caso de que mi mejor justificación exija hacer uso de mi dere111 cho.

Degollado no dice de qué se le acusó; pero ya no se le hizo el cargo de defección, por el que se le había destituido, equivalente a traición, deslealtad o deserción, sino por haberse apropiado ilegalmente de 110

Degollado a El Siglo XIX, México, Febrero 16 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxii, doc. 16. 111

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una conducta de caudales en Laguna Seca; por el supuesto convenio que quiso celebrar con las fuerzas conservadoras para eliminar a Juárez de la Presidencia, y por haber manifestado que se separaría del mando del ejército si no se admitían sus propuestas. Aunque con apariencia de verdaderos, los tres cargos eran falsos, por supuesto; porque sus poderes amplísimos lo autorizaban a apropiarse de lo que fuera necesario para hacer la guerra y la paz; porque nunca había propuesto ningún convenio a las fuerzas conservadoras para eliminar a Juárez, sino un plan de pacificación al Encargado de Negocios Británico, con copia al Presidente de la República, para que lo aprobara o rechazara, bajo la advertencia de que si las conservadoras no lo aceptaban, las exterminaría, y porque presentar la renuncia al mando de un ejército nunca ha sido un delito, sino un derecho, si hay causa justificada, y en este caso había más de una, sin mencionar el hecho de que en todo tiempo había seguido ejerciendo el mando, sin abandonarlo ni un solo instante, hasta que se le aceptara o no. Además, tenía pruebas documentales y testimoniales que desvirtuaban las acusaciones de principio a fin; entre ellas, sus informes al Presidente Juárez, sus propuestas al diplomático inglés y sus comunicados a los jefes y oficiales del Ejército a su mando, así como las declaraciones públicas y privadas de González Ortega, Doblado, Prieto, el propio Juárez y otros. Sus problemas habían sido éticos, no jurídicos, y la acusación no tenía base jurídica, sino política. Y luego vino lo insólito. Degollado decidió conformarse con el fallo del tribunal militar, si era condenatorio, pero lo impugnaría, si era absuelto, “lo cual

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fue como renunciar a lo favorable y consentir en lo adverso”. Esta “especie de quijotada” se debió a que se decía que el proceso era una farsa, porque el fiscal y los militares —dice Degollado— que formaran el consejo extraordinario, no podrían menos que absolverme, y el espíritu de cuerpo (ya me creen soldado ad perpetuam) haría que yo triunfara contra la justicia.

Por eso, en caso de ser absuelto por dicho tribunal militar, se reservó su inmunidad para pedir al Congreso que lo volviera a juzgar. Y si era condenado, aunque no apelara, de todos modos tendría que remitirse su causa al Congreso. ¿Inmunidad? ¿Por qué? Ya lo había dicho y publicado: porque tenía fuero por partida doble: todavía era Primer Magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y además, Gobernador Constitucional del Estado de Michoacán. Después de hacer el análisis del caso, el General Iglesias hizo saber al Gobierno que la jurisdicción militar era incompetente para proceder contra el acusado. Con base en tal dictamen y en los antecedentes del caso, alguien propuso en consejo de ministros que se sobreseyera el asunto y se diera una satisfacción al inculpado, con la seguridad de que éste no se conformaría y ocurriría al Congreso para ser absuelto en regla; pero Juárez se opuso y se acordó prevenir al cuartel maestre que consultara con el asesor para continuar el proceso. Así se ha hecho —dice Degollado— y no sé hasta cuándo terminará esta nueva moratoria, que en mi

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concepto sólo tiene por objeto impedir que yo vaya para Michoacán, mientras se reúne el Congreso Gene112 ral.

Luego entonces, quedó al descubierto que la parte interesada en juzgarlo no era De la Llave, ni Doblado, ni Emparan, ni Epitacio Huerta, ni ningún otro, sino Juárez mismo, y que su intención era retenerlo en México (quizá hasta después de que se celebraran las elecciones) para impedir que se postulara. Así se lo informaría Degollado a su amigo Ocampo un mes después; el cual siempre había guardado un profundo y sincero afecto fraternal a Juárez. La pregunta obligada es: ¿había disminuido el afecto de Ocampo hacia Juárez por causa de Degollado o por alguna otra causa? Parece que no, pero esta pregunta nunca tendrá respuesta…

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Degollado a Ocampo, México, Marzo 14 de 1861. INAH, 50D-5-69.

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Capítulo VIII Juicio político a) Preparación de la defensa El 14 de marzo, Degollado informó a Ocampo que Miguel Lerdo de Tejada estaba muy grave de tifo y que el médico lo había desahuciado. El 18 anotó en su Diario: “Murió Miguel Lerdo de Tejada”. Había sido uno de los candidatos más fuertes, con Juárez y Santos Degollado, a la Presidencia de la República. Uno menos. Y sin Santos, Juárez había quedado dueño de la situación. El 28 de marzo, el General Carlos Arteaga, Gobernador de Querétaro —fusilado años después en Uruapan por órdenes de Maximiliano— le comunicó que Querétaro y San Juan del Río lo habían electo Presidente de la República. Al agradecerle su atención, Degollado le reiteró que no había aceptado ser candidato, porque no quería desatar más improperios en su contra, y además, porque ya había dos que se disputaban los votos, Juárez y González Ortega, contra los cuales no había hecho valer públicamente sus agravios para no empañar la elección. Escribí a don Carlos Montoya —dice Degollado— suplicándole que ‘El Mocho’ [título del periódico queretano] retirara mi candidatura.

