Tradición Católica: Octubre-diciembre 2021

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Indice Editorial: La continuación de “Traditionis custodes”............................................. 1 El estado de la Misa Tradicional desde la reforma liturgica.................................. 3 Con ocasión de los 50 años de la Hermandad........................................................ 9 Don Gabriele d’Avino

Las tres novedades de la Fraternidad San Pío X................................................... 34 P. Álvaro Calderón

Crónica de la Hermandad en España..................................................................... 39 Un cisma de terciopelo........................................................................................... 41 P. Alain Lorans

La primavera del postconcilio................................................................................ 42 L. Pintas

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Editorial P

La continuación de “Traditionis custodes”

ublicado el 16 de julio de 2021, el motu proprio Traditionis custodes tuvo el efecto de un terremoto en el pequeño mundo de la Tradición. En sólo dos páginas, el Papa redujo a casi nada la libertad condicional concedida a la misa tridentina por Benedicto XVI con el motu proprio Summorum Pontificum de julio de 2007. Pero el pasado 18 de diciembre, apareció un nuevo documento, la respuesta a las dudas de los obispos sobre la aplicación del motu proprio, publicado, esta vez, por la Congregación para el Culto Divino, acompañado de una carta del Prefecto de este Dicasterio, Monseñor Arthur Roche. Se trata de la aplicación con todo su rigor de la sentencia de muerte contra el uso del rito tridentino. El documento comienza recordando que «el primer objetivo es perseguir la búsqueda constante de la comunión eclesial, que se expresa a través del reconocimiento en los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II, de la expresión única de la lex orandi del Rito Romano. Esta es la dirección en la que queremos caminar, y este es el sentido de las respuestas que publicamos aquí: cada norma prescrita tiene siempre el único objetivo de preservar el don de la comunión eclesial caminando juntos, con convicción de mente y corazón, a lo largo de la línea indicada por el Santo Padre». Podríamos subrayar los siguientes aspectos: - La exclusión de las iglesias parroquiales es porque la celebración de la Eucaristía según el antiguo rito es una concesión limitada a algunos grupos, no forma parte de la vida ordinaria de la comunidad parroquial. No se trata de marginar a los fieles que desean la misa tridentina, sino de recordarles que se trata de una concesión y no de una oportunidad para promover el rito anterior. - No se debe autorizar el uso del Rituale Romanum anterior a la reforma litúrgica para la administración de ciertos sacramentos (confesión, bautismo, matrimonio, extremaunción) fuera de las parroquias personales donde se puede celebrar la misa de San Pío V. Para los sacramentos que requieren el Pontificale Romanum (la confirmación y la ordenación sacerdotal) deben utilizarse los nuevos libros litúrgicos. - Un obispo que permita a un sacerdote recién ordenado celebrar la misa según el rito tridentino debe contar primero con el acuerdo de la Santa Sede; no se trata de una consulta que el obispo deba hacer a Roma, sino que sólo después de recibir este permiso el obispo diocesano puede autorizar a los sacerdotes ordenados después de julio de este año a celebrar con el Misal de 1962. Se anima a los formadores de los seminarios a acompañar a los futuros diáconos y sacerdotes en la comprensión y vivencia de la riqueza de la reforma litúrgica del Vaticano II. - El sacerdote que celebra con el misal actual no puede binar, celebrando con el


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Editorial: La continuación de “Traditionis custodes”

misal de 1962, ni en grupo ni en privado. No hay una causa justa o una necesidad pastoral, porque “a todos los fieles se les ofrece la posibilidad de participar en la Eucaristía en su forma ritual actual”. Tampoco puede un sacerdote autorizado celebrar el mismo día para otro grupo de fieles que hayan sido autorizados. La misa tridentina es, pues, odiosa en sí misma, ya que debe ser restringida en todos los sentidos. Las nuevas medidas son simples concesiones temporales, que no tienen otra finalidad que la de permitir que los fieles apegados al rito tridentino vuelvan progresivamente a la nueva liturgia. Sólo que es curioso ver a un Papa abogando, por un lado, por la pluralidad de religiones y, por otro, arremetiendo contra una pequeña porción de católicos vinculados, no al culto de la Pachamama, sino a una liturgia celebrada por varios santos que él mismo canonizó. De ahí la actitud de Mons. Lefebvre, en su declaración de 1974: “No se puede modificar profundamente la lex orandi sin modificar la lex credendi. A una nueva misa corresponde una nueva catequesis, un nuevo sacerdocio, nuevos seminarios, nuevas universidades, una Iglesia carismática y pentecostal, todo ello contrario a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Esta Reforma, al ser un producto del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y termina en la herejía, aunque todos sus actos no sean formalmente heréticos. Por lo tanto, es imposible que ningún católico consciente y fiel adopte esta Reforma y se someta a ella de ninguna manera. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a la Reforma.” El problema no es para la Fraternidad San Pío X, que continuará actuando como hasta ahora, sino para todos aquellos sacerdotes y fieles divididos entre estas dos lealtades, la de la misa tradicional y la del reconocimiento por la Sede de Pedro. El Papa Francisco muestra que no es posible adherirse a las dos misas: o se acepta la revolución en la Iglesia, y a la misa y al espíritu que la acompaña, o se permanece fiel a la misa y a toda la Tradición de la Iglesia y se rechaza la nueva misa. Los que pensaban que podían colaborar con Roma se ven obligados a aceptar lo que no les gustaba profesar y a actuar en contra de sus principios originales. Por parte del Vaticano, cualquier dilación es sólo un retraso calculado: la misa tradicional no tiene derechos y ha de ser eliminada paulatinamente. Nuestro Superior General, el Padre Davide Pagliarani afirmaba en su comentario a Traditionis Custodes: “Esta misa, nuestra misa, debe ser realmente para nosotros como la perla del Evangelio por la que renunciamos a todo, por la que estamos dispuestos a vender todo”. Dos frases a continuación que son capitales, la primera dirigida a los sacerdotes, la segunda a los fieles: “Quien no está dispuesto a derramar su sangre por esta misa no es digno de celebrarla. Quien no está dispuesto a renunciar a todo para mantenerla no es digno de asistir a ella”. Y concluía: “Es a la Madre de los Dolores a quien confiamos estas intenciones, es a ella a quien dirigimos nuestras oraciones, pues nadie mejor que ella ha penetrado en el misterio del sacrificio de Nuestro Señor y de su victoria en la cruz. Nadie mejor que Ella estuvo tan íntimamente asociado a su sufrimiento y a su triunfo. En sus manos puso Nuestro Señor toda la Iglesia, y a Ella se le confió lo más precioso de la Iglesia: el testamento de Nuestro Señor, el santo sacrificio de la Misa”. m


El estado de la Misa Tradicional desde la reforma litúrgica ¿Cuál es la situación “jurídica” del Misal de San Pío V desde la promulgación de la reforma de Pablo VI y del Novus Ordo Missae? ¿Cómo y bajo qué condiciones se puede utilizar este rito inmemorial? ¿De qué manera se ha mantenido y desarrollado? El reciente motu proprio del Papa Francisco, Traditionis custodes, nos brinda una oportunidad para analizar estos puntos.

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o es difícil descubrir cinco etapas entre 1970, fecha de la promulgación del nuevo rito, y 2021 testigo de la publicación de Traditionis Custodes. I. 1970-1984: El nuevo misal de la nueva Iglesia La entrada en vigor del misal de Pablo VI en 1970 congeló la celebración según el rito tridentino. Sacerdotes y laicos fueron testigos de la aparición del Novus Ordo Missae (NOM) como reemplazo del antiguo rito. El 14 de junio de 1971, la Congregación para el Culto Divino publicó una nota indicando que, después de la aprobación de las traducciones del NOM, todos deberían usar “únicamente la forma renovada de la Misa”. El uso del rito antiguo solo se concedía a los sacerdotes ancianos o enfermos, en privado y con permiso del Ordinario, hasta su extinción. Durante esta época, los sacerdotes fieles tomaron una posición aparentemente “contra la ley”. Al menos hasta 1988, los únicos sacerdotes ordenados para celebrar la Misa Tridentina eran los de Monseñor Lefebvre.

La posición de Pablo VI durante el consistorio del 24 de mayo de 1976 es inequívoca: “La adopción del NOM ciertamente no se deja a la discreción de los sacerdotes o de los fieles”, y la Instrucción del 14 de junio de 1971 preveía la celebración de la Misa según el rito antiguo, con la autorización del Ordinario, únicamente para los sacerdotes ancianos o enfermos, que ofrecen el Divino Sacrificio sine populo. “Nuestro santo predecesor Pío V hizo obligatorio... el Misal reformado después del Concilio de Trento. Nos exigimos... con la misma autoridad suprema todas las demás reformas litúrgicas, disciplinarias y pastorales que han madurado en la aplicación de los decretos del Concilio”. “Cualquier iniciativa que intente obstaculizarlos no puede reclamar la prerrogativa de prestar un servicio a la Iglesia; al contrario, le causa graves daños a la Iglesia”. Por tanto, el Papa quería que el rito antiguo se extinguiera y que fuera sustituido por el nuevo rito, estableciendo un paralelo con el mismo San Pío V. Pablo VI invita a los fieles que se sienten vinculados con las formas de culto del pasado a que “puedan encontrar hoy


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el apoyo y el sustento que buscan en las formas renovadas que el Concilio Ecuménico Vaticano II y nosotros mismos hemos decretado como necesarias para la unidad de la Iglesia”. Palabras e ideas similares a las utilizadas por Francisco en Traditionis custodes. Durante esta época: - Ninguna Misa Tridentina pública era considera “legal”. Se permiten las Misas privadas hasta el fallecimiento de los sacerdotes ancianos. - Los sacerdotes que continuaban celebrando públicamente la Misa Tridentina eran generalmente perseguidos, a veces tolerados, nunca aprobados. - Solo Monseñor Lefebvre continuó formando y ordenando sacerdotes para el rito tradicional, en abierta oposición al Concilio y a la nueva misa, y fue sancionado por una suspensión a divinis en 1976. II. 1984-1988: La Misa y el indulto Ante la persistencia del rito tradicional, su éxito y su vinculación con la oposición al Concilio, la Santa Sede decidió tomar una medida para satisfacer a los partidarios del rito tradicional. Esta medida fue el “indulto” del 3 de octubre de 1984 de la Congregación para el Culto Divino, llamado Quattuor abhinc annos. Este texto había sido precedido por una investigación iniciada cuatro años antes por la Congregación sobre la aplicación y recepción del Misal de Pablo VI, y las posibles resistencias a superar. Esta consulta fue, según expresa la carta, reconfortante: “Casi en todas partes del mundo, el problema de los sacerdo-

tes y los fieles que permanecen adheridos a la Misa Tridentina parece haberse resuelto casi por completo”. Pero como en algunos lugares “persiste el problema [del rito antiguo]”, el Papa emitió un indulto para la celebración según el Misal de 1962, que los obispos podían otorgar a quienes lo solicitaran. Este indulto fue dado en condiciones muy precisas. En primer lugar, de-

bía quedar claro públicamente que los sacerdotes y los fieles nada tenían que ver con quienes cuestionaban la “fuerza legal” y la “rectitud doctrinal” del Misal de Pablo VI. Las demás condiciones se refieren a las circunstancias: celebración en iglesias específicas, determinadas por el obispo, en las horas y condiciones que él decidiera, excluidas las parroquias; los ritos antiguo y nuevo no debían mezclarse. La carta concluye señalando la benevolencia del Santo Padre hacia todos sus hijos, precisando que esta concesión no debe en modo alguno perjudicar “la observancia de la reforma litúrgica en la vida de cada comunidad eclesial”. Este indulto incluye la naturaleza de la relación entre el antiguo y el nuevo rito: hasta el motu proprio Traditionis custodes, para los Papas posconciliares,


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el rito tradicional solo debía existir como una excepción al nuevo, que es el rito ordinario de toda la Iglesia, y a condición de que no se cuestionara este punto. En el indulto, se exigía explícitamente esta condición, al punto de que la asistencia a estas Misas “concedidas” no podía significar dejar de adherirse, al menos exteriormente, a este principio. Es por esta razón que Monseñor Marcel Lefebvre rechazó tal “concesión”. En la audiencia que le concedió Juan Pablo II en noviembre de 1978, durante la cual monseñor Lefebvre pidió au-

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licitud. Por tanto, la situación hasta 1988 era la siguiente: - Las Misas Tridentinas “legales” fueron introducidas, a juicio de los obispos, en lugares y tiempos definidos, y solo con la condición de aceptar la bondad y legitimidad de la Misa de Pablo VI. - La Fraternidad San Pío X y otras instituciones religiosas afines, rechazan estas condiciones y continúan celebrando únicamente la Misa Tridentina porque rechazan la nueva. - Solo monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer en Campos forman y ordenan sacerdotes que seguirán celebrando la Misa Tradicional, rechazando la nueva. III. 1988-2007: Ecclesia Dei Adflicta

torización para continuar celebrando la Misa Tradicional, el prefecto de la Doctrina de la Fe, el cardenal Seper, advirtió al Pontífice: “Pero, Santísimo Padre, ¡hacen de esta Misa un estandarte!” Esto era reconocer que la Misa Tridentina era el estandarte de una amplia oposición al Concilio y al modernismo, y que no podía ser autorizada. Las condiciones del indulto querían suprimir este carácter de “estandarte”: el solicitante tenía que negarlo oficialmente en su so-

El 30 de junio de 1988, monseñor Lefebvre consagró cuatro obispos, debido a la grave necesidad en la que se encontraba la Iglesia: era imposible ser ordenado sacerdote según los medios “legales”, si no se aceptaba, al menos exteriormente, la nueva misa y el Concilio con todos sus errores. Juan Pablo II declaró la excomunión de monseñor Lefebvre mediante el motu proprio Ecclesia Dei adflicta, que confirmó el indulto, invitando a los obispos a aplicarlo con generosidad, y permitió la creación de institutos sacerdotales utilizando la liturgia tridentina, según las condiciones habituales de aceptación del Concilio. Así fue como nacieron en los años siguientes la Fraternidad San Pedro y diversas fundaciones. La Pontificia Comisión Ecclesia Dei fue fundada para


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administrar estos asuntos desde Roma. Los principios se recuerdan en una carta de monseñor Perl, secretario de la Comisión Ecclesia Dei, fechada el 18 de noviembre de 1993, que decía, entre otras cosas: “El Indulto es una concesión que no está destinada a durar para siempre. […] La celebración de la Misa según el Misal de 1962 es la excepción. La regla es la reforma litúrgica introducida por la Iglesia hace 25 años, seguida por el 99% de la Iglesia”. Los principios quedan claros: la norma es la Misa de Pablo VI, y quien la acepta puede, dentro de ciertos límites, celebrar el rito anterior, al menos mientras exista una oposición que controlar, la cual es mejor tolerar que dejarla en manos de monseñor Lefebvre. Durante este período: - Monseñor Lefebvre ordena sacerdotes, pero también obispos que continúan celebrando el rito tradicional como signo de adhesión a una doctrina bien definida y opuesta a la de la Nueva Misa. - La Santa Sede prosigue el régimen del indulto de 1984, pero autoriza la ordenación de sacerdotes en los institutos -en 2002 de un obispo- que celebran el rito tridentino con la condición de aceptar el NOM y el Concilio. Todos los sacerdotes deben adherirse públicamente a estas condiciones para poder celebrar. IV. 2007-2021: La filosofía de Summorum Pontificum La promulgación por Benedicto XVI del motu proprio Summorum Ponti-

ficum, el 7 de julio de 2007, aporta un nuevo elemento. Este documento afirma que la Misa Tridentina nunca había sido abrogada, contradiciendo así a Pablo VI, y determina nuevas y más amplias condiciones para su celebración. Sin embargo, la Misa Nueva se presenta como el rito normal de la Iglesia, porque hay “dos formas del mismo rito

romano” en vigor: una ordinaria y otra extraordinaria. La Misa Tridentina no es derogada como rito extraordinario, pero no está en vigor como rito ordinario. Se afirma que las dos expresiones de la lex orandi del rito romano: “en modo alguno inducen a una división de la ‘lex credendi’ (ley de la fe) de la Iglesia: en efecto, son dos usos del único rito romano”. Sin embargo, pretender que los dos ritos no pueden conducir a una división de la lex credendi equivale a afirmar que los dos ritos expresan las mismas creencias. ¿Cómo pueden estos dos ritos contradictorios expresar las mismas creencias? Ese es el problema que surge desde el “Breve Examen Crítico”. Al identificar la lex credendi expresada por los dos ritos, Summorum pontificum parece cambiar el sentido del misal tridentino (siendo el rito de Paulo VI ordinario), conservando su forma exterior.


