Una nación, un pueblo, un hombre

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JOSÉ HERRERA PEÑA

Una nación, un pueblo, un hombre Miguel Hidalgo y Costilla

México 2015


JOSÉ HERRERA PEÑA

Portada: Excomunión de Miguel Hidalgo y Costilla David Alfaro Siqueiros Universidad Michoacana de San Nicolás de Hdalgo

Una nación, un pueblo, un hombre Miguel Hidalgo y Costilla José Herrera Peña Primera edición: 2010 Editorial de Ciencias Sociales La Habana, Cuba ISBN 978-959-06-1177-3 Segunda edición: 2010 Icadep (PRI) Morelia, Michoacán, México. Tercera edición 2015 Amazon, CreateSpace ISBN-13: 978-1511853309 ISBN-10: 1511853301 Copyright © 2010 José Herrera Peña e-mail: ius.jhp@outlook.com

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Salve, oh pueblo humilde y venturoso. Las generaciones venideras se acercarán a ti para saludarte. MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA

Hay quienes confunden nuestra independencia Con una marcha de redobles y tambores. Nuestro primer abanderado fue un rector. México puede confesar al mundo que su libertad no es hija de la luz de los cañones sino fruto universal de la cultura. JOSÉ LÓPEZ BERMÚDEZ

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AGRADECIMIENTOS Al doctor Sergio Guerra Vilaboy, por su apoyo durante la elaboración de esta obra y su fina gentileza de presentarla al lector cubano; al doctor Joaquín Santana, por sus comentarios a cuestiones metodológicas; al Tribunal Nacional de Doctorados en Historia de la República de Cuba, presidido por la doctora Áurea Matilde Hernández, por su amable propuesta de editarla; a la Editorial de Ciencias Sociales, por su interés en publicarla; a Maritza Mosqueda Rodríguez, por su meticuloso profesionalismo en la cuestión de estilo; a los que tomaron las fotos del apéndice iconográfico; a Jesús Arroyo Cruz, por su colaboración en esta labor; al Mtro. Jaime Hernández Díaz, ex rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, por publicar el libro Hidalgo a la luz de sus escritos, que sirvió de antecedente a esta obra, así como a los colegas que en esa ocasión me alentaron con sus sugerencias y observaciones, entre ellos Martín Tavira Urióstegui, Guillermo Morfín García, Antonio Tenorio Adame y Héctor Ceballos Garibay, y a Octavio Ortiz Melgarejo, por auspiciar la publicación de Hidalgo contemporáneo, que sirvió de anteceden-te al libro anterior. Este volumen está hecho no sólo de esfuerzo personal e intercambio de ideas con mis colegas, sino también de tiempo familiar. Mi gratitud a Tere y a Osman José –mi señora y mi hijo- por su apoyo y comprensión.

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Índice

1. 2. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

Presentación Prólogo a la primera edición Las percepciones sobre 1810 Por qué un nuevo estudio………………………… Hipótesis, objetivos y metodología……………… Análisis historiográfico Los clásicos………………………………………… Anarquía, Reforma, Intervención Francesa…….. Porfirismo y positivismo…………………………… Revolución mexicana……………………………… La ideología marxista……………………………… Socialismo sui generis…………………………….. Confluencia de líneas ideológicas……………….. Fin de la revolución mexicana……………………. Neoliberalismo……………………………………… Los últimos tiempos……………………………….. Criterios de interpretación y fuentes…………….. Partes de esta obra……………………………….. Primer Tramo: Guanajuato Los oscuros inicios………………………………… Reino y colonia…………………………………….. Propuesta del Ayuntamiento……………………… Necesidad de un Congreso Nacional……………. Representación, elección, golpe…………………. Preparativos del contragolpe……………………... Independencia sin plan y plan de independencia Objetivos fundamentales del Estado nacional….. Planteamiento de los elementos de fuerza……... Definición de las tendencias……………………… La explosión inicial………………………………… Amistad imposible…………………………………. El Estado nacional empieza a tomar forma…….. Segundo tramo: Valladolid Llegada a la ciudad………………………………... Derechos del Estado………………………………. Abolición de la esclavitud…………………………. Reorganización del Estado nacional…………….. Fisuras invisibles…………………………………… Retroceso inexplicable……………………………. Repercusiones de Las Cruces…………………… Los efectos de Aculco…………………………….. Banco Nacional de América……………………… El frente ideológico………………………………… Ejecuciones en Valladolid………………………… Lo ordinario dentro de lo extraordinario………….

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1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 1. 2. 3. 4. 1. 2. 3.

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Tercer tramo: Guadalajara Profundización de las diferencias……………….. Llegada a Guadalajara……………………………. Nuevo decreto contra la esclavitud……………… Crítica a la legislación humanista………………... Una semana de gobierno…………………………. Reorganización del aparato del Estado…………. Autodeterminación de las naciones……………… Nombramiento de plenipotenciario………………. Semanario, reducción de autoridad, ejecuciones Conspiración contra el Generalísimo……………. Orden y expansión hacia el Pacífico…………….. Nueva reorganización del Gobierno……………... Disposiciones finales……………………………… Decisiones importantes…………………………… Último tramo: hacia el Norte Batalla de Calderón……………………………….. Golpe de Estado…………………………………… Documento final……………………………………. Aprehensión, juicio y ejecución………………….. Epílogo Autodeterminación de las naciones……………… La soberanía dimana del pueblo…………………. Derechos fundamentales…………………………. Los retratos de Hidalgo Bibliografía básica El autor

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Presentación “… con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la virgen salimos a la conquista de la liber-tad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la República en hombros de los indios” José Martí

El 16 de septiembre de 1810 comenzó en México la lucha que conduciría a su independencia bajo la dirección de un sacerdote de 57 años nombrado Miguel Hidalgo y Costilla. El proceso revolucionario iniciado en el entonces llamado Virreinato de Nueva España formaba parte de un movimiento insurreccional de carácter continental que se inició con la formación de juntas de gobierno en las principales ciudades de Hispanoamérica (Quito, La Paz, Chuquisaca, Caracas, Bogotá, Cartagena, Santiago de Chile, Buenos Aires y Asunción del Paraguay), en desacato de las autoridades impuestas en la metrópoli por las tropas napoleónicas y en defensa del trono español para Fernando VII. La formación de estos gobiernos autónomos, dominados en todas partes por los ricos criollos, abrió un complicado proceso que terminaría en la emancipación. Durante su primera fase, esto es entre 1808 y 1815, el movimiento revolucionario hispanoamericano se vio limitado por la conducción aristocrática, pues los criollos acaudalados pretendían romper la tutela española sin afectar la tradicional estructura socioeconómica. Eso explica que en esos años la participación popular en la contienda fuera muy limitada. México fue en este sentido la excepción, pues desde sus comienzos, a fines de 1810, y gracias al programa revolucionario adoptado por el cura Miguel Hidalgo –que incluía la abolición de la esclavitud, del tributo indígena y del sistema de castas- este proceso adquirió una inclinación radical. En rigor, el levantamiento de Hidalgo en el Virreinato de Nueva España fue una verdadera revolución social, nutrida mayoritariamente por masas indígenas y mestizas, pues como escribiera el obispo Abad y Queipo en cita que aparece en esta obra: “Esta

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gran sedición comenzó en Dolores con doscientos hombres y pasaba de veinte mil cuando llegó a Guanajuato. Se engrosaba de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, como las olas del mar con la violencia del viento.” Los insurgentes novohispanos de 1810, como nos revela este libro, seguían concepciones muy avanzadas para la época; a las que luego el sucesor de Hidalgo, su alumno y también sacerdote José María Morelos, daría cima al proclamar la independencia y un acabado programa revolucionario de 23 puntos –los Sentimientos de la Nación-, aunque ya en otra coyuntura histórica. Es precisamente al inicio de este convulso periodo de lo que se ha llamado la primera revolución mexicana, extendido sólo del 16 septiembre de 1810 al 27 de marzo de 1811, al que está dedicado esta nueva obra que presentamos del doctor José Herrera Peña que lleva por título Miguel Hidalgo y Costilla. Una nación, un pueblo, un hombre. Este libro, que su autor generosamente ha puesto a disposición de los lectores cubanos, tiene como basamento principal un texto suyo anterior: Hidalgo a la luz de sus escritos. Estudio preliminar, cuerpo documental y bibliografía, que fuera publicado por su alma mater, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en 2003. Lo primero que salta a la vista en Una nación, un pueblo, un hombre, es la originalidad e importancia de este libro, a pesar de que aborda un tema que ha sido profusamente tratado por la historiografía mexicana. Con esta investigación Herrera Peña se propuso analizar el nacimiento y desarrollo del movimiento conducido por Hidalgo valiéndose de la documentación existente, verdadera columna vertebral de este trabajo. El cura de Dolores, dejó registrada su participación política y militar en la insurgencia iniciada en 1810, pues como escribe Herrera Peña al comenzar el primer tramo (Guanajuato) de su obra: “De la lectura de los documentos que suscribió de su puño y letra, Miguel Hidalgo y Costilla surge por sí” mismo, sin necesidad de explicación alguna”. En esa rica información factual se basa el autor de esta obra para esclarecer acciones, actitudes y derroteros del movimiento revolucionario novohispano en su primera etapa. En particular, aquellos que tienen que ver con el uso del concepto moderno de Nación en Hidalgo, su legitimación en base al principio de la soberanía popular y la utilización del poder revolucionario no

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sólo para lograr la independencia, sino también el disfrute y ejercicio de los derechos modernos del hombre y del ciudadano. La significación del trabajo de Herrera Peña no sólo está avalada por una enjundiosa investigación histórica –fundamentada en una adecuada utilización de la documentación para fundamentar el relato y sustentar sus tesis- y una sólida factura analítica y expositiva –que avanza por tramos, que llevan el nombre de las ciudades que fueron centro sucesivo de las diferentes etapas en la gesta revolucionaria de Hidalgo: Guanajuato, Valladolid (hoy Morelia), Guadalajara y Saltillo-, enriquecida por una cuidadosa prosa, sino también por la trascendencia del tema. Aunque existen muchos textos dedicados al movimiento de Hidalgo como el mismo autor nos reseña en la amplia introducción –donde hace un impresionante balance historiográfico de lo que se escrito en México sobre Hidalgo con el título Las percepciones sobre 1810-, el libro de Herrera Peña constituye un novedoso acercamiento al tema, no sólo por el manejo de la información y la documentación, sino también por el abordaje renovador de diferentes aristas de aquel levantamiento que estremeció a buena parte de México y que repercutió en todo el continente. De esta manera, la perspectiva analítica y polémica asumida por el autor en este libro le permite cuestionar las viejas interpretaciones y rebatir determinadas aseveraciones en forma convincente, esclarecer dudas, persistentes distorsiones, lugares comunes y mitos establecidos por la historiografía tradicional, con una posición más crítica sobre sus características y resultados. Por tanto, estamos en presencia de un recuento riguroso, que además nos pone al día de las últimas aportaciones de la historiografía y que contribuye, a partir de las firmes convicciones de su autor, al esclarecimiento incluso de determinados episodios históricos, tal como hace del resultado de la controvertida batalla del Monte de las Cruces o de las ejecuciones de 41 prisioneros españoles en Valladolid o la defensa insurgente de Guanajuato. Un punto de discusión tiene que ver con el grado de maduración de la conciencia nacional en México, y por ende en Hispanoamérica, y la mayor o menor claridad de los objetivos independentistas en 1810. Como se desprende de su exposición, para Herrera Peña la Nación ya estaba constituida en esa fecha e incluso el frustrado intento del ayuntamiento de México por constituir una junta en 1808 tenía un definido

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carácter emancipador. En mi opinión, a esa altura de los acontecimientos, muchos criollos se sentían todavía “españoles americanos”, como usualmente se autodenominaban, y no pretendían todavía romper el vínculo colonial, aunque iban tomando en forma paulatina conciencia de su propia identidad, tendencia acelerada por los acontecimientos que se desencadenan a partir de 1810. Según se desprende de sus declaraciones y manifiestos, los procesos desatados en Hispanoamérica en los años de 1808 a 1810 no se proponían la independencia, sino el establecimiento de gobiernos autónomos que garantizaran el comercio –preferiblemente libre- y juraran fidelidad a Fernando VII, evitando la extensión de la soberanía francesa por el continente americano. Como declararía Juan Aldama, uno de los principales seguidores de Hidalgo, cuya cabeza terminaría colgada en la Alhóndiga de Granaditas junto a la del cura de Dolores, Juan Aldama, en el juicio abierto en su contra tras la derrota insurgente en 1811: se proponían organizar “una Junta compuesta de un individuo de cada provincia de este reino –nombrados estos por los cabildos o ciudades- para que esta Junta gobernase el reino, aunque el mismo virrey fuese el Presidente de ella, y de este modo, conservar este reino para nuestro católico monarca”.1 Otra cosa es que en la medida en que se fue agravando la confrontación con los realistas –españoles y también criollos defensores del viejo statu quo-, la lucha se radicalizaría en términos políticos hasta desembocar en la emancipación. Por ello, ninguna de las juntas de gobierno creadas en Hispanoamérica entre 1808 y 1810 proclamó formalmente la independencia. Ello ocurrió más tarde. En algunos lugares, como en Venezuela, fue relativamente temprano (julio de 1811), pero en la mayoría de las colonias españolas la ruptura con la metrópoli fue proclamada bastante después de iniciada la confrontación armada: en Paraguay, en 1813; en el Río de la Plata, en 1816 (Tucumán); en Chile, en 1818, en Perú y Centroamérica, en 1821. Incluso en México ello no ocurrió oficialmente hasta el 6 de noviembre de 1813, pues en el campo insurgente había muchas resistencias a Citado por José Herrera Peña: Hidalgo a la luz de sus escritos. Estudio preliminar, cuerpo documental y bibliografía, Morelia, Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003, p. 31. 1

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romper con Fernando VII, como el propio autor reconoce al referirse al ideario de Ignacio Allende, la segunda figura de la insurrección novohispana, quien ante el tribunal que lo juzgara señaló en respuesta a una pregunta: “El objeto del que declara fue conservar esta América al señor don Fernando VII, como lo manifestó a la gente que con el trató en todos los pueblos que anduvo”.2 Ello, por supuesto, no invalida que en la mente de algunos criollos ilustrados y determinadas personalidades preclaras, adelantados a su tiempo, la Nación en su sentido moderno ya estuviera constituida, como es evidentemente el caso de Hidalgo, y la independencia fuera su horizonte, como claramente se insinúa en muchos de sus escritos y decretos, en especial aquellos que distinguían a los criollos de los españoles, encaminados a la forja de una conciencia nacional. Por cierto, que algunos de estos decretos del cura de Dolores, destinados a preferenciar a los criollos por encima de los peninsulares o “gachupines”, nos recuerdan los que con idéntico fin promulgara Bolívar en 1813 durante la campaña admirable: me refiero al de “guerra a muerte”. Al valorar la significación de esta obra debemos, por último, añadir que con ella Herrera Peña toma claramente partido por Hidalgo, conduciéndonos con maestría por los complicados vericuetos de los acontecimientos iniciales de la primera Revolución Mexicana, proporcionándonos las claves para la mejor comprensión de este proceso decisivo en la historia de México. No exagero si señaló que es uno de los mejores trabajos que he leído sobre el tema en los más de treinta años que llevo dedicado a estas cuestiones. Sergio Guerra Vilaboy Presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC)

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Ibid., p. 122.

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Prólogo del autor a la primera edición ¿Por qué ver hacia el pasado? Se dice que ya pasó, ya está muerto. Todo lo que se desprende de él es oscuro, inerte y contradictorio. Del pasado no vienen más que discordias, amarguras, frustraciones. ¿Para qué recordar tiempos desgarrados por sus antagonismos? ¿Para qué recordar épocas que, lejos de abrirse al mundo, se encerraron dentro de los estrechos límites del Estado-nación? No hay que venir con la misma historia. Ver hacia atrás es convertirse en estatua de sal. Vivimos en una nueva época, en el mundo de la globalización y el pluralismo. Hay que ver hacia delante, hacia lo que vamos a ser. En el futuro está nuestro destino. Sin embargo, las objeciones que se plantean de este modo al pasado son igualmente válidas para el futuro. ¿Hay algo más impreciso, dudoso y lleno de incertidumbre que el futuro? Ni los profetas han logrado desentrañarlo jamás. Es cierto: depositamos en él nuestros sueños y esperanzas; pero allí no hay nada tangible. Lo peor es que en el futuro todo es probable. Es probable la constitución de un estado mundial; pero también la de un mundo sometido a un estado imperial, o la disgregación de los estados nacionales, o la formación de un nuevo feudalismo a escala planetaria, o el establecimiento de la paz universal, o el desencadenamiento de conflagraciones apocalípticas, u otras cosas. Vivir en función del futuro es permitir que éste nos transmita su indefinición y nos contamine su vaguedad. Y como en el futuro es posible llegar a ser cualquier cosa, somos ya cualquier cosa. La verdad es que ninguna de las dos concepciones anteriores es adecuada. Así como somos seres sociales, del mismo modo somos seres históricos: nudos de relaciones sociales y entes multidimensionales, hechos de todos los tiempos. Y así como no podemos vivir fuera de la sociedad, tampoco podemos vivir fuera de la historia. Los únicos que, según Aristóteles, viven fuera de la sociedad, son los dioses y las bestias. Fuera de la historia no vive nadie, ni los dioses. La historia, por consiguiente, tanto en la materia como en el relato, es tan consustancial al ser humano como el aire que respira.

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La historia es la expresión de los tiempos. Pero el futuro y el pasado no se alojan en lugares ignotos ni en tiempos abstractos sino en el presente. No están fuera sino dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. El futuro está entre nosotros en germen, en embrión, en potencia, en gestación. Y el pasado también, cuajado o disuelto en lo que somos, en las huellas palpitantes y en los residuos vivos –materiales y espirituales- de lo que ha permanecido y nos sigue acompañando. Estudiar los tiempos históricos es estudiar diversos aspectos de nosotros mismos, de lo que estamos hechos; de lo que recordamos -Baudelaire diría “tengo más recuerdos que si tuviera mil años”-, de lo que ya olvidamos y de todo lo que aspiramos. La realidad histórica, al ser una expresión del ser social, es objetiva y, por consiguiente, susceptible de investigación, análisis y transformación. Rígida como la ciencia, como ésta, busca la verdad. Una historia que no es objetiva ni se funda en la verdad, no es historia. A pesar de ello, no es fija, estática, inmutable. Un nuevo dato -un solo dato- basta para que cambie drásticamente, bien para convertir la incertidumbre en certidumbre, o bien para hacer caer un sistema. Descubrir actas de liberación de esclavos en cumplimiento del bando de Hidalgo sobre abolición de la esclavitud es dar firmeza al hecho histórico. Saber que el jefe Allende rechaza el indulto por ser para la tropa y no para los jefes, desmorona la percepción sobre la consistencia de su carácter y permite suponer o sospechar que si se hubiera incluido a los jefes, lo habría aceptado. El conocimiento histórico, por consiguiente, como el científico o el tecnológico, avanza y aumenta por etapas: de lo conocido a lo desconocido, de lo superficial a lo profundo y de lo simple a lo complejo. Al cambiar los datos duros de la realidad histórica, cambia toda la superestructura teórica fincada sobre dicha realidad. Por eso la historia, aún en estos estadios, siendo la misma, llega a ser diferente. Pero además de materia, lugar, acontecimiento, cronología y personajes, la realidad histórica es también relato. Está formada por el elemento subjetivo. La actitud de quien interroga a los tiempos nunca es la misma. Responde a las circunstancias e intereses no sólo de la época sino también del investigador. Nuevos propósitos, finalidades e intenciones, modifican voluntaria o involuntariamente nuestros enfoques

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sobre el fenómeno histórico. Al contemplarse los tiempos –pasado y futuro- desde atalayas y promontorios distintos, los horizontes y las perspectivas del conjunto cambian. Entonces, las cosas se ven y se relatan de otro modo. No por capricho, por supuesto –en tal caso la historia dejaría de ser objetiva y de apegarse a la verdad- sino porque al expresarse las dudas, los conflictos y los sueños del momento, buscamos sus raíces y las proyecciones que tuvieron en el pasado -o las repercusiones que podrían tener en el futuro- y les damos actualidad a través del relato. De este modo, la única historia que se escribe es la historia de lo que se vive. La historia, pues, depende del presente. ¿Qué somos? ¿Qué hemos sido? ¿Qué vamos a ser? De nuestras respuestas actuales depende la forma en que configuremos los tiempos históricos. En este nuevo plano, la historia, aún siendo la misma, también es distinta. Ejemplo: si se sostiene el principio de soberanía “universal” -eufemismo de soberanía imperial- y se declara obsoleta la soberanía nacional, se restará importancia al surgimiento del Estado-nación; se condenará su doloroso esfuerzo por llegar a cobrar cuerpo y aliento; se minimizará la estatura de los hombres que participaron en su proceso de formación, y se enfatizarán los supuestos o reales errores que estos cometieron, como ha sucedido en estos días. Si se considera que la democracia y los derechos humanos están por encima del Estado nacional -y no que éste es el indispensable instrumento para garantizar su disfrute y ejercicio-, se maximizarán las supuestas o reales ventajas que han ofrecido u ofrecen las intervenciones –militares, financieras o humanitarias- de las potencias imperiales en los asuntos internos de los pueblos. Y al contrario, si se sostiene que el orden internacional depende del respeto a los principios de autodeterminación e igualdad de las naciones, o que los pueblos tienen derecho a establecer o modificar su forma de gobierno, etc., los mismos temas –Estado nacional, héroes, guerras, revoluciones, democracia, derechos humanos y demás-, serán enfocados bajo otros criterios. Los tiempos históricos dependen del presente. Dado que nuestra subjetividad no pertenece al pasado ni al futuro sino al presente, cuando incorporamos el presente a los otros tiempos –al pasado o al futuro-, comprendemos mejor los otros tiempos. Del mismo modo, al incorporar los otros

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tiempos al presente, comprendemos mejor el presente. En esa dialéctica de los tiempos, nos comprendemos mejor a nosotros mismos. Además, dado que nuestra actitud no es pasiva sino activa, del mismo modo que tenemos la capacidad para transformar la naturaleza, la tenemos también para transformar nuestra realidad histórica. Somos fruto de los tiempos, pero también sus creadores. Luego entonces, investigar, interpretar y relatar los tiempos históricos –pasado o futuro- desde la cúspide del momento –de éste o de aquél- y, sobre todo, conforme a nuestros valores, convicciones e intereses actuales -sin afectar la objetividad ni alterar la verdad-, es necesariamente transformar los tiempos. Al transformarlos, nos transformamos a nosotros mismos. Morelia, Mich., 16 de septiembre de 2008.

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LAS

PERCEPCIONES SOBRE

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Introducción 1. ¿Por qué un nuevo estudio? Sobre la independencia nacional de México, en general, y sobre Miguel Hidalgo y Costilla, en particular, se ha escrito mucho. En la bibliografía se citan más de 300 obras, algunas de ellas reeditadas varias veces, especialmente las “clásicas”, es decir, aquellas que nunca dejarán de consultarse.3 Si ya todo está dicho, ¿por qué insistir en el tema? Al revisar lo escrito se observa que, a pesar de que nuestra percepción sobre Hidalgo se ha modificado en el curso de los años, ha prevalecido su papel como destructor del sistema político “colonial” opresor, sembrador del caos social y responsable de la muerte de muchos supuestos o reales inocentes. Es el Hidalgo sobrehumano e inhumano; sobrehumano porque rom-pe las cadenas de la esclavitud e inhumano porque derrama la sangre de muchos para lograrlo. A pesar de lo expuesto, la estridencia de lo espectacular ha dejado ocultas las aportaciones teóricas del rector del Colegio de San Nicolás en materia jurídico-política. Luego entonces, vale la pena tratar el asunto desde este enfoque y relatar los acontecimientos en el marco de algunas tesis fundamentales que, no por sencillas, son menos importantes, a saber: que Hidalgo, frente al derecho de conquista y avasallamiento de los imperios, afirmó el derecho de autodeterminación de las naciones; frente al derecho exclusivo de una minoría para gobernar a una nación sometida, afirmó el derecho del pueblo para establecer, modificar o alterar su forma de gobierno, y frente al derecho 3

El Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México (INEHRM), que depende de la Secretaría de Gobernación, tiene contabilizados 353 títulos (hasta febrero de 2009), sobre la independencia nacional en general. En cambio, la bibliografía básica de esta obra abarca 340 (sin contar reimpresiones o reediciones) que se contraen al periodo 1810-1811. http://biblioteca.inehrm.gob.mx/resultado.php? tipo[0]=titulo&criterio[0]=independencia&submit

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de los privilegiados para esclavizar, explotar y humillar a los seres humanos, postuló la libertad y la igualdad de todos los hombres ante la ley. Al pretender hacer posible la existencia de este conjunto de derechos modernos, tomó la asombrosa decisión de barrer por cualquier medio los obstáculos que se lo impidieran. Con base en las fuentes consultadas, el análisis al que fueron sometidas, el método utilizado y la interpretación propuesta, los acontecimientos de esa época se ajustaron por sí mismos, apoyándose y dándose sentido unos a otros, en respuesta a las preguntas que se les plantearon. 2. Hipótesis, objetivos y metodología En el intento de 1808 por hacer la independencia del reino de Nueva España por la vía pacífica, se invocaron derechos premodernos referentes al reino, al pueblo y a los individuos, conforme a las Leyes de Partida y las Leyes de Indias. El reino era el conjunto de poblaciones asentadas en un dilatado territorio continental de vagas fronteras, bajo el dominio de un soberano absoluto, gobernado por un virrey, el alter ego del rey. El pueblo era la asociación de “repúblicas” de españoles (europeos y americanos) e indios, sometidas al soberano, de las que estaban excluidos los africanos, los orientales y las castas, formadas por las mezclas de españoles, indios o asiáticos con africanos. Los individuos eran súbditos que vivían bajo estatutos jurídicos diferentes, según pertenecieran o no a una u otra de estas “repúblicas”, o no pertenecieran a ninguna. Los derechos modernos son otra cosa. Estos derechos declaran que la nación es una entidad política que se gobierna a sí misma; que el pueblo es un conjunto de individuos organizados con potestad para establecer o modificar un gobierno, y que el individuo es una persona jurídicamente libre e igual a las demás, con derechos civiles y políticos. Tomando en cuenta las diferencias conceptuales básicas a las que se ha hecho referencia, en estas páginas se plantearon tres hipótesis: primera, que Miguel Hidalgo y Costilla fundamentó su discurso y su actuación en el concepto moderno de nación soberana; segunda, que al asumir el

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poder nacional, lo legitimó conforme al principio moderno de la soberanía popular, y tercera, que dicho poder lo concibió no sólo para alcanzar la independencia nacional sino también para garantizar a los habitantes de la nación el disfrute y el ejercicio de los derechos modernos del hombre y del ciudadano; lo que no implica, por supuesto, que haya hecho una declaración sistemática y formal de derechos modernos, como las de Estados Unidos o Francia -tarea propia de una asamblea, más que de un individuo-, sino que los conceptos que campean en sus escritos se derivan de los derechos fundamentales modernos. De confirmarse estas hipótesis, habrá sido no sólo el caudillo que impulsó a las masas populares a la destrucción del sistema económico, social y político del sistema “colonial”, mediante promesas de venganza, saqueo y pillaje, como se afirma, sino también, y sobre todo, el ideólogo que sentó las bases sobre las cuales se levantó el andamiaje político de la nación independiente. Una de las tareas del investigador es descubrir los significados y motivaciones reales o posibles de los hechos y las acciones humanas que tuvieron repercusiones públicas, concuerden o no con sus palabras. Las palabras pueden mentir; los hechos, no. Haya señalado expresamente o no que la soberanía dimana del pueblo, Hidalgo se basó en el principio de la soberanía popular, al fundar su autoridad en inmensas asambleas populares integradas por individuos de todas las clases sociales. Y haya declarado o no que todos los hombres son libres e iguales en derechos, se basó en este principio para abolir la esclavitud, suprimir las castas y conceder a los individuos de las castas -y a los esclavos- los mismos derechos civiles y políticos que los de los hombres libres. Si se toma en cuenta que los principios de libertad e igualdad ya estaban convertidos en fundamentos jurídicos y políticos de Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, podría llegarse a la conclusión preliminar de que, al actuar políticamente conforme a tales principios, Hidalgo se basó en un sistema de derechos modernos. A partir de las hipótesis expuestas, no fue difícil formular los tres objetivos básicos de esta investigación: a) que

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Hidalgo fue no sólo fue el caudillo que levantó a un pueblo para destruir el sistema económico, social y político de la “colonia”, sino también el ideólogo que proclamó el derecho de autodeterminación de las naciones; b) que el poder soberano, absoluto y discrecional que Hidalgo ejerció en la inmensa jurisdicción territorial que cayó bajo su dominio, se derivó del principio de la soberanía popular, y c) que sus decretos sobre proscripción de la esclavitud y supresión de las castas partieron del principio de que todos los hombres nacen libres e iguales en derechos, base de la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano. Al hacer el relato en función de dichos objetivos, se valoraron las críticas más importantes que se han hecho a las ideas y acciones de Hidalgo durante los cuatro meses que ejerció el poder en las inmensas demarcaciones territoriales y políticas que dominó, y se les situó en su contexto histórico, para descubrir si son válidas o no. El tema se desarrolló conforme a la concepción materialista de la historia y las modernas técnicas de investigación científica, aplicadas a la historia en forma creadora. El meticuloso análisis de las fuentes primarias, en general, y específicamente, el de los 44 documentos escritos por el puño de Hidalgo, confirmó las apreciaciones iniciales y permitió alcanzar los objetivos planteados.

Análisis historiográfico 1. Los clásicos Los estudios más importantes que se han hecho sobre Miguel Hidalgo y Costilla hasta la fecha corresponden a la primera mitad del siglo XIX y fueron elaborados por Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante, Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán, que fijaron los principales criterios historiográficos que habrían de seguir los historiadores que los sucedieron. Aunque los cinco autores citados forman parte de generaciones diferentes, todos fueron ilustrados y todos participaron, directa o indirectamente, dentro o fuera del país, como protagonistas, testigos, beneficiarios o víctimas de los acontecimientos que relatan, lo que imprimió a sus obras un sello de militancia política.

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Bajo el seudónimo de José Guerra, Teresa de Mier escribió y publicó en Londres la Historia de la revolución de Nueva España en 1813, en el momento mismo en que estaban ocurriendo los hechos, como réplica al libro La verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución de Nueva España, 1811, de Juan López Cancelada, escritor español que había sido editor de la Gaceta de México y vivido más de veinte años en Nueva España; obra en la cual justifica el golpe de estado que se descargó en 1808 contra el virrey Iturrigaray. 4 Teresa de Mier, por el contrario, al defender la conducta de Iturrigaray, defendió la independencia absoluta de Nueva España, con base en las leyes de Indias, como lo hicieran los miembros del Ayuntamiento de México en 1808, y al tenor de las tesis contractualistas en boga. La idea central de fray Servando es que hubo un pacto social entre los reyes españoles y sus súbditos en las Américas, concertado después de la Conquista, según el cual éstas eran, no “colonias”, sino reinos independientes confederados con España a través de la persona del rey. El hecho de que no se hubieran respetado estas leyes fundamentales, no las había invalidado. Al faltar el rey, la soberanía se había retrovertido al pueblo americano, el cual nunca había sido ni era súbdito de España, sino su igual, y por consiguiente, tenía derecho a recurrir a cualquier medio para ejercer su propio gobierno. La revolución iniciada en 1810 fue justificada. Las tesis jurídicas de Mier están confirmadas por la legislación, salvo el pacto entre los reyes y sus súbditos conquistadores que -por supuesto- fue ficticio; mejor dicho, tácito, no expreso, como lo han sido todos los pactos sociales evocados por las obras teológicas, filosóficas y políticas de todos los tiempos. Nueva España, en efecto, era un reino independiente no sólo de las otras entidades políticas de Guerra, José, Historia de la revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, o verdadero origen y causas de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813, México, Cámara de Diputados, 1922. En su Historia de Méjico, Alamán refiere que tanto el abogado como la esposa de Iturrigaray financiaron parcialmente la primera parte de la obra de Mier, pero que dicho financiamiento llegó a su fin cuando el ex-virrey Iturrigaray se dio cuenta de que era una abierta defensa de la independencia. 4

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América –reinos, capitanías generales, etcétera- sino también de las de Europa, aunque todas estuvieran sujetas a un soberano común. Consumada la independencia en 1821, se reinició el conflicto entre antiguos insurgentes y realistas, representados por el emperador Iturbide y el congreso, respectivamente. El cuerpo legislativo acordó levantar estatuas a los héroes que lucharon contra la sujeción y hacer honores fúnebres a sus cenizas.5 El emperador se opuso. Al escribir sus memorias en el destierro, señala: A estos mismos jefes había yo perseguido y volvería a perseguir si retrogradásemos a aquellos tiempos; es necesario no olvidar que la voz de insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir las posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión. 6

A la caída del imperio, se estableció en 1824 la primera república federal, durante la cual se desató la lucha entre los sucesores de los insurgentes y realistas, llamados ahora federalistas y centralistas, reformistas y antirreformistas, yorkinos y escoceses, monárquicos y republicanos, liberales y conservadores. La república federal fue propicia a los liberales moderados –partidarios de la propiedad privada, la libertad de educación y la ampliación de la vida democrática-, quienes empezaron a promover las reformas correspondientes. Para impedirlas, los conservadores radicales –defensores de la propiedad de las corporaciones eclesiásticas, de la educación elitista y religiosa, y de los fueros y privilegios- anularon la república federal y establecieron en 1836 y 1843 dos repúblicas centralistas, a reserva y como medio preparatorio para fundar posteriormente una monarquía, bajo la protección de una Hernández y Dávalos, J. E., Colección de Documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821, José María Sandoval, impresor, México, 1877, t. II, n. 254, “Noticia documentada de la traslación en 1820 de los restos de los héroes a la capital de la República”, p. 606. 5

Manifiesto de Iturbide escrito en Italia en 1823 e impreso en México en 1827. Reproducido en Iturbide, Agustín de, Memorias escritas desde Liorna, México, Ed. Jus, 1973. 6

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potencia europea. En 1846 se restableció el sistema federal, y en 1853, éste fue abolido por un golpe de estado y reemplazado por una dictadura militar absoluta. Si la clasificación filosófica de las corrientes políticas de la época que propuso Melchor Ocampo es aplicada al campo de la historiografía, es válido hablar de cuatro corrientes historiográficas, según correspondan a liberales o conservadores o a sus respectivas alas radicales o moderadas.7 En los años en que se produjeron las obras sobre la independencia, Hidalgo resultó molesto y desagradable no sólo para los conservadores sino también para los liberales moderados, y ambos lo sometieron a una crítica severa e implacable, culpándolo de sembrar el desorden, desprestigiar su causa y no prever la forma de gobierno que habría de establecerse en la nación independiente. El espíritu de la agitada época dejó su huella en las obras que escribieron. Lorenzo de Zavala y Luis Mora analizan la historia desde el punto de vista liberal moderado, y Carlos Ma. De Bustamante y Lucas Alamán, desde el lado conservador, aunque moderado aquél y extremista éste. El liberalismo radical, por su parte, no estuvo representado en esta época por obras historiográficas de gran aliento, sino más bien por discursos parlamentarios y ceremonias cívicas, y sobre todo, por actos institucionales y políticos. Carlos Ma. de Bustamante fue sumamente contradictorio. Partidario de la monarquía durante la lucha por la independencia, seguidor de Iturbide y luego enemigo de él, se acomodó bien en la república federal y mejor aún en la república centralista, de la que fue alto magistrado del Supremo Poder Conservador. Su libro clásico sobre el tema se titula Cuadro histórico de la revolución de independencia (1823), en cuyo primer tomo analiza las causas que produjeron este movimiento. Reduce éstas a «vengar ultrajes» y critica a sus iniciadores por no haber previsto una forma de gobierno sólida y firme. Su tesis principal es que Hidalgo cedió a sus impulsos de venganza, Ocampo, Melchor, Mis quince días de ministro, México, 14 de noviembre de 1855, Ed. La Revolución, No. 3, 1856. 7

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porque se le había impedido elaborar vino, y pegó un «grito que, sobre ser de odio, fue impolítico, y tanto más, cuanto que obraba sin programa o plan formado anticipadamente y fue causa de robos y asesinatos».8 Esta tesis no deja de ser candorosa, al suponer que las motivaciones o los sentimientos de un hombre son capaces de desencadenar una tormenta social, y que sus actos públicos, si no están sujetos a un plan o programa, lo convierten en autor intelectual de graves delitos. A partir de Bustamante, hasta la fecha, suele reiterarse que Hidalgo se lanzó a la lucha sin basarse en un proyecto definido. El yucateco Lorenzo de Zavala estuvo preso algunos años durante los años en que se luchó por la independencia, se pronunció contra el imperio iturbidista, fue celoso partidario de la república federal así como de las reformas en materia de propiedad eclesiástica y terminó siendo vicepresidente de la república de Texas. En su Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, editado en París y Nueva York (1831 y 1832), hace referencia a las causas de la independencia y abunda en las razones que la justifican, pero no dice una sola palabra sobre las aportaciones ideológicas, jurídicas y políticas de Hidalgo; al contrario: afirma que obró sin plan, sin sistema y sin objeto determinado. Según él, la imagen de «nuestra señora de Guadalupe» fue su bandera nacional, su código y sus instituciones, pero no supo qué hacer en medio de la confusión y gritería que le rodeaban. Reconoce que fue heroico de su parte «levantar la cabeza sobre sus conciudadanos»; pero lamenta que no haya sabido orientar el movimiento que inició. «Si hubiese presentado las bases de un sistema social; si en vez de animar la matanza de los españoles y los saqueos, hubiera hecho retirarse a los indios y organizado sus tropas, ofrecido garantías y hablado, como debía hacerlo, por manifiestos y proclamas, el triunfo de la causa hubiera sido seguro».9 Su tesis se inscribe en la línea historiográfica de las Bustamante, Carlos Ma. de, Cuadro histórico de la revolución de Independencia, México, FCE, 1985, tomo I, pp. 19-20. 8

Zavala, Lorenzo de, Ensayo histórico sobre las revoluciones de México, México, FCE, 1985, tomo I, pp. 29-36. 9

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posibilidades retrospectivas, sólo que a la inversa, porque en lugar de plantear lo que podría haber sucedido o hubiera podido suceder, para explicar lo que realmente sucedió, explica lo que sucedió para proponer lo que debió haber sucedido, lo que la deja convertida en una especie de tribunal de justicia post factum. Desde tal posición, Zavala omite que la liberación de esclavos y la supresión de castas constituyeron las bases de un nuevo sistema social. Y aunque admite la grandeza de Hidalgo por haber protestado contra el régimen colonial, destaca sus limitaciones al no haber asegurado la protección de los intereses establecidos. José Ma. Luis Mora fue un liberal moderado que luchó por eliminar los privilegios de las corporaciones eclesiásticas en materia de propiedad y educación. En el segundo tomo de México y sus revoluciones (París 1836) rinde homenaje a la Cconquista, porque ésta previó un orden político sobre el cual se estableció la Nación. Lo que hoy se llama México debe su fundación a Hernán Cortés.10 A diferencia de Hidalgo, que no propuso un sistema político definido, «la Conquista fue obra de un plan y un designio perfectamente combinados». 11 Por eso la memoria de Cortés «está tan íntimamente enlazada con el nombre de Méjico, que mientras éste subsista, no podrá perecer aquélla».12 Otra cosa fue la revolución de 1810 -cuya reseña hace en el tomo tercero de su obra-, «tan necesaria para la consecución de la independencia, como perniciosa y destructora del país».13 Acabó mal porque empezó mal. «Las personas bajo cuya dirección se fraguó, eran las menos a propósito para regularizarla y hacer que marchase de un modo ordenado».14 Hidalgo, según el, «ni era de talentos profundos para combinar un plan de operaciones, ni tenía un juicio sólido y recto para pesar los hombres y las cosas, ni un corazón generoso para perdonar los errores y preocupaciones de los que debían auxiliarlo en su empresa o estaban destinados a contrariarla; ligero hasta lo sumo, se abandonó enteramente a lo que diesen de sí las Mora, José Ma. Luis, México y sus revoluciones, París, librería de Rosa, 1836, tomo II, p. 1. 10

11

Ibid, p. 7.

12

Ibid, p. 190.

13

Ibid, tomo III, p. 1.

14

Ibid, p. 5.

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circunstancias, sin extender su vista ni sus designios más allá de lo que tenía de hacer el día siguiente; jamás se tomó el trabajo, y acaso ni aún lo reputó necesario, de calcular el resultado de sus operaciones, ni estableció regla ninguna fija que las sistemase».15 Si no estableció orden al inicio de su movimiento, «mucho menos se ocupó de la clase de gobierno que debería establecerse después del triunfo para regir la nación».16 Mora también omite cualquier aportación del héroe en materia de derechos modernos de tipo nacional, social o individual. Para él, su único fin fue desorganizar «con las masas, a las que daba impulso, el gobierno que tenía por enemigo».17 No organizó ni construyó nada. Dice –por ejemplo- que en Guadalajara, Hidalgo encontró todas las instituciones establecidas por la ley para cimentar la existencia política de un gobierno independiente. «Otro hombre hubiera sacado mucho partido de elementos tan favorables, creando aunque fuese la sombra de un gobierno nacional que interesase a todos los órdenes del Estado, pero ya sea que no llegó a penetrarse de la conveniencia de esta utilísima medida, ya sea, lo que parece más probable, que bien hallado con la posesión del poder que le proporcionaba la especie de dictadura que ejercía, sentía repugnancia a desprenderse de ella, mantuvo en su persona el poder arbitrario e indefinido que había ganado hasta entonces y que tampoco supo ejercer con acierto».18 Prueba de lo anterior es el «manifiesto en que Hidalgo habló a la nación por primera y última vez, (en el que) da idea de sus principios políticos, o por mejor decir, de su falta absoluta de ellos».19 No obstante la severidad y, hasta cierto punto, ligereza, de sus juicios, Mora reconoce que «sus errores, sus equivocaciones, sus debilidades y hasta la crueldad misma de 15

Ibid, pp. 8-9.

16

Ibid, p. 23.

17

Ibid, p. 24.

18

Ibid, pp. 120-121.

19

Mora se refiere al Manifiesto del señor Hidalgo expresando cuál es el motivo de la insurrección concluyendo en nueve artículos, Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 51, pp. 119-120.

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Hidalgo, desaparecen a la vista de sus desgracias, y sobre todo, del imponderable servicio de haber emprendido una revolución perniciosa, destructora y desordenada, es verdad, pero indispensablemente necesaria en el estado a que habían llegado las cosas».20 Por eso concluye que el mundo no podrá negar a Hidalgo el tributo de gloria que merece, pues gracias a la lucha que encabezó, se mejoró la suerte de millones de hombres y aumentó el número de naciones de la Tierra.21 Las tesis de Mora son contradictorias, en principio, porque si una revolución es «necesaria e indispensable», es absurdo esperar que sea necesariamente aterciopelada, fina y ordenada, y porque si no planteó ningún plan ni sistema en su desenvolvimiento, ni proyectos que previeran su futuro, es ilógico señalar en el relato que sí los había, como él mismo lo reconoce, al señalar que «desde febrero de 1810, el doctor Iturriaga se puso de acuerdo con Hidalgo y Allende, y extendió un plan que abrazaba dos partes; la primera contenía los medios de realizar la independencia, y la segunda, lo que debería hacerse después de verificada». 22 Por otra parte, si encabezar una revolución, como la de independencia, fue un «imponderable servicio» a la nación, sorprende que censure a su iniciador tan acremente. Además, algunas de sus tesis carecen de base, al suponer que Hidalgo no cimentó en Guadalajara la existencia política de un gobierno independiente, ya que lo hizo desde mucho antes, en Celaya; lo reafirmó en Guanajuato y Valladolid, y lo amplió en Acámbaro, o que no habló a la nación más que una vez, ya que lo hizo al menos diez veces -en tres meses- a través de bandos, proclamas y manifiestos, y hasta de un periódico creado en Guadalajara al efecto. En todo caso, la línea historiográfica de Mora también termina por convertirse en un tribunal de justicia. Lucas Alamán fue quizá el ilustrado más culto y liberal de este grupo, pero también, paradójicamente, el conservador más extremista y radical. Al ver en el sistema federal, la democracia y la libertad de cultos, sendos puntos de apoyo para la penetración política norteamericana, creyó que la 20

Mora, José Ma. Luis, op. cit, t. II, p. 157.

21

Ibid, pp.159-160.

22

Ibid, p. 11.

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religión sería el único vínculo de unión entre sus habitantes; que el sistema electoral elitista mantendría la cohesión social, y que la república centralista prepararía el advenimiento de una monarquía bajo la tutela de una potencia europea que sirviera como valladar a la penetración anglosajona. Adoptó y desarrolló las tesis historiográficas de Mora, las fundamentó sólidamente en un riquísimo arsenal de documentos que encontró en el archivo general de la nación y en múltiples archivos particulares, así como en valiosos testimonios de personajes importantes, y las desarrolló hasta sus últimas consecuencias. En sus Disertaciones sobre la historia de la república mexicana justifica la Conquista y en su Historia de Méjico condena la independencia. Su obra es un majestuoso lienzo histórico que probablemente no ha sido superado por nadie todavía. Siempre guardó una gran fidelidad a las fuentes y, por consiguiente, mantuvo una rigurosa objetividad en el detalle; pero orientó la masa de sus informaciones hacia sus posiciones ideológicas y políticas. En sus Disertaciones, además de dar testimonio de su admiración por Cortés, plantea la validez de la Conquista. Según él, este tipo de «revoluciones» que mudan la faz del orbe y que tienen el nombre de «conquistas», no deben ser consideradas ni en razón de la justicia, ni de los medios que se emplean en su ejecución, sino más bien de sus efectos. Lo paradójico del caso es que este criterio, que consideró válido para la Conquista, lo desechó para la Independencia. Su Historia de Méjico, como dijo Hernández y Dávalos, «comienza por elogiar la prosperidad colonial y concluye con una especie de maldición sobre la raza mexicana». A diferencia de Mora y otros, que sostienen que obró sin plan ninguno, Alamán admite que «en el plan de la revolución, siguió Hidalgo las mismas ideas de los promovedores de la independencia en las juntas de Iturrigaray» (1808);23 pero al ceder al peso de su ideología, el historiador sigue la tesis de Iturbide y declara que el grito de Dolores no tuvo por objeto la independencia sino el saqueo.24 Prueba de ello fue lo ocurrido en Guanajuato, en donde «al pillaje desordenado de la plebe 23

Alamán, Lucas, Historia de Méjico, México, FCE, t. 1, p. 379.

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siguió el más regularizado que Hidalgo hizo practicar de todo aquello que se había ocultado al pueblo». El historiador, horrorizado para siempre con la sed de venganza de «la plebe», de la que fue testigo, recuerda que su casa estuvo a punto de ser saqueada, al confundírsele con una morada española. «En este conflicto resolvió mi madre ir a ver al cura Hidalgo, con quien tenía antiguas relaciones de amistad, y yo la acompañé». El general atendió a la dama y ordenó a la tropa que sus propiedades fueran resguardadas; pero Alamán siempre consideró el grito «viva la virgen de Guadalupe, mueran los gachupines» como «reunión monstruosa de la religión con el asesinato y el saqueo; grito de muerte y de desolación que, habiendo oído mil y mil veces en los primeros días de mi juventud, después de tantos años resuena todavía en mis oídos con un eco pavoroso».25 Según él, Hidalgo fue tan pillo como «la plebe». Por eso se complace en citar un pasaje del Diario de García Conde -prisionero de los insurgentes-, según el cual «Allende y los Aldama hablaban del estado de las cosas e imputaban a Hidalgo la culpa de todo, de quien Allende no hablaba sino llamándole el bribón del cura».26 Al caracterizar adecuadamente el movimiento de independencia como una «lucha entre propietarios y proletarios», es decir, como una lucha de clases, lo despoja sin embargo de sus rasgos nacionales, que son los que le dieron su verdadero sentido histórico. Se limita a señalar que al entrar las tropas coloniales a algún lugar, «todas las clases respetables» de la sociedad las recibían como libertadoras, y que «el espíritu revolucionario sólo quedaba arraigado en el pueblo, cuyas funestas inclinaciones habían sido halagadas por los jefes de la insurrección, dando rienda suelta al robo y al asesinato».27 Por último, a diferencia de Mora, señala que Hidalgo asumió el poder absoluto, que nombró dos ministros y un embajador, y que anunció la convocatoria a un congreso; pero omite cualquier referencia al catálogo de derechos modernos 24

Ibid, pp. 439.

25

Ibid, p. 441.

26

Ibid, p. 493.

27

Ibid, tomo 2, p. 77.

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sobre los cuales fundamentó su acción y, además, da crédito a un supuesto plan de la conspiración de Querétaro para «erigir un imperio con varios reyes feudatarios», y a las palabras del capitán Centeno –que resguardó las propiedades de su familia durante el saqueo en Guanajuato-, según el cual él «no intentaba otra cosa que ir a México a poner al señor cura en su trono».28 A la vista de tales informaciones, deduce que «si la suerte de las armas hubiera sido favorable a Hidalgo y no se lo hubiera embarazado la rivalidad de sus compañeros, México hubiera tenido en su persona a un soberano eclesiástico y hubiera presentado al mundo ese fenómeno extraordinario».29 A pesar de lo expuesto, Alamán nunca hace referencia a los derechos de la nación, a los derechos del pueblo ni a los derechos del hombre y del ciudadano, invocados por Hidalgo para justificar la movilización y la lucha armada a partir de 1810, ni concede aportación alguna al movimiento de la independencia, salvo la de haber desencadenado la lucha de clases, a través de la cual no sólo desarticuló la paz y el orden público sino también debilitó la fuerza política, militar y económica del reino. En cuanto al tratamiento de los temas, el atractivo enfoque de Alamán está muy lejos de establecer una línea divisoria entre el pasado y el presente, como lo proponía Pierre Bayle en los albores de la Ilustración. Al contrario, tiene el acierto de interconectar los tiempos históricos; los hechos del presente los proyecta al pasado y los de éste los vuelve contemporáneos, de tal suerte que su relato resulta siempre fresco y lleno de vida. Hace intervenir activamente sus principios, intereses y orientaciones en todo el proceso de su investigación, pero al pronunciarse contra la independencia, el historiador acaba convertido en un brillante fiscal, y su discurso histórico, en un implacable alegato acusatorio. Con Alamán se cierra el período «clásico» de la historiografía en esta materia. 2. Anarquía, reforma e intervención francesa 28

Ibid, pp. 81, 84, 85, 90.

29

Ibid, p. 90.

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La primera mitad del siglo XIX concluyó con una tragedia nacional: la derrota de México en la guerra con Estados Unidos, cuya paz fue sancionada por los liberales moderados. Así que los moderados y los conservadores quedaron debilitados, y el liberalismo puro o radical fue adquiriendo fuerza. Hombres de la talla de Melchor Ocampo, José Ma. del Castillo Velasco, Ponciano Arriaga e Ignacio Ramírez censuraron a Alamán por haber atizado la división entre los mexicanos, en un momento inoportuno a inadecuado, y justificaron a Hidalgo por haber iniciado la destrucción de un sistema político injusto cuyas bases todavía se mantenían firmes. Al proclamarse sus descendientes, proclamaron igualmente la necesidad de destruir totalmente tales bases. Ocampo criticó a los conservadores por sentar al prócer en el banquillo de los acusados.30 Siendo gobernador de Michoacán, al restablecer en 1847 el colegio fundado en 1540 por Vasco de Quiroga –clausurado desde 1811-, del que Hidalgo fue estudiante, catedrático y rector, lo reabrió con el nombre que le diera su fundador, que fue el de Colegio de San Nicolás; le dejo el título de primitivo, para no confundirlo ni mezclarlo con otros que lo sucedieron; si antes había sido real, ahora le dio carácter nacional; dio línea de continuidad al humanismo de don Vasco con el espíritu liberador del padre de la patria, y dejó a la benemérita institución con el nombre de Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, que es el que conserva hasta la fecha. La radicalización del movimiento liberal obligó en cierto modo a los conservadores a buscar la conjugación de los intereses encontrados, necesidad política que siempre ha sido acertada y positiva; pero que nunca ha tenido ni tendrá éxito, si no se toma en cuenta que, para conjugar el pasado, es necesario conjugar todos los tiempos. Por consiguiente, si no se resuelven los problemas del presente, jamás podrán conjugarse las visiones del pasado con las del futuro. La “A los fundadores de nuestra nacionalidad se les ha llamado a la barra de la historia… para que respondan de su conducta. ¡El benefactor llamado a juicio por el beneficiado, para que explique por qué no hizo el beneficio del modo que éste lo entiende, y cuando el beneficiado mismo se opuso a hacerlo mejor!” Ocampo, Melchor, Obras completas, México, Comité Editorial del Gobierno de Michoacán, 1986, recopilación por Raúl Arreola Cortés, Discurso pronunciado en Morelia el 16 de septiembre de 1852, t. IV, p. 34. 30

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historia depende del presente. Por lo pronto, los conservadores dejaron de criticar la Guerra de Independencia y empezaron a justificarla de diversos modos y por distintos motivos. Basilio José Arrillaga, provincial de los jesuitas, en un opúsculo que escribió en 1856, afirma que el grito de Dolores fue un castigo de Dios al gobierno de España, por haber desterrado su orden, dos siglos antes, de las posesiones reales. Miguel Miramón, por su parte, del partido conservador, elogió por igual a Hidalgo y a Iturbide, o, en sus palabras, «a los descendientes de los indomables godos y a los bravos adoradores de Huitzilopchti». Sin embargo, todavía no llegaba el momento de conciliar las visiones históricas encontradas y, paradójicamente, ya era tarde para eso. Ya era tarde, porque de nada había valido que los moderados y los conservadores se adueñaran de la historia y del poder político. No habían logrado poner orden en lo interior, en función de los intereses generales de la sociedad, ni habían hecho respetar a la Nación en lo exterior. Por el contrario, habían dejado al Estado mexicano profundamente agrietado, a su población profundamente lastimada y a su territorio dolorosamente mutilado. Su hora había pasado. En 1857 se estableció la segunda república federal, democrática y representativa, que reconoce la propiedad privada y omite cualquier referencia a la propiedad de las corporaciones civiles y eclesiásticas; establece la libertad de educación; crea una organización política de perfiles democráticos, y toma como principio y fin del Estado la obligación de garantizar el disfrute y ejercicio de los derechos del hombre. Se reinició la reforma social. Los moderados terminaron por disolverse e integrarse a ambos partidos; los conservadores no tuvieron más recurso que apelar al apoyo extranjero, y los liberales puros se apoderaron de los principales espacios políticos, se prepararon a resistir la embestida de sus adversarios y afinaron su propio concepto de la historia; un concepto que, al rechazar a Hernán Cortés, rechaza la Conquista y la posibilidad de que la nación quede sujeta a cualquier potencia extranjera, y al condenar a Iturbide, condena la prolongación del sistema de intereses y

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privilegios que éste defendió. Durante la guerra de reforma (1858-1860), el gobierno liberal de Benito Juárez decretó la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la separación de la iglesia y el estado, y la libertad de cultos. Los conservadores, al perder la guerra, pretendieron echar abajo las reformas por medio de la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, apoyados por los liberales moderados; pero fracasaron en su empeño. El sistema impuesto desde el exterior no sólo confirmó las reformas sociales consumadas por el régimen de Juárez sino también los valores y principios de los liberales radicales, que se convirtieron en liberales por antonomasia. Su percepción historiográfica, en lugar de debilitarse al paso de la ocupación extranjera, se fortaleció y se impuso nacionalmente. A partir de este momento, Hidalgo se convirtió para el liberalismo radical, vale decir, para el liberalismo nacional, en el incendiario que envuelve en llamas el sistema político extranjero. Maximiliano, por su parte, lo presentó como un anciano venerable, benevolente y protector, y lo convirtió en el padre de la patria que libera a sus hijos de las cargas de la esclavitud y del tributo, pero que genera una pelea de hermanos contra hermanos. Esta pelea, al prolongarse demasiado tiempo, obliga a los amigos del exterior a intervenir para lograr la conciliación, hacer valer la fuerza de la ley y levantar a la nación sobre los principios de «independencia y unión».31 Juárez y Maximiliano honran por igual la memoria de Hidalgo, aunque por distintos motivos y de diversa manera. Durante su retirada, Juárez otorga distinciones en la villa de Dolores a los sobrevivientes de la independencia, entre ellos, Maximiliano pronunció un discurso en la casa de Hidalgo, en el que señala que la palabra del prócer “brilló en medio de la noche como un relámpago” y “retumbó como un trueno” a un lado y otro del océano; pero que la independencia no podía ser apreciada por la nación porque habían proseguido los odios de partido. “Entonces llegó al país del apartado Oriente el magnánimo auxilio; un águila mostró a la otra el camino de la moderación y de la ley. El germen que Hidalgo sembró en este lugar debe ahora desarrollarse victoriosamente, y asociando la independencia con la unión, el porvenir es nuestro”. Citado por Arrangoiz y Berzábal, Francisco de Paula, México desde 1808 hasta 1867, México, Porrúa, 2ª. ed., 1968, pp. 593-594. 31

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a Pedro Sotelo -conserje de la casa de Hidalgo y autor de una Relación en la que describe sus vivencias-, y deja firmado el libro de visitas. Maximiliano, preocupado por la «unión», más que por la «independencia», a la par que exalta la memoria de Iturbide, héroe de la «unión», encomienda a Joaquín Ramírez el retrato de Hidalgo, deliberadamente hecho para inspirar una mansa devoción -que ha pasado a ser el más conocido del héroe-, pero que no reproduce sus auténticos rasgos; concede galardones a los veteranos del levantamiento de Dolores, y al visitar la casa del caudillo, deja estampada su firma en el mismo libro que firmara Juárez. 3. Positivismo y porfirismo Al caer el Imperio y quedar la República restaurada, empezaron a reajustarse y reordenarse las ideas en torno a Hidalgo y al movimiento que emprendió. La revolución de Dolores había sido engendrada por el espíritu democrático de 1808, y la de Iguala, en oposición a esa misma democracia; pero ambas habían hecho posible la Independencia de la Nación. Luego entonces, se hacía necesaria la reconciliación nacional, pero desde la posición del liberalismo victorioso, no a costa de sus principios. Al iniciarse el proceso de reconstrucción del país, la corriente liberal adoptó el positivismo. Gabino Barreda, discípulo de Augusto Compte, pronunció un discurso el 16 de septiembre de 1867, en el que anticipa la línea que seguirá en lo futuro la corriente historiográfica del liberalismo triunfante; un liberalismo distinto al liberalismo de combate de Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga y José Ma. Mata. El héroe de la Independencia Nacional fue matizado para satisfacer las necesidades de un estado positivista que, por su carácter

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científico, procuraba consolidarse en el consenso ciudadano.32 En lo futuro, el sistema jefaturado por Benito Juárez y Lerdo de Tejada, pero, sobre todo, a partir de Porfirio Díaz, siguiendo el ejemplo de Maximiliano, se encargó de enfatizar el carácter de Hidalgo como padre de la nueva época y, por consiguiente, como padre de la patria, pero, al mismo tiempo, empezó a censurar sus «errores y excesos» para complacer a los conservadores y lograr la conciliación. El positivismo adaptó y ajustó los rasgos del héroe a las demandas ideológicas de la burguesía mexicana, en definitivo despegue, que ya estaba usufructuando los bienes expropiados a las corporaciones eclesiásticas, empezaba a asociarse con el capital extranjero, procuraba conciliarse con el clero católico y preparaba el asalto contra los bienes de las comunidades indígenas. Según la corriente historiográfica liberal, positivista, oficial, el héroe de la independencia ya no se limitó a jugar un papel revolucionario y destructor, sino también constructor. Es cierto que no creó el estado nacional, pero preparó las condiciones para establecerlo. La etapa juarista fortalecería los cimientos de dicho estado nacional; pero el verdadero, el auténtico y el único responsable de su consolidación sería Porfirio Díaz. A él le correspondería cumplir con el último de los tres estados de la ley de Compte y alcanzar, por decirlo así, el «fin de la historia». Además de pacificar el país -a sangre y fuego-, don Porfirio lo uniría por primera vez en la historia gracias a las vías del ferrocarril y las líneas del telégrafo. Las heridas abiertas en los convulsionados periodos precedentes ya Gabino Barreda expresó, entre otras cosas, que “Hidalgo supo emancipar su inteligencia de los prejuicios teológicos y metafísicos recibidos de la sociedad colonial en que se había educado, y aceptar las conquistas de la ciencia positiva, que lo capacitaron para escoger el momento en que debía dar principio a la grandiosa obra que meditaba… Al iniciar la revolución de independencia, hizo que la ley de los tres estados, verdadera espina dorsal de la filosofía positivista de Compte, continuara su desarrollo en nuestra historia patria. El primer estado, el teológico o ficticio, había sido el punto de partida de nuestro régimen colonial. De este habíamos de pasar al segundo, el metafísico o abstracto, estado de transición en el que nos hallábamos al cumplir los trescientos años de dominación. Con la revolución de independencia pasamos al tercer estado, al científico o positivo, que es el estado último, fijo y definitivo, en el que una nación alcanza su máximo desarrollo o progreso intelectual”. Citado por Higuera, Ernesto, Hidalgo, reseña biográfica, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1955. 32

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estaban cerradas. Aprovechando el majestuoso marco de la magnánima paz porfiriana, se replanteó la línea historiográfica conciliatoria y se empezó a descender a los detalles secundarios de la vida política y personal de Hidalgo. A la par que estatuas de bronce y de mármol, se levantaron grandes monumentos de literatura histórica. Por una parte, apareció México a través de los siglos (1887), obra colosal coordinada por Vicente Riva Palacio, en cuyo tercer tomo -dedicado a la independencia-, Julio Zárate se admira de que los historiadores críticos hayan exigido a Hidalgo un plan completo de organización política, sin considerar que éste tendría que ser el resultado de los esfuerzos reformistas de 1857, pero, sobre todo, de las admirables realizaciones y proezas porfiristas. Por otra parte, la forma exagerada en que fue vituperado Hidalgo, llevó a los liberales triunfadores a exagerar la forma de ensalzarlo. Para Riva Palacio, por ejemplo, Hidalgo “es una ráfaga de luz en nuestra historia, y la luz no tiene más origen que Dios”. En este mismo tono avanza su texto hasta llegar a la conclusión de que “el hombre que tal hizo, merece tener altares; los griegos le hubieran colocado entre las constelaciones”. Y ya cómodamente instalado en esa vía, señala que “necesitaba ser un héroe, casi un dios” y que sabía proféticamente, como los grandes mártires, que “su sacrificio era inevitable”. Al final, su retrato ya no es el de un hombre, ni siquiera el de un héroe, sino el de un santo laico inmortal. “La virtud ciñe su frente con la corona de plata de la vejez; la gloria le rodea con su aureola de oro, y la eternidad le recibe en sus brazos”. Y al tiempo que vincula su imagen con la estética, reafirma abiertamente su carácter sobrehumano: “Hidalgo será siempre en nuestra historia una de las más hermosas figuras, y a medida que el tiempo nos vaya separando más y más de él, se irá destacando más luminosa sobre el cielo de nuestra patria, y para nosotros llegará un día en que su nombre sea una religión”. 33 Otro Cristo, pues, pero no judío sino mexicano; fundador de una patria, no de una iglesia, y fuente de una nueva religión cívica, no de otra creencia metafísica.

