Cartas de argentina diseño digital final

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Cartas de Argentina y otros รกmbitos

JO RG E A NDR A DE


CARTAS DE ARGENTINA Y OTROS ÁMBITOS

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JORGE ANDRADE

CARTAS DE ARGENTINA Y OTROS ÁMBITOS

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Kiako - Anich: comunicación hecha con textura Prensa, difusión y realización de contenidos para Jorge Andrade.

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Jorge Andrade

Diseño de interiores: Cálamus: calamus.doc@gmail.com Diseño de tapa: Isa Crosta 4


A Luis de Paola In memoriam

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Índice

Antes de empezar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 I. CARTAS DE ARGENTINA . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 (Sin título) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las elecciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La nostalgia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De libros y ecología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Conversaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Subdesarrollo y dinosaurios . . . . . . . . . . . . . . . . . . País ajeno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los campeones y las tribus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elecciones presidenciales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La imaginación de los pobres . . . . . . . . . . . . . . . . . Cien días de (des)gracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Maradona y Pinochet . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bares y restaurantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La mafia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Escritores comprometidos, olvidados y desaparecidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Buenos Aires: arte en el barrio . . . . . . . . . . . . . . . . Cabildo abierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El robo del siglo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vida de náufragos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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II. OTROS ÁMBITOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 Carta de Dinamarca. El fantasma de Elsinor . . . Carta de Italia. Hacia el sur: clasicismo y subdesarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El tercero ausente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Hacia una nueva Edad Media . . . . . . . . . . . . . . . . En la ciudad postmoderna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El miedo en la ciudad neofeudal . . . . . . . . . . . . . .

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III. PERIFERIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169 ¿Que se vayan todos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Globalización y neofeudalismo postmoderno . . . . Tiempos medievales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La enfermedad holandesa (y las retenciones a las exportaciones agropecuarias) . . . . . . . . . . . . Asunto: Café Triunvirato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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ANTES DE EMPEZAR

¿Hay algo antes del comienzo? Sí, lo que el comienzo deja atrás, el Antes del antes. Lo digo porque, para leer los textos de Jorge Andrade que componen este libro, el lector habrá de poner entre paréntesis los elogios a mi nombre que van por delante de ellos. Una vez practicada esta grafía, podrá ocuparse de lo que realmente importa en nuestro volumen. En lo personal, tengo una dificultad añadida para resolver las presentes líneas. Conozco a Andrade hace muchos años, más de treinta, y nos hemos tratado en escenarios distintos y cambiantes. Debo esforzarme para escribir prescindiendo de imágenes subjetivas, anécdotas y fechas. Nos hemos tratado en la España de la transición, de Suárez y de Felipe, luego en la restauración conservadora de Aznar, en la Argentina de la postdictadura y una democracia en la cual hubo que separar continuamente el trigo de la cizaña, en los prolegómenos y consecuencias de guerras y atentados, hasta llegar a la primera gran crisis global de la historia, la primera conmoción mundial de la postmodernidad. Quitados de la fotografía, como se ve, un par de rostros, subsiste el paisaje histórico de fondo, que es el que aborda este libro, un texto articulado aunque no pensado como tal libro pero que resulta, finalmente, un examen de nuestra época. Un viaje a lomo de un animal desconocido que alterna momentos de siesta plácida con sacudidas estomagantes. Andrade ha vivido en su país de origen, que es el nuestro, luego en España, un país otro y extranjero pero 9


familiar y, por fin, en ese ejercicio gimnástico que consiste en buscar Una Parte en Ninguna Parte, saltando por encima del océano para llegar al punto de arribo que es, enseguida, el punto de partida. Y así hasta el punto final o, como se dice en Madrid, el punto pelota. Esta alternancia de perspectivas le ha permitido estar muy pegado a lo circunstancial y, a la vez, poder tomar distancia, ser aborigen y forastero. No es fácil porque exige un movimiento continuo, pero es sugestivo y seductor porque resulta la única manera de observar el mundo como planeta y no como simple tira de viñetas desde una ventana. Y así desfilan Menem, de la Rúa, Kirchner, Cristina Fernández (obsérvese la elección de apellido), la crisis holandesa en relación con la Argentina, el hundimiento del llamado socialismo real o capitalismo sin capitalistas, la perplejidad de advertir que, en medio del más sofisticado ejercicio de la modernidad emerge una nueva Edad Media, con sus corporaciones, monasterios, murallas, extramuros, glebas, predicadores giróvagos y vendedores de armas por si acaso, la economía más llena de previsiones científicas de la historia que desagua en el caos global, todo impregnado de una nostalgia indecible por el momento en que los hombres se convierten, de una vez por todas, en seres humanos. No hay en Andrade el aristocrático desapego del turista que, por cerca que esté de lo que mira y toca, se dispone siempre a llamar al taxi para llegar a tiempo al aeropuerto. Por el contrario, siempre se muestra, sin perder la compostura del economista técnico y preciso y –valga el pleonasmo– económico de palabras, entreverado con aquello que está observando y arriesgando unas conclusiones que, por imperio de la historia que a todos nos da de comer y luego nos engulle, nos hace contempladores y actores de una interminable comedia, a 10


menudo trágica y sin intervalos, que llamamos condición humana. Desde luego, estamos ante una materia inagotable y todo texto que de ella se ocupe será fragmentario. Por eso, lo mejor es tratarlo con breves prosas, a veces nerviosamente redactadas en forma de una carta que debemos llevar a la estafeta antes de que cierre. La historia es un tapiz de inagotables hilos que va desplegando una urdimbre y ensayando una dirección que ningún diseñador es capaz de asegurar. Al menor descuido, el dibujo se repite y, en otros momentos, el exceso de tensión produce un desgarro y exige un remiendo. Es cuando, mirando por el agujero, gente como Andrade se arriesga a observar el revés de la trama. Blas Matamoro

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INTRODUCCIÓN

Después de veinte años de expatriación en Europa, en 1996, por circunstancias personales, comencé una vida entre dos continentes. Por diez años más, hasta 2006, cuando volví a residir en forma permanente en Argentina, realicé dos viajes redondos al año intercalando trimestralmente mi vida entre Madrid y Buenos Aires. Cuando Blas Matamoro, director entonces de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, que publica la Agencia Española de Cooperación Internacional, se enteró por aquél ya lejano 1996 del comienzo de mi nuevo régimen de vida transhumante, me propuso que escribiera “Cartas de Argentina” para su revista. El ofrecimiento me tomó por sorpresa. Desde luego que yo por entonces escribía y había escrito artículos para otros medios y también lo había hecho para Cuadernos. Sin embargo, con sinceridad, como no podía ser de otro modo, confesé a Blas que no conocía las reglas del género “Carta”, no de la correspondencia epistolar de la que siempre fui asiduo cultor sino de la “Carta abierta”, como género literario. Blas Matamoro no se inmutó, me enumeró las normas básicas de estilo pertinentes y no me dio más opción. De modo que en mi primer viaje me fui de Madrid con la doble carga emocional de volver por primera vez a residir en forma temporal en mi lugar de origen y de tener que dar cuenta de ello, no en forma íntima, a los amigos, como hubiera deseado, sino públicamente, para el lector anónimo que enjuiciaría mi propia aptitud para juzgar la realidad que habría de encontrar a mi regreso. La primera sección de este libro, “Cartas de Argen13


tina”, contiene mi colaboración con Cuadernos Hispanoamericanos a través de dichas Cartas, la que se produjo en forma regular, con una periodicidad aproximadamente trimestral, por espacio de cinco años. La nota inicial apareció en el número de octubre de 1997 y la última en el de julio-agosto de 2002. O sea que mis aproximaciones a la realidad argentina abarcaron un período de la historia nacional colmado de conflictos, turbulento y, consecuentemente, interesante. Una vez escrita esa última carta, titulada “Vida de náufragos”, fui a visitar a Blas Matamoro para decirle que consideraba agotada la fuente que inspiraba mi columna. Le dije que podría seguir escribiendo “Cartas de Argentina” sine die, una vez que hacía tiempo que había adquirido los recursos para ejercer la esgrima del género con soltura, pero que sentía que me repetiría a mí mismo, por lo cual consideraba honesto discontinuar la serie. Blas entendió perfectamente mis argumentos pero me conminó a que no me alejara de la revista, a que siguiera colaborando, con tema libre y con la periodicidad que yo mismo decidiera. Los artículos de esta nueva etapa de mi vinculación con Cuadernos Hispanoamericanos están recogidos en la segunda sección de este libro, titulada “Otros ámbitos.” Por último, en la tercera sección, “Periferia”, incluyo cinco artículos que de un modo u otro ya no se relacionan con mi condición de expatriado sino con la del retornado a su tierra. El titulado “Globalización y neofeudalismo postmoderno”, publicado en la revista Espacios de crítica y producción, que edita la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se basa en el deslumbrante ensayo Poder, grupos y conflicto en la sociedad neofeudal, del italiano Furio Colombo. El ensayo 14


de Colombo se inscribe dentro de la corriente de pensamiento que estudia los paralelismos entre la sociedad del capitalismo tardío –como llama Ernest Mandel a esta etapa vinculada con la globalización y la postmodernidad (temas sobre los que investigué y sobre los que dicté cursos y conferencias en España)– y algunos períodos de la extensa Edad Media. Hay numerosos libros y ensayos que tratan el tema, entre ellos clásicos como Il Medioevo prossimo venturo de Roberto Vacca y La Edad Media ha comenzado ya de Umberto Eco, pero el texto de Colombo se destaca por la lucidez y la capacidad de anticipación para predecir treinta años antes cómo evolucionaría la sociedad hacia la nueva urbanización del final del siglo XX y principios del XXI. El ensayo de Furio Colombo fue el detonante que me hizo imaginar el argumento de mi última novela, Desde la muralla, que predice la crisis sistémica universal que estamos viviendo y que dramatiza la regresión social al feudalismo. Los restantes artículos de esta sección, que hasta hoy estaban inéditos, se relacionan con asuntos aparentemente coyunturales –de Argentina en los tres primeros casos y universales en el otro– pero que tienen tal proyección que van mucho más allá de lo coyuntural para trascender hacia lo estructural. El que se titula “¿Que se vayan todos?” se refiere a la asunción a la presidencia de Néstor Kirchner y a sus primeros actos de gobierno. “Tiempos medievales” trata de una puesta en escena, en esta periferia, de las predicciones de Colombo, Eco, Vacca y otros. “La enfermedad holandesa (y las retenciones a las exportaciones agropecuarias)”, tiene su pequeña historia de intereses creados que me siento moralmente obligado a no ocultar. Colaborador desde mi regreso a la Argentina de la revista Criterio de Buenos Aires, propuse a su dirección este artículo, aclarándole que su línea 15


de pensamiento en relación con la materia que analizaba no coincidía con la postura editorial de la publicación. Se me dijo que lo enviara de cualquier manera pues el “criterio” ideológico de la revista era amplio. Un par de días después se me informó que la nota sería publicada aunque con consideraciones críticas que se reservaba la dirección. Es decir, no se la censuraba rechazándola de forma directa, lo que aunque brutal no deja de ser honesto, sino que se pretendía ejercer un modo sibilino y tortuoso de censura. Desde luego retiré mi artículo que hoy tengo el gusto de que salga a luz. Por fin, el último texto, “Asunto: Café Triunvirato”, toma el nombre de la tertulia virtual que mantengo con amigos españoles. Sabido por ellos que además de mi oficio de escritor ejerzo vocacionalmente la profesión de economista, me pidieron una explicación acerca del terremoto económico universal que se hizo público y evidente por octubre de 2008, aunque para quienes estábamos informados era claro que la crisis rampaba desde bastantes años atrás. No reescribí para incluirlo en este libro el mail que en su momento dirigí a mis contertulios porque prefiero conservar la forma de origen con el sabor coloquial y, por tanto, fresco, con que fue concebida. Finalmente quiero dejar aquí constancia de que sólo alguien muy ingenuo podría dar crédito a las autoafirmaciones de los medios acerca de su pretendida independencia. El medio “independiente” es una de las tantas ficciones de la realidad. No hay medios independientes. Aquellos que lo son de gobiernos y políticas de estado, son dependientes de grupos económicos y de presión que los condicionan con el control de la mayoría de sus acciones o con el del suministro de publicidad, situación agravada en Argentina –y no sólo en Argentina– por el carácter oligopólico de la propiedad. Es una de las tantas 16


hipocresías con las que sobrevivimos. El episodio del que fui parte en Criterio lo ejemplifica claramente. Por eso deseo destacar algo que debería ser obvio y que sin embargo no lo es: durante el largo período de mi colaboración con Cuadernos Hispanoamericanos pude expresar lo que pensaba sin censura ni cortapisas. La revista, bajo la dirección de Blas Matamoro, fue un espacio de libertad. En consecuencia quiero que las últimas líneas de esta introducción vayan dirigidas a expresar mi reconocimiento a Cuadernos y a su ex director. J. A.

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I. CARTAS DE ARGENTINA

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SIN TITULO (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 568, Madrid, octubre 1997)

En los primeros días de agosto, cuando Europa cae en lo más profundo del letargo estival, en Argentina se han acelerado repentina e imprevistamente los tiempos políticos, y aun cuando hablar de zafarrancho en el tablero pueda resultar exagerado, sí puede afirmarse que el realineamiento de efectivos es tan importante que ha dado lugar a un replanteo a fondo de las estrategias de los contendientes. Los dos principales partidos de oposición han sellado una alianza bautizada significativamente como Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (ATRAJE). La centenaria Unión Cívica Radical (U.C.R.), del ex presidente Raúl Alfonsín, y el joven Frente para el País Solidario (FREPASO), se han unido con vistas al largo plazo si hemos de creer las declaraciones de sus dirigentes, que aseguran que el objetivo de competir con posibilidades de éxito en las elecciones para legisladores de octubre no es más que una meta intermedia. La mira, según ellos, apunta por elevación a las elecciones presidenciales de 1999 y al programa para gobernar a partir de esa fecha. Después de más de un año de intentos frustrados por los recelos mutuos, tras haberse abortado, por lo menos en una ocasión, el acuerdo que parecía concluido, cuando se había abandonado toda tratativa y el desaliento de los ciudadanos ante el espectáculo poco edificante que representan los actores de la política oficialista se 21


volvía desesperanza ante el egoísmo de los que debían intentar el cambio, se iniciaron conversaciones inesperadas y vertiginosas, y en cuatro días de reuniones a destajo se selló la alianza. La Unión Cívica Radical es un partido con una organización sólida, que ha resistido todos los intentos de regímenes autoritarios por destruir o amordazar las voces discrepantes. Emergió del largo período de dictaduras, dictablandas y semidemocracias que duró de 1930 a 1983, con vigor suficiente para ganar al peronismo la primera elección libre celebrada tras los oscuros setenta en que gobernó el feroz sindicato militar. Fue un tiempo lleno de dificultades, durante el cual el gobierno de Raúl Alfonsín, que tuvo el valor de juzgar a los jefes de las juntas militares, a la postre se sintió demasiado débil para enfrentar las presiones a que lo sometieron el poder militar, que sólo había sido derrotado a medias, los poderes económicos y la oposición justicialista que no siempre se comportó con lealtad. El gobierno radical salió adelante sin brillantez, con penosas concesiones a los enemigos de la democracia, como las leyes de “punto final” y de “obediencia debida”, pero consiguió su objetivo prioritario de preservar el sistema democrático y asegurar la continuidad constitucional. El Frepaso no es un partido con aparato, militantes e implantación territorial, como lo es la U.C.R. Es un “partido mediático”, adaptado al modo de competencia virtual propio de la nueva democracia ecuménica. Tiene cuadros escasos y su atractivo es el de sus dos figuras emblemáticas: Carlos “Chacho” Álvarez, proveniente del peronismo progresista, y Graciela Fernández Meijide, profesora de sesenta y cinco años, sin antecedentes políticos, que adquirió experiencia en los organismos de derechos humanos de los que formó parte tras la desapari22


ción de un hijo durante la dictadura militar. Estos dos dirigentes, que no desdeñan el contacto directo con los ciudadanos, muestran, no obstante, su perfil sobresaliente, a través de la pantalla de televisión. “Chacho”, entusiasta, sanguíneo, no exento de habilidad negociadora, intuitivo, es un buen comunicador mediático que conecta con sus televidentes. No obstante ser ambicioso supo dar un paso al costado para ceder lugar al protagonismo de la estrella en ascenso: Graciela Fernández Meijide. “Graciela”, como se la conoce popularmente, poseedora de un sólido sentido común que inspira confianza, es una representante químicamente pura de la clase media urbana de la Argentina; es decir, la clase culta y pujante, descendiente de europeos en primera generación, que consolidó y democratizó el proyecto nacional de los déspotas ilustrados de final del siglo XIX pero que, desgarrada por contradicciones internas, fue incapaz hasta hoy de colocar al país en el rumbo de un progreso sostenido. Entre los líderes de la U.C.R. hay que destacar al ex presidente Raúl Alfonsín, quien mantiene reflejos políticos suficientes para haber sido capaz de comprender que si no se ponía a la cabeza de los que impulsaban la alianza, a la que se había opuesto tozudamente, corría el riesgo de pasar a la historia como capitán de la derrota. Junto al “socialpopulista” Alfonsín hay que subrayar las personalidades de Fernando de la Rúa, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, conservador moderado y dialogante; de Rodolfo Terragno, culto e inteligente, liberal en lo económico y progresista en lo social; y de Federico “Freddy” Storani, el que mejor conecta ideológicamente con el Frepaso y el más a la izquierda de los jefes de la U.C.R., a medio camino entre los laboristas de Tony Blair y los socialistas de Lionel Jospin. 23


Por el momento, la ATRAJE pone en peligro la hegemonía justicialista cuya continuidad se daba por segura a principios del año. En sus primeras declaraciones públicas, la Alianza manifestó una voluntad regeneracionista en materia de ética de la función publica, ningún propósito de modificar el modelo económico aunque sí la vocación de atender las necesidades de la población a través de políticas redistributivas, así como un apoyo a la pequeña y mediana empresa a fin de atacar una de las lacras más recientes y graves que sufre el país, el paro, consecuente estructural de la reconversión económica que está en marcha en el mundo y que abarca a la Argentina. En resumen, puede decirse que con la Alianza sopla una brisa aromatizada con las nuevas esencias a la francesa y a la inglesa, que trata de barrer los aires envejecidos del tardo thatcherismo que el populismo conservador menemista se empeña en mantener estancados sobre estas tierras del Sur. Para finalizar este tema, y como dato de último momento, consigno que las primeras encuestas presurosas, y seguramente poco afinadas, tras la constitución de la Alianza, dan ventaja a esta sobre el justicialismo. Mi reciente regreso a la Argentina, después de más de veinte años de residir en Europa, la mayor parte de ese tiempo en España, me ha deparado sorpresas en relación con el país que dejé a mi partida y el país imaginario que mi memoria construyó durante la ausencia. He tenido dificultades de comunicación. Una vez superada la perplejidad ante este escollo imprevisto, recuperado el método de observación y análisis de la realidad que aprendí gracias a una carrera universitaria científica, pero sobre todo por mi ejercicio de novelista, realicé un modesto estudio de campo personal que me permitió atisbar cuáles eran las causas de la desintonía. Como 24


esto es una carta, no un ensayo, abreviaré ciñéndome a las dos que considero más importantes: a) el lenguaje de mis compatriotas se ha empobrecido; b) los argentinos ya no saben lo que es la ironía. Los argentinos con instrucción universitaria e incluso secundaria se expresaban tradicionalmente con fluidez y un vocabulario rico. He comprobado que los nuevos argentinos con el mismo nivel de educación tienen serias dificultades para trasmitir lo que piensan. No dominan las estructuras del leguaje oral, mucho menos las del escrito, y no encuentran la palabra apropiada para expresar su idea. Acuden a comodines imprecisos y a perífrasis vagas que, además de hacer torpe su discurso, son poco eficaces para lograr el objetivo de la comunicación. Abogados, médicos, economistas, físicos, dan toda la impresión de conocer su materia pero de que no consiguen trasmitir lo que saben a los demás. Este deterioro no se manifiesta en un degradé temporal, sino que es abrupto y afecta a partir de la banda de los cuarenta a cuarenta y cinco años, o sea que irrumpe con aquellos que cursaron la universidad durante la dictadura militar. Probablemente el efecto que comento no sea sino una metástasis del fenómeno global de la cultura de la imagen y el desprecio por la palabra, pero nuestro caso tal vez esté agravado por el empobrecimiento que resultó de la “limpieza étnica” que la dictadura de los años setenta hizo en los claustros de la universidad argentina. La otra comprobación, la que tiene que ver con la ironía, está relacionada con la anterior. La ironía es una sutileza del espíritu que se manifiesta en el discurso. Un salto, un abordaje oblicuo de la realidad que al distorsionarla unos grados la destaca con límites precisos y crudeza sin concesiones, pero que al mismo tiempo, por provocar la sonrisa, permite un acercamiento pia25


doso a ella. La ironía, rasgo de la inteligencia evolucionada, de la que el pueblo se había apropiado haciendo que su lenguaje se cargara de humor. Hoy el discurso, y por ende el pensamiento, se han vuelto más rudimentarios, y la ironía me deparó sorpresas desagradables a mi llegada: mis interlocutores no me entendían y manifestaban indiferencia, en el mejor de los casos, o sospechaban que me estaba burlando de ellos, en el peor. Tuve que censurarme, del mismo modo que tuve que hacerlo al llegar a España cuando comprendí, al poco tiempo de mi arribo, que la ironía era, cuando menos, inconducente, en un país cuyo estilo de humor es el sarcasmo, a veces feroz, que más que una sonrisa provoca la risa depuradora de bilis. Felizmente, una noche por los boliches de San Telmo en compañía de viejos tangueros, viejas mariposas nocturnas, viejos rufianes a tiempo parcial y viejos mozos de café, atenuó mi desilusión cuando comprobé que en Buenos Aires el pasado todavía está vivo. Mis compañeros, melancólicos, desesperanzados, pesimistas, sin embargo eran capaces de burlarse con ironía de su propio destino. Un fenómeno comercial que los editores amenazan con globalizar destaca en el panorama literario del país. Se trata del éxito de ventas de la novela El anatomista de Federico Andahazi. Más allá de los valores artísticos, que no pongo en cuestión, vale la pena referirse al hecho curioso que disparó la venta del libro. Distinguido con el premio Fortabat, que otorga la fundación del mismo nombre, la presidente de ésta, sin desconocer la decisión del jurado, hizo público su disgusto por la elección al considerar que la novela no respeta los valores éticos a su juicio vigentes en la sociedad argentina. El tema de la obra son los trabajos de anatomía de Mateo Colombo, médico italiano del siglo XVI, que lo llevaron a aportar 26


las primeras pruebas de la circulación sanguínea y al descubrimiento del clítoris. Lo que sume al lector en el desconcierto, ya que no sabe si el escándalo que dio pie a la declaración condenatoria de la novela fue suscitado por el clítoris o por la circulación de la sangre. El editor, con un ágil esguince comercial, usó las palabras de la presidente de la fundación para confeccionar la faja del libro. Así logró que el interés ecuánime que puede sentir un lector potencial por determinado tema o autor, se convirtiera en la atracción oscura que proviene del subconsciente y no de la razón.

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LAS ELECCIONES (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 571, Madrid, enero 1998)

La brisa anunciadora de cambio a que me refería en mi carta anterior se transformó en viento, que sin llegar a arrasar porque no fue un huracán, barrió la mayoría que el justicialismo había conseguido y revalidaba en cada elección nacional desde hace diez años. La Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación (ATRAJE) obtuvo un triunfo con el diez por ciento de diferencia sobre el justicialismo (46% a 36%) en todo el país, si se computan como propios, lo que no puede ser de otro modo, los votos que los partidos que la componen, Unión Cívica Radical (U.C.R.) y Frente para el País Solidario (FREPASO), obtuvieron por separado en aquellas provincias donde no llegaron a un acuerdo para constituir la Alianza. Pero sobre todo es muy significativa la victoria de la oposición en distritos que han sido tradicionalmente fieles al peronismo y que resultan claves por el caudal de votantes. No hablo de la Capital Federal, donde la Alianza triunfó por casi cuarenta puntos de diferencia, porque se trata de una jurisdicción persistentemente opositora al menemismo, sino de provincias como Santa Fe, Entre Ríos o Chaco, pero sobre todo de la de Buenos Aires, bastión irreductible del justicialismo, donde se han asentado las grandes victorias de los herederos de Juan Perón. Las encuestas, que auguraban el triunfo de la Alianza a nivel nacional, diferían en lo relativo a la provincia de Buenos Aires, oscilando entre las que pronosticaban un triunfo por cinco puntos del oficialismo, pasando por 28


las que anunciaban un empate, hasta las que, a la inversa de las primeras, predecían una victoria de la oposición por los mismos cinco puntos. En definitiva la diferencia fue de siete por ciento a favor de la Alianza (49% a 42%), que ni sus miembros más optimistas se atrevían a esperar. Sobre todo teniendo en cuenta el despliegue publicitario que a costa del erario público realizó el gobierno provincial y el programa asistencialista, promotor del clientelismo, que dirige “Chiche” Duhalde, esposa del gobernador y cabeza de la lista de candidatos a diputados nacionales por la provincia. De los ganadores de ese día, en primer lugar el electorado, que manifestó su rechazo a la política y los métodos del gobierno, el más claro vencedor individual fue Graciela Fernández Meijide, primera candidata a diputada por la Alianza en la provincia de Buenos Aires. Su partido la impulsó a la candidatura, no obstante ser senadora por la Capital Federal, como recurso para enfrentar con esperanzas de éxito al aparato oficialista. Ella aceptó el desafío y, a sus sesenta y seis años, “Madre Coraje”, como la calificó Il Corriere della Sera, madre de desaparecido que jamás utilizó el sacrificio de su hijo como argumento político, obtuvo un triunfo histórico. Dueña de una resistencia física asombrosa para sobrellevar los rigores de la campaña, posee el equilibrio psicológico necesario para afrontar el debate con serenidad y dotar a sus argumentos de una eficacia que arrasa a sus adversarios sin estridencias, pero que, sobre todo, le ha evitado caer en la embriaguez del éxito, mal que padece de antiguo el presidente Menem, y que todos los dirigentes de la Alianza han tratado de conjurar con declaraciones públicas de humildad. Si antes de esta elección Graciela Fernández Meijide era una postulante bien situada en su partido para las elecciones presidenciales 29


de 1999, hoy es uno de los candidatos con más posibilidades de ser elegido en las primarias de la Alianza. Dentro del oficialismo, después del inevitable trago amargo de la admisión de la derrota, se abrió un debate en busca de sus causas que terminó encontrando responsables personales. Algunos señalan a los valedores del programa económico, continuadores ideológicos del ex ministro Domingo Cavallo, y reclaman una “reperonización” de la política, o sea la vuelta a las medidas de distribución paternalista que dieron sus éxitos al general Perón. Otros acusan no sólo a la insensibilidad social sino a la corrupción y falta de justicia en todos los órdenes que acompañan a la gestión del gobierno. El presidente y su búnker se cerraron sobre sí mismos rechazando toda crítica y atribuyendo la responsabilidad del fracaso a los dirigentes faltos de celo en la defensa de los éxitos del “modelo”, como se conoce por estas playas al programa económico neoliberal y de convertibilidad. Carlos Menem, con la ceguera propia de la soberbia que los dioses emplean para perder a los hombres, se empeñó en ponerse al frente de la campaña electoral no obstante la oposición de muchos “barones” del partido que lo alertaban del mal momento de aceptación popular que sufría. Una vez consumada la derrota se ha negado a admitir su responsabilidad con el argumento pueril de que él no había sido candidato Lo expresó incluso en términos futboleros cuando dijo de sí mismo que “este presidente no ha perdido el invicto”. Sus correligionarios críticos lo calificaron de “autista”. Otros, ajenos a su partido y menos complacientes, compararon su discurso y su edad mental con los de Maradona, es decir algo así como los de un niño de diez años. El país no terminaba de metabolizar el resultado de las elecciones cuando recibió en su mesa el plato indi30


gesto del derrumbamiento de las bolsas mundiales, empezando por la de Hong Kong y terminando por las de Latinoamérica, en particular la de Brasil, su socio principal en el acuerdo mercantil conocido como Mercosur, que también integran Paraguay y Uruguay. Este terremoto financiero tiene dentro de nuestras fronteras una significación muy especial por dos motivos. El primero se refiere a Hong-Kong, que es la única región importante en el mundo que aplica, como Argentina, un régimen monetario de convertibilidad al dólar. El segundo, tiene que ver con Brasil que, además de ser la potencia regional, es el principal cliente de nuestro país. Se teme que la componente psicológica de la crisis termine desatando un ataque de las fantasmales fuerzas financieras del orbe contra el peso, en forma directa o indirecta a través del real brasileño, vistas las serias deficiencias estructurales de la economía argentina, que padece un fuerte déficit presupuestario y de balanza comercial, y tiene una moneda considerablemente sobrevaluada, que la convierten en un objetivo particularmente vulnerable. Aun sin que la situación se agrave más, la crisis financiera brasileña tendrá consecuencias serias para la Argentina, pues ya hoy se habla de un recorte de por lo menos cuatro o cinco puntos en el crecimiento del producto bruto para el año que viene, que apenas una semana atrás se estimaba en el 7 u 8%. Pero si el real brasileño no resistiera la presión y fuera devaluado ocurriría el desastre. El peso argentino sufriría el contagio y se enfrentaría a una crisis internacional de confianza, lo que reduciría muy considerablemente el flujo y aumentaría el coste de los capitales que el país necesita para enjugar su déficit y para crecer. Caerían las exportaciones a Brasil encarecidas por la devaluación del real y aumentaría la llegada de productos brasile31


ños, abaratados por la misma razón. El déficit creciente de la balanza comercial obligaría a reducir las importaciones y la falta de financiación externa llevaría al aumento de impuestos, normalmente los que gravan el consumo, los de más fácil y rápida recaudación y también los más regresivos, para enjugar el déficit, así como al recorte del gasto público con el mismo fin y al aumento de las tasas de interés (Brasil las duplicó) para atraer a los capitales financieros, lo que como efecto secundario inevitable reduciría la inversión productiva y encarecería la financiación de las empresas. La caída de actividad provocada por estas medidas haría precipitarse al país por la espiral de la recesión, puesto que la menor actividad reduce la distribución de ingresos entre la población y la recaudación impositiva, y así sucesivamente. Ya el ministro de Economía anunció que en ningún caso se devaluaría el peso sino que por el contrario se apelaría a la medida clásica de aumentar las tasas de interés y, de ser necesario, se rebajarían los salarios, como ya se hizo con ocasión del “efecto tequila”. Hay que tener en cuenta que para Argentina esta es una situación particularmente traumática, pues no se produce tras un largo periodo de bonanza sino al cabo de menos de un año de que haya emergido, según los indicadores macroeconómicos, de la profunda recesión producida por el “tequila”, aunque del crecimiento que señalaban aquellos índices poco haya llegado hasta hoy a las clases media y baja. De modo que está claro quiénes serán los principales pagadores de esta nueva crisis. Los economistas neoliberales enuncian con soberbia los mandamientos de la ciencia económica y del mercado, que según ellos están por encima de la voluntad humana, la “ley de gravedad” los llaman. Cuando sus profecías son desmentidas 32


por la realidad no alteran el gesto para explicar cuales serán las consecuencias: recesión, menos ingresos para los pobres, menos trabajo y precarización del que quede, aunque son incapaces de explicar las causas de las crisis que tampoco supieron prever. Por el mercado global circulan muchos rumores acerca de ellas: sobrevaluación de los papeles es uno de los más sólidos; maniobra especulativa para hacer diferencias, arriesgan los que cuidan menos su lenguaje; tal vez se trate de “capitales que estaban fuera del mercado oficial” y que para entrar y hacerlo a bajo precio organizaron el derrumbe, me confió la decorativa asesora bursátil de la filial argentina de uno de los más importantes bancos europeos, con un gesto, una mirada y un tono de voz cargados de un erotismo que me habría hecho concebir ilusiones de no haber sabido que era sólo financiero. Más allá de las causas ocasionales, las crisis son consecuencia de la actitud de dejación de responsabilidades por parte de los gobiernos, que han entregado la conducción económica del globo a los grandes consorcios financieros a los que no les importa llevar al mundo a un caos con tal de aumentar sus beneficios. No es la izquierda ni los verdes quienes lo dicen sino el mismísimo magnate George Soros. Si no se quiere que el capital especulativo siga destruyendo con un simple “clic” en la pantalla de sus ordenadores la economía productiva de la que viven los seres humanos de carne y hueso, habrá que reducir su vulnerabilidad a los caprichos del dinero planteándose en forma responsable el restablecimiento de medidas que controlen los flujos financieros internacionales. En estos tiempos en que el alma se vende a bajo precio en cada esquina, la política y la economía roban el espacio. No obstante, colaré en los renglones postreros de esta carta una noticia que atañe a los que viven en el 33


territorio irreal de los sueños y todavía osan dedicar su tiempo no a la compraventa de acciones sino a leer y escribir. En fechas recientes fue presentado el último libro de Héctor Tizón, La mujer de Strasser, novela en la que se cuenta la historia de la construcción de un puente en un lugar remoto e impreciso de la Argentina, probablemente entre la selva y la puna de la provincia de Jujuy, limítrofe de Bolivia y Chile, donde nació y vive el escritor. Con su característica prosa seca y eficaz, de una estética despojada, Tizón usa la excusa del puente, que adquiere un carácter simbólico, para poner al desnudo la desesperación del alma de una mujer y unos hombres cercanos a los desterrados de Horacio Quiroga y como estos perdidos en el desconcierto del viaje sin regreso. Tizón, autor de ocho novelas y cinco libros de relatos, unánimemente elogiado por la crítica, habitante de Madrid en tiempos de la dictadura militar argentina, ha sido galardonado recientemente con el premio de la Academia Nacional de las Letras y el que otorga a consagrados la Secretaría de Cultura de la Nación.