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Una identificación conforme a la hermenéutica de la continuidad, según la cual el misal antiguo y el nuevo, la Iglesia antigua y la nueva pueden reducirse ad unum, sintetizarse para cerrar un conflicto a la espera de que se abra otro, según la dialéctica hegeliana. La Misa Tridentina se declara igual a la Misa Nueva: por eso todos los sacerdotes pueden celebrarla, al menos en privado, y también en público con ciertos límites organizativos, sin tener que someterse a condiciones especiales en cuanto a la profesión de la nueva fe. Sin embargo, el texto solo concede el derecho a utilizar el antiguo rito a los sacerdotes “no impedidos legalmente”. Todo sacerdote ordenado debe aceptar el Concilio y la Misa Nueva, y firmar la profesión de fe conciliar impuesta por Juan Pablo II en 1989, incluso en los (antiguos) institutos Ecclesia Dei. Salvo algunas excepciones, solo aquellos que habían aceptado el Concilio y el NOM podían utilizar el motu proprio. En este período, la situación es la siguiente: - La FSSPX (y algunas otras comunidades) continúan celebrando el rito tridentino. Asimismo, continúa formando sacerdotes que rechazan la Nueva Misa y las nuevas doctrinas. - El nuevo régimen, por un lado, hace prosperar la celebración del antiguo rito, al que está vinculada la aceptación del nuevo; por otro lado, coloca el rito tradicional en manos de sacerdotes y laicos, quienes, descubriendo su significado dado por la tradición, lo encuentran incompatible con el NOM.

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V. 16 de julio de 2021: Traditionis custodes El Papa Francisco intervino a través del motu proprio Traditionis custodes. El documento, aunque muy restrictivo, no se aparta mucho de la letra y el espíritu del indulto de 1984. Reafirma que la única forma actual de la lex orandi del rito romano es el misal de Pablo VI. Pero la concesión continua (aunque limitada) del misal tridentino muestra unidad. Tanto si se trata de un indulto como de un rito extraordinario, el concepto es similar: la ley anterior se aplica a modo de excepción. Sin embargo, se insiste enérgicamen-

te en el deber de los obispos de verificar que la celebración de la Misa Tridentina no esconda una concepción tradicional (“no alineada”) de la Iglesia: que no se convierta en un “estandarte”. Son los mismos conceptos contenidos en el indulto o en Summorum pontificum, pero reforzados por una serie de estrictas medidas y recomendaciones sobre la aceptación del Concilio y del nuevo rito: ¿por qué insistir tanto en una condición que siempre ha sido necesaria? La concepción de la hermenéutica de la continuidad de Ratzinger cambia


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el significado del rito antiguo, al tiempo que lo conserva exteriormente. Los círculos de Ecclesia Dei, acostumbrados, al menos exteriormente, a este pensamiento, nunca tuvieron inconvenientes particulares al respecto. Pero al haber sido puesta al alcance de todos, la Misa Tradicional acabó imponiendo, a los sacerdotes y a los fieles que se acercaban espontáneamente a ella, su propio sentido “natural”, tradicional, evidentemente incompatible con el del rito montiniano. Especialmente entre los clérigos jóvenes para quienes la liturgia antigua y la tradición habían estado ocultas durante décadas, y debido a su deficiente preparación teológica, la revelación del “mundo del pasado” a través de la Misa fue capaz de hacerles descubrir el sentido del sacerdocio negado por los formadores en los seminarios. Este es el verdadero efecto positivo, aunque accidental e involuntario, del documento del Papa Emérito. Esto es lo que temían los progresistas, menos académicos que Ratzinger y más pragmáticos. El Papa Francisco, por tanto, viene a poner las cosas en orden, diciendo en cierto modo: “Les dijimos: sí a la Misa Tridentina y no a la doctrina anterior, y ustedes hicieron lo contrario. (...) Esto es el resultado de haberla puesto con demasiada facilidad al alcance de todos, especialmente de los jóvenes. “La continuación de esta Misa corre el riesgo de ser la continuación de una concepción de la Iglesia a la que nos oponemos absolutamente. Por lo tanto, debe ser puesta nuevamente en manos de unos pocos grupos seleccionados y bien controlados donde no haya riesgo de confusión”.

Sobre todo, es necesario quitarla del alcance del clero joven, que se deforma fácilmente. El concepto es claro: no hay una Iglesia del misal tridentino, solo existe la de Vaticano II, y el misal tridentino no puede expresarla; los que usan el misal tridentino intentan revivir una “verdadera Iglesia” opuesta a la de Vaticano II y a la del misal montiniano, un crimen imperdonable. La reacción de las comunidades Ecclesia Dei y de las personas vinculadas a Summorum pontificum es muy reveladora. Casi todas insistieron en un punto, a saber: “¡No somos nosotros los que queremos hacer de la Misa un estandarte! Si alguien lo hizo, es culpa suya nada más, no una falta colectiva”. Hay un recordatorio general de la fidelidad debida a Vaticano II, y una clara afirmación de no reconocerse en la crítica del Papa a los usuarios del misal tridentino. Todos niegan las acusaciones del motu proprio: aceptación del Concilio, de la Nueva Misa y rechazo del cisma de Monseñor Lefebvre, con quien no tienen contacto. Son inocentes. Ni siquiera Monseñor Schneider, que afirma el derecho de todo sacerdote a la Misa Tridentina, y ha pedido una cierta resistencia al documento del Papa Francisco, se aparta de esta lógica. Por tanto, la constancia de la línea de la Santa Sede ha convencido incluso a quienes se resisten a la línea de Francisco de que no es necesario atacar la Misa Nueva ni el Concilio para seguir celebrando la Misa Tradicional. Desde 1984, la política papal de tolerancia limitada y regulada ha logrado su primer y principal objetivo: no eliminar la Misa Tridentina, sino convencer a todos de que no debe considerarse en oposición a la nueva. m


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad Don Gabriele D’Avino Imploramos las bendiciones divinas sobre esta Hermandad Sacerdotal, con el fin de que alcance su intención principal, que es la formación de santos sacerdotes. (Mons. François Charrière, Decreto de erección de la Hermandad de San Pío X, 1970) Haec omnia et speciatim sapientes normae, quibus Opera informatur et regitur, bene sperare faciunt de eadem associatione Todo esto, y en especial las sabias normas que constituyen y rigen la obra, hacen concebir grandes esperanzas respecto a la mencionada congregación. (Cardenal Wright, Prefecto de la Congregación del Clero – Carta laudatoria, 1971)

I LA HERMANDAD DE SAN PÍO X: UNA OBRA SACERDOTAL Hace cincuenta años la Iglesia católica romana dio nacimiento a una nueva congregación, la última de una muy larga serie de sociedades clericales, monásticas, religiosas, en las cuales la historia de la Cristiandad es ya muy rica: la Hermandad Sacerdotal de San Pío X. Al tiempo de su fundación el 1º de noviembre de 1970 no contaba sino con algunos seminaristas y algunas habitaciones; hoy somos más de 650 sacerdotes, más de 200 seminaristas, algunos centenares de casas y bastantes más cosas. Muchos de ustedes, queridos lectores, conocen nuestra congregación desde hace ya años, quizá decenios, algunos al contrario casi acaban de encontrarse con ella; este artículo no tiene pues sino una sola finalidad, hacerla conocer en profundidad respondiendo a esta sencilla pregunta: ¿qué es?

1. El nombre Partamos justamente de su nombre: nuestro fundador quiso, al lado del “género” (fraternidad o hermandad, que es un sinónimo de congregación, sociedad, y designa una reunión social entre seres humanos) y de la “diferencia específica” (sacerdotal: se compone, lo veremos, de sacerdotes y para ellos) poner el nombre de su santo patrono y titular el papa San Pío X, el último sumo pontífice canonizado(*), así como el sumo pontífice de la lucha contra el modernismo, de la resNota de la redacción: Desde luego el último sumo pontífice que había sido canonizado al tiempo de la fundación de la Hermandad en 1970. Respecto de las posteriores beatificaciones y canonizaciones de los papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, según un procedimiento acelerado, han dejado de lado la sabiduría de las normas seculares de la Iglesia. “¿Acaso no tienen como objetivo más bien canonizar a los papas del Concilio Vaticano II antes que constatar la heroicidad de sus virtudes teologales? Cuando se piensa que el primer deber de un papa -sucesor de Pedro- es confirmar a sus hermanos en la fe (Lc. 22, 32), hay motivo para perplejidad” (Comunicado de la Casa General sobre la canonización del papa Pablo VI, 13 de octubre de 2018).


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tauración de la música sacra, de la devoción eucarística y de muchas otras cosas. Pero, hablando de santos patronos, es interesante subrayar los dos otros grandes protectores que, si bien no figuran en el nombre de la Hermandad, son mencionados en sus Estatutos: - “La Hermandad está puesta especialmente bajo el patrocinio de Jesús Sacerdote, cuya entera existencia fue y sigue siendo sacerdotal”(1); - “Está también bajo de los auspicios de María, Madre del Sacerdote por excelencia y por Él Madre de todos los sacerdotes en quienes Ella forma a su Hijo”(2). 2. La fundación No es aquí el lugar para volver a trazar un excursus histórico sobre el origen de la Hermandad, cuyo relato, transcrito con las palabras de quienes, todavía hoy con vida, estuvieron presentes en aquella época, no dejaría de suscitar mucho interés y curiosidad; no es tampoco nuestro deber volver a exponer la historia completa del arzobispo Marcel Lefebvre, fundador de la obra: ello nos alejaría demasiado de nuestro asunto. Pero al menos nos hace falta decir algunas palabras sobre quién fue el hombre que, poco tiempo antes del crucial 1º de noviembre de 1970, todavía ignorante de lo que la Providencia iba a reservarle, fue el motor de esta congregación. Monseñor Marcel Lefebvre fue, antes que nada, un sacerdote misionero, que acumuló una gran experiencia de apostolado en países africanos durante trece

años; fue un religioso de la congregación de los Padres del Espíritu Santo durante toda su vida; llegó, tras sus primeros años de sacerdocio, a profesor de semi-

nario en el escolasticado de filosofía de su congregación; fue nombrado delegado apostólico del Santo Padre para toda el África francófona y mantuvo este cargo de 1948 a 1959; fue asimismo obispo (1947) y después arzobispo (1955) de Dakar, en el Senegal, durante muchos años, hasta su regreso a Francia para gobernar la diócesis de Tulle en 1962; y finalmente Superior General de su congregación. Pero al término de esta carrera eclesiástica brillante y variada, le esperaba el papel de fundador ….. Monseñor, sin embargo, no inventó todo a solas por completo, y para decir la verdad no fue él quien tomó la iniciativa; fue un grupo de seminaristas del seminario francés de Roma quienes, a finales de los años 60, cansados de las novedades doctrinales y litúrgicas que surgían por todas partes y causaban múltiples destrozos en la senda de la nueva corriente inaugurada por el Concilio Vaticano II, pidieron al prelado, para entonces ya mayor, que los ayudara y socorriera en su formación sacerdotal.


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad Monseñor aceptó. Pero hay que recordar muy bien, como lo hacía a menudo el propio Monseñor Lefebvre, que la verdadera causa de todo fue sencillamente la Iglesia católica que, en la persona del obispo local

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Mons. Charrière, que conocía a Mons. Lefebvre, aceptó erigir canónicamente, según las reglas de la Iglesia, la Hermandad Sacerdotal de San Pío X a título de Pia Unio en su diócesis. Algunos meses más tarde, el prefecto de la Sagrada Congregación del Clero, S.E.R. el cardenal Wright, envió la ritual carta laudatoria para la obra que se emprendía: así, en los años 1970 y 1971, la Iglesia católica romana bendecía esta fundación. 3. Los miembros

La erección canónica de la Fraternidad Sacerdotal Internacional de San Pío X, el 1 de noviembre de 1970, fue el fruto de una larga amistad entre dos obispos, François Charrière y Marcel Lefebvre, ambos ordenados obispos con pocos años de diferencia, bajo el pontificado de Pío XII. Monseñor François Charrière (1893-1976) fue el obispo que bendijo la fundación de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X.

de la diócesis elegida por Monseñor para la formación de sus clérigos, aprobó los estatutos de esta nueva congregación sacerdotal. Se trataba de la diócesis suiza de Lausana, Ginebra y Friburgo, siendo esta última la ciudad donde el obispo francés había encontrado un primer alojamiento (antes de la adquisición de la casa de Écône); el obispo de Friburgo,

¿Pero de quiénes se compone nuestra congregación? ¿Quién puede ser parte? La lista completa y exhaustiva se encuentra en los Estatutos inmediatamente bajo este título, para designar a sus destinatarios. Los clérigos antes de todo, es decir los eclesiásticos y, en primer lugar, los sacerdotes, que representan en efecto la mayoría de los miembros; para ellos se fundó la Hermandad y son, por decirlo así, su alma; después los seminaristas, es decir quienes reciben en cada momento la formación sacerdotal en alguno de los seminarios internacionales de la Hermandad pero que, desde el momento de su compromiso (ver más adelante), gozan ya de los beneficios espirituales y materiales de los miembros y se conforman al respeto de las Constituciones. Los hermanos, que Monseñor había concebido como religiosos auxiliares del sacerdocio, cuya forma de vida consiste en la emisión de los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia a los superiores de la Hermandad. Su papel es prestar, al mismo tiempo que el apoyo espiritual de la oración y de la práctica de las virtudes de religión, ayuda en la liturgia, en la enseñanza del ca-


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tecismo, en los deberes más materiales de la vida de un priorato, de una escuela etc(3). Las oblatas que, si bien no pronuncian públicamente votos religiosos, se comprometen, bajo la dirección inmediata de los superiores locales de la Hermandad, a aportar una ayuda material en las casas de la sociedad a las cuales se las asigna; participan en la oración común y visten hábito religioso. Se trata, en general, como previsto por los propios Estatutos, sea de religiosas de otras congregaciones que, obligadas a abandonar esas congregaciones en razón de la infidelidad de éstas a la doctrina tradicional de la Iglesia, desean asociarse a la Hermandad, sea de personas que, en razón de su edad, no pueden entrar en la congregación de las Hermanas de la Fraternidad San Pío X, pero que desean “dejar la vida del mundo para vivir del espíritu de la Hermandad”(4). Son miembros igualmente los terciarios, es decir laicos o sacerdotes que desean vivir del espíritu de la Hermandad de San Pío X aceptando el reglamento de la Tercera Orden y gozando de los beneficios espirituales de oración y sufragios en el seno de la Hermandad(5). Finalmente, aunque no presentes en la lista de destinatarios de los Estatutos, no podemos dejar de mencionar a las Hermanas de la Fraternidad San Pío X, congregación fundada por el propio Mons. Lefebvre “[…] al menos en espíritu y deseo, en el mismo momento que la Hermandad de los sacerdotes”(6).