Payno, Manuel, y Riva Palacio, Vicente, “Hidalgo, en El libro rojo, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2005, pp. 309 y sigs. 33

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Más tarde, Justo Sierra publicó México, su evolución social (1900), y Evolución política del pueblo mexicano (1910); Genaro García, El plan de la independencia en la Nueva España en 1808 (1903); José Ma. de la Fuente, Hidalgo íntimo (1910); Agustín Rivera San Román, Anales de la vida de Hidalgo (1910) y Francisco Bulnes, La guerra de independencia, Hidalgo-Iturbide (1910). Por otra parte, surgieron obras documentales gigantescas, como la Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821, en letra pequeña y seis gruesos tomos, por J. E. Hernández y Dávalos (1877-1882); tendencia historiográfica que culminaría con Documentos históricos mexicanos, en siete tomos, de Genaro García (1910). Al celebrarse las fiestas del centenario (1910) se inauguró la columna de la independencia, con la intención de que los restos de los héroes fueran depositados en sus entrañas (lo que no se haría sino hasta 1925). La historiografía oficial mantuvo el status de Hidalgo como padre de la patria, en coincidencia con los conservadores de la época, pero no justificó que haya dado curso a la violencia. El culto y la veneración que le rindió -de matices casi religiosos- no le impidió criticar «sus excesos».34 La preocupación básica de esta línea historiográfica fue establecer el contraste entre el desorden y el atraso de los primeros tiempos de la independencia –en el principio fue el caos-, con el orden y el progreso del estado porfirista, símbolo político del orden y la justicia de los nuevos tiempos. En los de Hidalgo se produjeron los odios que habían dividido a los mexicanos; en los de Díaz se alcanzaron los de la El poeta Manuel Gutiérrez Nájera, por ejemplo, en un discurso patriótico, enfatizó la cuestión de la paternidad patria. “Sentimos amor a todos los grandes insurgentes; pero de ellos, ninguno es más querido que ese viejecito de canas inmaculadas; a él volveremos la mirada en los conflictos, a él solamente le llamamos padre. Sus manos fueron hechas para bendecir, y bendijeron a una nación recién nacida”. Justo Sierra, por su parte, empezó por censurarlo y terminó por venerarlo. Señala que “su conducta como jefe de la insurrección, digna a veces de justísima censura humana, se la dictaron las circunstancias; pero su propósito se lo dictó el amor a su patria, que no existía sino en ese amor; él fue, pues, quien la engendró; él es su padre, es nuestro padre”. Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, México, UNAM, 1957. 34

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conciliación, la armonía y la concordia, bajo el lema paz y progreso. Para conjugar el futuro siempre ha sido necesario conjugar el pasado. El liberalismo porfirista consideró llegado el tiempo de que las figuras del iniciador y del consumador, Hidalgo e Iturbide, se juntaran. El sistema político propició su abrazo, pero no lo logró. Y es que –no es ocioso reiterarlo-, mientras no se resuelvan las contradicciones sociales y políticas del presente, el futuro siempre será incierto, y el pasado, inconciliable. El clérigo e historiador Agustín Rivera lo dijo en 1910; entre las dos corrientes historiográficas no había punto de unión, porque Iturbide había sido un hijo espurio de la revolución de independencia. «Y digo mal, no fue hijo sino la falsificación del grito de Dolores y de la revolución. El Plan de Iguala salió de la celda de los inquisidores, de quien Iturbide fue el instrumento».35 El historiador Luis González Obregón, por su parte, admitió que, aunque habían ido serenándose los ánimos poco a poco y reconociéndose las cualidades de Hidalgo, por los conservadores, y el mérito de Iturbide, por los liberales, las cenizas del pasado no habían podido aún apagar el fuego ardiente de la parcialidad. La corriente historiográfica liberal, basada en el principio fundamental de que Porfirio Díaz era el emblema positivista del tercer estado, el símbolo del periodo científico de la historia y el gran forjador del Estado mexicano moderno, entró en crisis al llegar a su apogeo. Al lado del «fin de la historia», se percibió el nacimiento de una nueva era. Al celebrarse el centenario en 1910, a la par que las grandes fiestas oficiales, se prepararon grandes fiestas revolucionarias. El Presidente era un «gran hombre», pero sus ministros «lo engañaban». Era evidente la corrupción en su gobierno; la avidez de riquezas de los que colaboraban con él; el despojo de bienes a las comunidades indígenas, y la intensa y brutal represión ejercida contra los pueblos indios, la clase obrera, los intelectuales y los periodistas críticos del régimen. En el plano historiográfico, el demoledor Francisco Bulnes, en La guerra de independencia, Hidalgo-Iturbide (1910), destaca las incongruencias de los que han criticado a Hidalgo Agustín Rivera y San Román, Anales de la vida del Padre de la Patria, UMSNH, Morelia, 1987, p. 120. 35

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por haber desatado la violencia y permitido la comisión de horrendos crímenes contra inocentes. Teniendo presente la crítica de Mora, muy arraigada entre sus contemporáneos, se burla abiertamente de ellos. Deplorar que haya habido anarquía en la revolución insurgente equivale a deplorar que el fuego queme, que el terremoto sacuda, que las pestes maten y que las pasiones produzcan vicios. Dijérase que el autor, al sentir la nostalgia y el anhelo de un cambio, anuncia la llegada de los tiempos nuevos. 4. Revolución mexicana Francisco I. Madero, en La sucesión presidencial en 1910, establece un paralelismo tácito, pero evidente, entre la corrupción, la explotación y la falsificación que sufrieron los principios y valores en el sistema colonial, y los vicios que imperaban en el régimen porfirista, todos los cuales habían corrompido el sistema liberal. Encontró paralelismo y concordancia entre la pureza y la santidad de algunos párrocos del siglo XIX y los héroes civiles del XX. En las profundidades de su interpretación del pasado también se agitan sus visiones de futuro. Ricardo Flores Magón, por su parte, desde las cárceles norteamericanas, hizo surgir en sus periódicos – Regeneración y Revolución- un programa de derechos propios de los trabajadores así como la poderosa imagen de un Hidalgo -expresión de un pueblo irritado- que, con la tea incendiaria, deja envuelta en llamas la alhóndiga de Granaditas al grito de «mueran los gachupines», cuyo ejemplo habría que seguir para reducir a cenizas las haciendas de los terratenientes, al grito de «tierra y libertad». La revolución maderista triunfó y la magonista quedó sofocada. Aquélla se limitaba al ámbito político, mientras que ésta era una revolución social. Madero ocupó la presidencia de la república en 1912, pero Flores Magón siguió atizando la rebeldía desde la oscuridad de su calabozo. Emiliano Zapata, que había adoptado el lema «tierra y libertad», se resistió en el sur a soltar las armas; Pascual Orozco, en el norte, postuló un programa de derechos para los trabajadores y declaró la guerra al gobierno maderista, y Félix Díaz, sin más plan que hacerse del poder para seguir protegiendo manu militari los intereses establecidos, es decir, los de los latifundistas,

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inversionistas extranjeros y clero político, bombardeó el palacio nacional en 1913. Victoriano Huerta, por su parte, a cargo de la defensa del gobierno maderista, derrotó a Orozco; intentó acabar con Zapata, sin lograrlo, y finalmente, en concierto con Félix Díaz y bajo el padrinazgo del Embajador norteamericano Henry Lane Wilson, traicionó al Presidente Madero y lo hizo asesinar. La burguesía se dividió. Un sector apoyó el golpe y otro lo condenó. Estalló la revolución de Venustiano Carranza contra la sangrienta usurpación del poder; revolución limitada a la esfera de lo político, aunque con la promesa de extenderse a lo social. El mismo primer jefe anunció en Hermosillo el próximo e inevitable desencadenamiento de la «lucha de clases». José Vasconcelos, por cierto, amigo de Madero, funcionario de su gobierno y adversario de Carranza, diría más tarde en su Breve historia de México (1944) que en México no triunfan los aptos sino los ineptos; que el licenciado Francisco Primo de Verdad, en 1808, hizo un intento civilizado para alcanzar la independencia, pero al ser asesinado, el siguiente, en 1810, promovido por Hidalgo, tendría el «agrio tono del motín». La alternativa dolorosa se repetiría en los días de Madero. Las reformas que éste no pudo hacer por medio de la razón, las impondría Carranza por la fuerza, con los mismos resultados desastrosos. Y el autor se hace una pregunta que deja sin respuesta: ¿qué otra cosa puede esperarse de un pueblo tiranizado, aparte de motines y rebeliones, a pesar de que estos no conducen sino a la destrucción lenta y definitiva de lo que debiera ser una poderosa nacionalidad? En el aspecto político, la revolución armada carrancista, además del derrocamiento de Huerta, reclamó la legalización de un poder político fuerte y centralizado, es decir, la legitimación constitucional de la dictadura presidencial (establecida de facto por Porfirio Díaz). Al triunfo de la revolución contra el gobierno de Huerta, se desató la guerra civil en 1914 entre las propias facciones revolucionarias, la «lucha de clases» vaticinada en Hermosillo por Venustiano Carranza. Por un lado quedaron el propio Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, con sus «batallones rojos» y tropas campesinas, y por el otro, Francisco Villa y Emiliano Zapata, con sus guerrillas y ejércitos campesinos. Los

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primeros derrotaron a Villa en los campos de batalla y Zapata fue asesinado. Concluyó la etapa armada de la revolución. Durante esta convulsión se plantearía expresa y claramente la reivindicación de las riquezas naturales acaparadas por latifundistas y capitales extranjeros, que cimbró el derecho de propiedad privada. Además, frente a la separación de la iglesia y el estado, que había tolerado la reincorporación simulada del clero en la vida pública, se postuló el principio de la supremacía del estado sobre la iglesia. Y frente a la libertad de educación, al amparo de la cual habían proliferado las escuelas confesionales, se propuso la educación gratuita, laica y popular. Además, en el plano social, el movimiento armado carrancista se asoció con las organizaciones anarcosindicalistas de los obreros, a través del pacto de la casa del obrero mundial (1914), comprometiéndose a expedir leyes a favor de los trabajadores, y reafirmó su alianza con los campesinos armados mediante la ley de 6 de enero de 1915, que legaliza la reforma agraria, ordena la restitución de las tierras a las comunidades indígenas, la destrucción del latifundio y el reparto de la tierra a los que la trabajan. La Constitución Política de 1917 consagró las reivindicaciones nacionales, sociales, laborales, agrarias y educativas que se expresaron en esa época, y las convirtió en derechos fundamentales. La reforma agraria empezó a modificar el mapa de la propiedad territorial en México. Además, se sancionó la concentración y la centralización del poder político, y se reafirmó constitucionalmente el régimen presidencialista, en forma más acusada y férrea que la que había logrado alcanzar de facto en el régimen porfirista. Durante la convulsa época de la revolución armada, Hidalgo se convirtió en el revolucionario por excelencia, cuya efigie se paseó por los nuevos campos de batalla y adoptó los rasgos que le imprimieron las diversas banderías políticas. Siguió siendo el venerable padre de la patria, generalmente dulce y protector; pero no por ello menos terrible, como Júpiter o Jehová, que cada vez que ruge, lanza rayos y desencadena tempestades. Esta imagen permanecería todo el tiempo; unas veces nacionalista, otras liberal y siempre agrarista. Y como «el régimen de la revolución» se prolongó

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hasta casi el final del siglo XX, dicha imagen correría la misma suerte. Nadie se interesó por indagar si había hecho alguna aportación en materia de derechos nacionales, derechos del pueblo y derechos humanos. Sin embargo, con el tiempo, la historiografía revolucionaria se encargó de reorientar, acentuar o suavizar, según el caso, las contradictorias facetas de Hidalgo, unas veces iracundo demoledor del viejo régimen y destructor del latifundio, y otras, dulce protector paternal de la nacionalidad, del pueblo y de los trabajadores. En 1922 recomenzaron tímidamente los estudios historiográficos que habían quedado pendientes desde la celebración del centenario. Manuel Puga y Acal publicó su artículo Quién fue la fernandito; pero la imagen de Hidalgo siguió generando reacciones. La jerarquía eclesiástica se negaba a reconocerlo como símbolo de una unidad nacional basada en el despojo, el crimen y el desorden. En el fondo, se negaba a reconocer la Constitución Política de 1917, porque ésta sancionaba la supremacía del estado sobre la iglesia, la afectación de la propiedad privada y la «imposición» de la educación laica. De allí que en el plano historiográfico, Regis Planchet, en Bocetos biográficos del cura Hidalgo (1923), destaque los rasgos destructores del héroe, los considere perniciosos, y considere que las lubricidades en que se revolcó, las doctrinas protestantes y racionalistas que profesó, y «los excesos de recordación horripilante» que cometió: he aquí el molde en que se vaciaron todos los delirios sociales, filosóficos e irreligiosos del partido liberal, bajo cuya tiranía, de Hidalgo acá, ha estado sufriendo como calvario el pueblo mexicano. Del lado contrario, Humberto Tejera, Hidalgo, padre y libertador de México (1925), imprime al personaje los rasgos de la época, principalmente sus tendencias populistas y agraristas. Siguiendo esta línea, se publicaron unas cartillas agrarias que señalan que la revolución de Hidalgo tuvo una finalidad política, pero sobre todo, un claro sentido agrario, y explican por qué lo han llamado «con justicia el primer agrarista de México». En la década de los 20, los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles se propusieron consolidar el proceso de

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concentración del poder político alrededor del Presidente de la República; pero esto sería posible sólo en la medida en que se obtuviera el apoyo del pueblo armado, principalmente de los obreros y los campesinos organizados. Y éste no se obtendría mientras no se profundizara la reforma agraria y se respetaran los derechos de los trabajadores urbanos, entre ellos, el de huelga. El programa de la revolución tendría que ser necesariamente a largo plazo. Sin embargo, al afectarse los latifundios, la jerarquía eclesiástica promovió la protesta armada. En 1926 estalló la revolución cristera. Los rebeldes se colocaron la imagen de la virgen de Guadalupe en el sombrero, como en la época de la independencia, y formularon un proyecto liberal de Constitución Política que, como la de 1857, reconoce la propiedad privada y la separación entre la iglesia y el estado, pero no la reforma agraria ni la supremacía del estado sobre la iglesia. Al calor de la lucha armada, los cristeros cometieron atrocidades, como cortar las orejas y asesinar a los maestros rurales, por considerarlos agentes de un gobierno impío. La historiografía oficial se encargó de revivir la corrupción y las atrocidades del clero en la independencia, de las que sólo Hidalgo, Morelos y unos cuantos más, alcanzan a salvarse. Alfonso Toro, en La iglesia y el estado en México (1927), incluye breves párrafos que, no por anecdóticos, están menos cargados de intención. «Aún se recuerda con horror al cura Álvarez, conocido con el alias de cura chicharronero, porque se deleitaba en quemar vivos a los insurgentes y asesinar a sus mujeres e hijos, aun cuando se tratara de niños de pecho».36 Pero la preocupación fundamental del autor es la de justificar históricamente la supremacía del estado sobre la iglesia. Dice que durante la independencia, por ejemplo, la iglesia estaba al servicio del estado colonial, no éste al de aquélla; prueba de ello es que degradó a Hidalgo de su condición sacerdotal, por órdenes de la autoridad civil, a pesar de violar todas las disposiciones canónicas al respecto. Además, se prepararon para su publicación Los procesos militar e inquisitorial del padre Hidalgo y de otros caudillos insurgentes (1932). Toro, Alfonso, La iglesia y el estado en México, estudio de los conflictos entre el clero católico y los gobiernos mexicanos desde la independencia hasta nuestros días, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1927, p. 60. 36

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En este marco histórico, sorprende el surgimiento de una nueva tesis, elaborada por el clérigo jesuita e historiador profesional Mariano Cuevas, que advierte que las acusaciones de un sector del clero contra Hidalgo han sido contraproducentes y que es «torpe» insistir en ellas, porque han supuesto que la iglesia es su enemiga, «dándoselo así enterito a los partidos mexicanos impíos». Los enemigos de la iglesia se han aprovechado de esta situación para acusar a los católicos de «ingratos y malos patriotas», y con tales condenas, se ha permitido a los liberales que «finjan» que su linaje se deriva de Dolores, cuando en realidad lo han tomado de «los segundos patios de las embajadas americanas». Por consiguiente, estima necesario un cambio historiográfico y considera conveniente que se recupere la tesis de la reconciliación, sobre la base de un quid pro quo; que unos admitan la gloria de Cortés, a cambio de que los otros reconozcan la de Hidalgo. En el quinto tomo de su Historia de la iglesia en México (1921-1928) -levantado sobre un sólido aparato crítico-, señala que Cortés, a pesar de la matanza de Cholula y del asesinato de Cuauhtémoc, produjo una gran obra, y que agradecérselo «es acto noble y debido»; pesando las cosas en la misma balanza y refiriéndose a Hidalgo, agrega que obligado es reconocer también la grandeza «de quien sembró y regó con su sangre la planta de nuestra independencia».37 La jerarquía eclesiástica negoció la paz con el gobierno en 1929 y admitió, por así decirlo, quedar al servicio del estado. Se inició el proceso de conciliación entre la revolución hecha gobierno y el clero, y a través de éste, entre la revolución social y el sector de la burguesía liberal-conservadora. Los frutos políticos no tardaron en madurar. Los antiguos cristeros formaron la Unión Nacional Sinarquista, organización cívica de masas, y el 16 de septiembre de 1939, los miembros de la burguesía católica fundaron el Partido de Acción Nacional (PAN), cuya línea política hicieron descender de Francisco I. Madero y José Vasconcelos. La historiografía conservadora reflejó pronto la nueva situación política. Alfonso Junco, en Un siglo de Méjico, de Hidalgo a Carranza (1937), explica que Lucas Alamán no fue Cuevas, Mariano, Historia de la iglesia en México, México, Porrúa, 2003, t. V, cap. II. 37

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enemigo de Hidalgo, ni de la Independencia, sino sólo de sus seguidores (que establecieron un sistema de saqueo, ruina y matanza inútil); es decir, de lo que «la desnaturalizó, la desprestigió y la retardó». Pero la historiografía oficial no ofreció tregua alguna. Marte R. Gómez, en sus Cartas (1939) señala que mientras el clero y los dirigentes católicos no hicieran la paz con los liberales y no reconocieran que Hidalgo -no Iturbide- es el «padre de la patria», habría un abismo profundo por llenar y un hondo problema sin resolver. El sacerdote e historiador profesional José Bravo Ugarte, en Historia de México (1941), todavía regatearía méritos a Hidalgo, pero ya no lo condenaría. Aunque advierte que éste no fue la inteligencia directora del movimiento de la independencia, ni su voluntad coordinadora, ni supo encauzarlo en las ideas o en los procedimientos, reconoce que le imprimió una gran energía y que al final de cuentas fue el alma que lo generó. Finalmente Luis Ma. Martínez, arzobispo de México, formó una comisión de teólogos historiadores formada por Jesús García Gutiérrez, José Bravo Ugarte y Juan B. Iguiniz, que dictaminó en 1953 –bicentenario del natalicio del héroe- que «Hidalgo no incurrió en excomunión alguna por haber iniciado la independencia» y que habiendo muerto confesado y absuelto, «esperamos en la misericordia infinita de Dios Nuestro Señor que salvaría su alma».38 Al admitirse oficial y expresamente que no había incurrido “en excomunión alguna por haber iniciado la independencia”, 38

García Gutiérrez, Jesús, Dictamen sobre las excomuniones del cura Hidalgo, México, editorial Acción, Toluca, 1953, 20 pp. Cincuenta y cuatro años después, al insistir algunos diputados de la comisión especial

del bicentenario de la independencia y del centenario de la revolución mexicana, que se levantara la excomunión a Hidalgo, el señor Gustavo Watson, miembro de la comisión eclesial que se formó al efecto, aclaró que no había muerto excomulgado, porque su cuerpo había sido sepultado en un lugar santo, es decir, en la capilla del convento de Chihuahua, lo que no habría ocurrido si la excomunión hubiera estado en vigor. La información fue difundida por la agencia informativa AP a las 12:00 horas del día jueves 18 de octubre de 2007.

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se admitió implícitamente que la decretada en su contra no había tenido validez. La historiografía eclesiástica, por consiguiente, dejó de condenarlo y dejó la vía libre para reconocerlo como «padre de la patria». 5. La ideología marxista Sofocada la revolución cristera, las masas campesinas se movilizaron a partir de la década de los 30 para profundizar la reforma agraria; la clase obrera se fortaleció y se organizó al amparo de los derechos de los trabajadores; se decretó la expropiación petrolera; se estableció la educación socialista, y se multiplicó la escuela rural. El Partido Comunista (PC), creado en 1919, y varios partidos revolucionarios locales y caudillistas, con el nombre de partidos socialistas, laboristas, agrarios, liberales, democráticos y constitucionalistas que se fueron creando en los años siguientes, empezaron a configurar las fuerzas políticas revolucionarias. Todas ellas –salvo el Partido Comunista- se reu-nieron en 1929 en un solo partido, que adoptó el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR) bajo la hegemonía política de Plutarco Elías Calles, que el año anterior acababa de dejar la presidencia de la República. En 1939 dicho partido fue disuelto y se fundó el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), organizado sobre cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar, sobre el cual basó su gobierno Lázaro Cárdenas. El nuevo partido oficial reconoció la lucha de clases como motor de la historia, postuló el lema por una democracia de trabajadores y propuso el socialismo como meta final de la revolución mexicana. La historiografía oficial, por su parte, al enriquecer y ampliar su visión de futuro, empezó a interpretarse conforme al principio de la lucha de clases. El presidente de la república Lázaro Cárdenas pronunció un discurso que identificó los

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fines de su gobierno con los de los insurgentes.39 Durante su régimen se profundizó la reforma agraria, se apoyaron las demandas de la clase obrera, se llevó a cabo la expropiación del petróleo y se estableció la educación socialista. En esos años, pues, surgió la historiografía marxista, basada en el materialismo histórico y en la lucha de clases e influida por las tesis de la Internacional Comunista, de corte dogmático y mecanicista, que reinició la crítica contra Hidalgo, no por haber sido revolucionario, sino por no haberlo sido lo suficiente, y tampoco por haber sido un fruto de su época, sino por no haberse adelantado a ella. Ramos Pedrueza, en La lucha de clases a través de la historia de México, ensayo marxista (1934), siguiendo a Lucas Alamán, plantea que la historia nacional ha sido el resultado de la lucha entre explotadores y explotados. En seguimiento de esta línea, Luis Chávez Orozco, en Páginas de historia económica y social de México (1938), censura a Hidalgo por no haber sido más radical. ¿Por qué no llevó su pensamiento social más lejos? ¿Por qué no se atrevió a aniquilar la servidumbre de las haciendas para quemar etapas, como lo hizo la revolución mexicana, aboliendo las deudas con que los patrones enfeudaban a sus peones? ¿Por qué no decretó el reparto de tierras a los indios? Y responde que su «timidez social» se debe a que, «en el fondo, luchaba primordialmente El presidente Cárdenas dijo que los insurgentes habían ido “al sacrificio movidos por el afán de conquistar normas de mayor equidad en el reparto económico de la riqueza y de la tierra. Lo que el pueblo anhela es conquistar y defender los principios de su liberación económica, para desenvolverse en una trayectoria de paz y de trabajo. Este anhelo de justicia social que informó el programa del padre de la independencia don Miguel Hidalgo, en su más legítimo aspecto de reivindicación de la tierra, es el mismo que animó al gran Morelos, y es estrictamente, el nervio de la epopeya de la Reforma, del Benemérito Juárez, de nuestra Revolución Mexicana de 1910 iniciada por el apóstol Madero y del actual programa de gobierno». Luego entonces, las realizaciones actuales son los proyectos de 1810. «En el fondo del movimiento de independencia se agitó el legítimo anhelo de reivindicar la tierra para los campesinos, de mejorar las condiciones del trabajador, de dar instrucción y cultura a nuestras masas desheredadas y de cristalizar todo esto en un régimen democrático, en donde la ley fuera la garantía de la libertad económica y de la libertad política; en el fondo de la Revolución Mexicana están latiendo idénticos propósitos y aspiraciones iguales de justicia social”. Cárdenas, Lázaro, Obras, México, UNAM, 1973, t. I, Mensajes, discursos, entrevistas y otros documentos, pp. 440-446. 39

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por los intereses de la clase que representaba, es decir, por la de los criollos terratenientes» y que, por consiguiente, liberar al peón de sus deudas y entregar la tierra a los indios era tanto como destruir la clase social a cuyos intereses servía. Por otra parte, José Revueltas, en La independencia nacional, un proceso en marcha (1939), sostiene que a pesar de la profundidad social de la lucha que encabezó Hidalgo, la na-ción nunca alcanzó su independencia, porque pasó de “colonia” a “semicolonia”, y que el problema agrario jamás fue resuelto, hasta que Lázaro Cárdenas llegó al poder, gracias al cual México se convertiría en una nación auténticamente independiente. A partir de esta línea de ideas, esta corriente historiográfica empezó a desarrollar la tesis de que el Estado mexicano moderno no fue establecido por los liberales de 1857 ni por el régimen porfirista –menos por el movimiento de independencia- sino por la revolución mexicana y, particularmente, por Lázaro Cárdenas. Por su parte, Ezequiel A. Chávez, en Hidalgo, critica a España por no haber otorgado la independencia a México, acompañándola de medidas que dieran a los mexicanos participación cada vez mayor en los destinos del país, y censura al jefe de la independencia, no por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer; pero admite su calidad de «padre de la patria», a pesar de no haber decretado la libertad de cultos ni formular ideas sobre el agrarismo y el laborismo, porque «todo buen revolucionario, aunque no sea comunista, se reconoce descendiente de Hidalgo». Al final de esta línea historiográfica, José Mancisidor, en Hidalgo, constructor de una patria (1944), suaviza las aristas de la crítica marxista-alamanista, se eleva por encime del dogma y señala que el pueblo, «principio y fin de la revolución», está presente en todas las palabras del líder de la independencia: las que pronunció en público y las que dejó escritas a lo largo de su marcha. 6. Socialismo sui generis Otra ala de la historiografía oficial se fundó en un socialismo sui generis, mezclado no sólo con el humanismo clásico sino también con un neopositivismo, e interpretado conforme a las nuevas circunstancias de la época.

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Alfonso Reyes, Discurso (1939), equipara a Hidalgo con los héroes de Virgilio. Al surgir a la vida nacional, «la historia intencionadamente quiso condensar los rasgos de la mitología: libro y espada, arado y telar, sonrisa y sangre»; pero su dulzura no debe engañarnos: un fuego interior lo consume y habrá de incendiar la comarca entera. «La historia, en una sonrisa, ha querido poner, en lo más sagrado de nuestro culto nacional, la imagen del hombre más simpático, más ágil de acción y de pensamiento, amigo de los buenos libros y de los buenos viduños, valiente y galante, poeta y agricultor, sencillo vecino para todos los días y héroe incomparable a la hora de las batallas. Cierto, no podemos descansar aún, como aún no descansa Hidalgo. Todavía tiene mucho qué hacer él entre nosotros. Aún no se ha quitado las botas de campaña».40 Luis Castillo Ledón, el mejor biógrafo del caudillo hasta la fecha, en Hidalgo, la vida del héroe (1948), se niega a dar cabida en su obra a la doctrina del materialismo histórico, porque «es inexacto que en la historia todo lo determine la economía», y aunque concede al factor económico un gran papel, se atiene a la tesis de Antonio Caso, según la cual «explicar la historia sin la economía es tan imposible como explicarla sólo por la economía». A pesar de ello, considera que Hidalgo fue «no sólo el hombre eminentemente social, sino el franco socialista; los obrajes por él establecidos, las industrias cultivadas y la instrucción impartida a los obreros, acusan su preocupación por el mejoramiento de las masas», y concluye que fue «el precursor del socialismo en México».41 Al culminar la primera mitad del siglo XX, las corrientes historiográficas anteriores, la oficial, la eclesiástica, la liberal, la marxista y la socialista sui generis, tienen ya un denominador común: todas se preocupan por estudiar el tema objetivamente, todas se fundan en los mismos datos y todas los interpretan de acuerdo con los intereses que representan en esa época, pero todas siguen igualmente inclinadas al discurso político, más que a la disertación científica, a pesar de lo cual, cesa la polémica. Reyes, Alfonso, En torno al nicolaita Miguel Hidalgo y Costilla, Morelia, México, UMSNH, 1983, pp.13-14. 40

Castillo Ledón, Luis, Hidalgo, vida del héroe, Morelia, México, UMSNH, 1993, pp. X, 429 y 465. 41

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7. Confluencia de líneas historiográficas A partir de 1946, al concluir la Segunda Guerra Mundial e iniciarse la formación de dos bloques políticos mundiales y la «guerra fría», el régimen político mexicano hizo un alto en el camino y un recuento de lo logrado. Consideró que la revolución había cumplido sus fines y, por consiguiente, que había terminado. Rescatado el petróleo, distribuida la tierra y aumentada sensiblemente la población escolar en los ámbitos de la educación superior, lo que se necesitaba ahora era la unidad nacional (Ávila Camacho) y la consolidación de las instituciones (Miguel Alemán). Se empezó a dar participación a los capitales extranjeros y privados en la industria petrolera nacionalizada, y en lugar de la educación socialista, se reimplantó la educación laica, gratuita y popular, aunque de tipo nacionalista –en el marco del derecho internacional-, democrático y científico. El partido oficial no canceló sus principios, pero minimizó el de la lucha de clases, omitió su tendencia histórica hacia el socialismo, enfatizó lo referente a la consolidación de los poderes públicos y a la formación de las instituciones, sacó de su seno al sector militar, y en 1946 cambió de nombre de Partido de la Revolución Mexicana al de Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuyo lema ha sido desde entonces democracia y justicia social. Los sectores conservadores se tranquilizaron con el giro que se dio a la situación y aumentaron sus presiones para que se hicieran reformas más profundas y numerosas en función de sus principios e intereses, pero los radicales se opusieron, porque para ellos la revolución no había terminado, y formaron nuevos partidos de oposición: el Partido Popular, que luego se convirtió en Partido Popular Socialista (PPS), y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), formado por antiguos cuadros militares. En este nuevo marco, una nueva tendencia del marxismo mexicano, en lugar de criticar a Hidalgo, inscribió su lucha nacional dentro del movimiento histórico universal y puso énfasis en sus aportaciones culturales. En efecto, Vicente Lombardo Toledano consideró a la revolución de independencia como parte de la gran revolución democráticoburguesa del mundo entero -que terminó con una etapa

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histórica e inició otra nueva- y señaló que en esa época, el uso de la razón requería en México de un hombre ilustrado, de un intelectual que diera forma a las demandas fundamentales de la nación. «Miguel Hidalgo y Costilla –dijoes el primer intelectual de México y de América. En él se dan estas dos condiciones excepcionales: teoría, doctrina lúcida, bien adquirida, bien definida, bien promulgada y expresada, y realización de pensamiento, la vida entera entregada a una causa suprema que siempre es causa impersonal e histórica. Es el primer intelectual de la patria porque es el primer revolucionario de la verdad en México. La patria mexicana nació bajo la inspiración de un intelectual preclaro».42 Jaime Torres Bodet, a su vez, dos veces secretario de Educación Pública, dio la pauta a seguir para la historiografía oficial. Más que destructor, Hidalgo fue educador. En Miguel Hidalgo, hombre, guerrero y mártir, no pone el énfasis en la guerra ni en el martirio sino en el humanismo y en la educación. Según él, venerar a Hidalgo ha de ser seguirle por todos los senderos en los que haya todavía una indolencia por despertar, una mansedumbre por desterrar, una industria por erigir, un cultivo por establecer, una bondad qué premiar y, sobre todo, una conciencia humana qué rescatar de la prisión injusta de la ignorancia. A partir de este momento, todas las vertientes historiográficas enfatizaron la orientación oficial dado al tema y destacaron la condición de Hidalgo como intelectual, maestro y forjador de instituciones, más que como destructor y fomentador de crímenes execrables. Se llegó a la conclusión de que la Independencia de la Nación, aunque consumada por todos, finalmente se orientó por los principios de su iniciador. Al llegar a este punto, todas las tendencias historiográficas -liberal, positivista, eclesiástica, conservadora, marxista, socialista y oficial- aunque fieles a sí mismas, ya no se declararon la guerra en esta materia. Hidalgo fue finalmente aceptado por todas y se convirtió Lombardo Toledano, Vicente, Actualidad viva de los ideales del padre Hidalgo, México, Morelia, UMSNH, 1943. 42

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en símbolo de la unidad nacional. Y aunque todas reiteraron en términos generales las diversas interpretaciones que se habían hecho a lo largo del tiempo, las conservadoras achataron sus puntas y acentuaron la universalidad de los ideales del héroe, más que su carácter ríspido y radical. En contrapartida, las tendencias historiográficas más liberales y radicales suavizaron la crítica contra Iturbide y reconocieron sus aportaciones. Las primeras muestras de estas líneas historiográficas son Roberto Ramos, Libros que leyó Hidalgo (1953); Luis Villoro, El proceso ideológico de la independencia (1953); Juan Hernández Luna, Imágenes Históricas de Hidalgo, desde la época de la independencia hasta nuestros días (1953), y Pablo G. Macías, Hidalgo, reformador y maestro (1959). La historiografía eclesiástica se hizo eco de los matices educativos de la oficial, aunque a partir de sus propias posiciones. El clérigo e historiador profesional Gabriel Méndez Plancarte, Hidalgo, reformador intelectual (1945), desarrolló sus ideas en el marco de la tendencia conciliatoria, al señalar que, «aunque es justo reconocer a Agustín de Iturbide como egregio consumador de la independencia, nada ni nadie podrá arrebatar a Hidalgo la trágica aureola del iniciador». A propósito, Iturbide ha sido objeto de constante estudio a lo largo de la historia: Manuel Romero de Terreros, La corte de Iturbide, 1821; Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico desde el Grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide, Filadelfia, 1822; Carlos María de Bustamante, Historia del emperador D. Agustín de Iturbide hasta su muerte y consecuencias y establecimiento de la república popular federal, 1846; Carlos Navarro y Rodrigo, Agustín de Iturbide, vida y memorias, 1906; obispo Francisco Banegas Galván, Historia de México, 1923-38; Marte R. Gómez, Iturbide, 1939; Rubén García V., Iturbide, 1950; Mariano Cuevas, El libertador, 1947; Ezequiel A. Chávez, Agustín de Iturbide, libertador de México, 1957; Alfonso Trueba, Iturbide, un destino trágico, 1959; Andrés

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Barquín y Ruiz, Agustín de Iturbide, campeón del hispanoamericanismo, 1968; Javier Ocampo, Las ideas de un día, el pueblo mexicano ante la consumación de la independencia, 1969; Mario Mena, El dragón de fierro, biografía de Agustín de Iturbide, 1969; Jesús Romero Flores, Iturbide: pro y contra, 1971; Alfonso Junco, Liberales y conservadores ante Iturbide, 1971; Francisco Castellanos, El trueno, gloria y martirio de Agustín de Iturbide, 1982; Anna Timothy, El imperio de Iturbide, 1991; Josefa Vega Juanino, Agustín de Iturbide, 1992; ; Francisco Castellanos, El trueno: gloria y matrimonio de Agustín de Iturbide, 1982; Jaime del Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, México, 2002, etc. También se han producido numerosas obras documentales: Colección Documentos para la guerra de independencia, 1810-1821. Archivo General de la Nación, AGN, Correspondencia y diario militar de don Agustín de Iturbide en 1814, 1926; AGN, Correspondencia privada de don Agustín de Iturbide y otros documentos de la época, 1933; Archivo Histórico Mexicano, AHM, Correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, 1945; Mariano Cuevas, El libertador, Documentos selectos de don Agustín de Iturbide, 1947; Teodoro Amercinck y Zirión, Treinta y nueve cartas inéditas de don Agustín de Iturbide y Arámburu, 1960; José Bravo Ugarte, Iturbide, documentos y folletos selectos sobre su muerte, exhumación y reinhumación, y monumento de Padilla, 1964; Agustín de Iturbide, su testamento desde Liorna, Jus, 1973; José Gutiérrez Casillas, Papeles de don Agustín de Iturbide, Documentos hallados recientemente, 1977, etc. De 1952 a 1958, siendo Adolfo Ruiz Cortines presidente de la República, se fortalecieron las tendencias conciliatorias en el ámbito nacional. Ernesto Higuera coordinó el libro con el que el PRI celebró el bicentenario del natalicio de Hidalgo, Reseña biográfica con una iconografía del iniciador de nuestra independencia (1955). Y Alfonso García Ruiz, en un trabajo publicado por la Secretaría de Educación Pública (1955) sienta por vez primera una tesis que, superando la de las corrientes historiográficas liberales y marxistas, asegura que el hombre de Dolores fue no sólo el iniciador de la independencia y el

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ideólogo de la justicia sino también el que sentó las bases del actual Estado nacional mexicano y del derecho mexicano moderno.43 Esta tendencia historiográfica, sin embargo, no tendría seguimiento alguno. Al mismo tiempo, surgieron obras documentales que no se limitaron a reproducir lo conocido sino también lo recién descubierto en bibliotecas y archivos, como la de Enrique Arreguín, Hidalgo en el Colegio de San Nicolás, documentos inéditos (1956), obra en la que se acredita la vida académica del héroe, o bien, que reunieron en una obra lo disperso en varios legajos documentales, como la de Luis González Obregón, Los procesos militar e inquisitorial del padre Hidalgo y de otros caudillos insurgentes (1953). Las presiones del anticomunismo, ejercidas a nivel mundial, repercutieron en México en forma devastadora en la década los 60, durante los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Amplios sectores de trabajadores y estudiantes salieron a las calles para reivindicar sus demandas y fueron severamente reprimidos. Se multiplicaron los crímenes de Estado y las cárceles se llenaron de presos políticos; pero también se nacionalizó la industria eléctrica y fue reimpulsada la reforma agraria, aunque sobre tierras de menor calidad. La disidencia fue severamente castigada. Algunos intelectuales optaron por el exilio. Surgieron las guerrillas. Sin embargo, en la década de los 70, el rumbo fue modificado por los presidentes de la República Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo; se abrieron los órganos de representación popular a los grupos de oposición, se facilitó la creación de nuevos partidos políticos y oficialmente se dio por concluida la revolución mexicana. En esta época, las tendencias historiográficas sobre el tema no modificaron su dirección. Aunque algunas criticaron a Hidalgo por uno u otro motivo, todas lo aceptaron en lo fundamental. En términos generales, se reiteraron las interpretaciones planteadas a lo largo del tiempo; pero García Ruiz es el único autor que considera que los fundamentos del estado nacional mexicano no fueron establecidos por la revolución mexicana, ni por Porfirio Díaz, ni siquiera por Benito Juárez, sino por Miguel Hidalgo, y funda su aserto en un riguroso análisis sociológico, histórico, político y jurídico. Cfr. García Ruiz, Alfonso, Ideario de Hidalgo, México, SEP, 1955. 43

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también redondearon sus puntas de lanza y coincidieron en enfatizar la universalidad de los ideales del héroe, por encima de su carácter revolucionario o de sus «excesos», y nadie lo cuestionó ya como símbolo de la unidad nacional y «padre de la patria». Además, el interés historiográfico empezó a orientarse hacia nuevos temas en la materia. A la par que obras de opinión, aparecieron trabajos de investigación de diversas dimensiones en asuntos colaterales o de detalle; se multiplicaron los ensayos sobre temas especializados en los que algunos conceptos y técnicas de otras disciplinas -economía, sociología, psicología y derecho- fueron aplicados a los fenómenos históricos, y surgieron expresiones de la micro historia, que hicieron interesantes y valiosas aportaciones. Algunas muestras de lo anterior son las siguientes: Fernando Benítez, La ruta de la libertad (1960); Gastón García Cantú, La revolución de independencia (1964); Juan Ortiz Escamilla, Las élites de las capitales novohispanas ante la guerra civil de 1810 (1966); Agustín Cue Cánovas, Hidalgo, el libertador y su época (1966); René Cárdenas Barrios, Documentos básicos de la independencia (1969); Antonio Pompa y Pompa, Orígenes de la independencia (1970); Enrique Florescano, Precios del maíz y crisis agrícola 17061810 (1969); Agustín García Alcaraz, La cuna ideológica de la independencia (1971); Lino López Acosta, Miguel Hidalgo (1972); Ernesto de la Torre Villar, Miguel Hidalgo, libertador (1973); Roberto Carillo Díaz, Presencia del padre Hidalgo (1974); Ezequiel Almanza Carranza, Historia de la alhóndiga de Granaditas (1975); Fernando Serrano Magallón, El grito de independencia (1981); José C. Valadés, Orígenes de la república mexicana (1982) y Catalina Sierra, El nacimiento de México (1983). 8. Fin de la revolución mexicana En la década de los 80, bajo la presidencia de Miguel de la Madrid Hurtado, se llevó a cabo una transición hacia un régimen capitalista más definido, es decir, más favorable a la empresa privada vinculada a los intereses extranjeros. Al rechazar algunos sectores la nueva línea neoliberal del régimen, se produjo una nueva crisis política. Cuauhtémoc

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Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo se convirtieron en voceros de un amplio movimiento democrático, del que, al poco tiempo, algunas de sus corrientes formarían el Partido de la Revolución Democrática (PRD) En esta etapa, todas las tendencias historiográficas acentuaron su profesionalización, y si antes los historiadores eran superados por los que procedían de otras disciplinas sociales, ahora la situación se invirtió. La historia dejó de ser definitivamente asunto de políticos, militares, abogados, periodistas, poetas, literatos y aficionados, y los profesionales de la historia enfocaron su atención, en forma erudita, metódica y detallada, a aspectos cada vez más profundos y especializados sobre el tema, cuyos estudios se expresaron a veces en breves artículos y a veces en extensos ensayos, valiéndose del instrumental técnico de la historiografía contemporánea; entre ellos, Jesús de la Rosa, Miguel Hidalgo (1985); Luis González, Once ensayos de tema insurgente (1985); María Ofelia Mendoza Briones, Fuentes documentales sobre la independencia en archivos de Morelia (1985) y Ramón Alonso Pérez Escutia, Aspectos de la guerra de independencia en Valladolid (1985). También se hicieron análisis sobre temas afines, entre ellos, los de Jorge Domínguez, Insurrección o lealtad, la desintegración del imperio español en América (1985); Josefa Vega Juanino, La institución militar en Michoacán en el último cuarto del siglo XVIII (1986); Enrique Florescano y Lydia Espinosa, Fuentes para el estudio de la agricultura colonial en la diócesis de Michoacán, series de diezmos, 1636-1810 (1987), y Marta Terán, El almacenamiento de cereales en Michoacán al finalizar el periodo colonial (1987). Por otra parte, prosiguió la producción de obras documentales: Antonio Pompa y Pompa, Procesos Inquisitorial y Militar seguidos a D. Miguel Hidalgo y Costilla (1984); UNAM, IndEPENDENCIA NACIONAL: I. ANTECEDENTES; II HIDALGO; III. MORELOS Y IV. CONSUMACIÓN (1985); Carlos Herrerón Peredo, Razones de la insurgencia y biografía documental (1986); Masae Sugawara, El Anti-Hidalgo, cartas de un doctor mexicano al bachiller don Miguel Hidalgo de Costilla (1988), y El Despertador Americano, primer periódico insurgente (1989).

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Si antes se habían considerado importantes los aspectos políticos de la independencia, de alcances totalizadores, en estos años, las corrientes historiográficas, cada una desde su propia posición, orientaron su atención hacia aquellos asuntos hasta entonces descuidados, lo que pone en evidencia el dominio que alcanzaron los profesionales de la historia. Especial relevancia adquirieron las expresiones de la micro historia y la aplicación de las concepciones y técnicas derivadas de la historia de las mentalidades. De esta suerte, a partir de estos enfoques, se revisaron las condiciones económicas y sociales que existían pocos años antes de la independencia en determinadas regiones; la forma en que los acontecimientos se desarrollaron en lugares precisos, con la participación de grupos locales definidos o comunidades específicas; la forma concreta en que participaron en la independencia múltiples personajes secundarios; las consecuencias que tuvo algún bando o decreto insurgente en una comarca localizada; la carga ideológica y política de ciertas ceremonias, símbolos, imágenes o banderas en esa época, etcétera. Muestras de las preocupaciones historiográficas de estos años son los artículos y estudios monográficos de diversos investigadores, entre ellos, Carlos Juárez Nieto, Valladolid ante la crisis política de 1808 (1989); Moisés Guzmán Pérez y Carlos Juárez Nieto, Sociedad y política en Valladolid 17801816 (1989); Ramón Alonso Pérez Escutia, Aspectos de la vida preinsurgente de Hidalgo: hacendado, litigante y administrador (1991); Hira de Gortari, Nuevas perspectivas para el estudio de la independencia de México y la construcción de una nueva nación (1991); Moisés Guzmán Pérez y Carlos Juárez Nieto, Formación de la conciencia nacional en una provincia mexicana, Valladolid de Michoacán, 1808-1830 (1991) y La iglesia perseguida, relación secreta del brigadier José de la Cruz sobre la conducta política del clero de Valladolid de Michoacán antes de la insurrección y durante el gobierno insurgente de Anzorena, enero de 1811 (1992); Marta Terán, Las alianzas políticas entre los indios principales y el bando criollo de Valladolid en 1809 (1992); Ramón Alonso Pérez Escutia, Manuel Abad y Queipo en la vida de Michoacán preinsurgente (1993); Carlos Juárez Nieto, La oligarquía y el poder político en Valladolid de Michoacán 1785-1810 (1994); Carmen Castañeda, Élite e independencia

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en Guadalajara (1994); Nancy M. Farris, La corona y el clero en el México colonial, crisis del privilegio eclesiástico (1995); Marta Terán, Actas de cabildos de la ciudad de Valladolid de Michoacán, año de 1810 (1995); Jean Meyer, Los tambores de Calderón (1993) e Hidalgo, en La antorcha encendida (1996); Moisés Guzmán Pérez, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente de Valladolid (1996); Marta Terán, La relación del águila mexicana con la virgen de Guadalupe entre los siglos XVII y XIX (1996); Oscar Mazín Gómez, El cabildo catedral del obispado de Michoacán (1996); Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno, los pueblos y la independencia de México (1997); Josefina Zoraida Vázquez, coordinadora, Interpretaciones de la independencia mexicana (1998); Raúl Arreola Cortés, Hidalgo en Chihuahua, el sacrificio del héroe (1999); Manuel Ferrer Muñoz (coordinador), Los pueblos indios y el parteaguas de la independencia de México (1999); Marta Terán, La virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte, la defensa de la religión en el obispado de Michoacán entre 1792 y 1814 (1999).44 La historiografía, en el ámbito nacional o local e pez, (1996), se plantean con desenfado asuntos conexos o Muchos historiadores extranjeros han utilizado sus recursos, métodos y técnicas de investigación para desarrollar temas especializados relacionados directa o indirectamente con la independencia, con las causas que la produjeron o con las instituciones que la precedieron; entre ellos, Anna E. Timothy, La caída del gobierno español en la ciudad de México; Christon I. Archer, El ejército en el México borbónico; P. J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial; Urs Bitterli, Índice geobiográfico de pobladores en América hispánica; Woodrow Borah, El juzgado general de indios en la Nueva España; Mark A. Burholder, De la impotencia a la autoridad, la corona española y las audiencias en América 1607-1808; Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias de la Nueva España, un estudio político y administrativo; Eric Van Young, Hacia la insurrección, orígenes agrarios de la revolución de Hidalgo en la región de Guadalajara, William B. Taylor, Bandolerismo e insurrección, agitación social en el centro de Jalisco, 1790-1816 (los dos últimos en Friedrich Katz, Revuelta, rebelión y revolución, la lucha rural en México del siglo XVI al XX); Eric van Young, La crisis del orden colonial, estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821; Brian R. Hamnett, Raíces de la insurgencia en México, historia regional, 1750-1824; Francois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, ensayos sobre las revoluciones hispánicas, y D. A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico, 1763-1808; Una iglesia asediada, el obispado de Michoacán, 1749-1810; Los orígenes del nacionalismo mexicano; Orbe indiano, de la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, y La virgen de Guadalupe, imagen y tradición; etc. 44

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derivados del tema principal. Así lo revelan las obras colectivas e individuales consiguientes: Virginia Guedea, coordinadora, La independencia de México y el proceso autonomista novohispano 1808-1824, que agrupa los trabajos de once historiadores (2001); Ernesto de la Torre Villar, Temas de la insurgencia, que compila algunos de sus trabajos anteriores sobre el tema (2000); José Luis Mazoy Kuri, ¿Hidalgo?... el bribón del cura (2002); Marco Antonio López López, Iconografía de Hidalgo (2003); Heriberto Martínez Reyes, El ejército insurgente de Hidalgo en Acámbaro (2003); Luis Mota Maciel, Acámbaro y el ejército insurgente de Hidalgo (2003); José Eduardo Vidaurri Aréchiga, Testimonios sobre la toma de Guanajuato (2003), Gisela von Wobeser, Dominación colonial. La consolidación de vales reales en Nueva España, 1804-1812 (2003), y varios autores, La independencia en Guanajuato (2003). Las obras documentales seguirían haciendo importantes aportaciones sobre el tema, como las de Ernesto de la Torre Villar, Documenta insurgente, catálogo de los documentos referentes a la independencia de México compilados por Luis G. Urbina; Carlos Arturo Navarro Valtierra, León en la independencia, documentos históricos (1994), que se enriqueció al paso de los años para convertirse en La independencia en León, testimonios documentales del Archivo Histórico Municipal de León (2003); Marco Antonio López López, Documentos relativos a la vida y obra académica del bachiller Miguel Hidalgo (2003); José Antonio Martínez A., Documentos por la independencia (2003), y Moisés Guzmán Pérez, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente de Valladolid, versión totalmente modificada y muy aumentada (2003). 9. Neoliberalismo Durante la última década del siglo, bajo los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, en los que ocurren la caída del muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y el establecimiento del mundo unipolar, se reforzaron los vínculos oficiales con el sector eclesiástico y los grupos ligados al capital extranjero, se suprimió el principio de supremacía del estado sobre la iglesia, se crearon las condiciones para privatizar la propiedad ejidal agraria, se

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dieron garantías a la entrada del capital internacional, se desmantelaron y privatizaron todas las empresas del estado -salvo las del petróleo y la electricidad- y se definió la nueva orientación del sistema político hacia el neoliberalismo y el libre comercio. Como reacción, en 1994 surgió la guerrilla zapatista en Chiapas y se reagruparon los grupos villistas. Las fuerzas políticas de oposición, tanto las conservadoras, que reconocen sus orígenes en Madero y Vasconcelos (PAN), como las de la revolución democrática (PRD), que se negaban a dar por muerta la revolución mexicana y, con ella, sus principios sociales, obligaron al gobierno a concertar la paz con la guerrilla y hablaron de la necesidad de una «transición democrática», que aceptó el PRI. En 2000, el beneficiario de la «transición democrática» no fue el Partido de la Revolución Democrática (PRD) sino el de Acción Nacional (PAN), cuyos gobiernos, a cargo de Vicente Fox y Felipe Calderón Hinojosa, acentuaron las tendencias políticas neoliberales de los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, y han autorizado a empresas de capital extranjero a participar en la industria energética nacional. A partir de la época «panista», empezó a revisarse el pasado y se reinició el conflicto historiográfico. Se criticaron enfáticamente la «historiografía oficial» -llamada también «historia de bronce»-, los mitos en que está fundada, y las aportaciones históricas de los movimientos progresistas – independencia, reforma y revolución mexicana-; se cuestionaron sus principales símbolos, héroes y representantes, y para «nivelar la balanza», se acentuaron las contribuciones de los sectores de derecha al desarrollo sociopolítico y democrático de México, esto es, la del movimiento iturbidista, la de los conservadores nacionalistas decimonónicos y la de la revolución cristera, cuyos héroes han sido beatificados por la iglesia católica. En 2001 y 2002, en vísperas de la celebración del 250 aniversario del natalicio de Miguel Hidalgo y Costilla, aparecieron caricaturas en las que se ridiculiza al héroe – algunas estupendas- con el propósito de hacer reír a la gente; lo que, desde cualquier punto de vista, siempre será sano; pero «algunos de los mejores historiadores de México»,

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según los calificó la revista Nexos, elevaron el nivel y la calidad de esta campaña crítica a través de artículos ligeros, de pocas páginas, que publicó bajo el título común Delirios de la independencia. Luis González, que había esperado diez años la llegada de una época neoconservadora que se «empeñara en la desmitificación de la historia de México», propicia para que «el cura Hidalgo» deje de ostentar el título de «padre de la patria» y se convierta «ante la opinión pública en el principal estorbo que tuvo la guerra contra el despotismo español», escribió en El incendio de los curas que los mexicanos de la independencia creían que Nueva España era superior a España; pero que la tutela española no era yugo sino protección; que el cura Hidalgo promovió el levantamiento de sus ovejas y la insurrección de los curas, y que estos, en un abrir y cerrar de ojos, pusieron a Nueva España en «una situación lamentable de desastre con olor a incienso». Zoraida Vázquez, Epopeya y desastre, apoyándose en José Ma. Luis Mora, reconoce que la independencia fue inevitable y necesaria, pero desastrosa, y debilitó la nación a tal grado que, pocas décadas después, Estados Unidos la hizo presa fácil; que Hidalgo era la persona menos a propósito para dirigir la revolución; que sacó a los presos de las cárceles y metió en ellas a la gente decente, permitió que se incorporaran a la rebelión indios y rancheros, fabricó armas y cañones, acuñó moneda, expropió caudales, depuso autoridades, persiguió criollos y ejecutó españoles, y, lo más absurdo, que interpretó la independencia como recuperación de la libertad perdida con la conquista.45 Ninguno de los dos autores anteriores, a pesar de su reconocido profesionalismo, emite opiniones que no hayan sido mejor expuestas anteriormente por otros autores, ni aporta algún nuevo dato para reforzarlas, ni las presenta bajo un nuevo enfoque, ni alcanza a superar la objeción de que el desastre al que se refieren pudo haber sido causado, no por el movimiento de independencia sino por los que se La respuesta a ese tipo de críticas fue dada desde 1852 por Melchor Ocampo: “Hay quien cuestiona si la independencia fue un beneficio para nosotros. Decidle que no, si es de los que apetecen un amo, porque estos lo necesitan”. Ocampo, Melchor, op. cit., t. IV, p. 34. 45

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empeñaron en desarticular y destruir a cualquier precio dicho movimiento, o en todo caso, por ambas partes. Jean Meyer, Yo, Hidalgo, altivo y loco, orgulloso, arrepentido, se mete dentro del alma del héroe para identificar las ideas y sentimientos que lo empujaron a firmar la retractación que se le atribuye –no admitida como cierta ni siquiera por Lucas Alamán-, con base en el argumento de que una manera de hacer patria es la irreverencia amistosa que baja de su pedestal a los héroes y los vuelve humanos. Eric van Young, Los indígenas monárquicos eran mayoría, a pesar de ser especialista en el tema, no aporta un solo dato que revele cómo pudo haber sabido que la mayoría era monárquica –lo que implica que la minoría era republicana-, y al mismo tiempo, cómo dicha mayoría, a pesar de ser fernandista, apoyaba a Hidalgo, que era antifernandista. John H. Coatsworth, La independencia que no fue, plantea que, dado que ya se sabe todo lo que ocurrió en el pasado, ahora se hagan libros sobre lo que no ocurrió, pero pudo ocurrir e incluso debió haber ocurrido. Ya no es necesaria una historia factual sino una historia contrafactual, diferente o contraria a los hechos, e incluso una anti-historia o contrahistoria. Si su tesis no encerrara intenciones ambiguas, sería divertida y quizá hasta útil; pero la utiliza para responsabilizar absurdamente a México de no haber sabido aprovechar las oportunidades históricas que se le presentaron para ser igual o superior a Estados Unidos. Según él, México debió haber obtenido la independencia en 1776, 1796-1808 ó 1812, para evitar los desastres que padeció durante el siglo XIX, y debió también haber «inducido a EEUU a robar lo que necesitaba de otros vecinos», como si hubiera habido muchos. Dado que su discurso se inscribe en el marco de que «la independencia fue un delirio» y que ésta no condujo sino al «desastre», su mensaje implícito es que, al no haberse hecho «a tiempo», lo mejor hubiera sido la dependencia, que habría conducido al bienestar. Luego entonces, la inevitable conclusión es que México debe aprovechar en lo futuro la oportunidad que le brinda la historia. Y aunque no lo dice expresamente, deja entender que la única oportunidad que tiene a la vista es aceptar su dependencia de EEUU, como si ésta no fuera evidente.

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Esta corriente historiográfica, que pretendió reabrir un debate cerrado, con base en antiguos argumentos de los conservadores y liberales moderados decimonónicos, se ha inscrito, quiérase o no, en el movimiento ideológico auspiciado por los que pretenden debilitar los fundamentos históricos del estado nacional y reducir sus alternativas de futuro. Si la independencia nacional -que es el fenómeno histórico más profundamente arraigado en la emoción del pueblo mexicanono fue más que un «delirio» y fuente de «desastres» -hasta el grado de propiciar la mutilación del territorio nacional-, cualquier movimiento que levante la bandera del desarrollo independiente de México, en el marco de un mundo interdependiente y solidario, no será más que otro «delirio», que concluirá de desastroso modo. Sostener la independencia en el marco de la globalización, según este criterio, será no sólo luchar contra los intereses de la nación sino también ir contra el sentido de la historia. Sus puntos de vista son respetables, por supuesto; pero siendo historiadores profesionales, su transformación en libelistas políticos dejó al desnudo la inconsistencia de su lógica, la incoherencia de su argumentación y la debilidad de su posición. Guadalupe Jiménez Codinach propuso que se acabe con el mito fundacional, no para reemplazarlo con la verdad sino con otro mito; es decir, que se derribe del altar cívico la figura de Hidalgo como «padre de la patria», no para reemplazarla por la del pueblo, por ejemplo, sino por la de Allende. Sin embargo, a diferencia de los otros historiadores, al fundamentar su opinión y darla a conocer en los foros académicos, mantuvo su nivel profesional. No deja de ser lamentable que existan historiadores que se aprovechen de sus conocimientos para convertirse en severos críticos, implacables jueces y despiadados verdugos de hechos, instituciones y personajes del pasado. Es cierto que el investigador proyecta sobre las situaciones de otros tiempos su ideología y sus valores, y que al analizar dichas situaciones las glorifica o las condena. Es inevitable. Pero poner nuevamente a Hidalgo en el banquillo de los acusados, como lo han intentado hacer ellos y algunos otros, es una estrategia historiográfica que jamás rindió buenos resultados

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a nadie, y menos podría rendirlos ahora, dados los precarios procedimientos que se han utilizado o que podrían utilizarse para lograrlo. Condenar al héroe por sus reales o supuestas debilidades es algo que ya está fuera de tiempo y lugar. Los pueblos que rinden homenaje a sus héroes son pueblos que se respetan a sí mismos y los que piden que se denigre y envilezca a aquéllos lo que pretenden, consciente o inconscientemente, es que estos se envilezcan y denigren. Los seres humanos no somos más que seres humanos. Unos más grandes que otros, todos somos un haz de virtudes y defectos. Los que participamos en acontecimientos ordinarios, generalmente somos seres humanos ordinarios. Los que participan en acontecimientos extraordinarios, no dejan de seres humanos ordinarios que, por la naturaleza de las cosas, se convierten en seres extraordinarios. En tales circunstancias, ¿Hidalgo cometió errores? Ese no es el punto. Los hombres pequeños solemos cometer pequeños errores; los grandes hombres, grandes errores; pero grandes o pequeños, «se les deben perdonar sus errores –decía José Martí- porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene muchas manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz». Luego entonces, el punto no es saber si Hidalgo tuvo o no debilidades y si cometió o no excesos, sino si hizo o no aportaciones a la nación. Con base en lo expuesto, Martín Tavira Urióstegui y yo escribimos Hidalgo contemporáneo, obra publicada en Morelia por la Preparatoria Rector Miguel Hidalgo, de Morelia, en mayo de 2003, en la cual cuestionamos a los autores que cuestionaron al singular personaje de la independencia. Después, ese mismo año, presenté mi enfoque integral sobre los hechos históricos en una nueva obra titulada Hidalgo a la luz de sus escritos, que apareció bajo el pie de imprenta de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. 10. Los últimos tiempos De entonces a la fecha, cesaron los libelos de coyuntura, y además de reeditarse uno de los “clásicos” liberales del siglo XIX, se reiniciaron los análisis históricos profesionales de

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Hidalgo, sus ideas y su carácter; los lugares en los que vivió antes y durante la guerra nacional revolucionaria; su imagen transformada en arte; la diferencia de programas y métodos para iniciar y consumar la independencia, y la naturaleza de los juicios que condenaron a los héroes. Luego entonces, además de reeditarse a Vicente Riva Palacio, El libro rojo (2005 y 2006), se elaboraron obras individuales como las de Roberto Mares, Miguel Hidalgo y Costilla, b ; Ernesto de la Torre Villar, La inteligencia libertadora, esbozos y escorzos de don Miguel Hidalgo (2004); Ricardo Guzmán Nava y Arturo Navarro Íñiguez, (2004); Sofía Velarde, Miguel Hidalgo en la historia y en el arte (2004); Alvaro Canales Santos, La casa de Hidalgo en Saltillo (2005); Víctor Orozco, ¿ (2005), y David Cienfuegos Salgado y Rafael Estrada Michel, Procesos "judiciales" de la independencia mexicana (2006). Por otra parte, las obras colectivas se dividieron en dos grupos: documentales y de análisis. Por una parte, la UNAM preparó una segunda edición corregida y muy aumentada de la obra Independencia Nacional, que ya había publicado en cuatro libros en 1985, y por otra, diversos historiadores replantearon diversos temas fundamentales, entre ellos, la necesidad de separar el mito de la verdad; estudiar las formas en que se luchó por la independencia en el sur del país; considerar esta etapa histórica entre la tradición y la modernidad; hacer un corte de caja de los estudios sobre la emancipación; analizar todo el proceso bajo una perspectiva de largo alcance, e identificar el germen de los derechos fundamentales de México desde el inicio de dicho proceso. La obra colectiva coordinada por Marta Terán, Norma Páez y Manuel Carrera Stampa, Miguel Hidalgo, ensayos sobre el mito y el hombre, 1953-2003 (2004), responde a una temática organizada en cuatro grandes rubros, a cuyo alrededor se aglutinan los escritos de varios historiadores, algunos ya fallecidos. De este modo, dentro del tema “Quien vive”, se encuentran los de Luis Villoro, Hidalgo, violencia y libertad; Edmundo O’Gorman, Hidalgo en la historia; Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo, razones de la insurgencia, y Luis González y González, El gran seductor. En el tema “Un rostro, un monumento”, los estudios de Ernesto de la Torre Villar,

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Hidalgo y sus monumentos; Juan Hernández Luna, Las raíces ideológicas de Hidalgo y nuestra independencia; Justino Fernández, Los dos Hidalgo de Orozco; Gonzalo Obregón, Notas sobre la iconografía de Hidalgo, y Esperanza Garrido, Evolución y manejo de la imagen de Miguel Hidalgo y Costilla en la pintura mexicana, 1928-1960. En el rubro “De la teología a la política”, los ensayos de Gabriel Méndez Plancarte, Hidalgo, reformador intelectual; Juan A. Ortega y Medina, El problema de la conciencia cristiana en el padre Hidalgo; Juan Hernández Luna, El mundo intelectual de Hidalgo; Catalina Sierra Casasús, El excomulgador de Hidalgo; Rafael Moreno Montes de Oca, La teología ilustrada de Hidalgo, y Mariano Peset Reig y José Luis Soberanes Fernández, El levantamiento de Hidalgo y la Universidad de México. Y en el tema “De lo político a lo social”, los escritos de Manuel Carrera Stampa, Hidalgo y su plan de operaciones; Moisés González Navarro, La política social de Hidalgo; Rodrigo Martínez Baracs, El instante de la libertad negativa: sobre las bases sociales del levantamiento de Hidalgo; Silvio Zavala, Miguel Hidalgo, libertador de esclavos; Ramón Alonso Pérez Escutia, Hidalgo: propietario y litigante; Guadalupe Jiménez Codinach, Miguel Hidalgo y la conspiración de San Miguel el Grande; Marta Terán, Los decretos de Hidalgo que abolieron el arrendamiento de las tierras de los indios en 1810, y Moisés Guzmán Pérez, Hidalgo y los Estados Unidos. La obra colectiva coordinada por Ana Carolina Ibarra con prólogo de Ernesto de la Torre Villar (2004), La independencia en el sur de México, recoge los trabajos de Peter GuardinO, Las bases sociales de la insurgencia en la Costa Grande de Guerrero; Jesús Hernández Jaimes, La insurgencia en el sur de la Nueva España, 1810-1814: ¿insurrección del clero?; Marcela Corvera Poire, De la bonanza al ocaso: las colecturías de Taxco y sus alrededores entre 1783 y 1833; Andrés del Castillo, Acapulco, presidio de infidentes 18101821; ALFREDO ÁVILA, "Entregar Oaxaca a los insurgentes", la frustrada conspiración de 1811; Ana Carolina lbarra, Reconocer la soberanía de la nación americana, conservar la independencia de América y restablecer en el trono a Fernando VII: la ciudad de Oaxaca durante la ocupación insurgente (1812-1814); LaURA MACHUCA, Abuelo hacendado, padre comerciante e hijos insurgentes: la familia Castillejos de Tehuantepec, Michael A. Polushin, "Por la

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Patria, el Estado y la Religión": la expulsión del intendente accidente de Ciudad Real, Chiapas (1809); Sergio Nicolás Gutiérrez Cruz, Reflexiones sobre la independencia de la provincia chiapaneca y su integración a México; Manuel Ferrer Muñoz, La coyuntura de la independencia en Yucatán, 1810-1821; Mario Vázquez OlverA, El Plan de Iguala y la independencia guatemalteca; ROSALBA MONTIEL ÁNGELES, Los archivos del sur de México: los archivos de Oaxaca, ÉDGAR A. SANTIAGO PACHECO, Los archivos de Mérida la de Yucatán: los fondos documentales de fines del periodo colonial. La obra colectiva coordinada por Moisés Guzmán Pérez, titulada Entre la tradición y la modernidad (2006), se divide en cuatro partes, no citándose más que los trabajos que tienen relación con el tema. En el rubro “Instituciones y actores: entre el antiguo régimen y la modernidad”, los de Juvenal Jaramillo Magaña, El cabildo Catedral de Valladolid de Michoacán 1810-1815, y Gerardo Sánchez Díaz, Manuel de la Torre Lloreda: entre la ilustración novohispana y la construcción de la República. En el de “Opinión pública, redes de poder y sociabilidad”, el de Ramón Alonso Pérez Escutia, El desarrollo de la cultura política en el Oriente de Michoacán. En el de “Movimientos sociales, gobierno y representación política”, los de Carlos Juárez Nieto, El intendente Manuel Merino y los primeros desafíos de su administración en Valladolid de Michoacán; Eduardo Miranda Arrieta, De la lealtad al rey a la representación política: Nicolás Bravo y el movimiento insurgente de 1810, y Juan Carlos Cortés Máximo, Política insurgente y autonomía de los pueblos indios michoacanos durante la guerra de independencia 1810-1820. Y en el de “Economía y circuitos comerciales”, los de Moisés Guzmán Pérez, Las economías de guerra en la independencia de México 1810-1821, y Sergio García Ávila, Las tierras comunales indígenas en Michoacán y las políticas del gobierno español durante la guerra insurgente. La obra colectiva coordinada por Alfredo Ávila y Virginia Guedea, La independencia de México: temas e interpretaciones recientes (2007), esta compuesta por diversos trabajos, de los que se citan los que tienen relación con el tema: AlfrEDO ÁVILA, Interpretaciones recientes en la historia del pensamiento de la emancipación; Virginia

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Guedea, La historia política sobre el proceso de la independencia; Jesús Hernández Jaimes, Los grupos populares y la insurgencia, una aproximación a la historiografía social; JohaNNA VON GRAFENSTEIN, La independencia de México fuera de sus fronteras; Ana Carolina Ibarra y Gerardo Lara Cisneros, La historiografía sobre la Iglesia y el clero; Christon Archer, Historia de la guerra: las trayectorias de la historia militar en la época de la independencia de Nueva España; Luis Jáuregui, Las finanzas en la historiografía de la guerra de independencia; Roberto Breña, El peso de las interpretaciones tradicionales en la historiografía peninsular actual sobre el primer liberalismo español y los procesos emancipadores americanos (una interpretación alternativa), y Jaime E. Rodríguez O., Interpretaciones generales de las independencias. La obra colectiva coordinada por Alicia Mayer y prologada por Juan Ramón de la Fuente, México en tres momentos: 1810-1910-2010. Hacia la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución Mexicana. Retos y perspectivas (2007), se compone de dos sólidos volúmenes, con cuadros, ilustraciones, mapas y gráficas. Concebida para revisar los procesos históricos desde su propio contexto, lo hace desde la óptica del mundo actual. Presenta las reflexiones de especialistas nacionales y extranjeros que asumen el pasado y que esbozan nuevas hipótesis. Esta obra desborda en temática y cronología al asunto histórico strictu sensu. El primer volumen está compuesto por cinco partes, de las cuales sólo se citan los trabajos relacionados con el tema. En el rubro “Las fechas fundamentales”, Christian I. Archer, México en 1810: el fin del principio, el principio del fin. En el de “Las transformaciones sociales”, Jesús Hernández Jaimes, Crisis de subsistencia e insurgencia popular en la Nueva España: entre la infidencia y la lealtad. En el de “La construcción de las instituciones”, María del Refugio González, Los nuevos comienzos en la historia del derecho en México, 1810-1917. En el de “Los conceptos y la cultura política”, Jaime E. Rodríguez O., ¿Dos revoluciones: la política y la insurgencia?; Patricia Galeana, La idea de república en Hidalgo y Morelos; Alfredo Ávila, Para una historia del pensamiento político del proceso de independencia, y Ana Carolina Ibarra, El concepto

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independencia en la crisis del orden virreinal. Y en el de “Iglesias y religiosidad”, David Brading, La ideología de la Independencia mexicana y la crisis de la Iglesia católica. El segundo volumen está formado por cuatro partes, de las que se mencionan solamente, como en el anterior, los análisis que se relacionan con el tema. En el rubro “Los derroteros de la economía”, Gisela von Wobeser, La consolidación de vales reales como antecedente de la lucha de Independencia 18041808, y Carlos Marichal, Las finanzas de la guerra: la plata de México y las Cortes de Cádiz 1808-1811. En el de “Las relaciones con el mundo”, Josefina Zoraida Vázquez, Contexto internacional de la independencia de México, y Marcela Terrazas y Basante, ¿Aliados de la insurgencia? La temprana colaboración norteamericana en la independencia de México. Y en el de “Pensamiento y cultura”, Brian Connaunghton y William B. Taylor, Vías culturales hacia la independencia en México; William B. Taylor, La virgen de Guadalupe, Nuestra Señora de los Remedios y la cultura política del periodo de independencia, y Vicente Quirarte, La formación de la figura del héroe. La obra colectiva colectiva Derechos Fundamentales (2007), incluye un estudio relacionado con el tema: José Herrera Peña, Los derechos fundamentales en México y Michoacán en el siglo XIX. Por último, la obra documental de la UNAM coordinada por Tarsicio García Díaz y Margarita Bosque Lastra, Independencia nacional. Fuentes y documentos. Memorias, 1808-2005 (2007), está compuesta por dos gruesos volúmenes que reproducen documentos de la época e incluye conferencias y análisis, no citándose más que los que tiene relación con el tema. Conferencias: Luis González y González, Panorama de la lucha por la independencia; María de los Ángeles Chapa Bezanilla, La música de la independencia; José Antonio SERRANO, Dinero e ideas; Raquel Tibol, Miguel Hidalgo deja huella en el muralismo mexicano; Cecilia Haupt, La figura de Miguel Hidalgo y Costilla en la obra de dos escritores mexicanos contemporáneos: Jorge Ibargüengoitia y Mario Moya Palencia; Jaime Olveda, La historiografía sobre la Independencia en el noroccidente de México; Ana Carolina Ibarra, La independencia en el sur-sureste de México;

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Guadalupe Jiménez CODINACH, Apoyo externo a la historiografía de la emancipación novohispana; Miguel Soto; El pensamiento de Servando Teresa de Mier y la independencia de México; Álvaro Marín Marín, Pasado y presente de un héroe, la historiografía sobre el cura Hidalgo en los últimos sesenta años; Eduardo Etchart MendOZA, Mariano Jiménez, un comandante insurgente, y Sandra Arzate González, La Real Audiencia de México frente a la insurgencia. Textos: María de los Ángeles Chapa BezanILLA, Nueva España en vísperas de la revolución; Margarita Bosque Lastra, Ayuntamiento rebelde y conspiraciones; ib, Hidalgo, se desencadena la revolución; ib, Ideario; Carlos HERREJÓN PEREDO, Las lecturas del caudillo; José Luis Lara VaLDÉS, Se inicia el fuego de la insurgencia; Marta Terán, Valladolid, cuna de caudillos; Jaime Olveda, En Guadalajara se rompen las cadenas de la esclavitud, y Alfredo Ávila, Poder virreinal, núcleo de la resistencia. 11. Criterios de interpretación y fuentes Actualmente, la globalización neoliberal ha despertado no pocos temores en algunos círculos políticos e intelectuales. Pero este fenómeno, en lugar de desvanecer las fronteras – verdaderas cicatrices de la historia-, las ha lastimado con vallas y muros. Las cicatrices han vuelto a sangrar. Los muros no detienen los avances de los supuestos bárbaros, como lo implican las tesis de Samuel Huntington, de la Universidad de Harvard; bárbaros son quienes levantan esos muros y corren el riesgo de quedar emparedados en ellos. Hay que abrir caminos y tender puentes que acerquen a los pueblos, no levantar tapias ni tejer redes metálicas o electrónicas que los separen. Nuestros pueblos deben aprovechar las ventajas de la globalización en materia de comunicaciones, transporte y finanzas, pero no renunciar a su soberanía. El concepto de soberanía nacional, lejos de desaparecer, ha enriquecido su contenido. A partir de este concepto, es falso que el destino de las naciones dependa de los organismos internacionales o de las empresas trasnacionales. Lo cierto es exactamente lo contrario. Todos los poderes supranacionales han sido creados por voluntad de las naciones, han dependido y

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dependen de ellas en última instancia y, en todo caso, hay una sana interdependencia entre lo nacional y lo internacional en todos los ámbitos y niveles. Por otra parte, nuestros pueblos están empeñados en convertir la globalización neoliberal en una globalización democrática y social -a la que incluso unos han empezado a llamar globalización neosocialista y otros globalización humanista-, que reconozca las asimetrías de las naciones en materia económica, que establezca mecanismos de compensación que las igualen, y que regule el libre tránsito no sólo de cosas, sino también de las personas que producen esas cosas. Pero el mundo comienza a partir de nuestra casa. Hay que iluminarla con ideas para poner orden en ella. Hay que conservar y fortalecer la identidad de nuestros pueblos. En estas condiciones, una de las formas para consolidar el estado nacional en esta etapa histórica “globalizada” y para apoyar su desarrollo independiente, en condiciones de entendimiento, cooperación y respeto mutuo con las otras naciones del mundo, en un pie de igualdad jurídica y en el marco del derecho internacional, es sostener la dignidad de sus orígenes y evaluar con justicia la autoridad de las naciones, pueblos e individuos que lo crearon. La historia sigue siendo, desde esta perspectiva, un instrumento de trabajo y un arma de combate. En esta obra Una nación, un pueblo, un hombre, se profundiza, amplía y desarrolla la visión que propuse en otros títulos que he elaborado al respecto, sobre los acontecimientos que marcaron el inicio de la independencia nacional, y está sujeta a los mismos criterios de interpretación y análisis que utilicé en aquellos, los cuales se reducen a los siguientes: •

analizar los hechos conforme a los valores del pasado, con las luces y sombras del pasado, según los tiempos y lugares del pasado, pero a partir de los intereses, preocupaciones y valores del presente, previamente planteados en esta investigación; que son los de saber si hubo o no aportaciones teóricas de Miguel Hidalgo y Costilla al movimiento de independencia nacional durante

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su breve gobierno en pie de guerra, y si éstas surtieron o no efectos políticos en materia de derechos nacionales, derechos del pueblo y derechos humanos; •

examinar minuciosamente las fuentes primarias y descubrir la intención que les dio vida; volverlas a leer con ojos frescos y buscar en ellas las respuestas a las preguntas específicas que han sido formuladas;

sujetarse a tres reglas hermenéuticas básicas: hacer que todas las fuentes se expliquen unas por otras; atribuir a las dudosas el sentido que resulte de todas, y si alguna admitiera varios sentidos, preferir el que encaje en el conjunto.

describir los acontecimientos conforme a las fuentes seleccionadas en razón de su valor, importancia y significación, concuerden o no con cualquiera de las corrientes historiográficas que existen sobre el tema, y

no condenar ni absolver hechos, personajes o ideas de uno u otro bando, hasta el límite de lo posible, dado que lo forzoso, necesario y obligado, desde el punto de vista científico, es ser objetivo y veraz, aunque a veces humanamente no se pueda –o no se quiera o no se debaser neutral.

