Indice Editorial: Pablo VI en los altares de la Nueva Misa.................................................. 1 Comunicado de la Casa General sobre la canonización del Papa Pablo VI.......... 3 La HSSPX tiene un tesoro en sus manos.................................................................. 5 30 aniversario de las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988: Obispos para salvar la Iglesia................................... 17 P. François-Marie Chautard
Cincuenta años más tarde, ¿el Papa puede autorizar la contracepción?......... 25 P. Bernard de Lacoste
La despenalización del aborto, crimen que clama venganza al Cielo............... 29 P. José María Mestre Roc
Un franciscano genio... de la contabilidad: Luca Pacioli (1447-1517).................. 35 Rvdo. D. Eduardo Montes
La primavera del postconcilio................................................................................ 37 L. Pintas
Foto de portada: los actuales miembros de la Casa Autónoma de España y Portugal (de izquierda a derecha) España: P. David Aldalur, P. José María Jiménez, P. Philippe Brunet (superior), P. José Ramón García, P. Javier Utrilla Portugal: P. Samuel Bon y P. Carlos Mestre.
Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayuda y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia. NOTA FISCAL Los donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles parcialmente de la cuota del I.R.P.F., con arreglo a los porcentajes, criterios y límites legalmente establecidos (10 % de la base liquidable).
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Pablo VI en los altares de la nueva misa
l domingo 14 de octubre se celebró en Roma la ceremonia de canonización de siete beatos, entre ellos el papa Pablo VI y el arzobispo Óscar Romero. Acompañados en su elevación a los altares por dos sacerdotes italianos, dos religiosas respectivamente alemana y española y un joven napolitano, que vivieron entre los siglos XVIII (Vicente Romano, el más antiguo) y la primera mitad del siglo XX (Nazaria de Santa Teresa, la más moderna), todos ellos pues antes del concilio Vaticano II (1962-1965) y naturalmente inspirados, en su seguimiento de Jesucristo, por santos modelos de vida sacerdotal, religiosa y meramente cristiana que el Evangelio, la Tradición y siglos de costumbres piadosas habían conformado y la Iglesia exaltado. Pero a los ojos del mundo muy poco importa tal cortejo de santos a la vieja usanza, de quienes nada o casi nada se habló en torno a ese domingo 14 de octubre, pues el mundo no se equivoca en captar y aplaudir lo verdaderamente pretendido con la canonización de Pablo VI y del arzobispo Óscar Romero: la canonización del Vaticano II y de todas las transformaciones que desde entonces sufre la Iglesia, las cuales ocultan su rostro sereno y lo remplazan por una máscara desfigurada. El último hasta la fecha de los concilios ecuménicos se quiso pastoral en un sentido distinto a todos los anteriores ya que, en lugar de definir verdades y condenar errores, lo consideró innecesario y prefirió explicar la doctrina católica, pretendidamente sin alterarla, pero “poniéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales” (Gaudet Mater Ecclesia, discurso pronunciado por Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 en la inauguración del Concilio). Nuestro venerado fundador el arzobispo Marcel Lefebvre acostumbraba a recordar que cuando, en el curso de los debates, él y otros padres conciliares, celosos de la ortodoxia católica, rechazaban el uso de expresiones imprecisas o equívocas y reclamaban respeto por el rigor tradicional en la formulación de la doctrina de la Iglesia, los fautores de la revolución conciliar respondían: “¡No, queridos hermanos en el episcopado, no! Tendrían ustedes razón si éste fuese, como los anteriores, un concilio dogmático, pero se trata ahora de un magisterio pastoral, de un género literario distinto…” Mas, terminada con éxito esa operación de escamoteo de las verdades católicas, enseguida se alegó que aquellos textos imprecisos y equívocos tenían una autoridad superior a la de todo el magisterio precedente, seguía explicando Monseñor Lefebvre, y que debían tenerse por irreversibles todas las innovaciones y reformas salidas del Vaticano II. ¿Cómo dotar entonces de infalibilidad a las enseñanzas de un concilio que no fue sino pastoral en ese sentido devaluado, e imponerlas así definitivamente a la conciencia de los católicos? ¿Cómo consolidar y seguir avanzando sin pausa por
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esa senda revolucionaria y, de nuevo, imponerla definitivamente a la conciencia de los católicos? ¡Canonizando a todos los papas desde Juan XXIII en adelante! Tal parecería haber sido la respuesta de la jerarquía. Tras Juan XXIII y Juan Pablo II, tenemos por ello a Pablo VI en los altares; cabría decir en los altares (mesas, en realidad) de la nueva misa, pero no en los altares de la misa católica sin tacha. Poco ha importado el examen del grado heroico en que pretendidamente habría vivido las virtudes teologales y morales, como persona y como Sumo Pontífice, igual que poco ha importado el examen de un supuesto milagro que no ha dejado de suscitar objeciones. Tampoco fue distinto en los casos previos de Juan XXIII y Juan Pablo II. Es evidente que, al canonizar a Pablo VI, se ha querido canonizar al “sabio timonel” del Concilio (homilía del papa Francisco en la ceremonia del 14 de octubre) y, con él y sus predecesores, todo lo que el Concilio supuso para la Iglesia. Hasta tal punto que el papa Francisco se ha permitido bromear sobre la futura canonización de Benedicto XVI y la suya propia: “Y dos, Benedicto y yo, en lista de espera. ¡Rezad por nosotros!”. Cierto que, con arreglo a la doctrina común de los teólogos, las canonizaciones se consideran hechos dogmáticos y como tales infalibles. Sin embargo ¿qué pensar de estas canonizaciones en serie, manifiestamente desnaturalizadas por una intención espuria? Hace ya algunos años que el padre Gleize, profesor en el seminario de Écône, escribió lo que sigue como conclusión de un profundo estudio sobre los principios tradicionales al respecto y las dificultades surgidas del Concilio: “Tres razones serias autorizan al fiel católico a dudar sobre los fundamentos de las nuevas beatificaciones y canonizaciones. Primeramente, las reformas que han seguido al Concilio han ocasionado insuficiencias ciertas en el procedimiento, y en segundo lugar introducen una intención colegialista, dos consecuencias que son incompatibles con la seguridad de las beatificaciones y la infalibilidad de las canonizaciones. En tercer lugar, el juicio que tiene lugar en los procesos hace intervenir una concepción por lo menos equívoca y por lo tanto dudosa de la santidad y de la virtud heroica” (Padre Jean-Michel Gleize, “Beatificación y canonización desde el Vaticano II”). Pero mantenernos alejados de este furor canonizador no debe llevarnos a desconocer que, no obstante enseñanzas erróneas y actos gravemente imprudentes y hasta impíos en el gobierno de la Iglesia, Pablo VI fue también el papa que, frente al cuestionamiento de todas las verdades católicas en el inmediato posconcilio, quiso recordar la doctrina sobre la eucaristía en la encíclica Mysterium Fidei (1965), y en 1968 hizo solemne profesión de fe con el Credo del Pueblo de Dios y reafirmó la condena de la contracepción en la encíclica Humanae vitae. Precisamente por cumplirse 50 años de esta segunda encíclica, la última de las promulgadas por Pablo VI (dolido y asustado por la virulenta reacción modernista en su contra, en diez años hasta su muerte en 1978 jamás volvió a desafiarla), traemos a estas páginas dos muy interesantes artículos sobre la perversidad intrínseca de la contracepción y del aborto. m
Comunicado de la Casa General sobre la canonización del Papa Pablo VI
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urante el Sínodo de obispos sobre los jóvenes, el domingo 14 de octubre de 2018, el Papa Francisco llevó a cabo la canonización del Papa Pablo VI. La Hermandad Sacerdotal San Pío X reitera sus más serias reservas, que había expresado con motivo de la beatificación de Pablo VI, el 19 de octubre de 2014: Estas beatificaciones y canonizaciones recientes, según un procedimiento acelerado, dejan de lado la sabiduría de las normas seculares de la Iglesia. ¿Acaso no tienen como objetivo más bien canonizar los papas del Concilio Vaticano II antes que constatar la heroicidad de sus virtudes teologales? Cuando se piensa que el primer deber de un papa – sucesor de Pedro – es confirmar a sus hermanos en la fe (Lc. 22, 32), hay motivo para perplejidad. Pablo VI es, por cierto, el Papa de la Encíclica Humanae Vitae (25 de julio de 1968), que aportó luz y reconfortó a las familias católicas cuando los principios fundamentales del matrimonio eran fuertemente atacados. Es igualmente el autor del Credo del pueblo de Dios (30 de junio de 1968), mediante el cual quiso recordar los artículos de la fe católica objetados por el progresismo ambiente, especialmente en el escandaloso Catecismo holandés (1966). Pablo VI, empero, es también el Papa que condujo a término el Concilio Vati-
cano II, introduciendo en la Iglesia un liberalismo doctrinal expresado a través de errores como la libertad religiosa, la colegialidad y el ecumenismo. De aquí se siguió una gran trastorno, que él mismo reconoció el 7 de diciembre de 1968: “La Iglesia se encuentra en un momento de inquietud, de autocrítica, incluso se
diría que de autodestrucción. Es como si la Iglesia se dañara a sí misma”. Al año siguiente reconocía: “En muchos aspectos, el Concilio no nos ha dado hasta ahora tranquilidad, más bien ha suscitado trastornos y problemas nada útiles para reafirmar el Reino de Dios
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en la Iglesia y en las almas”. Llegó a esta expresión de alarma el 29 de junio de 1972: “El humo de Satanás ha entrado por alguna grieta en el templo de Dios: la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, el enfrentamiento están a la orden del día…”. No hizo más que una comprobación, sin tomar las medidas necesarias para detener esta autodestrución. Pablo VI es el Papa que, con una finalidad ecumenista, impuso la reforma litúrgica de la Misa y de todos los ritos de los sacramentos. Los cardenales Ottaviani y Bacci denunciaron esta nueva misa por alejarse “de forma impresionante, en el conjunto como en el detalle, de la teología católica de la Santa Misa, tal como fue formulada en la XXIIª sesión del Concilio de Trento”(1). Sobre estos pasos, Monseñor Lefebvre declaró que la nueva misa está “impregnada de espíritu protestante”, vehiculizando en sí misma “un veneno perjudicial para la fe”(2). Durante su pontificado numerosos sacerdotes fueron perseguidos, e incluso condenados, por su fidelidad a la misa tridentina. La Hermandad Sacerdotal San Pío X recuerda con dolor la condena infligida en 1976 a Monseñor Lefebvre, declarándolo suspendido a divinis por su apego a esta misa y por su categórico rechazo de las reformas. Solamente en 2007, por un Motu Proprio de Benedicto XVI, se reconoció el hecho de que la Misa tridentina nunca había sido abrogada. Hoy más que nunca, la Hermandad Sacerdotal San Pío X renueva su adhesión a la Tradición bimilenaria de la Iglesia, persuadida de que esta fide-
lidad, lejos de ser una crispación pasajera, aporta el remedio saludable a la autodestrucción de la Iglesia. Como lo declaró recientemente su Superior General, el R. P. Davide Pagliarani: “Nues-
«Porque durante el pontificado de Pablo VI, se ha planteado un grave problema a la conciencia y a la fe de todos los católicos. ¿Cómo puede ser que un Papa, verdadero sucesor de Pedro y asistido por Espíritu Santo, esté a la cabeza de la destrucción de la Iglesia, la destrucción más profunda y más extensa de su historia, en el lapso de tan poco tiempo, algo que nunca logró hacer ningún hereje? Algún día habrá que dar respuesta a esta pregunta». Mons. Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos
tro deseo más firme es que la Iglesia oficial no considere ya [el tesoro de la Tradición] como un pesado fardo o un conjunto de antiguallas, sino más bien como la única vía posible para regenerarse a si misma”(3). Menzingen, 13 de octubre de 2018 1. En Breve examen crítico de la nueva misa, cartaprólogo de los cardenales Ottaviani y Bacci, 3 de septiembre de 1969, § 1. 2. Carta abierta a los católicos perplejos, Albin Michel, 1985, pág. 43. 3. Entrevista al R. P. Pagliarani en HSSPX.Actualidad, 12 de octubre de 2018.
La HSSPX tiene un tesoro en sus manos Entrevista con el P. Pagliariani, nuevo Superior General
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everendo Superior General, sucede usted a un obispo que ha estado al frente de la Hermandad San Pío X durante veinticuatro años y que, además, lo ordenó sacerdote. ¿Cuáles son sus pensamientos al sucederle? Se me planteó ya una pregunta equivalente cuando fui nombrado director del Seminario de La Reja donde dos obispos me habían precedido en el cargo. Digamos que esta vez ¡es un poco más complicado! Mons. Fellay es una personalidad importante en la historia de la Hermandad, puesto que la ha dirigido durante un tiempo que corresponde a la mitad de su existencia. Durante este largo período, las pruebas no han faltado y sin embargo la Hermandad sigue siempre ahí, llevando en alto el estandarte de la Tradición. Creo que esta fidelidad de la Hermandad a su misión es de cierta manera el reflejo de la fidelidad de mi predecesor a la suya. Por ello me importa mucho darle las gracias en nombre de todos. Algunos, sin embargo, han querido ver en usted una personalidad muy diferente de la de su
predecesor. ¿Hay algún punto en que se sienta verdaderamente diferente? Debo confesar – cum grano salis – que detesto irremediablemente todos los medios electrónicos sin excepción y sin posibilidad de cambiar de opinión, mientras que Mons. Fellay es un experto en la materia… ¿Cómo ve usted la Hermandad San Pío X que tendrá que dirigir durante doce años? La Hermandad tiene en sus manos un tesoro. Se ha subrayado varias veces que este tesoro pertenece a la Iglesia,
pero creo que puede decirse que nos pertenece también a nosotros de pleno derecho. Es nuestro y por ello la Hermandad es perfectamente una obra de Iglesia. ¡Ya desde ahora! La Tradición es un tesoro, pero, para
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guardarlo fielmente, debemos ser conscientes de que somos vasos de barro. La llave de nuestro porvenir se encuentra aquí: en la conciencia de nuestra debilidad y de la necesidad de estar vigilantes sobre nosotros mismos. No basta con profesar la fe en su integridad, si nuestras vidas no son expresión fiel y concreta de esta integridad de la fe. Vivir de la
El Papa presidió la Misa de apertura del Sínodo de los Obispos este pasado mes de octubre.
