Tradición Católica: Enero-marzo 2020

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Franco y la Iglesia Católica Rvdo. D. Ángel David Martín Rubio

P

oco antes de su muerte, Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado desde 1936, redactó un testamento político encabezado con las siguientes palabras:

elogiosos de otros obispos cuya trayectoria previa y posterior, tal vez no hacía esperar semejantes conceptos. l El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid:

«Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo»(1).

Numerosos obispos españoles glosaron estas expresiones en las homilías pronunciadas tras el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975. A los términos expresivos y calurosos del cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo; José María García Lahiguera, arzobispo de Valencia; Pedro Cantero, arzobispo de Zaragoza; o los obispos José Guerra Campos (Cuenca), Luis Franco Cascón (Tenerife), Demetrio Mansilla Reoyo (Ciudad Rodrigo), Ángel Temiño Sáiz (Orense), Manuel Llopis Ivorra (Coria-Cáceres) y tantos otros(2), hay que sumar los no menos

El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, desde su puesto de obispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española fue el hombre del Papa Pablo VI para promover una Iglesia liberal, adaptada a la inminente implantación de la democracia en España. El tono que Tarancón dio a la Iglesia lo marcó la “Asamblea Pastoral Conjunta” de Septiembre de 1971, donde una asamblea de obispos y sacerdotes ultraprogresistas, especialmente seleccionados por él, pidió perdón “por no haber sabido ser ministros de reconciliación durante la Guerra Civil”.


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