Todos los documentos sobre los cuales descansa esta obra son fuentes primarias, publicadas en diversas obras documentales consideradas «clásicas», es decir, aquellas que nunca dejarán ser consultadas. Resultaron de suma importancia los juicios o procesos político-criminales que siguieron las autoridades políticas, militares y eclesiásticas del gobierno español colonial contra Hidalgo y Allende, riquísimos en información en lo relativo a sus coincidencias y diferencias en materia política y estrategia militar, así como los de otros personajes de la época; las cartas, informes, oficios y declaraciones de los protagonistas o testigos de los acontecimientos, y las actas descubiertas recientemente en el archivo de León, Guanajuato, por su cronista municipal Carlos Arturo Navarro Valtierra, que reproducen disposiciones trascendentales del gobierno insurgente, así como las que hacen constar la liberación de esclavos en Valladolid (hoy

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Morelia), encontradas y descifradas por Moisés Guzmán Pérez, que confirman las apreciaciones derivadas de las fuentes primarias conocidas. No es ocioso aclarar que todas las fuentes fueron sometidas a un escrupuloso análisis para establecer su jerarquía jurídica y política. No tienen el mismo valor, por ejemplo, los testimonios de los ilustrados que los de los campesinos con instrucción elemental o sin ella, como no la tienen tampoco los de aquellos que los vieron, oyeron o sintieron por sí mismos, que los que los conocieron por otros, ni los que se produjeron de inmediato, al calor de los acontecimientos, que los que se dieron serenamente años después. Y aunque el relato adquirió la autonomía que le impusieron los sucesos, se desplegó en función de las tres interrogaciones básicas planteadas en esta investigación, para descubrir si Hidalgo fundó o no sus actuaciones durante la guerra nacional revolucionaria de independencia en un conjunto de derechos de perfil moderno, a saber, los derechos de la nación, los derechos del pueblo y los derechos del hombre. 12. Partes de esta obra En el primer tramo, Guanajuato, se hace referencia a los temas centrales de la investigación, entre ellos, las propuestas del ayuntamiento de México en 1808; los objetivos de las conspiraciones de 1809 y 1810; la supuesta falta de planes para hacer la independencia en 1810 así como para establecer una forma de gobierno; los tres objetivos fundamentales del movimiento de Hidalgo; la manera en que la autoridad de éste fue legitimada democráticamente, y la forma en que el estado en armas del cual fue titular quedó definido a partir de la toma de Celaya. En el segundo tramo, Valladolid, se describe cómo empezaron a configurarse -en los escritos y en los actos de Hidalgo- los derechos del estado y los derechos del hombre, así como a reafirmarse los derechos del pueblo. Los derechos del estado en pie de guerra se afirmaron, al imponer su supremacía sobre la iglesia, confiscar los bienes del enemigo y establecer un nuevo tipo de soberanía. Los derechos del

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hombre y del ciudadano, a través de decretos que ordenaron -so pena de la vida y confiscación de bienes- liberar a los esclavos y suprimir los tributos, fuente de discriminación racial y social, en función de la libertad y la igualdad, así como de acciones que hicieron participar a todos los habitantes, independientemente de su clase o condición social, en la elección de los primeros representantes de la nación en armas, es decir, del nuevo estado nacional beligerante. Y los derechos del pueblo, a través de gigantescas asambleas que dieron legitimidad a las autoridades del gobierno nacional revolucionario. El relato concluye con el anuncio de una convocatoria para formar un congreso nacional democrático, con el fin de legislar en función de los intereses más sentidos de la nación, así como con la noticia de las dramáticas ejecuciones autorizadas por el régimen político nacional en pie de guerra para reafirmar su autoridad e impedir cualquier transacción que no tuviera por base el respeto a la independencia de la nación, a los derechos del pueblo y a los derechos del hombre y del ciudadano. En el tercer tramo, Guadalajara, se relata cómo se reafirmaron las bases ideológicas de los derechos de la nación y se fortalecieron las condiciones para establecer los derechos del hombre; los primeros, a través de la declaración del principio de autodeterminación de las naciones, y los segundos, de nuevos decretos sobre abolición de la esclavitud y supresión de las castas. Además, se describe cómo se aplicó la pena de muerte a los infractores de las leyes nacionales y cómo se trató de poner orden en las filas del ejército nacional. Y se narra también cómo el gobierno beligerante adoptó un perfil propio para responder adecuadamente a la cambiante relación interna de las fuerzas que lo integraban; cómo se formó el órgano encargado de hacer justicia; cómo surgió un nuevo organismo denominado consejo de estado, cuáles fueron sus funciones, y cómo se nombró embajador ante el congreso de Estados Unidos. En el último tramo, Saltillo, se hace referencia a la forma en que hicieron crisis las contradicciones internas del estado en armas, su momentáneo debilitamiento, el golpe de estado que lo cimbró, el nuevo consejo de estado, el nuevo embajador, la marcha hacia Estados Unidos, la captura de los primeros titulares del gobierno nacional y su ejecución; pero

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se intercala un elemento que es, ha sido y será tema de otras investigaciones: los innumerables cambios y modificaciones del poder político nacional, a través de la guerra y después de ella, sobre las mismas bases fundamentales que se establecieron inicialmente. En el Epílogo, se hace un resumen de las aportaciones filosóficas, jurídicas y políticas de Miguel Hidalgo y Costilla en materia de autodeterminación, soberanía y derechos del hombre y del ciudadano. En el apéndice iconográfico se explica por qué no hay un retrato de los personajes que iniciaron la independencia en 1810. En la parte documental (omitida en esta edición) se reproducen los 44 textos que escribió Hidalgo en los seis meses que corrieron de septiembre de 1810 a marzo de 1811 -incluyendo sus fuentes-, que forman la columna vertebral de esta obra. Y en la bibliografía básica se incluyen las obras más importantes que se han publicado sobre el tema a lo largo de los años, incluyendo las reediciones, porque éstas revelan el interés que se le ha dado al mismo tema en los años en que han aparecido.

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EL SURGIMIENTO DE UNA NACIÓN BELIGERANTE PRIMER TRAMO: GUANAJUATO 1. LOS OSCUROS INICIOS De la lectura de los documentos que suscribió de su puño y letra, Miguel Hidalgo y Costilla surge por sí mismo, sin necesidad de explicación alguna. Sus textos palpitantes, frescos y seductores, exhalan la emoción, la fuerza y la convicción con que fueron escritos al calor de los hechos. Leerlos es enterarse de los problemas políticos, militares, administrativos, sociales y personales que se le presentaron conforme avanzaron aceleradamente los acontecimientos en los que participó; reflejan las decisiones más importantes que tomó como jefe de Estado, un nuevo Estado nacional en pie de guerra, y corren por ellos, con igual pujanza, tres ideas fundamentales: su indeclinable y firme decisión de alcanzar por cualquier medio la independencia nacional; su resolución definitiva e inapelable de exterminar sin consideración de ninguna clase a quienes se opusieran en su camino, en especial, a los españoles europeos, , si era necesario, y su determinación de no dar ni pedir cuartel a nadie hasta obtener el triunfo de su causa o perder la vida en el empeño. Cuando los escribió tenía 57 años de edad. Originario de Corralejo, Guanajuato, había estudiado en Valladolid y obtenido, en la línea eclesiástica, la orden de presbítero, y en la académica, las licenciaturas de filosofía y teología. También haría la maestría y el doctorado en teología, y aunque decidió no presentarse en la Universidad de México a recibir el grado de doctor, tenía fama de sabio. Fue catedrático del Colegio de San Nicolás durante veinte años en lenguas, filosofía y teología, y alcanzó en el orden administrativo los cargos de tesorero, secretario y rector. Escribió entre otras cosas una Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica y tradujo las Cartas de San Jerónimo a Nepociano, “con algunas notas para su mejor inteligencia”. Después fue cura de Colima, San Felipe y Dolores. Múltiples eventos extraordinarios, tanto en el orden político y material como moral y espiritual, marcaron su vida; por ejemplo: la expulsión de los jesuitas, de los que fue discípulo;

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el surgimiento y desarrollo de las ideas ilustradas y su difusión por los enciclopedistas; la polarización local entre la riqueza y la miseria en el reino; la independencia de las colonias angloamericanas; la revolución francesa; la invasión napoleónica en España, y el golpe de Estado en México del 16 de septiembre de 1808. Las situaciones, sucesos e ideas anteriores repercutieron en diversas formas en su pensamiento y fueron objeto de comentarios y críticas con sus amigos. Físicamente era de estatura media y vigorosa complexión; morena la tez; verdes los ojos e intensa la mirada. De trato amable y ordinario en sus relaciones cotidianas, se transformaba al entrar en polémica.46 Orador académico y hombre de libros, era también muy sociable y hombre de acción, presto a llenar vacíos o componer deficiencias, es decir, a crear algo donde nada existe o a transformar lo existente, “hijo de las ciencias; optimista, obsequioso, hospitalario, complaciente”.47 Conocida es su actividad en distintos ramos de la agricultura, las artes manuales y la industria, así como en la presentación de obras dramáticas de Moliere y de Racine, traducidas por él mismo del francés al español. Por otra parte, era muy buen amigo de sus amigos, entregado a la buena mesa, el buen vino, los debates, los viajes, la lectura, el estudio, el análisis intelectual, las artes manuales, el teatro, la música y la poesía. Le gustaban las mujeres y él a ellas. Castillo Ledón menciona los nombres de algunas, enumera a los hijos que tuvo y agrega que en materia de entretenimiento era inclinado a los juegos de naipes, dados, peleas de gallos, carreras de caballos y corridas de toros. Los documentos que se analizan en estas páginas, firmados por él, forman una especie de autobiografía política, administrativa y militar, y reafirman o desvanecen, según el caso, las críticas que se han hecho a diversos actos que llevó a “Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años (sic), pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación al estilo de colegio cuando entraba en el calor de alguna disputa”. Alamán, Lucas, Historia de Méjico, México, editorial Victoriano Agüeros, 1883, t. I, p. 354. 46

Castillo Ledón, Luis, Hidalgo, la vida del héroe, México, Morelia, Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1993, p. 91. 47

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cabo como primer jefe del Estado nacional en pie de guerra. Su lectura obliga a tomar partido. Es inevitable. La primera crítica que se le ha hecho: ¿por qué un hombre de su indiscutible capacidad intelectual –“una de las mejores cabezas del reino” según el marqués de Rayas- recurrió al derramamiento de sangre para realizar sus ideales? Esta observación la hizo el propio comandante español Felix Ma. Calleja en una carta al virrey Francisco Javier Venegas, a las pocas horas de derrotar a Hidalgo en el Puente de Calderón. En ella le advierte que le va a “hablar castellanamente”, con toda la franqueza de su carácter: Este vasto reino pesa demasiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vacila. Sus naturales y aún los mismos europeos están convencidos de las ventajas que les resultarían de un gobierno independiente, y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera apoyado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición.48

Esta crítica tiene escaso fundamento. Cierto, la población en general estaba fuertemente inclinada a la independencia. En esto, Calleja tenía razón. Sin embargo, frustrado el intento del ayuntamiento de la ciudad de México para alcanzarla por medios pacíficos –de julio a septiembre de 1808-, intento que se había fundado en la tradición jurídica española (“sin efusión de sangre”, al decir de Talamantes); depuesto el virrey Iturrigaray en forma arbitraria por los magistrados de la Audiencia de México; encarcelados los individuos más destacados que habían encabezado este movimiento; desterrados unos y asesinados otros; acallados y sometidos todos, lo absurdo era, no que estallara una revolución, sino que no estallara. 2. REINO Y COLONIA En 1808, al renunciar Carlos IV y los miembros de la casa real al trono de España y de las Indias, todos sus reinos –en Europa y América- se desarticularon.49 Cartas reservadas de Calleja, en Hernández y Dávalos, J. E., Colección de Documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821, José María Sandoval, impresor, México, 1877, t. II, n.183, p. 340. 48

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Un barco que zarpó de Cádiz el 26 de mayo y que llevaba las gacetas de Madrid, en las que se daba la noticia de las renuncias reales, llegó a Veracruz mes y medio después. El 14 de julio dichas gacetas ya estaban en el despacho del virrey José de Iturrigaray. 50 El virrey informó lo que había acontecido a los ministros del real acuerdo (la audiencia en función de consejo de gobierno) y deliberó con ellos sobre lo que debía hacer. ¿Qué medidas tomar en esa situación, de la que no había antecedente ni modelo en la historia de la monarquía? ¿Desconocer las renuncias? ¿Reconocer al rey José I impuesto por Napoleón? Los ministros, después de “madura conferencia”, recomendaron al virrey que no se pronunciara ni por una ni por otra cosa, sino que se limitara a mantener el statu quo. Al día siguiente la noticia se difundió en La Gaceta de México para conocimiento de todo el reino.51 En esos mismos días, diversos enviados franceses habían presentado pliegos del Consejo de Indias de España al gobernador de Caracas y al virrey de Buenos Aires, anunciándoles el ascenso de José I al trono de España y ordenándoles que lo reconocieran como rey. Caracas se opuso y Buenos Aires dudó, lo que produjo reacciones distintas: en Caracas se calmó el fermento y en Buenos Aires no cesó, hasta que la orden se desechó.52 En México, en cambio, no hubo ningún enviado, ningún informe o solicitud oficial del gobierno de Madrid que ameritara adhesión o rechazo. El reino de Nueva España, pues, quedó prácticamente independiente. La primera renuncia de Fernando fue el 1º de mayo de 1808, con varias limitaciones, entre otras, que se convocasen cortes; la segunda, sin restricciones, está fechada el 6 del mismo mes y año. 49

Juicio del estado político en que se hallaba la Nueva España, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 251, p. 633. 50

Gaceta de México, 16 de julio de 1808, tomo 15, Fol. 465, en la que se insertan los documentos que constan en las Gacetas de Madrid números 46, 47 y 48 de 13, 17 y 20 de mayo, en García, Genaro Genaro, Documentos Históricos Mexicanos, t. II, México, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana, 1985, pp. 1-14. 51

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En condiciones políticas diferentes y por razones distintas a las existentes en México, Caracas promovió su propia junta el 22 de noviembre de 1808, pero no llegó a establecerse. Montevideo, en cambio, estableció la suya, en caso de que Buenos Aires reconociera el dominio francés, pero fue disuelta meses después por Baltasar Hidalgo de Cisneros, primer virrey de Buenos Aires nombrado por la junta de Sevilla.

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Se habla de reino y no de colonia, a propósito. Desde tres puntos de vista puede enfocarse el concepto colonia: desde el demográfico, como lugar formado por colonos procedentes de otro país; desde el económico, como espacio explotado por una metrópoli, y desde el político, como territorio gobernado por otra nación. A lo largo del siglo XVIII, los Borbones trataron de convertir a los reinos de América en colonias para todos esos efectos: imponerles su gobierno, obtener su tributo, convertirlos en mercados cautivos y establecer sus colonos; pero, aunque utilizaron el concepto colonia en asuntos administrativos y políticos, nunca lograron hacerlo descansar en el sistema legal de la monarquía. Es cierto que el conde de Revillagigedo decía “que esto es una colonia, que debe depender de su matriz la España”. 53 En esos años, la monarquía de España y de las Indias se esforzó por convertir las unidades políticas independientes, únicamente sujetas al soberano, en entidades dependientes de España. Algunos autores han llamado a este proceso la reconquista de América. Sin embargo, el vocablo colonia nunca tuvo sustento jurídico. Revillagigedo no fue administrador de una colonia sino virrey de un reino. El barón de Humboldt escribió el Ensa-yo Político sobre el reino [no la colonia] de la Nueva España. Los autores de esa época, entre ellos, fray Servando Teresa de Mier o Lucas Alamán, y notables autores de nuestra épo-ca, como el británico John Lynch, reconocen que, a diferencia del sistema político inglés, que se fundaba en colonias, el es-pañol descansaba en reinos. 54 El término colonia, pues, era coloquial, no jurídico. Las leyes señalaban que los dominios de Indias eran entidades políticas con personalidad jurídica propia, independientes entre sí y sujetas a un soberano común. Por eso José Ma. Revillagigedo, Instrucción a su sucesor, párrafo 364, citado por Alamán, op. cit., p. 106. 53

54

Guerra, José (pseudónimo de fray Servando Teresa de Mier), Historia de la Revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac. Verdadero origen y causa de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813. Escribióla D. José Guerra, Doctor de la Universidad de México. Londres, en la imprenta de Guillermo Glindon, 1813, 2 vols, ediciones de la Cámara de Diputados, México, 1922; Lucas Alamán, op. cit., y John Lynch, Las revoluciones hispano-americanas 1808-1826, Barcelona, Editorial Ariel, 1976.

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Cos escribiría en su Plan de Paz y Guerra que América y España eran iguales e independientes entre sí, pero sujetas al mismo monarca. Los asuntos de España eran atendidos por el Consejo de Castilla; los de América, por el Consejo de Indias, y todos dependían, no de su matriz la España, como lo afirma Revillagigedo, sino del rey de España y de las Indias, que tal era su título: Hispaniarum et Indiarum Rex. Tan es así, que el 29 de enero de 1809 el gobierno español reconoció expresamente que los vastos y preciosos dominios [de] las Indias no son propiamente colonias ó factorías, como los de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española. 55

3. PROPUESTAS DEL AYUNTAMIENTO Ante los acontecimientos extraordinarios de Europa, el ayuntamiento de la muy noble y muy leal Ciudad de México temía que la audiencia siguiera el ejemplo de los Consejos de Castilla e Indias, y reconociera a José I, hermano de Napoleón, a fin de conservar América unida a España, cualquiera que fuese la dinastía que gobernase, como había sucedido a principios del siglo XVIII, en la guerra de sucesión. Por eso, el regidor Francisco de Azcárate expuso que, muerto el poseedor de la corona -civil o naturalmente-, ésta pasa por ministerio de ley a su legítimo sucesor, y que si éste y los que le siguen, hasta agotar la cadena, se hallan impedidos, pasa a la nación, dispuesta a reasumir y ejercer su soberanía. La nación también tiene derechos sucesorios. Según el regidor, el reino dependía del rey, no de España, y menos de una provincia española, cualquiera que ésta fuese. En estas condiciones, nadie tenía derecho a imponer gobernante a la nación, sin su consentimiento. Y “aunque sea colonia –dijo-, Bando de 14 de abril de 1809 expedido en la ciudad de México, que reproduce la real orden expedida por don Francisco de Saavedra, secretario de estado y del despacho universal de hacienda, de 29 de enero de ese mismo año, en el real palacio del alcázar de Sevilla, en Dublán, Manuel, y Lozano, José María, Legislación mexicana o colección compuesta de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, 55

http://lyncis.dgsca.unam.mx/harvest/cgibin/DUBLANYLOZANO/muestraXML.cgi?var1=1-0069.xml&var2=1 Consulta en jul-io de 2007.

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no por eso carece el reino de derecho para reasumir el ejercicio de su soberanía”. Según él, los reinos de Granada, Sevilla, Murcia y Jaén habían sido conquistados por Castilla, y el de Valencia, por Aragón, sin que ninguno de los conquistados perdiera su naturaleza jurídica independiente, aunque quedaran sometidos a la misma corona. Nueva España tampoco había perdido la suya, aunque dependiera del rey.56 Por esas y otras razones, el ayuntamiento aprobó tres resoluciones fundamentales: que el virrey pusiera al reino en estado de defensa, frente a Francia y cualquiera otra potencia, aún la misma España, “aún cuando para ello se le presenten órdenes del señor Carlos IV o del príncipe de Asturias bajo la denominación de Fernando VII”; que sostuviera a la dinastía borbónica desde el primero hasta el último de sus miembros, y que declarara insubsistente la abdicación de Carlos IV y del príncipe de Asturias (futuro Fernando VII) a favor de Napoleón. Además, propuso al virrey que estas disposiciones las jurara ante el real acuerdo, en presencia de la ciudad y los tribunales –lo que equivalía a ser reconocido y legitimado por los representantes del pueblo de México y demás cuerpos del Estado- y que todas las autoridades, a su vez, las juraran ante el virrey, en el entendido de que por interesar este juramento al bien público, se declarara traidor al rey y al Estado a cualquiera que lo contraviniera, fuera del rango que fuere.57 El 19 de julio, el virrey sometió la propuesta anterior a la consideración del real acuerdo, advirtiéndole que, llevado de su celo, [México] toma la voz de todo el reino, dando lugar a que se dude tal vez de toda autoridad que no fuese elegida por los pueblos, pretendiendo que la que yo ejerza en lo sucesivo dimane de la que me transfieran los tribunales y

Relación de los pasajes más notables ocurridos en las juNTAS GENERALES... 16 DE OCTUBRE DE 1808, EN GARCÍA, GENARO, OP. CIT., T. II, P. 136. 56

Acta del Ayuntamiento de México, en la que se declaró se tuviera por insubsistente la abdicación de Carlos IV y Felipe VII (sic) hecha en Napoleón: que se desconozca a todo funcionario que venga nombrado de España: que el virrey gobierne por la comisión del Ayuntamiento en representación del virreynato, y otros artículos (Testimonio)*, 19 de julio de 1808, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 179, p. 476. 57

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cuerpos, incluso el mismo ayuntamiento.58

Al día siguiente, la audiencia de México, si bien aplaudió la lealtad de la ciudad al monarca español, se opuso categóricamente a su proyecto, por “plantear medios que no corresponden al fin propuesto, ni son conformes a las leyes fundamentales de nuestra legislación, ni tampoco coherentes con los principios establecidos”, y condenó enérgicamente la idea de establecer un gobierno provisional y producir un nuevo juramento.59 El 20 de julio, el ayuntamiento de Jalapa informó al virrey que había recibido numerosas propuestas de que se convocara a una junta general del reino o congreso nacional. Diez días después, el ayuntamiento de Querétaro expresaba algo parecido.60 Al mismo tiempo, los cabildos de las ciudades y villas del reino así como los obispos, cabildos eclesiásticos, corporaciones y funcionarios ofrecieron al virrey mandar representantes a la junta central de México y toda clase de recursos, en caso de que ésta se estableciese. En este estado de cosas, el 28 de julio llegó la noticia del levantamiento casi simultáneo de todas las provincias de España contra Napoleón. Cada provincia había establecido un gobierno local.61 En el Diario de México se lee que el anuncio se hizo a las cinco de la mañana; que el regocijo se extendió en todo el pueblo y que éste se aglomeró frente al palacio real “repitiendo vivas y aclamaciones a Fernando VII rey de España y de las Indias”. Algunos llevaron el retrato del Copia del oficio con que el virrey D. José Iturrigaray pasó al Real Acuerdo la anterior representación del Ayuntamiento de México, idem, n. 200, p. 486. 58

Voto consultivo del Real Acuerdo sobre la representación del Ayuntamiento de México, 21 julio 1808, en García, Genaro, op. cit., t. II, doc. VI, p. 37. 59

Representación hecha al virrey Iturrigaray por el Ayuntamiento de Jalapa, ofreciendo mandar una diputación de su seno, y Representación del Ayuntamiento de Querétaro, ofreciendo mandar representantes a la junta general, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., n. 203, pp. 490-491, y n. 204, pp. 491-492. 60

Documentos relativos a la proclamación de Fernando VII como rey de España, idem, n. 207, p. 495. 61

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monarca hasta las escaleras del palacio. Un oidor de la audiencia y el alcalde ordinario de primer voto de la ciudad bajaron hasta el primer descanso de la escalera principal, recibieron el retrato y lo condujeron en medio de la multitud hasta el virrey, que lo colocó en el balcón principal. El virrey y los ministros manifestaron su júbilo arrojando “una porción considerable de pesos, que parece fueron dos mil”. Luego la multitud pidió de vuelta el retrato y lo llevó en alto por toda la ciudad “y hasta las mujeres echaban al aire sus pañuelos y basquiñas en señal de regocijo”. El grito era “viva Fernando VII, muera el emperador de los franceses”. Entonces el ayuntamiento de México solicitó que, “a imitación de Sevilla y Valencia”, que habían establecido juntas de gobierno, este reino americano estableciera la propia. El 5 de agosto el virrey informó a la audiencia que había accedido a la solicitud.62 De cualquier modo, la junta mexicana debía ser distinta a las juntas españolas, porque éstas habían surgido tumultuosamente como órganos revolucionarios y de gobierno, y aquélla debía establecerse ordenadamente conforme a la ley como órgano representativo del reino, para reconocer y legitimar al gobierno existente. La audiencia rechazó la idea y exigió al virrey que recomendara al ayuntamiento que “no hiciera novedad en materia de tanta gravedad y consecuencia”.63 4. NECESIDAD DEL CONGRESO NACIONAL Sin embargo, era imprescindible que el gobierno de la Nueva España fuera legitimado. Melchor de Talamantes escribió unas notas ilustrativas y elocuentes: “No habiendo rey legítimo en la nación, no puede haber virreyes. No hay apoderado sin poderdante”. A propósito, el conde de la Cadena, intendente de Puebla, informaba al virrey en esos días que los indios ya no querían pagar tributo, diciendo que “ya no tenían El virrey D. José Iturrigaray remite al Real Acuerdo las segundas representaciones del Ayuntamiento, avisándole tener ya resuelto la convocación de una junta general, y contestación de aquél, idem, n. 209, p. 506. 62

Voto Consultivo del Real Acuerdo sobre las segundas representaciones del ayuntamiento de México, en que aparece también la opinión de dicho cuerpo acerca de la proyectada convocación de la Junta General, 6 agosto 1808, en García, Genaro, op. cit., p. 46. 63

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rey”.64 Tenían razón. El que se llamaba, pues, virrey de México –prosigue Talamantes-, ha dejado de serlo desde el momento en que el rey ha quedado impedido para mandar en la nación. Si tiene al presente alguna autoridad, no puede ser otra sino la que el pueblo haya querido concederle. Y como el pueblo no es rey, el que gobierne con el consentimiento del pueblo no puede llamarse virrey.65

Al día siguiente, 6 de agosto, el virrey expresó al real acuerdo que consideraba necesario convocar a una junta general del reino para la conservación de los derechos de su majestad; para la estabilidad de las autoridades constituidas; para la seguridad del reino; para la satisfacción de sus habitantes; para los auxilios que puedan contribuir, y para la organización del gobierno provisional que convenga establecer en razón de los asuntos de resolución soberana, mientras varían las circunstancias.66

Agregó que era necesario fortalecer su autoridad para sostener y conservar las prerrogativas de sus empleos, hacer lo que haría el rey si estuviera presente y cimentar un plan para los más variados asuntos; entre ellos, la más oportuna y expedita administración de justicia; la distribución de las gracias que hubieren de concederse, y las medidas de una vigorosa y enérgica defensa, así como los demás fines del servicio y del beneficio público de este reino y de la península, en los ramos de navegación, comercio y minería. Así, pues, estimaba conveniente reunir a las autoridades que radicaban en la ciudad al día siguiente, para que apoyaran la idea de un congreso general. Sin la reunión de las autoridades y personas más prácticas y respetables de todas las clases de esta capital, ni puede El conde de la Cadena, gobernador del Puebla, informa al virrey sobre la situación que guarda la provincia, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 211, p. 510. 64

Nota 1 al pie de página de Melchor de Talamantes a la proclama del virrey, Gaceta extraordinaria de México, viernes 12 agosto 1808, t. 15, n. 77, folio 560, en García, Genaro, op. cit., t. VII, p. 445. 65

Segundo oficio del virrey al Real Acuerdo, sobre la convocación de la junta; voto consultivo y protestas de éste, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. I, n. 210, p. 509. 66

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consolidarse toda mi autoridad, ni afianzarse el acierto de mis resoluciones.67

La audiencia consideró que si aceptaba la propuesta del ayuntamiento de México y permitía que el virrey convocara al congreso nacional, “se pondrían los cimientos para una soberanía –señaló-, aunque con el título de provisional y bajo el velo de la utilidad pública”. Por lo tanto, manifestó a Iturrigaray, “por segunda vez”, que no había “urgencia ni necesidad alguna de la junta que tenía resuelta”; que las leyes de Indias tenían provisto el remedio para casos iguales, que era el de conservar la autoridad de los virreyes en toda su plenitud, así como el consejo del real acuerdo, en las materias más arduas e importantes; que el reino no se hallaba en las tristes circunstancias en que se hallaba la península; que siendo la constitución de los virreinatos y audiencias muy diferente a la de los reinos europeos, la junta o juntas, lejos de producir alguna utilidad, podían ocasionar grandes inconvenientes, y que asistirían a la asamblea convocada, bajo protesta.68 La reunión se llevó a cabo el 9 de agosto. Asistieron ochenta y dos personas -europeos, americanos e indígenas, ningún miembro de las castas-, que representaban a los tres estados –nobleza, clero y estado llano- de la capital del reino.69 Era sólo para pulsar opiniones, no para tomar decisiones. El virrey sometió a consideración de la asamblea las dos propuestas existentes para resolver la crisis política: la del ayuntamiento de México (convocar un congreso que asumiera la soberanía nacional, es decir, el poder supremo, en nombre del monarca, y modificara la organización, funcionamiento y atribuciones de los órganos del Estado) y la de la audiencia (dar validez a las autoridades establecidas y reconocer eventualmente como autoridad superior a la junta de Sevilla en materias de hacienda y guerra). El síndico del común licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos, en representación de la ciudad, expuso que, 67

Ibidem.

Hechos y antecedentes que se tuvieron presentes para la destitución de Iturrigaray, idem, t. III, n. 255, p. 648-649. 68

Acta de la Junta General celebrada en México el 9 de agosto de 1808, en García, Genaro, op. cit., tomo II, p. 56. 69

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por ausencia del rey, la soberanía había recaído en el pueblo, y citó a varios autores para probarlo, entre ellos, Samuel von Puffendorf.70 Los fiscales de la Audiencia consideraron la tesis “sediciosa y subversiva” y el inquisidor Prado y Ovejero la tachó de “proscrita y anatemizada”; pero el Licenciado Verdad agregó que las leyes de Indias preveían que México fuera el asiento de las cortes nacionales (asambleas deliberativas), y las leyes de Partida, que en caso de que el rey muriera sin nombrar tutor ni curador a su heredero menor de edad, el reino tenía el deber y la atribución de nombrárselo. Tal era el caso. Los oidores hicieron entrar a la asamblea en un callejón sin salida al replicar que las leyes de Partida eran aplicables al reino principal, no a una “colonia”, y que las leyes de Indias señalaban que las cortes de este reino se celebraran con permiso del rey, y el virrey no era rey. Ante tal disyuntiva, la asamblea resolvió “no reconocer ninguna junta de aquellos o estos reinos que no fuera inaugurada, creada, establecida o ratificada por Fernando VII”.71 Así lo dio a conocer la Gaceta de México. Por consiguiente, no reconoció a la junta de Sevilla, pero tampoco aprobó la necesidad de establecer una junta nacional. En la segunda reunión del 31 de ese mismo mes, se reconsideró el asunto y la audiencia hizo prosperar su propuesta, por 50 votos contra 14.72 De este modo, se resolvió que se reconociera a la junta de Sevilla. La independencia de facto de que había gozado la Nueva España desde el comienzo de la crisis hasta ese día, terminó… por unas horas. Esa misma noche llegaron pliegos de Asturias, que confirmaron que en España no sólo cada provincia sino cada ciudad había formado su junta soberana, y que ninguna de ellas reconocía supremacía a las demás. Entonces el virrey, aunque consideró válidas a todas, tomó la decisión de no reconocer a ninguna, y convocó al congreso nacional sin consultarlo RELACIÓN DE LOS PASAJES MÁS NOTABLES OCURRIDOS EN LAS JUNTAS GENERALES... 16 DE OCTUBRE DE 1808, Idem, TOMO II, P. 136. 70

Acta de la junta general celebrada en México, 9 de agosto de 1808, idem, p. 56. 71

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Voto del señor D José de Vildisola, 2 de septiembre de 1808, idem, p. 78.

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con nadie.73 La nación se mantendría independiente y formaría su propia junta soberana para mantener el reino en depósito a Fernando VII, mientras éste recuperaba la libertad. A partir de este momento, algunos empezaron a pensar no sólo no en una independencia provisional y transitoria, de facto, sino en la independencia definitiva, de iure, y no sólo de España, que no tenía ningún derecho sobre América, sino de la monarquía española, de la que Nueva España formaba parte. Talamantes escribió: Aproximándose ya el tiempo de la independencia de este reino, debe procurarse que el congreso que se forme lleve en sí mismo..., las semillas de esa independencia sólida, durable y que pueda sostenerse sin dificultad y sin efusión de sangre. 74

Sin embargo, la mayoría siguió apoyando la idea de seguir formando parte de la monarquía de España y de las Indias, mantener al reino independiente de la convulsionada península y conservárselo en depósito a Fernando VII. El 1º de septiembre, al quedar la asamblea notificada de la situación prevaleciente en la antigua España, hasta los mismos fiscales de la audiencia, que veinticuatro horas antes sostuvieran la necesidad de reconocer a la junta de Sevilla, propusieron que dicho reconocimiento se suspendiera, mientras no se recibieran otras noticias. De este modo, por 58 votos contra 6, no se reconoció soberanía “por ahora”, a ninguna junta española.75 5. REPRESENTACIÓN, ELECCIÓN, GOLPE Entonces el virrey consultó a la audiencia sobre el método de representación para formar el congreso nacional; pero la audiencia replicó que estaba inconforme con cualquier método de representación y con el congreso mismo, por lo que se negó a entrar en materia. Lo importante es que ya se habían Minuta de la convocatoria del virrey Iturrigaray para la junta del 1 de septiembre de 1808, idem, p. 71. 73

Apuntes para el plan de independencia, por el P. fray Melchor de Talamantes (impreso) y Advertencias reservadas sobre la reunión de cortes en Nueva España, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 206, p. 494, y t. III, n. 148, pp. 818-819. 74

Lista de personas que asistieron a la junta del 1 de septiembre y que votaron que no se reconozca por ahora soberanía en las juntas de Sevilla y Oviedo, en García, Genaro, op. cit., t. II, doc. XXVII, pp. 72-74. 75

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puesto en la mesa del debate político conceptos como soberanía, tipos de representación, sistemas de elección, reorganización del Estado, etc. El 6 de septiembre siguiente, dada la oposición de la audiencia, el virrey le consultó si debía presentar su dimisión. La audiencia le respondió que si dejaba el mando supremo, se lo entregara al mariscal de campo Pedro Garibay; pero el virrey no lo hizo, porque el llamado pliego de mortaja ordenaba que los que debían sucederlo, en caso de ausencia voluntaria o forzosa, eran el marqués de Someruelos, gobernador de La Habana, o el gobernador de Guatemala, no quien nombrara la audiencia, sin sospechar que ésta ya había decidido asumir el poder.76 Trece días después, Garibay lo sustituiría. El 9 de septiembre se llevó a cabo la última asamblea, durante la cual se entregaron por escrito los votos de la reunión anterior, que negó el reconocimiento a la junta de Sevilla; pero estaban tan mal clasificados, que muchos votantes reclamaron que se les atribuyera una opinión diferente. El oidor Jacobo de Villaurrutia, por ejemplo, interpeló al inquisidor por interpretar mal el suyo, y le aclaró que él, al pronunciarse por el establecimiento del congreso nacional, había recalcado que era sin menoscabo de los derechos de Fernando VII. El inquisidor respondió que aunque dejaba a salvo su intención y su persona, juntas nacionales, como la que él había apoyado, eran por su naturaleza sediciosas o a lo menos peligrosas y del todo inútiles, porque si habían de tener carácter de consultivas, no salvaban la responsabilidad del virrey, y si eran decisorias, entonces “cambiaban la naturaleza del gobierno en una democracia, para lo que el virrey no tenía autoridad ni el que hablaba podía reconocérsela”.77 La audiencia de Guadalajara, enterada de la celebración de la primera junta que se había llevado a cabo en la ciudad de México, comunicó al virrey que la estimaba nula y le advirtió que “ésta y otras de la misma naturaleza pueden producir consecuencias graves”.78 Pero ya no habría otra, a pesar de lo cual, se produjeron tales consecuencias. El virrey Vindicación del señor Iturrigaray, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 278, pp. 738-739. 76

Contestación a la vindicación del señor Iturrigaray, idem, t. III, n. 148, p. 802. 77

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mandó traer a México al regimiento de dragones de Aguascalientes, acantonado en Jalapa, para respaldar sus disposiciones. Cuando los españoles se enteraron, supusieron que se alzaría con el reino y se adelantaron a los hechos: la madrugada del 16 de septiembre de 1808 lo detuvieron y lo deportaron a España. Se arrestó a los que habían promovido la junta nacional; algunos de los cuales, como Verdad y Talamantes, perdieron la vida en prisión, aquél en México y éste en Veracruz; otros, como Azcárate, permanecieron largamente detenidos, y unos cuantos recuperaron su libertad. La convocatoria al congreso nacional fue anulada por el nuevo virrey nombrado por los golpistas. Los ayuntamientos del reino quedaron resentidos. Luego entonces, en política no triunfa el que tiene la razón sino el que tiene la fuerza. En lo sucesivo, tratarían de ejercer sus derechos por todos los medios y recursos a su alcance, incluyendo, desde luego, el de la fuerza. Por lo pronto, la madrugada del 16 de septiembre de 1808 se convirtió en una fecha ignominiosa para la nación, al clausurarse mediante un golpe de Estado el intento del ayuntamiento de México de mantener y consolidar la independencia del reino -sin desconocer los vínculos con Fernando VII-, conforme a las disposiciones jurídicas indianas, las citas doctrinarias deducidas de la tradición legal castellana y la execrada tesis filosófica de la soberanía popular. La respuesta revolucionaria al golpe de estado se daría en el pueblo de Dolores dos años después, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, y resonaría de inmediato en toda la nación.

6. LOS PREPARATIVOS DEL CONTRAGOLPE Después del golpe, Garibay, el sucesor del virrey depuesto, había sido destituido por los golpistas, y el Oficio de la Audiencia Real de Guadalajara al virrey Iturrigaray, en que manifiesta que estima nula el acta de la junta del 9 de agosto, 13 septiembre 1808, en García, Genaro, op. cit., p. 182. 78

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arzobispo Lizana y Beaumont, sucesor del sucesor, pronto correría la misma suerte. De este modo, los españoles cerraron drásticamente la posibilidad de resolver pacíficamente el problema de la sucesión del poder político: primero, con el traumático golpe de Estado de 1808, y luego, con los minigolpes de 1809 y 1810. Hidalgo recordaría más tarde, con rabia y amargura, los momentos de 1808 en que cometieron el atentado de apoderarse de la persona del excelentísimo señor Iturrigaray y trastornar el gobierno a su antojo, sin conocimiento nuestro, mirándonos como hombres estúpidos o, más bien, como manada de animales cuadrúpedos, sin derecho alguno a saber nuestra situación política.79

Puede decirse que, a partir del golpe de Estado del 15 al 16 de septiembre de 1808, se enrarece la situación política del reino y se pierde la inocencia. Por eso, la crítica a la violencia americana carece de base. No había otra alternativa. Si los americanos insistían en avanzar pacíficamente para salvaguardar los intereses nacionales, ya sabían lo que les esperaba: prisión, exilio o muerte, es decir, encierro, destierro o entierro. Cualquier cosa, por mínima que fuera, que orientara sus actos hacia tal fin, era suficiente para reprimirlos. El único lenguaje que quedó a su disposición para sostener los derechos de la nación tuvo que ser el de la fuerza. El marqués de Rayas reproduce el clima de represión contra los criollos en una carta que dirigió al ex virrey Iturrigaray, en España: Esta maldita división, tan añeja en su origen cuanto lo es la conquista..., que daba motivo a celos continuos..., se declaró y propagó al infinito con las prisiones hechas contemporáneamente a la de usted, en sólo los criollos. A estos se les tiraba, de estos se decía cuanto hay de malo; de ellos se sospechaba y a ellos se les iba aprehendiendo por quítame allá esas pajas y por meras fruslerías, ridiculeces y niñerías.80 Manifiesto del señor Hidalgo expresando cuál es el motivo de la insurrección concluyendo en nueve artículos, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 51, pp. 119-120. 79

Carta del marqués de Rayas al señor Iturrigaray sobre la situación que priva en la Nueva España, idem, t. I, n. 277, p. 723. 80

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Por esos días no hubo un solo europeo del reino que condenara la represión. Los partidarios de la independencia, por consiguiente, fueron obligados a organizarse en la clandestinidad. Su único propósito: responder a la fuerza española con la fuerza americana. Al ser descubierta la conspiración de Valladolid en 1809, unos participantes serían detenidos, otros, desterrados, y todos puestos bajo control; pero de una forma u otra dejarían sembradas las semillas de protesta y tejidas las redes de la rebelión, así en Querétaro y San Miguel como en Guanajuato y Valladolid. Ahora bien, a diferencia de Ignacio Allende, siempre inclinado a participar en los grupos conspiradores, Hidalgo se mantuvo en reserva. Estaba convencido de que la independencia sería útil al reino, pero nunca pensó entrar en proyecto alguno.81 Sabía que los iniciadores de esas empresas jamás gozan de sus frutos. A pesar de ello, participó, ¿a partir de cuándo? Alamán supone que al iniciarse enero de 1810. Pedro José Sotelo, joven empleado en la alfarería de Hidalgo, asegura que desde 1809.82 Haya sido en un tiempo o en otro, lo cierto es que lo hizo por su lado, sin ingresar a ningún grupo. Por otra parte, aunque tenía relaciones con los confabulados de Valladolid, Querétaro y San Miguel, también las tenía con los principales señores del reino, tanto con los que estaban de acuerdo con la situación como con los que estaban en contra. Ninguno de ellos se percató de que tuviese la intención de participar en la lucha por la independencia. Actuó sigilosamente, secretamente, en silencio, por su cuenta, con muchas reservas, y en todo caso, ligado muy confidencialmente a los grupos influyentes del “centro” que estaban de acuerdo con la independencia, esto es, los de México. Al menos eso es lo que le hace saber a su "querido amigo y discípulo” José Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 3ª pregunta, Chihuahua, 7 de mayo de 1811, idem, t. I, n. 2, p. 9. 81

Sotelo asegura en sus remembranzas que Hidalgo mandó hacer machetes, lanzas y hondas. “Los herreros hacían las armas, lanzas, machetes, etc., y los talabarteros hacían las cubiertas de aquellos y fabricaban hondas, y el carpintero labraba los palos de las lanzas. Todo esto caminaba bajo un sigilo riguroso”. Memoria del último de los primeros soldados de la independencia, Pedro José Sotelo, idem, t. II, n. 178, pp. 320-323. 82

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María Morelos, en carta fechada el 4 de septiembre de 1810 en Dolores,, en la que le recuerda que ambos ya habían tratado este asunto en julio anterior, y que la fecha fijada para celebrar el “gran jubileo” -como le llama a la fiesta de la independencia- sería el próximo 29 de octubre.83 El jubileo, en la religión hebrea, es un año consagrado a Dios y al descanso que se celebra cada cincuenta años; en la católica, una indulgencia plenaria concedida por el Papa en ocasiones especiales, que da lugar a fiestas y regocijos. En este caso, Hidalgo hace referencia, no a un jubileo sino a un “gran jubileo”. No es ordinario sino extraordinario. Al no ser declarado por el rabino ni concedido por el Papa sino acordado por una autoridad propia, no es judío ni romano sino nacional. “Es el festejo que tanto ansiamos –dice Hidalgotodos los americanos”.84 Juan Antonio de Hevía sospechaba –con razón- que el movimiento de Hidalgo no era local sino nacional. En una carta que escribió desde Guanajuato a su paisano, el coronel conde de la Casa Rul, fechada el 25 de septiembre, ya estremecido el reino no sólo por la volcánica erupción de los acontecimientos sino también por la asombrosa rapidez y amplitud con que se habían extendido, le recomendaba que las tropas de México y San Luis persiguieran a los rebeldes, pero sin desmantelar las principales fuerzas de la capital del reino, en donde pueden tal vez los conjurados haber sembrado alguna conspiración, pues de otro modo no se hace creíble que emprendieran un plan tan vasto como difícil de efectuarse, si no concurriesen numerosos y unidos pueblos al mismo fin.85

A pesar del clima de represión que se padecía por todas partes, Hidalgo elaboró un plan extremadamente sencillo para hacerse del poder, con mínimo derramamiento de sangre, que los criollos se levantaran simultáneamente en todo el reino, Hidalgo, Miguel, Carta “en clave” a José Ma. Morelos, 4 de septiembre de 1810, en Antonio Arriaga, Morelos, Documentos, t. I, Morelia, Comisión para celebrar el sesquicentenario de la independencia nacional, Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo, 1965. 83

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Ibidem.

D. Juan Antonio de Evía informa al coronel conde de Casa Rul de los progresos de la revolución iniciada en Dolores, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 46, p. 109. 85

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aprehendieran a todos los peninsulares y los suplieran con americanos o criollos en todos los cargos del Estado; pero, por las razones que hayan sido, no le quedó más alternativa que adelantarse a los acontecimientos y poner en práctica ese plan, primero, en la villa de Dolores, y después, en todos los pueblos, villas y ciudades que fueron cayendo bajo su dominio. Todo parece indicar que, descubierta la conspiración, él de todos modos ya había decidido tomar las armas precisamente el 16 de septiembre, no otro día. En todo caso, conforme a las declaraciones que Hidalgo rinde en su proceso, no es sino hasta la noche del 14 -en que el capitán Ignacio Allende llega a su casa-, que ambos acuerdan impulsar un proyecto común. Al declararle la guerra al gobierno español, hacen confluir hacia el mismo cauce las diversas tendencias que representan.86 El recurso de la fuerza, pues, es el único que los implicados tienen a su disposición para hacer valer los derechos de una nación sometida, sojuzgada y maltratada. Y ejercen este recurso, a pesar de que su ámbito es sumamente restringido y de que no han tenido tiempo de tejer todas las redes que les permitan llevar a cabo el gran plan. No puede ser de otra manera. Ante la inminente posibilidad de ser aprehendidos, se abren ante ellos tres alternativas: perder la libertad y quizá la vida; evadirse y dedicarse a seguir haciendo planes, o lanzarse a la lucha y sorprender a los europeos, en lugar de ser sorprendidos por ellos. Desechan la primera: si se dejan coger, nunca podrán iniciar el proceso de la fuerza. En lo relativo a los planes, ya se han hecho muchos durante los dos años anteriores: de septiembre de 1808 a septiembre de 1810. Están saturados de planes. Lo que falta es pasar a la acción. Luego entonces, escogen esta última vía. Dice Sotelo que Hidalgo le dijo a Allende: No hay que pensar, ahora mismo damos la voz de libertad. La otra versión es más famosa: No hay más remedio que ir a coger gachupines. No hay otra salida. Es la única. Muchos lo critican por haber tomado esta decisión; pero, ¿acaso había otra a la altura de la Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 3ª pregunta, idem, t. I, n. 2, p. 9. 86

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dignidad? Mucho tiempo después –más de un año-, el gobierno de las cortes españolas haría la declaratoria de igualdad de derechos entre europeos y americanos, lo que implicaría el acceso de ambos grupos a los mismos derechos civiles y políticos, y por consiguiente, la posibilidad teórica de que todos compartieran los cargos del Estado: Que los americanos, así españoles como indios, y sus hijos de ambas clases, tengan igual opción que los españoles europeos para toda clase de empleos y destinos, así en las cortes como en cualquier lugar de la monarquía, sean de la carrera eclesiástica, política o militar.87

Pero la declaratoria llegó a América demasiado tarde. Además, no tuvo mucha credibilidad. Los americanos, europeos e indios siempre habían tenido iguales derechos en la legislación indiana. Para fines prácticos, de nada había servido. Los americanos nunca habían llegado a ser –sino excepcionalmente- obispos, virreyes, magistrados y capitanes generales, y los indios habían quedado circunscritos o confinados en sus propias comunidades. Esta igualdad de derechos había estado inscrita en un sistema en el cual el reino de Nueva España dependía del rey, no de la antigua España. Desde el punto de vista teórico, jurídico y político, era un reino con personalidad jurídica propia, en el cual, el rey, debiendo tener virreyes, obispos, magistrados y capitanes generales oriundos de estos reinos americanos, como lo señalaba la ley, habían sido marginados. Durante tres siglos, los monarcas habían seleccionado para esos cargos únicamente a sus súbditos peninsulares. Si el monarca jamás había reconocido en la práctica los derechos políticos de los americanos, sino excepcionalmente, era difícil que ahora las cortes los aplicaran en “cualquier lugar de la monarquía”, sea en la carrera eclesiástica, política o judicial, sea en la militar. No había razón alguna para suponer que ahora sería diferente. Con rey o sin él, las cosas no tenían por qué cambiar significativamente.

Decreto de las cortes declarando igualdad de derechos entre europeos y americanos, idem, t. II, n. 201, p. 378. 87

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Lo único cierto es que, según la opinión dominante americana, el reino había estado vinculado a la corona, no a la nación española. Si no dependía de España, sino del rey, no debía independizarse necesariamente del rey, pero sí de España, a fin de rescatar el espíritu y los principios de las antiguas leyes, actualizarlos en función de la filosofía de la época, asumirlos como propios y ejercerlos en toda su plenitud, por los medios que fueran menester. 7. INDEPENDENCIA SIN PLAN Y PLAN DE LA INDEPENDENCIA Se ha dicho frecuentemente que Hidalgo se lanzó sin ningún plan a la lucha por la independencia nacional. Y es verdad; él mismo confiesa que no adoptó plan ninguno de organización en todo ni en parte, ni se hizo otra cosa más que, según se iba extendiendo la insurrección, dejar (las cosas) como estaban, mudando solamente a los empleados y lo que el desorden traía consigo, ni tampoco tuvo pensado el (plan) que se adoptaría concluida que fuese.88

Por eso se ha señalado que “no obstante su ilustración bien demostrada, no se preocupó por justificar su movimiento con ninguna declaración que pusiera de manifiesto las ideas políticas que animaban a los revolucionarios, fuera del falso grito de viva Fernando VII”.89 De esta tesis se ha derivado como inevitable consecuencia un paradigma negativo: no importa hacer planes, lo que importa es la espontaneidad política, lanzarse a la acción, a ver qué sale. O como dijera el poeta Machado: no hay necesidad de construir ningún camino: “se hace camino al andar”. Y esto, que es cierto en el caso de las veredas, no lo es totalmente en éste. Aunque la declaración de Hidalgo es auténtica, es necesario situarla en el marco histórico en que se produjo para captar su verdadero significado. Conviene distinguir dos clases de planes: unos para conquistar el poder o mantenerse Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 27, idem, t. I, n. 2, p. 17. 88

Alfonso Noriega, Decreto Constitucional de Apatzingán, México, UNAM, 1964, p. 405. Cfr. Justo Sierra, A. Molina Enríquez, Carlos Pereyra y otros en el mismo sentido. 89

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en él -por medio de las armas, el dinero o los votos- y otros para dar forma institucional al poder conquistado, en función de las finalidades que se le señalan. Y hay planes para dos clases de tiempos: unos para antes y otros para después de una determinada acción. ¿A qué clase de planes hizo referencia el declarante? ¿A planes estratégicos, militares, revolucionarios, para tomar el poder? ¿O a planes políticos para el futuro, “concluida que fuese” la insurrección? Todos coinciden que planes para tomar el poder no los hubo. La decisión de iniciar la insurrección para este efecto fue precipitada, prematura, fuera de agenda. En esto, pues, Hidalgo tuvo razón: no los hubo. Sin embargo, habría que aclarar que la decisión de asumir la suprema autoridad de la nación no surgió de la nada. La nada, nada crea. Como es bien sabido, en 1808, 1809 y 1810 se habían elaborado diversos planes; los primeros, en México, orientados a resolver el problema político y, complementariamente, el de la defensa y la seguridad nacional, en el marco de las instituciones establecidas; los segundos, en Valladolid, y los terceros, en Querétaro y San Miguel, orientados contra dichas instituciones; más cargados hacia el aspecto militar, aunque sin descuidar el político, y procesados bajo diversas modalidades. El propio Hidalgo, al declarar que no hizo más que “dejar (las cosas) como estaban, mudando solamente a los empleados y lo que el desorden traía consigo”, admite implícitamente que ya existían planes y que estos eran los que se estaban ejecutando. En septiembre de 1810, pues, las semillas de esos planes ya estaban sembradas, y sus raíces, crecidas, ramificadas y extendidas por muchas partes. El llamado de Dolores no se pegó en el desierto. Su eco resonó en todos los lugares donde las ideas ya estaban forjadas, y los grupos, organizados. Podría decirse, pues, que aunque la decisión fue aparentemente improvisada, las condiciones para tomarla, no, y el momento para ejecutarla, tampoco. Esto ya estaba dado. Ahora bien, ¿es cierto que tampoco se formularon planes para dar forma al poder conquistado? Sí, es cierto; pero Hidalgo no formuló estos planes, porque se reitera que ya

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estaban formulados, definidos y fundamentados, en lo esencial, desde julio-septiembre de 1808. Consistían en establecer un congreso que asumiera la soberanía nacional así como un gobierno provisional que administrara la nación con auxilio de un consejo de Estado; convertir a las audiencias en órganos de justicia de tercera y última instancia en materia civil y criminal, despojadas de sus funciones gubernativas, y mantener en depósito a la nación independiente, mientras se restablecía Fernando VII en el trono, si es que esto ocurría.90 Estos planes se reprodujeron en las conspiraciones que se sucedieron después, sin modificación alguna. Uno de sus puntos decisivos era el que se relacionaba con la formación de las cortes mexicanas o, como prefirió llamárseles, del congreso nacional, encargado no sólo de designar a los representantes de los demás órganos del Estado sino también de dar forma jurídica a la nación.91 El procedimiento para integrar dicho congreso que asumiera el poder supremo, en ejercicio de la soberanía nacional, para conservar el reino en depósito al monarca, es mencionado por los próceres en las declaraciones que produjeron ante los tribunales que los condenaron a muerte. Escuchemos, por ejemplo, al monárquico mariscal de campo Juan Aldama: Todo Querétaro, Guadalajara, Valladolid, etcétera, se hallaban en la mejor disposición para levantar la voz, a fin de que se estableciese una Junta [congreso] compuesta de un individuo de cada provincia de este reino -nombrados estos por los cabildos o ciudades- para que esta Junta gobernase el reino, aunque el mismo virrey fuese el presidente de ella, y de este

Jacobo de Villaurrutia, Exposición sobre la facultad, necesidad y utilidad de convocar a una diputación de representantes del reino de la Nueva España para explicar y fundar el voto que di en la Junta General..., 10 de septiembre de 1808, en García, Genaro, op. cit., t. II, p. 169. Francisco Primo de Verdad y Ramos, Memoria Póstuma…, 12 de septiembre de 1808, ibidem, p. 147. Apuntes para el plan de independencia, por el P. fray Melchor de Talamantes (impreso) y Advertencias reservadas sobre la reunión de cortes en Nueva España, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. III, n. 148, pp. 818-819. 90

El virrey Iturrigaray consulta al Real Acuerdo sobre el modo de concurrir los ayuntamientos al Congreso General; contestación y pedimento de los fiscales, 2 septiembre 1808, idem. J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. I, n. 223, p. 530. 91

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modo, conservar este reino para nuestro católico monarca. 92

Es cierto, pues, que Hidalgo no diseñó un plan político general de la independencia, porque no tenía necesidad de hacerlo; pero conocía bien los que habían sido previamente diseñados –con rey o sin él- y sentó las bases para llevarlos a cabo. Primero asumió el poder ejecutivo en su plenitud, con amplias facultades civiles y militares, bajo los títulos de capitán general y protector de la nación; integró y modificó su gabinete conforme evolucionó el orden de las cosas, y estableció un consejo de Estado. Después anunció la necesidad de convocar un congreso nacional, así no haya habido condiciones para establecerlo. Y por último, convirtió la audiencia de Guadalajara en tribunal superior de justicia, nombró a algunos magistrados y ordenó que se hiciera justicia en nombre de la nación. Para legalizar lo anterior, encargó a un jurista que redactara un proyecto de Constitución Orgánica de México, a fin de someterlo oportunamente a la consideración del congreso nacional americano constituyente. “Al entrar Calleja en Guadalajara, el doctor Maldonado huyó dejando entre sus papeles una Constitución Orgánica de México. El número fue recogido y entregado por el administrador de la imprenta a don Juan de Souza, oidor de la Audiencia, quien lo consignó al Tribunal Judicial”.93 Ahora bien, ¿había planes políticos para el futuro, “concluida que fuese” la insurrección? En otras palabras, ¿era necesario planear la forma de gobierno que debía adoptar la nación –monarquía o república- al consumarse la independencia? No. Hidalgo tenía razón. Era prematuro hacerlo. El asunto había sido “muy complicado” desde 1808.94 Y después siempre lo sería. La monarquía parecía improcedente. La Copia de la declaración rendida por Juan Aldama en la causa que se le instruyó por haber sido caudillo insurgente, 20-21 de mayo de 1811, en García, Genaro, op. cit., t. VI, Apéndice General, doc. LXIII, p. 527. 92

Luis Castillo Ledón, op. cit., p. 361. Bien se sabe que la Constitución política moderna, generalmente escrita y rígida, está compuesta de dos partes fundamentales: la dogmática, que trata sobre los derechos del hombre y del ciudadano, y la orgánica, sobre la forma de gobierno. Imposible saber si el documento del doctor Maldonado, hoy perdido, hacía referencia sólo al tema de la organización política o incluía también la declaración de derechos fundamentales del individuo, aunque al ser “orgánica”, es probable que haya aludido sólo al tema de la organización política. 93

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república, también. La primera, porque no hay monarquía sin monarca, y no había monarca. Y la segunda, porque conservar el reino en depósito para restituirlo a Fernando VII cuando saliese de su cautiverio, si es que salía, impedía por lo pronto el establecimiento formal de la república, aunque ésta existiera de facto. Mientras se decidía este grave y espinoso asunto, Hidalgo recurrió al único antecedente que le pareció aplicable y optó por el “protectorado”, es decir, por la forma de gobierno establecida por Oliverio Cromwell en Inglaterra, en el siglo XVII (lord protector del reino), más tendiente a la república que a la monarquía, pero sin llegar a ser una ni otra; ya que, según este modelo, a pesar de habérsele cortado la cabeza al rey, establecerse la república y reafirmarse el predominio del parlamento, quedaron en pie no sólo los sentimientos generales de la monarquía sino también todas las estructuras aristocráticas jerárquicamente organizadas, así como la necesidad política de mantener a la corona como centro y símbolo de unión. 8. OBJETIVOS FUNDAMENTALES DEL ESTADO NACIONAL Lo anteriormente expuesto nos obliga a definir los tres objetivos básicos que el movimiento iniciado por Hidalgo se propuso alcanzar para la nación, para el pueblo y para el individuo, fundados en un conjunto de derechos que aquél consideró justo y adecuado proclamar como fines del Estado. No es ocioso reiterarlos: derechos de la nación, derechos del pueblo y derechos del hombre y del ciudadano. Sobre estas tres clases de derechos se dispuso a poner la primera piedra sobre la que levantó el Estado nacional mexicano; base que todavía se mantiene firme. Los derechos de la nación eran los de asumir su destino histórico con independencia de cualquier otro gobierno, “Debe reservarse para la última sesión del congreso americano el tratar de la sucesión a la corona de España y de las Indias... con examen muy detenido, porque se considera la cuestión tan grave y complicada que, en su concepto, no es posible señalar el número de sesiones que serían necesarias para resolverla”. Apuntes para el Plan de Independencia de Melchor de Talamantes, s/f, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 206, p. 494. 94

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nación o monarquía, y estaban sustentados en el principio de autodeterminación. Los derechos del pueblo consistían en darse la forma de gobierno y alterarla, modificarla o abolirla, según conviniera a los intereses de la sociedad, y descansaban en el principio de que la soberanía dimana del pueblo. Y los derechos del hombre y del ciudadano requerían de la abolición de la esclavitud y la supresión de las castas, como etapa previa para su proclamación, y se inspiraban en el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales en derechos.95 En este punto, convendría detenerse brevemente para examinar una tesis que se ha reiterado sin descanso: que en 1810 todavía no estaba formada la nación, y que, por consiguiente, aunque ésta luchó por su independencia, lo que buscó en realidad fue, por una parte, su “autonomía”, y por otra, un reajuste social; ambas cosas, a través de una revolución, una lucha de clases, un levantamiento de pobres contra ricos o de “proletarios contra propietarios”, en términos de Alamán, a fin de “moderar la opulencia y la indigencia”, en frase de Morelos.96 Desde luego que la guerra nacional revolucionaria que se inició en 1810 fue una guerra de clases que se llevó a cabo dentro del virreinato o la “colonia”, según el lenguaje en uso, o dentro de la nación, como Hidalgo no se cansó de repetir, para acabar con el “mal gobierno” y alcanzar metas de justicia social; pero también, aunque parezca ocioso insistir en ello, para lograr la independencia nacional. Es cierto que las definiciones clásicas de nación que surgieron en Europa al final del siglo XIX y principios del XX no son aplicables al reino de Nueva España; pero esto no “No se entrará en composición alguna si no es que se ponga por base la libertad de la nación y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres; derechos verdaderamente inalienables y que deben sostenerse con ríos de sangre si fuere preciso”. Proposición de don José de la Cruz al señor Hidalgo para que se le indulte y contestación de éste y Allende, Saltillo, marzo de 1811, ibidem, t. II, n. 207, p. 404. 95

Esta tesis se ha expresado en otra forma, según la cual el proyecto de Hidalgo era más radical en su aspecto social y más limitado en el político. Juan Ortiz Escamilla, Guerra y Gobierno. Los pueblos y la independencia de México, México, El Colegio de México/Universidad de Sevilla/Universidad Internacional de Andalucía/Instituto Mora, 1997, p. 43. 96

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significa que no haya sido una nación, sino únicamente que dichas definiciones no son adecuadas para la realidad de aquella época. La conclusión no debe ser desechar la realidad, simplemente porque ésta no encaja en ninguna definición, sino desechar todas esas definiciones y encontrar una que refleje y exprese tal realidad. En primer lugar, el reino existía. Aunque de fronteras porosas y flexibles, y de escasa población -para la inmensidad de su territorio-, el reino de Nueva España, como lo señalaban las leyes de Indias, o el de de la América Septentrional, como preferían llamarla los criollos y así fue llamada por la Constitución de Cádiz, era una realidad política, un estado con personalidad jurídica propia, independiente de las otras entidades políticas de Europa o de América, sujeto a la corona de España y de las Indias. Y en aquellos días, lo mismo en el viejo que en el nuevo mundo, cualquier reino o entidad política era denominado nación. Desde mediados del siglo XVIII, la literatura política de la Nueva España llamaba nación al reino y reino a la nación. Por otra parte, es cierto que a fines del siglo XIX, Ernesto Renán definió a la nación como “una sociedad humana con unidad de territorio, origen, historia, lengua, cultura, con inclinación a una comunidad de vida y conciencia de un destino común”.97 José Stalin, basado en el concepto anterior, dijo a principios del siglo XX que la nación es “una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”, y lo peor del caso es que agregó que si falta uno de estos rasgos, cualquiera, la nación deja de ser tal.98 Conforme a cualquiera de los conceptos anteriores, la América Septentrional de principios del siglo XIX no era una nación; pero si se aplicara dicho concepto al México del siglo XXI, tampoco lo sería y parece difícil que llegue a serlo algún día. Si se admite, en cambio, con John Stuart Mill, que una nación puede estar formada por un pueblo heterogéneo, Ernesto Renán, Qué es una nación, conferencia en La Sorbona, 11 de marzo de 1882. 97

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J. Stalin, El marxismo y la cuestión nacional, 1913.

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asentado en diversos territorios, con distintos orígenes, diferentes sistemas económicos y variada psicología; que cada uno de los pueblos que la forman tiene su propia raíz, su propia cultura, su propia lengua, su propio futuro; que todos ellos no tienen más vínculo que sus sentimientos comunes y la voluntad política de formar un gobierno propio, y que ese pueblo heterogéneo y pluricultural está dispuesto a someterse conscientemente a una autoridad: la que él mismo establezca, la suya; en suma, si se admite que la nación es una emoción colectiva con voluntad de poder, concepto conforme al cual actuó Miguel Hidalgo y Costilla, entonces la Nueva España era una nación; una nación en busca de su propio poder político. La misma Constitución Política de la Monarquía Española consignó en 1812 un concepto de nación que no tiene nada que ver con la clásica definición de Renan, muy cercano al expuesto en el párrafo precedente: “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.99 Si esta definición es buena para el todo, lo será igualmente para las partes, entre ellas, la América Septentrional. En este marco de ideas, podría decirse que, así como había numerosas naciones dentro de la gran nación española, también había múltiples naciones dentro de la nación llamada América Septentrional, en su dilatada región continental (incluyendo la América Central y la región caribeña).100 En todo caso, aunque formaba parte de la monarquía española y de las Indias y era gobernada por un equipo político en el que predominaban los peninsulares, la nación americana tenía su identidad propia, diferente de la de EspaLa nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. Y españoles son los hombres libres de las Españas y los hijos de estos; los extranjeros con carta de naturaleza; los que sin ella lleven diez años de vecindad, y los libertos. Luego entonces, europeos, americanos, castas, indios, naturalizados, avecindados y libertos -todos los hombres libres de las Españas–, al tener la nacionalidad española, forman parte de la nación española, salvo los esclavos. Constitución Política de la Monarquía Española, arts.1 y 5. 99

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La América Septentrional está “formada por Nueva España con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar”. Constitución Política de la Monarquía Española, art.10.

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ña, con una carga histórica especial, una emoción compartida y una misma e intensa voluntad de poder; una nación sometida, avasallada, colonial, es cierto; pero nación al fin; una nación con conciencia de su destino. Si no, ¿por qué reclamaba liberarse e independizarse, no tanto de la monarquía, cuanto del sistema político español que la oprimía? ¿No acaso porque, a pesar de ser una entidad política multicultural, multiétnica y multilingüística, con diversas economías coexistentes y superpuestas; un complejo sistema jurídico romano, indígena, godo, canónico, castellano e indiano, y múltiples rasgos psicológicos diferentes, ya había fraguado una identidad propia frente a la española? ¿No acaso porque sus elementos humanos constitutivos ya compartían una emoción colectiva, una voluntad de poder y la conciencia de un destino común?101 ¿Por qué atenerse a un concepto de nación y no a otro? A reserva de analizar estos cuestionamientos en otros espacios, aquí se partirá de la tesis de que, al iniciarse el siglo XIX, la América Septentrional, independientemente de su heterogeneidad, su diversidad y su pluralidad, además de ser un reino con personalidad jurídica propia, independiente de los demás reinos americanos y españoles, ya estaba plenamente formada como nación, y buscaba que el Estado se pusiera al servicio de sus necesidades, intereses y objetivos comunes. Aún en el caso de reconocer como soberano a Fernando VII, como lo quería Allende -en representación de un sector muy importante de la población-, la nación americana no aceptaba quedar sujeta a otra nación, ni a otro reino, ni a otro sistema político. Rechazaba que cualquiera otra nación, inclusive España, pretendiera someterla a su dominio, o cualquier otro gobierno, como el de Valencia o Sevilla, o cualquiera otra monarquía, como la de José I. Porque ese amplio y especial concepto multiétnico, pluricultural y poli histórico de nación, también contenía un elemento místico, religioso, sagrado: era algo por lo que valía la pena ofrendar la propiedad, la libertad y la vida. Su voluntad de poder era evidente. No reconocía el nombre de Indias o el de Nueva España, como se le llamaba, sino el de América, que había proyectado desde el siglo XVI en los ámbitos social, literario, artístico, religioso, cultural y político. Y “Nación es la posesión de un sentimiento social que produce en los miembros de la comunidad el deseo de estar bajo el gobierno de ellos mismos”. En otras palabras, es una emoción colectiva con voluntad de poder. John Stuart Mill, Del Gobierno Representativo, 1860. 101

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así se le llamó. No América española sino, en tiempos de Hidalgo, América Septentrional (esto es, América del Norte, en oposición a Meridional, a la América del Sur) y en tiempos de Morelos, América mexicana. Esta nación, con todas sus contradicciones étnicas, económicas, sociales y culturales, con sus luces y sus sombras, con su opulencia y su indigencia, con sus espléndidos frutos espirituales y sus vergonzosas miserias morales, con sus fortalezas y debilidades, con su pasado desigual y su futuro propio, no pertenecía a España sino a América; no era de los europeos sino de los americanos, y ya no debía ser gobernada por los “gachupines” sino por los “criollos”. Ahora bien, para hacerla transitar de su carácter de nación colonial, sometida y subyugada, a la de nación soberana, libre e independiente, no sólo de España sino de “cualquiera otra nación, gobierno o monarquía” –como lo señalan los Sentimientos de la Nación-, los americanos –criollos, indios, africanos, asiáticos y castas- requerían una herramienta política que hiciera viable y posible la transición; es decir, necesitaba los órganos políticos de los que estaban apoderados los peninsulares, para modificarlos conforme a sus intereses históricos, promulgar leyes, ejecutarlas y hacer justicia. Los americanos necesitaban el poder político de la nación. Necesitaban, pues, apropiarse del Estado colonial -expropiárselo a los peninsulares-, modificar su estructura, cambiar sus finalidades, nacionalizarlo y hacerlo pasar de Estado colonial a Estado nacional. Por otra parte, los derechos del pueblo estaban tan íntimamente vinculados a los derechos de la nación, que formaban un solo cuerpo; pero los derechos del hombre y del ciudadano constituían el fundamento y razón de ser de todos los demás. Estos derechos, según Hidalgo, eran derechos fundamentales, inalienables e imprescriptibles, derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos. También había una mística alrededor de estos derechos naturales. Así, pues, el movimiento de independencia no estaba proyectado para hacer descansar a la nación sobre el desorden, la sangre, el pillaje, el saqueo, la injusticia y la arbitrariedad –males consecuentes e inevitables en toda lucha armada-, sino sobre tres cuerpos ideológicos y jurídicos organizados e integrados entre sí.