Esta congregación se estructura paralelamente a la Hermandad, con una Superiora General distinta y su propio orden jerárquico; es, no obstante, su semejante en todo, unida indisolublemente a la Hermandad de San Pío X por la misma

La Congregación de las Hermanas de la Fraternidad San Pio X, nacida en 1974 con la toma del hábito de la primera religiosa, tiene como finalidad secundar el apostolado de los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X. Sus fundadores, Monseñor Marcel Lefebvre y su hermana, la Madre Marie Gabriel Lefebvre, habían pertenecido a la Congregación misionera del Espíritu Santo. Las Hermanas realizan su apostolado primordial al pie del altar, por medio de la participación al Santo Sacrificio de la Misa—donde obtienen de Dios el espíritu de don total de sí mismas—y de una hora de adoración ante el Santísimo Sacramento para interceder por los sacerdotes y la jerarquía de la Iglesia. Tras las huellas de su patrona principal, Nuestra Señora de la Compasión, se ofrecen en unión con la Divina Victima por la salvación de las almas, especialmente de las almas sacerdotales.

espiritualidad, la misma doctrina, el mismo apostolado(7). En el proyecto inicial de Mons. Lefebvre, habiéndose erigido la Hermandad como una Pia Unio, los miembros clérigos debían incardinarse en una diócesis y depender en consecuencia del obispo local(8); sin embargo, estaba ya previsto en los Estatutos que la sociedad cumpliría con los pasos necesarios para convertirse en congregación de


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad derecho pontificio y, por consiguiente, tener la posibilidad de incardinar en su seno a sus miembros. Esto ocurrió con el Decretum laudis del cardenal Wright del 18 de febrero de 1971, que sanciona este cambio; desde entonces todos los miembros se incardinan en el seno de la Hermandad, mediante un compromiso pronunciado y suscrito con ocasión de la fiesta del 8 de diciembre. Este compromiso se contrae anualmente hasta la ordenación subdiaconal, tras la cual los miembros deben renovarlo cada tres años y llegan en su momento a pronunciarlo con carácter definitivo y perpetuo.

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bra al ejercicio de la caridad fraterna. Si la caridad fraterna respecto de los hermanos en el sacerdocio es el ejercicio personal de una virtud que deriva su sola materia de la vida social, los demás elementos son por el contrario actos esencialmente sociales, sin los cuales no

4. La estructura ¿En qué consiste principalmente la Hermandad? Nada más elocuente que la definición que de ella dan sus Estatutos: “una sociedad sacerdotal de vida común sin votos”(9). He aquí pues la especificidad de la Hermandad: la vida común. La idea no hace sino retomar un modelo canónico preciso ya existente desde hace varios siglos: sacerdotes seculares, es decir que, en lugar de estar directamente al servicio de una diócesis, viven en común, pero sin ser “regulares”, esto es sin pronunciar los habituales votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia; ejercen sin embargo un ministerio apostólico, en casas que los acogen en grupos de al menos tres, según la necesidad. Monseñor cita un ejemplo de una congregación semejante en los Estatutos, justo después de la definición: la sociedad de las Misiones Extranjeras; la vida común que se practica en este tipo de sociedad facilita la constancia y la regularidad en la oración, en las comidas, en las diferentes actividades, y acostum-

La Fraternidad fue oficialmente aprobada por Roma. Mons. Lefebvre afirmaba: «Eso es importantísimo y aun fundamental, y no hay que dudar en recordarlo a quienes no conocen bien la historia de la Fraternidad. En efecto, el documento romano es capital, ya que es enteramente oficial. Lleva la fecha del 18 de febrero de 1971 y el sello de la Sagrada Congregación para los religiosos. Está firmado por el Cardenal Wright y refrendado por Monseñor Palazzini, que era su secretario en esa época y es hoy cardenal. Este documento oficial, procedente de una Congregación romana que aprobaba y alababa «la sabiduría de las normas de los Estatutos de la Fraternidad», debe ser considerado como un decreto de alabanza que, por consiguiente, autoriza a nuestra Sociedad a ser considerada como de Derecho pontificio».

hay vida común posible en la Hermandad: la oración común, las comidas, los recreos, la actividad apostólica, en una


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palabra, la jornada entera. En cuanto a la oración los Estatutos indican cuatro tiempos no facultativos (bien entendido, los miembros tendrán otros momentos de oración personal, cuyos horarios y circunstancias son libres): el oficio de Prima con la meditación, seguidos de la celebración de la Misa de comunidad; el oficio de Sexta; el rosario o la bendición con el Santísimo Sacramento; y el oficio de Completas. Estos momentos de oración tienen lugar en la capilla del priorato (o de la escuela, o del seminario), capilla que es el “corazón” de nuestras casas. Participan en ellos todos los miembros que no están legítimamente impedidos. Las comidas son las tres comidas canónicas: desayuno, almuerzo y cena. Quizá se reflexiona rara vez sobre ello, pero incluso en la liturgia los miembros de la Hermandad oyen palabras que recuerdan esta regla: en la ordenación al subdiaconado, en efecto, en el momento de la llamada nominativa de los candidatos por el archidiácono, el notario indica el titulum en virtud del cual reciben esta orden sagrada; en la Hermandad, los subdiáconos son ordenados ad titulum mensae communis. Como para la oración, esta comida en común forma parte de la regla, y únicamente un impedimento legítimo por salud o apostolado puede dispensar de la misma. Las personas que frecuentan de manera habitual nuestros prioratos habrán advertido que bastante a menudo los sacerdotes y los hermanos, después de las comidas principales, pasan todavía

algunos momentos de recreo juntos, paseando fuera, o en el interior de la casa, siempre en este espíritu de vida común, pero también, bien entendido, para hablar de cuestiones inherentes al apostolado. Además, cuando es posible, los superiores organizan salidas de comunidad reservadas a los miembros. Estos momentos son ocasión para éstos, durante el tiempo de una jornada o media

jornada, de dejar temporalmente a un lado las actividades y las fatigas apostólicas y pasar el tiempo únicamente con sus hermanos. Más en general, toda nuestra jornada en el priorato está calcada sobre una forma de vida común, que nos recuerda precisamente la de una familia, en el seno de la cual las actividades y ocupaciones más diversas se desarrollan en un clima fraterno, y donde reina la armonía dictada por la caridad. Ampliando un poco nuestro campo visual y alejándonos de las comunidades particulares como los prioratos, las escuelas, los seminarios, para seguir hablando de la estructura de la Hermandad, no podemos dejar de mencionar su jerarquía. A la cabeza de ésta, primero de todo, un Superior General (actualmente, desde el 11 de julio de 2018, el italiano don Davide Pagliarani), des-


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad pués dos Asistentes generales, que forman el Consejo General, encargado del gobierno de la congregación. Se añaden a ellos, desde julio de 2018, dos Consejeros generales para las causas

En la fotografía figuran, en el centro, el Superior General de la Fraternidad de San Pío X, P. Davide Pagliarani, rodeado de Mons. Alfonso de Galarreta y del P. Christian Bouchacourt, Asistentes generales. En los extremos los dos Consejeros generales, Mons. Bernard Fellay y el P. Franz Schmidberger.

de mayor importancia. Todos ellos son elegidos por el Capítulo General (reunión de todos los superiores mayores, que se celebra cada doce años) para un mandato de doce años. Un Secretario General y un Ecónomo General son nombrados por el Superior General para un mandato de seis años. Todos los cargos hasta aquí descritos forman la Casa General, que se encuentra actualmente en Menzingen, en el cantón suizo de Zug. La jerarquía se compone, asimismo, principalmente, de los Superiores de Seminario nombrados por el Superior General ad nutum. Habida cuenta de que la congregación se divide geográficamente en Distritos y Casas autónomas (cada uno de los cuales corresponde a un país o grupo de países, a ejemplo de las provincias eclesiásticas de las con-

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gregaciones religiosas), tenemos también a los Superiores de distrito o de Casa autónoma, responsables del apostolado en esas regiones. Cada Distrito tiene un Ecónomo y uno o varios Asistentes. Finalmente tenemos a los Priores, encargados de la gestión del apostolado de las casas particulares (los prioratos) y superiores de éstas. Las escuelas de la Hermandad de San Pío X distintas de los prioratos, tienen un Director con funciones de prior; hay que citar por último la posibilidad, más bien rara, de que ciertos sacerdotes sean Capellanes residentes en casas de religiosas, sean de la Fraternidad San Pío X o de congregaciones tradicionales amigas. Para concluir la descripción de lo que es la Hermandad debemos decir algunas palabras sobre la santa Misa: ésta es verdaderamente el corazón de la actividad apostólica de los miembros, sean sacerdotes (entonces en la celebración), seminaristas, hermanos, oblatas o terciarios (entonces en la asistencia piadosa); no hay una sola página de los Estatutos donde nuestro fundador no hable de ella y no haga de la misma el sol de donde irradian todas las virtudes, toda la doctrina, toda la vida espiritual, puesto que ella constituye el fin de la venida de Jesús a la tierra, es decir la Redención de las almas, ritualizada de forma incruenta sobre nuestros altares. He aquí un extracto de los Estatutos a este propósito:


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“La Hermandad es esencialmente apostólica, porque el sacrificio de la Misa lo es también y porque sus miembros tendrán generalmente que ejercer un ministerio externo. Vivirán en la convicción de que toda la eficacia de su apostolado deriva del Sacrificio de Nuestro Señor que ellos ofrecen cada día”(10). Se tratará pues para nosotros, miembros de la Hermandad, de hacer de la santa Misa la realidad del “Mihi vivere Christus est”(11), como siguen afirmando los Estatutos(12). La devoción por este Sacrificio inefable, sigue exhortándonos nuestro fundador, nos llevará a tener del mismo un conocimiento teológico cada vez más grande para alimentar la virtud de Fe, y a prestar además una atención particular a su preparación espiritual y material(13). Como decía nuestro fundador, la Hermandad, aunque se inspire en el patrimonio espiritual de numerosas congregaciones y órdenes del pasado, no tiene una espiritualidad propia; sino que hace suya la espiritualidad de la Iglesia, fundada precisamente sobre el santo Sacrificio de la Misa, sobre el sacerdocio católico, sobre el misterio de la Redención. 5. La finalidad Hablamos deliberadamente de la “finalidad” en singular y no de los “fines”, aunque concretamente los Estatutos indiquen varios. En realidad, se trata de un solo fin, al cual los demás se

vinculan, y del cual, en cierto sentido, participan: “El fin de la Hermandad es el sacerdocio y todo lo que se refiere al mismo y nada salvo lo que le atañe, es decir tal como Nuestro Señor Jesucristo lo quiso cuando dijo: “Haced esto en memoria de mí” (14).

El sacerdocio, pues. Y por ello, antes que nada, su formación: por esto la obra principal de nuestra congregación, que fue también la primera realizada históricamente, es la de los Seminarios; por esto el folleto de nuestras Constituciones recoge, inmediatamente a continuación del texto de los Estatutos, el Reglamento de los Seminarios. El análisis de este reglamento, aunque interesante, sería demasiado largo, pero bastará con recordar que Monseñor Lefebvre basaba el buen éxito de la formación sacerdotal de los seminaristas principalmente sobre la fe profunda en el misterio de Jesucristo y de su Redención, y sobre el estudio a fondo de las realidades naturales y sobrenaturales enseñadas por la sana filosofía y la teología tomista(15). En efecto el Doctor Angélico Santo Tomás de Aquino ha sido y será el guía de los jóvenes levitas de la Hermandad, precisamente como la Iglesia lo ha deseado siempre en sus paternales exhortaciones sobre la formación sacerdotal. Esto


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad permitirá a los jóvenes levitas, además, evitar los errores modernos del liberalismo, como decía el propio Monseñor Lefebvre(16). Pero quien dice “sacerdocio” dice obligatoriamente “sacrificio”, y he aquí que los Estatutos afirman que la finali-

dad de la congregación es orientar y realizar la vida del sacerdote hacia el santo sacrificio de la Misa, que es su razón de ser(17). La Misa, como hemos dicho más arriba, es la cima de la vida sacerdotal y por lo tanto de la vida de los miembros de la Hermandad de San Pío X; en torno a ella se construye el apostolado y toda forma de vida apostólica; es útil recordar a este propósito que, en la jornada de todo sacerdote, es estrictamente obligatoria, bajo pena de pecado grave, la recitación íntegra del Breviario u Oficio divino, mientras que la celebración de la Misa, según el derecho canónico,

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no es obligatoria salvo algunos días al año (para los sacerdotes, bien entendido, que no tienen cura de almas)(18). Sin embargo hemos advertido más arriba que Monseñor nos dijo, a propósito de la santa Misa, “que ellos [los sacerdotes miembros] la ofrecen cada día”(19); es en efecto costumbre en la Hermandad que nosotros, sacerdotes, salvo caso de fuerza mayor, celebramos todos los días el santo Sacrificio, incluso aunque esto no constituya una obligación estricta; y quienes nos frecuentan un poco saben bien que cuando nos desplazamos para viajes apostólicos o breves vacaciones, nuestra primera preocupación es siempre la de saber dónde, cómo y cuándo celebrar la Misa. Es difícil imaginar, por lo demás, qué puede hacer cotidianamente un sacerdote si no es precisamente interceder por los pecados del pueblo a través de este instrumento eficacísimo querido e instituido por el mismo Jesucristo. Otras actividades forman parte de los fines, o más bien del único fin de la Hermandad: la santificación de los sacerdotes y, entre ellos, también de aquellos que son ajenos a la congregación, las vocaciones religiosas, las escuelas, las capillas. En cuanto a la santificación del clero, no podemos dejar de advertir el celo que nuestros Superiores han tenido siempre por promover encuentros y retiros sacerdotales en los cuales se acoge a sacerdotes amigos y se les anima a continuar, en estos tiempos de crisis, la lucha por la doctrina verdadera y la liturgia tradicional; sabemos también que a veces


