Jorge ArĂzaga Andrade
RAZA CÓSMICA
Jorge Arízaga Andrade
Cuenca-Ecuador 2013
LA RAZA COSMICA
Somos el crisol de la razas. Nuestra sangre es fuego licuado; nuestro ADN es hélice de cuatro aspas; nuestra aura tiene el color del cielo en el cénit de la aurora; nuestro corazón tiene la sensibilidad de la flor del diente de león que se desflora ante las primeras brisas. Nuestra lengua es río caudaloso cuyos afluentes son el Nahúalt, el Aimara, el Quichua, el Auracano, y otras aguas que nutren la poderosa corriente. Hermano, atrapa con el corazón los quejidos del viento que se lamenta. Desde las ánforas secretas de las huacas escapan silbidos fúnebres que las manos del viento te traen para que los descifres.
Son tantos siglos en que no hay invocaciones ni ofrendas. Los Apus reclaman su cuota de adoración para elevar el latido de la tierra. Las líneas cimbreantes de los Ceques, como cuerdas planetarias, elevan sus arpegios y sus resonancias al cosmos, a Viracocha, para traer de vuelta la canción de la Pachamama; la canción para arrullar la nueva simiente que iniciará el nuevo Pachacutec.. En las grietas de los glaciares duermen las momias. Las viejas momias confiaron su corazón y sus entrañas al sacerdote. Latirán en la dimensión del cruce, comerán el alimento de los dioses.. El vuelo del cóndor elevará la libertad de los indígenas hasta los rayos del sol. Y el rugido del puma nutrirá el gran grito. La zampoña conjura los vientos de altura y los destila, los ata al latido del músico, al tremor de su pulso delirante. Y esa voz subterránea, voz de huaca, resuena en nuestro pecho
e inflama nuestra sangre y aprieta nuestros puños, y los alista para golpear la cara blanca de nuestros opresores. Antisana, eres cerro macho con rostro viril de brontosaurio, con espinazo para quebrar rayos. Tungurahua, eres cerro hembra con rostro suave de ñusta, con faldas para labrar surcos en que brotarán semillas de amaranto. La nieve es mantel tendido en que almuerzan las deidades. Los glaciares tienen su propio canto, como descomunales ballenas, elevan a las alturas gélidas sus voces de esferas giratorias, de trompos de cristal en vertiginosa revolución. Vemos los paisajes tropicales con los ojos de Rigoberta Menchú, cuyo corazón temerario ama el olor de los surcos recién regados por las aguas de las vertientes. En los ojos de Victor Jara la inocencia de los niños asomaba,
el espejo pardo de las lagunas andinas se asoraba. Su voz grave de totoras trepidantes calmaba nuestra ansia de gritar y nos devolvía la esperanza vestida de novia, revestida de amanecer en los nevados. Tu rostro de profeta, de amauta que contempla la eternidad con mansedumbre de vicuña. Corazón de cóndor que surca la tormenta con dignidad de emperador, con impertérrita mirada de granito. Vemos los paisajes andinos con los ojos de María Tonalanga, cuyo corazón bravío amó el canto de los vientos de altura y el sabor dulzón del pulque, y el beso tierno del capulí entre sus labios. Vemos a nuestros hermanos con los ojos de monseñor Proaño, cuyo corazón compasivo defendió los derechos de las comunidades andinas que estaban huérfanas de riego, de semillas y de felicidad, pero tenían padrastros que les obligaron a hipotecar sus vidas para fabricar custodias con diamantes, oro y esmeraldas.
Vemos nuestra historia con los ojos Guamán Poma, cuyo corazón despreció la ambición cruel del conquistador y su justicia injusta e inmoral, látigo para desollar espaldas heroicas, látigo para desollar espaldas mártires. Hay en las grietas del Cotopaxi un no sé qué de cuna gélida para acurrucar a la muerte, una garganta albina con dentadura de estalactitas que quiere morderte. La nieve de altura se nutre de pisadas de ángeles, de suspiros de gaviotas errantes, de nubes albinas que naufragaron en la inmensidad de los glaciares.
La mirada devora cumbres y nubarrones errantes. El corazón se sobresalta al sentir los vendavales que retan el equilibrio del montañista. El corazón devora las distancias y el cielo diáfano mirado desde la cumbre del Cayambe.
