Tradición Católica : Abril-Junio 2019

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Editorial

El diálogo con el islam, casa construida sobre la arena

L

a visión que el Concilio Vaticano II tiene de las religiones no cristianas es sumamente positiva. La Declaración conciliar Nostra Aetate canta himnos de alabanza al hinduismo, al budismo, al judaísmo. Con relación al islam, afirma: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres» (núm. 3). Cuando hablamos del islam, podemos destacar tres puntos característicos. El primero es su “profesión de fe” que, más que una profesión de monoteísmo radical («Doy fe de que no hay más divinidad que Dios y Mahoma es el mensajero de Dios») es, ante todo, antitrinitaria. El islam rechaza como una blasfemia la Santísima Trinidad y, en consecuencia, la divinidad de Cristo. De Nuestro Señor dice mucho bien, menos que es Dios. Dios es único y no ha engendrado, se afirma en el islam, y los católicos son llamados “asociadores”. Dogma de la Trinidad, divinidad de Cristo y Crucifixión son diferencias doctrinales insalvables. En segundo lugar, lo que especifica al islam es su violencia innata. Ya es un mal síntoma que el Corán esté plagado de expresiones violentas y guerreras, en agudo contraste con el Evangelio. El mundo se divide para los musulmanes en dos partes: dar-al-islam, la tierra del islam, y dar-al-Harb, literalmente la tierra de la espada o de la guerra, que corresponde a la que ellos todavía no dominan. En el Corán se ordena expresamente la guerra santa para imponer la religión islámica hasta que los enemigos se conviertan o paguen tributo por dejarles vivir bajo el poder musulmán: «Combatid a quienes no creen en Dios ni en el día del Juicio Final y a quienes no prohíben lo que prohíbe Dios y su Mensajero, y a quienes no practican la verdadera religión tras habérseles dado el Libro, combatidles hasta que humillados paguen personalmente el tributo» (Sura 9, aleya 29). Fomenta la crueldad, alabando el asesinato de un cristiano como una buena obra. El islam surgió desde el primer momento como una religión beligerante y agresora. Finalmente, el islam es una religión profundamente sensual que promueve los


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