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LA NOSTALGIA (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 574, Madrid, abril 1998)

Amo a Europa. La amo con un amor tan intenso y tan desinteresado que ni siquiera espera ser correspondido. Han pasado ya más de veintiún años desde que emprendí el viaje iniciático, algo tardío, como al parecer han de ocurrir todas las cosas importantes en mi vida. Viaje iniciático de verdad, porque con el di la espalda a un pasado, a un territorio, a una historia. Creí dar la espalda, porque luego supe que nuestro pasado nunca puede borrarse, que en el mejor de los casos se lo puede reelaborar íntimamente. Pero bastó la actitud psicológica del que emprende un viaje sin regreso para que se convirtiera en lo que fue, una aventura decisiva. Por la misma razón los viajes anteriores no contaban, porque entonces había salido con pasaje de ida y vuelta. Pasaron seis años desde mi salida en 1976 antes de que visitara mi país por primera vez, rencoroso como estaba por una situación política violenta e injusta, y sobre todo por el consenso que le prestaba gran parte de mis compatriotas complacientes, que negaban las gruesas evidencias de la realidad para que no se viera perturbada su buena conciencia. A partir de aquella primera visita se inició un proceso interior paralelo aunque inverso al que experimento ahora, cuando he completado el viaje de regreso formalmente definitivo a mi país. En aquel entonces el pasado, la historia, el territorio, la memoria, ocuparon un espacio nuevo, poderoso, dentro de mí mismo y se convirtie35


ron en guía de mis acciones. La memoria, reelaborando rigurosamente el pasado, lo transformó en una realidad apetecible, hizo de él un país que valía la pena habitar, instalado en la geografía de la niñez. El pasado, que emocionalmente negara en mi partida sin girar la cabeza, con la mirada al frente como Lot mientras el barco abandonaba con lentitud los muelles de Buenos Aires, volvía con un poder solapado y amoroso, y se adueñaba de mí fructíferamente, sin paralizarme sino empujándome a actuar. Fruto de la reelaboración de aquello que había dejado atrás es buena parte de las novelas y cuentos que escribí durante mi larga estancia en el extranjero, en las que vidas, caracteres, actitudes y paisajes de mi infancia se convirtieron en materia narrable. Hoy la historia se repite aunque contada desde el reverso. El presente europeo que en algún momento negué vuelve avasallante, convertido en pasado, y Europa me dice sin estridencias que nunca podré olvidarla, más aún, que le pertenezco no menos que a la Argentina; me dice, sonriendo con la sabiduría de una vieja dama seductora, que el amor que siento no es una aventura pasajera, y que no soy el primer extranjero en cuya vida su presencia se instala definitivamente. Europa se ha instalado en mi vida real y en la de ficción, ya que –habría dicho “sorprendentemente” si no fuera porque ya conozco el mecanismo por experiencia propia– ahora que vivo en Argentina los escenarios y personajes de mis nuevos libros son europeos. La historia se repite paralelamente aunque a la inversa. A partir de aquel primer retorno en 1982 los viajes a mi país se sucedieron regularmente, necesarios para recuperar el aliento y para engañar a la realidad con las fantasías del regreso. Hoy, ya de vuelta en la Argentina, mis viajes a Europa se suceden regular y frecuentemen36


te porque la herida abierta de la nostalgia me exige que hurgue en ella. Paradoja extremada, repetición superlativa de la aventura de mis abuelos que lloraban en las largas tardes melancólicas de los domingos de Buenos Aires, con el mate en la mano, recordando la aldea adonde nunca más volverían. Comprendí sus sentimientos cuando empecé a compartirlos desde Europa, y cierro el círculo ahora cuando, desde el mismo sitio donde ellos, añoro lo mismo que ellos añoraban. Sin embargo mi amor por Europa, amor de americano, es diferente al que los propios europeos pueden sentir por su tierra. Amor, el mío, sin los rencores por el vecino cercano con quien no he convivido y cuyos tics, por lo tanto, no me incomodan. Amor no por el terruño, por la patria chica, sino por el continente. Porque el rastro cultural que en una de sus bifurcaciones llegó hasta Buenos Aires y hasta mí a través de mis ancestros, lo encuentro no solo en las rías de Betanzos y de Pontedeume sino al presenciar la corsa al palio, en la Piazza del Campo, de Siena; ante el laberinto de la catedral de Chartres; con los gatos de Torcello; ante la Dama del Unicornio en el museo de Cluny; y en los recintos arqueológicos de Delfos, Olimpia, Dion, donde los dioses protegen con su presencia a los viajeros sensibles que se dejan poseer sin prejuicios por el misterio, y en cuyos estadios aún resuenan los golpes de los kouros y el eco del vocerío de la concurrencia. Un viajero del continente americano que como yo se había sentado en silencio en las gradas de Epidauro, se preguntaba perplejo por qué la tragedia de Sófocles que se representaba ante sus ojos lo emocionaba mucho más que los testimonios más evolucionados de las culturas indoamericanas. La respuesta es sencilla: por estas sentía el aprecio intelectual del visitante extranjero 37


respetuoso; por el teatro de Epidauro y por Sófocles experimentaba el apasionamiento del viajero que tras muchos años vuelve a casa siguiendo la huella de sus antepasados. El rastro cultural y los ancestros. Durante gran parte de mi vida, a lo largo de mi niñez, de mi adolescencia, de mi juventud, de todos los días de formación hasta llegar a ser hombre, no supe a ciencia cierta lo que era eso. Mi historia se remontaba a un corto período de barrios de Buenos Aires, el vivido por mis padres y el que vivieron mis abuelos con la cabeza en otra parte. La cultura era la noticia de un país anunciada en 1810, fecha remota para el niño que aprendía sus primeras letras, pero era también lo que le contaban acerca de Europa. Se lo contaba el corazón de sus abuelos ancianos en el recuerdo, fijados en un continente emocional. Y se lo contaban sus maestros que desarrollaban con aplicación burocrática los programas de la escuela pública, gratuita y laica. Dentro de estos, ordenados y racionales, se ocultaba no obstante la hidra de la contradicción que pugna en el alma del hijo del inmigrante, pues allí convivían tironeándose con esquizofrenia el chauvinismo nacionalista más trasnochado con el embobamiento provinciano por la cuna prestigiosa de la que todos proveníamos. El mensaje emocional de mis abuelos y el pretendidamente racional de los programas escolares inficionaron mi sangre, como las de mis compañeros de aula, sin que nosotros, receptores ingenuos, tuviéramos conciencia de ello. Lo advertí mucho después, cuando Europa dejó de ser una emoción ajena y un concepto sublimado, y reencontré el hilo auténtico del rastro cultural y los ancestros. Fue al poco tiempo de llegar a España, cuando por primera vez entré en territorio gallego y comprendí 38


–una voz de la sangre que estaba ahogada en mi interior empezó a gritármelo– que, igual que el hijo pródigo, estaba volviendo a casa, y cuando solo, en San Francisco de Betanzos, sentí sin lugar a dudas que ese Fernán Pérez de Andrade “o Boo”, que allí descansaba ante mis ojos conmovidos, era mi primer abuelo.

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DE LIBROS Y ECOLOGÍA (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 579, Madrid, septiembre 1998)

La última dictadura militar de la Argentina se distinguió de las anteriores en la ferocidad de sus métodos para acallar la disidencia. Tuvo otra peculiaridad, que fue la de no inspirarse en los tradicionales proyectos políticoeconómicos declaratoriamente nacionalistas de todas las anteriores sino la de declararse desenfadadamente neoliberal. En 1976, el ministro de economía del gobierno de facto, José Alfredo Martínez de Hoz, se convirtió en un adelantado de la política desindustrializadora del país, ya que no se puede hablar de una reconversión al estilo de la realizada en España, sino de un desmantelamiento dirigido a la primarización de la economía argentina. Una regresión, en definitiva. El ministro cayó y la dictadura también, esta última no sólo por obra de Margaret Thatcher y su férreo e impiadoso estilo de conducción de la guerra de las Malvinas, sino por los errores propios que debilitaron los apoyos que habían dado pie al golpe de Estado. La política económica que se trató de implantar en 1976 con un éxito a medias, el de la devastación de lo existente, no logró sin embargo alcanzar su último objetivo, el de colocar al país en el mercado mundial como productor de materias primas. La posta fue recibida por el presidente Menem, que haciendo gala de gran travestismo político, pasó del populismo distributivo de su discurso, que le valió el apoyo de los votos populares, a la más fervorosa ortodoxia financiera. Como consecuen40


cia de sus medidas logró yugular la hiperinflación, aumentó las exportaciones de productos primarios y obtuvo un éxito moderado en el esfuerzo por modernizar el aparato productivo nacional; eso sí, pensado éste para diez millones de habitantes, de modo que los otros veinticinco han sido arrojados sin contemplaciones por la borda del Arca. Pero volviendo a la última dictadura militar, me refería a ella en relación con la violencia que empleó en la represión, hasta el punto de que esta característica se convirtió en un rasgo cualitativo que la diferencia de las anteriores. No obstante tuvo muchas afinidades con todos los gobiernos militares que en el mundo han sido, y en particular hay que subrayar su vocación por las obras faraónicas. Uno de sus proyectos más ambiciosos fue el de la traza de varias autopistas elevadas que debían cruzar la ciudad de Buenos Aires en todos los sentidos. Sólo se terminó una, que la atraviesa de Este a Oeste y que da una idea cabal de que la rápida y oportuna quiebra económica del gobierno salvó parcialmente a la ciudad de Buenos Aires. El espectáculo de barrios tradicionales divididos, arrasados, abandonados y repoblados por las ratas, la basura y los excluidos del modelo económico, muestran con el ejemplo lo que la mentalidad obtusa de los gobernantes militares y de sus asesores, apoyada en la codicia de los que veían en el proyecto desaforado posibilidades inmensas de obtener ganancias fáciles, se negaba a admitir. Los urbanistas de los países más avanzados que el mío sabían desde mucho antes que esta clase de autopistas tiene un efecto desarticulador del tejido de la ciudad. Otro de los megaemprendimientos militares fue el de la construcción de un pólder en el Río de la Plata, 41


frente a la avenida Costanera Sur de la ciudad. La intención era hacer pasar por allí la autopista costera y desarrollar una operación urbanística fuertemente especulativa. Los trabajos se iniciaron en 1978 con el levantamiento de la muralla de contención exterior y continuaron a lo largo de cuatro años con el rellenado de los terrenos. Las obras languidecieron por falta de financiación y por la progresiva pérdida de energías de un gobierno fracasado que habría de recibir su golpe de gracia con el desastre militar de las Malvinas. El resultado fue que los sucesores democráticos del régimen militar recibieron, junto con un país expoliado y en quiebra, unos terrenos agrestes al borde del río, a unos pocos centenares de metros de la Bolsa de Comercio, en plena City porteña. Lo extraordinario del hecho no reside en el afloramiento, donde antes había agua, de unas tierras baldías por el aborto de un proyecto especulativo, ni tampoco en el fracaso mismo del sueño megalómano, como han quedado truncos o abandonados tantos otros delirios de gobernantes mesiánicos. Lo extraordinario consiste en que la democracia heredó de la dictadura no unos terrenos yermos rellenos de material de desecho, sino una isla de diez kilómetros de perímetro donde se han reproducido a escala, de manera espontánea, todas las especies de la flora y la fauna originales de la cuenca del Plata. El abandono dio lugar al nacimiento de un enclave que repite el habitat natural que encontró en 1536 Pedro de Mendoza, cuando fundó la primera ciudad de Buenos Aires. Al borde de esta ciudad que fue el sueño perdido de un París austral que se convirtió en la realidad de un Estambul sin mezquitas a orillas del Río de la Plata, paradigma de la decadencia, urbe en ruinas reconstruida con sus propios escombros por un arquitecto chapucero, crecen los bosques de sauces y alisos, se extienden 42


lagunas, bañados y pastizales poblados de cisnes, garzas, gallaretas, caraús, caranchos, ipecas, biguás, sirirís y muchas otras especies de aves autóctonas y migratorias que han convertido el nuevo espacio natural en estación de tránsito en sus viajes anuales. Bagres y tarariras, de carne apreciada que no pueden pescarse, nadan en las lagunas. Ranas del zarzal viven en los humedales. Hay coipos roedores, gigantes lagartos overos, víboras yarará, venenosas y agresivas: los primeros mostrándose confiadamente a los visitantes, las últimas deslizándose entre las matas sin temor a los humanos que deben pasear ojo avizor y ser conducidos por los guías. Ya en época del presidente Alfonsín se declaró la zona reserva ecológica, de modo que no puede realizarse ninguna obra que atente contra el entorno natural. Se han abierto pistas para peatones y bicicletas: un par de edificios de madera albergan los servicios administrativos y una sala para exposiciones, conciertos y actuaciones teatrales, para cuyas actividades hay también un pequeño escenario al aire libre. Aquellos que como yo visitan la Reserva para correr, marchar o simplemente pasear, se encuentran en medio del espectáculo insólito de unos bosques y una fauna de especies desconocidas a diez minutos apenas de distancia a pie del centro de la ciudad, con el Río de la Plata como un mar a un lado y al otro la skyline de Buenos Aires, al alcance de la mano parece, pero sin que los ruidos y la contaminación lleguen a este paraíso natural que se hizo a sí mismo, a contrapelo de las intenciones aviesas de los hombres. Hoy, la Reserva Ecológica Costanera Sur está consolidada en el ánimo de sus usuarios, que han constituido asociaciones de defensa contra los periódicos embates de los omnipresentes especuladores privados y pú43


blicos que no remiten en su intención de mutilarla, construir en ella rascacielos, cruzarla por autopistas, embaldosarla, asfaltarla para franquear el paso a los urbanitas sin piernas que sólo son capaces de moverse dentro de sus jaulas de lata. Cuando camino a través del silencio de la vegetación, sólo quebrado por el grito de los pájaros y el rumor del oleaje del río agitado por los vientos que corren sin obstáculos por su gran espacio abierto, viendo atravesar las sendas a los impasibles lagartos overos, adivinando el siseo de las amenazantes yararás entre el follaje, destella ante mí un pantallazo del futuro. Imagino un mundo despoblado de hombres. Esqueletos negros de ciudades abandonadas, chatarra de automóviles en calles silenciosas, pantallas de ordenadores apagadas para siempre en oficinas desiertas. Una civilización que se destruyó a sí misma. Y entre los restos, pujante, la naturaleza, arrasándolo todo, cubriéndolo todo, recomponiéndolo todo, con tanto vigor como para que un día impreciso de los siglos que vendrán otra vez una célula animal, y después un organismo complejo y por fin de nuevo la materia que empieza a reflexionar sobre sí misma, para repetir la historia o, quizás, esta vez, en la encrucijada, ser capaz de elegir el camino de la supervivencia. En el mes de mayo se celebró la 24ª edición de la Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires. Más de un millón de visitantes pagó su entrada para visitar las casetas de editoriales, librerías, organismos oficiales y organizaciones no gubernamentales, y para asistir a los centenares de actos culturales en los que participaron personalidades locales y extranjeras del mundo intelectual. Las cifras de ventas, de acuerdo a organizadores y libreros, son halagüeñas, y crecen como el número de visitantes en cada edición de la feria. Una encuesta rea44


lizada por estas fechas señala que, en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, una de cada tres personas admite que no lee ningún libro en todo el año. La mitad de los encuestados (49%) lee entre uno y cuatro, y sólo un 18% lee más de cuatro, en la región con el nivel cultural presumiblemente más alto del país. Sobre estas cifras, que demuestran una escasez de lectores que no coincide con el aparente éxito de la feria, hay diversas opiniones de los directamente afectados, es decir los escritores. Mempo Giardinelli echa la culpa a la televisión y al bajo nivel de sus programas. Marcos Aguinis se queja de la complicidad de padres y docentes que, por razones económicas, han creado la “cultura de la fotocopia” en niños y adolescentes que llegan a adultos sin haber tenido nunca un libro en sus manos. Marco Denevi, el más optimista, descree de las estadísticas y asegura que de haberlas habido treinta años atrás, cuando Argentina presumía de ser un país culto, los resultados habrían sido similares. Si se me pidiera mi parecer preferiría no emitir una opinión generalizadora y me remitiría a los indicios que aportan las observaciones personales. Treinta años atrás, cuando viajaba en autobuses y metros, veía libros entre las manos de numerosos pasajeros; incluso en las de aquellos que hacían equilibrio de pie, en los inestables y veloces “colectivos”. Hoy sigo viajando como entonces; leen pocas personas y las que leen, si son mujeres, leen revistas del corazón, y si son hombres, el deportivo cotidiano, frecuencia desconocida para esta especie gráfica en aquellos tiempos míticos de la cultura nacional, cuando apenas se disponía de un par de semanarios del género. En resumen, buenas ventas, pocos lectores –¿libros objeto?– característica que no parece ser exclusiva de Argentina sino más bien un signo propio de estos tiempos iconográficos, globalizantes, uniformadores. 45


CONVERSACIONES (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 585, Madrid, marzo 1999)

Fui a visitar a Ignacio Gómez “Xurxo”, apodo este heredado de su familia lucense, por el que lo conocen los lectores de sus artículos en los principales periódicos y revistas del país. Periodista sagaz, que evita lo efímero y posee la virtud rara, incluso sospechosa hoy en día, de hacer pensar a sus lectores. Excelente cuentista, como lo atestiguan el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, obtenido en tiempos en que era garantía de calidad, y las minorías amantes de la literatura que son sus lectoras. Me recibió en su casa del distante barrio porteño de Belgrano donde se aparta de los brillos sociales, conectado con los medios en los que trabaja gracias a los instrumentos modernos de la comunicación, a los que sin embargo considera críticamente, muy alejado de la ingenuidad de los adictos. Nos habíamos citado para conversar libremente, sin temario fijo, como hacemos con regularidad, aunque con menos frecuencia de la que desearíamos dadas nuestras ocupaciones y la distancia urbana que nos separa, la que no salva la teleconferencia porque no nos gustan nuestras caras virtuales. Me tocó romper el fuego con un tema que siempre me ha preocupado, en particular desde que volví a mi país, y que se refiere a cómo fueron en realidad esos ideales años sesenta de la cultura argentina que yo mismo viví entonces sin la perspectiva necesaria como para poder juzgarlos. Mientras tomábamos el té de 46


las cinco ante una ventana desde la que se puede contemplar, en dirección al Río de la Plata, el abigarramiento de torres en que se ha convertido ese barrio otrora poblado de casonas y jardines silenciosos, Xurxo me dijo que a su juicio la Argentina culta de los años sesenta fue un mito que incluso alcanzó a trascender las fronteras. No obstante piensa que en la leyenda tal vez haya algo de cierto siempre que “más que afirmar que Argentina era un país culto digamos que había estratos decisivos de la sociedad argentina que eran inteligentes y estaban disponibles para. Esa disponibilidad se daba como una consecuencia natural de la sabiduría para utilizar el tiempo libre. Hoy esos mismos estratos sociales, o lo que ha quedado de ellos, necesitan emplear más tiempo para sobrevivir. Por otra parte, en los años sesenta, los medios audiovisuales se encontraban en la infancia. Actualmente ellos dictan la ley, acá y en todo el mundo. Nos inundan de una pseudocultura que desplaza o absorbe la cultura genuina”. En cuanto a la literatura, y en particular al cuento con el que está afectiva y profesionalmente vinculado, Ignacio Xurxo recuerda que en los años sesenta había grupos e individuos que, en la misma línea a que se refería antes, eran los que hacían la diferencia. Así, en aquellos años, el escritor disponía de muchas vías de salida que hoy no tiene. Había editores generosos e imaginativos, como Jorge Álvarez, quien con sus tiradas temáticas de publicación quincenal daba lugar a diez cuentistas por volumen. Y este buen ejemplo cundió y se multiplicó con los imitadores, apunta Xurxo señalando que, además, existían centros informales de escritores, como El escarabajo de oro o el grupo de Roger Pla, donde entusiastas de la literatura se reunían para discutir sus escritos y publicar revistas que, aunque hechas con recur47


sos escasos y esfuerzo personal, ejercían gran influencia sobre el medio literario. “Los suplementos culturales de los diarios publicaban un cuento semanal” me dice, “a lo que hay que sumar los que aparecían en revistas, no solo especializadas sino de información general. Todo eso daba cuenta de una gran ebullición que se realimentaba y crecía. Había no menos de doscientos cuentistas en Buenos Aires, de edades comprendidas entre veinticinco y cincuenta años, de calidad más que razonable, además de los consagrados. En síntesis, se producía mucho, se editaba y se leía. Hoy” me dice, mirando con nostalgia por encima de la taza de té que lleva a la boca ese barrio urbano que alguna vez fue un pueblo, “hoy han desaparecido esos libros económicos abiertos a los nuevos, los diarios publican cada tres meses un cuento de algún escritor de renombre para atender compromisos y las revistas apenas admiten cuentos”. Hablamos del mundo actual como contraste de aquel que añoramos, tal vez solamente porque lo adorna el prestigio que otorga el pasado. Pero prefiero dejar que se exprese Xurxo, cuyas palabras resumen exactamente las conclusiones a que llegamos aquella tarde en la que, quizá, la visión moderna de Buenos Aires nos puso melancólicos: “No hay nada nuevo” dijo Xurxo, “no hay nada revolucionario. A lo sumo está la aceleración. Es todo un gran disparate. En los términos de bondad y maldad en que se expresaban mis padres diría que el mundo es del demonio. Y el demonio esta encarnado, particularmente, en algunos personajes inteligentes y dañinos cuya representación más acabada es Bill Gates. Han creado lo que yo denomino el mundo-hamburguesa. Nos dan a deglutir un producto blando, picado, impersonal, inidentificable, que es el emblema de todo lo demás que 48


consumimos, tanto sea material como cultural o político. A través de internet, por medio de las enciclopedias en CD-ROM, tenemos cada vez mayores oportunidades de consumir indiferenciadamente la carne más exquisita o el más hediondo de los cadáveres. Nos quieren hacer creer que tenemos grandes posibilidades de elección, pero pantalla, teclas, ratón dan lugar a un trabajo de cuarta categoría para el que hace falta muy pocas luces. El hombre frente al libro, el hombre frente a la idea se ha convertido en algo menor, cuando no despierta recelos. Le hemos entregado a Bill Gates el acelerador de la máquina en que viajamos, y como todos los hombres de su generación y de su país, sólo sabe acelerar”. Abordamos después un tema que, dado nuestro oficio, nos preocupa particularmente a ambos: los escritores y los libros en la Argentina actual. Al terminar advertimos que algunas de las consideraciones acerca del comportamiento editorial argentino podía extrapolarse, sin forzarlas, a mercados del libro mucho más desarrollados que el nuestro. En resumen, llegamos a la conclusión de que la literatura en Argentina de hoy es un juego fantasmal de escritores que no se leen y libros que no se publican. Se organizan concursos que otorgan premios a obras que jamás aparecen en las librerías, salvo cuando son las grandes editoriales las que los convocan, en cuyo caso hay una sospecha generalizada acerca de la imparcialidad de los fallos. Los jurados de los certámenes no comerciales, normalmente escritores de larga trayectoria, no logran que los editores acepten sus propios originales y, mucho menos, que reediten sus obras aunque éstas, en su momento, hayan alcanzado un razonable éxito de ventas. Los ganadores son a veces escritores nuevos y otras, viejos escritores desmoralizados que apuestan a 49


un premio, mermando las posibilidades de los noveles, con la esperanza de que, de ese modo, las editoriales les presten atención. Ni aun así. Los textos galardonados realizan el penoso circuito de las editoriales poderosas que los rechazan sin contemplaciones y desembocan en editores voluntariosos y marginales, que no pueden publicar anuncios en los medios y que, por lo tanto, rara vez merecen una reseña bibliográfica si no es por los oficios, las amistades y los ruegos del autor; mucho menos, estos libros, llegan a ser exhibidos en las librerías. La situación se agrava todavía cuando el autor se hace cargo del costo de la impresión. El resultado previsible es que las raquíticas ediciones de mil ejemplares terminen apiladas en casa del escritor, en las mesas de saldos o convertidas en rezago por la picadora de papel viejo. En tanto, se venden libros, claro está. Unos pocos de autores nacionales, normalmente de los que tienen la complacencia de escribir al uso, es decir, historias superfluas que no comprometen espiritualmente al lector y facilitan a su mente el trabajo en el cómodo régimen de las bajas revoluciones. La mayor parte de los autores vendidos, sin embargo, son extranjeros, impuestos por las editoriales fuertes, subsidiarias de casas transnacionales. Son servidumbres de la periferia, en este mundo real que se esconde tras la máscara de la globalización igualitaria. Nuestro trabajo de críticos nos impone la lectura de lo que hoy se publica. Son los títulos que promocionan sus editores. Ocupan los lugares destacados de las mesas de novedades de las librerías. Solapas rimbombantes celebran el lanzamiento de cada nuevo autor como el advenimiento de un genio. Fajas exclamativas califican cada libro de maravilla del género. Abrimos la tapa de ellos no con la esperanza de encontrar lo que anuncian 50


sus promotores, pero al menos un producto digno. Descubrimos, casi sin excepción, que el genio recién consagrado apela a las mismas fórmulas narrativas que sus predecesores. A modo de ejemplo describimos la que, con algunas variantes, predomina: a) reconstrucción somera y no demasiado preocupada por la fidelidad de una época histórica más o menos remota; b) inexistencia de personajes; a cambio de ellos vagan ante el lector sombras chinescas sin profundidad, cartones recortados que pasan por la escena y desaparecen; c) ausencia de argumentos, reemplazados por una sucesión veloz de acontecimientos insustanciales en los que se mechan los consabidos ingredientes de sexo, violencia, abuso de poder y corrupción, generalmente en dosis livianas, para que puedan ser digeridos sin atorarse por lectores bien pensantes; d) en algunos casos, los más pretensiosos, frases aparentemente sesudas que halaguen la autoestima intelectual del lector; y e) con mucha más frecuencia de lo admisible, mal uso del lenguaje. Los libros pasan, sus autores también. Algunos, más afortunados o más hábiles administradores de su imagen, logran sobrevivir durante más tiempo. Estos últimos llegan a confundir el éxito social con el talento literario. Las editoriales obtienen beneficios con sus productos perecederos, según hacen suponer las operaciones de concentración empresaria que se suceden en el mercado. Las novedades efímeras desplazan a las novedades efímeras. Nadie trabaja pensando en un fondo. En los estantes de las librerías languidecen libros que no tienen comprador y que no parece que los libreros pretendan vender. Debemos comprenderlo de una buena vez. Es decir, que ya no estamos ante el viejo negocio del libro que empezaba en el escritor y terminaba en el lector. Hoy se 51


trata de una cadena económica ajena a la literatura. El negocio comienza en la editorial, que es el fabricante del producto, continúa con la promoción y comercialización, y termina en el consumidor (que ha perdido el carácter genuino de lector). Uno de los eslabones intermedios de la cadena, no el más importante, es el escriba. Tomamos una última taza de té observando en silencio las sombras del atardecer que se iban aposentando entre los edificios, nos despedimos estrechándonos la mano y nos sonreímos con complicidad. Habíamos pasado un buen rato pese al regusto amargo que nos dejaban nuestras reflexiones, aun con la nostalgia por el pasado e incluso con la melancolía que comunican los atardeceres de Buenos Aires, telón de fondo que nunca cambiará aunque cambien los decorados. Es que, en definitiva, no nos sentíamos solos.

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SUBDESARROLLO Y DINOSAURIOS (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 587, Madrid, mayo 1999)

La globalización ataca de nuevo y causa estragos, en particular en los países subdesarrollados, o emergentes, según el eufemismo en boga. Hace poco más de un año, en enero de 1998 para ser precisos, publicaba en estas mismas páginas una carta en la que me refería a la crisis económica del Sudeste asiático y a sus futuras consecuencias para Argentina. En ella decía que los embates que ya estaba sufriendo por entonces la economía argentina y, consecuentemente, su sociedad, se agravarían hasta extremos imprevisibles si la siguiente ficha del dominó en caer era el principal socio de Argentina, Brasil, y éste se veía obligado a devaluar su moneda, el real. En ese caso se resentirían seriamente las exportaciones argentinas, repentinamente encarecidas para los brasileños, y crecerían las importaciones desde ese país, consecuentemente abaratadas, con su secuela de disminución de la actividad productiva en Argentina, así como padecería el riesgo de que los capitales huyeran por contagio. Todo eso ya está ocurriendo en mayor o menor grado. En aquel momento argumenté que si las medidas correctoras de la economía seguían siendo, como lo eran entonces, las de la ortodoxia neoliberal, a las que adhieren sin matices las autoridades de mi país de común acuerdo con el Fondo Monetario International, y que consistían en reducciones presupuestarias, aumentos de impuestos al consumo y elevaciones de las tasas de interés, lo que así se 53


hizo, se profundizaría la crisis y se entraría en la espiral recesiva. Los hechos son tercos y, lamentablemente, me han dado la razón, acelerados ahora por la ya inevitable crisis del Brasil. El acierto de mi pronóstico no se funda en una percepción de visionario ni en títulos acreditativos excepcionales en materia económica. Soy un economista que dedica a esa profesión muchos menos esfuerzos que los que destina a la literatura, y los títulos más valiosos que me arrogo en materia socioeconómica son el de mantenerme informado y, sobre todo, el de ser un modesto aunque atento observador de la realidad que no se atiene exclusivamente al discurso dominante. Pero nadie que no tuviera intereses creados podía dejar de comprender que un ajuste consistente en achicar los gastos y la inversión presupuestarios, sobre todo de los rubros que más afectan a las capas modestas de la sociedad, generalizar el IVA, un impuesto que grava el consumo de modo indiscriminado sin reparar en los ingresos ni la fortuna del consumidor, y aumentar las tasas de interés, lo que restringe el crédito, lo único que conseguiría sería disminuir más la actividad económica del país con su secuela de cierre de empresas y aumento del paro, lo que, al achicar la base sobre la que se recaudan impuestos, genera nuevo déficit y este a su vez nuevos ajustes, es decir la espiral recesiva en la que ya estamos. La globalización es un mito, una fantasía a cuya aparente realidad contribuye el espectacular aumento de la rapidez de los medios de comunicación, la multiplicación del comercio internacional y los flujos universales irrestrictos del capital financiero. También y mucho difunde esta imagen el crecimiento explosivo de internet que, más allá de su utilidad intrínseca que por supuesto no niego, crea en los usuarios y en los que no lo son, pero 54


que consumen su publicidad, la ilusión de que pertenecen a una democracia global. Ésta podría ser representada geométricamente por una esfera con todos sus puntos conectados por una red infinita y que serían equidistantes de un centro imparcial. La realidad es diferente, el cambio es mucho más formal que sustancial y, con otras vestiduras, perpetúa la histórica división en países centrales y periféricos, población incluida y población excluida. Daré algunas de las pistas más evidentes que sostienen mi afirmación: a) La nueva división internacional del trabajo reserva a los países centrales las industrias de punta y las limpias, que tienen un alto valor agregado en investigación y formación, lo que requiere gran inversión de capital. A los países periféricos se les ha atribuido el papel de proveedores de materias primas baratas (los precios internacionales de las materias primas se deterioran continuamente en relación con los productos manufacturados, e incluso en valores absolutos), el de toda la vida, y además el de base para las industrias maduras, como la textil o la siderometalúrgica, que requieren una inversión de capital relativamente baja, y para las industrias sucias. b) Las empresas transnacionales (o globales) que se instalan en los países emergentes gozan de enormes ventajas fiscales y total libertad para girar beneficios y transferir royalties a sus casas matrices de los países desarrollados. Los salarios que pagan y los costos sociales son mucho más bajos que en sus países de origen. c) Dichas empresas, que además se han hecho cargo de los servicios de los países periféricos a precio de saldo dado que en gran parte los pagaron con bonos de deuda devaluados, subsidian a sus casas matrices a través de tarifas y precios inflados artificialmente en los países subdesarrollados donde operan, gracias a que los 55


controles oficiales son débiles o cómplices. Es el caso de los suministros básicos de luz, teléfono, gas, electricidad y agua, así como combustibles y otros productos. Por ejemplo, la gasolina es más cara en Argentina, país productor que se autoabastece, que en España que importa sus combustibles. Los laboratorios medicinales internacionales, cuyos márgenes de beneficios son estrictamente controlados en la Unión Europea, aprovechan la desregulación desaprensiva de los países subdesarrollados para hacer pagar a los enfermos del tercer mundo hasta el doble o más por el mismo medicamento y venderles especialidades prohibidas en el primer mundo. Si tenemos en cuenta que el salario medio argentino puede ser, con suerte, la mitad del español, resulta que un paciente argentino termina pagando por la misma medicina, a precio de venta al publico, cuatro veces lo que paga un español, a lo que hay que agregar que éste se beneficia con descuentos de la Seguridad Social mayores. d) El capital es mucho más caro en los países periféricos que en los centrales debido a lo que en la jerga financiera se llama el “riesgo país”, o sea la sobretasa que cobran los inversores por prestar su dinero a países que no consideran seguros. En tiempos “normales”, es decir antes de la crisis del Sudeste asiático, la tasa argentina era aproximadamente el doble de la de los países centrales; hoy está en casi tres veces. En Brasil la tasa de interés llego al 50% el año pasado, en su desesperación por retener a los capitales en fuga. Hoy, con la libre flotación del real, bajó a alrededor del 40% pero el Fondo Monetario International lo presiona para que vuelva a subirla. Se comprende que con estos intereses usurarios el peso de la deuda en el presupuesto brasileño (y en el de los países subdesarrollados en general) crece de modo vertiginoso en detrimento del gasto y la 56


inversión interior y, por otra parte, con esas tasas no hay empresa que pueda competir con sus homólogas del primer mundo. e) En muchos casos, como el argentino, se ha favorecido una concentración salvaje, abandonando a su suerte a la pequeña y mediana empresa, que es la gran creadora de empleo, así como haciendo inviables las cooperativas y cualquier otro tipo de empresa solidaria, aduciendo sin pruebas que todas ellas son ineficientes. ¿Cómo podrían ser eficientes si las altísimas tasas de interés de las que hablábamos en el párrafo anterior solo las pueden obtener el Estado y los grandes grupos empresarios, en tanto que las pymes tienen que pagar tasas un cincuenta o un cien por ciento más caras? Y téngase en cuenta que las exportaciones de los Estados Unidos, en cuyo modelo económico dicen inspirarse las autoridades argentinas, se componen con un 50% que proviene de empresas con hasta diecinueve trabajadores, mientras que en Argentina todas las pymes, cuyas plantillas pueden llegar hasta cuarenta trabajadores, apenas participan en las exportaciones en un 4%. No voy a extenderme más, no sólo por no cansar a mis presuntos lectores con este tema sino porque pienso que los indicios que presento son más que suficientes para abonar la teoría de que la globalización en su versión de democratizadora universal es un mito, opinión que, por cierto, defienden pensadores con muchos más títulos que yo en estas materias. Por otra parte cualquier lector con sentido común, sin necesidad de estar versado en economía, comprende que las diferencias cualitativas entre unos y otros países, y unas y otras empresas, que he enumerado, son las menos apropiadas para construir la democracia global igualitaria con que se publicita la globalización. Antes bien parece que sus efec57


tos tienden a perpetuar el modelo tradicional de centro y periferia, y a profundizarlo en sus consecuencias. A finales del año pasado visite la ciudad de Neuquén, en la Patagonia argentina, en mi carácter de jurado del Certamen Patagónico de Cuentos. Los organizadores tuvieron la gentileza de llevarme hasta El Chocón, una megapresa hidroeléctrica. Allí me enteré de algunas de las consecuencias de esta gran obra no previstas por los que la proyectaron, por ejemplo el nuevo viento que las corrientes de aire generadas por el gran espejo de agua hacen soplar a ras de tierra y que cubre casi cotidianamente con el polvo del desierto patagónico la ciudad de Neuquén, capital de la provincia, que se encuentra a noventa kilómetros de distancia. Pero el viaje no tenia como objetivo principal la visita de la represa sino del museo municipal de Villa El Chocón. Resulta que las excavaciones para construir el embalse alcanzaron estratos geológicos que superan los 100 millones de años de antigüedad, con lo que dejaron al alcance de la mano uno de los más importantes yacimientos mundiales de restos fósiles de dinosaurios. Hasta el momento se han descubierto tres tipos de estos animales precataclísmicos, dos herbívoros de cuatro patas y, sobre todo, el Gigantosaurus Carolina, del que se ha rescatado más del ochenta por ciento del esqueleto y que es el más grande dinosaurio carnívoro conocido del mundo. Es bípedo, mide 14 metros de largo, tiene un alto hasta la cadera de 4,60 metros y un peso calculado de unos 10.000 kilogramos. Para este último calculo han sido esenciales las huellas, que pude ver con mis propios ojos, y de cuyos rastros son ricos estos yacimientos. Así como de huevos. Estos son numerosísimos, pero dos de ellos tienen un valor incalculable, ya que conservan en su interior el fósil del feto con el cuerpo formado, lo que permitirá avances funda58


mentales en el estudio de esta especie de cuyas causas de extinción hay serias dudas. La teoría del meteorito, hoy difundida popularmente y sostenida por muchos paleontólogos, no es compartida por Ruben Carolini, el paleontólogo aficionado descubridor del Gigantosaurus, que desde hace once años dedica todo su tiempo a la búsqueda y estudio de los fósiles de estos animales y que ha convertido su afición en una filosofía de vida. Carolini, una especie de Heinrich Schliemann, el descubridor del tesoro de Troya y de las ciudadelas de Micenas y de Tirinto, más pobre en medios pero, como él, puesto seriamente en cuestión por los paleontólogos profesionales, defiende la tesis de que los dinosaurios no se extinguieron a consecuencia de un cataclismo sino porque habían completado su ciclo vital al cabo de millones de años de existencia y fueron incapaces de adaptarse a la evolución terrestre. Para afirmar esto argumenta que hubo especies mucho más frágiles, como los pájaros, que ya habían aparecido, que sobrevivieron al choque del meteorito con la corteza terrestre ocurrido alrededor de 93 millones de años antes de nuestra era. Personaje singular, mecánico de profesión, Carolini es una especie de hombre orquesta que no sólo hace los trabajos de campo, estudia los fósiles hombro a hombro con sus críticos, guía grupos en el museo a los que instruye con amenidad y sentido didáctico, filosofa acerca del paralelo entre el destino de los dinosaurios y el de la especie humana, sino que es el diseñador y constructor de una especie de vehículo lunar, adaptado a moverse por terrenos anfractuosos, que lo traslada a él, a sus ayudantes, el equipo y a los paleontólogos que lo cuestionan, a través de las enormes distancias del yacimiento. Ingenios del subdesarrollo que tienden puentes precarios para salvar la brecha cada vez más profunda que separa a los ricos de los pobres. 59


