Jorge Arízaga Andrade
VISUALIZACIONES
Jorge Arízaga Andrade
VISUALIZACIONES
Cuenca-Ecuador 2005-2014
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ÍNDICE
Espejo acásiko……………………………………... 4 El otro río………………………………………….… 5 Deseo de morir……………………………….......... 6 Paredones…………………………………………… 7 Confesión…………………………………………… 12 Huaquero……………………………………………. 15 Lectura a dos manos……………………………… 17 Tráfico legal…………………………………………. 19 BLAK AND WHITE……………………………….…. 25 ¿En qué fallé?........................................................ 26 Los Ucuyayas…………………………………...…... 28 Justicia de papel……………………………………. 32 Amor platónico……………………………………… 36 Lunas llenas…………………………………………. 38 La otra orilla………………………………………….. 44
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ESPEJO AKÁSICO Imagina que estás frente a un espejo grande. En él aparece primero tu imagen, nítida; esos ojos, los tuyos, te miran con satisfacción. Pero tu imagen poco a poco va desvaneciéndose y luego es reemplazada por otra imagen, la de una mujer que te contempla. Tú no la conoces pero tú sabes que ella sí, y te mira con dulzura y te sonríe. Tú tratas de reconocerla pero no puedes. Miras su frente alta y su mentón partido, miras sus mejillas pálidas y sus ojos verdes y grandes que te miran. Es realmente hermosa y te sonríe. De pronto ella extiende su mano para que tú la tomes. Tú extiendes la tuya y tocas sus dedos ¡increíble! tomas su mano suave y la aprietas para que no se esfume, incrédulo aún de que esté sucediendo. Ella te extiende la otra y tú la tomas. Ella te atrae hacía sí y te invita a entrar en el espejo. Tú te incorporas e introduces la cabeza. Ella sonríe dulcemente. Ahora tus labios rozan los suyos. La mitad de tu cuerpo ha entrado en el espejo, la otra está de rodillas sobre la peinadora. Ella te ayuda para que termines de trasponer el espejo, pero en ese momento, al levantar tu rodilla derecha tu rostro gira ligeramente, lo suficiente para que tu mirada descubra una pintura en la pared. Tus ojos regresan incrédulos ¿Qué han visto? En la pintura está ella, pero no está sola. ¡Oh, Dios, está contigo! Tú vistes un traje de hace tres siglos y ella…también. Tú vuelves tus ojos hacia los de ella y ella responde a tu mirada interrogadora y azorada con una sonrisa y luego con un beso. Sólo entonces descubre tu corazón que ella fue su dueña hace tres siglos. De pronto, una voz de mujer te llama. Tú sabes que es la voz de tu actual esposa, a la que amas con todas tus fuerzas. Pero la otra te hala hacia ella y te suplica con los ojos que traspongas de una vez el espejo. En tu corazón empieza a despertar la inmensidad de ese otro amor del pasado y empiezas a reconocerte en sus ojos verdes y grandes. Pero la voz de tu actual esposa insiste y cada palabra tensa las cuerdas de tu corazón y lo hacen vibrar con la suficiente intensidad como para ordenar a tus manos que suelten a las otras. El resto de tu cuerpo sale del espejo. Ella abre la puerta, te sonríe: “Ven mi amor, la cena está lista” Tú le tomas de la cintura y ambos salen de la habitación. Antes de trasponer el umbral tus ojos espían el espejo. Está vacío. Tu corazón tampoco la recuerda.
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EL OTRO RÍO
Cierra los ojos. ¿Qué escuchas? ¿Acaso el sonido de la lluvia? No. Es el sonido de un río. Te acercas a él, es grande y de aguas claras. Caminas sobre la hierba junto a la orilla. El agua es muy clara y el sonido intenso. ¿De dónde viene ese sonido? No es sólo el río, hay una cascada; sí, la puedes ver ahora. Es hermosa, alta y ancha. Todo el río se precipita por ella en una caída de veinte metros. Es como si la nieve se precipitara en avalancha. Como si millones de caballos blancos saltaran al vacío y todos relincharan al unísono. Como si millones de ángeles tocaran sus trompetas de plata. De pronto un ángel sale del agua, ha empapado sus albas vestiduras. Tiene el vientre muy hinchado, como si se hubiera bebido el agua de tres lluvias. ¡Cómo se parece a ti! ¡Oh, pero si eres tú mismo! Tienes la mirada triste de los jóvenes náufragos. Te miras a los ojos y tu corazón naufraga por segunda vez en esos mares sombríos. Empiezas a hundirte, giras sin brújula en dirección al fondo. Caes de bruces sobre un légamo antediluviano. Abres los ojos justo a tiempo. Has regresado. ¿A dónde has vuelto? ¿A tu casa? ¿A tu lecho? ¡Has retornado a tu féretro! Allí estás, inerte, metido en un ataúd y en medio de velas y de flores. Se oyen sollozos, murmullos de condolidos pésames. Tú flotas sobre tu cuerpo. Intentas entrar para abrir los ojos, abrir la boca y gritar que estás vivo. Pero tu cuerpo está cerrado, ya no eres más su inquilino. Miras a tu alrededor y reconoces a tu gente; pero ellos no te miran, no te sienten, no escuchan tus gritos. Te acercas a tu madre, la abrazas, le besas la frente y le suplicas que te mire y te escuche. Ella suspira con cada beso pero no te ve. Finalmente abre sus labios y dice con honda pesadumbre: “¿Por qué tuvo que ahogarse?” ¿Ahora comprendes? Abre los ojos y acompáñame. He venido a escoltarte hacia tu nueva morada.
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DESEO DE MORIR
Estoy triste y siento tedio de la vida, me acuesto en el sofá y cierro los ojos dispuesto a abandonarme a la muerte. Primero miro intensamente en la oscuridad que tengo en frente y me sumerjo en ese pozo lóbrego en busca de ser devorado por la nada. Pero esa nada empieza a girar como un remolino y yo empiezo a caer en un túnel que me absorbe a gran velocidad. Luego el túnel empieza a iluminarse; primero con una luz verde que gira en torno a mí hacia la derecha; luego la luz se torna blanca. Al final del túnel empiezo a subir hacia una luz extremadamente blanca. ¡OH, Dios pero si es un sol inmenso en medio de un cielo azul índigo! Su luz no hiere mis ojos pese a que irradia una luz de doce soles. Hacia él subo como si fuera un cometa a punto de estrellarse contra un astro. Y me estrello. Mejor dicho me sumerjo y siento que mi cuerpo se envuelve en luz y se transforma en luz. Entonces siento miedo de incendiarme y abro los ojos pero la luz sigue ahí y es tan intensa. Abro nuevamente los ojos con todas mis fuerzas y mi cuerpo empieza a girar hacia adelante y giro y giro a una velocidad vertiginosa. Finalmente me detengo. Estoy tendido de espaldas en medio de una penumbra espesa. Intento abrir los ojos pero mis párpados pesan como el plomo. Intento mover una de mis manos pero no puedo. Trato de mover un de mis pies pero no puedo. No tengo control alguno de mis miembros. Puedo sentir mi peso; el cuerpo me pesa una tonelada. Ay, pero no puedo mover ni siquiera un músculo. Tal vez ya estoy muerto. Tal vez es así la muerte. No he tenido tiempo de despedirme de nadie. Me encontrarán aquí completamente muerto. Pero ¿Qué pasa? siento un hormigueo en mis brazos. Abro los ojos y esta vez mis párpados responden. Una inmensa felicidad enciende mi pecho al reconocer mi sala, los cuadros de las paredes. Pero todavía no puedo mover mi cuello ni mis brazos. ¿Será que me que he quedado cuadraplégico? ¿Habré permanecido demasiado tiempo fuera de mi cuerpo y…? ¡Oh, se me movieron los dedos! Ahora estoy moviendo los brazos. Pero mis pies todavía no responden. ¿Será que me he quedado parapléjico? Tranquilo. Espera un poco más. ¡Ah, por fin! ¡Gracias a Dios estoy completo! Sí que está vez me propasé en el deseo de morirme. 6
PAREDONES
Hay unas imponentes ruinas arqueológicas al este de Cuenca, en los límites del Parque Nacional Cajas, muy cerca del pueblo de Molleturo. Están ubicadas aproximadamente a tres mil metros de altura, en un lugar estratégico; pues desde allí se puede controlar el acceso a la sierra desde la costa. La vista desde los atalayas, ubicados en las cumbres, es realmente espectacular: Se puede apreciar toda la planicie de la costa, el río Guayas y el mar. Siguiendo la Cordillera Occidental, se puede ver el majestuoso Chimborazo. El clima aquí es templado, con presencia continua de neblina en las tardes, lo cual torna más misteriosas a las ruinas. El acceso a ellas se hace a través de un sendero pedregoso y empinado que se lo recorre a pie o a caballo. El complejo está constituido por varias explanadas sobre las cuales se levantan pequeñas pirámides. A simple vista se aprecia el templo del sol y el de la luna; algunas paredes de lo que fuera el recinto de los sacerdotes y de las vírgenes. No resulta evidente la magnitud del complejo arquitectónico debido a que casi todo se halla cubierto por la vegetación. Pero para los ojos del experto, un gran complejo religioso y astronómico se yergue sobre el lomo de una montaña sagrada. Cierta mañana de un sábado de agosto, tres estadounidenses y yo partimos desde Cuenca con rumbo a Paredones. Bien equipados para acampar en las ruinas, nos embarcamos en un bus. Tras una hora y media, llegamos al pueblo de Molleturo. Desde allí caminamos una hora hasta un caserío donde nos aguardaban los caballos. La travesía sobre las bestias resultó muy confortable y ascendimos por un estrecho camino desgastado por la continua fricción de las herraduras. Resultaba evidente que era fácil extraviarse porque el sendero se dividía en otros más que a veces subían o bajaban o continuaban paralelos por un trecho. Un neófito no sabría qué sendero continuar y se perdería. 7
Eran aproximadamente las diez de la mañana y el sol estaba resplandeciente. Nos encontrábamos más o menos a la mitad del camino. Pero inusitadamente, al acercarnos a la recta final, una espesa neblina empezó a cubrir la montaña y pronto nos envolvió con su cortina gris. Mis turistas estuvieron asombrados por el abrupto cambio en el clima y sintieron un poco de temor. Yo les tranquilicé diciéndoles que siempre era así: Que no importaba lo espléndido que estuviera el clima, siempre aparecía la neblina cuando un grupo de aventureros se aproximaba a las ruinas. No les comenté que eso parecía ser una advertencia, para no asustarlos. Cuando llegamos, los dueños de los caballos descendieron nuevamente y nos dejaron en medio de una espesa neblina. Cuando llevé a los turistas a una pequeña planicie, ideal para acampar, y les dije que allí montaríamos las tiendas porque era el mejor sitio, respiraron con alivio. Montamos el pequeño campamento y empezamos a preparar el almuerzo. A eso de la una de la tarde, la neblina se disipó completamente y un paisaje maravilloso apareció ante nuestros ojos. Los estadounidenses sacaron sus cámaras y estuvieron muy entretenidos sacando fotos en los alrededores. Yo le conduje hasta los templos y les expliqué el propósito para el que fueron edificados por los antiguos indígenas, anteriores a los incas. Luego les animé a subir hasta una de las atalayas que se encontraba en la cumbre. Agotados y con dificultades para respirar, llegamos hasta una pequeña habitación de piedras desde la cual, en tiempos remotos, un indígena vigilaba atentamente. El esfuerzo físico valió la pena; desde allí pudimos contemplar, con intensa alegría, la costa, el mar y el río Guayas. Las cámaras no descansaban, y se atarearon más cuando las nieves del Chimborazo resplandecieron tras unas nubes grises que se movieron gentilmente para dejarnos ver al coloso de los Andes. Permanecimos en la cumbre hasta la puesta del sol, cuando el inmenso disco de oro se zambulló completamente en el océano. Luego descendimos hasta nuestro campamento para prepararnos una merienda y una bebida caliente, pues hacía frío. 8
