Lecciones de la Literatura Christopher Fleming
A
parte de saber que no estamos solos[1], una de las cosas que nos puede enseñar la literatura es como pensaba la gente en otras épocas. No importa que una historia sea ficticia y todos sus personajes inventados, porque las obras de los grandes escritores siempre reflejan actitudes y comportamientos de su tiempo. Lógicamente, para que una historia sea creíble, para que tenga buena acogida entre el público, las motivaciones de los personajes tienen que ser propias de su época. Uno puede objetar diciendo que los hombres no han cambiado esencialmente desde que el mundo es mundo. Esto es verdad; por esta razón nos siguen apasionando las historias del pasado y nos siguen pareciendo relevantes hoy en día. Sin embargo, las estructuras sociales y la mentalidad que las sostiene sí han cambiado. En este artículo examinaré tres ejemplos literarios que reflejan eras pasadas que hablan de cuánto ha cambiado la sociedad respecto a la de hoy. Primero, la novela Jane Eyre de Charlotte Brontë. La protagonista homónima se enamora del Sr. Rochester, el dueño de la casa donde trabaja como
institutriz. A pesar de cierto misterio que rodea el pasado de Rochester, cuando éste le pide matrimonio, Jane no cabe en sí de gozo y acepta. El vuelco dramático tiene lugar en la iglesia, cuando el ministro que oficia la ceremonia dice la frase de rigor: “si alguno presente conoce algún impedimento por el cual estas dos personas no deben contraer matrimonio, que lo diga ahora o calle para siempre.” Un hombre en la sala exclama que no pueden casarse porque Rochester está casado con la hermana de éste. Ante el estupor de todos los presentes el novio lo reconoce; explica que de joven se casó en Jamaica con una mujer que luego se volvió completamente loca, que actualmente vive encerrada en el ático de su casa. Hay que recordar un detalle importante: la autora y todos los personajes de su novela son protestantes; es decir, no creen en la indisolubilidad del matrimonio y en principio admiten el divorcio. No obstante, la protagonista entiende que las esperanzas de felicidad que había depositado en su unión con Rochester se han desvanecido para siempre. Presa de angustia y confusión, Jane se da a la fuga, con la intención de no volver a encontrarse jamás