Tradición Católica: Enero-marzo 2020

Page 1


Indice Editorial: María, mujer, madre y mestiza................................................................ 1 El Papa Francisco califica de “tontería” la Corredención de la Virgen María...... 3 ¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!.................................... 5 P. José María Mestre Roc

María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán..................................................... 11 Franco y la Iglesia Católica...................................................................................... 17 Rvdo. D. Angel David Martín Rubio

La Iglesia prescindible............................................................................................. 33 Christopher Fleming

Andrew Gordon, O.S.B.............................................................................................. 37 Rvdo. D. Eduardo Montes

Crónica de la Hermandad en España..................................................................... 39 La primavera del postconcilio................................................................................ 41 L. Pintas

Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayuda y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia. NOTA FISCAL Los donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles parcialmente de la cuota del I.R.P.F., con arreglo a los porcentajes, criterios y límites legalmente establecidos (10 % de la base liquidable).

Estipendios para la celebración de la Santa Misa Misa: 17 € - Novenario: 170 € - Gregoriana: 680 €

Donativos - Giro postal: a nombre de Fundación San Pío X Casa San José 28607 - EL ALAMO (Madrid) - Talones: a nombre de Fundación San Pío X - Transferencias: a nombre de Fundación San Pío X Banco Santander Plaza de la Constitución, 8 28607 - EL ALAMO (Madrid)

IBAN: ES61 0030 1197 12 0010482271 BIC CODE: ESPCES MMXXX Depósito legal: M-39630-1984


Editorial

María, mujer, madre y mestiza

E

n su homilía el pasado 12 de diciembre el Papa dijo que al ver a la Virgen de Guadalupe piensa en tres cualidades fundamentales: es mujer, es madre y es mestiza, condiciones que bastan para definir a la Virgen más allá de otros títulos, que a su parecer “no tocan la esencialidad” de la Virgen”. “Nunca quiso para sí lo que era de Su Hijo”, predicó Su Santidad. “Nunca se presentó como corredentora. No. Discípula”. E insistió: “Nunca robó para sí nada que fuera de Su Hijo”, prefiriendo “servirle. Porque es madre. Da vida”. De ahí que, “cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto, hacer otro dogma, no nos perdamos en tonteras. María es mujer, es nuestra señora, María es madre de su hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer de nuestros pueblos”, zanjó. Un católico no tiene ningún problema en reconocer el lugar secundario de la Santísima Virgen en relación con el de Nuestro Señor. Con San Luis Mª Grignion de Montfort puede repetir: «Confieso con toda la Iglesia que siendo María una simple criatura salida de las manos del Altísimo, comparada con tan infinita Majestad es menos que un átomo, o, mejor, es nada, porque sólo Él es el que es. Por consiguiente, este gran señor siempre independiente y suficiente a Sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo». Pero la excelencia de María proviene de la voluntad de Dios. Él es el que quiso que entrase en el mismísimo orden hipostático. María nunca necesitó “robar” (expresión, por cierto, desagradable e inadecuada) porque, sencillamente, no lo necesitaba. Dios, al querer que fuese la Madre de Cristo, la hizo llena de gracia, la llena de gracia por excelencia, y le concedió los dones y privilegios necesarios para desempeñar su misión con toda perfección. Dios la prefiere a todo el resto de la creación, concediéndole la administración de su gracia: «Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María» (Tratado de la verdadera devoción, 25). Cuando hablamos de corredención de la Virgen, pues, decimos que María, por concesión especialísima de Dios, contribuyó de manera eficaz, aunque subordinada y unida a la acción salvífica de Jesucristo, a la redención del género humano, mediante su aceptación de la Divina Maternidad y sus Dolores que experimentó principalmente durante la Pasión y Muerte de su Divino Hijo. Esta cooperación especialísima de María a la obra redentora es peculiar y privativa de Ella y difiere, no sólo en grado, sino en carácter de la corredención común de los justos. Pío IX, en la Bula dogmática Ineffabilis Deus que define la Inmaculada Concepción, comenta las palabras que Dios dirige a la serpiente infernal: «Por haber he-


2

Editorial: Maria, mujer, madre y meztiza

cho esto, maldita seas… Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su descendencia. Ella te aplastará la cabeza y tú insidiarás su talón» (Génesis 3, 14-15), y afirma: «Los Padres vieron designados [en estos versículos] a Cristo Redentor y a María unida a Cristo por un vínculo estrechísimo e indisoluble, ejercitando junto a Cristo y por medio de Él sempiternas enemistades contra la serpiente venenosa y consiguiendo sobre ella una plenísima victoria». Los Padres y Doctores de la Iglesia señalaron este papel de María y afirmaron que, en la obra de la Redención, María fue para Cristo lo que Eva fue para Adán. Y por esta colaboración la Santísima Virgen recibe el nombre de Corredentora en el sentido estricto y completo de la palabra: Ella forma con Cristo un solo principio moral del mismo acto redentor, en unión con Jesucristo y nunca sin Él, no como elemento principal, pero sí como causa integrante por libre voluntad de Dios. Pero, ¿qué ocurre? Que la Virgen es un problema insoluble para los modernistas. Si el criterio de la Iglesia fue siempre el que San Bernardo expresa con tanta claridad: de Mariam numquam satis (nunca se dirá lo suficiente de María), no es lo mismo para el ecumenismo, que considera a María como un obstáculo. Dentro de ese ambiente de ambigüedad y duplicidad, es normal que el Papa se coloque en las filas de los minimalistas, es decir de aquellos para quienes cuanto menos se destaque el extraordinario puesto que tiene la Santísima Virgen en la economía de la salvación, mejor. Francisco sigue a quienes, en el Concilio Vaticano II, lograron impedir que a la Virgen se la dedicara un esquema propio y se opusieron ya entonces a la definición de la Corredención de María y de su Mediación universal como dogmas de fe (según pedían muchos padres conciliares) y no ocultaron su desagrado al proclamarla Pablo VI en el aula conciliar Madre de la Iglesia. Será bueno recordar las palabras del santo mariano por excelencia: «La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos» (Tratado de la verdadera devoción, 30). Una cosa es predicar con sencillez, otra hacerlo con rudeza, y más tratándose de un tema tan sensible para un católico como es el amor a la Virgen. La homilía de Francisco no ayuda a amar más a María, la rebaja a una simple “mujer”, “madre” y “mestiza”. Para un protestante es suficiente, para un católico no. Intentemos vivir lo que predicaba San Luis Mª Grignion de Montfort: «Estando totalmente consagrado a su servicio, es justo que lo realices todo para María, como lo harían el criado, el siervo y el esclavo, respecto a su patrón. En concreto, debes: defender sus privilegios, cuando se los disputan; defender su gloria, cuando se la ataca; atraer, a ser posible, a todo el mundo a su servicio y a esta verdadera y sólida devoción; hablar y levantar el grito contra quienes abusan de su devoción; y al mismo tiempo establecer en el mundo esta verdadera devoción; y no esperar en recompensa de este humilde servicio sino el honor de pertenecer a tan noble Princesa y la dicha de vivir unido por medio de Ella a Jesús, su hijo, con lazo indisoluble en el tiempo y la eternidad» (Tratado de la verdadera devoción, 265). m


El Papa Francisco califica de “tontería” la Corredención de la Virgen María

D

urante la homilía para la celebración de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe en la Basílica de San Pedro, el 12 de diciembre de 2019, el Papa Francisco se expresó despectivamente acerca de un título dado a la Virgen María por la Tradición de la Iglesia. Aun cuando no se trata de una enseñanza solemne, ni siquiera ordinaria, el acto es propiamente escandaloso: con asombrosa ligereza, el vicario de Cristo destruyó de un golpe el título de María Corredentora. Esta negación es impía porque se trata de una tradición profundamente arraigada y que ha sido adoptada y desarrollada por varios de sus predecesores, al menos hasta antes del Concilio Vaticano II.

interpretación habitual, bajo la apariencia de una joven mestiza. Para el Papa Francisco, únicamente estos títulos tocan lo esencial, mientras que muchos otros, como los que se otorgan a la Virgen en las Letanías Lauretanas, son más bien un reflejo de la piedad popular. Al mismo tiempo, rechazó resueltamente el título de corredentora: “Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora”. Al final de esta homilía, pronunciada en la víspera del 50 aniversario de su ordenación sacerdotal, agregó: “Cuando nos vengan con historias de que hay que

Una homilía papal Francisco se expresó sin un discurso escrito, pero de acuerdo con un plan bien definido, para explicar varios títulos que se le suelen otorgar a la Virgen María. Específicamente mencionó tres: mujer, o señora, madre y discípula. Al final, agregó el de “mestiza”, haciendo referencia al hecho de que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se presenta, según la

declararla esto, o hacer este otro dogma o esto, no nos perdamos en tonteras”. Para el Papa actual, querer declarar Corredentora a la Santísima Virgen, sería una “tontera”.


4

El Papa Francisco califica de “tontería” la Corredención de la Virgen María

La corredención de la Virgen María Basta consultar cualquier tratado de mariología preconciliar para comprender la importancia que el concepto de la corredención, aplicado a la Virgen Ma-

ría, había alcanzado en el pensamiento teológico durante cinco siglos. Los mismos Papas alentaron a los teólogos, así como a los fieles, a comprender mejor este título de nuestra Madre celestial. Para convencerse basta con recordar las palabras de los Papas, desde Pío IX, el Papa de la Inmaculada Concepción, hasta Pío XII, el Papa de la Gloriosa Asunción de Nuestra Señora. Una impiedad escandalosa

La palabra “Corredentora” hace su primera aparición a nivel magisterial mediante pronunciamientos oficiales de las congregaciones romanas durante el reinado del Papa San Pío X (1903-1914), y luego pasa a formar parte del vocabulario papal. El término aparece por vez primera en el Acta Apostolicae Sedis, como respuesta a una petición hecha por el padre Giuseppe M. Lucchesi, Superior General de los Servitas (1907-1913), en la que solicitaba la elevación del rango de la fiesta de los Siete Dolores de nuestra Señora, a una doble de segunda clase para toda la Iglesia. Al acceder a la petición, la Sagrada Congregación de los Ritos expresó el deseo de que con ello “se incremente el culto a la Madre Dolorosa, y se intensifique la piedad y agradecimiento de los fieles hacia la misericordiosa Corredentora de la raza humana”.

La negación de los títulos de la Santísima Virgen, especialmente los de Corredentora y Mediadora, tiene su origen en el ecumenismo moderno. Ya desde la proclamación del dogma de la Asunción de la Santísima Virgen en 1950, los modernistas expresaron su preocupación al ver en este dogma un nuevo obstáculo para el acercamiento con los protestantes. En el Concilio Vaticano II, los Padres suprimieron el esquema preparado sobre la Santísima Virgen, para no darle demasiada importancia, y lo convirtieron en un simple capítulo de la constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia. El Concilio reconoció a la Virgen María algunos títulos como el de Abogada, Auxiliadora, Socorro, e incluso Mediadora, proclamándola Madre de la Iglesia, pero la tendencia apuntaba al minimalismo. Esta tendencia sería también la de todos los papas postconciliares. Sin embargo, la homilía de Francisco es sin duda la manifestación más clara de este rechazo de la Tradición y del desprecio del cual se hablaba en voz baja entre los teólogos modernistas, como el Padre Yves Congar, pero que ahora se grita a voz en cuello bajo la cúpula de San Pedro. m


¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María! P. José María Mestre Roc

S

anto Padre, En la homilía que Su Santidad pronunció en la Basílica de San Pedro, con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, el pasado 12 de diciembre de 2019, muchos de nosotros, sacerdotes y fieles católicos, nos sentimos realmente consternados por el modo como Su Santidad hablaba de nuestra Madre del cielo. Pareciera que, después de haberse impuesto al mundo cristiano la misa protestantizada de Pablo VI, que ya no es sacrificio sino cena; que después de haberse generalizado la noción protestante de misericordia, la cual ya no exige el arrepentimiento del pecador, que sigue en su pecado; que después de haberse alabado a Lutero como «testigo insigne de Cristo y del Evangelio»; pareciera que tengamos ahora que contentarnos con hablar de la Virgen como lo hacen pura y simplemente los protestantes.

pula; subrayando además que ese, y no otro, es realmente su ser. «La celebración de hoy, los textos bíblicos que hemos escuchado, y la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que nos recuerda el NICAN MOPOHUA, me sugieren tres adjetivos para ella: señora-mujer, madre y mestiza.

1º Una mirada protestante sobre la Virgen ¿Qué dicen de la Santísima Virgen los protestantes? Que es mujer, que es madre, que es discípula de su Hijo como los demás. ¿Qué dijo Su Santidad de Ella? Pues exactamente lo mismo: que es mujer, que es madre, que es discí-

María es mujer. Es mujer, es señora, como dice el NICAN MOPOHUA. Mujer con el señorío de mujer. Se presenta como mujer, y se presenta con un mensaje de otro, es decir, es mujer,


6

¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!