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algunos de esos sacerdotes, habiendo abandonado valerosamente su diócesis, se han unido al apostolado de la Hermandad, después de un período de formación. Hemos hablado ya de las vocaciones religiosas de los hermanos y de las oblatas. En cuanto a la formación de la juventud: “Las escuelas, verdaderamente libres de todo obstáculo a fin de dispensar una educación totalmente cristiana a la juventud, serán fomentadas y eventualmente fundadas por los miembros de la Hermandad. De ellas saldrán las vocaciones y los hogares cristianos(20).” Se advertirá que para la obra de las escuelas lo que está en el punto de mira es también el sacerdocio, por la posibilidad e incluso la probabilidad concreta de que una sana formación natural y sobrenatural haga nacer entre los jóvenes el deseo de cooperar a la obra de la salvación de las almas por el sacerdocio católico. Finalmente, de cada priorato o escuela dependen una serie de Capillas, es decir lugares de culto, las cuales visitamos los fines de semana para la celebración dominical de los santos misterios, la administración de los sacramentos, los catecismos, conferencias, visitas a los enfermos y otras actividades semejantes. Los Estatutos dicen: “El ministerio parroquial, la predicación de misiones parroquiales, sin límites de lugar, son igualmente obras a las cuales se entrega la Hermandad”(21). En cuanto a este último punto ¡quién, entre nuestros fieles, no ha caído en la cuenta de los cientos de kilómetros que la mayor parte de nuestros sacerdotes recorren cada fin de semana, a lo largo y ancho de los

diferentes países! Coche, tren, autobús e incluso avión son la cita semanal de estos viajeros infatigables. Justamente, como escribía proféticamente Monseñor Lefebvre, sin límites de lugar. Habría que seguir describiendo, pero nos falta espacio, las actividades

La Iglesia, madre y maestra de la verdad, exhorta a los padres a recordar su deber de dar a los hijos una buena educación, sobre todo religiosa y moral, porque toda la obra educativa está íntima y necesariamente ligada al fin último de la vida humana, la felicidad eterna. La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X está comprometida con esta importante labor a través de su trabajo educativo: escuelas primarias, escuelas secundarias e institutos universitarios. En la fotografía, nuestra escuela “Sagrada Familia”, en Quebec.

conexas ligadas a esas actividades principales y que la Hermandad desarrolla sin embargo con celo y entrega: los campamentos de verano para jóvenes de todas las edades (Cruzada eucarística, montañeros, movimientos para la juventud); ejercicios y retiros espirituales en sus numerosas casas, según diferentes métodos, entre los cuales el primero e inimitable de los ejercicios de San Ignacio de Loyola; jornadas de formación de todo género, en todos los Distritos y a menudo más de una vez por año; sesiones teológicas para sacerdotes


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad miembros y externos; peregrinaciones a los principales lugares santos de la Cristiandad. 6. En suma Es innegable que estamos frente a una obra querida por Dios ya que, si no fuese el caso, no podría explicarse su desarrollo súbito ni su existencia y su vivacidad actual, a pesar de las muy numerosas pruebas y persecuciones sufridas en el curso de los años; pero mirando al porvenir ¿cuál es el destino de esta sociedad? Con mucha frecuencia se la considera, equivocadamente a nuestro parecer, como únicamente en función de la crisis que atraviesa la Iglesia: la Hermandad cumpliría una misión de anti-Concilio Vaticano II, signada por el anti-modernismo; cuando esa misión hubiese caducado, no tendría ya sentido que ella siguiera en vida, podría por ejemplo “fusionarse” con otras congregaciones ya existentes, o bien enviar sus sacerdotes a las diócesis. En realidad, como hasta aquí hemos pretendido mostrar con estas páginas, la Hermandad tiene por el contrario una finalidad precisa en la Iglesia, justamente como obra de formación y de transmisión del auténtico sacerdocio católico, obra que la Providencia ha querido y suscitado en tiempos de crisis y de urgente necesidad. Pero cuando estos tiempos oscuros para la Iglesia hayan terminado, la Hermandad de San Pío X, que habrá contribuido sin duda, es lo menos que puede decirse, a mantener viva y encendida la llama de la Fe, conservará toda su razón de ser y continuará, mientras la Providencia lo quiera, sirviendo a la Iglesia mediante sus obras

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para la gloria de Dios y la salvación de las almas. II EL RÓDANO DESEMBOCA EN EL TÍBER Historia de las relaciones entre la Hermandad y la Santa Sede «El hecho incontestable de las influencias romanas sobre nuestra espiritualidad, sobre nuestra liturgia, e incluso sobre nuestra teología. No se puede negar que esto sea un hecho providencial: Dios, que conduce todas las cosas, en su sabiduría infinita preparó a Roma para que fuera la sede de Pedro y el centro de irradiación del Evangelio. La “romanidad” no es una palabra vacía. La lengua latina es un ejemplo importante de ello. Ella llevó la expresión de la fe y del culto católicos hasta los confines del mundo. Y los pueblos convertidos estaban orgullosos de cantar su fe en esta lengua, símbolo real de la unidad de la fe católica… Escrutemos cómo las vías de la Providencia y de la Sabiduría divina pasan por Roma, y concluiremos que no se puede ser católico sin ser romano» (Mons. Lefebvre, Itinerario espiritual)

A menudo a la sola palabra de “Lefebvre” o, para quienes están más al tanto de la cuestión, de “Hermandad de San Pío X”, vienen inmediatamente al espíritu la revuelta, el cisma, los ataques contra el Papa, la desobediencia, la anarquía doctrinal. Es un gran error, desde luego, ya que la Hermandad de San Pío X no se define por oposición a Roma ni por batallas doctrinales. Lo


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que la historia ha mostrado, y de lo que trataremos ahora, es una consecuencia de hecho, pero la congregación fundada por el intrépido arzobispo tiene su razón de ser, como hemos visto, mucho más allá de las contingencias de la crisis profunda que atormenta a la Iglesia desde hace más de cincuenta años; es bueno recordarlo así, a fin de mantener presente que los miembros de la Hermandad se santifican sobre todo en el ejercicio de su sacerdocio, en la oración, en la vida común, en las fatigas apostólicas. Abstracción hecha de la crisis (y cuando algún día, si Dios quiere, ésta termine), la Hermandad es lo que es a causa de su fundación y de sus Estatutos: una obra de la Iglesia para la formación y la santificación de los sacerdotes. Dicho esto, y para abordar enseguida la cuestión, no se puede comprender plenamente la batalla doctrinal que la Hermandad combate actualmente frente a los errores del Concilio Vaticano II si no se tiene una visión clara de la forma en que esta congregación ha sido vista en el seno de la Iglesia, lo que ha debido padecer, lo que ha intentado emprender, en qué dirección se ha movido cada vez que se ha presentado una elección. El asunto no es sencillo y, digámoslo sin demora, el desarrollo que va a seguir no es en modo alguno exhaustivo: no examinaremos ciertamente todas las cartas, todos los encuentros con las autoridades romanas, sino que trazaremos las líneas principales para buscar un “hilo rojo” del pensamiento y de la praxis del arzobispo que combatió en la

tempestad conciliar, y de los superiores que después han seguido sus pasos. 1. El statu quo “El jueves 22 de noviembre de 2018, el P. Davide Pagliarani, Superior General de la Fraternidad San Pío X, se dirigió a Roma, invitado por el Cardenal Luis Ladaria Ferrer, Prefecto de la Congregación para la Doctrina

de la Fe. […] En el transcurso de la reunión con las autoridades romanas, se recordó que el problema de fondo es propiamente doctrinal, y que ni la Fraternidad ni Roma pueden eludirlo. Por causa de esta divergencia doctrinal irreductible, ninguna de las tentativas de elaborar un proyecto de declaración doctrinal aceptable para las dos partes ha llegado a buen término en estos siete años. Por ello, la cuestión doctrinal sigue siendo absolutamente primordial. La Santa Sede declara lo mismo cuando afirma solemnemente que el establecimiento de un estatuto jurídico para la Fraternidad solamente podrá realizarse luego de la firma de un documento de carácter doctrinal. Todo conduce, pues, a la Fraternidad a retomar la discusión


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad teológica, consciente de que Dios no le pide necesariamente que convenza a sus interlocutores, sino que dé ante la Iglesia el testimonio incondicional de la fe. […]” Así se redactó el comunicado de la Casa General de la Hermandad fechado el 23 de noviembre de 2018. Para hablar sencillamente, la búsqueda de una solución canónica al estatuto jurídico de la Hermandad parece imposible en tanto

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nión”, cualquiera que sea en concreto el significado de esta expresión. Lo que deseamos ahondar aquí es cómo se ha llegado a esta situación. Sin ninguna pretensión de rigor cronológico absoluto, creemos poder identificar cuatro grandes momentos en nuestro relato, siguiendo paso a paso el desarrollo de las relaciones arduas y delicadas entre nosotros y Roma. 2. El primer momento: la fundación y el Decretum laudis (1970-1974)

Luis Francisco Ladaria Ferrer es un cardenal y teólogo jesuita español, profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y nombrado por el Papa Benedicto XVI secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue consagrado arzobispo el 26 de julio de 2008 y nombrado por el Papa Francisco como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

que no esté resuelta la cuestión doctrinal, lo cual se adivina por la mención de la reanudación de discusiones teológicas. Hoy, en 2021, nuestra congregación es, a los ojos de sus miembros, como ya lo era a ojos de su fundador, plenamente parte de la Iglesia católica romana; a ojos de las autoridades romanas (en balance o como resultado “neto”, se entiende, pues hay innumerables diferencias de puntos de vista entre cada uno de sus interlocutores) la Hermandad está todavía, aunque ya exenta de toda sanción canónica(22), “no en plena comu-

No hay ninguna duda de que los comienzos de la obra de la Hermandad estuvieron marcados por la más límpida y transparente legalidad canónica, no porque este punto fuese un elemento de bondad absoluta y buscado en tanto que tal por el arzobispo Marcel Lefebvre - los hechos demostrarán que, más que nada, será la defensa de la Fe católica la que constituirá el faro que le permitirá atravesar con serenidad las más terribles tormentas, en medio de acusaciones y persecuciones; sino porque, no obstante, el valeroso prelado, antes incluso de saber lo que la Providencia le reservaba, no quiso emprender ninguna obra eclesiástica sin haber primero obtenido permiso, como bien sabe un verdadero hijo de la Iglesia(23); he aquí pues cómo el 1º de noviembre de 1970 obtuvo la erección canónica de la congregación con la aprobación de los Estatutos por el obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo, S. E. Mons. François Charrière. Hay que añadir que, poco tiempo antes, uno de sus viejos amigos y hermanos en el


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Con ocasión de los 50 años de la Hermandad

episcopado, Monseñor Nestor Adam, obispo de Sion en el Valais (diócesis suiza en la cual se encuentra Écône), había ya autorizado el desarrollo de un “año de espiritualidad” propedéutico a los estudios eclesiásticos, precisamente en el seminario de Écône. Es evidente q ue este apoyo, aunque no fuese sino el de una pequeña parte del episcopado, no podía dejar de animar al prelado y a sus seminaristas todavía poco numerosos, evitando así la ilusión de un apostolado personal. Pero esto no fue todo, ya que la Santa Sede se interesó enseguida por la obra: el 18 de febrero de 1971 el cardenal Wright, prefecto de la Sagrada Congregación del Clero, envió a la congregación recién nacida una carta de apoyo y elogios. Todo, en suma, parecía presagiar lo mejor, frente a difusas murmuraciones (nubes que, en un cielo todavía limpio, anunciaban la tempestad en el horizonte), sobre todo entre el episcopado francés, contra el “seminario salvaje”, como entonces se lo definió(24). 3. El segundo momento: comienzos de la persecución y primeras sanciones (1974-1988) Las murmuraciones del episcopado francés se escucharon en Roma, y la preocupación respecto de un seminario que rechazaba celebrar los ritos del Novus Ordo Missae no pudo sino suscitar una reacción oficial por parte de las autoridades romanas: en noviembre de 1974 se anunció la visita canónica a Écône de dos eclesiásticos, Mons. Descamps y Mons. Onclin que, después de tres días de discursos ambiguos, dejaron estupefactos a los miembros de la congregación por las modalidades de su vi-

sita, su comportamiento y los fines poco amistosos de su presencia allí(25). Estos acontecimientos condujeron a la imperecedera, célebre y siempre actual Declaración del 21 de noviembre de 1974, suerte de manifiesto de la batalla doctrinal de la Hermandad de San Pío X, donde se afirma lo siguiente: “Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica guardiana de

El 31 de mayo de 1968, cinco amigos compraron la casa de Ecône a los canónigos del Gran San Bernardo para preservar su vocación religiosa. Dos años más tarde, esta casa fue ofrecida al arzobispo Lefebvre para albergar el primer año de su seminario. Convencido, el prelado aceptó tras obtener el acuerdo de principio del obispo local, monseñor Nestor Adam. Al comienzo del curso escolar de 1970, pudo acoger a muchos candidatos: el capítulo más hermoso de la historia de Ecône había comenzado.

la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomoder-


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad nista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.” Estas palabras ardientes no echaron agua al fuego, para utilizar un eufemismo; la tempestad no hacía sino comenzar, y cada cual afilaba sus armas. Pero es interesante advertir que Monseñor Lefebvre no tenía ninguna intención de romper las relaciones con la Santa Sede, y sería equivocado buscar semejante intención en la vida del prelado. Fuese lo que fuese en el curso de esta fase, el ar-

Pablo Vl dijo a Mons. Lefebvre que “el Vaticano II no tiene menos autoridad, e incluso en algunos aspectos, es aún más importante que el de Nicea”. Mons. Lefebvre, por su parte, en 1976 declaró: “Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la crítica interna y externa del Vaticano II, que este Concilio, volviendo la espalda a la tradición y rompiendo con la Iglesia del pasado, es un concilio cismático”.

zobispo intentó, al ir a Roma en febrero y en marzo de 1975, reunirse con los tres cardenales jefes de las Congregaciones de Seminarios, del Clero y de Religiosos, que constituían frente a él una suerte de “comisión acusadora”; el prelado quería defender la posición de la Hermandad contra las acusaciones salidas de la visita del precedente mes de noviembre, acusaciones que no le habían sido notificadas oficialmente y de las cuales no

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había registro. Pero para entonces una suerte de conjura estaba en marcha, y el 6 de mayo de 1975 Monseñor Mamie, sucesor de Monseñor Charrière en la sede episcopal de Friburgo, notifica a Monseñor Lefebvre el acta de supresión de la Hermandad de San Pío X, la cual había sido ciertamente erigida en su diócesis pero que -al parecer del propio Monseñor Lefebvre, fundado sobre sólidas razones canónicas- no podía ser suprimida sino por la Santa Sede. He aquí por qué el prelado recurrió al Tribunal de la Signatura Apostólica, pero sin éxito; se le dijo que la supresión era resultado de la encuesta realizada por los cardenales que habían oído a Monseñor Lefebvre algunos meses antes. ¿Y dónde estaban las actas de ese “proceso”? ¿Dónde estaban las grabaciones de las entrevistas? Monseñor las pidió, pero en vano; no las consiguió jamás. Por esta razón entre otras, consideró siempre que la supresión de la Hermandad no sólo había sido injusta sino también nula; y así, valientemente y a pesar de las exhortaciones del propio Pablo VI para que cerrase el seminario, continuó. Y sus seminaristas le siguieron. Otro duro golpe llegará al año siguiente, el célebre año 1976: después de repetidas reuniones y entrevistas que sería demasiado largo citar, el arzobispo fue de nuevo intimado, en el curso de ese año, para que interrumpiera la obra de Écône y aceptase el Concilio que, como le dirá el papa Pablo VI, “en algunos aspectos, es más importante que el de Nicea”.