La noche fue llegando con su ejército de luminarias y nos sitió completamente. Nos metimos en una de las carpas y estuvimos charlando y bromeando un poco. Cuando mis turistas armaron cigarrillos de marihuana y empezaron a fumar, yo me despedí y me refugié en mi tienda. Alisté todo para dormir y el sueño no tardó en vencer a mis párpados. A eso de medianoche, uno extraños pasos me despertaron. Alguien o algo se acercaba a nuestro campamento. Pensé rápidamente en las posibilidades: un caballo que venía a husmear, un hombre –pero qué haría un hombre a esas alturas y a esa hora. Además no había ningún otro campamento a los alrededores- me decidí por lo primero. Esperé a que se acercara más, e incluso a que empezara a oliscar las tiendas o la fogata. Pero nada de eso ocurrió. Los pasos llegaron muy cerca de las tiendas y una presencia poderosa inundó el ambiente. Esa presencia me llenó de pánico. Un terror primitivo se sobresaltó dentro de mí, como si estuviera amenazada de muerte no sólo mi existencia sino todo mi ser. Evidentemente se trataba de visita del Más allá. Posiblemente se trataba de un espíritu malévolo que venía por uno de nosotros ¿Por quién?. El ambiente estaba embotado por una poderosa energía negativa que me provocaba un miedo indescriptible; como si esa entidad infernal pudiera destruir no sólo mi cuerpo sino también mi misma alma. Entonces me armé de valor y repetí los nombres sagrados. Inmediatamente la presencia se esfumó y la atmósfera quedó limpia y mi corazón aliviado. No hubo retroceso de pasos. La presencia desapareció como por arte de magia. Esto confirmó de que no se trataba de ninguna entidad física que se había acercado para hacernos daño. Salí de le mi tienda con linterna en mano y revisé los alrededores, no había rastro de ninguna criatura. Mis turistas dormían profundamente, ajenos completamente a lo que había pasado. Volví a mi tienda y, después de reflexionar brevemente sobre lo ocurrido, me dormí en seguida. Al día siguiente me levanté temprano y salí a explorar. Busqué huellas por donde había escuchado los pasos, pero no había rastro alguno. Fue entonces cuando me di cuenta que la dirección de los pasos provenía del Templo de la Luna. Sabía que los indígenas solían sacrificar a seres humanos y que lo hacían precisamente allí, en ese templo. Posiblemente la entidad 9
que nos había visitado anoche era el espíritu del sacerdote que realizaba los sacrificios. ¿Quién otro podría tener una presencia tan aterradora? Después del desayuno salimos a caminar por la montaña y encontramos algunas flechas de piedra que apuntaban siempre hacia el este. Contentos por nuestro hallazgo, pasamos el resto del día sacando fotos. Comimos un pequeño refrigerio en la cumbre de un pico rocoso desde el cual la vista era magnífica. A nuestro regreso nos pusimos a preparar la cena. No me atreví a relatar a mis turistas lo de la noche anterior. Pero estaba temeroso sobre lo que podría ocurrir al llegar la media noche. Después de cenar jugamos cartas y contamos anécdotas. Nos retiramos a dormir a eso de las diez y media. Me metí en mi carpa y preparé mi linterna, mis botas y mi gorra. Me preguntaba cómo sería esa entidad, qué aspecto tendría. ¿Volvería esta noche? Permanecí despierto toda la noche, atento al menor ruido; el viento silbaba y resoplaba allá en los pajonales. A las doce agudicé aún más mis sentidos. No tuve que esperar mucho: unos extraños pasos se aproximaban a las tiendas. Armado de valor, salí lo más rápido que pude y alumbre en dirección al templo de la luna para sorprender al visitante, pero mi linterna no enfocó nada. Los pasos continuaban acercándose pero mi linterna no divisaba a nadie. De repente, sentí la presencia. El miedo que me producía era igual o peor que la noche pasada, pero seguí enfocando para ver a qué me enfrentaba. Los pasos continuaban acercándose pero no se veía nada. El pánico creció a niveles intolerables y repetí los nombres sagrados con el corazón latiéndome desesperadamente. Y lo que tenía que suceder, sucedió: la presencia se esfumó. Una repentina paz me inundó y mi corazón redujo su ritmo. Envalentonado, enfoqué con mi linterna el trayecto de la presencia. No se veía nada. No tenía sueño ni ganas de entrar en mi tienda, así que encendí una fogata grande y me senté junto al fuego, con la mirada atenta hacia el templo de la luna. De vez en cuando alumbraba a mi alrededor con mi linterna. Permanecí así hasta las dos de la mañana en que el sueño o el aburrimiento me llevaron dentro de mi tienda. Me dormí profundamente. 10
Nos levantamos temprano porque teníamos que levantar el campamento. Yo fui el último en despertarse y el último en guardar mis cosas. Después de desayunar, emprendimos el viaje de regreso, esta vez sin los caballos. Cuando habíamos caminado unos veinte metros, me volví hacia el templo de la luna, como para despedirme, y, Oh sorpresa: una figura de un indígena se materializó por unos instantes. La aparición fue muy breve pero lo suficiente para distinguir el atuendo y el rostro. Era un hombre alto y delgado, tenía un traje azul con una especie de pectoral dorado. Usaba una especie de sandalias y sobre su cabeza llevaba una corona de plumas multicolores. Antes de que pudiera reaccionar ante la aparición, ésta se desvaneció. Me quedé mirando con los ojos azorados. Luego miré al templo del sol con la esperanza de ver alguna figura, alguna forma. Nada sucedió. Reanudé la marcha siempre retornando la mirada hasta que las ruinas desaparecieron de mi vista. Todo el camino de regreso no dije ni una palabra. Lo que había sucedido llenaban todos mis pensamientos
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CONFESIÓN
María Belén: Papi, cuéntame un cuento. Arturo: Pero si te duermes luego. María Belén: Cuéntame algo interesante que me haga reír Arturo: Una mujer rubia, muy hermosa, vivía en un pequeño pueblo… María Belén: ¿Todas las rubias son hermosas? ¿Y las morenas? Arturo: Las morenas también. María Belén: ¿Y las negras? Arturo: Sí, las negras también. María Belén: Yo quiero que sea una morena hermosa, como mami. ¿Verdad que mami es muy hermosa? Arturo: Sí, es bellísima. María Belén: Entonces había una morena hermosa que vivía en un lindo pueblo…¿Qué más? Arturo: Tenía diecisiete años y era la única hija de un comerciante de sombreros de paja toquilla. María Belén: ¿Por qué no tenía hermanos? Arturo: Porque su madre murió al parirla y su padre nunca se volvió a casar. Amaba tanto a su mujer que hizo un altar para ella de su corazón y consagró el resto de su vida a venerarla. Como la joven era hermosa, muchos hombres acaudalados de la región la querían como esposa de sus hijos. Pero el padre estaba demasiado celoso de su perla como para entregarla a cualquier mozalbete aniñado. Y si que eran muy aniñados los señoritos de esa región. María Belén: ¿Y ella no estaba enamorada de alguien? Arturo: Por supuesto. A ella le gustaba mucho el hijo de un hacendado que solía llegar al pueblo en un imponente caballo blanco. Ella soñaba con cabalgar sobre aquel alazán abrazada a la cintura de este guapo jovencito. Pero al mismo tiempo le gustaba también el hijo de una tejedora de sombreros que solía entrar a la casa cada quince días para entregar sombreros sin rematar. María Belén: ¿Cuál era más bueno? Arturo: El más bueno era Sergio, el hijo de la tejedora; pero el más rico, el más apuesto y el mejor partido era indudablemente Ricardo, el hijo del hacendado Flores. Aunque al comerciante de sombreros no le hacían ninguna gracia los casamenteros de por allí, estoy seguro que habría preferido mil veces ver casada a su hija con Ricardo que con Sergio. 12
María Belén: ¿A quién quería más ella? Arturo: Bueno, ella estaba confundida. Unas veces quería más a Sergio y otras a Ricardo. Ricardo la cortejaba con serenatas y Sergio con poemas. Ricardo le hacía reír pero Sergio le hacía suspirar. Para no alargarte mucho, ella se casó con Ricardo porque él se le declaró primero. Sergio nunca se atrevió; no sólo por timidez sino porque se sentía incapaz de hacerla feliz debido a su pobreza. Después de la boda, Sergio desapareció para siempre del pueblo. Al principio ella trató de ser feliz junto a Ricardo; pero como su corazón siempre había estado dividido, no pudo llenarlo el amor de su esposo. Poco a poco ese vacío fue creciendo y finalmente terminó por desplazar a la media felicidad que antes tenía. Aunque dormía con Ricardo soñaba con Sergio. Así pronto la situación se tornó insostenible. Ricardo la fue sintiendo cada vez más distante hasta que la misma muerte terminó por separarlos. María Belén: ¿Cuál de los dos murió? Arturo: ¿Quién crees tú? María Belén: Ricardo, claro. De lo contrario la historia terminaría aquí, y no creo que sea así. Arturo: Tienes razón. Ricardo perdió la vida en un accidente. Y como ella no pudo soportar la soledad en medio de la enorme hacienda, se mudó a la ciudad. Allí conoció a muchas personas, entre ellas a una mujer que había sido novia de Sergio. Ella le puso al tanto sobre lo que había sido de él. Así supo que él vivía en Guayaquil, con unos parientes. No sé si fue la casualidad o el destino lo que los volvió a juntar una tarde de septiembre. Se encontraron en un almacén de telas; ella había ido a comprar y él a entregar unas telas importadas por encargo de su jefe, propietario de una distribuidora de Guayaquil. Sus miradas se encontraron y se reconocieron. Sobraron las palabras; el amor habló por ellos. Fueron a un café y se desahogaron mutuamente. Así ella supo que Sergio nunca había dejado de amarla. A los ocho días se casaron María Belén: Y fueron muy felices para siempre… Arturo: Sí, pero después de superar una dificultad: ella no podía tener hijos y Sergio siempre había soñado con tenerlos. A los cinco años de matrimonio, finalmente tomaron la decisión de adoptar una niña. La buscaron en diferentes orfanatos. La encontraron una mañana de diciembre y la amaron desde el primer momento. La niña completó la felicidad de ese hogar. Ella 13
la cuidó y la mimó como no lo hubiera hecho su propia madre. Aunque no había salido de su vientre la sentía como si fuera parte de sí misma. María Belén: Papi, ¿A los hijos adoptados se les quiere igual que a los hijos propios? Arturo: Igual o quizá más. A veces los hijos naturales llegan sin ser deseados. Pero un hijo adoptivo es anhelado y buscado con el corazón. Los hijos naturales nacen del vientre; los hijos adoptivos nacen del corazón. Por eso desde entonces Sergio y Mónica fueron los padres más felices. María Belén: ¡Ah, ella se llamaba como mi mami Mónica!