La “tontería”, sin embargo, ha gozado del favor de numerosos Papas, teólogos y santos. Antes incluso que Pío XI, Benedicto XV, en su homilía de 1920 en ocasión de la canonización de San Gabriel de la Virgen Dolorosa y Santa Margarita María Alacoque, declaró: «Pero los sufrimientos de Jesús no pueden separarse de los dolores de María. Así como el primer Adán tuvo a una mujer como cómplice en su rebelión contra Dios, así el nuevo Adán quiso tener a una mujer que compartiera su obra al reabrir las puertas del cielo para los hombres. Desde la cruz, Él se dirige a su propia Madre Dolorosa como la “mujer,” y la proclama la nueva Eva, la Madre de todos los hombres, por quienes Él moría para que tuvieran vida».

señora y discípula… Y así es de sencillo, no pretende otra cosa: es mujer, discípula. Y si la piedad cristiana, a lo largo de los tiempos, buscó alabarla con nuevos títulos, eran títulos filiales, títulos del amor del pueblo de Dios, que en nada tocaban ese ser mujerdiscípula… María mujer, María madre, SIN OTRO TÍTULO ESENCIAL. Los otros títulos –pensemos en las Letanías lauretanas– son títulos de hijos enamorados que le cantan a la Madre, pero que

no tocan la esencialidad del ser de María: mujer y madre». Santidad, un protestante estará totalmente de acuerdo en hablar así de la Virgen María; pero le negará los títulos que todo católico, siguiendo en ello el Magisterio de sus Predecesores –y distinguiéndose así de los protestantes–, ha otorgado a Nuestra Señora: INMACULADA en su Concepción, MADRE DE DIOS –Su Santidad se limita a llamarla «Madre de su Hijo»–, VIRGEN PERPETUA –virginidad que Su Santidad tampoco menciona, y que hace de Ella una Mujer y una Madre (ambas con mayúscula) sin parangón ninguno–, CORREDENTORA en cuanto Socia de la obra redentora de Cristo, MEDIADORA UNIVERSAL de todas las gracias, y REINA de cielos y tierra, ABOGADA de los pecadores. 2º ¿La Virgen María no es Corredentora? Santo Padre, ignorando –por ecumenismo, podemos suponer– todos estos títulos, Su Santidad se atreve incluso a decir –a guisa de comentario de sus palabras: «María mujer, María madre, SIN OTRO TÍTULO ESENCIAL»– que la Virgen no es Corredentora: «Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. JAMÁS SE PRESENTÓ COMO CORREDENTORA. No, discípula. Y algún Santo Padre dice por ahí que es más digno el discipulado que la maternidad. Cuestiones de teólogos, pero discípula. NUNCA ROBÓ PARA SÍ NADA DE SU HIJO». Evidentemente, la Santísima Virgen nunca pretendió arrogarse los privilegios exclusivos de su Hijo: jamás se atri-


¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!

buyó la divinidad, ni el poder de crear, ni se llamó a sí misma «el Alfa y la Omega»; pero tampoco se la puede rebajar al rango de los demás fieles, a la condición de simple discípula, como si la Virgen María fuese tan sólo una feligresa fervorosa. Santo Padre, no es que la Virgen «haya robado para sí nada de su Hijo», sino que es más bien su Hijo quien la hizo partícipe de todas las prerrogativas que El mismo tuvo como Redentor, convirtiéndola en la «Nueva Eva» del «Nuevo Adán». Es Jesucristo mismo quien la hizo Corredentora, asociándola

7

las almas, de las cuales Ella es Madre por voluntad expresa de Cristo en la Cruz. Santísimo Padre, con asombrosa ligereza Su Santidad priva a la Virgen, no sólo del título de Corredentora, sino también –y por los mismos motivos– del título de Mediadora, de Reina, de Abogada: pues en todo eso Ella estaría supuestamente «robando para sí» algo de su Hijo. ¿Qué se hace entonces del Magisterio de sus Predecesores, en el que todos estos títulos de la Virgen quedaron sólida y teológicamente probados y afirmados? 3º La enseñanza del Magisterio de los Papas

Desde el siglo XVII hasta nuestros días, se calculan 124 teólogos que se expresan a favor de la Corredención inmediata de María, entre los cuales San Lorenzo de Brindis, San Juan Eudes y Olier. En el siglo XVIII, 53 escritores eclesiásticos se decantan a favor de la Corredención. En el siglo XIX, los teólogos en favor de la Corredención suben hasta 130.

a su obra de la Redención de los hombres; es El quien la hizo Mediadora de todas las gracias, asociándola a su propia Mediación universal; es El quien la hizo Reina y Señora de todo lo creado, otorgándole poder sobre toda la creación, y especialmente sobre el reino de

Sólo para abonar el título de Corredentora, el papa Pío IX, en la misma bula en que proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción, escribía: «Así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, después de asumir la naturaleza humana, borró la escritura del decreto que nos era contrario, clavándolo triunfante en la cruz, así también la Santísima Virgen, unida a El con apretadísimo e indisoluble vínculo, hostigando con El y por El eternamente a la venenosa Serpiente, y triunfando de la misma en toda la línea, trituró su cabeza con su pie inmaculado». El Papa que lo sigue, León XIII, no es menos claro en afirmar en varios textos la unión de la Virgen María con Cristo en la obra de la Redención: «La Virgen María, libre de la mancha original, elegida para ser la Madre de Dios, y por ese hecho asociada a El


8

¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!

en la obra de salvación de la raza humana, goza ante su Hijo de un favor y poder tal, que no han podido ni podrán igualarlo ni la naturaleza humana ni

«Era justo, en efecto, que Aquella que había sido asociada a la obra de la regeneración de los hijos de Eva a la vida de la gracia, fuese proclamada por el mismo Jesús Madre espiritual de la entera humanidad». También, al final de la Encíclica, escribe: «Para que el culto al divino Corazón de Jesús produzca frutos más copiosos, oblíguense los fieles a asociar a él la devoción al Corazón Inmaculado de María. En efecto, es sumamente conveniente que, como Dios quiso asociar indisolublemente a la Bienaventurada Virgen María a Cristo en la realización de la Redención […], así, el pueblo cristiano, que recibió la vida divina de Cristo y de María, después de haber tributado los debidos homenajes al Sagrado Corazón de Jesús, preste también al Corazón Inmaculado de María similares obsequios de piedad […]. En armonía con este sapientísimo designio de la Providencia divina, Nos mismo queremos consagrar solemnemente la Santa Iglesia y el mundo entero al Corazón Inmaculado de María». (Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas, 1956)

la angélica» (Encíclica Supremi apostolatus officio, 1883). «Junto a la cruz de Jesús estaba María, su Madre, quien

con inmensa caridad se movió a recibirnos como hijos, ofreciendo para ello voluntariamente a su Hijo a la justicia divina, y muriendo con El en su corazón, atravesado por una espada de dolor» (Encíclica Jucunda semper, 1894). «Desde allí, según los designios de Dios, Ella comenzó a velar por la Iglesia, para ayudarnos y protegernos como Madre, de modo que, después de haber sido cooperadora de la Redención humana, Ella también se convirtió, por el poder casi inmenso que le fue otorgado, en la dispensadora de la gracia que fluye de esta Redención para siempre» (Encíclica Adjutricem populi, 1895). A su vez el papa San Pío X mencionó la doctrina de la corredención de María en su famosa encíclica Ad diem illum (1904), para el quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción: «La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María merecía legítimamente convertirse en la reparadora de la humanidad caída y, por lo tanto, en la dispensadora de todos los tesoros que Jesús adquirió para nosotros por su muerte y por su sangre». El papa Benedicto XV empieza a valerse, no sólo de la noción de la corredención de María, sino de la palabra misma, en su Carta Inter sodalitia: «Al quedar asociada a la Pasión y muerte de su Hijo, Ella sufrió como si Ella misma muriera (...) para apaciguar la justicia divina; y sacrificó a su Hijo, tanto como pudo, para que con razón se diga que juntamente con El redimió a la raza humana. Y, por esta razón, todas las gracias que obtenemos del tesoro de la Redención nos


¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!

llegan, por así decir, de las manos de la dolorosa Virgen». El papa Pío XI tributa a la Madre del cielo, en su Epístola Explorata res (2 de febrero de 1923), esta hermosa alabanza:

Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48) enseña que la Pasión de Cristo obró nuestra Redención de tres modos: 1º) a modo de mérito, al merecernos la gracia santificante perdida con el pecado original; 2º) a modo de satisfacción, pagando a Dios la deuda por el pecado, reparándolo e intercediendo por nosotros; 3º) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo al Padre como víctima en la Cruz. También María cooperó subordinadamente a Cristo de estos 3 modos en nuestra Redención. Los teólogos dicen que lo que Cristo nos mereció de condigno o por estricta justicia, María nos lo mereció de congruo o por pura liberalidad de Dios.

«No incurrirá en la muerte eterna aquel que goce especialmente en su último momento de la asistencia de la Santísima Virgen. Esta opinión de los doctores de la Iglesia, confirmada por el sentimiento del pueblo cristiano y por una larga experiencia, se basa sobre todo en el hecho de que la Virgen

9

dolorosa quedó asociada a Jesucristo en la obra de la Redención». Pero, sobre todo, usa el término de «corredentora», en su mensaje a los peregrinos de Lourdes por el Jubileo de la Redención (29 de abril de 1935): «Oh Madre de piedad y de misericordia, que asististeis a vuestro Hijo mientras realizaba en el altar de la Cruz la redención de la humanidad, como corredentora y asociada a sus dolores, mantened en nosotros y aumentad cada día, os lo rogamos, los preciosos frutos de su pasión y redención». Finalmente, el papa Pío XII confirmó por enésima vez la doctrina de la participación de María en la obra de la Redención, en su encíclica Ad cæli Reginam (1954) sobre la realeza de María: «En el cumplimiento de la Redención, la Santísima Virgen se asoció estrechamente con Cristo (…) De hecho, así como Cristo, por habernos redimido, es nuestro Señor y nuestro Rey a un título especial, así también la Santísima Virgen es nuestra Reina y Redentora por la forma única en que Ella contribuyó a nuestra Redención». 4º Una impiedad escandalosa Santísimo Padre, son sus mismos Predecesores en el Pontificado los que han declarado todos los títulos que el pueblo cristiano otorga a la Santísima Virgen, incluso definiendo algunos de ellos para gloria de Dios y de María Santísima. ¿Cómo puede ser, entonces que Su Santidad diga lo que sigue? «Cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto o aquello, o hacer este u otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, es Nuestra Señora, María es


10

¡Por favor, Santo Padre! ¡No nos toque a la Virgen María!

Madre de su Hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios».

«Acuérdate y trae a tu mente, oh dulcísima Virgen María, que eres mi Madre y que soy tu hijo; que eres poderosísima y soy un pequeño ser vil y débil. Te suplico, dulcísima Madre mía, que me guíes y defiendas en todos mis caminos y en todas mis acciones. No me digas, oh Virgen graciosa, que no puedes, ya que tu Hijo predilecto Te dio todo poder… No me digas que no debes hacerlo, pues eres la Madre común de todos los pobres humanos y especialmente la mía. Si no pudieses te excusaría diciendo: Es verdad que es mi Madre y que me ama como a un hijo, pero su pobreza carece de posesiones y de poderes. Si no fueses mi Madre, tendría justamente paciencia, diciendo: Ella es rica para asistirme, pero ay de mí, al no ser mi Madre, no me ama. Pero ya que, oh dulcísima Virgen, eres mi Madre y eres poderosa, ¿cómo podrás excusarte de no consolarme y de no prestarme tu ayuda y tu asistencia? Ves, Madre mía, que estás obligada a consentir a todas mis peticiones». (Oración de San Francisco de Sales)

San Bernardo es el paladín de la Mediación mariana, de la Corredención y sobre todo de la Dispensación universal de toda gracia. Por cuanto se refiere a la Corredención, el primero, trató explícitamente de la “satisfacción” dada por María por la culpa de Eva, escribiendo: «María satisface por la madre Eva, ya que, si el hombre cayó por medio de una mujer, he aquí que no es levantado sino por medio de una Mujer reparadora de los protoparentes» (Hom. II super «Missus est», PL 183, 62).

¿Sus Predecesores, entonces, «se perdieron en tonteras»? En ese caso, un ineludible interrogante se plantea ante nosotros: ¿Cuáles son las verdaderas «tonteras»: las que ellos proclamaron y definieron, o las que Su Santidad se atreve hoy a afirmar, llevándoles la contra? ¿La «tontera» no será más bien decir que «María es mestiza, Ella mestizó a Dios»? ¿O pretende Su Santidad valerse de la Virgen Santísima para

abonar su teoría de la «inculturación de Cristo», tan claramente afirmada en el Sínodo de la Amazonía? ¿Será voluntad de María el «mestizar» o «inculturar» a Cristo en las diferentes culturas? ¿Será la Virgen una émula de la «Pachamama»? Santo Padre, el ecumenismo del Concilio Vaticano II es una divinidad a la que hay que inmolarle todo. Se le ha inmolado ya la Santa Misa, se le ha inmolado la liturgia y la doctrina católica, se le han inmolado los Estados católicos, se le han inmolado tantos y tantos fieles que se han pasado a las sectas. Ahora Su Santidad parece pedirnos que le inmolemos también lo único que nos han dejado, el último bastión, la última protección: la Santísima Virgen María, que es la única señal distintiva que nos queda como católicos. Por eso le rogamos, entre perplejos y angustiados: SANTIDAD, NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA. m


María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

U

no de los distintivos de la Religión católica es el amor y devoción a la Santísima Virgen, que parten: • de su dignidad de Madre de Dios; • del amor que le tuvo Jesucristo, el Verbo encarnado, a quien todo su Cuerpo místico debe imitar; • y de la misión que Dios le confió, a saber, la de ser la Socia indisoluble de Cristo en la obra de la Redención de las almas.

gar de Eva está María; por el árbol de la ciencia del bien y del mal, el madero de la cruz; y por la muerte de Adán, la de Cristo. ¿Ves ahora cómo el demonio fue derrotado por donde él mismo había antes vencido?». En efecto, el plan de Satán fue el siguiente: por la mujer perder al hombre,

1º María es la nueva Eva de Cristo

Para explicar esta vinculación entre María y Cristo, el Papa Pío XII nos pro- pone el título de María como «nueva Eva» que le dieron todos los Santos Padres. La razón de ello es que Dios ha concebido la obra de la Redención a modo de una divina venganza, en la que quiso servirse, en sentido contrario, de las mismas armas de que Satán se valió para vencer a la Humanidad y, en cierto modo, a Dios mismo. «Cristo derrotó y venció totalmente al demonio –afirma San Juan Crisóstomo– con los mismos medios y las mismas armas de que él se había servido para vencer primero. ¿Y cómo? Óyelo. Una virgen, un madero y una muerte fueron los símbolos de nuestra derrota. La virgen era Eva; el madero, el árbol de la ciencia; y la muerte, el castigo de Adán. Pero atiende de nuevo: una Virgen, un madero y una muerte son también los medios de la victoria. En el lu-

“Por un solo hombre (Adán) entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte”, dice San Pablo (Rom.5, 21). Pero Dios, que en sus inescrutables designios quería devolver al hombre el don de la gracia y la resurrección, envía al mundo a su Hijo (el nuevo Adán), nacido de una mujer, para que, -continúa hablando San Pablo,“por la justicia de uno sólo (Jesucristo) irán todos los hombres a la justificación de la vida”.

y por ellos a todo el género humano. El primer hombre, Adán, tuvo un papel decisivo en la caída original; mas la mujer tuvo un papel de introducción, de preparación, y más tarde, de cooperación. Dios condesciende, por decirlo así,


12

María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

en luchar contra Lucifer en el terreno escogido por él, y lo vence con sus propias armas. Al primer Adán, prevaricador, Dios opone un nuevo Adán, Cristo Jesús, según la enseñanza de San Pablo en su Epístola a los Romanos: así como por la desobediencia de un solo hombre, el primer Adán, entró en el mundo el pecado, que nos da la muerte a todos, por cuanto todos pecamos en Adán; así también por la obediencia de un solo hombre, Jesucristo, nuevo Adán, entró en el mundo la gracia, y se concedió a todos los hombres la justificación que da la vida. Pero a nuevo Adán corresponde nueva Eva. Todos los Padres y Doctores de la Iglesia, desde San Justino (siglo II) hasta San Bernardo (siglo XII), señalaron este papel de María como nueva Eva, comparándola con la primera; y afirmaron que, en la obra de la Redención, María fue para Cristo lo que Eva fue para Adán. Y así como en el orden de la caída todo comenzó por la mujer, también en el orden de la reparación y de la salvación todo comienza por otra Mujer, María. María, pues, ha sido esencialmente querida por Dios como la nueva Eva de Cristo, el nuevo Adán. Difícilmente se encontrará definición más exacta y completa de Ella que la que Dios mismo dio de Eva cuando creó a la primera mujer: «Adiutorium simile sibi, una Ayuda semejante a Él». «No es bueno que el hombre esté solo –dijo Dios antes de crear a la mujer–; hagámosle una ayuda semejante a él». Y puesto que Adán y Eva eran tipos y figuras de Cristo y de María, eso mismo hemos de decir de

ellos: que «no responde a los planes de Dios que el Hombre esté solo: reclama una Ayuda semejante a Él para realizar su Obra, la de la redención del género humano». Y así, María será para Cristo, en el orden de la reparación y de la gracia, lo que Eva fue para Adán en el orden de la caída y del pecado.