PAIS AJENO (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 591, Madrid, septiembre 1999)

Argentina se mueve hoy entre una amenaza y una claudicación, dos variables de control que pueden poner en riesgo la sensatez de los comportamientos macroeconómicos del país. George Soros, el misterioso personaje de las finanzas internacionales, gran inversor en Argentina, de quien nadie puede asegurar si se trata de un gurú de la economía, de un especulador o de un filántropo, pronunció una frase de apenas cuatro palabras: “El peso está sobrevaluado” y el país entero tembló. Todos recordaron su ataque a la libra esterlina, que él desmiente, y que precipitó la salida de la moneda británica del sistema monetario europeo; y su participación en la crisis que obligó a Boris Yeltsin a decretar la moratoria unilateral de la deuda rusa, lo que también desmiente. Hubo una declaración anterior, tal vez más espectacular que la de Soros, que no produjo ni con mucho tanta conmoción porque las figuras que la emitieron no tienen el encanto contradictorio de los aventureros internacionales. Son los burócratas grises que hay administran la economía de un país, la Argentina, con la visión de estadista que puede tener el contable de una tienda de barrio. Proponen abolir el peso, la moneda nacional, y reemplazarla por el dólar. Los defensores de la dolarización, algo muy distinto a la adopción de una moneda única, sostienen que la principal virtud de esa medida sería la de eliminar el “riesgo país” (que obliga a retribuir al dinero con intereses mu60


cho más elevados que los que pagan los países considerados seguros) al cancelar el riesgo cambiario, lo que atraería a los capitales internacionales y bajaría las tasas de interés. Los críticos, que son la mayoría de los economistas que tienen oportunidad de dar a conocer su opinión, aseguran que esa es una esperanza ilusoria, ya que el riesgo país depende sólo parcialmente de la variable cambiaria, siendo otros componentes decisivos la relación de la deuda con el producto bruto interno y con las exportaciones, es decir con la capacidad de pago pública y privada, así como con la estabilidad del sistema financiero, medido por la calidad de la cartera de préstamos en relación con los depósitos bancarios, y no ven cómo la dolarización podría mejorar estos índices. Antes bien los empeoraría, como ha señalado alguno de dichos economistas críticos, ya que siendo los precios relativos desfavorables para Argentina (su costo interno es alto) se produciría una fuga de dólares, vía importaciones, hacia el país con precios menores, Estados Unidos, dando no sólo lugar a un deterioro de la balanza comercial sino a una contracción de la masa monetaria circulante. El déficit presupuestario y la deflación resultantes conducirían a una recesión. Y por si todo esto fuera poco, Jeffrey Sachs, economista estrella de Harvard y uno de los más prestigiosos consultores internacionales, recordó que el uso exclusivo del dólar dejaría al sistema bancario argentino sin su prestamista de última instancia, el Banco Central (equivalente del Banco de España), responsabilidad de la que duda mucho que acepte hacerse cargo la Reserva Federal norteamericana. La propuesta, que el presidente Menem abrazó calurosamente quizá sin entenderla, como podría haber abrazado la contraria si esperara de ella el efecto de cortina de humo que encubriera las dificultades del fin de 61


su mandato y le permitiera ganar tiempo de maniobra, proviene del directo entorno presidencial, aunque uno de sus valedores más entusiastas es un funcionario autónomo, el presidente del Banco Central, Pedro Pou, hoy procesado judicialmente y acusado de maniobras dolosas para favorecer a un banquero en quiebra próximo al poder. Se trata de una idea que además de consecuencias económico-financieras tiene un alto valor simbólico, ya que la moneda es uno de los signos externos de la soberanía de un país. Lo que no obsta para que la dolarización cuente también con la complacencia del ministro de economía, Roque Fernández. El señor Roque Fernández es el mismo que un año atrás, en ocasión de oponerse a las reivindicaciones presupuestarias de la educación superior, dijo que destinar fondos a la universidad nacional era desperdiciar el dinero porque ésta no valía para nada. Él se precia de haber estudiado en Chicago, cuna teórica del neoliberalismo acaudillado por Milton Friedman, que aplican mucho más ortodoxamente los discípulos subdesarrollados en sus suburbios que los maestros en la metrópolis. Lo que el ministro no dijo es que lo que cursó en la Universidad de Chicago fue un postgrado y que tuvo acceso a él gracias al grado y la preparación que obtuvo en la universidad nacional, gratuita y laica de su país. También defiende la abolición del peso el viceministro de economía, señor Pablo Guidotti, se supone que por disciplina política, pero sobre todo por convicción ya que, llevando el fundamentalismo antinacionalista al extremo, ha declarado en estos días a un diario de amplia tirada que, en caso de que se produjera un ataque especulativo contra el peso la dolarización se haría unilateralmente, es decir sin un acuerdo previo con los Estados Unidos. De este modo, el escaso margen de maniobra que tiene el país en materia monetaria desde que se ató 62


las manos con la convertibilidad, se cedería sin contrapartidas a los Estados Unidos. Y lo que es más grave, como éstos no contraerían ningún compromiso con Argentina, su política monetaria no tendría en cuenta a su socio no querido, como sí tiene en cuenta a un estado asociado como Puerto Rico. De modo que sus decisiones en materia monetaria podrían ser, aun sin proponérselo, perjudiciales para la Argentina, como lo serían para el ciclista que se aferró al autobús dejándose llevar los acelerones o frenazos que el conductor da sin pensar en él. Que el peso está sobrevaluado, dígalo o no y vaya a saber con qué intenciones Soros, es una verdad que admiten todos los expertos, lo que dificulta la colocación de los productos argentinos, comparativamente caros, en el exterior. En lo que también coinciden todos es en que los efectos psicológicos de una devaluación podrían ser catastróficos en un país con una larga tradición inflacionista. Así como lo serían las consecuencias prácticas para los consumidores por el aumento del precio en pesos de los productos y para los tomadores de créditos en dólares, una parte importante de la población, por el de las cuotas de amortización, ante salarios que se mantendrían congelados. De modo que los argentinos de la calle –los que integran los 3,5 millones de hogares con menos de 900 pesos o dólares de ingreso mensual cuando la cesta familiar de subsistencia cuesta 1.000, los 8 millones de trabajadores con retribuciones inferiores a 800 pesos, los jubilados que perciben el mínimo de 150 pesos por mes, los 7 millones de asalariados (50% de la población activa) que cobran en negro, para no hablar de los indigentes a quienes nada les va en cuál sea el costo de la cesta, en si la moneda nacional es el peso o el dólar y en cuánto esté valuado, porque han sido expulsados del sistema económico formal– los argentinos de la calle, a los que 63


parece que se ahorrará el costo de la devaluación, serán sin embargo los que paguen el esfuerzo de mantener el peso sobrevaluado con las penurias de la recesión producida por la caída de la actividad y su secuela de paro, o del recorte del diez por ciento de sus sueldos para recuperar competitividad, como propuso el señor López Murphy, uno de los capitostes del neoliberalismo folklórico, éste militante en las filas de la oposición.

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LOS CAMPEONES Y LAS TRIBUS (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 593, Madrid, noviembre 1999)

El pasado junio se consagró campeón de fútbol, por segunda vez consecutiva y dos jornadas antes de que acabara la liga nacional, Boca Juniors, equipo de la ribera de Buenos Aires, el más popular del país. Consiguió el torneo en circunstancias contradictorias, en las que se mezclaron gloria y tragedia, deportivas y humanas. En la fecha previa, Boca había superado un record histórico al alcanzar los cuarenta partidos sin conocer la derrota, y corrían doce minutos del encuentro cuando sus jugadores supieron, por la exclamación de su parcialidad, que su directo rival, River Plate, había perdido y que eran campeones. Entonces se produjo la catástrofe, Boca fue aplastado por un vergonzoso 4 a 0. Así su record de imbatibilidad caía en la jornada 41. El que lo que quebró, curiosamente, fue Independiente de Avellaneda, el mismo equipo que por igual marcador, treinta y tres años antes, rompiera la plusmarca de 39 partidos que su viejo rival de barrio, el Racing Club, mantuvo hasta hoy. Yo no tuve ocasión de asistir al estadio para celebrar los triunfos del club de mis amores porque hace muchos años que me alejé de las canchas por causas racionales –la mercantilización, la violencia– pero ello no quiere decir que pueda racionalizar mis afectos y, a la distancia, sigo ligado a los colores azul y oro de Boca. Por esa misma causa tampoco fui testigo del desastre. No obstante, psicólogo aficionado como todo buen hincha de fútbol, no dudé –como no dudaría Jorge Valdano por dere65


cho propio, ni ninguno de los miembros de la nueva troupe de entrenadores mediáticos, con derechos más discutibles– en dar el diagnóstico: cuando los jugadores supieron por el grito atronador de su hinchada que habían ganado el segundo título consecutivo, con la carga a sus espaldas de cuarenta jornadas sucesivas de defender el invicto, alcanzados sus dos objetivos, relajaron la tensión dramática y sólo desearon que todo acabara de una buena vez. Pero el espectáculo continuó en la calle con los festejos de los seguidores boquenses que no tomaron en cuenta la circunstancial derrota. Hubo alegría desbordada, cánticos, desmanes públicos, saqueos de tiendas y la representación concluyó como suelen concluir, hoy más que nunca, las catarsis populares, con la muerte. Un guardia privado de una línea de tren privada, mató de un balazo a un joven, tal vez integrante de una “patota” que imponía la ley del terror. O quizá no fue así, ya que no hay informaciones precisas; tal vez un guardia jurado con escaso entrenamiento, mal pago, mal acostumbrado a portar un arma, se sintió desbordado por la multitud y disparó al bulto. Son las reglas del juego que hoy se juega, multiplicación y dispersión de la fuerza, masas sin pertenencias que adhieren a una divisa deportiva o a cualquier símbolo de cohesión que les permita abrigarse en el calor del rebaño. En la masa se confunden los pobres, los desocupados, los delincuentes, los psicológicamente débiles, los cobardes, los desesperados, y paladean por un momento el veneno dulce del poder, de la impunidad, de la violencia indiscriminada, protegidos por la sensación reconfortante de ser parte del gran animal. El disparo aleatorio de un guardia privado no vocacional, o de un policía público mal preparado, con un salario de hambre y corrompido, o de un sádico que se encubre en un uniforme para dar rienda suelta a sus instintos, vuelve las cosas a 66


su lugar y otorga al que le toca su muerte individual. En Argentina la agresividad de las masas futbolísticas se alimenta de la frustración y del rencor de los que contemplan el espectáculo impúdico de los ricos y se saben miserables, excluidos y sin esperanzas. Pero todos estamos al tanto de que este fenómeno no es exclusivo de los márgenes del mundo y que hoy, en la rica Europa, los grandes shows deportivo-comerciales, y en particular el fútbol, sirven para canalizar el descontento y los efectos de las patologías sociales. En lo que hace al fenómeno particular de las fuerzas de choque, tanto los “barrabravas” argentinos como los “ultras” europeos responden al mismo esquema: se trata de grupos violentos de comportamientos fascistas, protegidos por las instituciones futbolísticas que les conceden prebendas a cambio de que sirvan de guardia pretoriana a sus dirigentes y los voten en las elecciones. De cualquier modo es interesante observar un proceso más amplio que el de los ultras y aun que el de las masas en acción, algo así como un recrudecimiento de las pasiones futbolísticas que pareciera permear toda la sociedad y que creo que es global pero que salta muy a la vista en mi país. Diría que la pasión deportiva se ha desbordado sobre la vida entera y la ha inundado con una especie de sentido de pertenencia de reemplazo. En abril de 1999, debido al tramite de quiebra que se le sigue al antes mencionado Racing Club, la decisión de suspender el partido que debía jugar por el campeonato dio lugar a una sorprendente ceremonia. Los aficionados, no obstante saber que el juego no tendría lugar, llenaron el estadio vestidos con los colores del club. Eran decenas de miles de personas, familias enteras hasta con niños de brazos que contemplaban absortos el cesped solitario. Luego, y en los días sucesivos, fueron a peticionar al gobierno, y a rogar a vírgenes y santos para que las au67


toridades seculares o las divinas salvaran la institución. No sorprendería ver a jóvenes enfundados en la camiseta de su equipo recorriendo las calles en una actitud de recogimiento. Más extraño era observar junto a ellos a hombres maduros, sesentones con caras y cuerpos de abuelos, ataviados de la misma manera, como si al fin de todo un ciclo vital, cuando entran en el último tramo de su existencia, lo único que tuvieran para rescatar de la vida fueran los colores de un club de fútbol. Pareciera que los movimientos telúricos que están estremeciendo la estructura política del mundo y el vínculo social hubieran minado la percepción consagrada de la pertenencia. Los Estados-nación sufren tensiones en las disputas de soberanía con las empresas globales, las uniones supranacionales, los nacionalismos étnicos y religiosos. Hoy las gentes tienen sentimientos patrióticos lábiles, no están afiliados a un sindicato, votan a partidos que no los representan y los engañan, sospechan de las iglesias tradicionales, no comparten el ámbito común de la fábrica, no se sienten miembros de una empresa que se empeña en expulsarlos mediante la flexibilización y la rotación de plantillas, vagan solitarios por las calles víctimas del paro o esperan en casa, aislados ante la televisión, a que regresen los miembros de la familia que tal vez no vuelvan porque están lejos, en el lugar donde empezó la emigración, o porque son átomos erráticos que padecen la fractura de la institución familiar. Contra la dispersión, la desorientación y el miedo, los seres humanos buscan atenuar la soledad siendo parte de algo con otros. Si las viejas instituciones se derrumban, tratan de juntarse detrás de una bandera nueva, y si esta no es la de un fundamentalismo racial o religioso, o la de una secta esotérica, tal vez sea la de un club de fútbol. 68


ELECCIONES PRESIDENCIALES (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 595, Madrid, enero 2000)

El domingo veinticinco de octubre de 1999 los argentinos eligieron presidente constitucional para el año 2000 y manifestaron su voluntad de cambiar los modos instalados en el poder desde hace diez años. La oposición obtuvo una victoria amplia. Su candidato, el doctor Fernando de la Rúa, abogado de sesenta y dos años, viejo militante de la Unión Cívica Radical –organización política centenaria, interclasista y con arraigo en todo el país– que integra la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación con el Frepaso –partido de centroizquierda de reciente creación cuya fuerza reside en los grandes centros urbanos– obtuvo casi la mitad de los votos emitidos, dejando más de diez puntos atrás al representante del oficialismo. La inmediata lectura positiva que permite esta elección es que, por primera vez en los últimos setenta anos, se va a llegar en Argentina a un cuarto período constitucional sucesivo sin interrupciones traumáticas. La segunda es que el electorado votó contra el modelo socioeconómico impuesto por el gobierno del presidente Menem. Aunque esta lectura merece ser matizada. La gente expresó su disconformidad con las consecuencias prácticas del neoliberalismo a ultranza, no contra su concepción teórica. No podría ser de otro modo pues no se puede pretender que el votante normal sea una analista socioeconómico. La gente normal se guía por lo que percibe y lo que percibe del “mercado” es la desocupación, la 69


miseria, la delincuencia violenta, la extensión descontrolada del comercio clandestino de drogas, la corrupción de los políticos, la complicidad con el delito de las fuerzas destinadas a combatirlo, la acumulación ofensiva de riqueza y poder, su exhibición impúdica, la injusticia. La gente quiere que todo eso cambie, que fue lo que le prometió, reiterada y explícitamente, el candidato triunfador. Pero en Argentina, la gente, temerosa del desorden y aún fresco en la memoria el recuerdo de la hiperinflación, quiere que todo cambie de un modo tranquilo, sin sobresaltos. Una sociedad con una fuerte tradición de pequeña burguesía, aunque hoy descendida de clase y hundida en la miseria, tarda más en adaptar su ideología que sus hábitos de consumo y teme las revoluciones. De todas maneras, el margen de maniobra que tiene el nuevo presidente es escaso. Es escaso objetiva y subjetivamente. En esta última circunstancia porque el doctor de la Rúa es un conservador, aunque tolerante con las ideas ajenas. Y en el primero porque los grupos dominantes de la extrema concentración económica que se ha producido en estos años en Argentina, los acreedores del país y los organismos internacionales de control financiero ya lo presionan para que no se salga del estrecho brete del neoliberalismo, que implica ajuste recesivo permanente. En tal caso es difícil imaginar cómo podrá cumplir las promesas de crear trabajo, terminar con la miseria, apuntalar la educación publica, estimular la investigación, dar crédito a la pequeña y mediana empresa, mejorar el haber de los pensionistas y de los maestros, jerarquizar la justicia, crear una policía profesional bien remunerada, combatir la desocupación, si tiene que achicar el presupuesto nacional, echar a la calle a miles de empleados públicos, reducir los ministerios y secretarías y por lo tanto desatender los organismos de 70


control de los servicios públicos privatizados, de la calidad de los medicamentos y de los productos alimenticios que llegan a los consumidores. Un ejemplo sorprendente y palpable del cambio ambiguo que requiere la población lo representa el resultado que se produjo en la provincia de Buenos Aires. Con nueve millones de electores es de lejos el primer distrito electoral del país y uno de los más azotados por la desocupación, la pobreza, la droga y la delincuencia. La Alianza del nuevo presidente llevaba allí como candidato a la gobernación a Graciela Fernández Meijide, fenómeno político inédito en nuestro país, tanto por haber alcanzado un puesto preeminente en la consideración pública siendo mujer como por haberlo hecho después de los sesenta años. Dos años atrás glosé en estas mismas páginas su inesperado éxito cuando, contra todo pronóstico, derrotó al oficialismo en las elecciones parlamentarias por aquel mismo distrito. La señora Fernández Meijide representa el ala más progresista de la Alianza. En estos dos años los asesores de imagen, que creen saber interpretar los deseos de la audiencia, se empeñaron en limar los rasgos de su personalidad más espontáneos, que denotaban más sentido común y que mejor conectaban con la gente, con la peregrina idea de que su mensaje podía inquietar a los ciudadanos bienpensantes. No obstante ello, en su campaña, “Graciela”, como la llaman sus seguidores más entusiastas, propuso recetas propias de una sociedad evolucionada para solucionar los múltiples problemas de la provincia de Buenos Aires, de los cuales no es el menor una poderosa policía absolutamente corrupta que comanda el delito organizado. El candidato oficialista, que se veía atrás en las encuestas, apeló en los últimos tramos de la campaña a argumentos sencillos. Olvidando que la propia policía es el motor 71


del delito, la llamó a “meter bala a los delincuentes” y, simultáneamente, tildó a la señora Fernández Meijide de “atea, abortista y anticristiana”. Las encuestas que daban a la candidata opositora una ventaja de cuatro puntos se transformaron, a la hora del recuento de los votos, en una victoria por casi diez para el candidato oficialista. La base de su triunfo estuvo en una coalición espontánea entre los sectores más conservadores de la sociedad provincial y los más pobres y desfavorecidos culturalmente. La misma fórmula que mantuvo al presidente Menem en el poder por diez años: la riqueza de unos cuantos más la ignorancia de muchos. No obstante todas las salvedades que pueden hacerse, un cauto aire de optimismo refresca el país, que tiene la esperanza de que el presidente electo y su equipo corrijan, aunque más no sea, los aspectos más ofensivos del estilo de gobierno vigente en estos años de desregulación, de apertura indiscriminada, de capitalismo salvaje y de corrupción.

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LA IMAGINACIÓN DE LOS POBRES (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 598, Madrid, abril 2000)

En una edificio centenario de dos plantas, con fachada neoclásica pintada de lila y balcones franceses, funciona La Casa de los Estudiantes, nueva sede del Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Está situada en un barrio cercano al centro de la ciudad, a corta distancia de la Facultad de Ciencias Económicas, en una zona de concentración de casas de estudio que nunca fueron trasladadas a la Ciudad Universitaria que hace aproximadamente cuarenta años empezó a construirse en predios ribereños del Río de la Plata. La Ciudad Universitaria no llegó a completarse, oficialmente por razones funcionales. Se la proyectó en unos terrenos que lindan con el Aeroparque Metropolitano, el aeropuerto de vuelos domésticos que sirve a la ciudad de Buenos Aires. Cuando los aviones pasan a baja altura vibran los cristales de los edificios y los profesores deber suspender sus clases hasta que el ruido cese. Sin desconocer la aberración del proyecto que ubicó los centros de estudios junto a una fuente extraordinaria de ruido, la verdadera razón para no completar el traslado hay que buscarla en la decisión de alguno de los gobiernos militares que padeció la Argentina. El motivo no fue el ruido que impedía las clases –al fin y al cabo qué mejor universidad para mentes fascistas que aquella donde se haya cancelado la palabra– sino el temor policial a la concentración masiva de estudiantes. 73


El director de la Casa me recibió en su despacho, es decir sentado en un banquito detrás del mostrador de entrada donde, durante un horario que cumple cotidianamente, atiende las consultas y solicitudes de los estudiantes y las visitas. Las actividades de la Casa, inaugurada en septiembre de 1999, ya se realizaban en parte en el antiguo local del Centro de Estudiantes en la Facultad, pero ahora, gracias a la mayor disponibilidad de espacio y medios técnicos, se están ampliando con rapidez. Así el nuevo centro dispone de una sala de computación que funciona en un amplio cuarto al fondo del edificio, para llegar al cual hay que cruzar un patio sombreado por un viejo gomero. En dicha sala, por el momento, hay diez ordenadores conectados a Internet para que los estudiantes, no sólo los de ciencias económicas sino los de cualquier facultad de la UBA, puedan realizar sus trabajos prácticos y acceder a la red en forma gratuita. Junto a ésta hay un aula para estudio en grupo, lo que tradicionalmente los estudiantes –entre ellos el que suscribe en su tiempo– hacían en los bares de la zona. Para que no extrañen ese pasado, en el edificio funciona un bar con terraza en el patio, que da sus servicios por precios moderados. Subiendo por una escalera a la segunda planta se accede a una habitación aislada para estudiar en silencio. La Casa cuenta con un biblioteca propia, modesta por ahora pero actualizada, con tres mil volúmenes técnicos donados por editoriales y diversas instituciones. Pero la vocación de apertura del Centro se verifica, entre otras manifestaciones, por la existencia de una pequeña biblioteca general, de alrededor de mil volúmenes, también producto de donaciones. Otra sección la constituye el centro de investigaciones económicas, que realiza estudios de macroeconomía y que publica un fo74


lleto mensual, que se distribuye a entidades oficiales y especializadas, con un informe y diagnóstico de la situación macroeconómica de la Argentina. Una asesoría jurídica y contable, a cargo de un titulado en leyes y otro en economía, ambos jóvenes, está abierta al público en general. Lo más destacable de esta asesoría es que no se limita a dar opiniones teóricas sino que lleva los casos ante la justicia y las autoridades fiscales y administrativas, cobrando a los peticionantes sólo los gastos legales con el fin de paliar, en la medida de sus posibilidades, la situación de desamparo por la falta de medios económicos en que ha quedado gran parte de la sociedad, empobrecida por la concentración brutal de la riqueza sufrida en el país. Digna de mención especial es la actividad docente que se desarrolla en la Casa. Se dictan cursos de apoyo gratuitos para estudiantes y cursos de actualización contable, fiscal, legal, etc., que están abiertos a todo el mundo mediante el pago de un arancel ínfimo. También se dan clases gratuitas de alfabetización para adultos dentro del programa nacional Nunca es tarde, que coordina la Federación Universitaria Argentina. Para el dictado de las diversas clases hay varias aulas, modesta pero correctamente equipadas. La Casa cuenta con un microcine en proceso de instalación que se destinará no sólo a clases y conferencias sino a la organización de ciclos de cine arte. Uno de los programas más interesantes que tiene en marcha el centro de estudiantes es el de su editorial Economizarte. Esta editorial que, al término de sus primeros seis meses de vida ha lanzado doce títulos, publica libros de estudio muy dignamente presentados a precios bajos y en tiradas cortas, que van de los cincuenta a los quinientos ejemplares, adaptadas a la demanda y con 75


reediciones en función de la misma, elasticidad que hace posible la moderna máquina de edición con que está equipada. La editorial, que vende en el propio Centro de estudiantes y distribuye en las librerías del entorno, es viable comercialmente, pese a que sus precios no pasan de la mitad de un libro comercial equivalente, porque consigue un encuentro entre oferta y demanda ajustado en el volumen y en el espacio, lo que le permite cumplir con todas sus obligaciones, entre ellas la de los derechos de autor que paga según los porcentajes de plaza. Por último cabe mencionar la emisora FM, por ahora de corto alcance pero que sus directores piensan extender en un futuro próximo, que funciona con una mentalidad abierta ya que cualquier persona que lo desee puede acercarse con su programa radial que sale al aire sin ningún tipo de control, cortapisa o censura previa. Ante la pregunta, siempre difícil, de cómo sufraga la Casa el alquiler del inmueble y los gastos de funcionamiento, el director me enumera sus fuentes de ingresos: provienen de la venta de libros; de los pequeños aranceles de los cursos de actualización; de un porcentaje, que se destina a la alfabetización, sobre el gasto que realizan los estudiantes con una determinada tarjeta de crédito, a cambio de un espacio cedido a la administradora; del canon mensual que satisface el concesionario del bar; del subalquiler que paga una agencia de turismo, que ocupa un cuarto a la calle con el compromiso de cotizar precios acomodados para viajes de estudiantes. Pero, sobre todo, el funcionamiento de la Casa depende del esfuerzo solidario de sus impulsores y sus beneficiarios. Este espíritu se advierte con sólo recorrerla al contemplar el aspecto artesanal de la pintura de las paredes, las viejas mesas rescatadas del anterior inquilino, los cubos, herramientas y escaleras con que el visi76


tante se tropieza, los trastos y el polvo de los altillos que se limpian de a poco y en el tiempo que dejan a los participantes sus otras tareas. Este es el espíritu del director de la Casa que cumple horario junto al mostrador, de los profesores, del director de la editorial y de la radio, de los asesores jurídico y económico, de los propios estudiantes y, en fin, de todos los que brindan su trabajo voluntariamente en este esfuerzo por alcanzar objetivos académicos pero también por dar servicio a la comunidad. No son los únicos, hay muchas otras personas anónimas que se niegan a aceptar pasivamente el atropello de la filosofía al uso, que no admite sino la omnipotencia individualista y la rentabilidad a ultranza, y para ello colaboran en alternativas de beneficio social que son útiles a los demás y revierten en su propia realización personal.

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CIEN DIAS DE (DES)GRACIA (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 603, Madrid, septiembre 2000)

El plazo consagrado por la tradición resultó superfluo en el caso del presidente de la Rúa porque aun antes de asumir había anunciado, por boca de su ministro de economía, que la política de ajuste impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI) se seguiría aplicando con el mismo rigor de los últimos años. Esto quiere decir que el pueblo no tiene más que seguir esperando miseria, desnutrición, enfermedad, analfabetismo, violencia, delincuencia, desestructuración social. El nuevo gobierno mantiene con firmeza el rumbo desafortunado que la Argentina sigue desde hace no menos de setenta años y en particular en los últimos veinticinco, y que la ha llevado al borde del abismo ante el cual hoy se encuentra. Rumbo no casual, ya que es la consecuencia lógica de los compromisos, miedos, torpezas, miopías y complicidades de quienes, civiles o militares, han conducido el país durante ese largo período. A la sombra de los gobernantes, en un segundo plano más o menos discreto, quien en realidad ha implementado las políticas ha sido el partido ubicuo del poder real, muchos de cuyos personeros se han movido con soltura bajo todos los regímenes y algunos de los cuales están ubicados en puestos decisivos de la actual administración. Para ilustrar cuáles son los compromisos que han engendrado a este gigante congelado en la niñez y contrahecho que es la Argentina, un país donde parece no haber terminado de cuajar una nacionalidad, me auxi78


liaré de la argumentación y datos contenidos en el clarificador trabajo de Eduardo M. Basualdo, titulado Acerca de la naturaleza de la deuda externa y la definición de una estrategia política. La idea fuerza del trabajo citado consiste en la afirmación de que el costo de la deuda externa argentina, con ser muy grande, no constituye un lastre mayor que la salida de capitales para el desarrollo del país. La tesis es original, vistos los lugares comunes que se han popularizado en esa materia, y creo que queda suficientemente demostrada por su autor. Pero el libro interesa particularmente por la información que aporta sobre la realidad argentina de las últimas dos décadas y media, que ayuda a comprender las causas del estado de postración que padece el país. Pasados dos años del golpe de estado militar de 1976 la deuda externa argentina era de 12 mil millones de dólares. Seis años después, poco antes de que los militares dejaran el poder, llegó a 43 mil millones. En 1998, a un año de que el presidente Menem concluyera su largo mandato de diez, había trepado a los 140 mil millones y a la fecha nada indica que su crecimiento pueda detenerse. Este incremento alocado se explica, lo explica Basualdo, por el cambio del carácter del endeudamiento que, a partir de la dictadura militar, dejó de estar vinculado con el ciclo productivo para dar paso a lo que se denomina la “valorización financiera”. Proceso que se inicia a consecuencia de las medidas monetaristas implementadas por la conducción económica de la dictadura, que a la vez que abría el mercado de bienes y capitales fijaba una paridad cambiaria decreciente en el tiempo, medidas que pretendían igualar la tasa de interés interna con la internacional. El carácter periférico de Argentina con su “riesgo país” y la presión del Estado como 79


tomador de fondos impidió esa igualación, dando lugar a que el capital concentrado se desentendiera del mercado interno y vinculara su reproducción a los diferenciales de las tasas de interés, así como a que se rompiera la antinomia capital nacional-capital extranjero que a partir de entonces dejan de competir por el mercado “real” y constituyen una alianza de hecho en defensa de sus privilegios financieros. La transformación se consolidó en la década siguiente, con el propio gobierno militar y, después, con el primer gobierno de la democracia. La acumulación del capital concentrado, independizada del mercado interno y de las fronteras nacionales, y asentada en la colocación financiera, dio lugar a una persistente salida de capitales, la que entre 1981 y 1989 alcanzó a los 30 mil millones de dólares, superando a las transferencias netas a los acreedores externos que “sólo” fueron de 27 mil millones. ¿De dónde salió el dinero que permitió alimentar esas sangrías? Del bolsillo de los más débiles, de las clases medias y bajas, de los asalariados, de los pequeños empresarios y profesionales. En el período a que nos referimos (1981-1989) los asalariados perdieron, en comparación con el promedio del quinquenio 1970/75, 79 mil millones de dólares, los que representaron una caída del 12,6% anual en su participación en el Producto Bruto Interno (PBI). Sin embargo, la redistribución regresiva primaria (salarios) del valor agregado no fue la única producida en aquellos años. De acuerdo a un informe del Banco Central (equivalente del Banco de España) en el mismo período el Estado transfirió al capital concentrado ingresos por 67,5 mil millones de dólares, equivalentes a un 9,7% promedio del PBI anual, en concepto de subsi80


dios al sector financiero por quiebras y licuación de la deuda interna, costo de la promoción industrial, subsidios a las exportaciones y otros conceptos menores. A esta cifra habría que agregar unos 35 mil millones de dólares que surgen de otro estudio del Banco Central, nunca publicado, que se habrían transferido a los grandes proveedores del Estado en el mismo período en concepto de sobreprecios. Hacia el final del gobierno militar, en 1981/2, el entonces presidente del Banco Central y después ministro de economía del doctor Menem, el doctor Cavallo –cuyo segundo en dicho ministerio, el señor Llach, hoy dirige, como ministro de educación, la reforma economicista del sistema educativo argentino– puso en práctica un seguro de cambio que permitió a los grandes deudores privados con el exterior transferir al Estado una parte mayoritaria de su deuda, que la estimación mínima cuantifica en 10 mil millones de dólares. Podría suponerse, de acuerdo con las teorías neoliberales, que esta suprema concentración capitalista se habrá traducido en un espectacular aumento de la inversión. Por el contrario, la inversión neta fija, que en la década de los 70 había estado, en promedio, en el 15% del PBI, cayó hasta menos del 5% promedio en el período 81-89. En la década de los 90 la situación se modificó pero no para mejorar. Los sectores dominantes lograron instalar socialmente la idea de que la hiperinflación era la consecuencia de mantener un Estado sobredimensionado y distribucionista responsable del estancamiento económico, de la ineficiencia y, en definitiva, de la desigualdad social. La privatización de las empresas del Estado (que se convirtió en una nueva fuente de subsidios para el capital concentrado, ya que en aplicación de la políti81


ca de “capitalización de la deuda externa”, promovida por el FMI, el Estado recibió como parte de pago de los activos nacionales que se privatizaban, a su valor nominal, bonos y títulos de la deuda pública desvalorizados en los mercados internacionales) y la vigencia universal de la regla del mercado y la competencia establecerían, según dichos sectores, los equilibrios mágicos que maximizarían el beneficio social e igualarían la distribución. El violento empobrecimiento y exclusión social, así como los mercados oligopólicos, desmienten con los hechos esas afirmaciones, y son manifestación e instrumento de la expoliación de recursos generados en el país y de su transferencia al exterior, a través de los servicios de la deuda externa y de la fuga de capitales. Después de un corto período de dos años (1991/2) en que el crecimiento de la deuda se estabilizó y el saldo neto del movimiento de capitales se hizo positivo, proceso que estuvo vinculado a la privatización de las empresas nacionales a través del rescate de bonos de la deuda pública tomados como parte de pago y del reingreso de capitales al país para efectuar las compras, a partir de 1993 tanto la deuda como la salida de capitales se dispararon. Desde esa fecha hasta 1997 la primera se incrementó en más de 61 mil millones de dólares y la salida de capitales superó los 42 mil millones. Esta última se alimentó no sólo ya del capital especulativo que cumplía en el país el proceso de valorización financiera y se iba, sino de otras dos fuentes de recursos: a) las superutilidades que aseguraron los regímenes de privatización gracias a tarifas abusivas y subsidios directos, y que las empresas privadas no reinvirtieron mayoritariamente sino que giraron al exterior; b) la vertiginosa valorización patrimonial, posibilitada tanto por la capacidad de las empresas privatizadas para generar 82


beneficios extraordinarios, como se explica en a), cuanto por la subvaluación de los activos nacionales que adquirieron, lo que a partir de 1995 dio lugar a ventas de empresas cuyo producto líquido emigró del país. La salida de capitales de 1993 a 1997 superó entre tres y doce veces la entrada de inversión extranjera directa, lo que subraya “el carácter depredatorio del patrón de acumulación en marcha” señala Basualdo, cuyos gestores pertenecen al partido opaco del poder real. La situación presente es tal que una hipotética moratoria del pago de la deuda externa favorecería al capital concentrado, cuya participación en la deuda total del país alcanza al 41%. No obstante, la deuda externa es importante tácticamente para dicho capital debido a que la gerenciación del FMI y del Banco Mundial le ayuda a disciplinar las políticas sociales y económicas del país. Cuando los reclamos populares se desbordan, la presión de esos organismos convence a las autoridades de que es imposible responder a las protestas con reformas a la política económica que afecten a los grupos dominantes, de modo que aquéllas no tardan en persuadirse de que la única solución con que cuentan es la policial.

