Objetos

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OBJETOS

La galleta estaba a la altura de su boca cuando se quebró por la mitad. El trozo desprendido dio una voltereta en el aire y cayó boca abajo estampando un emplasto de dulce de leche sobre el mantel de hilo heredado de la madre con que mi mujer había ornado la mesa, así como con el juego de té de porcelana inglesa. Todo dispuesto para honrar la presencia de nuestro distinguido huésped. Éste observó las consecuencias del incidente con expresión de alelamiento. Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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Reaccionó con un “¡Cáspita!” culto y arcaico, aunque yo observé que sus labios habían dibujado una interjección más contundente que su buena educación censuró. -No se preocupe, Profesor- acudió presurosa mi señora al tiempo que trataba de limpiar lo mejor que podía el pegote. Tarea difícil, porque acabábamos de descubrir que el Profesor era un glotón que había cargado la galleta con una montaña de dulce de leche. Tratando de consolar a nuestro invitado mi mujer agregó: -Estas galletas cracker son muy friables. Como anfitriona experta, mi esposa no solo sabía con qué manjares homenajear a quienes compartían nuestra mesa, sino qué léxico utilizar según la condición de cada cual para que todos se sintieran cómodos. Si la visita hubiera sido alguno de nuestros parientes de la rama modesta, no habría servido la merienda en el comedor principal sino en la antecocina, habría puesto la mesa con uno de los manteles a cuadros y el juego de loza que usábamos a diario, y su expresión de consuelo no habría sido la de hoy sino algo así como: “Estas galletitas de agua son una porquería finita que se hace pedazos”.

