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Franco y la Iglesia Católica
Rvdo. D. Ángel David Martín Rubio
Poco antes de su muerte, Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado desde 1936, redactó un testamento político encabezado con las siguientes palabras:
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«Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo»(1) .
Numerosos obispos españoles glosaron estas expresiones en las homilías pronunciadas tras el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975. A los términos expresivos y calurosos del cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo; José María García Lahiguera, arzobispo de Valencia; Pedro Cantero, arzobispo de Zaragoza; o los obispos José Guerra Campos (Cuenca), Luis Franco Cascón (Tenerife), Demetrio Mansilla Reoyo (Ciudad Rodrigo), Ángel Temiño Sáiz (Orense), Manuel Llopis Ivorra (Coria-Cáceres) y tantos otros(2) , hay que sumar los no menos elogiosos de otros obispos cuya trayectoria previa y posterior, tal vez no hacía esperar semejantes conceptos. l El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid:
El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, desde su puesto de obispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española fue el hombre del Papa Pablo VI para promover una Iglesia liberal, adaptada a la inminente implantación de la democracia en España. El tono que Tarancón dio a la Iglesia lo marcó la “Asamblea Pastoral Conjunta” de Septiembre de 1971, donde una asamblea de obispos y sacerdotes ultraprogresistas, especialmente seleccionados por él, pidió perdón “por no haber sabido ser ministros de reconciliación durante la Guerra Civil” .
«Alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos […] Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diría incluso, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento espiritual y material de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida […] Ha muerto uniendo los nombres de Dios y de España […] Gozoso porque moría en el seno de la Iglesia, de la que siempre ha sido hijo fiel». l El cardenal Narciso Jubany Ar–nau, arzobispo de Barcelona:
«Somos testigos de las múltiples manifestaciones de los sentimientos religiosos del ilustre difunto. Hemos constatado su gran espíritu patriótico y hemos admirado su total dedicación al servicio de España». l El obispo de Bilbao, Antonio Añoveros Ataún:
«Al recordar ahora la trayectoria de su vida, en permanente dedicación a sus ideales, con su arriesgada vocación militar al servicio de la Patria desde su juventud, con su entrega a las dificilísimas tareas de gobierno supremo en casi cuarenta años, nos hacemos más conscientes de la vocación particular y propia que tenemos los cristianos en la comunidad política». l El obispo de Cádiz-Ceuta, Antonio Dorado Soto:
«Dio testimonio de ejemplar vida familiar, de abnegado cumplimiento del deber, de dedicación y laboriosidad infatigables al servicio de la Patria, de arraigada religiosidad, de paciencia en el sufrimiento de sus enfermedades, pero además, al hacer hoy memoria de su figura, se nos aparece su persona fundida indisociablemente en el hombre de estado, en el hombre que ha vivido para cumplir el designio político de construir en su país el orden que había concebido». l El obispo de Córdoba, José María Cirarda Lachiondo:
«Que Dios juzgue con bondad a su servidor y reciba toda su vida con sus virtudes hogareñas y con su entrega al trabajo». l El obispo de Málaga, Ramón Buxarrais Ventura:
«Sus palabras de perdón e invitación a seguir el camino de una convivencia pacífica son todo un programa de acción para los que continuaremos tejiendo la historia»(3) .
Más de cuarenta años después, la figura de Francisco Franco es desconocida para las generaciones más jóvenes de los católicos españoles. A muchos que se han sorprendido ante el silencio de los portavoces de la Iglesia ante la exhumación de sus restos mortales por decisión unilateral de los ocupantes del Gobierno, este trabajo les ayudará a comprender cómo dicha actitud ante la persona y la obra de Franco solamente se explica desde el clima suscitado en torno al Concilio Vaticano II y la deriva eclesiástica que siguió.
El general más joven de Europa: vida y profesión de fe
No son muchos los datos disponibles acerca de la religiosidad de Franco con anterioridad a la Guerra Civil que le llevó a la jefatura del Estado. Algo lógico, si se tiene en cuenta que su biografía había transcurrido hasta entonces ligada estrictamente a una carrera militar brillantísima pero de escasa trascendencia exterior en lo que a su vida particular se refiere. Por eso mismo, la información al respecto es muy relevante a la hora de comprobar que mantuvo una profesión de fe sin fisuras a lo largo de toda su trayectoria. El Obispo de Cuenca, don José Guerra Campos, caracterizó años más tarde la religiosidad de Franco de acuerdo con las siguientes notas(4):
– Identificación con la fe del pueblo, muy lejos del despotismo ilustrado de tantos gobernantes, Franco era reconocido como gobernante católico por excelencia, fuera de cualquier oportunismo. – Fe viva, no meramente sociológica ni reducida a mínimos. Poco a poco fueron conocidas sus prácticas piadosas, cotidianas y reservadas: misa y comunión, rosario, devoción eucarística, sacramentos, lectura, ejercicios espirituales anuales… No hay división entre su vida privada y su actuación como Jefe del Estado. – Siempre se vio intachable su conducta moral, como proyección de su fe en la vida práctica. – Sentido del deber y de sacrificio. Brillaron de modo singular su prudencia, serenidad, reflexión y moderación.
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Franco nació en El Ferrol (La Coruña) el 4 de diciembre de 1892. Recibió una excelente formación humana y religiosa en su propio hogar, sobre todo de manos de su madre que tuvo que llevar todo el peso de la educación de los hijos. Allí recibió el Bautismo, la primera Comunión, la Confirmación y estudió el Bachillerato en el Colegio dirigido por el sacerdote don Marcos Vázquez.
En 1907 ingresa en la Academia de Infantería de Toledo y a los diecisiete años se incorpora a su primer destino en El Ferrol. El 11 de junio de 1911 se inscribió como adorador activo y fue elegido vocal de la Junta Directiva en la Adoración Nocturna. Establecida en España en 1878, la Adoración Nocturna tenía como ejercicio piadoso más característico el tributar a Jesús Sacramentado expuesto solemnemente, actos de alabanza y desagravio entre el comienzo de la noche y el alborear de un nuevo día.