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Con ocasión de los 50 años de la Hermandad

Una última amenaza le llegó el 25 de junio, con una carta de Monseñor Benelli (después cardenal), sustituto de la Secretaría de Estado, el cual le intimaba de mandato speciali Summi Pontifici a no proceder a las ordenaciones previstas para el 29 siguiente, a fin de no incurrir en las censuras previstas por los sagrados cánones. Benelli le propone encontrar al contrario una solución para sus seminaristas, a reserva, bien entendido, de que éstos estén “seriamente preparados para un ministerio presbiteral en la auténtica fidelidad a la Iglesia conciliar”(26). Aparece por primera vez esta expresión extraña que, por un lado, el arzobispo Lefebvre rechaza en tanto que eclesiológicamente errónea (“Yo confieso que no conozco a la Iglesia conciliar, no conozco más que a la Iglesia católica”, dice en una entrevista a una radio francesa el 5 de agosto de 1976)(27); pero por otro lado la empleará, en parte como argumento ad hominem, y en parte para designar no a una iglesia en sentido estricto, sino un espíritu erróneo que se ha introducido hasta en la Iglesia y que, habiendo infectado a su jerarquía, parece confundirse con ella, al modo de una enfermedad en un cuerpo, que no representa ciertamente en sí misma ese cuerpo, sino su degeneración clínica(28). Fuese lo que fuese, por toda respuesta a las intimaciones del sumo pontífice, el fundador de la Hermandad procedió el siguiente 29 de junio a las habituales ordenaciones sacerdotales, consciente para entonces de la inminente recepción de sanciones canónicas; en efecto, el 22 de julio de 1976 el secretario de la Congregación de los Obispos le notificó la suspensión a divinis, pena que debía privarle del ejercicio de todo acto sacramental.

¿Cuál fue la respuesta a esto? Podríamos definirla como una doble respuesta: en el plano de la profesión pública de la fe, el 29 de agosto del mismo año el

”Porque si en lugar de lo que hice en aquel momento hubiera formado a mis seminaristas tal y como se forman hoy en día en los seminarios yo soy el que estaría excomulgado. Si yo hubiera enseñado el catecismo tal y como se enseña hoy en las escuelas, es a mí a quien llamarían hereje. Si yo hubiera celebrado la Santa Misa en la forma en que se celebra hoy, sería yo quien sería considerado sospechoso de herejía y fuera del ámbito de la Iglesia. Lo que está sucediendo está más allá de mi comprensión. Esto significa que algo ha cambiado en la Iglesia. En la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: “¿Qué has hecho con tu episcopado?” ¿Qué has hecho con tu gracia episcopal y sacerdotal? No quiero oír de sus labios las terribles palabras: “Has contribuido a destruir la Iglesia al igual que los demás” (Mons. Lefebvre, sermón en Lille).

prelado celebró una misa en la ciudad de Lille, en Francia, ante siete mil fieles, lo que suscitó cólera y estupefacción en Roma; estos acontecimientos se conocieron en francés con el nombre del “été


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad chaud” (el verano caliente). En esa ocasión, las palabras del prelado fueron a la vez memorables y muy duras: “El matrimonio entre la Iglesia y la Revolución […] es una unión adúltera. De esta unión adúltera no pueden nacer sino hijos bastardos. El rito de la nueva Misa es un rito bastardo. Los sacramentos son bastardos, […] y los sacerdotes que salen de los seminarios son bastardos […]”(29).

Monseñor Lefebvre tenía grandes esperanzas en la elección del nuevo Papa, Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978. Éste le recibió en audiencia un mes después, el 18 de noviembre de 1978, pero las discusiones doctrinales con el después cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, no llevaron a ninguna parte.

Pero, una vez más, no había voluntad de ruptura con la Santa Sede, puesto que se consiguió concertar un encuentro entre Monseñor Lefebvre y Pablo VI el 11 de septiembre de aquel mismo año 1976; la idea de Monseñor, que expresó al Pontífice, era la de pedir que se le dejara hacer “la experiencia de la Tradición”: una forma de hablar, por supuesto, ya que la Tradición, que había durado casi dos mil años, no tenía nada que experimentar ni que probar, no obstante lo cual este argumento ad hominem se lanzaba para abrir una brecha en la mentalidad liberal del Papa reinante, pero otra vez más sin resultado.

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Habrá que esperar varios años para ver a Monseñor enfrentarse de nuevo con una reunión romana: el 18 de noviembre de 1978, en efecto, fue recibido en audiencia por el recién elegido Juan Pablo II en quien, al principio -pero solamente al principio- se pusieron algunas débiles esperanzas de comprensión (habida cuenta quizá del anticomunismo de ese papa), pero esa aproximación resbaló sobre el asunto del Concilio “comprendido a la luz de la Tradición”, según la invitación del propio Juan Pablo II; esta frase, que Monseñor quería poder orientar en un sentido doctrinalmente correcto (como él mismo decía: rechazar lo que es erróneo, conservar lo que es exacto, interpretar en un sentido tradicional los pasajes ambiguos), se reveló con el tiempo un procedimiento peligroso, ya que era cada vez más claro que la ambigüedad de ciertos pasajes del Concilio (más allá de los que eran manifiestamente erróneos y -al menos- próximos a la herejía) era querida y no accidental. Tuvo pues cada vez menos sentido intentar “forzar” las nociones ambiguas del Concilio en el buen sentido, puesto que resultaba evidente que se habían puesto ahí voluntariamente; de hecho Monseñor no realizó nunca concretamente ese “forcejeo”. Pero la situación canónica de la Hermandad (habida cuenta asimismo de su “inquietante” desarrollo en el mundo) no dejaba de tener sobre ascuas a los órganos de la Santa Sede, y Monseñor debió someterse a un nuevo proceso, esta vez ante el Santo Oficio en enero de 1979 (30) , proceso en cuyo curso Monseñor pidió a Roma un estatuto jurídico oficial,


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Con ocasión de los 50 años de la Hermandad

un reconocimiento canónico, para poder continuar su obra sin persecuciones, y también la visita de un cardenal; todo esto, bien entendido, se le negó. Durante esos años pasaba el tiempo y el arzobispo se veía envejecer, y una preocupación acuciante llegó incluso a hacerle perder el sueño: ¿cómo continuaría la obra de la Hermandad después de su muerte? No veía sino una sola solución: asegurarse una sucesión en el episcopado para poder seguir ordenando sacerdotes según la tradición de la Iglesia, fin principal de la Hermandad de San Pío X. Las negociaciones que siguieron con la Santa Sede y las numerosas reuniones que se sucedieron tuvieron lugar con esta finalidad. Se llegó así a la crucial primavera de 1988, durante la cual se puso finalmente a punto un borrador de reconocimiento canónico por parte de la Santa Sede, representada en esta fase por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El protocolo de acuerdo preveía la plena reconciliación de la Hermandad con la Santa Sede, y también la concesión de un obispo para la Hermandad, pero en fecha todavía no definida. Sin embargo, la suerte parecía echada, y por todas partes se esperaba impacientemente el reconocimiento jurídico de la Hermandad: el 5 de mayo de 1988 tuvo lugar en el priorato de Albano la firma del protocolo de acuerdo con la Santa Sede, y la cuestión parecía resuelta definitivamente. Esa noche Monseñor durmió muy mal, y al día siguiente por la mañana llegó tarde al desayuno.

4. El tercer momento: la ruptura y las excomuniones (1988-2000) “La nuit porte conseil”, se dice en francés: de consultar con la almohada, lo sabemos, viene a menudo la luz, y el hecho de que la consagración de un obispo no estuviera prevista para una fecha precisa (¿un obispo elegido por quién?) perturbaba mucho a Monseñor quien, después de haber reflexionado prudentemente, dio marcha atrás y es-

Mons. Lefebvre le dijo al Cardenal Ratzinger: “Eminencia, aunque nos conceda un obispo, aunque nos conceda una cierta autonomía con respecto a los obispos, aunque nos conceda toda la liturgia de 1962, nos conceda continuar la labor de los seminarios de la Fraternidad como lo hacemos actualmente, no podemos colaborar. Es imposible, porque estamos trabajando en dos direcciones diametralmente opuestas: ustedes trabajan por la descristianización de la sociedad, de la persona humana y de la Iglesia, y nosotros trabajamos por la cristianización. Por lo tanto, no podemos entendernos”.

cribió al cardenal Ratzinger señalándole un ultimátum para la comunicación de la fecha de las consagraciones episcopales. El cardenal le respondió que eso iba a tomar todavía tiempo, pero ello condujo inevitablemente a la ruptura de las conversaciones: el “acuerdo” había saltado por los aires.


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad La prudencia de esta marcha atrás se probó por el hecho de que, en el curso de ulteriores conversaciones con el cardenal, la hipótesis de una fecha para la ordenación de un obispo era siempre pospuesta cada vez más y Monseñor no estaba seguro de que, reiterando la firma de un protocolo, habría obtenido uno o varios obispos para Navidad de aquel año. Al cabo se anunció la decisión final de Monseñor: “Procederé yo mismo a las consagraciones episcopales”. Y la fecha fue anunciada: 30 de junio de 1988. Esta noticia, evidentemente, no gustó en modo alguno a Roma que, muy lejos de sentirse así “descargada” del problema, tenía grandes temores de que la oposición interna del mundo tradicionalista, con nuevos obispos que asegurasen la sucesión de Monseñor Lefebvre, prosiguiera tras la muerte del prelado; lo cual sería con seguridad un fracaso para Roma, habida cuenta de que, como el propio Monseñor Lefebvre habría de afirmar en septiembre de 1988, la intención de Ratzinger y de la Santa Sede no era ciertamente favorecer a la Tradición concediéndole privilegios, sino más bien tenderle una verdadera trampa metiéndola en la jaula de su universo modernista(31). Fuese lo que fuese, la víspera de las consagraciones Monseñor recibió la visita de un enviado de la Nunciatura de Berna que quiso hacerle cambiar de opinión in extremis. Nada que hacer, la suerte estaba echada y el arzobispo no cedió. Al día siguiente por la mañana, miles de fieles y centenares de sacerdotes, reunidos en las praderas de Écô-

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ne ante la célebre carpa, asistieron a la operación supervivencia de la Hermandad; supervivencia que fue también, digámoslo serenamente, la de la Misa de siempre, de la Tradición y, añadiremos sin escrúpulos -el porvenir nos dará la razón- la de la Santa Iglesia. La cual, desde aquella mañana del 30 de junio

Mons. Lefebvre escribió a los cardenales para protestar contra la celebración de la asamblea interreligiosa de Asís (27 de octubre de 1986). En 1987, la respuesta de las autoridades romanas a sus dudas sobre la nueva doctrina de la libertad religiosa le convenció de la gravedad de los principios liberales que guiaban a la Santa Sede en ese momento. A pesar del intento de obtener el reconocimiento canónico en 1987-1988, y ante la insuficiencia de las garantías propuestas por Roma para asegurar la perpetuidad de su labor sacerdotal, Mons. Lefebvre consagró a cuatro obispos en Écône el 30 de junio de 1988.

de 1988, contaba en adelante con cuatro nuevos obispos, Monseñores Fellay, Tissier de Mallerais, de Galarreta y Williamson. Al día siguiente por la mañana, como estaba previsto, la oficina de prensa de la Santa Sede declaró que los obispos consagrantes Lefebvre y de Castro-Mayer y los cuatro nuevos obispos habían incurrido ipso facto en la excomunión latae sententiae prevista por el Código de Derecho Canónico, el cual preveía también


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que no se incurre en ninguna sanción cuando se actúa, en este caso como en todos los demás previstos por los sagrados cánones, por razones de grave necesidad incluso solamente presunta. Tal es en efecto la razón canónica por la cual la Hermandad ha rechazado siempre estas excomuniones como inválidas, mientras que el motivo teológico, todavía más importante, se encuentra en el estado de necesidad de salvaguardar el sacerdocio católico amenazado por el modernismo. Pero las maniobras de Roma no se detuvieron aquí, y se alzó otra barrera con la finalidad (nunca conseguida) de ahogar la presunta revuelta y aislar a Monseñor Lefebvre: el 2 de julio el papa Juan Pablo II instituyó la Comisión Ecclesia Dei mediante un Motu proprio, para reunir a los sacerdotes y fieles que querían mantener las tradiciones litúrgicas antiguas al tiempo que permanecían “en comunión” con la Santa Sede; fue, en la práctica, el nacimiento de la Fraternidad de San Pedro. Después cayó un telón de silencio sobre esta cuestión espinosa, y las relaciones entre la Hermandad y la Santa Sede, con toda lógica, se interrumpieron completamente. El obispo definido por Roma como “cismático” murió el 25 de marzo de 1991, mientras que la congregación que había fundado seguía desarrollándose por el mundo entero; durante varios años, con la Hermandad dirigida por el Padre Franz Schmidberger y después por Monseñor Fellay, dejaron prácticamente de existir relaciones oficiales entre las dos partes, hasta el Año santo 2000.