A Carlos Montoya le expresó con franqueza: Temo mucho que mi persona sea ahora objeto de discusión y de injurias, como las que me prodigan los pe-

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riódicos pagados por el gobierno de Morelia, en los cuales se ven los odiosos apodos con que me deprimía la prensa reaccionaria. Es bastante que el Congreso tenga dos candidatos entre quiénes elegir presidente de la República, conforme a la ley; estos candidatos son los señores Juárez y González Ortega, a quienes he correspondido sus disfavores con guardar silencio y aplazar de propósito la publicación de mi manifiesto justificativo, para .113 no perjudicar sus candidaturas

El 31 de marzo, Degollado le contó a Ocampo que lo habían hecho heredero de la candidatura de Lerdo en Querétaro, donde lo habían votado para Presidente; agregando que, por fortuna, “poco veneno no mata”. Al mismo tiempo, le dijo que si Epitacio Huerta, con quien estaba muy molesto, era electo Gobernador de Michoacán, como era lo más probable, iría inmediatamente a asumir su cargo de Gobernador constitucional, porque su periodo no terminaría sino hasta el 19 de septiembre próximo; pero que si otro sacaba mayoría, se callaría. Respecto de mi causa, diré a usted que la pasó al asesor para que dictamine sobre la de incompetencia que promovió el mismo Iglesias. Yo creo que me entretendrán en 114 hasta la reunión del Congreso.

sumaria cuestión General trámites

Luego, lo insólito: el 8 de abril le ofrecieron a Degollado el ministerio de Guerra, vacante por la

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Diario.

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Degollado a Ocampo, México, Marzo 31 de 1861. INAH, 50D-5-70.

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reciente renuncia de González Ortega. No dice quién le ofreció el puesto, ni cuál fue su respuesta; pero lo cierto es que ya había declarado públicamente que no aceptaría ningún cargo y rechazó la oferta. El asunto quedó como secreto de Estado y nunca sería revelado por nadie. En su Diario hay una nota después del ofrecimiento, escrita por un tercero (probablemente por su amigo Schiafino), que dice: “Siguen unas palabras escritas en cifra”. Es posible que no se haya tratado de escritura cifrada, sino de signos en taquigrafía, lenguaje ilegible para quien no lo conoce. En todo caso, parece que el Presidente Juárez, siempre seducido por la inteligencia de los demás y gran seductor inteligente, le estaba ofreciendo una rama de olivo al ofendido General, que implicaba dar no sólo una solución ejecutiva a su enjuiciamiento y, de paso, volverlo a tener bajo sus órdenes, sino también un deseado fortalecimiento de su candidatura presidencial frente a la de González Ortega, ahora que ya era seguro que Degollado no sería candidato. Ya se vio que Degollado, demasiado molesto, no aceptó la oferta. Aunque probablemente la haya considerado como un intento de desagravio, parece que ya había tomado la determinación de no volver a quedar jamás bajo las órdenes del oaxaqueño. Es increíble la aversión que le tuvo a partir, no de su destitución, sino de la razón que esgrimió para destituirlo, esto es, la defección. Por otra parte, él sabía que Juárez no necesitaba de él para fortalecer su candidatura frente a González Ortega. Con su apoyo o sin él, ganaría la elección. El día 9 fue a visitarlo “el amigo” González Ortega

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a su casa. Tampoco dice qué pasó. Otro secreto de Estado. Sólo hizo sus anotaciones en clave. El candidato zacatecano a la Presidencia de la República había renunciado al ministerio de Guerra desde hacía días, sin que Juárez opusiera algún reparo. Si González Ortega le pidió su apoyo, no hay ninguna huella de que Degollado se lo haya dado. El 11 de abril éste fue a Tacubaya a conmemorar el segundo aniversario de las víctimas sacrificadas por Miguel Miramón y Leonardo Márquez. Y el día 15, Juárez designó ministro de Guerra al General Ignacio Zaragoza, antiguo subordinado de Degollado. Al finalizar abril, dado que Epitacio Huerta había continuado prodigándole injurias e insultos en sus periódicos, Degollado perdió “su gravedad” y contestó al Gobernador de Michoacán en El Siglo XIX.115 Además, comentó a Ocampo, Se me escaparon algunas quejas contra el señor Juárez, que lo acabarán de indisponer contra mí, pero he 116 creído tener razón.

Las cosas deben decirse o callarse según el momento. “Hay tiempos de hablar y tiempos de callar”, dicen las Escrituras. Hay que hablar o callar a tiempo —ni antes ni después— o no hacerlo nunca. Hablar antes hubiera sido un error; pero ahora la campaña electoral estaba desatada. Era el momento de hablar y de quejarse, sin causar ni temer daño alguno. Después, todo dependería de las circunstancias. Justo Sierra tiene una frase perfecta para la situación: De115

Degollado a El Siglo XIX, México, Abril 30 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxiii, doc. 25. 116

Degollado a Ocampo, México, Abril 30 de 1861. INAH, 50-D5-71.

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gollado, dice, era oro, Juárez, hierro. El 30 de abril, habiéndose confirmado la incompetencia del tribunal militar en ese asunto, el expediente pasó al Congreso General. El acusado no se explicaba por qué Ocampo no venía a tomar posesión de su cargo de diputado. Él nunca se interpondría entre los dos grandes amigos, como lo eran él y Juárez, así que renunció a su defensa. Si encuentra repugnancia para funcionar simultáneamente de diputado y defensor mío, prescinda de lo segundo y prefiera lo primero, que es lo interesante a la 117 causa pública, digna de anteponerse a todo. El 9 de mayo “se instaló el Congreso Constitucional” —dice Degollado— y el 13 “se dio cuenta en el Congreso con el ocurso del licenciado Jáuregui, en el que 118 pide que se abra mi juicio”.

Así como Degollado había hecho prosperar su estrategia en el tribunal militar, del mismo modo pensaba hacerlo en el Congreso, constituido en Gran Jurado de acusación. No tenía ninguna preocupación por el fallo. Si éste le era adverso —lo que difícilmente concebía— y pasaba a la Suprema Corte de Justicia, allí también haría que el asunto fuera desechado, porque era de carácter político —siempre lo había sido—, no jurídico: no había delito que perseguir. Al dirigirse a Ocampo, le decía: También podría hacerse otra cosa: que no figurase usted como defensor mío en el Jurado de acusación, que es el Congreso, sino que se reservase sus impor-

117

Degollado a Ocampo, México, Abril 30 de 1861. INAH, 50-D5-71.

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Diario.

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tantes servicios para el caso de que se formalice la 119 causa y tenga que pasar a la Suprema Corte.