A medida que iba avanzando en su carrera militar, fue adquiriendo con la lectura y el estudio una instrucción religiosa más amplia y completa al mismo tiempo que sólida y práctica. Los testimonios de esta época nos lo presentan en oración delante del Santísimo en momentos difíciles o participando, una vez más, en la Adoración Nocturna en un turno formado por militares. Años más tarde, lo encontraremos con frecuencia ante el Sagrario en momentos especialmente difíciles de la guerra y de su gestión como Jefe del Estado(5) .
La persecución religiosa en España (1931-1939)
La situación de hecho de la Iglesia y los católicos desde la implantación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, fue de acoso y persecución abierta. Socialistas, anarquistas, comunistas y republicanos de izquierda diferían entre sí en casi todo: en la forma del estado, en la organización económica, en la consideración hacia los grupos sociales, en el papel de la cultura y la enseñanza... Única-
20 Franco y la Iglesia Católica mente había un punto de coincidencia: la voluntad decidida de construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento religioso. Para la mayor parte de ellos la vida cristiana no encontraba lugar ni en espacios de intimidad pues, debido a sus propios presupuestos, la religión constituía un elemento alienante que había que destruir(6) .
Los artículos de la Constitución y las medidas tomadas con posterioridad respondieron al propósito de elaborar un marco legal negando la existencia política, social y cultural de un amplio sector de la sociedad española y, además, consagrando esta exclusión en el plano jurídico. El paso siguiente sería la invasión de la esfera de la intimidad y hasta de la vida. Los incendios de templos, la persecución legislativa y el asesinato masivo de eclesiásticos y seglares en la revolución de octubre de 1934 y, sobre todo, a partir de julio de 1936 fueron pasos sucesivos de una misma secuencia lógica en la que actuaron de manera combinada dos formas de laicismo: el elitista y burgués de los partidos liberales (con la legislación) y el de los partidos revolucionarios (con la acción directa).
Con el Alzamiento Nacional, iniciado por el Ejército de África el 17 de julio de 1936 y secundado en la Península los días siguientes, se inicia la etapa plenamente revolucionaria dentro de la evolución histórica de la Segunda República, momento que marca el apogeo de la persecución religiosa. Al mismo tiempo, el acoso exterminador contra la Iglesia católica en zona frentepopulista, dio un carácter de Cruzada a la movilización en el bando contrario.
En su Carta Colectiva (1-julio-1937), los obispos españoles declararon que la Iglesia jerárquica «no provocó la gue-
Mons. Pla y Deniel fue uno de los primeros en utilizar el término Cruzada en sentido estrictamente religioso en su pastoral Las dos Ciudades que dirigió a sus diocesanos el 30 de septiembre de 1936. Años más tarde diría sobre esta pastoral: «No fue nuestra Carta Pastoral, Las dos Ciudades, ni en nuestra intención ni en su texto, una soflama de obispo partidista que viniera en ayuda de una facción. No sabríamos hacer esto nunca. Fue el adoctrinamiento episcopal a los diocesanos en momentos graves y difíciles sobre sus deberes para con la religión y con la patria. El Magisterio Episcopal no se debe ejercer sólo sobre cuestiones teóricas y abstractas; debe orientar a los fieles ante los graves problemas concretos que la realidad presenta. Esto hicimos en 30 de septiembre de 1936, aplicando las doctrinas de Santo Tomás, de San Roberto Belarmino y de Suárez a aquel momento trascendental de la historia de nuestra España. Declaramos la licitud del Movimiento y su carácter de Cruzada después de que el gran Pontífice Pío XI había dado sobre toda consideración política su bendición de una manera especial a cuantos se han impuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la Religión, que es como decir los derechos y la dignidad de las conciencias, la condición primera y la base segura de todo humano y civil bienestar». rra ni conspiró para ella, e hizo cuanto pudo para evitarla» y lamentó su estallido. Pero miles de ciudadanos católicos «obedeciendo a los dictados de su
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conciencia y de su patriotismo y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristiana». Tal fue, también, el caso de Francisco Franco. Como a otros muchos españoles, le conmovió el asesinato del diputado monárquico Calvo Sotelo, sacado de su casa por fuerzas de orden público y milicias armadas. Él estaba convencido que al Ejército no le es lícito sublevarse contra un Partido ni contra una Constitución porque no le guste; pero tiene el deber de levantarse en armas para defender a la Patria cuando está en peligro de muerte.
Las cifras de religiosos y sacerdotes asesinados en zona frentepopulista avalan esta última afirmación: Antonio Montero habla de 4.184 víctimas del clero secular (incluyendo a doce obispos, un administrador apostólico y un centenar de seminaristas), 2.365 religiosos y 283 religiosas; es decir, un total de 6.832, cifra comúnmente aceptada con ligeras oscilaciones. Mucho más elevado es el número de seglares muertos como consecuencia de la persecución religiosa.
Los edificios destinados al culto fueron por regla general convertidos en cárceles, casas del pueblo, almacenes, garajes, cuadras... y sufrieron daños de diversa consideración aunque en su mayoría reparables. Pero el contenido de esos templos fue saqueado y quemado entre escenas sacrílegas, burlas, profanaciones, parodias de las ceremonias religiosas y realización de hechos incalificables con las imágenes. El Santísimo Sacramento, que a veces había podido ser consumido con reverencia, se convirtió en otras muchas ocasiones en objetivo preferente de los asaltantes. No en vano los obispos españoles caracterizaron la revolución por su crueldad,
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El cardenal Gomá consultó con cada uno de los obispos, a los que envió las galeradas del documento que definitivamente vió la luz el 1 de julio de 1937, previa respuesta de conformidad de casi todos los prelados y previos retoques de última hora. La Carta colectiva del Episcopado español, 1 de julio de 1937, apareció suscrita por cuarenta y tres obispos residenciales y cinco vicarios capitulares. Sólo faltaron “libre y conscientemente” las firmas del cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, y mons. Múgica, obispo de Vitoria. Este no firmó porque no “le parecía prudente” al encontrarse fuera de su Sede; en cuanto a Vidal y Barraquer, según Granados, biógrafo de Gomá, por considerar el documento inoportuno ya que “podría dársele una interpretación política” o dar lugar a “represalias contra sacerdotes presos o necesitados de socorro” .
inhumanidad, capacidad destructora de la civilización y del derecho, antiespañolismo y, sobre todo, anticristianismo.