Tradición significa defenderla, luchar por ella, combatir a fin de que triunfe primero en nosotros mismos y nuestras familias, para que después pueda triunfar en la Iglesia entera. Nuestro deseo más firme es que la Iglesia oficial no la considere ya como
un pesado fardo o un conjunto de antiguallas, sino más bien como la única vía posible para regenerarse ella misma. Sin embargo las grandes discusiones doctrinales no serán suficientes para realizar esta obra: nos hacen falta primero almas dispuestas a toda suerte de sacrificios. Ello vale tanto para los consagrados como para los fieles. Nosotros mismos debemos renovar sin cesar nuestra mirada sobre la Tradición, no de forma puramente teórica sino de manera verdaderamente sobrenatural, a la luz del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. Esto nos preservará de dos peligros opuestos que se alimentan a veces uno a otro, a saber: un cansancio pesimista, vale decir derrotista, y un cierto intelectualismo que deseca. Estoy persuadido que de que tenemos la llave para hacer frente a las diferentes dificultades con que podemos encontrarnos. ¿Incluso al problema mayor de la crisis en la Iglesia? ¿Cuáles son hoy los asuntos importantes? Las vocaciones, la santificación de los sacerdotes, la preocupación por las almas. La situación dramática de la Iglesia no debe tener tal impacto psicológico sobre nuestras mentes que no seamos ya capaces de cumplir estos deberes. La lucidez no debe ser paralizante: cuando se hace tal, se transforma en tinieblas. Contemplar la crisis a la luz de la Cruz nos permite conservar la serenidad y ver las cosas con distancia, serenidad y distancia que son indispensables para garantizarnos un juicio seguro. La situación presente de la Iglesia es la de un declive trágico: caída de las vocaciones, del número de sacerdotes, de
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la práctica religiosa, desaparición de las costumbres cristianas, del sentido más elemental de Dios, que hoy se manifies-
La tarde del viernes 26 de octubre, tuvo lugar la fiesta de los jóvenes y el Papa Francisco en el marco del Sínodo de los Obispos que se llevó a cabo en Roma del 3 al 28 de octubre; en la que hubo espacio para la música, la actuación y risas compartidas, en un ambiente de fraternidad y diálogo. Los jóvenes auditores que participaron en el Sínodo también quisieron dar las gracias a Francisco, a través de una carta llena de afecto en la que mostraron su gratitud al Pontífice: “Las nuevas ideas - se lee en el texto que finaliza con las firmas de los jóvenes escritas en varios colores - necesitan espacio y tú nos lo has dado. El mundo de hoy, que nos presenta nuevas oportunidades y a la vez tanto sufrimiento; necesita nuevas respuestas y nuevas energías de amor”.
tan – ¡por desgracia! – en la destrucción de la moral natural… Ahora bien, la Hermandad posee todos los medios para guiar el movimiento de regreso a la Tradición. Más precisamente, tenemos que hacer frente a dos exigencias: - por un lado, preservar nuestra identidad recordando la verdad y denunciando el error: “Praedica verbum: insta opportune, importune: argue, obsecra, increpa, predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta” (2 Tim. 4, 2); - por otro lado, “in omni patientia, et doctrina, con una paciencia sin falla e
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instruyendo siempre” (ibídem): atraer a la Tradición a quienes caminan en esta dirección, animarles, introducirles poco a poco en el combate y en una actitud cada vez más valiente. Hay todavía almas auténticamente católicas que tienen sed de la verdad, y nosotros no tenemos derecho a negarles el vaso de agua fresca del Evangelio por una actitud indiferente o altiva. Esas almas terminan a menudo por animarnos a nosotros mismos gracias a su propio valor y determinación. Son éstas dos exigencias complementarias que no podemos disociar una de la otra, privilegiando sea la denuncia de los errores salidos del Vaticano II, sea la ayuda a quienes toman conciencia de la crisis y tienen necesidad de ser iluminados. Esta doble exigencia es profundamente una, puesto que es manifestación de la única caridad de la verdad. ¿Cómo se traduce concretamente esta ayuda a las almas sedientas de verdad? Creo que no hay que poner límites a la Providencia que nos dará caso a caso medios adaptados a las diferentes situaciones. Cada alma es un mundo por sí sola, tiene detrás suyo un recorrido personal, y hay que conocerla individualmente para estar en condiciones de ayudarla eficazmente. Se trata sobre todo de una actitud fundamental que debemos cultivar en nosotros, una disposición pronta para ayudar, y no una preocupación ilusoria por establecer un
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manual de instrucciones universal que se aplicaría a todos. Para dar ejemplos concretos, nuestros seminaristas acogen actualmente a varios sacerdotes ajenos a la Hermandad – tres en Zaitzkofen y dos en La Reja – que quieren ver claro en la situación de la Iglesia y que, sobre todo, desean vivir su sacerdocio integralmente. Por la irradiación del sacerdocio y únicamente por él será como se hará regresar la Iglesia a la Tradición. Debemos imperativamente reavivar esta convicción. La Hermandad San Pío X tendrá pronto cuarenta y ocho años de existencia. Por la gracia de Dios, ha conocido una expansión prodigiosa en el mundo entero: tiene obras que crecen por doquier, numerosos sacerdotes, distritos, prioratos, escuelas… La contraparte de esta expansión es que el espíritu de conquista inicial se ha debilitado inevitablemente. Sin quererlo, estamos cada vez más absorbidos por la gestión de los problemas cotidianos engendrados por este desarrollo: el espíritu apostólico puede sufrir por ello; los grandes ideales corren riesgo de marchitarse. Vamos ya por la tercera generación de sacerdotes desde la fundación de la Hermandad en 1970… Nos hace falta recuperar el fervor misionero, el que nos insufló nuestro fundador. En esta crisis que hace sufrir a
tantos fieles que adhieren a la Tradición ¿cómo concebir las relaciones entre Roma y la Hermandad? También aquí debemos intentar conservar una mirada sobrenatural, evitando que esta cuestión se transforme en obsesión, pues toda obsesión asedia subjetivamente al espíritu y le impide
Tal vez alguien me diga: “¡Usted exagera! Cada vez hay más obispos buenos que rezan, que tienen fe, que son edificantes...”. Aunque fuesen santos, desde el momento en que aceptan la falsa libertad religiosa, y por consiguiente el Estado laico, el falso ecumenismo (y con ello la existencia de varias vías de salvación), la reforma litúrgica (y con ello la negación práctica del sacrificio de la Misa), los nuevos catecismos con todos sus errores y herejías, contribuyen oficialmente a la revolución en la Iglesia y a su destrucción. El Papa actual y estos obispos ya no trasmiten a Nuestro Señor Jesucristo, sino una religiosidad sentimental, superficial, carismática, por la cual ya no pasa la verdadera gracia del Espíritu Santo en su conjunto. Esta nueva religión no es la religión católica; es estéril, incapaz de santificar la sociedad y la familia. Mons. Lefebvre, Itinerario espiritual
alcanzar la verdad objetiva que es su fin. Más especialmente hoy, debemos evitar la precipitación en nuestros juicios, a menudo favorecidos por los me-
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Posición de la Hermandad frente a la Roma modernista Nos era preciso entonces preguntarnos qué actitud tomar respecto de Roma, de la Iglesia. Había evidentemente varias actitudes posibles; en efecto, hubo quienes, queriendo mantener la tradición, tomaron actitudes distintas a la nuestra. Se podía haber roto definitivamente con Roma y considerar que en Roma ya no hay nada, se acabó: es la postura de los que se ha llamado “sedevacantistas”, que era una solución tentadora, evidentemente, y simple: si ya no hay nada en Roma, estamos libres de toda coacción y hacemos lo que queremos. Otros, al contrario, quisieron obedecer a Roma: obedecer a Roma, porque no se puede desobedecer a Roma, pero guardando todo lo que se puede guardar como tradición, permaneciendo con todo en la obediencia a Roma. Es una posición muy inconfortable, porque Roma se opone a la tradición desde el Concilio, y quiere hacer desaparecer los vestigios de la tradición. Es muy difícil querer a la vez guardar la tradición y querer obedecer a Roma. Es una situación ambigua en todo caso, se vive en la ambigüedad. Había, pues, una tercera posición que era la de desobedecer para obedecer. Desobedecer a Roma, pero no decir que Roma ya no existe; Roma sigue existiendo, se supone. Se obra como si el Papa fuese sucesor de Pedro, pero se le desobedece cuando el papa y la curia romana nos invitan a desobedecer a la tradición. No queremos desobedecer a la tradición porque no queremos desobedecer a la Iglesia. Desobedecer a XX siglos de Iglesia es separarse de la Iglesia, es hacer ruptura con la Iglesia; y nosotros no queremos hacer ruptura con la Iglesia. Entonces, queremos obedecer a XX siglos de Iglesia, y por el hecho mismo entrar en dificultades con la Roma moderna, la Roma compuesta por esos modernistas y liberales. Eso nos pone en una posición relativamente clara, porque desde el punto de vista de las ideas seguimos las ideas de siempre. No tenemos más que estudiar lo que la Iglesia ha hecho siempre, lo que ha enseñado siempre, y conformarnos con lo que Ella siempre ha enseñado. Y en la medida en que los hombres de Iglesia, que son los que deberían enseñarnos la tradición, se alejan de la tradición, nosotros nos alejamos de ellos. Nuestra regla es la fe, que pasa antes que la obediencia a los hombres que están encargados de darnos la fe. Como posición es simple: nos encontramos en oposición con los que destruyen la fe. Habrá un doble combate para nosotros: el combate contra los errores y el combate contra quienes están a favor de estos errores. Es muy difícil estar contra los errores y no estar contra los hombres que los difunden. De ahí que fuera tan fácil a quienes nos atacan decir: “Ustedes combaten a Roma; por lo tanto están contra Roma, y por ende contra el Papa, y por consiguiente contra el Concilio, y así están fuera de la Iglesia”. Son reacciones totalmente previsibles, y completamente fáciles, pero falsas. Suponen que Roma no se equivoca jamás, lo cual es falso. Ahí nos encontramos. Pero si nuestro papel es combatir los errores, y también oponernos y desobedecer a esas personas que difunden los errores, eso no impide que se podría tratar de guardar un contacto con esas personas para intentar convertirlas, para intentar hacerlas volver a la Tradición. Empresa tal vez presuntuosa, tal vez bien difícil, pero es sin embargo lo que el buen Dios nos pide. Mons. Lefebvre, Retiro de Semana Santa, 1988
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dios modernos de comunicación; no lanzarnos al comentario “definitivo” de un documento romano o de un asunto sensible: siete minutos para improvisarlo y un minuto para ponerlo en la red… Tener una primicia, estar en boca de
El 26 de junio de 2017, Monseñor Bernard Fellay, recibió una carta del cardenal Gerhard Müller, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con fecha del 6 de enero de ese año, en la que - con la aprobación del papa Francisco - enunció las condiciones necesarias para una declaración doctrinal, prerrequisito indispensable para cualquier tipo de reconocimiento canónico de la Hermandad. Las condiciones son tres: 1) Es necesario exigir a los miembros de la FSSPX adherirse a la nueva fórmula de la Professio fidei de 1988. En consecuencia, ya no es suficiente con que pronuncien la Professio fidei de 1962. 2) El nuevo texto de la Declaración Doctrinal debe incluir un párrafo en el que los signatarios declaren explícitamente su aceptación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de aquellas del período post-conciliar, al otorgar a esas declaraciones doctrinales el grado de adhesión que les es debido. 3) Los miembros de la FSSPX no solamente deben reconocer la validez, sino también la legitimidad del rito de la Santa Misa y de los sacramentos, de acuerdo con los libros litúrgicos promulgados después del Concilio Vaticano II.”