Somos más que aves, somos cóndores, tenemos sed de cumbres, arrebato de remolinos, pulso de venado andino, entusiasmo de mono araña, parsimonia de puma en cacería. Somos la voz del Tungurahua cuando brama, la voz del Sangay cuando erupciona. Tenemos testículos de búfalo y la voluntad de los hieleros del Chimborazo, el coraje de María Tonalanga. Venimos a resucitar de entre las momias a Tupac Yupanqui, Huayna Cápac y Atahualpa. Amamos la inmensidad del Podocarpus cuyas semillas germinan en el vientre de los tucanes. Amamos la Quinoa y la Chuquiragua, amamos su invulnerabilidad ante las feroces envestidas de los vientos del páramo. Amamos el Ceibo y su frondosidad hercúlea, amamos el manglar y la vocación maternal de sus raíces que acuna cangrejos y jaibas.
El maíz ha germinado en nuestro corazón con rumor de amaranto al viento de la tarde. Aquí está nuestro canto macho, con sabor a chicha, con olor a romero, con clamor de quena, con rumor de ocarina, con rabia de viento enfurecido. Nuestro canto que quebrará la cruz y el misil de los comerciantes de evangelios.
LATINOAMERICA América Latina, mi futuro verde en esperanza, mi selva salvadora en esperanza, mi raza nueva en proceso, no permitas que te troquen en basurero tóxico, contenedor de sustancias radioactivas, depósito de escorel, furanos y dioxinas. Que los dueños de tales bazofias las sepulten en su propias patrias, junto a sus muertos y sus héroes, y envenenen a sus propios hijos, y condenen a la orfandad a sus propios herederos. Pero que no nos echen encima sus nefastas escorias. Déjennos amar nuestros cielos límpidos de selva virgen; déjennos beber
el agua viva de nuestros riachuelos con sabor a pajonal; déjennos cuidar el tesoro verde del Yasuní, del Vilcanota, del Cajas, del Aguarongo, últimos refugios de seres no contaminados por la mano virulenta del hombre blanco, últimos santuarios donde la vida conserva su latido primigenio. Latinoamérica eres magia y portento donde los Andes comulgan en los equinoccios con los cielos. Posees ríos con piel de anaconda; lagunas con pupilas de curiquingue; armadillos con su acordeón de anticuario. Latinoamérica, tus paisajes delirantes embriagan nuestro corazón como el tequila, sangre ardiente del maguey; o como la chicha, ensueño trasnochado de la jora, rocío destilado del maíz.
En tus humedales se destila el agua viva de los Andes. Humedales en donde el agua posee la paciencia de los glaciares. Latinoamérica de paisajes delirantes donde la Quinoa refrena la móvil fugacidad de los pajonales, y los frailejones retan con sus guantes de terciopelo a las heladas; donde inverosímiles tábanos desbaratan las cabañas de los colonos; donde hormigas de la desolación barren el piso de la selva y dejan esqueletos límpidos como guijarros de río; donde los torrentes desgranan los armarios de basalto, y socaban orillas generosas en humus; donde el tapir es un hipopótamo ecuatorial con complejo de oso hormiguero. Latinoamérica de paisajes delirantes, te amamos
y te sentimos latir en la sangre. La fresca pupila de los Andes, el capulí, endulza con miel de altura nuestros labios. La manzana “flor de mayo” regalo antiguo de los dioses, guarda en su círculo absorto el secreto de la memoria. Amamos tus estepas, tropeladas por frenéticos caballos; la marea bermeja de la cebada madura, cebada que eleva sus látigos bermejos para azotar a los caprichosos vientos. Amamos tus chaparros, que poseen la tenacidad de la estalactita; tu oso de anteojos que relame los aguarongos; el buey que muge con larga tristeza; tal vez es su súplica, o su lamento al servilismo. Amamos la lluvia alevosa
allanando la llanura, y que se instala con su mansedumbre revoltosa. Desde el Cayambe veo millones de borregos merinos que bajan de las montañas para invadir el valle.
La frágil pisada del rocío ha despertado a las orquídeas de su etéreo sueño; y el diminuto corazón de una hormiga aún se agita tras haber escapado de una gota, prisión esférica de los insectos. Una sinuosa melodía, leve como el aleteo de una mariposa, o como la trepidación de una telaraña estremecida por la brisa, ha inquietado el diminuto corazón de la cigarra. ¿Será la marcha militar de las hormigas? ¿Acaso la plegaria matinal de los frailejones? Amamos la totora, cerbatanas que lanzan al cielo el agua pulverizada de los lagos;
la impronta magn茅tica del cruce de un ceque, que te convida el instante arcano de una alineaci贸n planetaria; el insondable espejismo de un pozo de Oaxaca, que te invita a replicar la expedici贸n de los sacerdotes mayas. Latinoam茅rica de paisajes alucinantes, el Reventador, rompe el horizonte y desgarra las nubes. Carihuayrazo, tus lomos afilados de brontosaurio desquician a los vientos. El Aconcagua, santuario de la nieves perpetuas, eleva su macizo albo a las esferas. El lago Titicaca resguarda bajos sus aguas el nido de la raza. En sus templos hipotecaron sus corazones los dioses. Sus aguas y sus brisas agitan la memoria de antiguos glaciares.