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a) Derechos de la nación. El derecho fundamental de la nación era el de asumir y ejercer libremente la soberanía, es decir, el poder supremo, con independencia de cualquiera otra potencia, gobierno o monarquía. Este derecho fue planteado por primera vez en julio de 1808 con base en las leyes de Indias y en las leyes de Partida, y trató de ejercerse en forma pacífica. “Nadie tiene derecho -declaró el regidor Juan José Francisco de Azcáratea atentar contra los respetabilísimos derechos de la Nación”. Consecuentemente, “ninguno puede nombrar soberano a la Nación sin su consentimiento”. Cualquier designación hecha por Napoleón o el duque de Murat e incluso por Carlos IV o Fernando VII era nula. 102 Sin embargo, al conjurarse los españoles la noche del 15 al 16 de septiembre de ese año para dar golpe de Estado, aprehender al virrey, encarcelar a los miembros del ayuntamiento de México, asesinar al licenciado Francisco Primo de Verdad y al doctor Melchor de Talamantes, y anular la convocatoria al congreso nacional americano, los derechos de la nación habían quedado vulnerados. En las conspiraciones de 1809 y 1810, aunque la atención se centró en los aspectos militares para tomar el poder, no se descuidó el capítulo político. Al contrario: el poder se tomaría militarmente para garantizar su realización. Y desde el 28 de septiembre de 1810 hasta días antes de ser aprehendido, Hidalgo formularía por escrito el mismo plan –como después se verá- en forma clara, breve, explícita y contundente. En todo caso, el Generalísimo de las armas americanas y Protector de la Nación sustentaría el principio de autodeterminación recurriendo a evidencias inobjetables. En todos los lugares, el similar quiere ser gobernado por su similar: entre las naciones cultas, los franceses por franceses; los italianos El ayuntamiento de México aprobó unánimemente en julio de 1808 solicitar al virrey, entre otras cosas, que mantuviera el reino fuera del alcance no sólo de los franceses y su emperador sino también “de toda otra potencia, aún de la misma España..., aún cuando para ello se le presenten órdenes del señor Carlos IV o del príncipe de Asturias bajo la denominación de Fernando VII”. Acta del ayuntamiento de México en la que se declara se tenga por insubsistente la abdicación de Carlos IV y Fernando VII en favor de Napoleón, de 19 de julio de 1808, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit. 102

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por italianos, y los ingleses por ingleses, y entre las naciones bárbaras del nuevo continente, los tarahumaras por tarahumaras, los apaches por apaches, etc. Hasta los españoles querían ser gobernados por españoles, no por franceses. Tal era la razón elemental por la cual los americanos querían ser gobernados por americanos. Se trataba un derecho natural incuestionable y fácil de entender. Nadie podría evitar que se cumpliera.103 Más tarde, en 1814, bajo la influencia de José Ma. Morelos y Pavón, el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana -llamado coloquialmente Constitución de Apatzingán- declararía que “ninguna nación tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su soberanía”. Agregó, en clara referencia al nacimiento histórico de la nación, que “el título de conquista no puede legitimar los actos de la fuerza”. Y postuló el principio de que quien lo intente, pueblo o gobierno, debe ser obligado por las armas a respetar el Derecho Convencional de las Naciones, esto es, el Derecho Internacional.104 b) Derechos del pueblo. Este asunto, como se señaló anteriormente, está íntimamente vinculado con el anterior. El principal de los derechos del pueblo es establecer, alterar, modificar o abolir su forma de gobierno. Conforme a la doctrina jurídica hispánica, el reino de Nueva España siempre había estado bajo la soberanía del rey, no de España. Al desaparecer el rey, la soberanía había recaído en el pueblo; en España, en el pueblo español, y en la América Septentrional, en el pueblo americano, cuyo reino, llamado Nueva España, tenía personalidad jurídica propia. El pueblo es la suprema fuente del derecho, del poder y de la justicia. Correspondía a éste decidir el tipo de régimen político bajo el cual quería organizarse, vivir y prosperar. Regresara o no el rey a su trono, este principio debía mantenerse inalterable. Si el rey volvía al trono y pretendía reasumir la representación de este Miguel Hidalgo y Costilla, Manifiesto sobre la autodeterminación de las naciones (borrador inacabado), Guadalajara, diciembre de 1810, en José Antonio Martínez A., Miguel Hidalgo, Documentos por la Independencia, México, Edición Conmemorativa de la H. Cámara de Diputados LVIII Legislatura, H. Congreso de la Unión, 2003, pp. 131-132. 103

Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana, Apatzingán, 22 de octubre de 1814, art. 9. 104

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reino, no sería más que por voluntad del pueblo. Si quería conservar su autoridad soberana sobre él, debía respetar dicha voluntad. La tesis de que la soberanía había sido reasumida por el pueblo, formulada por el licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos, había sido declarada herética y anatemizada en agosto de 1808.105 Sin embargo, con base en este principio, el ayuntamiento de la capital del reino había propuesto que se convocara un congreso nacional; que éste legitimara a los miembros de los demás órganos del Estado, incluyendo al titular del poder ejecutivo, antes virrey y ahora “encargado provisional del reino” o “verdadero y legal lugarteniente del rey”, y que eventualmente decidiera la forma jurídica de la nación. El pueblo en armas se reunió en septiembre de 1810, en Celaya, para ejercer sus derechos políticos, al elegir a Hidalgo, por aclamación, como máximo jefe político y militar de la nación. La elección se hizo en presencia de cincuenta mil hombres. Las ciudades, villas y otros lugares, ratificaron formal y solemnemente los resultados de tal elección. En octubre, en Acámbaro, otra asamblea elegiría al mismo Hidalgo generalísimo, por aclamación, por más de ochenta mil hombres, con el mismo título de Protector de la Nación. Al reunir al pueblo y convertirlo en fuente del poder, Hidalgo demostraría no sólo en teoría sino también en la práctica que la soberanía dimana del pueblo. Al mismo tiempo, en su calidad de jefe de la nación beligerante -en lucha por su independencia-, expresaría y ejecutaría la voluntad del pueblo, que era la de establecer los órganos del Estado soberano: un congreso constituyente, un ejecutivo con amplias facultades y un poder judicial autónomo. La Constitución de Apatzingán de 1814 reafirmaría en fórmulas jurídicas que la soberanía dimana del pueblo; que el pueblo tiene el derecho de establecer, alterar, modificar o El síndico del común licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos expuso que en las presentes circunstancias la soberanía había recaído en el pueblo y citó a varios autores para probarlo, entre ellos, según el acta, a Samuel von Puffendorf. El inquisidor decano Bernardo de Prado y Ovejero, por su parte, aprovechó la oportunidad para tachar de “proscrita y anatemIZADA” DICHA TESIS. CFR. RELACIÓN DE LOS PASAJES MÁS NOTABLES OCURRIDOS EN LAS JUNTAS GENERALES... 16 DE OCTUBRE DE 1808, EN GARCÍA, GENARO, OP. CIT., T. II, P. 136. 105

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abolir su forma de gobierno, y que si tres son los atributos de la soberanía, tres deben ser los poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial.106 c) Derechos del hombre y del ciudadano. Trátase de los derechos civiles, entre ellos, los de libertad, igualdad, propiedad y seguridad, así como de los derechos políticos: votar y ser votado a los órganos de representación popular, de cuyo goce y ejercicio serían excluidos únicamente los que se opusieran a la independencia de la nación. La abolición de la esclavitud y la supresión de las castas harían posible el ejercicio inmediato de este conjunto de derechos, principalmente los derechos políticos. Este capítulo no fue tratado en 1808 ni en las conspiraciones de 1809 y 1810. Sin embargo, según Hidalgo, si se quería que el Estado nacional se levantara sobre el principio de la soberanía popular y estaba dispuesto a asumir el poder supremo, esto es, la soberanía, con independencia de cualquier otro poder, era necesario definir su finalidad suprema. Los órganos del Estado debían configurarse para garantizar al individuo el disfrute y el ejercicio de sus derechos y libertades fundamentales. Sin tal misión, el Estado independiente no tendría razón de ser. Sería un Estado tan opresor como el que existía. No eran los individuos los que estaban al servicio del Estado nacional sino éste el que debía proteger y servir a los individuos y asegurar el goce y ejercicio de sus libertades y derechos “inalienables”. A diferencia del “mal gobierno”, que apoyaba a los que saqueaban las riquezas del reino, explotaban a sus habitantes y los trataban como cosas o animales, el Estado, además de abolir la esclavitud y suprimir las castas, debía ofrecer seguridad a todos los habitantes, moderar la opulencia y la indigencia, y alejar la ignorancia, la rapiña y el hurto, como lo señalarían posteriormente los Sentimientos de la Nación. En 1814, la Constitución de Apatzingán, en seguimiento de esta línea de ideas, proclamaría que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales y señalaría que son precisamente la libertad, la igualdad, la propiedad, la seguridad. Además, establecería como derechos Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana, Apatzingán, 22 de octubre de 1814, arts. 2, 3, 4 y 5. 106

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del ciudadano los de votar y ser votado a los órganos de representación popular. Y excluiría de su goce y ejercicio únicamente a los que se opusieran a la independencia de la Nación.107 9. PLANTEAMIENTO DE LOS ELEMENTOS DE FUERZA Enterados, pues, Hidalgo y Allende, de que varios conjurados de Querétaro habían sido detenidos y de que era probable que también ellos lo fueran, empezaron a hacer valer la voluntad política de la Nación por medio de la fuerza. La fuerza ha sido, es y será el rasgo distintivo del Estado. Es el Estado el único aparato capaz de organizar y legitimar la violencia. Y al revés: la violencia no puede ser organizada legítimamente más que por el Estado, porque el Estado es el aparato de la violencia organizada. De este modo, durante la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810 se hizo valer la voluntad de la Nación. Se fundó la primera piedra del Estado nacional. Se inició la guerra de hechos, ya que la de las ideas, como se señaló antes, venía de más atrás. Se lanzó un grito de guerra. Un ¡ya basta! Un ¡hasta aquí! Se dio la respuesta digna a los conjurados de aquella fatídica noche del 15 al 16 de septiembre de 1808 que habían dado golpe de Estado para aplastar los derechos de la nación. Se inició el dramático periodo de transición. A la violencia peninsular se opuso la violencia americana; a la organización política de aquellos, la de estos; a la sólida estructura del Estado colonial, el pujante germen del Estado nacional. Durante la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, Hidalgo dio instrucciones a sus hombres de que ejecutaran este plan, por lo menos en Dolores; es decir, que aprehendieran a los españoles, que los sustituyeran en los cargos públicos por americanos y que se convocara a los vecinos de las rancherías cercanas para que se congregaran la mañana siguiente a fin de invitarlos de que se sumaran a la lucha. Allende, por su parte, ordenó a un pelotón de su regimiento (los dragones de la reina) que se pusiera en estado de alerta. Luego entonces, desde sus comienzos, la composición 107

Ibidem, arts. 13, 14, 15, 16, 24 y 58.

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social del ejército de la independencia procedió de dos fuentes distintas: militares y pueblo; pero decir pueblo es decir mucha gente. El concepto de pueblo, según Hidalgo, está compuesto por todos los individuos, salvo los de la nobleza y el alto clero; es decir, por burgueses, hacendados, rancheros, mineros, campesinos, artesanos, profesionistas liberales, comerciantes, cuadros medios de la milicia y del clero, trabajadores domésticos y esclavos. Y está formado por todas las razas de América: españoles americanos -también llamados criollos-, indios, africanos, asiáticos y castas. En el curso de la mañana del 16 de septiembre se da el famoso grito. A partir de este momento se inicia el proceso de formulación de las ideas. No hay ningún documento que acredite lo que dijo Hidalgo en el atrio de Dolores ni cuál fue su mensaje político; pero hay indicios que permiten suponerlo.108 Aldama declaró en su proceso que al llegar al pueblo como seiscientos hombres de a pie y de a caballo, desde a las cuatro hasta las once de la mañana, Hidalgo les dijo que el gobierno español de México tenía la intención de entregar el reino a los franceses y los convocó a luchar contra su opresión; ofreció suprimir los tributos, y los que se alistaran recibirían, los de a caballo, un peso, y los de a pie, cuatro reales.109 Hidalgo, por su parte, rectificó lo de los franceses: no se acuerda haberlo tomado como pretexto, aunque sí haberlo oído decir y lo dejó correr, porque no dejaba de contribuir al logro de [sus propósitos]”.110

Pedro José Sotelo, uno de los testigos del evento, escribió sesenta y cuatro años después del inicio de la insurrección, que en 1809 Hidalgo le dijo confidencialmente: “le negamos obediencia al rey de España y seremos libres”, y que en la noche del 15 al 16 de septiembre dijo a los que se habían reunido, no en el atrio de la parroquia, sino en la calle, desde la ventana de su casa: “viva nuestra señora de Guadalupe y viva la independencia”, sin hacer ninguna referencia a Fernando VII. Memoria del último de los primeros soldados de la independencia, Pedro José Sotelo, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 178, pp. 320-323. 108

Aldama tampoco expresó que Hidalgo hubiese alzado la voz en defensa de Fernando VII. Declaración de Juan Aldama, idem, t. I, n. 37, p. 66. 109

Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, Respuesta a la 5ª pregunta, idem, t. I, n. 2, p. 10. 110

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En todo caso, lo que se escuchó el 16 de septiembre de 1810, más que el grito de un hombre, fue el grito de un pueblo irritado que reclamaba su libertad y sus derechos. Al salir Hidalgo de la villa de Dolores con sus hombres -el domingo 16 de septiembre-, los campesinos, soldados, rancheros y hacendados que lo rodeaban, se convirtieron de pronto en un ejército. Pero no es fácil improvisar ejércitos. Es necesario organizarlos, armarlos, adiestrarlos y disciplinarlos. Eso requiere tiempo, y eso es justamente lo único que no tenía esa pequeña y loca insurrección en la que todos sus participantes se jugaban la vida. El obispo electo Abad y Queipo señala: Esta gran sedición comenzó en Dolores con doscientos hombres y pasaba de veinte mil cuando llegó a Guanajuato. Se engrosa-ba de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, como las olas del mar con la violencia del viento.111

Hidalgo corregiría a su amigo: fueron quince al principio y cincuenta mil antes de llegar a Guanajuato. Por lo pronto, al marchar hacia San Miguel, los soldados de Allende levantaron la efigie de Fernando VII, y al llegar a Atotonilco, Hidalgo tomó en sus manos el estandarte de la virgen de Guadalupe y lo hizo llevar delante de su gente: tales fueron los primeros símbolos de la independencia. Aunque unidos contra la dominación española, hombres y símbolos chocaron inmediatamente entre sí. Hidalgo mandó a seis sacerdotes capellanes que preguntaran a los congregados de Atotonilco que a quién preferían, si a Fernando o a Guadalupe. El primero había llegado para conquistarlos y someterlos; la segunda, para ampararlos y protegerlos. O se hacía la independencia en nombre de Fernando VII para conservarle sus dominios, como se había planeado durante los dos años anteriores y lo sostenía Allende, o se hacía la independencia en nombre de la nación, para que ésta alcanzara su propio destino, como lo proponía Hidalgo. O la nación mantenía el sistema de privilegios y de opresión, en nombre de un monarca lejano, o aprovechaba esa coyuntura para establecer un régimen de libertad, igualdad y justicia bajo un gobierno propio. O la nación seguía fernandina o se convertía Carta Pastoral del obispo electo Abad y Queipo relativo al movimiento de la insurrección, 16 septiembre 1812, idem, t. IV, n. 118, p. 440. 111

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en guadalupana.112 No se designó de inmediato un jefe supremo. Hubo cierta ambigüedad al respecto. Los dos, Hidalgo y Allende, eran los jefes. Se habían aliado, pero eso no significa que no hubiera lucha entre ellos por el mando supremo. Aunque Allende había pasado un año organizando conspiraciones y fraguando planes, Hidalgo tomó la iniciativa de la acción. Un informe del 11 de septiembre, cinco días antes del grito, señala que, aunque al “capitán Allende dan el título de general… El doctor Hidalgo… es el principal motor y quien sugiere las ideas”.113 Varios días después, el 19 de septiembre, al estar frente a las puertas de Celaya, aún no se ha designado jefe máximo. La intimación para que se rinda la ciudad la firman los dos; pero el nombre de Hidalgo va en primer lugar, Allende en segundo. Frente a Celaya, ambos jefes hicieron saber a las autoridades municipales que lo que quería el improvisado ejército insurgente no era otra cosa que asegurar las personas de todos los españoles europeos. La intimación contiene un ofrecimiento y dos advertencias. El ofrecimiento: si se entregaren a discreción, serán tratadas sus personas con humanidad. Y las advertencias: Primera: si por el contrario, se hiciere resistencia por su parte y se mandase dar fuego contra nosotros, se tratarán con todo el rigor que corresponda a su resistencia. Segunda: en el mismo momento que se mande dar fuego contra nuestra gente, serán degollados setenta y ocho europeos que traemos a nuestra disposición.114 “Al pasar por Atotonilco tomó una imagen de Guadalupe en un lienzo que puso en manos de uno para que la llevase delante de la gente que le acompañaba, y de ahí vino que los regimientos pasados y los que se fueron después formando tumultuariamente, igualmente que los pelotones de la plebe que se le reunió, fueron tomando la misma imagen de Guadalupe por armas, a la que al principio agregaban generalmente la del señor don Fernando Séptimo y algunos también la del Águila de México...” Respuesta de Hidalgo a la pregunta 12 del cuestionario a que fue sometido por el tribunal militar, Chihuahua, 7 de mayo de 1811, idem, , t. I, n. 2, p. 13. 112

D. Juan Ochoa de Querétaro denuncia al virrey los preparativos para iniciar la revolución de independencia, idem, t. II, n. 28, p. 66. 113

Se intima rendición al ayuntamiento de Celaya, Celaya, 19 de septiembre de 1810, idem, t. II, n. 35, p. 78. 114

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Desde que se afirma la voluntad del pueblo en armas, queda planteada la lucha a muerte. No surge ninguna duda sobre la dramática suerte que tendrán los españoles, sean combatientes o prisioneros. Si se someten al nuevo poder político americano serán tratados con consideración y clemencia; si se resisten, todos –prisioneros y combatientes- encontrarán la muerte.115 10. DEFINICIÓN DE LAS TENDENCIAS Ahora bien, lo que omite la intimación anterior es tan importante o más que lo que expresa. No hay que pasarlo por alto: primero, que ya ha surgido un poder político nuevo, americano, claramente definido, dentro de las entrañas mismas del poder político español; segundo, que el poder beligerante está decidido a ejercer su voluntad política, vale decir, su ley, por medio de la fuerza, frente a la fuerza organizada y contundente del estado antagónico, y tercero, que el poder emergente es representado por dos criollos, uno eclesiástico y otro militar, Hidalgo y Allende, en su orden, mientras que el enemigo lo es por los españoles del sistema político bajo el mando del nuevo virrey Francisco Javier Venegas, acabado de llegar.116 Luego entonces, el plan es Esta advertencia se cumplió de principio a fin. En algún lugar entre Valladolid y Guadalajara se expidió un bando, es decir, una ley compuesta por nueve artículos, que entre cosas, señala: “Cuando seamos amenazados de sitio y combate, antes de entrar en él y en el mismo hecho de cometer hostilidades, pasaremos a cuchillo a los muchísimos europeos que estén en nuestras manos y después seguiremos la suerte de las armas”. Cfr. Manifiesto del señor Hidalgo expresando cuál es el motivo de la insurrección concluyendo en nueve artículos, idem, , t. I, n. 51, pp. 119-120. Días antes de caer prisionero, Hidalgo reiteró: “Han perecido muchos europeos y seguiremos hasta el exterminio del último, si no se trata de una racional composición”. Cfr. Proposición de don José de la Cruz al señor Hidalgo para que se le indulte y contestación de éste y Allende, Saltillo, marzo de 1811, idem, t. II, n. 207, p. 404. 115

Dice Alamán que Allende, Aldama e Hidalgo, empuñando el estandarte de la virgen de Guadalupe, entraron en Celaya el 21 de septiembre “con toda solemnidad”, seguidos por la música del Regimiento de la Reina integrada por cien dragones, al mando de un oficial que portaba el retrato del rey. Detrás de ellos entró una multitud de hombres a caballo, y al final un contingente de indios “sin orden alguno”; que Hidalgo informó a los vecinos principales y a los miembros del ayuntamiento que los europeos serían deportados, y que se proclamó capitán general, Allende, teniente general, y Aldama, Abasolo y otros jefes, mariscales. Cfr. Lucas Alamán, op. cit., t. I, pp. 354-357. 116

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simple: desplazar de sus cargos a los europeos por cualquier medio, pacífico o violento, y sustituirlos por americanos. Dos días después de la toma de Celaya, el viernes 21 de septiembre, las tendencias políticas del movimiento se desarrollan, se definen y se resuelven. Para saber qué ha pasado, es necesario analizar dos documentos que intiman la rendición de Guanajuato. De ellos resaltan los siguientes elementos: que ya no hay dos jefes iguales en autoridad sino uno supremo: Hidalgo, con el grado de capitán general, y el otro subordinado, Allende, con el de teniente general; que sólo aquél firma la nueva intimación, ya no acompañado por éste; que además de su naturaleza militar, Hidalgo ostenta un cargo político: el de protector de la nación, es decir, jefe de Estado y de gobierno, y que éste no actúa en nombre del rey sino en el de la nación.117 Si se recuerda que el virrey, en el marco de la legislación indiana, tenía entre otros títulos el de capitán general y protector de los indios, no es difícil llegar a la conclusión de que Hidalgo, como capitán general y protector de la nación americana, sería la contrapartida del virrey; es decir, el encargado de facto del Estado nacional, el titular de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial de la nación insurrecta y el comandante supremo de las fuerzas armadas.118 Documentos intimando rendición al intendente Riaño de Guanajuato, Hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 53, pp. 116, 117. 117

Pareciera que para que el Estado exista se requiriese que sus órganos, entre ellos el jefe de Estado, tengan una magna y fija sede. Normalmente es así; pero el Estado no deja de existir, aunque dichos órganos se alojen en sedes pequeñas y provisionales o en la clandestinidad. Lo importante es que el Estado ejerza jurisdicción sobre una población asentada en un determinado territorio y que dicha población lo reconozca expresa o tácitamente. A partir del 16 de septiembre, el territorio insurgente fue agigantándose con rapidez; la población organizada políticamente en ese territorio fue aumentando, y el poder político ejercido por Hidalgo, en su calidad de jefe del Estado nacional en armas, se hizo sentir de inmediato dentro del territorio y sobre la población que fue cayendo bajo su jurisdicción, mientras hacía la guerra contra el Estado español enemigo. Algo semejante ocurriría medio siglo más tarde, durante el gobierno del presidente Benito Juárez, en que el territorio y la población bajo su autoridad se redujeron a su mínima expresión -sobre todo en la época de la intervención francesa-, a pesar de lo cual, dicho presidente nunca dejó de representar al Estado mexicano y dicho Estado nunca dejó de existir. 118

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¿Con qué derecho se rebelaba contra el orden hispánico establecido? ¿Con qué derecho encarnaba la voluntad de una nación irritada? ¿Con qué derecho utilizaba la fuerza para fundar un nuevo orden nacional independiente? Ya se expuso el conjunto de derechos en los que se basó Hidalgo para justificar su proceder. En el tribunal de sus enemigos respondería secamente: Con el derecho que tiene todo ciudadano cuando ve a su patria en peligro de perderse.119

¿Quién le había dado sus títulos políticos y militares? No ciertamente el monarca, legítimo proveedor de los favores reales, porque no existía. Tampoco los comerciantes y magistrados de la audiencia en Nueva España, que habían puesto y depuesto a los encargados del reino como si fueran sus mayordomos. Sus títulos eran fruto de una elección democrática. No le habían sido conferidos por el rey sino por el pueblo en armas. El principio de que la soberanía dimana del pueblo, pues, como se dijo antes, se da no sólo en el ámbito de la teoría sino también en el de la práctica. El poder político americano es desde sus orígenes de origen popular. No dimana de la multitud ni de la chusma desorganizada, ni de la plebe que se consagra al saqueo después de las batallas y menos de la canalla que participa en los asesinatos de europeos -a la que se refiere despectivamente el propio Hidalgo y contra la cual llega a dictar severas medidas-, sino dimana del pueblo. El pueblo se convierte en un concepto político. Es el conjunto de ciudadanos organizados civil y militarmente para ejercer sus derechos así como para gobernarse a sí mismos en el territorio que les pertenece. El pueblo es algo más que la población o, si se prefiere, es la población organizada militar y políticamente. Población organizada militarmente, porque el jefe supremo ha sido electo por el numeroso ejército que comando, dice Hidalgo, y dicho ejército está formado, no hay que olvidarlo, no sólo por el regimiento de los “dragones de la reina” sino también por rancheros, hacendados, mineros, campesinos, Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 32, en Hernández y Dávalos, op. cit., t. I, n. 2, p. 18. 119

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jornaleros y esclavos, o, si se prefiere, por americanos, es decir, por criollos, indios, africanos, asiáticos y castas. Población organizada civilmente, porque la elección democrática que ha ungido a Hidalgo como Capitán General y Protector de la Nación en los campos de Celaya, ha sido ratificada por las autoridades políticas de esta ciudad a presencia de cincuenta mil hombres así como por todos los lugares por donde he pasado, según lo informa el propio Hidalgo. La organización no es sólida, acabada, definitiva, por supuesto, sino un intento por convertir a la muchedumbre en cuerpo político y militar, el cual corría el riesgo de ser disuelto por los fuertes vientos adversos de la primera tempestad; pero que, por lo pronto, materializa una voluntad colectiva que da cimiento y fortaleza al Estado nacional en proceso de formación. En su calidad de encargado de facto de los poderes del estado beligerante, Hidalgo se considera investido de las amplísimas facultades que ejerce en forma ilimitada y absoluta. Tal es la razón por la que señala: Estoy legítimamente autorizado por mi Nación para los proyectos benéficos que me han parecido necesarios en su favor.

Dichos proyectos, por cierto, no sólo beneficiarán a los

propios sino también a los extraños que decidan fundirse con los propios: Son igualmente útiles y favorables a los americanos y a los europeos que se han hecho el ánimo de residir en este reino”.

Y son simples y llanos: se reducen a proclamar la independencia y libertad de la Nación.120

A partir del 21 de septiembre, al ser electo Hidalgo como jefe del Estado americano en pie de guerra, queda definida la Documentos intimando rendición al intendente Riaño de Guanajuato, Hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810., idem, t. II, n. 53, pp. 116117. 120

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naturaleza del movimiento: la independencia se alcanzará, no en nombre de Fernando VII –ni tampoco contra él- sino en nombre de la nación, contra el gobierno español usurpador. Una semana más tarde, el 28 de septiembre, dicho primer jefe lo ratificará expresamente. Y caída la plaza de Guanajuato, lo reconocerá públicamente ante el ayuntamiento de la ciudad, al declarar: Fernando VII es un ente que ya no existe y el juramento ya no obliga.121

A partir de este momento, pues, Hidalgo revela los matices antimonárquicos de su pensamiento político, y los acentuará en diferentes ocasiones, como lo declaran diversos testigos y lo reconocen varios historiadores. Desde 1800 había sido denunciado ante el tribunal de la inquisición por censurar “el gobierno monárquico”, desear “la libertad francesa en esta América” y decir que “los soberanos eran unos déspotas tiranos”.122 El 28 de septiembre tronó en Guanajuato contra un “ente” inexistente. En Valladolid, el 19 ó 20 de octubre de 1810, Allende percibió que “ya no era del agrado de Hidalgo que se mentase el nombre de Su Majestad”. 123 En Guadalajara, en el mes de diciembre, dice Alamán que “Hidalgo dejó caer en el olvido el nombre de Fernando VII, cuyo retrato hizo quitar del dosel bajo el cual recibía en público, e igualmente fueron desapareciendo los vivas y cifras de su nombre que todavía llevaban los sombreros… (además) ahora empezó a insinuar en los impresos y de palabra que estaban rotos todos los vínculos que ligaban a estos países con el trono español”.124 En los primeros días de 1811, en Saltillo, como dice López Rayón, se esparció la noticia de que “el Generalísimo Hidalgo, altamente indignado con los tiranos, iba a romper cuantos lazos habían estrechado a esta parte de América con su metrópoli, declarando por artículo primordial Pública vindicación del ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato, 15 de enero de 1811, idem, t. II, n. 206, p. 394. 121

Antonio Pompa y Pompa, Procesos inquisitorial y militar seguidos a D. Miguel Hidalgo y Costilla, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1985, p. 37. 122

Causa instruida en contra del generalísimo don Ignacio Allende, 10 de mayo-23 de junio de 1811, en García, Genaro, op. cit., t. VI, pp. 31-32. 123

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Lucas Alamán, op. cit., t. II, p. 70.

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su total independencia del trono de los Borbones”.125 11. LA EXPLOSIÓN INICIAL Se ha criticado a Hidalgo por haber permitido la espantosa matanza que ocurrió en la batalla de Guanajuato. Pero ya se dijo que la política es fuerza. El lenguaje de la política es el de la fuerza. No es el único lenguaje, pero sí el decisivo. El lenguaje de la política se expresa desde los más aterciopelados, sutiles y diplomáticos modales, hasta las más descarnadas, crueles y desalmadas formas. La guerra no es más que la expresión suprema -la más dura, la más cruel, la más sangrienta- de la política, y se hace sentir cuando todas las demás formas de la política y del lenguaje político han fallado. La frase del barón von Clausewitz es suficientemente ilustrativa al respecto: “La guerra es la prolongación de la política por otros medios”. Decidido Hidalgo a participar en un movimiento que tiene como lenguaje el de la fuerza, no vacila en manejarlo en todas sus manifestaciones, desde las más delicadas hasta las más temibles, y en todos los ámbitos: civiles, militares, políticos y religiosos. Hay quienes lo censuran por haber preferido el terror en lugar de la diplomacia. Hubieran querido verlo arrojando flores -no metralla- al enemigo. Sin embargo, la actitud del rector del Colegio de San Nicolás, más que criticable, es sorprendente y admirable. Si los peninsulares no tenían más lenguaje que el de la fuerza para hacerse entender y obedecer, era imperativo responderles en su propio lenguaje. La fuerza, en condiciones dadas, es el único elemento legitimador de un sistema político y jurídico que se niega a seguir dependiendo de otro. Si la vieja ley española era la expresión de la fuerza opresora, la nueva fuerza americana tendría que ser fuente de la nueva ley liberadora. Ya se señaló que el problema de la jefatura del movimiento nacional se define a las cuarenta y ocho horas de la caída de Celaya; pero se ignora cómo. El comandante Bracho, fiscal de la causa militar seguida contra Hidalgo, nos ofrece una Opinión del señor Rayón sobre la publicación del acta de independencia de Chilpancingo, noviembre 1813, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 285, p. 875. 125

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pista al respecto. Dice que aquél (Allende) fue el primer movedor de la revolución, mas por éste (por Hidalgo) se decidió su mentida oficialidad, nombrándolo capitán general en la junta de Celaya...126

Esto significa que la jefatura se acordó en consejo de guerra. Allende lo confirma al señalar que el primer nombramiento de jefes se hizo con acuerdo “de toda la gente que estaba allí reunida”.127 Los miembros del consejo de guerra se inclinaron por Hidalgo, al parecer, por haber tomado la iniciativa de la acción, que le hizo ganar autoridad moral entre los implicados, y por saber exactamente lo que quería la nación, así desde el punto de vista político y militar, como social e individual, lo que habría acrecentado y fortalecido su autoridad. Además, Allende sentía cierta aversión al mando, según lo confesó él mismo. Lo intimidaba la responsabilidad. Lo reconoció en el proceso que se le formó. Llegó a decir ante el tribunal que nunca quiso aceptar cargo alguno, ni siquiera el de regidor en San Miguel el Grande, porque carecía de talento para gobernar.128 Esto es falso, naturalmente, lo de su aversión al poder. El militar tenía tanta o más ambición política que el cura. Lo demostró antes, al participar en todos los grupos conspirativos, y lo demostraría después, a lo largo del proceso insurreccional, como se observará oportunamente. Pero, paradójicamente, también es verdad que temía la 126

Causa de Hidalgo (después del n. 13), idem, p. 31.

Causa instruida contra el generalísimo don Ignacio Allende. 10 de mayo23 de junio de 1811. Respuesta a la pregunta 34, en García, Genaro, op. cit., t. VI, p. 32. 127

El declarante Allende “se excusó, dando por fundamento... el no tener talentos para gobernar, y por eso le cuadraba más bien obedecer que mandar; que lo mismo ha sucedido después, en la insurrección, en el mando que se le confirió, pues en cuantas juntas tuvieron les manifestó su repugnancia e ineptitud, para que pusiesen el mando en otro sujeto que les pareciese. También podrán decir el gobernador de la Mitra de Guadalajara, Villaseñor, y el doctor Maldonado, cómo el declarante les significó, manifestándoles... que si se lograban los intentos de la insurgencia, que era el que se estableciese una Junta de Gobierno en México para la seguridad del reino, el declarante pensaba renunciar de todo, porque no se reconocía apto para ello”. Cfr. Causa instruida contra el generalísimo don Ignacio Allende, respuesta a la repregunta 22, 10 de mayo-23 de junio de 1811, en García, Genaro, op. cit., t. VI, p. 61. 128

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responsabilidad del poder. Por lo pronto consideró que era mejor por ahora no tener el mando supremo, aunque luego lamentaría su decisión. Su actitud siempre sería igualmente dramática y desgarradora. No teniendo suficiente poder, lucharía por tenerlo, y al alcanzarlo, se esforzaría por desembarazarse de él, como también se verá. El caso es que, al celebrarse los primeros consejos de guerra, los dos jefes calibraron sus fuerzas ante la oficialidad y ésta se orientó a favor de Hidalgo, influenciada probablemente por el propio Allende. Decidida la cuestión en petit comité, se sometió después a la consideración de una asamblea militar formada por cuatro columnas de mil hombres cada una, y de otra asamblea civil de gigantescas proporciones, que formaba la reserva del improvisado ejército insurgente, en espera de armas. La primera se mantendría en sus límites; la segunda, en cambio, llegaría a crecer monstruosamente. Ambas asambleas, como se dijo antes, eligieron a Hidalgo capitán general y protector de la nación, y a Allende, teniente general; a ambos, por aclamación. El viernes 21 de septiembre, el propio Hidalgo se encarga de relatar el suceso: El movimiento ha tenido lugar en el pueblo de Dolores la noche del 15 del presente. Su principio, ejecutado con el número insignificante de quince hombres, ha aumentado prodigiosamente en tan pocos días, que me encuentro actualmente rodeado de más de cuatro mil hombres, que me han proclamado su Capitán General.129

El poder político americano, sostenido por el instrumento armado nacional creado en el término de una semana -bajo sus órdenes-, tiene un objetivo preciso. No es ocioso repetirlo: “deseamos ser independientes de España y gobernarnos por nosotros mismos”.130 Es un poder beligerante nacido de la entraña popular, creado para el combate, que logrará resolver adecuadamente sus contradicciones internas; pero que al agudizarse éstas, lo harán padecer inevitablemente espasmos y convulsiones de agonía. 12. AMISTAD IMPOSIBLE Se intima rendición por primera vez al Intendente de Guanajuato, 21 de septiembre de 1810, en Martínez A., José Antonio, op. cit., pp. 54-57. 129

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Ibidem.

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Por lo pronto, durante los cuatro meses siguientes, Hidalgo será el titular del Estado nacional -en proceso de formación-, esto es, del sistema que organiza la violencia americana, del aparato que la expresa, de la máquina que la mueve, del timón que la conduce y de la herramienta que la ejecuta. Está al mando del poder civil y militar de la nación en pie de guerra. Es entonces cuando intima dos veces a su amigo Juan Antonio Riaño, intendente y gobernador de Guanajuato, a que rinda la plaza. En ambas intimaciones corren, entre líneas, fuertes sentimientos de amistad. La primera intimación ha sido cuestionada por algunos historiadores. La consideran apócrifa. Sin embargo, mientras no demuestren que lo es -y nunca lo han demostrado- nada ha impedido presumir su autenticidad. Además, apócrifa o auténtica, no quita ni agrega nada a los acontecimientos, que son y seguirán siendo los mismos. Pues bien, en la primera intimación, Hidalgo informa al intendente Riaño que trae consigo muchos españoles prisioneros, cuya vida y propiedades serán respetadas, aunque sean deportados. No le advierte que los pasará a cuchillo si no entrega la plaza, como lo hiciera antes con el ayuntamiento de Celaya. Se limita a decirle que si él no se somete al nuevo orden, no responderá de las consecuencias. 131 Le confiesa sus más íntimos sentimientos: que privará en Guanajuato a todos los españoles de su libertad, aunque sólo el tiempo necesario; después los enviará a España, a donde pertenecen. En cuanto a sus bienes, no los perderán, pero ya no los usufructuarán. Sus intereses quedarán a cargo de sus familias o de algún apoderado de su confianza. La Nación les asegura la debida protección; yo, en su nombre, protesto cumplirlo religiosamente.132

Aunque Hidalgo admite en este documento que el movimiento que encabeza ha sido antes del tiempo prefijado, El 28 de septiembre de 1810, alrededor de las once de la mañana, Mariano Abasolo e Ignacio Camargo entregaron la carta de Hidalgo al intendente Riaño. 131

Se intima rendición por primera vez al Intendente de Guanajuato, 21 de septiembre de 1810, en Martínez A., José Antonio, op. cit., pp. 54-57. 132

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le advierte que esto no quita que mucha parte de la Nación no abrigue los mismos sentimientos. ¿Cuáles son, pues, los sentimientos de la nación? Neutralizar a los que la han oprimido, sin afectar su vida, ni su libertad, ni sus intereses, y gobernarse por sí misma; esto, por supuesto, si condescienden prudentemente en bien de sus personas y riquezas; mas en el caso de resistencia obstinada, no respondo de sus consecuencias.

Nótese que el lenguaje, aunque firme, no es seco, a diferencia de la siguiente intimación. Lo previene. La fuerza nacional que ha surgido espontánea y velozmente es muy superior a la de su adversario. Sería un gran error resistir. Le sugiere, pues, que no cometa este error: Reúna usted, si le conviene, a las clases principales, lo mismo que a los europeos de mayor influencia; trátese la materia con detenimiento, con madura reflexión, de suerte que si se consulta a la razón; si entra en ella la conveniencia personal, los intereses y la paz, no dudo que habrá un término satisfactorio.

Lo más razonable es que Riaño acepte la situación: tal es la esperanza que se deduce de sus palabras. Y la debe aceptar, porque no hay remedio, señor intendente: el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedades, y vilmente, de hombres libres, convertirlos a la degradante condición de esclavos.

En las presentes condiciones, Hidalgo le pide, casi le ruega, entre intimidaciones y advertencias, que opte por la paz en beneficio de sí mismo y de los suyos: Pido a la providencia divina, con todas las veras de mi corazón, lo ilumine en un asunto de tanta magnitud para el país y para los españoles residentes en él. Una abnegación prudente nos daría un resultado satisfactorio y sin ejemplo; tal vez quedaríamos amigos y bien podría ser que en el seno de la amistad, protegidos de una madura reflexión, se arreglara un negocio de tanta magnitud…

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Sus esfuerzos por convencer a su adversario no se agotan ni siquiera al final del documento. Late en sus expresiones la esperanza de evitar la catástrofe: He cumplido, señor Intendente, con indicar a vuestra excelencia mis intenciones o mejor dicho, las de la Nación. Soy hijo de Guanajuato, por quien tengo grandes simpatías; le deseo el bien posible y ansío que no pasen sobre él los grandes males que lo rodean, y veo que no hay otro medio de conjurarlos que el arbitrio que le propongo: paz y felicidad o guerra desastrosa y exterminio. Vuestra excelencia se inclinará por el más humano y racional, siendo, por tanto, un objeto de gratitud y bendiciones, o tal vez, por desgracia, la execración de las edades venideras.

Eso dice en la primera intimación. Todavía al despedirse, lo hace en términos que revelan el interés y deseo por salvar la vida de su estimado adversario, con el que ha mantenido trato cordial por espacio de veinte años: Pido de nuevo a Dios omnipotente le conserve su importante existencia y le proteja para resolver en un negocio tan grave y delicado.

Ahora bien, dado que además de grave y delicado, el asunto es urgente, la resolución de Riaño debe serlo también. Como los acontecimientos por momentos se precipitan, sólo podré esperar cuatro o cinco días para saber el resultado favora-ble o adverso, en consecuencia del cual arreglar mis determina-ciones.133

El intendente de Guanajuato está perfectamente enterado de lo que ocurre a su alrededor y el 26 de septiembre pide auxilio al comandante Félix Ma. Calleja, de planta en San Luis Potosí: Los pueblos se entregan voluntariamente a los insurgentes; hiciéronlo ya en Dolores, San Miguel, Celaya, Salamanca e Irapuato. Silao está pronto a verificarlo. Aquí cunde la seducción, falta la seguridad, falta la confianza. Yo me he fortificado en el paraje de la ciudad más idóneo y pelearé hasta morir con los quinientos hombres que tengo a mi lado. Tengo poca pólvora, porque no la hay absolutamente; la caballería, mal montada y armada sin otra cosa, y la infantería, con fusiles remendados; 133

Ibid.

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no siendo imposible que estas tropas sean seducidas. Tengo a los insurgentes sobre mi cabeza, los víveres están impedidos, los correos, interceptados. El señor Abarca trabaja con toda activi-dad. Vuestra señoría y él, de acuerdo, vuelen a mi socorro, po-rque temo ser atacado de un instante a otro. No soy más largo, porque desde el 17 no descanso ni me desnudo, y hace tres días que no duermo una hora seguida.134

El tono de la segunda intimación que envía Hidalgo a Riaño es muy distinto al de la primera. Escrita una semana después, es decir, el viernes 28 de septiembre, el firmante ya sabe que no habrá paz sino guerra. Aunque no interceptó la petición de auxilio del intendente, la actitud de éste es elocuente y reveladora: ha puesto la ciudad en estado de defensa. Los españoles y sus bienes han quedado a resguardo tras los muros y los cañones de la Alhóndiga de Granaditas, convertida en fortaleza inexpugnable.135 Hidalgo parece lamentarlo, pero su decisión cobra firmeza. Es ahora cuando le informa que ha sido electo Capitán General y Protector de la Nación en los campos de Celaya por los ejércitos a su mando; que la misma ciudad ratificó esta elección en presencia de cincuenta mil hombres, y que sus fines se reducen a proclamar la libertad y la independencia de la Nación.136 Tampoco en este comunicado amenaza con pasar a cuchillo a los prisioneros que trae consigo, si no rinde la plaza. Ni siquiera reitera la amenaza de su deportación. Al contrario. Parece ceder un poco: ofrece la ciudadanía a los españoles, si así lo desean, pero hasta que la nación sea libre. Yo no veo a los europeos como enemigos sino solamente como a un obstáculo que embaraza el buen éxito de nuestra empresa.

El intendente de Guanajuato participa a Calleja los procesos de la revolución iniciada por Hidalgo, la situación que guarda y pide auxilio, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. II, n. 48, p. 110. 134

Ingresaron a la alhóndiga 309 barras de plata, 174 mil pesos en efectivo, 32 mil en onzas de oro, 38 mil del ayuntamiento y 33 mil del cabildo, 20 mil de minería y depósitos, 14 mil de la renta del tabaco, poco más de mil pesos de la administración de correos, y los caudales de europeos y criollos pudientes, por lo que la cifra, según Alamán, se elevó a 3 millones de pesos. 135

Documentos intimando rendición al intendente Riaño de Guanajuato, Hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. II, n. 53, pp. 116- 117. 136

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Por lo mismo, si aceptan quedar en calidad de prisioneros, recibirán un trato humano y benigno; si no, empleará cuantos recursos estén a su alcance para destruirlos, sin esperanza de cuartel.137 Estando convencido Hidalgo de que el enfrentamiento es inevitable, con el documento de intimación envía al intendente una carta personal, en la que le hace saber que la estimación que siempre le ha tenido es sincera y la cree debida a las grandes cualidades que lo adornan. Las diferencias entre ellos en el terreno político no han hecho disminuir esa amistad. Ofrece amparo y refugio a su esposa. Nos batiremos como enemigos, si así se determina; pero desde luego ofrezco a la señora Intendenta un asilo y protección en cualquier lugar que elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece.138

La respuesta de Riaño es bien conocida. El 28 de septiembre, por una parte, expresa que no reconoce más capitán general que el virrey Francisco Javier Venegas, recién nombrado por la regencia, ni más modificaciones en el gobierno que las que acuerden las cortes, próximas a instalarse en Cádiz.139 Y en papel aparte reconoce que “no es incompatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad”, y agradece el ofrecimiento de asilo para su familia, pero no lo acepta, porque su “suerte no le perturba en la presente ocasión”.140 Dicho virrey Venegas, por cierto, había publicado el día anterior un bando en el que ofrece diez mil pesos por las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende o Juan Aldama, vivos o muertos. Y a pesar de que miles de hombres tienen la oportunidad de quitarle la vida para adquirir la ansiada recompensa, nadie lo intentará jamás.141 137

Ibid.

Mensaje particular a su antiguo amigo Juan Antonio Riaño, Hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810, idem, t. II, n. 53, p. 117. 138

139

Ibid, Copia de la contestación.

140

Ibid.

El virrey ofrece diez mil pesos por cada una de las cabezas de Hidalgo, Allende y Aldama, idem, t. II, n. 51, pp. 114-115. 141

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El mismo viernes 28 de septiembre “empezaron a entrar [a Guanajuato] infinidad de gentes de Hidalgo, mucha caballería, infantería e indiada, de modo que llegarían a veinte mil hombres, fuera de otros diez mil que dejó apartados”. 142 Al iniciarse las escaramuzas, Riaño mandó poner las banderas de guerra y escribió a Calleja: Voy a pelear porque voy a ser atacado en este instante. Resistiré cuanto pueda porque soy hombre honrado. Vuele vuestra señoría a mi socorro, a mi socorro…143

Todos los españoles, incluso él, hombre reconocido por su ilustración, sus dotes de administrador honesto y su gran espíritu de justicia, parecen no respetar más lenguaje que el de la fuerza para defender el statu quo. Hidalgo, pues, tiene que emplear la fuerza para cambiarlo. De nada le ha valido el llamado a la razón, a la amistad y a los sentimientos familiares. La fuerza es lo único que le queda. Peor para todos. El capitán general llega a Guanajuato y se aloja en el cuartel de caballería del regimiento del Príncipe, acompañado de los dragones del regimiento de la Reina, en donde permanecerá durante la feroz batalla. Uno de los testigos escribirá el 2 de octubre siguiente: Inmediatamente (los insurgentes) se fueron al castillo (la alhóndiga). Comenzó el tiroteo más seguido y terrible que he visto en mi vida. El cura apostó su artillería en buenos parajes. A la hora y media casi forzaron el castillo, porque los enemigos (insurgentes) se arrojaron como leones furio-sos, sin cuidarse de la multitud que de ellos moría. 144 For-zaron las puertas, entraron y entonces el intendente man-dó poner bandera de paz y dijo que se rendía, pero luego en que ya confiados en esta palabra entraron, mandó el intendente hacer fuego contra ellos y quemar las minas. Pereció mucha gente de Hidalgo; pero enfurecidos con esto (otros insurgentes) mataron al intendente de un bala-zo en la frente y a una multitud de europeos y Carta [anónima] de Guanajuato detallando lo ocurrido al ser atacada y tomada la ciudad por el señor Hidalgo, idem, t. II, n. 61, p. 126. 142

143

Ibid.

El ayuntamiento hizo constar que los insurgentes caídos en las trincheras exteriores sumaron tres mil hombres por lo menos. 144

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criollos.145 Entonces el asesor, de acuerdo con otros, hicieron una segunda seña de paz, pero (los insurgentes) ya no se fiaron de ellos, mataron como digo a muchos y maltrataron a todos. Y de allí los amarraron y los llevaron a la cárcel, de uno en uno, con mil improperios y baldones. Saquearon el castillo y estuvimos a pique de que quemaran la mucha pólvora que allí había y de que pereciera la mayor parte de la ciudad con la explosión. Tomado el castillo a las cinco de la tarde, se entregaron al saqueo de las casas de los europeos, en las que quitaron hasta las puertas, fuera de una u otra que escapó por contingencia, y una u otra de criollo que por equivocación pereció. Inmediatamente se destacó la gente para apresar todo europeo y, en efecto, todos están presos y muchos se han venido a presentar, por temor de que el pueblo, que está furioso contra ellos, los despedace. Muchos de los europeos de Silao, León e Irapuato, que se habían venido a refugiar aquí, corrieron la misma suerte. Calculo que habrán muerto más de dos mil hombres de ellos [insurgentes], cerca de doscientos euro-peos, y estarán presos otros doscientos. El saqueo habrá ascendido a millón o millón y medio de pesos, y ya consi-derará usted cual será nuestro conflicto y las conturbacio-nes de nuestro espíritu. Yo entré a la cárcel donde están los más de europeos y me afligí de ver aquellos espectá-culos. Los he ayudado en lo que he podido, ya con socorro, ya hablándole a Hidalgo por algunos viejos y beneméritos, y por sus familias… Aunque ustedes cuen-ten, como nosotros contábamos, con diez o doce mil hom-bres, llegado el caso quedarán sólo los europeos. Aquí se opina como cierto que los que mataron al intendente fueron los mismos soldados de su defensa. Ustedes no entren en guerra hasta no reconocer sus fuerzas, porque si no, serán víctimas de la imprudencia, como lo fue el señor Riaño. Ya no puedo más.146 El intendente murió en combate, ejecutado quizá por uno de sus enemigos, quizá por uno de los suyos, no sin antes mancillar su honor militar, cosa inesperada en él, convirtiéndoLa muerte de Riaño produjo el pánico entre los defensores. Una bala le penetró por el ojo izquierdo, le destrozó la cabeza y le hizo arrojar partes de la masa cerebral por las fosas nasales. 145

146

Ibid.

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se en la execración de las edades, y sin que su familia haya dejado de ser arrastrada al mismo destino. Pero la crítica que se ha hecho a Hidalgo por haber permitido que sus tropas entraran a sangre y fuego a Guanajuato nunca estará justificada. Intentó evitar la tragedia. Al ser rechazados sus ofrecimientos de paz conforme a los intereses de la Nación, no le quedó más opción que la de apelar al supremo recurso de la guerra. Y la guerra es la guerra. 13. EL ESTADO NACIONAL EMPIEZA A TOMAR FORMA La fuerza ha hablado con su dramático, temible y sangriento lenguaje. Las cosas ya nunca serán igual que antes. Tomada la ciudad de Guanajuato, el interés y la preocupación más importante del jefe de la nación beligerante está directamente relacionada con la organización de la fuerza, tanto desde el punto de vista militar como político y administrativo. Por consiguiente, su atención se dirige al despacho de los asuntos correspondientes. El territorio que ha caído bajo su jurisdicción política no es pequeño. En él se asientan ricas poblaciones que han hecho de la agricultura y el comercio sus actividades fundamentales, entre ellas, Dolores, Atotonilco, Celaya, San Miguel, Silao, León, Salamanca y otras. Guanajuato, por su parte, es uno de los centros mineros más importantes de la nación, si no el más importante de todos. Es “la capital del mundo”, según Allende. En todos esos lugares, Hidalgo ha depuesto a las autoridades españolas y establecido otras, americanas, que reconocen, a su vez, su autoridad de jefe de Estado. Por encima de la traza española, pues, como calcándola, ha superpuesto el Estado nacional americano. Su sueño político empieza a tomar forma. Ya tiene un dilatado territorio, una numerosa población y un poder político que se ramifica por sus amplios dominios, sostenido por un ejército surgido espontáneamente del pueblo. Es cierto que dicho ejército está desorganizado, mal disciplinado y peor armado; pero lo anima una poderosa voluntad de pelear, no con fusiles y cañones, porque carece de ellos, sino con palos y piedras, y sobre todo, con una moral combativa muy alta -que lo hace más temible-, con base en la cual empieza a hacerse

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de pertrechos de guerra. Además, se trata de un ejército que, a pesar de sus carencias y debilidades, ha sido hasta el momento victorioso. Ya hay, pues, así sea en embrión –un gigantesco embrión-, los elementos fundamentales del Estado nacional, así sea en calidad de beligerante. En tales circunstancias, estando en Dolores, el capitán general Hidalgo se anima el 4 de octubre a escribir al coronel Narciso de la Canal una carta mediante la cual lo invita, no a una aventura incierta, como la que emprendiera el 16 de septiembre, para que quedase usted envuelto en nuestras mismas desgracias, sino ahora, que las cosas están demasiado favorables, en las glorias de libertador de su patria.147

Bien se sabe que el coronel no se entusiasmará con la idea; pero en este caso, lo importante no es su actitud evasiva sino el rasgo de carácter que su amigo pone de manifiesto. Ante los peligros de la empresa, en la que se juegan bienes, libertad y vida, no es el militar el que cuida al ex catedrático de San Nicolás sino éste a aquél. Y paradójicamente, el capitán general no invita al coronel a correr riesgos sino a compartir glorias y honores. También es conocido el trágico fin del coronel de la Canal. Hecho prisionero por Calleja al recuperar Guanajuato, se le encierra en la alhóndiga y se le instruye proceso “por su convivencia con los independientes”; se le recluye después en un convento de Querétaro y muere en él tres años más tarde, aún abierto el juicio, de una extraña dolencia.148 El lunes 8 de octubre, de vuelta a Guanajuato, el capitán general Hidalgo nombra al brigadier Francisco Gómez intendente, corregidor y comandante de las armas de la provincia. Como se ve, la organización política del nuevo Estado nacional continúa superponiéndose a la del viejo Estado El señor Hidalgo invita al coronel D. Narciso de la Canal para que tome parte en la revolución, Dolores, 4 de octubre de 1810, idem, t. II, n. 68, p. 135. 147

Fragmentos de la causa formada al coronel don Narciso María Loreto Canal por adicto a la revolución de independencia, idem, t. II, n. 246, pp. 522-528. 148

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colonial. El sistema de intendencias se mantiene en el nuevo régimen, a reserva de encontrar otro más acorde con las necesidades de la nación. Dos meses después, el alto mando insurgente expresará la intención de convertir las intendencias en estados de una federación, idea que, sin embargo, no alcanza a tomar cuerpo. De cualquier modo, la influencia del modelo angloamericano no puede ser más evidente.149 Por lo pronto, el jefe del Estado nacional -en vías de consolidación- despacha una circular a todas las ciudades, villas y lugares que están bajo su ámbito de su competencia –entre ellas la de León-, para informarles que el nombramiento de intendente lo hizo en presencia del ayuntamiento de la capital de la provincia y alcaldes ordinarios, y con todos los votos y general aclamación.150 Ahora bien, la guerra acaba de expresarse en otra de sus formas: la ideológica, y ésta es tan violenta como la de las armas. Ya han llovido excomuniones y acusaciones sobre su cabeza y la de sus compañeros. Se trata de la excomunión dictada por su amigo Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Valladolid, contra él, y de la acusación de hereje que le ha hecho el Santo Tribunal de la Fe, la inquisición de México. A reserva de darles puntual y cumplida respuesta, el día en que nombra intendente y corregidor de Guanajuato, el jefe del nuevo Estado en pie de guerra le da instrucciones de que dirija una circular a todas las autoridades de las ciudades, villas y lugares de la provincia, ordenándoles que no permitan que los funcionarios eclesiásticos publiquen tales impresos, a menos que obtengan el “pase” (autorización) del propio intendente, previa consulta “del asesor ordinario”, esto es, del abogado consultor de la intendencia; de lo contrario, se les tendrá por enemigos de la Nación y como tales se les En Guadalajara, en efecto, se omite cualquier señalamiento a provincias o intendencias del reino y se utiliza, desde el principio del documento, la expresión “estos feraces estados”. Cfr. Poder conferido por los jefes independientes a don Pascasio Ortiz de Letona para celebrar tratados de alianza y comercio con los Estados Unidos del Norte, idem, t. II, n. 161. 149

Se nombra intendente de Guanajuato, Guanajuato, 8 de octubre de 1810, en Carlos Arturo Navarro Valtierra, La independencia en León, Testimonios documentales del Archivo Histórico Municipal de León, Edición Conmemorativa, caja 1810-1, n. 14, facsímil con media firma de Hidalgo, 8 de mayo de 2003, pp. 63-64. 150

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castigará, ya quitándoles sus temporalidades, extrañándolos de estos reinos, o ya en caso de mayor rebeldía, castigándolos con el último suplicio.151

Dos días después, el miércoles 10 de octubre, desde Salamanca, Hidalgo responde a una solicitud del ayuntamiento de León. Ya no está en la ciudad de Guanajuato. Ha salido de ella con rumbo desconocido. A diferencia de Allende, partidario de que se resguarden militarmente las poblaciones ganadas, él considera que las tropas deben movilizarse para hacer la guerra, no para resguardar poblaciones, como se le pide, porque en tal caso no podría avanzar “hacia Valladolid, Querétaro o donde me convenga”. Lo que cree es que cada una de dichas poblaciones levante, organice y sostenga fuerzas para resguardarse a sí mismas. Por otra parte, revela que la tesorería de la nación insurrecta, a cargo de su hermano Mariano Hidalgo, está bien organizada. Al enterarse de que la propia villa de León está desplegando una gran actividad en la fundición de cañones, la aprueba entusiastamente; sugiere que el coronel Bernardo Chico Linares, del Regimiento de Guanajuato, asesore a los que están dedicados a tal tarea, y remite a dicha villa trescientos pesos para financiarla. Por último, aunque ciertamente puede ir con su ejército al lugar “que le convenga”, no deja de revelar al que realmente se dirige, al citarlo en primer lugar. 152

Se prohíbe publicar edictos de los órganos del gobierno español contra los jefes de la nación en armas, Guanajuato, 8 de octubre de 1810, idem, caja 1810-1, n. 20, facsímil con firma de José Francisco Gómez, pp. 65-67. 151

Se aprueba la fabricación de cañones, Salamanca, 10 de octubre de 1810, idem, caja 1810-15, n. 1, facsímil con media firma de Hidalgo, pp. 6869. 152

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SEGUNDO TRAMO: VALLADOLID 1. LLEGADA A LA CIUDAD El miércoles 17 de octubre, el capitán general Hidalgo y el teniente general Allende informan al intendente de Guanajuato José Francisco Gómez que han tomado la ciudad de Valladolid, dándole instrucciones de que dirija una circular a todas las autoridades de la provincia a su cargo, incluyendo la villa de Lagos (provincia de Nueva Galicia), para enterarlas del “feliz” acontecimiento con que ambos celebran –así sea con un día de retraso- el primer mes del inicio de la insurrección. La ciudad cae en sus manos pacíficamente. Los jefes de la nación rebelde transmiten al intendente de Guanajuato sólo los aspectos positivos de su llegada, entre los que destaca el entusiasta, tumultuoso y pintoresco recibimiento que les hace el pueblo; no la actitud del cabildo eclesiástico, que omite sumarse al evento. Más tarde, dicho cabildo hará constar: El 17 [de octubre], a cosa de las once de la mañana en que entraba Hidalgo, ya estaban cerradas las puertas de catedral, contra la costumbre que ha sido siempre cerrarlas a las doce.153 Y dicho cuerpo eclesiástico destacará el hecho de que, a su llegada, el capitán general insurgente “arrestó, porque no asistieron a la [recepción], a uno de los señores capitulares, amenazó hasta con la muerte a todos, declarando vacantes las prebendas, e insultó a los dos primeros señores que tuvieron la desgracia de verlo”.154 Mientras tanto, los dos jefes insurgentes -Hidalgo y Allende- siguen informando al intendente de Guanajuato que si el pueblo vallisoletano se hubiera levantado en armas “El cabildo eclesiástico de Valladolid expone al virrey cuál ha sido su conducta durante los primeros años de la revolución”, Valladolid, 20 de julio de 1813, en Guzmán Pérez, Moisés, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003, doc. 51, p. 293. 153

Se exige al cabildo eclesiástico de Valladolid el dinero existente en clavería, Valladolid, 19 de octubre de 1810, idem, pp. 240-241. 154

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contra los españoles, como lo había planeado, habría habido un gran derramamiento de sangre. El ejército insurgente hubiera tratado de evitarlo, por supuesto; pero fue mejor que el campamento enemigo se desbaratara ante la llegada de sus tropas; que sus destacamentos se unieran a los atacantes, y que los que no se les unieron inmediatamente, hayan puesto a los españoles en sus manos. Al final de cuentas, un buen número de españoles logró evadirse precipitadamente, en términos que apenas han quedado en esta ciudad muy pocos europeos, de los que por su edad y enfermedades no pudieron verificarlo.155

El cabildo eclesiástico resumirá más tarde: Ya habían emigrado (desde el 16 de octubre) el ilustrísimo señor obispo, el señor intendente, siete prebendados y casi todos los demás europeos; ya desde el 15 estaban entrando en la ciudad grandes pelotones de insurgentes; ya el feroz Hidalgo se hallaba a media jornada, orgulloso por la multitud de sus secuaces, que pasaban de cincuenta mil, y más orgulloso por el éxito de Guanajuato.156

En todo caso, a su llegada a Valladolid, las tareas de los jefes del ejército nacional empezaron a desbordarlos. El 17 de octubre, dirigiéndose al intendente de Guanajuato, Hidalgo y Allende le informaron: Ya supondrá vuestra señoría las multiplicadas ocupaciones que nos cercan, en cuya atención se servirá pasar copia de este oficio a los señores coronel Chico, curas de esa ciudad y coronel Chowell, encargándoles de nuestra parte que hagan circular esta noticia a quienes corresponde, como vuestra señoría lo verificará con los Jueces de su provincia.157

El intendente de Guanajuato hizo lo que se le pidió y giró copias a los coroneles Chico y Chowell. El primero, el coronel Chico, es el padre de José María Chico, joven abogado que Navarro Valtierra, Carlos Arturo, op. cit., caja 1810-1, leg. 17-III, facsímil con firma de José Mariano Cabrera, pp. 74-77. 155

156

Guzmán Pérez, Moisés, op. cit., p. 292.

Se informa llegada a Valladolid, Silao, 22 de octubre de 1810, en Navarro Valtierra, Carlos Arturo, op. cit., caja 1810-1, leg. 17-III, facsímil con firma de José Mariano Cabrera, pp. 74-77. 157

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será secretario particular y ministro de gobierno del protector de la nación, y el segundo, Casimiro Chowell, gran organizador de la casa de moneda, será colgado a fines de noviembre con otros treinta y dos individuos -entre los cuales destaca el intendente José Francisco Gómez-, en una de las diez horcas que mandará levantar Calleja en sendas plazuelas de la ciudad, al recuperar Guanajuato. El caso es que, por lo pronto, la extensión territorial del Estado nacional aumenta considerablemente. Han caído bajo el dominio de la nación americana dos de las provincias o intendencias más grandes, populosas, ricas y cultas del continente. Habiendo más territorio y población, ya es tiempo de que el poder nacional haga sentir su fuerza y su voluntad en otras áreas políticas fundamentales. 2. DERECHOS DEL ESTADO Es cierto que los españoles opuestos al Estado nacional en pie de guerra se han fugado; pero no se han llevado con ellos sus bienes inmuebles, que constituyen la base de su fortuna, instrucción y despotismo. Así que el capitán general Hidalgo, a partir del jueves 18 de octubre, es decir, al día siguiente de su llegada, ordena que se les expropie dichos inmuebles, en ejercicio de las amplias facultades que le han sido conferidas por el pueblo en armas; aunque no para ser transferidos al dominio de la nación, sino de otros particulares americanos, a cambio de una renta perpetua. Ejemplo de esto es la “donación absoluta y para siempre” de la hacienda “nombrada San Miguel Serrano, cita en las vertientes del pueblo de San Jerónimo Tacámbaro, perteneciente antes en propiedad a los bienes de don Fernando Cos, ultramarino”, con “todos los usufructos, enseres, semovientes, muebles, semillas, ganados, montes, pastos, aguajes y abrevaderos que encierran”. El Protector de la Nación hace dicha donación a favor de Camilo Camacho y Piedra, “de esta vecindad”, a condición de que éste ha de reconocer y contribuir anualmente con la cantidad de un mil quinientos pesos a beneficio del erario nacional, que impone

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su excelencia, por vía de censo perpetuo irredimible.158

Por cierto, al ocupar Valladolid las tropas del gobierno español de México, ésta y otras escrituras notariales del mismo jaez, serían anotadas, tildadas y borradas, “por ser dadas contra toda autoridad, para que no salga ni haga fe en juicio ni fuera de él”. Sólo la diligencia, sagacidad y profesionalismo de nuestros investigadores han hecho posible su lectura en días recientes.159 Por otra parte, las medidas coercitivas del Estado nacional empiezan a orientarse no sólo contra los individuos sino también contra las corporaciones, en especial, contra el cabildo eclesiástico. Por primera vez se presenta en suelo americano un conflicto entre la iglesia y el Estado: o el Estado nacional beligerante se postra ante la asociación religiosa, o ésta se subordina a los intereses del poder político de la nación. Al día siguiente, viernes 19 de octubre, el capitán general Hidalgo decide reafirmar el principio de la supremacía del Estado sobre la iglesia y ordena que se pongan a su disposición las llaves de clavería, con una relación jurada de los caudales que se hayan introducido tanto de las cajas y rentas reales como de los particulares de esta ciudad. [Al mismo tiempo, manda que se le presente una relación] de los fondos de esta santa iglesia, para representar lo que convenga en nuestras circunstancias, advirtiendo a los señores claveros que me serán responsables inmediatamente de la más ligera cosa que se averigüe de ocultación.160

En el documento anterior no se señala ninguna confiscación de fondos, y el cabildo eclesiástico rechazará más tarde la especie de que Hidalgo “haya cogido de ésta un millón y doscientos mil pesos”, aclarando que “no pasó de setecientos

Se dona hacienda de europeo, Valladolid, 18 de octubre de 1810, en Guzmán Pérez, Moisés, op. cit., n. 20, pp. 238-239. 158

159

Ibidem.

Se exige al cabildo eclesiástico de Valladolid el dinero existente en clavería, Valladolid, 19 de octubre de 1810, idem, n. 21, pp. 240-241. 160

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mil”.161 3. ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD En otro orden de ideas, así como en Guanajuato ha nombrado intendente y corregidor al brigadier José Francisco Gómez, del mismo modo, en Valladolid, el capitán general Hidalgo ofrece este cargo al brigadier, comandante de armas y alcalde José María de Anzorena, nativo de Pátzcuaro, quien así queda como caballero maestre de la real ronda, alcalde ordinario de primer voto de esta ciudad y su jurisdicción, e intendente y corregidor de la provincia. Pues bien, ese mismo día viernes 19 de octubre, por instrucciones de Hidalgo, el intendente Anzorena expide bando mediante el cual da a conocer la abolición de la esclavitud, y ordena a todos los propietarios de esclavos y esclavas los pongan en libertad, otorgándoles las necesarias escrituras de atalahorria, con las inserciones acostumbradas, para que puedan tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que ejecutan y hacen las personas libres, y no lo haciéndolo así, los citados dueños de esclavos y esclavas sufrirán irremisiblemente la pena capital, [así como la] confiscación de todos sus bienes.162

Cinco días después, por cierto, el miércoles 24 de octubre, se sienta la primera escritura de libertad del esclavo José Antonio Estrada. El acta notarial señala en la cláusula 11ª, segundo párrafo, que en virtud de lo mandado por el excelentísimo señor capitán general de la nación americana don Miguel El cabildo eclesiástico de Valladolid expone al virrey cuál ha sido su conducta durante los primeros años de la revolución, Valladolid, 20 de julio de 1813, idem, n. 51, p. 298. En esa misma obra, se publica un recibo de Juan Aldama, fechado en Valladolid el 19 de octubre de 1810 y marcado como documento 22, “por ciento catorce mil pesos, de los ramos de esta santa Iglesia, excepto el de capellanías”, p. 242. Al final, el mismo Aldama asegurará que recibió sólo 407 mil pesos en total, no los 700 mil a que hace referencia el cabildo eclesiástico. Cfr. Declaración de Juan Aldama, respuesta a la pregunta 24, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit, t. I, n. 37, pp. 64-72. 161

Primer Decreto de abolición de la esclavitud, el pago del tributo y otras gabelas, Valladolid, 19 de octubre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 90, pp. 169-170. 162

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Hidalgo y Costilla, los albaceas testamentarios de Agustín Valero González de Castañeda, dan por rotas, nulas y canceladas las escrituras de la esclavonía de José Antonio Estrada, y se le otorga la libertad para que, como dueño absoluto de su voluntad, pueda tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que hacen las personas libres.163

Del mismo modo que las escrituras de las haciendas expropiadas, éstas –las actas de liberación de esclavosserán posteriormente anotadas, tildadas y borradas por el restablecido gobierno colonial, “por ser contra toda autoridad, para que no valgan ni hagan fe en juicio y fuera de él”.164 El bando de Anzorena de 19 de octubre, en todo caso, al orientarse contra los propietarios de eslavos y esclavas, afecta intereses no sólo de españoles sino también de americanos esclavistas. Podría argumentarse que estas disposiciones debían entenderse limitadas a los propietarios españoles, porque un gobierno americano no podía afectar intereses de los americanos. Es posible que Hidalgo haya escuchado este argumento, porque poco después, en Guadalajara, expedirá nuevo decreto -firmado por él mismo- en el que especifica que va dirigido no sólo contra españoles sino también contra americanos propietarios de esclavos. Ahora bien, este asunto es no sólo económico sino también social. Desde el punto de vista jurídico, sólo los africanos y los asiáticos de ambos sexos pueden ser comprados y vendidos como esclavos. Al mezclarse los negros con los indios, españoles, mestizos, mulatos y asiáticos, se han producido las castas. Los individuos de las castas no son esclavos, aunque por una de sus ramas desciendan de africanos, porque por la otra nacen de seres jurídicamente libres, como lo son los indios y los españoles; pero son obligados a pagar tributo al Estado y están marcados de infamia. Más de la mitad de la población está formada por castas, es decir, por seres que están sujetos a obligaciones, pero desprovistos de derechos. Pues bien, al 163

Guzmán Pérez, Moisés, op. cit., pp. 251 y 252.