Sin embargo, Ocampo no sería diputado. Aparentemente, no lo sería por cuestiones de procedimiento; primero, porque el gobernador Epitacio Huerta había obstaculizado que se le entregara oportunamente el acta de su elección, y segundo, porque por esa razón y por otras, ya no podría tomar asiento en el Congreso, ni siquiera ejercer los derechos de ciudadano, entre ellos, el de votar, así que viajaría a esta ciudad únicamente a atender su defensa. Por cierto, no hay ningún dato que revele el papel que jugó Ocampo en el conflicto Juárez-Degollado, lo que sugiere que se mantuvo discretamente al margen. Sin embargo, es imposible que no haya aprovechado alguna coyuntura para intervenir como amigable componedor. Después de todo, hacía tres años, cuando empezaban a ir todos cuesta arriba, él le había sugerido al bisoño Presidente Juárez que Degollado formara parte de su gabinete y desempeñara el cargo de comandante en jefe del Ejército Constitucional, motivo por el cual, éste se había visto obligado a pedir licencia como Gobernador de Michoacán. Es claro que sus gestiones de amigable componedor no habían tenido el éxito deseado, a pesar de la visita que le habían rendido a Degollado en su lecho de enfermo, porque la absurda e ilógica acusación no había sido retirada; al contrario, improcedente por el cargo de defección, que había sido el fundamento de su destitución, se le habían formulado otros cargos; lo que había puesto en evidencia el atropello que se había cometido contra el acusado al 119

Degollado a Ocampo, México, Abril 30 de 1861. INAH, 50-D5-71.

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destituírsele, y el interés político por causarle perjuicio. Es claro igualmente que, a partir de entonces, Ocampo decidió retirarse a la vida privada, no sólo para atender su hacienda sino también para apoyar a su amigo en desgracia. Su decisión no parece haber sido muy del agrado del Presidente, a juzgar por el ofrecimiento que le hizo. En efecto, ofrecer el Monte de Piedad a un personaje de su estatura política y de su honorabilidad, a fin de aprovechar el cargo para ayudarse en sus finanzas personales, no parece haber sido una falta de tacto del Presidente, sino una meditada respuesta para humillarlo, aunque el michoacano, que conocía muy bien a Juárez, en lugar de sentirse ofrendido, se haya reído. Por otra parte, cuesta trabajo aceptar que Ocampo no haya podido ser diputado, a pesar de haber sido electo, y más aún, que ya no disfrutara ni siquiera de sus derechos de ciudadano. Había sido privado de una y otra cosa por disposición de la ley electoral vigente, según se lo hizo saber al Presidente Juárez. El 14 de mayo, desde Pomoca, le informó que la junta preparatoria del Congreso había declarado incursos de las penas de la ley a los diputados que no estuvimos oportunamente en esa ciudad [de México]. No tengo la ley a la mano —advierte—, pero creo recordar que una de las penas es la pérdida de los derechos de ciudadano. Aquí me tiene usted, pues, bien avanzado al cabo de mi carrera…

Ocampo explica además al Presidente por qué no había podido llegar a tiempo a México. La causa era buena y justa, pero no menos confidencial. Había tenido que reunir dinero para poder sostenerse en la capital. Sin embargo, no se justificaría públicamente,

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ni siquiera expondría esta causa. Así que ya no iré sino cuando la defensa del señor De120 gollado lo exija.

De este modo anunció al Presidente que el apoyo reservado que había dado a su amigo, cuando estaba todavía en el gobierno, lo haría público fuera de él. Aunque Juárez no le contestó y, por consiguiente, es imposible saber su opinión al respecto, no debe haberse sentido muy feliz con tal noticia. En lugar de venir a México a apoyarlo y fortalecer su autoridad, como parecía haber estado haciéndolo hasta la fecha, o por lo menos, de mantenerse al margen y a distancia en este asunto, había decidido asumir públicamente la defensa de alguien a quien tenía interés en destruir. En estas condiciones, no estar con él era estar contra él. Aunque Ocampo no lo pensara así, Juárez consideraba que éste había dejado de ser su amigo b) El Tratado McLane ¿Santo de la Reforma, como lo llama Fuentes Díaz? De acuerdo: Degollado era un santo multiplicado por muchos, o muchos santos concentrados en uno. Más que “santo”, pues, Degollado era Santos. Pero…, ¿mártir…? La reacción desesperada, cruel y brutal de los vencidos conservadores, prevista oportunamente por

120

Ocampo a Juárez, Pomoca, Mayo 14 de 1861, Benito, t. iv., cap. xxxiv, doc. 10. Ocampo explica al Presidente Juárez: “Yo no puedo justificar [ante el Congreso] por qué no comparecí oportunamente. Una de mis razones principales fue el deseo de asegurarme allá medios de subsistencia, no queriéndome atenerme a las dietas, cuyo pago me parece muy incierto”.

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él, empezaba a manifestarse. En marzo de 1861, es decir, hacía apenas dos meses, el General Leonardo Márquez, haciéndose llamar “jefe del ejército nacional”, había condenado a Juárez y "hasta el último de los individuos que lo obedecen o reconocen como Gobierno, así como a todos los que bajo cualquier pretexto y con cualquier carácter le presten auxilio, de cualquiera clase, por insignificante que sea", a ser pasados por las armas, por considerarlos traidores a la patria, "en el acto y en el mismo lugar de su aprehensión, sin más requisito que la identificación de la persona".121 Márquez, el famoso “Tigre de Tacubaya”, estaba acostumbrado a sentenciar en masa a todos los conocidos como liberales, fueran soldados o civiles, ricos o pobres, niños o ancianos y hasta hombres o mujeres. Moriría en Cuba en 1913, en su cama, a la respetable edad de 93 años. En este caso, fueron declarados traidores a la patria todos los individuos que prestaran sus servicios en los órganos del Estado —ámbitos federal, estatal o municipal— y condenados a muerte sin ningún trámite, porque el Gobierno de Juárez había firmado el llamado Tratado Mc-Lane-Ocampo, que, como antes se dijo, no fue aprobado en principio por el Senado norteamericano, ni por el Presidente de México, ni éste aceptó que seis meses después fuera sometido a una segunda discusión en el Senado de Estados Unidos; un Tratado, por consiguiente, que nunca había entrado en vigor.

121

Márquez a la República, cuesta de Huazinazontla, Marzo 16 de 1981, Benito, t. iv, cap. xxii, doc. 38.