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HUAQUERO
- ¿Recuerdas papi el funeral del tío Andrés? - Como no recordarlo. Por poco nos lleva el viento a todos los que estábamos allí. - ¿Crees que se lo llevó el diablo? - No, hija. Creo que eran espíritus vengativos, de esos que andan cerca de las huacas. - Pero al tío le perseguía el demonio. ¿Recuerda lo que nos contó en el santo de la tía Rosa? ¿Cómo era?... - Que él venía de una fiesta a eso de las doce; venía medio borracho por el camino de tierra. Pero al pasar por debajo de un viejo puente, alguien se le subió a los hombros. Dijo que era muy pesado y que le apretaba el cuello con los muslos y no le permitía respirar. - El no podía verlo ¿Verdad papi? - No, él sólo sentía el cuerpo del extraño pero no podía verlo. Logró recoger un garrote de una cerca y lo golpeó repetidas veces con todas sus fuerzas. Pero dice que ese ser se le reía burlonamente y le decía: “Ahora te llevo conmigo. De esta no te escapas” - Pero no lo llevó. ¿Verdad? - No porque alcanzó a llegar hasta una cruz de piedra que hay todavía en el camino a Liribamba. Entonces él sintió que la criatura se bajo rápidamente y se alejó diciéndole “Por esa puta cruz te salvaste. Pero ya te agarraré otro día” - ¿Y cómo es eso de que una señora lo ayudó? - Es que alcanzó a llegar a una casa y golpeó la puerta desesperadamente. Entonces una señora le abrió y, al ver de que se trataba de un conocido, le permitió entrar y le prestó auxilio. Dice que temblaba todo él y echaba espuma por la boca. Casi se muere. Pero la señora dice que le dio de beber agua bendita. - Al tío Andrés siempre le ocurrían cosas feas - Lo que ocurre es que un tiempo andaba de huaquero y un buen día encontró un entierro cañari. Allí mismo casi dio cuentas al Creador. Dos huaqueros que le acompañaban no tuvieron suerte y murieron. Los espíritus de los antiguos dicen que defienden los entierros con gran ferocidad. Ya cuando alguien se acerca a una huaca dicen que el clima se alborota: cae una neblina del demonio, llueve y truena que da miedo y soplan unos vientos huracanados. 15
- Igual que los vientos del día del entierro. - Sí, acuérdate que estábamos en el velorio y de pronto un fuerte viento abrió todas las ventanas y alborotó todo lo que había dentro de la casa. Después un viento helado y huracanado se tomó toda la casa. Volaron los techos, se rompieron las ventanas y el ataúd, que estaba en media sala, fue a parar a la puerta. Casi se nos sale el muerto. - La gente se asustó mucho y huyó, sólo nos quedamos nosotros, rezando el rosario con los ojos apretados. - Sí, no hubo ningún comedido para llevar el ataúd al cementerio. Tuvimos que pedir ayuda a conocidos de otro pueblo. - ¿Se llevaron al tío Andrés esos espíritus vengativos? - Quiera Dios que no, hija mía. Quiera Dios que no.
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LECTURA A DOS MANOS
Adivino: - Su línea de la cabeza me dice que usted tiene una inteligencia artística y filosófica, con mucha inclinación a la fantasía. Posee una muy buena capacidad intelectual, sobre todo en el campo de las ciencias humanas. Se puede apreciar claramente que ha alcanzado el éxito en su profesión ¿Es así o me equivoco? Cliente: - Sí, he tenido mis logros. Pero ¿Qué hay del futuro? - Veo que el éxito continúa y se relaciona y se confirma con la línea de su destino que es ancha y profunda. La fortuna le sonríe mi amigo. Usted va para rico. - Sí, pero de que sirve el dinero si carecemos de otras cosas más importantes. - En el amor no le ha ido mal, por lo que puedo ver. Aunque existen marcas que indican que en su infancia y en su adolescencia ha padecido ciertas crisis emocionales, sin embargo, hay estabilidad emocional a partir de los veintidós años; justo a partir de la línea de boda. ¿Se casó aquí, verdad? - Sí, me case a los veintidós años. - ¿Y no le ha ido nada mal, verdad? La armonía emocional es notoria; casi no existen cortes ni trazos apuestos que impidan a la línea del amor avanzar ancha y profunda. Cuatro hijos son fieles testigos de ello. Aquí aparecen, distanciados por dos o tres años cada uno. - Sí, tengo dos varones y dos mujeres. ¿Qué puede ver en mi futuro? - Bueno, aquí empiezan a cruzarse unas pequeñas líneas. Parecen ser marcas de tensiones. Normalmente el estrés y las tensiones no se reflejan en la palma sino hasta que desembocan en crisis. Pero esto no es algo definitivo; una actitud positiva, algunas sesiones de relajación y unas buenas vacaciones ayudan a evitar las crisis. - ¿Qué hay respecto a mi salud? ¿Qué me espera? - Ah, ya puedo adivinar la razón de su ansiedad. Veamos: durante la infancia, una excelente salud; en la adolescencia, una salud de hierro. mmm ¿Qué hizo a los veinte años? Veo un cambio apreciable en su salud. El vigor y la vitalidad de antes van menguando paulatinamente. Ya los veinticinco años su línea de la vida se ha vuelto delgada y llena de surcos. ¿Empezó con algún vicio al terminar la adolescencia? 17
- Lamentablemente empecé a fumar a los dieciséis años. A los veinte ya tenía los dientes y las uñas amarillas. Tres cajetillas de cigarrillos eran mi ración diaria. - Veo que no ha hecho ningún esfuerzo por parar. Su línea prosigue débil y segmentada. Ya ha tenido sus crisis. - Sobre esas crisis precisamente quiero que me hable. - Veo una muy grave a los cuarenta y cinco años. - En esa edad me encuentro. Tengo los pulmones como dos chimeneas y debo someterme a una operación de alto riesgo la próxima semana. Por eso he venido donde usted. Me dijeron que era un experto en mirar el futuro. ¿Voy a sobrevivir a la operación? ¿Voy a mejorar después? Ya he dejado de fumar. - ¿Qué le puedo decir? Me pone en una situación difícil. - La verdad. Solamente la verdad. De eso depende la tranquilidad de mi conciencia. Tengo guardado aquí, en lo más profundo de mi corazón, un terrible secreto. Si he de morir pronto, tengo que confesarlo antes de entrar al quirófano. Si he de sobrevivir, quiero dedicar el resto de mi vida a resarcir el daño que he causado. - ¿Por qué no escribe una carta en la que revele su secreto y explique las circunstancias que lo obligaron a guardarlo? Una carta con la orden de ser abierta únicamente después de su muerte; lo cual bien podría ocurrir después de varios años. - No. No sería suficiente. Yo necesito escuchar el perdón de labios de Laura. Y si se lo confieso todo, minutos antes de entrar al quirófano, puede ser que alcance su gracia. A una persona que va a enfrentarse a la muerte no se le niega el perdón ¿Verdad? Yo no puedo morirme sin escuchar ese perdón. - Está bien. Usted no me deja ninguna alternativa. Veamos. Necesito estar completamente seguro. Ejem…Sería terrible para usted si me equivocara. Ejem… Bueno…Mi querido amigo, prepárese a pedir perdón con toda su alma.
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TRAFICO LEGAL - Vengo a vender mis ojos - ¿Está usted seguro? Los ojos son muy importantes para sobrevivir. - Sí. ¿Cuánto está dispuesto a pagar por ellos? - Primero necesito examinarlos ¿Ha usado lentes alguna vez? - No nunca. - Bien, siéntese allí, por favor. - Están muy sanos. - A ver, veamos… - Puedo leer desde muy lejos. - Sí, todo parece estar en regla. ¿Está seguro de que no quiere vender otra cosa? - No, me dijeron que los ojos son los más caros. - Sí, pero usted es todavía joven y aún no ha visto el mundo. - He visto todo lo que se tiene que ver. - Nunca se agotan las visiones maravillosas. Por ejemplo, un crepúsculo de otoño en los países nórdicos; una luna llena, gigante, inmaculadamente blanca, desde la cima de un nevado, casi a la mano, como una gran hostia que el Creador nos ofrece para comulgar con él; las cataratas de Iguazú al amanecer, como si toda la luz del día se estuviera desmoronando desde del cielo, como si millones de ángeles se clavaran desde la aurora hacia la acolchonada espuma. No mi amigo, ninguna cantidad de dinero podría hacer justicia a dos ojos sanos. - Necesito el dinero urgentemente para salvar la vida de mi esposa. Ella requiere una cirugía de corazón abierto lo más pronto posible. - Entonces ¿usted está dispuesto a sacrificarse por ella? - Daría mi vida misma si fuera necesario. - Me saco el sombrero ante el amor genuino. Venga, caballero, le pagaré un buen precio por esos ojos. - ¿Será muy doloroso? - Más que la extracción de una muela. Pero para su consuelo, en el futuro sus ojos verán el mundo color de rosa - ¿Qué significa eso? - Que sus ojos adornarán el rostro de un hombre de la realeza europea. 19
BLAK AND WHITE
Cuando abrí los ojos vi dos figuras: la primera era la un hombre de largo cabello blanco y una gran barba blanca que estaba sentado al pie de mi cama en actitud de profunda y calmada espera. Estaba rodeado de una esfera de color negra. La segunda, estaba en la entrada de la habitación, en actitud de estar esperando la menor oportunidad para ingresar a mi habitación. Se trataba también de un hombre pero su figura era completamente negra, como si fuera una sombra, y estaba rodeada de una esfera de color blanco. Yo no sé qué estaban haciendo estos dos seres en mi casa. Pero ahí estaban, tratando de invadir mi habitación. Decidido a averiguarlo, me incorporé de mi cama y enfrenté al anciano. ¿Quién eres tú y qué haces aquí? -le interrogué con la dignidad de quien defiende su privacidad. - Soy un Maestro del pasado y he venido para enseñarte cómo escapar de esta dimensión. Estoy esperando a que estés listo. Como su respuesta no me produjo ninguna preocupación ni tampoco me impresionó, lo dejé tranquilo y me acerqué a la segunda aparición: ¿Quién eres y que haces aquí? – le interrogué tratando de aparentar autoridad. - Soy un demonio. Estoy esperando a que cometas un error grave para tomar posesión de ti y de tu casa. Te estoy vigilando todo el tiempo. Conozco tus más íntimos pensamientos y todas tus debilidades. Esta respuesta me aterrorizó y di un brinco desesperado hacia atrás. Había quedado parado justamente entre los dos espíritus. No sabía qué hacer, si aferrarme al anciano o escapar de la habitación. No sé en qué momento me decidí por lo segundo. Lo único que recuerdo es que me hallé repentinamente en la calle, sudoroso y temblando, corriendo como un loco en dirección al parque donde a esa hora debía de haber mucha gente. Sintiéndome protegido por la multitud, me acurruqué en una banca, decidido a no retornar a mi casa. Viéndome en tal lamentable condición y adivinando mi estado de alucinación, un buen vecino se 20