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Yo, que hasta ese momento había observado la escena en silencio, murmuré entre apenado y mordaz: -Es la perversidad de la materia- Y dejé unos puntos suspensivos en lugar de agregar “estúpido”, para no parafrasear a un presidente de los Estados Unidos pero, sobre todo, para no ofender a nuestro ilustrado visitante. Terminado el té, mi señora sirvió un licorcito que compra a través del torno a las monjas de un convento cercano a nuestra casa. El tal licor es apto para estimular el intercambio de ideas sin por ello abrir paso a la agresividad porque, aunque las monjitas guardan el secreto de su elaboración suponemos, por respeto a ellas, que es de baja graduación alcohólica. El Profesor, que se había quedado molesto por el enchastre del mantel, sin duda que consigo mismo, se empeñó en buscar una justificación que lo exculpara, cuando lo mejor para él hubiera sido olvidar el asunto. De modo que se adentró en una explicación pormenorizada acerca de los accidentes que producen los alimentos untados, sean galletas, sean tostadas. Según él, la probabilidad de que un trozo de galleta quebrado cubierto con dulce de leche, como había sido en su caso, tuviera o no tuviera éste debajo una capa Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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previa de manteca o de queso crema, la probabilidad digo de que cayera con la parte pegajosa hacia abajo era muy alta. El Profesor hizo una pausa, se retrepó en su asiento irguiendo la espalda, se reacomodó sus gafas doctorales de grueso armazón oscuro y apuntándome con la copita de licor de un modo casi amenazante, afirmó: -Yo apostaría a que la probabilidad de que el accidente que he padecido concluyera del modo inconveniente en que lo hizo está cerca de la certeza estadística. Mi mujer ya me había asegurado gracias a su larga experiencia que esta clase de accidentes, tanto ocurran con crackers friables como con galletitas de agua de porquería, terminan en nueve de cada diez casos, o sea que casi con certeza estadística, con el dulce de leche o la mermelada enchastrando el mantel, sea este de hilo o de hule. Y para estar tan segura se basa en el puro sentido común: porque la cara untada de la galleta pesa más. Ante mi silencio, silencio de cortesía hacia el invitado, el Profesor se envalentonó y buscó dar apoyo científico a su argumento. A tal fin citó la ley de gravedad, la del movimiento rectilíneo uniformemente acelerado y, por supuesto, la teoría de la probabilidad. Cuando Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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terminó de hablar se quitó los anteojos, les echó el aliento y frotó los lentes que se le habían empañado por la emoción con que había pronunciado su discurso. Lo dejé hacer, y cuando terminó la operación y fijó su vista en mí con aire satisfecho a la espera de mi aprobación, yo no hablé de inmediato, sino que me dediqué a cambiar de lugar los objetos que había sobre la mesa: las tazas, las cucharillas, la tetera, el azucarero. -Objetos. Objetos que nos acompañan, nos sirven y obstruyen nuestro camino. Hacemos esfuerzos por ordenarlos; cuando creemos tenerlos bajo control, ¡zas!, se nos meten por medio, nos enredamos con ellos y nos fracturamos una pierna. No pienso rebatirle su teoría con vulgaridades como la ley de Murphy, pero me pregunto: ¿Por qué su trozo de galleta rota no planeó sencillamente y se posó en forma pacífica con el dulce de leche para arriba, sin mayor daño para el mantel de hilo de mi esposa y para su propia dignidad, Profesor?. ¿Por qué se complicó en su caída con un loop retorcido que la hizo aterrizar boca abajo?. ¿La ruleta de la estadística estará cargada o será que los objetos se burlan de nosotros?. Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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Vi que el Profesor se ponía nervioso y que se apresuraba a argumentar: -Nada está librado al azar, todo tiene explicación científica. ¡Respetemos la lógica, amigo mío! Me pareció que el licorcito de las hermanas estaba excitando a mi interlocutor por demás. Pero, aunque debiera respeto a su eminencia doctoral y consideración a su estatus de huésped, no me dio la gana de dejársela pasar. Al fin y al cabo yo también iba por la segunda copita de licor. -Ciencia y lógica se equivocan una y otra vez, Profesor. Piense si no usted, como ejemplo entre tantos otros, en las esferas musicales del armonioso modelo aristotélico o en el geocentrismo ptolemaico con su intrincada ingeniería para poder explicar el movimiento de los planetas rondando a una Tierra fija. Todo funcionó entonces en base a una lógica bella pero absurda. ¡Catorce siglos de una ciencia que hacía cálculos erróneos!. El polemista ahuecó la voz para responderme. Me di cuenta de que hacía esfuerzos para no expresar en voz alta lo que estaba pensando: “¡Acá te agarré, huevón, me la dejaste picando!”. En cambio, dijo: Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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-Una ciencia errónea que, no obstante, permitió a Cristóbal Colón descubrir el Nuevo Mundo. Pronunció “Nuevo Mundo” pomposamente, con mayúsculas iluminadas. Apreté los labios con escepticismo. -Pura artesanía, Profesor. Experiencias prácticas, antecedentes documentados y azar, un gran componente de azar que puso en el rumbo de Colón no lo que buscaba, las Indias Orientales, sino un continente desconocido. O no tanto, si habían llegado a oídos del almirante las historias de aventuras previas, como las de los vikingos. No esperaba, por supuesto, que el Profesor se diera por vencido tan fácilmente. Contraatacó: -La ciencia no se equivoca, señor mío. Sirve a su época y se supera con nuevas verdades. Estuve a punto de espetarle “Con nuevas mentiras” o, si hubiera bebido una copita menos de las monjitas, “Con nuevas ingenuidades”. Me sofrené y apunté serenamente: -Vivimos en una burbuja de lógica aparente, muy frágil por lo demás. Alrededor todo sigue estallando imprecisamente, inopinadamente, Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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igual que en los inicios. Y a cada momento el azar pincha nuestra burbuja confortable e ingresa en ella el desorden, o el orden exterior, como prefiera, cuya lógica desconocemos. Entonces todo se derrumba alrededor. Corremos a barrer los escombros, reacomodamos los muebles y con los objetos instalados en una posición diferente a la que tenían antes de la catástrofe, con sudor, temor y temblor, elaboramos trabajosamente una teoría novedosa que se adapte al arbitrio de los objetos indisciplinados. Y si no, siguiendo en la misma línea de debate que hemos encarado, pensemos: Ya estamos al tanto, usted, yo y todos los privilegiados a los que la supervivencia les concede diez minutos al día para reflexionar libremente, que los buenos de Lemaître, Hubble, Hawking y toda la banda, con su elegante teoría del Big Bang, a esta altura de la historia se han vuelto obsoletos. El Profesor meneó la cabeza condescendientemente. Pensaba “¡Este muchacho no tiene remedio!”. A continuación me lanzó: “Ahora tenemos la teoría de las cuerdas”, junto con una mirada provocadora. “Para que te cuelguen”, pensé, pero en cambio dije: “Con cada ‘avance’, así llamado, de la ciencia, lo que en realidad aprendemos Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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es que nuestra ignorancia es mayor. No pretendo plagiar a Sócrates, él tiene los derechos de autor”. Le serví –y me serví- la tercera o cuarta copita del licor de las hermanas de nuestro convento, que descubrí que era el mejor remedio o emplasto para curar las heridas que producían las diferencias irreconciliables entre un lógico y un escéptico. El té se había prolongado más allá de lo previsto. El Profesor extrajo su reloj con cadena de oro del bolsillo del chaleco, consultó la hora y exclamó con falsa sorpresa: -¡Se ha hecho tarde!- Y dirigiéndose a mi esposa que se había desentendido de la discusión teórica e iba y venía levantando la mesa, y volviendo los objetos a su orden preestablecido y presuntamente inmutable: -Querida señora, estimado amigo, ¡ya he abusado en exceso de vuestra hospitalidad!. Mi mujer sonrió por respuesta y yo me levanté a continuación del Profesor para acompañarlo en sus formalidades de despedida y para guiarlo en la ruta de salida que las monjitas le habían borroneado, a él e incluso a mí, si no fuera porque conocía la casa.