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Por otra parte, el 29 de mayo de 1861, apenas instalado el Congreso Constitucional, el Diputado Presidente José María Aguirre expresó que el Presidente de la República: No merece el voto de confianza que quiere dársele; que el mismo Jefe de Gabinete lo ha tachado de falta de iniciativa, y que aún sin esto, bastaría recordar que el actual encargado del Ejecutivo olvidó el decoro nacional, hasta el punto de ponerlo a los pies de los norteamericanos, por medio del Tratado McLane, en que se permitía la introducción de tropas extranjeras al territorio nacional y se autorizaba el Gobierno de Washington para el arreglo de los aranceles mexicanos.

El ministro Manuel Ruiz rechazó “con toda la energía de su conciencia indignada la imputación calumniosa”.122 En la sesión siguiente, 31 de mayo de 1861, el mismo Manuel Ruiz aseguró que el Gobierno Constitucional: Nunca, Señor, nunca humilló ante nación alguna el decoro de la República Mexicana. El Tratado McLane se inició en días de adversidad extrema para la causa liberal y, con todo, el Gobierno no accedió a las exigencias de los Estados Unidos, sino dentro de los límites 123 de lo justo y de lo equitativo.

El Congreso acordó ese día solicitar al ministro de Relaciones y Gobernación “copia íntegra del Tratado McLane, del Convenio adicional, de las Instruc122

Historia del Congreso, Mayo 29 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxiv, doc. 26. 123

Historia del Congreso, Mayo 29 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxiv, doc. 28.

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ciones que se le dieron al Plenipotenciario mexicano en Washington sobre este negocio y de todas las notas y documentos que existan referentes al mismo Tratado”.124 El 3 de junio, León Guzmán envió al Congreso, no las copias solicitadas, sino “en 120 fojas, el expediente original que contiene las Instrucciones que se dirigieron al Plenipotenciario mexicano en Washington, así como el proyecto y el contra-proyecto de Tratado que se discutieron en Veracruz…, el mismo Tratado original de 14 de diciembre de 1859 y la Convención de igual fecha”.125 Al mismo tiempo, Ocampo se preparó para comparecer ante el Congreso y asumir su responsabilidad por haberlo negociado. De defensor en la causa no iniciada contra Degollado, había pasado a la condición de acusado de traición en el Congreso. c) Secuestro y asesinato de Ocampo Sin embargo, el 1º de junio, Melchor Ocampo fue secuestrado de su casa en Pomoca por la gavilla de Lindoro Cajiga —a las órdenes de Félix Zuloaga y Leonardo Márquez— y arrastrado a Tepeji del Río. Hasta parece que se habían puesto de acuerdo todos los enemigos de Ocampo, los que habían surgido dentro del Congreso y los que habían formado el pasado gobierno conservador, los cuales todavía 124

Guillermo Valle. (Emeterio) Robles Gil. Al Excmo. señor Ministro de Relaciones y Gobernación. Dios y Libertad. México, Junio 1º de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxiv, doc. 29.

125

Ministro (León) Guzmán, a los señores Guillermo Valle y Robles Gil (Secretarios del Congreso). Dios y Libertad. México, Junio 3 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxiv, doc. 30.

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clandestinamente lo formaban. El pasado diciembre de 1859, en Tepeji, González Ortega se había negado a otorgar garantías a Miramón y a los jefes conservadores. Pues bien, los conservadores tampoco se las otorgarían a los jefes liberales. La guerra no había terminado, a pesar de la huida de Miramón, ni terminaría, aunque carecieran de un gobierno que la justificara. Proseguiría hasta el fin. Y éste no había llegado. Ocampo había sido condenado a muerte desde antes de que se le secuestrara. También empezaron a moverse las personas que quisieron evitar el crimen. El 3 de junio, la esposa de Félix Zuloaga, desde la Prisión del Arzobispado, provisionalmente recluida por Ignacio Zaragoza y liberada horas después por Juárez, informó urgentemente a Leonardo Márquez que su marido iba a ir a verlo para enseñarle una carta, en la que el embajador de Francia ha interpuesto no sólo sus respetos personales sino los de su mismo Soberano, a fin de que una persona con quien lo liga la amistad, como el señor Ocampo, 126 sea puesto inmediatamente en libertad.

Imposible saber lo que pensó Degollado al respecto. Pesar, dolor, rabia. Lo único que escribió en su Diario fue una escueta nota Junio 3. Se tuvo noticia de que el señor Ocampo había sido capturado en Pomoca.

De nada valdrían súplicas de propios y extraños. 126

María de la Gracia Palafox de Zuloaga a Márquez, Junio 3 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxv, doc. 2.

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Ese mismo día, 3 de junio, como a las tres de la tarde, Ocampo fue asesinado, después de ser condenado por traición. Su cadáver acribillado sería colgado de un árbol. En su testamento, hecho en el lugar de la ejecución momentos antes de su muerte, escribió: Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi 127 país cuanto he creído en conciencia que era bueno.

Fue ocioso que el embajador de Francia, la esposa del General Félix Zuloaga y el pueblo de Tepeji del Río intercedieran por su vida. Félix Montero envió inmediatamente un telegrama al ministro de Guerra, señalando que “volvió la población a suplicar a Zuloaga y Márquez” que no fusilaran a Ocampo, pero que fue inútil. Lo ejecutaron en la hacienda de Caltengo. El telegrama no había podido enviarse a México el 3 de junio, sino hasta el día siguiente, “por haber estado oculto el empleado de esta oficina telegráfica a causa de la permanencia de las fuerzas [de Márquez]”128 El día 4 salieron la últimas fuerzas a las dos de la tarde de Tepeji, cuyas avanzadas ya habían llegado a Cuautitlán desde esa misma mañana. Degollado escribió en su Diario. Día 4. Se supo que había sido asesinado en Tepeji del modo 129 más bárbaro e inhumano.

127

Original Sala Ocampo del Colegio de San Nicolás de Hidalgo.

128

Telegrama de Tepeji del Río al ministro de la Guerra, Junio 3 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxv, doc. 5.

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Diario.