acercó solícito e intentó tranquilizarme y averiguar el motivo de mi extraña perturbación. Como no me atreví a contarle lo sucedido y como tampoco supe explicarle la razón de mi aparente desequilibrio, mi buen vecino se resignó a traerme una botella de agua para calmar los ánimos y a hacerme compañía por un par de horas. Como ya era tarde y mi buen vecino tenía que regresar a su casa y yo a la mía, nos despedimos cuando ya entraba la noche. Yo me resigné a retornar sin haber decidido cómo iba a enfrentar mi nueva situación. Apenas entré a mi casa el demonio de esfera blanca me recibió con una sarcástica pregunta: - ¿Se te fueron las ganas de escapar? - No pienso escapar -le dije lleno de repentina ira. El que tiene que salir eres tú. –agregué con actitud retadora. - Me iré cuando puedas echarme -me respondió tajantemente. - Pues entonces te ordeno que te vayas. –grité lleno de ira. El demonio se echó a reír a carcajadas y se dirigió al sofá y se recostó. Sintiéndome burlado, me dirigí hacia mi habitación con la esperanza de encontrar al anciano de larga barba blanca. Allí estaba, en efecto. Le dije que tenía que ayudarme a echar al demonio. El me dijo que primero tenía que aprender a alcanzar equilibrio y que el enfado era muy mal consejero. Luego añadió, fijando sus ojos en los míos: - tú has pasado con éxito del agua al fuego. Pero el siguiente paso es trascender el fuego y alcanzar el aire. Sólo entonces podrás desarrollar amor verdadero. Y sólo cuando hayas desarrollado amor serás invulnerable a todos los demonios. - ¿De qué me habla? ¿Cuándo pasé del agua al fuego?¿Cómo hice yo aquello? –respondí intrigado. - ¿Recuerdas aquel día en que empezaste a tomar energía del sol? Nadie te indicó cómo hacerlo; simplemente comenzaste a hacerlo por intuición. ¿Recuerdas aquel día en que subiste hasta el volcán en erupción y también tomaste su energía, así mismo por intuición? Al escucharlo vino a mi memoria todo aquello que el decía y no tuve más remedio que reconocerlo. Entonces le pregunté: - ¿Usted me ayudara a pasar al siguiente nivel? - No. Tú tendrás que hacerlo por ti mismo, igual que en las ocasiones anteriores. Cuando lo hayas hecho, entonces empezará mi trabajo. 21
- ¿Cómo sabré que estoy listo? -le pregunté. - Yo me acercaré a ti cuando llegue la ocasión. Mientras tanto debes evitar perder energía y, por nada del mundo, dejes de meditar, de lo contrario el demonio aprovechará el menor descuido para apoderarse de tu voluntad. Su trabajo consiste en evitar que alcances el siguiente nivel. Hará hasta lo imposible por apartarte de la luz y te bombardeará de tentaciones que te lleven a perder energía vital. - Entonces, la mejor alternativa es meditar y meditar. –Alcancé a comentar - Exacto. La meditación eleva tus vibraciones y te torna invulnerable a las maniobras y ataques del poder negativo. El demonio no se me volvió a aparecer por algún tiempo pero la casa se empezó a llenar de porquerías. Cada mañana encontrábamos algo asqueroso en el portón de la casa: unas veces plásticos y envolturas de confites, otras, tierra y ceniza; y muchas veces, excrementos de animales y de humanos. Parecía que hubieran escogido justamente la entrada a mi hogar como retrete público. A veces con ira, a veces con santa paciencia, baldeábamos la entrada todas las mañanas. Un día mis amigos me invitaron subir el nevado Cayambe. Yo acepté encantado, un tanto por salir de la rutina, otro tanto por alejarme del basural. Desde que inicié los preparativos para el ascenso empezaron los problemas: mis hijos se enfermaron, mi esposa también; la menor de mis hijas empezó a sufrir pesadillas todas las noches. Estuve a punto de desistir del viaje pero algo así como una urgencia interna me hizo perseverar en la empresa. Tal vez fue esa urgencia interna también lo que me llevó a poner oídos sordos a las lamentaciones y temores de mi esposa el día de la partida. El ascenso no fue nada fácil. A la final son casi seis mil metros de altura y ocho horas de pujante caminata sobre enorme glaciares. Pero el contacto con la nieve purificó todas las impurezas de mi mente. La nieve suscitó en mis sentidos y en mi espíritu emociones hasta entonces inéditas. Como un niño pequeño me revolqué repetidas veces sobre la blanda nieve gritando de entusiasmo. Sentí como si todo mi ser se contagiara y se impregnara de la gélida pureza de la nieve. Cuando alcanzamos la cumbre y mientras mis amigos se entregaban por completo a tomar fotos, yo me erguí en el centro de la cima, como una bandera de andinista, cerré los ojos, dirigí la palma abierta de mi mano izquierda hacia la cima y coloqué la palma abierta de mi diestra sobre mi ombligo. Al instante un cielo 22
azul intenso se abrió en mi interior y un triángulo de luz dorada empezó a girar en el centro ese cielo. Luego coloqué la palma de mi diestra sobre mi esternón y el cielo se torno de color índigo y en el centro apareció un sol violeta. Este sol empezó a crecer y a medida que crecía se volvía más brillante y más arrobador. Una repentina ráfaga de viento de altura me golpeó y me hizo perder el equilibrio, caí de bruces sobre la nieve. Cuando abrí los ojos la nieve pulverizada por los fuertes vientos lamía mi cuerpo. “Es tiempo de descender. Tenemos que bajar antes que la nieve se ablande” –dijo nuestro guía. Dos días después de mi retorno a casa, después de mostrar las fotografías de mi aventura con el nevado a mi familia, ocurrió el encuentro. Yo me dirigí a la habitación para recostarme un poco porque todavía mi cuerpo necesitaba recuperarse. Me tendí de espaldas sobre la cama y cerré los ojos. Apenas lo hice apareció ante mi la figura del anciano pero esta vez resplandeciente y sin la esfera de color negro. Inmediatamente abrí los ojos al reparar que al entrar en el dormitorio no había visto al anciano sentado al pie de mi cama como estaba acostumbrado a verlo todos los días. Abrí bien los ojos. El anciano no aparecía por ningún lado. Cerré nuevamente mis ojos y ahí estaba: resplandeciente y sonriéndome. Me habló sin palabras y me dijo que yo había pasado al siguiente nivel con éxito y que estaba preparado para desarrollar amor verdadero por toda la creación. Me aclaró que el poder negativo había hecho todo lo posible para evitar que yo ascendiera a la cima del nevado y tomara su energía prístina e inmaculada. Me dijo también que desde aquel momento El se me aparecería solo internamente y que me guiaría paso a paso hasta alcanzar los siguientes niveles. Luego su figura se volvió transparente y desapareció pero en su lugar un cielo azul índigo se abrió ante mi. Luego, en el centro de ese cielo, surgió un maravilloso nevado que no tardé en reconocerlo. Era El Cayambe. Sobre su cima descendía un gigantesco rayo de color blanco azulado y ese rayo provenía del cosmos. Luego todo se volvió oscuridad y me invadió un dulce sueño. No sabría decir en que momento me quedé profundamente dormido. Durante los siguientes días volví a ver a mi guía internamente y me mostró cosas increíbles. Todo iba maravillosamente y yo sentía que me hallaba en una nueva etapa de mi vida. Sin embargo, exactamente a los ocho días, los vientos negros golpearon mi hogar con toda su fuerza. Todos los de la familia, sin excepción, caímos repentinamente enfermos un aciago día miércoles. Mi hogar se convirtió en un hospital. Todos estábamos en cama, sin ánimo para 23
levantarnos ni siquiera al baño. Las medicinas abundaban en cada velador y las cortinas permanecían bajadas sumiendo a toda la casa en una media penumbra. Yo tenía que realizar un gran esfuerzo para administrar las medicinas a cada quien; después de lo cual me hundía en mi lecho y me sumía en una espantosa modorra. Durante las noches me costaba mucho conciliar el sueño y me vi bombardeado de terribles pesadillas en donde sostenía febriles batallas con las fuerzas del mal que luchaban por precipitarme al fondo de abismos insondables y tenebrosos. Al sexto día me vi obligado a levantarme para asistir a mi trabajo. Fui a éste como un zombi y permanecí así durante toda la semana. Al llegar a casa apenas alcanzaba a administrar el resto de medicinas y a servir la comida que nos traían en viandas. Luego me tendía en el sofá y dormitaba por largas horas. Como no hay mal que dure cien años, un sábado las cortinas de la casa se levantaron y entró el sol en todo su esplendor. La primera en recuperarse fue mi esposa y ella se encargó de devolver nuestro hogar a su estado habitual. A los doce días de la tragedia familiar pude nuevamente meditar. Cerré los ojos y ahí estaba El. Me dijo que no me preocupara, que toda la familia había pasado por una obligada purificación; que tal purificación era necesaria para consolidar el nuevo estado de evolución espiritual. Cuando más estable y fuerte me creía, el poder negativo me dio uno de sus zarpazos. Cierta tarde en que yo viajaba en un bus hacia el centro de la ciudad, subió un hombre de aproximadamente 40 años y de tez morena. Como no había asientos disponibles se quedó de pie a unas cuatro bancas de donde yo estaba. Reparé en él porque apenas se subió una corriente de aire helada invadió todo el bus y mi cuerpo se estremeció. Luego una corriente de tensión y de ansiedad empezó a emanar de aquel hombre que permanecía de pie, con la mirada hacia la ventana. Al principio pensé que se trataba de un ladrón porque el ambiente se cargó con una tensión similar a la que ocurre cuando los maleantes irrumpen en un ambiente determinado. Pero luego de aquel hombre empezó a irradiar una energía maligna que suscitó en mí un temor indescifrable; como si presintiera que me hallara ante un peligro inminente pero no supiera su origen ni su naturaleza. Luego este temor se transformó en terror irracional. Sentí como si se hallara amenazada no solo mi existencia sino mi misma alma. Un pánico casi primitivo se apoderó de mi ser y estuvo a punto de producirme un shock. No sé de dónde saqué fuerzas para repetir los nombres secretos de Dios. Apenas había empezado a repetirlos con la lengua del pensamiento, aquel hombre se volvió hacia mí y me miró 24
lleno de ira. Entonces me di cuenta que él podía sentir y reconocer la fuerza del poder positivo. Empecé a repetir los nombres sagrados con mayor atención e intensidad y el hombre empezó a retorcerse de ira y me lanzó sus terribles embestidas. Pero los nombres sagrados habían formado en torno a mí una especie de campo de fuerza que me volvía invulnerable a sus zarpazos. Finalmente el hombre se dio por vencido y se bajó precipitadamente del bus. No cabía duda; acababa de sostener un duelo con un demonio. Llegué a casa visiblemente afectado por la terrible experiencia. No quise hablar con nadie y me dirigí directamente al baño con la intención de tomar una ducha fría. Pero justamente dentro del baño me esperaba el demonio de esfera blanca, dispuesto a aprovecharse de mi miedo y de mi exaltación. Estuve a punto de perder los estribos y de echarme a maldecidlo pero justo a tiempo logré controlarme. Empecé inmediatamente a repetir los nombres sagrados, recuperé el equilibrio y mi mente se aquietó. Entonces, con una autoridad hasta entonces insospechada, le ordené que se marchara para siempre. El demonio obedeció y se esfumó como si alguien lo hubiera desconectado. Aquella tarde pasé en meditación profunda. Desde aquella tarde nunca más miré el mundo con los mismos ojos.