164

Ibidem, p. 253.

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suprimirse el pago del tributo, las castas quedan liberadas y adquieren los mismos derechos y obligaciones –en materia civil y política- que cualquier hombre libre de América. Esto significa, en pocas palabras, que sin esclavos ni castas, a partir de este momento todos los hombres del nuevo Estado nacional son iguales ante la ley. La supresión del tributo beneficia también a los indios. Adicionalmente, el bando de Anzorena suprime el pago de derechos a los naturales (a los indios) que se dedican a la raspa de magueyes y al rubro del pulque, por tratarse de personas que apenas les alcanza para la manutención y subsistencia de sus familias. Y en cuanto a los productores de aguardiente de caña, ordena que paguen sólo un peso por cada barril de los que entraren en las fábricas, y eso, sólo una vez, en total, no una vez en cada garita. Por último, no hay gobierno sin orden. Hay que desordenar al gobierno enemigo y convertirlo en desgobierno hasta extinguirlo totalmente, pero ordenar el propio y fortalecerlo cada vez más para que llegue realmente a ser gobierno. Orden es gobierno. Es cierto que el saqueo de “la plebe” no es generalizado; al contrario: está perfectamente orientado contra negocios, pertenencias e intereses de españoles. A diferencia del saqueo de las tropas del gobierno español de México, que ha sido y será indiscriminado, es decir, contra la población en general, el de “la plebe”, por el contrario, el de la “chusma” o la “canalla”, es un saqueo selectivo, escogido y orientado contra los europeos, perfectamente ubicados y localizados. Sin embargo, unos europeos se han sometido al gobierno nacional y otros no, y a veces, como suele suceder, pagan justos por pecadores. Tal es la razón por la que el gobierno provincial, por instrucciones de Hidalgo, lanza un basta. Se arman cuatro horcas en el centro de la ciudad y se previene a los perturbadores del orden que, si no cesan sus desmanes, serán inmediatamente colgados. Esto es suficiente para calmar a la turba. Por último, se previene a los forasteros que salgan en el acto de la ciudad, ya que, de no hacerlo, serán aprehendidos

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y se remitirán por cordillera al ejército.165 Semanas después, al llegar el ejército del gobierno colonial a las puertas de Valladolid, el intendente Anzorena se dirigirá a Guadalajara; participará en la desastrosa batalla del Puente de Calderón; se sumará a las fuerzas nacionales en su derrotero hacia Zacatecas y Saltillo; se enterará de la forma en la que se arrebata el poder a Hidalgo; sabrá que éste y otros jefes insurgentes son capturados por el enemigo; regresará a Zacatecas a incorporarse a las tropas de Ignacio López Rayón, pero no alcanza a llegar a Michoacán, su salud se deteriora cada vez más y fallece en la villa de Guadalupe. 4. REORGANIZACIÓN DEL ESTADO NACIONAL La estancia de los jefes del ejército nacional en Valladolid es corta. Su duración es apenas de tres días. Sus deberes los llaman a otros lugares, tal vez a Querétaro, tal vez a México. En todo caso, salen rápidamente. Van atendiendo durante el camino distintos asuntos civiles y militares que obligan a Hidalgo a reorganizar su gobierno. En el ramo militar, muchos oficiales reclaman un merecido ascenso. Hay que atender su reclamo. Y en el civil, multitud de individuos plantean que se les resuelvan sus problemas. Además de la guerra, las tareas administrativas que empiezan a surgir ante sí son enormes. Se abre un paréntesis. El sábado 20 de octubre, en el trayecto de Charo a Indaparapeo, provincia de Valladolid, el capitán general Hidalgo se separa de sus deberes habituales y concede audiencia a un jinete que llega a galope tendido desde la Tierra Caliente, desde Nocupétaro, especialmente para hablar con él; se trata de su querido amigo y discípulo José María Morelos, a quien el capitán general informa que ejercerá todos los poderes de la nación en armas mientras se reúne un congreso nacional que modere, limite y controle sus atribuciones de jefe de Estado, y a reserva de reorganizar el poder judicial. Por el momento, se considera obligado a expedir leyes que reflejen la voluntad de la nación, en función de la libertad y la igualdad de sus habitantes, salvo las de los españoles que se opongan al proyecto nacional. La voluntad de la nación la ha expresado en forma de bandos -equiparables a disposiciones jurídicas de rango 165

Idem.

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constitucional-, porque es la única forma en que siempre se han hecho saber a la población los mandatos de la autoridad. A través de la charla de estos dos hombres, la Tierra Caliente y el Sur quedan amarrados al destino de la nación. Un mes más tarde (viernes 16 de noviembre de 1810), el brigadier Morelos da muestra de haber interpretado bien los planes del jefe del Estado en pie de guerra, al transmitirlos adecuadamente a sus comandantes. Algunos de sus puntos (por ejemplo, los referentes al congreso nacional, restitución de tierras a los pueblos indígenas y otros), todavía no los da a conocer oficialmente el propio Hidalgo, pero empezará a hacerlo a su regreso a Valladolid y proseguirá esta labor en Guadalajara; de suerte que llegan a ser difundidos lo mismo en el norte que en el sur, por Hidalgo y Morelos, casi simultáneamente. La proclama de Morelos refleja, dicho sea de paso, un desbordado optimismo y la firme creencia de la llegada inminente de una nueva época: 1º Primeramente, se gobernará el reino por un congreso de individuos doctos e instruidos, y todos criollos, que sostengan los derechos del señor Fernando VII. 2º Se quitará el gobierno a todos los gachupines que han perdido el reino. 3º Se quitarán todas las pensiones y gravámenes con que nos tenían oprimidos. 4º Sólo queda para sostener las tropas el estanco de tabacos y las alcabalas, sujetándolas al cuatro por ciento. 5º Ninguno se distinguirá en calidad [españoles, criollos mestizos, mulatos, cambujos, etc.] sino que todos se nombrarán americanos. 6º Por lo mismo, nadie pagará tributos y todos los esclavos se darán por libres. 7º No habrá cajas de comunidad en los pueblos y sólo se entregarán las rentas que haya juntas en la caja nacional y se les entregarán las tierras a los pueblos, con restitución de las que les hayan usurpado los europeos, para que las cultiven y mantengan sus familias con descanso.

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8º Y en virtud de “nueva conquista” e indulto general, se pondrá en libertad a todo reo, tenga el delito que tuviere, previniéndole que sea hombre de bien en lo sucesivo. 9º El americano que deba cualesquiera al europeo, se le perdonará, en virtud de la confiscación de bienes. 10º Si algún gachupín debiera alguna cantidad a algún criollo, se le hará pagar con todo rigor si tuviere bienes. 11º En punto de religión, nada se toca, porque debemos seguir la que profesamos. 12º Por lo mismo, no se habla de los legos obispos, curas y regulares, aunque sean ultramarinos, sino que todos se quedan en sus plazas y empleos, si no es que se opongan a nuestro gobierno, pues entonces se destronarán de ellos y aún se expatriarán o extinguirán, como se hizo con los jesuitas. 13º Se omite instruir a los pueblos de la pérdida de España, de su rey y de su familia, por ser público y notorio, y sólo se advierte que se establecerán unas leyes suaves y no se consentirá que salga moneda de este reino para otros, si no fuere por comercio, con lo cual dentro de breve tiempo seremos todos ricos y felices, viviendo en el descanso con que la divina majestad ha querido enriquecer a este dichoso reino, que patrocina su santísima madre en su milagrosa imagen de Guadalupe.166

Dos días después de la entrevista entre Hidalgo y Morelos, es decir, el lunes 22 de octubre, el numeroso ejército de la nación insurgente acampa en el valle de Acámbaro. Como antes en Celaya, también aquí se reúne el consejo de guerra a fin de resolver asuntos relacionados con la reorganización de los altos mandos del ejército. Así lo asientan los encargados de levantar el acta respectiva: Se congregó toda la oficialidad de nuestro ejército grande americano en este cuartel general del pueblo de Acámbaro, con el fin de que adquiera la organización de la que depende el triunfo de sus armas y la conducta arreglada de sus tropas.167 166

Martínez, A., José Antonio, op. cit., pp. 77 y 78.

Se informa reorganización del ejército nacional y proclamación del Generalísimo de todas las armas americanas, Guanajuato, 24 de octubre de 1810, en Navarro Valtierra, Carlos Arturo, op. cit., caja 1810-1, leg. 17-V, facsímil con media firma de José Francisco Gómez, pp. 78-81. 167

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El comunicado correspondiente está inflamado de optimismo. Los oficiales del estado mayor tienen plena confianza en la capacidad política y militar de Hidalgo y Allende. Están convencidos de que en breve, bajo su jefatura, los americanos serán dueños de la nación, acabarán con la pobreza y alcanzarán la felicidad. En el espacio de un mes – del 16 de septiembre al 16 de octubre-, han desfilado victoriosos por los amplios territorios de dos de las intendencias más importantes del reino: Guanajuato y Valladolid. La primera ha sido tomada a sangre y fuego; la segunda, sin disparar un tiro. Las dimensiones físicas de la América Septentrional liberada se han dilatado en forma prodigiosa y a un ritmo vertiginoso; las de la Nueva España colonial, por el contrario, se han reducido en las mismas proporciones. En lo sucesivo, el Estado nacional en pie de guerra debe ser dirigido por el supremo comandante de las armas, no en calidad de capitán general, como el virrey, sino con un grado superior a éste, el de generalísimo, y conservando el título de Protector de la Nación. De acuerdo con su plan de reorganización, Ignacio Allende es ascendido, de teniente general a capitán general. Además, un mariscal, un brigadier y un coronel, alcanzan el grado de tenientes generales, y cuatro coroneles, el de mariscales de campo. Pero los asuntos de Estado, aún en esta etapa de la lucha, no sólo son militares sino también civiles, administrativos y de justicia. Para atender estos y no robar mi atención a los asuntos de la guerra –dice Hidalgose nombró por ministro de Policía y Buen Gobierno al Excelentísimo señor Secretario [particular] Lic. don José María Chico, con quien deberán entenderse las representaciones ajenas a lo militar.168

El licenciado Chico es un joven que acaba de obtener el título de abogado y al cual Hidalgo nombró su secretario particular al llegar a Guanajuato; hijo del único español que, según Castillo Ledón, se pronunció a favor de la independencia. Al convertirse en ministro de policía y buen gobierno, equiparable a un secretario de gobernación o ministro de relaciones interiores, el espacio que deja vacante –la secreta168

Ibid.

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ría particular- es ocupado por el licenciado Ignacio López Rayón; pero el ausentarse éste por poco tiempo, se nombra provisionalmente a Valentín Aradilla.169 La fecha anterior, es decir, el 22 de octubre de 1810, día en que se proclama a Hidalgo generalísimo de las armas, no pasará desapercibida por los hombres de la independencia. Cuatro años después, al no poder promulgar el Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana el 16 de septiembre de 1814, como lo hubieran deseado, por haberlo impedido las circunstancias de la guerra, y celebrar de ese modo el cuarto aniversario del inicio de la lucha por la independencia nacional, aguardarían la llegada del 22 de octubre para llevar a cabo tal acto en Apatzingán y reafirmar el carácter simbólico de la fecha. Mientras tanto, el secretario particular Ignacio López Rayón se desprende ese día de las columnas insurgentes para trasladarse a Tlalpujahua “por especial comisión del excelentísimo”, y por instrucciones de éste, expide al día siguiente, 23 de octubre de 1810, un bando compuesto de siete artículos.170 Primero, que si algún europeo no se presenta voluntariamente al jefe más inmediato, se le aprehenderá y se le hará comparecer ante su excelencia. Segundo, los bienes de los europeos serán confiscados, secuestrados y puestos en depósito. Tercero, los americanos están obligados a manifestar en el término de ocho días cualquier haber en beneficio de algún europeo, a fin de no incurrir en el delito de traidor. Cuarto, se suprimen los tributos y se declaran exentos de gravámenes los estancos de pólvora, naipes y papel sellado, dejando “Según la declaración de José María Chico, cuando Hidalgo entró en Valladolid, era su secretario don Valentín Aradilla...” Cfr. Informe sobre lo que resulta de las causas de los jefes insurrectos, en Los procesos militar e inquisitorial del padre Hidalgo y de otros caudillos insurgentes, introducción y suplementos de Luis González Obregón, Ediciones Fuente Cultural, México, 1953, p 153. 169

Se remite un bando del señor don Ignacio López Rayón sobre varias materias en siete artículos, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 50, p. 116. 170

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en pie los de tabaco de hoja, labrado y de polvo. Quinto, se reducen las alcabalas del seis al tres por ciento, salvo para los productos ultramarinos, y se declara libre el comercio de todas las bebidas prohibidas. Sexto, se declara libres a todos los americanos y sin distinción de castas. Séptimo, todos deberán armarse “conforme a las facultades de cada uno”.171

Mientras tanto, el mismo martes 23 de octubre de 1810, las tropas nacionales son reunidas en el valle de Acámbaro para aclamar al generalísimo Miguel Hidalgo así como al capitán general Ignacio Allende. En uso de sus atribuciones militares, el generalísimo empieza a conceder títulos y grados en la materia, “con cuyo motivo hubo misa de gracias y Te Deum con repiques y salvas. Después se pasó una revista al ejército, reducida a formar regimientos de mil hombres de a pie y de a caballo, y pasaban de ochenta mil”.172 Los nuevamente ascendidos se pusieron sus uniformes y divisas, siendo el de Hidalgo “un vestido azul con collarín, vuelta y solapa encarnada, con un bordado de labor muy menuda de plata y oro, un tahalí negro, también bordado, y todos los cabos dorados, con una imagen grande de Nuestra Señora de Guadalupe de oro colgada en el pecho”.173 5. FISURAS INVISIBLES Ahora bien, aunque no se traslucen más que glorias, esplendores y oropeles en la asamblea militar de Acámbaro, hay indicios de que ésta se celebra también para resolver 171

Ibid.

Se informa reorganización del ejército nacional y proclamación del Generalísimo de todas las armas americanas, Guanajuato, 24 de octubre de 1810, en Navarro Valtierra, Carlos Arturo, op. cit., caja 1810-1, leg. 17-V, facsímil con media firma de José Francisco Gómez, pp. 78-81. 172

Informe rendido por el señor García Conde al virrey, de las ocurrencias habidas durante el tiempo que estuvo prisionero en el ejército independiente., en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 165, p. 271. 173

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agudas discrepancias entre Hidalgo y Allende. Ambos coinciden en muchos puntos, pero hay penosas diferencias que empiezan a oponerlos cada vez más aguda y fuertemente. Comparten la misma indignación contra los europeos; condenan el golpe de Estado de 1808 contra los americanos; sospechan que aquellos quieren entregar el reino a Francia, por lo que están resueltos a impedirlo, y están de acuerdo en que se establezca un congreso nacional americano que asuma los derechos soberanos. También coinciden en que la nación americana sea independiente de España, Francia o cualquiera otra nación, gobierno o monarquía; que se fortalezca la estrategia de estrechar la alianza entre españoles americanos o “criollos”, indios, mestizos, africanos o negros, asiáticos, orientales o “chinos”, y castas en general, con la única exclusión de los españoles europeos que se opongan a la independencia; que se haga uso de la fuerza contra estos, y que se les ejecute en caso de que se resistan a sus intimaciones o de que sean atacados por las tropas del gobierno español de México. Diferencia política fundamental: Allende quiere que se conserve el reino en depósito al monarca ausente y que, a su regreso, se le devuelva. Dice: “a un solo europeo queremos, que es a Fernando VII”. Hidalgo, por su parte, no se opone; pero tampoco es su interés principal, porque -según lo declara ante el ayuntamiento de Guanajuato- el rey ya no existe y el juramento de lealtad ya no obliga.174 Esta diferencia, imperceptible e indiferente al principio, ha ido tomando fuerza conforme se han desarrollado los acontecimientos, a tal grado que lo que era para Allende una simple molestia en Guanajuato, se ha tornado franco enojo en Valladolid. Los soldados como él y sus compañeros son hombres de honor, leales al soberano, al símbolo, al monarca, exista o no exista físicamente, empuñe o no el cetro, se siente o no en el trono, y sea una u otra persona. Allende no se ha levantado en armas para arrebatarle atribuciones a su soberano sino para conservárselas y, en su oportunidad, devolvérselas. Por eso declarará en su proceso que “lejos de estimar Vindicación del ayuntamiento de Guanajuato justificando la conducta que observó durante la permanencia de los independientes en la ciudad, idem, t. II, n. 206, pp. 387-402. 174

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que caía en el delito de alta traición, lo estimaba de alta lealtad”.175 Pero también hay otras discordancias entre los dos jefes máximos sobre el modo de conducir tanto la guerra cuanto el gobierno civil, que los irá separando y enfrentando cada vez más. Además, Allende no se conforma con ser teniente general, frente a Hidalgo, que es capitán general. Se cree acreedor al mismo grado. Al otorgársele, tiene que inventarse el de generalísimo para el jefe superior. 6. RETROCESO INEXPLICABLE El caso es que una semana después, el martes 30 de octubre, ocurre la acción del monte de Las Cruces, ganada por el ejército nacional. En su parte de guerra, el comandante español Torcuato Trujillo señala: Peleamos (desde las ocho de la mañana) hasta las cinco y media de la tarde, hora en que las municiones estaban concluyendo. Los enemigos habían salido por mi frente del camino real y establecido sobre su derecha una batería a donde enfilaban mi situación. Me dirigí al cañón giratorio y haciéndoles fuego, al tercer tiro los acallé, incendiándoles un cañón de madera y otro de bronce con los cortos tiros que me quedaban. Reflexionando la mucha fatiga de mi tropa, la falta de víveres que tenía desde hacía dos días, en los cuales se comió con la mayor escasez, la falta total de municiones de artillería, los enemigos que cada vez se reforzaban sobre el camino real de mi espalda, y que era forzoso conservar 4 ó 5 cartuchos de fusilería para emprender mi retirada por trozos, que era el destino de mis tropas, después de dar órdenes de que la artillería fuera clavada, desfondada y despeñada, me puse a la cabeza de dos compañías de mi regimiento para desalojar a los enemigos del puente y camino real de mi espalda, del que se habían apoderado y cargaban en gran número; me dirigí en columna cerrada y marchando les hice fuego de frente y de derecha, con lo que los ahuyenté, siguiendo mi marcha en la misma formación y continuando la demás tropa y oficialidad a mi ejemplo, y no sin trabajo, pues los rebeldes estaban emboscados en toda la orilla del camino…, y donde se me presentaban, eran desechos por mi fusilería. En esta formación y causándoles varios muertos llegué hasta la venta de Cuajimalpa, a donde tomé posición para rechazar un trozo de su caballería, que 175

García, Genaro, op. cit., pp. 23-24.

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envuelta por alguna de la mía, venía molestándome y seduciendo a mi tropa; hice fuego sobre todos, los dispersé y maté a varios ladrones. Seguí mi marcha con mi tropa hasta Santa Fe, donde pasé la noche. No puedo detallar la pérdida de oficiales y tropa hasta que el tiempo aclare la verdad, pero gradúo entre muertos, heridos y prisioneros una tercera parte de mi fuerza…, calculando la pérdida de los rebeldes entre muertos y heridos en dos mil hombres”.176

Lo cierto es que los atacantes quedan dueños del campo y los defensores son puestos en retirada y sin municiones. Queda la vía abierta para el avance a la ciudad de México. Sin embargo, el alto mando insurgente resuelve retroceder. ¿Por qué? Tal es otra de las críticas que se le hacen a Hidalgo. El primero en formularla es el mismo Allende, quien propone la toma de la capital. Pero Hidalgo ha constatado que los ochenta mil hombres de su ejército triunfaron a duras penas sobre los tres mil del adversario. En la guerra influye no sólo la cantidad sino también la calidad de las fuerzas contendientes, su organización, disciplina, armamento y jefatura. Es preciso mejorar la calidad del ejército nacional antes de volver a presentar combate. La estrategia, por consiguiente, debe cambiar. Basta de oponer hombres desarmados o mal armados -sin preparación militar- contra tropas profesionales, sólo para enviarlos a la muerte. Hay que intensificar el proceso de organización, disciplina, adiestramiento y armamento de las fuerzas nacionales, hasta que éstas lleguen a igualar o superar la calidad del adversario. Pero esta tarea requiere meses. Mientras se intensifica, es necesario apelar a la insurrección, esto es, a producir levantamientos en una provincia, otra, otra y otra más, y así sucesivamente, hasta que se propague el fuego por todo el territorio del reino, hoy territorio nacional, sin que nadie ni nada sea capaz de apagarlo: de este modo, se irán formando simultáneamente múltiples bastiones a favor de la independencia, y más tarde o más temprano, ésta se realizará. ¿Quién tiene razón? ¿Hidalgo o Allende? Las presuntas Parte de Torcuato Trujillo al virrey de la acción que sostuvo contra el señor Hidalgo en el Monte de las Cruces, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 120, pp. 208-211. 176

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razones del generalísimo, ¿expresan real y adecuadamente su estrategia? ¿O forman una cortina de humo para ocultar razones desconocidas que fundan su retirada? En tal caso, ¿cuáles son? Mucho se ha escrito al respecto y falta por escribirse todavía más. El caso es que el consejo de guerra apoya la propuesta del generalísimo. Pronto cunde el rumor que la batalla de Las Cruces ha sido perdida. El propio virrey Venegas proclama su triunfo y lo difunde en Ecuador y el Perú. 177 Las tropas nacionales se retiran. Otra expresión de la guerra ha comenzado: la guerra psicológica, la guerra de propaganda, según la cual lo que importan no son los hechos reales, sino los que se presentan como tales, aunque no lo sean. Hidalgo se ve obligado a hacerle frente. Aclara de inmediato: la del monte de Las Cruces no ha sido derrota sino victoria y la retirada no ha sido obligada sino voluntaria: El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones en términos que, convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaban, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí el retroceder para habilitar nuestra artillería.178

La breve explicación anterior es poco creíble. Es cierto que los mandos insurgentes esperaban que la capital de la nación se les entregase, como lo hiciera antes Valladolid y lo haría después Guadalajara; pero también habían previsto que la guarnición ofreciera batalla, y esto es lo que ocurrió. Lo que pasa es que los jefes de dicha guarnición, a sabiendas de que la población de la capital podría agitarse en su contra, habían preferido salir a campo abierto a presentar batalla, en lugar de El virrey remite a Guayaquil y Lima los partes de las acciones de Querétaro, Monte de las Cruces y Aculco…, idem, op. cit., t. II, n. 125, p. 216. 177

No hay duda que este documento está hecho especialmente para contrarrestar la propaganda del gobierno español de México. Nótese que está fechado en Celaya el 13 de noviembre, cuando Hidalgo ya estaba en Valladolid. En Celaya estuvo efectivamente, pero días antes, del 9 al 10 de noviembre. Cfr. Se informa mediante circular por qué no se avanzó a la ciudad de México después la batalla del monte de Las Cruces, Celaya, 13 de noviembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 129, p. 221. 178

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resistir tras sus muros y quedar expuestos a dos fuegos. En todo caso, es difícil concebir que los jefes americanos hayan prevenido municiones únicamente para esta sola y única batalla, sin pensar en las demás que obligadamente tendrían que sostener. Y es tanto más difícil admitirlo, cuanto que el botín de guerra tomado por Calleja en el encuentro que sostendrá poco más tarde en Aculco, incluye ocho piezas de artillería, ciento veinte cajas de pólvora, tres de municiones, cuarenta cartuchos de bala y metralla, cincuenta balas de cañón, diez racimos de metrallas, algunos centenares de fusiles, dos banderas del regimiento de Celaya, una del de Valladolid y dos estandartes guadalupanos.179 Justamente la batalla de Aculco, primera que pierde el generalísimo, aunque no tiene importancia política ni militar, e incluso ni siquiera llega a ser una batalla formal propiamente dicha, sí la tiene desde el punto de vista moral y es celebrada por el enemigo como una estruendosa derrota insurgente. El generalísimo Hidalgo se limita a señalar: De regreso encontramos el ejército de Calleja y Flon, con quienes no pudimos entrar en combate por lo desproporcionado de la artillería; sólo se entretuvo un fuego lento y a mucha distancia, entre tanto se daba lugar a que se retirara la gente, sin experimentar quebranto, como lo verificó.180 Es obvio que, así como el enemigo ha magnificado los descalabros insurgentes, él hace lo contrario, y en su carta al intendente de Guanajuato los minimiza hasta reducirlos a la nada. En lo sucesivo, tal será la tónica de la guerra, de la política y, por consiguiente, de la historia. Esta retirada, necesaria por la circunstancia, tengo noticia se ha interpretado por una total derrota, cosa que tal vez puede desalentar a los pusilánimes, por lo que he tenido a bien disponer a usted esto, para que imponga a los habitantes de esa ciudad que de la retirada mencionada, no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres, que se ha regulado perecieron o se perdieron.181

Primer parte de la acción de Aculco rendido por Calleja, idem, t. II, n. 122, p. 213. 179

180

Ibid.

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No. Ya se ha visto que el botín de guerra de Calleja, constatado por los informes de las autoridades municipales, es más cuantioso. 7. REPERCUSIONES DE LAS CRUCES Ahora bien, si se analizan fríamente las dos acciones en función de sus propios objetivos, nada más, es indudable que la de Las Cruces es una victoria pírrica insurgente, y la de Aculco, una insignificante derrota que hace descender abruptamente el espíritu combatiente de las fuerzas nacionales. La primera es una victoria que cuesta tanto o más que una derrota, porque el objetivo principal de esa campaña es la toma de la ciudad de México, mientras que el del ejército español emplazado en Las Cruces es detener el avance agresor. Pues bien, a pesar de perder la batalla, el ejército de México logra su objetivo y detiene a las tropas de Hidalgo. Y no obstante la victoria insurgente, no se toma la capital, por las razones que hayan sido. Tales son los hechos. Lo demás es literatura. Ahora bien, el otro reproche que se le hace a Hidalgo, consistente en que “si hubiera” avanzado después de la batalla de Las Cruces a la capital de la nación, le habría ahorrado a ésta once años de guerra, destrucción, pérdida de vidas y desolación, es más inconsistente que la anterior. En historia, no hay lugar para el “si” condicional ni para el modo verbal “hubiera”. Estas inflexiones del pensamiento y del lenguaje están proscritas en esta materia. Pero si el reproche anterior se plantea como hipótesis de trabajo para hacer un cálculo de probabilidades sobre los efectos de esa acción, tampoco parece estar lo suficientemente fundada. Todo indica que, tomada o no la capital de la nación en ese momento, los choques armados habrían continuado indefinidamente. No como ocurrieron, sino de otra forma, bajo modalidades distintas y con protagonistas diferentes, pero habrían continuado. De hecho, continuaron. Y no sólo hasta 1821, en que se consumaría la independencia, sino también por otras causas, prácticamente hasta 1860, siendo la nación ya independiente. 181

Ibid.

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Esto significa que la toma o la pérdida militar de una localidad podrá ejercer cierta influencia sobre los acontecimientos, pero no determinar necesariamente el curso de la historia, salvo en casos excepcionales, como en Waterloo, por ejemplo. En América, las condiciones objetivas del país, creadas a lo largo de tres siglos, estaban planteadas para que los enfrentamientos se produjeran como se produjeron y no de otra manera. Manuel Abad y Queipo, encargado de la diócesis de Michoacán y buen amigo de Hidalgo, profetizaba a la Junta de Sevilla el 30 de mayo de 1810, tres meses y medio antes de que estallara la insurrección, lo siguiente: Si en estos países se perturba el orden público, debe seguirse necesariamente una espantosa anarquía.182

El obispo ilegítimo de Valladolid había deducido esta tesis del análisis de la población. Según su reporte, dos décimos estaban formados por españoles de ambos continentes: europeos y americanos. Los primeros representaban la prolongación permanente de la conquista por medios pacíficos, y los segundos querían liberarse de su despótica opresión. Los ocho décimos restantes –la gran masa de la población- eran indios y castas. Esta gran masa de habitantes no tiene apenas propiedad, ni en gran parte domicilio; se halla realmente en un estado abyecto y miserable, sin costumbres ni moral. Se aborrecen entre sí, y envidian y aborrecen a los españoles por su riqueza y dominio; pero convienen con los españoles americanos en aquella prevención general contra los españoles europeos, por la razón sola de ser de otro país y pertenecer inmediata y directamente a la nación dominante. ¿Qué debe resultar, pues, en una revolución, de esta heterogeneidad de clases, de esta oposición y contrariedad de intereses y pasiones? La destrucción recíproca de unos y otros, la ruina y devastación del país.183

Y eso ocurriría exactamente durante los diez años siguientes: la destrucción recíproca de unos y otros, y la ruina y devastación del país. Por eso Hidalgo, que sabía Manuel Abad y Queipo, “Informe a la primera Regencia”, Valladolid de Michoacán, Mayo 30 de 1810, en En torno al nicolaita Miguel Hidalgo y Costilla, Morelia, Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1983, pp. 61-67. 182

183

Ibid.

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perfectamente lo anterior, propuso la estrategia de fomentar rebeliones y levantamientos por todas partes -estrategia que prevalecería-, con lo que contribuyó decisivamente a crear, frente al estado de conquista pacífica permanente que se había seguido del siglo XVI a sus días, el estado de convulsión liberadora permanente. En ese turbulento escenario, la toma de México, por sí sola, no hubiera resuelto la independencia. Los conflictos habrían persistido. De hecho, en el medio siglo siguiente, persistieron, fuera la capital tomada por un partido o por otro. Este asunto conlleva otra crítica. Al adoptarse la estrategia de levantamientos generalizados y desestabilizadores para impedir que el gobierno español subsistiera, se llevó el país a la destrucción, a la ruina y al caos. Cuando alcanzó su independencia era tan débil, que no pudo resistir las agresiones del exterior. Luego entonces, Hidalgo es responsable en última instancia de la pérdida de la mitad del territorio nacional en beneficio de Estados Unidos. Esta crítica es menos fundada que la anterior, porque lo que quedó al consumarse la independencia fue más importante, más rico y más valioso que lo que se perdió. Y no sólo desde el punto de vista material sino también jurídico, político y moral. Los inmensos bienes territoriales y marítimos, antes de la corona española, pasaron a ser propiedad de la Nación, con todo lo que había encima y debajo de ellos. La Nación, antes sometida y subyugada, fue libre para decidir su destino. Los esclavos y los siervos se convirtieron en ciudadanos. Y sobre las ruinas del antiguo gobierno despótico construido a lo largo de tres centurias, empezó a edificarse un nuevo gobierno representativo con aspiraciones democráticas. Luego entonces, si lo que se ganó en la independencia se utilizó más tarde, no para fortalecer a la nación sino para dividirla y debilitarla, la responsabilidad recae sobre las generaciones que sucedieron a la de Hidalgo, no a éste. En fin, sobre estos temas podría seguirse discutiendo indefinidamente, sin dejarlos agotado jamás. 8. LOS EFECTOS DE ACULCO La batalla de Aculco, por su parte, es una franca derrota insurgente; no tan espectacular como la presenta Calleja en

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sus partes de guerra, pero tampoco tan intrascendente como la expone Hidalgo en la circular que envía a las autoridades de la nación insurrecta. Es una derrota en toda la línea, no porque las pérdidas nacionales sean ligeramente más cuantiosas que las que Hidalgo reconoce oficialmente, sino porque es una derrota. Si las retiradas son desmoralizantes, como la de Las Cruces, las derrotas lo son más, como la de Aculco. Una victoria es políticamente alentadora, aunque se pierdan muchas vidas. Una derrota deprime los ánimos, aunque no se pierda ni una. Tal es el caso. Es la primera vez que los improvisados soldados insurgentes -victoriosos hasta el momento, a pesar de las terribles y dramáticas pérdidas que sufren en cada batalla-, son ahora obligados a retirarse y a saborear los agrios, amargos y ásperos sabores de la derrota. Por cierto, en Aculco se ponen de manifiesto nuevamente las discrepancias entre Hidalgo y Allende; aquél propone que se levante el campo y no se presente batalla, y éste, que se finja emprender la retirada por diferentes direcciones, que se regrese, que se rodee al enemigo, se le sitie y se le extermine. El plan de Allende es aprobado en consejo de guerra; pero al siguiente día, Hidalgo, al presentar combate frontal para garantizar la retirada multidireccional, observa que nadie regresa para rodear y exterminar al enemigo, y pierde la batalla en una hora. Es necesario reconocer que el generalísimo ejecuta organizadamente su retirada: porque habida cuenta de lo numeroso de su ejército, calculado en más de cincuenta mil hombres, la cubre sin demasiadas pérdidas humanas: no miles, como se jacta Calleja, aunque tampoco unos cuantos, como lo señala el propio Hidalgo. Parece que el generalísimo, pues, opuesto en principio a combatir en Aculco, se ve obligado a hacerlo; pero obsérvese que levanta su campo exitosamente y se retira. Ahora bien, al ver que nadie regresa para rodear al enemigo conforme a lo planeado, continúa realizando eficazmente sus operaciones hasta poner a salvo el grueso de sus tropas. El capitán general Allende esta vez no le reprocha nada. El generalísimo, que tiene quizá algún motivo de reproche, tampoco se lo hace.

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En cuanto a las bajas, en su primer parte de guerra Calleja reporta “un buen número de muertos”, que las autoridades locales precisan: El número de muertos que hubo en la batalla de este campo de Aculco, inclusive los de Arroyo Zarco, son ochenta y cinco y nada más; los heridos fueron cincuenta y tres, y de estos han muerto diez.184 El total de muertos, por consiguiente, es de noventa y cinco. En su segundo parte de guerra, Calleja echa a volar su imaginación y alardea: La pérdida de los enemigos excede ciertamente de diez mil hombres entre muertos, heridos y prisioneros…, pasa de cinco mil el número de los tendidos en el campo, y si a éste se agrega el de los heridos y extraviados que habrán perecido en las barrancas, y el de cerca de setecientos prisioneros que se hicieron en la acción, su pérdida asciende a un número exorbitante.185 No. Hidalgo no ha tenido las diez mil bajas a las que se refiere Calleja, aunque tampoco se limitan a seis u ocho individuos. Ya se dijo que son ochenta y cinco muertos, cincuenta y tres heridos, aunque de estos murieron diez, y seiscientos prisioneros, si bien el saldo final será de ciento cincuenta y cinco muertos: ochenta y cinco en acción, diez heridos y sesenta prisioneros, dado que los seiscientos serán diezmados, es decir, se ejecutará a uno de cada diez. En todo caso, al percibir las fuertes repercusiones morales que ha dejado esta última forzada batalla, Hidalgo trata de suavizarlas; pero el desaliento cunde no sólo entre los pusilánimes, como él cree, sino entre la población de las provincias nacionales de Guanajuato y Michoacán, y en especial, en los mandos civiles, militares y eclesiásticos que apoyan la independencia. A pesar de que el jefe recomienda tácitamente a las autoridades que levanten el espíritu combatiente de la población, sus palabras traslucen también, sin quererlo, una gran inquietud: 184

Ibid.

Parte detallado de la acción de Aculco rendido por Calleja, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 132, pp. 223-227. 185

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Me dirá usted en contestación cómo se hallan esos ánimos, qué noticias corren con alguna probabilidad, qué se dice de México, Tlaxcala, etc. y últimamente cuanto ocurra.186

9. BANCO NACIONAL DE AMÉRICA El caso es que Hidalgo regresa a Valladolid, no como derrotado precisamente, pero tampoco como vencedor. Si la primera vez había sido recibido a pleno sol, entre sonrisas, flores, salvas de artillería y aclamaciones de la multitud, la segunda lo hace de noche, casi en solitario, sin que el propio intendente Anzorena se dé cuenta. Durante el camino de regreso se ha determinado que el capitán general Allende marche a Guanajuato y que ambos levanten tropas y cañones en las dos provincias para auxiliarse mutuamente. En Valladolid, el generalísimo se siente como en su casa. Vivió allí veintisiete años de su vida como estudiante, catedrático y rector del Colegio de San Nicolás. El capitán general Allende, por su parte, con dificultades para respirar el mismo aire que el generalísimo, llega a Guanajuato, “la capital del mundo”, su ambiente natural, y pone a la ciudad en estado de defensa. Y mientras éste se apresta a resistir los embates del ejército de Calleja, que avanza desde San Luis Potosí, aquél se apresura a dictar medidas de gobierno, formular el programa político de la Nación y fortalecer el frente ideológico. En ausencia del generalísimo, se han llevado a cabo distintas acciones en la provincia vallisoletana -por instrucciones de él-, que empiezan a imprimir sus rasgos distintivos en la fisonomía del Estado nacional beligerante. Se trata, ni más ni menos, de la fundación del Banco Nacional de América.187 Lo importante del documento fechado el viernes 2 de noviembre de 1810, en el que no aparece la firma de Hidalgo, ni siquiera sus palabras, pero sí su voluntad, no es que un individuo llamado Luis García, respaldado por su aval Miguel Orozco, otorgue fianza para responder de sus actividades como administrador de correos de Apatzingán, sino que lo 186

Ibid.

El administrador de la estafeta del pueblo de Apatzingán se obliga a pagar fianza al Banco Nacional de América, Valladolid, 2 de noviembre de 1810, en Guzmán Pérez, Moisés, op. cit., n. 34, pp. 258-259. 187

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haga ante la institución financiera de marras. De esto se deduce que los fondos que ha obtenido el poder político americano han servido no sólo para sufragar los gastos de la guerra y el sostenimiento del nutridísimo ejército nacional -que empieza a convertirse en una carga- sino también para crear palancas que impulsen el desarrollo económico y social. Doce días después, el miércoles 14 de noviembre, el generalísimo Hidalgo nombra administrador de correos de Uruapan a Francisco Chávez, quien seguramente, como el de Apatzingán, tendrá que haber otorgado oportunamente la obligada fianza para responder del caudal de bienes que se pondrá en sus manos. Y todo parece indicar que lo habrá hecho precisamente ante el Banco Nacional de América. Vale señalar que lo que despacha el generalísimo Hidalgo al señor Chávez no es el nombramiento de estilo, sino sólo una breve constancia, que, sin embargo, tiene efectos de título en debida forma, mientras se le extiende aquél.188 Por otra parte, en esa misma fecha, 14 de noviembre, Hidalgo ordena al licenciado José Ma. Zarco, clavero de la santa iglesia de la catedral, que entregue al superintendente del ejército americano don Mariano Hidalgo, la cantidad de siete mil pesos en calidad de préstamo, para la subsistencia del ejército, y a cuya devolución me obligo como Generalísimo de la Nación.189

No hay duda de que esta suma de dinero (uno por ciento del total que el cabildo eclesiástico asegura que fue tomado de sus arcas) es destinada por el generalísimo Hidalgo al fin que señala, es decir, a la subsistencia del ejército; pero si se toma en cuenta lo expuesto sobre el Banco Nacional de América, así como el hecho de que la iglesia ha sido la única institución financiera que ha habido en Nueva España desde hace más de dos siglos, y que ya es necesario acabar con el monopolio que ha detentado en esta materia, hay motivos para sospechar que el jefe de la nación insurgente exige ese préstamo forzoso no sólo para el objeto que indica, sino Se nombra administrador de correos de Uruapan, Valladolid, 14 de noviembre de 1810, idem, n. 35, p. 260. 188

Segundo préstamo forzoso exigido al clavero de la iglesia catedral, Valladolid, 14 de noviembre de 1810, idem, n. 36, pp. 261. 189

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también, quizá, para respaldar, así sea en un pequeño porcentaje, las actividades financieras del Banco Nacional de América. En todo caso, queda planteada esta interesante línea de investigación, que sin duda resolverán mejores mentes. Ahora bien, a Hidalgo se le critica, no por haber creado una institución financiera nacional -quizá porque es un hecho poco conocido y porque el proyecto no llega a prosperar- sino por confiscar el dinero de la catedral, sin que el cabildo eclesiástico tenga siquiera la oportunidad de protestar, aunque sí de quejarse después. Lo único que habría que aclarar a este respecto es que el generalísimo no expropia, ni confisca, ni roba, como se dice, ese dinero: lo pide prestado en nombre de la Nación. Luego entonces, es la nación insurgente la obligada a pagarlo. Sin embargo, habiendo sido exterminado su primer órgano político, no queda nadie para cubrir la deuda.190 Los banqueros ingleses de finales del siglo XIX aprovecharán las experiencias del pasado, tanto las de su propio país como las de los demás, para evitar este tipo de pérdidas financieras. A uno de sus más grandes deudores, en lugar de reducirlo a prisión, lo siguen financiando hasta que logran hacerlo primer ministro. Una vez en esta posición, el deudor toma cuantas medidas políticas son necesarias para saldar sus considerables cuentas y sus leoninos accesorios, y acaba por ser uno de los forjadores del imperio británico. Un buen acreedor tiene el deber de cuidar a sus deudores para que le paguen con creces lo que le deben, no de exterminarlos. 10. EL FRENTE IDEOLÓGICO Resueltos los problemas materiales y financieros que se han dejado enunciados, al día siguiente, jueves 15 de noviembre, el generalísimo decide celebrar el segundo mes del inicio del movimiento, atacando asuntos de orden ideológico y espiritual.

Preguntado si creía de buena fe que estas deudas y otras que tendrían qué contraerse podrían satisfacerse, dijo que entonces lo creía de buena fe. Cfr. Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 25, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 2, p. 16. 190

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Nada ha tenido que responder a la excomunión fulminada en su contra por su amigo, el obispo electo Abad y Queipo, porque ésta ha sido levantada por el gobernador de la Mitra, conde de Sierragorda, no menos amigo de él, un día antes de su entrada a la ciudad de Valladolid. Este eclesiástico declarará que había puesto en duda la legitimidad de la excomunión, porque “habiendo sido fulminada por un europeo” contra un americano, y por un obispo electo que “aún no estaba consagrado”, había sido despreciada por todos. Al levantarla, había logrado que “se sosegara el pueblo rudo”.191 En cambio, Hidalgo ha sido acusado por el tribunal de la inquisición -desde septiembre anterior- de haber cometido faltas gravísimas calificadas de heréticas, y lo ha requerido para que comparezca a responder los cargos. El requerimiento subsiste. La población de las dos intendencias insurgentes, Guanajuato y Valladolid, se han enterado de la acusación inquisitorial, a pesar de que los impresos acusatorios no se han publicado ni fijado en las puertas de iglesias, parroquias y catedrales, y de que las pocas que lo hicieron, fueron retirados inmediatamente. El hecho, pues, no por prohibido por las autoridades de la nación, ha dejado de ser público y notorio. Hidalgo es un excelente teólogo, uno de los mejores del reino, si no es que el mejor, según lo ha reconocido el propio arzobispo de México. Y es, además, un polemista refinado. Así que el 15 de noviembre decide comparecer ante el tribunal de la inquisición, pero no directamente, sino a través de otro tribunal más importante que aquél: el de la opinión pública. Él es creyente. Tiene numerosos testigos para probarlo, lo mismo en San Felipe que en Dolores, en donde ha vivido años; pero, ¿para qué los necesita? ¿Para probar lo evidente? Basta con poner de manifiesto las contradicciones de la acusación para que ésta se desbarate por sí misma. Se le acusa de haber dicho que no cree en el infierno y que uno de los pontífices canonizados está en él. Si no cree en el infierno, ¿cómo puede haber dicho que el pontífice está en él? Y si cree que el pontífice está en él, ¿por qué se le acusa de no creer en el infierno? El Lic. Don Mariano Escandón manifiesta cuáles fueron las razones por las que se mandó levantar la excomunión contra el señor Hidalgo, idem, t. II, n. 174, pp. 313-314. 191

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Se me imputa también el haber negado la autenticidad de los sagrados libros y se me acusa de seguir los perversos dogmas de Lutero; si Lutero deduce sus errores de los libros que cree inspirados por Dios, ¿cómo el que niega esta inspiración sostendrá los suyos, deducidos de los mismos libros que tiene por fabulosos? Del mismo modo son todas las acusaciones...192

El teólogo se siente confiado, fuerte, incluso invencible en la arena ideológica. Podrá ser inexperto, quizá, en el ámbito militar; pero en la batalla de las ideas no tiene rival. El polemista puede batirse con cualquiera sin mayores problemas. Está en su medio. Difícilmente podría ser sorprendido. Sea lo que fuere, no tarda en revelar a la opinión pública los motivos de la absurda acusación: Estad ciertos, amados conciudadanos míos, que si no hubiese emprendido libertar nuestro reino de los grandes males que le oprimían, y de los muchos mayores que le amenazaban y que por instantes iban a caer sobre él, jamás hubiera yo sido acusado de hereje.

Y alerta a sus conciudadanos contra las artimañas de los enemigos de la nación en un pasaje célebre: Abrid los ojos, americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos, ellos no son católicos sino por política; su Dios es el dinero y las conminaciones sólo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español? ¿De dónde nos ha venido este nuevo dogma, este nuevo artículo de fe? Abrid los ojos, vuelvo a decir, meditad sobre vuestros verdaderos intereses; de este precioso momento depende la felicidad o infelicidad de vuestros hijos y de vuestra numerosa posteridad; son ciertamente incalculables, amados conciudadanos míos, los males a que quedáis expuestos, si no aprovecháis este momento feliz que la divina Providencia os ha puesto en las manos; no escuchéis las seductoras voces de nuestros enemigos, que bajo el velo de la religión y de la amistad, os quieren hacer víctimas de su insaciable codicia.

Finalmente, no tiene ningún reparo en hacer una fuerte crítica a los suyos. Pone el dedo en la llaga. Si su causa no ha avanzado con la velocidad relampagueante que le imprimió al Se refutan acusaciones del tribunal de la inquisición, Valladolid, 15 de noviembre de 1810, idem, t. I, n. 54, pp. 124-126. 192

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principio, es por una sola razón: porque hay americanos que no apoyan la causa de América sino la de España. Así, difícilmente podrá obtenerse la libertad de la Nación: Rompamos americanos estos lazos de ignominia con que nos han tenido ligados tanto tiempo; para conseguirlo no necesitamos sino de unirnos. Si nosotros no peleamos contra nosotros mismos, la guerra está concluida y nuestros derechos a salvo. Unámonos pues, todos los que hemos nacido en este dichoso suelo, veamos desde hoy como extranjeros y enemigos de nuestras prerrogativas a todos los que no son americanos.

Finalmente, da a conocer el objeto fundamental de la nación insurgente, que es el de establecer un congreso, con dos finalidades: mantener nuestra santa religión y dictar leyes suaves y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo. Por eso, concluye su alocución con un vibrante mensaje: Establezcamos un Congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo; ellos entonces [los miembros del congreso] gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el soberano autor de la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.193

En lugar de hablar en nombre del rey, como el capitán general Allende, el generalísimo invoca siempre el de la nación, y como se ha observado a lo largo de estas líneas, da a su voluntad política forma de ley; juzga, administra y ejecuta: que tal es su papel de jefe absoluto del Estado nacional beligerante; pero anuncia y declara expresamente que no pretende ejercerlo indefinidamente en forma absoluta -bien que se vea forzado a hacerlo mientras el congreso no se instala-, lo que implica al mismo tiempo -si se ven las cosas en su contexto- que no ha lugar tampoco a cedérselo a los profesionales del ejército.

193

Ibid.

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Lo que propone es un congreso nacional representativo de la nación, que asuma los atributos de la soberanía, por una parte, y que fije las condiciones, por otra, para explotar las fuentes de riqueza del dilatado territorio continental de “la América mexicana” -como le llamarán los constituyentes de Apatzingán- y sean distribuidos equitativamente sus frutos entre sus habitantes. Esta será siempre la principal preocupación del gobierno insurgente: la moderación de la opulencia y la indigencia, como lo dirá Morelos en los Sentimientos de la Nación. De esto se deduce que, en términos políticos, el jefe de Estado o Protector de la Nación deberá quedar sometido a la voluntad del congreso y no éste a la de aquél. Propone tácitamente, pues, la división de poderes, y deja suponer, además, la adopción de una forma de gobierno cuasi federal, al señalar que las leyes que expida el órgano legislativo estén acomodadas a las circunstancias de cada pueblo. A este documento le da el generalísimo una atención especial. Lo más probable es que haya remitido una copia de éste al intendente y gobernador de Guanajuato –aunque no hay constancia de ello- para hacerlo circular entre las autoridades de la provincia, como lo hizo con otros, y lo hará circular el intendente y gobernador de Valladolid entre dichas autoridades, en el ámbito de su competencia. En todo caso, el 15 de diciembre siguiente, Hidalgo ordenará en Guadalajara que este manifiesto se reproduzca nuevamente, sin suprimirle ni agregarle nada, para celebrar el tercer mes del grito. Y hasta podría decirse que la segunda edición corre con mejor suerte que la primera. 194 Morelos, por ejemplo, conocerá ésta, la de Guadalajara, no la de Valladolid.195 Las autoridades españolas, por su parte, ordenarán que el documento sea quemado en la plaza pública. El tribunal de la inquisición se limita a declarar a Hidalgo en rebeldía el 22 de diciembre, por no haber comparecido Manifiesto del señor Hidalgo contestando los cargos que le hizo la Inquisición, idem, t. II, n. 164, pp. 301-303. [Valladolid, diciembre 15 de 1810, para que se publique por Bando, se fije y llegue a noticia de todos, sacándose copias que se remitan a los pueblos de su jurisdicción al mismo efecto. José María de Anzorena.] 194

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personalmente al juicio que se le inició, a pesar de haberle hecho tres citatorios que se le notificaron por estrados, y un mes más tarde, el 26 de enero, contestará que es el acusado quien ha incurrido en contradicciones y que la principal de éstas es haber sido luterano y caer después en “el último grado de la escala del precipicio, que es el ateísmo y el materialismo...”196 Por el momento, como se apuntó antes, queda pendiente una cuestión: ¿cómo organizar políticamente a la nación? ¿En forma de monarquía moderada federativa, como se desprende de lo expuesto por Allende y el grupo de oficiales que lo apoyan? ¿En forma de república democrática para que adopte con más facilidad el sistema federal, según parece apetecerlo el generalísimo? ¿Ni en una ni en otra forma, sino como “protectorado” provisional y transitorio, según lo proyecta el propio Hidalgo desde el 19 de septiembre, en Celaya, hasta que la nación resuelva en mejores condiciones adoptar una de las dos formas anteriores...? El asunto ha sido, es y será complicado; tan es así que, posteriormente, en agosto de 1811, la nación insurrecta establecerá la monarquía constitucional; en octubre de 1814, la república democrática; en diciembre de 1815, ésta se desmoronará dentro del sistema de la monarquía española; en 1821 surgirá el primer imperio en la nación independiente; en 1824, la primera república federal; en 1836 y 1843, dos expresiones diversas de la república centralista; en 1847 se restablecerá la federal, reformada; en 1853 se impondrá la dictadura militar absoluta, y en 1857 se establecerá un nuevo tipo de república federal. Es comprensible, pues, que el complejo y arduo asunto relativo a la forma de gobierno, por lo pronto, haya quedado pendiente. Según Morelos, “este es el plan que se propuso desde el principio, y aún corrió impreso en Guadalajara, en aquel manifiesto del señor Hidalgo, en aquellas palabras que dicen: fomentemos un Congreso que se componga de representantes de las provincias”. Cfr. Oficio del vocal José Ma. Morelos al vocal José Ma. Liceaga, Cuartel General de El Veladero, marzo 29 de 1813, idem, , t. V, n. 1, p. 5. 195

Inquisición de México, año de 1810, pieza 2ª, documentos 41 y 55, idem, t. I, pp. 93 y 127, respectivamente. 196

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11. EJECUCIONES EN VALLADOLID El siguiente es uno de los momentos más dramáticos y controvertibles de esta etapa: la ejecución de prisioneros españoles. Es necesario anticipar que los dos jefes insurgentes, Hidalgo y Allende, han tenido fuertes discusiones respecto a la suerte de propiedades y vidas de los europeos; discusiones que se han reproducido en Celaya, San Miguel, Guanajuato, Acámbaro, Aculco y demás, sobre todo en San Miguel. Mientras Allende ha exigido que se respeten las vidas y propiedades de los españoles, Hidalgo, por el contrario, ha fomentado unas veces, y tolerado otras, que se cometan “excesos” contra ellos y sus bienes. Cada uno se ha basado en distintas filosofías. Allende ha invocado el derecho común; Hidalgo, el derecho de guerra. A pesar de las frecuentes escenas y reproches que se cruzan entre los dos jefes insurgentes, a veces hasta en público, nunca parecen llegar a ningún acuerdo. ¿Por qué? Probablemente porque Hidalgo, a diferencia de Allende, ha celebrado una secreta alianza –expresa o tácita- con las naciones indígenas, según la cual éstas acuerdan sumarse al movimiento de la independencia y ofrendar sus vidas, a cambio de que se les restituyan sus bienes, concretamente sus tierras, y se les entreguen las vidas y propiedades –o por lo menos las vidas- de los peninsulares que caigan en sus manos, es decir, de aquellos que no se sometan al nuevo sistema político americano. A pesar de que han transcurrido tres siglos de la conquista, los orgullosos pueblos indígenas todavía tienen abierta la herida histórica y no han perdonado las afrentas antaño recibidas. Para sellar esa alianza, Hidalgo ha condenado en su discurso la conquista y los tres siglos de dominación española, y ha concedido a las naciones indias casi todo lo que le solicitan. Siempre se le ha notado vivamente interesado en ganarse el apoyo de éstas, y además, es más sensible a sus demandas -por más irrazonables que parezcan- que a las aparentemente más razonables de su amigo Allende.

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Pues bien, el martes 13 de noviembre, estando en Valladolid, esto es, en la misma fecha en que redacta el documento supuestamente firmado en Celaya (en el que informa al intendente de Guanajuato las acciones de Las Cruces y Aculco, minimizando sus efectos, y pide que se envíe circular a las autoridades de la provincia para levantarles el ánimo), el generalísimo autoriza que se extraigan por la noche a cuarenta y un prisioneros españoles de la cárcel, seleccionados arbitrariamente por el carcelero, un clérigo apodado padre chocolate, y que se les conduzca fuera de la ciudad, so pretexto de ser enviados a Guanajuato, a todos los cuales, al amanecer del día siguiente, se les degüella sigilosamente en la barranca llamada Las Bateas. Desde entonces, en el léxico del pueblo mexicano, dar muerte a alguien es darle chocolate o darle cuello. Dos o tres días después, alrededor de veinte personas son degolladas en el cerro del Molcajete, camino a Pátzcuaro. Estas ejecuciones han sido fuertemente censuradas por tirios y troyanos, desde el momento en que trascienden a la luz pública -debido a la indiscreción de un clérigo alcohólico y vicioso tildado padre chinguirito- hasta la fecha. Parecen no tener justificación ninguna. El doctor Mora dice que tales atrocidades no necesitan comentario ni merecen disculpa alguna; Riva Palacio, que las matanzas perjudicaron la causa de la independencia, y así sucesivamente. Desde el punto de vista del derecho común, ordinario, aplicable en una situación ordinaria, en efecto, parecen haber sido innecesarias, condenables y contraproducentes. Aún causan horror, sobre todo, en algunos historiadores contemporáneos que son sumamente sensibles, y que han juzgado estos actos desde los puntos de vista ético, iusnaturalista y de los modernos derechos humanos. Vale decir que desde que ocurrieron, fueron juzgados con gran severidad estos actos sangrientos. Manuela de Rojas y Taboada escribía a Mariano Abasolo, su esposo: Si pueden, váyanse por Dios a los Estados Unidos: yo veré después cómo los sigo, porque esto anda muy malo, con las cosas que han hecho… Con semejantes iniquidades [como la] de degollar a sangre fría a muchos inocentes, ¿cómo Dios ha de protegerlos? Esto es imposible; vergüenza es oír el valor de los de ese ejército que, en viendo gente armada, echan a correr, y a los rendidos que se vienen a entregar,

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sacarlos a degollar con tanta lástima. ¡Qué vileza!197 A pesar de lo expuesto, no es sencillo condenar o, al menos, censurar este desagradable asunto, porque no cae en el ámbito del derecho común –menos en el de la ética- sino en el del derecho de guerra (al menos de esa guerra); es decir, no se trata de algo normal sino anormal, y no ocurre en una situación ordinaria sino extraordinaria. 12. LO ORDINARIO DENTRO DE LO EXTRAORDINARIO En el tribunal militar, al preguntársele si sabe y tiene noticia de los asesinatos que fueron notorios en Guanajuato, Guadalajara, Valladolid, Charcas, Real de Catorce, Matehuala y otros pueblos, cometidos en las personas de muchos europeos y criollos, Hidalgo responderá que no tuvo ninguna responsabilidad en los de Guanajuato, porque al reconquistar Calleja esta ciudad, él se hallaba en Guadalajara; pero que sí en los de Valladolid, ejecutados de su orden, y parece que fueron sesenta los que perecieron; que por la misma razón la tuvo en los de Guadalajara, que ascendieron como a trescientos cincuenta, y que tampoco tuvo parte en los que se ejecutaron después, ni sabe de orden de quién se ejecutaron, aunque supuso que habría sido de la de Allende, quien tendría ya todo el mando.198 Hidalgo admitió igualmente que a ninguno de los que se mataron de su orden se le formó proceso, ni había por qué formársele, [y que] bien sabía que eran inocentes.199

Y al preguntársele el motivo para proceder en forma tan inhumana con esos hombres, que él mismo había admitido eran inocentes, y que estaban despojados de su libertad y de sus bienes, respondió que no tuvo más motivo que el de una condescendencia criminal con los deseos del ejército compuesto de los indios y de

Cartas de doña Manuela de Rojas y Taboada dirigidas a D. Mariano Abasolo, idem, t. II, n. 209, p. 407. 197

Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 16, idem, , t. I, n. 2, p. 14. 198

199

Ibid.

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la canalla.200

Luego entonces, de acuerdo con sus palabras, hay un ejército especial dentro del ejército insurgente: el “de los indios y de la canalla”. Ya se sabe quiénes son los indios. La “canalla”, por su parte, es la basura humana, la escoria social, lo que más tarde será denominado con el germánico apócope de “lumpen”. Tal es el lastre que arrastra el ejército insurgente. Pues bien, parece que Hidalgo, según el acta, condesciende con estos dos grupos y les entrega las vidas de unos europeos seleccionados arbitrariamente por el clérigo encargado de la prisión. ¿Se les acusa de algún delito? ¿Se les forma proceso? ¿Se les declara culpables de algo? No, no se les acusa de nada y tampoco se les forma proceso, porque no han cometido ningún delito común u ordinario, son inocentes. Luego entonces, se les asesina a sangre fría. La condescendencia en su ejecución es “criminal”. Si se les hubiera fusilado o colgado, quizá la crítica no habría sido tan severa: pero pasarlos a cuchillo es algo que estremeció y puso los pelos de punta hasta a los respetables verdugos españoles. Ahora bien, es difícil que Hidalgo haya producido su declaración en los términos asentados en el acta, porque estos contradicen lo ordenado en sus bandos, intimaciones y decretos. Y aunque lo haya efectivamente declarado, estos hechos, por crueles y atroces que sean, resultan incomprensibles si se les analiza en la forma en que se ha expuesto. Por consiguiente, es necesario, imperativamente necesario, examinarlos desde otro enfoque, no para justificarlos, sino para explicarlos. La guerra es atroz, y atroz igualmente todo lo que se relaciona con ella. En ese orden de ideas, es falso que los españoles sean inocentes y que con ellos se cometan asesinatos. Desde el ángulo planteado por los decretos e intimaciones de Hidalgo, en su calidad de jefe del estado beligerante, todos son culpables. Desde que son hechos prisioneros por el gobierno americano son culpables, y a partir de ese momento, han sido condenados a muerte. Pudiera decirse que, a partir de su aprehensión, no tienen más vida que las 200

Ibid, respuesta a la pregunta 17, p. 15.

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que les falta para ser inexorablemente ejecutados. Son muertos vivos. Si no hay hostilidades, permanecerán en esa ambigua condición; pero si éstas se desatan, su suerte ha sido decidida de antemano: morirán. Los prisioneros no son reos comunes sino reos de Estado. Efectivamente, ninguno de ellos ha cometido ningún delito común, pero todos han cometido un grave delito político. La América está en guerra contra el gobierno español de México, porque éste se la declaró a aquélla desde el 16 de septiembre de 1808, y confinó, desterró y asesinó a sus principales representantes. Desde ese momento, los integrantes del gobierno español de México se convirtieron en criminales. Son culpables. Deben ser castigados. Por eso, al avanzar las tropas americanas, han sido hechos prisioneros, o porque han sido funcionarios del gobierno que declaró la guerra a la nación, o porque son propietarios de esclavos y se negaron a liberarlos. Desde el 16 de septiembre de 1810, en que son privados de su libertad, de sus familias y de sus bienes, son condenados a muerte por razones políticas. La intimación a Celaya de 19 de septiembre lo advierte muy claramente. En la post data se lee: En el mismo momento que se mande dar fuego contra nosotros, serán degollados setenta y ocho europeos que traemos a nuestra disposición.201

El hecho de no haber habido enfrentamientos en Celaya no los ha salvado de su trágico destino. Más tarde, es cierto, en Guanajuato, no habrá degüello alguno, a pesar de que el intendente Riaño se defiende a sangre y fuego, por la simple y sencilla razón de que esa cláusula no es incluida en los parlamentos que se cruzan entre las partes; pero suspender dicha cláusula en una acción, no implica suprimirla en las demás. La amenaza de pasar a cuchillo a los europeos, por el simple hecho de ser europeos, es una declaración de guerra, peor aún, es una ley de guerra -de esa guerra- y se mantiene en pie como ley –así se mantendrá- todo el tiempo, hasta no hacerse la paz. La decisión es política, no sujeta a la legislación común, porque ha sido atada a una ley superior, que es la ley de la Se intima rendición al ayuntamiento de Celaya, 19 de septiembre de 1810, idem, t. II, n. 35, p. 78. 201

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guerra. La prueba está en que la voluntad de pasar a cuchillo a los prisioneros españoles pasa de cláusula intimidante a norma jurídica general. No quisiéramos que hubiera existido, pero existió. En un bando que se anexa a la causa que abre el tribunal de la inquisición contra Hidalgo -bando del que se omite lugar y fecha así como firma del autor-, probablemente redactado en Guadalajara en diciembre de 1810, y que responde íntegramente al estilo del generalísimo, se establece lo siguiente: Una sola gota de sangre americana pesa más en nuestra estimación que la prosperidad de algún combate, que procuraremos evitar en cuanto nos lo permitiere la felicidad pública, como ya lo hemos hecho [¿Aculco?]; pero con sumo dolor protestamos que pelearemos contra todos los que se opongan a nuestras justas pretensiones, sean quienes fueren. Para evitar desórdenes y efusión de sangre, observaremos inviolablemente las leyes siguientes, que publicamos para gobierno de todos en lo de adelante.202

Las leyes (artículos) a que se refiere el bando anterior, disponen que los europeos y americanos que se opongan de palabra o de obra a la independencia, no serán fusilados ni colgados -menos mantenidos indefinidamente en cautiveriosino pasados a cuchillo -sin formación de causa, por supuesto-, salvo los que se entreguen voluntaria y espontáneamente, quienes serán tratados con respeto, protestándose la seguridad de su vida y hacienda.203 Esa ley se mantendrá en vigor largo tiempo. A los que se someten voluntariamente a lo largo de la guerra, muy pocos por cierto, se les respetará su vida y propiedades; a los demás, se les condenará a muerte. Su ejecución y la forma de llevarla a cabo no es más que cuestión de circunstancias. Y como suele ocurrir, a veces pagan justos por pecadores. Se ejecutará a quienes lo merecen, bien porque se han opuesto al poder americano o bien porque se han negado a liberar a sus esclavos, pero también a algunos que no lo merecen, quizá por haberse entregado voluntariamente o por haber sido indultados; pero la forma de ejecución de todos será la misma Manifiesto del señor Hidalgo expresando cuál es el motivo de la insurrección concluyendo en nueve artículos, idem, t. I, n. 51, pp. 119-120. 202

203

Ibid.

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y será prevista por la ley: ser pasados a cuchillo. Horrorizarse por una u otra forma de dar muerte es legítimo; pero hacerlo sólo por degüello y no por horca, fusilamiento, descuartizamiento de los miembros o simple decapitación, o hacerlo sólo por las muertes ocasionadas por los insurgentes y omitir las ejecutadas por los españoles, parece un tanto incongruente. En todo caso, el bando, hasta entonces la más alta expresión legislativa del Estado nacional en proceso de formación, advierte igualmente -esto no hay que pasarlo por alto-, que el enemigo será responsable de la muerte de los españoles prisioneros: Cuando seamos amenazados de sitio y combate, antes de entrar en él, y en el mismo hecho de cometer hostilidades, pasaremos a cuchillo los muchísimos europeos que estén en nuestras manos, y después seguiremos la suerte de las armas.204

Si el enemigo entra en combate, como lo hace, a sabiendas de lo anterior, consiente tácitamente en que se pase a cuchillo a sus compañeros y paisanos. La responsabilidad recae no sólo en el gobierno insurgente sino también en el español. Las autoridades subalternas del gobierno nacional dieron adecuada difusión a los decretos del generalísimo. Por ejemplo, el 23 de octubre de 1810, el comisionado del gobierno nacional en Tlalpujahua, hizo saber que debía detenerse a todo europeo que no se presentara voluntariamente, y sus bienes, confiscados: He resuelto publicar por bando y fijar por rotulones para que, puesto en noticia pública, nadie pueda alegar ignorancia, ni excusar las penas que tenga a bien imponer la superioridad por la infracción de cualquiera de los ya relacionados artículos; tendréislo entendido para su puntual y debido cumplimiento. 205

De allí que sea inapropiado que el tribunal español pregunte a Hidalgo, Allende y Aldama, qué crímenes cometieron los ejecutados y si se les formó causa. Esta pregunta es 204

Ibid.

El Dr. José Ignacio Muñiz remite un bando del señor D. Ignacio Antonio Rayón sobre varias materias, en siete artículos, idem, t. I, n. 49, p. 115. 205

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contradictoria en principio, porque si el fiscal considera que son asesinatos, es absurdo suponer que a las víctimas deba juzgárseles previamente, concedérseles los derechos de audiencia y de defensa, y dictárseles fundada sentencia condenatoria conforme a la ley, por un juez establecido con anterioridad al hecho, como lo exigió el doctor Mora. Nadie juzga previamente a quienes va a asesinar. ¿Para qué? Los asesina y ya. En este caso, lo procedente hubiera sido preguntar por qué se les asesinó.206 Luego entonces, desde este punto de vista, asesinatos, estrictamente hablando, no lo son. El asesinato consiste en dar muerte a alguien. Es un homicidio calificado e implica una relación entre personas, entre particulares, individuos, a consecuencia de la cual uno o varios privan u ordenan que se prive de la vida a otro u otros -por algún motivo- y suele castigarse con pena de prisión o pena de muerte y, si procede, con la reparación del daño, conforme al derecho penal común u ordinario. Cuando el Estado condena a un homicida a la última pena no lo llama asesinato sino ejecución, o, por lo menos, no lo llama asesinato a secas sino, en todo caso, “asesinato legal”. Sin embargo, en este asunto no hay ningún vínculo entre particulares; es decir, entre los supuestos delincuentes y sus víctimas, entre los jefes insurgentes y los prisioneros, entre Hidalgo o Allende y los ejecutados. En la mayoría de los casos, unos y otros ni siquiera se conocen. Quienes los seleccionan para morir y eligen el lugar de su ejecución no son los jefes de la nación, sino los encargados de tal labor, al azar: los custodios y verdugos, quienes incluso hacen negocio con la vida de los condenados, como después se verá. Esto significa que las relaciones de Hidalgo o Allende con las víctimas inmoladas en varios lugares del país, no caen en el ámbito del derecho penal, común u ordinario, sino en el del derecho político, y más específicamente, en el del derecho de guerra. El Estado nacional beligerante y el Estado español no tienen más propósito que el de destruirse mutuamente. Es la guerra. Y la guerra implica destrucción de vidas, honras y Tavira Urióstegui, Martín, y Herrera Peña, José, Hidalgo contemporáneo, debate actual sobre la independencia, Morelia, Preparatoria Rector Miguel Hidalgo, 2003, pp. 50-57. 206

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propiedades. Es un azote de los cielos, la ira de Dios, uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los dos gobiernos beligerantes acaban bañados en sangre. La guerra siempre ha sido y siempre será el más cruel e inhumano de los horrores. Los empleados públicos forman parte de esta peculiar guerra. También son combatientes, sin serlo, porque son soldados civiles que combaten con la pluma, como otros lo hacen con la espada. Consecuentemente, también sufren las consecuencias. Y los partidarios o simpatizantes del sistema colonial o del sistema nacional, sean o no soldados, empleados o no, también son combatientes, reos de Estado, privados de la libertad y ejecutados por razones de Estado, en virtud de lo ordenado por las leyes del Estado, expedidas por los jefes de Estado de uno y otro bando. La guerra de independencia fue una guerra de exterminio, despiadada, sangrienta y brutal, es cierto, en la que los excesos y actos de barbarie se dieron en ambos contendientes, sin limitaciones de ninguna clase, salvo en casos excepcionales. Lo curioso en este tema es que sólo se critique a Hidalgo por las ejecuciones de españoles y que no se haga lo mismo con los asesinatos de soldados o funcionarios nacionales ordenados por el gobierno colonial español y los que estaban a su servicio, o que se exagere la crueldad de aquél y se mitigue la de éste. Al recuperar Guanajuato, el jefe español Calleja entró a toque de degüello contra la población en general y tomó la ciudad a sangre y fuego. Al llegar el conde Flon a la plaza principal, un fraile se le enfrentó con un crucifijo en la mano y le gritó que si esos hombres fueran culpables, andarían vagando por los montes, como los que habían huido, y detuvo la matanza; pero Calleja ordenó que se hiciera prisioneros a doscientos hombres y los diezmó, es decir, hizo ejecutar en Granaditas a uno de cada diez. También mandó fusilar por la espalda, como traidores, a dieciocho empleados públicos. Y dispuso que se levantaran horcas en todas las plazuelas de la ciudad y que se colgara en ellas a todos los empleados del gobierno nacional, empezando por el intendente y gobernador José Francisco Gómez y terminando por Casimiro Chowel, administrador de la mina de La Valenciana -sin excluir a los excelentes profesores que habían dado clases a Lucas Alamán-, en ejercicio del derecho de represalia, otra aterradora figura del derecho de guerra.