Franco, liberador de la Iglesia perseguida.
Desde el primer momento, las alocuciones de los militares sublevados reconocieron el carácter religioso de
«Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes, en forma totalitaria fue cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por 100 en las diócesis devastadas en algunas llegan al 80 por 100 sumarán, sólo del clero secular, unos 6.000. Se les cazó con perros, se les persiguió a través de los montes; fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin perjuicio las más de las veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio social». Carta colectiva del Episcopado español
esta lucha. Así, el general Franco desde Radio Tetuán el 25 de julio de 1936 denunciaba las tropelías cometidas por los revolucionarios:
«Crímenes monstruosos, horrendos, como en Arahal, pueblo de la provincia de Sevilla, donde se quemaron vivas a 23 personas por las turbas marxistas; Málaga la mártir con sus templos quemados y sus virtuosos sacerdotes martirizados; atropelladas las doncellas, abandonados los niños; este era el final que tenían destinado a toda España con la cooperación de un Gobierno inconsciente y criminal, arengando a las masas para arrasar las villas y las ciudades». Y declaraba:
«Es por el propio bienestar y el de los suyos, la vida de sus hijos, la familia, la Religión, el hogar, todo, todo esto intenta destruirse y no cabe permanecer indiferente»(7) . El pueblo español dio sentido de Cruzada a la guerra, sobre todo, a medida que se conocía lo que estaba ocurriendo en zona frentepopulista, donde ardían las iglesias y se asesinaba por miles a los sacerdotes y a los católicos practicantes. También la Jerarquía empezó a manifestarse en apoyo de los alzados, con documentos como la Carta pastoral de los obispos de Vitoria y de Pamplona (6-agosto-1936) y Las dos ciudades (30-septiembre-1936) del obispo de Salamanca Pla y Deniel, hasta desembocar en la citada de la Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España (1 de julio de 1937)(8) .
Por su parte, en el mismo discurso a quinientos españoles en que habló por primera vez de «verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra», el papa Pío XI daba su bendición «a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión»(9) y, al acabar la guerra, Pío XII expresaba el primordial significado de la victoria nacional en los siguientes términos:
«El sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristiana, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España; y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan en Él” (Iud 13,17), supo resistir el empuje de los que, engañados con lo
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que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo» (10) .
El cardenal primado, Isidoro Gomá(11) insiste con frecuencia, en sus informes oficiosos a la Santa Sede, en el criterio de juzgar a Franco como un católico convencido y estimar su postura al frente de la España nacional como una garantía de que la orientación cristiana del Estado prevalecería en las líneas de la política general. Por citar solamente alguno de sus escritos en este sentido:
«Por lo que atañe a su representación religiosa y moral puede afirmarse en general que los elementos más significativos de estos organismos son bonísimos católicos, algunos de ellos hasta piadosos. Me es grato consignar los nombres del Generalísimo, católico práctico, que me consta reza todos los días el santo rosario, enemigo irreconciliable de la masonería y que no concibe el Estado Español fuera de las líneas tradicionales de catolicismo en todos los órdenes. Ha hecho manifestaciones de catolicismo acendrado»(12) . «Tiene arraigados sentimientos religiosos, cumple como buen cristiano con los preceptos de la Santa Iglesia y manifiesta decidido empeño en que se restaure la vida religiosa del país, empezando por la reforma de nuestra legislación, tan embebida de espíritu laico por obra de los últimos gobiernos»(13) .
«La revolución fue “bárbara” , en cuanto destruyó la obra de civilización de siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de ellas de fama universal. Saqueó o incendió los archivos imposibilitando la rebusca histórica y la prueba instrumental de los hechos de orden jurídico y social. Quedan centenares de telas pictóricas acuchilladas, de esculturas mutiladas, de maravillas arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas, en las regiones dominadas por los comunistas». Carta colectiva del Episcopado español
El nuevo Estado: legislación de inspiración católica
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Buena prueba de esta actitud sería la prudente intervención de Franco en cuestiones especialmente delicadas como lo fue la colaboración de los nacionalistas vascos con los marxistas, el compromiso político de parte de los sacerdotes en las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya y la intervención partidista en el conflicto de miembros del clero vasco a favor de la causa roja, elogiada públicamente por la dirigente comunista apodada La Pasionaria(14) . El cardenal Gomá y el generalísimo Franco pusieron fin con su intervención personal a las ejecuciones de algunos sacerdotes condenados por tribunales de guerra bajo
la acusación de actividades en favor del bando frentepopulista.
Terminada la guerra el 1 de abril de 1939, Franco mantendrá la inspiración cristiana del Estado y la cooperación con la misión de la Iglesia en unos términos constantes a lo largo de casi cuarenta años y muchas veces en medio de circunstancias especialmente cambiantes y
Franco y la Iglesia Católica difíciles como ocurrió a partir de la década de los sesenta.
La benevolencia, respeto y delicadeza de Franco, su equilibrio y su fidelidad cristiana serán una constante que explica la confianza que él depositaron siempre los papas y los obispos, incluso en momentos de divergencia o incidentes. Así, el 2 de octubre de 1975, Pablo VI decía al cardenal Tarancón, según re-
Fotografía: Inauguración del Cerro de los Angeles. «Si hoy, colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España, es, primero, porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España, que nosotros, Obispos católicos no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir el tremendo apelativo de “canes muti” , con que el Profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia». Carta colectiva del Espiscopado español en privado.