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La despedida fue larga y efusiva, para que no quedara ninguna duda de que la discusión de ideas entre dos intelectuales respetuosos no dejaba secuelas. Seguimos saludándonos con la mano mientras el ascensor bajaba y la figura moral imponente del Profesor desaparecía de abajo para arriba hasta que lo perdí de vista. Entonces ocurrió. -¿Qué pasa?- gritó el visitante desde el pozo. -¡Se cortó la luz!. El ascensor estaba varado entre dos pisos, en medio de la oscuridad. -¡No veo nada!- volvió a exclamar mi invitado -¡Haga algo!. -Voy a ver si encuentro al portero para saber qué ocurrió. Grité por el hueco de la escalera. Al cabo de un rato subió una voz desde el subsuelo: -¿Qué pasa?. -Eso pregunto yo, ¿qué pasa?. -Se cortó la luz. Molesto con la falta de imaginación e iniciativa propia del oficio, exclamé:

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-No hace falta que me lo diga usted, eso ya lo sé. ¿Pero dónde es la avería, acá, en nuestra casa, o es de la compañía? -Acá no pasó nada, será de fuera. -¿No se puede averiguar algo? -Veré qué puedo hacer. El Profesor, que se había mantenido en silencio hasta entonces, probablemente a la espera de que mi diálogo con el portero arrojara, digamos, alguna luz sobre el tenebroso asunto, empezaba a inquietarse. -Escúcheme, ¿me escucha?. -Sí, ¿qué?. -Que haga algo, no pensará dejarme acá encerrado en la oscuridad toda la noche. -No, claro que no- dije sin convicción -Espere un momento que vuelvo a llamar al portero. Grité nuevamente por el pozo de la escalera. -¿Qué quiere?- respondió al rato el portero de mal humor. -¿No se puede hacer algo para sacar a este hombre que se quedó encerrado en el ascensor?-, pregunté amablemente porque sabía que irritando al encargado no iba a conseguir nada. Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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-¿Cómo qué?. -Subir el ascensor a mano. -No se puede, es un ascensor antiguo, muy pesado. -¡Llame a la compañía!. ¡Llame a la compañía!- aulló el Profesor -A ver si le dicen qué ha sucedido y cuánto va a durar”. -Profesor- me disculpé –como se cortó la luz no tengo wi-fi y me quedé sin saldo en el celular. -Pero usted, que desconfía tanto de la ciencia, tendrá un teléfono fijo, que es un invento antiguo y seguro, y no funciona con la red eléctrica-. Aun en su situación de emergencia se permitía ironizar. Preferí no darme por aludido: -Es verdad, tiene razón, voy a llamar. Volví enseguida: -¿Profesor?. -¿Qué?. -Contesta un disco. Dice que están trabajando para reparar la avería y que esperan solucionar el problema a la brevedad. -¿Nada más?. -Nada más. -Bueno, hay que tomar medidas, no se quede de brazos cruzados. Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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-Sé que hay que sacarlo de ahí, pero no se me ocurre cómo. Salvo… -¿Salvo qué?. -Voy a llamar a los bomberos. Al cabo de una hora una linterna apareció por la escalera. -¡Por fin!- exclamé -¡Cuánto tardaron!. -No damos abasto. Hay emergencias por toda la ciudad. El apagón es generalizado. ¿Qué problema tiene?. -Hay una persona encerrada en el ascensor. Vino de visita y justo cuando se iba, ¡paf!, se cortó la luz. El bombero se sacó el casco y se rascó la cabeza. -Vamos a ver lo que podemos hacer. -El portero dice que el ascensor es pesado y él, a mano, no lo puede subir. -Los porteros nunca pueden nada. -Sabe lo que pasa- susurré –el que está encerrado, un profesor, es una persona entrada en años y vino a tomar el té. Me guardé por prudencia lo de las monjitas porque estaba ante la representación de la autoridad y los uniformes me intimidan -Hace dos horas que está aprisionado ahí dentro. ¿Usted me comprende?. El bombero se dirigió a mí con gesto de sobreentendido: Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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-Comprendo perfectamente. ¿El ascensor tiene puerta de reja?. -Sí, es de los antiguos. -Entonces, con un poco de maña se puede arreglar. Ante la situación de emergencia nadie se va a animar a hacer una denuncia por comportamiento obsceno. -¿Y si al portero no le gusta la solución y presenta una queja? -Absolverían al acusado, vistas las circunstancias y el atenuante por edad. De pronto me saltó la alarma: -¿No correrá el riesgo de electrocutarse? -Estamos con corte de luz, caballero- me recordó, sobrador. -¿Y usted tiene idea de cuánto puede durar esto?, porque en el teléfono de la compañía sale un disco que no aclara nada. ¿Qué pasó?. Me miró con expresión compasiva: -A nosotros nos dijeron que dos horas, o tal vez cuatro- Hizo una pausa, parecía reflexionar -Explotó una línea de alta tensión, a tres mil kilómetros de distancia, ¿usted se imagina?- Asentí comprensivamente. Quería demostrar al uniformado que me Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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comportaba como un ciudadano de bien, y que de ningún modo me atrevería a dudar de lo que afirmaban las autoridades responsables Quizás no sean horas- siguió el bombero - sino días, dos o cuatro, vaya uno a saber- Y me dejó con la duda de si esta coletilla provenía de una información oficial o era de la propia cosecha del bombero. Pero el desenlace de la crisis habría de ser más rápido de lo que imaginé. Los bomberos subieron a la terraza donde estaba la casa de máquinas del ascensor. Con esperanza vi como, en la tiniebla, iba apareciendo la cabeza y después el torso del Profesor. Bajaron los bomberos, instalaron en el palier una luz con una potente batería que iluminó el rostro claramente alterado de mi huésped. Sin embargo, al verme firme, haciéndome cargo de la situación, exclamó aliviado: -¡Amigo mío, qué felicidad verlo nuevamente! Sonreí con afecto: -¡Lo mismo digo! El Profesor pronunció su discurso mirándome a mí, pero no dudé que a quien se dirigía verdaderamente por mi intermedio era a un auditorio mucho mayor, a todo el Género Humano y a la Posteridad: Objetos – Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade


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-Me llena de dicha comprobar, gracias a la resolución favorable del infausto accidente del que he sido la principal víctima, que la ciencia y su lógica, por medio de los controles que incorpora a su propio sistema, en este caso materializados en la persona de estos heroicos servidores públicos –hizo un gesto amplio con el brazo para abarcar a los bomberos- siempre termina triunfando … Al tiempo que el Profesor daba su cátedra, dos bomberos hacían un trabajo más pedestre pero más práctico, y le tiraban de los brazos para sacarlo del ascensor. Llegaban a la cintura cuando, con mucha mayor celeridad de lo que esperábamos, tanto los optimistas como los inclinados al derrotismo, la compañía restableció el servicio mandando una sobre carga de quinientos voltios que disparó el ascensor como un misil hacia las profundidades del edificio llevándose con él la mitad inferior de nuestro invitado. Su parte superior, es decir el torso del que tiraban los bomberos, hizo un gracioso loop, mucho más perfecto que el de la cracker, dio una voltereta de trescientos sesenta grados y se quedó mirándome con

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sus gafas doctorales, mientras por la boca emitía en una especie de suspiro las palabras finales de su discurso: -… ante la amenaza del caos.

Buenos Aires, mayo 2021 Jorge Andrade

Jorge Andrade, escritor, economista, crítico literario y traductor. Ha publicado numerosas novelas, entre ellas, Desde la muralla, Vida retirada, Los ojos del diablo (premio internacional Pérez Galdós, España); libros de cuentos como Nunca llega a amanecer y, recientemente, Cuentos subversivos; y el volumen de ensayos Cartas de Argentina y Otros ámbitos. Fue colaborador del diario El País y de las revistas El Urogallo y Cuadernos Hispanoamericanos de España, así como del diario La Nación de la Argentina.

Para contacto periodístico y notas de prensa contactarse con: Nadia Kwiatkowski nadiakiako@gmail.com

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