El Hijo de Dios (...) que se hizo hombre por medio de la virgen, a fin de que, por el camino que empezó la desobediencia venida de la serpiente, por ese camino también se destruyese. Porque Eva, siendo virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra salida de la serpiente, dio a luz desobediencia y muerte; y María, la virgen, habiendo concebido fe y alegría al darle el ángel Gabriel la buena nueva (de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo que también lo engendrado de ella, santo, sería Hijo de Dios) respondió: Hágase para mí según tu palabra. Y de ella nació aquel de quien hemos demostrado hablaron tantas escrituras, por quien Dios destruye la serpiente con los ángeles y hombres que se le asemejan, mientras que libra de la muerte a quienes se arrepienten de sus malas acciones y creen en Él. San Justino, Diálogo con Trifón

2º María, semejante a Cristo. 1º Se obra como se es: «Operari sequitur esse». Por eso, para colaborar con Cristo, María debía primeramente serle semejante en su ser. Y le será semejante de tres maneras: por su Inmaculada Concepción, en virtud de la cual se ve


María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

totalmente exenta del pecado original; por su plenitud propia de gracia, y por la eminencia singular de sus virtudes, todas ellas perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo. Debido a este triple privilegio, la unión de María con Cristo por la gracia supera todo lo que podemos imaginar. Jesús se posesionó de María de tal manera, que entre ellos dos sólo hubo un pensamiento, una voluntad, un querer, unos mismos intereses, un mismo deseo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas. 2º Además, para que esta colaboración con Cristo revistiera un carácter habitual y oficial, Cristo Jesús quiso que María le estuviese unida por lazos duraderos y físicos. Un matrimonio ordinario quedaba evidentemente excluido, por- que Jesús y María debían ser los nuevos padres de la Humanidad regenerada, no según la carne, como Adán y Eva, sino según el espíritu. Por eso, para que María fuese la Esposa espiritual y la Cooperadora universal de Jesucristo, Dios hizo algo admirable: la convirtió en Madre de Jesucristo según la carne, y la unió así de manera definitiva con Cristo por los lazos físicos más estrechos que puedan concebirse. Por esta maternidad divina, María quedaba elevada al nivel de Cristo, y equipada para realizar en unión con Cristo, y en dependencia de Él, la gran obra de glorificación del Padre y de salvación de la Humanidad. 3º María, ayuda de Cristo. Una vez que ya era semejante a Cristo, podía María colaborar con El. 1º Ante todo, será Corredentora con Cristo, siendo con El un solo principio moral del acto redentor mismo, y

13

a este título, Sacrificadora secundaria y Víctima subordinada del Sacrificio del Calvario.

En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, tuvo un marido, Adán, pero aún era virgen -pues «estaban ambos desnudos» en el paraíso «pero no sentían vergüenza» (Gén 2, 25), porque apenas creados no conocían la procreación; pues convenía que primero se desarrollasen antes de multiplicarse (Gén 1, 28)-, habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). Y por eso la Ley llama desposada con un hombre, aunque sea aún virgen, a la mujer desposada (Dt 22, 23-24), significando la recirculación que hay de María a Eva, porque no se desataría de otro modo lo que está atado, sino siguiendo el modo inverso de la atadura, de modo que primero se desaten los primeros nudos, luego los segundos, los cuales a su vez liberan los primeros. Así el primer nudo es desatado después del segundo, y así el segundo desata el primero. San Ireneo, Adv. Haereses


14

María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

2º Y como el acto redentor merece todas las gracias necesarias o convenientes para la salvación de la Humanidad, María participa también a este aspecto, mereciéndonos todas las gracias que serán concedidas a los hombres. Y así como Cristo es Mediador de todas las gracias, porque El las mereció al precio de su sangre, del mismo modo María, por ser Corredentora y haber merecido todas las gracias en unión con Jesús, al precio del martirio de su Corazón inmaculado, queda establecida por Dios Mediadora universal de todas las gracias: Ella nos ha merecido toda gracia, Ella la obtiene por su omnipotente oración, y Ella nos la destina y consiente a ella por un acto libre y consciente de su voluntad. 3º Ahora bien, la gracia es la vida del alma, su vida sobrenatural. Por lo tanto, como María comunica realmente la vida a las almas, Ella se convierte en Madre espiritual de todos los redimidos, ejerciendo sobre ellos una verdadera maternidad: María cumple de manera eminentísima todas las funciones que una madre ejerce en la vida de su hijo. 4º Redimir las almas, aplicarles los frutos de la redención, comunicarles la gracia, engendrándolas así a la vida sobrenatural, formarlas y hacerlas crecer en ella, es una obra ardua, pues a ella se oponen poderosas fuerzas adversas coaligadas contra Dios y contra las almas: el demonio, el mundo y las malas inclinaciones que el pecado original ha dejado en todo hombre. Lo cual significa que redención, santificación y vivificación son un combate incesante. Pues bien, en esta lucha María es la eterna

adversaria de Satanás, detrás de la cual Cristo parece esconderse, como en otro tiempo la Serpiente se había escudado detrás de Eva. María es la eterna y siempre victoriosa Combatiente de los buenos combates de Dios.

Por eso Dios puso una enemistad entre la serpiente, y la mujer y su linaje, al acecho la una del otro (Gén 3, 15), el segundo mordido al talón, pero con poder para triturar la cabeza del enemigo; la primera, mordiendo y matando e impidiendo el camino del hombre, «hasta que vino la descendencia» (Gál 3,19) predestinada a triturar su cabeza (Lc 10,19): éste fue el que María dio a luz (Gál 3,16). De él dice el profeta: «Caminarás sobre el áspide y el basilisco, con tu pie aplastarás al león y al dragón» (Sal 91 [90],13), indicando que el pecado, que se había erigido y expandido contra el hombre, y que lo mataba, sería aniquilado junto con la muerte reinante (Rom 5,14.17); y que por él sería aplastado el león que en los últimos tiempos se lanzaría contra el género humano, o sea el Anticristo, el dragón que es la antigua serpiente (Ap 20,2), y lo ataría y sometería al poder del hombre que había sido vencido, para destruir todo su poder (Lc 10,19-20). Porque Adán había sido vencido, y se le había arrebatado toda vida. Así, vencido de nuevo el enemigo, Adán puede recibir de nuevo la vida; pues «la muerte, la última enemiga, queda vencida» (1 Cor 15,26), que antes tenía en su poder al hombre. Por eso, liberado el hombre, «acaecerá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,54-55). Esto no podría haberse dicho si no hubiese sido liberado aquel sobre el cual dominó al principio la muerte. Porque la salud de éste consiste en la destrucción de la muerte. Y la muerte fue destruida cuando el Señor dio vida al hombre, quiero decir a Adán.. San Ireneo, Adv. haereses


María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

5º Más que eso: por debajo de Cristo, Ella es la invencible Generala de los ejércitos divinos, pues conduce y dirige el combate. Ella es para la Iglesia y para las almas todo lo que un general es para su ejército: da a las almas y a las mismas autoridades de la Iglesia las luces necesarias para descubrir las emboscadas de Satán y dirigir la batalla; sostiene los ánimos de sus hijos, los vuelve a lanzar al combate sin cesar, y les suministra las armas adecuadas para asegurarse de la victoria; pues todo eso es, con toda evidencia, obra de la gracia: gracia de luz, de valentía, de fortaleza, de perseverancia; y toda gracia, después de Cristo, nos viene de María. 6º En fin, por ser Madre de Dios, Socia universal de Cristo y Corredentora de la humanidad, María es también Reina universal junto a Cristo Rey; pues Jesucristo, después de asociarla a su obra redentora, esto es, al trabajo, sufrimiento y dolor, quiere asociarla a su triunfo y a su soberanía. Esta es la razón de la Asunción de María a los cielos: Cristo asocia a su Madre a su propia Ascensión, llevándosela al cielo en cuerpo y alma, y constituyéndola Reina de todo lo creado. Conclusión. ¿Qué actitud debe adoptar entonces cada hombre respecto de Aquella que Dios ha puesto junto a Cristo, en el corazón mismo del Misterio de salvación? Pues si Jesús ha querido que María le esté íntimamente asociada, en todo

15

tiempo y en todo lugar, en el sufrimiento y en la gloria, quiere ahora que igualmente le esté asociada en el culto que la Iglesia le tributa. «María, en la religión cristiana, es absolutamente inseparable de Cristo, tanto antes como después de la Encar-

Querida hija digna de Dios, hermosura de la naturaleza humana, reparación de nuestra primera madre Eva, porque por tu alumbramiento ha sido de nuevo elevada la que había caído. Querida hija, la más consagrada, esplendor de la mujer. Porque, aunque la primera Eva ofendió y por ella entró la muerte, habiendo servido a la serpiente contra nuestro primer padre, María, a su vez, en total sumisión a la voluntad de Dios, engañó a la serpiente engañadora. San Juan Damasceno, Hom. in Nativ. Mariae

nación: antes de la Encarnación, en la espera y en la expectativa del mundo; después de la Encarnación, en el culto y en el amor de la Iglesia. En efecto, somos llamados y vinculados de nuevo a las cosas celestiales sólo por la Pareja bienaventurada que es la Mujer y su Hijo. De donde concluyo que el culto a la Santísima Virgen es una nota negativa de la verdadera religión cristiana. Digo: nota negativa; porque no es necesario que dondequiera se encuentre este culto, se encuentre la verdadera Iglesia; pero al menos donde este culto está ausente, por el mismo hecho no se


16

María Santísima, la nueva Eva del nuevo Adán

Dado que la Santísima Virgen fue necesaria a Dios, con necesidad llamada hipotética, es decir, proveniente de la voluntad divina, debemos concluir que es mucho más necesaria a los hombres para alcanzar la salvación. La devoción a la Santísima Virgen no debe, pues, confundirse con las devociones a los demás santos, como si no fuese más necesaria que ellas y sólo de superogación (...) Las palabras y figuras del Antiguo y del Nuevo Testamento lo demuestran. El sentir y ejemplo de los santos lo confirman. La razón y la experiencia lo enseñan y demuestran. El demonio mismo y sus secuaces, impelidos por la fuerza de la verdad, se han visto obligados a confesarlo muchas veces, a pesar suyo. (...) “Ser devoto tuyo, oh María, dice San Juan Damasceno es un arma de salvación que Dios ofrece a los que quiere salvar” (...) Sólo María permite la entrada en el paraíso terrestre a los pobres hijos de la Eva infiel para pasearse allí agradablemente con Dios, esconderse de sus enemigos con seguridad, alimentarse deliciosamente sin temer ya a la muerte del fruto de los árboles de la vida y de la ciencia del bien y del mal, y beber a boca llena las aguas celestiales de la hermosa fuente que allí mana en abundancia. Mejor dicho, siendo Ella misma este paraíso terrestre o esta tierra virgen y bendita de la que fueron arrojados Adán y Eva pecadores, permite entrar solamente a aquellos a quienes le place para hacerlos llegar a la santidad. San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la verdadera devoción

encuentra la auténtica religión cristiana. Y es que la verdadera cristiandad no podría ser la que trunca la naturaleza de nuestra “religación” por Cristo, instituida por Dios, separando al Hijo bendito de la Mujer de la cual procede» (Padre Billot). De aquí se deduce, según la enseñanza constante de la Iglesia: 1º Que el culto a la Santísima Virgen pertenece a la esencia misma del cristianismo. Dios, al asociar a María a la obra de nuestra Redención, la sitúa en el corazón mismo de la Historia y de la Religión católica. La fórmula del cristianismo, ya como venida de Dios a nosotros, ya como ascensión de nosotros hacia Dios, no es Jesús solamente, sino Jesús–María. 2º Que el culto a la Santísima Virgen es, por ende, necesario para salvarse, y por lo tanto gravemente obligatorio. Quien se negase a tributar a María un mínimo de devoción, pondría en serio peligro su salvación eterna, por negarse a emplear un medio y una mediación que Dios ha querido utilizar en toda su obra redentora y santificadora. 3º Que el culto a la Santísima Virgen supone una plena adaptación a los planes salvíficos de Dios, que quiere comunicarnos la salvación y su vida divina por María; pues por este culto mariano concedemos a Nuestra Señora el lugar que le corresponde, por voluntad divina, en nuestra vida interior. Y es evidente que esta adaptación a los planes de Dios acarreará las más preciosas ventajas para cada alma en particular y para la Santa Iglesia de Dios en general; y, en cambio, las lagunas voluntarias y culpables en este punto serán siempre funestas para la Iglesia y para las almas. m


Franco y la Iglesia Católica Rvdo. D. Ángel David Martín Rubio

P

oco antes de su muerte, Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado desde 1936, redactó un testamento político encabezado con las siguientes palabras:

elogiosos de otros obispos cuya trayectoria previa y posterior, tal vez no hacía esperar semejantes conceptos. l El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid:

«Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo»(1).

Numerosos obispos españoles glosaron estas expresiones en las homilías pronunciadas tras el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975. A los términos expresivos y calurosos del cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo; José María García Lahiguera, arzobispo de Valencia; Pedro Cantero, arzobispo de Zaragoza; o los obispos José Guerra Campos (Cuenca), Luis Franco Cascón (Tenerife), Demetrio Mansilla Reoyo (Ciudad Rodrigo), Ángel Temiño Sáiz (Orense), Manuel Llopis Ivorra (Coria-Cáceres) y tantos otros(2), hay que sumar los no menos

El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, desde su puesto de obispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española fue el hombre del Papa Pablo VI para promover una Iglesia liberal, adaptada a la inminente implantación de la democracia en España. El tono que Tarancón dio a la Iglesia lo marcó la “Asamblea Pastoral Conjunta” de Septiembre de 1971, donde una asamblea de obispos y sacerdotes ultraprogresistas, especialmente seleccionados por él, pidió perdón “por no haber sabido ser ministros de reconciliación durante la Guerra Civil”.