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¿EN QUE FALLÉ?
- Pero si yo le di todo. Tenía buena ropa, distracciones no le faltaban. Desde niño lo llevaba al parque, jugaba con él. Le pagué una excelente escuela, en el mejor colegio estudiaba. - ¿Te interesaste por sus tareas escolares? - En la escuela corregía sus tareas; en el colegio firmaba sus tareas. Nunca faltaba a una reunión de padres de familia. Ahí estaba, siempre atento al menor detalle. - ¿Le infligías castigos físicos o psicológicos severos? - Jamás. Mis castigos siempre fueron leves porque él no ameritaba sanciones fuertes. Era un alma de Dios: obediente, estudioso, servicial, ordenado; un poco callado pero cariñoso. Era un buen hijo mi muchacho por eso no comprendo como pudo… - ¿Cómo era la relación con su madre? - Mejor no podía ser. Tenían una maravillosa relación. Ella le preparaba de comer lo que a él más le gustaba. Le tenía siempre lista su ropa. Impecable mantenía su habitación. Y vaya que era mucho trabajo el de la casa; sobretodo porque tenía que realizar las labores a saltos, entre ida y vuelta de la oficina. - ¿Qué horario de trabajo tenía ella? - De ocho a doce y de catorce a dieciocho horas. - ¿Comían juntos los tres? - Sólo los fines de semana. Lo que ocurría es que no coincidíamos los tres en la hora de comidas. Yo siempre llegaba a las veintiún horas y merendaba solo. El almuerzo lo tomaba en la cafetería de la empresa. Mi esposa almorzaba en casa, a las doce y media. Cuando llegaba mi hijo del colegio, ella estaba de salida; pero le dejaba servido el almuerzo. - ¿Qué hacían por las noches? - Gustavo hacía sus deberes. Mi esposa planchaba o ponía a lavar la ropa. Yo miraba las noticias o veía una película. - ¿Cuándo conversaban? - Mi esposa y yo antes de acostarnos. Gustavo conversaba con mi esposa durante la cena. Y conmigo lo hacía los fines de semana. - ¿De qué hablabas con tu hijo? - De todo. Le aconsejaba sobre sus estudios; le aconsejaba sobre sus amistades, sobre la comida chatarra, sobre la moda 26
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y la música. Incluso le hacía recomendaciones puntuales sobre el sexo, el alcohol y las drogas. Por eso no entiendo como pudo hacerlo. ¿Conocías a sus amigos? Sólo de nombre. Mi esposa me hablaba de ellos. ¿Conocías sus problemas? ¿Qué problemas? No le faltaba nada. Ese fue tu error. Nunca conversaste con tu hijo. No me puedes acusar de eso, Yo le aconsejaba sobre todas las cosas importantes. Le hablaste sobre tantas cosas pero no hablaste con él. Lo tuyo no era un diálogo sino un monólogo. Nunca escuchaste lo que el tenía que decir, lo que opinaba de tus “sabios consejos” Pero el nunca me reclamó nada. Nunca me reprochó nada. No tuvo tiempo para hacerlo, tú nunca estabas en casa. Tus dos trabajos ocupaban toda tu atención. Para él ya eras un extraño, un hombre que llega sólo a dormir. ¿Pero y los fines de semana no estaba yo en casa? Sí, estabas, pero como un mueble más. Tu hijo ya no te necesitaba para jugar en el parque; salía con sus amigos. Tu esposa también estaba pero tenía que lidiar con las tareas de la casa. Así que tú te limitabas a leer el periódico o a mirar una película. “Estabas en tu derecho, habías trabajado tanto durante la semana” Tú no sabes. Tú no estabas ahí. Conversé con Gustavo varias veces. Él mismo me contó que nunca le preguntaste cómo se sentía, qué quería de la vida. Sólo hablabas y hablabas sin detenerte siquiera a mirar si te prestaba atención. Te creías un sabelotodo, un hombre experimentado. Así que él quiso demostrarte que podría acumular experiencias que tú jamás habías sospechado. Así entró en el mundo de las drogas, por pura experimentación. Y ya ves, las drogas terminaron atrapándolo. Si yo hubiera sabido… La única forma de saberlo a tiempo es a través del diálogo. La comunicación entre padres e hijos debe ser tan imprescindible como la comida y el vestido. No te estoy hablando como psicólogo sino como amigo. Basta ya de llantos y de lamentaciones. Todavía estás a tiempo de salvar a tu hijo del infierno de las drogas. Gustavo tiene todavía esperanza. Después del tratamiento tienes que asumir tu papel de padre, de auténtico padre. 27
LOS UCUYAYAS
Hace innumerables lunas, en aquellos tiempos en que los equinoccios de primavera eran festejados con danzas sagradas, Corazón de Puma y Rocío de Luna Llena vivían cerca de un río macho de aguas espumosas y temperamentales. Su tribu estaba formada por setenta personas. Ellos eran primos pero el amor los había convertido en esposos. Su vivienda había sido construida con piedra, madera de capulí y paja de altura. Y, al igual que las demás casas, tenía un árbol protector plantado cerca de la entrada. Cierto día el sol madrugó sin cobijas y el azul del cielo apenas tenía una mantilla de blancos encajes. Corazón de Puma salió con sus armas de caza y se dirigió hacia el bosque donde la liebre, el zorro y el venado abundaban. Tras algunas horas de caminata, estando en medio de la espesura, el cazador encontró una cueva. Lleno de curiosidad, se adentró en ella lo más que pudo; pero viendo que ésta se prolongaba demasiado en las entrañas de la tierra, decidió volver. Como la cueva a veces se bifurcaba en varios pasadizos, se perdió y no pudo encontrar la salida. Primero preocupado, luego desesperado, buscó ávidamente el camino por horas y horas. Cuando ya se había dado por vencido, alcanzó a ver un destello a lo lejos, corrió en esa dirección y, al cabo de tropezones y resbalones, logró salir de la cueva. Pero no salió por donde había entrado, el paisaje que se abría ante sus ojos le era completamente desconocido. Por más que exploró montaña por montaña, valle por valle, no consiguió reconocer nada familiar. Cansado y hambriento, comió algunas frutas que halló fácilmente, se acomodó sobre la verde hierba y se quedó profundamente dormido. Al despertar, vio a su esposa sentada a su lado, mirándolo con una ternura tan maternal que su infancia se volcó en su corazón estupefacto. Antes de que pudiera reaccionar, su amada le cerró la azorada boca con un beso y luego le dijo con dulzura: - tranquilo, todo está bien ahora. 28
- Pero…¿Cómo es que llegaste aquí? –inquirió mientras la miraba y la tocaba entre confundido e incrédulo. - A las pocas horas de que te fuiste, la aldea fue atacada por la tribu de los orejones. Mataron a todos los hombres y se llevaron a todas las mujeres. Yo pude escapar porque me oculté entre unos arbustos. Cuando se marcharon, yo me adentré en el bosque para buscarte. - ¿y cómo me encontraste? –preguntó anonadado - La Mama Huaca se me apareció en el bosque y me dijo que tú estabas al otro lado de una cueva. Me llevó hasta ella y me guió hasta aquí. Me dijo que de nosotros saldrían muchos hijos e innumerables nietos y estos formarían un gran pueblo. Corazón de Puma, al oír esto, la apretó entre sus brazos y suspiró profundamente. En su pecho latían, convulsionados, sentimientos contradictorios: el dolor de haber perdido a su gente, a sus padres, a sus hermanos y la alegría de recuperar a su esposa. - Debemos volver a nuestra casa o a lo que quede de ella –dijo incorporándose y con aire resuelto - La Mama Huaca me dijo que no debemos volver, que debemos quedarnos aquí porque este hermoso valle será nuestro hogar –se apresuró a contestar ella. El, mirando a su alrededor, replicó: - Sí, es hermoso pero se ve tan solitario - Ven, vamos a subir hasta la cumbre de esa montaña –le insistió mientras lo tomaba de la mano. La Mama Huaca dijo que subiéramos al Guaguazhulmi y que allí nos diría qué hacer. Corazón de Puma no se atrevió a resistirse y se dejo conducir como si fuera un niño en dirección de una montaña que parecía un gigantesco saurio en reposo. Cruzaron quebradas, treparon por pendientes de basalto y ascendieron por el espinazo del animal petrificado hasta alcanzar la cima. Desde allí contemplaron la gran extensión y la pródiga belleza del valle que generosamente fertilizaba un río de aguas cristalinas. Rocío de Luna le apretó la mano y le indicó con la mirada la presencia de una mujer que se hallaba a poca distancia. La mujer se acercó y les dijo: 29
- Ustedes serán los padres de un gran pueblo. Miren este valle. Aquí sus hijos y sus nietos y los hijos y los nietos de sus hijos harán fructificar la tierra y la embrujarán hasta convertirla en cántaros y ocarinas. Ellos aprenderán a hilvanar la urdimbre de las estrellas y edificarán templos vivientes para los dioses. Y diciendo esto, les entregó dos estatuillas de barro cocido. - Este eres tú –le explicó a Corazón de Puma. Aquí está tu espíritu fundido a puro fuego. Nadie, sino tu primogénito, debe tocarla después que la entierres. Y, dirigiéndose a Rocío de Luna, le dijo: - Esta eres tú. Aquí está tu espíritu moldeado con barro virgen y sollamado a pura lava. Nadie, sino tu primera hija, debe tocarla después que la entierres. Les explicó que debían cavar una cueva profunda en la falda este de la montaña. Allí, envueltas en hojas de maíz, debían enterrar las dos estatuillas hasta que los dos primeros hijos tuvieran siete años. Les explicó que la montaña infundiría vigor y sabiduría a sus espíritus, y que, cuando sus hijos desenterraran las estatuillas, ellos absorberían ese vigor y esa sabiduría y así podrían gobernar exitosamente sobre sus descendientes. La Mama Huaca, después de dar sus consejos a los dos esposos, desapareció en forma de neblina. Ellos descendieron la montaña y, siguiendo las instrucciones de la mujer, iniciaron la excavación de la profunda cueva. Siete equinoccios transcurrieron. La pareja había procreado mellizos: un niño robusto y valeroso y una niña hermosa y dulce. Las frutas y la caza abundaban. No tenían enemigos ni catástrofes. Todo era dicha en el valle que vigilaba el Guaguazhulmi. Una limpia mañana de agosto los padres condujeron a los niños hasta la cueva y se adentraron en ella. En el fondo de ésta excavaron el suelo arcilloso y desenterraron las estatuillas. Corazón de Puma indicó a su primogénito que tomara en sus manos la estatuilla macho y Roció de Luna indicó a su hija que tomara la estatuilla hembra. En cuanto los chicos tuvieron las 30
figuras de barro entre sus manos, un poderoso trueno quebró la quietud de la bóveda de añil y estremeció la tierra. La Mama Huaca apareció frente al asustado cuarteto y los tranquilizó: - No teman, es la voz de los grandes espíritus que bendice la sangre de su estirpe. Vuelvan a enterrar las estatuillas donde estaban, pero antes pronuncien sus nombres pues ahora ya han nacido como seres. Se llaman Ucuyayas. Pronuncien los cuatro al mismo tiempo sus nombres: - Ucuyayas -dijeron al unísono los cuatro. - Los Ucuyayas serán los guardianes de su estirpe, los benefactores de su pueblo. No permitan que nadie las saque de esta cueva. Si alguien lo hiciera, una terrible inundación cubrirá todo este hermoso valle y, a cambio, quedará un gigantesco y desolado lago de aguas turbias.