5. La reanudación de las discusiones y las propuestas canónicas (2000-2018) Con ocasión del jubileo, después de dos años de previas negociaciones, la Hermandad consiguió poder rezar en la

Después de su muerte, el 25 de marzo de 1991, y de su funeral, el 2 de abril, los restos de Mons. Marcel Lefebvre fueron enterrados en la cripta del Seminario de Ecône, con una placa en la que puede leerse Tradidi quod et accepi (He transmitido lo que recibí). Sus restos fueron trasladados el jueves 24 de septiembre de 2020 a la cripta de la iglesia del mismo seminario.

basílica de San Pedro con fieles venidos de todas partes del mundo; fue una hermosa ocasión de mostrar a todos la adhesión de la congregación y del mundo tradicionalista a la sede de Pedro, sobre las huellas de la “romanidad” tan querida por su fundador. Monseñor Fellay, Superior General desde 1994, encabezó la peregrinación al corazón de la Cristiandad. Fue ocasión para retomar los intercambios diplomáticos con Roma, representada esta vez por el cardenal Castrillón, responsable de la Comisión Ecclesia Dei; para resumir aquellos cuatro años de relaciones, de hecho, nada se movió, y el reconocimiento jurídico


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad de la Hermandad en el seno de la Iglesia siguió subordinado a la aceptación del Concilio Vaticano II, verdadero nudo de la cuestión desde siempre. En 2005 el cardenal Ratzinger -el mismo Joseph Ratzinger cuya contribución había sido primordial para la excomunión de Monseñor Lefebvre- subió al trono pontificio y aceptó reunirse con Monseñor Fellay en agosto de aquel año, probablemente con el deseo, como había escrito algunos años antes en uno de sus libros, de que “[…] se cerrase la herida abierta con el movimiento de los lefebvristas”.

Con seguridad el Papa alemán deseaba algo, puesto que el 7 de julio de 2007 promulgó el célebre Motu proprio Summorum Pontificum por el cual liberalizaba en parte la Misa antigua(32)*, definida como “nunca abrogada”, si bien se la consideraba como forma extraordinaria respecto de la forma ordinaria que, no hace falta decirlo, era la del Novus Ordo Missae. Pero en cierto modo el trayecto para el reencuentro se había iniciado, y la necesidad de abordar por primera vez *

Nota de la redacción: La versión original de este artículo se publicó antes de la promulgación del motu proprio Traditionis custodes por el papa Francisco.

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un debate teológico oficial con la Santa Sede comportaba dos presupuestos, a petición explícita de los superiores de la Hermandad: la libertad para la Misa de siempre (obtenida, aunque fuese en la modalidad defectuosa o cojitranca que acabamos de enunciar, con Summorum Pontificum) y la supresión de las sanciones canónicas que pesaban desde hacía años sobre la congregación. Esto también se concedió, y también aquí de manera no plenamente satisfactoria: el 21 de enero de 2009, en efecto, una carta del prefecto de la Congregación de los Obispos levantaba las excomuniones de los cuatro obispos de la Hermandad, haciendo cesar sus efectos jurídicos, al tiempo que se deseaba (de forma canónicamente contradictoria) que se realizase “solícitamente la plena comunión de toda la Fraternidad San Pío X con la Iglesia”. Fuese lo que fuese, después del corto paréntesis del célebre “caso Williamson” comenzaron las tan esperadas discusiones doctrinales entre las dos partes: por la Hermandad de San Pío X, el equipo estaba compuesto por Monseñor de Galarreta y los padres de Jorna, Gleize y de la Rocque; por la Santa Sede estaban Monseñor Guido Pozzo y los padres Charles Morerod, Ocáriz y Becker. Las discusiones, con encuentros bimestrales, duraron más o menos dos años, a cuyo término comenzó una larga serie de intercambios de preámbulos doctrinales y propuestas de soluciones canónicas, reenviados para modificaciones por una y otra parte, lo cual llegaría hasta finales de 2017; pero, en sustancia, de hecho la cuestión doctrinal no se resolvió


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Con ocasión de los 50 años de la Hermandad

en modo alguno, en el sentido de que, una vez expresadas las recíprocas posi-

El Papa Benedicto XVI nombró a Guido Pozzo Secretario de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei el 8 de julio de 2009, y desde octubre de 2009 hasta 2012 dirigió las conversaciones entre los teólogos del Vaticano y los representantes de la Fraternidad San Pío X con el objetivo de un acercamiento. Monseñor Fellay ya respondió en varias ocasiones a la Comisión Ecclesia Dei cuáles eran las principales “dificultades doctrinales” que imposibilitaban el reconocimiento canónico, a saber, la petición romana de aceptar el Concilio Vaticano II y las reformas posteriores, considerándolas en una “hermenéutica de continuidad”. Las reuniones informales en 2012 entre la Fraternidad y la Comisión Ecclesia Dei dejaron cada vez más claras las diferencias doctrinales.

ciones, se levantó acta “oficialmente” de que esas posiciones eran y son inconciliables: de un lado la Hermandad afirma que el espíritu general, así como diferentes puntos particulares, del Concilio Vaticano II son contrarios a la Fe católica expresada por el Magisterio inmemorial; por otra parte la Santa Sede afirma que, siendo en cierto modo la asamblea

conciliar expresión del Magisterio de la Iglesia, no puede errar y que por lo tanto no puede, por principio como en los hechos, encontrarse nada en ella que sea contrario a la Fe. Como vemos, se está en un callejón sin salida. En el plano de la doctrina la cuestión se acababa aquí; pero las discusiones habían seguido, y concentrado principalmente sobre ensayos de reconocimiento canónico para la Hermandad de San Pío X. Sería demasiado largo recorrer aquí la historia de esos documentos, pero bastará con decir que la cosa había continuado durante todo el año 2012, cuando se estuvo a un paso de ese reconocimiento. El texto sobre el cual se trabajaba durante el mes de abril parecía poder poner de acuerdo a ambas partes, pero esta vez fue el papa Ratzinger quien bloqueó las discusiones sobre un texto ya problemático de suyo, en relación con la libertad religiosa; para el Sumo Pontífice no había todavía suficiente aceptación -y ésta era necesaria- de todo el Concilio Vaticano II, argumento inadmisible para la Hermandad. Las discusiones, una vez más, encallaron. El año 2013 fue el de la elección del papa Francisco a la sede pontificia; un acontecimiento que parecía deber hacer cesar definitivamente toda perspectiva de reconocimiento canónico. Al revés, asombrosamente, el Papa no interrumpió las relaciones con la Hermandad, sino que, por el contrario, quizá porque la considera como una “periferia existencial” (así lo supuso Monseñor Fellay), no desdeñó reunirse personalmente con los superiores de la Hermandad y hacer continuar, aunque de manera informal, las discusiones con la


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad Comisión Ecclesia Dei. Dos grandes acontecimientos, por otro lado, parecieron hacer avanzar las cosas en la dirección de un reconocimiento canónico definitivo: en 2015, con ocasión de la convocatoria del Año santo de la misericordia, el Papa concedió a todos los sacerdotes de la Hermandad de San Pío X la posibilidad de absolver válida y lícitamente a los fieles

El Cardenal Gerhard Ludwig Müller, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pidió finalmente a la Fraternidad San Pío X que reconociera que el Magisterio es el auténtico intérprete de la Tradición, que el Concilio Vaticano II está de acuerdo con la Tradición y que la misa de la reforma litúrgica postconciliar promulgada por el Papa Pablo VI no sólo es válida sino también lícita.

que se acercasen a ellos(33) (algo que la Hermandad no había nunca dudado que tiene el derecho de hacer, en razón del grave estado de necesidad, de tal suerte que de hecho ha actuado siempre administrando este sacramento sin límite alguno). El segundo acontecimiento fue la concesión en 2017 a la congregación de la posibilidad para sus sacerdotes de ser delegados por la autoridad diocesana para la celebración de matrimonios (34) ; también aquí, en razón de la grave necesidad, la Hermandad ha administrado durante años el sacramento del

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matrimonio. Hay que decir sin embargo que, a partir del momento en que aceptar esta concesión en modo alguno pone en cuestión la profesión de la Fe(35), la posibilidad de recibir la delegación para la asistencia a los matrimonios constituye una ventaja, hoy, para los fieles de la Hermandad. Hay que precisar un punto, no obstante: hemos hablado sin demasiadas distinciones de la Hermandad de San Pío X y de la Santa Sede, pero si por un lado, como es lógico suponer, no hubo siempre plena unidad de intenciones entre los miembros de la congregación de Monseñor Lefebvre (la cuestión del reconocimiento canónico suscitó mucha perplejidad entre algunos e incluso tensiones entre sacerdotes y fieles), no hay que creer tampoco que Roma sea un monolito, que haya en la Santa Sede una absoluta concordancia de pareceres sobre las conversaciones con la Hermandad. Almas diferentes de los conservadores y de los progresistas, divisiones internas entre los propios conservadores, han hecho muy difícil el trabajo de la Casa General de la Hermandad; muy a menudo no se sabía realmente con quién se trataba. Se tuvo la prueba final de esta dimensión en la primavera de 2017: mientras que las propuestas de reconocimiento canónico seguían acumulándose sobre las mesas respectivas y se discutían en detalle, la intervención del cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo que se desvanecie-


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ran todas las dudas. La carta que envió a Monseñor Fellay en el mes de mayo contenía la siguiente alternativa: o bien la Hermandad de San Pío X reconocía la plena legitimidad del Novus Ordo Missae, así como todas las enseñanzas del Concilio Vaticano II, o bien cualquier reconocimiento canónico estaría definitiva y categóricamente excluido.

Por lo tanto, oficialmente, Roma había hablado: sea el Concilio, sea nada en absoluto. Como en 1988. Como en 1976. Por otro lado, Monseñor Fellay consideró este acto como una “vuelta a la casilla de salida” y, durante un tiempo, no volvió a hablarse de la cuestión. El verano de 2018 vio, con el Capítulo General, el cambio de los superiores de la Hermandad de San Pío X: el Padre Davide Pagliarani fue elegido Superior General, con Monseñor de Galarreta y el Padre Bouchacourt como asistentes. En noviembre de ese año los nuevos superiores se reunieron con el cardenal Ladaria, nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (sucesor de Müller); el resultado de esa reunión fue el comunicado del cual hemos dado un extracto en este artículo. 6. Conclusión

Inmediatamente, desde los pasillos de los sacros palacios algunos prelados se apresuraron a informar verbalmente a los superiores de la Hermandad de que esa carta era “un viejo papel” y que no era digna de consideración; algunos quisieron creer en esos rumores de pasillos contra la evidencia, sin embargo, del hecho de que la voz del cardenal Müller (y no solamente su voz, puesto que se trataba de una carta escrita y firmada) era en cierto modo la voz misma del Papa.

La historia de la Hermandad de San Pío X, hemos dicho ya, es la historia de sus relaciones con la Santa Sede; podríamos sin embargo añadir que es la historia de su firmeza doctrinal, de su constancia en seguir la línea marcada por su fundador y, por lo tanto, de su fidelidad absoluta al Magisterio de la Iglesia de siempre y del rechazo del nuevo magisterio de la Iglesia conciliar que, a decir verdad, no puede considerarse como verdadero magisterio. Una vez más, el problema en 2021, como en tiempos de Monseñor Lefebvre, es y permanece doctrinal. La Providencia, decíamos más arriba, ha guiado a nuestra congregación durante 50 años y, lo esperamos, seguirá haciéndolo sin abandonarla. Como su fundador tenía costumbre, la Hermandad irá a Roma cada vez que ésta


Con ocasión de los 50 años de la Hermandad la llame; pero irá sobre todo para dar testimonio de la Fe, pues es consciente de que ésta es su misión, aunque sea al precio de sanciones canónicas, aunque sea al precio de un aislamiento aparente en el panorama eclesial. Por una auténtica profesión pública de la Fe católica de siempre, la Hermandad está siempre dispuesta a cualquier sacrificio. m (1) Estatutos, reglamentos y ceremonias de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X (en este artículo, Estatutos), par. I-3. (2) Ibidem, par. I-4. (3) Statutis de regulis peculiaribus fratrum Fratertinatis sacerdotalis Sancti Pii X, nº 3: “El fin específico de los Hermanos de la Fraternidad es ayudar a los sacerdotes en todos sus ministerios, sin remplazarlos en sus funciones sacerdotales, sino facilitando su trabajo apostólico de diferentes formas […]”. Se tratará pues tanto de aportar una ayuda material en sentido estricto, cual ocuparse de actividades de economato, manutención, jardinería, cocina, como de una ayuda más “apostólica” relativa a la enseñanza del catecismo para los niños, o incluso una ayuda litúrgica como el canto sacro y el servicio de la Misa. (4) Estatutos de las hermanas Oblatas de la Fraternidad de San Pío X, nº I. a) y b). En el número 2 leemos: “Estas personas piden al Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X que las acoja a fin santificarse en unión con la Fraternidad, haciendo del santo sacrificio de la Misa la fuente inagotable de su vida espiritual y religiosa. Viven igualmente para entregarse, según sus talentos, a las obras de la Fraternidad, ayudando así a los sacerdotes, sea en los Seminarios, en los prioratos o en las escuelas”. (5) Estatutos, Reglas para la Tercera Orden de San Pío X. (6) Conferencia a las Hermanas de la Fraternidad, 11 de diciembre de 1975, Albano. (7) Cf. Cor Unum nº 124, noviembre de 2019. (8) Estatutos, cap. IV par. 2. (9) Ibidem, cap. I par. 1. (10) Ibidem, cap. I par. 2. (11) San Pablo, Fil. I, 21. (12) Estatutos, cap. I par. 3. (13) Ibidem, cap. II par. 3. (14) Ibidem, cap. II par. 3. (15) Reglamento de los Seminarios de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, primera parte, par. 4-5. (16) Estatutos, cap. III par. 1. (17) Ibidem, cap. II par. 2. (18) CIC, can. 805. (19) Cit. de la nota 8. (20) Estatutos, cap. III par. 4. (21) Ibidem, par. 5.