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MARADONA Y PINOCHET (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 605, Madrid, noviembre 2000)

Amigos madrileños me preguntan qué repercusión tienen en Argentina los casos de Diego Armando Maradona y del ex dictador chileno. El destinatario de la pregunta no está mal elegido, opino sin falsa modestia, no por mi particular perspicacia para la observación sino porque los frecuentes viajes a Europa me otorgan una perspectiva privilegiada para percibir la diferencia entre las reacciones que la situación de las dos figuras públicas provocan en Argentina y en el Viejo Mundo. El orden de prioridades que otorgo a los personajes en el título de esta carta no es casual, sino que representa el de la preferencia que en mi país distinguió al primero sobre el segundo, tanto en el momento cumbre de sus respectivas glorias como en el de la profundidad de sus caídas personales. En realidad, si quiero ser justo con el mejor futbolista de todos los tiempos (televisivos), he de hacer algunas matizaciones acerca del proceso que ha seguido la exposición pública de ambas figuras en Argentina. Mientras Maradona estuvo en actividad, por el peso propio de su izquierda mágica y después, cuando, sin jugar al fútbol, siguió siendo centro de la atención social gracias a sus declaraciones controversiales y erráticas, su presencia en la pantalla pequeña, en la radio y en los medios gráficos de mi país fue una constante generada por periodistas necesitados de fabricar noticias. Su partida para Cuba a fin de realizar el tratamiento de desintoxicación de la droga y de restablecimiento de 84


su equilibrio psiquicofísico fue la última gran novedad que llenó espacios gráficos y cuotas de pantalla. A partir de entonces la información acerca del astro perdió espacio progresivamente hasta casi desaparecer, al punto de que las últimas novedades acerca de su estado de salud aparecieron en un pequeño recuadro escondido de las páginas deportivas de los periódicos. Pero Maradona sigue estando presente en el imaginario colectivo, forma parte de las fantasías y las esperanzas de las generaciones que presenciaron su nacimiento y su éxito como futbolista, y de las que sólo fueron testigos de su ocaso. Vale decir que alimenta los sueños de los viejos, de los jóvenes y de los niños, porque hoy Maradona es el segundo Gardel, eternamente joven, eternamente maravilloso, exhibiendo la mano de Dios ante la tribuna que lo aclama y deslumbrando al mundo con la carrera que lo lleva, eludiendo rivales, desde el medio del campo hasta la red inglesa. Es el capitán que conduce a la victoria nacional ante la orgullosa armada de Su Majestad Británica, vencedora de las Malvinas, que se retira cabizbaja y derrotada del campo Azteca de Ciudad de México en el mundial de 1986. El caso del dictador Pinochet no admite parangón con el de Maradona en mi país. No sólo porque ni Chile ni ningún país del mundo pueden preciarse de tener otro Maradona sino porque Argentina, a su vez, debe lamentarse de disponer de muchos personajes propios comparables con Pinochet. En consecuencia, la atención que los medios y la gente le prestaron al comandante taimado fue importante pero nunca de primera plana, y en absoluto es equiparable a la que mereció en Europa. Esta apreciación tiene particular validez en estos días cuando, con el acuerdo del Senado de la Nación, a pedido del Poder Ejecutivo, y con el voto de los representantes de la 85


Alianza gobernante y el jesuítico apoyo del Justicialismo en la oposición, que no los votó pero dio quórum, fueron ascendidos al grado de coronel oficiales comprometidos en la guerra sucia que habían sido expresamente objetados por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y estaban mencionados en el informe de la Comisión Nacional de Desaparecidos que investigó los hechos aberrantes de la dictadura militar. El ascenso de estos militares se ha decidido en contra de la recomendación 2/95 del Comité del Pacto de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas que prescribe que los militares involucrados en violaciones de los derechos humanos deben ser separados de las fuerzas de seguridad aunque la legislación interna no permita la prosecución de juicios en su contra, como ocurre en Argentina gracias a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Desde luego que todos los ciudadanos argentinos progresistas, comprometidos con la defensa de los derechos humanos y con la dignidad de las personas siguieron con esperanzas el largo proceso que no culminó, como hubiera sido deseable, con la extradición y juicio del general genocida en España. No hubo voces fuertes en contra de la extradición. Tampoco miembros del poder judicial que, como ocurrió en España, sostuvieran esa tesis. Hasta la derecha más conservadora se guardó muy bien de manifestar su opinión. Se palpaba un consenso popular acerca de que los genocidas, torturadores e ideólogos del terrorismo de Estado purgaran sus culpas allí donde hubiera tribunales con fuerza suficiente para pedirles cuentas en base a los acuerdos internacionales que, entre otros países, España y Argentina suscribieron, y que consideran el genocidio y el delito de tormentos como imprescriptibles y sujetos a jurisdicción internacional. Desde luego que la fotografía donde Pinochet, de pie 86


al lado de la silla de ruedas tópica en estos últimos meses, se abraza con sus conmilitones, y que dio la vuelta al mundo, también ocupó un lugar destacado en los medios argentinos. Al fin y al cabo tiene interés para subrayar las características de una personalidad afecta a los ardides, que el dictador ya había demostrado al traicionar la confianza del presidente constitucional de su país, Salvador Allende. El descaro con que el dictador y sus amigos hacen gala de un recurso tan poco honorable como la simulación, no puede entenderse como una muestra de orgullo por su propia astucia; ya se sabe que el engaño a tantos gobiernos y ministros europeos no hubiera sido posible sin la complicidad de estos. También es verdad que la popularmente llamada globalización de la justicia es, al igual que la globalización económica, no de ida y vuelta sino sólo de ida. Puedo imaginar el ala inglesa de la flota de la OTAN otra vez por estas playas del Sur, en esta ocasión apuntando sus misiles a la Casa de Gobierno desde el puerto de Buenos Aires, si a algún juez argentino se le ocurriera la peregrina idea de detener en Argentina a una hipotética viajera Margaret Thatcher acusándola de criminal de guerra. Ella ordenó personalmente el hundimiento del crucero General Belgrano, con más de cuatrocientos tripulantes a bordo, cuando éste se alejaba a toda máquina del área de exclusión unilateralmente declarada por los británicos, con el objeto de frustrar las negociaciones de paz que en esos momentos se llevaban a marchas forzadas y levantar, triunfo militar de por medio, su imagen pública entonces por los suelos, con vistas a las elecciones que se avecinaban. Pero ya se sabe que el mundo no es simétrico, que no es la mítica esfera democrática que publicitan los beneficiarios de la globalización económica sino un tobo87


gĂĄn por donde las aguas servidas corren de arriba a abajo. En cualquier caso siempre es preferible que los sicarios de que se sirven para atropellar a los pueblos quienes les imponen polĂ­ticas injustas paguen las consecuencias de sus actos, sea donde fuere, aunque la demanda de responsabilidades nunca llegue a las alturas de donde emanan las Ăłrdenes.

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BARES Y RESTAURANTES (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 606, Madrid, diciembre 2000)

En estos tiempos de crisis de la Argentina florecen en Buenos Aires bares y restaurantes. Como en una primavera gastronómica se abren aquí y allá, por las calles de los barrios céntricos pero también de los más distantes, casas de comidas que a veces son flor de un día y otras, más afortunadas, perduran. No me refiero a locales de lujo, que también los hay y muchos, y que corren los riesgos normales de un negocio dirigido al segmento estable e incluso en crecimiento de los ricos. Hablo de establecimientos pensados para las clases populares y para los remanentes de la clase media. Supongo que es una actividad que en muchos casos eligen residualmente los que, contando con el magro capital de una indemnización por despido, han abandonado toda esperanza de tener un puesto en la débil estructura productiva del país y optan por una actividad de servicios. En ocasiones se trata de la apoyatura para actividades vocacionales que languidecen por falta de apoyo, como ocurre con el teatro que, cuando intenta ser de calidad, difícilmente obtiene la financiación de un promotor privado, quedando a expensas de las salas oficiales que se ven superadas por la demanda de los numerosos elencos teatrales. En estos días cené en un restaurante recién inaugurado en el barrio de Monserrat que ofrece buena calidad a precios módicos. Está atendido por actores y actrices que a su vez regentan una sala en el subsuelo del comedor, y que completan los ingresos 89


para pagar sus actividades dramáticas, o al menos lo intentan, ofreciendo clases de interpretación. No es el único caso de estas características, pero por supuesto son más los que simplemente ponen en la hostelería la esperanza de una salida económica autónoma. Está lleno de locales donde, deflación mediante, se puede comer con el sistema de tenedor libre, gaseosa incluida, por cuatro o cinco pesos, o dólares, con la expectativa bien fundada de salir de ellos sin daños considerables. Quiere decir que, en general, se puede hablar de una oferta más o menos honesta. Además de estos modestos establecimientos, dirigidos sobre todo a la restauración de los miles de ciudadanos que pasan doce o catorce horas en la calle en su función laboral, hay una franja superior, pensada más como parte de las actividades de ocio de la empobrecida clase media que todavía tiene acceso a aquellas. Estos comedores dan una buena comida con vino y postre incluido, en mesas con mantel y servilletas de tela, aunque no sean de algodón puro, por diez a quince pesos per cápita, cifra por demás moderada en la ciudad de Buenos Aires, hoy día una de las capitales más caras del mundo. Pero la que sobre todo florece es la vieja institución de Buenos Aires, el bar, más propiamente el “café” en los términos tanguísticos que todavía hoy, pese al aluvión “cultural” proveniente de los Estados Unidos, sobreviven en el habla popular de la ciudad. Los cafés nacen y mueren, pero sobre todo perduran. Han muerto cafés tradicionales, como el De los Angelitos en la calle Rivadavia, “la más larga del mundo”, hecho famoso por un tango, pero sobre todo por los parroquianos asiduos de la noche mítica de la ciudad del Plata. Queda el Tortoni, en la Avenida de Mayo, calle que fue escenario de la rivalidad entre republicanos y 90


nacionales durante la guerra civil española. Ha sido revitalizado gracias a la visión comercial de sus dueños, que lo convirtieron en un centro de la cultura popular y tanguera de la ciudad, y que visitan nativos y turistas. En la misma Avenida, con salida también por la calle Rivadavia, sobrevive, aparentemente con buen estado de salud, el café Los treinta y seis billares. En las salas traseras y en el subsuelo se sigue practicando el juego sutil de las tres bandas, y menudean las mesas de ajedrez, de damas, dominó y dados, pobladas a toda hora por la raza de los desocupados, o de los ocupados a horas no tradicionales, que destinan su tiempo libre a algunos de esos juegos que a veces no son una actividad marginal sino el objetivo de sus vidas. En el amplio salón con grandes ventanales que dan a la Avenida de Mayo, a toda hora hay mesas concurridas por viejos inmigrantes españoles que conservan el hábito de la tertulia, aunque reducida de decibeles en relación con las de España; por solitarios que hacen un alto en el camino y se detienen a dejar volar la mente en ese remanso de calma con un café y tal vez una media luna, el croissant de marca nacional, y por amigos que hablan en voz baja. Entra el lustrador de botas ambulante a ofrecer sus servicios, entran las palomas en primavera por puertas y ventanas para picotear las migas. Hay bares que cambiaron de decoración para adaptarse al gusto vigente. Algunos llevan nombres de ríos ibéricos. Pertenecen, presumiblemente, a viejos “gallegos” inmigrantes que lograron salir de la pobreza gracias al gremio gastronómico y a veces volvieron como indianos a su tierra natal. Estos bares, no importa que se llamen Río Ebro o Río Duero o que, en cambio, adopten otros nombres europeos o americanos del Norte supuestamente más prestigiosos, tienen todos grandes sa91


las coloridas con sus mesas enfocadas por ojos gigantes donde gesticulan monigotes mudos, mientras un hilo musical llena la atmósfera de una música edulcorada y de fácil digestión. Felizmente sobrevive también la institución del café del barrio, refugio de sabihondos y suicidas que abren su alma al amigo como otros lo hacen al confesor o al psicólogo. Cuando recalo en los cafés paro la oreja profesional de cronista del día a día de mi ciudad, a contra gusto de mi subconsciente educado en la discreción por un padre socialista, de los de antes, y presto atención a los diálogos. Diálogos de los cafés de Buenos Aries que sostienen hombres y mujeres que se confidencian. En el Plaza Dorrego, frente al mercado de las pulgas del barrio de San Telmo, eran las siete de la tarde –la hora imprecisa de la transición, la rush hour de Buenos Aires en los tiempos en que la gente vivía de un solo trabajo y que usaban los amantes para sus encuentros clandestinos– cuando escuché la conversación de una pareja que estaba a mis espaldas. Más bien habría que decir el monólogo de un hombre doliente apenas respondido por los monosílabos de la mujer. Era un lamento de amor punteado por una frase que a modo de estribillo repetía él como una letanía: “¿Vos sabes cuánto hace que no me decía que me amás?”. Me levanté al mismo tiempo que ellos y pude observarlos. El tendría cuarenta y cinco años, ella rondaría los treinta. El hombre vestía pulcramente un traje y una corbata fuera de moda. Se caló un sombrero de ala ancha, como los que usaba mi padre en los cuarenta. Hoy, en que el sombrero es un complemento divertido para asistentes a fiestas frívolas, lucía anacrónico en el atuendo del hombre, que tal vez lo usaba para cubrir su amplia calva. Se despidieron en la acera, una despedida que 92


tal vez los acercaba al final. Él subió a un auto antiguo para continuar sus correrías de agente libre de comercio, supuse. Llegaría tarde a su casa, la mujer lo esperaría con la cena recalentándose en el fuego, iría hasta el dormitorio de sus hijos ya dormidos para darle el beso de las buenas noches. Los hombres se confidencian en los cafés de Buenos Aires. Dos hombres hablando a media voz. A veces salta una palabra que logro reconocer: “abandono”, “traición”, “desesperanza”. Hace unas pocas mañanas, en el bar Van Gogh del centro de la ciudad, café de estudiantes, un hombre de cincuenta años confiaba a su amigo sus fracasos amorosos. No obstante sus sufrimientos se veía por su expresión que anhelaba volver a amar, necesitaba amar. Un ciudadano español medio instalado como espectador repentino de esta escena no dudaría en calificar de blandengues a esos hombres que se murmuran confidencias. No puedo imaginar una escena semejante en un bar español, porque las confesiones sentimentales no se hacen a voces y dando puñetazos sobre la mesa de mus; el lamento del corazón se emite en un susurro. Mi país ha perdido muchas cosas, también esta decadente ciudad de Buenos Aires, pero el quebranto del tango sigue oprimiendo como siempre el alma de los porteños.

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LA MAFIA (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 611, Madrid, mayo 2001)

“Pero la mafia era y es otra cosa: es un ‘sistema’ que en Sicilia contiene y mueve los intereses económicos y de poder de una clase que aproximadamente podemos llamar burguesa y que no nace y se desarrolla en el ‘vacío’ que deja el Estado (es decir cuando el Estado con sus leyes y funciones es débil o está ausente) sino ‘dentro’ del Estado. La mafia, en suma, no es otra cosa que una burguesía parasitaria, una burguesía que no emprende sino que sólo saca provecho.” Leonardo Sciacia (en el Apéndice de su novela Il giorno della civetta)1

Como una operatoria de magnitud “nunca vista” calificó el Subcomité del Senado de los Estados Unidos, presidido por el senador Carl Levin y encargado de investigar la participación de instituciones financieras de ese país en el lavado de dinero, a la triangulación de dólares entre el Banco República, de la Argentina, el Federal Bank, shell bank (banco cáscara) de las Bahamas y el Citibank de Nueva York. La citada magnitud superó los 4.500 millones de dólares (mas de 800.000 millones de pesetas) en siete años y medio, de 1992 a 2000 y hubo meses en que las operaciones rondaron los 100 millones de dólares (18.000 millones de pesetas aproximadamente). El Banco República, que en 1995 tuvo que ser salvado de sus dificultades financieras por el Banco Central de la República Argentina (organismo de control bancario similar al Banco de España) y que en 1996 recibió las peores calificaciones de los inspectores de éste, fue auto94


rizado por el propio Banco Central a comprar dos bancos provinciales de capital público, previamente saneados con cargo al erario. El Banco República, que produjo el vaciamiento de esos bancos y que fue favorecido con el silencio o la complacencia del presidente y el directorio del Banco Central ante todas sus irregularidades y conductas presuntamente delictivas, era el eslabón argentino en una cadena de blanqueo de dineros no declarados al fisco con la complicidad de la cúpula del Citibank en Nueva York, como quedó demostrado en el subcomité del senador Carl Levin. El dinero negro, que no son sólo los narcodólares sino el que proviene de los sobornos, del contrabando, de la venta ilegal de armas y de la evasión impositiva, salía del país hacia el banco fachada de Bahamas (una dirección postal y un membrete), propiedad de los mismos dueños del Banco República, se canalizaba por el Citibank de Nueva York y volvía al país blanqueado en forma de préstamos a través del Banco República. Alimentaba a la corporación CEI, filial del Citibank de la Argentina a la que estaba asociada el grupo dueño del Banco República, el Federal Bank de Bahamas y Telefónica de Argentina. El CEI utilizó ese dinero, junto con títulos de la deuda pública desvalorizados que las autoridades argentinas tomaron al cien por ciento, para quedarse con una de las porciones más substanciosas de la privatización de empresas del Estado argentino. Por otra parte el Citibank y el Banco República fueron socios de Telefónica en la adjudicación de la mitad de la empresa argentina de teléfonos. Más tarde, cuando el ex presidente Menem intentaba presentarse a un tercer mandato presidencial violando la Constitución que lo prohíbe expresamente, el grupo CEI asociado con Telefónica Internacional se hizo con la mayoría accionaria de numerosos 95


medios televisivos y radiales para apoyar esa pretensión. Si hubiera dudas acerca de la amistad comercial entre ambas empresas, baste con referir que John Reed, el número uno del banco de Nueva York, que tuvo que dar explicaciones al Senado de los Estados Unidos en el caso de los negocios ilegales del hermano del ex presidente mexicano Salinas de Gortari, se retiró del Citibank y obtuvo refugio discreto en el directorio de Telefónica International y/o Terra. Por el fluido canal construido por la entente cordiale de bancos en cuestión, circularon también narcodólares del cartel mexicano de Juárez con la participación de otra entidad financiera argentina, sobornos de IBM por la informatización de las sucursales del Banco de la Nación Argentina (banco de capital estatal) y algunas otras menudencias como dinero destinado a cuentas abiertas en paraísos fiscales por altos funcionarios del gobierno Menem. Nada de esto habría salido a la luz si no hubiera sido por la acción personal y financiada por su propio peculio de dos diputados que no recibieron el menor apoyo del cuerpo a que pertenecen. Son Elisa Carrió, miembro de la Unión Cívica Radical, uno de los socios de la gobernante Alianza, bajo sospecha de ser una peligrosa centroizquierdista, y el libre de toda sospecha Gustavo Gutiérrez, integrante de un partido provincial de ideología conservadora. Más que ser apoyados se les dificultó todo lo posible la tarea desde las esferas oficiales porque en la voluminosísima documentación que fundamenta el caso –que los parlamentarios argentinos se sintieron obligados a presentar al Senado de los Estados Unidos para impulsar su investigación– y que el actual gobierno del presidente de la Rúa trata de conseguir e impedir que se le devuelva a los diputados, constaría el nombre 96


de personajes vinculados con los más altos niveles del gobierno anterior y, quién lo podría asegurar, quizá de alguno relacionado con el actual. El caso Citibank de Nueva York-Banco República es uno, importante, pero sólo uno de los que florecieron en estos años del jubileo neoliberal aperturista y privatizador. Es un affaire periférico, de los márgenes del mundo, donde hubo ya numerosos homicidios y sospechosos suicidios rodeados de simbología mafiosa de personas que de una u otra manera estaban vinculadas o eran cercanas a los bancos citados y a su grupo filial CEI, así como hay otras víctimas relacionadas con otros grupos económicos. La guerra se dirime en las fronteras pero los capimafia están en la metrópoli. En las fronteras se libran las guerras convencionales que dan de comer a la industria armamentista y a la burocracia bélica, lejos del territorio de la potencia hegemónica, como siempre, y se libra la guerra mafiosa por las porciones del desmantelamiento neoliberal del Estado. Es la guerra del capitalismo salvaje que se ha apoderado a precio vil del patrimonio acumulado a lo largo de generaciones por los países capitalistas periféricos y que brinda en el banquete funerario del comunismo real fracasado. Uno puede preguntarse por qué la obsesión del neoliberalismo por limitar las funciones del Estado, más que ello, por debilitar el Estado, cuando el capitalismo expansionista se apoyó en el poder del Estado para llevar a cabo las campañas imperialistas de final del siglo XIX y principio del XX. En primer lugar hay que aclarar que la ofensiva antiestatalista se dirige particularmente a los de los países del Tercer Mundo. Los aparatos del Estado en las naciones centrales siguen siendo fuertes y no dejan de incrementar sus presupuestos porque conti97


núan administrando la maquinaria protectora del capitalismo concentrado (la predicción de Marx acerca de la concentración capitalista parece estar realizándose hoy, pero con una salvedad que Marx no podía conocer: el capital ha tenido éxito en desconcertar a la clase obrera con la dispersión tecnológica y en desmovilizarla con el paro masivo volviéndola enemiga de sí misma) aunque la administran con costo a cargo de toda su población. Hay avances del capital sobre el Estado en estos países, aunque moderados y que en todo caso no apuntan al poder de la Nación frente a terceros. La gran ofensiva se dirige a las naciones débiles con el fin de facilitar los negocios que se realizan en ellas, incidiendo en el dictado y aplicación de las leyes, y en el poder de policía. Al capital concentrado le resulta más fácil imponer su voluntad a los Estados raquíticos. Funcionarios mal pagados son más fáciles de corromper. Lo cierto es que la democracia liberal se ha transformado en una ficción, sobre todo en los países marginales. Es la ficción de que el pueblo elige a sus representantes y decide a través de ellos. La realidad es que las que toman las decisiones son oligarquías opacas, que se eligen por cooptación, que deciden dentro de sistemas autoritarios como son los consejos de administración empresariales y transfieren después esas decisiones a la política. El liberalismo económico ha realizado y difundido a través de los medios que maneja una manipulación semántica eficaz y letal. Ha confundido deliberadamente los términos “expansión capitalista” y “desarrollo”. La expansión capitalista tiene su propia lógica que es la de la acumulación –de capital y de poder– no importa con qué insumos. O sea que, digamos con un ejemplo sencillo, entre la inversión en tecnología y el empleo de mano 98


de obra optará por una u otra según el criterio de rentabilidad, es decir optará por aquella que produzca la mayor rentabilidad final. La endeble expansión argentina de la primera mitad de los noventa fue capital-intensiva y reprimarizadora (regresiva hacia la exportación de productos con escaso o nulo valor agregado) y ha hecho saltar la tasa de desempleo del 2% al 15% más otro tanto igual de subempleo. La expansión capitalista en la actual coyuntura, y tal vez ya estructuralmente, presiona sin cesar los salarios a la baja y destruye puestos de trabajo. El “desarrollo” es otra cosa que la reproducción del capital. El desarrollo es un proyecto político de distribución equitativa de la riqueza pensado para el progreso de la sociedad en su conjunto. La lógica del mercado que, como enfatizan los economistas neoliberales, tiene como único motor el interés, le hace desentenderse de cualquier prevención moral: el capital debe acumular para que luego, como efecto subsidiario, la copa desborde distribuyendo el beneficio marginal a los más desfavorecidos. Eso no ocurre nunca, porque la lógica de la acumulación es circular y endogámica, se alimenta a sí misma. Teniendo como único motor el interés se lleva por delante todos los otros paradigmas de decisión de la sociedad. El capital presiona para que se dicten leyes a su medida, más tarde violenta su interpretación para que lo favorezcan. No obstante en los últimos años de ultraliberalismo financiero y descontroles del sistema bancario mundial se ha producido un salto cualitativo: el capital viola sistemáticamente la ley. El monstruoso flujo de dinero opaco que circula, se pierde y mimetiza en el permisivo sistema financiero global, ha producido una simbiosis entre capitales blancos y capitales procedentes de negocios turbios (recuerdo: droga, tráfico de armas, evasión imposi99


tiva, contrabando, sobornos, los principales pero no los únicos). Contaminado el capital productivo, o una parte muy significativa de él, por el capital parasitario mafioso, se introduce en el aparato del Estado y transgrede la ley. El lavado de sumas de dinero tan enormes sólo puede disimularse en grandes bancos del primer mundo. Hubiera sido imposible ocultar en el pequeño sistema financiero argentino las cifras del affaire Citibank. En consecuencia no nos tenemos que engañar: el trabajo sucio se hace en las fronteras, los homicidios y los “suicidios” mafiosos producidos por la guerra entre “familias” se cometen en los márgenes, pero los capos, con pleno conocimiento de los hechos y con carácter de organizadores, como en el caso que ahora trata el Senado de los Estados Unidos, o con una piadosa e hipócrita mirada al costado cuando pretenden estar manipulando “dólares limpios” que provienen de negocios sucios, tienen domicilio conocido en la metrópoli. 1

La traduccción del italiano corresponde al autor de esta nota.

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ESCRITORES COMPROMETIDOS, OLVIDADOS, DESAPARECIDOS (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 613-614, Madrid, julio-agosto 2001)

En el espacio de la Feria del Libro de Buenos Aires se realizó una mesa redonda con el título: ¿El escritor comprometido está pasado de moda? El escritor Álvaro Abós, moderador de la mesa, objetó este encabezamiento propuesto por los organizadores del acto, pues a su juicio se trataba de una pregunta que evocaba contrarios. En general el resto de los panelistas coincidió en que “compromiso” y “moda” eran términos incompatibles. Me pregunto qué es en realidad “un escritor comprometido” si es que eso existe. En Latinoamérica, cuando en los años sesenta y setenta germinaron y crecieron, estimulados por el éxito de la revolución cubana, numerosos movimientos revolucionarios, la definición de lo que era un escritor comprometido no ofrecía lugar a dudas. Se trataba de una persona que en sus escritos aludía a las clases desfavorecidas de la sociedad, a la lucha obrera o campesina, a las acciones bélicas de las guerrillas. Él mismo podía pertenecer a esas clases o ser un miembro de los cuerpos armados o, con más frecuencia, podía ser un simpatizante, más o menos a la distancia, dado el carácter pacífico, pasivo (desde el punto de vista físico) y solitario que tiene por definición el ejercicio de la literatura. Cuando las derrotas hicieron perder prestigio a la lucha social y armada, el “escritor comprometido” desapareció de escena, siendo barrido por los vientos transformadores del neoliberalismo. Las nuevas luminarias que ocuparon las tablas hicieron gala de su falta de com101


promiso con ningún valor que no fuera el del lucimiento y el éxito personal. Decidieron pasearse por mundos fantasiosos, de lejanos pretéritos o de improbables porvenires, dejando claro que en su ideario no cabían ni la profundidad ni la obsesión sino que habían decidido ejercer conscientemente, y así lo declaraban, el revoloteo superficial que va de uno a otro microcosmos fragmentario de la postmodernidad, libando el néctar dulzón de las apariencias de los acontecimientos. Vistos así, el “compromiso” y el “descompromiso” se parecen bastante más a una moda de lo que desea, sin duda sinceramente, Abós. Entonces, insisto en preguntarme si en definitiva existe o no la categoría del “escritor comprometido”. Me contesto que no en los términos maniqueístas que usaron los últimos revolucionarios modernos y los neoliberales postmodernos que los reemplazaron. Recuerdo, por haber sido testigo de la época, que los criterios de valoración ideologizados de los setenta juzgaban la calidad de una obra por su valor declarativo, no por la solidez de su trama ni la precisión de su estilo. Valía la obra en cuanto pudiera ser utilizada como panfleto, dando lugar a una lamentable confusion de géneros. Otro tanto pero opuesto comenzó a ocurrir en los ochenta, ante cualquier sospecha de que contuviera “ideología” se descalificaba un libro. Dado lo que antecede me repregunto: ¿hay alguna forma de compromiso para el escritor? Y me respondo que sí la hay si en el escritor vemos, ante todo, al hombre o la mujer que lo encarna, que sí puede (y debería, vista su responsabilidad con aquellos sobre los que ejerce influencia, que son sus lectores) estar comprometido con una idea y una conducta. El suyo es un compromiso con la coherencia entre pensamiento y acción, con el discurso claro sin concesiones a las ambigüedades calcula102


das, con la homogeneidad ideológica en el tiempo, que no excluye, antes al contrario favorece, la evolución razonada pero excluye los saltos mortales ideológicos encubridores de propósitos espurios. El compromiso de este hombre o mujer que escribe es con su obra, la que no tiene por qué tratar de uno u otro tema o adoptar este o aquel estilo, sino cuyo único deber es el de buscar el nivel de calidad que le permita reclamarse como “obra de arte”. Por eso mismo no puede caer en la tentación de engañar al lector pretendiendo que lo que dice es más de lo que es capaz de decir y apelando para ello a los estereotipos, la grandilocuencia o la oscuridad a fin de simular profundidad y grandeza. En definitiva, a mi juicio, si existe “el escritor comprometido” este es el ser humano honesto que produce una obra honesta. En el mismo ámbito de la Feria no se realizó, en cambio, el homenaje previsto a Haroldo Conti, Antonio di Benedetto, Daniel Moyano y Rodolfo Walsh. Cuatro escritores secuestrados por la dictadura militar. Todos torturados. Dos de ellos, Conti y Walsh, asesinados y oficialmente desaparecidos; los otros dos marcados hasta su muerte por las secuelas de la tortura. Tres de ellos olvidados y el cuarto, Walsh, recordado tal vez porque su literatura de no ficción conecta más evidentemente con su compromiso político. El olvido se magnifica con la indiferencia. La indiferencia oficial se puso de manifiesto sin tapujos cuando el acto fue cancelado por rencillas administrativas. La falta de memoria de los pueblos –no digo, sólo, del argentino– es proverbial en relación con los que lucharon por mejorar el futuro cuando su mensaje moral estorba a los que luchan por mejorar su presente, y cuando los “homenajes” no sirven para dar lustres inmediatos y personales. 103


Más allá de estos pormenores anecdóticos acerca de los mezquinos comportamientos humanos, uno no termina de sorprenderse del olvido con que se oculta a figuras importantes de un pasado literario tan reciente. Se olvida al autor de Sudeste y de Alrededor de la jaula, al de Zama y El silenciero, al de El monstruo y otros relatos y El fuego interrumpido, así como a otros que atesoran el mismo mérito literario, si no el martirio personal, de los cuatro “no homenajeados”, como por ejemplo Abelardo Arias. El creador de Álamos talados y Límite de clase, diez años mayor que Conti y sus compañeros, se encontraba en la plenitud de su éxito literario cuando los doblemente olvidados –por la memoria y por la indiferencia oficial– empezaban a cosechar las primeras muestras de aprecio de los lectores, y hoy esta tan perdido en las nieblas del pasado como ellos. A veces se sucumbe a la tentación de atribuir las causas del éxito o el fracaso, y las del olvido, a la conducta social que los afectados tuvieron en vida. De los cuatro escritores que motivan esta parte de la nota conocí personalmente a Di Benedetto y Moyano, y tuve noticias cercanas de Haroldo Conti a través de amigos comunes. Eran personalidades diferentes. Los testimonios confiables que tengo sobre el autor de Mascaró describen a un hombre hosco y reservado, amigo de los amigos pero capaz de los más desalentadores ex abruptos, en consecuencia aparentemente poco apto para el delicado trabajo de la autopromoción. A Di Benedetto y Moyano los traté cuando ya estaban fuertemente tocados por el encarcelamiento, la vejación y la tortura. Sufrían largas depresiones, pero debo decir que cuando emergían eran personas sociables, cordiales, con sentido del humor, cualidades todas que, en principio, parecían coadyuvar a la buena inserción social y en consecuencia a las prácticas 104


necesarias a un posicionamiento favorable en el medio literario. Sin embargo tanto el uno como los otros están olvidados. Las nuevas generaciones de escritores no saben quienes son Conti, Di Benedetto, Moyano, y no se preocupan por ello. Las nuevas generaciones de lectores –si existen– que son los que de verdad importan porque deberían interesarse por la obra ajena, tampoco lo saben. A lo sumo, a algunos de estos, los nombres de los creadores pueden evocarles la vaga remembranza de los desaparecidos, entre quienes había hombres y mujeres que merecieron la represalia del infierno general que fue la dictadura por el simple delito de pensar. No los recuerda la burocracia cultural porque tiene intereses más perentorios. Nos acordamos de ellos los que los conocimos pero, sobre todo, los que los homenajeamos día a día porque fuimos y seremos sus asiduos, gozosos y reconocidos lectores.

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BUENOS AIRES: ARTE EN EL BARRIO (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 616, Madrid, octubre 2001)

Cuando viví en los Midlands, cada sábado, al terminar mis obligaciones semanales, salía a caminar por las inhóspitas tardes inglesas. Mis pasos, sin que me lo propusiera conscientemente, solían llevarme hacia los suburbios industriales, donde yacían, como antiguos animales muertos, los cuerpos vacíos de las fábricas de la primera revolución industrial. Un llamado ancestral me conducía a estos distritos abandonados, distantes de las previsibles atracciones de los centros urbanos. Era el ondear de la mano de un niño que, corporeizándose en la niebla, me hacía señas desde el pasado en el barrio porteño de Barracas. Viví los años de mi niñez, aquellos de los que no se puede renegar, en un barrio industrial y portuario, oyendo las sirenas de los barcos, respirando el olor apetitoso a galletitas de la fábrica cercana o el más ofensivo de las curtiembres, según de dónde soplara el viento, aunque siempre infiltrado por la fragancia secreta y amorosa del jazmín que crecía tras las tapias bajas. “Barrio de las Barracas”, tomó su nombre de los depósitos que empezaron a levantarse a fines del siglo XVII y que aún hoy almacenan cueros, fardos de lana o de algodón, balas fragantes de yerba mate, mercaderías generales. Después fue Barracas del Riachuelo, por estar asentado junto al pequeño afluente del Río de la Plata conocido por ese nombre. Más tarde Barracas al Norte, por oposición a Barracas al Sud, la actual ciudad de Avellaneda, que se 106


le enfrenta desde la otra orilla. Y, por fin, Barracas a secas, nombre que conserva hasta el presente. Barrio de inmigrantes que trabajaban en los frigoríficos, en el puerto, en la construcción. Padres italianos, españoles, polacos, yugoeslavos, rusos, armenios, alemanes, griegos, turcos de mis condiscípulos en el colegio, quienes frecuentemente eran ellos mismos italianos, españoles, checos, libaneses... Algunos de aquellos padres, más emprendedores o que, excepcionalmente, habían logrado reunir un pequeño capital, atendían a mi madre, inmigrante ella misma, en la carnicería, la verdulería, el almacén, la mercería; o a mi padre, hijo de inmigrantes, en la peluquería o la ferretería. De entre ellos, los que tenían oficio de tipógrafo, linotipista, encuadernador, y solían ser socialistas, comunistas o anarquistas, ocupaban un pequeño escalón más alto en la sociedad barrial, económicamente hablando pero, sobre todo, desde el punto de vista cultural. Militaban en los centros partidarios, que eran lugares de adoctrinamiento político pero también de formación ciudadana y educativa, y allí colaboraban para dotar a los menos favorecidos de los medios que sirvieran para romper el círculo fatídico de reproducción económica y cultural a que los sometía el sistema. Fundaban bibliotecas populares para mejorarse a sí mismos pero, sobre todo, para que sus hijos tuvieran un futuro mejor y fueran médicos, abogados, ingenieros. Muchos de mis convecinos seguían viviendo en las piezas de los inquilinatos con cocina y baño comunes, patio de baldosas rojas y malvones en las macetas. Los más pudientes alquilaban una casita o uno de los pocos apartamentos que empezaban a construirse en el barrio. Ninguno era propietario. Poco a poco, quienes juntaban algún dinero con su esfuerzo o conseguían un crédito hi107


potecario, se mudaban a Lanús, a Sarandí, a Remedios de Escalada, barrios del Gran Buenos Aires alejados del Centro que se iban construyendo a consecuencia del impulso demográfico producido por la explosión inmigratoria. Hoy, el barrio de Barracas, otrora “fabril y febril”, según la metáfora inspirada de un bardo local, presenta el mismo aspecto desolador de los viejos distritos industriales ingleses abandonados, no obstante con un punto más de dejadez y ruina. Nada reemplazó a lo que ya no existe. Los edificios del siglo XIX están vacíos y se vienen abajo; sólo se salva alguno que fue rescatado para convertirlo en discoteca, en restaurante decorado con la cursilería que encanta a los nuevos ricos, o en centro cultural financiado por la fundación de un banco. Pero son la excepción. En el interior de la mayor parte de ellos se acumulan la basura y los restos de sus máquinas que no consiguieron ser vendidos como chatarra. En un borde de este barrio, en un rincón urbano de callejuelas que se apelotonan contra el terraplén del ferrocarril, ha estallado una iniciativa de color. Los paredones grises del viaducto, los frentes descascarados de las que fueron dignas casas de la pequeña burguesía, la fachada neoclásica del caserón venido a menos de algún notable del pasado, adquirieron repentinamente el brillo inesperado del arte. Una iniciativa personal acompañada por el fervor de los vecinos y, finalmente, por el apoyo de las instituciones oficiales, convirtió estas callecitas opacas que se desperezan tras la tapia de una antigua y respetada escuela normal nacional, en una galería de arte al aire libre. Aunque esta calificación no es apropiada, porque los muros de las casas no cumplen el papel pasivo de simples soportes de la obra, y aun cuando no son murales 108


los que el pintor Marino Santa María ha imaginado para cubrir las fachadas, sus paneles no figurativos se adaptan a las formas de los frentes con ventanas verticales altas y angostas, y puertas de dos hojas. El Proyecto Lanín, llamado así por el nombre de la calle donde el pintor vivió toda su vida y actualmente tiene su taller, fue concebido por Santa María con la idea de transformar la realidad urbana, gris, funcional y hoy deteriorada, por medio del color y la participación ciudadana. Las instalaciones e intervenciones que concibió el artista se realizaron bajo su dirección, pero con él colaboraron desinteresadamente otros plásticos, los entusiastas vecinos, estudiantes, así como los visitantes que, día tras día, transforman con su iniciativa las instalaciones dinámicas que forman parte de la obra. Los habitantes de este rincón del barrio de Barracas sirven de cicerones orgullosos, que no se obstinan en recorrer el camino de la nostalgia y el recuerdo de un pasado mejor sino que guían a los visitantes a través de una realidad viva que, con voluntad y optimismo, fueron capaces de crear. Está compuesta por las intervenciones colectivas en las fachadas de las casas a partir de la pintura abstracta de Santa María; por las instalaciones sobre el paredón del viaducto del ferrocarril, como Huellas de aire –fotografías del cielo de Buenos Aires enmarcadas en dorado y espejos que reflejan el cielo verdadero, trasgrediendo voluntariamente el límite impreciso que separa la apariencia de la realidad–, o Huellas mínimas – instalación dinámica que cambia con el paso continuo de los visitantes-participantes–; por la señalización, iluminación, reconstrucción de aceras; por la instalación de obras de internos en los jardines de los viejos hospitales psiquiátricos del barrio. El Proyecto atrae al público, que afluye desde su in109


auguración el pasado mes de abril, por su vitalidad y osadía, y a su difusión han contribuido el patrocinio de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, que lo declaró de interés cultural, y el auspicio brindado por la UNESCO, el Museo Nacional de Bellas Artes, el Ministerio de Educación de la Nación, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, y la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación. El Proyecto Lanín muestra con el ejemplo cómo la ruina producida por el egoísmo, el individualismo, el interés sin tasa ni medida, la especulación, el capitalismo salvaje, puede ser transformada en vida y color gracias al arte, al desinterés, a la solidaridad.