Instrumento jurídico privilegiado de esta política fue el Concordato firmado el 27 de agosto de 1953 y cuyo primer artículo declaraba que «la Religión Católica, Apostólica, Romana sigue siendo la única de la Nación española y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico»(16) . A continuación, se reconocía a la Iglesia su carácter de sociedad perfecta. De estas dos primeras bases se derivaban teóricamente todas las prerrogativas que el Estado español concedía o reconocía a la lglesia. Los especialistas consideraron este Concordato modélico y lo calificaron de completo -porque abarcaba todas las cuestiones que afectaban a ambas potestades, íntegro -porque incorporaba directamente disposiciones del Código de Derecho Canónico- y de amistad pues no era el resultado de un pleito sino de una cordial colaboración. Unos meses después, el 25 de febrero de 1954, se celebró en la capilla del Palacio de Oriente la ceremonia de imposición del Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo concedida al Caudillo por Pío XII.
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velación de éste, que Franco «ha hecho mucho bien a España y le ha proporcionado un desarrollo extraordinario y una época larguísima de paz. Franco merece un final glorioso y un recuerdo lleno de gratitud»(15) . Manifestación de más valor por haberse proferido en un contexto internacional especialmente hostil aunque discretamente proferida
«Entre todas las distinciones de que dispone el Sumo Pontífice para premiar servicios muy relevantes prestados a la Iglesia, la primera por su importancia y antigüedad es la de la Orden de Cristo instituida por el papa Juan XXII el 14 de marzo de 1319 con un carácter restrictivo que ha conservado hasta nuestros días. El beato Pío X, en el Breve que dictó en 1905 acerca de la Orden de Cristo dispuso que
“ ninguna otra le fuese superior en dignidad y que sobresaliese de todas las demás en grandeza y esplendor ” »(17) .
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Podemos sintetizar las líneas maestras de estas relaciones Iglesia-Estado en los siguientes términos, sintetizando la exposición del citado Guerra Campos en sus obras ya citadas:
1. Confesionalidad católica con
proyección social. Este principio aparece expresamente formulado en las Leyes Fundamentales, estructura constitucional del nuevo Estado: «La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación»(18) .
2. Derogación de todas las leyes de la Segunda República lesivas para la Iglesia y la vida religiosa
como habían sido la privación del derecho a la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, restricciones a la actividad de las congregaciones religiosas, expulsión de la Compañía de Jesús, divorcio…
El texto del Breve Pontificio por el que se concedía el Gran Gollar de la Suprema Orden de Cristo es como sigue: «A nuestro amado hijo Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado español. Salud y Bendición apostólica. Recordamos que con mucha solemnidad y concurrencia de fieles celebrábase el año pasado en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacional, al que nos consta que las autoridades civiles prestaron entusiasmo y colaboración. Además, con motivo del reciente Concordato entre esta Sede apostólica y la nación española, nos hemos congratulado por la feliz terminación del mismo y por vuestra adhesión a la Cátedra de Pedro, puesta muy de manifiesto en la colaboración de tan importante acuerdo. De este modo las necesarias relaciones que siempre existieron entre los Romanos Pontífices y la nación española han sido confirmadas para fruto y utilidad comunes. Sabemos que éste es también vuestro sentir y el del católico pueblo español, a través de las cartas oficiosas que nos habéis remitido, y por las cuales os damos las más expresivas gracias. Por estas y otras razones, queriendo daros una muestra de nuestra benevolencia, por estas nuestras letras os elegimos, constituimos y nombramos caballero de la Milicia de Jesucristo y lo admitimos en esta nuestra Suprema Orden de los citados caballeros» . La imposición del Collar se hizo en la capilla del Palacio de Oriente, el 25 de febrero de 1954. Ante el altar, y de rodillas, Franco pronunció las siguientes palabras: «Prometo, juro y quiero mantener este juramento hasta el último aliento de mi vida, que, con la ayuda de Dios, constantemente retendré y profesaré íntegra e inviolada esta fe católica, en la misma forma que ahora espontáneamente la profeso y declaro. Y que por lo que a mí personalmente y por razón del gobierno se refiere, procuraré que sea profesada, enseñada y practicada por mis súbditos y por aquellos cuyo cuidado tenga hoy o pueda tener más tarde a mi cargo. Yo mismo, Francisco Franco Bahamonde, por último, prometo y juro a Dios omnipotente, a la Virgen Inmaculada María Santísima y a todos los santos, que, ayudado por la gracia de Dios, llevaré siempre vida ejemplar, con las virtudes que convienen a un buen soldado de Jesucristo» . El cardenal Pla y Deniel colocó al Jefe del Estado el Gran Collar de Oro de la Cruz y dijo: «Acepte Su Excelencia el yugo del Señor, que es suave y ligero. Y lleve, de aquí en adelante, cada día con mayor honor y dignidad, esta insignia de Nuestra Redención que Nos hoy le imponemos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» .
3. Disposiciones favorables a la
misión de la Iglesia con las siguientes notas: – Respeto a la libertad de la Iglesia desde la cooperación e independencia.
Franco y la Iglesia Católica – Facilidades para la actividad pastoral de la Iglesia en las instituciones del Estado: acceso a todo el sistema escolar, a la juventud, a los sindicatos, a los medios de comunicación, promoción de los estudios superiores de Teología, salvaguardia de la moral pública, apoyo internacional a la Santa Sede… – Ayuda material concretada en la reconstrucción inicial de edificios destruidos por la revolución y la guerra; exenciones tributarias que favorecían el culto, apostolado y beneficencia social y parquedad ejemplar en la dotación de las personas. Incluso se favoreció la constitución de un patrimonio eclesiástico que reemplazase de algún modo al suprimido por los liberales en la desamortización pero los obispos no llegaron a dar curso eficaz a la propuesta.