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(22) Ver el decreto de 21 de enero de 2009, de levantamiento de las excomuniones por el papa Benedicto XVI. (23) No olvidemos en efecto que durante años, e incluso durante decenios, el anciano fundador había servido a la Santa Sede en diversos e importantes cargos, diplomáticos entre otros, en países de misión y a la cabeza de la congregación de los Padres del Espíritu Santo, funciones que le permitieron adquirir una gran experiencia en materia de fundación de obras eclesiásticas (24) Ver los acontecimientos relatados en B. Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre, la biografía, ed. Actas, Madrid, 2012. (25) Ibidem, op. cit. (26) Op. cit. (27) Vídeo disponible en internet: https://www. youtube.com/watch?v=s36aHRE-NfM . (28) Ver el excelente artículo del padre Jean-Michel Gleize sobre este asunto, publicado en el Courrier de Rome nº 363 de febrero de 2013. (29) B. Tissier de Mallerais, op. cit. (30) Op. cit. (31) Conferencia de Monseñor Lefebvre recogida en Fideliter, nº 66 (septiembre-octubre 1988), pp. 12-14. (32) Evacuamos aquí el mito de la bondad intrínseca de Summorum Pontificum como acto de plena adhesión del Papa a la Tradición. La satisfacción inicial de ver finalmente reconocida la libertad a la Misa antigua desaparece desde que se lee la Carta del Papa a los obispos del mundo fechada el mismo 7 de julio de 2007 donde afirma que, en el fondo, adherir al rito antiguo de la Misa es la misma cosa que adherir al nuevo puesto que son dos expresiones de la misma lex credendi; además, la condición indispensable para poder celebrarla es, paradójicamente, reconocer la bondad del Novus Ordo: “Obviamente para vivir la plena comunión tampoco los sacerdotes de las Comunidades que siguen el uso antiguo pueden, en principio, excluir la celebración según los libros nuevo“, leemos en esa carta. En la práctica, los únicos que no podrían celebrar esta Misa serían aquellos sacerdotes que lo hicieran en razón de una auténtica motivación doctrinal, es decir el rechazo del Novus Ordo: por ejemplo los sacerdotes de la Hermandad de San Pío X. (33) Carta del Santo Padre Francisco al Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 1º de septiembre de 2015. (34) Carta de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei a los ordinarios de las Conferencias Episcopales afectadas a propósito de los permisos para la celebración de matrimonios de fieles de la Hermandad de San Pío X, 27 de marzo de 2017. (35) La argumentación de quienes ven en la aceptación de este documento una adhesión al nuevo Código de Derecho Canónico o incluso al Vaticano II es errónea: la Santa Sede no concede a la Hermandad ninguna jurisdicción (que tienen los esposos, como se sabe, en el momento del intercambio de los consentimientos) sino solamente una delegación para asistir a los matrimonios, lo cual es muy diferente.


Las tres novedades de la Fraternidad San Pío X P. Álvaro Calderón Ofrecemos algunos extractos del Prólogo del Padre Álvaro Calderón a su obra LA NATURALEZA Y SUS CAUSAS, en el que se describen los tres grandes rasgos y remedios que Monseñor Lefebvre asignó en su Fraternidad para una cabal renovación, doctrinal y espiritual, del sacerdocio católico.

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i hubo alguien que supo llevar a cabo la hoy tan decantada «renovación en la Tradición» fue Monseñor Marcel Lefebvre. Pero, para verlo, hemos de prestar atención a los remedios que puso en obra un Obispo de tanta experiencia y tanta capacidad de acción al fundar su congregación. Antes tenemos que señalar una especial característica de nuestro Fundador: eminentemente práctico, no fue propiamente un legislador, como otros grandes reformadores del clero y de la vida religiosa, sino un hombre de principios. Vivió siempre a la luz de los grandes principios dogmáticos, y en su poderosa acción supo encarnarlos en directivas muy concretas pero generales, dejando siempre un margen amplio de libre determinación a su propia actividad y a la de sus colaboradores (los Estatutos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, redactados por el mismo Monseñor Lefebvre, son muy breves). Esto es lo propio del hombre sabio. Por eso, si indagamos cuáles son las novedades que, en el espíritu de nuestro Funda-

dor, hacen de la Fraternidad San Pío X la congregación de su sueño, nos encontraremos con unas pocas medidas concretas, cuya importancia podría pasar desapercibida si no descubriéramos el principio dogmático que las anima, y que se proyecta eficazmente sobre toda nuestra vida y acción sacerdotal. Creemos poder reducirlas a tres, y ninguna es, en realidad, original de Monseñor Lefebvre. 1º El Año de Espiritualidad La primera es el año de espiritualidad. Aun cuando es tanto lo que el seminarista tiene que estudiar, y es tanta la


Las tres novedades de la Fraternidad San Pío X

urgencia de ordenar sacerdotes, lo cual pide reducir al mínimo los años de seminario, Monseñor Lefebvre nunca dudó en dedicar el primer año entero a una introducción a la vida espiritual, equivalente al año de noviciado en las órdenes religiosas. El principio que anima esta norma es la primacía de la gracia, esencia de la vida cristiana y antídoto del naturalismo que hoy corroe la Iglesia. Si un miembro de la Fraternidad olvida que primero está la gracia de Dios, y que sin ella nada vale nuestra razón ni nuestra acción, está totalmente fuera del espíritu de la congregación. 2º La vida de comunidad La segunda novedad es la vida de comunidad. Monseñor Lefebvre quiso que en la Fraternidad se viviera en comunidad. Esta es una norma en la que insistió con absoluta firmeza, llegando a amonestar con severidad al Superior que, por necesidades del apostolado, dejaba sólo a algún sacerdote. Siempre han querido los mejores reformadores del clero que se viva en comunidad, pero hoy, ante la descristianización de la sociedad, se hace absolutamente necesario. Væ soli! «¡Ay del solo –dice el Sabio–, que si cae no tiene quién le levante!» (Ecc. 4 10). El alma de esta regla es, podemos decir, la naturaleza misma de la Iglesia: «Porque donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en

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medio de ellos» (Mt. 18 20). La presencia de Nuestro Señor, consecuencia de la unión en la caridad, supone un complemento de virtud y de gracia indispensable para enfrentar la agresividad del mundo de hoy. 3º La Suma Teológica de Santo Tomás La tercera novedad que debe caracterizar a la Fraternidad San Pío X fue destacada por Monseñor Lefebvre con rara solemnidad. El nos había anunciado repetidas veces que quería redactar una especie de directorio espiritual en el que señalaría la esencia íntima de su obra, que sabíamos centrada en el santo sacrificio de la Misa. Muchas veces prometido, y siempre pospuesto por sus múltiples ocupaciones, después de las consagraciones episcopales, cuando

ciertas molestias y mareos anunciaban el final, decidió tomarse tres meses de retiro para realizar lo que él consideraba la corona de su obra. En la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1989 –moría apenas un año después, el 25 de marzo de 1991, en la fiesta de la Anunciación–, escribe las primeras líneas diciendo así:


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Las tres novedades de la Fraternidad San Pío X

«Si el Espíritu Santo permite que redacte estas consideraciones espirituales antes de entrar, si Dios quiere, en el seno de la Bienaventurada Trinidad, me habrá permitido realizar el sueño que me hizo entrever un día en la Catedral de Dakar: frente a la degradación progresiva del ideal sacerdotal, transmitir en toda su pureza doctrinal, y en toda su caridad misionera, el sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo ha transmitido hasta la mitad del siglo XX. ¿Cómo realizar lo que me parecía entonces la única solución para renovar la Iglesia y la Cristiandad? Era todavía un sueño, pero en el cual me aparecía ya la necesidad, no solamente de transmitir el sacerdocio auténtico, no solamente la sana doctrina aprobada por la Iglesia, sino el espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano ligado esencialmente a la gran oración de Nuestro Señor que expresa eternamente su sacrificio de la Cruz». Si cualquier católico bien formado, sabiendo que la renovación de la Iglesia pasa por la restauración del sacerdocio, se interesaría por conocer lo que un obispo de las dimensiones de Monseñor Lefebvre (ya antes del problema planteado por el Concilio) estaba persuadido ser «la única solución» para transmitir «el espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano», ¿cuánto más debíamos estarlo

nosotros, sus hijos, que sabemos cuán iluminado estuvo de Dios frente a la crisis que vivimos? Recuerdo vivamente la expectativa en que estábamos a la espera de recibir este su testamento espiritual y última revelación de lo que debía ser la Fraternidad. ¿Qué fue lo que nos dejó? El pequeño escrito que él llamó «ITINERARIO ESPIRITUAL». Creo poder

decir que a algunos en cierto modo los desilusionó, porque, como el mismo Monseñor Lefebvre dice al comienzo, el fin que se propuso era «demasiado pretencioso para mis capacidades», y lo encomienda a otros «sacerdotes de la Fraternidad más capacitados que yo». Pero lo que este hombre de principios nos quería dejar no era un nuevo manual de espiritualidad, sino una dirección: que la Suma Teológica de Santo Tomás no fuera solamente la regla doctrinal de nuestra inteligencia, sino que penetrara hasta ser la forma misma de nuestro corazón sacerdotal. «Pasaron los años, y mis convicciones respecto al tesoro que representa la Suma Teológica no hicieron sino aumentar. ¿Acaso no es lo que enseña el magisterio constante de la Iglesia? La Suma


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La Apoteosis de Santo Tomás de Aquino es un cuadro de Francisco de Zurbarán expuesto en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, España. Está pintado al óleo sobre lienzo y mide 475 cm de alto por 375 cm de ancho. Zurbarán recibió el encargo de pintar esta Apoteosis, al tiempo que se le daban precisas instrucciones acerca de su ejecución: tamaño de la obra, colocación, tema, personajes, etc. El lienzo, enorme, habría de colocarse en el Colegio de Santo Tomás de Sevilla. Este colegio formaba doctores, por lo que el tema no es sino una exaltación de la propia labor del Colegio y sus frailes. Santo Tomás de Aquino es una de las figuras más relevantes de la teología. Se le nombró Doctor de la Iglesia en 1567. Por su importancia aparece rodeado de los cuatro Padres de la Iglesia, otros tantos personajes fundamentales para la elaboración de la doctrina. A su derecha se encuentran conversando San Ambrosio y San Gregorio; a su izquierda, San Jerónimo, de rojo cardenalicio, y San Agustín. Los cinco intelectuales se encuentran en el plano superior del cuadro, que simboliza un mundo divino. Sobre sus cabezas, el cielo en pleno asiente a sus conclusiones: destacan Dios Padre y Dios Hijo con la cruz. A estas dos figuras trinitarias se añade en el centro la paloma del Espíritu Santo, que ilumina con sus rayos a Santo Tomás. En el plano inferior se encuentra representada la tierra: los personajes principales de la Orden y nada menos que el emperador Carlos V. Su presencia se explica porque fue él quien facilitó los terrenos y la dote necesaria para la construcción y puesta en marcha del Colegio. A lo largo de su vida, el emperador ofreció su patronazgo continuo a los frailes y sus alumnos.

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de Santo Tomás representa el armazón de la ciencia de la fe para todo seminarista o sacerdote que quiere, según el deseo de la Iglesia, iluminar su inteligencia con la luz de la Revelación y adquirir así la sabiduría divina. Me parece, pues, en extremo deseable que estas almas sacerdotales encuentren en esta Suma no solamente la luz de la fe sino también la fuente de la santidad, de la vida de oración y de contemplación, de la oblación total y sin reserva a Dios por Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Se prepararán así, y prepararán las almas que les son confiadas, a la vida bienaventurada en el seno de la Trinidad». De hecho, el título completo del librito es «Itinerario espiritual siguiendo a Santo Tomás de Aquino en su Suma teológica». Digámoslo de una vez. La tercera novedad que debía caracterizar la Fraternidad según el gran reformador que fue Monseñor Lefebvre, era lo que podríamos llamar un tomismo integral. En esto tampoco fue original. Ante el resquebrajamiento de la Cristiandad, el Concilio de Trento puso sobre el altar mayor, junto a la Biblia, la Suma de Santo Tomás. San Ignacio pidió que su Compañía tuviera como


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teólogo al Doctor Angélico (y nunca dijo que se reemplazara por ningún discípulo, por sabio que pareciera). Y los Papas, a medida que avanzaba la revolución del modernismo, han pedido cada vez con más fuerza que se recurriera al tomismo. Nuestro Fundador no ha hecho sino seguir el consejo de la Iglesia, pero con la convicción del que ha medido su eficacia en la experiencia. La urgente necesidad de Santo Tomás responde a la desintegración que en los últimos siglos venía sufriendo el alma cristiana. El escepticismo nominalista del siglo XIV desprestigió la Escolástica y quebró la unidad de la sabiduría cristiana. La teología especulativa fue quedando como un ejercicio racional para las aulas. Con la devotio moderna la espiritualidad se fue abriendo camino por otras vías. La teología moral fue perdiendo su clara dependencia de los grandes principios, y frente a los problemas cada vez más complejos que le presenta la vida moderna, se fue aproximando a una simple casuística. Al tiempo, del asesinato de la metafísica, nacía la filosofía moderna, y las nuevas ciencias se oponían a la fe bajo el magisterio infalible de las matemáticas. Pues bien, la única sabiduría capaz de reintegrar los pedazos en que había sido partida la mens católica es la de la Suma Teológica de Santo Tomás. Sólo él es capaz de proyectar la luz de la fe sobre todos los aspectos de la realidad, disipando los sofismas modernos –el humo de Satanás– en la paz de la clara verdad. Y el sacerdote es, en primer lugar, el encargado de irradiar la luz de la sabiduría divina en todos los ámbitos de la vida cristiana. Monseñor Lefebvre tuvo muy clara advertencia de esta necesidad, y quiso que en sus Seminarios

no se enseñara más que a la luz de Santo Tomás. En la Fraternidad somos tomistas, al menos lo queremos ser, y en esto no hay entre nosotros la menor vacilación. Frente al «pluralismo teológico» que hoy impera en Roma, haciendo de ella una Torre de Babel en lugar de la Columna de la verdad que tendría que ser, el monolítico tomismo de la Fraternidad la hace muy fuerte a la hora de discutir. Pero creo que no está de más recordar e insistir que nuestro venerado Fundador, al tiempo de despedirse de sus hijos, aun cuando ya sabía que en sus Seminarios sólo se estudiaba tomismo, creyó que le faltaba decir algo más, algo fundamental, y fue, repito, que Santo Tomás no sólo debía darnos la regla de la doctrina, sino que debía conformarnos de tal manera que llegara a ser la regla de nuestra vida. Es evidente que, en su Itinerario espiritual, Monseñor Lefebvre no nos quiere ofrecer tanto una manera de hacer teología, como un enfoque «plenamente católico» de la verdad revelada, de la que se siga naturalmente una correcta espiritualidad. Este enfoque se da sobre todo en Santo Tomás, cuya manera de hacer teología no es una entre otras, sino la más perfecta. Por eso, lo que el Itinerario nos propone sin rodeos es hacer de la Suma Teológica nuestro libro de meditaciones. Porque, además, allí está el antídoto preciso contra los errores modernos. Contra el antropocentrismo tenemos la sublime contemplación del misterio de Dios de la Iª PARS. Contra el naturalismo, el perfecto equilibrio entre naturaleza y gracia de la IIª PARS. Y contra la abolición de la Cruz, la inigualable exposición del misterio de la Redención de la IIIª PARS. m


Crónica de la Hermandad en España l En el último fin de semana de octubre tuvimos el honor y el gozo de recibir a Monseñor Bernard Fellay, obispo auxiliar de la Hermandad y quien fue su Superior General entre 1994 y 2018. El sábado 30 honró, con una conferencia sobre las consagraciones episcopales de 1988, llena de datos históricos interesantes y reflexiones luminosas, el ciclo de conferencias que en torno a los 50 años de la Hermandad ha tenido lugar estos meses en nuestra capilla de Santiago Apóstol en Madrid, y en el cual han impartido charlas los Rvdos. Padres Jorge Amozurrutia (Superior), quien lo clausuró, Ja-

vier Utrilla, José María Mestre y Gastón Driollet. Y el domingo 31, fiesta de Cristo Rey, confirió en la misma capilla el sacramento de la confirmación a un numeroso grupo de fieles, y celebró a continuación una Misa pontifical. Fue sin duda un domingo de muchas gracias y alegrías. “Oh Dios omnipotente y eterno, que habéis querido instaurar todas las cosas en vuestro amado Hijo, Rey universal; concedednos, por vuestra bondad, que los pueblos de la tierra, alejados de Él por la impiedad, se sometan a su suavísimo imperio” (oración de la Misa de Cristo Rey). l El domingo 26 de diciembre se celebró igualmente en nuestra capilla de Madrid la ceremonia de ingreso de miembros en la Archicofradía de San Esteban, con