todos son nuevas exigencias de los medios, pero de este modo proponen una información muy superficial y – lo que es peor – a largo plazo convierten en imposible toda reflexión seria y profunda. Los lectores, los oyentes, los espectadores se inquietan, se angustian… Esta
ansiedad condiciona la recepción de la información. La Hermandad ha sufrido demasiado por esta tendencia malsana y – en último término – mundana, que debemos todos intentar corregir con urgencia. Cuanto menos estemos conectados a Internet, mejor reencontraremos la serenidad de espíritu y de juicio. Cuantas menos pantallas tengamos, mejor estaremos en condiciones de efectuar una apreciación objetiva de los hechos reales y de su alcance exacto. Tratándose de nuestras relaciones con Roma ¿cuáles son los hechos reales? Desde las discusiones doctrinales con los teólogos romanos, se puede decir que tenemos ante nosotros dos fuentes de comunicación, dos tipos de relaciones que se establecen sobre dos planos que hay que distinguir bien: 1. Una fuente pública, oficial, clara, que sigue siempre imponiéndonos declaraciones con – sustancialmente – los mismos contenidos doctrinales; 2. Otra que emana de tal o cual miembro de la Curia, con intercambios privados interesantes que contienen elementos nuevos sobre el valor relativo del Concilio, sobre uno u otro punto de doctrina… Son discusiones inéditas e interesantes que ciertamente deben proseguirse, pero que no por ello dejan de ser discusiones informales, oficiosas, mientras que en el plano oficial – a pesar de cierta evolución del lenguaje – se reiteran siempre las mismas exigencias. Ciertamente tomamos nota de lo que
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se dice en privado de forma positiva, pero ahí no es verdaderamente Roma la que habla, son Nicodemos benevolentes y tímidos, no son la jerarquía oficial. Hay pues que atenerse estrictamente a los documentos oficiales, y explicar por qué no podemos aceptarlos. Los últimos documentos oficiales –por ejemplo, la carta del cardenal Müller de junio de 2017- manifiestan siempre la misma exigencia: el Concilio debe aceptarse previamente, y después será posible continuar discutiendo sobre lo que no está claro para la Hermandad; al hacerlo así, se reducen nuestras objeciones a una dificultad subjetiva de lectura y de comprensión, y se nos promete ayuda para comprender bien lo que el Concilio quería verdaderamente decir. Las autoridades romanas hacen de esta aceptación preliminar una cuestión de fe y de principio; lo dicen explícitamente. Sus exigencias hoy son las mismas que hace treinta años. El concilio Vaticano II debe aceptarse en continuidad con la tradición eclesiástica, como una parte que ha de integrarse en esta tradición. Se nos concede que puede haber reservas por parte de la Hermandad que merecen explicaciones, pero en ningún caso un rechazo de las enseñanzas del Concilio en tanto que tales: ¡es Magisterio, pura y simplemente! Ahora bien, el problema está ahí, siempre en el mismo sitio, y no podemos desplazarlo a otro lugar: ¿cuál es la autoridad dogmática de un Concilio que se quiso pastoral? ¿Cuál es el valor de esos principios nuevos enseñados por el Concilio, que se han aplicado de mane-
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ra sistemática, coherente y en perfecta continuidad con lo que se había enseñado por la jerarquía que fue responsable a la vez del Concilio y del post-Concilio? Este Concilio real, es el Concilio de la libertad religiosa, de la colegialidad, del ecumenismo, de la “tradición viva”…, y desgraciadamente no es el resultado de una mala interpretación. Prueba de ello es que este Concilio real no ha sido nunca rectificado ni corregido por la auto-
¡Venerables hermanos! Nuestro invitado de honor al Concilio Vaticano II va a explicar de qué forma la libertad religiosa “tiene sus raíces en la Revelación divina”.
ridad competente. Vehicula un espíritu, una doctrina, una forma de concebir la Iglesia que son un obstáculo a la santificación de las almas, y cuyos resultados dramáticos están a la vista de todos los hombres intelectualmente honrados, de toda la gente de buena voluntad. Este Concilio real, que corresponde a la vez a una doctrina enseñada y a una práctica vivida, impuesta al “Pueblo de Dios”, nosotros nos negamos a aceptarlo como un concilio semejante a los demás. Por ello discutimos su autoridad, pero siempre en un espíritu de caridad, pues no queremos otra cosa sino el bien de la Iglesia y la salvación de las almas. Nues-
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tra discusión no es una simple justa teológica y, de hecho, tiene por objeto asuntos que no son “discutibles”: es la vida de la Iglesia la que está aquí en juego, indiscutiblemente. Y es sobre esto sobre lo que Dios nos juzgará. He aquí, pues, en qué perspectiva nos atenemos a los textos oficiales de Roma, con respeto pero también con realismo; no se trata de ser de derechas o de izquierdas, duro o laxista: se trata simplemente de ser realista. ¿Qué hacer mientras tanto? No puedo responder sino evocando algunas prioridades. Primero, tener confianza en la Providencia que no puede abandonarnos y que nos ha dado siempre signos de su protección y de su benevolencia. Dudar, vacilar, pedir otras garantías por su parte constituiría una grave falta de gratitud. Nuestra estabilidad y nuestra fuerza dependen de nuestra confianza en Dios: creo que deberíamos examinarnos todos a este respecto. Además, hay que redescubrir cada día el tesoro que tenemos en nuestras manos, recordar que este tesoro nos viene de Nuestro Señor mismo y que le costó su Sangre. Volviendo a situarnos regularmente ante la grandeza de estas realidades sublimes es como nuestras almas permanecerán en adoración de manera habitual, y se fortificarán como hace falta para el día de la prueba. Debemos tener también una preocupación creciente por la educación de los niños. Hay que mantener bien claro el objetivo que queremos alcanzar y no tener miedo a hablarles de la Cruz, de la pasión de Nuestro Señor, de su amor por los pequeños, del sacrificio. Es absolutamente necesario que las almas de
los niños sean cautivadas ya desde su más tierna edad por el amor de Nuestro
Por esto nos hemos aferrado a la santa Misa. Nos hemos aferrado a ella porque es el catecismo vivo. No es sólo un catecismo inscrito e impreso en páginas que pueden desaparecer y que no dan realmente la vida. Nuestra Misa es el catecismo vivo, es nuestro Credo vivo. El Credo no es mas que la historia y en cierta manera el canto—diría yo—, de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo. Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, Redentor y Salvador que se ha hecho hombre para derramar su sangre por nosotros y ha hecho nacer así su Iglesia y el sacerdocio, para que se continúe la redención, para que nuestras almas se laven en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo mismo y en su divina naturaleza por medio de su naturaleza humana, y para que seamos admitidos eternamente en la familia de la Santísima Trinidad. Mons. Lefebvre, El golpe maestro de Satanás
Señor, antes de que el espíritu del mundo pueda seducirlos y captarlos. Esta cuestión es absolutamente prioritaria y si no llegamos a transmitir lo que hemos recibido, es signo de que no estamos su-
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ficientemente convencidos. Finalmente, debemos luchar contra cierta pereza intelectual: es ciertamente la doctrina la que da razón de ser a nuestro combate por la Iglesia y por las almas. Hay que hacer un esfuerzo para actualizar nuestro análisis de los grandes acontecimientos actuales, a la luz de la doctrina perenne, sin contentarnos con un “copiar y pegar” perezoso que Internet –una vez más – desgraciadamente favorece. La sabiduría pone y vuelve a poner todo en orden, en cada momento, y cada cosa encuentra su lugar exacto. La cruzada de la misa querida por Mons. Lefebvre es más actual que nunca. ¿Qué pueden hacer los fieles más en particular? En la misa los fieles descubren el eco del ephpheta, “ábrete” pronunciado por el sacerdote en el bautismo. Su alma se abre una vez más a la gracia del Santo Sacrificio. Incluso hasta los más pequeños, los niños que asisten a la misa, son sensibles al sentido sagrado que manifiesta la liturgia tradicional. Sobre todo, la asistencia a la misa hace fecunda la vida de los esposos, con todas sus pruebas, y le da un sentido profundamente sobrenatural, pues las gracias del sacramento del matrimonio derivan del sacrificio de Nuestro Señor. Es la asistencia a misa la que les recuerda que Dios quiere servirse de ellos como cooperadores de la más hermosa de sus obras: santificar y proteger el alma de sus hijos. Con ocasión de su jubileo de 1979,
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Mons. Lefebvre nos había invitado a una cruzada de la misa, porque Dios quiere restaurar el sacerdocio y, por él, la familia, atacada hoy por todas partes. Su
Como pensamos que las reformas y las orientaciones postconciliares ponen en peligro nuestra fe, tenemos la obligación de desobedecer y de conservar la Tradición. Y añadimos: el mayor servicio que le podemos prestar a la Iglesia y al sucesor de Pedro es rechazar una Iglesia reformada y liberal. Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, ni es liberal ni puede ser reformado. En dos oportunidades oí decir a los enviados de la Santa Sede: «En nuestro época ya no es posible la realeza social de Nuestro Señor. Hay que aceptar definitivamente el pluralismo de las religiones». Eso fue exactamente lo que me dijeron. Pues bien: yo no pertenezco a esa religión. No la acepto. Es una religión liberal y modernista, que tiene su culto, sus sacerdotes, su fe, sus catecismos, su Biblia ecuménica traducida en común por católicos, judíos, protestantes y anglicanos, en la que todo se mezcla; para dar satisfacción a todo el mundo, es decir, sacrificando con mucha frecuencia la interpretación del magisterio. No aceptamos esa Biblia ecuménica. Hay una Biblia de Dios, que es Su Palabra, y que no podemos mezclar con la palabra de los hombres. Cuando yo era niño, la Iglesia tenía en todas partes la misma fe, los mismos sacramentos y el mismo sacrificio de la Misa. Si entonces me hubieran dicho que todo eso cambiaría, no lo habría creído. En toda la extensión de la cristiandad se rezaba a Dios de la misma manera. La nueva religión liberal y modernista ha sembrado la división. Mons. Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos
visión era entonces profética; en nuestros días, se ha convertido en una constatación que cada cual puede hacer. Lo
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que él preveía, nosotros lo tenemos hoy delante de nuestros ojos.
Despedida del P. Pagliarani al dejar su cargo de director del Seminario de La Reja.
“¿Qué nos queda pues por hacer, mis queridos hermanos? Si profundizamos en este gran misterio de la misa, creo poder decir que debemos hacer una cruzada, apoyada sobre el Santo Sacrificio de la misa, sobre la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; apoyada sobre esta roca invencible y sobre esta fuente inagotable de gracias que es el Santo Sacrificio de la misa. Y esto lo vemos todos los días. Vosotros estáis aquí porque amáis el Santo Sacrificio de la misa. Estos jóvenes seminaristas, que están en Écône, en los Estados Unidos, en Alemania, han venido a nuestros seminarios precisamente por la santa misa, por la santa misa de siempre, que es la fuente de las gracias, la fuente del Espíritu Santo, la fuente de la civilización cristiana. Esto es el sacerdote. Nos hace falta entonces hacer una cruzada, una cruzada apoyada precisamente sobre esta noción de siempre, del sacrificio, a fin de recrear la cristiandad, rehacer una cristiandad tal como la Iglesia la desea, tal como la Iglesia la hizo siempre con los mismos principios, el
mismo sacrificio de la misa, los mismos sacramentos, el mismo catecismo, la misma Sagrada Escritura” (Sermón de Mons. Lefebvre con ocasión de su jubileo sacerdotal, el 23 de septiembre de 1979 en París, Puerta de Versalles). Esta cristiandad debe rehacerse en lo cotidiano, por el cumplimiento fiel de nuestro deber de estado, allí donde Dios nos ha puesto. Algunos deploran, a justo título, que la Iglesia y la Hermandad no Las personas comprometidas en la senda del matrimonio deben tener una gran devoción al santo sacrificio de la misa y a la sagrada Eucaristía. Se puede decir que los esposos que asisten frecuentemente a la renovación del sacrificio de la Cruz, y por ello, a las bodas de nuestro Señor con su Iglesia, resucitan la gracia [sacramental] de su matrimonio y aumentan la gracia particular que necesitan para cumplir dignamente, como verdaderos cristianos, lo que se les pide en el matrimonio. Tienen que asistir a la santa misa que es realmente la piedra fundamental de la familia cristiana. La Iglesia lo ha querido así. Al comulgar, participamos de la Víctima que se ofrece. De este modo, participamos también al estado de víctima y al estado de un alma que se ofrece con nuestro Señor y que ofrece toda su vida con Él. (...) Toda nuestra vida es una cruz que llevamos con nuestro Señor. Somos víctimas con Él. (...) No hacemos ningún acto, desde la mañana hasta la tarde ni desde la tarde hasta la mañana –siempre y cuando sea conforme a la Ley de Dios y ofrecido con Él– que no sea meritorio y que no nos merezca la vida eterna. ¡Ah, cómo transforma la vida esta orientación! ¡Cómo se pueden soportar las dificultades en los hogares! ¡Esto es lo que hace la unión, consolida los hogares católicos y los anima a llevar juntos las cruces! Mons. Lefebvre, La vida espiritual
15 La HSSPX tiene un tesoro en sus manos sean lo que deberían ser. Olvidan que los males presentes: ellos tienen los medios para remediarlo, “La herencia que Jesucristo nos ha en su lugar, por su santificación perso- dado, es su sacrificio, es su Sangre, es nal. Allí, cada cual es Superior General… su Cruz. Y esto es el fermento de toda No hace falta ningún Capítulo para ser elegido, hay que santificar cada día esta porción de la Iglesia de la cual se es dueño absoluto: ¡su alma! Mons. Lefebvre proseguía: “Debemos recrear esta cristiandad, y es a vosotros, mis queridos hermanos, vosotros, que sois la sal de la tierra, vosotros, que sois la luz del mundo (Mt 5, 13-14), a quienes Nuestro Señor Jesucristo se dirige, diciéndoos: “No perdáis el fruto de mi Sangre, no abandonéis mi Calvario, «En nuestra vida espiritual hemos de buscar la perseverancia. Antes la gente perseveraba no abandonéis mi sacrificio”. Y la Vir- mucho más que ahora, y esto proviene de que gen María, que está al pie de la Cruz, os se ha perdido lo que constituye la fortaleza de la vida espiritual, o sea, nuestro Señor Jesucristo lo dice también. Ella, que tiene el cora- crucificado. La que debe darnos el sentido de zón traspasado, lleno de sufrimientos y la virtud y la que debe constituir la fuente de fortaleza es la Cruz viva de nuestro Sede dolores pero también lleno del gozo nuestra ñor, a saber, la santa Misa. Ahí está todo». de unirse al sacrificio de su divino Hijo, Mons. Lefebvre, La vida espiritual os lo dice también. ¡Seamos cristianos, seamos católicos! No nos dejemos arras- la civilización cristiana y de lo que debe trar por todas esas ideas mundanas, por llevarnos al Cielo. (…) ¡Guardad este todas esas corrientes que están en el testamento de Nuestro Señor Jesucrismundo y que nos arrastran hacia el pe- to! ¡Guardad el sacrificio de Nuestro cado, hacia el infierno. Si queremos ir al Señor Jesucristo! ¡Guardad la misa de Cielo, debemos seguir a Nuestro Señor siempre! Y entonces veréis reflorecer la Jesucristo; llevar nuestra cruz y seguir a civilización cristiana”. Nuestro Señor Jesucristo; imitarle en su Cuarenta años después no podemos Cruz, en su sufrimiento y en su sacrifi- eludir esta cruzada; ella nos reclama un cio”. ardor todavía más exigente y un entuY el fundador de la Hermandad San siasmo aún más ardiente en el servicio Pío X lanzaba una cruzada de los jóve- de la Iglesia y de las almas. Como decía nes, de las familias cristianas, de los je- al comienzo de esta entrevista, la Tradifes de familia, de los sacerdotes. Insistía ción es nuestra, plenamente, pero este con una elocuencia que sigue conmo- honor crea una grave responsabilidad: viéndonos, cuarenta años después, pues seremos juzgados sobre nuestra fidelivemos cuánto se aplica este remedio a dad en transmitir lo que hemos recibido.