La laguna de Quilotoa es una garganta volcánica que erupciona agua. Garganta con molares basálticos que engulle al cielo en sus entrañas.
Uxmal, plegaria dorada y monumental a los Dioses atávicos. Ancla pétrea que estaciona la atención de los dioses sobre las angustias humanas.
La selva de Manu guarda el secreto de la raza arcana. En lengua para el corazón nos revela la vieja historia la roca de Pusharo. Los dioses se pelean por ser venerados en el altar de altura de Ausangate. Ampato, adoratorio gélido donde las ñustas dejaban sus corazones congelados como tributo.
Artesonraju, santuario de nácar donde los sacerdotes purificaban sus infamias para ser dignos de los dioses. Las torres de Chile convocan a tu ser a la grandeza, disposición al himno. Sólo la quietud armónica de los glaciares andinos retornan al ser su calma de peñón milenario,
México, en tus volcanes hierve la sangre de los mayas, aquellos señores que dominaron los astros y amaron el chocolate con pasión de afiebrado.
Guatemala, en tus verdes selvas danza la víbora embrujada por los olmecas, y al ritmo de la marimba
las mariposas revolotean en tus bosques, lamiendo finísimos rayos de sol. Nicaragua, en tu tierra humedecida de sangre la sabia es amarga, pero el fruto es muy dulce; miel para tus hijos huérfanos porque la naturaleza hace justicia. Cuba, tus palmeras desafían a los vientos adversos porque fueron regadas con sudor y semen prieto. En tus campos la caña baila el son candencioso. Panamá, tus pies tienen alas cuando el baile invoca al cuerpo. En tus caderas exorciza la tierra sus movimientos telúricos.
Venezuela, llanura bendecida con la sangre de los libertadores. Bendecida con el mar Caribe y el salto Angel, cuerda impar y grave que pulsan las ventiscas para la canción de la peña.
Colombia, la sangre danza en la piel al compás de la cumbia caliente; el corazón altera sus latidos ante la marea sonora de tu cumbia dulce y tu bambuco interrogante. Ecuador, la tierra te escogió como reserva ecológica de todos sus climas. En ti conviven los vientos tropicales con los vientos de la puna. Silueta de mujer que besa el océano. El Portete es un dragón andino con innumerables colmillos, que desgarran y perforan vellocinos nómadas. Perú, el inca resucita en tu raza cada vez que el huayno y el fox convocan al tambor y hacen gemir la quena. En tus cerros duermen todos los mitos y todos los ritos ancestrales para resucitar con el siglo.
Brasil, la gran selva tropical refugió en su sombra húmeda al fugitivo esclavo que se salvó de la iniquidad del verdugo pálido. Ahora los ríos bailan como los ríos del Africa, y la sangre hierve en el cuerpo al ritmo de la samba. Bolivia, en tu charango se subliman todas las cascadas de la tierra; y en tus zampoñas los Andes dialogan con los dioses de las alturas. La coca endulza el existir Y amortigua el sufrimiento más profundo.
Paraguay, tus blancos violines y pianos, ya no tocan el vals pálidamente; ahora andan abrazados y embriagados con la ocarina y el charango y entonan guaranias morenas. Uruguay, ta abrumadora selva aplastó el orgullo de los blancos, y le obligó a respetar el suelo americano.
Chile, el insondable araucano terminó por conquistar al blanco, le pintó en la sangre cromosomas prietos; ahora la cueca y la tonada galopan como potrillo araucano.
Argentina, el indio te martirizó primero, después el gaucho malón; en la zamba te sobrevive el indio anónimo que quisiste exterminar; y en el tango, el gaucho te reclama justicia a tu iniquidad. En el tango el corazón se pliega alegre y se despliega triste como el bandoneón. Ay, Argentina blanqueda, la pampa reclama tu sangre araucana. En los altos nevados de los Andes el cóndor domina los cielos y divide las nubes con su vuelo. Aunque hayan destruido las culturas amerindias,
y hayan saqueado todos los templos y todas las huacas, no podrรกn jamรกs matar el corazรณn americano.