18

Franco y la Iglesia Católica

«Alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos […] Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diría incluso, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento espiritual y material de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida […] Ha muerto uniendo los nombres de Dios y de España […] Gozoso porque moría en el seno de la Iglesia, de la que siempre ha sido hijo fiel».

l El cardenal Narciso Jubany Ar– nau, arzobispo de Barcelona: «Somos testigos de las múltiples manifestaciones de los sentimientos religiosos del ilustre difunto. Hemos constatado su gran espíritu patriótico y hemos admirado su total dedicación al servicio de España».

l El obispo de Bilbao, Antonio Añoveros Ataún: «Al recordar ahora la trayectoria de su vida, en permanente dedicación a sus ideales, con su arriesgada vocación militar al servicio de la Patria desde su juventud, con su entrega a las dificilísimas tareas de gobierno supremo en casi cuarenta años, nos hacemos más conscientes de la vocación particular y propia que tenemos los cristianos en la comunidad política».

l El obispo de Cádiz-Ceuta, Antonio Dorado Soto: «Dio testimonio de ejemplar vida familiar, de abnegado cumplimiento del deber, de dedicación y laboriosidad infatigables al servicio de la Patria, de arraigada religiosidad, de paciencia en el sufrimiento de sus enfermedades, pero además, al hacer hoy memoria de su figura, se nos aparece su persona fundida indisociablemente en el hombre de estado, en el hombre que ha vivido para cumplir el designio político de construir en su país el orden que había concebido».

l El obispo de Córdoba, José María Cirarda Lachiondo:

«Que Dios juzgue con bondad a su servidor y reciba toda su vida con sus virtudes hogareñas y con su entrega al trabajo».

l El obispo de Málaga, Ramón Buxarrais Ventura: «Sus palabras de perdón e invitación a seguir el camino de una convivencia pacífica son todo un programa de acción para los que continuaremos tejiendo la historia»(3).

Más de cuarenta años después, la figura de Francisco Franco es desconocida para las generaciones más jóvenes de los católicos españoles. A muchos que se han sorprendido ante el silencio de los portavoces de la Iglesia ante la exhumación de sus restos mortales por decisión unilateral de los ocupantes del Gobierno, este trabajo les ayudará a comprender cómo dicha actitud ante la persona y la obra de Franco solamente se explica desde el clima suscitado en torno al Concilio Vaticano II y la deriva eclesiástica que siguió. El general más joven de Europa: vida y profesión de fe No son muchos los datos disponibles acerca de la religiosidad de Franco con anterioridad a la Guerra Civil que le llevó a la jefatura del Estado. Algo lógico, si se tiene en cuenta que su biografía había transcurrido hasta entonces ligada estrictamente a una carrera militar brillantísima pero de escasa trascendencia exterior en lo que a su vida particular se refiere. Por eso mismo, la información al respecto es muy relevante a la hora de comprobar que mantuvo una profesión de fe sin fisuras a lo largo de toda su trayectoria. El Obispo de Cuenca, don José Guerra Campos, caracterizó años más tarde la religiosidad de Franco de acuerdo con las siguientes notas(4):


Franco y la Iglesia Católica – Identificación con la fe del pueblo, muy lejos del despotismo ilustrado de tantos gobernantes, Franco era reconocido como gobernante católico por excelencia, fuera de cualquier oportunismo. – Fe viva, no meramente sociológica ni reducida a mínimos. Poco a poco fueron conocidas sus prácticas piadosas, cotidianas y reservadas: misa y comunión, rosario, devoción eucarística, sacramentos, lectura, ejercicios espirituales anuales… No hay división entre su vida privada y su actuación como Jefe del Estado. – Siempre se vio intachable su conducta moral, como proyección de su fe en la vida práctica. – Sentido del deber y de sacrificio. Brillaron de modo singular su prudencia, serenidad, reflexión y moderación.

19

Comunión, la Confirmación y estudió el Bachillerato en el Colegio dirigido por el sacerdote don Marcos Vázquez. En 1907 ingresa en la Academia de Infantería de Toledo y a los diecisiete años se incorpora a su primer destino en El Ferrol. El 11 de junio de 1911 se inscribió como adorador activo y fue elegido vocal de la Junta Directiva en la Adoración Nocturna. Establecida en España en 1878, la Adoración Nocturna tenía como ejercicio piadoso más característico el tributar a Jesús Sacramentado expuesto solemnemente, actos de alabanza y desagravio entre el comienzo de la noche y el alborear de un nuevo día. A medida que iba avanzando en su carrera militar, fue adquiriendo con la lectura y el estudio una instrucción religiosa más amplia y completa al mismo tiempo que sólida y práctica. Los testimonios de esta época nos lo presentan en oración delante del Santísimo en momentos difíciles o participando, una vez más, en la Adoración Nocturna en un turno formado por militares. Años más tarde, lo encontraremos con frecuencia ante el Sagrario en momentos especialmente difíciles de la guerra y de su gestión como Jefe del Estado(5). La persecución religiosa en España (1931-1939)

Franco nació en El Ferrol (La Coruña) el 4 de diciembre de 1892. Recibió una excelente formación humana y religiosa en su propio hogar, sobre todo de manos de su madre que tuvo que llevar todo el peso de la educación de los hijos. Allí recibió el Bautismo, la primera

La situación de hecho de la Iglesia y los católicos desde la implantación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, fue de acoso y persecución abierta. Socialistas, anarquistas, comunistas y republicanos de izquierda diferían entre sí en casi todo: en la forma del estado, en la organización económica, en la consideración hacia los grupos sociales, en el papel de la cultura y la enseñanza... Única-


20

Franco y la Iglesia Católica

mente había un punto de coincidencia: la voluntad decidida de construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento religioso. Para la mayor parte de ellos la vida cristiana no encontraba lugar ni en espacios de intimidad pues, debido a sus propios presupuestos, la religión constituía un elemento alienante que había que destruir(6). Los artículos de la Constitución y las medidas tomadas con posterioridad respondieron al propósito de elaborar un marco legal negando la existencia política, social y cultural de un amplio sector de la sociedad española y, además, consagrando esta exclusión en el plano jurídico. El paso siguiente sería la invasión de la esfera de la intimidad y hasta de la vida. Los incendios de templos, la persecución legislativa y el asesinato masivo de eclesiásticos y seglares en la revolución de octubre de 1934 y, sobre todo, a partir de julio de 1936 fueron pasos sucesivos de una misma secuencia lógica en la que actuaron de manera combinada dos formas de laicismo: el elitista y burgués de los partidos liberales (con la legislación) y el de los partidos revolucionarios (con la acción directa). Con el Alzamiento Nacional, iniciado por el Ejército de África el 17 de julio de 1936 y secundado en la Península los días siguientes, se inicia la etapa plenamente revolucionaria dentro de la evolución histórica de la Segunda República, momento que marca el apogeo de la persecución religiosa. Al mismo tiempo, el acoso exterminador contra la Iglesia católica en zona frentepopulista, dio un carácter de Cruzada a la movilización en el bando contrario. En su Carta Colectiva (1-julio-1937), los obispos españoles declararon que la Iglesia jerárquica «no provocó la gue-

Mons. Pla y Deniel fue uno de los primeros en utilizar el término Cruzada en sentido estrictamente religioso en su pastoral Las dos Ciudades que dirigió a sus diocesanos el 30 de septiembre de 1936. Años más tarde diría sobre esta pastoral: «No fue nuestra Carta Pastoral, Las dos Ciudades, ni en nuestra intención ni en su texto, una soflama de obispo partidista que viniera en ayuda de una facción. No sabríamos hacer esto nunca. Fue el adoctrinamiento episcopal a los diocesanos en momentos graves y difíciles sobre sus deberes para con la religión y con la patria. El Magisterio Episcopal no se debe ejercer sólo sobre cuestiones teóricas y abstractas; debe orientar a los fieles ante los graves problemas concretos que la realidad presenta. Esto hicimos en 30 de septiembre de 1936, aplicando las doctrinas de Santo Tomás, de San Roberto Belarmino y de Suárez a aquel momento trascendental de la historia de nuestra España. Declaramos la licitud del Movimiento y su carácter de Cruzada después de que el gran Pontífice Pío XI había dado sobre toda consideración política su bendición de una manera especial a cuantos se han impuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la Religión, que es como decir los derechos y la dignidad de las conciencias, la condición primera y la base segura de todo humano y civil bienestar».

rra ni conspiró para ella, e hizo cuanto pudo para evitarla» y lamentó su estallido. Pero miles de ciudadanos católicos «obedeciendo a los dictados de su


Franco y la Iglesia Católica

conciencia y de su patriotismo y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristiana». Tal fue, también, el caso de Francisco Franco. Como a otros muchos españoles, le conmovió el asesinato del diputado monárquico Calvo Sotelo, sacado de su casa por fuerzas de orden público y milicias armadas. Él estaba convencido que al Ejército no le es lícito sublevarse contra un Partido ni contra una Constitución porque no le guste; pero tiene el deber de levantarse en armas para defender a la Patria cuando está en peligro de muerte. Las cifras de religiosos y sacerdotes asesinados en zona frentepopulista avalan esta última afirmación: Antonio Montero habla de 4.184 víctimas del clero secular (incluyendo a doce obispos, un administrador apostólico y un centenar de seminaristas), 2.365 religiosos y 283 religiosas; es decir, un total de 6.832, cifra comúnmente aceptada con ligeras oscilaciones. Mucho más elevado es el número de seglares muertos como consecuencia de la persecución religiosa. Los edificios destinados al culto fueron por regla general convertidos en cárceles, casas del pueblo, almacenes, garajes, cuadras... y sufrieron daños de diversa consideración aunque en su mayoría reparables. Pero el contenido de esos templos fue saqueado y quemado entre escenas sacrílegas, burlas, profanaciones, parodias de las ceremonias religiosas y realización de hechos incalificables con las imágenes. El Santísimo Sacramento, que a veces había podido ser consumido con reverencia, se convirtió en otras muchas ocasiones en objetivo preferente de los asaltantes. No en vano los obispos españoles caracterizaron la revolución por su crueldad,

21

El cardenal Gomá consultó con cada uno de los obispos, a los que envió las galeradas del documento que definitivamente vió la luz el 1 de julio de 1937, previa respuesta de conformidad de casi todos los prelados y previos retoques de última hora. La Carta colectiva del Episcopado español, 1 de julio de 1937, apareció suscrita por cuarenta y tres obispos residenciales y cinco vicarios capitulares. Sólo faltaron “libre y conscientemente” las firmas del cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, y mons. Múgica, obispo de Vitoria. Este no firmó porque no “le parecía prudente” al encontrarse fuera de su Sede; en cuanto a Vidal y Barraquer, según Granados, biógrafo de Gomá, por considerar el documento inoportuno ya que “podría dársele una interpretación política” o dar lugar a “represalias contra sacerdotes presos o necesitados de socorro”.

inhumanidad, capacidad destructora de la civilización y del derecho, antiespañolismo y, sobre todo, anticristianismo. Franco, liberador de la Iglesia perseguida. Desde el primer momento, las alocuciones de los militares sublevados reconocieron el carácter religioso de


22

Franco y la Iglesia Católica gión, el hogar, todo, todo esto intenta destruirse y no cabe permanecer indiferente»(7).

«Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes, en forma totalitaria fue cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por 100 en las diócesis devastadas en algunas llegan al 80 por 100 sumarán, sólo del clero secular, unos 6.000. Se les cazó con perros, se les persiguió a través de los montes; fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin perjuicio las más de las veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio social». Carta colectiva del Episcopado español

esta lucha. Así, el general Franco desde Radio Tetuán el 25 de julio de 1936 denunciaba las tropelías cometidas por los revolucionarios: «Crímenes monstruosos, horrendos, como en Arahal, pueblo de la provincia de Sevilla, donde se quemaron vivas a 23 personas por las turbas marxistas; Málaga la mártir con sus templos quemados y sus virtuosos sacerdotes martirizados; atropelladas las doncellas, abandonados los niños; este era el final que tenían destinado a toda España con la cooperación de un Gobierno inconsciente y criminal, arengando a las masas para arrasar las villas y las ciudades».

Y declaraba: «Es por el propio bienestar y el de los suyos, la vida de sus hijos, la familia, la Reli-

El pueblo español dio sentido de Cruzada a la guerra, sobre todo, a medida que se conocía lo que estaba ocurriendo en zona frentepopulista, donde ardían las iglesias y se asesinaba por miles a los sacerdotes y a los católicos practicantes. También la Jerarquía empezó a manifestarse en apoyo de los alzados, con documentos como la Carta pastoral de los obispos de Vitoria y de Pamplona (6-agosto-1936) y Las dos ciudades (30-septiembre-1936) del obispo de Salamanca Pla y Deniel, hasta desembocar en la citada de la Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España (1 de julio de 1937)(8). Por su parte, en el mismo discurso a quinientos españoles en que habló por primera vez de «verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra», el papa Pío XI daba su bendición «a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión»(9) y, al acabar la guerra, Pío XII expresaba el primordial significado de la victoria nacional en los siguientes términos: «El sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristiana, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España; y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan en Él” (Iud 13,17), supo resistir el empuje de los que, engañados con lo


Franco y la Iglesia Católica que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo» (10).

El cardenal primado, Isidoro Gomá(11) insiste con frecuencia, en sus informes oficiosos a la Santa Sede, en el criterio de juzgar a Franco como un católico convencido y estimar su postura al frente de la España nacional como una garantía de que la orientación cristiana del Estado prevalecería en las líneas de la política general. Por citar solamente alguno de sus escritos en este sentido: «Por lo que atañe a su representación religiosa y moral puede afirmarse en general que los elementos más significativos de estos organismos son bonísimos católicos, algunos de ellos hasta piadosos. Me es grato consignar los nombres del Generalísimo, católico práctico, que me consta reza todos los días el santo rosario, enemigo irreconciliable de la masonería y que no concibe el Estado Español fuera de las líneas tradicionales de catolicismo en todos los órdenes. Ha hecho manifestaciones de catolicismo acendrado»(12). «Tiene arraigados sentimientos religiosos, cumple como buen cristiano con los preceptos de la Santa Iglesia y manifiesta decidido empeño en que se restaure la vida religiosa del país, empezando por la reforma de nuestra legislación, tan embebida de espíritu laico por obra de los últimos gobiernos»(13).