4. Leyes de justicia y promoción
social que la Iglesia aprecia como congruentes con su misión y que lograron la plena transformación económica y social del país: salario familiar, seguridad social, estabilidad en el empleo, viviendas asequibles, escolarización completa, planes de desarrollo y de planificación territorial…
Los principios a los que respondía esta actuación fueron recordados expresamente por Franco en su mensaje del 30 de diciembre de 1972:
«En una época en que el mundo se debate ante una ola de materialismo, que pretende destruir la moral individual y familiar en aras de un desenfrenado disfrute de los bienes materiales, con abandono de cuanto significa sacrificio y esfuerzo personal, nosotros proclamamos, una vez más, la supremacía de los valores espirituales del hombre. Nuestro Gobierno, acorde con los sentimientos católicos de la casi totalidad de los españoles, ha mantenido invariablemente a lo largo de más de siete lustros su actitud de respeto y cooperación hacia la Iglesia, brindándole gustosamente facilidades y ayudas de todo orden para el cumplimiento de su sagrada misión. Todo cuanto hemos hecho y seguiremos haciendo en servicio de la Iglesia, lo hacemos de acuerdo con lo que nuestra conciencia cristiana nos dicta, sin buscar el aplauso ni
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«La revolución fue esencialmente ‘antiespañola’ . La obra destructora se realizó a los giros de “¡Viva Rusia!” , a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria. Pero, sobre todo, la revolución fue “anticristiana” . No creemos que en la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrilegio estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los “sin - Dios” , en Moscú, pudo decir: “España ha superado en mucho la obra de los Soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada” ». Carta colectiva del Espiscopado español
siquiera el agradecimiento. Creemos que las relaciones entre la Iglesia y el Estado han de basarse en la independencia de ambas supremas potestades y en el reconocimiento de la esfera de autonomía propia del orden político, como oportunamente recordó la Conferencia Episcopal Española de 29 de junio de 1966 al afirmar que: “Si es misión de la jerarquía iluminar la conciencia de los fieles en el cumplimiento de sus deberes cívico-sociales, no lo es invadir el terreno de la autoridad civil, adoptando posturas o emitiendo juicios que, por referirse a la elección de medios contingentes en el orden temporal, dependen del ejercicio de la prudencia política ” »(19) . decir, las ideas) tiene que ceder ante la problemática técnica.
Por los mismos años se impusieron legalmente las exigencias de libertad religiosa del Concilio Vaticano II, algo «tan opuesto a la significación originaria del Alzamiento y Régimen español como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica»(20) . La iniciativa requirió un largo trámite en el que no faltaron autorizados, aunque numéricamente escasos, pronunciamientos contra un precepto que implicaba la modificación del Fuero de los Españoles y que se sustentaba en principios largamente cuestionados, en los propios
¿Conflicto con una Iglesia en crisis?
Después de la Guerra Civil, la Iglesia española manifestó en general una tensa inquietud y solicitud por la renovación interior, el acercamiento evangelizador al pueblo, la reconciliación y la justicia social. La enorme fecundidad de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras es uno de los más claros indicios de la reacción positiva ante la persecución religiosa republicana y de cómo aprovechó la Iglesia la libertad y las facilidades que se le proporcionaban en la España de Franco.
A pesar de todo, la agitación de los años sesenta y setenta, consecuencia no solo de la subversión político-partidista sino de una verdadera crisis interna de la Iglesia, iba a afectar trágicamente a la Iglesia española y a sus relaciones con el Estado. Soplaban nuevos vientos, y empieza a abrirse paso, en el seno del propio Régimen, la idea de que en aquella situación la problemática política (es
Las colas de españoles para dar el último adiós a Francisco Franco abarcaban centenares de metros.
debates conciliares y con posterioridad. El Estado español nunca dejó espacio al relativismo religioso, reafirmando junto a la aceptación de las iniciativas vaticanas, sus principios de confesionalidad estatal. Incluso el episcopado publicó una interpretación de la Dignitatis Humanae en una declaración colectiva en la que se decía que «la libertad no se opone ni a la confesionalidad del Estado ni a la unidad religiosa de una nación. Juan XXIII y Pablo VI, por no referirnos más que a los dos Papas del
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Franco y la Iglesia Católica Concilio, nos han recordado a nosotros los españoles que la unidad católica es un tesoro que hemos de conservar con amor»(21) . Interpretación moderada, que forzaba hasta el límite los propios textos conciliares y que el paso del tiempo se iba a encargar de desmentir: la confesionalidad católica se perdía pocos años después al promulgarse la Constitución de 1978.
Cierta publicística ha pretendido que las formalidades seguidas para la designación de obispos fueron un motivo de conflicto entre la Iglesia y el Estado a partir de este momento. El sistema vigente no respondía a un derecho de presentación directa, sino que se trataba de un procedimiento de selección de candidatos que hacía el Nuncio, el cual componía listas de seis nombres previa consulta al Gobierno. El Papa, que siempre podía poner otros, seleccionaba una terna, de la cual el Jefe del Estado presentaba uno. Por tanto, la iniciativa, el juicio de aptitud y la decisión estaban en manos de la Santa Sede.