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¿Qué crimen cometieron las víctimas? ¿Fueron sometidas a proceso? ¿Se les oyó y venció en juicio? ¿Fueron estos hombres declarados culpables de algún crimen? ¿De cuál? ¿No eran tan inocentes como los españoles asesinados? ¿No se les privó de la vida por insurgentes, por sospechosos de serlo o simplemente por dar un escarmiento a la población? ¿Por qué entonces no se censura este acto de guerra con la misma acritud que aquél? ¿Por qué se acepta en este caso lo que se condena en el otro? ¿Acaso es más humanitario fusilar en una fortaleza o colgar a personas inocentes en el corazón de las poblaciones, a plena luz del día, que degollarlas entre las penumbras y fuera de ellas…?

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TERCER TRAMO: GUADALAJARA 1. PROFUNDIZACIÓN DE LAS DIFERENCIAS La política de comisionar a gente para que haga entrar al país en ebullición empieza rápidamente a dar resultados. José Antonio Torres, quien se suma a las fuerzas nacionales desde que éstas pasan por Irapuato en septiembre de 1810 rumbo a Guanajuato, ha tomado la provincia de Nueva Galicia. Torres es un antiguo administrador de una hacienda vecina a Piedra Gorda, Guanajuato, de donde es natural, y sus soldados lo llaman "el amo”. El 4 de noviembre vence a las tropas del gobierno español de México, al mando del Mayorazgo de Huejotitlán Tomás Ignacio Villaseñor, abriendo con ello las puertas de Guadalajara, a las que llega el 11 de noviembre. Dos días después embarga los bienes de los europeos.207 El ranchero reorganiza la Audiencia, expide un bando de policía e invita al generalísimo Hidalgo a recibir el mando. Para levantar la moral combativa de las tropas nacionales, nada mejor que enfatizar sus victorias. Aunque el generalísimo no ha tomado la ciudad de México, es dueño ya de las tres provincias vecinas más importantes del reino: Guanajuato, Valladolid y Nueva Galicia. Sabe que su presencia en Guadalajara será detonante de levantamientos posteriores, así que acepta la invitación del “amo” Torres; hace proyectos para ampliar su esfera de influencia a Nayarit, Sinaloa, Durango y Sonora –entidades que, salvo Durango, se desvanecen en las playas del Pacífico- y se lo informa al capitán general Allende el jueves 15 de noviembre. A los dos meses de haber salido de Dolores, el territorio que cae bajo la jurisdicción del Estado nacional es inmenso. Ese día, el generalísimo decide concluir su estancia en Valladolid -ciudad en la que viviera veintisiete años como estudiante y catedrático del Colegio de San Nicolás-, sin sospechar que nunca regresará a ella. Deja la señorial ciudad el sábado 17 de noviembre, por la El Ayuntamiento de Guadalajara nombra comisionados para el embargo de bienes de los europeos, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 135, pp. 229-230. 207

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mañana, con siete mil hombres, entre ellos su ministro del policía y buen gobierno, y su secretario particular, licenciados José María Chico e Ignacio López Rayón, respectivamente, ausente este último desde la batalla del monte de Las Cruces, por haber ido a Tlalpujahua a arreglar asuntos personales, ya de regreso. Una semana después, llegan a Guadalajara. Acompaña al generalísimo un hombre frágil, que porta uniforme y divisas de capitán, cuyo coche con ventanas cubiertas es fuertemente resguardado por una escolta especial de lanceros. Corre el rumor entre la tropa de que se trata del mismísimo Fernando VII, que ha venido a ponerse bajo la protección del generalísimo, y sorprende que éste le dé un trato de exquisita sumisión y cortesía. Una de esas tardes camineras, al deshacerse el crepúsculo, el joven sale de su coche a estirar las piernas, pero un traicionero golpe del viento de noviembre abre su capa y hace volar su sombrero. Su sinuosa silueta se recorta contra el dorado horizonte y su castaña y larga cabellera se agita como un estandarte. Los soldados se quedan pasmados. Al descubrir la figura de la hermosa doncella, empiezan a llamarle la fernandito, y sobre ella se han escrito páginas que, por desgracia, no han estado a la altura de su sorprendente y misteriosa historia. La damisela y supuesta capitana se llama Mariana Luisa Gamba y Zuraide, de diecisiete años de edad. Unos dicen que es ahijada del generalísimo; otros, su hija, y los últimos, su amante. La mujer de Abasolo, ferviente enemiga de Hidalgo, al referirse a ella despectivamente, dirá que es “la capitana que [el cura] traía vestida de hombre”.208 Los rumores vuelan. Según unos, es una guanajuatense terrible que hizo atrocidades en la Alhóndiga de Granaditas; según otros, una colimense que llegó con su madre a rogar por la vida a su padre, y según los últimos, una vallisoletana cuya familia tiene estrechos lazos de amistad con el generalísimo; pero cuyo padre, en todo caso, no escapa al degüello. Lo cierto es que en Guadalajara se vestirá de mujer y aparecerá siempre al lado de Hidalgo. En una de las fiestas nocturnas que éste ofrece en palacio, espléndidamente adornado e iluminado, aparecen él y ella; él, con su uniforme de generalísimo, y ella, radiante, en el esplendor de su juventud y su belleza. La sociedad tapatía queda deslumbrada. Al ser capturada por el Cartas de doña Manuela de Rojas y Taboada dirigidas a D. Mariano Abasolo, idem, t. II, n. 209, p. 407. 208

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ejército del gobierno español de México, es recluida en un convento y hay toda clase de versiones sobre su suerte; una, que tres meses después es liberada, se casa con un empleado de la Casa de Moneda y es feliz al lado de sus hijos, y otra, que fallece en prisión, víctima de una de esas raras enfermedades cuyos síntomas se parecen a los del envenenamiento. En otro orden de ideas, la misma noche del día en que el generalísimo Hidalgo deja Valladolid, sábado 17 de noviembre, se extrae de las cárceles a otros treinta españoles -sin duda con su previa autorización- y se les sacrifica en el cerro del Molcajete. Mientras tanto, el capital general Allende, al enterarse, por una parte, que Calleja se acerca a Guanajuato con sus tropas, y por otra, que Hidalgo ha partido a Guadalajara, se incomoda, desconcierta y enfurece. El lunes 19 de noviembre, a pesar de que sabe que el generalísimo ya lleva dos días de camino, le pide que dé media vuelta y se acerque con sus fuerzas a Guanajuato, “esta preciosa ciudad que debe ser la capital del mundo”. Lo mismo ha pedido a Toribio Huidobro y a José Rafael de Iriarte para atacar al enemigo por todas partes, destruirlo y abrirnos paso a Querétaro y México, o cuando menos conseguir la seguridad de lo conquistado y hacernos fuertes en sus fronteras para cortar a México víveres y comunicaciones.209

Los objetivos de los dos jefes supremos, como se ve, al ser diferentes, siguen distanciándolos cada vez más. Hidalgo reafirma su estrategia con sus actos: levantar una provincia, otra y otra más, y extender el fermento de la guerra revolucionaria. Por eso, en lugar de la parte, es decir, de la ciudad de México, prefiere el todo: Guanajuato, Valladolid, Guadalajara, Oaxaca, San Blas, Sinaloa, Sonora, Aguascalientes, Zacatecas, Coahuila, Nuevo León, el resto. El destino de la nación, incluyendo su capital, está subordinado a este proyecto general. Ya ha enviado comisionados a las provincias del norte, centro y sur del país, incluida la propia intendencia de México, para incrementar las erupciones múltiples. Primera carta de Allende a Hidalgo, Guanajuato, 19 de noviembre de 1810, idem, t. II, n.137, pp. 232-233. 209

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Hace arder el continente. Para Allende, en cambio, México sigue siendo el objetivo militar más importante de la empresa. Si no se toma la ciudad, hay que rodearla, por lo menos, para cortar sus líneas de comunicación y abastecimiento. Por otra parte, Guanajuato debe ser conservada para la nación, no tanto por ser “una preciosa ciudad”, a pesar de que lo es, sino porque si somos derrotados en ella por el enemigo, ¿qué será de Valladolid, Zacatecas, [San Luis] Potosí y los pueblos cortos. ¿Y qué será de la misma Guadalajara, para donde se dirigirá el enemigo...?

Allende tiene razón: la batalla de Guanajuato será decisiva. Sus fuerzas tendrán que resistir el empuje de su ex-jefe Félix Ma. Calleja. Si lo logra, conservará lo que se ha ganado. Si es desalojado, dejará libre el campo al enemigo para avanzar por el rumbo que quiera. Pero no confía en sus fuerzas para conservar “la capital del mundo”. Necesita el auxilio de sus compañeros. Por eso los conmina a que lo abandonen todo y se reúnan en Guanajuato, y exige a su jefe y compañero -casi le ordena- que sin pérdida de momentos debe ponerse en marcha con cuantas tropas y cañones haya juntado, para volver a ocupar el Valle de Santiago y los pueblos ocupados por el enemigo hasta esta frontera, y atacarlos con valor por la retaguardia, dándonos aviso oportuno de su situación para hacer nuestra salida, y que cercado por todas partes, quede destruido y aniquilado...

La idea, aunque no es demasiado mala, es difícilmente realizable, porque la estrategia aprobada es que las movilizaciones insurgentes, en lugar de concentrarse en el ataque o la defensa de un solo punto –sea México, Guanajuato o cualquier otro-, procuren extenderse a todos. Además, aunque es cierto que los jefes y oficiales del ejército profesional reconocen y están subordinados a la autoridad de Allende, todos han preferido subordinarse a la de Hidalgo y éste no les ha ordenado nada. Así que, mientras no reciban sus instrucciones, nada harán. El capitán general Allende lo sabe e intuye que no será oído, lo que no deja de exasperarlo. En su desesperación, cae en la imputación ponzoñosa. Al sentir que no convence a Hidalgo con sus razonamientos estratégicos,

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decide utilizar la calumnia y el chantaje, pues está dispuesto a todo para detener su marcha a Guadalajara y hacerlo que se oriente a Guanajuato. Le trasmite su sospecha de que, al marchar a Guadalajara, lo que pretende en realidad es ponerse a salvo, y lo amenaza en su post data: Si empezamos a tratar de seguridades personales, tomaré el separado partido que me convenga.

Al día siguiente, martes 20 de noviembre, al saber que el generalísimo ha proseguido su avance y ya está a las puertas de Zamora -a medio camino entre Valladolid y Guadalajara-, el capitán general Allende entra en cólera y lamenta que aquél se desentienda de sus peticiones de ayuda y sólo trate de su seguridad personal: No hallo cómo hay un corazón humano en quien quepa tanto egoísmo, mas lo veo en usted y veo que pasa a otro extremo: ya leo su corazón y hallo la resolución de hacerse en Guadalajara de caudal, y a pretexto de tomar el puerto de San Blas, hacerse de un barco y dejarnos sumergidos en el desorden causado por usted.

La carta revela cólera y desesperación. La rabia del signatario no tiene límites. Ordena a su jefe que a la mayor brevedad me ponga en marcha las tropas y cañones, y la declaración verdadera de su corazón, en la inteligencia de que si es, como sospecho, el que usted trata sólo de su seguridad y burlarse hasta de mí, juro a usted, por quien soy, que me separaré de todo, más no de la justa venganza personal.210

Antes de la batalla de Guanajuato, Allende está anímicamente derrotado. ¿De dónde saca la idea de que su jefe y compañero quiere hacerse de un caudal y huir con él, justamente en el momento en que va al encuentro de la gloria? ¿Acaso proyecta inconscientemente en esa carta sus más oscuros propósitos personales? ¿Ha empezado a buscar una salida alterna en caso de que todo termine en un descalabro, hacerse en algún lado de un caudal y abandonar el país, dejándolo sumergido en el desorden?

210

Ibid.

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Ni Hidalgo, ni Huidobro, ni Iriarte, irán al socorro de Allende. A pesar de que su petición de auxilio es enviada a tiempo o, al menos, no demasiado tarde, ha interferido con planes estratégicos superiores, elaborados por el jefe del Estado beligerante y aprobados desde la acción de Las Cruces, en consejo de guerra. El hecho es que el sábado 24 de noviembre, Guanajuato se estremece al calor de los combates, y a pesar de la feroz resistencia de las defensas insurgentes, Calleja las toma una a una. Dice el comandante español que la ciudad estaba resguardada por cincuenta mil hombres, lo que es difícil de creer.211 No había más que dos o tres mil. Una crónica señala que días antes, al anunciar su llegada al intendente de Guanajuato, procedente de Aculco, Allende le había pedido que previera “alojamiento para tres mil hombres”; pero que entró sólo “con cosa de dos mil hombres, treinta dragones de la reina y ocho cañones de a cuatro”.212 En todo caso, las posiciones y trincheras insurgentes –defendidas por dos mil, según la previsión de Allende, o por cincuenta mil, como señala Calleja- terminan por caer. Allende jamás escribirá un parte de guerra para explicar lo que ocurrió, salvo que se retiró con más de mil hombres. Al emprender la retirada con los suyos, “la plebe” decide ejecutar a los europeos que estaban detenidos en la Alhóndiga, haciendo tal carnicería, que de doscientos cuarenta y siete que allí existían, y dos señoras que estaban acompañando a sus maridos, sólo escaparon treinta y tantos, y una señora, aunque muy mal herida.213

Al día siguiente, domingo 25 de noviembre, las tropas del gobierno español entran a la población a toque de degüello y, por supuesto, pagan justos por pecadores. Se detiene a muchos habitantes del pueblo, no combatientes; se les encierra en la ensangrentada Alhóndiga; se les manda un sacerdoParte del brigadier Calleja de la toma de Guanajuato…, idem, t. II, n. 142, pp. 238-240. 211

Relación de lo ocurrido en Guanajuato desde el 13 de septiembre hasta el 11 de diciembre de 1810, idem, t. II, n. 157, pp. 285-286. 212

213

Ibid, p. 287.

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te para que se confiesen; se les venda los ojos con sus propios pañuelos y se les ejecuta. A poco tiempo de esta carnicería, quedó el pasadizo inunda-do de sangre, regado de sesos y sembrado de pedazos de cráneos de las víctimas, al extremo de ser preciso desembarazar el sitio de los cruentos escombros, sin cuya diligencia no podía ya pisarse el pavimento. Dirigía la matanza el conde Flon de la Cadena, sesenta años, estatura ordinaria, traje sencillo y descuidado: Una vasta casaca cubría sus anchas y abovedadas espaldas y ocultaba en sus bolsas ambas manos; su cara ceñuda y esquiva, una piel hosca y rugosa; sus ojos hundidos, penetrantes y fieros; un mirar altivo y desdeñoso; sus cejas canosas, largas y pobladas daban a su fisonomía un aspecto imponente e ingrato… y ese monstruo, sin embargo, fue en Puebla un hombre íntegro, justiciero, activo, desinteresado; un buen gobernador, en fin. ¿Quién después de esto podrá comprender y definir a la miserable especie humana?214

Dos jóvenes llegaron a la Alhóndiga para hablar con el jefe, y al informárselo el oficial de guardia, el conde Flon de la Cadena, sin separar los ojos de un escrito que estaba leyendo, ordenó: “que los fusilen”. Atónito al oír semejante sentencia, insistí en hablarle; pero entonces se paró, volvió la cara hacia mí, me lanzó una aterradora mirada y repitió con furiosa voz: ¡que los fusilen!

Se les fusiló. El oficial de guardia era Manuel Gómez Pedraza, quien llegaría a ser presidente de la República. Días después, el comandante Félix Ma. Calleja dispuso que en cualquier pueblo donde se asesinara a algún soldado “del rey”, empleado, vecino honrado, criollo o europeo, se sortearán cuatro de sus habitantes sin distinción de personas por cada uno de los asesinatos, y sin otra formalidad, serán pasados inmediatamente por las armas aquellos a quienes toque la suerte.215

Haciendo a un lado esta clase de escenas y órdenes 214

Ibid, p. 870.

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aterradoras, se ha dicho que Hidalgo no acudió al llamado de Allende, porque Guanajuato era indefendible. El argumento es deleznable. Cualquier cosa es defendible o no, según tiempo, lugar y demás circunstancias. Si es defendible y no se sabe defender, se merece perder. Y si es indefendible, habrá que ponerse en dos situaciones: o se sabe o no se sabe que lo es. Saber que es indefendible y, a pesar de ello, defenderlo, es insensatez, y no saberlo, ingenuidad. Pero Hidalgo no acudió al llamado de Allende, haya sido la plaza defendible o no, primero, porque se ignora si recibió oportunamente o no los llamados de Allende; segundo, porque es dudoso que llegara a tiempo para apoyarlo, y tercero, porque nunca estuvo en sus planes jugarse el todo por el todo en una sola acción de guerra. Parece, pues, que el reproche no tiene suficiente fundamento. Sin embargo, sobre esto, como sobre otras muchas cosas que ocurrieron en ese vertiginoso periodo de la historia, el asunto podría seguirse discutiendo inagotablemente. En cambio, Allende sí podría ser acreedor a una reconvención, porque hacer depender una encarnizada batalla, como él lo hizo, de un vago auxilio, futuro e incierto, no deja de ser arriesgado. Por otra parte, a pesar de las seguridades que ofreció a Hidalgo, en el sentido de que “usted y no otro debe ser el que comande esas tropas”, lo cierto es que trató de obligarlo a que se plegara a sus órdenes. Hidalgo era el jefe supremo, no Allende. Correspondía a éste subordinarse a aquél y acatar sus órdenes, sean las que fueren, no pretender imponer las suyas. ¿No había dicho que “le cuadraba más obedecer que mandar”? ¿Entonces? Esperar que el generalísimo se sometiera a sus instrucciones, no deja de ser ingenuo e irregular. Y darle pruebas de insubordinación, al extremo de acusarlo de traición, robo, cobardía y deserción, como se atrevió a hacerlo, en lugar de enviarle un parte de guerra para explicar lo ocurrido, parece de muy difícil justificación. Hidalgo no comentó nada. Es probable que formar consejo de guerra a su segundo, en esas circunstancias, hubiera sido peor que no formárselo. Todos los altos mandos militares –ABando del señor Calleja disponiendo que se sorteen cuatro de los habitantes de la población en la que se mate un soldado del rey, idem, t. II, n. 160, pp. 297. 215

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rias, Aldama, Abasolo, Jiménez y otros- eran adictos al capitán general Allende. El generalísimo, en cambio, no tenía a nadie en el estado mayor que lo apoyara. El caso es que no hizo nada. Al contrario: más tarde cedería a las demandas de este cuerpo militar y colmaría de honores a sus integrantes, Allende el primero. Su poder absoluto, pues, no lo era tanto: estaba limitado por el poder militar. Razones para procesar a Allende parecían no faltarle; pero el hecho es que carecía de fuerza para ello. Este tema también ha sido, sigue y seguirá siendo apasionada fuente de debates. 2. LLEGADA A GUADALAJARA El sábado 24 de noviembre, ajeno el generalísimo a las tempestades que se han desencadenado en el alma de su segundo, allá, en Guanajuato, y sin saber aún que sus fuerzas están siendo o han sido ya aniquiladas por el enemigo, llega a la hacienda de Atequiza, cerca de Guadalajara; pero en lugar de seguir adelante, se detiene. Probablemente ese día le llegan los acusatorios pliegos de Allende y quiere meditar en ellos, o quizá la fernandito está indispuesta. ¿Cómo saberlo? El caso es que, a pesar de haber convenido entrar al día siguiente a la ciudad, el generalísimo informa al comandante Miguel Gómez Portugal que no podrá verificarlo sino hasta el otro, por lo que para ese día muy temprano podrá usted disponer el Escuadrón de Dragones con su música, que me dice tiene dispuesto para recibirme, el que podrá pasar al pueblo de San Pedro (Tlaquepaque) en la mañana de este día, bien temprano, omitiendo lo hagan los indios de los pueblos, para que no se maltraten.216

Todas las poblaciones por las que ha transitado el generalísimo le han tributado entusiastas, alegres y tumultuosas recepciones; pero la de Guadalajara es triunfal, apoteósica y delirante. Corresponde por cierto a la de un jefe de Estado. El domingo 25 de noviembre -día en que Allende se retira de Guanajuato- salen a recibirle hasta Tlaquepaque la audiencia, el ayuntamiento, el cabildo eclesiástico, los maestros y colegiales universitarios y otros cuerpos políticos y 216

Martínez A., José Antonio, op. cit., p. 90.

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militar-es, con el comandante José Antonio Torres a la cabeza; le ofrecen un banquete, y acuerdan los detalles de su entrada triunfal a la ciudad al día siguiente, durante la cual es aclamado por cuarenta y cinco mil habitantes: No se puede atravesar ninguna de las calles del generalísimo; están apiñadas como en Jerusalén el día de la entrada de Jesús. Las campanas de la catedral, y a su ejemplo, las de las otras iglesias, anuncian que su excelencia pisa ya las primeras calles de Guadalajara. ¡Salud al hombre de la revolución! ¡Salud al primer hijo de la patria! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor…! Hidalgo es simpático hasta el infinito, porque siempre son simpáticos los buenos, y siempre es bueno el que salva a un pueblo de la servidumbre.217

Más tarde, el famoso “amo” Torres participará en la batalla de Calderón y marchará con el grueso de las tropas al norte del país. Al ser capturada la plana mayor del ejército nacional, con Allende a la cabeza, quedará a las órdenes del licenciado López Rayón. Nunca dejará de combatir por la causa hasta ser derrotado y aprehendido cerca de Tupátaro el 4 de abril de 1812; se le trasladará a Guadalajara y el 23 de mayo siguiente se le ahorcará, se le cortará la cabeza, se clavará ésta sobre la misma horca, se descuartizará su cuerpo y sus miembros serán colgados en distintos lugares de la ciudad. En fin. El martes 27 de noviembre, el generalísimo Hidalgo comisiona al eclesiástico militar José Ma. Mercado, a propuesta del “amo” Torres, para que se haga del puerto de San Blas, sus municiones y caudales. También le ordena que como comandante en jefe de las divisiones y tropas que a mi nombre se hallan por esos lugares, las organice, reúna y [les] comunique las órdenes oportunas; a ese intento acompaño circular preventiva a los jefes de las relacionadas divisiones. Al desempeño de ésta, mi confianza conviene que, inmediatamente al recibo de ésta, me remita los cañones de artillería y cuantos fusiles halle en la plaza de Tepic, por serme unos y otros demasiadamente interesantes a la perfección de mi ejército. 218

Relación de la entrada del señor Hidalgo a Guadalajara el 26 de noviembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 144, p. 242. 217

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Mercado tomará San Blas y enviará a su jefe lo que pide. Mientras tanto, Hidalgo envía circular a las tropas que operan en Tepic para el efecto de que se sujeten a las órdenes del comandante Mercado, lo que servirá a todos y cualesquiera de mis comisionados de gobierno para su puntual cumplimiento, en la parte que respectivamente a cada uno le corresponda.219

A diferencia de Valladolid y Guanajuato, en que Hidalgo nombra intendente, en Nueva Galicia no lo hace. Imposible saber por qué. El regente de la audiencia es Antonio de Villaurrutia, hermano de Jacobo de Villaurrutia, magistrado de la audiencia de México, y conforme a la ley, es el indicado para ocupar la plaza; pero probablemente el generalísimo no le tiene confianza, porque no lo reconoce ni lo confirma como tal, aunque tampoco extiende nombramiento a ningún otro. Quizá ha decidido reemplazar el sistema de intendencias por el de estados libres y soberanos, y la provincia de Guadalajara debe ser la primera en adquirir esa nueva calidad política. O quizá otros asuntos políticos o militares han ocupado su atención. O quizá, inclusive, no ha pensando en el asunto porque ha preferido dedicar su tiempo disponible a la Fernandito. El caso es que no nombrará gobernador político y militar de la provincia sino hasta pocas horas antes de abandonar la ciudad, para librar la batalla de Calderón. Mientras tanto, sea lo que fuere, él asume la autoridad absoluta en materia legislativa, ya que la tiene restringida en lo militar. Y para tratar de fortalecer su autoridad militar sobre una base social, expide como generalísimo de América sus diversas órdenes, bandos y decretos. 3. NUEVO DECRETO CONTRA LA ESCLAVITUD Dos días después de su llegada, por ejemplo, el jueves 29 de noviembre, da a conocer otra disposición que, en el lenguaje jurídico moderno, es de rango constitucional, dado Se nombra al comisionado José Ma. Mercado como comandante en jefe de San Blas, Guadalajara, 27 de noviembre de 1810, idem, t. I, n. 115, p. 348. 218

Circular a las tropas de Tepic para que se sujeten a su comandante en jefe, Guadalajara, 27 de noviembre de 1810, idem, t. I, n. 116, p. 348. 219

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que él es el supremo legislador de la nación. Es un nuevo bando por el que ordena la abolición de la esclavitud y la supresión de las castas, en el que advierte que sus declaraciones deberán observarse como ley inviolable, bajo pena de muerte. Este decreto expresa y sella la alianza del Estado nacional beligerante con diversos grupos sociales, a saber: esclavos, castas, comerciantes y abogados; fabricantes de pólvora, vinos y colores, productores de tabaco y comunidades indígenas.220 El bando es análogo, en cuanto a espíritu, al que un mes antes había dado a conocer el intendente Anzorena en la provincia de Valladolid, por instrucciones suyas, en ese entonces en calidad de capitán general, puesto que concede a los dueños de esclavos y esclavas, sean españoles o americanos, el término de diez días para que los liberen, apercibidos de que de no hacerlo, se les aplicará la última pena y se les confiscarán sus bienes. Y establece, además, la abolición del tributo para las castas. Pero el de Guadalajara es un bando diferente al de Valladolid, en lo que se refiere a algunos aspectos formales, entre ellos, ámbito de competencia, porque está destinado a la nación en general y a la provincia de Nueva Galicia en particular, no sólo a la intendencia de Michoacán; estilo, porque está redactado de su puño y letra, no por una autoridad subordinada, y naturaleza, porque lo expide en calidad de generalísimo, no de capitán general. Además, es diferente porque plantea temas no tratados en el documento de Valladolid, aunque ya definidos desde Acámbaro el 22 de octubre, según lo acreditó el licenciado López Rayón en el bando que expidió al efecto.221 Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos. Esto es lo natural, es decir, esto es lo que ha dispuesto la naturaleza. Pero algunas veces el hombre toca las leyes naturales, no para mejorarlas, sino para degradarlas. El Estado español ha reducido la libertad de muchos hombres y roto el Segundo bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, Guadalajara, 29 de noviembre de 1810, idem, t. II, n. 145, pp. 240-241. 220

Se remite un bando del señor don Ignacio López Rayón sobre varias materias en siete artículos, idem, t. I, n. 50, p. 116. 221

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principio de igualdad de todos ante la ley, al grado de establecer y autorizar la esclavitud, que es antinatural, peor aún, contra-natura. También ha dividido a los individuos según el color de su piel, es decir, según la casta a la que pertenecen, al grado de que los que descienden de africano o de cualquiera otra raza mezclada con negro, son infames de derecho y están obligados a pagar tributo, como los indios, con la diferencia de que estos tienen derechos, y las castas, no. Si el Estado español ha legitimado tal aberración, el único instrumento político que podrá acabar con ella es el Estado nacional. El fin fundamental del nuevo Estado que se está abriendo paso en el mundo, entre “sangre, dolor y lágrimas”, será alcanzar la libertad y la independencia de la nación para el efecto de garantizar a todos los individuos el goce y el ejercicio de sus derechos civiles -libertad, igualdad, propiedad y seguridad- así como de sus derechos políticos -elegir y ser electos a los cargos del Estado-, sólo restringidos a los que se opongan a la independencia nacional. Si el Estado nacional en pie de guerra no protege al individuo -su vida, sus bienes, sus derechos y sus libertades-, no tiene ni tendrá razón de ser. Nobleza democrática tal no ha existido en otras formas de Estado. Por otra parte, el bando de Guadalajara es diferente del de Valladolid, porque, por una parte, omite lo del pulque, las horcas y los forasteros, y por otra, anuncia su intención de suprimir cargas, extinguir gabelas y abolir gravámenes en su totalidad; pero no siendo posible hacerlo ahora, en las críticas y urgentes circunstancias del tiempo, ordena que por lo menos las gabelas se reduzcan del seis al dos por ciento para los productos, artículos o efectos nacionales, y al tres por ciento, para los extranjeros. Dicho bando, además, abroga, deroga o deja sin vigor todas las leyes, cédulas y reales órdenes emitidas por el monarca español, que obligan al uso del papel sellado, que no es más que un impuesto más, concediéndose a los litigantes el uso del papel común en todos sus negocios, despachos, escritos, documentos y demás actuaciones judiciales o extrajudiciales. Por otra parte, concede a todo individuo la libertad de fabricar pólvora, sin exigírsele derecho alguno, ni por lo que

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se refiere a la pólvora en sí misma, ni por lo que toca a los elementos de los que se compone; con la única condición de que se tenga al gobierno como cliente preferencial. También otorga a cualquiera la facultad de beneficiar y expender vino y demás bebidas prohibidas, entre ellas –es de suponerse- el tequila, pagando, eso sí, el derecho establecido en Nueva Galicia. Y declara abolidos los estancos de colores así como las demás exacciones de bienes y cajas de comunidad, y cualquiera otra pensión exigida a los indios. Por último, siendo tan recomendable la protección y fomento de la siembra, beneficio y cosecha del tabaco, se les concede a los labradores y demás personas que se quieran dedicar a tan importante ramo de agricultura, la facultad de poderlo sembrar, haciendo tráfico y comercio de él; entendidos de que los que emprendiesen con eficacia y empeño este género de siembra, se harán acreedores a la beneficencia y franquicias del gobierno.222

4. CRÍTICA A LA LEGISLACIÓN HUMANISTA Ahora bien, se ha dicho que la abolición de la esclavitud decretada reiteradamente por Hidalgo no tiene trascendencia histórica, porque no había muchos esclavos en el país, como en Estados Unidos, según lo acredita el barón de Humboldt. Mediante este comentario crítico se ha tratado de minimizar la importancia de las disposiciones del jefe del Estado nacional beligerante. A este respecto hay que aclarar que las cifras demográficas de la época son muy bajas en todos los aspectos; por ejemplo, el reino, con una extensión territorial dos veces mayor que el de la de la república mexicana actual, contaba con sólo seis y medio millones de habitantes en total, es decir, menos que los que existen hoy en la ciudad de México. El problema, pues, no es cuantitativo sino cualitativo. Independientemente del número de habitantes, incluyendo el de esclavos, lo importante es el carácter humanista de la 222

Ibid.

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legislación insurgente o, dicho de otro modo, su espíritu abolicionista, para hacer posible el establecimiento real y efectivo de los derechos del hombre y del ciudadano. Las cortes de Cádiz abolieron el tráfico de esclavos, pero no la esclavitud. Quedó prohibida la trata, pero dejó en pie la institución. El esclavo es una propiedad ajena, autorizada por las leyes –dirá en la tribuna parlamentaria el diputado Gallego- y sin una indemnización, sería injusto despojar de ella a su dueño... Una cosa es abolir la esclavitud y otra, abolir este comercio. 223

Los esclavos no eran personas sino animales o, si se prefiere, cosas equiparables a los animales. Aunque abolido el comercio internacional de esclavos en esa época, los esclavos y sus hijos seguían y seguirían siendo legalmente esclavos. No porque se traficara con ellos sino porque ya tenían adquirida esa calidad. Con ella habían nacido y como esclavos morirían. Sus descendientes también. La institución debía quedar y permanecer. Por tal razón, la Constitución Política de la Monarquía Española de 1812 declara que son españoles sólo los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas y los hijos de estos; los extranjeros que hayan obtenido carta de naturaleza; los que sin ella lleven diez años de vecindad, y los libertos desde que adquieren la libertad. 224

Así como los españoles –europeos y americanos- no pueden ser esclavos, los esclavos tampoco pueden ser españoles. Aquellos son personas. No pueden convertirse en cosas, a menos que eventualmente sean esclavizados ilegalmente. Los esclavos son cosas. No pueden convertirse en personas, a menos de que adquieran la calidad de libertos. Y esta calidad sólo la adquirirán si pueden pagar el precio de su libertad o huyen y se mantienen libres durante diez años. Liberar esclavos -sin llenar el requisito de cubrir el precio- es atentar contra el derecho de propiedad. Nadie puede ser despojado de su propiedad sin previa indemnización. Actas de las Cortes de Cádiz, Antología de Enrique Tierno Galván, Madrid, Biblioteca Política Taurus, 1964, t. I, p. 62. 223

224

Constitución Política de la Monarquía Española, 1812, artículo 5.

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Quince meses antes de promulgada la constitución gaditana, Hidalgo concede a todos los esclavos la libertad a golpes de sable legislativos: ya, de inmediato, bajo pena de muerte, lo que implica que les concede la nacionalidad y la ciudadanía de un solo golpe, con todos los derechos civiles y políticos que les son inherentes. Al obtener su libertad, los esclavos adquieren de pronto la categoría de personas con capacidad para decidir su destino, no sólo en los ámbitos civil y político, personal y familiar, sino también social y nacional. Al poco tiempo dejaría de haber esclavos en la América mexicana. Habría sólo personas y ciudadanos libres, excepto algunos casos rezagados.225 Ahora bien, hayan sido pocos o muchos, las cortes de Cádiz no decretaron en 1812 la liberación de los esclavos sino toleraron y protegieron la esclavitud. En cambio, el generalísimo Hidalgo la abolió en 1810. Por lo que se refiere a las castas, es decir, a los individuos mezclados de raza negra, africana o esclava, con cualquiera otra –española, india o asiática, o con sus productos o múltiples subproductos-, cuya calidad jurídica era la de infames, víctimas de la discriminación y sujetos al tributo, marca legal que los había distinguido siempre con la deshonra, un mes después del bando de Valladolid, el generalísimo ratifica y amplía en Guadalajara la drástica orden: Que ninguno de los individuos de las castas de la antigua legislación, que llevaban consigo la ejecutoria de su envilecimiento en las mismas cartas de pago del tributo que se les exigía, no lo paguen en lo sucesivo, quedando exentos de una contribución tan nociva al recomendable vasallo.226

Una semana después, el generalísimo volvería a decretar

En el Congreso Constituyente de Michoacán de 1824-1825 hubo debates para decretar la libertad de seis individuos que todavía tenían la calidad de esclavos. Actas y Debates del Congreso Constituyente del Estado de Michoacán, introducción y notas de Tavera Alfaro, Xavier, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1975. 225

Segundo bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, Guadalajara, 29 de noviembre de 1810. en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 145, pp. 240-241. 226

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que cese para lo sucesivo la contribución de tributos respecto de las castas que lo pagaban…227

Es cierto que el 5 de octubre de 1810, las autoridades españolas también eximen a los indios y a las castas del pago del tributo, pero la orden llega tarde y pierden su apoyo, aunque logran conservarlo parcialmente en casos específicos. El ejército español de Nueva España, por ejemplo, salvo sus cuadros superiores, está formado por castas.228 Por otra parte, no será sino hasta el 18 de diciembre de 1810 que el virrey de Nueva España da a conocer la cédula real expedida desde el 15 de octubre de 1805, con cinco años de retraso, por la cual se concede permiso a los nobles o personas de “notoria limpieza de sangre” para contraer matrimonio “con negros, mulatos y otras castas”. 229 De este modo, no sólo se exime a algunos individuos de origen africano, mezclados con los otros grupos étnicos, del pago del tributo, sino también se les dignifica y ennoblece por la vía del matrimonio; pero esta cédula, como la anterior, también llega tarde. Ahora bien, se calcula que de los seis y medio millones de habitantes que hay en el reino de Nueva España, más de cuatro millones, o sea sesenta por ciento del total, son castas. No es ocioso reiterar que las castas no son mezclas de españoles –europeos o americanos- con indígenas o asiáticos, sino mezclas de negros, africanos o esclavos con cualquiera de estos grupos étnicos o con los resultados de sus mezclas entre sí, y todas están marcadas con la infamia, al pagar el tributo.230 Son las castas, en gran parte, las que sostienen el peso de la guerra, riegan el suelo con su sangre y eligen a Hidalgo comandante supremo de las armas nacionales, por aclamaTercer bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, Guadalajara, 5 de diciembre de 1810, idem, t. II, n. 152, p. 256. 227

Bando del virrey publicando el de la Regencia de la isla de León, libertando del tributo a los indios [no así a los mulatos, negros, etc], idem, , t. II, n. número 70, pp. 137-139. 228

Cédula concediendo a los virreyes la facultad de dar permiso para que los nobles contraigan matrimonio con negros, mulatos y otras castas, idem, t. II, n. 167, pp. 305-307. 229

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ción, en Celaya y Acámbaro, en septiembre y octubre de 1810, respectivamente. Así, de tributarios e infames de derecho, pasan de golpe a la condición de ciudadanos, en pie de igualdad con los demás ciudadanos, independientemente de su origen, convertidos en sujetos de derechos civiles y políticos. En cambio, las cortes españolas llegan a admitir en 1812 que los miembros de las castas cuentan con la nacionalidad española, pero no con la ciudadanía. Les reconocerán derechos civiles, no políticos.231 En efecto, según la Constitución de Cádiz, ningún individuo mezclado con sangre negra podrá ser ciudadano. De este modo, nadie que tenga “sangre africana”, como lo señala textualmente dicha Carta política, “o que se suponga o se repute de tenerla”, aunque sea español, o “aunque sea hijo de legítimo matrimonio”, o aunque sea “libre e igual a los demás españoles de distintos orígenes”; ni él, ni ninguno de sus descendientes, sea de la generación que fuere, mezclado o no con otras razas, podrá ser ciudadano, salvo en caso de que reciba la “carta de ciudadano”.232 Para recibir la “carta de ciudadano”, a su vez, es necesario que los individuos que pertenecen a las castas, además de ser hijos de legítimo matrimonio y residentes de los dominios españoles, ejerzan “alguna profesión, oficio o industria útil” y dispongan “de capital propio” o hagan “servicios calificados a la patria” o se distingan “por su talento, aplicación y conducta”.233 Lo que significa, en la práctica, que pocos habitantes de las posesiones españolas de América, descendientes de negros o africanos mezclados con otras razas, sean de la generación que fueren, podrán recibir el título de ciudadano. Y aunque potencialmente algunos tengan Beye de Cisneros, diputado por México a las cortes de Cádiz, siguiendo a Humboldt, sostenía que la América española estaba poblada por dieciséis millones de habitantes. “En esa inteligencia, y computando esos dieciséis millones –decía-, diez son castas y seis españoles e indios puros”; esto es, 62.5% castas y 37.5% españoles e indios. Actas de las Cortes de Cádiz, t. I, p. 241. 230

231

Constitución Política de la Monarquía Española, artículo 22.

232

Ibid.

233

Ibid.

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derecho a recibirlo, de hecho, ninguno lo recibirá. No lo recibirán ni siquiera los “pardos” y “morenos” que, al formar el grueso del ejército español de Nueva España, están haciendo “servicios calificados a la patria”. Manuel de la Bodega y Molinedo, consejero de Estado en el régimen liberal de la Constitución de Cádiz, de origen americano, al comentar la ceguera política de las Cortes en este aspecto, dirá después en su informe al rey de España que, tarde o temprano, los mismos “a quienes se les privó del título de ciudadanos, podrían defenderlo y vengarse con las mismas armas que tenían en las manos”.234 Vale aclarar que en la legislación española sólo se reputan con “sangre africana” (negra) las castas de América, no las de España, pues se supone que en la península no hay tal mezcla, a pesar de que la historia demuestra lo contrario. En esta materia, Hidalgo también es tajante. Desde el 16 de septiembre, según Pedro Sotelo, proclama que ya no existirían “ni el rey ni los tributos”. Aldama ratifica que ese día le escuchó decir que “ya no habrá más tributos”.235 Luego entonces, desde ese día deja de haber cargas infamantes para los indios y las castas. El generalísimo Hidalgo ratifica jurídicamente esta disposición en sus tres célebres bandos contra la esclavitud y las castas; el primero, en Valladolid, firmado por Anzorena, y los demás, en Guadalajara, por él mismo. Al quedar libres del pago del tributo, las castas quedan limpias de esa “terrible mancha” o, en palabras de Hidalgo, “de la ejecutoria de su envilecimiento”. Así quedan sentadas las bases de la igualdad de todos los hombres ante la ley, no sólo en materia social, sino también civil y política. Sobre tales bases -a través de las cuales se materializa el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales en derechossería posible proclamar más tarde -en la Constitución de Apatzingán de 1814- los derechos del hombre y del

Representación hecha al rey por el consejero de Estado, informándole de la situación política de la Nueva España, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. V, n. 185, p. 726. 234

Declaración de Juan Aldama, 20 de mayo de 1811, idem, t. I, n. 37, p. 66. 235

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ciudadano.236 5. UNA SEMANA DE GOBIERNO Durante la semana que corre del viernes 30 de noviembre al jueves 6 de diciembre, el generalísimo Hidalgo, además de expedir decretos legislativos, dedica su tiempo a despachar asuntos de gobierno, militares y civiles. En primer lugar, decide poner orden en el ejército. Pero a veces es más fácil sembrar el desorden en terreno ajeno que establecer orden en el propio. Resulta que muchos jefes, en lugar de respetar las comisiones que se les han dado, han abusado de la confianza que depositó en ellos y esquilmado a la población. Se han llevado caballos y otros enseres de las fincas, sin importarles si sus dueños son criollos o españoles. Y lo peor es que esos robos han sido hechos no sólo por jefes subalternos sino también por algunos principales. Las lamentaciones de los afectados no se han hecho esperar. Así que Hidalgo hace las advertencias de rigor. El sábado 1º de diciembre expone: Me llenan de consternación las quejas que repetidamente se me dan de varios individuos, ya de los que han merecido mis comisiones, ya de los que sirven en mis Ejércitos, por sus excesos en tomar cabalgaduras por los lugares de su tránsito, no sólo en las fincas de europeos sino en las de mis amados americanos.237

El generalísimo se ha lanzado a una lucha para acabar con los abusos de un gobierno injusto, como lo es el colonial, y para alcanzar la comodidad, el descanso y la tranquilidad de la Nación, no para cometer otros injustos abusos. De allí que no pueda ver con indiferencia las lástimas que ocasionan aquellos individuos, adulterando sus “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”. Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana, Apatzingán, Michoacán, 22 de octubre de 1814, Art. 24. 236

Bando contra los excesos de la tropa, Guadalajara, 1º de diciembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 147, p. 245. 237

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comisiones y abusando de mi confianza y sus facultades. [Con base en lo expuesto y con el propósito de cortar “de raíz” este mal], mando que ningún comisionado, ni otro individuo alguno de mis tropas, pueda de propia autoridad tomar cabalgaduras, efectos ni forrajes algunos.

Y ordena igualmente a los señores intendentes, gobernadores y jueces de las provincias que están sujetas a su autoridad, que impidan tales desmanes, a menos que dichos comisionados sean autorizados por jueces competentes. Y en caso de que alguno contraviniere a esta mi resolución, procederán inmediatamente contra sus personas, y asegurando los efectos que porten, [me] darán inmediatamente cuenta, para proceder a imponerles las penas que halle [yo] por convenientes, en satisfacción de los americanos agraviados y de la buena intención con que proceden.238

La circular que antecede es enviada de inmediato a las autoridades de la nación insurgente. Anzorena, intendente y gobernador de Valladolid, la recibe una semana después y manda publicarla el lunes 9 de diciembre. 239 Gómez no tendrá oportunidad de hacerlo, pues es colgado en la horca de una de las plazuelas de Guanajuato por Calleja, al pasar por encima de las defensas de Allende y ganar la batalla. Ahora bien, en el plano interno, lo que a Hidalgo más le importa, en el fondo, es fortalecer el poder civil -a su cargopara beneficiar a las masas, frente a la amenaza de sus amigos militares, preocupados sólo por las élites. Si los militares están en la cúpula del poder, es necesario que los civiles se conviertan en militares, para equilibrar la situación, mientras los militares cambian de mentalidad. Por eso sigue expidiendo nombramientos de enviados civiles –curas, hacendados, rancheros, mayordomos, capataces, mineros y demás-, a diversas ciudades, villas y demás lugares del continente, con la comisión de reclutar tropas en todas partes. Mientras más numerosos sean los civiles, más acotados quedarán los militares. Y mientras más triunfos obtengan aquellos, más crecerá su influencia no sólo en lo militar sino también en lo político. Por eso, ese mismo día, sábado 1º de 238

Ibid.

239

Guzmán Pérez, Moisés, op. cit., n. 45, pp. 280-281.

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diciembre, el generalísimo nombra coronel y comandante de la división del Sur al capitán Rafael de Híjar, que reside en Tepic, y lo comisiona para que levante las compañías que pueda, y las ponga a prevención y disposición de mi Ejército, para cuando se lo pida.240 Esta clase de nombramientos sigue prodigándolos conforme a su estrategia de levantar tropas que propaguen por todas partes las llamas del incendio revolucionario, que hagan cundir el “desorden” al que se refiere Allende. Ya los ha entregado a muchas personas que se le han acercado a su cuartel general, cualquiera que sea el lugar en que lo instala, desde Celaya hasta Guadalajara. A veces con resultados adversos, como en el caso de Palacios y Tinoco, que son ejecutados en Oaxaca; pero a veces con éxito inesperadamente sorprendente, como el de José Ma. Morelos, del cual, a pesar de no recibir su primer parte de guerra -interceptado por el enemigo-, sabe que su avance es avasallador e incontenible. Con acciones de esta naturaleza, los soldados de línea quedarán sometidos a los intereses de la sociedad, no a la inversa. Dos días después, el lunes 3 de diciembre, ordena a todos sus comisionados que se hallan en la región de Nayarit que se sujeten a las órdenes del comandante de Tepic, y transmite a éste sus facultades precisas: nombrar a los empleados públicos en los cargos que dejen vacantes los europeos; hacer respetar la autoridad de los jueces, contener cualquier “revolución” que se intente contra el régimen político americano y castigar como delincuentes a los que se atrevan a hacerlo, “a la usanza de guerra”, es decir, dándoles muerte.241 El miércoles 5 de diciembre formaliza jurídicamente la alianza de su gobierno con los pueblos indígenas de Nueva Galicia, al expedir la ley por la cual manda a jueces y justicias del distrito de Guadalajara que procedan de inmediato a recaudar las rentas vencidas hasta ese día por los arrendatarios de las tierras pertenecientes a las comunidades; que Se nombra coronel de Tepic, Guadalajara, 1º de diciembre de 1810, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. I, n. 119, p. 350. 240

Se definen atribuciones del comandante de Tepic, Guadalajara, 3 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 120, p. 350. 241

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entreguen la suma de dichas rentas a la Caja Nacional; que obliguen a dichos arrendatarios a restituir las tierras que pertenecen a los naturales para que estos las cultiven, y que, en lo sucesivo, no puedan arrendarse más, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales, en sus respectivos pueblos.242

La parte principal del decreto anterior es la restitución de las tierras a las comunidades indígenas; pero no puede dejar de comentarse un aspecto secundario: ¿y el Banco Nacional de América? ¿Por qué en lo sucesivo se omite toda referencia a él? ¿Cuál es la razón por la que, en lugar del Banco Nacional de América, se habla ahora de la Caja Nacional, contrapartida de la Caja Real? ¿Cuáles son las similitudes y, sobre todo, las diferencias entre tales organismos? El jueves 6 de diciembre, el generalísimo emite en Guadalajara el tercer bando contra la esclavitud y las castas. Es más breve que el anterior, de 29 de noviembre, y reproduce los mismos puntos esenciales sobre esclavos, castas, papel sellado y pólvora que el precedente, no así los referentes a reducción de alcabalas, vinos y bebidas prohibidas, estancos de colorantes, exacciones de bienes, cajas de comunidad, pensiones que se exigen a los indios y tabaco. Y para que llegue a noticia de todos, y tenga su debido cumplimiento, mando se publique por Bando en esta capital y demás ciudades, villas y lugares conquistados, remitiéndose el competente número de ejemplares a los tribunales, jueces y demás personas a quienes corresponda su inteligencia y observancia.243

¿Por qué omite lo relativo a alcabalas, vinos, estancos, tabaco, etc.? ¿Acaso la alianza del poder político nacional con los productores y expendedores agrupados en esos ramos se ha súbitamente deshecho? ¿O se pretende reafirmar, realzar, dar fuerza y vigor únicamente a los aspectos en los que se ha encontrado resistencia política y social? Lo primero no es Se decreta devolución de tierras a los pueblos indígenas, Guadalajara, 5 de diciembre de 1810, en Martínez A., José Antonio, op. cit., p. 100. 242

Tercer bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, la supresión de las castas, etc., Guadalajara, 6 de diciembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 152, p. 256. 243

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probable; lo segundo, posible. Aquello no lleva aparejado sanciones graves; esto sí: la privación de la vida y de la propiedad. 6. REORGANIZACIÓN DEL APARATO DEL ESTADO El capitán general Allende, por su parte, cegado por la ira y bajo el peso de la derrota, ha salido de Guanajuato rumbo a Aguascalientes, a donde sabe que está el teniente general José Rafael Iriarte, para castigarlo por no haber acudido en su auxilio. Además, quiere sumar las tropas de Iriarte a las suyas, que apenas llegan a mil hombres; pero éste, al saber de su aproximación, sale rápidamente hacia Zacatecas. Ya en Aguascalientes, el capitán general envía correos al huidizo Iriarte; le ordena que vuelva; al no serle contestados, intenta perseguirlo; pero finalmente comprende la inutilidad de sus esfuerzos y vuelve la grupa en sentido contrario. Nunca lo perdonará. En marzo del año siguiente, al ser capturada la plana mayor del ejército insurgente, con Hidalgo y Allende a la cabeza, López Rayón lo fusilará por retroceder ante el desastre y no haber atacado al enemigo, ni intentado liberar los prisioneros; pero, en realidad, su ejecución parece no haber sido más que un ajuste de cuentas. Mientras tanto, Allende, sin controlar totalmente sus emociones, se dirige a Guadalajara, en busca de Hidalgo. Él no escapará tan fácilmente como Iriarte. El domingo 9 de diciembre, el generalísimo, en lugar de dejarse encontrar en la capital de la provincia por el iracundo capitán general o de formarle consejo de guerra por la insolencia de sus cartas, le hace el honor de salir a recibirlo a Tlaquepaque y lo hace entrar triunfalmente a la perla tapatía, entre repiques de campanas, salvas de artillería y aclamaciones de la multitud. El lunes 10 de diciembre, los dos hablan largamente y llegan a un acuerdo, mejor dicho, a varios acuerdos. Al no levantarse ninguna acta, se ignoran los temas de de sus conversaciones; pero es posible deducir lo esencial de su contenido por las medidas políticas que se adoptan a partir de esa fecha; primero, los honores que les son tributados; segundo, la definición de sus líneas políticas divergentes, y tercero, los esfuerzos para conjugarlas por la vía institucional.

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Por lo pronto, al día siguiente, martes 11, el generalísimo ordena, por una parte, que las tropas pasen revista y desfilen ante su segundo, le rindan honores y lo reconozcan como tal. Adicionalmente, ese mismo día dispone que se reprima con dureza una conspiración fraguada contra él por frailes carmelitas, a los que manda encarcelar. Por otra parte, en su calidad de jefe de Estado, Miguel Hidalgo y Costilla empieza a recibir el nombramiento de alteza serenísima, bien que Allende asegura que cuando llegó a Guadalajara hasta los eclesiásticos doblaban ante él la rodilla. Lo cierto es que Hidalgo, aunque ha preferido utilizar su grado militar de generalísimo de América, o el título político de protector de la nación, no rechaza el tratamiento de alteza. Además, recibe a la gente bajo dosel en el salón de actos de la Audiencia; pero, eso sí -gesto simbólico, elocuente y significativo- manda retirar el retrato de Fernando VII. Y ordena que todo lo que recibía el calificativo de real, empiece a llamársele nacional; de ese modo, el palacio real de Guadalajara se convierte en palacio nacional; la audiencia real, en audiencia nacional, y así sucesivamente. Su gobierno lo divide en un ministerio y una primera secretaría de Estado; el ministerio de Gracia y Justicia, para atender las relaciones interiores, y la primera secretaría de Estado y Despacho, las relaciones exteriores. El título de la primera implica que hay o que habrá otras. El licenciado José María Chico, antes ministro de Policía y Buen Gobierno, pasa a ser ministro de Gracia y Justicia. Y el licenciado Ignacio López Rayón, antes secretario particular, pasa a ser primer secretario de Estado y despacho.244 Además, la tesorería del ejército nacional, a cargo de Mariano Hidalgo, hermano del generalísimo, se convierte en tesorería de la nación, y se crea la secretaría de Guerra, cuya titularidad se ignora en quién recae; probablemente en el auditor de guerra, oidor de la Audiencia Nacional, Pedro Alcántara Avendaño; lo único que se sabe que su oficial mayor es José Francisco Cortés.245 En todo caso, el segundo titular de la secretaría de Guerra -en el gobierno de AllendeSe nombra embajador plenipotenciario a Pascasio Ortiz de Letona ante el congreso de Estados Unidos, Guadalajara, 13 de diciembre de 1810, idem, t. II, n. 161, pp. 297-298. 244

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será José de la Luz Galván.246 El ministro de Gracia y Justicia ocupa la presidencia de la Audiencia Nacional, antes de ser elevada de facto a Tribunal Superior de Justicia de la Nación, con atribuciones para conocer asuntos civiles y criminales en última instancia, en lugar del Consejo de Indias, como lo propusieron Francisco de Azcárate y otros en 1808 para la audiencia de México. La presidencia de la Audiencia Nacional pronto cambia de titular. Bajo el sistema político español, el virrey estaba facultado para presidir este organismo, aunque no para intervenir en la toma de decisiones judiciales, y la audiencia a su vez, tenía atribuciones para asesorar al virrey en los asuntos arduos e importantes de gobierno. En varios momentos, la mezcla de funciones casi los convertía en un solo poder. Pues bien, en Guadalajara, al principio, el ministro de Gracia y Justicia, en nombre del Protector de la Nación, preside la Audiencia y es probable que ésta haya intentado cuestionar la legalidad de los decretos revolucionarios del generalísimo. No se tiene la certeza, porque no hay documentos que lo acrediten ni testimonios que lo insinúen; pero es probable que así haya sucedido, entre otras cosas, porque todas las cosas estaban bajo cuestionamiento. En todo caso, el sistema político americano modifica aceleradamente sus instituciones. A los pocos días, en lugar de mantenerse los estrechos vínculos entre los órganos ejecutivo y judicial, como hasta entonces, se atiende a la demanda que se planteó en 1808 o se prefiere, se asegura la independencia del órgano judicial por razones de conveniencia política inmediata, sin intervención de la autoridad ejecutiva, y al mismo tiempo, se desvincula al tribunal de cualquier función gubernativa. Esto es el germen de la división de poderes. A este efecto, el generalísimo decide que la Se sienta razón de las promociones militares en la secretaría de Guerra y en la tesorería del ejército, para efectos del abono de sueldos, en Se asciende teniente coronel a coronel, Guadalajara, 29 de diciembre de 1810, y se hace referencia al auditor de guerra en Préstamo patriótico a la nación, procedente del tribunal de capellanías y obras pías, 5 de enero de 1811, idem, t. I, n. 12, p. 27, t. II, n. 180, p. 332. 245

Certificación de la comisaría al licenciado Ignacio Aldama para que pase a los Estados Unidos de América, idem, t. I, n. 80, p. 232. 246

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presidencia del cuerpo judicial, en lugar de estar a cargo de sí mismo o de su ministro de Gracia y Justicia, recaiga en uno de los magistrados recién nombrado por él, el licenciado José Ma. Castañeda, a quien, por ministerio de ley, en el ancien régime colonial le habría correspondido el cargo de intendente de la provincia. Al mismo tiempo, designa oidores a los licenciados José Ignacio Ortiz de Zárate, Francisco Solórzano y Pedro Alcántara de Avendaño (que ejercía las funciones de auditor de guerra), los cuales reemplazan a algunos magistrados y se integran a los que han permanecido en sus cargos.247 Más tarde, a mediados de enero siguiente, al abandonar la ciudad, Hidalgo deja en calidad de gobernador político y militar de la provincia de Nueva Galicia, con el grado de brigadier, al propio licenciado y magistrado José Ma. Castañeda.248 Por último, Hidalgo establece el Consejo de Estado – órgano político que pone por encima de sí mismo- integrado por el propio generalísimo, el capitán general Ignacio Allende, el ministro de Gracia y Justicia José María Chico, el primer secretario de Estado y de Despacho Ignacio López Rayón, y tres magistrados de la Audiencia Nacional, entre ellos, el subdecano y el fiscal de dicha corporación.249 Las amplísimas facultades del titular del ejecutivo, pues, empiezan a ser reducidas y sujetas a control por un organismo de Estado, integrado a su vez por los titulares de los poderes ejecutivo y judicial; consejo en el que Allende, por su propio derecho, y a través de López Rayón, deja sentir el peso de su influencia. 7. AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES Mientras tanto, en esos mismos días, el generalísimo da forma a lo que podría llamarse teoría de la autodeterminación de las naciones, enunciado en las primeras páginas de este 247

Castillo Ledón, Luis, op. cit., pp. 326 y 327.

248

Ibid.

Se nombra embajador plenipotenciario a Pascasio Ortiz de Letona ante el congreso de Estados Unidos, Guadalajara, 13 de diciembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 161, pp. 297-298. 249

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trabajo, que tiene implicaciones y efectos en el derecho internacional.250 El documento de Hidalgo no calza lugar ni fecha de expedición, aunque probablemente el lugar es Guadalajara, y la fecha, el miércoles 23 o el jueves 24 de diciembre, porque con base en este sustento teórico se despacha el nombramiento del embajador de la América Septentrional ante el congreso de Estados Unidos. Tampoco aparece la firma del emisor, pero sin duda es el generalísimo, porque durante el proceso que le siguen las autoridades españolas en su contra, él mismo admite haber sido su autor; así que nadie ha formulado ninguna conjetura en contrario.251 En él se invoca un principio de derecho natural, al hacer referencia al “Dios de la naturaleza”, a partir del cual desarrolla su discurso, a saber: que las naciones prefieren gobernarse por individuos de su misma nación y rechazar a otros. Este principio es aplicable lo mismo a las naciones civilizadas que a las bárbaras: El francés quiere ser mandado por francés; el inglés, por inglés; el italiano, por italiano; el alemán, por alemán; esto entre las naciones cultas. Y entre las bárbaras de América, el apache quiere ser gobernado por apache; el pima, por pima; el tarahumara, por tarahumara, etcétera.252

La atención del generalísimo, por lo visto, sigue dirigiéndose hacia el norte, cargado hacia el Pacífico. La designación de las “naciones bárbaras” de América así lo acredita. Todas las que cita son de Sinaloa, Sonora y Chihuahua; ni una del centro o del sur del país. En todo caso, tomando en cuenta lo Tavira Urióstegui, Martín, Hidalgo y el Derecho Internacional de nuestro tiempo, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria, mayo 1999. 250

El propio generalísimo acepta la paternidad del documento, al declarar “que sólo ha escrito el Manifiesto en respuesta del edicto del santo tribunal de la fe, y otro (manifiesto) cuyo objeto es probar que el americano debe gobernarse por americano así como el alemán por el alemán...” Cfr. Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 10ª, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 2, p. 12. 251

Manifiesto en borrador sobre la autodeterminación de las naciones, [Guadalajara], diciembre de 1810, en Martínez A., José Antonio, op. cit., pp. 131-132. 252

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anterior, ¿no es acaso natural que el americano quiera ser gobernado por americano? Entonces, ¿por qué a los americanos se les ha de privar del goce de esta prerrogativa? Hablad, españoles injustos, ¿por qué no queréis que gocemos lo que Dios ha concedido a todos los demás hombres? ¿No sois vosotros los que hacéis alarde de haber derramado la sangre por no admitir la dominación francesa? Pues ¿por qué culpáis en nosotros el separarnos de la dominación española? ¿Os ha concedido Dios algún derecho sobre nosotros? El mismo que los franceses tienen sobre vosotros, es el que tenéis sobre nosotros; esto es, el de la fuerza, pues si ustedes no quieren sujetarse a un gobierno que no esté manejado por manos españolas, ¿será delito en nosotros querernos gobernar por manos americanas?

El problema es que hay americanos contra-natura que, en lugar de querer ser gobernados por americanos, prefieren serlo por españoles; pero este problema, aunque no deja de ser grave, lo reduce a su mínima expresión, porque muchos están haciéndolo a la fuerza, no porque así lo deseen. Si lo hacen a la fuerza, recibirán aliviados la liberación, según se lo han hecho saber confidencialmente. Y si escogen la dominación, no son americanos, aunque lo sean, sino europeos, en cuyo caso deben ser exterminados, como los europeos. A las armas, americanos, no hay que perder instante: el enemigo está débil y sin recursos. Esos americanos que los obedecen por fuerza, los abandonarán, luego que les aseguremos la retirada: lo sé de positivo, ellos mismos me lo han mandado decir. Pero supongamos que militen a favor de los gachupines; esto nos obligará a exterminarlos: no los reputaremos por americanos.253

8. NOMBRAMIENTO DE PLENIPOTENCIARIO Bajo este marco teórico, el mismo jueves 13 de diciembre se reúne el Consejo de Estado y elige a un embajador plenipotenciario de América ante el Congreso de los Estados Unidos. El nombramiento está redactado en lenguaje diplomático, pero directo. A España se le califica de nación “dominante”, 253

Ibid.

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“poco cauta” y explotadora. A América, en cambio, se le atribuye espíritu combatiente y democrático: Sus habitantes... se armaron, nos erigieron Jefes y resolvimos a toda costa, o vivir en libertad de hombres o morir tomando satisfacción de los insultos hechos a la Nación.254

A ambas entidades políticas se les describe en pugna una contra la otra; pero los jefes de la segunda, esto es, los de la nación democrática americana, han conmovido y decidido a tan gloriosa empresa a nuestro dilatado continente, mientras que los de la primera, la española, han quedado reducidos a alguna gavilla de europeos rebeldes y dispersos. Y aunque esta gavilla aún señorea en algunas partes, no bastará a variar nuestro sistema ni a embarazar las disposiciones que puedan decir con relación a las comodidades de nuestra Nación.

La América, por cierto, según dicho documento, ya no está formada por intendencias sino por estos feraces Estados, lo que implica que las provincias no dependen de ninguna autoridad central sino de gobiernos propios, que forman parte de una potencial liga federal; entidades que antes estuvieron sujetas a servil yugo por el dilatado espacio de cerca de tres siglos, pero que ya empiezan a vivir en libertad de hombres.255 Se reconoce, en otras palabras, que aunque la América no ha alcanzado todavía la condición de Estado nacional soberano bajo un sistema federal, tiene la calidad de Estado beligerante, con capacidad para Se nombra embajador plenipotenciario a Pascasio Ortiz de Letona ante el congreso de Estados Unidos, Guadalajara, 13 de diciembre de 1810, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 161, pp. 297-298. 254

Para el tribunal militar que juzga a Ignacio Allende no pasa desapercibido el sentido político de este nombramiento diplomático. Hace notar al acusado que el nombramiento implica una “total y absoluta independencia” ya que resuelve “a toda costa vivir en la libertad de hombres bajo una constitución federativa semejante a la de Estados Unidos, o morir tomando satisfacción de los insultos hechos a la Nación”. En su respuesta, Allende no niega haber calzado el documento con su firma, pero se niega a admitir que vivir en una federación sea un agravio al monarca. Causa instruida contra el generalísimo don Ignacio de Allende, 10 de mayo-29 de junio de 1811, pregunta número 36, en García, Genaro, op. cit., p. 33. 255

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tratar, ajustar y arreglar una alianza ofensiva y defensiva, tratados de comercio útil y lucroso para ambas naciones, y cuanto más convenga a nuestra mutua felicidad.

Con base en lo expuesto, el Consejo de Estado elige y nombra al distinguido botánico guatemalteco y mariscal de campo Pascasio Ortiz de Letona, embajador y plenipotenciario de nuestro cuerpo cerca del supremo Congreso de los Estados Unidos de América, y le otorga poder y facultad en la más amplia forma que se requiere y sea necesaria, para que acceda y firme cualesquiera artículos, pactos o convenciones conducentes a dicho fin.

En el entendido de que los miembros del Consejo de Estado expresan al embajador que se obligan y prometen en fe, palabra y nombre de la nación, que estaremos y pasaremos por cuanto tratéis, ajustéis y firméis a nuestro nombre, y lo observaremos y cumpliremos inviolablemente, ratificándolo en especial forma.

La elección y designación se hace en sesión de Consejo de Estado, en fe de lo cual mandamos despachar la presente [acta de nombramiento], firmada de nuestra mano, y refrendada por el infrascrito nuestro Consejero y Primer Secretario de Estado y del Despacho.256

El documento de referencia calza al pie los nombres de Miguel Hidalgo, generalísimo de América; Ignacio Allende, capitán general; José María Chico, ministro de Gracia y Justicia, presidente (todavía) de esta Nuestra Audiencia; Lic. Ignacio Rayón, secretario de Estado y del Despacho; José Ignacio Ortiz de Salinas, oidor subdecano; Lic. Pedro Alcántara de Avendaño, oidor de esta Audiencia Nacional; Francisco Solórzano, oidor, y Lic. Ignacio Montes, fiscal de la Audiencia Nacional.257 Se ha dicho que el anterior es un documento mal dirigido, inadecuado y mal hecho, porque su destinatario es el congreso y no el presidente de Estados Unidos, y porque no 256

Ibid.

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llena los requisitos protocolarios de las cartas credenciales que suelen intercambiarse entre las cancillerías. La crítica es fundada, pero irrelevante. El documento no es expedido por un Estado independiente sino por un Estado beligerante, que no solicita reconocimiento diplomático al país vecino sino un tratado militar (“arreglar una alianza ofensiva y defensiva”) y comercial en materia de armas pagadas a su precio (“un tratado de comercio útil y lucroso para ambas naciones”). En casos como éste, independientemente de su forma, su propósito es hacer un sondeo, suscitar una respuesta –afirmativa o negativa- y escuchar una propuesta. Como no se tiene la certeza de la forma en que reaccionaría la autoridad del país vecino, se otorgan al embajador facultades para firmar toda clase de “artículos, pactos o convenciones”. Por otra parte, se ha estimado inútil o cándida la gestión, porque la política de Estados Unidos sería la de apoyar a España, no a la nación en lucha por su independencia, e incluso a lo largo de los años decretaría graves penas a los que se atrevieran a vender ilícitamente armas y municiones a los insurgentes. Sin embargo, esta crítica tampoco está suficientemente fundada, porque es imposible que alguien sepa la política que seguirá un país a lo largo de los años, o que anticipe los cambios que determinará conforme evolucionen las cosas, independientemente de sus compromisos de origen, y porque además es mejor gestionar relaciones amistosas que padecer las inamistosas o que permanecer aislado. Al intentarlo no se Según el informe del juez que instruyó las causas de Hidalgo y Allende, “uno y otro declaran de conformidad haber despachado a don Pascasio Letona, natural de Guatemala, a negociar con los Estados Unidos una alianza ofensiva y defensiva, y surtido de armas, resultado de la copia de las credenciales con que lo habían autorizado. Y está reconocida por Allende en su declaración, que el licenciado Salinas y un tal N. Avendaño, natural de Zamora, nombrados oidores de la Audiencia de Guadalajara por Hidalgo, han suscrito dichas credenciales e instrucciones. Este mismo Avendaño fue quien de orden de Hidalgo tomó de los caudales de aquella santa iglesia catedral cantidad considerable de pesos”. Informe sobre lo que resulta en las causas de los jefes insurrectos, “Los procesos militar e inquisitorial del padre Hidalgo y de otros caudillos insurgentes”, introducción y suplementos de González Obregón, Luis, Ediciones Fuente Cultural, México, 1953, p. 152. 257

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pierde nada y se puede ganar algo. Por último, se ha comentado que si Hidalgo hubiera estado mejor informado, habría preferido invocar el auxilio del emperador de Marruecos, que el de Estados Unidos; pero el comentario está fuera de lugar por las razones expuestas en los párrafos precedentes. En todo caso, el destino de Ortiz de Letona, primer embajador de la América Septentrional a los Estados Unidos, no deja de ser trágico. Al dirigirse a Veracruz para embarcarse a su destino, es aprehendido en Molango, actual Estado de Hidalgo, por las tropas del gobierno español de México, y se le conduce a la capital del reino para someterlo al interrogatorio respectivo; pero no queriendo hacer revelaciones comprometedoras durante su cautiverio, decide suicidarse al llegar a la villa de Guadalupe, ingiriendo un veneno que lleva consigo. Más tarde, el Consejo de Estado, no el de Guadalajara, sino otro formado por el generalísimo Allende e integrado por el teniente general Joaquín Arias, el mariscal de campo Francisco Lanzagorta, el mayor general de caballería Nicolás Zapata, el vicario general José María Samper y el segundo secretario de Guerra José de la Luz Galván, elige a Ignacio de Aldama embajador de la América Septentrional ante la vecina república federal; pero éste no tiene mejor suerte que su predecesor: el 1 de marzo es hecho prisionero en San Antonio de Béjar, conducido a Monclova, y el 20 de junio siguiente, pasado por las armas.258 9. SEMANARIO, REDUCCIÓN DE AUTORIDAD Y EJECUCIONES Con el propósito de tener un órgano de difusión para dar a conocer bandos, decretos, órdenes gubernativas, manifiestos, partes de guerra y demás, el generalísimo ordena que se publique un periódico semanal, al que da el elocuente título de El Despertador Americano, correo político y económico, el cual apare-cerá en forma ordinaria cada jueves, y en forma extraordinaria, las veces que sea necesario, del cual se tiran Certificación de la comisaría al licenciado Ignacio Aldama para que pase a los Estados Unidos de América, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 80, p. 232. 258

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dos mil ejemplares de cada número. La dirección del semanario la encarga al doctor Francisco Severo Maldonado, a quien comisiona igualmente para elaborar un proyecto de Constitución Orgánica de América. El séptimo y último número del semanario, por cierto, queda en prensa el 17 de enero, día de la derrota de Calderón, y nunca será distribuido.259 Por lo pronto, el jueves 13 de diciembre, el generalísimo sigue extendiendo nombramientos militares a varias personas que envía a distintas partes del país para propagar el incendio de la guerra nacional revolucionaria, entre ellos, a José María González Hermosillo –en cuyo honor la capital de Sonora lleva su nombre-, al que otorga el grado de teniente coronel. Además, a partir de esa fecha, autoriza que se inicien las ejecuciones de los prisioneros españoles, conforme a lo dispuesto por el derecho de guerra dado a conocer por el bando expedido por su gobierno; es decir, pasados a cuchillo.260 Por lo que se refiere a González Hermosillo, comisionado para insurreccionar Nayarit, Sinaloa y Sonora -que colindan con el Pacífico-, no le expide la patente respectiva sino sólo un nombra-miento con efectos de título en forma, para que le guarden y hagan guardar los fueros, privilegios y excepciones que le corresponden.261

El documento anterior está refrendado por el licenciado Ignacio López Rayón, secretario, lo que significa que algo ha pasado. López Rayón jamás ha participado en la elaboración de ningún documento firmado por el generalísimo, ni en su refrendo, y menos en un documento de carácter militar. Podría pensarse que ha habido un minigolpe de Estado, porque, ¿qué tiene que ver un nombramiento militar, que es un asunto interno, con las relaciones exteriores, de las que 259

Castillo Ledón, Luis, op. cit., pp. 357 a 361.

