El objeto del escritor

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EL OBJETO DEL ESCRITOR

Cuando ocasionalmente me ocurre leer alguno de mis escritos, a veces me pregunto con perplejidad: “¿Cómo se me ocurrió esto?” Quiero aclarar que no soy un lector asiduo de mis propios textos. Hay escritores que se tienen a sí mismos como lectura de cabecera; no es mi caso. No con todos mis trabajos me sucede que no tenga presente la causa que le dio origen. De algunos de ellos la recuerdo con toda nitidez. Son muy diversos los motivos que provocan la chispa El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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original. Puede ser un estado de ánimo, la visión de alguien que se nos cruza por la calle y se nos convierte de inmediato en personaje, tal vez un recuerdo o un perfume. A veces es el vacío. En mis ya más de cincuenta años de escritor profesional gocé de la bendición de no haber padecido nunca el síndrome de la página en blanco que atormenta a muchos de mis colegas. Siempre he tenido tema. Cuando me pregunto a qué se debe ese privilegio, llego indefectiblemente a la misma conclusión: fue el azar de haber nacido donde nací, en el seno de una familia de la clase media ilustrada y con una idea liberal, para la época, de la educación de sus hijos. Mis padres provenían de familias de inmigrantes españoles muy pobres y ascendieron socialmente en forma precoz. A mi padre le permitieron completar los estudios primarios antes de ponerlo a trabajar. Mi madre no fue tan afortunada; al terminar el quinto grado la retiraron del colegio y fue a trabajar a una fábrica de velas. En la historia de mi padre incidieron dos vectores: su voluntad, sobre todo y también la suerte. Comenzó su vida laboral como obrero en la hojalatería de “Chocolates Águila”. Sucedió que el gerente administrativo de la empresa hiciera una visita de El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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inspección a la planta fabril y no se contentara con verificar el funcionamiento de la misma, sino que se interesase por la situación personal de los obreros y por sus aspiraciones para el futuro. Así se enteró de que aquel chico de trece años, por iniciativa propia, asistía a una academia nocturna donde estudiaba contabilidad, mecanografía y taquigrafía. El gerente tomó nota y le propuso: “Pibe, si me prometés que te vas a inscribir en el colegio comercial nocturno, te paso a la administración”. Así fue, y tras recibirse de perito mercantil trabajando siempre en horario completo, mi padre cursó la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó como Contador Público. La novia del joven emprendedor, mi madre, se sumó a la aventura vital de mi padre al casarse con él. Ella no cursó estudios formales, pero fue autodidacta. El ascenso anticipado a su generación de mi padre –sus hermanos y hermanas no pasaron de la escuela primaria y solo en la siguiente camada, la de mis primos, algunos de ellos ascendieron al nivel universitario- selló mi destino y el de mi hermana. No solo porque tuvimos el camino expedito hacia la universidad, sino sobre todo El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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porque accedimos, desde niños, en forma irrestricta, a una gran biblioteca ecléctica, formada según los gustos y criterios amplios de mi padre, aunque marcados por su militancia socialista. Era una biblioteca abierta, sin estanterías selladas ni libros prohibidos. Mis padres corrieron el riesgo de dejar la elección de la lectura a nuestro criterio infantil y juvenil, aunque eso no significó que estuvieran ausentes por irresponsabilidad, indiferencia o comodidad, sino que se limitaron a orientar nuestra lectura. Además de lo dicho hasta aquí hubo otra razón decisiva en el curso evolutivo de mi vida: se trató de un acierto pedagógico de mi progenitor. Cuando yo cursaba los primeros grados de la educación primaria, un pariente o parienta, al tanto de las buenas notas que yo obtenía en mis estudios, le preguntó a mi padre: “¿Juan, no va a mandar a Jorgito a estudiar inglés?. Le sería de gran ayuda para cuando le llegue el día de emplearse”. Él contestó sin dudar: “No, las horas libres de mi hijo una vez que termina sus deberes del colegio son para jugar. Ya decidirá él, cuando sea el momento si quiere estudiar inglés”.