Se ha dicho que Franco se negó a aceptar la petición de Pablo VI para renunciar al derecho de presentación de obispos. Pero nada más lejos de la realidad. Al recibir una propuesta en dicho sentido en carta fechada en Roma el 28 de abril de 1968, Franco hizo ver al Papa la imposibilidad moral y legal de decidir personalmente sobre una cuestión que afectaba al legado histórico y al marco más amplio de las relaciones IglesiaEstado, sin antes obtener la aprobación del Gobierno y de las Cortes. Por ello, accedió a que el asunto se tratara en el marco de «una revisión de todos los privilegios de ambas potestades pactadas en el Concordato»(22) . Al Vaticano no le interesaba una modificación sustancial de los privilegios con los que contaba la Iglesia en España (especialmente en lo referido a financiación y enseñanza) y únicamente trataba de eliminar la intervención del Jefe del Estado en el proceso de designación de los obispos. Mientras, sectores radicales presionaban para
romper la negociación e impedir cualquier acuerdo. La situación llegó a un punto que, en 1973-1974 la Santa Sede y el Gobierno negociaban protegiéndose contra las interesadas filtraciones de los órganos del episcopado. Cuando murió Franco, esta revisión no había llegado a término, su sucesor renunció al derecho de presentación y el marco concordatario daría paso a la firma en 1979 de unos Acuerdos Iglesia-Estado, todavía vigentes y ahora sistemáticamente cuestionados desde la izquierda(23) .
Pero más allá de estas y otras intervenciones, hubo una medida de naturaleza estrictamente eclesiástica, que tendría gran repercusión a largo plazo para diluir la legitimación del Régimen nacido del Alzamiento y del conflicto que los obispos españoles calificaron de Cruzada. Hasta el pontificado de Juan
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XXIII, se había tramitado la fase diocesana de numerosos procesos de mártires de la persecución española y los que estaban en fase avanzada habían llegado a la Santa Sede, donde continuaban su curso con normalidad. Pablo VI dejó paralizados dichos procesos en una decisión que algunos, interesadamente, han calificado de prudente pero que tuvo una clara intencionalidad política y nefastas consecuencias. Sin duda que el silenciamiento de los mártires de España facilitó la seducción de quienes estaban abandonando el catolicismo bajo el señuelo de la modernización, del progreso económico y de la reaparición de las ideologías liberales y socialistas derrotadas en 1939. Y al censurar el ejemplo y la memoria de los mártires se estaba poniendo sordina a una de las más hondas y sinceras justificaciones del estado de cosas a que habían llegado en España las relaciones Iglesia-Estado(24) .
Subversión eclesiástica y cambio de régimen
Desde el primer momento, Pablo VI apoyaba la apertura a la izquierda de la Democracia Cristiana, un trágico proceso de colaboración con la descristianización de Italia cuyo balance pronunció el mismo Montini en las exequias de Aldo Moro: «Un sentimiento de pesimismo viene a anular tantas serenas esperanzas y a sacudir nuestra confianza en la bondad del género humano». Con razón se ha podido decir: «Aquí gime el hombre (pero más aún el Pontífice, próximo a su muerte) sobre el proyecto, que yace destruido, de todo su Pontificado»(25) .
En España, el deterioro del espíritu religioso y patriótico coincide con una general evolución hacia la democracia liberal y el socialismo entonces vigentes en nuestro entorno y una progresiva europeización bajo el pretexto del desarrollo económico. Al mismo tiempo, los sectores más radicales propugnaban la oposición al Régimen bajo el señuelo de un compromiso temporal exigido por la fe y se erigieron en portavoces del
Concilio Vaticano II, descalificando a la mayoría de los fieles y del episcopado que se mantenía firme en las posturas tradicionales.
La nueva posición eclesiástica favorece esta tendencia al dejar de reco-
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Luigi Dadaglio, nuncio en España entre 1967 y 1980, transformó el perfil de la Iglesia en España. Siguiendo las indicaciones de Pablo VI y con la imprescindible ayuda del cardenal Tarancón, promovió un episcopado claramente progresista. Así, durante el tiempo de Dadaglio, fueron nombrados obispos de la talla de Jaume Camprodón en Girona, Javier Osés en Huesca, Ramón Echarren, Victorio Oliver y Alberto Iniesta como auxiliares de Tarancón en Madrid, Miquel Moncadas en Menorca, Joan Martí Alanis en Urgel, Javier Azagra en Cartagena, Ramón Torrella, Josep Campmany, Ramón Daumal y Josep Mª Guix como auxiliares de Barcelona, Ramón Malla en Lérida, Josep Mª Cases en Segorbe-Castellón, Teodoro Úbeda en Mallorca, José Mª Setién en San Sebastián, Ramon Buxarrais en Zamora o Elías Yanes como auxiliar de Oviedo.
Franco y la Iglesia Católica nocer en el Alzamiento de 1936 y en la ortodoxia católica del Régimen español un elemento valioso para pasar a considerarlo como una pervivencia caduca del pasado que había que superar. Todo ello, unido a la agitación en el interior de la Iglesia, lleva a constatar, entre otras, las siguientes pérdidas en el período que va de 1965 a 1980(26): – Una quinta parte del clero abandona su misión. – Los misioneros del clero secular que se habían desplazado a América bajan un 75 por cien y apenas hay relevo para los religiosos. – Las vocaciones a la vida consagrada caen en picado. Los seminarios pierden más del 90 por ciento de candidatos al sacerdocio entre 1962 y 1980. – El compromiso político, sobre todo de inspiración marxista, de algunos movimientos apostólicos lleva a la pérdida de fe de sus dirigentes y miembros. Se diluye la Acción Católica con sus respectivas ramas de apostolado especializado.
