SAUDADES DE RIO DE JANEIRO
Deseo resumir en unas pocas líneas la linda experiencia que mi mujer y yo hemos vivido en nuestras vacaciones en Río de Janeiro.
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3 Conviene hacer una pequeña introducción al tema. Tanto mi esposa –chilenoespañola- como yo, nos hemos sentido muy cómodos en Río de Janeiro. Y casualmente, en el vuelo de regreso, di en un diario con el artículo de un argentino residente en Río que señalaba, no con sorpresa sino como un dato objetivo, lo bien que se adaptan los argentinos a vivir en Brasil. A mí sí me llama la atención que los compatriotas –o, para no generalizar con imprudencia digamos los “blancos” rioplatenses- ensimismados como están en las turbiedades tanguísticas y psicoanalíticas puedan empatizar con facilidad con la cordialidad algo frívola de la sociedad multirracial brasileña y de los cariocas en particular. Y cuando reflexionaba sobre esta cuestiónel inconsciente me hizo dar un salto retrospectivo a mis treinta años. Luchaba entonces yo con las contradicciones que en mi interior enfrentaban al cuadro medio en ascenso de una multinacional con el joven comprometido ideológicamente. Fue entonces cuando por una decisión azarosa e inexplicable, como suelen serlo en esas grandes burocracias, mis jefes determinaron –tal vez porque la exteriorización de mis contradicciones los incomodaban- prácticamente condenarme al exilio, designándome auditor itinerante de filiales. Me hicieron un favor, conocí mundo y aprendí a tratar con personas diferentes. Mi primer viaje fue nada menos que a París, a la casa central de la empresa. Hasta entonces yo no había pasado de Uruguay y de pronto me encontré en un avión que me llevaba sin escalas desde Buenos Aires a París. No dispuse de la cámara de aclimatación intermedia que podría haber sido España, o en el peor de los casos Italia, sino que a la mañana me encontré en Orly, en el centro del mundo, en la meca de la cultura para los argentinos de entonces, antes de que fuera reemplazada por Miami. Cuando llegué al hotel y el cadete, enfundado en el típico delantal a rayas verticales blancas y negras que usan los cadetes parisinos, me llevó las valijas a la habitación y al recibir la propina me agradeció con un Merci bien, Monsieur!, yo sentí que había entrado en la realidad virtual, antes de que se supiera qué quería decir eso, creí estar viviendo dentro de una película de Jean Gabin. A ese viaje siguieron otros, ya por Latinoamérica, y en todos sus países se repitió siempre la misma escena. Al terminar mi trabajo, al cabo de diez o
4 quince días, y despedirme de los responsables, éstos, sin excepción, adoptaban un tono de excusa y decían algo así como: “Queremos disculparnos con usted y agradecerle”, y ante mi expresión de cortés sorpresa aclaraban: “Si al principio notó cierta frialdad de nuestra parte fue porque, sabe usted – bajaban la voz como si les costara decir lo que iban a decir- pero quizá sepa que aquí estamos un poco prevenidos contra sus compatriotas, nuestras experiencias previas a usted no fueron buenas; llegan llevándose el mundo por delante, con aire de perdonavidas, desprecian nuestras opiniones, se burlan, nos tratan como si fuéramos burros, Pero usted ha sido muy amable, y nos ha enseñado cosas sin por ello subestimarnos. Por eso estamos agradecidos. Cuento esto no para embellecer mi persona, porque yo no hice nada que no fuera natural en mí. Con los años, tal vez,mequedó claro que mi actitud hacia los otros, cortés y didáctica,no era más que la práctica espontánea de una vocación oculta que salió a la luz muchos años después, cuando ya vivía en Madrid y ejercí uno de las muchos oficios que tuve en la vida, el de educador de adultos. Y ahora toca excusarme por esta larga digresión, que sin embargo viene al casoporqueella quizá explique la causa por la que los argentinos nos adaptamos tan bien a vivir en Brasil. Creo que eso obedece a quenuestra relación con todos los otros pueblos latinoamericanos está cruzada por una tensión que pone en guardia a su gente contra los atropellos de unos vecinos “ricos” y soberbios. A tal punto es así que el hermano de mi mujer chilena, que no es un hincha del Colo-Colo sino un profesor con título universitario, le dijo entre bromas y veras: “Hermana, te fuiste a casar con el enemigo.” En cambio, los brasileños, más allá de la rivalidad futbolística, se sienten miembros de un gran país y no tienen complejo de inferioridad ante los argentinos, de modo que los vínculos personales, exentos de tensiones, se desarrollan en forma natural entre ambas partes. Y ahora sí, vamos todos juntos a Río. No me referiré a las postales típicas de la bahía de Guanabara, el Cristo Redentor y el Pan de Azúcar que todos conocen, hayan o no estado alguna vez