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Reverendo Superior General, antes de terminar, permítanos una pregunta más personal. ¿Le asustó la carga que cayó sobre sus hombros el pasado 11 de julio? Sí, debo reconocer que tuve un poco de miedo y que incluso vacilé en mi corazón antes de aceptarla. Somos todos vasos de barro y esto vale también para quien es elegido Superior General: incluso aunque se trate de un vaso un poco más visible y un poco más grande, no por ello es menos frágil.
Fue solamente el pensamiento de la Santísima Virgen María el que me permitió vencer el temor: sólo en ella pongo mi confianza, y lo hago totalmente. Ella no es de barro porque es de marfil, no es un vaso frágil porque es una torre inexpugnable: turris eburnea. Es como un ejército en orden de batalla, terribilis ut castrorum acies ordinata, y que sabe de antemano que la victoria es el único resultado posible de todos sus combates: “Al final, mi Corazón inmaculado triunfará”. m
La revista Tradición Católica se distribuye gratuitamente entre los lectores inscritos en la lista al efecto. No hay cuota de suscripción. Sin embargo, a fin de compensar los costes de edición y envío postal rogamos consideren la oportunidad de un donativo anual por importe de 20 euros, a razón pues de 5 euros por número trimestral, o cualquier otra cantidad, a favor de la Fundación San Pío X, cuyo domicilio y datos bancarios constan al dorso de la portada bajo el epígrafe Donativos. Dios se lo pague. Lo cual nos permitimos recordarles con ocasión de este último número del año 2018, al tiempo que les deseamos una santa y feliz Navidad y un próspero año 2019 lleno de bendiciones del cielo para ustedes y sus familias. AVISO IMPORTANTE NORMATIVA DE PROTECCIÓN DE DATOS En relación con la lista de envío gratuito de la revista, y a los efectos de la normativa de protección de datos, con el envío de este número se incluye una hoja de inscripción, para cumplimentar por ustedes con su nombre, domicilio y, en su caso, demás datos personales, y un sobre sin franquear dirigido a nuestro domicilio, para facilitar su devolución por correo postal. Si lo prefieren pueden ustedes devolvernos cumplimentada esa hoja en mano, o en formato digital a nuestra dirección de correo electrónico secretariado@fspx.es. O bien enviar un mensaje o WhatsApp escrito con su nombre, domicilio y, en su caso, demás datos personales al número de teléfono móvil 615 90 57 93. La misma hoja de inscripción puede solicitársenos por quienes en adelante deseen incorporarse a esta lista, para su cumplimentación y devolución por cualquiera de los indicados medios. A falta de confirmación de su interés mediante la devolución, por cualquiera de esos medios, de la referida hoja de inscripción, nos veremos obligados a darles de baja en la lista y cesar en el envío de la revista.
30º aniversario de las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988: Obispos para salvar la Iglesia Padre François-Marie Chautard
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otado de una rica experiencia pastoral y episcopal, el arzobispo Monseñor Lefebvre conocía mejor que nadie el peso de un obispo. Advertía con la elevación de su juicio tan seguro la inmensa carencia del episcopado contemporáneo, esa “lamentable ceguera de tantos hermanos en el episcopado”(1). Ningún obispo se había alzado para denunciar el escándalo de Asís, ningún obispo había hablado contra la misa nueva, ningún obispo había denunciado el concilio Vaticano II. Perros mudos que habría estigmatizado el profeta(2). La edad de partir se acercaba. ¿Había que ponerse en manos de la Providencia, esperando que aportaría ella misma la respuesta? Mons. Lefebvre no era ni sobrenaturalista ni providencialista: la Providencia había hablado claramente a través del silencio de los obispos con ocasión del escándalo de Asís y del sínodo calamitoso de 1985, el cual había ratificado los errores conciliares: si los obispos se habían revelado incapaces de defender el honor de Jesucristo ultrajado, no cabía esperar que fueran a ordenar sacerdotes salidos de un “seminario salvaje”. Fuera de Mon-
señor de Castro-Mayer, Mons. Lefebvre no podía contar con ninguno de sus hermanos en el episcopado. Mysterium iniquitatis. Le era necesario ir hasta el término de su gracia de obispo y darse sucesores. La necesidad de las consagraciones episcopales era doble. Por una parte, se trataba de salvar los medios de santificación tales como la santa Misa, el
sacerdocio católico, las confirmaciones válidas; por otra parte, había que dar a los fieles príncipes de la Iglesia que pudieran ejercer una verdadera autoridad. Salvar el tesoro del Santo Sacrificio de la Misa La primera necesidad de las consa-
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graciones derivaba del poder de orden. Había que salvar la misa de siempre. Mons. Lefebvre sabía que si él desaparecía sin consagrar obispos, se habría dado al traste con el inmenso tesoro del Santo Sacrificio, destinado a desaparecer de la Iglesia para dejar paso, definitiva y totalmente, a la misa de Lutero. Una vez cegada la fuente del sacerdocio, la verdadera misa caería en el olvido. En su carta a los obispos del 29 de agosto de 1987 es el punto sobresaliente, justo después del reinado de Jesucristo que pone por delante: “Puesto que la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocupados por anticristos, la destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue rápidamente dentro mismo de su Cuerpo Místico en esta tierra, especialmente por la corrupción de la Santa Misa, manifestación espléndida del triunfo de Nuestro Señor en la cruz, Regnavit a ligno Deus(3), y fuente de expansión de su Reino en las almas y en las sociedades. Aparece así con evidencia la absoluta necesidad de la permanencia y continuación del sacrificio adorable de Nuestro Señor para que “venga a nosotros su Reino”. Salvar el sacerdocio La operación de supervivencia de la misa es inseparable de la supervivencia del sacerdocio, amenazada por la incomprensible incuria de los demás obispos. “Sabéis bien, mis queridos hi-
jos” -decía Mons. Lefebvre en su sermón de las ordenaciones episcopales- “sabéis bien que no puede haber sacerdotes sin obispo. Todos estos seminaristas que están aquí presentes, si mañana Dios me llamase, y sin duda ello ocurrirá sin que tarde mucho, y bien, esos seminaristas ¿de quién recibirán el sacramento del orden? ¿De los obispos conciliares, cuyos sacramentos son todos dudosos por-
que no se sabe exactamente cuáles son sus intenciones? ¡No es posible!” Confirmar válidamente Una tercera necesidad inspiraba el espíritu de Mons. Lefebvre: conferir confirmaciones ciertamente válidas y dar así a la Iglesia de Dios atletas de la fe, bautizados confirmados en la fe: “Por ello hemos elegido, con la gracia de Dios, sacerdotes jóvenes (…) que están en lugares y funciones que les permiten cumplir con la mayor facilidad su ministerio episcopal, dar la confirmación a vuestros hijos”(4). Salvar la Iglesia Finalmente, Mons. Lefebvre lo manifestó de manera expresa tanto en su car-
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ta a los obispos como en su sermón de las consagraciones: esta ceremonia es la operación de supervivencia de la Iglesia y no de la sola Tradición, del sacerdocio o de la misa. “… Consagrando obispos, estoy persuadido de continuar, de ha-
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de la HSSPX y están por ese hecho sometidos al Superior general para todas las cuestiones a ella relativas(7), pero su misión excede del marco de la sola Hermandad. Su episcopado no pertenece ni a su persona ni a la HSSPX, ni a una diócesis, sino a la Iglesia entera, como lo muestra la consagración de Monseñor Rangel(8), o las ordenaciones conferidas a miembros de las comunidades amigas. Consagrar
cer vivir la Tradición, es decir la Iglesia católica” precisa en su homilía de aquel 30 de junio de 1988. Y un año antes, en su carta a los cuatro futuros obispos, el tono era el mismo: “… Me veo obligado por la Divina Providencia a transmitir la gracia del episcopado católico que yo he recibido, con el fin de que la Iglesia y el sacerdocio católico sigan subsistiendo…”(5). El motivo es límpido: ordenar obispos es asegurar la perennidad del sacerdocio, del Santo Sacrificio de siempre y, por lo tanto, de la Iglesia en su finalidad misma: el culto de Dios en la profesión pública de la verdadera fe. En consecuencia, los obispos consagrados por Mons. Lefebvre no son obispos de la sola Hermandad Sacerdotal de San Pío X (HSSPX)(6) sino obispos al servicio de la Iglesia entera, pues no es el solo bien común de la Hermandad el que está en juego sino el de la Iglesia. Ciertamente, los obispos siguen siendo miembros
Al prolongarse la crisis, y multiplicarse los lugares de culto, la cuestión de nuevas consagraciones se plantea de manera cada vez más acuciante. Ya en 1991 Mons. Tissier de Mallerais, acompañado por los obispos Williamson y Galarreta, había consagrado a Mons. Licinio Rangel (que moriría en 2002) para suceder a Mons. de Castro-Mayer, fallecido el 25 de abril de 1991, quien había fundado la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney de los sacerdotes de Campos. En su homilía, Mons. Tissier de Mallerais había explicado esta decisión: “Hoy, mis tres hermanos en el episcopado y yo mismo venimos a responder a vuestra llamada apremiante para que tengáis un obispo católico, digno sucesor de los Apóstoles, para conservar vuestra fe y las fuentes de la gracia. (…) Procedemos a esta consagración en el espíritu de la Iglesia (…) en el espíritu de viva solicitud que el papa Pío XII exigía de todo obispo católico por el bien de
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la Iglesia universal, actualmente en peligro en Campos. Realizamos un acto de responsabilidad solidaria(9) por el bien de la Iglesia, que nos atañe en tanto que miembros del cuerpo episcopal católico”(10). El mantenimiento de la fe, el don de los verdaderos sacramentos, el bien de toda la Iglesia en nombre de la solicitud nacida de la ordenación episcopal, tales son los graves motivos de esa consagración. Mons. Tissier de Mallerais ilustraba la dimensión política (o real) del solo poder de orden episcopal(11), enteramente dirigido hacia el bien común no de la sola Hermandad sino de la Iglesia universal, a fortiori en tiempos de crisis. En resumen, el estado de necesidad espiritual reclamaba, como mínimo, la transmisión del poder de orden episcopal. ¿Puede decirse lo mismo del poder de gobierno? ¿Un poder de gobierno de los obispos de la Tradición? A la pregunta de si los obispos de la Tradición gozan de un poder de gobierno, es tentador responder negativamente. ¿Afirmarlo no sería una confesión de cisma? Se imponen algunas precisiones. Al consagrar obispos Mons. Lefebvre tuvo empeño en no darles jurisdicción territorial –la cual, de todas maneras, no podía darles. Romano hasta el fondo de su alma, de ningún modo en absolu-
to quería Mons. Lefebvre constituir una Iglesia paralela. ¿Los obispos de la Tradición son, sin embargo, puros distribuidores de sacramentos? La respuesta va de suyo en la propia pregunta. Y ello por tres razones. La primera deriva de la naturaleza del poder episcopal. Como hemos visto, su ejercicio se ordena al bien común de
la Iglesia, es decir, pone orden en la Iglesia. Así ordena ministros –los sacerdotes- al culto divino. El solo ejercicio de su poder sacramental rige a la Iglesia de Dios. La ceremonia de las consagraciones lo muestra de manera resplandeciente. Consagrar obispos era el acto de un jefe que realizaba un acto de autoridad con vistas a defender y conservar la Tradición amenazada de extinción. Semejante al buen pastor que protege a su rebaño, Mons. Lefebvre ponía a los fieles al abrigo contra los lobos disfrazados de corderos. Más allá de un acto sacramental, era el acto de un príncipe de la Iglesia, al servicio del bien común. La segunda razón deriva de la ordenación episcopal. Si el obispo, en virtud de su sola consagración episcopal, no tiene poder de magisterio o de gobier-
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no , posee no obstante una autoridad moral así como una aptitud positiva para recibir esos poderes de magisterio y de gobierno(13). Su palabra tiene un alcance y una autoridad superiores a la de un simple sacerdote, aunque éste fuese el más brillante, al igual que, por su consagración episcopal, su rango y sus poderes episcopales, los obispos poseen una autoridad “natural” en relación con el bien común de toda la Iglesia. Se impone recordar el peso de la autoridad doctrinal de Mons. Lefebvre. (12)
Terminado el concilio Vaticano II, Mons. Lefebvre era un obispo emérito, sin diócesis, sin jurisdicción territorial. Sin embargo, desde que se la oyó, su voz tuvo un eco mundial. Entre todos los tenores de la Tradición, su palabra de obispo resonaba con mayor distinción. No se trata evidentemente de disminuir el valor intrínseco de sus palabras, la perspicacia, la fuerza, la sabiduría sobrenatural o la inspiración que emanaban de sus intervenciones, pero es evidente que las almas sacerdotales y laicales distinguían en ellas la expresión de un obispo(14). Y al consagrar obispos, Mons. Lefebvre aseguraba pues la perennidad