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JUSTICIA DE PAPEL
“ El asesino fue detenido por la policía en el lugar del crimen. Todavía estaba junto a la víctima cuando lo apresaron y tenía en las manos, manchadas de sangre, el puñal con que lo había dado muerte. Al parecer el móvil del crimen fue la venganza. El asesino y la víctima habían sido amigos por muchos años. El día del juicio el asesino se confesó culpable y le penaron con diez años de reclusión por la atenuante de haber incurrido en crimen pasional, pues el ahora occiso había sido amante de la esposa del asesino y éste, al descubrirlo, en un arranque de ira y cegado por los celos, había entrado en el departamento del difunto y lo había acuchillado mortalmente. El asesino guarda ahora prisión en la cárcel de varones de Cuenca. Ya lleva allí tres semanas. No habla con nadie, no se relaciona con nadie y permanece todo el día en su celda. Lo llaman “el filósofo” porque lee día y noche, usa lentes, barba, come poco y vive ausente de la realidad” - Eso es todo lo que le puedo informar –contesté. - ¿Revisaron las huellas digitales que había en el lugar del homicidio? –me preguntó con insistencia. - ¿Para qué? -le respondí, encogiendo los hombros- el asesino tenía en sus manos el puñal y estaba manchado de sangre. - No siempre lo más obvio es lo real. –dijo. Me dio las gracias y se despidió. Lo acompañé con la mirada mientras se alejaba. Por alguna razón ese sujeto me parecía algo familiar. Volví a ver al hombre a los tres días. Vino a la comisaría para averiguar la dirección de la esposa del difunto y para pedirme un par de fotos del homicidio. Yo se las di. Pero antes de que se marchara le pregunté si había descubierto algo que la policía haya pasado por alto. - Estuve en la escena del crimen y había otras huellas diferentes a las del presunto asesino -me respondió. - Eso suena interesante -respondí yo con cierto escepticismo. 32
- Me podría dar el informe del forense, necesito saber a qué hora murió aproximadamente. - ¡Claro! -contesté. Y fui al archivo por el documento. Cuando se lo di lo abrió y lo examinó rápidamente. - ¡Ajá! -exclamó con satisfacción. Y luego añadió: ¿Sabía usted que el difunto falleció aproximadamente a las cuatro y el acusado declaró haber llegado al lugar a las cinco. - No. -le respondí muy sorprendido. - ¿Y sabía usted que sus compañeros de trabajo lo vieron salir de la oficina a las cuatro y media y que marcó tarjeta de salida a las cuatro y treinta y cinco? - No, no lo sabía. –respondí un tanto trastornado. Y, con acento dubitativo, añadí: Pero él tenía el puñal en sus manos y se confesó culpable. - Tal vez le aconsejaron que se declarara culpable para reducir la pena. –dijo muy convencido de su afirmación. Bien, le molestaré unas cuantas veces más, si no tiene inconveniente. – me dijo antes de despedirse. A los dos días volvió, en efecto, Me saludó de una forma que me hizo sentir bien y me predispuso a ayudarlo en lo que fuera. Me estrechó la mano con un apretón firme y al mismo tiempo caluroso mientras me enviaba una breve pero intensa mirada amorosa. Realmente era un hombre diferente que inspiraba confianza y respeto desde el primer momento. Y no sabría explicar exactamente por qué; pero eso lo que sentían también mis compañeros que habían intercambiado unas cuantas palabras con él. Me dijo que había ido a la cárcel para visitar al presunto homicida. - El no mató a Luis Coronel - me afirmó categóricamente. - ¿Cómo sabe usted eso? -le pregunté intrigado. - Porque entre otras cosas él no sabe mentir. Cuando le pregunté quién le había aconsejado declararse culpable, se turbó, y luego me afirmó que nadie lo había hecho, que él sí era culpable. Pero mentía. - ¿Cómo usted puede estar seguro de que mentía? - Mire, únicamente los grandes actores son capaces de mentir también con los ojos. La mayoría se delata con la mirada, como los niños. - Pero ese no es un argumento sólido… - Claro que no, pero puede ayudar a encontrarlo. Mire, puede ser que le parezca absurdo lo que voy a decirle pero es la verdad. Mateo Rocafuerte tiene la frente amplia y alta, lo cual 33
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lo aleja notablemente del tipo de hombres capaces de matar a sangre fría. Además tiene el aura de color verde, lo cual lo aleja más todavía del bajo impulso de matar por celos. Y, por último, en su mente no había ninguna imagen relativa a las circunstancias concomitantes a las del crimen, sino posteriores a éste; lo que coincide con el informe del forense respecto a la hora en que falleció la víctima. Usted está loco si cree que la frente de una persona y el color de su aura son razones suficientes para convencer a un juez sobre la inocencia de alguien. –le dije un poco enfadado porque sentí que me estaba tomando el pelo. Mi intención no es tomarle el pelo. Discúlpeme, pero tengo que archivar algunos documentos. –le dije mirando mi reloj. Usted no tiene que archivar nada pero en una hora tiene una reunión con un sargento. ¡Cómo! ¿Pero qué dice usted? -le dije sobresaltado y más molesto que sorprendido. Pero ¿Quién le dijo que yo tenía una reunión con el sargento? No se altere -me dijo con voz pausada. Eso es lo que usted pensó al mirar el reloj. Ahora me voy, volveré otro día.
Y se marchó dejándome anonadado y muy incómodo. Disidí, entonces, que la próxima vez que lo viera me encontraría muy bien armado y dispuesto a desenmascararlo. Leí cuanto había sobre caso e hice algunas averiguaciones por mi cuenta. Así que cuando vino para solicitarme una copia del testimonio de la esposa de la víctima, yo ya estaba listo para el ataque: - ¿Sabía usted que el asesino había comprado una pistola una semana antes del crimen? – le lancé la pregunta antes de que terminara de entrar. - No, no lo sabía. –me respondió entre turbado y sorprendido. - Mire -me dijo un tanto preocupado. Descubrí que la esposa del difunto también tenía un amante. Ellos planeaban escapar juntos. Y lo habrían hecho si es que el esposo no lo hubiera descubierto. Ellos no sabían que él ya lo sabía. Pero algo sospecharon cuando él inició los trámites legales para pasar todos sus bienes a nombre de sus dos pequeños hijos. La única manera de evitarlo era matándolo. Y eso es exactamente lo que hicieron. Lo planearon muy bien todo para inculpar del crimen a Mateo. Después del juicio huyeron a 34
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Miami. Seguramente estarán disfrutando del dinero del difunto. ¿Cómo es que descubrió usted todo eso? –pregunté Hablé con el abogado de Luis Coronel y me contó las razones por las que su cliente estaba empeñado en realizar el traspaso. Además existe otro testimonio interesante. El portero del edificio donde vivía la víctima declaró que vio salir del departamento de don Luis a un hombre de estatura mediana, cabello castaño claro y de aproximadamente cuarenta años el día del crimen a eso de las cuatro de la tarde. ¿Y por qué no se lo dijo a la policía? -pregunté yo exasperado. Porque la policía no se dio el trabajo de interrogarlo. ¿Para qué? El criminal fue encontrado junto al cuerpo con el puñal en la mano. Mire –continuo. Aquí tengo un retrato hablado del sujeto que salió del departamento el día y la hora en se cometió el asesinato. Fíjese en su frente: es estrecha y baja; inclinada hacia atrás. Es la típica frente de los truhanes, los cínicos y los seres ambiciosos. Pertenece a la de los seres con bajos instintos. Observe sus ojos, demasiado juntos ¿verdad? Los seres diestros en dolos y traiciones poseen este tipo de ojos. Aquí tiene usted al asesino, mi querido amigo concluyó mientras me extendía el retrato hablado. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Cómo haremos para desenmascarar a los verdaderos culpables? -pregunté yo con sincero interés. Habrá que reunir más pruebas y testigos. Reabriremos el caso y tenderemos una trampa a los asesinos. Mientras tanto dejemos que se diviertan en Miami. Dejemos que se sientan seguros y se descuiden. Estaremos al acecho. Sí, estaremos al acecho. –respondí con mucha convicción.