COLIBRI ColibrĂ, llama vigorosa de soplete en eterna fuga. El colibrĂ cifra su confianza y su poder en el batir vertiginoso de sus alas.
CUENCA, VALLE DE LOS TUMIS
Cuenca era descomunal cocha de glaciar. En el paleoceno trillones de olas se quebraron en las faldas del Cabogama, trillones de espejos naufragaron al reflejar el crepĂşsculo , trillones de tumis rodaron al ser besados por la marea de altura, trillones de granizos ofrendaron su virginidad gĂŠlida a sus aguas, trillones de ninacuros apagaron su pasiĂłn en sus heladas orillas.
Hasta que el Tahual reventó con el estertor de mil truenos, con el estrépito de mil desrrumbes de basalto.
Cuenca es un gran ceque por cuatro amautas resguardado. Cuatro ríos que hilvanan las quebradas, las lomas y las pampas a la gran llanura de Guapondeleg; que dinamizan con sus corrientes las benignas brisas que atemperan los soles de junio. Ciudad acelerada con corazón veloz de colibrí. Tienes tus amuletos en la huaca de Turi y en la consagración del Cenáculo. El Cabogama te tributa sus cascadas entorchadas y sus pailones diáfanos como cristalinos de niña. También te ofrenda el aroma del arrayán, de la orquídea, del gañal.
La calle Santa Ana rememora el aspa izquierda de la Cruz del Sur, que en tu corazón plasmaron los cañaris.
Cuenca es una descomunal caja de resonancia con cuatro arterias templadas como cuerdas de charango, cuatro acordes que conforman la canción azul de Tumipampa. Cuatro ríos que retratan los rostros de la ciudad en sus espejos móviles, que orquestan la voz andina de la ciudad de altura. Cuatro músicos ambulantes que arman una serenata perpetua. El Vado te tributa su coro polifónico de algarabía de estudiantes, de ronroneo de motores, de risas juveniles, de aguas que entrechocan. El puente roto cruza el río todas las mañanas de las alas de las golondrinas. Cruza el río
en la memoria de los abuelos; redime su inutilidad y su ruina sirviendo de galería de arte o de balcón que se asoma al peregrinaje encabritado de las aguas. Las casas del Barranco se cuelgan de sus tejados. Sus ventanas abiertas hacia el río atestiguan el capricho de las corrientes que acosan a las piedras. La cruz del Vado es un vigía petrificado que alerta a la ciudad de las crecientes. Trepa por el Padrón la curiosidad de los niños, el entusiasmo de los mendigos, la bicicleta del Carlitos, el caballo del Cura sin Cabeza, y los sorprenden los campanazos de San Francisco, los cohetes de la Virgen del Carmen. En todos Santos desciende la devoción de todas las iglesias para bautizarse en el Tomebamba.
Descienden en procesión las antiguas leyendas comarcanas, corriendo como gagones, alumbrándose con faroles de viudas y con lamentaciones de Mariangulas.
Cuenca es un corazón con cuatro ahortas; cuatro arterias que irrigan el corazón de los Andes, cuyo latido aviva las huacas de Turi, Guaguashulmi y Cojitambo. Quimsacocha te ofrenda el hálito de sus neblinas y la temperancia de sus lagunas; el río Tarqui, cuyas corrientes te traen la inquietud del páramo, te ofrendan el color de la paja madura, el aroma náufrago de las retamas. Baños te tributa con sus termas para sacar el frío de los entumecidos miembros, para atemperar el granizo derretido que cabalga río abajo desde Soldados.
Cuenca es un santuario de altura velado por cuatro ofidios, cuatro chaquiñanes empedrados por donde ufana transita la Madre Tierra. Cuatro fuegos encienden tu rostro andino: la llama del altar cañarí que sobrevive bajo la antorcha inka, la antorcha inka que insufla la lámpara española, y la que aviva a todas, la flama prieta, la mestiza, corazón de quinde bajo la tormenta eléctrica, vasija funeraria bajo los edificios neoclásicos. Tres templos en uno funden y confunden sus cimientos. Sólo una cruz se impone: la Cruz del Sur. Ciudad barrida por los vientos de agosto, ciudad sitiada por rucas montañas … ciudad acosada por las heladas de junio. El Cabogama te tributa sus cascadas diáfanas y el vocerío agreste de sus vendavales. La loma de Cullca desciende benevolente
hacia tu cintura y te llena de capulíes, duraznos y nogales.