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de un cierto Magisterio. Y ello es tanto más importante para la supervivencia de la Iglesia cuanto que la predicación de obispos católicos impide la existencia de una predicación unánimemente conciliar en el seno del actual cuerpo episcopal. Las consagraciones revestían una dimensión eminentemente doctrinal(15). Lo cual es verdad en el plano del gobierno. Si Mons. Lefebvre se negó siempre a ser el jefe de los tradicionalistas, su episcopado, unido a todas sus eminentes cualidades, hacían de él el buen pastor a quien seguían naturalmente las almas rectas. Este poder de gobierno no es ordinario, evidentemente, no debe tomarse en toda la fuerza del término, sino que se debe a la necesidad. Es un ministerio de suplencia(16). Al igual que los fieles, desamparados por el naufragio conciliar, fueron a buscar sacerdotes fieles a la verdadera doctrina, que se hicieron cargo de confesarles sin que los fieles vieran nunca en ello la menor pretensión cismática, igualmente el ejercicio del poder de orden de los obispos de la Tradición y de su autoridad doctrinal y jurisdiccional derivan de la necesidad en la Iglesia de tener un episcopado católico que predique la verdadera doctrina, confiera los verdaderos sacramentos y realice los actos de gobierno indispensables al bien de las almas, sin que ello proceda, ni de hecho ni de derecho, de una actitud cismática. A situación extraordinaria, medios extraordinarios. La tercera razón deriva de la relación
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de finalidad entre el poder de jurisdicción y el poder de orden. La autoridad no existe sino en virtud de los bienes que deben transmitirse; el gobierno no tiene otra razón de ser sino la de conducir la sociedad y sus súbditos a su fin. En la Iglesia de Dios, el poder de jurisdicción organiza y determina el ejercicio concreto del poder de orden. Le está subordinado. La consecuencia se sigue: puesto que existe necesidad de ejercer el poder de orden, es necesario que una autoridad lo presida. La existencia de un poder de orden de suplencia(17) engendra la existencia de un poder de jurisdicción de suplencia, como Mons. Lefebvre lo dio claramente a entender: “En la medida en que los fieles vienen a pedir a los sacerdotes y al obispo los sacramentos y la doctrina de la fe, éstos tienen el deber de velar por la buena recepción y el buen uso de la doctrina y de la gracia del sacrificio de la misa y de los sacramentos. Los fieles no pueden pedir los sacramentos y rechazar la autoridad vigilante de los sacerdotes y del obispo”(18). Finalmente, un argumento extraído de la historia ayudará a comprender mejor. En tiempos de las invasiones bárbaras, y teniendo en cuenta la desidia o la incompetencia de las autoridades civiles, los fieles se dirigieron naturalmente hacia las autoridades capaces de tomar las riendas de la salvación temporal de la Ciudad: los obispos. Por consiguiente, cuando estos últimos organizaron la defensa militar de las ciudades antiguas suplieron, por su competencia y su sentido del bien común, a la defección de las autoridades civiles, sin pretender por
ello convertirse en los nuevos príncipes temporales. Tal es la suplencia. Igualmente, nuestros obispos suplen por sus poderes episcopales a las deficiencias
doctrinales y pastorales del conjunto del episcopado y, como los obispos de la Antigüedad protegieron a las ciudades de las invasiones bárbaras, nuestros obispos tienen por misión proteger a los sacerdotes y a los fieles de la invasión conciliar. Y como la historia es deudora de esos Defensores de la Ciudad, honrará la memoria de estos Defensores de la Iglesia. Una profesión de fe, de esperanza y de caridad Finalmente, no hay duda alguna de que aquella ceremonia del 30 de junio de 1988 fue una profesión de fe, de esperanza y de caridad. Profesión de fe, ciertamente esas consagraciones lo fueron de fe en la Iglesia, en el sacerdocio, en la misa y en el reinado de Nuestro Señor. Lo fueron también por su fundamento, que era el de asegurar la defensa y la transmisión de la fe. Profesión de esperanza, esas consa-
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graciones lo fueron al asegurar la supervivencia de la Tradición y al mostrar a las nuevas generaciones que no quedaban huérfanas, que todos los jefes no eran cobardes y que existían todavía corazones nobles. Acto de caridad, esas consagraciones lo fueron por la abnegación y el olvido de sí que exigieron a los obispos consagrantes y consagrados, tildados de cismáticos, excomulgados por las autoridades, por todas partes puestos en la picota. Cuando tantos hombres abandonaban su misión, el viejo obispo, el viejo
luchador de Dios no renunciaba. Y para los obispos recién consagrados, esa ceremonia marcó el comienzo de una vida itinerante y apostólica poco común en la historia de la Iglesia. Las consagraciones eran una lección de bien común. Epílogo ¿Historia pasada? El estado de necesidad persiste, por mucho que tantas cosas se digan al respecto. Si algunos obispos han tomado la palabra, hechos inéditos y alentadores, incluso contra actos inauditos del Santo Padre, siguen
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por desgracia mudos ante la nocividad de la misa nueva, el escándalo del ecumenismo o la secularización de los Estados. Treinta años después de las ordenaciones episcopales, su legitimidad pasada y presente no está ya por demostrar. Treinta años después de las consagraciones, el acto heroico de Mons. Lefebvre sigue siendo un faro en la tempestad, una advertencia y un estímulo dados a las almas de buena voluntad. Para que perdure la Iglesia, para que renazca la Cristiandad. m (1) Declaración de Mons. de CastroMayer con ocasión de la ceremonia de las consagraciones. (2) “Los centinelas de Israel son ciegos todos, no entienden nada; todos son perros mudos que no pueden ladrar” (Is. 56, 10). (3) “Reinará Dios desde el madero”, extraído del Vexilla regis, himno de vísperas del tiempo de Pasión. El versículo significa que el reino de Jesucristo se realiza por la madera de su cruz. (4) Sermón de las consagraciones. (5) El 4 de diciembre de 1990 Mons. Lefebvre escribía a Mons. de CastroMayer a propósito de “la necesidad absoluta de continuar el episcopado católico para continuar la Iglesia católica”, Fideliter, julio-agosto 1991, nº 82, p. 13. (6) Aunque están primeramente al servicio de ésta, obispos auxiliares de la HSSPX. (7) “Le tocará al Superior general tomar las decisiones”. Notas tomadas por Mons. Williamson, Recomendaciones de Mons. Lefebvre antes de las consagraciones, Sel de la terre nº 28, primavera de 1999, p. 167. (8) Carta del 4 de diciembre de 1990 de Mons. Lefebvre a Mons. de Castro-Mayer: “El llamamiento a los obispos de la Hermandad para la consagración eventual no se hace en tanto que obispos de la Hermandad, sino en tanto que obispos católicos”, Fideliter, julio-agosto 1991, nº 82, p. 14. (9) Esta responsabilidad de que habla Pío XII debe distinguirse de la colegialidad conciliar. Aquí Pío XII habla de la responsabilidad moral de todos y cada uno de los obispos en relación con la Iglesia,
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pero no de la responsabilidad personal de cada obispo en su diócesis. (10) Sermón del 28 de julio de 1991, Fideliter, septiembre-octubre 1991, nº 83, p. 5. (11) Dimensión política claramente enseñada por santo Tomás: “La relación del poder episcopal con el poder de las órdenes inferiores es semejante a la de la política que persigue el bien común (…). La política da su ley a las artes inferiores, es decir, designa a los depositarios, determina la extensión y el modo de ejercicio. Por ello pertenece al obispo llamar a los súbditos a todos los divinos ministerios. Por ello solo él confirma –a los confirmados se les confía en efecto como un mandato de confesar la fe-, sólo él bendice a las vírgenes, que son figura de la Iglesia, esposa de Cristo, de la cual tiene él principalmente el cuidado; igualmente consagra a quienes deben ser elevados a las funciones de las órdenes (…). Así quien posee la plenitud del poder, el rey, reparte en la ciudad los oficios temporales” (Suppl q 38, 1, c). (12) “De aquí se sigue que, Obispos que no han sido nombrados ni confirmados por la Santa Sede, más aún, escogidos y consagrados contra explícitas disposiciones de ella, no podrán gozar de poder alguno de magisterio o de jurisdicción; ya que la jurisdicción se da a los Obispos únicamente por mediación del Romano Pontífice”, Pío XII, Ad apostolorum principis. (13) Se habla de potencia positiva, es decir, que no se trata de una pura posibilidad de recibir ese poder, sino de una aptitud positiva y real para recibirlo. El razonamiento vale otro tanto para el poder de gobierno. La consagración no confiere sino en potencia el poder de jurisdicción: “En su consagración, el obispo recibe un poder inamisible, que (…) no le ordena directamente a Dios, sino al cuerpo místico de Cristo” (Suppl, q 38, 2, ad 2).
(14) Consciente de ese peso, el padre Calmel escribía en 1967: “el día en que podamos decir: `un obispo ha tomado posición, nuestra resistencia a los revoltijos litúrgicos, dogmáticos, disciplinares no es ya asunto de simples laicos, de simples sacerdotes, sino que tenemos un obispo´, ese día las cosas se habrán clarificado” citado por el P. JeanDominique, Le Père Roger-Thomas Calmel, Clovis, 2012, p. 405. (15) Mons. Lefebvre lo subrayaba, por otra parte, a los cuatro futuros obispos algunos días antes de las consagraciones: “El papel de los obispos consagrados: las ordenaciones, las confirmaciones y el mantenimiento de la fe [subrayado en las notas] con ocasión de las confirmaciones. Hará falta que protejáis al rebaño (…) Vuestro papel, en tanto que obispos, será dar los sacramentos y asegurar la predicación de la fe.” Notas tomadas por Mons. Williamson, Recomendaciones de Mons. Lefebvre antes de las consagraciones, Sel de la terre nº 28, primavera de 1999, p. 165 y 167. (16) “… la jurisdicción del nuevo obispo no es territorial, sino personal (…) la autoridad jurisdiccional del obispo no le viene de un nombramiento romano sino de la necesidad de la salvación de las almas.” Mons. Lefebvre, Nota a propósito del nuevo obispo sucesor de Su Ilustrísima Mons. de Castro-Mayer, 20 de febrero de 1991, Fideliter, julio-agosto 1991, nº 82, p. 16-17. (17) Decimos bien de suplencia, es decir, que una necesidad conduce a ejercer ese poder de orden. No queremos decir, evidentemente, que el simple hecho de gozar del poder de orden lleve consigo la posesión de una jurisdicción. (18) Mons. Lefebvre, Nota a propósito del nuevo obispo sucesor de Su Ilustrísima Mons. de CastroMayer, 20 de febrero de 1991, Fideliter, julio-agosto 1991, nº 82, p. 16-17.
Cincuenta años más tarde: ¿el Papa puede autorizar la contracepción? Padre Bernard de Lacoste
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. Cuando el 25 de julio de 1968 el papa Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae, se podría haber creído que los debates en torno a la moralidad de la contracepción se habrían clausurado definitivamente. Bien al contrario, fueron muy numerosos los sacerdotes y obispos que se negaron a seguir las conclusiones de la encíclica y enseñaron a sus fieles que la contracepción estaba a veces moralmente permitida. Cincuenta años más tarde, el debate sigue siendo igual de candente. ¿El papa Francisco tendría el poder de modificar Humanae vitae y de permitir así el empleo de medios artificiales que impidan que el acto conyugal produzca la fecundación? 2. Lo que un papa hizo, otro papa puede deshacerlo, se dice. Si Pablo VI prohibió la contracepción ¿por qué Francisco no podría autorizarla? Para responder correctamente a esta cuestión hay que considerar que el Papa tiene el poder de modificar las leyes puramente eclesiásticas, como por ejemplo la ley que obliga a ayunar el miércoles de ceniza, pero no tiene poder sobre la ley divina, sea revelada o natural. En efecto, ésta tiene a Dios como autor y, por lo tanto, ninguna autoridad humana puede modificarla o dispensar de ella(1).
Por ejemplo, es esta ley la que prohíbe matar a un inocente o mentir. Ningún papa tiene el poder de permitir matar a un inocente o mentir. La ley que prohíbe la contracepción ¿es una ley puramente eclesiástica o forma parte de la ley natural? 3. Veamos precisamente en qué consiste la contracepción. Para facilitar la conservación del individuo, el Creador ha unido un placer a la nutrición. De la
misma manera, para facilitar la conservación de la especie humana, el Creador ha unido un placer al acto conyugal. Sin el placer de la nutrición, los seres humanos se dejarían perecer. Igualmente, sin el placer de la reproducción, la especie humana habría desaparecido hace ya mucho tiempo. Los paganos de la Roma antigua disociaban la alimentación del placer que procura. Cuando ya no po-
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dían comer, se pasaban por el vomitorio a fin de vaciar su estómago de alimentos y poder comer de nuevo. Buscaban así el placer del alimento pero excluían su fin natural que es la nutrición. Del mismo modo, los esposos onanistas –es decir, aquellos que hacen uso de la contracepción- buscan el placer del acto conyugal pero excluyen su fin natural que es la procreación. La contracepción es pues directamente contraria a la ley natural. Es un pecado mortal porque impide una nueva vida humana, lo cual es materia grave. Así, los esposos que hicieran uso de un preservativo o de la píldora, o que practicaran la marcha atrás interrumpiendo el acto, se mancharían con una falta grave. 4. Santo Tomás de Aquino explica(2) por qué la contracepción es contraria a la ley natural. Recuerda que la emisión del semen masculino está ordenada a la generación. Si la emisión de esta simiente se produce de tal manera que la generación no pueda resultar de ella, ello va contra la finalidad y el bien de la simiente. Pero como el semen es parte del hombre, ello va contra el bien del hombre. Y si eso se hace a propósito, es un pecado contra-natura. Y concluye el santo Doctor: “Luego, después del pecado de homicidio, por el cual se destruye una naturaleza humana ya existente en acto, este género de pecados parece ocupar el segundo lugar, al impedir la generación de la naturaleza humana.” 5. Advirtamos bien que, a veces, es por causa de un motivo independiente de los esposos por lo que el acto conyugal no puede resultar en la procreación. Es el caso, por ejemplo, cuando uno de los esposos es estéril. El acto conyugal es entonces perfectamente lícito puesto que se realiza naturalmente. Si no con-
cluye en una fecundación, es por causa natural y no por intervención de los esposos. No hay aquí contracepción.