5 en Río;he decidido concentrarme en una sola expresión de la cultura popular brasileña y, en particular, carioca, o sea de Río de janeiro. Dos son los grandes espectáculos que concitan las emociones del pueblo brasileño: el fútbol y el Carnaval. He elegido el Carnaval porque su folklore es mucho menos conocido que su divulgación comercial. Fuimos al Sambódromo la noche del sábado 4 de marzo para el desfile de las Escolas campeonas. El público,ante el gran escenario en que consiste la pista de tres cuartos de kilómetro, se apiña en las tribunas, esa es la zona más concurrida y más popular, para presenciar el espectáculo. Los palcos, extremadamente caros, se reservan a una élite que puede pagarse un servicio personalizado que incluye cenas y champagne. Por último, están las localidades que podríamos llamar de la “clase media”, las “cadeiras”, o sea una especie de platea en gradas que permite apreciar el desfile de cerca y con buena visibilidad. Allí estábamos nosotros. Llegamos a las diez de la noche, después de un viaje en taxi de dos horas por autopistas, avenidas y calles atestadas de vehículos que, en los dos o tres kilómetros finales discurren por barrios populares bulliciosos y súper poblados. Son callejuelas barriales angostas y con estacionamiento, en cuyas veredas hay dispuestas mesas donde los vecinos cenan al aire libre, por donde transitan los autos y los ómnibus que se dirigen al Sambódromo. A tal punto llegaba el embotellamiento que el último tramo de dos kilómetros tardamos en recorrerlo una hora. Una vez en el estadio todo fue sencillo. Llegar hasta nuestros asientos e instalarnos en medio de una multitud rumorosa. A las diez en punto de la noche un locutor anunció el comienzo del desfile y, a continuación y a partir de ese momento,el samba atronó el espacio hasta la madrugada cuando, con los primero rayos del sol, abandonamos el Sambódromo para tomar un taxi y volver a nuestro hotel. La primera sorpresa, para nosotros neófitos, fue que la fiesta no es, en absoluto, o al menos no es sólo, el glamoroso desfile de modelos brillantes de colores y plumas que nos muestran los medios. El Carnaval es una auténtica fiesta popular de la que participan todos. A tal punto que podría decirse que el
6 carnaval está más en las tribunas que en la pista. Desde que sonaron los primeros acordes del samba hasta la salida del sol, las gradas de los espectadores fueron una gigantesca sala de baile en donde el público bailaba sin descansar un instante, a veces hasta el punto de desentenderse de las carrozas y cuerpos de baile que desfilaban ante sus ojos para concentrarse en su propia danza. La tradicional cordialidad carioca –brasileña en general- nos facilitó el disfrute de la noche. Nuestras butacas estaban en la sexta fila de las plateas, pero el personal de vigilancia, al advertir que éramos extranjeros, nos invitó a instalarnos junto a la valla –apenas una barandilla baja- que separa al público de los que desfilan. Desde la valla, pegados a la pista, podríamos decir que vivimos el desfile de las Escolas desde dentro. Los miembros de las Escolas nos saludaban y los que marchaban de a pie se acercaban a nosotros para darnos la mano, una caricia afectuosa o un par de “beijinhos” en las mejillas. Las fiestas populares son una mezcla inextricable de alegría, fervor, alcohol y violencia; y en el Sambódromo la cerveza corre más que el agua. En la noche en que acudimos a presenciar el espectáculo la violencia no faltó. Como dije antes, la pista del Sambódromo tiene setecientos cincuenta metros de largo. Al otro extremo de donde nos encontrábamos oímos un alboroto, gritos y dos o tres estampidos secos. Una disputa entre los integrantes de dos Escolas por asuntos de la premiación dio por resultado la muerte de un hombre alcanzado por un disparo. Lo más importante del desfile no son, con ser importantes, los esculturales cuerpos de las bailarinas destacadas sino los miembros populares de las Escolas, hombres y mujeres del pueblo, altos o bajos, gordos o flacos, blancos o negros, jóvenes o viejos, como los que se ven todos los días en los barrios de Río, ataviados con sus ropas típicas. Ellos alternaban y se mezclaban con los bailarines que desfilaban casi desnudos y con las bailarinas destacadas que competían en sensualidad para alcanzar el título de reina del Carnaval. Había verdaderas bellezas deslumbrantes pero quien más llamó nuestra atención no fue la ganadora del máximo galardón sino la que quedó en
7 expectativa. Se trata de la llamada Sardinha Boeing-Boeing. Esta voluntariosa y opulenta joven demostró fiereza y valor para alcanzar los máximos honores. Con ese objeto se atrevió a desfilar desnuda, aunque, pudorosa en fin, intentó velar sus intimidades más preciosas con unos toques de purpurina. Nosotros, los espectadores, podemos dar fe de que sus honestos intentos no tuvieron éxito. Pero aunque no ganó el título de Reina del Carnaval, logró ascender diez lugares desde su posición previa al carnaval en el pelotón de las aspirantes hasta situarse como challenger. Esto alienta la esperanza de sus fans acerca de que, el año próximo, si persevera en sus valientes esfuerzos, alcanzará lo más alto del podio. Nos permitimos celebrarla con un humilde ejercicio poético.
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ORAÇãOPARA A SARDINHA BOEING-BOEING Querida, minha querida Sardinha, olha para mim, olha para mim. Olha para mimcom os teusolhos de mel. Sardinha, minhaSardinha, sorri para mimcom a tua boca encarnada. Eu gostaria de namorarcomvocê, apenasumbocadinho si você me quisesse. Maseusei, infelizmente eusei, quevocê, no seucéu das estrelas divinas, nãopode ser só para mim, porquevocê é a namorada de todo o povo, de todo o bompovo brasileiro. Mas você é e será sempremeu amor, meu único amor impossivel. Tristeza nãotemfim, felicidade sim.
Jorge Andrade