Las casas ascienden el Barranco como beatas que van a misa, como “Pase del niño” que sube parsimoniosamente hacia la catedral. El valle de Monay ha reemplazado sus pedregales, sus enormes tortugas dispersas, por entejadas casas. Del Tejar bajan en camiones los ladrillos acabados de hornear. De San Joaquín viene la col con su piel de ola; la lechuga con su piel de pollera ribeteada; el tomate de árbol que es un renacuajo vegetal, un shugshi bermejo. Una procesión de buganvillas azuzan al viento sus flores encendidas como si fueran antorcha.
Cuenca es una gran cuzha donde anidan los quindes; Cuatro quindes que apuntan sus picos al Tahual, y cuyas colas irisan el poniente. La ciudad se trepa al cebollar con su tejados bermejos, se trepa a Verdeloma con sus verjas entorchadas, se trepa a Turi con sus mansiones empedradas, y se quiere encaramar al cielo desde Viscocil Tus plazoletas son el patio exterior de los conventos donde juegan los niños de la calle y las palomas revolotean En tus hornos de leña crepita el pan blanco, la palanqueta, la rodilla de cristo; en tus guardafríos reposa el dulce de higo que endulza el carnaval, el mote pillo que adereza el espíritu morlaco, el cuy con papas que nos enlaza al pasado indígena por el vientre.
Cuenca es un puma otorongo en asecho. El rostro de Guaguazhulmi vigila el curso de los ríos. Desde su atalaya cañarí contempla el verde ignoto de las montañas que no se deja fotografiar con la mirada, el verde varonil del quicuyo, el verde pálido del eucalipto, el verde agua del sauce, el verde soñador del capulí que enloquece de alegría al picaflor, el verde melancólico del nogal, el verde marcial del algarrobo, el verde oliva del gañal. También divisa el verde agua de las cestas de totora, la cerámica negra que imita el color del corazón de la tierra, las vasijas funerarias, huacas chicas que preservan el corazón y los húmeros para el viaje al inframundo.
Las candongas que danzan en las orejas femeninas, y enaltecen la herencia de los orfebres vernáculos
que domaron los rayos subterráneos del sol.
Cuenca es un tablero de damas cuyas fichas son templos, monasterios y casonas. Tus plazas son innumerables patios donde juegan las golondrinas. Casonas que se empeñan en detener el tiempo a pulso de nogales que engruman los patios patriarcales. Balcones que coquetean a los transeúntes, aleros que adoctrinan a los aguaceros. Las cúpulas de Santo Domingo desafían a los rayos y a los vientos que descienden veloces desde el Cajas Las torres de la catedral pregonan su orfandad de campanas tus estrechas calles rememoran
las citas matutinas de las beatas de antaño, cuyos tacones rezaban la letanía del adoquín. También recuerdan Los altos tacones de las guambras alajitas que piropeaban los abuelos. Las calles estrechas nos obligan a ser cómplices de diálogos y discusiones. El “pase nomás” para entrar en confianza. El espíritu de “novedad” como medicina contra el aburrimiento. Y los bordillos de mármol nos recuerdan que hay aceras románticas para dos, aceras para solitarios y aceras para jorgas.
El Corpus Christi aferra a los feligreses a la égida de la eucaristía Los golosos festinan la fratiquería barroca de los corpus
Los cohetes del Cetenario exorcizan los desmanes del carnaval.
Los castillos de Corpus Christy son andamios del infierno para cosechar relámpagos. Cometas que churucan en torno a la torre de carrizo. Ponchos, chales y polleras en vertiginosa danza. Torres para simular erupciones. Andamios por donde ascienden millones de luciérnagas
Cuenca es un tumi ceremonial clavado en el corazón de Orión. cuatro cordeles la suspenden del gran quipu geográfico. Es una sucesión de pampas hilvanadas por cuatro hilos de plata. La pampa del Yanuncay donde planean los curiquingues, la pampa de Cañaribamba donde el Tomebamba se refrena, la pampa de Monay donde la brisa juguetea
con las alas de golondrinas, las tugas y los pechirrojos, la pampa de Patamarca, donde los vientos iracundos de Tixán bajan a abrevar en el Machángara. Es un festín de sabores y aromas: la colada morada que se comparte con los muertos en la mesa vertical del cementerio. Sangre de maíz que revive a nuestros difuntos en el espejo del corazón. El hornado que sonríe por las calles cuando regresa de los hornos. El mote con tocte de los patios familiares. La palanqueta con nata de los desayunos. El maíz que tiene el desplante de un niño y las lanzas de un guerrero. Su penacho flamea en agosto.
El ataco que sonroja a las adolescentes praderas de Challuabamba. El taxo que afrodiciaca y la hoja de nogal que apacigua el espasmo de la menstruación.