6. Que la contracepción sea contraria a la ley natural y divina, es algo que la razón puede demostrar, como acabamos de verlo, pero es también lo que la Iglesia ha enseñado siempre. En 1853 la Santa Sede fue consultada sobre el asunto de la moralidad de la contracepción. La respuesta fue clara: “Es intrínsecamente mala”(3). Dicho de otro modo, si la contracepción es inmoral no lo es solamente porque el legislador eclesiástico la haya prohibido –sería entones extrínsecamente mala- sino porque, por su misma naturaleza, contiene un desorden grave. En la encíclica Casti connubii (nº 34) el papa Pío XI escribió en 1930: “Cualquier uso del matrimonio en cuyo ejercicio el acto, de propia industria, queda destituido de su natural fuerza procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley
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natural, y los que tal cometen se hacen culpables de un grave delito”. Y el papa Pío XII, en un discurso del 29 de octubre de 1951, se expresa como sigue:
“Que todo atentado de los cónyuges en el cumplimiento del acto conyugal o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, atentado que tenga por fin privarlo de la fuerza a él inherente e impedir la procreación de una nueva vida, es inmoral; y que ninguna “indicación” o necesidad puede cambiar una acción intrínsecamente inmoral en un acto moral y lícito. Esta prescripción sigue en pleno vigor lo mismo hoy que ayer, y será igual mañana y siempre, porque no es un simple precepto de derecho humano, sino la expresión de una ley natural y divina.” 7. Algunos objetarán que semejante moral está completamente anticuada. Es verdad que no es conforme a la mentalidad de nuestra época. Vivimos en una atmósfera de disfrute y de egoísmo. Es pues normal que la contracepción esté tan extendida. Si consideramos que el matrimonio tiene por fin primero la satisfacción personal de los esposos, la ley de Dios y de la Iglesia parece efectivamente insoportable. Pero si comprendemos que el sacramento del
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matrimonio ha sido instituido, primero de todo, para la procreación y educación de los hijos, entonces es la contracepción la que se convierte en insoportable: encierra a los esposos en su egoísmo en lugar de abrirlos a la vida. 8. Otros harán notar que, a veces, ciertos esposos se encuentran en situaciones dramáticas. Un nuevo nacimiento sería trágico y la continencia perfecta es imposible o se corre con ella el riesgo de poner en peligro el amor conyugal. Respondemos con San Pablo que Dios no nos tienta jamás más allá de nuestras fuerzas. A los esposos que rezan y se sacrifican, Dios les da siempre la gracia proporcionada para que vivan cristianamente sus compromisos de matrimonio. El papa Pío XII explicó también(4) que la continencia periódica está autorizada por razones graves de orden médico, económico, social o eugenésico. En esas situaciones, los esposos pueden lícitamente limitar el acto conyugal a solamente los días de esterilidad de la esposa. 9. Hay que concluir pues que la prohibición de la contracepción no es una ley puramente eclesiástica y modificable, sino por el contrario una ley natural que tiene a Dios por autor. Es pues inmutable y eterna. Si un papa autorizase semejante práctica contra-natura, su decisión sería nula y sin valor. m (1) Santo Tomás, quodlibet 4, art. 13: “El Papa no tiene poder para dispensar de la ley divina o natural.” (2) Contra Gentes, libro III, capítulo 122. (3) Respuesta del Santo Oficio del 6 de abril de 1853, DS 2795. (4) Discurso a las comadronas del 29 de octubre de 1951.
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Desarrollo de un bebé en el seno de su madre Día 1: Inmediatamente después de la fecundación comienza el desarrollo celular. Ya hay vida humana. Tiene ya los 46 cromosomas del código genético que programan y dirigen el desarrollo de la nueva vida humana. Día 8 (1ª semana): La nueva vida ya está compuesta por cientos de células y ha desarrollado una hormona protectora que evita el rechazo de la nueva criatura por parte del cuerpo de la madre. Días 17 a 20 (1ª y 2ª semana): El hígado de la nueva vida ha desarrollado sus propias células sanguíneas, la placenta es parte de la nueva vida y no de la madre. Los órganos se están formando: cerebro, riñones, huesos... Se pueden apreciar las contracciones del corazón y aparece la base del sistema nervioso. Días 28 a 30 (Primer mes): Se desarrollan los ojos, la médula espinal, el sistema nervioso, los pulmones, el estómago y los intestinos. El corazón bombea la sangre con más seguridad que fluye regularmente por el sistema vascular. Comienza a ser visible el desarrollo de las orejas y de la nariz. Días 35 a 40 (5ª semana): En sus ojos se distingue la retina, el cristalino y los párpados. Las orejas y la nariz van adquiriendo forma. La energía del corazón alcanza casi el 20 % de la de un adulto. Ya se puede hacer un electrocardiograma. Días 42 y 43 (6ª semana): El esqueleto se completa y aparecen los reflejos. Los órganos genitales están bien diferenciados. En las manos y los pies empiezan a distinguirse los dedos. Su cerebro da señales de actividad eléctrica y es posible registrar sus ondas cerebrales en un electroencefalograma. Día 49 (6 semanas y media): Los labios se entreabren, hace pequeñas muecas y de vez en cuando saca la lengua. Si le hicieran cosquillas, las sentiría. El cerebro ya está completo. Los dedos se alargan y las huellas digitales de los pies han quedado fijadas para siempre. Se pueden distinguir orejas y nariz. 8 semanas: El bebé puede formar un puño, tener hipo, chuparse el pulgar, dormir y despertarse. Todos los sistemas del cuerpo están funcionando. Han terminado los dos meses más importantes de su vida. Mide cuatro centímetros y pesa cuatro gramos. El desarrollo consiste únicamente en un refinamiento de elementos y un aumento de tamaño, hasta, aproximadamente, los veinte años. Días 63 a 70 (9ªsemana): Todos sus órganos funcionan. Músculos y nervios van sincronizados. Mueve los brazos y las piernas. Da volteretas y nada en el líquido amniótico. Puede agarrarse un cabello. Si le pinchan, siente el dolor. Oye ruidos y los recuerda. Día 71-90 (Semanas 11 y 12): Respira y exhala el fluido amniótico. Aparecen las uñas. Se despierta cuando su madre se despierta. Duerme cuando ella duerme. Está tranquila cuando ella está serena. Cuatro meses: Abre y cierra las manos. Da patadas y gira sobre sí mismo. Ya funcionan las cuerdas vocales; puede llorar. Ocho meses: Cumple 266 días. Sale del seno materno y continúa su desarrollo. Ha venido desarrollándose separadamente de su madre, con una provisión de sangre individual. La vida del niño no es la vida de la madre, sino una vida distinta e individual. ¿Se sostiene la siguiente frase frecuentemente repetida por los abortistas?: “Con menos de cuatro meses no se puede afirmar que lo que va a nacer sea un ser humano y no otro ser”.
La despenalización del aborto, crimen que clama venganza al Cielo P. José María Mestre Roc
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l libro de Daniel, al contarnos el episodio de la casta Susana, en que dos jueces inicuos, viejos verdes, pretendieron condenar a muerte a una mujer inocente, para disimular la pasión que a ellos los encendía y vengarse de quien no había querido ceder a ella, dice de los mismos: «En aquel año fueron elegidos jueces del pueblo dos ancianos de aquellos de quienes dijo el Señor que la iniquidad había salido en Babilonia de los ancianos que eran jueces, los cuales parecía que gobernaban al pueblo» (Dan. 13 5). Eso mismo está pasando en nuestras patrias. El pasado 13 de junio de 2018 fue aprobado en la Argentina, en la Cámara de Diputados de la Nación, el proyecto de ley de despenalización del aborto(1). Ya el pasado 25 de mayo lo había sido en Irlanda, por el 65% de los votos, y en Chile el mes de septiembre de 2017. La iniquidad sale de aquellos mismos que tienen por cargo gobernar al pueblo dándole leyes; los inocentes, en este caso los niños por nacer, se ven condenados a muerte por aquellos mismos que debían velar por su vida, y ello en aras a intereses sórdidos, a pasiones inconfesadas. Ante el caos de ideas y de argumentos que sobre el tema del aborto se han exhibido, hace falta hacer una puntua-
lización clarificadora, que presente la realidad tal cual es. Intentémoslo con algunas reflexiones. 1º El aborto, crimen que clama venganza al cielo. Pareciera, por el amplio «debate» que tuvo lugar antes de la aprobación parcial del proyecto de ley del aborto,
que el aborto es un tema «opinable», y que no se sabe a ciencia cierta qué se está haciendo al practicar un aborto: si se está librando a la madre de un quiste o de una enfermedad, si se está suprimiendo o no una vida humana, si el niño en el seno materno es o no un verdadero ser humano, si la madre tiene derecho o no a interrumpir un «embarazo no deseado»… ¡Qué triste, y qué culpable, tener tanta ciencia para carecer de tanto
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sentido común! Pero es que, una vez que uno se deja enredar con la ideología de los «derechos humanos», todo es posible. Dejemos, pues, de lado toda esa panoplia de argumentos bobalicones, y vayamos al verdadero argumento, de todos olvidado: la ley de Dios. ¿Qué dice ella? Que el niño en el seno materno es un verdadero ser humano, y que por lo tanto el aborto es un asesinato puro y simple, prohibido expresamente por el quinto mandamiento del Decálogo: «No matarás», o más exactamente: «No asesinarás», esto es: «No darás muerte al inocente». Por lo tanto, es Dios, Dios mismo, quien viene en defensa del niño por nacer; y contra esta ley, nada valen las leyes humanas. Eufemísticamente se llama al aborto, para librarlo de toda connotación criminal, «interrupción voluntaria del embarazo». En realidad, su verdadero nombre es «asesinato voluntario en el seno materno», tanto más grave cuanto que el niño es un ser a la vez inocente y sumamente indefenso, cuya vida depende del cuidado y protección de los padres y de las leyes humanas. Y así: • Una sociedad justa debería juzgar y condenar a los partidarios del aborto, y a los promotores de su despenalización, como a verdaderos criminales, reos del delito de «incitación al homicidio». • La mujer que muere por abortar, sentimos mucho decirlo, tiene su merecida pena, sufriendo en sí la misma sentencia que ella impone a su hijo inocente. Sostener que ella tiene derecho a salvar su vida, cuando se está entregando a un acto criminal, es lo mismo que decir que un ladrón tiene derecho a salvar su pellejo y su botín después de
asesinar a su víctima para robarle. Hagamos, pues, una ley para protegerlo. Pero no para ahí la cosa. Si la ley di-
Conforme el lenguaje sofístico y sentimental que muy bien saben imponer los partidarios del aborto, este hecho no constituye la desaparición forzada de un menor sino apenas “la interrupción del embarazo”, eufemismo cortés para referirse a un filicidio sin escandalizar a la audiencia desprevenida. Pero dado que la “interrupción” por definición es el cese transitorio de una actividad para su posterior reanudación, dicha descripción sería injusta por errónea, siendo que los embarazos no se “interrumpen” puesto que el aborto es un acto de naturaleza definitiva e irreversible, precisamente porque la muerte es un hecho definitivo e irreversible.
