¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié?* P. Guy Castelain
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Introducción: ¡Señor, danos santos sacerdotes!
En la crisis de la Iglesia que vivimos, un católico bien nacido está normalmente deseoso de recurrir a un pastor digno de ese nombre. Como esos pastores son cada vez más raros, es urgentísimo pedir a Dios: “¡Danos sacerdotes, danos santos sacerdotes, danos muchos santos sacerdotes!” Nota del traductor: Los dos artículos que aquí se han refundido se publicaron originariamente en francés en la revista Le Combat de la foi catholique (Le Moulin du Pin). Por ralliement se entiende en francés unión o adhesión a un régimen o posición; es término muy cargado de connotaciones políticoreligiosas desde los tiempos del papa León XIII y la III República francesa y, por ello, falto de buena traducción al español. «Se llama “ralliés” a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que, habiendo elegido en un primer momento la defensa de la Tradición después, a partir de las consagraciones del 30 de junio de 1988 y la excomunión fulminada contra Mons. Lefebvre, Mons. de Castro-Mayer y los cuatro obispos consagrados, eligieron ponerse bajo la dependencia efectiva de la jerarquía actual al tiempo que conservaban la liturgia tradicional. Se unieron pues a la Iglesia conciliar. Por extensión, el vocablo “ralliés” designa a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que conservan la liturgia tradicional pero aceptan los principales errores conciliares, así como la plena validez y la legitimidad del novus ordo de Pablo VI y de los sacramentos promulgados y editados por Pablo VI» (Padre François-Marie Chautard, Catecismo de las verdades oportunas: los “ralliés” (vistos por Mons. Lefebvre), en Tradición Católica, núm. 266, enero-marzo 2019, p. 17).
Es evidente que hoy a la Iglesia le haría falta un ejército de “curas de Ars”. San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars es, en efecto, el tipo mismo de “santo sacerdote” pero, felizmente, no tenemos que esperar nuevos “curas de Ars” para poder recurrir a “santos sacerdotes”. Podríamos tener que esperar mucho tiempo… Cuando hablamos de “santos sacerdotes”, es de suma importancia saber de qué hablamos. No se trata de juzgar a tal o cual sacerdote para saber si es ”santo”, hablando subjetivamente. Tampoco se trata de estimar a un sacerdote por sus cualidades personales de bondad, de simpatía o de afabilidad. Los sacerdotes modernistas son a menudo expertos en la materia. No se trata de juzgar al sacerdote en base a sus capacidades de relación, en base a su celo por las almas o en base a su elocuencia pastoral. El problema no está aquí: nos quedaríamos en lo subjetivo. Cuando hablamos de “sacerdotes santos” hay que entender esta expresión en el sentido en que la Iglesia la entiende. Un sacerdote santo es un sacerdote que predica la doctrina católica sin alteración y que da los sacramentos sin adulterarlos. Es un sacerdote que predica la verdad y denuncia el error, que enseña y practica la virtud y condena los vicios. Es un sacerdote sin componendas con el mundo y sus errores. Es un sacerdote tal