El machángara te tributa sos paisajes quebrados por aguaceros, los latigazos frenéticos de los rayos, la inescrutabilidad de las madrugadas blindadas por la espesa niebla.
Cuenca tiene sabor de pasillo en las tardes de mayo, Cuenca tiene sabor de pasacalle en las mañanas de agosto, una voz de quena enamorada, una voz de zampoña que repta desde el Cajas, una voz de rondador acompañada por cuatro ocarinas.
RIO SANTA BÁRBARA http://www.youtube.com/watch?v=IxNRGBrRONQ El Santa Bárbara se detiene y embalsa sus aguas de guarapo, guarapo que embriaga las raíces y emborracha al zigzal y a las retamas. En su lecho se duermen las piedras cansadas de rodar con la corriente. Río hembra que te preñas de rocíos con sabor a valeriana; río warmi, los cerros te fecundan con su limo milenario, y el eucalipto te corteja con sus semillas, que son campanas que tañen al caer a la tierra.
YANUNCAY http://www.youtube.com/watch?v=aNOl6v793iM
Foto tomada de http://www.elcomerciodelecuador.es/pais/Ecuador
Espejo quebrado por mil pedernales, dulce agua aguarangada, torrente con voz de páramo, torrente aparamado; torrente con voz de salto, torrente aslatado; torrente con voz de cascada, torrente acascado. Espejo trizado por cien litófonos; espejo esmerilado por corrientes gélidas; légamo con sabor a pomarrosa, légamo pomarasado; aguas con sabor de aguarongo, aguas aguarangadas.
Yanuncay, espejo retazeado por sombras de eucaliptos; espejo asombrado por sombras de arrayanes; espejo opacado por sombras de sauces; espejo desconchado por sombras de sauces, eucaliptos y arrayanes.
Yanuncay, torrentes lustrados por la iguila; Yanuncay, remansos con ojos de vicuĂąa y vientre de mujer; remansos amansados por el limo sabor a valeriana; Yanuncay, cascadas con dientes de cuy y tropel de venado; voz de zampoĂąa exorcizada por el conjuro de Avilahuayco; voz plural de granizo asaltando el nido de los cĂłndores; voz de quena hechizada por un pastor de llamas;
voz de hielo trizado, voz de tremor de pajonal y estremecimiento de quinoa. Yanuncay, coral que reptas por los valles de Amancay. Yanuncay Yanuncay. Churuco que activas la cintura de amancay, Yanuncay, Yanuncay. Faja que ciĂąes la cintura de Amancay, Yanuncay, Yanuncay. Arteria de mi tierra, Yanuncay, Arteria de mi ser telĂşrico, Yanuncay, Yanuncay.
TUMIPAMBA http://www.youtube.com/watch?v=vo28Zg-ssOo Tumipamba, trueno desperezado en el pajonal, soroche que tirita en los humedales, rayo que resbala por el roquedal, cascada despeinada por los vendavales. Tomebamba, gur gur gor gur gur gor… destilería de cubilán y de aguarongo. En Sayausí,
usurpas el olor y la tonalidad del eucalipto, arrebatas la memoria de la tierra a sus orillas, y bebes la sabia de árboles náufragos. Tumipamba, romería de campánulas, conchas anteradas y brotes de quicuyo.
Tumipamba, gur gur gor, gur gur gor. Tumipamba, te tornas algarabía estudiantil en el Vado, pasacalle rupestre que invitas a bailar a sauces y a capulíes; voz de muchedumbre en procesión, vocerío de lavanderas enjaguando polleras; clamor de piedras abofeteadas por enfurecidos lirios. Tumipamba, bate el bate los rápidos bate. Tumipamba, Bate el bate los rápidos bate.
Centinela real del Pumapungo, bate el bate los rápidos bate. Torrente donde bebe el colibrí de Pumapungo, bate el bate los rápidos bate. Bern. Tu arenilla rememora la fracturación del basalto, tus corrientes pregonan los monólogos ecóticos de peces y batracios. Tumipamba, te llevas el despojo de nuestras empresas fallidas; te llevas las congojas de los seres contemplativos; te llevas mi tristeza con rostro de agua profunda; te llevas las pesadillas de burdeles y de claustros. Tumipamba, te encabritas en Caballo Shayana, te arremansas en Sayausí y copulas con gran abrazo ofídico en Monay. Tumipamba Tumipamba Tumipamba.