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motivo de la festividad de su patrono. Los nuevos miembros, algunos niños, otros jóvenes y hasta algunos padres de familia, prometieron esforzarse por servir con reverencia como acólitos en el altar, teniendo por fin la gloria de Dios y su propia salvación, y recibieron sus

medallas. Ningún ministerio, salvo el de los que por la ordenación han sido apartados para el servicio exclusivo del altar, merece mayor consideración que el ministerio confiado a los laicos que tienen el oficio de ayudar a los sacerdotes de Dios en el cumplimiento de sus funciones sagradas. Alto privilegio el de estar muchas veces en un lugar sagrado y cumpliendo deberes sagrados. Para desempeñar dignamente tal oficio necesitarán hacerse santos en sus vidas mismas y edificantes delante de los demás. Sus ayudas serán la oración, la Santa Misa y los sacramentos. “Oh Dios, que aceptas con toda clemencia el ministerio de tus siervos y nos permites participar en el servicio


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de tu Altar, concédenos la gracia de que sirviéndote sigamos también el ejemplo de nuestro Patrón, San Esteban, el protomártir, y que como él lleguemos a ver a tu Hijo a la diestra de tu majestad y así entrar al Reino de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo quien vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén” (oración de la Cofradía). m

Un cisma de terciopelo “Un cisma de terciopelo”, esta expresión es un oxímoron, una verdadera contradicción de términos. ¿Cómo se puede imaginar una “división suave” o una “lágrima dulce”? “¿Nos dirigimos hacia un cisma de terciopelo?”, este es el título de un artículo de Stefano Fontana, en La Nuova Bussola Quotidiana, sobre las bendiciones dadas por los sacerdotes alemanes a las parejas homosexuales, oponiéndose con este acto al documento romano que recordaba que la Iglesia no puede bendecir tales uniones. Esto es un oxímoron, pero el autor tiene razón al usar esta expresión que manifiesta una contradicción no solo en los términos, sino también en la realidad. Porque la realidad es que esta oposición frontal a la doctrina y la moral católicas se hace con suavidad y en silencio, de forma aterciopelada. Los obispos alemanes no dicen nada, algunos de ellos dan libertad a los sacerdotes para seguir su conciencia. Y Roma guarda silencio. Sin sanciones canónicas: herejía suave y cisma aterciopelado. Se ha llegado a este punto a través de numerosas maniobras diseñadas para suspender el razonamiento lógico y anestesiar el juicio crítico. A este fin, ha surgido la “continuidad en el cambio”, la “unidad en la diversidad”, el “consenso diferenciado”. Lo que la doctrina y la moral prohibían, lo permite una pastoral llamada misericordiosa. Lo que no se podía permitir en lo general, se puede permitir en lo particular, caso por caso. Desde la Declaración de Abu Dabi, firmada conjuntamente por el Papa y el gran imán de al-Azhar, “el pluralismo y la diversidad de religiones” son “una sabia voluntad divina”. Lo absoluto se ha vuelto relativo, y lo relativo se ha hecho absoluto. Desde el Concilio, no hay más cismáticos, solo “hermanos separados”. ¿Significa esto que ahora nos estamos separando fraternalmente? ¿El cisma amistoso, casi de mutuo acuerdo? Será muy ingenuo quien lo crea. En realidad, estos sacerdotes alemanes no se están separando oficialmente de la Iglesia, porque esperan hacerla evolucionar desde el interior en temas como la intercomunión, el celibato sacerdotal, la ordenación de las mujeres, los divorciados vueltos a casar, las uniones homosexuales ..... Hacer evolucionar a la Iglesia desde el interior, porque el modernismo es la herejía que no crea cisma. En 1907, San Pío X lo mostró en su encíclica Pascendi dominici gregis de manera luminosa y profética. Exteriormente conciliador y obstinadamente perseverante, el modernismo es una herejía de hierro en un cisma de terciopelo. Padre Alain Lorans


La primavera del postconcilio L. Pintas

l El bochorno escondió la herejía. Lo que sucedió fue surrealista. El 6 de diciembre, durante el vuelo de regreso de su viaje apostólico a Chipre y Grecia, los periodistas preguntaron al Papa por el arzobispo de París, Michel Aupetit, quien había renunciado al cargo días antes tras filtrarse que años

atrás, antes de ser obispo, mantuvo una relación con una mujer que él mismo reconoció como “ambigua”, al tiempo que negaba categóricamente que hubiese sido de tipo íntimo o sexual. Para pasmo de los presentes, Francisco ofreció detalles totalmente privados y hasta entonces desconocidos. Se habría tratado de “pequeñas caricias y masajes que él hacía… Una falta contra el sexto mandamiento, pero no total”, dijo. Y desveló la identidad de la mujer: “Su secretaria”. La Oficina de Prensa de la Santa Sede incluyó inicialmente a la “secretaria” en la transcripción de sus palabras, pero la borró después, tal vez asustada porque se había lanzado una sombra de sospecha sobre una persona fácilmente iden-

tificable y posiblemente inocente, pues ninguna de las informaciones publicadas había hecho nunca referencia a ninguna secretaria como protagonista del affaire. Este bochornoso momento de incontinencia verbal provocó tal revuelo que pasaron desapercibidas unas palabras dichas por Francisco unos minutos antes. A otra pregunta anterior, había afirmado que la división entre clero y laicos “es una división funcional, de calificación” (“de competencia”, dice la versión inglesa). Una expresión que contradice la virtud sagrada del sacramento del orden, el cual “distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos” porque “sólo ellos son los señalados con el carácter indeleble que los asemeja al sacerdocio de Cristo” (Pío XII, Mediator Dei, n. 57)”. La distinción entre clero y laicos es mucho más que un reparto de funciones, cualificaciones o competencias: pertenece al orden sobrenatural y va marcada en el alma. l Tonterías feministas. Con esta noción del sacerdocio extendiéndose por la Iglesia, no es raro que suceda lo que pasó el 25 de noviembre en Ciudad de México, durante la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, al finalizar la misa del día, que es para la ONU el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El cardenal


La primavera del postconcilio

Álvaro Ramazzini, obispo de Huehuetenango (Guatemala), hizo subir a todas las “mujeres asambleístas” al presbiterio para que rezasen una “oración de ben-

dición” sobre los purpurados, obispos y sacerdotes presentes, que descendieron a la nave del templo. “Normalmente siempre somos nosotros los hombres los que bendecimos, vamos ahora a invertir eso”, dijo el cardenal, feliz de cumplir un rito tan igualitario. Pero su frase envuelve una doble falsedad. Primero, porque si hablamos de bendición en sentido amplio (“invocar en favor de alguien o de algo la bendición divina”, dice la Real Academia de la Lengua), más bien es al contrario: toda la vida las madres y abuelas cristianas han bendecido a sus hijos y nietos con más frecuencia que el propio padre, que tiene derecho a hacerlo como cabeza de familia. Y segundo, porque si hablamos de bendición en el sentido litúrgico, el sexo no tiene nada que ver: quienes bendicen en nombre de la Iglesia como sus ministros son hombres porque son obispos y sacerdotes, y quienes reciben su bendición no son “las mujeres”, sino los laicos, de un sexo u otro (y también sacerdotes y obispos pueden bendecirse entre sí). La distinción que rompe la

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igualdad en la bendición es entre ordenados y no ordenados, no entre hombres y mujeres. Con lo cual el gesto del cardenal Ramazzini no significa nada respecto a la igualdad hombre-mujer, pero significa mucho, y todo malo, respecto a su idea sobre la constitución de la Iglesia.

l Claro, que esto no pasaría… si las mujeres pudiesen ser sacerdotisas. Así las bendiciones serían igualitarias, pura Agenda 2030. El obispo de Osnabrück, Franz-Josef Bode, nos ha hecho el favor de ser muy sincero al afirmar que el sacerdocio femenino está cada vez más cerca. El 29 de diciembre, en declaraciones a la agencia protestante alemana Evangelischen Pressedienst, afirmó que es mejor no intentar conseguirlo de golpe, en línea recta, sino poco a poco, porque “en espiral nos vamos acercando a la meta de forma lenta pero segura”. Como en los últimos cincuenta años, agregó, por si alguien tenía dudas de cómo se hacen las cosas tras el Concilio Vaticano II: en espiral. Más o menos como se va el agua por el desagüe, pero imagino que solo es una coincidencia.


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La primavera del postconcilio

l Las molestias de monseñor. Coincidente con el obispo Bode es el arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, que plantea la cuestión de forma muy curiosa. En una entrevista en la cadena autonómica catalana TV3 el 9 de enero de 2022, le preguntaron si le molestaría ver mujeres sacerdotisas. “A mí personalmente no me molestaría”, contestó,

“pero molestaría a muchas otras personas o colectivos determinados porque el peso de la Tradición es muy grande”. Y lo explicita: “Es una Tradición que viene desde los orígenes, esta cuestión no se ha planteado hasta el siglo XX. Hemos estado más de diecinueve siglos. Venimos de la sucesión apostólica, y los apóstoles, a quienes eligió Jesús, eran hombres. Así ha sido a lo largo de toda la historia de la Iglesia… Y luego están las implicaciones sacramentales, de configuración con Jesucristo”. O sea, que monseñor Planellas reconoce todo esto, pero dice que no le molestaría tirarlo a la papelera. ¿Qué cosas tienen entonces capacidad para molestarle, si ésta no la tiene? Por lo que él mismo dice, sí le incomoda el hecho de que haya quien, a diferencia de él, sí se moleste que alguien pretenda cargarse el sacerdocio y la Iglesia. Son esas “personas y colectivos” (¿cristianos con fe, podríamos

llamarlos?) que gimen bajo el odioso “peso” de la Tradición. l Purgatorio, parada instantánea. Empezamos con Francisco y terminamos con él. El 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos, celebró misa en el Cementerio Militar Francés de Roma. Al finalizar la homilía, comentó que durante la visita se había detenido ante la tumba de un soldado desconocido muerto en 1944: “Estoy seguro de que todos estos que fueron en buena voluntad, llamados por la patria para defenderla, están con el Señor”. Una frase emotivista para la galería, pero realmente arriesgada en labios de un Papa. Estar “seguro” de la salvación de alguien es muy atrevido: no menos atrevido que estar “seguro” de su condenación, aunque decir lo primero sea más políticamente correcto. Se calcula en más de doscientos mil el número de franceses muertos en combate durante la Segunda Guerra Mundial, entre los que había personas de todas las creencias y moralidades. Sin olvidar que la guerra saca lo mejor y lo peor de cada uno, pero en proporción muy variable según los casos. ¿Qué permite al Papa estar tan seguro, no solo de la salvación eterna de todos, sino de su feliz abandono del purgatorio? ¿Haber muerto por la patria? Morir por la patria es ciertamente una virtud, pero no se la puede asimilar al martirio, que, conscientemente admitido, justifica al pecador. La virtud del patriotismo, tan hermosa, puede coexistir por desgracia con numerosos pecados. m


La biografía Bernard Tissier de Mallerais La trayectoria de Mons. Marcel Lefebvre (1905-1991) se inicia como una hermosa línea ascendente. El Papa Pío XII nombra a este sacerdote misionero de cuarenta y dos años, Obispo de Dakar (Senegal) y un año después, delegado apostólico de la Santa Sede en África francófona (el equivalente de un nuncio). En 1962 es elegido Superior de la Congregación del Espíritu Santo, que cuenta con más de cinco mil miembros. El Papa Juan XXIII lo nombra Asistente al Solio Pontificio y miembro de la Comisión Central Preconciliar. Sin embargo, en octubre de 1968, se siente obligado a presentar su dimisión como Superior General y, el 1 de noviembre de 1970, funda en Ecône (Suiza) la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que con el tiempo lo va convirtiendo en una celebridad mundial a causa de su fidelidad a la «Misa en latín», su oposición a ciertas innovaciones del Concilio Vaticano II (1962-1965) y sus altercados con el Papa Pablo VI. Después de las sanciones del Vaticano contra su Fraternidad y contra su propia persona, la «Misa prohibida», que celebra en Lille en agosto de 1976 en presencia de diez mil fieles, logra una repercusión mundial gracias a los cuatrocientos periodistas presentes. En 1988 vuelve a ganar nueva fama al consagrar a cuatro obispos en Ecône, a pesar de la prohibición del papa Juan Pablo II, delante de las cámaras de televisión del mundo entero. ¿De dónde proviene, pues, la energía de este excepcional prelado, descrito a menudo como un «soldado solitario» en la Iglesia y que, sin embargo, siempre afirmó no haber actuado nunca según sus ideas personales? ¿Cuál es el secreto de la proyección de este hombre, hijo de un miembro de la Resistencia que murió en el exilio, doctor en Filosofía y Teología, oficial de la Legión de Honor, que conoció y trató a los más grandes: al doctor Schweitzer en Lambaréné, al presidente Coty y al general de Gaulle en Francia, pero también a François Mitterrand y Jacques Chirac, futuros presidentes, a Jacques Chaban-Delmas y Pierre Messmer, futuros primeros ministros, y también a los presidentes Lyndon Johnson, Éamon de Valera, Léopold Senghor, Ornar Bongo, al escritor y ministro André Malraux, al filósofo Jean Guitton, al santo Padre Pío, a Marthe Robin, y a muchos otros? A lo largo de una fascinante biografía se devela poco a poco el misterio de un hombre fuera de lo común, cuya extraordinaria segundad en sí mismo se debió solo a su absoluta seguridad en Dios. Pueden hacer su pedido a nuestra dirección. Precio: 24 €


Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid

Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa rezada

(cantada en ciertas solemnidades)

19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.

Vitoria

Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Más información: 91 812 28 81

Granada

Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, Siervas de Jesús Sacerdote misa a las 11 h. GRIÑÓN Sábado precedente, misa a las 19 h. Domingos: misa a las 10 h. Más información: 91 812 28 81 Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Valencia Más información: 91 814 03 06 Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h.

Barcelona

Capilla de la Inmaculada Concepción Salamanca C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Consultar dirección: 91 812 28 81 Domingos: misa a las 9 y 11 h. Viernes y sábados: misa a las 19 h. 2º y 4º domingo de cada mes, misa a las 18 h. Más información: 91 812 28 81

También se celebran misas en:

Oviedo, Córdoba, Palma de Mallorca, Murcia, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81, o escribir al correo electrónico: info@fspx.es Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929


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