Buena prueba de esta actitud sería la prudente intervención de Franco en cuestiones especialmente delicadas como lo fue la colaboración de los nacionalistas vascos con los marxistas, el compromiso político de parte de los sacerdotes en las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya y la intervención partidista en

23

el conflicto de miembros del clero vasco a favor de la causa roja, elogiada públicamente por la dirigente comunista apodada La Pasionaria(14). El cardenal Gomá y el generalísimo Franco pusieron fin con su intervención personal a las ejecuciones de algunos sacerdotes condenados por tribunales de guerra bajo

«La revolución fue “bárbara”, en cuanto destruyó la obra de civilización de siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de ellas de fama universal. Saqueó o incendió los archivos imposibilitando la rebusca histórica y la prueba instrumental de los hechos de orden jurídico y social. Quedan centenares de telas pictóricas acuchilladas, de esculturas mutiladas, de maravillas arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas, en las regiones dominadas por los comunistas». Carta colectiva del Episcopado español

la acusación de actividades en favor del bando frentepopulista. El nuevo Estado: legislación de inspiración católica Terminada la guerra el 1 de abril de 1939, Franco mantendrá la inspiración cristiana del Estado y la cooperación con la misión de la Iglesia en unos términos constantes a lo largo de casi cuarenta años y muchas veces en medio de circunstancias especialmente cambiantes y


24

Franco y la Iglesia Católica

difíciles como ocurrió a partir de la década de los sesenta. La benevolencia, respeto y delicadeza de Franco, su equilibrio y su fidelidad cristiana serán una constante que explica la confianza que él depositaron siempre los papas y los obispos, incluso en momentos de divergencia o incidentes. Así, el 2 de octubre de 1975, Pablo VI decía al cardenal Tarancón, según re-

Fotografía: Inauguración del Cerro de los Angeles. «Si hoy, colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España, es, primero, porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España, que nosotros, Obispos católicos no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir el tremendo apelativo de “canes muti”, con que el Profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia». Carta colectiva del Espiscopado español

velación de éste, que Franco «ha hecho mucho bien a España y le ha proporcionado un desarrollo extraordinario y una época larguísima de paz. Franco merece un final glorioso y un recuerdo lleno de gratitud»(15). Manifestación de más valor por haberse proferido en un contexto internacional especialmente hostil aunque discretamente proferida

en privado. Instrumento jurídico privilegiado de esta política fue el Concordato firmado el 27 de agosto de 1953 y cuyo primer artículo declaraba que «la Religión Católica, Apostólica, Romana sigue siendo la única de la Nación española y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico»(16). A continuación, se reconocía a la Iglesia su carácter de sociedad perfecta. De estas dos primeras bases se derivaban teóricamente todas las prerrogativas que el Estado español concedía o reconocía a la lglesia. Los especialistas consideraron este Concordato modélico y lo calificaron de completo -porque abarcaba todas las cuestiones que afectaban a ambas potestades-, íntegro -porque incorporaba directamente disposiciones del Código de Derecho Canónico- y de amistad pues no era el resultado de un pleito sino de una cordial colaboración. Unos meses después, el 25 de febrero de 1954, se celebró en la capilla del Palacio de Oriente la ceremonia de imposición del Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo concedida al Caudillo por Pío XII. «Entre todas las distinciones de que dispone el Sumo Pontífice para premiar servicios muy relevantes prestados a la Iglesia, la primera por su importancia y antigüedad es la de la Orden de Cristo instituida por el papa Juan XXII el 14 de marzo de 1319 con un carácter restrictivo que ha conservado hasta nuestros días. El beato Pío X, en el Breve que dictó en 1905 acerca de la Orden de Cristo dispuso que


Franco y la Iglesia Católica “ninguna otra le fuese superior en dignidad y que sobresaliese de todas las demás en grandeza y esplendor”»(17).

Podemos sintetizar las líneas maestras de estas relaciones Iglesia-Estado en los siguientes términos, sintetizando la exposición del citado Guerra Campos en sus obras ya citadas: 1. Confesionalidad católica con proyección social. Este principio aparece expresamente formulado en las Leyes Fundamentales, estructura constitucional del nuevo Estado: «La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación»(18). 2. Derogación de todas las leyes de la Segunda República lesivas para la Iglesia y la vida religiosa como habían sido la privación del derecho a la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, restricciones a la actividad de las congregaciones religiosas, expulsión de la Compañía de Jesús, divorcio…

25

El texto del Breve Pontificio por el que se concedía el Gran Gollar de la Suprema Orden de Cristo es como sigue: «A nuestro amado hijo Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado español. Salud y Bendición apostólica. Recordamos que con mucha solemnidad y concurrencia de fieles celebrábase el año pasado en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacio­nal, al que nos consta que las autoridades civiles prestaron entus­ iasmo y colaboración. Además, con motivo del reciente Concordato ­ entre esta Sede apostólica y la nación española, nos hemos congratulado por la feliz terminación del mismo y por vuestra adhesión a la Cátedra de Pedro, puesta muy de manifiesto en la colaboración de tan importante acuerdo. De este modo las necesarias relaciones que siempre existieron entre los Romanos Pontífices y la nación española han sido confirmadas para fruto y utilidad comunes. Sabemos que éste es también vuestro sentir y el del católico pueblo español, a través de las cartas oficiosas que nos habéis remitido, y por las cuales os damos las más expresivas ­ gracias. Por estas y otras razones, queriendo daros una muestra de nuestra benevolencia, por estas nuestras letras os elegimos, constituimos y nombramos caballero de la Milicia de Jesucristo y lo admitimos en esta nuestra Suprema Orden de los citados caballeros». La imposición del Collar se hizo en la capilla del Palacio de Oriente, el 25 de febrero de 1954. Ante el altar, y de rodillas, Franco pronunció las siguientes palabras: «Prometo, juro y quiero mantener este juramento hasta el último aliento de mi vida, que, con la ayuda de Dios, constantemente ­ retendré y profesaré íntegra e inviolada esta fe católica, ­ en la misma forma que ahora espontáneamente la profeso y declaro. Y que por lo que a mí personalmente y por razón del gobierno se refiere, procuraré que sea profesada, enseñada y practicada por mis súbditos y por aquellos cuyo cuidado tenga hoy o pueda tener más tarde a mi cargo. Yo mismo, Francisco Franco Bahamonde, por último, prometo y juro a Dios omnipotente, ­ a la Virgen Inmaculada María Santísima y a todos los santos, que, ayudado por la gracia de Dios, llevaré siempre vida ejemplar, con las virtudes que convienen a un buen soldado de Jesucristo». El cardenal Pla y Deniel colocó al Jefe del Estado el Gran Co­llar de Oro de la Cruz y dijo: «Acepte Su Excelencia el yugo del Señor, que es suave y li­gero. Y lleve, de aquí en adelante, cada día con mayor honor y dignidad, esta insignia de Nuestra Redención que Nos hoy le imponemos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

3. Disposiciones favorables a la misión de la Iglesia con las siguientes notas: – Respeto a la libertad de la Iglesia desde la cooperación e independencia.


26

Franco y la Iglesia Católica

– Facilidades para la actividad pastoral de la Iglesia en las instituciones del Estado: acceso a todo el sistema escolar, a la juventud, a los sindicatos, a los medios de comunicación, promoción de los estudios superiores de Teología, salvaguardia de la moral pública, apoyo internacional a la Santa Sede… – Ayuda material concretada en la reconstrucción inicial de edificios destruidos por la revolución y la guerra; exenciones tributarias que favorecían el culto, apostolado y beneficencia social y parquedad ejemplar en la dotación de las personas. Incluso se favoreció la constitución de un patrimonio eclesiástico que reemplazase de algún modo al suprimido por los liberales en la desamortización pero los obispos no llegaron a dar curso eficaz a la propuesta. 4. Leyes de justicia y promoción social que la Iglesia aprecia como congruentes con su misión y que lograron la plena transformación económica y social del país: salario familiar, seguridad social, estabilidad en el empleo, viviendas asequibles, escolarización completa, planes de desarrollo y de planificación territorial… Los principios a los que respondía esta actuación fueron recordados expresamente por Franco en su mensaje del 30 de diciembre de 1972: «En una época en que el mundo se debate ante una ola de materialismo, que pretende destruir la moral individual y familiar en aras de un desenfrenado disfrute de los bienes materiales, con abandono de cuanto significa sacrificio y esfuerzo personal, nosotros proclamamos, una vez más, la supremacía de los valores espirituales del hombre. Nuestro Gobierno, acorde con los sentimientos católicos de la casi totalidad de los españoles, ha mantenido invariable-

mente a lo largo de más de siete lustros su actitud de respeto y cooperación hacia la Iglesia, brindándole gustosamente facilidades y ayudas de todo orden para el cumplimiento de su sagrada misión. Todo cuanto hemos hecho y seguiremos haciendo en servicio de la Iglesia, lo hacemos de acuerdo con lo que nuestra conciencia cristiana nos dicta, sin buscar el aplauso ni

«La revolución fue esencialmente ‘antiespañola’. La obra destructora se realizó a los giros de “¡Viva Rusia!”, a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria. Pero, sobre todo, la revolución fue “anticristiana”. No creemos que en la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrilegio estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los “sin - Dios”, en Moscú, pudo decir: “España ha superado en mucho la obra de los Soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada”». Carta colectiva del Espiscopado español


Franco y la Iglesia Católica siquiera el agradecimiento. Creemos que las relaciones entre la Iglesia y el Estado han de basarse en la independencia de ambas supremas potestades y en el reconocimiento de la esfera de autonomía propia del orden político, como oportunamente recordó la Conferencia Episcopal Española de 29 de junio de 1966 al afirmar que: “Si es misión de la jerarquía iluminar la conciencia de los fieles en el cumplimiento de sus deberes cívico-sociales, no lo es invadir el terreno de la autoridad civil, adoptando posturas o emitiendo juicios que, por referirse a la elección de medios contingentes en el orden temporal, dependen del ejercicio de la prudencia política”»(19).

27

decir, las ideas) tiene que ceder ante la problemática técnica. Por los mismos años se impusieron legalmente las exigencias de libertad religiosa del Concilio Vaticano II, algo «tan opuesto a la significación originaria del Alzamiento y Régimen español como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica»(20). La iniciativa requirió un largo trámite en el que no faltaron autorizados, aunque numéricamente escasos, pronunciamientos contra un precepto que implicaba la modificación del Fuero de los Españoles y que se sustentaba en principios largamente cuestionados, en los propios

¿Conflicto con una Iglesia en crisis?

Después de la Guerra Civil, la Iglesia española manifestó en general una tensa inquietud y solicitud por la renovación interior, el acercamiento evangelizador al pueblo, la reconciliación y la justicia social. La enorme fecundidad de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras es uno de los más claros indicios de la reacción positiva ante la persecución religiosa republicana y de cómo aprovechó la Iglesia la libertad y las facilidades que se le proporcionaban en la España de Franco. A pesar de todo, la agitación de los años sesenta y setenta, consecuencia no solo de la subversión político-partidista sino de una verdadera crisis interna de la Iglesia, iba a afectar trágicamente a la Iglesia española y a sus relaciones con el Estado. Soplaban nuevos vientos, y empieza a abrirse paso, en el seno del propio Régimen, la idea de que en aquella situación la problemática política (es

Las colas de españoles para dar el último adiós a Francisco Franco abarcaban centenares de metros.

debates conciliares y con posterioridad. El Estado español nunca dejó espacio al relativismo religioso, reafirmando junto a la aceptación de las iniciativas vaticanas, sus principios de confesionalidad estatal. Incluso el episcopado publicó una interpretación de la Dignitatis Humanae en una declaración colectiva en la que se decía que «la libertad no se opone ni a la confesionalidad del Estado ni a la unidad religiosa de una nación. Juan XXIII y Pablo VI, por no referirnos más que a los dos Papas del


28

Franco y la Iglesia Católica

Concilio, nos han recordado a nosotros los españoles que la unidad católica es un tesoro que hemos de conservar con amor»(21). Interpretación moderada, que forzaba hasta el límite los propios textos conciliares y que el paso del tiempo se iba a encargar de desmentir: la confesionalidad católica se perdía pocos años después al promulgarse la Constitución de 1978. Cierta publicística ha pretendido que las formalidades seguidas para la designación de obispos fueron un motivo de conflicto entre la Iglesia y el Estado a partir de este momento. El sistema vigente no respondía a un derecho de presentación directa, sino que se trataba de un procedimiento de selección de candidatos que hacía el Nuncio, el cual componía listas de seis nombres previa consulta al Gobierno. El Papa, que siempre podía poner otros, seleccionaba una terna, de la cual el Jefe del Estado presentaba uno. Por tanto, la iniciativa, el juicio de aptitud y la decisión estaban en manos de la Santa Sede. Se ha dicho que Franco se negó a aceptar la petición de Pablo VI para renunciar al derecho de presentación de obispos. Pero nada más lejos de la realidad. Al recibir una propuesta en dicho sentido en carta fechada en Roma el 28 de abril de 1968, Franco hizo ver al Papa la imposibilidad moral y legal de decidir personalmente sobre una cuestión que afectaba al legado histórico y al marco más amplio de las relaciones IglesiaEstado, sin antes obtener la aprobación

del Gobierno y de las Cortes. Por ello, accedió a que el asunto se tratara en el marco de «una revisión de todos los privilegios de ambas potestades pactadas en el Concordato»(22). Al Vaticano no le interesaba una modificación sustancial de los privilegios con los que contaba la Iglesia en España (especialmente en lo referido a financiación y enseñanza) y únicamente trataba de eliminar la intervención del Jefe del Estado en el proceso de designación de los obispos. Mientras, sectores radicales presionaban para

romper la negociación e impedir cualquier acuerdo. La situación llegó a un punto que, en 1973-1974 la Santa Sede y el Gobierno negociaban protegiéndose contra las interesadas filtraciones de los órganos del episcopado. Cuando murió Franco, esta revisión no había llegado a término, su sucesor renunció al derecho de presentación y el marco concordatario daría paso a la firma en 1979 de unos Acuerdos Iglesia-Estado, todavía vigentes y ahora sistemáticamente cuestionados desde la izquierda(23). Pero más allá de estas y otras intervenciones, hubo una medida de naturaleza estrictamente eclesiástica, que tendría gran repercusión a largo plazo para diluir la legitimación del Régimen nacido del Alzamiento y del conflicto que los obispos españoles calificaron de Cruzada. Hasta el pontificado de Juan