PLAYAS DE ZHINGATE http://www.youtube.com/watch?v=o4Qp8FUUhFs
Remansos donde se duermen los peces de oro, las piedras planas pulidas por la corriente; playas de piedra disgregada, y de arena blanca lavada por los aguaceros de altura. El zigzal con sus penachos emplumados, el nogal que tinta tus corrientes, los cerros que encajonan tus playas florecidas, los viejos eucaliptos que perfuman tus orillas, de verdor atรกvico.
El légamo bronceado del Santa Bárbara que esconde pepitas de oro, que bajan de los cerros, que bajan de las minas. Miles de voces de diminutos seres pregonan su existencia en la corriente. Duermen miles de guacamayas bajo el limo de estas corrientes bermejas. Las piedras se zambullen con su voz hueca, las piedras redondas ríen mientras ruedan río abajo. El viento dialoga con las diminutas olas que golpean las orillas.
Agua nacida en el vientre del rocío de altura, aguas nacidas en las grutas de los cerros, agua parida por torrentosos aguaceros, agua acariciada por vendavales de altura. Desciendes y te amansas aquí, en la orilla del Zhingate.
Lienso pardo donde el paisaje pincela millones de colores; lienso móvil donde las hojas se reflejan en tu espejo plano como el cielo. Las venas doradas de los sigzales dieron su sangre a este río para teñir sus piedras y sus aguas,
Playas pedregales: cuarzo y mármol fragmentado, piedras exiliadas de los cerros, millones de lunas afincadas en la orilla, Zhingate milenario velado por los Apus de altura; serpiente bermeja que devora los paisajes de los Andes; cintura de cabuya que abraza las orillas. Aceleras tu voz y tu paso, te llevas en tu carrera precipitada a millones de rocas. Voces que alaban al Faysañan
con sus plegarias claras y cristalinas. Playa que adereza la soledad y el retiro. Playas que invitan a bucear y rebosar en el pasado atรกvico. Verdor que encierra otros verdores.
MACHÁNGARA http://www.youtube.com/watch?v=CZ9aF2TvOYk Machángara, macho que fecundas las llanuras de Checa y Chiquintad; prodigas verdor andino al valle de Patamarca, donde los muros de piedra domestican a la cementera, y las tugas engordan al borde de las chacras. Machángara, macho que envistes las rocas con bravura de búfalo, te precipitas desde Saymirín con empuje de catarata; arrastras sin compasión cadáveres de bestias Y de árboles caídos. Eres sendero del rayo, Camino del trueno, Aguas preñadas con saliva de wicundos y besos helados de granizo de pajonal. Aguas albinas, Hijas de heladas, neblinas Y espuma de torrente. Machángara,
procesión de rápidos con cabello encrestado. Martirizas a las piedras con tus bofetadas líquidas. Oleas las entrantes hasta tornarlas mini bahías, o mini ensenadas. Oleas las riveras hasta socavarles la savia antigua de los árboles petrificados.
Machángara, granizo derretido río abajo; cadáveres de palomas Y de garzas de altura. Machángara.
EL DESTINO DE AMERICA
Las carabelas arribaron desde ignotos océanos para sorprender a los indios con sus rayos de fuego y sus corceles blindados. Los indios confiaron y acogieron a los extraños; alimentos de los dioses: chocolate y maíz les ofrecieron. Pero los extraños barbados reclamaron oro y esmeraldas y de las vírgenes, sus entrañas. Pronto los nativos, espantados, descubrieron que los foráneos y sus rayos trajeron muerta al paraíso; que procuraban saquear sus templos sagrados; que buscaban resecar las arterias de la tierra. La esclavitud sobrevino con sangrienta tenaza. Miles de rodillas se sembraron en socavones y telares para alimentar la ambición de los truhanes.
¡Ay, América nativa, te hirieron de muerte los barbados! ¡Qué ingente genocidio contra tu gente obraron! Pero querrá la justicia que la sangre clame revancha, y desde las entrañas sagradas de la Pachamama soberana, se alcen los vernáculos héroes para reconquistar América para la autóctona tribu, aquella que erigió Teotihuacán y la colosal Machu Picchu. Viracocha, Viracocha, ¡Reconquistaremos América Y la haremos grandiosa!