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Desde que había sido removido como General en Jefe, a Degollado no se le había sometido a juicio. Ya habían transcurrido ocho meses y ningún tribunal se había declarado competente para juzgarlo. Puesto que el asunto era político, tampoco se había abierto juicio político ante el Congreso. Con el asesinato de Ocampo, el asunto hizo crisis…

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Capítulo IX Resoluciones del Congreso a) Los debates iniciales En las calles de México estalló la ira popular por el artero asesinato de Ocampo. El Congreso se reunió. “El salón de sesiones era un cráter a punto de hacer erupción”, dice Zamacona. El asunto se discutió. Los ánimos estaban caldeados, pero la mayoría mantuvo a flote el navío parlamentario. Las expresiones de indignación de las galerías eran incompatibles con la majestad de la asamblea, pero no se hizo valer el Reglamento y se permitieron todas. El ministro de Relaciones leyó una absurda carta privada de Márquez, en la que deplora el derramamiento de sangre de la víctima, responsabiliza a Zuloaga de la comisión del crimen y recomienda, en nombre de la humanidad, que cese el carácter bárbaro y cruel de la guerra civil. Su lectura produjo un espantoso y temible rugido de cólera.130 Se presentó una propuesta: que fueran declarados fuera de la ley y de todas las garantías en sus personas y propiedades Félix Zuloaga, Leonardo Márquez, Tomás Mejía, José María Cobos, Juan Vicario, Lindoro Cajiga y Manuel Lozada; que se diera una recompensa de diez mil pesos al que liberase a la sociedad de estos monstruos, y que si el vengador estuviera procesado por algún delito, se le indultara de la pena que se le debiere aplicar.

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Más tarde Zuloaga responsabilizaría a Márquez del injustificable y artero asesinato de Ocampo.

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Durante el debate hubo numerosas alusiones, unas vedadas y otras claras, al asunto de Degollado, sin mencionar su nombre. El diputado Montes, que había pensado en la dictadura, el triunvirato y la clausura de sesiones, se opuso a la propuesta de declarar fuera de la ley y de todas las garantías en sus personas y propiedades a las personas arriba citadas, y se limitó a proponer que el golpe de la ley recayera sobre los criminales, no “sobre los reos indefensos que ya están bajo la jurisdicción de la ley”. Las galerías exigieron justicia. El diputado Cendejas dijo que el proyecto no era un “alarido de la venganza” y advirtió que si el Gobierno no hacía rápidamente justicia, el Congreso le diría: “quítate, puesto que no eres capaz de salvar a la sociedad”. Mientras el diputado Riva Palacio apoyó el proyecto en todas sus partes, el diputado Gamboa dijo que era indigno que el Congreso ofreciera un precio por la cabeza de los asesinos y fue abucheado. El diputado Tovar replicó que a los asesinos no debía tenérseles consideraciones sino perseguírseles como monstruos. En cambio, el diputado Chico Stein pidió que se aplazara la discusión y su voz fue ahogada por los gritos de las galerías. El diputado Balandrano dijo que el Congreso no debía caer como César, envuelto en el manto de la ley, sino salvar a la Patria, aunque la posteridad lo condenara. El diputado García, por su parte, consideró que aunque la medida propuesta era justa, no dejaba de ser ineficaz, y que lo que debía discutirse no era la propuesta de vengarse, sino la petición del Gobierno de allegarse de recursos por cualquier medio.

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El diputado Hernández señaló que no había que esperar a que la calma volviera, porque nunca la habría para hablar de este asunto. El diputado Montellano advirtió que este asunto no consistía en vengar la muerte de Ocampo ni en castigar a Márquez, sino en salvar a la sociedad. El ministro de Relaciones expresó que no tomaba parte en el debate, sino sólo recordaba que el Gobierno necesitaba medios extraordinarios para hacer frente a la situación. En todo caso, a pesar de la oposición juarista, la propuesta de poner a los responsables fuera de la ley y fijar un precio a sus cabezas fue aprobada por el Congreso b) La propuesta de Degollado En ese momento, la Secretaría recibió un inusual mensaje del General Santos Degollado, quien no era diputado, pero pedía permiso para hablar. Resonaron los gritos y se desató una ovación interminable. La asamblea se puso de pie. Las galerías prorrumpieron en aplausos prolongados y vivas estrepitosos. Al concedérsele el uso de la palabra, a pesar de no ser nadie, salvo un potencial reo de Estado, Degollado abordó la tribuna. Alguna vez había dicho: “Las mujeres lloran, los hombres se vengan”; pero ahora aclaró que este asunto no era cuestión de venganza, sino de justicia. De dos clases de justicia. Una contra los reos del asesinato odioso que tenía desolado al partido liberal y otra con relación a sí mismo, a fin de que de una vez por todas se le declarara reo o se le absolviera.

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En cuanto a la primera, rogó que se le permitiera, no como jefe, sino como soldado, combatir a la reacción. Juró por los manes de Ocampo que no quería el poder, sino la guerra; no para sacar de sus casas y asesinar a enemigos indefensos, sino para batirse cuerpo a cuerpo con los asesinos. Omitió cualquier comentario sobre la segunda clase de justicia y se retiró de la tribuna entre los clamores del público, que se opuso a que saliera del recinto.131 Casi todos sus biógrafos suelen presentar a un Degollado deprimido y dispuesto al martirologio. Sierra asegura inclusive que el Congreso se compadeció de él y acordó enviarlo a la muerte para acabar con sus penas. No habiendo sido penas de amor, sería difícil adivinar qué otra clase de penas tendrían agobiado a este hombre en la cima de a gloria, para desear su muerte, salvo las de no ser juzgado, aunque esto no lo tenía apenado, sino fastidiado e indignado. Es posible, pues, que Sierra tenga razón; pero los hechos parecen acreditar otra cosa. Su solicitud al Congreso no fue despachada a la ligera, sino después de largos, intensos y apasionados debates. La indignación por el asesinato de Ocampo era compartida por todos, pero la solicitud de Degollado de tomar las armas en busca de justicia, fue ponderada cuidadosamente por las diversas facciones del Congreso y objetada por los diputados juaristas. Por una parte, los diputados Suárez Navarro, Tovar y Romero Rubio propusieron que la Representa-

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El Siglo XIX , Junio 5 de 1861, hizo una reseña del debate.