Fiel a las directrices de Roma, el nuncio Luigi Dadaglio promovía la sustitución del episcopado español aprovechando las jubilaciones sugeridas por el Concilio o cubriendo las sedes vacantes con obispos auxiliares. Del perfil de los numerosos auxiliares nombrados por Pablo VI a través de su Nuncio, da idea algunos de los nombres de quienes luego fueron reconvertidos en obispos titulares y arzobispos como Azagra, Setién, Iniesta, Echarren, Osés, Estepa, Montero, Torija, Yanes, Uriarte… por no hablar de otros, designados directamente para la sede que habrían de ocupar como Díaz Merchán, Dorado, Castellanos o Buxarrais. El bloque renovado pronto alcanzaría mayoría en la Conferencia Episcopal y se vio encabezado por el hasta entonces arzobispo de Toledo, Vicente Enrique y Tarancón, promocionado para la sede matritense en 1971. En un nuevo documento colectivo aprobado por el episcopado(27) , se reconoce que la confesionalidad responde a un ideal tradicionalmente sostenido por la Iglesia y que la legislación española se ha adecuado a los requerimientos conciliares de libertad religiosa. Pero ahora
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El 24 de febrero de 1974 se produjo un hecho que llevó las relaciones entre España y el Vaticano hasta el casus belli. El obispo de Bilbao, monseñor Antonio Añoveros publicó una pastoral que fue leída en todos los templos de su diócesis en la que hacía un llamamiento para que se reconociese la singularidad y la identidad cultural del pueblo vasco. Arias Navarro, presidente del gobierno recién nombrado por Franco, recluyó al obispo y a su vicario general, monseñor Ubieta, y les impuso arresto domiciliario. Ahí se produjo un tira y afloja entre las autoridades eclesiásticas y el gobierno. Arias no cedía e intentó expulsar a Añoveros del país. Éste se negó y alegó que él sólo reconocía la autoridad de Pablo VI y que sólo abandonaría España por orden del Papa. En ese momento, el gobierno amenazó a Tarancón con la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano y la expulsión del Nuncio. Fue en ese momento en el que Tarancón, alegando artículos del Derecho Canónico, amenazó al gobierno con la excomunión tanto del presidente y ministros como de Franco.
resulta que es competencia del Estado decidir si la confesionalidad ha de continuar y los obispos, por su parte, se desentienden, no sin indicar posibles dificultades en su aplicación. Lo único que entones parecía interesar a los sectores dominantes en el episcopado español era el derecho a la pluralidad de opcio-
nes, la libertad religiosa y la llamada denuncia profética.
En este contexto, algunos obispos, prefirieron aprovechar al máximo el privilegio del Fuero a favor de los sacerdotes que distinguir entre el derechodeber de la predicación y las exigencias de la prudencia y del respeto a la ley. Incluso cuando, en muchos casos, se daba al mismo tiempo rebeldía frente a la disciplina canónica. El choque entre esta actitud y la reacción (no siempre contundente) del poder público dio lugar a incidentes (sanciones a algunos sacerdotes, prohibición de determinados actos…) aprovechados para magnificarlos en las campañas de agit prop de la oposición izquierdista y separatista. Así, la reacción ante la homilía-circular del obispo de Bilbao Antonio Añoveros en febrero de 1974 sirvió para lanzar la amenaza de una excomunión que no solamente se atribuía a quienes no tenían capacidad para declararla, sino que era una medida que ni siquiera se había tomado con ocasión de la expulsión del cardenal Segura por el Gobierno provisional de la Segunda República. Tarancón calificó el llamado caso Añoveros como «el combate más duro y tenso que España había conocido desde hacía muchas décadas entre la Iglesia y el Estado»(28) quizás sin darse cuenta de que con esas palabras estaba haciendo el mejor elogio de un Estado que resolvió el asunto mediante la intervención personal y la prudencia de Franco. El combate más duro, no deja de parecer, visto desde hoy, una anécdota de la que Tarancón y la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal intentaron, sin éxito, sacar partido.
Podemos acabar concluyendo que, en efecto, Pablo VI promovió el apoyo de la jerarquía de la Iglesia en la deriva que tomaron los acontecimientos durante el período que precedió y siguió a la muerte del Generalísimo y que desembocó en
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Monseñor José Guerra Campos fue el inspirador de la revista religiosa Iglesia-Mundo y de la Hermandad Sacerdotal Española, que agrupaba a más de 6.000 Sacerdotes que no aceptaron las reformas en distintos ámbitos de la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II. En aquellos años tan difíciles para la Iglesia y para España, se produjo en nuestro país la aparición de Obispos con escasos merecimientos. Simultáneamente comenzaban a estorbar los Obispos conocedores de lo sucedido en la Iglesia española desde 1931 y de la tremenda persecución que sufrió la Religión en nuestra Patria. Poco a poco fueron desposeídos de toda influencia y los fieles comenzaron a asistir a extraños nombramientos y actitudes episcopales poco comprensibles. Siguiendo esta línea de arrinconamiento, Guerra Campos fue enviado en 1973 a la Diócesis de Cuenca donde realizó una obra amplísima de apostolado, predicación y organización de su Diócesis.
Franco y la Iglesia Católica la Constitución de 1978. Una actuación que tiene lugar en paralelo a una crisis intraeclesial sin precedentes. El resultado, fue el establecimiento y aceptación de un nuevo sistema político inspirado en las llamadas democracias de nuestro entorno en el que no se ha enseñado cuál es la misión específica del Poder en lo moral y religioso, no se inculcaron eficazmente las exigencias éticas del orden constitucional y se fue extendiendo entre los católicos una concepción del mundo a medio camino entre el liberalismo permisivista y el intervencionismo socialista.
