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Editorial: La continuación de “Traditionis custodes”

Editori al La continuación de “Traditionis custodes” Publicado el 16 de julio de 2021, el motu proprio Traditionis custodes tuvo el efecto de un terremoto en el pequeño mundo de la Tradición. En sólo dos páginas, el Papa redujo a casi nada la libertad condicional concedida a la misa tridentina por Benedicto XVI con el motu proprio Summorum Pontificum de julio de 2007. Pero el pasado 18 de diciembre, apareció un nuevo documento, la respuesta a las dudas de los obispos sobre la aplicación del motu proprio, publicado, esta vez, por la Congregación para el Culto Divino, acompañado de una carta del Prefecto de este Dicasterio, Monseñor Arthur Roche. Se trata de la aplicación con todo su rigor de la sentencia de muerte contra el uso del rito tridentino. El documento comienza recordando que «el primer objetivo es perseguir la búsqueda constante de la comunión eclesial, que se expresa a través del reconocimiento en los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II, de la expresión única de la lex orandi del Rito Romano. Esta es la dirección en la que queremos caminar, y este es el sentido de las respuestas que publicamos aquí: cada norma prescrita tiene siempre el único objetivo de preservar el don de la comunión eclesial caminando juntos, con convicción de mente y corazón, a lo largo de la línea indicada por el Santo Padre». Podríamos subrayar los siguientes aspectos: - La exclusión de las iglesias parroquiales es porque la celebración de la Eucaristía según el antiguo rito es una concesión limitada a algunos grupos, no forma parte de la vida ordinaria de la comunidad parroquial. No se trata de marginar a los fieles que desean la misa tridentina, sino de recordarles que se trata de una concesión y no de una oportunidad para promover el rito anterior. - No se debe autorizar el uso del Rituale Romanum anterior a la reforma litúrgica para la administración de ciertos sacramentos (confesión, bautismo, matrimonio, extremaunción) fuera de las parroquias personales donde se puede celebrar la misa de San Pío V. Para los sacramentos que requieren el Pontificale Romanum (la confirmación y la ordenación sacerdotal) deben utilizarse los nuevos libros litúrgicos. - Un obispo que permita a un sacerdote recién ordenado celebrar la misa según el rito tridentino debe contar primero con el acuerdo de la Santa Sede; no se trata de una consulta que el obispo deba hacer a Roma, sino que sólo después de recibir este permiso el obispo diocesano puede autorizar a los sacerdotes ordenados después de julio de este año a celebrar con el Misal de 1962. Se anima a los formadores de los seminarios a acompañar a los futuros diáconos y sacerdotes en la comprensión y vivencia de la riqueza de la reforma litúrgica del Vaticano II. - El sacerdote que celebra con el misal actual no puede binar, celebrando con el

misal de 1962, ni en grupo ni en privado. No hay una causa justa o una necesidad pastoral, porque “a todos los fieles se les ofrece la posibilidad de participar en la Eucaristía en su forma ritual actual”. Tampoco puede un sacerdote autorizado celebrar el mismo día para otro grupo de fieles que hayan sido autorizados.

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La misa tridentina es, pues, odiosa en sí misma, ya que debe ser restringida en todos los sentidos. Las nuevas medidas son simples concesiones temporales, que no tienen otra finalidad que la de permitir que los fieles apegados al rito tridentino vuelvan progresivamente a la nueva liturgia. Sólo que es curioso ver a un Papa abogando, por un lado, por la pluralidad de religiones y, por otro, arremetiendo contra una pequeña porción de católicos vinculados, no al culto de la Pachamama, sino a una liturgia celebrada por varios santos que él mismo canonizó.

De ahí la actitud de Mons. Lefebvre, en su declaración de 1974: “No se puede modificar profundamente la lex orandi sin modificar la lex credendi. A una nueva misa corresponde una nueva catequesis, un nuevo sacerdocio, nuevos seminarios, nuevas universidades, una Iglesia carismática y pentecostal, todo ello contrario a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Esta Reforma, al ser un producto del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y termina en la herejía, aunque todos sus actos no sean formalmente heréticos. Por lo tanto, es imposible que ningún católico consciente y fiel adopte esta Reforma y se someta a ella de ninguna manera. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a la Reforma.”

El problema no es para la Fraternidad San Pío X, que continuará actuando como hasta ahora, sino para todos aquellos sacerdotes y fieles divididos entre estas dos lealtades, la de la misa tradicional y la del reconocimiento por la Sede de Pedro. El Papa Francisco muestra que no es posible adherirse a las dos misas: o se acepta la revolución en la Iglesia, y a la misa y al espíritu que la acompaña, o se permanece fiel a la misa y a toda la Tradición de la Iglesia y se rechaza la nueva misa. Los que pensaban que podían colaborar con Roma se ven obligados a aceptar lo que no les gustaba profesar y a actuar en contra de sus principios originales. Por parte del Vaticano, cualquier dilación es sólo un retraso calculado: la misa tradicional no tiene derechos y ha de ser eliminada paulatinamente.

Nuestro Superior General, el Padre Davide Pagliarani afirmaba en su comentario a Traditionis Custodes: “Esta misa, nuestra misa, debe ser realmente para nosotros como la perla del Evangelio por la que renunciamos a todo, por la que estamos dispuestos a vender todo”. Dos frases a continuación que son capitales, la primera dirigida a los sacerdotes, la segunda a los fieles: “Quien no está dispuesto a derramar su sangre por esta misa no es digno de celebrarla. Quien no está dispuesto a renunciar a todo para mantenerla no es digno de asistir a ella”.

Y concluía: “Es a la Madre de los Dolores a quien confiamos estas intenciones, es a ella a quien dirigimos nuestras oraciones, pues nadie mejor que ella ha penetrado en el misterio del sacrificio de Nuestro Señor y de su victoria en la cruz. Nadie mejor que Ella estuvo tan íntimamente asociado a su sufrimiento y a su triunfo. En sus manos puso Nuestro Señor toda la Iglesia, y a Ella se le confió lo más precioso de la Iglesia: el testamento de Nuestro Señor, el santo sacrificio de la Misa”. m

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