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ción Nacional, erigida en Gran Jurado, declarara que el ciudadano Santos Degollado nunca había desmerecido la confianza de la Nación y que estaba expedito para prestarle sus servicios. Por la otra, el diputado González Urueña (quien había sido su colega en San Nicolás y ahora apoyaba al Presidente Juárez) lamentó que la propuesta anterior se opusiera al Reglamento y a la costumbre, y motivara acaso algunas dificultades diplomáticas. A la izquierda, el diputado Montes replicó que la acusación contra Degollado era conocida de todos y se limitaba a dos puntos: la ocupación de la conducta y los convenios con la reacción; que los fondos habían sido mandados pagar por el Gobierno y que los convenios implicaban la condición de ser aprobados por el mismo Gobierno Constitucional, así, pues no habría ninguna repercusión diplomática y tampoco había ningún delito que perseguir. Por la derecha, el diputado Llama dijo que la declaración propuesta era muy irregular, porque presuponía un juicio que nunca había tenido lugar e implicaba que se considerara la resolución del Congreso como un fallo o como un indulto. Los clamores de las galerías le impidieron seguir hablando. De un lado, el diputado Gómez expresó que el señor Degollado no era un criminal, sino una víctima, como suelen ser los grandes hombres, y que si la República era para él una madre ingrata, Morelia, su cuna, lo era todavía más, como lo demostraba el hecho de que sólo la diputación de Michoacán se opusiera a la declaración propuesta. Del otro…

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El caso es que la discusión ya se estaba centrando en Degollado y en su juicio político, no en su solicitud de empuñar las armas para el único y exclusivo fin de someter a la justicia a los asesinos de Ocampo. Entonces el diputado Suárez Navarro volvió a la tribuna para decir que, a petición del propio señor Degollado, modificaba su propuesta, en el sentido de que sólo se le permitiera al General ir a campaña, sin perjuicio de los procedimientos del Gran Jurado. El diputado Riva Palacio apoyó la moción. El diputado González Urueña advirtió que como representante de Michoacán, ni odiaba ni temía a Degollado, y que a pesar de ser parte de la acusación, estaba a favor de la propuesta modificada. El diputado Hernández, en cambio, se opuso a que se retirara la propuesta original de exonerar a Degollado, porque los procedimientos de la autoridad militar tenían el vicio de la incompetencia y porque hasta ahora no se había hecho sentir más que “la política borbónica”, el divide y vencerás. Al estallar la ovación para apoyar las palabras del diputado, Degollado volvió a hacer uso de la palabra para aclarar que él no había pedido, ni pediría que se le declarara absuelto, sino sólo que se le diera el permiso que deseaba, y que después, en otra ocasión, el Congreso, erigido en Gran Jurado, declarara si eran procedentes o improcedentes los cargos. Aprobada su propuesta en lo general, pasó a discutirse en lo particular. Quien dominaba al Congreso era Degollado, a pesar de no tener ningún cargo, no el Presidente Juárez.

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c) La resolución del Congreso El diputado Hernández insistió en que el dictamen aprobado era antiparlamentario y anticonstitucional, porque el señor Degollado ya había sido injustamente castigado con la deposición del mando, por lo que tocaba al Congreso reparar esa falta del Ejecutivo. El diputado Suárez Navarro hizo valer la súplica del mismo interesado, de que se limitara su propuesta a permitirle participar en la búsqueda y persecución de los asesinos de Ocampo, no a discutir su propio caso, dado que ampliarla implicaba que el Presidente de la Cámara declarase antes que ésta se erigía en Gran Jurado. El diputado Zamacona se abstuvo de examinar el aspecto legal de la situación de que se permitiera a un presunto acusado participar en un acto de justicia, sino sólo si el asunto que se discutía estaba a la altura de las circunstancias. “El partido progresista ha perdido ayer una de sus glorias más ilustres y la Asamblea y el público han visto la aparición casual del señor Degollado… No es una espada lo que ayer perdió la causa de la libertad. No se trata, pues, de dar un nuevo ser a la entidad militar del señor Degollado”. Era sólo una cuestión de justicia. Al final, la proposición de Degollado fue aprobada por 77 votos contra 32.132 En estas condiciones, el Congreso declaró a Degollado “en aptitud de seguir prestando sus servicios

132

Crónica de la sesión del Congreso, Junio 4 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxv, doc. 10.

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a la causa constitucional, a reserva de lo que resulte del juicio que tiene pendiente”.133 Esta resolución del Congreso, aunque no se haya erigido en Gran Jurado, tuvo para todos los efectos el valor de una pre-sentencia absolutoria. Un delincuente no es autorizado por el órgano de la soberanía nacional a tomar las armas para defender el orden constitucional y hacer justicia conforme a la ley. El juicio que tenía pendiente había quedado reducido a un formalismo que tendría que seguir su curso, porque así lo había solicitado el propio Degollado; pero el resultado final ya había sido indirectamente decidido en esa sesión por más de las dos terceras partes de los diputados, más del 70% de los votos. Lo que vale la pena destacar es que el asunto no se resolvió a la ligera, por compasión hacia él, ni con ánimo de mandarlo a una muerte segura, como dicen unos, ni con la intención de hacerlo mártir, como señalan otros. Al discutirse su solicitud, se habían tenido que discutir y se disctieron los fundamentos de su juicio político. Me dirigí al Congreso pidiéndole licencia —escribe Degollado— y me la concedió. Hablé y pedí permiso para salir a campaña, sin perjuicio de que se siga mi causa pendiente, y se me dio la licencia con mil aplau134 sos del público y de la Cámara.

Así que lo importante era que se hiciera justicia, aunque se acabara el mundo: Fiat justitia et pereat mundus.

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Decreto del Congreso, Junio 4 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxv, doc. 11. 134

Diario.

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d) La expedición punitiva La reacción del Presidente de la República no se hizo esperar. Lo mandó llamar. El “héroe de las derrotas” lo había derrotado por tercera ocasión: la primera, al ser laureado por el ejército en marcha y aclamado en el balcón del Palacio Nacional, como no lo había sido el propio Presidente; la segunda, al quedar libre de cargos por la declaratoria de incompetencia del tribunal militar, y la última, al ser comisionado por el Congreso, no por el Ejecutivo, a una expedición punitiva, en la que campeaba el sentido de justicia. (Quizá también se había anotado otros dos tantos al ser visitado por el Presidente y sus ministros y al rechazar el ministerio de Guerra). En todo caso, Juárez, como Degollado, había amado, respetado y admirado a Ocampo, y compartía sus sentimientos. Los fuertes lazos de hermandad que los tres habían tenido entre sí, se estrecharon más. Tuve una conferencia con el señor Juárez y sus minis135 tros —dice Degollado— sobre la campaña.