vina protege la vida humana, no es sólo por un «derecho a la vida» natural, ni por una simple «dignidad humana», sino para garantizarle al niño, a través de los padres y de las leyes, el acceso al bautismo, y por él a la vida eterna, que es el fin para el que Dios ha creado a todos y cada uno de los hombres. Privar al niño de la vida en el seno materno significa condenarlo para siempre a carecer de la visión de Dios: crimen inmensamente mayor al de privarle de la vida natural, que a la vida eterna se ordena. «Apartaos de mí, malditos –dirá el Señor el día del juicio, a quienes se han hecho reos de ese crimen y no se han arrepentido debidamente de él–; porque estaba necesitado de vuestra ayuda,
La despenalización del aborto, crimen que clama venganza al Cielo
de vuestra protección, de vuestras leyes, y no sólo no me asististeis, sino que me quitasteis la vida». Si ya merecerán la muerte eterna quienes no practicaron con el prójimo la más elemental caridad, ¿qué pena merecerán por toda la eternidad quienes se hayan hecho reos ante Dios de haberle quitado hijos y almas capaces de la bienaventuranza? 2º El aborto, señal de la apostasía de una sociedad. Los tres países que últimamente despenalizaron el aborto, o están procediendo a despenalizarlo, eran de supuesta tradición católica. Decimos de supuesta, pues cuando en un país entra en vigor la despenalización del aborto, ese país ha dejado de ser católico y ha vuelto a ser pagano. Un país es católico cuando se rige por las leyes de Dios y de la Iglesia; pero deja de serlo cuando desprecia la ley de Dios y aprueba acciones que van directamente contra ella. Y la despenalización del aborto supone que nuestros países desprecian la ley divina en su principio, en su aplicación y en sus consecuencias. • En su principio: ya el solo hecho de discutir la despenalización del aborto es un pecado contra la ley de Dios, pues significa replantearse si está bien o no matar al niño inocente. La democracia aparece entonces como una institución netamente anticristiana, y lo mismo la Constitución salida de ella, que si bien dice proteger la vida desde la concepción,
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permite debatir y aprobar cosas que su misma letra condena. • En su aplicación: erigir como una ley la despenalización del aborto significa declarar que la ley de Dios ya no pinta para nada al momento de sancionar una acción, la cual ya no es juzgada buena o mala por su conformidad con la ley divina, sino en conformidad con la voluntad del pueblo o de los legisladores, erigidos como norma suprema del derecho. Lo cual es la suma iniquidad. • En sus consecuencias: una vez que el aborto queda despenalizado, la ley obliga al país y a todas sus instituciones a hacerse cómplice de dicho crimen: los hospitales y clínicas, tanto públicas como privadas, deben asegurar los abortos, y se convierten así en lugares homicidas; los médicos, si quieren conservar sus puestos, han de consentir en matar vidas humanas, y se convierten en asesinos; las enfermeras han de ser formadas para ayudar en los abortos; las escuelas mismas han de asegurar la educación sexual que explique a los niños los métodos abortivos en vigor; los padres de familia ya no pueden oponerse a que sus hijas aborten, ni los maridos a que lo hagan sus esposas; la justicia debe penalizar a los médicos que se nieguen a matar vidas humanas. El hecho de que países otrora católicos desechen tan alevosamente la ley divina es muestra de todo un proceso de apostasía, llevado a cabo por el Misterio (hoy triunfante) de Iniquidad, y del de-
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rrumbe de toda una civilización cristiana; todo ello preparado progresivamente por toda una serie de concomitantes, que dieron comienzo a esta apostasía. • El aborto supone ya destruida la familia. En una familia bien formada, se tienen hijos y se protege la vida. El aborto se da sobre todo en los juntorios con derecho a divorcio. El aborto implica, por lo general, el divorcio promovido y practicado a gran escala. • El aborto supone la destrucción de la moral. El aborto, se dice, es un derecho de la mujer frente al embarazo no deseado. Lo cual supone la práctica indiscriminada del amor libre o de la infidelidad conyugal, la promoción social de la pornografía y de la sexualidad, la infancia y la juventud expuestas a la violencia de las pasiones más infames. • El aborto supone el suicidio de una sociedad. Dios concedió al hombre la bendición de la fecundidad, necesaria para que una sociedad perdure. En ese sentido, el aborto viene a ser la autodestrucción de un pueblo, rematando así la esterilidad voluntaria procurada mediante toda una serie de métodos anticonceptivos, promovidos también a gran escala como manera de regular la natalidad. ¿De quién será la tierra, de quién será la sociedad? De quienes aceptan tener hijos; y en Europa, de los musulmanes. 3º El aborto, patente cuño diabólico en una nación. Terminemos diciendo que no hay señal más inequívoca de la presencia del demonio en una sociedad, e incluso de la
posesión de una sociedad por el demonio, que el aborto. Nuestro Señor declaró que «el demonio es homicida desde el principio» (Jn. 8 44), y siempre, en todos los tiempos, reclamó sacrificios humanos en los lugares en que imperaba. Detrás de la ley del aborto, que es un sacrificio masivo de niños inocentes, no puede haber otro que el demonio con todo su odio, manipulando como marionetas a los que hoy en día ejercen de legisladores en nuestras sociedades. Los legisladores que aprueban dicha
ley, y el gobernante que la consiente, si es que no la impone, bajo presiones internacionales, actúa de hecho como Faraón, figura del demonio, en los tiempos de Moisés: viendo su territorio ocupado por un pueblo numeroso, obligó a sus súbditos a esclavizarlo primero, y a arrojar luego en el Nilo a todos sus varones recién nacidos. No sólo Faraón se convirtió en homicida de inocentes, sino que obligó a todos los habitantes de Egipto a ser cómplices suyos en esta acción criminal. Actúan también como el rey Herodes, que para dar muerte al Dios infante, mandó matar en toda la comarca de Belén a todos los niños menores de dos años. Los mismos intereses terrenos que llevaron a este crudelísimo
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rey a una masacre de inocentes, arrancados del seno de sus madres, lleva ahora a los gobernantes, por un sórdido lucro, y por intereses inconfesados, a aprobar
¿Y qué es el aborto entonces? Es la muerte de la persona por nacer ¿Y cuándo comienza la vida? Desde el momento mismo de la concepción. Y lo dicho no es la “anacrónica” sentencia de un teólogo preconciliar, sino la ciencia desde la embriología y la biogenética la que nos ha demostrado con absoluta certeza que la vida humana comienza en el momento en el cual se unen el gameto masculino (espermatozoide) y el gameto femenino (óvulo), y es en este proceso de fusión cuando se acoplan 23 cromosomas del espermatozoide con 23 cromosomas del óvulo materno. Esto forma el cigoto, es decir un nuevo ser conformado en su inicio por 46 cromosomas con su material genético propio y un sistema inmunológico diferente del de la madre. Basta que la unión de las células se dé, para que indefectiblemente se constituya un nuevo ser, sin importar si tal generación de vida humana fue el fruto del amor abnegado de los esposos o de una brutal violación: “No se trata de una opinión, de un postulado moral o de una idea filosófica, sino de una verdad experimental. Si el ser humano no comienza con la fecundación, no comienza nunca. El cigoto, fruto de la fusión de las dos células germinales, es un individuo distinto del padre y de la madre, con una carga genética que tiene el 50 % de cada uno de los progenitores” confirma el padre de la genética moderna Jéromê Lejeune.
lo que no es otra cosa que un asesinato legalizado de los inocentes. Pero el principal instigador de todo esto, el que
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inspiró estas actitudes homicidas en Faraón y en Herodes, es el diablo. Conclusión. Lucifer, nuevo Caín, vuelve a convertirse, mediante la ley del aborto, en el Fuerte armado del Evangelio. ¿Quién será capaz de arrancar de las garras de esta ley criminal a los pobres niños a los que, tanto él como su descendencia homicida, tienen sentenciados en casi todos los países del mundo? Al igual que Abel, el clamor de esa sangre inocente sube hasta Dios, sin que sepamos nosotros de qué manera será vengada por el justo Juez. El castigo de este crimen ha de ser tan severo como el de Faraón y todo Egipto. Por haber arrojado los niños al Nilo, debió este pueblo sufrir la plaga de ver sus aguas convertidas en sangre humana. Por haber matado a los varones hebreos, debió sufrir la pesadumbre de encontrar muerto al primogénito de cada familia. Por haberse hecho cómplice de la malicia de Faraón, debió sufrir la destrucción más espantosa en su economía, en sus cosechas, en sus ganados, completamente arruinados por las plagas, y ver luego su propio ejército anegado en las aguas del Mar Rojo. El único remedio ante un mal tan grande está en nuestras familias: • familias católicas, bien constituidas, y temerosas de la ley de Dios; • familias numerosas, con todos los hijos con que el Señor tenga a bien bendecirlas; • familias virtuosas, que encaminen aquí a sus miembros a la virtud y santidad, para hacerlos entrar un día en la visión de Dios en el cielo. m (1) Afortunadamente con posterioridad el proyecto fue rechazado por el Senado (ndlr).
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La realidad del aborto Legrado: Se dilata el cuello del útero con una serie de instrumentos a fin de permitir la inserción de una legra (utensilio raspador afilado) en la matriz. Luego se corta al bebé no nacido en pedazos y se raspa la pared uterina. Con frecuencia la madre sangra en abundancia. A continuación, la enfermera auxiliar debe reunir las partes del cuerpo de la criatura para asegurarse del que el útero ha quedado “limpio” para que no sobrevenga una infección. Succión: El 85% de los abortos en el mundo se llevan a cabo por este método en el primer trimestre del embarazo (hasta las 12 semanas). Se dilata el cuello del útero y se inserta un tubo hueco que tiene un borde afilado y está conectado a un potente aspirador que, mediante una fuerte succión, aspira el feto. El bebé se deshace en pequeños trozos, los cuales van luego a parar a un cubo. Dilatación y curetaje (D y C): Se utiliza a finales del primer trimestre o principios del segundo, cuando el feto ya es demasiado grande para ser extraído por succión. Este método de aborto es similar al de succión, pero esta vez se utiliza una cureta o cuchillo provisto de una cucharilla con una punta afilada con la cual se desprende todo el saco gestacional del útero con el fin de facilitar su extracción por el cuello del útero. Existen videos que muestran cómo el bebé huye en el seno de la madre de los instrumentos asesinos y su corazón se acelera e incluso intenta gritar en vano de pánico y dolor… Dilatación y evacuación (D y E): Comúnmente utilizado como método abortivo cuando el segundo trimestre del embarazo está bien avanzado o durante el tercer trimestre. Se administran fármacos para la dilatación cervical, como las prostaglandinas. Una vez dilatado el cuello del útero se procede a la extracción fetal. Para ello en ocasiones son necesarias unas pinzas o tenacillas (tipo forceps) para extraer el cuerpo. La complicación más importante es cuando no se consigue extraer la cabeza, entonces deben ser más agresivos y fracturarla para facilitar su extracción. El hueso fracturado puede lesionar el útero y otras partes blandas de tu aparato genital. Inyección salina: Este método se utiliza solamente después de las 16 semanas. El líquido amniótico que protege al feto es extraído y se inyecta en su lugar una solución salina concentrada. El feto ingiere esta solución que le produce la muerte por envenenamiento, deshidratación, hemorragia del cerebro y de otros órganos, y convulsiones. El bebé, al tragar el veneno, patalea y se revuelve con violencia. Esta solución salina le produce graves quemaduras. La criatura tarda más de una hora en morir en medio de grandes sufrimientos. Unas horas más tarde, la madre comienza un ‘parto’ prematuro y da a luz. “D y X” o parto parcial: Este método de aborto se lleva a cabo durante el segundo o tercer trimestre del embarazo. El procedimiento es el siguiente: se introducen unos fórceps en el útero que, guiados por la ecografía, agarran los pies del feto y tiran de ellos hasta que la parte inferior de la cabeza está expuesta. Después se utilizan unas tijeras para abrir la base nucal, a través del cual se introduce un catéter para succionarle el cerebro. Una vez hecho esto, el cuerpo inerte del feto es ‘evacuado’. En algunas ocasiones se le decapita. Histerectomía u operación cesárea: Este procedimiento se lleva a cabo durante los últimos tres meses del embarazo. Consiste en realizar una cesárea, y extraer el feto. En ocasiones el feto nace vivo y tarda horas en morir (se han documentado casos de más de 12 horas), dejándolo morir luego por abandono o a veces matándolo expresamente. Los bebés son tratados como un desecho.
Un franciscano genio... de la contabilidad: Luca Pacioli (1447-1517) Rvdo. D. Eduardo Montes
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o deja de resultar curioso que el reconocido por Wikipedia como fundador de la contabilidad moderna sea precisamente un hijo espiritual del Santo de la pobreza, del Poverello de Asís. Nos referimos al franciscano italiano Luca Pacioli (1447-1517). Nacido en Borgo del Santo Sepolcro recibió clases de Piero della Francesca (1414-1492) que es un señalado ejemplo de saber enciclopédico, desconcertante en nuestra época de extrema especialización, pues destacó en su época como matemático, geómetra y también pintor. El maestro influiría desde luego en este aspecto de diversidad de trabajos en su discípulo que será un genial matemático, geómetra, teórico de la contabilidad pero también Fray Luca Bartolomeo de Pacioli o Luca di Borgo San Sepolcro fue un fraile franciscano, teólogo y predicador popular en incluso matemático, contador, economista y profesor autor de un manual de ajedrez, De ludo italiano, precursor del cálculo de probabilidades y reconocido históricamente por haber formalscacchorum. izado y establecido el sistema de partida doble, Ingresó en la Orden de San Francisco que es la base de la contabilidad moderna. En cuadro (un anticipo de los llamados vexa los 27 años donde se reconocerán sus este ierbild10) se le representa mientras señala en dotes pedagógicas y se le destinará a la una pizarra algunas propiedades geométricas; enseñanza de las Matemáticas primero en a su diestra cuelga del techo un poliedro arquimedeo, mientras que a su izquierda se encuenPerugia y posteriormente en Zara (Dalma- tra un personaje identificado por algunos como cia). En estos años conocerá a Leonardo de Durero, aunque más probablemente se trata de Guidobaldo da Montefeltro. Vinci (1452-1519) “que le hará las ilustraciones de un libro publicado en 1497”[1]. Para los que somos profanos de la ciencia de los números pocos detalles podrán ser tan reveladores de la importancia del fraile
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Un franciscano genio... de la contabilidad: Luca Pacioli
matemático como este de que el genial Leonardo se prestara a hacerle de ilustrador de uno de sus libros. “Adquiere renombre sobre todo por la publicación, en 1494, de la Summa di aritmethica, geometría, proportioni e proportionalità, una enciclopedia general y completa, verdadera “suma” de todos los conocimientos matemáticos de su tiempo, La primera ilustración realizada por Leonardo de un Rombicuboccon atinadas innovaciones en el cálculo geométrico taedro para De Divina Proportione junto con el desarrollo de la matemática financiera”[2] siguiendo las indicaciones de Luca “Luca Pacioli, además de profesor de matemáti- Pacioli. cas, será un religioso sincero… lo que no le librará de ser víctima de malévolas críticas de algunos de sus correligionarios que originaron ciertas disensiones con el ministro general de la Orden el P. Francisco Sansón de Brescia (1414-1499) que no tuvieron consecuencias notables”[3] Es digno de notar este detalle biográfico porque el referido ministro general P. Francisco Sansón de Brescia, aunque no llegara ni mucho menos a la altura científica de su subordinado, pasó también a la historia por sus extraordinarias cualidades como promotor del arte y hombre de gobierno. En fin, también en los hombres por encima de la media aparecen las limitaciones de la condición humana a la hora de entenderse entre sí. Nada que no sepamos pero que siempre conviene recordar. Y no menos digno de notar será lo que se dice a propósito de las recomendaciones sobre arquitectura contenidas en sus libros de geomeMonumento a Luca Pacioli en Sansepolcro. tría: “Quizá sin conocer expresamente el hecho de que fuera Pacioli el autor de dichas recomendaciones podemos decir que van ser tenidas en cuenta por el gran arquitecto Antonio Gaudí (1852-1926), sobre todo al hacer los planos de la Sagrada Familia”[4]. m [1] Francesc Nicolau i Pous, La matemàtica i els matemàtics, Editorial Claret, Barcelona 2000, pag. 96. Las traducciones son mías. [2] José Mª Riaza S.I., La Iglesia en la historia de la ciencia, Editorial BAC, Madrid 1909, pag. 67. [3] Francesc Nicolau i Pous, Obra citada, pag. 97. [4] Francesc Nicolau i Pous, Obra citada, pag. 98.