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CABILDO ABIERTO (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 621, Madrid, marzo 2002)

El 19 de diciembre de 2001, minutos después de las once de la noche, el presidente de la república, Fernando de la Rúa, finalizaba el corto discurso en el que anunciaba la instauración del estado de sitio, justificándolo con el argumento de proteger a las personas y sus bienes de los saqueos que, empezados aisladamente cuarenta y ocho horas antes, ese día se habían generalizado, y afirmaba que la política de su gobierno en materia socioeconómica seguiría su rumbo inamovible. Tras unos instantes en que la ciudad se sumió en un silencio irreal, aquí y allá empezaron a sonar aislados golpes metálicos. El rumor subió y subió hasta convertirse en un estruendo de cacerolas que se extendió por todos los barrios de la urbe y a él se sumó el estallido de los cohetes que estaban preparados para la Navidad. Al cabo de un rato empezaron a desfilar por las calles columnas de ciudadanos que encaminaban sus pasos espontáneamente a la Plaza de Mayo. Las arterias adyacentes a la Plaza se cubrieron de ríos rumorosos de vecinos, familias enteras formadas por padres e hijos, adultos, niños y ancianos que hacían sonar los cacharros de cocina y que sólo coreaban una consigna: “¡Que se vayan!”. La ciudadanía, en marcha, convocada por sí misma, sin carteles partidarios y sin líderes, sin French ni Berutti ni sus escarapelas, enarbolando cacerolas y haciendo ondear sólo banderas argentinas, no exigía esta vez, como en mayo de 1810: “El pueblo quiere saber de lo que se 111


trata”. El pueblo, esa noche, no quería saber lo que maquinaban las autoridades en sus cabildeos; el pueblo les exigía que le devolvieran el mandato que les había conferido porque se sentía traicionado. Los cabildantes, que habían aducido la necesidad de proteger a la sociedad contra la violencia de los miserables hambrientos para decretar el estado de sitio, en realidad lo utilizaron para protegerse y ordenaron a la policía despejar la Plaza donde tradicionalmente, desde la época colonial, cuando era la Plaza Mayor, el pueblo se congrega para peticionar a las autoridades. Con una violencia sin causa, dado que la congregación popular era absolutamente pacífica, utilizando gases lacrimógenos, balas de goma y todo tipo de material antidisturbio, la policía mal pagada al servicio del sistema autoritario que funciona como simulacro de democracia en la sociedad postindustrial, desalojó la Plaza y persiguió a los manifestantes, sin importarle si se trataba de ancianos o niños, por las calles que desembocan en el centro neurálgico de la política nacional. Al día siguiente, y siempre con estado de sitio, la gente volvió a congregarse en la Plaza de Mayo. Esta vez la composición de los manifestantes cambió, observándose que en la vanguardia se situaban jóvenes. Algunos de ellos movidos sólo por la audacia de la edad, otros con más manifiesta experiencia en movilizaciones populares. La orden de proteger los cuerpos intangibles de los gobernantes reforzó la ferocidad policial que produjo multitud de heridos por golpes de bastones y látigos, patadas, pisoteos de cascos de caballos, balas de goma y, al menos, cinco muertos por disparos de armas de fuego. Todo el día fue un flujo y reflujo de la multitud que avanzaba sobre la Plaza y era repelida por las fuerzas de seguridad. Mientras tanto el presidente y su entorno trataban 112


de ganar tiempo con proposiciones tardías a la oposición y maniobras dilatorias, cuando estaba claro que el reloj que marcaba su tiempo político ya había dado la hora final. Un nuevo discurso, fuera de lugar e irritante por su lenguaje formal, pretensioso y desconectado de la realidad, como lo estuvo siempre el mandatario durante el corto período en que intentó gobernar, tensó aún más la situación. A esta altura, una parte de los manifestantes expulsados de la Plaza de Mayo, de la plaza del Congreso y de la del Obelisco, vagaba por la ciudad, infiltrada por violentos cuyo fin era destruir y por delincuentes cuyo objetivo era robar. La manifestación pacífica que la noche del diecinueve al veinte decía “¡Basta!” cívicamente, dio paso a las típicas mesnadas vandálicas que asolan y arrasan en las situaciones de guerra y anarquía. Los treinta muertos y el número indeterminado de heridos con que concluyó el levantamiento popular son la consecuencia de la irresponsabilidad de las autoridades y la violencia policial. Asimismo, testimonios fiables informan que en muchas zonas del conurbano de Buenos Aires provocadores de la propia policía y personal al servicio de algún político, integrante del hoy otra vez oficialismo, a quien el caos resultaba funcional a sus ambiciones, azuzaban a los saqueadores, provocaban el miedo y creaban la discordia entre los vecinos. Al fin, a las nueve de la noche del 20 de diciembre, ante la evidencia de que la oposición mayoritaria se negaba a darle auxilio y había perdido el sustento político de su propio partido que le recomendaba la renuncia, el presidente se decidió a redactarla y abandonar la casa de gobierno. En sus dos años de desgobierno, el ex presidente de la Rúa, cautivo del capital depredatorio, de sus obtusos consejeros personales y de su propia ineptitud, profundizó la ya aguda pobreza y exclusión de la era 113


Menem hasta los extremos insoportables de hoy. Ahora el país está nuevamente en manos de los mismos políticos corruptos que acompañaron al ex presidente Menem y que abandonaron cabizbajos el poder cuando el pueblo votó masivamente a la Alianza y les dijo que se fueran. Hoy el pueblo les da la espalda a unos y otros. La clase media, la clase obrera, los sin trabajo, los excluidos gritan por las calles que no los quieren, a ninguno de ellos. No hay formaciones políticas renovadas ni se avisoran líderes de recambio. El modelo neoliberal mafioso que impera en el mundo fue implantado en la Argentina de manera cruel y descarnada por hombres y mujeres mediocres e inescrupulosos que mediatizan la política para usarla en su exclusivo beneficio personal. El pueblo sólo sabe que ninguno le sirve. Un extraño cabildo abierto de sólo ciudadanos sin representantes que parece una criatura del postmodernismo, el compinche ideológico de la impostura teórica neoliberal, con sus significados fragmentarios, el pensamiento blando, los multiples relatos pequeños, simultáneos y equivalentes, de escaso valor. Sin embargo, este cabildo de los ciudadanos del común tiene otra significación y otro alcance: es el pueblo que busca reescribir, perplejo pero tímidamente esperanzado, como desde una nueva inocencia, el próximo gran relato. Ya escribió la primera línea, se la comunican a voces los integrantes de la multitud, entre ellos y a los que hoy siguen cabildeando en sus covachas para ver cómo se reparten los despojos del país que destruyeron. Dicen: “Nosotros, los ciudadanos, no toleramos una mentira más, un atropello más, una burla más. Nosotros, el pueblo, les retiramos el mandato representativo y reasumimos plenamente la soberanía”.

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EL ROBO DEL SIGLO (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 622, Madrid, mayo 2002)

El 1 de diciembre de 2001 se realizó la maniobra final de la estrategia maquiavélica concebida para consumar la más fabulosa estafa al pueblo argentino de toda su historia. El robo duró más de diez años, desde que en 1991 se instaurara por ley el programa económico conocido por el “modelo de la convertibilidad”. Si hemos de hacer honor a la verdad histórica, deberemos decir que los antecedentes de la estafa se remontan a períodos más lejanos, sin duda cuando menos al año 1976, en que una alianza cívico–militar asaltó el poder para imponer el programa financiero del neoliberalismo por medio del genocidio. El modelo económico del ministro de la dictadura Martínez de Hoz, se continuó con variantes menores por el gobierno democrático que la siguió y se perfeccionó a poco de asumir la presidencia Carlos Menem con el instrumento de la “convertibilidad”, puesto en práctica por su ministro de economía y ex funcionario de la dictadura, Domingo Felipe Cavallo. La convertibilidad, sistema monetario abandonado por el mundo tras la crisis de 1929 por su carácter contractivo, entonces basada en el patrón oro, se rescató en la Argentina más de sesenta años después pero usando el dólar como respaldo. No se tuvieron en cuenta las desigualdades existentes entre la economía de la primera potencia mundial y la de un país subdesarrollado como el nuestro, ni la asimetría de sus ciclos respectivos, se fijó la paridad de 1 peso igual 1 dó115


lar, que resultaba funcional a ciertos intereses y se la mantuvo sin modificaciones por diez años y medio. Esta rigidez y la deuda externa descomunal –que se agregó a la preexistente– en que se incurrió para mantenerla, fue una de las causas primordiales del hundimiento del país en la depresión. El plan sistemático de apropiación por unos pocos de las riquezas del país constó de tres etapas. Las dos primeras las analicé en cartas aparecidas en esta revista, que hoy recordaré en forma sucinta. En la carta titulada “Cien días de (des)gracia”, que se publicó en el nº 603 de septiembre de 2000, glosaba el trabajo que Eduardo M. Basualdo llamó Acerca de la naturaleza de la deuda externa y la definición de una estrategia política, en el que se pasaba revista a las diversas maniobras, legales, porque la legislación dictada al efecto por la dictadura militar y los gobiernos democráticos que la sucedieron lo permitían, empleadas a partir de 1976 para transferir el patrimonio del país a manos privadas, maniobras de las que se beneficiaron tanto grupos nacionales como extranjeros que incluso actuaron asociados. Aquéllas consistieron en: a) compra de los activos del estado a precio vil gracias a que el gobierno, con el patrocinio del Fondo Monetario Internacional, aceptó como parte de pago, al cien por ciento de su valor, bonos de la deuda pública muy devaluados; b) “valorización financiera” de los capitales especulativos que, aprovechando la total libertad de movimientos de que gozaban, ingresaban al país para usufructuar los obscenos diferenciales de tasas de interés con el primer mundo; una vez acrecentado el capital inicial por la plusvalía financiera, sin el menor empleo productivo, volvía a su lugar de origen; c) súperutilidades que se giraron a las casas matrices del exterior, obtenidas gracias a las tarifas abusivas de los 116


servicios públicos privatizados –además dolarizadas e indexadas por la inflación de los Estados Unidos cuando Argentina se encontraba en período de deflación– y a las tasas de interés usurarias y costos de los bancos que quintuplican cuando menos los de los países centrales; d) vertiginosa valoración patrimonial conseguida por la compra de los activos nacionales en las condiciones de privilegio señaladas en a); al cabo de unos pocos años los titulares vendieron sus participaciones y giraron los capitales al exterior; e) otras muchas maniobras menores que resultaría demasiado prolijo enumerar en esta carta. Este proceso, que se inicia en 1976, alcanzó el desideratum a partir de 1991, gracias al seguro de cambio que significó la paridad 1 a 1 peso-dólar fijada por la convertibilidad. La que acabo de describir fue la primera etapa del robo, la legal. La segunda etapa la traté en la Carta titulada “La mafia”, aparecida en el nº 611 de esta revista, de mayo de 2001. Esta es la etapa criminal, quiere decir la que se llevó a cabo burlando la ley que, por otra parte, tenía grandes lagunas que parecían hechas a propósito para que pudiera ser burlada. Recordamos que esta Carta describía la ingeniería de lavado del dinero negro proveniente del delito (droga, tráfico de armas, evasión fiscal, contrabando, producto de los sobornos), generado en el país o que usaba a éste como escala del proceso, que fue blanqueado gracias al sistema bancario internacional mafioso. El 1 de diciembre de 2001 se consumó la tercera y última etapa del robo. En esta etapa los bancos se incautaron de los patrimonios individuales, propiedad legal de los ahorristas, y de los salarios de los trabajadores – obligados a percibirlos a través del sistema bancario– gracias a una medida del gobierno del ex presidente de 117


la Rúa, cuyo autor intelectual fue el omnipresente ministro Cavallo, que con la excusa del peligro de quiebra del sistema financiero congeló los depósitos dentro del mismo. El efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá, derrocado como de la Rúa por el pueblo en la calle y el actual presidente Eduardo Duhalde, convalidaron la medida que no sólo despoja sino que veja a pequeños y medianos ahorristas, trabajadores y jubilados, obligándolos a esperar horas de pie al aire libre para arrojarles como limosna migajas de lo que les pertenece. Las razones que justifican el congelamiento fueron explicadas por el presente ministro de economía con simplismo escolar; dijo más o menos: el sistema bancario funciona con el dinero de los depositantes que los bancos prestan a través del crédito. Los depósitos son a la vista y a corto plazo, y los créditos a un plazo mucho mayor. Si los créditos no se cobran y los depositantes retiran su dinero el sistema quiebra. Todo muy claro de tan simple. Lo que cabe preguntarse es por qué los depositantes retiraron 20 mil millones de dólares en los nueve meses que fueron del 1 de marzo al 30 de noviembre y qué depositantes iniciaron el movimiento. Todo parece indicar que la locomotora de la corrida fueron los grandes depositantes institucionales, después seguidos por los asustados medianos y pequeños ahorristas. ¿Habrán hecho sus extracciones las empresas por desconfianza en la política económica de la que alguna vez se habían beneficiado tanto y en la que los gobernantes persistían tozudamente una vez que estaba agotada? ¿Y todos, grandes y pequeños, lo habrán hecho quizá también por desconfianza en la solidez del sistema bancario, de propósito extranjerizado porque las autoridades nacionales aducían que las casas matrices responderían con sus fondos ante una eventual corrida bancaria? 118


La realidad acaba de demostrar que las casas matrices extranjeras no auxilian a sus filiales argentinas con un solo dólar. Y por otra parte cabe preguntarse qué tienen de cierto varias especies que tomaron estado público en estos días y de las que se han hecho eco incluso las autoridades nacionales. Una de ellas dice que hay créditos por 26 mil millones de dólares en el sistema, otorgados por las filiales de los bancos extranjeros a filiales de las empresas de sus mismos países, que fueron utilizados no para la inversión productiva en Argentina sino para fugarlos al extrajero. Otra sostiene que 350 camiones de caudales cargados de dólares billetes habrían salido por el aeropuerto internacional de Ezeiza, y algunos más por otras fronteras, los días previos a la congelación de los depósitos y aun después de ésta. Se maneja la cifra de 10 mil millones de dólares. Jueces federales están investigando el caso. Sea cual fuera la causa de la quiebra del sistema bancario del país –el retiro de depósitos por desconfianza, el giro de dólares al exterior por parte de los beneficiarios de créditos o ambas cosas– el resultado es el que hoy vemos: el dinero del pueblo confiscado y sometido al riesgo de sufrir quitas y recibir a cambio bonos basura. La primera etapa del robo se hizo bajo la cobertura del marco legal creado previamente; la segunda, violando la ley; la tercera y última, la que completó la gran estafa al pueblo argentino, el chef-d’oeuvre de los estafadores en connivencia con sus cómplices políticos que abusaron del mandato que les otorgó la ciudadanía, gracias a una ley urgente, convalidada por la Corte Suprema de Justicia, dictada con la finalidad expresa de legitimar el despojo.

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VIDA DE NÁUFRAGOS (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 625-626, Madrid, agosto 2002)

Una gastada metáfora que se puso de moda unos meses atrás, cuando la situación del país entró en picada, compara a Argentina con el Titanic y a sus habitantes con pasajeros que bailan al son de la orquesta que toca en cubierta cuando el desastre ya se consumó. Digamos que no por remanida la metáfora resulta menos acertada, aunque sólo lo sea parcialmente ya que éste, a diferencia del trasatlántico trágico, es un navío de tres velocidades o, mejor aun, tres naves en una que a partir de la colisión se separaron y cada una de las cuales corre hacia su propio destino. Así, los pasajeros de primera clase, acomodados en la cubierta superior, por encima de la línea de flotación, continúan felices el viaje y bailan, sin preocupaciones, al compás de músicas festivas, porque la cubierta arrancó sola y continúa su derrota gallardamente con proa hacia puertos promisorios. Los que colmaban la sentina están todos ahogados. La cubierta intermedia, la de clase turista, se hunde lentamente mientras que sus ocupantes tratan de mantener el decoro, aunque el agua ya les pasa de los tobillos y sube peligrosamente, Los viajeros de primera clase son pocos, no más de 3 ó 4 millones de los 36 que tiene el país, poseen dinero y bienes en el extranjero y eligen libremente si van a continuar su vida en el destino que escojan a su gusto o si, tangueros sentimentales, prefieren seguir residiendo en Argentina, en barrios cerrados y custodiados, ajenos al 120


ruido y la furia que truena más allá de las verjas y disfrutando de ingresos en dólares y gastos en el nuevo peso devaluado. Los que viajaban en la bodega son los 18 millones de pobres registrados en abril, la mitad del censo, que con la inflación actual, el paro y los salarios congelados, serán unos 22 para las mediciones anuales que se hacen en octubre. Las menos de 15 millones de almas que viajan en turista y que en octubre serán 10, cuando otros 4 ó 5 millones caigan bajo el nivel del agua, representan sobre la escena el simulacro de que sus vidas siguen más o menos como siempre. Los habitantes de la cubierta intermedia van al cine donde, milagrosamente, todavía se estrenan películas nacionales y extranjeras, Aprovechan las entradas a mitad de precio de los días laborales o que se destinan a la tercera edad. También asisten al teatro, aunque menos, porque las entradas de éste resultan caras comparativamente con las del cinematógrafo y por lo tanto los espectadores son pocos, de modo que el observador se pregunta cómo pueden sobrevivir los numerosos espectáculos teatrales que tiene en cartel la ciudad de Buenos Aires. La conclusión es que las puestas que no cuentan con productores –que se reservan para las piezas más comerciales– si no obtienen algún magro subsidio estatal son financiadas por las propias compañías, cuyos integrantes destinan a su vocación el producto de parte de sus ingresos provenientes de cualquier otro trabajo o, como comenté en alguna carta anterior, del restaurante anexo al teatro y que atienden los propios actores. Los viajeros de turística también visitan gratuitamente la Reserva Ecológica Costanera Sud de la Ciudad de Buenos Aires. Marchan, corren, montan en bicicleta o simplemente pasean y gozan de un día en familia en este espacio de flora, fauna y lagunas naturales. Fue la terca 121


naturaleza la que se encargó de reconstituirlo espontáneamente en los terrenos ganados al Río de la Plata por la dictadura militar para uno de sus proyectos megalómanos abortados, éste destinado a la especulación inmobiliaria masiva. En un alto del camino para reponer fuerzas en mi marcha dominguera por la Reserva, meriendo observando las aves acuáticas, los lagartos overos y los coipos roedores –que ciertos intelectuales orgánicos, más familiarizados con los albañales urbanos que con la fauna autóctona, confunden con ratas –que trabajan por la vida sin preocuparse de amenazas humanas, tan confiados están en que no recibirán agresiones. A la entrada somos muchos los que firmamos un petitorio al gobierno de la ciudad para que frene la construcción de rascacielos en los bordes del enclave natural, ya que su impacto sobre el medio ambiente altera el equilibrio ecológico. Los amenazados viajeros de turística también asisten a la feria del libro que termina en los primeros días de mayo. Hay menos kioskos de expositores que otros años, eso es verdad, pero no decrece la cantidad de conferencias, mesas redondas y presentaciones de libros, todas llevadas a cabo ante salas repletas de asistentes. La feria es, como desde hace más de veinticinco años, un pasar incesante de multitudes que, incluso, compran libros, aprovechando el descuento sobre el precio de tapa del diez por ciento y del importe de la entrada, de 2 pesos que, hoy por hoy, son menos de 0,75 euros. De cualquier modo téngase presente que, para los que pagan la entrada, los dos pesos de hoy son los mismos de antes, pues no importa la paridad cambiaria a la hora de percibir sus emolumentos congelados. Mucho menos les valen cuando concurren al supermercado o a la farmacia, porque los precios de alimentos y medicinas sí se rigen por la cotización del dólar. 122


La gente no sólo va a la feria a comprar libros o a escuchar los dichos de la intelectualidad nacional y extranjera –poca esta última porque ahora se le paga en moneda débil– sino a pasear entre libros y entre mesas donde se reclama, con bastante éxito por cierto, su firma para pedir la derogación de la lista electoral sábana (o sea la lista cerrada) o la de las jubilaciones de privilegio, es decir las percepciones extraordinarias que reciben los que han ejercido un cargo público, no importa por cuánto tiempo, ni la edad que tengan. Hay un bar del barrio de Palermo en el que recalo a veces para descansar en medio de mis andanzas ciudadanas. En mi ultima visita descubrí en el extremo más retirado y calmo del local, donde están las mesas preferidas de los solitarios que se ensimisman y meditan con la mirada perdida en los ventanales que dan a una calle arbolada y silenciosa, una estantería de regulares dimensiones y sobre ella un rótulo: Biblioteca Circulante. Cuenta con una buena cantidad de libros, revistas y diarios, y por lo que pude hojear en el poco rato de que disponía antes de continuar viaje, el material es variado e interesante. Hace mucho que es costumbre en Buenos Aires que el parroquiano de los cafés tenga derecho al periódico del día; ahora se le agrega el préstamo gratuito de libros. Extraños habitantes de la cubierta intermedia de este barco a la deriva que es mi país. Ni salvados ni ahogados, con el agua amenazante que no deja de crecer, ellos no se resignan a abandonar sus viejas costumbres. Juntan las monedas para ir al cine, se cuelan en los teatros cuando pueden, tienen conciencia política, protestan sin cesar y si no les alcanza para comprar libros, toman un modesto café y leen los que les presta el dueño del bar. 123


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II. OTROS ÁMBITOS

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CARTA DE DINAMARCA El fantasma de Elsinor (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 582, Madrid, diciembre 1998)

En los subterráneos del Castillo de Elsinor –vigía sobre el Sund que separa Dinamarca de la costa de Suecia– habita su espíritu. Sentado, aparentemente sumido en un sueño profundo, en realidad vela para proteger el destino de los daneses. No es el padre de Hamlet, fantasma funesto del rey cuyo egoísmo exige a su hijo que vengue su muerte y repare su honor personal manchado por el incesto del hermano con la reina, aun a costa de la salud del país. La reparación de la virtud de la familia real, aunque entonces aludiera a la virtud de la nación, arroja a Dinamarca en brazos del ambicioso noruego Fortimbrás, que recibe como heredero el trono que la traición, la muerte a destiempo y la precipitación de la sangre dejan vacante. El rey Claudio, concupiscente y débil, es incapaz de gobernar porque le falta convicción para disciplinar al príncipe, y la personalidad inteligente y sensible del heredero Hamlet no basta para encarnar el poder cuando lo que hace falta no es reflexionar sino decidir. El príncipe Hamlet, incapaz de actuar por consideración a sus escrúpulos, representa la contracara de Fortimbrás, que apunta certero a su objetivo sin reparar en medios. La tragedia del príncipe Amled, que se fingió loco para vengar la muerte de su padre, se desarrolló en el siglo V y en ella se inspiró Shakespeare, once siglos después, para crear la mayor de sus obras. Los acontecimientos históricos ocurrieron en la isla de Mors, junto a 127


la península de Jutlandia, no en el Castillo de Kronborg, en Elsinor (hoy Helsingor), que se construyó en vida de Shakespeare y en el cual el autor situó los hechos. El actual fantasma de Elsinor que, a diferencia del de la tragedia, no sólo es virtuoso sino positivo, es el caballero Holger el Danés, cuyas aventuras de paladín cantan las más antiguas sagas danesas. Autor de numerosas hazañas guerreras y fiel custodio del emperador de los francos, su carrera de valor y virtud lo llevo a sentarse a la mesa redonda del Rey Arturo. Sin embargo, su historia concreta en su forma contemporánea de estatua sedente que duerme en las cuevas donde se acuartelaba la guarnición del Castillo, tiene un origen mucho más reciente. A comienzos del presente siglo Anders Jensen, dueño del entonces internacionalmente famoso Hotel Mrienlyst de Elsinor, conocedor como buen danés de las crónicas de Holger, mandó construir la enorme estatua de bronce que en 1907 expuso al frente de su hotel y que desde poco después, bajo el aparente sueño, se mantiene alerta en los subterráneos del castillo de Elsinor para defender a Dinamarca cuando ésta sea amenazada. De hecho, el principal grupo de resistencia a la ocupación nazi adoptó el nombre de Holger el Danes. Un hombre, una metáfora, ya que el verdadero héroe legendario que vela para defender la libertad del país es el espíritu de los daneses. En su pequeño territorio de 43.000 kilómetros cuadrados, sin contar la isla de Groenlandia, los cinco millones de habitantes de Dinamarca gozan de uno de los niveles de vida más altos del mundo con una equitativa distribución de la riqueza. No obstante, el valor más apreciado por su población es la tolerancia, una de cuyas consecuencias menos significativas pero más propicias al sensacionalismo ha dado a Copenhague, la serena capital del país, una fama inme128


recida. Durante muchos años fue considerada la meca del género porno. Hay en eso algo de verdad, pero como ocurre con las verdades parciales, se vuelve mentira porque oculta el resto de la realidad. Ésta consiste en la actitud de una sociedad madura, que llevó a la reforma legislativa de los años sesenta destinada a abolir todo tipo de censura. El gobierno socialdemócrata de aquel entonces propició, entre otras medidas favorecedoras de la libertad, la despenalización de las publicaciones pornográficas. Paradójicamente, el que completó la reforma abordando sus aspectos más espectaculares fue el ministro de un gobierno conservador, que propugnó la ampliación del carácter no delictivo de la pornografía a todos los medios de expresión, alcanzando al cine, lo que después se extendió al vídeo. En los fundamentos de su propuesta el ministro se expresó públicamente en unos términos tan directos y crudos que son difícilmente admisibles para la sensibilidad más retórica de un lector de cultura mediterránea. En definitiva, el ministro venía a decir que la sexualidad es algo relacionado con la madurez de los individuos y que cada uno, llegado a adulto, debe poder elegir por sí mismo y sin mentores. El llamado Museo de la Erótica de Copenhague es en realidad una muestra permanente de las manifestaciones pornográficas del ser humano a través de su historia. La conclusión que puede extraerse a partir del material que se expone allí es que siempre la exhibición directa de la sexualidad humana, sin ningún tipo de elaboración estética, ha tenido algo de infantil y sorprende por su ingenuidad. Lo que se hace más evidente en este país, ya que apenas a cincuenta kilómetros de su capital se desarrollaron las escenas más violentas, apasionadas y eróticas de la historia del teatro que sembraron de muerte el castillo de Elsinor. 129


CARTA DE ITALIA Hacia el Sur: clasicismo y subdesarrollo

Nunca quise cruzar el paralelo de Roma hacia el sur, en este país donde me siento tan cómodo por lo familiares que me resultan sus comportamientos, ya que temía que las similitudes con Argentina fueran más de las que podía soportar. Esta sospecha se fundamentaba en testimonios escritos y orales de viajeros conocidos y desconocidos. Pero sabiendo de la riqueza de vestigios clásicos y de las bellezas naturales de ese Sur, llegué a sentir remordimiento por mi abstinencia voluntaria que me pareció una falta de respeto al país. De modo que en el viaje a Italia de este verano me propuse, no sin temores, imprecisos por cierto, más psicológicos que objetivos, pasar al Sur. Antes de internarnos en lo incierto realizamos un recorrido más o menos tradicional por sitios de la Liguria, la Toscana y la Emilia-Romagna que revisitamos con el placer de comprobar, una vez más, que estábamos como en casa, pero en una casa pulcra, ordenada y eficiente. En esta primera parte de nuestro viaje nos demoramos en Volterra, escenario de las Vaghe stelle dell´Orsa de Visconti, donde disfrutamos de la hospitalidad de Mario y Nicole Muchnik, en su casa de campo, y de la compañía de Isaac Montero y Esther Benítez, así como de la cena típicamente toscana y del asado criollo preparado por el propio Mario. A continuación, y con la pena de abandonar las cariñosas atenciones de los Muchnik, pusimos proa hacia la frontera mítica y temida. 130


Habíamos decidido soslayar Roma, por lo que salimos de la autopista de Florencia por una carretera comarcal hacia Tívoli. El camino serpenteaba entre campos cultivados y caseríos, y a poco de recorrerlo nos dimos de frente con una escena insólita. Sentada en una especie de silla de árbitro de tenis, a la vera del camino, una mulata vestida con una minifalda y una blusa descotada, gauguineana en los colores de la ropa y del paraguas con que se protegía del sol, fingía indiferencia y miraba de soslayo. No tardamos en comprender, al descubrir pocos centenares de metros más allá otras figuras parecidas, que estábamos ante una de las tantas ofertas del mercado globalizado. Las trabajadoras, negras en su mayoría y algunas rubias con aire eslavo, eran las que se reclutan a buen precio en el Africa subsahariana abandonada por “inviable” por el capitalismo y en las zonas asoladas por las guerras civiles que sucedieron a la liberación del fin de la Historia. Las afortunadas han podido incorporarse al mercado mundial gracias a que aceptaron las reglas de la competencia, tanto en materia tarifaria como de condiciones laborales. Dejamos el Lazio con estas advertencias acerca del rumbo que tomábamos y penetramos en la Campania. Sin más etapas nos instalamos en Pompeya. El pasado. La imagen congelada de lo que fue. Cualquiera que haya leído, si no un texto especializado, la novela de Bulwer-Lytton, o tan siquiera una guía turística, y por supuesto los que la visitaron y, si hubiera sido en un viaje organizado, no la confunden ya con otras ruinas, saben lo que significa Pompeya como testimonio de la vida cotidiana de Roma, como eslabón en el análisis histórico, como fuente irremplazable para el rescate de la técnica pictórica romana. Pero lo que sólo el turista inquieto puede experimentar, el que viaja por cuenta 131


propia y además no acepta los servicios de los guías que se ofrecen en distintos idiomas al pasar la Puerta Marina, es la sensación irrepetible de estar compartiendo con sombras la vida de una urbe. Ello le ocurre cuando abandona el Foro y los demás sitios clásicos que llenan las multitudes, y se pierde por las callejuelas suburbanas, menos espectaculares pero solitarias y más sugerentes, donde, aguzando el oído, se perciben los murmullos del pasado. Estos son quizá tan vívidos como el vaciado de las víctimas que el perspicaz Fiorelli obtuvo filtrando yeso líquido en los huecos dejados en el subsuelo por la descomposición de la materia orgánica. Por esas callejuelas el visitante puede llegar extramuros a la Villa dei Misteri, en cuyas paredes los frescos de un genio desconocido retratan los pasos femeninos de los ritos iniciáticos dionisíacos, que la Roma reglamentarista prohibiera por perturbadores del orden y que se refugiaron en las periferias meridionales y permisivas de la Campania, incluso en el seno de las familias aristocráticas. Más al Sur, Poseidonia –Paestum romana– colonia poderosa de la Magna Grecia, cuyas importantes ruinas guardan los templos llamados “de Ceres”, “la Basílica”, y sobre todo el “de Poseidón/Neptuno”, el mejor conservado de Europa junto con el de Teseo, del Ágora ateniense, y el de la Concordia, de Agrigento. Poseidonia, nuestra última etapa por el Sur clásico de Italia, tenía como contrapartida paisajística el recorrido de la cornisa Amalfitana. El regreso por la carretera de la costa no fue la primera pero sí nuestra más violenta experiencia con el tráfico de la Campania. Por el camino quebrado y estrecho, al borde del mar, los vehículos circulan a velocidades desproporcionadas con las dificultades del terreno y de manera irresponsable. El conductor sensato está obligado a todo tipo de piruetas 132


para evitar encontronazos, para deslizarse junto a los autobuses de línea, para esquivar las pequeñas motos, cuyos conductores, sin casco, se entrecruzan con los coches y se lanzan a velocidades fantásticas en las curvas y cuesta abajo. Como si esto no bastara también debe cuidar a los peatones que, de todas las edades y de ambos sexos, a veces con bultos sobre la cabeza, caminan despreocupadamente por medio de la calzada. En resumen, no sabemos cómo es la alabada costa Amalfitana, salvo por algunas miradas aprensivas que lanzábamos al vacío, incluido yo, el conductor. Para visitar la ciudad de Nápoles preferimos el tren, por razones que a esta altura no hace falta explicar. Nápoles, los suburbios de Nápoles... lo que me temía, no por los napolitanos, que parecen muy felices con lo que tienen, sino por el “efecto memoria”. Y estaba lleno de motivos para temer. El mismo desorden, la misma pobreza, la misma dejadez, la misma suciedad, los mismos perros vagabundos que hurgan en la basura, la misma ruina edilicia de mi país. También la misma arrogancia, o algo parecido, en las maneras de la gente, algo así como un desprecio, tal vez involuntario, por lo que rodea a los napolitanos, por el prójimo, por el mundo. Lo que no quiere decir que sean descorteses cuando se los aborda, como tampoco lo son los habitantes de Buenos Aires. Los porteños tenemos una deuda con los italianos, pero más precisamente con los napolitanos. No obstante esta visión de caos, de decadencia, decadencia que en realidad es un alma, un modo de ser, atenuado, al menos el caos, según informan los periódicos, por la gestión del actual alcalde comunista de la ciudad, debo decir que en ningún momento tuvimos la sensación de la acechanza delictiva, de la que nos habían prevenido, incluso algún nativo. Sí en cambio sentimos 133


la amenaza del tráfico, que no complació pero tampoco sorprendió a alguien como el firmante de esta carta, acostumbrado a la circulación de Buenos Aires. Al cabo de la visita, puesto a hacer comparaciones, llegué a la conclusión de que el tráfico napolitano es aun más caótico que el de Buenos Aires. Mis compatriotas no se atreven a dar vueltas en “u” en pleno centro de la ciudad, ni a avanzar por las sendas peatonales en el mismo sentido de los peatones, ni a violar con tanto desparpajo los semáforos rojos en la cara de la policía, así conduzcan coches, camiones, motos o ciclomotores. Pero también creí advertir otra diferencia, diferencia de espíritu más que de maneras. Creí descubrir que de la violación los napolitanos hacen un ejercicio deportivo, de habilidad, y de libertad. Se precian ante los demás y ante las autoridades de desafiar el orden establecido. Los porteños, en cambio, parecen descargar con sus máquinas un viejo rencor agudizado hoy por la frustración y la carencia, y ese rencor lo dirigen, transformado en agresividad, contra sus iguales, contra sus conciudadanos que con ellos comparten la calle y el fracaso. Madrid, septiembre 1999.