CILINDROS DEL VIENTO El trino del pájaro vive en la nota más alta de la quena y el charango se sumerge en la cascada en donde cada hilo de agua es una cuerda que vibra. El cóndor eleva su ala en dirección de la nube más oscura y planea hacia el borde del abismo para abatir a una cabra negra. Mil zampoñas elevan su bramido hacia las cumbres embestidas por los vientos, el aire se estremece y sobrecoge y la totora sacude de los lagos. Soplen payas, pingullos, rondadores; el tambor retumbe su cuero crucificado sobre el que cae un grito hecho golpe y herida, que hoy la bocina se ha quejado por el carrizo rasgado con cruces afiladas, por el llano pisoteado hasta la ruina bajo el tropel humillante y agresivo de los caballos, por la ocarina quebrada por el insulto: ¡indio! por la honda rota con la espada fría, por el ¡Ay! desesperado de las vírgenes del sol al ser brutalmente vejadas por barbados ociosos, crueles; en cuyas manos la Biblia fue pergamino amargo, y en cuyos corazones la ambición fue coágulo ponzoñoso.
Foto tomada de http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/81/Guayas_from_Santa_Ana.JPG
RIO GUAYAS Río vital que ensanchas las ardientes venas de una ciudad que eleva plegarias de espejos a los tropicales cielos. Río robusto, monarca del golfo, en ti navega el semen profundo de grandes ofidios. Boa monumental y regia que te alimentas de sangre de caimanes y peces varados en la muerte. En tus danzantes crestas efímeras naufragan las miradas nostálgicas de tus devotos amantes,
que te contemplan con el corazón perfumado de nenúfares. Río macho, semental de aguas profundas, tu piel de velas húmedas, nutrida por la savia de esbeltos ceibos, curtida por los azotes incesantes de los vientos viriles del golfo; se deshace en transpiración portentosa en el ardor de la cópula. Tu corazón de saurio antediluviano bebe los innumerables latidos de criaturas que habitan manglares y arenas huidizas. Bebe también nuestros latidos más dulces que se armonizan al ritmo de tu majestuosa corriente. Recoges la radiación vital de naranjos, samanes y manglares; lames el aura naranja de cangrejos, camarones y jaibas. Por eso tienes la energía de un titán y elevas la vibración terrestre de la ciudad que florece a tus orillas. Río que enciendes el delirio de tus navegantes que acuden puntuales a tu fiesta de danzas acuáticas. Tus peces beben el granizo derretido de los páramos, el rocío de altura, electrizado por los rayos de la aurora.
Tus orillas aprendieron de memoria el sabor del légamo de invierno, el capricho de las raíces del trópico, los pasos del jaguar sobre la arena, el olor del matapalo, de la teca, del palo santo y de la balsa. Oh, Guayaquil, tu río te perfuma con el aroma del canelo, te endulza con el néctar de la caña, te bendice con su enorme brazo de shamán blanco. Los glaciares del coloso Chimborazo confieren agua prístina a tu alma líquida. Y las lluvias de mayo exorcizan tus mareas negras retaceadas de medusas.
ZAMORA Rodeada de frondosos montes, verdes y exuberantes, sonoros y cálidos.
En valle angosto donde innumerables cascadas aceleran la vida y espuman la floresta. Edificios inusitados domestican el paisaje angosto, que desciende entre selváticas montañas, como cristalería que se arremolina río abajo, como gemas descomunales desperdigadas en las lomas. El agua, en generosidad desbocada, asalta el valle empinado que repta en dirección a la llanura, enroscándose en la cintura de la cordillera occidental. Ay, Zamora, valle de estalagnitas incrustadas en la selva.
YANZATZA Oh, Yanzatza, te devoro en cada respiración, con cada bocanada de aire absorbo el hálito de tus innumerables seiques. La vida aquí impone su eclosión de verdor y de latidos febriles. El Zamora repta entre los arenales como ofidio en celo. Con mansedumbre de boa engulle la memoria de las orillas antes de erosionarlas. El ganado se recuesta hastiado entre la lujuria del gramalote. Todo criatura desfallece de abundancia. A lo lejos, la cordillera del Cóndor es persistencia de la montaña, hambre selvática de altura, santuario de las bestias y de la flora agreste que mano humana no ha profanado.
PANGUI
Las aves revolotean como sonriendo a la mañana, como festejando el encanto de los árboles. Y las buganvillas y los rosales, desparraman al día sus colores. Es una fiesta de trinos y colores. Es un festejo verde de la vida que pregona su inmensa vitalidad al firmamento, que rompe en eclosión multicolor el paisaje del amanecer. El corazón y los pulmones, cual aves tiernas, también revolotean al sentir esta energía telúrica. Pangui, floresta altiva en donde la vida se demora una eternidad. Festín multicolor donde los sentidos devoran las hojas de guayusa y se embriagan; festín de aromas donde los sentidos se embeben en la ayahuasca y se exacerban y cruzan a la dimensión de lo mágico.