Relación entre ética, moral y religión

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MORAL Y ETICA 1.1 La moralidad como fenómeno social Descubrimiento de la moral a través del lenguaje: A través del lenguaje percibimos la importancia social de cualquier realidad. Analizándolo, descubrimos las preocupaciones religiosas, políticas, económicas o de cualquier otra Índole en una sociedad. El lenguaje cotidiano está lleno de expresiones morales: "Eso no está bien"; "¿Por qué lo hiciste?"; "Esa actitud es irresponsable"; "Actuó en forma deshonesta"; "Hay que respetar las leyes"; "Tenemos deberes y derechos"; etc., etc. Esto nos indica que la moral está presente en la vida de todos nosotros y cualifica las relaciones sociales. Desde muy niños aprendemos que hay cosas buenas y cosas malas, que unas actividades son simplemente toleradas, otras premiadas y otras castigadas. La familia, el colegio, la televisión, las lecturas, etc., van habituándonos paulatinamente a diferenciar los comportamientos positivos o buenos de los negativos o malos. "Esto es bueno", "aquello es malo", "no debes hacer eso", "debes portarte bien", etc., son expresiones que el niño va grabando en su mente y operan en ella inconscientemente como condicionadores de la conducta. Inicialmente todas las normas se reducen a dos posibilidades: lo permitido y lo prohibido. Luego, a medida que crecemos, esta primera y sencilla diferenciación de los actos se vuelve más compleja y se teoriza hasta distinguir las normas de conducta de acuerdo a su origen. Así, lo bueno y lo malo dicen relación a diferentes aspectos de la vida humana. Pueden referirse al ámbito de las costumbres sociales, como las formas de comunicación, las normas de urbanidad, el respeto a las tradiciones; pueden referirse también al ámbito de la religión, como los mandamientos que el hombre cree haber recibido de Dios; y pueden referirse, por último, al ámbito de los valores que nos conducen a la perfección humana, independientemente de toda prescripción religiosa o social. Cada uno de estos ámbitos posee su propia criteriología. A veces coinciden o se complementan. Otras veces se oponen. Cuando una sociedad es tradicionalmente religiosa, como la nuestra, resulta muy difícil distinguir el fundamento de una valoración determinada. Por ejemplo, en el caso del aborto o del divorcio, tan pronto oímos condenaciones como aprobaciones, en las que los planos unas veces se confunden y otras se enfrentan radicalmente. En este nivel localizamos una abundante terminología moral. Hablamos de moral e inmoral, lícito e ilícito, permitido y prohibido, honesto y deshonesto, ético y no ético, justo e injusto, etc. Las actitudes positivas son denominadas virtudes y las negativas vicios. Y de acuerdo al grado de virtud o vicio que encontramos en las personas, las clasificamos. Unas son buenas, decentes, honorables, dignas, magníficas. Otras son indecentes, vulgares, deshonestas, perversas, inmorales, bajas. De ahí deducimos que la moral no es algo yuxtapuesto a la persona, sino su misma vida