Exposición de motivos y ley de guerra en nueve artículos, [Guadalajara, diciembre de 1810], en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 51, pp. 119-120. 260

Se nombra a Hermosillo teniente coronel, Guadalajara, 13 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 12, p. 27. 261

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está encargado al licenciado? O al revés, ¿desde cuándo un secretario de Estado y despacho está a cargo de asuntos militares? Sus atribuciones son las de establecer contacto con las otras naciones del mundo, principalmente con Estados Unidos, no con los jefes revolucionarios ni con los del ejército, y a validar cargos diplomáticos, no comisiones castrenses. Sería más lógico que hubiera firmado ese documento el ministro Chico, de Gracia y Justicia, y más adecuado aún, que lo hiciera el secretario de Guerra o su oficial mayor, previamente nombrados para desahogar esa materia, que el primer secretario López Rayón. Sin embargo, lo que aparece es la firma de éste, por encima y en lugar de los demás. El papel jugado por López Rayón en esta etapa de la historia tendrá que ser investigado algún día más a fondo. Ha sido secretario particular del generalísimo Hidalgo, pero su nuevo cargo de primer secretario de Estado y de Despacho se lo debe a la influencia del capitán general Allende. Sus afectos familiares y personales son muy cercanos al primero; pero sus coincidencias ideológicas y políticas las tiene con el segundo. La pregunta es: ¿forma parte de las decisiones que reducen al principio y acaban al final con el gobierno de Hidalgo? A la muerte de los primeros caudillos, López Rayón establecerá la Junta Suprema Nacional Americana –la Junta de Zitácuaro-, de la cual será presidente, fungiendo como vocales José Ma. Liceaga, José Sixto Verduzco y José Ma. Morelos. Más tarde será miembro del Congreso de Chilpancingo instalado por Morelos. En 1816, capturado, procesado y sentenciado a muerte, logra aplazar su ejecución y permanece en prisión de 1817 a 1820. Al año siguiente se adhiere al Plan de Iguala y, consumada la independencia, asume el cargo de tesorero de San Luis Potosí; es diputado y comandante general de Jalisco, y muere tranquilamente en la ciudad de México en 1832, a la edad de cincuenta y nueve. Por otra parte, la actuación del licenciado José Ma. Chico, ministro de Gracia y Justicia -cuyas afinidades familiares, persona-les, ideológicas y políticas con el primer jefe son completas, sin discordancia de ninguna clase-, empieza a eclipsarse, ya que, a partir de este momento, el único que refrendará los actos del comandante supremo de las fuerzas

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armadas y jefe de gobierno Miguel Hidalgo y Costilla, será el licenciado López Rayón, cuyo rango político y administrativo se supone ligeramente inferior al de Chico, pues éste es ministro y presidente de la Audiencia –al menos por un tiempo-, mientras aquél sólo es primer secretario de Estado. Apenas reorganizado el gabinete, pues, empieza a tambalearse. Esto significa que, aunque las principales discrepancias entre el generalísimo Hidalgo y el capitán general Allende han quedado aparentemente conjugadas y resueltas con la creación del Consejo de Estado, algunas subsisten, sobre todo en el ramo militar, y en el primer forcejeo, el generalísimo se ve obligado a ceder ante el capitán general. Por lo que se refiere a las ejecuciones de españoles, a partir de esta fecha, jueves 13 de diciembre, y durante los treinta días siguientes, se sacrificarán más de diez al día, en promedio, la mayor parte de ellos en las barranquitas de Belem. Ya se ha oído a Hidalgo resumir que serían en total como trescientos cincuenta. No son ejecuciones a la luz pública, como las de Calleja en Guanajuato, para que se recuerde la memoria de los caídos, sino “en partes ocultas y solitarias”, como las de Valladolid, para que estos queden “sepultados en el olvido”; pero parece que lo oculto ejerce más fascinación que lo descubierto, porque se habla más de esto que de aquello.262 Por cierto, el asunto de la pena capital empieza a convertirse en una mina de oro para algunos insurgentes. Cuando los detenidos y sus defensores les llegan al precio a sus custodios y vigilantes, estos los liberan y les salvan la vida. Gracias al soborno, los que eran pobres y leales empleados de prisión empiezan a convertirse en ricos e influyentes funcionarios. Los defensores de los condenados a muerte son el El juez instructor no entendía por qué Hidalgo “se contentaba con que tales asesinatos se ejecutasen a horas desusadas y parajes solitarios, contra lo que se ha visto siempre, por experiencia, en todos los desórdenes públicos, que es complacerse no sólo en ver sino [también] en ejercitar por sus propias manos semejantes atrocidades”. Cfr. Causa seguida contra Miguel Hidalgo, pregunta 18, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 2, p. 15. 262

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mariscal de campo Mariano Abasolo –cuya esposa odiaba a Hidalgo- y el capitán José Pérez de Acal, quienes logran salvar a un centenar de personas, por lo menos, mediante la obligada retribución de estilo. Al ocurrir el trágico desastre de Acatita de Baján, Mariano Abasolo alcanza a salvar la vida gracias a las múltiples, variadas e intensas diligencias de su esposa, Manuela Taboada, quien con apoyo de los europeos a los que aquél salva la vida y con base en sus propias delaciones, es condenado a destierro en la fortaleza de Santa Catalina en Cádiz. La mujer lo acompañará a todas partes, hasta que su marido muere en prisión el 14 de marzo de 1816. Honor a Manuela Taboada por el amor y fidelidad a una persona, su marido; felicitación a Mariano Abasolo, por tener a una mujer de ese calibre, y desprecio a ambos, sobre todo al hombre, por la traición a la gran causa a la que voluntariamente se adhirió. Si su vida familiar y personal era lo más importante para él, nunca debió comprometerse con los más altos intereses de la nación, y si la nación insurrecta era más importante que su vida personal y familiar, debió preferir la gloria, aunque le costara la vida, no la vida, dando la espalda los intereses de la nación, porque su abyecta decisión no le dejó ni gloria, ni honor, ni siquiera vida, más que durante cinco miserables años en la oscuridad de los calabozos. ¡Qué diferencia con la madre de los Rayón, que siempre prefirió ver muertos a sus hijos, antes que estos abandonaran la causa nacional para dedicarse a sus intereses familiares o personales! Por otra parte, los verdugos de Guadalajara quedan al mando de un antiguo empleado del virrey Iturrigaray llamado Agustín Marroquín, convertido en torero y, según las malas lenguas, en tahúr y ladrón. Al desatarse la guerra, empieza como mozo de estribo del generalísimo Hidalgo, y en el curso de las acciones, asciende al grado de capitán; pero ni él ni sus subordinados se benefician de los sobornos. Marroquín, por cierto, vivirá el horror de Acatita de Baján y será uno de los tres primeros en ser pasados por las armas en Chihuahua el 10 de mayo de 1811. Su nombre aparecerá en tercer lugar, en calidad de verdugo, después de los de un mariscal y un brigadier. 10. CONSPIRACIÓN CONTRA EL GENERALÍSIMO

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Mientras tanto, sea porque el generalísimo Hidalgo hace quitar el retrato de Fernando VII del salón en que concede audiencia; sea porque todo lo real lo convierte en nacional; sea porque ha ordena-do que se ejecute reservadamente a los prisioneros españoles; sea porque sigue nombrando comisionados militares y políticos para que extiendan la insurrección; sea porque se presenta en banquetes, fiestas y reuniones con la deslumbrante Mariana Luisa la fernandito; sea por las ambiciones políticas cada vez más desbo-cadas del capitán general Allende, o sea por todo lo anterior y por otras cosas más, éste, Allende, empieza a conspirar contra el generalísimo, al grado atreverse a consultar al gobernador de la mitra José Ma. Gómez y Villaseñor, y al director del periódico El Despertador Americano, doctor José Francisco Severo Maldonado, si es lícito darle un veneno para cortar los males que su jefe está causando y los muchos más “que amenaza su despotismo”. Maldonado y Villaseñor aprueban la idea. Esto se llama alta traición. A partir de este momento, la lucha es a muerte en el círculo más alto del poder insurgente: o los conspiradores -hombres a los que el generalísimo ha otorgado su confianza-, consienten en que se le prive de la vida, como si fuera la de una rata, o el generalísimo se desembaraza de sus potenciales asesinos.263 Por lo pronto, con la conciencia descargada y tranquila, el capitán general Allende compra el veneno por medio de Joaquín Arias y lo reparte entre el propio Arias, su joven hijo Indalecio Allende –dieciocho años de edad- y él mismo, para aprovechar cualquiera ocasión que se presente a alguno de “El objeto del que declara [Allende] fue conservar esta América al señor don Fernando VII, como lo manifestó a la gente que con él trató en todos los pueblos que anduvo. Y en Valladolid, habiendo percibido que ya no era del agrado de Hidalgo que se mentase el nombre de su majestad, [el declarante] se quejó de este proceder a los prebendados de aquella santa iglesia: Michelena y Zarco. Y en Guadalajara, habiendo extrañado al doctor Maldonado por qué en su periódico titulado Despertador Americano no se contaba con el señor don Fernando VII, que era el principal objeto de la insurrección, contestó que eso no le parecía bien a Hidalgo; de cuyas resultas el declarante consultó con el mismo doctor Maldonado y con el gobernador de la Mitra, señor Gómez Villaseñor, si sería lícito darle un veneno para cortar esta idea suya y otros males que estaba causando, como los asesinatos que de su orden se ejecutaban en dicha ciudad, y los muchos más que amenazaba su despotismo...” Cfr. Causa instruida al generalísimo don Ignacio Allende, 10 de mayo-29 de junio de 1811, respuesta a la repregunta 34, en García, Genaro, op. cit., t. VI, pp. 31 y 32. 263

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los tres y se lo suministren al generalísimo. La conspiración se extiende. A pesar de que Ignacio Aldama, Martín Liceaga y Vicente Saldierna vierten el veneno en alguna bebida o alimento destinado a Hidalgo, que éste no toca, y de que lo intentan varias veces, ninguno de ellos logra su objetivo. El propio Allende confesará ante el juez español que aún conservaba parte del veneno.264 ¿Cómo se salva el generalísimo? ¿Podría pensarse que uno de los dos, el canónigo Gómez Villaseñor o el doctor Severo Maldonado, se lo insinúa o le da alguna pista al respecto? Si así ocurre y se le desliza una palabra al oído, una sola –un cuídate, por ejemplo- es probable que haya sido el primero. Después de todo, Gómez Villaseñor e Hidalgo eran no sólo parientes de sangre sino también de espíritu -ambos eran ilustrados- y además, muy buenos amigos. Hidalgo había sido rector del Colegio de San Nicolás, en Valladolid, de 1785 a 1792, y Gómez Villaseñor, de la Universidad de Guadalajara, de 1792 a 1805. En caso contrario, tendrá que suponerse que Hidalgo se atiene únicamente a su sagacidad e instinto para salir con vida (por algo desde sus tiempos de estudiante fue llamado El Zorro). El caso es que, por alguna razón, extrema sus precauciones y se cuida así de su capitán general como de sus allegados.265 Sorprende en verdad que esta gravísima actitud del capitán general Allende no haya sido enérgicamente censurada por la crítica. Sus siniestros planes no pueden ser calificados, esta vez sin ambages, sino como elementos constitutivos del más grave de los crímenes de Estado. En la situación extraordinaria que viven los protagonistas de este drama histórico, si se hubiera descubierto el complot, los responsables habrían sido teóricamente merecedores de un juicio sumarísimo ante consejo de guerra, condenados a la pena capital y ejecutados de inmediato. “Por lo demás, aprobando su idea Maldonado y [Gómez] Villaseñor, compró el veneno por medio de Arias y lo repartió entre su propio hijo y el mismo Arias, para aprovechar la ocasión que se presentase a cualquiera de los tres, y de eso cree que han de ser servidores don Ignacio Aldama, don Martín Liceaga y don Vicente Saldierna. Y aún en su equipaje podrá hallarse parte del veneno que se reservó para el efecto...” Ibid. 264

“(Asesinato que Allende)… no pudo ejecutar, por lo mucho que el cura se reservaba de él”, ibid. 265

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Sin embargo, no se descubre la conjura. Aunque Hidalgo haya alcanzado a sospechar que algo se tramaba contra él, afortunada o desgraciadamente no llega a enterarse de los detalles concretos de la maquinación. Más tarde, al ser juzgado por el enemigo, lo único que reconoce es que, al pronunciarse por la independencia, no pensó en contrabalancear la teoría con los obstáculos que surgen en tales empresas; obstáculos que suelen ser generados por pasiones y diferencias de intereses, los cuales no podían faltar y no faltaron a la suya.266 Luego entonces, el jefe del gobierno nacional sólo constata estruendosas pasiones encontradas y fuertes diferencias de intereses. No más. De haber sabido que sus propios correligionarios conspiraban contra él, ¿los hubiera sometido esta vez al tribunal de guerra? ¿O habría preferido el expediente de “sepultarlos en el olvido”, es decir, ponerlos sigilosamente en manos del verdugo Marroquín para que los degollara limpiamente en despoblado a altas horas de la noche? En el primer caso tendría que responderse a las incómodas preguntas: ¿habría tenido poder bastante para hacerlo? En el segundo, ¿se habría atrevido? En ambos, ¿hubiera sido conveniente? Y sería cuestión de nunca acabar. Tales son las dificultades de plantear este tipo de interrogantes en cualquier pasaje de la historia. En todo caso, alrededor del jefe de Estado empiezan a encenderse señales de alerta, sobre todo en los aspectos relacionados con el ramo militar. En lugar de ejecutarse sus órdenes, sus allegados empiezan a cuestionarlas, a lucrar y enriquecerse con ellas o a abusar de las mismas, y los que han jurado respetar su autoridad política y los actos que emanen de ella, en lugar de proteger su entorno político, empiezan a conspirar contra su vida. El joven Indalecio Allende y Joaquín Arias, frustrados o fallidos envenenadores de Hidalgo, serán las primeras víctimas de Acatita de Baján. Al momento en que Ignacio Allende se resiste en su carruaje al artero arresto, dispara sus pistolas contra su captor; pero al fallar, el oficial ordena a sus soldados que abran fuego contra el carruaje, en el que se encuentran Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 37, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 2, p. 19. 266

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también su hijo Indalecio y su amigo Joaquín Arias. A resultas de la descarga, el hijo de Allende recibe una bala que lo mata en el acto. Joaquín Arias resulta ileso, sale del coche, carabina en mano, y la apunta contra el mismo oficial, pero un soldado situado detrás de éste, le dispara, lo hiere en la cadera y lo hace soltar el arma. Así se le detendrá, herido, y se le hará viajar prisionero por esa región semidesértica hasta Monclova, mientras se le pudre la lesión. Una semana después, el viernes 28 de marzo, muere en esta villa, bañado en sudores y estremecido por la fiebre. Gómez y Villaseñor, por su parte, el rector de la Universidad de Guadalajara y pariente de Hidalgo, se mantendrá como canónigo de Guadalajara y en 1816 se le elegirá obispo de Michoacán, pero morirá al poco tiempo. Y Severo Maldonado, por último, director de El Despertador Americano, se acogerá al indulto ofrecido por el gobierno colonial y “por oferta voluntaria” se hará cargo de El Telégrafo, semanario en el que escribirá contra la independencia y contra el propio Hidalgo, a quien llamará “apóstata rapaz y sanguinario”. Dos años después será diputado a las cortes españolas, sin poder viajar para ocupar su escaño, por controlar los insurgentes todos los caminos, y en 1821 formará parte de la Soberana Junta Provisional Gubernativa, será diputado al Primer Congreso Constituyente Mexicano y dirigirá el periódico El Fanal del Imperio. Hasta allí llegará. Morirá en su cama en 1832, a los cincuenta y siete de edad. 11. ORDEN Y EXPANSIÓN AL PACÍFICO Mientras tanto, el generalísimo Hidalgo percibe sombras que se arrastran por los rincones, porque su sensibilidad aumenta en esos días, según sus propios decretos y escritos. Por una parte, el 15 de diciembre ordena que se publique nuevamente su respuesta al tribunal de la inquisición, dado a conocer en Valladolid exactamente un mes antes, en el que propone que se establezca un congreso nacional. Insiste en fundar un órgano de raíz democrática que, a la vez que asuma la soberanía nacional, contraiga el poder militar emergente a sus exactas dimensiones de servicio. En todo caso, de ese modo celebra el tercer mes del inicio de la guerra nacional

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revolucionaria.267 Por otra parte, busca alejarse de Guadalajara –vale decir de Allende- rumbo al Pacífico, concretamente, a San Blas. En relación con las contrariedades que le producen sus allegados, al día siguiente de expedir el documento que hace referencia a la convocatoria de un nuevo congreso nacional, es decir, el domingo 16 de diciembre, expone que ha sido molestado en los graves momentos en que tengo dividida la atención en tantos y tan incógnitos asuntos. Y es que, aunque muchos de sus comisionados están rindiendo grandes y heroicos servicios a la nación, le causa sinsabores saber que otros, en los que ha depositado su confianza, cada uno quiera obrar por su parte, y obrar en términos de debilitar entre nosotros mismos la fuerza que debemos oponer al enemigo.268 Este asunto no está orientado contra Allende, aunque así lo parezca, sino contra otros. Informa a José Ma. Mercado, el vencedor del puerto de San Blas, en relación con sus partidarios, que muchos, con subrepticio informe, sacan comisiones para [la] conquista de lugares que supongo contrarios o a lo menos indiferentes, y estos [los comisionados], aún cuando los encuentran realmente decididos por nuestro partido, proceden nuevamente, bajo diversos pretextos de que se valen, para su aprovechamiento [personal] y disimulan su vergonzosa cobardía, al incomodarlos con registros, exhibiciones y bagajes. [En tal virtud], he resuelto y prevenido a cada uno de los referidos comisionados [que] no me molesten a pueblo, hacienda ni persona alguna de los declarados por nosotros, ni mucho menos se entremetan en disposiciones dictadas por sujeto por mí ya nombrado.

Por eso, en cuanto medida de orden y buen gobierno, advierte al mismo José Ma. Mercado que, comisionado para los lugares conquistados [por usted], no lo Se refutan acusaciones del tribunal de la inquisición, Valladolid, 15 de noviembre de 1810, idem, t. I, n. 54, pp. 124-126. 267

Se nombra brigadier a José Ma. Mercado, comandante de San Blas, Guadalajara, 16 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 131, pp. 359-360. 268

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mando, y si alguno, por necesidad pasa por ellos, debe manejar-se con la urbanidad de un pasajero, satisfaciendo y pagando a precios corrientes cuanto pida y se le ministre, a no llevar expresa letra y firma mía para lo contrario, en la que todo el que se acerque por esos lugares va precisa e indispensablemente sujeto a las órdenes de usted.

El apoyo que brinda el generalísimo Hidalgo al coronel Mercado, al que en esa fecha asciende a brigadier, es amplio y total. Quizá han nacido en el generalísimo las esperanzas de trasladarse a San Blas, sea para huir con los caudales que ha reunido en Guadala-jara, según lo supuso afiebradamente Allende, sin ninguna base, sea para tomar ese lugar como pie de conquista para ampliarla a los territorios de Sinaloa, Durango y Sonora, y al mismo tiempo, como puerto de mar para comunicarse con Oriente, mientras Morelos concreta la toma de Acapulco. Ejemplo de tal apoyo es el despacho por el que le concede atribuciones especiales a su lugarteniente, al grado de que, al observar que ambos, Mercado y él, han nombrado subdelegados que representan al gobierno nacional en los “partidos” (o distritos) de la jurisdicción de Tepic, ordena que se dé preferencia a los del brigadier Mercado. En punto de los nombramientos de Subdelegados, etc. que ha hecho usted y que se han depuesto por los por mí nombrados, se tomará el medio más conveniente y [se] elegirán los sujetos más al propósito, porque los nombramientos librados en mi Secretaría han sido en el supuesto de no haberse dado antes, y así, o se aprobarán los puestos por usted, o se les confirmarán los ascensos que para satisfacerlos me participa les ha concedido, que juzgo será desde luego lo mejor. 269

Imposible saber si la secretaría que libra los nombramientos de subdelegados a la que se refiere el generalísimo es la de Guerra o la de Despacho y si ambas son independientes entre sí o si aquélla depende de ésta. Por otra parte, tomando en cuenta que el generalísimo carece de “reales”, es decir, de dinero en efectivo en oro o plata para satisfacer los alcances de la tropa, aprueba que el comandante Mercado ponga a la venta los efectos embarga269

Ibid.

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dos, o bien, que se satisfagan dichos gastos militares en especie con los mismos efectos. Entre tanto, queda en espera de lo que arroje el registro de la fragata que ha arribado al puerto así como de los cañones, fusiles y pertrechos de guerra que tiene pedidos. Por último, el generalísimo informa al mismo Mercado que los setenta y seis prisioneros europeos a los que permitió viajar desde San Blas a Guadalajara, sin vigilancia, confiando en su palabra de honor, no han llegado, por lo que le recomienda que tome medidas para embarazar cualquier resolución que estos tomen, y recomienda que en lo futuro el cura de Tepic y demás gente sospechosa sean todos custodiados. Muchos españoles que se someten voluntariamente al nuevo oden político nacional, suelen traicionarlo a la primera oportunidad. Los setenta y seis que se comprometen bajo palabra de honor a presentarse ante el generalísimo y a no obrar jamás ni hablar contra el gobierno nacional, deshonran su palabra. No se dirigen a Guadalajara sino a territorio enemigo, envían cartas a Calleja que son interceptadas, y revolvieron a los pueblos por donde pasaban con falsedades e imposturas, al decir de Hidalgo; habido lo cual, el brigadier José Ma. Mercado ordena con fecha 19 de diciembre que se les reaprehenda. No es de extrañar que más tarde todos sean presa de “la canalla”.270 Los supuestos proyectos del generalísimo de trasladarse a San Blas quedan revelados en otra carta que dirige a un comisionado especial, fechada el mismo domingo 16 de diciembre, reservada y sin excusación hasta mi llegada, que contiene sus instrucciones.271 Su contenido parece menos importante que sus deseos de trasladarse allá. Lo instruye para que se ponga a las órdenes del comandante Mercado “hasta su llegada”. Manda, en efecto, a dicho comisionado, que se acerque a San Blas y Comandancia del señor Brigadier don José María Mercado, [y] se sujete a sus precisas El señor Mercado ordena a su padre proceda a la prisión de los europeos, idem, n. 136, p. 364. 270

Se ordena a todo comisionado que se sujete a la comandancia de San Blas a cargo del brigadier José Ma. Mercado, Guadalajara, 16 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 132, pp. 360-361. 271

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determinaciones, por hallarse instruido en nuestras particulares órdenes; lo que practicará usted inviolablemente, o se suspenderá en un todo en la comisión, grado y demás que se le ha conferido.272

Pero el generalísimo no se traslada a San Blas sino el comandante Mercado a Guadalajara, con refuerzos y cañones. No llegará a tiempo. Enterado en el camino del desastre de Puente de Calderón, volverá sobre sus pasos, para que sus piezas de artillería no caigan en poder del enemigo. Días más tarde, el 31 de enero, el cura Nicolás Santos Verdín soborna a la marinería y a los guardias de San Blas, se apodera del cuartel y de la contaduría donde se aposenta el brigadier Mercado, y éste, viéndose perdido, se arroja a un barranco y muere al estrellarse contra las rocas. Al día siguiente, para celebrar el año nuevo, el cura Santos Verdín hace azotar y colgar el cadáver. Mientras tanto, el 15 de diciembre, como se expuso antes, el generalísimo publica nuevamente en Guadalajara su respuesta al tribunal de la inquisición, en el que propone que se establezca el congreso nacional, según el texto que diera a conocer en Valladolid un mes antes, sin modificarlo en nada, y ordena que se envíen copias a todos los comisionados que se encuentran en diversos puntos del país, para que se enteren de su contenido y lo difundan en los lugares que logren asegurar. Así se cumplen tres meses del grito de Dolores. 12. NUEVA REORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO La avalancha de excesos de los oficiales insurgentes subalternos contra la población parece incontenible. El jueves 20 de diciembre, Hidalgo y Allende declaran que el domicilio es inviolable y ordenan conjuntamente que se aprehenda a los comisionados del gobierno nacional que están atropellando este derecho. López Rayón refrenda la orden con un nuevo título: el de ministro nacional del despacho universal.273

272

Ibid.

Orden de que se aprehenda a falsos comisionados del gobierno nacional, Guadalajara, 20 de diciembre de 1810, idem, t. II, n. 170, p. 809. 273

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Este documento hay que leerlo en dos planos: el del mensaje que forma su cuerpo y el de los firmantes que calzan su pie. El primero hace referencia a los comisionados que vulneran el orden legal, y el segundo no tiene más que tres firmas; pero en este caso, el asunto de las firmas es más elocuente y revelador, desde el punto de vista político, que la materia del mensaje. Hasta el presente, casi todos los documentos de naturaleza ideológica, política, militar o social han sido firmados por Hidalgo. Ha habido excepciones, es cierto, sobre todo en los últimos días; pero no muchas. Pues bien, este otro papel, nuevo, diferente, que trata sobre la gente que ha cometido excesos, a pesar de que trata sobre un asunto de orden interno, lo firman los dos jefes principales, Hidalgo, generalísimo de América, y Allende, capitán general, pero también lo refrenda Rayón, quien ya no es primer secretario sino ministro universal. ¿Qué significa lo anterior? ¿Por qué el mando supremo ya no recae única y exclusivamente en el generalísimo? No hay ningún testimonio que aclare o revele lo que está pasando en Guadalajara en esos días. Lo único que se ve es el resultado. El supremo mando ha dejado de recaer en un solo individuo y nuevamente se ha distribuido en dos. Empieza el desmoronamiento. A pesar de que dicho documento está relacionado con asuntos de orden, gobierno y justicia, no lo firma el Lic. Chico, ministro de Gracia y Justicia, a quien normalmente debía corresponder su despacho, porque parece que ha sido separado definitivamente de sus funciones y todavía no se nombra oficialmente a su sucesor. Por otra parte, el Lic. Rayón ya no es primer secretario de Estado y despacho sino titular de un ministerio que lo abarca todo, de jurisdicción global. El primer ministro Chico no ha sido ni será expresamente cesado, pero ha pasado cada vez más a segundo plano: ha dejado de ser presidente de la Audiencia y ya no firma tampoco los asuntos de su competencia. Ahora, de hecho, es nada. Probablemente hay la intención de habilitarlo más tarde en alguna otra alta función del Estado; pero por lo pronto, queda totalmente marginado. A los pocos días, el ministerio

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de Gracia y Justicia será ocupado por Ignacio de Aldama. 274 Al final, el joven abogado ex ministro irá en la columna que es emboscada en las norias de Acatita de Baján, y estando a punto de que ser liberado por las autoridades españolas, alguien revela sin querer el papel político que jugó en el gobierno de Hidalgo, por lo que es inmediatamente ejecutado. Su sucesor en el cargo Ignacio de Aldama no tiene mejor suerte. Ya se dijo que, nombrado embajador ante el gobierno de Estados Unidos, es hecho prisionero en San Antonio de Béjar, conducido a Monclova, y el 20 de junio, pasado por las armas. Por otra parte, como se dijo antes, el licenciado López Rayón ha dejado de ser primer secretario de Estado y despacho, encargado únicamente de las relaciones exteriores, y ahora es ministro nacional de despacho universal, lo que significa que despacha todos los asuntos: los nacionales y los internacionales, los políticos y los militares, los de justicia y los demás. De este modo, empieza a adueñarse del poder. Este pequeño cambio burocrático revela apenas los profundos y agitados cataclismos políticos que han tenido lugar en esos días. El generalísimo ha perdido y sigue perdiendo poder. No son las fuerzas democráticas las que, a través de un Congreso Nacional, han restringido su esfera de influencia; ni siquiera es el Consejo de Estado el que lo ha limitado: son las fuerzas militares las que, valiéndose del jurista, lo han acotado. Lo demuestra la participación de Allende en los asuntos de gobierno, la desaparición del ministro Chico y el fortalecimiento político de López Rayón, que pasa de primer secretario a ministro único nacional. Lo más grave del caso es que las discrepancias y reyertas entre Hidalgo y Allende no se ventilan ante el Consejo de Estado ni ante el consejo de guerra. Su proceso de gestación es oscuro, interno, invisible, y sólo no se perciben más por estos minúsculos actos de oficina y despacho. En todo caso, el gobierno cambia su configuración. El jefe de Estado La prueba de que el Lic. Chico ya no era nada, es que el 8 de febrero siguiente, estando “en el ojo de agua de Saltillo”, se hizo constar que el licenciado Ignacio de Aldama era “mariscal de campo y ministro de Gracia y Justicia”. Cfr. Certificación de la comisaría al licenciado Ignacio Aldama para que pase a los Estados Unidos de América, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. I, n. 80, p. 232. 274

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Hidalgo ya no tiene el poder de hace una semana. Ha sido limitado por un profesional de las armas y por un abogado. El gabinete también es diferente. No es ocioso reiterar que el ministerio de Gracia y Justicia y la primera secretaría de Estado y despacho han quedado fundidos en un solo ministerio nacional, depositado en el abogado, y que el ámbito de competencia de su cargo es amplísimo, pues es de despacho universal, incluyendo el militar. Por lo que se refiere a la materia, el escrito firmado por los tres, Hidalgo, Allende y Rayón, parte de dos antecedentes: el Bando contra los excesos de la tropa, firmado por el generalísimo en Guadalajara el 1º de diciembre, y el ascenso a brigadier del comandante de San Blas, firmado por el mismo generalísimo en la misma ciudad el 16 de ese mismo mes; pero al tratar de nuevas transgresiones a la ley, aborda temas nuevos. El documento vuelve a hacer referencia al domicilio de los particulares violado por los comisionados del gobierno nacional, específicamente, por los nombrados por el generalísimo Hidalgo. Las violaciones han sido debidamente investigadas y corroboradas. Por consiguiente, se decreta nuevamente que el domicilio de toda persona es inviolable. Cualesquiera vecinos de esta capital, a cuya casa pretenda entrar persona alguna a registro, con pretexto de comisión, no manifestando previamente las credenciales de ella, suscritas de nuestro puño, [dicha persona] será aprehendida y detenida hasta darnos inmediatamente cuenta, para la resolución a que haya lugar; a cuyo efecto se comunicará aviso e impetrará auxilio de la inmediata guardia o de los Jefes que del nuestro Ejército con más oportunidad se presenten. [Y por supuesto], para que llegue a noticia de todos, mandamos que se publique por Bando en esta capital y se fije en los lugares acostumbrados.275

Lo significativo, desde el punto de vista político, es que el nombramiento de los futuros comisionados del ejército, hasta entonces competencia exclusiva del generalísimo, es compartida a partir de este instante por ambos jefes, Hidalgo y Allende, y refrendada por el ministro universal, a tal grado, que las credenciales de dichos comisionados tienen que ser obligadamente suscritas de nuestro puño, sin lo cual carecen de valor. 275

Ibid.

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Y así, a pretexto de los abusos de algunos, se suprime la posibilidad de que sigan proliferando los enviados civiles de Hidalgo, porque Allende, que siempre se ha opuesto a su existencia, no autorizará ninguno. Ya no habrá, pues, más comisionados para levantar a los pueblos de distintas regiones del país. Las personas que no presenten sus credenciales bajo el nuevo formato, firmadas por ambos jefes, serán detenidas y puestas a disposición del alto mando conjunto. Las autoridades civiles y militares, por su parte, son puestas sobre aviso para que hagan cumplir el mandato y demás efectos legales de rigor. Se interrumpe el proceso de insurrección diversificada bajo un control central. Más bien, se termina definitivamente, porque Allende no firmará ninguna nueva credencial. 13. DISPOSICIONES FINALES A partir de ahora, pues, el generalísimo despacha los asuntos sólo cuando son de trámite, no de fondo; atenderá sólo los que ha iniciado, y si quiere tratar algún nuevo asunto, tendrá que consultarlo con Allende y someterse a las limitaciones que éste le ha impuesto. El sábado 29 de diciembre, al darse por enterado de la victoria que alcanza el coronel José María González Hermosillo en Sinaloa, Hidalgo lo asciende de teniente coronel a coronel y hace saber a todo mi Ejército de América, sus Jefes, Gobernadores, Intendentes de provincia, Justicias de los lugares y demás a quienes toque su cumplimiento, [que] le estimen, reconozcan, guarden y hagan guardar cuantos fueros, mercedes, privilegios y excepciones le son concedidas a los militares de esta clase, dándole los servicios o auxilios necesarios al servicio de la Nación que les importen, tomando razón de este nombramiento en la Secretaría de Guerra y Tesorería del Ejército para el abono de sus sueldos.276

Conforme a lo expuesto, este asunto no lo despacha solo. Aunque no lo firma Allende, es refrendado por José Francisco Cortés, oficial mayor de la secretaría de Guerra, por disposición del ministro nacional López Rayón. Se asciende a coronel al teniente coronel José Hermosillo, Guadalajara, 29 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 13, p. 28. 276

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Sin embargo, al día siguiente, domingo 30 de diciembre, Hidalgo aprovecha el descanso para liberarse de la vigilancia de sus subordinados y redactar otro comunicado a González Hermosillo que firma solo, porque es uno de los que ha iniciado antes de los cambios, y en el que, a diferencia del anterior, le trata asuntos de fondo, en extremo confidenciales. El generalísimo le recomienda que mantenga a la tropa subordinada, siempre en movimiento, jamás ociosa, sin hacerla acampar más que para organizarla o para establecer en algún lugar bajo su mando el sistema político nacional, a cuyo efecto le envía todos los impresos producidos y difundidos hasta el presente.277 En cuanto a los impresos, Hidalgo hace referencia, por supuesto, al semanario El Despertador Americano así como a los manifiestos, bandos y demás medidas legislativas, de orden y de gobierno que ha expedido en Guadalajara en esos días; entre ellos, los que declaran abolida la esclavitud y el que refuta las acusaciones de la Inquisición y propone que se celebre un congreso nacional. Pero tiene algo más en mente: Lo interesante es que sigan usted y López con la armonía que entiendo se manejan, procurando avanzar cuando sea posible a la toma de Cosalá, en donde se me ha informado hay gruesas cantidades de reales y mucha plata en pasta, útil y muy necesaria para la manutención de nuestras tropas y crecidos gastos del Ejército.278

En efecto, Cosalá, famoso real de minas de Sinaloa, produce plata en abundancia. Hidalgo promete al recién nombrado coronel González Hermosillo un ascenso -de coronel a brigadier- si toma este real de minas así como los caudales existentes en él. El despacho siguiente también lo firma solo, el jueves siguiente, 3 de enero, sin consultarlo con nadie, y es importantísimo, no sólo porque se da por enterado de que el mismo González Hermosillo ha tomado el real de Rosario y ha avanzado a Mazatlán y San Sebastián, sino también, sobre todo, porque dispone que, lejos de conceder indultos a los Se giran instrucciones para la toma de Cosalá, Guadalajara, 30 de diciembre de 1810, idem, t. I, n. 7, pp 23-24. 277

278

Ibid.

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europeos, los someta a vigilancia extrema; es decir, le da instrucciones de que los prive de la libertad, sean buenos o malos, para que él esté seguro, y de que quite la vida al que fuere inquieto, perturbador y seductor o se le conozcan otras disposiciones. La forma de ejecución que propone es la de siempre: Los sepultará en el olvido, dándoles muerte, con las precauciones necesarias, en partes ocultas y solitarias, para que nadie lo entienda.279

A pesar de que la guerra es la guerra, este tipo de recomendaciones jamás podrá trasmitirlas a nadie con la firma de un subalterno, sea el que fuere. Estos documentos, por cierto, se agregarán al expediente que le forma el tribunal de la inquisición. Por lo pronto, si no es posible evitar la guerra, hay que llevar ésta hasta sus últimas consecuencias, independientemente de las intenciones que se tengan. Habrá excesos, pero son inevitables. Por eso, en su proceso militar, Hidalgo declarará que los excesos... no estaban en la intención del declarante, bien que, una vez entrados en guerra, excesos o no, era necesario exterminar al enemigo sin consideración de ninguna clase, como el enemigo trataba de exterminar al Estado nacional insurgente.280 Sobre este particular, en Sinaloa procura poner orden en materia de ejecuciones, de suerte que, según la declaración que rinde en Chihuahua ante el tribunal que lo juzga, no paguen justos por pecadores, es decir, para que no ocurra lo mismo que en Guadalajara, en que no se tiene consideración a la inocencia absoluta [o relativa] de los que son sacrificados, sino al antojo y capricho de la canalla, al contrario de lo que el declarante previene a Hermosillo, limitado [a que se ejecute solamente] a los inquietos y perturbadores o en quienes se conozcan otras disposiciones contrarias a su partido, y de ninguna manera a los demás; de suerte que aunque haya sido el mismo el modo de quitarles la vida, no lo es el fundamento, distinguiéndose entre los culpados Se recomienda que las ejecuciones se hagan en partes ocultar y solitarias, Guadalajara, 3 de enero de 1811, idem, t. I, n. 8, pp. 24-25. 279

Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la pregunta 38, idem, t. I, n. 2, p. 19. 280

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y no culpados...”281

Los culpados, pues, son los que se pronuncian contra el Estado nacional en pie de guerra, de palabra o de obra. Los no culpados, los que se someten voluntariamente a éste. A aquellos se les condena a la última pena, por disposición de la ley del Estado nacional beligerante; a estos no. Y aunque la justicia popular no siempre hace distinción entre unos y otros, y se cometen “excesos”, a unos se les ejecuta por razones de Estado, porque lo merecen, y a otros “por antojo y capricho de la canalla”, no por otra cosa, aunque no lo merezcan. Dos días después, el sábado 5 de enero de 1811, se da por enterado del parte militar que le envía el mismo coronel González Hermosillo y aprueba todas las operaciones realizadas por éste en conexión de la empresa hasta Cosalá y todo Sonora.282 Al mismo tiempo, le anexa los títulos que usted ha prometido a los sujetos que nombra, a quienes, como a los demás que protegen nuestra acción, les dará las más rendidas gracias, a mi nombre, expresándoles que tendré presente sus méritos y entusiasmo para su compensación.

También le acompaña los impresos que se han producido durante los últimos días y le pide que haga lo mismo que con los anteriores, es decir, que los difunda entre los habitantes de esos lugares, a ver si de este modo se consigue el que no haya guerra, conozcan la justa causa que se defiende y se desapoderen del fanatismo en que están por los europeos.283

El jueves de la siguiente semana, 10 de enero, envía al mismo coronel González Hermosillo otro comunicado, cuyo contenido es en gran parte similar al anterior; pero en el cual le comenta la posibilidad de que sin necesidad de armas, se posesione de Durango y su distrito, 281

Ibid, respuesta a la pregunta 54, p. 30.

Se amplían instrucciones para la toma de Cosalá y todo Sonora, Guadalajara, 5 de enero de 1811, idem, t. I, n. 9, p. 25. 282

283

Ibid.

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en cuyo caso procure usted manejarse con la mayor política, y avisándome oportunamente, aguardar mis órdenes para el públi-co establecimiento”.284

Hidalgo sigue expresando veladamente sus deseos de dejar Guadalajara. Si San Blas ha sido una alternativa fallida, Durango se convertirá en otra esperanzadora. Si cae esta población “sin necesidad de armas”, quizá podría ir al “público establecimiento” de su gobierno. También hace saber tácitamente al coronel Hermosillo que el gobierno nacional es un gobierno responsable ante los particulares, de los cuales depende y a los cuales sirve (excluidos los europeos), al recomendarle que lleve una formal cuen-ta -y justificada en la parte que pueda- de entradas y salidas, de lo que se embarga en especies, y del consumo y gasto en las tropas, etc., porque la omisión de una circunstancia tan indispensable [como ésta] nos ha ocasionado muchas inco-modidades y prepara [en el futuro] gravosas e interminables contestaciones. Por último, es vital establecer o restablecer las comunicaciones en toda la nación insurrecta, entre ellas, principalmente, el correo, y es atendible la propuesta postal del coronel, pero el correo será conveniente establecerlo siempre que la correspondencia de particulares ascienda a una cantidad que sufrague sus gastos, porque, de lo contrario, emprenderemos gastos que no resiste el fondo nacional, por los crecidos que mantiene en el ejército.285 Cuatro días después, martes 14 de enero de 1811, en un lenguaje que refleja el dramatismo de la situación, envía a Hermosillo su último comunicado, en el que le hace saber que está con el pie en el estribo para atacar el ejército de Calleja...286 El generalísimo tiene el tiempo medido. Por eso, Se autoriza la toma pacífica de Durango, Guadalajara, 10 de enero de 1811, idem, t. I, n. 10, p. 26. 284

285

Ibid

Se anuncia próximo combate, se aprueban operaciones de guerra y se acusa recibo de remisión en metálico, Guadalajara, 14 de enero de 1811, idem, t. I, n. 11, p. 27. 286

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se limita a aprobar las operaciones de su coronel, le acusa recibo de las monedas de oro que le envió, y lo insta para que se apodere de Cosalá: Sólo ha lugar para decirle a usted que quedo bien satisfecho de todas sus operaciones, aprobándolas como corresponde; que he recibido los catorce marcos de oro que, como primicia de su buen celo, me acompaña; que realice a la mayor brevedad cuanto pueda para el socorro de las tropas que se necesita; que esfuerce usted -como aguardo- su celo a posesionarse cuanto antes de Cosalá, y que de todas sus incidencias me dé oportunamente aviso en derechura a mi general ejército, desde donde con más pormenores contestaré lo que falte a su oficio de nueve de éste.287

A pesar de que el 18 de diciembre, el coronel Hermosillo logra tomar el mineral del Rosario, el generalísimo ignora que el 8 de enero siguiente es derrotado en toda la línea en San Ignacio Piaxtla por el brigadier Alejo García Conde, gobernador hispano de Sonora y Sinaloa. A partir de este momento, la estrella del coronel insurgente se extingue, al grado de no saberse más cuál es su destino inmediato. Tres años más tarde, el congreso de Chilpancingo le extenderá el despacho de brigadier y parece que morirá combatiendo en 1819. Aunque Hidalgo no sabe nada todavía de la adversa suerte del coronel González Hermosillo ni de la del brigadier Mercado, presiente que las cosas en Cosalá y San Blas no van del todo bien. En cambio, llegan a sus oídos los resultados de la relampagueante campaña del teniente general Mariano Jiménez en el norte del país, mediante la cual ha ganado para la nación, del 28 de diciembre al 8 de enero, los dilatados territorios de Coahuila, Nuevo León y Texas. En el parte que rinde Jiménez a Allende -su jefe inmediato superiorle informa que ya tiene doce mil hombres “bien armados y un millón de pesos en numerario y plata en barras”. Además, le anuncia que próximamente saldrá de Monterrey para Monclova, Laredo y San Antonio; que en Nocodoches parlamentará con los angloamericanos, y que estos ya tienen comisionados para tal efecto. En la postdata solicita a Allende: “Sírvase vuestra excelencia dar este parte al Sumo Señor, nuestro Generalísimo”.288 287

Ibid.

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La atención del alto mando, pues, reafirma su mirada hacia el norte; no hacia la parte noroccidental sino hacia la nororiental. De este modo, el teniente general Jiménez, sin quererlo, teje con sus victoriosos informes la siguiente trama de la tragedia. 14. DECISIONES IMPORTANTES Mientras tanto, las medidas trascendentales del gobierno nacional se despachan conjuntamente por el generalísimo Hidalgo y el capitán general Allende, con el refrendo ministerial de López Rayón; entre ellas una del 5 y otra del 14 de enero de 1811. La primera es la constancia de que ingresan a la Tesorería General de las Cajas Nacionales 77,000 pesos procedentes de réditos a distintos capitales de capellanías y obras pías, y 56,584 pesos y medio real, de capitales de capellanías, por concepto de préstamo, para satisfacer las necesidades de la nación. No es un préstamo forzoso, como el de Valladolid, sino un préstamo patriótico. El auditor de guerra, comisionado por los dos jefes insurgentes para llevar a cabo la gestión, convence al juez de testamentos del obispado de Guadalajara –de una manera o de otra- de que se trata de eso, de patriotismo, no de fuerza ni de otra cosa. Tampoco es el único préstamo patriótico sino sólo uno de ellos. El ejército devora en forma insaciable todo lo que entra a las arcas de la nación insurgente. De las cajas reales –que se vuelven nacionalesse obtienen más de 115,000 pesos en numerario y barras de plata; de la aduana, casi 100,000; de la secretaría de cámara, 15,000, y de diversas corporaciones eclesiásticas, conventos y fondos de los particulares, otras sumas, que hacen ascender el total a medio millón de pesos. La ventaja es que, en Guadalajara, el tesorero nacional Mariano Hidalgo logra poner en orden sus papeles. Por otra parte, se expide un nuevo bando de gobierno, cuyo texto es necesario leer también en dos planos: el administrativo y el político. Por lo que se refiere al primero, se trata de medidas disciplinarias que el alto mando del ejército nacional reitera contra los soldados que cometen excesos, que se hacen acompañar de mujeres o que se ocultan para 288

Castillo Ledón, Luis, op. cit., pp. 348 a 350.

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no reunirse con la tropa; pero en el plano político -y esto es lo significativo- se trasluce una decisión trascendental: el Estado nacional ha resuelto establecer límites a su propia acción frente a los derechos de los particulares. El decreto o bando es firmado por varios, no sólo por el generalísimo, y sigue la misma línea de orden y gobierno que el bando contra los excesos de la tropa, firmado por Hidalgo en Guadalajara el 1º de diciembre; el ascenso a brigadier del comandante de San Blas, firmado por él mismo, en la misma ciudad, el 16 de diciembre, y sobre todo, la orden de que se aprehenda a falsos comisionados del gobierno nacional, firmado por Hidalgo y Allende, y refrendado por López Rayón, en la misma ciudad, el 20 de diciembre de 1810. Sin embargo, esta nueva disposición hace referencia a los derechos del hombre y a los derechos del ciudadano, a los que se califica de sagrados. Los derechos del hombre no son privativos de los originarios de América, como Hidalgo lo había dejado entender en sus primeras disposiciones, sino se extienden a todos los habitantes de la nación, independientemente de su origen, y, por consiguiente, también a los procedentes de Europa, contra los cuales se ha hecho la guerra. El Estado nacional debe respetar los derechos del hombre, trátese de americanos o de españoles. Los derechos del ciudadano, por su parte, son los que ejercen únicamente los americanos que participan en el sostenimiento del orden nacional. Ni los derechos del hombre ni los derechos del ciudadano son definidos jurídicamente, pero unos y otros se mencionan y se señalan. Los primeros, los derechos del hombre, son vulnerados por los propios elementos (nombrados por Hidalgo) encargados de garantizar su goce y ejercicio, convertidos en pillos que, a pretexto de comisiones solicitadas por ellos mismos para [la] aprehensión de europeos [así como para la] averiguación y realización de sus bienes, para los precisos gastos del fondo nacional, ocurren con profusión a los suyos particulares, hostilizan, roban y perturban la tranquilidad pública, sin llenar el objeto de su destino, y aprovechados de las ya referidas comisiones, al punto de partir [el ejército], pretextan enfermedades, suponen negocios, se ocultan, y retirado el ejército, vuelven a hacer

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ostentación de sus graduaciones y a dedicarse a su antiguo empleo de saqueadores.289

Los segundos, los derechos del ciudadano, son transgredidos por los que, convertidos en desertores, con menosprecio de su honor y delincuente desatención de las obligaciones anexas a las plazas que ocupan, conducidos del miedo, tratan de evadir el peligro que suponen, o anticipan sus marchas con el objeto de ocultarse, o lo verifican en los mismos lugares de nuestra residencia.290

Para remediar esas y otras situaciones, teniendo a la vista el ejército de Calleja -que ha venido desde Guanajuato a batirlos a Guadalajara-, los dos jefes expiden la ley de referencia, formada por cinco artículos con matices que es necesario distinguir. Su contenido general es el siguiente: Primero. Todo individuo del ejército que no acompañe su respectivo cuerpo el día de su salida, se reputará en el acto por ex-honrado e incurso en las penas de desertores declaradas por ordenanza. Tales penas casi siempre se reducen a la pena de muerte. Segundo. Se declaran revocadas, nulas e insubsistentes las comisiones libradas para registrar casas y bienes de europeos y sus personas. En lo sucesivo, se requiere orden expresa con conocimiento de causa y autorizada por la superioridad o por la autoridad judicial. Cualquier individuo, sea del carácter y condición que fuere, que se aventure a entrar en casa alguna con la investidura de comisionado, sin manifestar la credencial respectiva, podrá ser repelido como ladrón, aprehendida su persona y juzgada su causa hasta definitiva por cualquier juez inferior, sin fuero ni exención, de que se le declara privado, aún cuando lo disfrutara. Tercero. Esta ley se aplicará no sólo en también en todos los lugares del tránsito y jurisdicción, en los que persona ninguna víveres ni otras cosas, sin expresa orden

Guadalajara sino sujetos a nuestra tomará bagajes, y por mando de

Bando contra los excesos que infringen la disciplina y cometen excesos, Guadalajara, 14 de enero de 1811, primer párrafo, en Martínez A., José Antonio, op. cit., pp. 153-155. 289

290

Ibid, artículo quinto.

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respectivos jueces. Cuarto. Siendo tan indecoroso como nocivo el transporte de mujeres y mezcla de éstas en el cuerpo militar, se ordena su exclusión, a menos que reciban licencia expresa con causa justificada. Por consiguiente, se recomienda a los Jefes de nuestro Ejército, a todo Juez y particularmente a los Guardias y Comandantes de Garitas, no franqueen paso a la [mujer] que no manifieste la citada expresa licencia para su partida. Quinto. Los jefes, todos los jueces, los empleados en el resguardo y las tropas avanzadas, celarán escrupulosamente y embarazarán el tránsito a todo militar que no vaya en formación y unido al cuerpo que le corresponde, aprehendiendo al que intentare salir o presumiere quedarse, y lo presentará, ya a los altos mandos, ya a sus comisionados, para la resolución a que haya lugar.

Por lo que se refiere a los matices del decreto, uno de ellos es probablemente producto de la imaginación, más que de la realidad; pero el otro representa un drástico cambio de estrategia política. En cuanto al cambio drástico, es indudable la influencia del licenciado López Rayón, en lo que se refiere a la elaboración del documento anterior, sobre todo en materia jurídica, del que se vale el capitán general Allende para hacer avanzar su posición política. Poco interesado en los criterios deducidos de los principios del derecho natural y de gentes, sin leer siquiera lo que firma, Allende aprovecha las ideas del joven jurisconsulto para dar cuerpo a sus propias ideas y hacer avanzar sus intereses políticos personales. En su proceso confesó que “aunque le sea vergonzoso decirlo, no ha leído... lo que firmó, sino que el licenciado Rayón le hizo de palabra un resumen de su contenido”. De paso, habrá que decir que también admitió que no había “escrito ni mandado escribir proclama ninguna, ni (participado) en las que había escrito y publicado Hidalgo”.291 Ahora bien, resulta evidente la forma en que queda frenada, limitada y reorientada la estrategia política del generalísimo Hidalgo, según el artículo segundo de este bando; no Causa instruida contra el generalísimo don Ignacio Allende, 10 de mayo29 de junio de 1811, respuesta a las preguntas número 36 y 42, en García, Genaro, op. cit., t. VI, pp. 37 y 44. 291

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respecto de la disciplina de la tropa, punto compartido por todos, sino en lo que se refiere a la vida y propiedades de los españoles, que habiendo sido el blanco principal del movimiento, en lo sucesivo serán objeto de respeto. De esta suerte, si antes había habido una doble disposición del Estado nacional, según la cual, a los europeos que aceptaran el nuevo orden americano, se les respetaría la vida y sus propiedades, y a los que resistieran, se les privaría de ambas; ahora, el nuevo bando del gobierno insurgente ofrece respetar la vida y propiedades de todos, acepten o rechacen el orden nacional, y la otra parte queda eliminada. Por lo que se refiere a la medida señalada por el artículo cuarto, esto es, la que prohíbe a toda mujer que acompañe a las tropas, se antoja pensar que orienta su puntería indirectamente contra el generalísimo. Este matiz del decreto hace recordar involuntariamente a la fernandito que, a diferencia de muchas otras mujeres, no se suma a las fuerzas nacionales en retirada, probablemente porque se lo impide esta disposición y porque, en cumplimiento de la misma, una de dos: o el generalísimo no le extiende la licencia debidamente justificada que le permita hacer el viaje junto a él, o si se la extiende, su lugarteniente no la considera suficientemente justificada y no la firma. Tal es quizá la razón por la cual la pobre mujercita tiene que permanecer en Guadalajara, en donde queda expuesta a la voluntad del vencedor…

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ÚLTIMO TRAMO: HACIA EL NORTE 1. BATALLA DE CALDERÓN Desde el jueves 10 de enero, el generalísimo convoca a consejo de guerra para decidir la estrategia a seguir frente al avance de Calleja, cuyas tropas han hecho perder dos provincias a la nación insurrecta: Guanajuato y Valladolid. A pesar de todo, la suerte de la guerra ya no depende de una sola batalla, como antes, sino de un conjunto de numerosas circunstancias. Deja de ser local o esporádica y se convierte en nacional. Lo que sí dependerá de esta batalla será la titularidad del poder político insurgente. Hidalgo pone de manifiesto el éxito que ha tenido su estrategia de poner al país en estado de convulsión y rebelión armada permanente. Por principio de cuentas, propone que para no dañar a la ciudad, en lugar de defenderla, se salga al encuentro del ejército enemigo y se le enfrente en batalla campal. Mientras tanto, las tropas de Iriarte marcharían de Zacatecas a Valladolid, para defender o rescatar esta última plaza, impedir que se reúnan las fuerzas de los comandantes españoles Félix María Calleja y José de la Cruz, y eventualmente, avanzar a Guadalajara y sorprender a Calleja por la retaguardia. Al mismo tiempo, el coronel Ruperto Mier, situado en La Piedad, se trasladaría al puerto de Urepetiro, cerca de Zamora, al mando de un contingente formado por diez o doce mil hombres, para atajar el avance del comandante José de la Cruz, en caso de que las tropas de Iriarte no hayan podido obstaculizar su avance. Allende, por su parte, opina que, en vista de las experiencias de Las Cruces, Aculco y Guanajuato, además de evacuar Guadalajara, es mejor entregarla a Calleja. El ejército independiente se dividiría en seis o más ejércitos, hostilizaría al enemigo desde distintos puntos, lo obligaría a dividirse y se buscaría la oportunidad de cargar contra el núcleo principal enemigo con lo mejor de las fuerzas nacionales. Pero movilizar el inmenso ejército insurgente, como lo propone el capitán general, implica que está organizado y adiestrado para el combate, y según el generalísimo, esto no

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es así. Si se le divide en varios trozos, como en Aculco, podría desbandarse; la artillería, perderse, y la moral combativa, degradarse por la entrega de una ciudad como Guadalajara, que ha proporcionado tantos recursos a la causa. Allende, por su parte, se resiste a poner todos los huevos en la misma canasta. ¿Cuál de las dos propuestas es mejor? En realidad, ninguna de las dos es mala. Ambas tienen su pro y su contra. Pero Hidalgo tiene razón en dos puntos fundamentales. La guerra no es un asunto estrictamente militar sino también social y moral. Perdidas las provincias de Guanajuato y Valladolid, es muy arriesgado abandonar la capital de Nueva Galicia, entregársela al enemigo y perder lo que ya está bajo su posesión -lo que ya es suyo- para intentar recuperarlo después. La bisoña tropa no entendería ese tipo de sutilezas estratégicas. Además, la verdad es que la tropa carece de capacidad de maniobra para avanzar o retroceder como el mecanismo de un reloj. Le falta mucho para convertirse en un ejército profesional. Probablemente tales son las razones por las que, sometidas a votación ambas propuestas, la junta militar se decide por la batalla campal, sin entregar Guadalajara. Inmediatamente se mandan despachos al teniente general Iriarte y al coronel Mier para que se pongan en marcha con sus tropas; pero el primero nunca descenderá de Aguascalientes a la Nueva Galicia y el segundo será derrotado en toda la línea en Urepetiro por el brigadier José de la Cruz. Sin embargo, la estrategia insurgente alcanza el propósito de obligar a éste a detener su marcha y no llega a tiempo a la cita con Calleja. El lunes 14 de enero, el generalísimo sale de Guadalajara al encuentro del enemigo. Esa misma tarde, al llegar al Puente Grande, recibe la noticia de que la acción de Urepetiro se ha perdido, y con ella, veintinueve cañones, y que Iriarte no se ha puesto en marcha, lo que le obliga a reunir el consejo de guerra y replantear el asunto. A pesar de la ausencia de Iriarte y de la derrota de Mier, el generalísimo considera que debe insistirse en presentar la batalla campal. Allende se opone. Al inclinarse el consejo por la propuesta de Hidalgo, su amigo, el capitán general, queda sumamente contrariado, por

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lo que, en compensación, se le declara jefe superior y se le deja al frente del ejército. José Antonio Torres y Gómez Portugal quedan a cargo de las divisiones laterales, para proteger las baterías de cañones de ambas alas; Abasolo queda al mando de la caballería, e Hidalgo, de la reserva. Reconocer comandante de una acción militar a aquél que se ha opuesto a llevarla a cabo, como ocurre con Allende, no deja de ser arriesgado. Desde este momento, el alto mando nacional queda en desventaja. A pesar de que la intención del generalísimo Hidalgo es mantener la ofensiva, obtener la victoria en Calderón, recuperar Guanajuato, ocupar Querétaro y eventualmente amenazar nuevamente a México, sin descuidar los avances en los demás puntos del país, la táctica de Allende para esta acción, únicamente para esta acción, es la opuesta: quedarse a la defensiva y, eventualmente, dividirse para envolver al enemigo. Debió haberse previsto que él no era la persona idónea para dirigir la batalla, porque desde el principio no estaba de acuerdo con ella. La decisión de nombrarlo comandante en jefe de las operaciones de guerra tendría que influir necesariamente en la suerte del combate. Por lo pronto, el ejército nacional está compuesto por más de 90,000 hombres y el enemigo por 5,000, casi todos de caballería; pero esta apreciación es puramente cuantitativa, sin valor militar. En realidad, el ejército insurgente es inferior. Cuenta únicamente con 3,000 hombres de infantería, armados de fusil. Sus 20,000 hombres de a caballo apenas están provistos de reatas y muy pocos de lanzas, y los 67,000 indios y castas no portan más que machetes, hondas y flechas. En compensación, la artillería insurgente es superior a la contraria: 95 piezas contra 10. El miércoles 16 de enero de 1811, por la noche, para celebrar el cuarto mes del inicio de la insurrección, Calleja toma la iniciativa, en lugar de haberlo hecho Allende, y a través de fuertes escaramuzas, queda dueño del Puente de Calderón, sin que haya habido esfuerzos serios por evitarlo por considerarlo un objetivo de escasa importancia. Al día siguiente, jueves 17, se entabla el combate en forma, que dura casi siete horas. A final de cuentas, los que entran en acción son los 5,000 hombres de Calleja contra 8,000 mil insurgentes. Parece que el destino de la batalla va a

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inclinarse hacia estos, porque aquellos pierden rápidamente el veinte por ciento de sus fuerzas, es decir, alcanzan a sufrir 1,000 bajas entre muertos y heridos, aunque Calleja, siempre exagerado, las reduce a 50 muertos y 125 heridos. Sin embargo, esta vez, por lo menos, reconoce no sólo la fiereza e importancia de la batalla, sino también el mejoramiento de la capacidad de combate de las fuerzas nacionales. Mis tropas –informa Calleja- se componen en lo general de gente bisoña… y han podido presentarse en batalla… confiadas en que era poco o nada lo que arriesgaban; pero ahora que el enemigo, con mayores fuerzas y más experiencia, ha opuesto mayor resistencia, las he visto titubear y a muchos cuerpos emprender una fuga precipitada…292 Al mismo tiempo, algunos de los jefes del ejército colonial han pecado de imprudencia y temeridad, entre ellos el conde Flon de la Cadena, célebre por sus matanzas en Guanajuato, que al tomar una batería insurgente y poner en fuga a sus artilleros, va en su persecución sin suficiente resguardo, sólo para ser recibido a flechazos, pedradas y machetazos por un grupo insurgente, a consecuencia de lo cual encuentra una muerte aterradora. El ejército de Calleja, desfallecido y ya casi sin municiones, vuelve a la carga por última vez; en ese momento, uno de sus soldados, al calor del combate, rompiendo la disciplina, y haciendo caso omiso de no disparar sino hasta recibir la orden, lanza una granada de a cuatro que estalla en uno de los carros insurgentes que contiene explosivos y municiones, y que al incendiarse, produce una gigantesca explosión y una pavorosa matanza a su alrededor. Cunde el pánico en las filas nacionales y se desata la anarquía. Calleja aprovecha el momento: “Arrójanse las infanterías al asalto; lánzase al galope la caballería, rueda su artillería empujada con ímpetu, y cuando llega a tiro de pistola, rompe vivísimo fuego contra los independientes, quienes retroceden en desorden, cayendo unos sobre otros, se atropellan rodando por las laderas, invaden la llanura y arrollan a su paso las reservas”.293 Parte inicial de Calleja al virrey sobre la batalla de Calderón, cartas reservadas y bosquejo de la batalla, en Hernández y Dávalos, J. E., op.cit., t. II, n. 183, pp. 338-339. 292

293

Castillo Ledón, Luis, op.cit., p. 345.

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El ejército español de México se adueña de toda la artillería, pues toma 87 cañones, y además, gran cantidad de armas, municiones y pertrechos, varias banderas y hasta los uniformes del generalísimo Hidalgo. La caballería de Calleja emprende la persecución de los fugitivos, a los que acuchilla a su paso, ocasionando un tremendo número de bajas.294 Hidalgo, al observar el desastre, en lugar de lanzar al combate a las tropas de reserva, que ya han iniciado la desbandada, alcanza a reorganizarlas para ponerlas a salvo. El viernes 18 regresa a Guadalajara, proclama su triunfo -para evitar cualquier contrariedad- y manda echar las campanas a vuelo; pero al día siguiente sale rumbo a Aguascalientes, en donde el teniente general Iriarte lo provee de refuerzos. El ministro Rayón, por su parte, le lleva los caudales salvados de la batalla, que ascienden a medio millón de pesos. El capitán general Allende, disgustado por la catástrofe –a pesar de que él estaba al mando-, se pone en camino en seguimiento del generalísimo, amagado por el capitán Marroquín, enterado ya de las maquinaciones para eliminar a su jefe. Allende es preso de la ira y, al mismo tiempo, parece acorralado. Por una parte, está furioso porque Hidalgo no envió sus reservas a la batalla y le atribuye la responsabilidad de la derrota, y por otra, se siente perdido al conocerse su confabulación para acabar con la vida del generalísimo. Cuando llega a Aguascalientes, éste ya ha salido rumbo a Zacatecas con la intención de continuar a Saltillo y encontrar al teniente general Mariano Jiménez. Allende reúne en Aguascalientes a sus amigos, es decir, a los oficiales del estado mayor, hace responsable al generalísimo de la derrota, por no haber utilizado a la reserva, les propone que se le quite el mando, y obtenido su apoyo, sale en su búsqueda, cuidándose mucho del capitán Marroquín. ¿Quién es el responsable de la derrota de Calderón? ¿Allende que está al mando durante toda la batalla? ¿O Hidalgo que se retira con la reserva en el momento de la debacle, en lugar de lanzarla al ataque? ¿Los dos? 2. GOLPE DE ESTADO Parte detallado de la acción de Calderón, en Hernández y Dávalos, op.cit., t. II, n. 195, pp. 355 y sigs. 294

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El 20 de enero, al darle alcance en la hacienda de Pabellón -dieciocho kilómetros al norte de Aguascalientes, al pie de la sierra, camino a Zacatecas-, “confabulados ya para arrancar al cura el mando supremo de la revolución”, dice Castillo Ledón, el capitán general Allende y sus hombres se reúnen con Hidalgo en la sala principal de la hacienda, no con el fin “de proponer y discutir” sino de imponer. “La disputa, que no fue otra cosa, duró bien poco, culminando en amenazas personales de Allende, Arias, Arroyo, Casas y otros jefes, aún de quitarle la vida, si no renunciaba el mando a favor del primero de ellos. Rayón fue más razonable: defendió a Hidalgo y propuso que el alto mando se dividiese en político y militar, para que el cura quedase con el primero y el militar con el segundo. Accedió al fin éste [a la renuncia] de manera verbal, sin ninguna otra formalidad, aunque quedando sobreentendido de que seguiría simulando ser el generalísimo, a fin de que infundiese fe y confianza en la causa por medio de su presencia, y de que había orden de matarlo si llegara a intentar separarse del ejército, cosa que también se haría con Iriarte y Abasolo...”295 Hidalgo, en efecto, reconoce que desde la hacienda de Pabellón dejó de tener autoridad o mando alguno, y que aunque todavía no se había hecho público su despojo y sólo andaba en susurro entre la gente, toda la facción contraria lo hacía parecer principal cabeza y tenerlo por parapeto hasta la ocasión...296 [Además, señala que] en dicha hacienda fue amenazado por el mismo Allende y algunos otros de su facción... de que se le quitaría la vida si no renunciaba el mando (y lo resignaba) en Allende, lo que hubo de hacer y lo hizo verbalmente y sin ninguna formalidad.297

Si Allende no se apresura a dar el golpe en la hacienda de Pabellón, habría quedado quizá seriamente comprometido ante la oficialidad insurgente, al ser denunciado por su tentativa de asesinato contra el generalísimo Hidalgo. El capitán 295

Castillo Ledón, Luis, op.cit., p. 347.

Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 2ª pregunta, en Hernández y Dávalos, op. cit., t. I, n. 2, p. 8. 296

297

Ibid.

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Marroquín, enterado de sus siniestras intrigas, se lo habría informado a su jefe. Pero ya no alcanzaría a hacerlo. Y aunque lo hubiera hecho, a estas alturas, ya no importaba. La amenaza de quitarle la vida había dejado de ser una cuestión secreta, de conjura, de complot, como en Guadalajara, para convertirse en un asunto de Estado, expresa y oficialmente aprobado en Pabellón, al arrebatársele el poder y quedar oficialmente amenazado de muerte. “En realidad -dice Castillo Ledón-, lo que acababa de lograrse era la consecución de las muy premeditadas intenciones de Allende, de quedarse con el mando militar, cosa a la que aspiró desde el primer momento, cuando horas después de la proclamación de la independencia, tuvo la primera disputa con Hidalgo en San Miguel el Grande”.298 La marcha del ejército continuó a Zacatecas. Ahora el capitán general Allende, en funciones de jefe supremo, es decir, de generalísimo –grado militar que no le fue confirmado por ninguna asamblea popular-, dicta las órdenes. Depone al tesorero de la nación Mariano Hidalgo y se apodera de los fondos. Deja de nombrar comisionados para que levanten fuerzas revolucionarias en otros lugares del país. Lejos de aumentar el ejército, lo empieza a licenciar. Quiérase o no, es el principio del fin. Lo único que mantiene firme es el rumbo de la marcha con dirección a Saltillo. En este lugar afirmará y revelará su contradictoria personalidad. Ahora bien, aunque Guanajuato, Valladolid y Nueva Galicia han caído nuevamente bajo la autoridad del gobierno español de México, la situación dista de ser mala. El resto del país, San Luis, Zacatecas, Coahuila, Nuevo León y Texas, por una parte, salvo algunas ciudades secundarias, y el inmenso sur del brigadier José María Morelos, hasta las goteras de la capital del reino, salvo Acapulco, están en poder de la nación. Es cierto que Zacatecas pronto se perderá -el 17 de febrero-; pero en compensación, otras muchas regiones del país se volverán insurgentes. En caso de que Hidalgo sea responsable de la derrota de Calderón –lo que es y seguirá siendo controvertible-, no hay duda de que su estrategia ha producido el vertiginoso crecimiento territorial, político y militar 298

Castillo Ledón, Luis, op.cit., p. 347.