Franco y la Iglesia Católica

XXIII, se había tramitado la fase diocesana de numerosos procesos de mártires de la persecución española y los que estaban en fase avanzada habían llegado a la Santa Sede, donde continuaban su curso con normalidad. Pablo VI dejó paralizados dichos procesos en una decisión que algunos, interesadamente, han calificado de prudente pero que tuvo una clara intencionalidad política y nefastas consecuencias. Sin duda que el silenciamiento de los mártires de España facilitó la seducción de quienes estaban abandonando el catolicismo bajo el señuelo de la modernización, del progreso económico y de la reaparición de las ideologías liberales y socialistas derrotadas en 1939. Y al censurar el ejemplo y la memoria de los mártires se estaba poniendo sordina a una de las más hondas y sinceras justificaciones del estado de cosas a que habían llegado en España las relaciones Iglesia-Estado(24). Subversión eclesiástica y cambio de régimen Desde el primer momento, Pablo VI apoyaba la apertura a la izquierda de la Democracia Cristiana, un trágico proceso de colaboración con la descristianización de Italia cuyo balance pronunció el mismo Montini en las exequias de Aldo Moro: «Un sentimiento de pesimismo viene a anular tantas serenas esperanzas y a sacudir nuestra confianza en la bondad del género humano». Con razón se ha podido decir: «Aquí gime el hombre (pero más aún el Pontífice, próximo a su muerte) sobre el proyecto, que yace destruido, de todo su Pontificado»(25). En España, el deterioro del espíritu religioso y patriótico coincide con una general evolución hacia la democracia

29

liberal y el socialismo entonces vigentes en nuestro entorno y una progresiva europeización bajo el pretexto del desarrollo económico. Al mismo tiempo, los sectores más radicales propugnaban la oposición al Régimen bajo el señuelo de un compromiso temporal exigido por la fe y se erigieron en portavoces del

Luigi Dadaglio, nuncio en España entre 1967 y 1980, transformó el perfil de la Iglesia en España. Siguiendo las indicaciones de Pablo VI y con la imprescindible ayuda del cardenal Tarancón, promovió un episcopado claramente progresista. Así, durante el tiempo de Dadaglio, fueron nombrados obispos de la talla de Jaume Camprodón en Girona, Javier Osés en Huesca, Ramón Echarren, Victorio Oliver y Alberto Iniesta como auxiliares de Tarancón en Madrid, Miquel Moncadas en Menorca, Joan Martí Alanis en Urgel, Javier Azagra en Cartagena, Ramón Torrella, Josep Campmany, Ramón Daumal y Josep Mª Guix como auxiliares de Barcelona, Ramón Malla en Lérida, Josep Mª Cases en Segorbe-Castellón, Teodoro Úbeda en Mallorca, José Mª Setién en San Sebastián, Ramon Buxarrais en Zamora o Elías Yanes como auxiliar de Oviedo.

Concilio Vaticano II, descalificando a la mayoría de los fieles y del episcopado que se mantenía firme en las posturas tradicionales. La nueva posición eclesiástica favorece esta tendencia al dejar de reco-


30

Franco y la Iglesia Católica

nocer en el Alzamiento de 1936 y en la ortodoxia católica del Régimen español un elemento valioso para pasar a considerarlo como una pervivencia caduca del pasado que había que superar. Todo ello, unido a la agitación en el interior de la Iglesia, lleva a constatar, entre otras, las siguientes pérdidas en el período que va de 1965 a 1980(26): – Una quinta parte del clero abandona su misión. – Los misioneros del clero secular que se habían desplazado a América bajan un 75 por cien y apenas hay relevo para los religiosos. – Las vocaciones a la vida consagrada caen en picado. Los seminarios pierden más del 90 por ciento de candidatos al sacerdocio entre 1962 y 1980. – El compromiso político, sobre todo de inspiración marxista, de algunos movimientos apostólicos lleva a la pérdida de fe de sus dirigentes y miembros. Se diluye la Acción Católica con sus respectivas ramas de apostolado especializado. Fiel a las directrices de Roma, el nuncio Luigi Dadaglio promovía la sustitución del episcopado español aprovechando las jubilaciones sugeridas por el Concilio o cubriendo las sedes vacantes con obispos auxiliares. Del perfil de los numerosos auxiliares nombrados por Pablo VI a través de su Nuncio, da idea algunos de los nombres de quienes luego fueron reconvertidos en obispos titulares y arzobispos como Azagra, Setién, Iniesta, Echarren, Osés, Estepa, Montero, Torija, Yanes, Uriarte… por no hablar de otros, designados directamente para la sede que habrían de ocupar como Díaz Merchán, Dorado, Castellanos o Buxarrais. El bloque renovado pronto alcanzaría mayoría en la Conferencia Episcopal y se vio encabezado por

El 24 de febrero de 1974 se produjo un hecho que llevó las relaciones entre España y el Vaticano hasta el casus belli. El obispo de Bilbao, monseñor Antonio Añoveros publicó una pastoral que fue leída en todos los templos de su diócesis en la que hacía un llamamiento para que se reconociese la singularidad y la identidad cultural del pueblo vasco. Arias Navarro, presidente del gobierno recién nombrado por Franco, recluyó al obispo y a su vicario general, monseñor Ubieta, y les impuso arresto domiciliario. Ahí se produjo un tira y afloja entre las autoridades eclesiásticas y el gobierno. Arias no cedía e intentó expulsar a Añoveros del país. Éste se negó y alegó que él sólo reconocía la autoridad de Pablo VI y que sólo abandonaría España por orden del Papa. En ese momento, el gobierno amenazó a Tarancón con la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano y la expulsión del Nuncio. Fue en ese momento en el que Tarancón, alegando artículos del Derecho Canónico, amenazó al gobierno con la excomunión tanto del presidente y ministros como de Franco.

el hasta entonces arzobispo de Toledo, Vicente Enrique y Tarancón, promocionado para la sede matritense en 1971. En un nuevo documento colectivo aprobado por el episcopado(27), se reconoce que la confesionalidad responde a un ideal tradicionalmente sostenido por la Iglesia y que la legislación española se ha adecuado a los requerimientos conciliares de libertad religiosa. Pero ahora


Franco y la Iglesia Católica

resulta que es competencia del Estado decidir si la confesionalidad ha de continuar y los obispos, por su parte, se desentienden, no sin indicar posibles dificultades en su aplicación. Lo único que entones parecía interesar a los sectores dominantes en el episcopado español era el derecho a la pluralidad de opcio-

Monseñor José Guerra Campos fue el inspirador de la revista religiosa Iglesia-Mundo y de la Hermandad Sacerdotal Española, que agrupaba a más de 6.000 Sacerdotes que no aceptaron las reformas en distintos ámbitos de la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II. En aquellos años tan difíciles para la Iglesia y para España, se produjo en nuestro país la aparición de Obispos con escasos merecimientos. Simultáneamente comenzaban a estorbar los Obispos conocedores de lo sucedido en la Iglesia española desde 1931 y de la tremenda persecución que sufrió la Religión en nuestra Patria. Poco a poco fueron desposeídos de toda influencia y los fieles comenzaron a asistir a extraños nombramientos y actitudes episcopales poco comprensibles. Siguiendo esta línea de arrinconamiento, Guerra Campos fue enviado en 1973 a la Diócesis de Cuenca donde realizó una obra amplísima de apostolado, predicación y organización de su Diócesis.

nes, la libertad religiosa y la llamada denuncia profética. En este contexto, algunos obispos, prefirieron aprovechar al máximo el

31

privilegio del Fuero a favor de los sacerdotes que distinguir entre el derechodeber de la predicación y las exigencias de la prudencia y del respeto a la ley. Incluso cuando, en muchos casos, se daba al mismo tiempo rebeldía frente a la disciplina canónica. El choque entre esta actitud y la reacción (no siempre contundente) del poder público dio lugar a incidentes (sanciones a algunos sacerdotes, prohibición de determinados actos…) aprovechados para magnificarlos en las campañas de agit prop de la oposición izquierdista y separatista. Así, la reacción ante la homilía-circular del obispo de Bilbao Antonio Añoveros en febrero de 1974 sirvió para lanzar la amenaza de una excomunión que no solamente se atribuía a quienes no tenían capacidad para declararla, sino que era una medida que ni siquiera se había tomado con ocasión de la expulsión del cardenal Segura por el Gobierno provisional de la Segunda República. Tarancón calificó el llamado caso Añoveros como «el combate más duro y tenso que España había conocido desde hacía muchas décadas entre la Iglesia y el Estado»(28) quizás sin darse cuenta de que con esas palabras estaba haciendo el mejor elogio de un Estado que resolvió el asunto mediante la intervención personal y la prudencia de Franco. El combate más duro, no deja de parecer, visto desde hoy, una anécdota de la que Tarancón y la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal intentaron, sin éxito, sacar partido. Podemos acabar concluyendo que, en efecto, Pablo VI promovió el apoyo de la jerarquía de la Iglesia en la deriva que tomaron los acontecimientos durante el período que precedió y siguió a la muerte del Generalísimo y que desembocó en


32

Franco y la Iglesia Católica

la Constitución de 1978. Una actuación que tiene lugar en paralelo a una crisis intraeclesial sin precedentes. El resultado, fue el establecimiento y aceptación de un nuevo sistema político inspirado en las llamadas democracias de nuestro entorno en el que no se ha enseñado cuál es la misión específica del Poder en lo moral y religioso, no se inculcaron eficazmente las exigencias éticas del orden constitucional y se fue extendiendo entre los católicos una concepción del mundo a medio camino entre el liberalismo permisivista y el intervencionismo socialista. Una situación que ofrece un duro contraste con la que se vivió en la España y de Franco y que nos permite hacer nuestra la conclusión del tantas veces citado en este artículo, don José Guerra Campos: «Franco respondió en su tiempo a las orientaciones de la Iglesia Católica. Los modos de hacerlo podrán cambiar; pero un cambio en los modos no puede consistir en suprimir las orientaciones o en desentenderse de ellas. Es urgente colmar ese vacío. Por eso la evocación de la historia de Franco es de una actualidad ejemplar. La Iglesia en España, puesta a reflexionar, se encuentra con ese legado. Para la Iglesia, no menos que la evangelización de América, es parte de su propio legado»(29). m (1) Cit.por Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, Franco: Crónica de un tiempo, vol.6, Los caminos de la instauración. Desde 1967 hasta 1975, Madrid: Actas, 2007, 801. El texto fue difundido a toda España por radio y televisión en boca del presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en la mañana del 20 de noviembre. (2) Fragmentos de estos y otros muchos textos pueden verse en: La Iglesia reconoció a Franco. Declaraciones de la Iglesia sobre la figura de Francisco Franco y la Guerra Civil. Desde 1936 a 1975, Producciones Armada, [2018]. (3) Ibíd. 6, 8, 14, 16, 19 y 24. (4) Cfr. José GUERRA CAMPOS, La Iglesia y Francisco Franco, in: Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 11 (1974) 448-475; Id., La Iglesia en España (1936-1975) Síntesis histórica, in: Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 5 (1986) 101-195; Id., Franco y la Iglesia Católica. Inspiración cristiana del Estado, in: El legado de Franco, Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1997, 81-172. (5) Éstas y otras muchas noticias sobre la religiosidad de Franco en: Manuel GARRIDO BOÑANO, Francisco Franco, cristiano ejemplar, Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, 2003; Faustino MORENO VILLALBA, Franco, héroe cristiano en la guerra, Madrid: 1985.

(6) La bibliografía sobre la persecución religiosa en España es muy abundante y de diversa valoración. Sigue siendo muy útil la obra editada por primera vez en 1961: Antonio MONTERO MORENO, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939, Madrid: BAC, 1998. Dos síntesis con especial atención a los antecedentes y al contexto bélico hemos ofrecido en: Ángel David MARTÍN RUBIO, La Cruz, el perdón y la gloria (La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil), Madrid: Ciudadela, 2007; Id., Violencia laicista: liberalismo, bolchevismo y persecución en España, in: Juan Antonio MARTÍNEZ CAMINO (Ed.), Víctimas y mártires. Aproximación histórica y teológica al siglo XX, Madrid: Ediciones Encuentro, 2017, 31-41. (7) ABC, Sevilla, 26-julio-1936, 4-5. (8) Puede verse en numerosas ediciones, entre otras: Documentos colectivos del episcopado español, Madrid: BAC, 1974, 224-239. Por el número y relieve de los firmantes -dos cardenales, seis arzobispos, treinta y cinco obispos (uno de los cuales, el de Teruel, daría posteriormente testimonio de la firma con su martirio) y cinco vicarios capitulares- y por su notoria repercusión mundial, sigue constituyendo el documento más importante para definir la unanimidad moral de la Jerarquía española ante la persecución y la guerra. (9) PÍO XI, Allocuzione ai vescovi, sacerdoti, religiosi e fedeli profughi dalla Spagna: «La vostra presenza» (14-septiembre-1936), [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <https://w2.vatican. va/content/pius-xi/it/speeches/documents/hf_p-xi_spe_19360914_ vostra-presenza.html>. (10) PÍO XII, Radiomensaje a los fieles de España (16-abril-1939), [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <https:// w2.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1939/documents/hf_pxii_spe_19390416_inmenso-gozo.html>. (11) Sobre el acervo documental generado en torno a la actividad del Arzobispo de Toledo, cfr. José ANDRÉS-GALLEGO, El archivo del cardenal Gomá (1936-1939), in: Anuario de historia de la Iglesia, 15 (2006) 287-292. (12) Cit.por María Luisa RODRÍGUEZ AISA, El cardenal Gomá y la guerra de España, Madrid: CSIC, 1981, 71. (13) Ibíd,, 401. (14) «Me admira la actitud del clero vasco –dice la diputado comunista-. Es algo alentador el coraje con que anima y sostiene al pueblo a nuestro lado», in: Frente Popular. Diario de la República, San Sebastián, 2-septiembre-1936, 2. (15) Vicente ENRIQUE Y TARANCÓN, Confesiones, Madrid: PPC, 1990, 852. (16) Concordato entre la Santa Sede y España, [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/archivio/documents/rc_seg-st_19530827_concordato-spagna_sp.html>. (17) ABC, Madrid, 26-febrero-1954, 15. (18) Ley de Principios del Movimiento Nacional (17-mayo-1958), art. II, in: Leyes Fundamentales del Estado, Madrid: Servicio Informativo Español, 1967, 21. (19) ABC, Madrid, 31-diciembre-1972, 18-19. (20) Rafael GAMBRA, Tradición o mimetismo: la encrucijada política del presente, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1976, 89. (21) Declaración colectiva del episcopado español sobre el Concilio (8-diciembre-1965), ABC, 12 diciembre 1965, 75. Se ha señalado que la interpretación de los obispos españoles resulta difícilmente sostenible y se llega a decir que «La declaración DH suponía el certificado de defunción del nacionalcatolicismo. Es algo más que afirmar la libertad religiosa: subyace un nuevo concepto de Estado, laico, y que acepta una sociedad pluralista […] La DH destruía el 2º Principio del Movimiento»: Jesús María ZARATIEGUI, Recepción en España de las deliberaciones sobre la declaración de libertad religiosa, Dignitatis Humanae, in: Anuario de Historia de la Iglesia, 25 (2016) 232. (22) Sobre este episodio, cfr. Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, ob.cit., 229-259. (23) Cfr. ibíd, 568-593; 649-680; 712-723. (24) Sobre la percepción de la guerra como Cruzada y la cambiante postura oficial al respecto cfr. Blas PIÑAR, La iglesia y la guerra española de 1936 a 1939, Madrid: Actas, 2014. (25) Romano AMERIO, Iota unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, Salamanca: 1996, 63. (26) Cfr. José GUERRA CAMPOS, Franco y la Iglesia Católica…, ob. cit., 151-152. (27) La Iglesia y la comunidad política. Declaración de la Conferencia Episcopal Española (23-enero-1973) [en línea] html [ref. de 23 enero 2020] Disponible en Web: <https://www.conferenciaepiscopal.nom.es/archivodoc/jsp/file/exportar_fichero.jsp?document=6510&file=00001000. pdf&recordId=26>. (28) Cit.por Luis LAVAUR, España y la Iglesia posconciliar, in: Razón Española, 50 (1991) 314. (29) José GUERRA CAMPOS, Franco y la Iglesia Católica…, ob. cit., 165.