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AMOR PLATÓNICO
Jaime era un hombre extremadamente tímido pero enamoradizo. De hecho a no ser por su timidez habría sido un gran conquistador ya que de inspiración no carecía. Escribía ardientes versos de amor para la mujer de sus sueños, la cual nunca los recibía porque él nunca llegaba a enviarlos. Poseía un envidiable repertorio de poemas de amor aprendidos de memoria que habrían hecho derretirse a la mujer más frívola. Pero cuando se encontraba frente a su amada secreta su lengua olvidaba el abecedario del amor y apenas sí podía sostener una conversación de supervivencia. Pero lo que no hacía en la realidad lo realizaba a cabalidad en sus sueños. Cada mañana despertaba habiendo vivido la más maravillosa de las aventuras con el amor de su vida. ¡Qué hermosas películas habrían resultado esos sueños! Y así habría envejecido sin experimentar jamás el estremecimiento azul que produce un beso; sin sentir en el corazón la dulce comezón que deja una caricia; si de tanto soñar no hubiera empezado a soñar despierto. Al principio sólo soñaba despierto los fines de semana en que podía quedarse en la cama por más tiempo. Y lo hacía como continuación de lo que había soñado toda la noche. Luego se convirtió en un hábito difícil de controlar y que le acarreó no pocas dificultades, sobre todo durante las clases de biología y matemáticas en las que se ausentaba totalmente del mundo y se sumergía en su laberinto de fantasías. Pero lo que realmente cambió su vida para siempre fue la extrema capacidad de atención que desarrolló durante el proceso de visualizar cada detalle de lo que su imaginación iba construyendo. La primera en experimentar lo que para entonces ya se había transformado en un poder fue Emilia, una preciosa morena de quien Jaime andaba perdidamente enamorado. Tan pronto como él empezó a soñar despierto, ella sintió una dulce ensoñación y un deseo sabroso de dormir. Pronto se halló soñando el sueño de Jaime; compartiendo las mismas caricias, las mismas frases de amor y las mismas aventuras en las que los dos eran las estrellas. Ni la gran nitidez de las visiones era capaz de igualar el realismo de esos sueños. Por eso, Emilia, al despertar, estaba convencida de que había vivido todo cuanto había soñado. Por esa 36
misma razón, al siguiente día, le pareció tan natural saludar a Jaime con un caluroso abrazo y un apretado beso. Éste, ni tiempo tuvo para sorprenderse y terminó atrapado en el embrujo de sus propias frases de amor, que ahora salían de los labios de Emilia, sólo que más dulces, más encantadoras. Como nuestro hombre era muy enamoradizo, no tardó mucho en darse cuenta de la facultad que poseía. Y la aprovechó de tal manera que nunca más sintió frustración por no ser capaz de atreverse a declarar su amor. Ahora ni siquiera necesitaba hacerlo. Su corazón y su imaginación se encargaban de todo. Así fue como conquistó a Adriana, una pelirroja de grandes ojos verdes que lo traía loco. Soñó que la seducía y luego la llevaba a un motel. Ni la mejor escena de una película romántica podría igualar a lo que ocurrió allí. Después vino lo que tenía que venir: Adriana se presentó en el departamento de Jaime, con maletas y todo, dispuesta a mudarse con él. Pero no llegó sola, su esposo se presentó a los cinco minutos para reclamarla. Ella le había dicho: “He conocido al hombre de mi vida. Me voy con él. No me busques” El la había seguido con todas las intenciones de descubrir al culpable de su repentina desdicha y matarlo. Fue así como Jaime se encontró, sin imaginárselo nunca, en medio de un hombre que lo amenazaba y de una mujer que lloraba de amor: - Señor, escúcheme, nada ha pasado entre los dos. - ¿Por qué lo niegas?. Me dijiste que me amabas y que te gustaría vivir conmigo. - ¡Canalla, nadie me quita a mi mujer sin pagarlo bien caro! - Le juro que nunca he tocado a su mujer. - ¿Por qué dices eso? Yo he venido aquí, jugándome todo por ti y tú me niegas. - ¡Cállate o te mato a ti también! ¡Perra! - Señor, ella lo ha imaginado todo. Nunca sucedió nada. Ella lo ha soñado todo. - ¡Cobarde! ¿Tienes miedo de luchar por nuestro amor? No me mereces. - Se lo juro. Todo ha sido un sueño. No tuvo tiempo de explicarse ni lo habrían comprendido. Cuando despertó, estaba en la cama de un hospital. Una enfermera le cambiaba el suero. Era muy bonita. Antes de empezar a soñar con ella se aseguró de que fuera soltera y de que no tuviera novio. Se había convertido en un Don Juan incorregible. 37
LUNAS LLENAS
Dos arrieros iban por un estrecho camino de herradura en dirección a un lavadero de oro que había en Infiernillos. Al final de una cuesta y ya entrando al páramo, divisaron un bulto que se aproximaba hacia ellos. No era un bulto, era un hombrecillo rechoncho y bajito que caminaba ladeándose. Sin saludar ni presentarse se juntó a los dos hombres y les dijo: - les cambio habas por pepitas de oro Los arrieros, medio confundidos por lo repentino del encuentro, no alcanzaron a comprender el alcance de la propuesta y se quedaron mirando como hipnotizados al hombrecillo. - les cambio habas por pepitas de oro -volvió a sonar la voz medio ronca del extraño. El primero en reaccionar fue Anselmo Salinas, quien apeándose de su mula, se precipitó a buscar en la bolsa de las provisiones el puñado de habas tiernas. - No, espera. – Intervino la voz cautelosa de Justo Encalada. Nadie ofrece oro así nomás; y menos por un puñado de habas. - Yo tengo muchas pepitas y me encantan las habas. – Intervino con su voz de contrabajo el hombrecillo mientras les mostraba unas enormes pepas de oro. - Vamos. Esto no me gusta. –Insistió Justo al ver que su compañero se aprestaba a realizar el intercambio. - No pasa nada. ¡Mira esas pepazas! - Repuso Anselmo. - Yo me voy. Allá tú si te pasa algo malo. – Contestó Justo mientras arreaba a su caballo. Te espero en la Cuchilla. – Gritó, antes de desaparecer por un recodo. Anselmo entregó su puñado de habas al extraño y recibió a su vez un puñado de pepas de oro. Ni cuenta se dio en qué momento ni por dónde desapareció el hombrecillo. Estaba embebido en su contemplación de las pepas. Las miraba, las recontaba, las palpaba con las yemas de sus dedos. “Soy rico” –se decía. “!Soy rico!” Pero no duró mucho su dicha. Ante sus incrédulos y desorbitados ojos las pepas se transformaron en sendos 38
escorpiones. Anselmo alcanzó a arrojarlos lejos de si justo antes de que uno de ellos lo picara. Horrorizado, trató de huir; pero los escorpiones lo rodearon. Si hubiera reaccionado con rapidez, tal vez habría podido saltar sobre ellos antes de que empezaran a crecer. Pero era tarde, estos se volvieron enormes y repugnantes, del tamaño de grandes y fieros rottweilers. Lo rodeaban implacables y se aprestaban a atacarlo, a clavarle sus enormes y fulminantes aguijones. Al verse perdido, cerró los ojos y se arrodilló. Suplicó a gritos a todos los santos y vírgenes y ángeles que pudo. Y tuvo tiempo de invocar a muchos porque nada le ocurrió. Así que cuando finalmente abrió los ojos descubrió que los escorpiones habían desaparecido. También descubrió que se hallaba en medio de un desierto, y en medio de una horrible tormenta de arena. La fuerza de los vientos y la violenta arremetida de la arena que zahería su rostro como si fueran millones de agujas, lo obligó a buscar refugio sin darle tiempo para preguntarse dónde estaba. Caminando de espaldas al viento, no tardó en encontrar una especie de cueva. Entró rápidamente en ella y se acomodó en un rincón. No transcurrió mucho tiempo en reparar que había otra salida. Mientras en la una boca de la cueva bramaba, amenazante, la tormenta; en la otra se divisaba un cielo azul y tranquilo. Se incorporó de prisa y corrió hacia ella. Un hermoso valle apareció antes sus ojos. Bajó hacia él. No podía creer lo que veía. Nunca había visto unos árboles tan grandes; sus frutos tenían el tamaño de los grandes zapallos. ¿Qué lugar era este en cuyo cielo volaban tantos cóndores? No, no eran cóndores, eran gigantescos pájaros. Llevado no sólo por la curiosidad sino también por la sed y el hambre, se dirigió hacia un lago que se veía en lontananza. Antes de llegar al lago encontró un riachuelo y unas frutas tan grandes como manzanas pero del mismo sabor y textura que las uvas. Después de saciar su sed y su hambre, se quedó dormido sobre la hierba. Pero su placentero sueño se vio interrumpido por unos empujones. Al abrir los ojos se vio sacudido por unas pequeñas manos regordetas. - levántate. No puedes permanecer aquí. –le decía un hombrecillo de aspecto afable. - ¿Quién eres y qué quieres? –alcanzó a preguntar, todavía a medio despertar. - Ven conmigo antes de que sea demasiado tarde. 39
- ¿Qué ocurre? ¿A dónde me llevas? -continuó preguntando mientras el extraño hombrecillo lo llevaba de la mano con mucha prisa. - No es tiempo de respuestas, te responderé lo que quieras cuando estemos a salvo. Llegaron a una especie de cabaña en medio de un bosque de árboles anaranjados. Una vez en el interior, el anfitrión se presentó: - Soy un nugri y mi nombre es Alferg. Tú no debes estar aquí, estás en peligro. Te llevaré a la salida después de doce días, cuando las lunas se alineen. - ¿Por qué doce días?. Yo quiero irme ahora. - Ahora no es posible. Pero cuando las lunas se junten, entonces, sí. - ¿Qué lunas? -preguntó Anselmo, como volviendo en sí. - Ven y mira -le pidió el hombrecillo de ojos grandes y verdes. Anselmo se acercó a la ventana y descubrió dos enormes lunas en el cielo vespertino. - No puede ser. Esto es increíble. –alcanzó a decir en medio de la estupefacción. - La una luna cruza el cielo de norte a sur. La otra lo hace de sur a norte. Cuando las dos lunas se encuentran en el cenit, sólo se ve una luna. Luego, cuando empiezan a separarse y justo cuando las dos mitades comulgan, se abre la puerta de la cueva. Sólo entonces es posible marcharse de aquí. Mientras tanto, eres mi huésped y yo te cuidaré. Anselmo tuvo la oportunidad de explorar este mundo extraño en compañía de su pequeño anfitrión. Así se enteró de que todo en aquel mundo era gigantesco debido a la influencia de las dos lunas. Bueno, casi todo, con la sola excepción de los nugris, quienes llegaron de otro mundo y se establecieron allí porque jamás encontraron la puerta de regreso. Una vez transcurridos los doce días, Alferg condujo a su huésped hasta la cueva. En cuanto las dos lunas se cruzaron, de la roca surgió una abertura. - ¡Anda, vete! Antes de que sea demasiado tarde – le ordenó el hombrecillo. Y no vuelvas nunca más. Anselmo entró a la carrera y, para su dicha, salió al mismo paisaje donde había dejado su caballo. Pero éste ya no estaba. Así que volvió a pie a su casa. Al llegar, supo que lo habían buscado inútilmente por seis días y ya lo había dado por desaparecido. 40