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Criterio opuesto al de la híper actividad a que someten a sus hijos los padres de la vigente cultura de la eficiencia, bandera del capitalismo tecno-liberal. Cuando era un niño yo pasaba muchas horas solitarias, en particular durante aquellas tardes eternas de las vacaciones escolares de verano. A lo largo de sus horas me entretenía con los sencillos juguetes de mi infancia, ninguno de ellos autómata, sino impulsados según mi libre albedrío. Compartía mis juegos con mis amigos imaginarios y los personajes que creaba. Y leía, leía mucho. Tanto los juegos como la lectura estimularon en mí una imaginación desbordante que finalmente se convirtió en la máquina eficiente de mi vocación literaria, conducida, claro está, por la técnica que aprendí paciente y sistemáticamente con la práctica del trabajo. Y así no fue casualmente que mis padres tuvieran dos hijos escritores. Uno de ellos, la mujer, con una carrera coherente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y como profesión la de docente de lenguas clásicas en la misma universidad donde se formó. Y el otro, o sea yo, un extravagante Contador Público y Economista, también graduado en la UBA, que se transformó tempranamente en escritor profesional. El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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Tras esta larga digresión, sin embargo ilustrativa de mi proceso formativo, vuelvo a la materia propia de este artículo, que se refiere a otro proceso: el de la creación. Como decía al comienzo, me sucede a veces que me pregunto cómo se me ocurrió esta o aquella historia que narré. Me ha pasado así con algunos de los textos que forman este Patchwork. Por ejemplo con “¿Quiénes eran en realidad Ernesta y don Camilo?”, o con “Graffiti”. Rebuscando a posteriori en el fondo de mi conciencia, llegué a la conclusión de que el detonante para “¿Quiénes eran…?” fue el inopinado y, aparentemente, injustificado recuerdo de dos personajes de la vida real que conocí cuando tenía la edad del protagonista del relato, es decir cinco años. Nunca más, después de aquel período breve de mi niñez, volví a verlos y, no obstante, no sé por qué mecanismos desconocidos del inconsciente, de pronto reaparecieron en el lejano presente. Una vez con los personajes inmiscuidos sin pedir permiso en mi intimidad, ya se trató del trabajo profesional de inventar una historia que cuadrara con la apariencia de estos seres que de pronto fueron más reales que mi propia realidad.

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En el caso de “Graffiti”, el puntazo de angustia en medio del pecho que me obligó a escribir para suturar la herida, no fue un recuerdo, ni un presentimiento, ni una prospección del futuro. Tampoco fue la experiencia de algo material, como podría haberlo sido una muestra de arte callejero que hubiera observado por casualidad. No, yo reflexionaba acerca de que, siendo la coherencia y solidez del mundo material en que nos movemos no más que una apariencia, era sorprendente que pese a ello consiguiéramos desarrollar en él nuestra vida cotidiana, llevar a la práctica nuestros proyectos, aplicar a ellos nuestros medios y obtener resultados más o menos satisfactorios. Y seguí pensando que eso era posible, que podíamos vivir y morir en ese mundo con bastante naturalidad, solo porque creemos que así como lo percibimos es, o sea que tenemos la capacidad de sobrevivir en un mundo material que no es como creemos solo porque creemos. A colación de esta idea pensé acerca de los números fractales y sobre la teoría del caos, y se me ocurrió la frase que el protagonista lee en una pared en la escena final del relato: “La realidad no es tersa como la geometría, tiene rugosidades, y en las rugosidades se esconden las imperfecciones del sistema”. Ese “graffito”, o “graffiti”, como se ha popularizado el término, pone de pronto al descubierto el absurdo de la vida del El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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personaje, cierra su historia o, tal vez, la abre a una nueva vida que asume un nuevo orden. En cambio, las novelas Un solo dios verdadero y Desde la muralla, por ejemplo, recibieron el impulso creador de un modo absolutamente distinto; fueron planificadas desde la primera hasta su última línea según un minucioso proyecto previo. A tal punto fue así que para Un solo dios… escribí el primer párrafo y el párrafo final, y después rellené el espacio que mediaba entre ambos para que el argumento, como una flecha, partiera disparado por el arco del comienzo del texto y viniera a clavarse exactamente en el blanco de su final. Desde la muralla también fue planificada rigurosamente a partir del ensayo de Furio Colombo titulado “Poder, grupos y conflicto en la sociedad neofeudal”. O sea, que la novela ficcionaliza el ensayo y describe el mundo del caos que gobierna el planeta y que, regresivamente, lo asemeja al del tiempo medieval. Por otra parte, la novela, escrita en aproximadamente un año, entre 2005 y 2006, anticipa –esta percepción precoz no debida a dotes adivinatorias que no poseo, sino a mis estudios universitarios de economíaanticipa la crisis económica global de 2008 que aún sigue vigente, El Objeto del escritor – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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reproducida en sucesivas crisis del capitalismo tecno-financiero que lleva al mundo hacia una atomización feudal, si no hacia su extinción. En definitiva, tengo la certeza de que el “objeto” del escritor está al fin del camino que emprende una y otra vez a lo largo de su experiencia creativa. Cómo iniciar el camino es una aventura que se repite y que lo conduce siempre por rumbos inciertos. Al final, si el viaje es exitoso, el escritor alcanzará su gloria, que no es ni el elogio de los otros, ni el número de ejemplares vendidos, sino la aprehensión del “objeto” que encuentra al alcanzar la meta. Buenos Aires, enero de 2022 Jorge Andrade

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Jorge Andrade, escritor, economista, crítico literario y traductor. Ha publicado numerosas novelas, entre ellas, Desde la muralla, Vida retirada, Los ojos del diablo (premio internacional Pé rez Galdó s, Españ a); libros de cuentos como Nunca llega a amanecer y, recientemente, Cuentos subversivos; y el volumen de ensayos Cartas de Argentina y Otros ámbitos. Fue colaborador del diario El País y de las revistas El Urogallo y Cuadernos Hispanoamericanos de Españ a, así como del diario La Nació n de la Argentina.

Para contacto periodístico y notas de prensa contactarse con: Nadia Kwiatkowski nadiakiako@gmail.com

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