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EL TERCERO AUSENTE

“Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, decididos a salvar a las futuras generaciones del flagelo de la guerra, que por dos veces en el curso de la actual generación ha acarreado sufrimientos indecibles a la humanidad…”. Es el Preámbulo del Estatuto de las Naciones Unidas citado por el filósofo, jurista y escritor político italiano Norberto Bobbio en el libro cuyo título utilizamos para encabezar esta nota. El volumen recoge ensayos y discursos que el autor dedicó, a lo largo de más de veinte años, a denunciar el equilibrio del terror entre las dos grandes potencias enfrentadas en la guerra fría En esos textos, el liberal Bobbio, en su empeño pacifista, pugna por sacar a la luz la diferencia cualitativa existente entre el equilibrio fundado en las armas convencionales, propio de la disuasión entre las potencias europeas hasta la segunda guerra mundial, y el de las armas atómicas posterior a ésta. Los esfuerzos retóricos de Bobbio apuntan sobre todo al discurso sinuoso –más peligroso que el brutal de los “halcones”– de los que él llama “minimizadores”, solapados y escurridizos defensores de la guerra que niegan el carácter exterminador de la contienda atómica para considerarla simplemente como un desarrollo cuantitativo de la guerra convencional. El equilibrio precario, alcanzado siempre en un escalón superior, demuestra que la pretensión real de cada contendiente es aniquilar al enemigo, lo que da lugar al terror como norma de convivencia internacional y al des135


pilfarro de enormes recursos que se dedican a la guerra en lugar de destinarlos a atender las necesidades elementales de la humanidad. La lógica del amigo-enemigo que rige las relaciones internacionales no es una paz verdadera sino una tregua entre dos guerras y termina indefectiblemente, según Bobbio, en vista de la experiencia histórica, en el enfrentamiento armado, ya que para asegurar la propia superviviencia el enemigo debe ser destruido. La única posibilidad de escapar del “estado de naturaleza hobbesiano”, en que luchan todos contra todos, consiste, según el autor, en pasar del estado polémico (de conflictividad violenta) que rige las relaciones interestatales, al estado agónico (de conflictividad no violenta), propio de las relaciones intraestatales en la sociedad democrática. Es decir, la única salida posible hacia la paz es la democratización de las relaciones internacionales, la prevalencia del derecho y la convivencia sobre la fuerza y la voluntad de poder. Siendo así, la fuerza legítima quedaría reservada al Tercero. Un tercero no ya entre las partes sino por encima de las partes, con autoridad para imponer un sistema político internacional estable, duradero y pacífico. La Carta de las Naciones Unidas crea la figura del Tercero por encima de las partes en el instituto del Consejo de Seguridad, al que, en los artículos 42 y 43, da atribuciones para “mantener y restablecer la paz” y para requerir a los estados miembros las fuerzas armadas y la asistencia necesaria para alcanzar esos objetivos. La historia de la guerra fría demuestra que, aparte de las imperfecciones democráticas del ordenamiento debidas al derecho a veto concedido a las mayores potencias integrantes del Consejo, los artículos en cuestión han resultado prácticamente letra muerta y las intervenciones en casos 136


de conflicto han obedecido no a la vigencia de la democracia internacional sino a la lógica del equilibrio del terror. En el último escrito del libro, titulado “Los sabios equilibristas”, Bobbio saluda con esperanza cautelosa el acuerdo sobre reducción de armas atómicas alcanzado por Reagan y Gorbachov en 1987, que por primera vez en la era nuclear permitía esperar que el equilibrio armamentístico se estableciera en un nivel más bajo. La realidad histórica, que el autor entonces no podía conocer, confirmó por el contrario la vigencia del principio “amigo-enemigo”, ya que la inflexión en la política del terror no provenía de una evolución de las relaciones internacionales hacia la sensatez sino de la debilidad encubierta de uno de los contendientes, que empezaba a admitir su derrota, y que se manifestaría abiertamente cuatro años después, con el desmembramiento de la Unión Soviética. Tras la algarabía y los fuegos de artificio que celebraron el triunfo de la democracia en su maridaje con el capitalismo, una era de paz y prosperidad habría de advenir. Diez años más tarde sabemos que la guerra y el caos siguieron reinando y que la ahora potencia hegemónica ni siquiera puede imponer una paz autocrática. Hace más de quince años, en el artículo titulado “Las Naciones Unidas cuarenta años después”, el autor advertía sobre la difusión de “un nuevo tipo de guerra que es al mismo tiempo interna (…) e internacional (…) me refiero a la guerrilla y el terrorismo…”. En relación con éstos recuerda que, de la finalidad fundamental de las Naciones Unidas, consistente en “mantener la paz y la seguridad internacionales”, derivan las de “desarrollar relaciones de amistad entre las naciones, basadas en el respeto al principio de igualdad de los derechos y de autodeterminación de los pueblos, y conseguir la colabora137


ción internacional para solucionar los problemas económicos, sociales y culturales”. El 11 de septiembre de 2001 el nuevo tipo de guerra llegó a su madurez, llevada a cabo por un enemigo interno e internacional, difuso, difícil de enfocar, guerra que en buena medida parece reconocer en su origen las causas que las Naciones Unidas tenían entre sus objetivos corregir. Estas reflexiones las realizamos desde el horror de haber contemplado el espectáculo de la muerte en directo y con el derecho que da el ser originario de un país que padeció en 1992 y 1994 los ataques del terrorismo internacional, algunos opinan que como represalia por el envío de tropas a la guerra del Golfo. No fueron miles las bajas en Argentina, pero superaron las cien, y es ya un número espeluznante. Así como en las torres gemelas las víctimas no fueron sólo estadounidenses, en las voladuras de la embajada de Israel y de la mutual judía AMIA no murieron sólo ciudadanos de confesión judía, lo que ratifica que el terrorismo no sólo es impiadoso sino indiscriminado. La opinión pública en mi país, según muestran las encuestas, es homologable con la del resto de América y la de Europa. Condena sin atenuantes la barbarie, pero cree que las raíces profundas de la violencia están, como lo creen las Naciones Unidas y Bobbio, en: “…la opresión, que no deja al pueblo sometido otra alternativa que la resistencia o la esclavitud, y (en) la miseria, que desencadena la lucha por la supervivencia”. La misma opinión pública argentina que condena rotundamente el atentado se opone a represalias indiscriminadas, al estilo de los bombardeos limpios publicitados por la CNN, cuyos peores sufrimientos, tanto más difíciles de prever cuanto que el secretario de defensa de los Estados Unidos acaba de declarar que su país no renuncia de antemano al uso de armamento atómico, probablemente 138


recaerán, como en ocasiones anteriores, sobre la población civil, ajena a responsabilidades bélicas o terroristas. Víctimas civiles que no serán visibles, como lo fueron las de las torres, sino innominadas e incontadas, ya que se las despachará a la fosa común con el acostumbrado rótulo global de “daños colaterales”, según el eufemismo al uso en el lenguaje de la OTAN. Los remedios efectivos, a los que menos atención presta el poder, están en la prevención que, en pocas palabras, puede traducirse en “vida digna para las mayorías excluidas del Globo”. Y si no obstante ello llega el momento de la punición, en lugar de represalias irracionales valdría la Corte Penal Internacional, una figura jurídica importante en el camino hacia la democratización de las relaciones internacionales y que puede encarnar el papel del “tercero por encima de las partes”. Configura un ámbito judicial apropiado para juzgar y castigar delitos como el del 11 de septiembre, claro que para que su funcionamiento sea efectivo Estados Unidos tendría que dejar de poner obstáculos en su camino. Madrid, diciembre 2001.

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HACIA UNA NUEVA EDAD MEDIA (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 649-650, Madrid, julio-agosto 2004)

El historiador Eric J. Hobsbawm termina su Historia del siglo XX con estas palabras: “…si la humanidad ha de tener un futuro, no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad.” ¿A qué se refiere Hobsbawn con la palabra “oscuridad” con que remata su historia de lo que él llama “el siglo XX corto”, es decir el que va desde la Primera Guerra Mundial a la disgregación de la URSS. Presumiblemente alude a la idea marxista de la “barbarie”, a la que la humanidad se vería abocada en la hipótesis del fracaso socialista y de una victoria del capitalismo de tal calibre que cerrara el paso a cualquier alternativa. La época a la cual teme Hobsbawn que estemos abocados podrá llamarse de “la oscuridad”, como quiere él, de la “barbarie” o “del caos”, como prefieren otros autores; en todo caso, cualquiera de esas denominaciones está cargada de alusiones ominosas, capaces de provocar el desasosiego de nuestro ánimo. Las tres evocan desorden, ignorancia, brutalidad, estancamiento, anarquía, peligro, enfermedad, muerte; las tres nos remontan imaginariamente al período histórico que tradicionalmente se vincula con esas amenazas: la Edad Media.

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¿Ha comenzado ya la Edad Media? ¿Estamos a punto de entrar en una nueva Edad Media? ¿Tal vez lo hemos hecho ya? Para tratar de responder a estas preguntas inquietantes veremos lo que dice Umberto Eco en el ensayo “La Edad Media ha comenzado ya”. En dicha obra Eco realiza un paralelo entre momentos y situaciones actuales, y momentos diversos de un proceso histórico –el del medioevo– que abarca mil años. Por eso mismo se cuida de subrayar que, si se pretendiera llevar a cabo una trasposición automática de una a otra época, se llegaría a conclusiones absurdas. En primer lugar porque, en virtud de la aceleración del tiempo histórico, lo que en el medioevo llevaba un siglo en nuestra época, tal vez, demora un día. En segundo lugar porque en nuestra civilización planetaria conviven culturas que se encuentran en distintas etapas de evolución; incluso de algunas de ellas se podría decir, en forma coloquial, que viven en “condiciones medievales”. Lo que el autor pretende es construir un modelo teórico que sirva de herramienta de aproximación a la realidad desde una perspectiva medieval, para así dejar atrás las intuiciones y sistematizar los datos. La hipótesis de Eco se apoya en las siguientes comprobaciones: 1. Una gran Paz que se desmembra. Un gran poder internacional que había unificado el mundo desde el punto de vista militar, civil, social y cultural, se derrumba por su propia complejidad ingobernable y por la presión de los “bárbaros” que asedian las fronteras o que, tal vez, minan el “orden” desde el interior. La Gran Pax Romana se resquebrajó y se vino abajo, y hoy la Pax Americana ha entrado en crisis, no obstante que las aparien141


cias engañosas, opinamos, parezcan indicar lo contrario. 2. Vietnamización del territorio. El debilitamiento y fractura del poder central son simétricos con el fortalecimiento de intereses privados que se autoadministran, mantienen compromisos recíprocos y consiguen equilibrios. La autonomía de estos intereses se resguarda en centros fortificados de reunión y decisión protegidos por cuerpos armados a su servicio. En el exterior de las murallas de esos “nuevos castillos”, según la idea desarrollada por Furio Colombo y a la que alude Eco, se extiende el territorio “vietnamizado”, o sea abierto al conflicto y a las luchas por el poder, con prescindencia de los intereses de la población. De ésta forman parte los súbditos que demandan protección a los nuevos “señores” y los nómades que recorren el campo: monjes medicantes, cruzados, rebeldes que se levantan contra todos los poderes y bandas armadas corporativas cada vez más independizadas del poder central. 3. Deterioro ecológico. Hoy las ciudades no son invadidas por mesnadas de bárbaros, pero sufren escasez de agua, apagones y atascos monumentales de tráfico. Hoy no escasea el hierro ni se padece decadencia tecnológica, pero el hiperdesarrollo de la técnica provoca infartos y enfermedades nerviosas, y la expansión de la industria alimenticia produce alimentos dañinos para la salud. El campo no adolece de falta de útiles de labranza sino por la explotación intensiva, el monocultivo, la tala de bosques, la contaminación ambiental por pesticidas y la desaparición de especies animales. Y la industria de la sociedad de consumo progresa mucho más cuantitativa que cualitativamente, fundada como está en la reducción permanente del costo de una producción masiva con bajos estándares de calidad. 142


4. El neonomadismo. El hombre de comienzos del tercer milenio sufre el síndrome del desplazamiento, por voluntad propia o impulsado por la necesidad, y gracias a la innovación continua que hace más veloces los medios de transporte. El habitante de los albores del segundo milenio también padecía de nomadismo y atravesaba Europa de uno a otro confín recorriendo las rutas del peregrinaje, favorecido por numerosas invenciones que habían mejorado los transportes. Es verdad que el bandidaje y otros peligros hacían inseguros los caminos; Eco se pregunta si los atentados, los secuestros y los consecuentes controles policiales en los aeropuertos dan sensación de seguridad al viajero contemporáneo. 5. La insecuritas. Temor al Apocalipsis, a aventurarse de noche al descubierto, al asalto y al secuestro, necesidad de portar armas en el año 1000. Miedo a la catástrofe atómica o ecológica, a ser apuñalado en el metro, al atraco, al secuestro extorsivo y a la represión policial indiscriminada, proliferación de armas en manos civiles en el 2000. Guerras no declaradas, entonces y hoy, con el intervalo de las convenciones bélicas del liberalismo moderno; guarniciones del Imperio estacionadas en las provincias, señores de la guerra. 6. Los Vagantes. Eco establece un parangón entre las bandas de marginales, místicos y aventureros que vagaban en la Edad Media y los que vagan hoy por los territorios de la insecuritas. Mendigos trashumantes, sectas que buscan la Gracia por medios químicos, monjes que se deslizan del misticismo a la estafa y al asesinato por vía de ritos satánicos, guerrilleros carismáticos como Juana de Arco y el Che Guevara. Dominicos y franciscanos medievales que enfrentan el “sistema” y se enfrentan entre sí; iglesias y grupos políticos extremistas del 143


siglo XXI que brotan por dentro y por fuera de las religiones y partidos tradicionales, y que multiplican las herejías y las excomuniones recíprocas. 7. L’Auctoritas. El estudioso del medioevo invariablemente funda sus afirmaciones en el pensamiento de alguna autoridad que lo precede, hasta el extremo de fingir que nada de lo que propone es de su propia creación. “Somos como enanos a hombros de gigantes” cita Eco a Bernardo de Chartres. La disipación cultural del fin del Imperio Romano y el caos helenístico crean en el pensador medieval la necesidad psicológica de concentrarse en la reordenación de las pautas del conocimiento. Exactamente lo contrario al enfoque que prevalece a partir de Descartes hasta el siglo XX, para el cual el valor filosófico, científico o artístico depende de la originalidad creativa. En la misma línea de paralelismo con la reacción medieval ante el dispendio de la cultura grecorromana, Eco encuentra que el pensamiento progresista de nuestros días ve con sospecha los valores de la originalidad romántico-idealista y el pluralismo liberal, que considera un disfraz bajo el que se esconde el monolitismo del dominio económico. Por eso mismo dicho pensamiento privilegiaría la reflexión y la obra colectivas y anónimas que funcionan como comentario a los textos fundacionales, mecanismo equivalente al del recurso a la autoridad del medioevo. 8. Formas del pensamiento. La lógica estructuralista y el formalismo de la lógica y de las ciencias física y matemática del presente están muy cercanos al pensamiento medieval, sostiene Eco. Así también ”los excesos formalistas y la tentación antihistórica del estructuralismo” serían equiparables a los de las discusiones esco144


lásticas, y la violencia renovadora de los revolucionarios contemporáneos, basada en el discurso teórico intransigente y motorizador de prácticas discriminadoras, sería equivalente en formas e intenciones a la de los reformadores, o simplemente “herejes”, medievales. Ni el político de hoy, que argumenta basándose en la autoridad para fundamentar teóricamente la nueva praxis, ni el científico que intenta fijar las coordenadas que reestructuren un universo cultural que ha explotado por exceso de originalidad y aportaciones heterogéneas, son asimilables a sus pares de la cultura burguesa moderna. Antes bien tienen su paralelo en el ideario medieval, enfrentado a un mundo, el grecorromano, que también había estallado por la confluencia conflictiva de aportes culturales demasiado diversos. 9. La cultura visual y el arte como bricolage. Dos épocas con utopías educativas similares y el mismo disfraz ideológico que vela un proyecto paternalista de control de las conciencias. Éste tiende un puente entre la cultura docta, disponible para la élite que reflexiona alfabéticamente, y la cultura popular, que recibe en imágenes los datos funcionales al saber y las estructuras del programa dominante. Monasterios medievales, y universidades y centros de investigación donde se almacena y procesa el conocimiento letrado; capiteles románicos y televisores, pantallas que trasmiten visualmente la información indispensable para que la sociedad funcione. En ambas épocas se diluye la diferencia entre objeto estético y mecánico, entre obra de arte y hallazgo ingenioso, entre arte y artesanía, entre composición singular y producto en serie. Y en ambas se desarrolla un sentido estético que goza con el color agudo y el juego de la luz. “El nuestro” dice Eco, “es un arte de aditivos y composiciones como el medieval”; coexisten como en la Edad 145


Media el experimento elitista con la producción masiva destinada al vulgo. También en las dos épocas advierte Eco que, junto al montaje de la cultura popular, la cultura docta realiza un trabajo de inventario y de collage con los restos del pasado, grecorromano en el Medioevo, moderno en el presente; de tal modo que el gusto por la colección y el inventario expresaría la ansiedad por analizar y recomponer un mundo que se considera perimido pero que despierta curiosidad y produce nostalgia. 10. Los monasterios. “Nada hay más parecido a un monasterio que un campus universitario americano”, donde los monjes, alejados del mundo, se enfrascan en sus investigaciones. A veces el soberano llama a uno de esos monjes, llámese Gerberto de Aurillac o Kissinger y lo envía al siglo en función política. Los monasterios medievales no realizaron una tarea de conservación sistemática de la cultura sino que la reelaboraron un poco azarosamente, perdiendo textos fundamentales y salvando otros irrelevantes; así crearon una nueva cultura. Del mismo modo, piensa Eco, que los “nuevos monasterios” no están destinados a conservar la huellas del pasado, al contrario de lo que propone Roberto Vacca en Medio Evo prossimo venturo, sino a reelaborarlas y a crear, quizá también de un modo un poco azaroso, la nueva cultura. 11. La transición permanente. Se considera a nuestra nueva Edad Media como una época de “transición permanente”, señala Eco. Hará falta construir hipótesis –como la Teoría del Caos – que nos guíen en el viaje a través del desorden y de la conflictividad. “Nacerá” –concluye– como ya está naciendo, una sociedad de la readaptación continua, alimentada de utopía.” Los párrafos precedentes tratan de contestar a la 146


pregunta que nos hemos hecho acerca de si ya ha comenzado la nueva Edad Media. No hay duda de que el modelo de Eco se adapta con considerable precisión a la realidad de hoy; más aún, un repaso a nuestro entorno en este comienzo del siglo XXI parece demostrar que las condiciones descriptas por el autor se han extremado. Comprobamos un incremento del poder económico y político de las corporaciones, que acentúan sus atributos feudales apropiándose de parcelas cada vez mayores del patrimonio colectivo, tributarizando progresivamente el mercado y encerrándose en sus ciudadelas, protegidas por barreras físicas y cuerpos armados propios o por la intangibilidad informática. Al aumento de fuerza de las corporaciones corresponde un debilitamiento simétrico del Estado, que les cede continuamente facultades y porciones de su poder, de manera expresa o disimulada bajo el disfraz de exenciones, franquicias, subsidios, concesiones graciosas y, no lo menos importante, apoyo policial y militar. Parece evidente que las predicciones acerca de la “cuartelización” de las ciudades al estilo medieval, según el arquetipo desarrollado por Giuseppe Sacco y al que se refiere Eco, se verifican día a día con los barrios elitistas cerrados y custodiados, las favelas donde se concentra miseria y delincuencia, ésta reconocida oficialmente –a diferencia de la de guante blanco que el poder simula ignorar cuando no encubre activamente– y a donde la policía no se atreve a entrar salvo cuando es cómplice del delito. La experiencia del “campo” extramuros, poblado por aldeanos tributarios de las nuevas fortalezas y convertido en “zona de sufrimiento” donde se enfrentan rebeldes y fuerzas del “orden”, éstas cada vez más convertidas en bandas armadas autónomas, confirma la “vietnamización” del territorio. Y así podemos seguir con el deterioro ecológico, la inseguridad, el nuevo analfabetismo, etcétera. 147


Si, pese a este Ăşltimo arqueo de la realidad, aĂşn no nos atrevemos a afirmar rotundamente que ya hemos entrado en la nueva Edad Media, podemos en cambio aventurar sin exageraciones que, muy probablemente, estemos en vĂ­as de hacerlo.

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EN LA CIUDAD POSTMODERNA1 (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 666, Madrid, diciembre 2005)

En sus textos sobre el postmodernismo, Fredric Jameson se opone a la interpretación reduccionista de este término como simple “crítica o diagnóstico cultural incorpóreo del espíritu de la época”. Antes bien considera el postmodernismo como un concepto “periodizador”, en el sentido de que data históricamente los nuevos rasgos formales de la cultura para correlacionarlos con “un nuevo tipo de vida social y un nuevo orden económico…”: el del capitalismo tardío2. En su análisis de la producción cultural postmoderna, Jameson reserva un lugar destacado al cine, la última de las artes cronológicamente y la única –arte-técnica– que, según algunos autores, puede considerarse genuina y esencialmente postmoderna.

El cine en el postmodernismo La belleza y el esteticismo Jameson selecciona los films Caravaggio (1986), del director inglés Derek Jarman; Yeelen (The light, 1987), del cineasta de Mali Suleiman Cissé; Latino Bar (1990), del mexicano Paul Leduc; Bleu (1993), film francés de Kieslowski, y Todas las mañanas del mundo (1992), del francés Alain Corneau, como ejemplos del cine postmoderno de la belleza y el esteticismo. Su muestra hace decir a Perry Anderson que “Jameson toma sus ilustraciones de la belleza en igual medida de películas decidi149


damente experimentales, calculadamente pedantes y descaradamente populares” (Esto último en relación con El padrino que, en realidad, Jameson usa como ejemplo del “cine de la nostalgia”). La tesis de Jameson es que en todo el cine “de la belleza” prevalece la imagen por sobre el texto narrativo, sea para resolver con aquella una contradicción narrativa de otro modo irresoluble (The light), porque la motivación estética sustituya a una interpretación racional (Latino Bar), o porque la “secuencia biográfica de acciones y acontecimientos” sea “un mero pretexto para los elementos visuales” (Caravaggio). Por otra parte señala que este cine, aun en los casos en que tenga calidad formal, disfraza el consumo como arte, produce imágenes que son fines en sí mismas sin intención crítica y, en definitiva, se convierte en un producto reactivo que obra como sustituto de la política. La moda de la nostalgia “…Parecemos condenados a buscar el pasado histórico a través de nuestras propias imágenes y estereotipos populares del pasado, que en sí mismo queda para siempre fuera de nuestro alcance”, afirma Jameson en relación con lo que llama el “cine de la nostalgia”. Se refiere a la filmografía que sitúa la acción en un pasado no tan lejano que no pueda ser reconocido por el espectador a través de las señales escenográficas. Pone como ejemplos Chinatown (Polanski, 1974), de la que destaca su calidad, American Graffiti (George Lucas, 1973), El conformista (Bernardo Bertolucci, 1969) y, en particular, Cuerpos ardientes (Body Heat, Lawrence Kasdan, 1981), que considera “una versión nueva, distante y característica de una ‘sociedad de la riqueza” de la novela 150


El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain. Según Jameson los filmes de la nostalgia son otra cosa que las películas (o las novelas) históricas anteriores. Son “historicistas” no históricos, y su nostalgia no padece el dolor puramente modernista por el pasado, más allá de cualquier reproducción estética; antes bien se trata del apetito consumista por un producto que no es la “representación’ pasada de moda de un contenido histórico” sino una trasmisión de “lo pasado’ mediante las cualidades brillosas de la imagen…”. Pero hay algo más, ya que nuestra sociedad no sólo sería incapaz de conceptualizar el tiempo histórico, el pasado, sino que ya no podría “mirar con sus propios ojos el mundo real”. Valiéndose de Body Heat, Jameson sostiene que la consciencia del espectador acerca de la existencia de versiones anteriores y de la propia novela, forman “parte constitutiva y esencial de la estructura de la película”, o sea que la intertextualidad funciona como connotador de “lo pasado y de una profundidad pseudohistórica en que la historia de los estilos estéticos desplaza a la ‘verdadera historia”. Esta elusión del presente nos hace sospechar que nos hemos vuelto impotentes para “producir representaciones estéticas de nuestra experiencia actual.” El cine y el capitalismo financiero Dentro del abordaje de Jameson al postmodernismo, resulta especialmente original su esfuerzo por establecer los vínculos entre la nueva lógica del capital financiero y la producción cultural. En particular en el caso del cine, el autor estudia la relación entre la retórica del fragmento en el modernismo y el postmodernismo, y las etapas sucesivas de la abstracción capitalista. 151


Como paradigmas del fragmento en el cine del modernismo elige las películas surrealistas Un perro andaluz (1928) y La edad de oro (1930), de Luis Buñuel, y el filme experimental Dog Star Man (1965), de Stan Brakhage. Dentro del cine considerado postmoderno, selecciona Last of England (1987), de Derek Jarman. Todos los filmes elegidos utilizan el fragmento de imagen como modo expresivo. En el caso de Buñuel se trata de la práctica del síntoma. “Los fragmentos de imágenes de Buñuel están incompletos para siempre y son indicadores de una incomprensible catástrofe psíquica… el síntoma en su pura forma como un lenguaje inentendible que no puede traducirse en ningún otro.” En cuanto a Brakhage, treinta y cinco años después y con el instrumento del filme experimental, el fragmento, también carente de sentido, se lo podría considerar como “cuartos de tono, segmentos analíticos de la imagen” que para el espectador no ejercitado están visualmente incompletos y configuran algo así como “un arte del fonema más que del morfema o la sílaba.” Contrariamente, los fragmentos visuales de Last of England, de Jarman, son clichés descarnados, donde el sujeto agonizante de Buñuel ha muerto y la vida autónoma que trascurre en los fragmentos parece flotar “a través del vacío reino público de un Espíritu Objetivo galáctico.” Los fragmentos autonomizados de Buñuel y Brakhage, propios del modernismo, carecen de sentido, pero el flujo de Jarman posee un significado de carácter alusivo. Ocurre que “cada fragmento… que antaño era incomprensible sin el contexto narrativo en su conjunto, hoy es capaz de emitir un mensaje narrativo completo por derecho propio”, que se refiere a un contexto cultural y mediático. 152


¿Y qué relación podemos encontrar entre los fragmentos modernistas y postmodernistas, y las etapas sucesivas de la abstracción del capital? La abstracción modernista, según Jameson, está vinculada con la acumulación del dinero. Y el dinero abstracto, en esa etapa del capitalismo, es vacío, como las imágenes modernistas, y dirige su atención a lo que “supuestamente” lo completa (y también lo suprime): la producción y el valor. En oposición al capital productivo, el capital financiero –el de la etapa histórica que vivimos– no necesita ni de la producción ni del consumo. Y del mismo modo se comportan los “fragmentos narrativizados de imágenes de un lenguaje estereotípico postmoderno: sugieren un nuevo ámbito o dimensión cultural que es independiente del antiguo mundo real, no porque, como en el período moderno (…) la cultura se haya apartado de él y retirado a un espacio artístico autónomo, sino más bien porque ya ha impregnado y colonizado el mundo real, de modo que no tiene un exterior en términos del cual pueda encontrársela faltante.” Concluimos con la idea de Jameson acerca de que la belleza, que con su rechazo de la sociedad burguesa y materialista desempeñó un papel subversivo durante el modernismo, hoy es incapaz de asumir la misma función protopolítica que en ese momento histórico. Lo atribuye a la enorme diferencia de situación entre un modernismo ubicado en una sociedad con una mercantilización incompleta, en la que el arte gozaba de cierta libertad extramuros, y un postmodernismo propio de otra sociedad “en que los últimos enclaves –lo Inconsciente y la Naturaleza o la producción cultural y estética, y la agricultura– han sido asimilados a la producción de mercancías”. Y la mercancía prototípica del tardocapitalismo, la imagen, no puede arrogarse la “negación de la lógica 153


de la producción de mercancías (por eso) toda belleza es hoy engañosa y la apelación a ella hecha por el pseudoesteticismo contemporáneo es una maniobra ideológica y no un recurso creativo.”

Formas residuales y emergentes Raymond Williams denomina formas culturales “residuales” y “emergentes”, a las que buscan su propia voz dentro de la hegemonía oficial y más o menos aceptada de la producción cultural postmoderna. En los dos apartados siguientes expondremos las reflexiones que nos sugiere esta definición. Dogma 95 El decálogo de Dogma 95, que originalmente firmaron los directores daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg, y al que luego adhirieron varios más, daneses y de otras nacionalidades, fue denominado por sus redactores el “Voto de castidad”, al que se sometían voluntariamente los suscriptores. Éstos se compremetían, básicamente, a eliminar todo artificio de filmación o montaje en sus películas, que debían ser fiel reflejo de lo que ocurría a los personajes en un lugar “real”, o sea, fuera de toda construcción ficticia de estudio, así como a diluir la individualidad del “autor” que renunciaba a crear una “obra” personal. Estos compromisos, así como la cámara en mano y el instante y el ahora por encima de la profundidad temporal del guión, emparentan a Dogma 95 con otros productos de la cultura y la filmografía postmodernistas. No obstante este aire de familia y sus afinidades filosóficas con la cultura vigente, Dogma 95 posee una sin154


gularidad que lo diferencia de ésta. Su severa declaración de principios, los objetivos artísticos elevados que se propone, la creencia, que se traduce de sus postulados, de que el arte no es un mero pasatiempo ni un producto de mercado sino que puede cambiar algo e influir socialmente, la utopía, en fin, de Dogma 95, lo alinea con los movimientos culturales modernistas y lo convierte en una experiencia “protopolítica” según la denominación que emplea Jameson cuando alude a estos últimos. Por eso nos atrevemos a calificar a Dogma 95 como movimiento “residual”, según la denominación de Williams, dentro del postmodernismo cinematográfico.

En la ciudad La película En la ciudad, de Cesc Gay, a la que nos remitiremos finalmente, es una obra con suficiente autonomía como para merecer su individualización dentro de la cinematografía postmodernista de la que, en cualquier caso, forma parte de pleno derecho. En efecto, los recursos formales que emplea el director están vinculados inequívocamente con este movimiento estético. La cámara en mano sigue de cerca el deambular de los personajes por los espacios de una ciudad rica, representativa del capitalismo globalizado. El realizador evita cuidadosamente cualquier panorámica que identifique a la ciudad de Barcelona, salvo por una sola excepción funcional al clima dramático de la película. La omisión del conjunto, de la síntesis fotográfica, se evidencia tanto en los exteriores como los interiores. Hay una intención manifiesta de presentarnos un mundo visual fragmentario. Los exteriores son trozos intercambiables de la realidad urbana fractal de la sociedad 155


globalizada. Los interiores de bares y retaurantes son lujosos, abigarrados, promiscuos e indistintos, y allí la violación recíproca de la intimidad se ofrece como un producto que complace la frivolidad de parroquianos exhibicionistas. La promiscuidad de ámbitos y objetos también es signo distintivo de la vivienda. Espacios donde se confunden todas las actividades vitales: comida, sueño y amor se practican en un recinto diáfano y polivalente. No hay lugar privado para amar, enfermar y morir; se ama y se padece entre dossiers, patas de pollo, somníferos, pornografía e información de catástrofes. Asimismo el guión es fragmentario. Cuenta e intercala las vidas cotidianas de los personajes –se trata de una película coral– todos ellos amigos entre sí, de un modo que al comienzo resulta oscuro, y que parece desdeñar la ilación temporal de una historia. También por sus contenidos, En la ciudad es una película postmoderna. Sus personajes son prototipos de la sociedad del tardo capitalismo. Tienen entre treinta y cuarenta años, se ganan la vida en el sector terciario hipertrofiado de la cultura urbana. Todos padecen de un cierto desasosiego –se mueven sin cesar, aunque rutinariamente, sin asumir riesgos, por la ciudad–. Todos sufren de inestabilidad emocional. La sociedad que el director se limita a presentarnos sin estridencias y sin hacer juicios explícitos, es una sociedad donde el afecto se ha perdido. “La mengua de los afectos” llama Fredric Jameson a esta nueva situación. El amor, en el siglo XXI, ha sufrido la misma evolución que señala Marx en relación con el trabajo en el XIX. El trabajo y el amor han perdido el valor de uso –el personal y propio– en beneficio del valor de cambio, valor abstracto, asignado por la sociedad e intercambiable. Los protagonistas de la película se enamoran de lo que el 156


“otro” es socialmente, por lo que representa o posee – una moto poderosa, un puesto de ejecutivo internacional– como un modo de acrecer la valoración propia ante ese espejo. Los personajes son sexualmente promiscuos, ansiosos de sexo cuantificable. El mercado, que ha colonizado incluso el inconsciente, exige del amor la satisfacción inmediata que proporciona un producto. Como lo dice una esposa infiel a sus amigas: “Pillas lo que hay, lo disfrutas y cuando se acaba se acaba”. Tras esta filosofía de vida sólo queda soledad y aridez espiritual en estos personajes que padecen de insatisfacción, tedio y vacío. La escena final, que convierte al film en una estructura cerrada y marca sus diferencias con la habitual labilidad del cine postmoderno, es una comida en un ático. Al fondo el espectador divisa una ciudad borrosa. Sobre este confuso telón de fondo urbano se proyecta la confusión espiritual de los comensales. Están todos los amigos. Está el profesor de treinta y siete años con su nueva “novia” de catorce. Ésta luce aferrada a la posesión de su amor adolescente, “segura” de lo que quiere. La mirada del profesor erra titubeante entre sus compañeros de mesa pidiendo auxilio. Está la casada infiel, que no termina de metabolizar la aceptación del marido para su devaneo ocasional. Éste, el único de los personajes –o quizá sean dos– que toma conciencia del mundo en que vive, comprende que ama a su mujer y revisa su exigencia previa –el director no los hace saber retrospectivamente– de no comprometerse con hijos. Está la madre de un bebé gestado in vitro que, una vez satisfecho su deseo de maternidad, aborta cuando inopinadamente queda encinta de su marido de forma natural. La sociedad, representada por la médica y la clínica, admite que la decisión la toma ella sola, sin participación del cónyuge. El relato insinúa que su elección se vincula con un 157


lesbianismo indeciso que cobra entidad. De hecho, en la escena de la comida final, el personaje pretende oficializar la ruptura de su matrimonio. Pero el marido, que vive enfrascado en su rentable y neurótico trabajo de controlador aéreo, en el consumo en sus horas libres y que no tiene idea de lo que ocurre en su matrimonio, no comprende el discurso inconexo y lloroso de su mujer. Ninguno de los comensales, dispersos en charlas de circunstancias, lo entiende. El discurso, con el cual la mujer pretende comunicar una situación dramática, se convierte en ruido. En la comida hay un personaje que observa y juzga la escena en silencio. Lo hace porque está solo. Es una mujer y no encuentra pareja. Esto le ocurre, aparentemente, contra su voluntad o, tal vez, porque pone condiciones para el afecto que “el mercado” no convalida. Llamaremos a esta comida banquete funerario, porque celebra la muerte de una cultura, la moderna, y su código de convivencia, y el nacimiento de algo distinto – aún mal codificado, que se funda en el hedonismo y el presente perpetuo, y del cual lo que mejor conocemos es lo que niega: el pasado (la historia) y el futuro (la utopía)– algo distinto provisoriamente llamado postmodernismo. Permítasenos un flash-back. Se trata de la única panorámica de Barcelona que habíamos mencionado. Compone una postal típica del puerto y atrás el sky-line de la ciudad. La toma es nocturna y fugaz, dura unos segundos escasos, y en ella la ciudad aparece llena de ensueños y amenazas. La tiniebla es apenas perforada por los puntos de luz de ventanas solitarias. Tras ellas, presume el espectador, se sigue desarrollando el drama pueril de la simulación. En resumen, estamos ante un film que muestra todos los atributos y signos del producto cultural postmo158


derno. Sin embargo, En la ciudad no es una “maniobra ideológica” que usa la imagen como una mercancía. No es la imagen por la imagen misma, ni el pseudoesteticismo; no es una obra que deba fingir que se refiere a algo ya que tiene “algo” real que comunicarnos. En tanto es así, en tanto no es cómplice de la fabricación de imágenes para el metabolismo del mercado cultural, en tanto lo Real está presente en ella, en tanto tiene una “visión concreta de lo social” en la cultura del capitalismo tardío, es una experiencia que, con Fredric Jameson, podemos calificar de protopolítica. Por eso mismo y por su singularidad nos inclinamos a clasificarla, de acuerdo a la definición de Raymond Williams, entre las formas culturales “emergentes”, dentro del panorama general del postmodernismo.