La primavera del postconcilio L. Pintas
l “Fake” Sosa no tiene jefe. Si siguen esta sección, ya conocen ustedes mi teoría de que el superior general de los jesuitas no existe realmente. Es un replicante como los de Blade Runner (aunque menos profundo en sus reflexiones que Rutger Hauer), fabricado con una impresora 3-D en algún cenáculo tradicionalista para que haga cosas feas y luego poder denunciarlas. Le hemos visto en la posición del loto en un
templo budista, le hemos oído decir que no sabemos qué dijo Jesucristo sobre el divorcio porque en el siglo I no había magnetófonos, le hemos leído manifestar que el diablo es una figura “simbólica”… Los fabricantes del cyborg del padre Arturo Sosa, S.I. han hecho ahora una versión 2.0 que incorpora un paquete lingüístico, para que sus herejías se difundan en varios idiomas. El 16 de octubre, sin ir más lejos, declaró en inglés a EWTN que “no hay una jurisdicción para toda la Iglesia” y que “con mu-
cha frecuencia olvidamos que el Papa no es el jefe de la Iglesia, es el obispo de Roma [que], como obispo de Roma, tiene otro servicio que hacer a la Iglesia, que es tratar de conseguir la comunión de toda la Iglesia de la mejor manera posible”. ¿Ven? ¿Quién, sino un falso Prepósito General, diría algo literalmente contrario a los dogmas definidos por el Concilio Vaticano I en la constitución Pastor Aeternus de 18 de julio de 1870, que establecen que sea anatema quien niegue que Pedro recibió “directa e inmediatamente” de Nuestro Señor Jesucristo una “verdadera y propia jurisdicción”, una “plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia”, que es “ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles”? Así pues, tranquilos todos: el jefe de “Fake” Sosa no es el Papa. Su jefe, como corresponde a un ectoplasma, es “simbólico”… Ya me entienden. l La política del cardenal Cupich. Quien sí tiene jefe es el cardenal Blase Cupich, cuya carrera meteórica (arzobispo de Chicago en 2014, la púrpura en 2016) delata la mano que le empuja hacia arriba. Es, dicen, el hombre de Francisco en la conferencia episcopal
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estadounidense. A mediados de julio de 2017, entrevistado por Phil Ponce para Chicago Tonight, de la televisión pública local WTTW, le preguntaron por una carta de junio de ese año donde el
obispo Thomas Paprocki, de Springfield (también en Illinois) señalaba que las personas que contrajesen “matrimonio” del mismo sexo no podrían recibir la comunión ni funerales públicos. “Ésa no es nuestra política y, como norma, no comentamos políticas de otras diócesis”, respondió, secamente, el prelado. Como norma, sin embargo, nosotros sí comentamos la política de diócesis como la del cardenal Cupich, donde dos personas del mismo sexo “casadas” pueden comulgar. Porque estar “casados” implica una determinación de prolongar en el tiempo la circunstancia que les sitúa en pecado mortal. Contra la sensiblera, emotivista y, desde el punto de vista racional, sencillamente estúpida cantinela (que ahora también comparten amplios sectores de la Iglesia) de que la continuidad “por amor” en el pecado disminuye su gravedad, lo cierto es que la obstinación en el pecado lo que complica es salir de él. Hasta el más ignaro en teología moral comprende que los hábitos facilitan los actos que se reiteran: de ahí la
importancia de los hábitos buenos, y el abismo que suponen para el alma los hábitos malos. De hecho, existe una diócesis (situada allá abajo, muy abajo, en el fondo… y hace calor, mucho calor, ¡pura caldera!) cuya política es precisamente fomentar los malos hábitos. Le preguntaríamos a monseñor Cupich qué opina de esa diócesis y de su “obispo” (“simbólico”), pero, como no hace comentarios… l Perdóname, ¡oh, cátaro! El filósofo tradicionalista francés José de Maistre (1753-1821) fundamentaba su crítica al concepto revolucionario de “derechos del hombre” en que los derechos realmente existentes no pueden predicarse de conceptos abstractos como “hombre”, sino de hombres concretos. Por ejemplo, de los “franceses” concretos cuyos derechos “humanos” abstractos… les conducían a la guillotina. Hablando de concreciones gentilicias, ironizaba con que él sabía, gracias a Montesquieu, que incluso “se puede ser persa” (por sus Cartas persas). Algo parecido a Maistre con Montesquieu les habrá pasado a muchos con el obispo de Pamiers, Jean-Marc Eychenne, quien les ha descubierto que se puede ser cátaro. Y ¿qué es un cátaro? Un cátaro es, básicamente, un sujeto al que los católicos le tenemos que pedir perdón. Cátaros, lo que se dice cátaros, ya no existen desde finales del siglo XIII, pero es igual: según monseñor Eychenne, hay que restañar las heridas de ocho siglos con una “petición de perdón” (La Dépêche, 2810-18). “No se trata de reescribir la His-
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toria”, dice, pero “exterminar a personas por sus convicciones religiosas y políticas… está en total contradicción con el mensaje de Cristo y de los Evangelios”. ¿Que no se trata de reescribir la Histo-
ria? ¡Pero si es justo lo que habría que hacer! La Historia de los cátaros que se cuenta hoy, y de la que bebe monseñor, es un mito de buenos y malos donde los cátaros son víctimas inocentes y quienes les reprimieron bárbaros e inhumanos católicos. La Iglesia hizo de todo por convertirlos pacíficamente (¿nos olvidamos de Santo Domingo Guzmán y para qué propagó el rosario?), pero muchos nobles apoyaron a los cátaros para disputar el poder al rey y apoderarse de bienes de la Iglesia. De los excesos cometidos en la cruzada contra ellos (desobedeciendo al Papa Inocencio III, que la convocó pidiendo justicia, caridad y misericordia en la lucha y en la victoria), ¿por qué hemos de pedir perdón los católicos hoy? Ya los católicos que ayer los cometieron los habrán purgado. O no.
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Como también los cátaros los suyos, de los que el obispo francés no se acuerda. l Evangelización mediante el Corán. En fin, me dirán ustedes que no vale la pena tanto escándalo por una petición de perdón más. Desde que Juan Pablo II sublimó la costumbre en el año 2000, la búsqueda y hallazgo de agraviados no cesa. Es un argumento “apologético” estupendo: ¡pertenecemos a una institución que no ha hecho más que producir víctimas inocentes a lo largo de dos mil años! No es extraño que haya algunos que piensen que, en vez de evangelizar, necesita ser evangelizada… por musulmanes. Es la novedad introducida en el siempre sorprendente argumentario postconciliar por Ilario Antoniazzi, arzobispo de Túnez. El 16 de octubre, en una intervención en el sínodo sobre los jóvenes que tuvo lugar en el Vaticano del
3 al 28 de ese mes, monseñor Antoniazzi elogió la fe de los jóvenes cristianos subsaharianos que llegan a los países norteafricanos a la espera de pasar a
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Europa, porque “han traído vitalidad y alegría” a sus Iglesias. Nos alegramos, sin duda. Pero atención a lo que sigue, a ver qué les parece: estos jóvenes deben vivir su fe con “gran discreción” en medio de una mayoría musulmana que les considera “infieles, incrédulos o algo peor”. Ahora bien, “dejándose evangelizar por sus hermanos musulmanes, esto es, aprendiendo su cultura y religión… descubren que las diferentes religiones ya no son un obstáculo insuperable para convertirse en caminos diferentes hacia el único Dios al que todos adoramos”.
Es decir, que quien me obliga a vivir mi fe con discreción porque me considera “algo peor” que infiel (y si es preciso, me degüella, podríamos añadir), me evangeliza porque, al enseñarme esa religión que proscribe la mía (que es la del Evangelio, se supone), puedo ver que se puede llegar a Dios de cualquier manera, incluso acallando cristianos. Sinceramente: ni siquiera poniéndome “en modo postconciliar” consigo comprenderlo. A no ser que signifique lo siguiente: los jóvenes subsaharianos que proceden de entornos cristianos donde la fe todavía se vive con fe, cuando llegan a lugares donde impera el islam se
acostumbran a ocultar su fe para salvar la vida, y así se van preparando mentalmente para cruzar el Mediterráneo y llegar a Europa, donde la fe ya importa un rábano y queda diluida en la creencia de que todos somos buenos y todos nos salvamos creamos lo que creamos. ¿A que, así, sí se entiende? [Por cierto: lo de ser evangelizados por los musulmanes va a ser mucho más fácil en la pequeña localidad francesa de Gisors (Alta Normandía), cuyo alcalde cerró la mezquita el 5 de octubre por no atenerse a la normativa municipal de seguridad. Las sesenta personas afectadas han encontrado la comprensión del párroco, que les ha ofrecido la iglesia del pueblo para que recen los viernes, repartan comida y enseñen árabe (Saphir News, 1-11-2018). Puro Evangelio.] l Siempre os quedará Écône. Y terminamos con una mala noticia para los lectores más jóvenes y con inquietud vocacional. Ya no podréis ir al seminario de Münster. Sé que teníais casi decidido ingresar en él, por vuestro dominio del alemán y porque la ciudad, cargada de historia, es bellísima. Pero su obispo no os quiere. “Lo digo con determinación: no quiero tipos clericales preconciliares y no los ordenaré”, dijo taxativamente cuando le preguntaron por el éxito entre muchos jóvenes de la misa tradicional y de prácticas devocionales como la Adoración Eucarística (Die Tagespost, 27-9-18). A no ser, claro, que seáis tipos super-conciliares, pero entonces debo estar haciéndolo fatal. No es el caso, ¿verdad? Pregunto angustiado. m
Calendario 2019 El calendario litúrgico 2019 de la Hermandad de San Pío X sigue la edición típica del Misal Romano promulgado por Juan XXIII en 1962. Se indican con claridad los días de abstinencia de precepto (pescado de color azul), los días de ayuno y abstinencia de precepto (pescado de color verde), y los días de ayuno y abstinencia que deben practicar los miembros de la Tercera Orden de la Hermandad. Este año el calendario está dedicado a las Obras de misericordia, que son aquellas con que se socorren las necesidades corporales o espirituales de nuestro prójimo. Hay catorce: siete corporales y siete espirituales. Obras de misericordia corporales: 1) Visitar a los enfermos; 2) Dar de comer al hambriento; 3) Dar de beber al sediento; 4) Dar posada al peregrino; 5) Vestir al desnudo; 6) Redimir al cautivo; 7) Enterrar a los difuntos. Obras de misericordia espirituales: 1) Enseñar al que no sabe; 2) Dar buen consejo al que lo necesita; 3) Corregir al que yerra; 4) Perdonar las injurias; 5) Consolar al triste; 6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo; 7) Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Las obras de misericordia corporales, en su mayoría surgen de la lista hecha por Jesucristo en su descripción del Juicio Final. La lista de las obras de misericordia espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Sagrada Escritura y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc. Las Obras de Misericordia nos van ayudando a avanzar en el camino al Cielo, porque nos van haciendo parecidos a Jesús, nuestro modelo, que nos enseñó cómo debe ser nuestra actitud hacia los demás.
Pueden hacer su pedido a nuestra dirección. Precio: 7 €
Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid
Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 11 h.: misa cantada 19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.
Granada
Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Sábado precedente, misa a las 19 h. Más información: 958 51 54 20
Córdoba Siervas de Jesús Sacerdote C/ Angel de Saavedra, 2, portal B, 2º izq. SERRANILLOS DEL VALLE Domingos: misa a las 10 h. Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Más información: 91 814 03 06
Barcelona
Capilla de la Inmaculada Concepción C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Domingos: misa a las 11 h. Viernes y sábados: misa a las 19 h. Más información: 93 354 54 62
Palma de Mallorca
Capilla de Santa Catalina Tomás C/ Ausías March, 27, 4º 2ª 4º domingo de cada mes, misa a las 19 h. Más información: 91 812 28 81
Lunes siguiente al 1er domingo, misa a las 19 h. Más información: 957 47 16 41
Valencia
Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h.
Oviedo
Capilla de Cristo Rey C/ Pérez de la Sala, 51 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Más información: 984 18 61 57
Vitoria
Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h.
También se celebran misas en:
Salamanca, Murcia, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.
Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81 Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929