Relación entre ética y religión

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RELIGIÓN Y ÉTICA Las relaciones entre religión y ética han merecido juicios muy diferentes y aun contradictorios. Hermann Cohén lo explica con toda claridad: «Yo no he retrocedido ante la consecuencia metodológica de que la religión tiene que disolverse en una ética» Kant defiende una identidad parcial entre ambas, ya que en lo que respecta al lado práctico de la religión la reduce a la moralidad («Todo lo que se supone que el hombre debe hacer, además de llevar una vida humana para ser grato a Dios, es una pura ilusión religiosa, un pseudoservicio a Dios»), pero en el plano teórico de la religión admite una idea que la ética ignora: la idea del legislador divino. Por eso puede decir: «Religión es (subjetivamente considerada) el reconocimiento de todos nuestros deberes como mandamientos divinos». Cometido suyo es el de ofrecer un motivo impulsor y sobre todo una sanción compensadora del obrar moral. La filosofía escolástica ha insistido tanto, dentro de esa línea, en el fundamento religioso del carácter vinculante de los valores morales que llegó a ignorar el valor específico de lo moral y la autonomía de la esfera axiológica de lo ético. Nicolai Hartmann contrapone de forma tajante religión y ética, oposición que ha intentado probar nada menos que mediante cinco antinomias o contrastes: la que representa la mundanidad de la ética frente al carácter transmundano de la religión, la existente entre Dios y hombre, la que media entre autonomía y teonomía, la que se da entre libertad y providencia, y finalmente la antinomia de la redención, que puede representar una idea éticamente absurda e imposible 1. Frente a esta oposición radical de ética y religión hay que tener en cuenta no obstante que también se dan puntos comunes. No sólo la filosofía, también la ética entra en contacto con la religión a través de la idea de absoluto. Para Kant la conciencia moral se define por el imperativo categórico: «Obra de tal modo, que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal». Con otras palabras: ¡Obra de tal modo que puedas desear que todos actúen como tú ahora! Ese imperativo categórico es, bajo la forma del deber absoluto, la presencia vivida de lo absoluto en el hombre. Con ello experimenta el hombre una determinación voluntaria, no explicable por leyes naturales; con ello aparece él, pese a su insignificancia cosmológica, como un sujeto moral que está por encima de la naturaleza y de su causalidad; y, finalmente, con ello recibe una dignidad que lo eleva por encima de la naturaleza toda. Es un hecho no empírico de la razón «del que nosotros tenemos conciencia inmediata». Según la filosofía de los valores el carácter específico del deber deriva de la cualidad axiológica del propio valor moral. Ese valor se vive directamente como algo que «debe ser», como «vinculante», como algo que se exige a toda costa y absolutamente y que escapa por completo al capricho y humor del hombre. De ese modo tanto en la conciencia moral como en la experiencia religiosa lo absoluto tiene la importancia de una realidad que supera la


naturaleza y su causalidad, de una magnitud «no terrena»; y sobre esa plataforma descansa el parentesco entre ética y religión. Otro elemento hermanante está en el ethos de la religión, que abraza un complejo de acciones, de las que al menos una parte considerable es de tal índole que merece una altísima valoración moral. 2. La profunda diversidad entre religión y ética se hace patente sobre todo en la peculiaridad del respectivo contenido axiológico que se persigue y del correspondiente comportamiento axiológico del sujeto. En el fondo la religión se fundamenta en el contacto del hombre con la realidad transcendente, que posee la cualidad axiológica de lo santo. Con lo santo y divino el hombre religioso siempre ha entendido algo que es tan valioso como real, una unidad de valor y ser, una realidad valor, algo que no tiene que realizarse como un valor ideal. Por el contrario, el valor al que apunta la conducta moral es un valor ideal; tiene la manera de ser de los objetos ideales, que al hombre no le vienen ya dados como reales sino que se le imponen para realizar; para su realización requieren el acto voluntario del hombre. A la diferencia estructural de los valores que se pretenden en cada caso corresponde una conducta axiológica subjetiva distinta. Lo santo no requiere ninguna realización por parte del hombre, sino la buena disposición para sometérsele e incorporarse al mismo. Lo cual no quiere decir que en la religión la mera vivencia pasiva sea lo decisivo y determinante sin más. En ese campo cuenta también la reacción libre y consciente del hombre a lo santo; pero que nunca debe proponerse una realización o elevación axiológica de lo santo, sino un reconocimiento, alabanza y súplica, que son su coronación. En la moralidad, por el contrario, el hombre actúa sobre la realidad para configurarla en el sentido del valor ético. O, dicho más exactamente: a la moralidad corresponde la realización de los valores éticos ideales en el sentir y en el obrar del hombre. Y el hombre tiene que empezar por trasladarlos de la esfera ideal a la esfera de la realidad. (JOSEF SCHMITZ, FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN. BARCELONA. EDITORIAL HERDER. 1987)


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