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de la nación insurgente, a través de los comisionados que ha enviado para fomentar el fuego revolucionario. Mientras tanto, al llegar a Matehuala, el generalísimo Allende intenta entrar en contacto con el teniente general Jiménez para enterarlo de la nueva situación y ponerse de acuerdo con él. Por otra parte, el generalísimo depuesto, Hidalgo, en realidad prisionero y amenazado de muerte, viaja con guardias de vista. Según su declaración: siguió incorporado al ejército sin ningún carácter, intervención y manejo, observado siempre por la facción contraria, y aún ha llegado a entender que se tenía dada orden de que se le matase si se separaba del ejército.299

Jiménez había reportado a su jefe que contaba con “un trozo considerable de ejército bien armado y con dieciocho cañones”. Alentado por tan lisonjeras noticias, Allende deja el mando de su menguada tropa a Arias y a Iriarte, a pesar de la desconfianza que ambos le inspiran, y con sólo cien hombres se adelanta a Saltillo, llevando a la esposa e hijos de Jiménez, habiendo llegado el jueves 24 de febrero. Será alcanzado por el resto, incluyendo a Hidalgo, hasta el miércoles siguiente, 3 de marzo. Si Allende es recibido en Saltillo “con especial regocijo”, Hidalgo, en cambio, entrará una semana más tarde, en silencio, a las tres de la mañana. Dos días después de su llegada, el martes 5 de marzo, presenta formalmente su renuncia al cargo de generalísimo ante el consejo de guerra, la cual le es inmediatamente aceptada, sin discusión, por unanimidad, dejándosele, en cambio, el tratamiento y los honores del cargo. Acto continuo, el mismo consejo elige formalmente a Allende como generalísimo, también por unanimidad, con el tratamiento de alteza serenísima. En Saltillo, pues, se formaliza el golpe de Pabellón, sin que ninguna asamblea confirme con su voto su alto cargo. 3. DOCUMENTO FINAL

Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 2ª pregunta, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit, t. I, n. 2, p. 8. 299

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Poco más tarde, el ex generalísimo Hidalgo se entera casualmente de que el virrey Venegas le ha enviado una proposición de indulto, en la que se le exige respuesta a las veinticuatro horas de recibida, y que dicha propuesta está siendo discutida por Allende y Jiménez. Como la propuesta no ha sido dirigida a estos, sino a él, reclama el derecho de participar en la respuesta. Discutido el asunto, los dos militares autorizan a Hidalgo a que formule el proyecto, pero no ostentándose jefe único, porque no lo es, aunque la carta haya sido dirigida a él. Debe hacer entender al virrey que ya hay un nuevo jefe y le ordenan que no acepte el indulto, porque es sólo para la tropa y no para los jefes. Por otra parte, el generalísimo Allende decide reservarse la facultad de hacer o no del conocimiento de la tropa el documento que contiene el indulto, para que ésta decida lo que considere conveniente. No lo hará.300 Hidalgo redacta la respuesta y toca los asuntos que han acordado, pero a su modo, naturalmente. Expresa que la voluntad de la nación es seguir peleando por su libertad; rechaza categórica-mente el indulto, incluya o no a los jefes; anuncia su confianza en la victoria y hace referencia a la trágica suerte que espera a los europeos. Sometido el proyecto o “borrador” con su “media firma” a la consideración de Allende, ignora cómo concluye el asunto. Para él, eso será todo todo. Se entera que Allende envía la respuesta, pero ignora en qué términos redacta el documento final. Piensa que Allende, una de dos: o no le pareció bien o habrá formado otro; pues sabe que, efectivamente, contestó a su excelencia; no sabe si por sí solo o en unión de Jiménez y otros, pues al final, al que declara no se le pidió su firma para ninguno.301

En realidad, Allende y Jiménez aprovechan íntegro el proyecto de Hidalgo, pero todo parece indicar que le hacen uno o dos agregados, sin que haya seguridad en ello. En todo Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 8ª pregunta. Ibid, p. 11. 300

301

Ibid.

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caso, Allende lo envía dentro del plazo de veinticuatro horas de haberlo recibido, sin su firma, y con el puro nombre y media firma de Hidalgo. El documento, pues, aunque conserva el texto original, dijérase que está dividido en dos partes distintas. La primera es escrita por Hidalgo, sin lugar a dudas; la segunda parece responder al pensa-miento de Allende. Según esta temeraria hipótesis, ¿cuál es la parte de Hidalgo? Si antes, el 21 de septiembre, escribió al intendente Riaño que Dios había concedido derechos a los mexicanos -vocablo que después sustituiría por el de americanos-, en el borrador o proyecto de respuesta, en lugar de llamar América a la nación, como hasta entonces, invocará para ella el nombre de nación mexicana. Entrando en materia, señala que él y Allende son los jefes nombrados por la nación mexicana para defender sus derechos.302 De este modo, hace saber al virrey que él no es el jefe único, aunque el documento se lo haya sido dirigido a él, sino que también hay otro y que ambos “son los jefes”. Hidalgo surge de cuerpo entero al declarar en nombre de la nación que uno y otro no dejarán las armas de la mano hasta no haber arrancado de la de los opresores la inestimable alhaja de su libertad.

Es Hidalgo el que señala igualmente que están resueltos a no entrar en composición alguna que no ponga por base la libertad de la nación y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres; derechos verdaderamente inalienables y que deben sostenerse con ríos de sangre si fuere preciso.

Y es Hidalgo finalmente quien establece firmemente sus ideas sobre el indulto: El indulto, señor excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la patria, y menos para los que son superiores Respuesta a ofrecimiento del indulto, Saltillo, marzo de 1811, idem, t. II, n. 207, p. 404. 302

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en fuerzas.

Pero se percibe una influencia extraña y ajena, quizá la de Allende, o quizá la de Jiménez, que era poeta, en un párrafo en el que se hace referencia a las derrotas insurgentes, aunque restándoles importancia: No se deje vuestra excelencia alucinar de las efímeras glorias de Calleja, estas son unos relámpagos que más ciegan que iluminan.

Y la influencia extraña se nota más todavía en otro párrafo, que señala que ya no se cuenta con las masas desorganizadas sino con fuerzas militares en forma, así como con la ingenua advertencia de que ya no se cometerán las equivocaciones del pasado y de que en lo sucesivo se derrotará a quien los ha derrotado. Con ello, se deja sobreentendido que el mando supremo ha pasado de manos inexpertas a otras más profesionales y, por ende, más hábiles: Nuestras fuerzas en el día son verdaderamente tales, y no caeremos en los errores de las campañas anteriores. Crea vuestra excelencia que, en el primer encuentro con Calleja, quedará derrotado para siempre.

Surge nuevamente Hidalgo, sin la objeción de Allende, cuando pone de manifiesto el éxito de la estrategia de la guerra popular revolucionaria permanente. El clamor por la independencia nacional no es idea de unos cuantos sino la expresión de un terremoto histórico que seguirá sacudiendo a la nación, y esto no tardará en constatarlo: Toda la Nación está en fermento; estos movimientos han despertado a los que yacían en letargo. Los cortesanos que aseguran a vuestra excelencia que uno u otro sólo piensa en la libertad, le engañan. La conmoción es general y no tardará México en desengañarse, si con oportunidad no se previenen los males.

Sin embargo, parecen aparecer los dos, Hidalgo y Allende, opuestos uno al otro, si se comparan las tesis contradictorias de la respuesta: [que] han perecido muchos europeos y seguiremos hasta el exterminio del último, si no se trata con seriedad de una racional

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composición, y [que] suspenderemos las hostilidades y no se quitará la vida a ninguno de los muchos europeos que están a nuestra disposición, hasta tanto vuestra excelencia se sirva comunicarnos su última resolución.303

Si hay continuidad en el orden de las ideas anteriores, la hipótesis de su contradicción no tiene fundamento; pero si lo que hay es ruptura y oposición, la primera parte corresponde sin duda a Hidalgo, que advierte que seguirá hasta el exterminio del último europeo, sin concesión de ninguna clase, y la segunda parecería más bien propia de Allende, al ofrecer que “no quitará la vida a ninguno”. Por otra parte, si hay unidad en el pensamiento expuesto, no vale la pena hacer ninguna especulación, como la que se ha aventurado en estas páginas; pero si no la hay, es seguramente Hidalgo quien propone una racional composición sobre la base de la libertad de la nación y el goce de los derechos del hombre y del ciudadano, ya que estos derechos deben sostenerse con ríos de sangre si fuere preciso, y probablemente Allende es el que promete en la misma carta “suspender las hostilidades”, a manera de tregua unilateral, y esperar lo que el enemigo tenga a bien resolver, hasta que éste se lo comunique. Así, con tales discordancias, reales o supuestas, y hayan sido de la pluma de Hidalgo o de la mezcla de dos plumas, se va la respuesta...

4. APREHENSIÓN, JUICIO Y EJECUCIÓN Ahora bien, bajo la influencia de Jiménez, el generalísimo Allende decide acercarse a la frontera de Estados Unidos con el aparente fin de obtener parque y armas, y quizá, apoyo diplomático. Se emplea la expresión aparente, porque Hidalgo sospecha que lo que quieren ambos, Allende y Jiménez, es simplemente

303

Ibid.

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alzarse con los caudales que llevaban y dejar frustrados a los que los seguían, pues desde Zacatecas advirtió en Allende que procuraba deshacerse de la gente, antes que engrosarla, y lo advirtió mucho mejor luego que se juntó con Jiménez en el Saltillo, teniendo en prueba de esta presunción que, el que declara, les dijo allí que la gente se iba desertando, y los dos le contestaron que no le hacía.304

En todo caso, en consejo de guerra de 14 de marzo, sin presencia de Hidalgo, por supuesto, se resuelve ir a Estados Unidos, lo que no deja de ser extraño. Aunque parezca exagerado señalar las diferencias entre ambos generalísimos, nombrar a un plenipotenciario para que promueva el establecimiento de relaciones diplomáticas, como se hizo en Guadalajara, es una cosa; pero marchar todos los jefes en tropel hacia la frontera y desembarazarse del ejército, como se dispone en Saltillo, es otra. Comisionar a un embajador para que procure firmar una alianza ofensiva y defensiva entre los dos países, como se hizo con Pascasio Ortiz de Letona, es una cosa; pero abandonar el territorio nacional llevando consigo cuantiosos bienes confiscados al enemi-go, es otra. Instruir a un representante diplomático para que celebre tratados de comercio útil y lucrativo a ambas naciones, como se hizo constar en el nombramiento que extendió el Consejo de Estado al embajador, es una cosa; pero dejar a un país en ebullición, desordenado y revuelto -del que se tiene la máxima representación política- para irse al extranjero a tratar con traficantes de armas, como se resuelve en Saltillo, es otra. Por otra parte, el poder es para ejercerse, no para eludirlo. Hidalgo nunca vaciló en asumir la responsabilidad que implica el ejercicio del poder, con todas las consecuencias que trae consigo, sean las que fueren. Allende, en cambio, que hace hasta lo imposible por obtener el mando supremo, apenas lo obtiene, se deshace de él, como si le quemara. Alguien tiene que quedarse con el poder mientras los jefes supremos están en el extranjero. Lo curioso es que, después de haber sido tan codiciado, nadie lo acepta. Los tenientes generales Mariano Declaración de Hidalgo ante el tribunal militar, respuesta a la 2ª pregunta, idem, , t. I, n. 2, p. 8. 304

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Abasolo y Joaquín Arias se excusan. Mariano Jiménez es promovido a capitán general, pero él no es el indicado para asumirlo, porque irá a la cabeza de la expedición fuera del país. Finalmente, la máxima representación recae en el ministro universal Ignacio López Rayón, quien ya ha empezado a tenerlo de facto –al menos parcialmente- desde Guadalajara. Esta decisión revela que, a partir de este momento, en lugar de haber dos jefes -así sea uno honorífico y el otro real-, habrá tres, por orden de precedencia: Hidalgo, Allende y Rayón; el de Hidalgo, honorífico y simbólico, el de Allende, en transición entre lo real y lo cuasi honorífico, y el de Rayón, subordinado, pero cada vez más real, porque a pesar de que carece de rango militar, empieza a tener el mando total de las armas. Además, dicha decisión pone de manifiesto que de nada ha servido la incontrolable ambición de Allende para alcanzar el poder supremo -lo que no deja de ser deprimente-, ya que, una vez formalizado en su favor, se desprende virtualmente de él, sin ningún problema; no para devolverlo a Hidalgo, ni para entregarlo a una junta general del reino –un congreso nacional-, como lo declararía en el tribunal, sino para cederlo a López Rayón. En fin, el generalísimo Allende y el capitán general Jiménez deciden abandonar el territorio de la nación. El 16 de marzo, la plana mayor del ejército, apoyada por una columna de mil hombres, emprende su extraña aventura y se pone en marcha rumbo al norte, sin imaginar que nunca alcanzará su destino. Por cierto, se dice que en febrero, estando en la Hacienda Santa María, cerca de Saltillo, Hidalgo recibe a José Bernardo Gutiérrez de Lara, quien le informa que tiene buenas relaciones en Nueva Orleáns y que está seguro de conseguir allí hombres, armas y municiones. Esta entrevista es cuestionable, porque Hidalgo ya carece de atribuciones para recibir informes políticos o militares y, por consiguiente, para tomar decisiones; así que una de dos: o Hidalgo remite el asunto a Allende para que resuelva lo procedente o éste le ordena que atienda a Gutiérrez de Lara y que lo envíe a Estados Unidos a hacer gestiones para comprar armas. Es probable que Manuel Santa María, el gobernador de Nuevo León, que marcha en la columna expedicionaria, haya sido el intermediario. El caso es

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que se concede al norteño Gutiérrez el grado de coronel y se le dan los documentos respectivos. Un año después, Gutiérrez de Lara se entrevista en Filadelfia con James Monroe, entonces secretario de Estado. La reunión será conocida por el embajador de Madrid en Washington, Luis de Onís, quien lo informa al virrey de Nueva España Francisco Javier Venegas. Según el embajador, Monroe dijo al coronel estar de acuerdo en apoyar a los insurgentes y enviarles hombres, armas y municiones, a condición de que su gobierno adoptara una Constitución como la de Estados Unidos y se adhiriera después a la Confederación Americana, es decir, que todas las provincias federadas de la América Septentrional adoptaran la misma decisión, lo que haría que se formara la potencia más formidable del mundo. Según el embajador español, el coronel Gutiérrez de Lara consideró insultante la propuesta y salió airado del despacho de Monroe. Por lo pronto, al dejar Saltillo, el cuasi honorario generalísimo Allende hereda al licenciado López Rayón su ejército de tres mil quinientos hombres armados y veintidós cañones, y se lleva los cinco millones de pesos que ha acumulado durante la marcha, para comprar armas. Hidalgo es condenado a incorporarse a la columna itinerante, en calidad de prisionero. ¿Cuál es la suerte que se le tiene reservada? ¿Darle la libertad al llegar a Estados Unidos? ¿Privarlo de la vida antes de llegar a la frontera? Marroquín se suma al éxodo. Ya en camino, Allende no tarda en recibir carta de Rayón, en la que le informa que, según informes que ha recibido, el ayudante de Hidalgo lo acompaña para acechar “los caudales que ha prometido robar, lo que le servirá de gobierno”.305 Es probable que el ex torero, despiadado verdugo y capitán, además de pretender hacerse de dichos caudales -en lugar de que lo hagan Allende y Jiménez-, también haya estado animado por otros sentimientos, principalmente los de liberar a su jefe Hidalgo y ajustar cuentas con Allende; pero eso nunca llegaremos a saberlo. La columna prosigue su lenta, desorganizada y fatigosa marcha entre el clima quebrado, las carencias y los polvos del 305

Castillo Ledón, Luis, op. cit., p. 369.

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desierto, rumbo al Norte. El viernes 21 de marzo, “a eso de las nueve de la mañana –dice Castillo Ledón-, los insurgentes avistaron el pueblecillo de Baján, a una distancia apenas de poco más de media legua. Elizondo con su gente se encontraba un poco más acá, tras una loma. Allende tuvo la imprevisión, imperdonable en un jefe militar, de no enviar fuerza exploradora”.306 Pues sí, imperdonable, aún en el caso de que el generalísimo Allende haya “suspendido las hostilidades” unilateralmente, como se lo hizo saber al virrey, y hasta en el extremo caso de que realmente haya querido “alzarse con los caudales”, como lo sospechaba Hidalgo. Acatita de Baján es una hacienda de Coahuila, a catorce leguas de Monclova. Es el único punto en donde hay agua. El caso es que 1,303 insurgentes caen prisioneros en una emboscada puesta por el teniente coronel Ignacio Elizondo, que al mando de 349 hombres, se hace pasar como partidario suyo. De los 1,303 insurgentes de referencia, 40 son muertos, y de los 349 contrarios, sólo uno resulta ligeramente herido. De los capturados, 60 pertenecen a la plana mayor, siendo los principales los generalísimos Miguel Hidalgo e Ignacio Allende; el capitán general Mariano Jiménez; los tenientes generales Juan de Aldama y Mariano Balleza; los mariscales Ignacio Camargo, Francisco Lanzagorta, Nicolás Zapata, Pedro Aranda, Manuel Santa María y Manuel Alvarado; los brigadieres Juan Bautista Carrasco, Onofre Portugal y Juan Ignacio Ramos; los coroneles José Santos Villa y Luis Mireles; los mayores Pedro León, Antonio Álvarez Vega, Vicente Acosta y José María Segura; los capitanes Agustín Marroquín, Juan Ignacio Román, Ignacio Chávez y Jacinto Noreña, y los tenientes José de los Ángeles, José Antonio Narváez y Carlos Martínez. Además, caen el ex tesorero del ejército Mariano Hidalgo; el intendente del ejército José Ignacio Solís; el ex ministro de Gracia y Justicia licenciado José María Chico; el director de ingenieros Vicente Valencia, y otros. Los deprimentes y dramáticos pasajes de su captura y traslado a sus prisiones así como los de su juicio sumario, escapan a los límites de este trabajo. Baste señalar que el ex generalísimo Miguel Hidalgo y Costilla llega a Chihuahua el 306

Ibid, p. 376.

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miércoles 23 de abril, a poco más de un mes de su captura; es recluido en una celda del ex Colegio de la Compañía de Jesús -que es marcada como calabozo número uno- y atendido por el español Melchor Guaspe, recién nombrado alcaide de la prisión, al mando de una guardia de quince soldados, entre los cuales el cabo Miguel Ortega es designado carcelero o custodio exclusivo de Hidalgo. Dos semanas después, el ilustre reo es hecho comparecer ante el tribunal militar y contesta a 43 preguntas los días miércoles 7, jueves 8 -cumple 58 años de edad- y viernes 9 de mayo, después de lo cual se cierra la instrucción, “sin perjuicio de continuarla si fuese necesario”.307 Al día siguiente, sábado 10 de mayo, se llevan a cabo las primeras ejecuciones en la plaza que queda a espaldas del edificio en que están recluidos los prisioneros. Las ejecuciones prosiguen el domingo. Al ruido de las descargas, se inicia la causa contra el generalísimo Allende, que empieza a rendir sus declaraciones precisamente el día 10, las continúa el 11 y el 13, y las concluye el 18 de mayo. Se dice que ese día, el domingo 18, Hidalgo se retracta. El hipotético arrepentimiento tiene fecha 18 de mayo y su supuesta ratificación el 7 de junio. De autos aparece que el comandante Nemesio Salcedo, dos días después de que Hidalgo ratificara la supuesta retractación, envió copias simples (no certificadas) al obispo de Durango y al deán y cabildo de Monterrey, y además, a los gobernadores de Durango, Sonora, Coahuila, interino de Nuevo México y junta provisional de gobierno de Texas, para efectos de que dicho documento fuera publicado. Sin embargo, ninguno de ellos lo quiso hacer. En cambio, se publicó el 11 de julio, casi dos meses después, en Guadalajara, a donde no se envió oficialmente. Esa supuesta retractación es armada por el juez militar Nemesio Salcedo con fines de propaganda política. En esa época, a diferencia de la nuestra, estaba estrictamente prohibido dar a un recluso papel, tinta y pluma, a menos que lo ordenara expresamente el tribunal, como ocurrió en el proceso de Melchor de Talamantes (1808), en cuyo caso, Causa de Hidalgo ante el tribunal militar, decreto del juez instructor, 9 de mayo de 1811, en Hernández y Dávalos, J. E., op.cit., t. I, n. 2, p. 21. 307

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todo se asentaba en actas: la solicitud del reo para que se le dieran “avíos de escribir”; la opinión del fiscal a favor o en contra de la solicitud, y el decreto o resolución del juez que la autorizaba o la negaba. Si la autorizaba, se asentaba constancia de entrega al acusado de papel, pluma y tinta; fecha, hora y descripción de lo devuelto por el reo, incluyendo número de pliegos utilizados y sin utilizar; descripción del contenido de los utilizados; integración de estos al expediente y certificación de que el reo ratificaba o no su contenido ante el tribunal. En su celda de Chihuahua, Hidalgo carecía de papel, pluma y tinta. A pesar de ello, se dice que “escribió” su supuesto arrepentimiento y que entregó el escrito al comandante Salcedo. Por otra parte, los falsos testigos dicen que no la “escribió” sino que la “dictó”. En cualquier caso, no deja de ser extraño que, no obstante la importancia de dicho documento, no se haya agregado a la causa, ni ratificado ante el tribunal, ni sacado copia certificada. No existe ni siquiera en copia simple. Y no existe, por supuesto, el original. Según el falso documento sin firma, que en ninguna parte se quiso publicar, salvo en Guadalajara, y cuyo original nunca ha aparecido, porque no existe, Hidalgo se retracta ante dos supuestos testigos que no residen en Chihuahua, ambos eclesiásticos, sin tomarse en cuenta que el juicio que se lleva a cabo contra él es un juicio sin testigos. Los dos supuestos testigos fueron José Ignacio Iturribaria, canónigo de Durango, y José Mariano Urrutia, cura de Cosiguriachi. Ambos declararon que el 7 de junio visitaron a Hidalgo en su celda del hospital real de Chihuahua, para que “ratificara, ampliara y corrigiera” su hipotético escrito retractatorio fechado veinte días antes. Es sorprendente que se les haya hecho venir de lugares tan distantes, sin necesidad, como si no hubiera habido en Chihuahua nadie que pudiera testificar un acto importantísimo como el de arrepentimiento del reo, a pesar de que estaban Francisco Fernández Valentín, juez eclesiástico de la causa –que podía dar fe-, así como José Mateo Sánchez Álvarez, fray José Tárraga, Jean Francisco García y fray José María Rojas, todos los cuales constituirían el tribunal eclesiástico que juzgó a Hidalgo y firmarían en su oportunidad la sentencia de degradación sacerdotal. Y más sorprendente resulta que se dé más valor al dudoso y fabuloso testimonio de esas dos personas, las cuales estuvie-

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ron al margen de todas las actuaciones judiciales eclesiásticas, que a un cuerpo sinodal formado por eclesiásticos vecinos, con atribuciones para legalizar, juzgar y sentenciar los actos y declaraciones de tan notable acusado; cuerpo sinodal que, por otra parte, no señala nada en el expediente sobre la supuesta retractación. En efecto, si el tribunal militar hubiera necesitado de testigos eclesiásticos, civiles o militares, los habría encontrado de sobra en Chihuahua. No necesitaba traerlos de tan lejos. Además, allí estaba el tribunal eclesiástico que lo juzgó; que dio por válidas y suficientes las diligencias hechas por el tribunal militar, y que lo condenó a la degradación sacerdotal, formado por eclesiásticos. Si Hidalgo no comparece ante el tribunal eclesiástico, porque no se lo permite el tribunal militar, menos lo hará ante dos eclesiásticos, sin ninguna personalidad jurídica. Lo único cierto, al parecer, es que uno de ellos, el magistral Iturribarria, se desplaza efectivamente a Chihuahua, pero, a confesión propia, nunca se le permite hablar con Hidalgo. Catorce años después, en 1825, admitirá que el artificioso documento de retractación estaba en poder del comandante general; que éste lo instó a que se lo mostrara a Hidalgo a fin de que lo ratificara, y que éste supuestamente “lo aprobó” (no que lo firmó y menos que lo ratificó); pero al mismo tiempo, afirma contradictoriamente que nunca pudo “entrar en conversación con él [con Hidalgo] a causa de los centinelas que tenía y la suma vigilancia de estos...”; por lo que no se entiende cómo pudo haber obtenido su aprobación al papel que supuestamente llevaba consigo, si no pudo mostrárselo al reo ni entrar en conversación con él.308 Por otra parte, si el 18 de mayo Hidalgo “dictó” la supuesta “retractación” y, al mismo tiempo, la escribió “de su puño y letra” (según se lee en la contradictoria certificación de los dos testigos), si admitió “sus excesos” y reconoció que estaba arrepentido, ¿por qué se señala que la ratificó el 7 de junio fuera de actuaciones judiciales? ¿Por qué no ante el tribunal militar? ¿Por qué no se agregó a la causa? ¿Por qué cuando Carta a don Carlos María de Bustamante en la que se explica lo ocurrido en Chihuahua respecto de la retractación de Hidalgo, en Hernández y Dávalos, J. E., op.cit., t. II, n. 244, pp. 519-520. 308

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ésta se reabrió, no se pidió al acusado que la ratificara ante el juez militar, a fin de que éste le diera valor probatorio pleno? ¿Por qué si el 27 de junio ya se había arrepentido de sus “excesos” frente a los dos supuestos testigos, declaró ante el juez comisionado Ángel Avella que las ejecuciones ordenadas por él habían sido no sólo legales sino legítimas -sin arrepentirse de su comisión- y que dichos “excesos” -aunque aceptó que caían bajo su responsabilidad- no se habían realizado sólo a consecuencia de sus disposiciones sino también del “antojo y capricho de la canalla”?309 En todo caso, el viernes 6 de junio se reanudaron las ejecuciones, entre ellas, las de Mariano Hidalgo, su hermano, y José Santos Villa, su pariente. No sería sino hasta el sábado 14 de junio en que se reabrirían formalmente las causas militar y eclesiástica formadas contra él. Por otra parte, el miércoles 25 de junio se notifica a Ignacio Allende que ha sido sentenciado a muerte y se le ejecuta al día siguiente, jueves 26, a las seis de la mañana. También son fusilados el capitán general Mariano Jiménez, el teniente general Juan Aldama y el mariscal Manuel Santa María (gobernador de Nuevo León). Sus cuerpos son decapitados. Al día siguiente, viernes 27, Hidalgo ratifica ante el tribunal militar que son suyas cinco cartas dirigidas a José María González Hermosillo y dos nombramientos a su favor -uno de teniente coronel y otro de coronel-, y suya además la firma que calza dichos documentos. Responde además a otras 12 preguntas. ¡Qué mejor oportunidad para ratificar su supuesta retractación! Pero ésta nunca será sometida a su consideración. Un mes después, el domingo 27 de julio, el tribunal eclesiástico dicta sentencia, condenándolo a la degradación sacerdotal. En la sentencia tampoco se hace referencia alguna a su falsa retractación. Al día siguiente, martes 29, se lleva a cabo la ceremonia de degradación. Mientras tanto, en la causa militar, el fiscal se lamenta: “Ya que no se puede darle garrote por falta de instrumentos y verdugos”, se conforma con pedir que se le pase por las armas en la misma 309

Declaración de Hidalgo, idem, t. I, n. 13, p. 30.

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prisión en que está. Ese mismo día el tribunal militar dicta la sentencia de muerte. Al notificársele, Hidalgo pide un pedazo de carbón. Es su última voluntad. Es complacido y escribe en los blancuzcos muros de la prisión unos versos de agradecimiento y despedida dedicados a sus carceleros, uno de ellos americano y el otro español. Al primero, Miguel Ortega, su tocayo, cabo del ejército enemigo, le escribe una décima: Ortega, tu crianza fina, tu índole y estilo amable, siempre te harán apreciable aún con gente peregrina. Tiene protección divina la piedad que has ejercido con un pobre desvalido que mañana va a morir y no puede retribuir ningún favor recibido. Y al alcaide Guaspe le dedica otra décima, que al quedar borrada una de sus líneas, queda reducida a novena: Melchor, tu buen corazón ha adunado con pericia, lo que pide la justicia y exige la compasión. ... Das consuelo al desvalido en cuanto te es permitido; partes el postre con él y agradecido Miguel te da las gracias rendido.310 El miércoles 30 de julio el generalísimo Miguel Hidalgo y Costilla es ejecutado y su cuerpo decapitado. Edad: 58 años, dos meses y 22 días; a 10 meses y 14 días de iniciar la Poesías de Hidalgo en su calabozo de Chihuahua, idem, t. II, n. 242, p. 518. 310

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insurrección, de los cuales 3 meses y 7 días los pasa en prisión. A diferencia de sus compañeros, ejecutados un mes antes en una plazuela a espaldas del edificio, el banco del suplicio -en el que se le hace sentar- es colocado en uno de sus corrales interiores. Hidalgo marcha hacia él, no permite que le venden los ojos, y hay un altercado entre él y el oficial al mando, porque se niega a dar la espalda al pelotón de fusilamiento. Se tiene que ceder a su reclamo: lo sujetan al asiento frente a sus ejecutores; pone su mano en su corazón y, sabiendo que les ha sido prohibido apuntarle a la cabeza, les recuerda que su mano es el punto al que deben tirarle. “Estalló la descarga de cinco fusiles, uno de los cuales traspasó efectivamente la mano derecha, sin herir el corazón”. Detonaron otras cinco bocas de fusil. Las balas atravesaron su cuerpo, rompieron las ataduras que lo ligaban al banco, y el cuerpo, todavía con vida cayó en un lago de sangre. Serían necesarios otros tres balazos, disparados casi a quemarropa, para acabar con él. Apenas salido el sol, su cadáver desgarrado fue atado en una silla, colocado a considerable altura y expuesto a la expectación pública a las puertas del edificio. “El gentío que lo rodeaba era tan inmenso como indescriptibles los efectos que a cada individuo agitaban”.311 El tronco de su cadáver fue sepultado y su cabeza enviada a Guanajuato. En cumplimiento de las órdenes recibidas, al mediar octubre de 1811, las cabezas de Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez aparecieron colgadas de los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, dentro de jaulas de hierro, suspendidas éstas de garfios del mismo metal, al vuelo. Allí permanecerían diez años.312 “Y a un costado de dicha Alhóndiga, en paraje transitable y visible del público y en regular altura, con letras grandes y al óleo, se puso la inscripción siguiente: Pormenores sobre la prisión y el suplicio del señor Hidalgo, idem, t. II, n. 253, p. 599-604. 311

312

Los procesos militar e inquisitorial del padre Hidalgo y de otros caudillos insurgentes, introducción y suplementos de Luis González Obregón, México, Ediciones Fuente Cultural, 1953, pp. 18 y 19.

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Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, insignes facinerosos y primeros caudillos de la insurrección, robaron los bienes del culto de Dios y el real erario, saquearon y arruinaron las casas y haciendas, derramaron con la mayor atrocidad la inocente sangre de sacerdotes fieles y magistrados justos, de sus conciudadanos, amigos y parientes; arrojaron por las calles y los campos, desnudos, insepultos y para pasto de las fieras, los venerables cadáveres de aquellas víctimas de su furor; ahuyentaron a los prelados de sus iglesias [y se] rebelaron contra las legítimas potestades divina y humana. Para sustituir la impiedad, desolación y anarquía, aquí clavadas, por mandato del señor general don Félix María Calleja del Rey, ilustre vencedor de Aculco, Guanajuato y Calderón, y restaurador de la América, serán el testimonio de la justicia y el escarmiento de los impíos, traidores, rebeldes, ladrones y asesinos.313 Pero la estructura política, jurídica y militar creada por Hidalgo y sus compañeros, es decir, el Estado nacional, con las variaciones y transformaciones impuestas por las circunstancias, se afirmaría al cabo de los años, entre resistencias y contradicciones, con el apoyo y el sacrificio del pueblo, hasta alcanzar la permanencia, estabilidad y fortaleza que le permitirían cumplir sus compromisos con el mundo, con la nación, con la sociedad y con los individuos que la integran. Los valores, principios e ideales fundamentales postulados por el rector del Colegio de San Nicolás, constituyen las bases más firmes y sólidas del actual Estado mexicano. Los restos del noble patricio y de otros que hicieron posible la existencia de México como nación libre, soberana e independiente, descansan actualmente en la columna de la 313

Ibid.

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independencia de la ciudad de México.

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EPÍLOGO 1. AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES A la primera pregunta que le hizo el fiscal en el tribunal que lo condenó a muerte, Hidalgo contestó que “aunque no se le ha dicho la causa de su prisión, supone sea por haber tratado de poner en independencia este reino”. Aunque la palabra reino era una expresión usual en esa época, y reino y nación eran sinónimos, Hidalgo casi siempre prefirió utilizar la de nación. En la primera intimación que dirigió al intendente de Guanajuato el 28 de septiembre de 1810, desde la hacienda de Burras, lo dijo con precisión y claridad: “Estoy legítimamente autorizado por mi nación para los proyectos benéficos que me han parecido en su favor… y se reducen a proclamar la independencia y libertad de la nación”.314 En el tercer bando sobre abolición de la esclavitud y supresión de las castas que expidió en Guadalajara el 6 de diciembre de 1810, hizo referencia a “la valerosa nación americana que tomó las armas para sacudir el pesado yugo que por espacio de cerca de tres siglos la tenía oprimida”.315 Y en la última carta dirigida al virrey en marzo de 1811, desde Saltillo, lo reiteró al señalar que él y Allende eran “los jefes nombrados por la nación mexicana para defender sus derechos”, y que ambos estaban resueltos “a no entrar en composición alguna” que no pusiera por base “la libertad de la nación y el goce de todos aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres: derechos verdaderamen-te inalienables y que deben sostenerse con ríos de sangre si fuere preciso”.316 Hidalgo hace referencia a un Dios, lo que parece teñir a la frase de resonancias teológicas medievales; pero si se analiza la expresión con más detalle, se advertirá que no es el Dios de la religión, ni el Dios de los hebreos, ni el Dios de los cristianos; es “el Dios de la naturaleza”, es decir, el creador del derecho natural -llamado iusnaturalismo-, que ha concediSe intima rendición por segunda vez al intendente de Guanajuato, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., t. II, n. 53, pp. 116,117. 314

Tercer bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, la supresión de las castas, idem, n. 152, p. 256. 315

316

Respuesta a ofrecimiento del enemigo, idem, n. 207, p. 404.

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do “derechos inalienables” a los hombres. Algunos de estos derechos son, según lo expresó textualmente, “los derechos de la nación”. No son derechos que se reciban pasivamente, como lo sostuvo el iusnaturalismo greco-romano o medieval. Al contrario. El hombre es sujeto activo de la historia y participa en su elaboración. Son derechos naturales susceptibles de ser descubiertos por el hombre -sirviéndose de la razón- y de ser reglamentados por él. Tal es la interpretación que debe darse a las palabras de Hidalgo sobre los “derechos que el Dios de la naturaleza ha dado al hombre”. Por eso son “derechos inalienables”. De este modo, sus ideas resultan vinculadas con el iusnaturalismo moderno, configurado por los pensadores del siglo XVII, especialmente por Hugo Grocio, Thommas Hobbes y Samuel Pufendorff; los cuales, aunque recono-cen que la naturaleza es la fuente de los derechos fundamentales, reivindican el poder de la razón para hallarlos, establecerlos y regu-larlos. En esta teoría se basaron las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII para hacer sus declaraciones de derechos, sobre las cuales se admite universalmente que está fundado el estado moderno. La prueba de que era posible descubrir, establecer y reglamentar los derechos naturales, fue la actividad legisladora de Hidalgo como jefe del estado nacional en armas. Para sostener sus actos no invocó las leyes de Castilla o de Indias, como el ayuntamiento de México en 1808, sino los derechos modernos. Los “derechos de la nación” se derivan del principio de autodeterminación de los pueblos, y la idea de la autodeterminación la planteó en un manifiesto -sin lugar ni fecha- en el que expresa que el titular de la nación es el pueblo. Luego entonces, nadie que no sea el pueblo puede ser propietario de la nación. Conforme a sus palabras, todas las naciones del universo, independientemente de su estado de desarrollo, quieren ser gober-nadas por individuos de la misma nación; “el francés quiere ser gobernado por francés; el inglés, por inglés; el italiano, por italiano; el alemán, por alemán… esto entre las naciones cultas. Y entre las naciones bárbaras de América, el apache quiere ser gobernado por apache; el pima por pima; el tarahumara por tarahumara, etcétera; (entonces), ¿por qué a

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los americanos se les ha de privar de esta prerrogativa? Hablad, españoles injustos, ¿por qué no queréis que gocemos lo que Dios ha concedido a todos los demás hombres?”317 Los “derechos de la nación”, que son derechos que “el Dios de la naturaleza” ha concedido a los hombres reunidos en sociedad, esto es, a los pueblos, también son “derechos inalienables”. Y si este pueblo americano no disfrutaba lo que por ley natural le corres-pondía, era necesario sostener, disfrutar y ejercer tales derechos por la razón… o por la fuerza. Actualmente, la Organización de las Naciones Unidas está fundada en los principios de igualdad y autodeterminación. Sus propósitos son “fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos”.318 Además, la Asamblea General de la ONU reconoce la legitimidad de la lucha de los pueblos sujetos a sus metrópolis.319 En el marco del principio de autodeterminación, Hidalgo propuso establecer un congreso democrático nacional para impedir el saqueo de sus recursos naturales.320 Actualmente, la Asamblea General de la ONU reconoce el derecho de los pueblos a disponer libremente de sus recursos naturales y explotarlos como lo conside-ren conveniente.321 Hay, pues, una relación de continuidad entre la teoría ilustrada del iusnaturalismo y las actuales resoluciones de los organismos internacionales; por lo que, al inscribirse y ajustarse las ideas de Hidalgo a esta corriente teórica, es válido concluir que es el fundador del principio de autodeterminación de los pueblos en México. 2. LA SOBERANÍA DIMANA DEL PUEBLO Manifiesto sobre la autodeterminación de las naciones (en borrador), Martínez A., José Antonio José Antonio, op. cit., pp. 131-132. 317

318

Carta de la ONU, artículo 1.

Resolución 2105 de la Asamblea General de la ONU, 21 de diciembre de 1965. 319

Se refutan acusaciones del tribunal de la inquisición, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., n. 164, pp. 301-303. 320

321

Resoluciones 375, 626 y 1803 de la Asamblea General de la ONU.

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El poder soberano, absoluto y discrecional que Hidalgo ejerció en la inmensa jurisdicción que cayó bajo su dominio, se derivó del principio de la soberanía popular, concepto sobre el cual se funda el sistema constitucional moderno, que reconoce que el pueblo tiene el derecho de establecer, alterar, modificar o abolir su forma de gobierno. El concepto de pueblo fue invocado por el ayuntamiento de México en 1808, pero al debatirse su significado en una asamblea ampliada presidida por el virrey, éste fue definido como el conjunto de “autoridades (colegiadas) constituidas”. Luego entonces, los ayuntamientos, las audiencias, las comunidades indígenas y las corporaciones eclesiásticas formaban el pueblo. El debate giró en torno a un solo asunto: si estos cuerpos tenían derecho o no a reunirse en cortes, es decir, si tenían facultades para constituirse en congreso, en un cuerpo representativo de cuerpos, para asumir los atributos del soberano ausente. El concepto de pueblo en Hidalgo es muy distinto. Es un concepto moderno. Para él, el pueblo es un conglomerado social del que forman parte, no los cuerpos gobernantes, sino todos los individuos de la sociedad, independientemente de su tez y condición social; hombres reunidos, además, no de cualquier modo sino en forma organizada, con facultades para elegir la suprema autoridad que establece el derecho, administra los intereses generales y hace justicia. El pueblo, pues, es el conjunto organizado de ciudadanos procedentes de todas las clases sociales, libres e iguales en derechos, de los que dimana el poder y la norma jurídica. Es el mismo concepto, en esencia, que resonó durante las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII. Tomas Paine dijo que el pueblo tiene derecho a la revolución, y que la paz y el progreso son posibles sólo donde el pueblo manda. La Constitución de Estados Unidos empieza su declaración con la frase: “nosotros, el pueblo”. La asamblea nacional francesa declaró en 1793 que los pueblos y los estados, considerados como individuos, gozan de iguales derechos naturales y están sometidos a las mismas normas de justicia. Para Hidalgo, el pueblo, más que el rey, es el titular de la soberanía. Según un testigo presencial, en Dolores aseguró que ya no habría rey ni tributo. En Guanajuato declaró ante el

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cabildo en pleno que “Fernando VII era un ente que ya no existía”.322 En Valladolid pidió a Allende que no invocara más el nombre del rey.323 En Guadalajara hizo quitar el retrato del mismo monarca del salón del palacio en que concedía audiencia.324 A veces utilizaba el vocablo reino; pero más frecuentemente, el de nación, y una vez, el de república.325 La fuente de su autoridad fue el pueblo. La soberanía dimana del pueblo. En Celaya reunió el pueblo en armas, por primera vez en la historia, para hacer que ejerciera sus derechos políticos y lo eligiera por aclamación como máximo jefe político y militar de la nación, en calidad de jefe del estado nacional en pie de guerra. El 21 de septiembre, desde la hacienda de Burras, informó al intendente de Guanajuato que había sido electo capitán general y protector de la nación “por el numeroso ejército que comando”, el cual, a su vez, estaba formado no sólo por soldados profesionales sino también por rancheros, hacendados, mineros, comerciantes, campesinos, jornaleros, artesanos, esclavos, criollos, mestizos, indios, negros, asiáticos y castas.326 Y a este pueblo que intentaba organizarse para defender los derechos de la nación, ¿quién le concede el derecho de establecer su propio gobierno y elegir a sus gobernantes? ¿Las leyes de Indias? ¿La generosa voluntad del monarca? ¿Las corporaciones establecidas? No. Nuevamente aparece “el Dios de la naturaleza”. Es un “derecho santo, concedido por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos”.327 Luego entonces, se trata de un derecho derivado del iusnaturalismo, ya no sólo “inalienable” sino hasta “santo”.

Pública vindicación del ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., n. 206, p. 394. 322

Causa instruida contra Ignacio Allende, en García, Genaro, op. cit., t. VI, pp. 31-32. 323

324

Lucas Alamán, Historia de Méjico, op. cit., t. II, p. 70.

Segundo bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., n. 145, p. 240-241. 325

Se intima rendición por primera vez al intendente de Guanajuato, Martínez A., José Antonio, op. cit. pp. 54-57. 326

327

Ibid.

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El 23 de octubre siguiente, se congregaron en el valle de Acámbaro ochenta regimientos de mil hombres cada uno, “y pasa-ban de ochenta mil”, para aclamar a Hidalgo como generalísimo, con el mismo título de Protector de la Nación, y a Allende, como capitán general.328 Por cierto, la figura del Protector de la Nación sería reafirmada por Ignacio López Rayón en sus Elementos Constitucionales, Punto 17º, aunque José Ma. Morelos y Pavón preferiría la de Siervo de la Nación. En todo caso, la decisión de la magna asamblea que confiere a Hidalgo el título de Protector de la Nación y le confirma por aclamación su grado militar de capitán general, es ratificada por las autoridades de Celaya “en presencia de cincuenta mil hombres”, así como por las de “todos los lugares por donde he pasado”. Por eso, cuando Hidalgo propone que se establezca un congreso, éste no es de la misma naturaleza que el que quiso establecer el ayuntamiento de México en 1808. El del ayuntamiento sería un congreso de representantes de las autoridades constituidas, y el de Hidalgo, un congreso de “representantes de todas las ciudades, villas y lugares del reino”.329 El primero estaría formado por delegados de los cuerpos instituidos; el segundo, por individuos de todas las clases sociales. Aquél sería la expresión organizada del reacomodamiento de los intereses establecidos; éste, el poder político de la nación en manos de los representantes del pueblo. Con fundamento en lo anterior, es de reafirmarse que la autoridad soberana, absoluta y discrecional que Hidalgo ejerció en la inmensa jurisdicción que cayó bajo su dominio político, administrativo y militar, se derivó del principio de la soberanía popular, concepto sobre el cual se funda el estado nacional moderno, bajo un sistema constitucional que reconoce que el pueblo tiene el derecho de establecer, alterar o modificar su forma de gobierno. Se informa reorganización del ejército nacional y proclamación del Generalísimo de todas las armas americanas, Guanajuato, 24 de octubre de 1810, en Navarro Valtierra, Carlos Arturo, op. cit., caja 1810-1, leg. 17-V, facsímil con media firma de José Francisco Gómez, pp. 78-81. 328

Se refutan acusaciones del tribunal de la inquisición, en Hernández y Dávalos, J. E., op. cit., n. 164, pp. 301-303. 329

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3. DERECHOS FUNDAMENTALES Sus decretos sobre la proscripción de la esclavitud y la abolición de las castas partieron del principio de que todos los hombres son libres e iguales en derechos, base de la declaración moderna de los derechos del hombre y del ciudadano. Para Hidalgo, “vender a los hombres” era un acto contra natura; un acto oprobioso que iba “contra los clamores de la naturaleza”, un acto vil que denigraba al ser humano.330 Si el estado español había autorizado la esclavitud durante tres siglos, el estado nacional beligerante debía prohibirla tajantemente, de inmediato y a cualquier precio. Por otra parte, las castas estaban infamadas jurídicamente por el hecho de ser castas, es decir, por descender cercana o remota-mente de la raza negra, africana o esclava, así fueran herederas igualmente de cualquier otra raza: india, española o asiática, o de las múltiples mezclas formadas por ellas. La forma de distinguirlas a través de las generaciones, a pesar de su infinita variedad, era el tributo que las marcaba y las agobiaba socialmente con la discriminación y la infamia. Para Hidalgo, los infames no eran los miembros de las castas sino los que las tenían reducidas a tal condición. El jefe del estado nacional beligerante ordenó que quedaran sin efecto las leyes de la esclavitud. A su liberación, los esclavos “podrían tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que ejecutan y hacen las personas libres”; en otras palabras, “podrían adquirir para sí como individuos libres, al modo que se observa en las demás clases de la república”. Los amos y amas, españoles o americanos, que no liberaran a sus esclavos y esclavas en el perentorio término de diez días, serían condenados a muerte y sus bienes confiscados.331 Además, al suprimir el tributo, el mismo jefe de estado Segundo bando por el que se decreta la abolición de la esclavitud, idem, , n. 145, pp. 240-241. 330

Primero, segundo y tercer bando de abolición de la esclavitud, la supresión de las castas, etc., idem, nn. 90, 145 y 120, pp. 169-170, 240-241 y 350. 331

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nacional beligerante suprimió la distinción de castas y la infamia con la que estaban marcadas. A partir de entonces, el estado mexicano quedó obligado a garantizar a todos los individuos de la sociedad, independientemente de su color o condición social, el goce y ejercicio de los derechos civiles; es decir, aquellos que se vinculan con los valores de libertad, igualdad, propiedad y seguridad, así como de los derechos políticos, que son los de votar y ser votados a los órganos del Estado. Las consecuencias políticas que se derivan de lo anterior serían trascendentes. Según Hidalgo, el estado nacional en proceso de formación, fincado sobre el principio de la soberanía popular, debía tener como finalidad principal gobernar a la nación con independen-cia de cualquiera otra nación, gobierno o monarquía, para el efecto de garantizar el goce y el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales del ser humano. En el bando expedido el 14 de ene-ro de 1811 en Guadalajara, Hidalgo hizo referencia al tema, al elogiar a los que “aventuran su existencia para mantener los sagrados derechos del hombre” y censurar a los que abandonan, menosprecian y desatienden, entre otras cosas, los “sagrados derechos del ciudadano”.332 La existencia de la nación independiente no tenía sentido si no se regía por tal obligación. Más de un siglo después, en 1916, el Tratado Internacional de la Esclavitud, patrocinado por la Sociedad de las Naciones, convirtió en norma la prohibición de la esclavitud. Y en 1973 el gobierno mexicano, en obsequio al interés de las autoridades francesas, levantó un monumento a Miguel Hidalgo y Costilla en la Plaza México, de París –ciudad en la que se proclamó por vez primera la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, 1948- por haber abolido la esclavitud. Luego entonces, si hay una línea de continuidad entre el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales ante la ley -declarado por las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII-, y la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, hecha actualmente por los organismos internacionales, y si las ideas y leyes de Hidalgo, Bando contra los soldados que infrinjan la disciplina y cometan excesos, en Martínez A., José Antonio, op. cit., pp. 153-155. 332

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como jefe de la nación en armas, se inscriben y ajustan a tal línea filosófica y política, no cabe duda alguna de que fue el fundador de la libertad de los hombres en México y, sobre todo, el forjador del principio moderno de que el Estado mexicano debe ponerse al servicio de la libertad, la igualdad, la seguridad y la solidaridad entre los individuos y entre los pueblos. Morelia, Mich., 30 de septiembre de 2008.

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LOS RETRATOS DE HIDALGO

¿Cómo era físicamente don Miguel Hidalgo y Costilla? No se sabe. Nunca fue retratado. Y los retratos que pudo haber habido, fueron destruidos. Todas las naciones conservan los rostros pintados o esculpidos de sus héroes. Saber cómo fueron físicamente es no sólo es una curiosidad humana sino también una necesidad política; pero en México los intentos por difundir su imagen fueron eficazmente contrarrestados por el régimen colonial. La de independencia fue una guerra no sólo de ejércitos e ideas sino también de imágenes. Las estatuas de las vírgenes de los Remedios eran fusiladas por los insurgentes, y las de Guadalupe, por los españoles. Igualmente, mientras unos levantaron la efigie de Fernando VII y otros la del águila mexicana, hubo también quienes trataron de materializar las imágenes de Hidalgo y Allende, sin éxito. Desde los días en que Hidalgo ascendió vertiginosamente a la cúspide del poder, se hicieron proyectos para levantarle un monumento. El 23 de enero de 1811, por ejemplo, se encontró en el colchón de la casa del capitán José María Obeso, de Valladolid (hoy Morelia) un proyecto que las autoridades españolas considera-ron “insolente efigie”, que no fue posible obtener. Era, según De la Torre Villar, un dibujo hecho a pluma, en el que Hidalgo está vestido con toga y bonete, la rienda del caballo en la mano izquierda y un banderín en la derecha que dice “América”. El monumento

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está cercado por una reja de hierro y al pie del dibujo se lee: Dedicado al señor Hidalgo, Generalísimo de las armas de América por su fiel vasallo, Manuel Foncerrada y García.333

Ernesto Higuera, Reseña biográfica. Colaboración de Jesús Arroyo Cruz.

A partir de entonces, todos los intentos que se hicieron por tener una imagen del héroe fueron sofocados por las autoridades coloniales. En tales circunstancias, la ausencia de un retrato de Hidalgo es explicable. Pedro García, quien estuvo al servicio del héroe desde que era niño, comenta que "la guerra encarnizada a la memoria de Hidalgo y a sus ideas" fue sin cuartel, y que se recrudeció a partir de su aprehensión, enjuiciamiento y ejecución. Se prohibió hablar de Hidalgo en ningún sitio, pues esto era un gran delito que se castigaba con rigor. Esta es la Torre Villar, Ernesto de la, Temas de la Insurgencia, Hidalgo en los monumentos, México, UNAM, 2000, p. 116. 333

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razón porque no se encuentra en todo el país un retrato que siquiera se le parezca, pues la prohibición duró cerca de diez años. Se siguió un espionaje tremendo. Nadie estaba seguro de hablar dentro de su casa.334

Alhóndiga de Granaditas. Esquina en la que estuvo colgada durante diez años la jaula de hierro conteniendo la cabeza de Hidalgo. Galería de toner, http://www.flickr.com/photos/toner/688402737/sizes/l/

Esquinas de las que fueron colgadas las cabezas de Jiménez y Allende http://galen-frysinger.org/mexico/mexico81_0089.jpg http://lh6.ggpht.com/_NkNHNz9XuD8/RpXRpVG3GfI/AAAAAAAACYw/r xMBvFZaMCY/100_2071.JPG

García, Pedro, Con el cura Hidalgo en la guerra de independencia, México, SEP/80-Secretaría de Educación Pública, 1982, p. 151. 334

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Puerta principal de la Alhóndiga de Granaditas. Ozú, http://3.bp.blogspot.com/_HUkWDJF4PVw/SNmqx9sA4wI/AAAAAAAAAYg/ gsD-dkjBAD0/s1600-h/Alhondiga+de+Granaditas-1.JPG

En cambio, perduran algunos retratos hablados, el más conocido de los cuales, paradójicamente, es el del hombre que más lo odiaba, Lucas Alaman: Era de mediana estatura –dice-, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años, pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos: de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños.335

Hidalgo no “pasaba de sesenta años” sino -cuatro meses y ocho días- de cincuenta y siete, lo que significa que tenía la fortaleza de la edad madura, gracias a la cual recorrió a Alamán, Lucas, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, edición facsimilar de la de 1849, 5 volúmenes, Fondo de Cultura Económica, 1985, 5 Vols. 335

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caballo gran parte del país. El teniente Pedro Armendáriz, por su parte, comandante del pelotón que lo ejecutó en Chihuahua y, por consiguiente, testigo de su muerte, asegura que era de tez morena y "antes de morir nos clavó sus hermosos ojos verdes".336 Al consumarse la independencia se agudizó la necesidad política de contar con la imagen del héroe; pero no fue fácil construirla. Los conservadores se oponían ferozmente a ello por haber autorizado las matanzas de españoles. Los únicos que hicieron propuestas fueron dos escritores de reconocido corte libe-ral: José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexica-no (1776-1927) y el italiano Claudio Linati de Prévost (1790-1832) El primero publicó -tres años antes de su muerte- un Calendario Histórico y Pronóstico Político para el año bisiesto de 1824, en cuya primera página, correspondiente al mes de enero, aparece la silueta caricaturizada de Hidalgo, representada de cuerpo entero, con traje militar, bicornio empenachado y banda ceñida a la cintura, de la que cuelga un sable; la mano derecha apoyada en un bastón y la izquierda portando un estandarte con la palabra “libertad”, que se convierte en un águila sobre un nopal devorando una serpiente. Al pie de la imagen se lee la siguiente inscripción: El muy honorable ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, generalísimo de las armas mexicanas: primer héroe que tremoló el estandarte de la libertad del Anáhuac en el pueblo de Dolores el 16 de sept. de 810, fue víctima de la tiranía en 30 de junio de 811. Su talento, valor y amor patrio harán eterna su memoria.337

Armendáriz, Pedro, Muerte de los señores generales cura don Miguel Hidalgo y Costilla, don Ignacio Allende, Aldama, Jiménez y Santamaría, Edición conmemorativa, Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato, 2003. 336

Fernández de Lizardi, J. J., OBRAS, T. XII, FOLLETOS (1822-1824) recopilación, edición y notas de Fernández Arias, Irma Isabel, y Palazón Mayoral, María Rosa, México, UNAM, 1991, p. 552. 337

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Hidalgo de Joaquín Fernández de Lizardi, 1825

El segundo, Claudio Linati, fue un dibujante italiano, discípulo de David, revolucionario, liberal y masón, soldado de Napoleón, preso en Hungría y refugiado en España, que llegó a México en 1825 e instaló un taller de litografía. Al morir su amigo Gaspar Franchini -que le había facilitado el viaje- al poco tiempo de su llegada, se asoció con su compatriota Lorenzo Galli y con el poeta cubano José María Heredia, y fundó el periódico El Iris, que se publicó de enero a agosto de 1826. Desde el primer número, dicho periódico anunció que, al no existir retratos de los héroes, “multiplicados por los afanes del arte…, [los editores] presentarán al pueblo las facciones de sus semblantes…” Y efectivamente, dicho impreso reprodujo el retrato de Hidalgo; pero el artista, al criticar la actualidad política del momento, fue invitado a salir del país, lo que hizo un mes después, en septiembre 1826, viajando desde entonces sin sosiego, hasta que regresó a México en 1832. A los tres días de su desembarco murió.

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Hidalgo de Claudio Linati 1826. Ernesto Higuera, Reseña biográfica. Colaobración de Jesús Arroyo Cruz.

Al trasladarse a Europa, Linati se había llevado consigo las acuarelas que hiciera durante sus recorridos por el extenso territorio mexicano, de las que surgen, con un toque de elegancia, belleza y poesía, es decir, idealizados, los rasgos y la vestimenta de las clases sociales que formaban la sociedad de la época. Dicha colección la publicó en Bruselas, 1828, y la reeditó en Londres, 1830, bajo el título Trajes civiles, religio-

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SOS Y MILITARES DE MÉXICO.338 Una de las 48 estampas litográficas de su álbum, la número 16, está dedicada a Hidalgo. Aunque muchos la encuentran ridícula, otros la consideran seductora y fascinante. Levanta un arma ideológica –la simbolizada por la cruzcon su mano izquierda; pero al reconocer que no basta con proclamar una idea, sino que se requiere además defenderla con todo -con palabras y con la acción, con la pluma y con la espada-, su personaje está fuertemente pertrechado con los símbolos de la infantería, la caballería y la artillería: una pistola (cuya culata asoma de su chaqueta), un sable (que cuelga de su banda terciada al pecho) y un fusil (que sostiene del cañón con su mano derecha). Al pie de la imagen, en francés, hay un texto que, traducido al español, dice: Hidalgo. Cura de Dolores. En su traje de guerra, proclamando la independencia de México. (Fusilado el 1o de agosto de 1811). Conforme al cuadro original.

La fecha está equivocada, porque el fusilamiento ocurrió el 30 de julio, y se ignora cuál es el “cuadro original” al que se refiere. Actualmente no existe ninguno, pero hace suponer que tuvo uno a la vista, y como éste no ha sido localizado, hay quienes piensan (sin ningún fundamento) que el modelo pudo haber sido una figurilla en cera, a pesar de que él hizo referencia a un “cuadro original”, no a otra cosa.339 En las litografías de Fernández de Lizardi y Claudio Linati, y aún en el dibujo a tinta encontrado en la casa de García Obeso, el héroe es presentado, no como maestro, pensador o ideólogo, y menos como cura -por la simple y sencilla razón de que el 16 de septiembre de 1810 colgó la sotana para calzarse las botas de campaña-, sino como lo que era, es decir, como militar, soldado, guerrero, y además, en el retrato de Linati tiene la frente amplia, sin llegar a la calvicie, y su rostro expresa la plenitud de su vida.

Linati, Claudio, Trajes civiles, religiosos y militares de México (1828), introducción, estudio y traducción de Fernández, Justino, y prólogo de Toussaint, Manuel, México, UNAM, 1956, p. 86. 338

339

Ibid.

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Hidalgo de Claudio Linati 1828. http://www.inehrm.gob.mx/archivos/img/tr8demayo/hidalgo06.jpg

En cambio, en 1831, Antonio Serrano, de quien no se tienen mayores datos, lo despojó del traje de guerrero civil y lo habilitó con el alzacuellos del cura y una levita negra, y aunque acentuó su calvicie, mantuvo su edad. Detrás de su silueta hay una estantería bien surtida de libros magníficamente encuadernados, una columna con una pequeña imagen de la virgen de Guadalupe, y a su lado, un escritorio, encima del cual hay algunos manuscritos y un sombrero de

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ala ancha, mientras empuña un bastón con su mano derecha y oculta dentro de su largo gabán la izquierda. Esta pintura pasó desapercibida en el siglo XIX, porque formó parte de las colecciones del Museo Etnográfico de Berlín, hasta que el Estado mexicano la adquirió en el siglo XX y la remitió al Castillo de Chapultepec, que es donde se encuentra.340

Hidalgo de Antonio Serrano 1831.

Acevedo, Esther, "Entre la tradición alegórica y la narrativa factual", en Soler, Jaime, Los pinceles de la historia: de la patria criolla a la nación mexicana (1750-1860), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000, p. 27. 340

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Hidalgo de Antonio Serrano 1831.

Por otra parte, en el inventario y avalúo de bienes de don Cristóbal Hidalgo y Costilla, “administrador de la hacienda de Corralejo” y padre de don Miguel, se incluye la copia de un retrato original de su hijo, elaborada por Francisco Incháuregui el ocho de octubre de 1810, y dícese que un pintor llama-

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do Juan Nepomuceno, así, a secas, encontró dicha copia y la reprodujo en 1840, actualmente en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas. Tampoco se sabe quién fue exactamente Incháuregui, el que hizo la copia del misterioso original perdido, ni Juan Nepomuceno, el que hizo la copia actual de la copia igualmente perdida.

Hidalgo de Juan Nepomuceno 1830

Los rasgos de este retrato, por cierto, como los del anterior, reflejan las concepciones de 1830-40, no las de 1800-1810. En esos años, según el doctor Ernesto de la Torre Villar, mientras más calvo un individuo, más inteligente se creía que era.341 Así que, para dejar ver el tamaño de su Torre Villar, Ernesto de la, Hidalgo entre escultores y pintores Hidalgo, 1990. 341

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s de


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inteligencia, aparece completamente calvo, y su poco cabello es fino, gris, casi blanco, sin ningún ornamento simbólico que lo acompañe, salvo el alzacuellos y la levita negra, bajo la cual oculta su mano derecha. Su rostro es delgado, avejentado, y sus ojos tristes, no vivos, como los tenía. Ahora bien, al ser tan intensamente impugnada la actuación histórica, política y militar de Hidalgo durante las primeras décadas del siglo XIX, y ser desechada la propuesta de Lorenzo de Zavala para que se le levantara un monumento en el monte de Las Cruces, el liberalismo moderado consideró necesario modificar su imagen, por razones políticas. Y aunque los rasgos físicos señalados por Alamán fueron aprovechados, se le presentó como un anciano venerable de 70 u 80 años, no como un hombre de 57; cansado, no brioso, y eclesiástico, no militar, a fin de que inspirara respeto, no odio. De este modo, frente al Hidalgo combatido por sus excesos, pasiones y desenfrenos, se afirmó la imagen de un hombre sabio, prudente y tranquilo, capaz de unificar, más que de dividir, y de construir una patria, más que destruir una sociedad. Al final de cuentas, esta imagen prevaleció, la del pastor de almas, no la del demoledor de un mundo, y la del cura, no la del guerrero. Al concluir la primera mitad del siglo XIX, Ignacio Ramírez retomó la propuesta de Zavala, la amplió y fue aprobada, así que en lugar de un monumento, se levantaron dos: un obelisco de piedra en Las Cruces y una escultura de mármol en Toluca con la siguiente inscripción: Al Cura de Dolores Miguel Hidalgo, Padre de la Patria, el Estado de México. Por decreto de la Legislatura del Estado de 9 de abril de 1851. Proclamó la Independencia en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre de 1810. Murió en la Villa de Chihuahua el 31 de julio de 1811, Mártir de la causa nacional. Se colocó solemnemente el día 16 de septiembre de 1851, siendo Gobernador del Estado Mariano Riva Palacio.342

En 1865 se levantó otra escultura en Dolores; en 1871 otra más en Guanajuato, y a partir de esta fecha, empezaron a proliferar en ciudades y pueblos, hasta que en 1910 ya existían en toda la República. Por cierto, la de Riva Palacio, al 342

Ibid.

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dejar de ser del agrado del gobernador en turno, fue quitada en 1888 del lugar que ocupaba en el centro de Toluca y trasladada a la periferia, y en 1900 se le desterró a la población de Tenancingo.

Dolores. Al fondo, la parroquia. Foto de Lucy Nieto, http://www.flickr.com/photos/lucynieto/2273042055/sizes/o/

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Colegio de San Nicolรกs, 16 de septiembre de 1895. Foto Jorge Orozco Flores.

Colegio de San Nicolรกs, 16 de septiembre de 1895. Foto Jorge Orozco Flores.

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Tabasco, Tijuana y Matamoros

Mientras tanto, en materia pictórica, en 1865, bajo el imperio de Maximiliano, se llevó a cabo una exposición en la que se exhibió el Retrato del Benemérito de la Patria, General D. Miguel Hidalgo, de Joaquín Ramírez, que se conserva en el Salón de Recepciones del Palacio Nacional. A partir de enton-ces, la historia del rostro de Hidalgo se divide en un antes y un después. En este cuadro, a pesar de que se le titula gene-ral del ejército y se le hace calzar botas fuertes, se le viste con levita negra y alzacuello, lo que evoca su condición eclesiástica, y además, siguiendo el modelo de Serrano, los símbolos que lo rodean son de paz, no de guerra. Sobre su mesa de trabajo, en efecto, se extiende un manuscrito -la pluma en lu-

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gar de la espada- y al fondo, sobre la pared, se distingue un anaquel con libros y la imagen de la virgen de Guadalupe.343

Hidalgo de Joaquín Ramírez, 1865. http://www.inehrm.gob.mxarchivosimgtr8demayohidalgo05.jpg

Este retrato, en el que quedaron fuertemente impresos los Romero de Terreros, Manuel, Catálogos de las exposiciones de la antIGUA ACADEMIA DE SAN CARLOS DE MÉXICO (1850-1898), México, UNAM, 1963, p. 338. 343

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rasgos del liberalismo moderado, corrió con suerte, quizá por haber respondido a las necesidades de paz y unión, en una época desgarrada por la guerra -entre la república y el imperio, la independencia y la intervención, Juárez y Maximilianoo quizá por haber sido pintado en forma magistral por un profesional del arte, parézcase o no al personaje real. El caso es que Maximiliano, al contemplar su rostro, lo llamaba “mi héroe”, y el retrato fue muy respetado por Juárez, muy admirado por don Porfirio, muy reproducido en distintas formas y estilos en todas partes del país, en todas las épocas, y es hasta la fecha el más conocido por el pueblo mexicano. Todos los artistas posteriores, desde los clásicos del porfirismo hasta los gigantes de la revolución mexicana, también lo hicieron vestir de levita negra y alzacuellos, aunque lo situaron a veces en el silencio de su biblioteca y a veces rompiendo cadenas, liberando pueblos e incendiando mundos.

Hidalgo de Orozco, Palacio de Gobierno de Guadalajara, 1940. Galería de x_newton, http://www.flickr.com/photos/22878332@N04/2447764613/

José Clemente Orozco, en el Palacio de Gobierno de Guadala-jara, y David Alfaro Siqueros, en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, lo pintaron del modo consagrado –levita negra y alzacuellos blanco-, aunque uno en movimiento, agitando multitudes y llevando en su diestra el encendido mensaje de la guerra, y el otro de pie, su mano derecha sobre el corazón y su rostro sereno ante la excomu-

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nión y la muerte.

Hidalgo de Orozco 1940. Palacio de Gobierno de Guadalajara. Fotos: Francisco Juárez. http://www.flickr.com/photos/vigiliadearmas/2465082845/sizes/o/in/photostre am/

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Hidalgo de Orozco 1940. Palacio de Gobierno de Guadalajara. Fotos: Francisco Juárez. http://www.flickr.com/photos/vigiliadearmas/2465920442/sizes/o/in/photostre am/

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Hidalgo de David Alfaro Siqueiros 1953. Centro Cultural Universitario. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Juan O’Gorman, por su parte, en lugar de conjugar las diferencias entre los dos Hidalgo, el de García Obeso, Fernández de Lizardi y Claudio Linati -armado hasta los dientesy el de Serrano, Juan Nepomuceno y Joaquín Ramírez -con el alzacuellos de cura-, pintó a ambos en el mural titulado Retablo de la Independencia del Castillo de Chapultepec; el religioso empuñando el decreto sobre la restitución de tierras a los indios, y el guerrero civil, el estandarte de la guadalupana.

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Los dos Hidalgo de Juan O’Gorman 1961. Retablo de la Independencia, Castillo de Chapultepec, Galería de Carlitos, http://www.flickr.com/photos/carlitos/3237301344/sizes/o/

Los dos Hidalgo. Fragmento.

Finalmente, ¿cuál es el verdadero rostro físico de Hidalgo? En nuestros días, la ciencia y la tecnología han avanzado lo suficiente como para obtener una respuesta certera, a partir del estudio de su cráneo, depositado en una urna de la columna de la independencia de la Ciudad de México. El 16 de septiembre de 2008, el yucateco Emiliano Canto Mayén propuso que dicho cráneo sea extraído del lugar en que se encuentra, con todos los honores correspondientes, que se le hagan copias exactas y que se tomen éstas como modelo para recons-

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truir científicamente su rostro.344 Después de doscientos años, las razones para hacer tal reconstrucción parecen ser más poderosas y fundadas que las de no hacerlo; sin embargo, la decisión es política, no científica, y hasta la fecha no se ha presentado ninguna iniciativa al respecto en el órgano de la Representación Nacional. Morelia, 15 de marzo de 2009.

Diario de Yucatán, 16 de septiembre de 2008, edición electrónica, http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp? cx=11$2900000000$3911269&f=20080916 344

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UNA NACIÓN, UN PUEBLO, UN HOMBRE

EL AUTOR

Licenciado en Derecho por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana, es actualmente Profesor de la División de Estudios de Posgrado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha escrito varias obras, algunas publicadas por Amazon y Kindle-Amazon, entre ellas: El calendario azteca. USA, Kindle-Amazon, 2012. Soberanía, representación nacional e independencia en 1808, México, Senado de la República-Congreso de Michoacán, Gobierno del Distrito Federal/Secretaría de Cultura,

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JOSÉ HERRERA PEÑA

2009; publicado con el título La caída de un virrey por Kindle-Amazon, 2013. Los diputados mexicanos a las Cortes de Cádiz, USA, Amazon, 2015.

Maestro y discípulo: Hidalgo y Morelos, México, UMSNH, 1995, 1ª. Reimpresión 1996. Morelos ante sus jueces, México, UNAM/Facultad de Derecho-Porrúa, 1985, 2ª ed. USA, Amazon, 2015. Morelos. Polémica sobre un caso célebre, México, Gobierno de Michoacán/Secretaría de Cultura, 2010. Políticos, corsarios y aventureros en la guerra de independencia de México. USA, Kindle-Amazon, 2015 El libro de los códigos de Antonio Florentino Mercado, México, Congreso de Michoacán, 2010. Migración y poder, México, Gobierno del Estado de Michoacán/Secretaría del Migrante, 2011; publicado bajo el título Exilio y poder, USA, Amazon, 2015. La biblioteca de un reformador, México, UMSNH, 1995. Santos Degollado, Rector, Gobernador, Secretario de Es-tado, Ministro de la Corte, México, en Historia de los Ejércitos Mexicanos, SDN-INEHRM, 2013; título publicado en Amazon, 2015. La retirada de los seis mil. Ignacio Zaragoza, México, en Historia de los Ejércitos Mexicanos, SDN-INEHRM, 2013; título publicado en Amazon, 2015. La resistencia republicana en Michoacán, USA, Amazon, 2015. Michoacán. Historia de las Instituciones Jurídicas. 17862010, México, Senado de la República-UNAM/Instituto de In-vestigaciones Jurídicas, 2010.

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UNA NACIÓN, UN PUEBLO, UN HOMBRE

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