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De la película En la ciudad (España, 2003), dirección de Cesc Gay. Del libro Late Capitalism, de Ernest Mandel.

Todas las demás citas corresponden a los siguientes textos: Jameson, Fredric. El giro cultural, Buenos Aires, 1999 Jameson, Fredric. Ensayos sobre el postmodernismo, Buenos aires, sin fecha Anderson, Perry. Los orígenes del postmodernismo, Barcelona, 2000

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EL MIEDO EN LA CIUDAD NEOFEUDAL (Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 669, Madrid, marzo 2006)

Un estado de alerta y perplejidad ante un medio que siente plagado de amenazas angustia al habitante del planeta urbano del siglo XXI, no importa el grado de percepción consciente que tenga de su estado de ánimo. El ciudadano de la época postindustrial –según el término acuñado por Daniel Bell y popularizado por Alain Touraine– padece un temor difuso ante las acechanzas concretas o indeterminadas, producto de la experiencia próxima o de los fantasmas alimentados por los medios de masa. Ese temor proviene en buena medida de la sensación de fragilidad, contracción o, definitivamente, ruptura de las redes de protección de la sociedad industrial moderna: la familia, la empresa, el sindicato, el Estado. Además, el temor impreciso del habitante del 2000 tiene otra componente más difícil de aislar, amasada con el estado de ansiedad producido por la sensación de que el entorno en el que vive se encuentra en proceso de disgregación, al punto de que se siente hundir en sus arenas movedizas cuando pretende abandonar la levedad y hacer pie firmemente. El ciudadano de la urbe planetaria postindustrial tantea a su alrededor un armazón que se ha resquebrajado y se manifiesta en las formas fragmentarias que describe el pensamiento postmoderno. En este contexto no es extraño que los temores seculares del hombre estén exacerbados y encuentren excusas para manifestarse ante acontecimientos rutinarios a los que se aísla capciosamente de la normalidad. En 160


particular nos referimos a los miedos ocasionados por el nuevo milenio, cuyas causas admiten comparaciones con las de los miedos del fin del primer milenio. Al mismo tiempo, el escenario, la ciudad postmoderna, puede ser estudiada con la ciudad medieval como referencia. A ambas tareas nos dedicaremos, a través de los autores pertinentes, en las próximas páginas.

El miedo El miedo que prevalecía en los últimos tramos del siglo X era, según la tradición, el de la inminencia del fin del mundo. Ante todo aclaremos que, como afirma Georges Duby en Año 1000, Año 2000, la huella de nuestros miedos, los terrores del año mil son una leyenda romántica. En todo caso, la aprensión por la posible llegada del Anticristo provocaba un sentimiento complejo de temor y esperanza, ya que la extendida creencia milenarista acreditaba que, tras las grandes tribulaciones del Apocalipsis, seguiría un largo tiempo de paz, armonía e igualdad hasta el día del Juicio Final. Al fin del segundo milenio nuestros temores ante la inseguridad existencial en algún sentido se sublimaron, por vía pintoresca, a través del terror informático. Se trató del diabólico “efecto 2000”, instalado fuertemente en la imaginación popular por los medios y la publicidad, causa de cuantiosas erogaciones superfluas destinadas a proteger los sistemas de computación, y olvidado tan pronto como cambió el primer dígito del milenio. Duby analiza las analogías entre los temores que inquietaban a la humanidad de ambos finales de época, refiréndose a:

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El miedo a la miseria. Parangonable entre ambos períodos históricos, aunque con la particularidad de que la extrema pobreza medieval no llegaba a la condición de miseria gracias al carácter gregario de la comunidad. La solidaridad atenuaba la pobreza al conferirle el carácter de necesidad compartida. Hoy, para los excluidos, la miseria y la enfermedad son lacras que padecen solitariamente en los umbrales y bajo las autopistas de las urbes postindustriales. El miedo al otro . En el año 1000 como hoy se temía al invasor, al que profesaba religiones o tenía costumbres diferentes, al marginal, al enfermo y al loco. Sin embargo Europa no temía por su identidad cultural como le hace temer la xenofobia contemporánea del mundo desarrollado, ya que no era como lo es en el presente –y como lo son los Estados Unidos– una región relativamente poco poblada sobre cuyas fronteras presionan pueblos pobres y prolíficos. Al contrario, Europa se encontraba en pleno desarrollo demográfico y no sólo no le asustaba la contaminación exterior sino que se nutría de las civilizaciones más avanzadas que la rodeaban. El miedo a las epidemias. En el verano de 1348 la peste negra aniquiló a un tercio de la población europea. La trasmitían las pulgas y las ratas, pero se culpó a judíos y leprosos de haber envenenado los pozos de agua. La lepra se consideraba una enfermedad producida por el desenfreno sexual y se aislaba a los que la padecían. A mediados de los 80, cuando el SIDA no era bien conocido, se lo consideró una enfermedad que señalaba a los homosexuales y a los drogadictos, y aún hoy perdura esta superstición en los niveles sociales poco informados.

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El miedo a la violencia. Caballeros segundones y bandas de mercenarios sin empleo que asolan la campaña; inseguridad urbana producto del delito y de las costumbres de las asociaciones juveniles que solían practicar la violación colectiva y realizar tropelías variadas. Inventario cuyas manifestaciones resultan sorprendentemente actuales. No obstante, opina Duby, la criminalidad era relativamente baja en comparación con la presente y estaba bastante enmarcada dentro de las estructuras sociales. La sociedad medieval parece menos convulsa que la nuestra, menos desarticulada interiormente por las perturbaciones que engendra el crimen. El miedo al más allá. En la Edad Media como hoy existía el miedo al más allá, aunque entre ambas épocas hay diferencias sustanciales en el modo de enfrentar el hecho de la muerte. Dos causas son determinantes, según Duby. En primer lugar las creencias y, en segundo, una vez más, la solidaridad. Según las creencias del hombre medieval la muerte era un tránsito, un pasaje ceremonial a otro mundo que mantenía continuidad con el terrenal porque ambos integraban el plan divino. El temor no se lo producía el hecho físico de la muerte sino el Juicio. Hoy, el hombre agnóstico teme a la muerte física que lo aboca al umbral de las tinieblas y lo desconocido. La solidaridad gregaria medieval, que tal vez fuera sofocante en vida, convertía la muerte en una ceremonia de la que participaba el moribundo y todo su entorno social, y que culminaba en el templo con el rito colectivo del banquete funerario. Hoy, los parientes, frecuentemente escasos, se desembarazan tan pronto como pueden del cadáver perturbador que evoca su propia muerte. En conclusión podemos decir que la humanidad del 163


siglo XXI, en palabras de Duby, “está inquieta”, como lo prueba el hecho de que “se vuelva decididamente hacia su memoria (...) Todas las semanas se festeja aquí y allá el aniversario de algo. Este apego al recuerdo de los acontecimientos o de los grandes hombres de nuestra historia también ocurre para recuperar la confianza. Hay una inquietud, una angustia, crispada al fondo de nosotros.” La ciudad medieval “Desde el punto de vista de la morfología urbana, resulta evidente un regreso a la situación e incluso a la concepción medieval de la ciudad dividida en ‘cuarteles’, perteneciente cada uno de ellos a una familia o clan, cuyas leyes y códigos de comportamiento se forman autónomamente, en lugar de venir impuestos del exterior.” El párrafo pertenece al ensayo de Giuseppe Sacco titulado Ciudad y sociedad hacia la nueva Edad Media, y busca representar el sistema urbano de la sociedad desmigajada de hoy mediante el paralelo con la ciudad medieval. Sacco alude a la fractura social y, consecuentemente, del paisaje urbano de fin del siglo XX, resultado de la ruptura del consensus y de la formación de ghettos. La ruptura del consenso y el sistema urbano de la sociedad desmigajada Sacco apela a la experiencia de los Estados Unidos como paradigma de la nueva sociedad resquebrajada. En él cree observar, hasta cierto punto, el abandono de la sociedad de dos estados, propia de la civilización liberalindustrial para retornar, con la cultura postindustrial, al tipo de la sociedad medieval de tres estados. Esto 164


como consecuencia de la reaparición en escena de un grupo social importante, el de los “clérigos”, fenómeno paralelo, aunque por motivos muy diferentes, al de sus homónimos medievales. Este estrato social, el de los estudiantes, si bien parcialmente esterilizado desde el punto de vista productivo y demográfico, está destinado, precisamente por su confinamiento en un ghetto superestructural, a ejercer una influencia decisiva en la cultura de la sociedad. Otros grupos que conforman ghettos son los de origen racial, nacional, religioso, y aquellos derivados de elecciones sexuales o adictivas. En particular, Sacco señala por su singularidad a un grupo perfectamente integrado, el del segmento de renta media alta de la población blanca norteamericana que, no obstante su obvia instalación socioeconómica, tiende a separarse de la comunidad urbana y se exilia en las periferias residenciales, cada vez más cerradas y autosuficientes. Aunque atribuyéndolas a causas diferentes a las que ocasionan el fenómeno en los Estados Unidos, Sacco reconocía, ya en los años setenta, tendencias similares en Europa. Dichas causas serían, en primer lugar, políticas, por la formación de grupos de izquierda o derecha radicalizados tras la desaparición de las condiciones de Mayo del 68. En segundo lugar laborales, por la desintegración de la solidaridad de clase de los obreros industriales y la aparición de grupos anárquicos o inorgánicos que escapan al control de los grandes sindicatos. La velocidad y desorden del desarrollo industrial europeo de postguerra favoreció la subdivisión en clases del proletariado. Éste se fragmentó en una aristocracia que aspiraba y accedió a la condición, usos y costumbres de la pequeña burguesía profesional y comercial, y un subproletariado miserable, formado por los inmigrantes de la 165


periferia pobre. Subclase que siente que se le niega todo, hasta la posibilidad de construir un proyecto de vida, hasta el derecho a tener esperanzas. El nacimiento de ghettos y la ruptura del consensus, particularmente a nivel político, producen, además de la fragmentación, otros efectos a más largo plazo sobre la geografía urbana. En el caso de las ciudades de Italia afectaron sus tendencias de evolución debido a que condicionaron decisiones políticas y estratégicas. Sobre el particular Sacco inventaría el cambio en la localización de industrias y universidades. Las nuevas plantas industriales tendieron a instalarse en el Sur del país en lugar de seguir concentrándose en los grandes centros desarrollados del Piamonte y de la Lombardía. Las universidades se desplazaban de las grandes ciudades, como Milán, a otras de segundo orden como Brescia o Bergamo. En ambos casos para reducir la conflictividad potencial producto de la concentración de grupos sociales críticos, como los trabajadores industriales y los estudiantes. Los efectos de la especulación urbana sobre los comportamientos sociales; la relatividad de los valores en un período de fragmentación cultural de la sociedad – vinculada con la crisis religiosa y la proliferación de sectas que recuerda el final del mundo clásico y que evoca la analogía con la Edad Media–; la práctica de la droga, incluso como variante de las opciones religiosas, podrían profundizar la tendencia a la fragmentación de la sociedad e influir negativa y decisivamente en las condiciones de vida de las grandes aglomeraciones urbanas. Desarrollos posibles de la sociedad urbana Nuestra época se asemeja al final de la historia grecorromana, caracterizada por la multiplicación de los có166


digos y la difusión de las mitologías orientales. Estaríamos viviendo, como entonces, una crisis que se manifestaría por el rechazo de los valores excluyentes del poder, del placer físico y estético, y de la abundancia material, reacción que contribuye a sustentar la conjetura de que podemos hallarnos en el umbral de una nueva Edad Media. Sacco propone hipótesis de evolución de la sociedad urbana europea para los treinta años finales del siglo XX, que hoy podemos comparar con la realidad histórica. Son las siguientes: a) A pesar de la fragmentación se pueden asegurar formas de tolerancia y aceptación recíprocas. En ese caso la estructura urbana sería abierta, sin “especialización” cultural ni social por barrios. b) Al final de un período de fragmentación social se alcanza un nuevo consensus. Se alumbraría entonces una ciudad más homogénea, caracterizada por la impronta de la nueva conformity. Los ejemplos históricos de estas ciudades son las resultantes de las “obras de régimen” (la Medina islámica; la ciudad industrial; la capital política o espiritual; la ciudad del placer). c) La tercera alternativa es que no se alcance ninguna conformity, en cuyo caso la geografía urbana expresaría la “transición permanente”. Sacco concluye declarando que no sabe cuál de las tres alternativas será la válida para la ciudad europea en los siguientes treinta años. Hoy creemos reconocer que la evolución del paisaje urbano europeo parece estar aproximadamente representado por la alternativa c), pues no hay evidencias de que hasta el momento se haya llegado a algún nuevo consensus. Antes bien parecería 167


que la multiplicidad de cรณdigos, los compartimientos culturales estancos y la consolidaciรณn de los ghettos, hubieran acentuado el desmigajamiento social, profundizando la fragmentaciรณn.

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III. PERIFERIA

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¿QUE SE VAYAN TODOS?

Ya están todos de vuelta. Para ser más fiel a la realidad habría que decir que nunca se habían ido, pues desde el momento que se acuñó la consigna “¡Que se vayan todos!” hasta la ratificación de la clase política por las urnas –aunque con el voto más disperso de la historia democrática de Argentina– “todos” consiguieron sobrevivir. Para lograrlo se avinieron a pactos corporativos dictados por el terror ante sus privilegios e integridad física amenazados por la “bronca” ciudadana. El lema que identificó el rechazo popular a una clase política corrupta se hizo famoso en todo el mundo gracias a los medios, y a nadie que fuera capaz de mirar críticamente dentro de las fronteras de su propio país habrá sorprendido demasiado, ya que por desgracia la corrupción política es una de las mercancías más eficazmente globalizadas. Lo que sí puede resultar incomprensible para quien no esté al tanto de las peculiaridades de la política nacional, es la espantanda del ex presidente Carlos Menem que, no obstante haber ganado la primera vuelta, renunció a presentarse a la segunda. Fue una contribución argentina a la originalidad electoral este primer caso en la historia universal del ballotage de un candidato que no se presenta a la segunda vuelta. La culpa la tuvieron las encuestas que daban perdedor a Menem por paliza en esa instancia final. Hasta el fascista Jean-Marie Le Pen demostró más dignidad que el ex presidente argentino presentándose, a sabiendas de que 171


sería barrido por el voto democrático que se polarizaría, aun a regañadientes, a favor de Jacques Chirac. Pero Menem tiene idiosincracia futbolera y decía que nunca había perdido una elección. Parece que, poco familiarizado con el psicoanálisis, consideró que seguiría sin perder por escapar al combate. Análisis menos psicologistas y más afectos a desmenuzar los entretelones conspirativos de la política, proponen que su huida fue una jugarreta para privar al hoy ya presidente Néstor Kirchner de un apoyo plebiscitario y acusarlo de estar respaldado sólo por el 22% de los votos que obtuvo en primera vuelta (Menem sacó poco más del 24%). Al mismo tiempo, los grupos de poder económico concentrado que se beneficiaron del desmantelamiento patrimonial argentino y de la redistribución regresiva de la renta que lideró Menem durante diez años, se ocuparían de volver ingobernables “los mercados” para cooptarlo a la presidencia a través de alguna añagaza constitucional avalada por la Corte Suprema de Justicia prebendaria y servil. Así “los desconocidos de siempre” recuperarían la felicidad total, dándole de paso una mano al candidato en fuga, que se sentiría a cubierto de las acusaciones de corrupción que lo abruman gracias a la inmunidad (o impunidad) que conlleva el cargo. Por el momento, de los efectos de la democracia formal que dio cobijo a “todos” y les salvó el pellejo, rescatemos el discurso de investidura del nuevo presidente. En él rechazó los valores impuestos excluyentemente en la última década –que en realidad provienen del baño de sangre provocado por el sadismo militar en 1976– a saber: las reglas del mercado elevadas a la categoría de leyes divinas; la rentabilidad como el valor moral supremo; el hombre al servicio del interés; la competencia como norma única de relación social sin lugar para la solidaridad; el éxito como manera exclusiva de realización per172


sonal. Sin desconocer que una de las formas de relación humana es la económica, pero sólo una, Kirchner (53 años) destacó los principios del humanismo que abrazó su generación en la juventud, a veces acertando y otras equivocando el camino para alcanzarlos, errores por los que pagó un precio cruel en muertos, torturados y desaparecidos. Asimismo reivindicó la necesidad de apoyar un capitalismo con sentido de país como contracara del capital transnacional; de enfocar la reconstrucción de una sociedad más igualitaria, en la que la movilidad ascendente volviera a ser una realidad, como lo fue en la Argentina de la inmigración, donde los hijos vivían mejor que sus padres; de revalorizar el rol articulador del Estado; y de avanzar en el reforzamiento de la independencia política con vocación de integración regional. También los primeros gestos políticos concretos del presidente –que contó en la jura de su cargo con el aval de la presencia de numerosos presidentes y jefes de gobierno, en particular, por su valor estratégico, la de Lula del Brasil y de Ricardo Lagos, de Chile– son de una gran significación simbólica en la Argentina: en primer lugar decapitó la cúpula de las tres fuerzas armadas, ascendiendo al mando a la promoción de militares que tiene su edad y que es la primera no comprometida con la guerra sucia. El segundo movimiento de Kirchner consistió en trasladarse a una provincia, junto con su ministro de educación, para sellar un acuerdo con los docentes –en huelga desde hace meses por falta de pago de sus salarios– por el cual éstos cesan en su protesta a cambio de las seguridades de que la Nación proveerá los fondos necesarios para que cobren. Es decir que con sus actos concretos el flamante presidente puso de relieve que para su administración, por encima de la economía, que ocupó un excluyente primer plano en los años menemistas y 173


delarruistas, está el orden constitucional representado por dos de sus principios fundamentales: el de la subordinación del poder militar al civil, al que los argentinos son particularmente sensibles a causa de las heridas de su pasado reciente, y el del derecho a la educación. Discurso y gestos iniciales que señalaron un pensamiento y unas prioridades que merecieron el beneplácito generalizado de la población. En cualquier caso sería mucho decir que esta buena voluntad de los argentinos equivale a la apertura de un crédito de confianza –que le fue tantas veces defraudada– al nuevo presidente, pero sí, al menos, que los ciudadanos alientan una expectativa moderadamente favorable, con la esperanza de que las medidas y comportamientos futuros del gobierno no desmientan su predisposición original. El título de esta nota es una pregunta a la que acabamos de dar una de las respuestas posibles, la que atañe a los destinatarios de la consigna “¡Que se vayan todos!”. Deberíamos también decir algo de quien la lanzó y la repitió furibunda e incansablemente durante un año y medio, es decir del grueso de la población víctima de la injusticia, el robo, el atropello y el genocidio por inanición a que la sometió el poder durante al menos un cuarto de siglo y en particular en los últimos doce años con los presidentes Menem y de la Rúa. Ante todo sería bueno enjugar la desilusión de los que esperaban resultados espectaculares de la actitud ciudadana que acompañó al lema, es decir de aquellos que, aunque no se atrevieran a darle nombre, alentaban la fantasía de que la movilización popular fuera el camino de la revolución. Pidámosles que vuelvan a poner los pies en la tierra y reconozcan que en la Argentina y en el mundo, hoy por hoy, no están dadas las condiciones para una revolución clásica. Las futuras revoluciones, si se producen, quizá 174


no se parezcan ni formal ni estratégicamente a las que conocemos por los libros de historia. No obstante, de lo que ocurrió en Argentina hay mucho que rescatar, y bastante de lo que sucedió perdura y coexiste con las formalidades de la democracia tradicional: perduran las asambleas barriales que no se desalentaron ante las primeras dificultades y que impidieron ser copadas por minúsculos partidos de extrema izquierda con comportamientos stalinistas; perduran organizaciones de trueque que demuestran que en la economía moderna, aunque la moneda sea imprescindible, hay alternativas que cubren márgenes y emergencias que la economía oficial descuida; perduran empresas que, quebradas y dejadas a su suerte por sus dueños, fueron rescatadas y vueltas a poner en producción por sus trabajadores, sin perder puestos de trabajo y con sistemas de retribución igualitarios; quedan comedores populares y consultorios médicos gestionados por los mismos que el sistema condena al hambre y a la enfermedad, y por los que colaboran desinteresadamente con ellos; quedan las acciones de grupos y personas que acudieron a socorrer a los que el estado en quiebra y las empresas abandonistas arrojaron a un lado del camino; y, sobre todo, quedó un nuevo espíritu: el de una participación que revitalice al viejo fantoche vacío de la democracia formal; el de la reconstitución de un tejido que rearticule la sociedad de abajo a arriba; el que sacudió el imaginario colectivo y abatió de la cumbre de la pirámide social de valores a los falsos dioses del dinero; el que conmovió la indiferencia por el prójimo al agitar ente los ojos de la clase media el fantasma de su propia miseria; el que demostró que no sólo el egoísmo por el beneficio personal es el motor de la sociedad humana sino que la solidaridad y la cooperación también crean riqueza. Buenos Aires, junio 2003 175


GLOBALIZACIÓN Y NEOFEUDALISMO POSTMODERNO (Publicado en Espacios de Crítica y Producción, núm. 32, Buenos Aires, junio-julio 2005)

“Si las zonas avanzadas de la concentración tecnológica, desarrolladas a través de la ausencia de control y de la protección del secreto, se hubiesen liberado de toda clase de relaciones con el mercado y con la opinión pública, si hubiesen alcanzado un grado suficiente de autonomía y de poder a través de los vínculos entre investigación científica, producción industrial y organización militar, en ese caso el consenso y la adhesión de la mayoría de los ciudadanos dejarían de ser necesarios.” El párrafo precedente puede ser un diagnóstico para la sociedad globalizada de nuestros días, la llamada “sociedad postindustrial” –de acuerdo con la denominación acuñada por Daniel Bell– o más propiamente sociedad de consumo, o de los medios de comunicación, o del espectáculo, o, finalmente, del capitalismo multinacional o financiero, como prefiere Fredric Jameson en sus textos sobre el postmodernismo. En ellos Jameson se opone a la interpretación reduccionista del término “postmodernismo” como simple “crítica o diagnóstico cultural incorpóreo del espíritu de la época”1; antes bien considera el postmodernismo como un concepto “periodizador”, es decir que data históricamente los acontecimientos al establecer relación entre los nuevos rasgos formales de la cultura con los de una nueva forma de vida social y un nuevo orden económico: el del “capitalismo tardío”.2

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Los nuevos castillos. Hipótesis sobre la creación de sus muros. La hipótesis para encuadrar nuestra realidad globalizada que se propone en el comienzo de este artículo, abre el ensayo de Furio Colombo titulado “Poder, grupos y conflicto en la sociedad neofeudal”. Colombo completa su razonamiento inicial sosteniendo que, si su conjetura es acertada, los “nuevos castillos”, como denomina metafóricamente a las mencionadas concentraciones tecnológicas, podrían desentenderse de la imagen de coincidencia entre su poder real y las instituciones, y de la imagen que coloca dicha coincidencia en un “centro ideal”, referencia de los equilibrios político-sociales y de las leyes. En tal caso, la “racionalidad” y la “economía” propias de las concentraciones tecnológicas las llevarían a cortar camino para evitar las interferencias formales del estado de derecho, tratando de desacreditar el centralismo de las instituciones y el formalismo de la política del estado industrial moderno. El desplazamiento del poder efectivo desde el centro hacia “zonas liberadas” (autónomas), donde prescindiese de la mediación del interés general, desestructuraría todas las demás zonas sociales y, bien probablemente, fragmentaría en nucleos autónomos las estructuras centralizadas. Esto daría lugar a choques –descontados por las concentraciones tecnológicas o tecnoestructuras3– que en un principio aparecerían públicamente como sublevaciones contra el poder institucional, desde que la imagen inercial de éste perduraría en la percepción colectiva. Una realidad política, jurídica y económicamente fragmentada pondría en evidencia que las tecnoestructuras no son la culminación de un orden industrial 177


cohesionado, ya que el secreto y la organización militar habrían transformado los contenidos de la investigación y del trabajo, habrían roto los vínculos con el mercado, fracturándolo y creando zonas autónomas. Tras haberse apropiado de la investigación y marcado con su impronta la mayor parte de la producción, las necesidades y las alternativas técnicas universales, los nuevos castillos habrían consolidado sus muros. ¿Qué pasaría, en tanto, fuera de los muros? Allí, entre las estructuras vacías y los escombros del poder estatal, permanecerían los jueces, los policías, los administradores, los profesionales de la clase media, y el resto del material humano desechable y abandonado al choque. Errarían masas de hombres en la lucha por sobrevivir y a la búsqueda de nuevas identificaciones. Perdurarían fragmentos obsoletos de la vieja industria y entre ellos buscarían medrar emprendedores aventureros, planificadores de la nada y economistas liberales, teorizadores rezagados, éstos, de un mercado caduco que habría estallado en mil pedazos. “Y antes de la aparición de una nueva racionalidad”, afirma Colombo, “habría una enorme Edad Media postindustrial, poblada de rebeldes, monjes, vagabundos y soldados, en torno a los nuevos castillos en (donde) se ha instalado el poder.”

La vida en la nueva Edad Media La fragmentación de la estructura social y el debilitamiento de los símbolos relacionados con el estado nacional como expresión de estabilidad producen, en palabras de Colombo, una “clarificación” de los papeles del trabajo. Desaparecerá la hibridación cultural, produciéndose 178


una simplificación que abrirá una grieta entre los “creadores” libres y los “directores”, reducidos éstos a una estricta relación de dependencia jerárquico asalariada. La vivienda se fortifica y encierra, la ciudad se “cuarteliza” al estilo de la ciudad medieval, según el arquetipo desarrollado por Giuseppe Sacco en el ensayo “Ciudad y sociedad hacia la nueva Edad Media”. Debido al aislamiento físico la comunicación se reconduce a través de la pantalla del televisor. El conocimiento en la nueva Edad Media sigue las líneas de fuerza del enciclopedismo y la “manualística”; los grupos que abandonan el centro institucional oscilan entre la conservación del saber acumulado y la creación de una ciencia nueva apta para sobrevivir en los territorios resquebrajados por el desequilibrio estructural. El comercio, librado a su suerte por el sistema tributario de los nuevos castillos, se especializa progresivamente para proveer al consumo amplio y sofisticado de las zonas avanzadas (barrios cerrados y protegidos) y al de la supervivencia propio de los territorios extramuros.

La decadencia del consenso Si las decisiones acerca de las prioridades de la investigación y del desarrollo tecnológico son secretas, remotas y privatizadas; si los centros de decisión se han desplazado a la periferia de la estructura social, han abandonado las instituciones del estado de derecho y han construido un sistema de abastecimiento tributario, prescindente del funcionamiento del estado; si esos centros de decisión (tecnoestructuras) son indiferentes al interés general, es que todo el consenso, base del estado moderno democrático, ha sido puesto en cuestión y emite señales de debilidad y decadencia. 179


Colombo conjetura que “si hombres encumbrados de un país muy estructurado democráticamente, de estructuras delicadas y sensibles basadas en la mediación, deciden producir sacudidas explícitas, violentas, ostensibles de forma llamativa, de polarización impulsada hasta la ruptura, entonces el gobierno no es sino un comando, un núcleo militante entre otros, y el proceso de disgregación, tanto del consenso general como de las instituciones ‘de todos’, ya ha comenzado.” La agresión, en este caso, no viene de fuera; no se trata de una ideología con otro concepto de la historia que destruye el consenso por ser éste el procedimiento del estado democrático liberal; se trataría en cambio de un suicidio aparente, de una ruina suscitada desde dentro, de un poder central pulverizado por la carcoma, desde que el poder real ha abandonado el centro porque su economía no admite controles externos. Todo esto siempre y cuando, apostilla Colombo, su conjetura tenga fundamento. De ser así, grupos corporativos dentro de las estructuras vacías del estado (policías, magistrados, burocracias) reivindicarían en cadena su autonomía, acelerando la disolución y el estallido en la polinuclearidad neofeudal. En el momento de escribir su trabajo, treinta años atrás, Colombo parece querer alumbrar una esperanza mínima de que el final apocalíptico del estado moderno que preveía no se produjera. Detectaba signos de que el rumbo que se seguía llevaba a ese desenlace (pone el ejemplo de la policía brasileña, constituida ya entonces en banda armada cuyo objetivo es el beneficio de la propia corporación), pero matizaba que el grado de maduración del fenómeno variaba mucho de unos a otros países, por lo que esperaba que el colchón protector de tiempo entre la 180


aparición de los primeros síntomas y la verificación de su hipótesis permitiera reaccionar a las instituciones en los países mejor estructurados. Hoy, ya en el siglo XXI, la concentración del poder económico y político en un número relativamente reducido de grandes grupos empresarios globalizados4 y su influencia en las decisiones de la política mundial, así como el desmembramiento de estados-nación y la fractura interna de las estructuras políticas y jurídicas de estados europeos y del Tercer Mundo, entre estos los de las democracias formales de Latinoamérica, nos hacen pensar que el colchón protector de tiempo es mucho más delgado si no es que ya se ha desgastado por completo.

La creatividad hostil La multipolaridad, la comunicación local e incluso secreta, dificulta diagnosticar un grupo, una forma de organización, una táctica (violencia-no violencia) que represente la “revolución”. Todos los grupos nacidos del cataclismo estructural son, de un modo u otro, revolucionarios. Desde los que se establecen entre las ruinas de la urbe industrial, pasando por los nómades y los mendicantes, las comunas libres y las misioneras, los movimientos de desocupados y de los sin tierra, los contestatarios por la contestación en sí misma y las organizaciones políticas con una ideología sistemática pero en constante redifinición de sus razones de cambio, los vigilantes, los padres de familia y los comerciantes que buscan defenderse, las escuadras armadas espontáneas que interactúan en las zonas de conflicto, hasta los bonzos que se autoinmolan para enfrentar situaciones que son objetivamente –con los instrumentos de análisis de la 181


cultura moderna– más o menos graves pero que subjetivamente les resultan insoportables, y que acuden al cuerpo como última “identificación racional y humana” en medio del caos del desequilibrio. Volvamos sobre lo dicho acerca de que las poderosas voluntades de hecho que constituyen las nuevas concentraciones del poder –las tecnoestructuras– se adueñan de la investigación, de las zonas avanzadas de la tecnología y de los recursos, es decir, se apropian del conocimiento. Es por esta misma lógica que, para salvar el obstáculo del control que impone la mediación del interés general, inician un desplazamiento hacia la periferia vaciando de contenido el centro que ocupan las instituciones del estado de derecho liberal, que sólo conservan la apariencia de ser el vértice de una estructura social sólida y monolítica. Este movimiento centrífugo de las concentraciones tecnológicas, el vaciamiento del centro, produce un desequilibrio en la estructura que lleva a su resquebrajamiento y desmigajamiento, los cuales, al contrario de lo que pretende el diagnóstico vulgarizado intrainstitucional, no se manifiesta por un desmoronamiento de las periferias que amenaza el centro, sino por un movimiento tectónico a lo largo de las fallas que se originan en el centro vaciado y se propagan hacia el exterior. El territorio posterior al cataclismo muestra una multipolaridad de centros de poder –los nuevos castillos– y una región extramuros “vietnamizada”, habitada por los súbditos que reclaman protección, las fuerzas desgastables que se enfrentan en estas “zonas de sufrimiento” y los grupos que emigran y, por necesidad de supervivencia, se preparan para el uso de la autonomía y el autodidactismo en la extensa región del conflicto. La sensación de “obligatoriedad de los destinos” (imposibilidad de cambio; imposibilidad de alternativas) que crean 182


los nuevos castillos y que a la vez induce la necesidad de una rebelión incluso ciega y sin esperanzas, reproduce características de la cultura y la economía feudales. La apropiación del conocimiento acude a la disgregación como mecanismo de dominio; la disgregación es proporcional al crecimiento de las nuevas concentraciones de poder, pero también lo es al crecimiento de la creatividad hostil que se desarrolla en los territorios desestructurados. Para los castillos cualquier creatividad alternativa es un obstáculo, “la variante incalculable en el territorio del desorden, el final del estado de subordinación y de la condición tributaria.” En ese sentido la disgregación, asociada a la creatividad hostil, es también –al contrario de lo que podría concluir una investigación hecha con los instrumentos tradicionales de la cultura moderna– un dato del cambio revolucionario, afirma Colombo. En un primer momento el fluir de los nuevos grupos por el territorio resquebrajado se distingue por la vitalidad –creativa o destructiva– en el vacío de modelos culturales de la nueva situación neofeudal. No obstante ese potencial liberado “contiene, como una célula viva, todo el secreto del futuro”. El desequilibrio producido por la “privatización” del poder, pone a la vez “al descubierto la perentoriedad de las exigencias sin condiciones de la creatividad hostil (...) (la perentoriedad) de la búsqueda desesperada de nuevos niveles de conciencia, conocimiento y organización (...) Como rara vez ocurre en la historia, el furioso impulso inventivo de la nueva creatividad, privada de mediaciones (sin moderación), tiene la libertad para afirmar (...) su exigencia total (arriesgando) dar o recibir la destrucción total.” Los nuevos grupos que han perdido el centro, el gobierno, los símbolos, las defensas institucionales, encuen183


tran en el vacío la necesidad total de la supervivencia. Los nuevos castillos tienen un poder inmenso, pero su propia lógica ha liberado fuerzas que escapan a su control. La creatividad hostil, la nueva creatividad, asume el desafío de hacer que la vida vuelva a ser posible. Si llegamos a la conclusión de que los numerosos signos que pueblan nuestra realidad tienen la coherencia suficiente para permitir una interpretación como ésta, entonces es que la nueva Edad Media Postmoderna está en marcha. Buenos Aires, septiembre 2004

1 Jameson, Fredric, “Marxismo y postmodernismo”, en El giro cultural (Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998); Buenos Aires, 2002. 2 Del libro Late Capitalism, de Ernest Mandel. En él el autor teoriza sobre una tercera fase del capitalismo, posterior a la monopólica o del imperialismo, desde una perspectiva marxista. Su enfoque se opone a las operaciones conservadoras que instalaron socialmente la idea del “fin” (“Fin de las ideologías; “fin de la historia”) como noción de una etapa última del capitalismo, la actual globalizada, que implicaría el final de la evolución histórica, ya que se habría alcanzado el sistema definitivo. 3 De technostructure, expresión acuñada por John Kenneth Galbraith. 4 Se calcula que 37.000 sociedades transnacionales, con 170 mil filiales, controlan la economía mundial. Las 200 más grandes de entre ellas concentraban más del 30% del producto bruto mundial en 1995. (Datos en Rapoport, Mario, “La globalización económica: ideología, realidad, historia”, en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Año VII, Vol. VII, Nº 12; Buenos Aires, primer semestre de 1997.)