Una situación que ofrece un duro contraste con la que se vivió en la España y de Franco y que nos permite hacer nuestra la conclusión del tantas veces citado en este artículo, don José Guerra Campos:
«Franco respondió en su tiempo a las orientaciones de la Iglesia Católica. Los modos de hacerlo podrán cambiar; pero un cambio en los modos no puede consistir en suprimir las orientaciones o en desentenderse de ellas. Es urgente colmar ese vacío. Por eso la evocación de la historia de Franco es de una actualidad ejemplar. La Iglesia en España, puesta a reflexionar, se encuentra con ese legado. Para la Iglesia, no menos que la evangelización de América, es parte de su propio legado»(29) . m
(1) Cit.por Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, Franco: Crónica de un tiempo, vol.6, Los caminos de la instauración. Desde 1967 hasta 1975, Madrid: Actas, 2007, 801. El texto fue difundido a toda España por radio y televisión en boca del presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en la mañana del 20 de noviembre. (2) Fragmentos de estos y otros muchos textos pueden verse en: La Iglesia reconoció a Franco. Declaraciones de la Iglesia sobre la figura de Francisco Franco y la Guerra Civil. Desde 1936 a 1975, Producciones Armada, [2018]. (3) Ibíd. 6, 8, 14, 16, 19 y 24. (4) Cfr. José GUERRA CAMPOS, La Iglesia y Francisco Franco, in: Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 11 (1974) 448-475; Id., La Iglesia en España (1936-1975) Síntesis histórica, in: Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 5 (1986) 101-195; Id., Franco y la Iglesia Católica. Inspiración cristiana del Estado, in: El legado de Franco, Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1997, 81-172. (5) Éstas y otras muchas noticias sobre la religiosidad de Franco en: Manuel GARRIDO BOÑANO, Francisco Franco, cristiano ejemplar, Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, 2003; Faustino MORENO VILLALBA, Franco, héroe cristiano en la guerra, Madrid: 1985. (6) La bibliografía sobre la persecución religiosa en España es muy abundante y de diversa valoración. Sigue siendo muy útil la obra editada por primera vez en 1961: Antonio MONTERO MORENO, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939, Madrid: BAC, 1998. Dos síntesis con especial atención a los antecedentes y al contexto bélico hemos ofrecido en: Ángel David MARTÍN RUBIO, La Cruz, el perdón y la gloria (La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil), Madrid: Ciudadela, 2007; Id., Violencia laicista: liberalismo, bolchevismo y persecución en España, in: Juan Antonio MARTÍNEZ CAMINO (Ed.), Víctimas y mártires. Aproximación histórica y teológica al siglo XX, Madrid: Ediciones Encuentro, 2017, 31-41. (7) ABC, Sevilla, 26-julio-1936, 4-5. (8) Puede verse en numerosas ediciones, entre otras: Documentos colectivos del episcopado español, Madrid: BAC, 1974, 224-239. Por el número y relieve de los firmantes -dos cardenales, seis arzobispos, treinta y cinco obispos (uno de los cuales, el de Teruel, daría posteriormente testimonio de la firma con su martirio) y cinco vicarios capitulares- y por su notoria repercusión mundial, sigue constituyendo el documento más importante para definir la unanimidad moral de la Jerarquía española ante la persecución y la guerra. (9) PÍO XI, Allocuzione ai vescovi, sacerdoti, religiosi e fedeli profughi dalla Spagna: «La vostra presenza» (14-septiembre-1936), [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <https://w2.vatican. va/content/pius-xi/it/speeches/documents/hf_p-xi_spe_19360914_ vostra-presenza.html>. (10) PÍO XII, Radiomensaje a los fieles de España (16-abril-1939), [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <https:// w2.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1939/documents/hf_pxii_spe_19390416_inmenso-gozo.html>. (11) Sobre el acervo documental generado en torno a la actividad del Arzobispo de Toledo, cfr. José ANDRÉS-GALLEGO, El archivo del cardenal Gomá (1936-1939), in: Anuario de historia de la Iglesia, 15 (2006) 287-292. (12) Cit.por María Luisa RODRÍGUEZ AISA, El cardenal Gomá y la guerra de España, Madrid: CSIC, 1981, 71. (13) Ibíd,, 401. (14) «Me admira la actitud del clero vasco –dice la diputado comunista-. Es algo alentador el coraje con que anima y sostiene al pueblo a nuestro lado», in: Frente Popular. Diario de la República, San Sebastián, 2-septiembre-1936, 2. (15) Vicente ENRIQUE Y TARANCÓN, Confesiones, Madrid: PPC, 1990, 852. (16) Concordato entre la Santa Sede y España, [en línea] html [ref. de 21 enero 2020] Disponible en Web: <http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/archivio/documents/rc_seg-st_19530827_concordato-spagna_sp.html>. (17) ABC, Madrid, 26-febrero-1954, 15. (18) Ley de Principios del Movimiento Nacional (17-mayo-1958), art. II, in: Leyes Fundamentales del Estado, Madrid: Servicio Informativo Español, 1967, 21. (19) ABC, Madrid, 31-diciembre-1972, 18-19. (20) Rafael GAMBRA, Tradición o mimetismo: la encrucijada política del presente, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1976, 89. (21) Declaración colectiva del episcopado español sobre el Concilio (8-diciembre-1965), ABC, 12 diciembre 1965, 75. Se ha señalado que la interpretación de los obispos españoles resulta difícilmente sostenible y se llega a decir que «La declaración DH suponía el certificado de defunción del nacionalcatolicismo. Es algo más que afirmar la libertad religiosa: subyace un nuevo concepto de Estado, laico, y que acepta una sociedad pluralista […] La DH destruía el 2º Principio del Movimiento»: Jesús María ZARATIEGUI, Recepción en España de las deliberaciones sobre la declaración de libertad religiosa, Dignitatis Humanae, in: Anuario de Historia de la Iglesia, 25 (2016) 232. (22) Sobre este episodio, cfr. Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, ob.cit., 229-259. (23) Cfr. ibíd, 568-593; 649-680; 712-723. (24) Sobre la percepción de la guerra como Cruzada y la cambiante postura oficial al respecto cfr. Blas PIÑAR, La iglesia y la guerra española de 1936 a 1939, Madrid: Actas, 2014. (25) Romano AMERIO, Iota unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, Salamanca: 1996, 63. (26) Cfr. José GUERRA CAMPOS, Franco y la Iglesia Católica…, ob. cit., 151-152. (27) La Iglesia y la comunidad política. Declaración de la Conferencia Episcopal Española (23-enero-1973) [en línea] html [ref. de 23 enero 2020] Disponible en Web: <https://www.conferenciaepiscopal.nom.es/archivodoc/jsp/file/exportar_fichero.jsp?document=6510&file=00001000. pdf&recordId=26>. (28) Cit.por Luis LAVAUR, España y la Iglesia posconciliar, in: Razón Española, 50 (1991) 314. (29) José GUERRA CAMPOS, Franco y la Iglesia Católica…, ob. cit., 165.