La Iglesia prescindible Christopher Fleming

H

asta el Concilio Vaticano II (es decir, hasta hace unos 50 años), la Iglesia Católica se definía como el Arca de Salvación, en alusión al arca de Noé y el diluvio universal. De la misma manera que sólo las ocho personas a bordo del arca sobrevivieron el Castigo Divino en tiempos de Noé, en el Día del Juicio solamente los que se encuentran dentro de la verdadera Iglesia fundada por Jesucristo (la Iglesia Católica, por supuesto), se librarán de la ira de Dios. San Cipriano, haciendo eco de las palabras de San Pedro en su primera carta, habla del Diluvio como el “bautismo del mundo”, para lavarlo de su pecado y empezar de nuevo. San Agustín, en La Ciudad de Dios, hace una observación interesantísima: las medidas del arca que Dios da a Noé corresponden a las de un cuerpo humano, cuya longitud suele ser seis veces su anchura. Dice este santo que de esta manera el arca es una figura aún más perfecta del Cuerpo de Cristo, la Iglesia Católica, fuera de la cual nadie se puede salvar. Desde que la Iglesia se ha “modernizado”, abriéndose al mundo, los católicos no suelen hablar así. Es demasiado excluyente y discriminatorio. Ahora se busca acoger a todos, tengan fe o no, en una especie de hermandad universal basada en poco más que el “buen rollo”. Tampoco ayuda el hecho de que ya prácticamente nadie cree en el relato del diluvio. Los católicos modernos han

aprendido a leer las Escrituras de forma exclusivamente alegórica, dando la espalda a 1900 años de tradición exegética, al Magisterio de todos los Padres de la Iglesia y a lo que los católicos siempre han creído. Si la historia de Noé es puramente alegórica y carece de base histórica, ¿qué sentido tiene comparar el arca a la Iglesia Católica? ¿Será sólo una bonita alegoría la Iglesia? Creo que lo que repela tanto a los modernistas del relato diluviano no es tanto la oposición de la pseudociencia materialista, que afirma que nunca ocurrió tal evento, sino la idea de la ira divina. Un modernista no soporta pensar en que Dios sea capaz de castigar a la humanidad por su pecado. La falsa misericordia, que tanto promociona el Papa Francisco, exige que Dios lo perdone todo, con o sin arrepentimiento por parte del pecador; que sea, en definitiva, una especie de Dios abuelito que lo consiente todo. El temor de Dios, uno de los siete dones del Espíritu Santo, ha desaparecido de la espiritualidad católica en círculos modernistas. Por esta razón, no se cree en la veracidad del diluvio, como tampoco se cree en la destrucción de Sodoma, ahora que el pecado al que dio nombre esa ciudad maldita es de lo más fashion en el Vaticano. Nadie lo diría a tenor de cómo hablan y actúan los Papas y obispos modernos, pero es dogma de fe que fuera de la Iglesia no hay salvación, o como decían los


34

La Iglesia prescindible

antiguos: Extra ecclesiam nulla salus. El Credo Atanasiano reza: Para salvarse es necesaria la fe católica. El IV Concilio de Letrán declaró en 1215: Hay solo una Iglesia Universal de los fieles, fuera de la cual nadie está a salvo. El Papa Pío IX declaró: Es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. El Papa Pío XI escribió en la encíclica Mortalium Animos de 1928: Por si sola la Iglesia Católica mantiene la adoración verdadera. Esta es la fuente de verdad, esta es la casa de la fe, esta es el templo de Dios; Si cualquier hombre entra no aquí, o si cualquier hombre se aleja de ella, él será un extraño a la vida de fe y salvación. El indiferentismo religioso, la idea de que todas las religiones valen lo mismo, es una herejía condenada oficialmente varias veces por la Iglesia. Además, es un error que trae consecuencias funestas, porque lejos de promover la paz en el mundo, como piensan los Papas postconciliares, provoca la ira de Dios. Así de claro lo dijo Gregorio XVI en 1832: Poner la religión de origen divino en el mismo nivel con las religiones inventadas por los hombres es la blasfemia que atrae los castigos de Dios en la sociedad mucho más que los pecados de las personas y las familias. El problema de los modernistas,

al que no hay solución, es que una vez que han “desmitificado” las Escrituras, relativizado los imperativos morales, y reducido la Iglesia Católica a una opción más, la religión católica se hace totalmente prescindible. ¿Para qué van a

querer convertirse a la fe católica los paganos de África y Asia, por hablar de los continentes menos evangelizados, si no se percibe ninguna necesidad apremiante? Abandonar la religión de tus padres para recibir el bautismo es siempre un paso difícil. En muchos casos es muy traumático para el neófito, porque suscita un gran rechazo entre sus familiares. Y si hablamos de un musulmán que se pasa al catolicismo, requiere auténtico heroísmo para asumir la sentencia de muerte que cae sobre el converso, tal y como estipula la “Religión de la Paz” (Obama dixit). Nadie en su sano juicio estaría dispuesto a dar el paso de convertirse al catolicismo sin ver una razón de muchísimo peso. No es suficiente decir que la religión católica es la única verdadera, aunque por supuesto hay que decirlo, porque a muchas personas esto les puede dar bastante igual. Lo que no quiere nadie es causar dolor a sus familiares y


La Iglesia prescindible

meterse en complicaciones innecesarias. Un hindú podría decirle a un misionero: “vale, el catolicismo será verdad, pero déjame tranquilo con mis ídolos, que estoy muy a gusto así.” ¿Qué contestarle? Siguiendo la línea pastoral de la jerarquía católica actual, no habría nada que decir; si el hombre está contento en su idolatría, hay que respetar su libertad religiosa, porque según la neo-iglesia todos tienen derecho a profesar la religión que quieran. La actitud conciliadora de la Iglesia modernista rehúsa decir a los infieles lo único que realmente tienen que oír: para salvar su alma deben formar parte de la Iglesia Católica. Este era el mensaje que predicaban los grandes misioneros del pasado, empezando por San Pablo, porque es el mensaje del Mismísimo Jesucristo, quien dijo: Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. (Marcos 16: 15-16) Cuando los misioneros de verdad, como San Francisco Javier, anunciaban el Evangelio a los infieles, les animaban a bautizarse, porque su salvación dependía de ello. Yo me imagino que los paganos de Asia que oían al santo navarro no se quedaban impasibles. Pasaría una de dos cosas: o caerían de rodillas, implorando el bautismo para el perdón de sus pecados, o, entre los que se resistían a la gracia, la predicación suscitaría en ellos un rechazo tan grande que desearían ver muerto al misionero. Ante la verdad en estado puro no hay neutralidad posible. Lo mismo pasaba con Nuestro Señor; algunos se convertían y cambiaban radicalmente de vida, mientras que otros rechazaban sus palabras y tramaban su muerte.

35

Ahora, se habla de lo bueno que es Dios, de cuánto quiere a todo el mundo, bla, bla, bla, y el efecto principal en la mayoría de los oyentes es el aburrimiento. Nadie puede molestarse por las banalidades que se dicen en la mayoría de sermones modernistas, descartando que se pronuncia alguna herejía. El discurso acaramelado induce al sueño, y pocos

son los que mantienen la atención más de diez minutos, ya que una vez que se ha dicho que Dios es muy bueno y que perdona a todos 17 veces, el tedio empieza a ser insoportable. Se regala los oídos de los asistentes, y se procura que nadie se pueda sentir ofendido. Se evita hablar de temas polémicos o desagradables; nada sobre los pecados personales (de “pecados sociales” todo lo que quieras, porque de ellos nadie tiene la responsabilidad), y nada del Juicio o el Infierno. El sabor dulzón que deja produce una falsa seguridad en sí mismo; justo lo


36

La Iglesia prescindible

contrario de lo que haría falta para remover conciencias. Como decía, el problema de los modernistas es que este tipo de discurso soporífero pero agradable al oído es totalmente contraproducente para la misión de la Iglesia. Jesucristo no fundó Su Iglesia para dar de comer a los pobres, para enseñar a leer y escribir a los niños, ni para cuidar de los enfermos, aunque todas estas cosas son muy buenas y loables. Mucho menos la fundó para dialogar con religiones falsas. Vendría muy bien que los obispos tuvieran en cuenta esta verdad: la misión primordial de la Iglesia es la salvación de las almas. Las almas no se salvan con caricias y autocomplacencia, sino con llamadas a la conversión. El modelo para todos los misioneros tiene que ser Nuestro Señor, quien predicaba así: “arrepentíos y creed la Buena Nueva”. Para que una predicación sirva para salvar almas tiene que afrontar la realidad del pecado. Hablar todo el rato de lo buenos que somos es una pérdida de tiempo. Es como si un médico se niega a hablar de las enfermedades, porque “hay que tener una actitud positiva”. Ahora por lo general no se habla del pecado, o se pasa muy por encima del tema, para no espantar a nadie. Como consecuencia, los que oyen a los modernistas nunca llegan a convencerse de que tienen un problema. Y si no les preocupa su pecado, si no sienten hambre de Dios ¿para qué iban a necesitar a la Iglesia? Los modernistas han logrado hacerse totalmente prescindibles. Pensemos en una empresa multinacional. Para poder vender sus productos tiene que existir por parte de los consumidores una necesidad, real o imaginaria. Si nadie demanda lo que vende,

lógicamente la empresa irá pronto a la quiebra. Me resulta llamativa la forma en que ahora nos creemos tan necesitados de aparatitos como los iPad o móviles de última generación; a través de la publicidad nos han inducido a pensar que nuestra vida estaría vacía sin ellos. Es mentira; se puede vivir perfectamente sin esos trastos, pero hay que admirar la astucia comercial de las multinacionales que crean una necesidad artificialmente, para poder enriquecerse a nuestra costa. Desde el Concilio la Iglesia Católica no ha tenido una estrategia de marketing tan inteligente. En lugar de anunciar al mundo entero la necesidad (en este caso, una necesidad REAL) de convertirse a Jesucristo y recibir los sacramentos que sólo Ella puede impartir, ha decidido convencer al mundo de que cualquier religión es igualmente válida que la católica, porque todas conducen a la paz. ¡Menuda campaña promocional! Es como si una empresa que cría cerdos hiciera una campaña a favor del vegetarianismo. La jerarquía actual pretende que alguien “compre” su producto, a la vez que anuncian que no sirve para nada, porque el de sus competidores es igualmente válido. Además, la religión católica, al ser la única de origen divina, es mucho más exigente que todas las demás. Es decir, la religión católica es más “cara” que las demás. Si no se ofrece ninguna razón por la que merece la pena convertirse al catolicismo, es bastante previsible que la gente se quedará con la religión que más le conviene. Y esto es exactamente lo que ha pasado. Si aún ocurren conversiones a la fe católica, a pesar de las herejías que promueven los obispos modernistas, con Francisco a la cabeza, es una prueba de que Dios todavía no se ha cansado de hacer milagros. m


Andrew Gordon, O.S.B. Rvdo. D. Eduardo Montes

A

un cuando sólo representan una ínfima parte de los que circulan por nuestras carreteras los vehículos movidos por energía eléctrica están de actualidad. Sin embargo pocos conocen el papel desempeñado por científicos católicos en este tema concreto. Desconocimiento que es tanto más lamentable cuanto que el papel desempeñado por un científico católico en la aparición del motor eléctrico es ni más ni menos que el de precursor. Se trata del monje benedictino escocés Andrew Gordon (1712-1751), físico e inventor del primer motor eléctrico. Resultan particularmente admirables los logros de este monje teniendo en cuenta las dificultades que hubo de superar su familia para darle formación académica en un ambiente en el que los católicos estaban discriminados y la misma brevedad de su vida que no supera los 39 años. Y que significativamente concluiría fuera de su Escocia natal en Erfurt, Sajonia, de cuya universidad era catedrático. Es claro que una innovación tan importante no pudo ser obra de un solo investigador. Otros muchos concurrieron a alcanzarla y no pocos de ellos tan católicos como su inventor. Es el caso de Alejandro Volta (17451827) y André Marie Ampère (17751836) de los que ya nos hemos ocupado anteriormente en esta sección de

Andrew Gordon nació en Cofforach, Forfarshire. Era hijo de una antigua familia aristocrática escocesa y fue bautizado con el nombre de George. A la edad de 12 años, viajó a Ratisbona, con el fin de estudiar en el Monasterio Benedictino de Escocia. Pudo realizar viajes educativos a Austria, Francia y Roma. Volvió a Ratisbona en 1732. El 24 de febrero 1732 entró en el noviciado con los benedictinos, recibiendo el nombre de “Andreas”. En el monasterio se inició con el estudio de la filosofía escolástica. En 1735 recibió el sacerdocio, completando luego su formación en la Universidad Benedictina de Salzburgo, donde estudió derecho y teología. En 1737 completó sus estudios con “excelencia” y aprobó el examen legal con honores. Posteriormente, se convirtió en profesor de filosofía en la Universidad de Erfurt.


