LA TRAMPA
Los dientes le atraparon una de las patas traseras. En el primer momento la sorpresa le impidió entender qué le pasaba. Así era el peligro, una entidad inmanente que estaba en todas partes y que podía asaltarlo en cualquier momento. Era un concepto, no de alguna forma de racionalidad, sino del instinto y de la herencia. Por eso se sentía más seguro dentro del calor y del olor de la manada. El peligro era comprensible cuando La trampa - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
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se volvía objetivo. Era la tormenta, con la luz del rayo y el retumbo del trueno; era el enemigo traicionero que atacaba cuando estaba devorando la presa o cuando copulaba; era el palo de fuego del hombre. Ese concepto impedía que el lobo conociera la paz y el disfrute del placer. Alimentarse era un mandato de la naturaleza para crecer, ser fuerte y así defenderse del peligro atacando o escapando; copular era el mandato de la especie para sobrevivir. Se había separado de la manada concentrado en la persecución del rastro de la liebre y su pata había quedado sujeta por la trampa. Cuando reaccionó de la sorpresa tiró. Los dientes perforaron la piel y se clavaron en la carne. Pese al dolor siguió tirando tercamente. Tirones breves y rápidos, con los que solo consiguió desgarrar la piel y después la carne. Luego de cada esfuerzo acezaba. Recuperaba el aliento, volvía a tirar. El dolor lo detenía. Miraba atrás, a su pata prisionera y lo poseía la desesperación. Volvía a tirar, inútilmente. Los dientes de la trampa se hundían más, ya arañaban el hueso.
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Dio un tirón supremo y algo crujió con el mismo sonido de las ramas secas caídas de los árboles que el lobo aplastaba en su carrera por el bosque. El lobo no aulló. El aullido estaba reservado para marcar el territorio; gimió sordamente y se dejó caer de lado. Cuando el dolor agudo se atenuó, levantó la cabeza y miró tristemente su pata prisionera. Intentó moverla pero solo se estremeció el muslo; por debajo de la articulación su pata se quedó quieta. Volvió a echarse de lado y cayó en un letargo, una especie de sueño menor que el sueño, un sopor narcótico. El lobo soñó. Soñó con la leche dulce de la madre; con la alegría de las galopadas cuando era cachorro, protegido en medio de la manada; con el olor de la sangre caliente de la presa; con el hombre del palo de fuego. Sintió la sombra sobre su cuerpo. Levantó la cabeza. Se miraron. Una esperanza incongruente brilló en los ojos del lobo. La mirada oscura del hombre se despejó, como si un ala que cubriera el sol se retirara. La trampa - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
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El hombre se sintió débil ante esa especie de piedad y su boca se crispó con un rictus de disgusto. Animal y hombre se volvieron a mirar a los ojos y el lobo entendió que en el corazón del hombre anidaba algo como compasión, una suerte de piedad insospechada y escondida. Y ambos fueron, por un momento, protagonistas de la misma tragedia de la vida. Cerró los ojos el lobo. Apoyó la cabeza en el suelo. Descansó. Entonces estalló el trueno del palo de fuego. Buenos Aires, junio 2022 Jorge Andrade Jorge Andrade, escritor, economista, crítico literario y traductor. Ha publicado numerosas novelas, entre ellas, Desde la muralla, Vida retirada, Los ojos del diablo (premio internacional Pé rez Galdó s, Españ a); libros de cuentos como Nunca llega a amanecer y, recientemente, Cuentos subversivos; y el volumen de ensayos Cartas de Argentina y Otros ámbitos. Fue colaborador del diario El País y de las revistas El Urogallo y Cuadernos Hispanoamericanos de Españ a, así como del diario La Nació n de la Argentina. Para contacto periodístico y notas de prensa contactarse con: Nadia Kwiatkowski nadiakiako@gmail.com
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