evaluada desde un determinado criterio de perfección o de realización. Existe una terminología moral que dice relación al estado anímico de las personas. Cuando alguien ha sido afectado por un contratiempo, decimos de él que está desmoralizado, sin moral, con una moral caída o con la moral en los pies; o bien, al contrario, que está recuperando o levantando la moral, que tiene la moral muy alta. Aunque el significado de este lenguaje es más psicológico que moral, lo mencionamos para hacer ver que en la mentalidad común lo moral y lo vital se hallan tan estrechamente unidos que llegan a confundirse. A través de este lenguaje cotidiano, expresamos espontáneamente, al margen de toda elaboración teórica, una profunda realidad: la moral es algo vital, algo existencial, es la vida misma, consciente de sí, autoevaluándose en busca de la perfección. Utilidad social de la moral La actitud más común que asumimos frente a la moral es simultáneamente de aceptación y de rechazo. Aunque resulte paradójico, tan pronto echamos mano de la moral y la defendemos como la hacemos a un lado para escapamos de sus requerimientos. Ejemplos de esta situación los tenemos a cada instante: Cuando gobernantes y burócratas saquean descaradamente el erario público o adjudican contratos que perjudican el patrimonio nacional, denunciamos a gritos la inmoralidad pública y pedimos moralización; pero, simultáneamente, quienes los criticamos no tenemos inconveniente en hacer pequeñas trampas en los impuestos o en los negocios, y vemos como algo normal el tener preferencias con los amigos, el uso de las palancas, el "serrucho". Todo mundo está de acuerdo en que el colegio debe dar a los jóvenes una buena orientación sexual: respeto a la mujer y al matrimonio, rechazo del aborto, del adulterio, del amor libre, etc.; pero poco importa que los adultos no cumplan esas normas. El estudiante está de acuerdo con que el copiar es deshonesto; pero si se encuentra en apuros y tiene la ocasión, copia sin remordimiento alguno. Esta doble actitud revela un hecho elemental: la vida en sociedad necesita una serie de normas que aseguren la paz y el orden entre los individuos, de forma que los intereses particulares no atenten contra los intereses comunes. Acordes con la racionalidad surgen elevados ideales de perfección, que la sociedad difunde e impone como principios de comportamiento que todos deben obedecer: respeto a la vida, a los bienes, a la fama de los demás, amor a los semejantes, cumplimiento de la palabra dada, respeto a las instituciones, veracidad, educación, etc. Estos principios representan el bien moral, por cuanto miran directamente a la perfección y al bienestar social; sus contrarios constituyen el mal moral. Sin esta distinción entre el bien y el mal, la sociedad no podría subsistir. De ahí que la moralidad sea defendida por todo sistema social, como código de comportamiento aceptado y respetado por todos. La conciencia de cada individuo es más eficaz que las leyes escritas. Conductas morales contradictorias: la "doble moral" Sin embargo, y aquí viene el problema, el individuo se siente limitado en sus intereses por las normas morales. Entonces, o bien renuncia a sus intereses para observar una conducta recta, o bien adopta conductas condenadas por la moral pero que a él le satisfacen. Más aún, se da el caso de que algunos individuos rechazan como equivocadas determinadas normas


establecidas y adoptan conductas opuestas, con lo cual entran en abierta crisis los valores morales tradicionales. Contra este peligro, la sociedad se vale de diferentes instituciones para mantener y reproducir sus patrones morales: la familia, la escuela, el gobierno, la religión, los medios masivos de comunicación. En esto podemos percibir un cierto relativismo de los principios o normas morales definidos por una sociedad. Sabemos que la sociedad no es un ente abstracto y trascendente, en el que reside la verdad eterna. La sociedad, nuestra sociedad, está conformada por grupos con intereses antagónicos. Un grupo minoritario, el de las familias acomodadas, dueño del poder económico y político, y orientador de la religión y la cultura en general, se identifica a sí mismo con la sociedad. Otro grupo, el conformado por las familias de bajos ingresos, que son la mayoría, como carece de poder, se ve obligado a aceptar los patrones impuestos por el primero. El orden moral establecido durante siglos por los poderosos, que responde a sus intereses, se hace aparecer como "el orden moral" sin más. Como los poderosos ocultan tras él su propio interés de clase egoísta, pronto el "orden" es cuestionado por quienes se sienten víctimas de los abusos del poder, calificándolos como un desorden, y las instituciones tradicionales pierden la autoridad moral necesaria para hacer respetar los principios en que se apoya. De ahí la actitud generalizada de burlar las exigencias morales siempre que es posible; actitud que se da tanto en los ricos como en los pobres, en los adultos como en los jóvenes, en los educadores como en los educandos, en los gobernantes como en los gobernados. Así se generaliza la denominada "doble moral", tan común entre nosotros: se tiene una moral en la iglesia y otra en la calle, una en la vida pública y otra en la vida privada, una para los demás y otra para uno mismo. Universalidad del hecho moral El fenómeno que venimos describiendo posee un carácter universal. Debido a que es algo arraigado en el ser mismo del hombre, como lo es su sociabilidad, éste ha sido cualificado por la moralidad desde sus orígenes. Veremos luego que el sentido de la moralidad brota de la conciencia de la responsabilidad y la libertad. De ahí que no resulte atrevido afirmar que el hombre en cuanto hombre es un ser moral. De ahí también el hecho de que en todos los pueblos, incluso en los más primitivos, aparezca siempre la estructura de lo moral. Las diferencias entre los pueblos y los mismos individuos residen no en el hecho de ser morales sino en el contenido de su vida moral. No siempre 10 que es bueno para unos resulta bueno para otros, ni lo que es considerado bueno hoy lo ha sido siempre. El desarrollo del hombre, tanto a nivel colectivo como individual, abre ante él nuevas posibilidades, nuevos horizontes de realización que transforman sus cánones de valoración moral. El hombre antiguo pudo encontrar-buena la práctica de la esclavitud, la poligamia, el asesinato de los vencidos, el sometimiento de la mujer al varón, la tiranía. Sin embargo, a medida que se fue desarrollando en la humanidad la conciencia de la dignidad e igualdad de todos, estas prácticas se fueron abandonando y prohibiendo. En ambas situaciones hay algo en común: el sentido moral, que justifica o reprueba. Lo mismo se puede decir de cada individuo particular. Ningún sujeto normal, por malvado que sea, carece de conciencia moral. En el lenguaje común utilizamos el término