Juárez dice que en la reunión de ministros a que se refiere Degollado, propuso que éste saliera a su campaña con González Ortega e Ignacio Zaragoza; que éste último tomara el mando por ser el ministro de Guerra; que todos aceptaron la propuesta, y que González Ortega agregó que sólo se emplearan fuerzas de caballería. Las siguientes notas del Diario de Degollado son breves, como los disparos de un fusil. Es invaluable

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Diario.

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seguir su cronología: Día 5. “Ofrecí mis servicios al ministro de la Guerra [Zaragoza]. Fue traído el cadáver del señor Ocampo. Se me confió el mando de una pequeña brigada”. No pidió más. No lo necesitaba. Con eso bastaba. De todos modos, González Ortega dejó en reserva otros recursos para ponerlos a su disposición en cuanto se presentaran las circunstancias, apoyado por Ignacio Zaragoza. Día 6. “Fue solemnemente enterrado el cadáver del señor Ocampo”, dice Degollado. “A las tres y media de la tarde fui al entierro”, dice Juárez. Pronunció el discurso fúnebre Ezequiel Montes, quien dijo: “Ocampo fue el más puro y precioso ornamento de la familia liberal”. El día 7 el General Degollado salió de México al frente de su brigada con dirección a Toluca. Se detuvo en Tacubaya. Se acordó que González Ortega saliera de México el día 12. Día 8. “Salimos para Lerma —dice Degollado—, donde pernoctó la tropa. Nos detuvimos dos horas en el llano de Salazar tiroteando al enemigo. Yo me adelanté a Toluca”. Día 9. “Aprobé un plan de campaña formado por el Coronel O’Horan y escribí a México recomendándolo. Pedí parque y recursos, y recomendé [también] la venida de jefes y oficiales”. Por lo expuesto en el párrafo anterior, se ve que el enemigo era más fuerte y numeroso que lo pre-

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visto. De otro modo no se hubiera presentado un nuevo plan de campaña. La expedición punitiva estaba por transformarse en una operación militar en forma. De allí la necesidad de solicitar más recursos materiales y humanos. Día 10. “Salió el Coronel don Agustín Cruz con una sección para México en compañía de O’Horan, para representar las necesidades de la brigada”. Día 13. “Se recibió parte de la aproximación de una gavilla al pueblo de Calpulotitlán y mandé montar 25 dragones para que los vayan a perseguir”. Hasta aquí llega el Diario. Aunque una gavilla de asesinos había privado de la vida a su amigo Ocampo y estuviera justamente lastimado, es difícil deducir de lo expuesto que Degollado tuviera planes de morir como un mártir. Se había enfrentado a las adversidades durante toda su vida, así que no le asustaban las nuevas. Había visto morir a muchos amigos: estaba familiarizado con la muerte. Es más, al calor de las batallas, muchas veces la había buscado temerariamente, no en forma irresponsable, sino porque era un valiente. Pero no ahora. Además tenía familia, amigos, nombre, prestigio político, popularidad. No era un hombre que temiera las derrotas, porque ellas habían forjado su nombre en la Historia. A lo que siempre había temido, en todo caso, era a los efectos indeseables de las victorias: las intrigas, las calumnias, los golpes bajos; pero estaba acostumbrado a sobreponerse a todas estas cosas y a lo que le deparara la suerte. A pesar de que él mismo se había cerrado voluntariamente su destino en Barranca Seca, estaba reabriéndolo poco a poco. Ya no era magistrado de la

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Suprema Corte, ni ministro de Guerra, ni Comandante Supremo del Ejército Nacional, ni Gobernador de Michoacán; pero era él, se sentía a gusto dentro de su piel y se había reincorporado a las fuerzas armadas para rendir homenaje a su queridísimo amigo Ocampo, cuya lealtad al Presidente Juárez siempre fue maravillosamente ejemplar. Estaba nuevamente con las armas en la mano, al frente de sus propias tropas. Tenía el apoyo del Congreso y del Ejército. Contaba pues con la fuerza moral y material de la Nación. Eso es tener poder. Sus antiguos subordinados González Ortega e Ignacio Zaragoza lo respaldaban. El propio Presidente Juárez, aunque por motivos imprevistos y dolorosos, parecía complacido de tenerlo nuevamente, aunque en forma especial, a sus órdenes. En estas condiciones, la teoría de que salió a buscar el martirio no es muy consistente. Ni siquiera dejó hecho o modificado su testamento antes de salir a hacer justicia. No tenía previsto caer en batalla, porque no se había planeado ninguna batalla, sino una expedición punitiva; contra gavillas de asesinos militarizados, no contra un ejército enemigo. Habían sido soldados —y durante la intervención francesa volverían a serlo—, pero por lo pronto, los asesinos no eran más que unos criminales peligrosos, a cuya cabeza se les había puesto precio. Por estar adiestrados en la guerra, era necesario exterminarlos con tácticas de guerra. Nada improvisó. Todo lo hizo conforme a los planes aprobados por el ministerio de Guerra. Es tentador caer en la idea del martirologio, pero no fue martirizado, sino emboscado. Y eso le sucede a cualquiera. Basta cometer un pequeño error, cualquier error, para caer en una celada. El cayó en ella. Humanum errare est.