38

Andrew Gordon, O.S.B.

El “torbellino” era un motor de reacción electrostática, el más antiguo de su tipo.

Tradición Católica. Otros dos invenciones de Andrew Gordon en la física son dignas de mención: la primera es la estrella luz metálica soportada sobre un pivote agudo con los extremos puntiagudos dobladas en ángulo recto con respecto a los rayos y comúnmente llamado el torbellino eléctrico, el segundo es el dispositivo conocido como las campanas de eléctricos. Una vez más podríamos recordar oportunamente la frase de la Sagrada Biblia en el Libro de la Sabiduría: Consummatus in brevi explevit tempora multa que Torres Amat traduce así: Con lo poco que vivió llenó la carrera de una larga vida. m

«En su encíclica Pascendi del 8 de septiembre de 1907 sobre los errores modernistas, San Pío X denuncia con clarividencia la infiltración en la Iglesia ya comenzada por la secta modernista, que se unió con la secta liberal para demoler la Iglesia Católica. He aquí los pasajes más destacados de este documento: «Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilaciones el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester ya ir a buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan –y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia– en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales, cuanto lo son menos declarados. Hablamos, Venerables Hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en Filosofía y Teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar la propia persona del divino Reparador, que rebajan, con sacrílega temeridad, a la categoría de puro y simple hombre. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijera que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur, no a las ramas ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Más una vez herida esa raíz de vida inmortal, pasan a hacer circular el veneno por todo el árbol y en tales proporciones, que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper». Permanecer en la Iglesia para hacerla evolucionar, tal es la consigna de los modernistas: «Van adelante en el camino comenzado, y aún reprendidos y condenados van adelante, encubriendo su increíble audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con la obra e intención prosiguen más atrevidamente lo que emprendieron». Pascendi detuvo por un tiempo la audacia de los modernistas, pero pronto recrudeció nuevamente la ocupación metódica y progresiva de la Iglesia y de la jerarquía por la secta modernista y liberal. Bien pronto, la élite teológica liberal estaría en primera fila en las revistas especializadas, en los congresos, en las grandes editoriales y en los centros de pastoral litúrgica, pervirtiendo de pies a cabeza a la jerarquía católica y despreciando las últimas condenas del Papa Pío XII en la Humani Generis. Los que habían sido condenados por San Pío X, e incluso por el Papa Pío XII, intentaron invadir y ocupar la Iglesia». Mons. Marcel Lefebvre, La Santidad sacerdotal


Crónica de la Hermandad en España l Visita del Superior General. Durante los primeros días de diciembre del pasado año 2019 tuvimos la alegría de recibir entre nosotros, en visita canónica, al Superior General don Davide Pagliarani. El viernes 6 de diciembre se reunió en la Casa San José (El Álamo, Madrid) con familias venidas de muchos puntos de España. Celebró la santa Misa, dio una charla sobre la transmisión de la fe católica en la familia, contestó a preguntas dispares de los fieles sobre ese asunto y más en general sobre la situación de la Iglesia y la


40

Crónica de la Hermandad en España

Hermandad, compartió con las familias el almuerzo ¡variado, no obstante la abstinencia por viernes, y bien regado! que éstas habían reunido, y dedicó esos momentos cordiales y buena parte de la tarde a conversar con todos quienes quisieron hacerlo. Para muestra un botón, publicamos aquí una simpática fotografía con la familia Zorrilla Gambra. La jornada concluyó con el rezo del santo rosario ante el Santísimo expuesto y bendición. Y el domingo 8, fiesta de la Inmaculada Concepción, el Superior General celebró Misa solemne en la madrileña capilla de Santiago Apóstol, ayudado por el Padre Brunet, Superior de la Casa de España y Portugal, como diácono, y el Padre García como subdiácono. A continuación de la Misa tuvo lugar la tradicional procesión por las calles aledañas a la capilla, este año con brillante acompañamiento, no sólo de la habitual banda de música, sino también de jóvenes vestidos a la usanza de soldados de los viejos tercios, en recuerdo del milagro de Empel, cuando en la Inmaculada de 1585 y bajo su amparo se alcanzó aquella gloriosa victoria sobre los rebeldes protestantes ¡Dios es español! Que la Virgen Inmaculada guarde nuestra patria, y la restaure tras estos tristes tiempos de disolución e impiedad ¡oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! m


La primavera del postconcilio L. Pintas

l ¿Quién hizo llover? El 14 de octubre, “ante la persistente sequía”, el arzobispo de Granada, Javier Martínez, y el imán de la mezquita de Omar en Granada, Lahsen el Himer, decidieron “proponer a sus fieles respectivos, católicos y musulmanes, que eleven a Dios oracio-

nes fervientes e insistentes para pedir del Señor la lluvia, cada cual según su tradición propia”. No se trataba de rogativizar juntos (en el espacio), sino de estar juntos (en el tiempo) para rogativizar. El caso es que al cabo de unos días… ¡llovió! Y ahora se plantea un problema teológico de primera magnitud, porque ¿quién se apunta el tanto de la lluvia? No existen más que cuatro opciones. O bien Alá escuchó a los musulmanes, y entonces la oración de los católicos fue inútil, lo cual sabemos que es imposible (“Pedid, y se os dará”, Mt 7, 7). O bien

Dios escuchó a los católicos, y entonces la inútil fue la oración de los musulmanes, así que ¿qué necesidad tenía el obispo que convocar cosas tan raras? O bien, paradojas de la vida, Alá escuchó a los católicos aunque éstos no le rezaran y desoyó a los suyos, lo que ya son ganas de fastidiarle los lomos a quienes con su mejor talante se emplearon a fondo mirando a La Meca. O bien Dios escuchó a los musulmanes aunque éstos no Le rezaran, harto de que los católicos se dediquen a menospreciar el don recibido, con su pastor a la cabeza. No habría que descartar esta última opción. l El undécimo, no ventilarás. Les ahorro la verborrea calento-ecologista con la que se presenta la guía de “acciones personales y comunitarias” que propuso en diciembre la diócesis de Vitoria bajo el título Cuidemos nuestra ‘casa común’. Vamos directamente a su justificación moral, que vincula con el ascetismo cristiano “la austeridad, el desprendimiento y la simplicidad de vida” como prácticas que “adquieren gran relevancia a la luz de un planeta sobreexplotado, con recursos finitos y una creciente desigualdad socioeconómica”. Y añade: “En la lucha contra el consumismo compulsivo, el ‘descarte’ y la cultura del


42

La primavera del postconcilio

‘usar y tirar’ –uno de los principales motores de degradación medioambiental en las sociedades industrializadas–, las tradiciones religiosas pueden y deben realizar una de sus contribuciones más

valiosas llamando a la sobriedad y a la autocontención”. Para conseguirlo, la guía detalla decenas de normas propias de un folleto municipal o escolar. Los cristianos nos vemos así obligados moralmente a “ventilar un máximo de 10 minutos”, “solicitar agua de grifo” cuando vamos al bar, “instalar toldos en las ventanas” o “colocar el monomando en el extremo correspondiente, según haya que utilizar agua caliente o fría”. Superada la tentación de pecar mortalmente y colocar el monomando en el mismísimo centro solo para fastidiar a Greta Thunberg, lo que más irrita de esta guía (local, pero que responde a una actitud universal hoy en la Iglesia) es la falta de criterio que implica incorporar a la ética católica soluciones discutibles a proble-

mas mal enfocados que la ideología ambiente tergiversa. La vida moral de los cristianos y su recta conciencia queda así al servicio de los amos del mundo y sus caprichos. Esto sí que es entregar al César lo que es de Dios. l ¡Por fin la Santa Sede señala herejes! Al inaugurar el 10 de diciembre un simposio sobre “Religión y ética médica: los cuidados paliativos y la salud mental durante el envejecimiento”, el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia por la Vida, afirmó que, “para la Iglesia católica, si alguien afirma que Judas está en el infierno, es un hereje”. El prelado intentaba justificar de esta forma el “acompañamiento” de los cristianos, incluso de los sacerdotes, a una persona que opte por el suicidio asistido. “Yo siempre celebro un funeral a quien se suicida”, proclamó alegremente el señalador de herejes, como si la Iglesia no pusiese condiciones a esa celebración. Entre ellas, que pueda presumirse una obnubilación del juicio que anule la responsabilidad. Ahora bien, donde justo no se da esa obnubilación es en un suicidio protocolizado y medicalizado cuya exigencia legal básica –supuesto que se respete– es la plena certeza de la voluntariedad y consciencia en la determinación suicida. En cuanto a Judas Iscariote, las Sagradas Escrituras son muy claras. “¡Ay de aquel hombre por cuyas manos el Hijo del Hombre es entregado! Mejor le fuera a aquel hombre no haber nacido”, proclama Nuestro Señor. Por si hubiera dudas, Judas le pregunta: “¿Soy yo tal vez, Maestro?” “Tú lo has dicho”, le responde el Salvador (Mt 26, 24-25). ¿Qué dogma


La primavera del postconcilio

de fe niega el “hereje” que, a la vista de estas palabras directas y explícitas (di-

chas sin duda mirando a Judas a los ojos con un amor infinito), dé por cierta la condenación eterna del apóstol traidor? l El fútbol ya no es así. Hace no tanto tiempo, cuando los futbolistas católicos salían al terreno de juego, raro era el que no tocaba ritualmente el césped al cruzar la línea de banda y se santiguaba inmediatamente después. Los encargados de echar a rodar el balón solían hacer luego una segunda señal de la Cruz tras el pitido inicial del árbitro. Todavía hoy se ven ambos gestos, aunque no tan generalizados. Nuestra religión está hecha de signos sensibles (a ellos se vincula nada menos que la recepción de la gracia, en los sacramentos), y ni siquiera ese roce de los dedos con la hierba puede ser considerado en sí mismo supersticioso. En sociedades de costumbres mayoritariamente cristianas, expresaba lo que pide el catecismo sobre cuándo debemos hacer el signo del cristiano: “Siempre que comencemos alguna buena obra o nos veamos en alguna necesidad, tentación o peligro”. Probablemente por ese motivo lo hacía Roberto Mancini, ex jugador de la Sampdoria

43

y la Lazio y de la selección italiana en los 80 y los 90. Actualmente entrena a la squadra azzurra. Mancini es católico practicante. En una entrevista del 20 de diciembre en TG5, hizo una revelación sorprendente. Le preguntan por su fe, que ratifica. Luego, si reza en el campo, y dice que “en el campo, no”. “Muchos hacen la señal de la Cruz”, comenta la periodista. “Sí, yo también la hacía, sobre todo esperando que no sucediese nada durante el partido. Pero luego me dijo el Papa [a quien visitó como seleccionador nacional italiano]: ‘¿Por qué haces la señal de la Cruz? ¡Tendrás otros pensamientos en ese momento!’ ¡Desde entonces ya no lo hago”, comenta Roberto, riendo, “no vaya a ser

Roberto Mancini


44

La primavera del postconcilio

que el Papa se enfade!” Afortunadamente, Francisco no le pidió a Mancini abandonar otras costumbres cristianas, y el seleccionador italiano, como todo buen

católico, sigue ventilando el vestuario durante nueve minutos y medio. Ni un segundo más. l El Papa de las “tonteras”. Solo un Papa capaz de aconsejar a un futbolista que no se santigüe osaría aprovechar la festividad de la Virgen de Guadalupe para manifestarse burdamente contra la proclamación del dogma de la Corredención de María. Pero sí, lo hizo, y en la basílica de San Pedro: “Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, [Nuestra Señora] jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como co-redentora… Cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto, o hacer este otro

dogma o esto, no nos perdamos en tonteras”. Las traducciones oficiales para ese “tonteras” introducen algún matiz que no modifica mucho lo que en español se entiende tan perfectamente: “chiacchiere” en italiano, “bavardage” en francés, “disparates” en portugués, “Lappalien” en alemán, “foolishness” en inglés. Que la Corredención de María sea proclamada dogma o no y cómo definirla es, por supuesto, competencia del Papa. De uno futuro, claro. Lo que no es competencia del Papa (actual) es proclamarlo una “tontera”. Una “tontera” es, según la Real Academia Española, una “tontería”. No me voy a entretener enumerando santos y Papas que han sido “tontos” a lo largo de la historia. Ni hará falta contar “tontos” más recientes, pues ya lo hizo en 2017 el cardenal Juan Sandoval, arzobispo emérito de Guadalajara (México): solo en los últimos veinte años, 570 obispos de 79 países y 8 millones de fieles han hecho llegar un comunicado al Papa pidiendo la proclamación del dogma. Ya lo dice la Biblia, aunque en un contexto que nunca hubiésemos creído aplicable al caso: “Stultorum infinitus est numerus”, “el número de tontos es

infinito” (Eccle 1, 15). ¡Bendita “tontera” esta, que deja democráticamente aislado al “listo”! m


Misal diario latín-español 1962 Probablemente el misal bilingüe latín-español más completo del mercado. Corona la obra editora de la Hermandad de San Pío X, empeñada en poner al alcance de los fieles todas la riquezas de la liturgia romana y de la espiritualidad católica. Las numerosas páginas de este misal incluyen los textos de todas las misas del año, así como un nutrido devocionario y el ritual de los sacramentos, todo en latino y español. Cuenta en su apéndice con las misas propias de América. Precio: 36 €

Funda de misal Perfectamente adaptada al Misal romano de 1962 editado por la FSSPX. Piel de vacuno español. Fabricada en Ubrique. Disponible en color negro o burdeos. Precio: 25,99 € (¡Oferta de lanzamiento!)

Pueden hacer su pedido a nuestra dirección.


Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid

Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa rezada

(cantada en ciertas solemnidades)

Vitoria

Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h.

Granada

Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, Siervas de Jesús Sacerdote misa a las 11 h. SERRANILLOS DEL VALLE Sábado precedente, misa a las 19 h. Domingos: misa a las 10 h. Más información: 958 51 54 20 Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Córdoba C/ Angel de Saavedra, 2, portal B, 2º izq. Más información: 91 814 03 06 Lunes siguiente al 1er domingo, misa a las 19 h. Barcelona Más información: 957 47 16 41 Capilla de la Inmaculada Concepción C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Domingos: misa a las 11 h. Palma de Mallorca Viernes y sábados: misa a las 19 h. 4º domingo de cada mes, Más información: 644 738 658 misa a las 19 h. Más información: 91 812 28 81 19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.

Oviedo

Capilla de Cristo Rey C/ Pérez de la Sala, 51 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h. Más información: 984 18 61 57

Valencia

Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h.

También se celebran misas en:

Salamanca, Murcia, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81 Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.