"inmoral" para calificar a una persona que obra en contra de los principios comúnmente aceptados. Pero etimológicamente inmoral significa carente de moral. Sólo los dementes podrían ser inmorales en el sentido etimológico del término. Lo que sucede con el lenguaje es que moral y moralidad han pasado a ser sinónimos de rectitud moral, y, consiguientemente, inmoral e inmoralidad, sinónimos de falta de rectitud. 1.2 Distinción entre moral y ética. Definiciones En el punto anterior hablamos de moral y no de ética, a pesar de que éste es un libro de ética. ¿Cuál es la diferencia entre ambos términos? Etimológicamente poseen el mismo significado. Moral proviene del latín mos (plural mores); ética proviene del griego ethos. Ambos significan costumbre. Muchos autores utilizan indiferentemente estos dos términos, como sinónimos. Sin embargo, se va generalizando la tendencia a distinguidos para identificar dos niveles diferentes dentro de la misma realidad. Siguiendo esta corriente, entendemos por moral el hecho al que nos hemos referido en las páginas anteriores, y por ética la teoría sobre el fenómeno moral. Expliquemos un poco esta diferenciación. Podemos definir la moral como el conjunto de reglas o normas de comportamiento en que se establece la distinción entre lo bueno y lo malo como criterio de perfección humana. En el plano más simple, se encuentran las costumbres o tradiciones y las formas de convivencia: prácticas religiosas, económicas, procreativas, jurídicas, educativas, etc. Por encima de ellas se hallan los valores, que cumplen la función de principios universales: justicia, amor, verdad, etc. Ambos planos se entremezclan y configuran el nivel de la moralidad o moral. Así se puede hablar lo mismo de la moral de un pueblo que de la de un individuo, de la moral religiosa que de la moral civil, de la moral más primitiva que de la moral más civilizada. En otro nivel se encuentra la ética. Damos el hombre de ética al estudio sistemático de la moral, a la teoría de la moral. Así como una cosa es la belleza, impresa en las obras de arte, y otra distinta la estética, que estudia el fenómeno de la belleza, del mismo modo una cosa es la moral, manifiesta en las costumbres y normas de comportamiento, y otra diferente es la teoría que la estudia. A esta teoría la denominamos ética. Incluso, es necesario hablar de éticas, en plural, porque, como veremos luego, son muchas ya veces opuestas las teorizaciones que a lo largo de la historia se han elaborado sobre la moral. La ética no se limita, como algunos han pretendido, al estudio sociohistórico de la moralidad. Al intentar fundamentar la bondad de las conductas, la ética se vuelve disciplina normativa. Trata de establecer en qué consiste el valor de bondad que atribuimos a determinadas conductas. Y cuando lo hace, simultáneamente establece una contraposición entre las conductas buenas y las malas, imponiendo el consiguiente "deber" de seguir aquéllas y evitar éstas. Utica es, por tanto, la filosofía moral o la filosofía de la moral. La ética no crea la moral. Se encuentra con ella y la estudia. Analiza las formas concretas de comportamiento moral, con el fin de definir la esencia de la moralidad, su origen y razón de ser, la estructura de la conducta moral (actos, actitudes, opciones, situaciones), las expresiones de normatividad moral (ley, conciencia, valores) y las diferencias de orientación entre las morales de distintas épocas, culturas y filosofías. A este tipo de análisis corresponde precisamente la estructura del presente libro. (GONZÁLEZ ALVAREZ, Luis José. ÉTICA. Editorial el Búho. Bogotá D.C. 2004)


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