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Una semana después de ese fatídico mes de junio, el General Leandro Valle sería capturado en esa misma región por los mismos animales que habían matado a Ocampo e inmediatamente ejecutado, sin que nadie le haya atribuido vocación de mártir. En todo caso, el 15 de junio de 1861, el ministerio de Guerra dispuso que O’Horan saliera a primera hora de Tacubaya con un tren de armas y municiones hacia Toluca y se detuviera en Lerma. El General Berriozábal, por instrucciones de Degollado, salió a su encuentro entre las seis y siete de la mañana. El General Degollado, a su vez, al frente de dos brigadas (ya no sólo de una), dejó Lerma, llegó a los llanos de Salazar y empezó a subir por el Monte de las Cruces. Cayó en una emboscada y sus hombres fueron diezmados, según el parte de guerra, “por un fuego muy nutrido de la infantería enemiga”. Al volver sobre su grupa, bajarse de su caballo para protegerse de las balas y retroceder pistola en mano a los llanos, recibió un tiro en la nuca. Los atacantes llegaron hasta su cadáver y le dieron lanzadas y balazos. Quedó irreconocible entre varios de sus soldados caídos. Sus restos permanecieron perdidos en Huixquilucan hasta que el General Francisco Alcalde los descubrió en un rincón del atrio de la iglesia. “En el interior de la tapa de su ataúd —dice Fuentes Díaz— estaba esta breve inscripción: Aquí yacen los restos del desgraciado C. Santos Degollado. Un amigo suyo. Schiafino”. Allí se quedaron más de un año. Por lo pronto, el 31 de agosto de 1861, mes y medio después de su muerte, el Congreso lo declaró Benemérito de la

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Patria. El Presidente de la República asistió con su gabinete al homenaje que se le rindió.136

Ese día ni siquiera fue posible trasladar sus restos a México. Eso se haría después. El país estaba sacudido por la violencia de las guerrillas conservadoras y la franca intervención extranjera. Luego en136

Decreto del Congreso, Julio 3 de 1861, Benito, t. iv, cap. xxxv, doc. 24.

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tonces, la Guerra de Reforma, lejos de haber terminado, se había recrudecido sin ninguna base que la justificara y hasta estaba a punto de transformarse en una guerra más compleja, con la participación de otras naciones. O dicha guerra había terminado, si se quiere, pero otra guerra más cruenta comenzaba, históricamente conocida como Guerra de Intervención Francesa. Lo paradójico y dramático del caso es que los países que México más admiraba —España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos—, eran los más lo habían lesionado, y ahora, a pesar de sus desgracias recientes, tendría que seguir enfrentándolos, a los europeos de un modo, al americano de otro. No obstante los múltiples asuntos que era necesario atender, el Congreso no descuidó el juicio contra Degollado y lo prosiguió in absentia, hasta que el 9 de septiembre siguiente —amenazado por dentro y por fuera el porvenir de la Nación— fue exonerado post mortem de los cargos que se le hicieron. Dice el acta correspondiente: Erigido el Congreso hoy en Gran Jurado para conocer de la causa que se instruyó al finado ciudadano Santos Degollado, con motivo de la ocupación de una conducta de caudales en Laguna Seca; por el convenio que quiso celebrar con las fuerzas reaccionarias y por haber manifestado que se separaría del mando del ejército si no se admitían sus propuestas; oída la defensa que se hizo del acusado, tuvo a bien aprobar la proposición siguiente:

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No fue culpable el ciudadano Degollado, por ninguno de los motivos que se le acusa y, comprometiendo su honor y responsabilidad por salvar la Reforma, ha merecido el bien de la Patria, según declaración del soberano Congreso de la Unión. México, Colegio Militar, 19 de agosto de 2013.

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El autor

JOSÉ HERRERA PEÑA Licenciado en Derecho por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana, ha sido Catedrático de diversas instituciones académicas y escrito varias obras, entre ellas: •

Exilio y poder, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kndle-Amazon. (Primera edición bajo el título Migración y poder, México, Gobierno del Estado de Michoacán/Secretaría del Migrante, 2011)

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Santos Degollado. Rector, Gobernador, Secretario de Estado, Ministro de la Corte, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle.Amazon. (Avance publicado bajo el título “Santos Degollado”, en Historia de los Ejércitos Mexicanos, México, SDNSEP/INEHRM, 2013)

Ignacio Zaragoza. La retirada de los seis mil, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon. (Publicado bajo el tíulo “Ignacio Zaragoza”, en Historia de los Ejércitos Mexcanos, México, SDN-SEPINEHRM, 2013)

La resistencia republicana en Michoacán, USA, Amazon, CreateSpace, 2015 Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon. (Avance publicado bajo el mismo título en La resistencia republicana en las Entidades Federativas, Coordinadora Patricia Galeana, México, Siglo XXI, 2013).

La biblioteca de un reformador, México, UMSNH, 2005.

Los diputados mexicanos a las Cortes de Cádiz, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon.

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Maestro y discípulo, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. También disponible en libro electrónico, Kindle-Amazon. (Primera edición con el mismo título, México, UMSNH, 1995, primera reimpresión 1996).

Morelos ante sus jueces, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon. (Primera edición con el mismo título, México, UNAM//Facultad de Derecho-Porrúa, 1985. Varias reimpresiones)

Una nación, un pueblo, un hombre, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon. (Segunda edición bajo el título Una nación, un pueblo, un hombre. Miguel Hidalgo y Costilla, México, ICADEP.PRI, Morelia, 2010) (Primera edición bajo el título Miguel Hidalgo y Costilla, Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010)

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La caída de un virrey. Soberanía, Representación nacional e independencia en 1808, USA, AMAZON, CreateSpace, 2015. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon. (Primera edición bajo el título Soberanía, representación nacional e independencia en 1808, México, Senado de la República-Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo-Gobierno del Distrito Federal/Secretaría de Cultura, 2009)

Michoacán. Historia de las instituciones jurídicas, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Disponible también en formato electrónico en KindleAmazon. (Primera edición con el mismo título, Senado de la República-UNAM/Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2010)

La amante del general, vol. II, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Disponible también en formato electrónico, KindleAmazon.

La amante del general, vol. I, USA, Amazon, CreateSpace, 2015. Disponible en formato electrónico, Kindle-Amazon. (Primera edición con el mismo título, Ediciones La Francia Chiquita, 2006)

Políticos, corsarios y aventureros en la guerra de independencia de México. Formato electrónico, Kindle-Amazon.

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Morelos. Polémica sobre un caso célebre, México, Gobierno de Michoacán/Secretaría de Cultura, 2010. Libro electrónico disponible en Kindle-Amazon.

El libro de los códigos de Antonio Florentino Mercado, Formato electrónico Kindle-Amazon. (Publicado como Estudio Preliminar de El libro de los Códigos, México, Congreso de Michoacán de Ocampo, 2010)

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