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TIEMPOS MEDIEVALES

El historiador Eric J. Hobsbawm cierra su Historia del Siglo XX con una referencia a la “oscuridad” que amenaza en el tercer milenio a la civilización, si ésta fracasa en el análisis de los errores cometidos en el siglo recientemente cerrado y persiste obcecadamente en las políticas –económicas, sociales, ecológicas– que la abocan al abismo. Samir Amin se refiere al peligro de que la brutal regresión capitalista producida tras la caída del muro de Berlín desemboque en la “barbarie”, que predijeron Marx, Engels y Rosa Luxemburgo para el caso de que fracasara el socialismo y no se vislumbraran alternativas a la sociedad capitalista. Georges Duby, en Año 1000, año 2000, parangona los miedos medievales, propios del final del primer milenio, con los que hoy sufre el género humano. Los autores citados y otros, como Roberto Vacca en su ucronía La próxima Edad Media, Claus Offe que considera a la “barbarie” como posibilidad intrínseca del propio proceso de modernización, o Eduardo Grüner que habla del “caos” como alternativa de desenlace en el horizonte de la actual crisis social inducida por el capitalismo, utilizan una u otra terminología para referirse a un mismo concepto, el de la conjeturable “medievalización” de los tiempos futuros –inmediatamente futuros– o, incluso, presentes –acotamos nosotros– como consecuencia de la ceguera y tosudez con que los factores de poder mundiales persisten en su rumbo catastrófico. En 185


alguna ocasión anterior comparamos la conducción política del mundo, después de los “treinta años de oro”, con la fiesta de unos pocos viajeros que, ocupados en su exclusivo agasajo, han conectado el piloto automático de la locomotora que arrastra al tren de la humanidad sin advertir ni importarle que ésta corra hacia el abismo a toda máquina. Ahora bien, en qué consiste la medievalización a que se refieren los autores con términos como “oscuridad”, “barbarie” o “caos”. No resulta fácil al observador inmerso en la vida cotidiana, sin perspectiva histórica, descubrir los signos que caracterizan a su época, en este caso el presunto regreso a formas de organización social que parecían dejadas tan atrás en la historia. Creo que una buena manera de rastrear los indicios es ilustrar el proceso con ejemplos. Uno que resulta significativo acaba de suceder en Argentina, en un pueblo que en los últimos años se ha convertido, por la expansión de la ciudad y el desplazamiento a las periferias de grupos sociales pudientes, en un suburbio rico de Buenos Aires. No importan nombres, de lugares ni de personas, no sólo porque el caso está sub judice sino porque podría haber ocurrido en cualquier otro lugar del mundo. Se trata del asesinato de una mujer al que se hizo pasar como muerte accidental por caída en la bañera, no obstante que el cadáver tenía cinco balazos en la cabeza. Bajo los supuestos de accidente fue enterrada y, sólo al cabo de un mes, los remordimientos de uno de sus hermanos empezaron a arrojar luz sobre el asunto. Aún no se conoce al asesino ni sus móviles pero sí se sabe que todos los parientes de la víctima se conjuraron para encubrir el crimen, aunque por el momento no se entiende qué motivos tuvieron para comportarse de ese modo. El prestigio social y la capacidad económica de la familia, 186


asociados a la descomposición de las instituciones y del entramado de la sociedad, permitió a aquélla obtener la conniviencia, por acción u omisión, de funcionarios, profesionales y empresarios: el jefe de policía de la zona, a pedido de los deudos de la víctima, omitió enviar una comisión al lugar de los hechos, con grave falta a los deberes propios de su cargo; un médico extendió el certificado de defunción falso; la empresa de pompas fúnebres acondicionó el cuerpo en su ataúd y procedió al enterramiento sin denunciar los signos evidentes de violencia que presentaba el cadáver; hoy se sospecha de la complicidad con el entorno familiar de los investigadores: fiscal instructor y policía. Por el momento se barajan pistas diversas: crimen pasional, venganza de negocios –el marido de la víctima estaba fuertemente relacionado con banqueros procesados por negocios ilícitos– y algunas otras menos verosímiles. Quede la resolución del caso, si se resuelve, a cargo de los policías y jueces que no sean partícipes del juego de intereses creados, y las conjeturas a la prensa policial. Por nuestra parte, y hasta aquí, nuestras conclusiones obvias son que el poder y el dinero pueden torcer la ley y hacerla funcional a sus necesidades, con más o menos facilidad, en Argentina y en cualquier otro país. Y no tendríamos nada más que agregar si no fuera por algunas peculiaridades del suceso que justifican que lo hayamos elegido como ejemplo de la supuesta regresión medieval del tardocapitalismo. Dichas particularidades son las siguientes: en primer lugar el entorno físico y social del delito. Los hechos se desarrollaron en un barrio privado y cerrado, de los que en estas tierras se denominan countries. A lo que hay que agregar que no se trata de un country cualquiera, de esos a los que tiene acceso la parte de la clase 187


media que logró sobrevivir al estado de naturaleza hobbesiano de la Argentina y que busca remedar en la medida a su alcance los tics sociales de la oligarquía. Se trata, por el contrario, de uno de los countries más caros del país, con chalets de gran lujo y enormes extensiones de terreno a su disposición. En segundo lugar, y todavía más importante como dato revelador, constan las declaraciones hechas a los medios por un portavoz oficioso de los vecinos del barrio. Sus palabras, más o menos textuales pero cuyo espíritu respetamos rigurosamente, fueron las siguientes: “Se trata de un hecho penoso. No entendemos cómo puede haber ocurrido en nuestro country donde sólo viven las mejores familias. Lamentablemente ocurrió, pero en cualquier caso es algo que incumbe sólo a nosotros, los habitantes del barrio. Si no fue un accidente, si hubo un asesino, nosotros lo vamos a descubrir”. El portavoz, una mujer de unos sesenta años, se expresaba ante las cámaras televisivas con absoluta convicción. En su inconsciente arraigaba la certeza de que el grupo social privilegiado al cual pertenecía, gozaba de fueros para ejercer el poder de policía y administrar justicia. Para completar el escenario consignaremos que el barrio cuenta con una fuerza de seguridad propia, que recorre constantemente las instalaciones y controla rigurosamente la entrada y salida de vehículos y personas. Asimismo la propiedad está protegida por sistemas refinados tales como sensores ultrasensibles, ocultos en los setos que cubren las vallas perimetrales y que detectan sonidos y movimientos que se produzcan en sus inmediaciones. De manera muy simplificada podemos caracterizar el tránsito de la Antigüedad a la Alta Edad Media –es decir a la larga época de decadencia que se extendió por 188


más de quinientos años desde la caída de Roma hasta que, aproximadamente a partir del fin del primer milenio, aparecieron signos anunciadores del renacimiento– podemos caracterizar dicho tránsito por la quiebra de la paz imperial, la disgregación del poder centralizado y sus atributos legislativos, ejecutivos, judiciales y coercitivos, y el avance final de los bárbaros desde las fronteras hasta la capital del imperio. En nuestra historia reciente hemos tenido una paz universal bipolar, resultado de la distribución geoestratégica pactada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Después del hundimiento de la Unión Soviética no está claro que la expansión del capitalismo haya sido acompañada por la hegemonía universal de la potencia superviviente. Hay signos de que los Estados Unidos vacilan sobre el papel que les toca desempeñar una vez desaparecido su antagonista. En síntesis, no es manifiesto que la única potencia global desde el punto de vista militar esté decidida o capacitada para ejercer plenamente el papel de gendarme de una nueva paz romana. Al mismo tiempo y como contrapartida de la uniformización globalizadora de lo económico y cultural, aunque dialécticamente favorecida por esta misma, se han producido el debilitamiento del Estado-nación y las fracturas interiores provenientes de diferencias étnicas, religiosas y culturales –reales o exacerbadas artificialmente–. Asimismo, la anomia provocada premeditadamente por parte de los factores de poder para facilitar la penetración económica en los estados, ha tenido por consecuencia que éstos, particularmente los más pobres, hicieran dejación de sus responsabilidades en materia de justicia, poder de policía, educación, salud pública, etc. Ello ha dado lugar a que el negocio privado, promovido 189


por la ética egoísta y competitiva que prima en el mundo, haya avanzado profundamente sobre parcelas de actividades y servicios cuyos productos, hasta hace no más de treinta años, no se consideraban mercancías sino derechos intangibles de los ciudadanos, obligaciones irrenunciables del Estado y factores estratégicos de la política de éste. Por otra parte, los nuevos bárbaros – indigentes y menesterosos– ya no se conforman con asediar las fronteras de las islas de prosperidad mundial, situadas particularmente en el hemisferio norte, sino que penetran hasta el corazón de su territorio y pululan en sus centros neurálgicos. La inseguridad ciudadana que estalla en la urbe postmoderna a consecuencia de la política económica global, cuyo subproducto admitido es la exclusión; la reducción del espacio público por el avance de lo privado, asociada a la presión publicitaria para sobrevalorar los bienes y servicios adquiridos por un precio, de manera individual y diferenciada, sobre los que se obtienen por el pago de impuesto y pertenecen a todos; la moral individualista preconizada por el discurso oficial, han favorecido la retracción de la sociedad al ámbito privado –familiar, individual o de los “iguales”–. De tal manera, los que disponen de los medios necesarios se encierran en barrios privados que funcionan como feudos incipientes, gozan de una suerte de extraterritorialidad, pretenden disponer de fueros y cada vez tienen menos que ver con la ciudad y el país al que pertenecen. El country argentino donde se produjo el asesinato y sus habitantes están vinculados al territorio de la República Argentina por lazos débiles, primordialmente de extracción y usufructo, no sociales y de responsabilidad. De hecho, ambos, predio e inquilinos, podrían trasladarse a cualquier otro punto del globo sin que sus condiciones de vida ni el control de 190


sus cuentas bancarias a travĂŠs de internet sufrieran alteraciones significativas. En fin, el country argentino no es mĂĄs que un indicio entre tantos que anuncian los tiempos medievales en los que tal vez ya hayamos ingresado sin advertirlo. Buenos Aires, enero 2003

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LA ENFERMEDAD HOLANDESA (Y LAS RETENCIONES A LAS EXPORTACIONES AGROPECUARIAS) Se descubre la “enfermedad holandesa” “Desgracia, señor. No felicidad, desgracia.” Esa frase enérgica y a la vez doliente, me dijo escupiendo las palabras con su acento silbado de la Sierra el contador general. Yo, un joven profesional, por entonces más interesado en la administración de empresas que en la economía, estaba en Ecuador asesorando a varias sociedades. El contador de esta compañía de Quito, un hombre de pueblo, que se había pagado trabajando la carrera universitaria, contestaba con esas palabras sin apelaciones a mi felicitación por el descubrimiento de importantes reservas de petróleo en Ecuador, en los comienzos de los años setenta del siglo pasado. La explicación de este lamento ante un azar que enriquecía repentinamente a un país pobre, la encontré más adelante, cuando descubrí la importancia de la economía como ciencia social –no exacta como pretende, en forma interesada, la corriente de economistas que ha dominado la escena desde que el neoliberalismo detenta el poder global– indisolublemente unida con la política. Pocos años antes del episodio de Quito, en la década de los sesenta, Holanda se había encontrado con un descubrimiento igualmente feliz que el de Ecuador diez años después. Las prospecciones en el Mar del Norte habían dado con un enorme reservorio de gas. 192


Al contrario de las expectativas optimistas de la sociedad holandesa, referidas a que un país ya rico y de economía equilibrada se volviera aún más rico, Holanda, inopinadamente, se empobreció. Esta aparente paradoja, de que la riqueza agregada, en realidad, se haya convertido en motivo de pobreza, se explica por los subsiguientes efectos no previstos de la explotación del nuevo potencial. Pondremos un ejemplo sencillo para facilitar la comprensión del problema. Supongamos que en el país afectado por la “enfermedad holandesa” o “mal holandés” hay tres sectores económicos. Dos son exportadores, uno de ellos del producto estrella (petróleo, banano, cobre o soja, por ejemplo), el otro, el sector exportador tradicional de productos transables (se llama “transables” a aquellos bienes que compiten con sus iguales producidos en el extranjero). El tercer sector es el de bienes no transables, orientado al suministro a consumidores nacionales (comercio minorista, construcción y servicios, particularmente). En aquellos países que sufren de la enfermedad holandesa el sector exportador del producto en auge y el sector de bienes no transables tienden a destruir al sector exportador tradicional, que fue lo que ocurrió en Holanda a partir del descubrimiento del gas del Mar del Norte. ¿De qué modo se produjo el fenómeno? La gran entrada adicional de divisas (medios de pago internacionales, primordialmente dólar) revalorizó la moneda nacional, en este caso el florín. Los exportadores de gas liquidaban los dólares en el país para obtener florines a cambio. Por un efecto natural de la ley de la oferta y la demanda, la presión oferente de dólares y demandante de florines hizo bajar el dolar y, correspondientemente, subir el florín. El aumento de precio en divisa (dólares) de 193


los productos tradicionalmente exportados por Holanda, les hizo perder competitividad, perder mercados y la industria tradicional holandesa empezó a languidecer. Al mismo tiempo, el sector próspero de la economía (el gas) con su alto poder adquisitivo, presionó sobre la demanda de bienes no transables (servicios, comercio, construcción) con un efecto de aumento de precios (inflación) y un segundo efecto tan o más pernicioso, por el cual el sector dinámico se convierte en una aspiradora de recursos (capital y trabajo). Tanto el sector exportador de gas como el de bienes no transables muy demandados absorben capital y trabajo mejor pago, en detrimento del sector exportador tradicional que sufre así el golpe de gracia. Argentina padece en forma endémica de la enfermedad holandesa Según la opinión de muchos especialistas, la Argentina padece en forma endémica de la enfermedad holandesa. Ésta, como un virus que se encuentra latente en el organismo, se despierta sucesivamente ante condiciones del ambiente que lo reactivan. La causa fundamental es la fragilidad de un país con un sistema económico mal estructurado, con una industria débil y una participación preponderante de los bienes primarios en sus exportaciones y, por lo tanto, vulnerable a las variaciones de precios no controlables (producidas por actores y factores externos.) En efecto, el mal holandés no sólo es consecuencia de algún descubrimiento afortunado que aumente de forma violenta y repentina la riqueza sino de cualquier valorización súbita de un bien exportable, o de otra causa, incluso no virtuosa, de ingreso masivo de divisas. Un caso 194


típico es el de la España colonial del siglo XVI. El flujo de metales preciosos de América alentó el consumo, produjo inflación y desalentó la producción nacional impidiendo que España gozara de la revolución industrial. Esta circunstancia “feliz” de la disponibilidad de metales preciosos más otras medidas políticas, como la expulsión de los judíos que llevaron sus artesanías y capitales a otros climas más amigables, muy particularmente el de los Países Bajos, retrasó al país por siglos. En Argentina muchos consideran un ejemplo de enfermedad holandesa el programa económico aperturista a ultranza de los ’90. El ingreso abundante de divisas retrasó el tipo de cambio (dólar barato), sobre todo por la entrada incontrolada de capitales especulativos que se dirigieron a sectores no transables y a la compra de deuda pública para gozar de sus tasas extraordinariamente altas, con el aliciente que les permitía a los inversores reposicionarse en su moneda original (recomprando dólares) con una especie de seguro de cambio en los hechos (un peso=un dólar). Brote virtulento de la enfermedad holandesa Un nuevo brote del mal holandés lo estamos sufriendo los argentinos hoy en día y, por cierto, de forma muy violenta, como consecuencia del repentino y sostenido aumento de los precios internacionales de los commodities (materias primas). El joven profesional que estaba en Quito se felicitaría por esta coyuntura feliz y el modesto contador lo llamaría de nuevo a la realidad y le diría: “Desgracia, señor. No felicidad, desgracia.”

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Soluciones La diferencia es que hoy se sabe más de la enfermedad que en aquel momento y se manejan otras herramientas, remedios más sofisticados que simples sinapismos. Uno de ellos, propuesto en los años setenta por el ingeniero y empresario argentino Marcelo Diamand, es el de tipos de cambio diferenciales. Es decir, un tipo de cambio alto o promocional para los sectores débiles y más bajo para el sector agropecuario fuerte. En el presente se optó por otra solución más elaborada que ya se empleó en otros momentos de la historia argentina: la de las retenciones. Las llamadas “retenciones”, en realidad derechos de exportación, cuyo efecto final, en definitiva, establece tipos de cambio diferenciales. Su “filosofía” es la de recortar las ganancias extraordinarias que no provengan de la inversión o del aumento de productividad (ganancias genuinas de capital) sino de acontecimientos extraordinarios y azarosos, que considera ganancias sociales o, si queremos evitar un término tan desprestigiado hoy día, ganancias que no pertenecen a quienes las perciben sino a la población toda o al “país” en su conjunto. Tema de otro artículo sería si la fijación de estos derechos de exportación es una facultad originaria del Poder Ejecutivo, en quien la constitución de 1853 delegaba el establecimiento de derechos aduaneros o es propia del Congreso, quien tiene la potestad de legislar sobre impuestos. Dejamos la discusión para tributaristas y constitucionalistas. En el caso de que las autoridades no impusieran retenciones o adoptaran alguna otra herramienta económica que les permitiera recortar las ganancias extraordinarias, cuya recaudación, por otra parte, contribuye a subsidiar el gasoil que usan los productores del campo y 196


mantener el tipo de cambio alto, el “mal holandés” atacaría con toda su virulencia y produciría los efectos que hemos descripto más arriba: apreciación del peso con pérdida de competitividad de la industria y debilitamiento de ésta con peligro de extinción, dada su fragilidad congénita, como somos testigos con el funesto largo episodio reciente de los ’90; caída de la demanda de bienes producidos en el país, mayor desocupación, mayor pobreza, postración general del país. Si en lugar de dejar flotar el tipo de cambio (cotización de la divisa fijada por el libre juego del mercado) las autoridades decidieran seguir manteniendo un dólar alto, insuflarían en el sistema una inflación muy difícil de controlar porque tendrían que comprar todos los dólares ofertados (aumentando las reservas) y a tal fin emitir moneda nacional sin una correspondencia con el aumento de la actividad interna; con ello incrementarían los costos internos y perdería competitividad la industria. El remedio para controlar este tipo de inflación es el que está usando el Banco Central estos últimos años, que consiste en “esterilizar” la sobreemisión de pesos con la colocación de papeles (Lebac, Nobac. El B.C. coloca letras en el mercado en pesos y en dólares. Los compradores las compran con dólares –en este caso el B.C. no necesita emitir pesos– o con pesos que, en consecuencia, salen de la circulación y reducen la masa monetaria compensando así la sobreemisión). Pero esta solución es onerosa dado que las letras tienen un costo para el país en intereses que, si por el momento es llevadero, sería ruinoso si la entrada de dólares fuera masiva. Cuando los hombres del “campo” se oponen a las retenciones móviles lo hacen más con vistas al futuro que al presente, ya que se vislumbra un horizonte de precios internacionales en alza. Sin embargo, aun a su pesar, no son visionarios sino que sufren de 197


la común miopía cortoplacista de los empresarios argentinos, cuando no advierten que la apreciación final del peso terminaría evaporando sus ganancias extraordinarias. Un país rico es un país con una población rica, léase con una riqueza bien distribuida. Los que abogan por un país agroexportador que aproveche las ventajas comparativas y deje la industria para otros, quieren, consciente o inconscientemente, un país para quince millones de habitantes y condenan al resto a la exclusión, dado que la actividad agropecuaria con todas sus industrias subsidiarias da trabajo, a lo sumo, a un cuarenta por ciento (40%)1 de los ocupados. Hoy día, con un campo tecnificado, la Argentina, para emplear a toda su población activa y crecer, necesita imprescindiblemente de la industria, amén de un sector comercial y de servicios fuerte. Por lo tanto, por decreto o por ley, las retenciones y, en particular, las móviles –es decir con alícuotas crecientes cuando suben los precios y decrecientes cuando bajan, lo que aplana los picos de la curva de rentabilidad (reduce ganancias y pérdidas) y hace más previsible el futuro para el empresario– no admiten discusión, con todas las compensaciones debidas a los productores menos favorecidos. No sólo por los motivos ya expuestos sino por sus efectos secundarios benéficos nada despreciables, como controlar la inflación importada (en este caso impidiendo que se trasladen automáticamente al interior los altos precios internacionales) y poner en práctica estrategias que desalienten el empobrecedor monocultivo. Y no discuten las retenciones los economistas en general, si exceptuamos a los que representan intereses sectoriales. A lo sumo tienen entre ellos diferencias de matices. Los más ortodoxos y, por ende, más reticentes, opinan que no es un buen tributo y que debe ser transitorio pero que por el momento es inevitable. 198


Destino de la recaudación por retenciones El quid de la cuestión, que no ha estado en debate estos aciagos meses últimos si no es con argumentos muy toscos, difundidos por los medios y fáciles de deglutir por el común, como que “el gobierno quiere hacer caja”, se supone que con fines inconfesables, es qué debe hacerse con la recaudación extra para que, a su vez, no produzca inflación (el sector público es un demandante más que compite con el sector privado en la presión sobre la oferta agregada.) Lo que debe hacerse es no destinar el producto de las retenciones a gastos corrientes ni a capital no reproductivo (el que no se aplica a aumentar la producción), no sólo porque son inflacionarios sino porque la situación puede cambiar. En efecto, los precios internacionales de las materia primas, gracias a la demanda insaciable de China, en especial, e India, son crecientes, pero como en ellos hay una componente especulativa importante –capitales financieros que huyeron de las “hipotecas basura” de los EE.UU. para pasarse a los commodities– son volátiles, es decir están sujetos a alzas y bajas intempestivas. Una caída significativa de precios, si los gastos corrientes se financian con las retenciones, ocasionaría un déficit presupuestario. Aprendiendo sobre la dolorosa experiencia holandesa, Noruega creó un fondo anticíclico con sus ingresos extraordinarios provenientes del petróleo. Un fondo anticíclico se forma con las ganancias que exceden de lo normal (tiempo de “vacas gordas”) para gastar en tiempo de “vacas flacas.” Chile usa el mismo sistema para reservar las ganancias extras que produce el precio excepcionalmente alto del cobre. Es la solución que propugna el ex ministro Roberto Lavagna para nuestro país. En consecuencia, una de las alternativas posibles 199


para esta recaudación extra proveniente de las exportaciones agropecuarias es el ahorro mediante la constitución de un fondo anticíclico al modo de Noruega y Chile. La otra posibilidad es la inversión reproductiva (particularmente en infraestructura pública). Si uno se alinea en la ortodoxia se inclinará por el fondo anticíclico y si en la heterodoxia (o progresismo) en la inversión que crea riqueza que se difunde por la sociedad.

Noticia final Me comuniqué con el contador quiteño, hoy un anciano, y le pregunté qué remedio elegiría para la enfermedad holandesa que él experimentó en su país y que hoy parece estar padeciendo Argentina. “Hoy sabemos más que entonces” me dijo. “Porque la teoría es mejor, pero, sobre todo, por experiencia, es decir por vejez. Si yo fuera el ministro de economía argentino mantendría las retenciones –y móviles– a toda costa. Haría buena divulgación para que el pueblo, ¡bah! la ‘gente’ como está de moda decir ahora, entendiera que las retenciones son para bien de todos y para que –lo que le gusta menos a los gobernantes– exigiera saber cómo se las emplea. Y para que quedara en claro que esos “campesinos” hoy son empresarios, como otros cualesquiera y que por lo tanto, lo que es humano, defienden por sobre todo sus ganancias. Buenos Aires, julio 2008

200


1

35,6% estimado para el 2003 por Llach et al. Citado por Rodríguez, Javier en Incidencia de los complejos agroindustriales en el empleo total en Argentina, comunicación presentada al VII Congreso Nacional de Estudios del Trabajo, Asociación Argentina de Especialistas en Estudios del Trabajo, Buenos Aires 2005, www.aset.org.ar

Bibliografía Capello, Marcelo, Retenciones y enfermedad holandesa, 2008, www2.lavoz.com.ar López, Gustavo, Visión del sector agropecuario en países competidores; la experiencia argentina, 2008, www.cuencarural.com Peskin, Sergio, El virus holandés y las crisis argentinas, 2006, www.ecolink.com.ar

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Asunto: CAFÉ TRIUNVIRATO

Estimados amigos y contertulios: Tal como lo prometí en la anterior mesa, para satisfacer el pedido de Lana haré una ampliación de mi anticipo sobre las causas del desastre financiero universal según mi humilde punto de vista. Debemos hablar de las causas estructurales y del factor desencadenante, ambos estrechamente vinculados. No es muy compleja la filosofía del tema, lo complejo es el entramado de instrumentos financieros que llevaron al cataclismo. La causa estructural es el crecimiento desmesurado del capital financiero propio de la última etapa del capitalismo, el Capitalismo Tardío que llama Ernest Mandel. Desde la creación de la moneda el dinero ha pasado por sucesivos estadios de abstracción. Para ceñirnos al último siglo y medio de explosión capitalista, diremos, siguiendo a Fredric Jameson, que la abstracción capitalista del penúltimo período, el de la modernidad, tiene vinculación con un paso concreto en el proceso de acumulación de dinero. El dinero abastracto, en esa etapa del capitalismo, es vacío y se referencia a lo que presuntamente lo completa –y también lo suprime: la producción y el valor–. El capitalismo de esta etapa es, en última instancia, aunque abstracto en parte del ciclo de su reproducción, un capital productivo porque para “significar” debe referirse a bienes concretos: los de la producción. 202


A diferencia del capital productivo –de la modernidad– el capital financiero de la postmodernidad, el capital del Tardocapitalismo, no necesita ni de la producción ni del consumo para reproducirse. En este caso la “acumulación capitalista”, concepto marxiano absolutamente vigente, no precisa del paso por los bienes concretos porque el capital se reproduce a sí mismo. Ya no es un capital abstracto que necesita del momento de la concretización para adquirir valor sino que se autorreproduce, es un “capital virtual”, e incluso es virtual el dinero de la “acumulación”, ya que a ésta no le hace falta más la moneda metálica ni los billetes de papel sino que le basta con pulsar “intro”. Hace 10 años, Samir Amin calculaba que las operaciones comerciales internacionales eran de 3 billones de dólares, mientras que las transacciones financieras alcanzaban a los 80 a 100 billones de dólares, es decir de 26 a 33 veces más. Hoy día (o hasta el día antes del crack) las transacciones financieras que mueven capitales virtuales tal vez sean de 200 o 300 veces las mercantiles, no obstante que éstas han crecido fuertemente en virtud de la apertura comercial promovida por la OMC, la OCDE, el FMI1, el Banco Mundial y el Grupo de los 7. Es decir que mientras las operaciones sobre bienes crecieron en progresión aritmética, las de capitales abstractos lo hicieron en progresión geométrica2. Islandia, país en quiebra, financió su bienestar de los últimos años con un sector financiero hipertrofiado. Los activos bancarios de ese país representaban 9 veces su PBI (Producto Bruto Interno). Los instrumentos de que se valió la así llamada “ingeniería financiera” para dar lugar a este desborde fueron muchos y sofisticados; en esta materia los especialistas derrocharon ingenio. Mencionaremos entre ellos los “de203


rivados” (responsables de la contaminación global a partir de las hipotecas de baja calidad –basura o tóxicas, en la jerga– de los Estados Unidos); las especulaciones al alza o a la baja con compras y ventas a futuro sin cobertura (un inversor que especula a la baja, por ej., compromete la venta a futuro de acciones X a $ 10 sin cobertura –o sea sin estar en posesión de las acciones–; él especula con que las acciones al momento del vencimiento del contrato hayan bajado a $ 9. Si eso se verifica, ganará $ 1 por cada acción que provea a la contraparte del contrato. Esta a su vez, habrá especulado al alza, es decir a que en el momento de tener que pagar las acciones estas se coticen en $ 11, con lo cual ganará $ 1 por acción. Pura timba, como podrán ver, contaminada además con maniobras para hacer subir o bajar espúreamente las cotizaciones, alterando el mercado de valores, que tendría que ser un reflejo de la realidad, con maniobras de jugadores y/o de fulleros). Entre el rosario de operaciones hay muchas más, por ej. la de apostar a la revaluación o devaluación de monedas de países débiles o mal protegidos. Por ejemplo, Brasil, potencia económica muy desestructurada, apostó con el gobierno progresista de Lula a ser amable con los dueños del dinero universal para contar con financiación externa. Por lo tanto no puso restricciones a la entrada y salida de capitales. Tan buena letra hizo que los organismos de calificación de crédito internacionales a las órdenes del capitalismo financiero del primer mundo, le concedieron hace un par de meses el investment grade, es decir el de país seguro para los inversores. Durante los últimos años, las altas tasas de interés brasileñas para atraer capitales y mantener baja la inflación dieron lugar a la entrada de capital especulativo (financiero, que no invierte en bienes tangibles y producción). La 204


entrada masiva de divisas hizo subir la moneda brasileña, el real, hasta 1,55 por dólar, provocando el encarecimiento y la pérdida de competitividad de los productos brasileños. En quince días, tras el honorífico investment grade, el pavor de los inversores por la crisis norteamericana les hizo huir de los países emergentes, entre ellos Brasil, dando lugar a la compra masiva de dólares lo que desplomó el real hasta 2,50 por dólar en su peor momento hasta hoy (luego recuperó un poco hasta 2,35). Argentina está más protegida del cimbronazo financiero inicial porque la catástrofe del 2001 le hizo tomar recaudos de autofinanciación e imposición de controles para la entrada y salida de capitales golondrina (por supuesto una crisis que afecte a largo plazo la economía real –la de bienes– terminará afectándola como a todo el mundo). Hay muchos otros instrumentos que usan los inversores individuales fuertes o los fondos de inversión y que han hecho subir y bajar los bienes tangibles como el oro, el petróleo, los cereales y las oleaginosas por ejemplo –los tres últimos, entre otros, responsables de la explosiva inflación mundial del último año, del riesgo de hambrunas en los países más desprotegidos y dependientes, y de los estragos del monocultivo–. Los dichos inversores ahora también están huyendo de los “commodities” (bienes de consumo mundiales) y estos se están desplomando. Muchos de los fondos de inversión que dieron lugar a riqueza, especulación y ahora quebranto, lo eran de altísimo riesgo, con inversiones en instrumentos y países sin garantía de repago. Y para no aburriros –creo que los ejemplos son suficientemente demostrativos– vamos a la causa desencadenante de la crisis. Las hipotecas subprime (de baja calidad) de los EE.UU. fueron el puntapié inicial de 205


la crisis. No he visto un solo artículo de economistas que supieran explicar con claridad cómo empezó la crisis. Yo creo que no es tan difícil. Alan Greespan, presidente de la FED (Banca central de los EE.UU.) durante diecinueve años, decidió combatir la recesión de su país en los años noventa bajando la tasa de interés de referencia por debajo de la inflación. Esta política estimuló el crédito barato y la venta a plazos, en particular de inmuebles, lo que hizo subir los precios que presionaron sobre el índice de inflación. Nuevamente intervino Greespan, ahora subiendo la tasa de interés para enfriar la actividad económica y contener la inflación. El aumento de tasas produjo el encarecimiento de las cuotas hipotecarias pactadas a tasa variable. A ello se sumó la mala calidad de las hipotecas. Un día un deudor (se trata de una metáfora, “uno” quiere decir miles) que había comprado una propiedad sobrevalorada con una hipoteca y que para hacerlo había declarado su trabajo en blanco de ocho horas, más su trabajo en negro de seis horas, más el trabajo de la mu jer, se queda sin el trabajo en negro, o no le da más la salud y revienta total o parcialmente, o la mujer se embaraza, no tiene protección sindical, y la despiden. El deudor deja de pagar. Como los acreedores hipotecarios no tomaban los recaudos de seguridad mínimos, otorgaban préstamos en esas condiciones. La suma de aumento de cuotas y mala calidad de las hipotecas produce impagos en cadena, lo que derrumba el precio de la propiedad. La alarma que provoca esta situación hace que los compradores potenciales se retraigan y no compren, lo que deprime aún más los precios. La pérdida de valor de la propiedad da por resultado que la garantía hipotecaria no alcance a cubrir la deuda con su ejecución. Es un quebranto para el acreedor hipotecario o para la compañía aseguradora 206


del riesgo hipotecario. Como las compañías no cobran sus créditos se corta el flujo de caja y no pueden otorgar nuevos créditos. Al hundirse los precios y aún así no tener compradores, las empresas constructoras echan personal, que a su vez ya no puede pagar sus hipotecas, o el crédito del automóvil, o el crédito de consumo con tarjeta (hay que tener presente que en EE. UU. se vive desde hace mucho a crédito, es decir, para forzar la venta que mantenga la máquina en movimiento se anticipa el consumo que se pagará con ingresos del futuro.) Cuando se rompe la espiral creciente, el equilibrio precario también se fractura. Luego cierran las fábricas de automóviles, las de electrodomésticos, los supermercados, y se hunde todo el edificio montado en el aire. Bien, y cómo se produce el contagio al resto del mundo. La primera vía y más directa de contagio son los “derivados” que habíamos mencionado antes. Las compañias de crédito hipotecario emitieron bonos sobre las hipotecas, con altas tasas de interés, para hacerse de nuevos capitales y así conceder nuevos créditos que siguieran inflando la burbuja. Los bancos europeos compraron bonos, algunos muchos, y colapsaron o están al borde del colapso (caso paradigmático la U.B.S). Los gobiernos, tanto el de Estados Unidos como los europeos, salen a rescatar sus bancos, para hacerse con el dinero necesario aumentan impuestos, o toman nuevos préstamos o emiten moneda internacional (sobre todo el dólar estodounidense) dando lugar a la inflación global. Lo que vendrá: el contagio a la economía real parece difícil de parar. Si la crisis se alarga y se profundiza EE.UU. disminuirá sus importaciones y los chinos, los indios y los brasileños tratarán de colocar sus productos en otros países, y harán dumping, y contagiarán la crisis a esos otros países que tendrán que cerrar sus fábricas. Y en la 207


medida en que no consigan mantener altas sus exportaciones los chinos cerrarán sus fábricas y consumirán menos y dejarán de comprar alimentos argentinos, y así siguiendo. Veremos qué pasa. Nadie es capaz de predecir lo que ocurrirá. Una última: al neófito le resulta curioso que el refugio de los inversores sea la moneda y los bonos del país que originó la crisis, o sea el dólar y los bonos del Tesoro de los EE.UU. Aquí entra un factor psicológico, porque los inversores no se comportan con la racionalidad que le presumen los irreales modelos de la Economía teórica. Los inversores creen que EE.UU. no dejará de pagar. ¿Lo creen con fundamento? ¿No dejará de pagar? Si China y Japón, principales financiadores de la deuda norteamericana no quieren o no pueden financiarlos más, ¿los EE.UU. pagarán? Este gran burdel tuvo la acérrima apoyatura, desde los 70, de los economistas neoliberales, teóricos del Consenso de Washington, defensores de la desregulación a ultranza y del achicamiento del estado, galardonados con muchos premios Nobel. Sostenían que el mercado, mediante el libre juego de sus fuerzas, era el mayor creador de riqueza. Esta afirmación no es verdad en la práctica. Todas las que hoy son potencias económicas crecieron bajo la protección de regulaciones estatales. Pero esos economistas, además, no decían que las libres fuerzas del mercado no son equivalentes para todos los jugadores sino que favorecen a los más fuertes (más inescrupulosos, con información privilegiada, integrantes de castas de poder) y por lo tanto es concentrador de la riqueza y creador de pobreza, discriminación y exclusión; cínicamente, los fundamentalistas del mercado usaban una metáfora para referirse a este proceso: lo llamaban el “Darwinismo social”. Hoy se callan la boca, cuan208


do la intervención estatal tiene por fin salvar a los ricos, sus socios y empleadores. Cierro con una cita de Joan Robinson, la economista heterodoxa inglesa que trabajó con John Maynard Keynes: “Estudiar economía no es tratar de adquirir un conjunto de respuestas listas para satisfacer los interrogantes económicos, es aprender a no dejarse inducir a error por los economistas.” Un abrazo y hasta la próxima. Jorge Buenos Aires, octubre 2008

1

OMC: Organización Mundial del Comercio. OCDE: Organización para la Cooperación y el Desarrollo. FMI: Fondo Monetario Internacional. 2

En declaraciones de Samir Amin posteriores a la fecha de este mail, el economista egipcio manifestó que en 1990 las transacciones financieras no alcanzaban a un billón de dólares, mientras que en 2005 ya sumaban 1.406 billones de dólares.

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Jorge Andrade, escritor, economista, crítico literario y traductor. Ha publicado numerosas novelas, entre ellas, “Desde la muralla”, “Vida retirada”, “Los ojos del diablo” (premio internacional Pérez Galdós, España); el libro de cuentos “Ya no sos mi Margarita” y el libro de ensayos “Cartas de Argentina y otros ámbitos”. Fue colaborador del diario El País y de las revistas El Urogallo y Cuadernos Hispanoamericanos de España, así como del diario La Nación de la Argentina.

Facebook: Jorge Andrade. Issuu: Jorge Andrade Escritos


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