Al siguiente día fue en busca de su amigo y le contó su aventura. Éste no se lo creyó por más que Anselmo le juró y le rejuró. Como nadie parecía creerle y atribuían su historia a ciertos desvaríos producto de algún mal golpe en la mollera, se propuso llevar a su amigo hasta la cueva para demostrarle que no lo estaba inventando. Su amigo terminó aceptando, no tanto porque empezara a creerle sino para librarse del acoso diario al que lo había sometido Anselmo. Así fue como volvieron al páramo, al mismo lugar donde se habían encontrado con aquel hombrezuelo. Esperaban encontrarlo, y lo encontraron. Y, como antes, esta vez también les ofreció pepas de oro a cambio de habas. Anselmo hizo el cambio y, con las pepas en su palma, esperó. Cuando los escorpiones se tornaron gigantes, Justo Encalada se arrodilló y, con los ojos y los puños apretados, repitió a gritos todas las oraciones que pudo. Mientras tanto su amigo, observaba atentamente. Así vio como los escorpiones se convertían en oro sólido y cómo luego se transformaban en luz cobriza, la cual empezaba a girar en contra de las manecillas del reloj a una velocidad cada vez más vertiginosa. Fueron transportados al mismo desierto de antes y tuvieron que refugiarse de la misma tormenta de arena y en la misma cueva de antes. Después de tranquilizar a su amigo, lo animó a descender al hermoso valle que aparecía antes sus ojos. Pero no bien hubo salido, cuando una enorme mano lo garró del cuello y lo elevó a los aires. Anselmo apenas si alcanzó a ocultarse y vio, horrorizado y lleno de frustración e impotencia, como unos enormes gigantes se llevaban a su amigo. Si bien no reaccionó inmediatamente, paralizado por el terror y agazapado en un rincón oscuro de la cueva, lo hizo cuando los gigantes se alejaron. Espió en todas direcciones para verificar que no hubiera otro monstruo al acecho y luego salió detrás de su amigo, tratando de mantenerse a prudente distancia para no ser descubierto. Así fue como llegó a unas enormes cabañas de madera, a una de las cuales llevaron a su amigo. Apenas se presentó la ocasión entró. No tuvo que buscar a su amigo, sus gritos provenían de una tosca y descomunal mesa de madera, sobre la cual se hallaba su amigo, atado de pies y manos. Junto a él habían dejado un terrible cuchillo. Anselmo trató de desatarle las amarras pero todos sus intentos resultaron infructuosos. Justo le pidió que colocara el cuchillo con la hoja hacia arriba y lo sujetara así para que él pudiera cortar las amarras de sus pies con el movimiento de sus piernas. Tuvieron éxito. Enseguida 41
Justo se incorporó rápidamente y cortó las amarras de sus muñecas. Pero en ese instante entró una mole de hombre. Tendría unos cinco metros de alto. Los descubrió cuando se disponían a bajar de la mesa por una de sus patas. Esta vez fue Justo Encalada quien logró escapar gracias a que pudo salir de la cabaña por un agujero de ratones. Una vez afuera echó a correr como lo hubiera echo su caballo y no paró hasta que se sintió a salvo. Pasó la noche dentro el hueco de un gigantesco árbol. Al amanecer lo despertó un nugri y se lo levó a su cabaña, tal como lo había hecho antes con Anselmo. Allí lo tranquilizó y le sirvió alimentos, y luego le prometió llevarlo a la salida de aquel mundo al cabo de doce días. - ¿Qué le ocurrirá a mi amigo? -preguntó Justo. - Nada podemos hacer por él. A estas horas ya se lo estarán comiendo. –respondió el nugri. - ¿Ellos comen hombres? –inquirió horrorizado Justo. - La carne humana es para ellos el bocado más exquisito de este mundo. Cada vez que atrapan un humano hacen una fiesta y un gran banquete donde el hombre es el plato principal. - ¡Qué horrible! Deben haber muy pocos humanos aquí. - Aquí no hay humanos, por eso cada doce días los gigantes van a la salida de este mundo y permanecen allí, escondidos y al acecho, por varias horas. Apenas sale uno, lo atrapan, como supongo que ocurrió con ustedes. - Sí, así me atraparon - Un repugnante hombrecillo les provee de hombres a cambio de nugras, nuestras hembras. - Debe ser el mismo que nos ofreció habas a cambio de pepas de oro. Era pequeño y gordo, con las piernas encorvadas y unos dientes enormes. Así como tú. - No, como yo, no. Los nugris tenemos ojos verdes y buenos corazones. En cambio los nilotes tienen ojos rojos y corazones malditos. Los gigantes atrapan a nuestras hembras para dárselos a los nilotes como pago a sus servicios. - Eso es monstruoso –alcanzó a decir Justo lleno de rabia. - Sí, por eso tú debes regresar y alertar a todos los hombres que puedas. Si no hay más hombres no hay más paga. - ¿Y si los gigantes deciden entrar a mi mundo para cazar hombres por su cuenta? - Eso no es posible; morirían en el acto. Ellos sólo pueden sobrevivir en un mundo con dos lunas. La acción de las dos 42
juntas permite el crecimiento desmesurado de todo en este mundo. En el tuyo hubo también dos lunas hacía muchos pero muchos milenios; en ese entonces existía. una raza de gigantes. Pero cuando una de las lunas colapsó, todos los gigantes se extinguieron, hombres y bestias. - Cuando regrese a mi mundo advertiré a todo el que encuentre del peligro. Y volvió, en efecto, con ayuda del nugri. Y tal como lo prometió, contó a todo el mundo acerca de las pepas de oro y de los gigantes. Pero nadie le creyó. Con el tiempo llegaron a convencerse que había perdido la razón.
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LA OTRA ORILLA La cascada era como un gigantesco velo de novia. El río de aguas blancas se precipitaba cincuenta metros y caía sobre un enorme remanso que no se desperezaba sino dos kilómetros río abajo antes de sobresaltarse en violentos rápidos. Santiago solía ir a bañarse al pie de la cascada con sus amigos. Conocían cada rincón del remanso porque eran expertos nadadores y buceadores. Uno de sus juegos favoritos consistía en nadar lo más cerca posible de la caída de la cascada. Juego peligroso porque era muy difícil respirar de ida y casi imposible de vuelta, lo que demandaba un esfuerzo sobrehumano y unos pulmones de acero. Precisamente en este juego es que Santiago dejó de respirar unos minutos, los suficientes para morirse por unos instantes. Fue así como atravesó la cortina blanca y logró entrar a la otra orilla. Al principio pensó que la fuerza del agua lo había lanzado a tierra, pero pronto se dio cuenta de que se encontraba en otro lugar. En vez de un río vio cuatro. En lugar de su paisaje semidesértico apareció ante él una bellísima pradera tachonada de flores multicolores. Caminó como hipnotizado por el canto de fantásticas aves que revoloteaban a su alrededor y, a medida que iba avanzando, descubría animales majestuosos que deambulaban serenos y pacíficos en todas las direcciones. Cuando se encontró con una enorme y lustrosa pantera no reaccionó como lo habría hecho según su lógica de supervivencia: es decir, correr desesperadamente por su vida. Se aproximó al animal sin temor alguno y le acarició la cabeza; la bestia correspondió a sus caricias como si fuera un gatito doméstico. Algo similar ocurrió con los tigres, los leones, los lobos y los rinocerontes. Eran completamente mansos y no se atacaban entre sí. Cuando llegó al primer río descubrió que este era de un color verde esmeralda y que corría sin prisa. Se agachó y bebió. Con cada sorbo parecía calmar viejas y olvidas sedes y el agua parecía apagar todos los fuegos de anhelos y pasiones ancestrales. Hermosos caribúes y espléndidas cebras bebían también de esta agua junto a jaguares, hienas, leonas y tigres. Parecía que la cadena alimenticia aquí no existía. Nadie comía a nadie. Pero él sí sentía hambre y necesitaba comer algo. No le tomó mucho tiempo encontrar árboles frutales; los había en gran número y 44
variedad. Después de comer una extraña fruta, que tenía un no sé que de pera y un no sé que de guayaba, toda su hambre se sació, como si hubiera comido todo un banquete. Esta sensación le pareció muy extraña. Como necesitaba saber dónde estaba, buscó a algún habitante para preguntarle. Anduvo de loma en loma, de pradera en pradera, de bosque en bosque, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles; al parecer no había ningún ser humano kilómetros a la redonda. Al principio no se preocupó, se estaba tan bien allí; pero cuando decidió que era hora de regresar recién se dio cuenta que no sabía la manera de hacerlo. Regresó al exacto lugar donde había aparecido y espió por todos lados para ver si encontraba alguna salida, pero nada había en el sitio que aparentara ser una puerta, un pasadizo o por lo menos una cascada. Así estuvo varias horas, rompiéndose la cabeza y sin saber que hacer, cuando un anciano de cabello y barba blancos se le apareció y le dijo que si quería abandonar el lugar debía ir hasta un pozo de aguas oscuras y sumergirse en él hasta el fondo. No tuvo tiempo de preguntarle nada, el anciano desapareció tras señalar con su índice la dirección del pozo. Seguro de que la manera de salir era exacta a la manera de entrar se sumergió con seguridad en el pozo y buceó hasta encontrar el fondo; pero no había fondo. Salió al pie de la cascada. Después de reponerse del sobresalto, nadó inmediatamente hacia la orilla. Allí estaban sus amigos. -¡Gracias a Dios! -Pensamos que te habías ahogado. -No me van a creer lo que ocurrió -les gritó entusiasmado. En efecto, no le creyeron. Entonces él les invitó a acompañarlo la próxima vez para que lo vieran con sus propios ojos. Pero cuando volvieron a la cascada al tercer día, ninguno quiso acompañarlo; así que Santiago volvió a atravesar a la otra orilla solo. Apareció en el mismo sitio donde lo había hecho la primera vez; solo que ahora ya no tenía recelo alguno y estaba decidido a explorar más lejos. Así fue cómo descubrió que en aquel lugar coexistían todas las especies de animales, aves, reptiles y peces existentes desde la creación del mundo. Descomunales dinosaurios compartían la inmensa llanura con mamuts, tigres dientes de sable, jirafas, osos, dragones, etc. En el cielo planeaban cóndores, águilas, gorriones y pelagornis chilensis. 45
Todos convivían en absoluta armonía. Parecía que el instinto depredador de los carnívoros se hubiera atrofiado. Para llevar una prueba que convenciera a sus amigos se dispuso a tomar algunas frutas que no existían en la tierra; pero cuando se disponía a hacerlo, apareció el anciano de barba blanca y le disuadió diciéndole: - Las frutas se desintegrarían al entrar en tu mundo. - ¿Por qué? -se atrevió a replicar Santiago. - La materia en este lugar esta a una vibración superior a la de tu mundo. Si llevaras algo de aquí nadie podría verlo ni tocarlo ni percibirlo porque sus sentidos no están calibrados para captar esta realidad superior. - Yo quiero mostrarles algo de aquí para que me crean. - no te preocupes, tus amigos vendrán contigo la próximas vez –contestó amorosamente el anciano y desapareció. Santiago se dirigió al pozo y se sumergió en él para retornar a la cascada. Apenas estuvo con sus amigos les contó todo lo que había experimentado y les citó en el mismo lugar al siguiente día. No les dijo nada sobre sus intenciones para que no se sintieran presionados. A la mañana siguiente sus tres amigos acudieron y estuvieron muy contentos porque la naturaleza les obsequiaba un esplendoroso día. Santiago los retó a nadar hasta la caída de la cascada y ellos, sorprendentemente, aceptaron de buena gana. Cuando los cuatro estuvieron muy cerca de alcanzar la meta, repentinamente el caudal de la cascada se incrementó notablemente; así que se les hizo imposible respirar y dejaron de hacerlo. Fue así como aparecieron los cuatro en la otra orilla. Santiago visiblemente feliz, sus amigos notablemente desconcertados. El desconcierto se torno en asombro cuando vieron los primeros diplodocus o gigantosaurios conviviendo pacíficamente con los tiranosaurios, deidonicus, leones, camellos, caballos, elefantes, jirafas y dromedarios. Y cualquier rezago de temor que hubiera quedado tras la explicación de Santiago sobre la condición pacífica e inofensiva de todas las bestias, desapareció por completo después de la primera fruta y del primer sorbo de agua. Se hallaban a orillas de un gran lago cuando se les apareció el anciano de barba blanca. -Bienvenidos al paraíso -les dijo con voz solemne. 46
-¿Dónde están los seres humanos? Hemos explorado los bosques y las praderas y no hemos visto a nadie. –preguntó Santiago. -Abandonaron este lugar hace ya tantas eras, cuando sus almas perdieron el séptimo resplandor -¿Qué es el séptimo resplandor? –inquirió Juan -El alma humana posee siete resplandores. El séptimo es el más brillante, el más sublime; su luminosidad opacaría la luz de doce soles gigantes juntos. -¿Cómo lo perdieron? -se atrevió a preguntar el pequeño David. -Cuando la mente se convirtió en capitana del cuerpo. Entonces sus vibraciones dejaron de estar en sincronía con las del paraíso y sus cuerpos y sus sentidos degeneraron en materia más burda. Finalmente descendieron a la dimensión de donde vienen ustedes, donde la tiranía de la mente mantiene al alma subyugada. -¿Podremos volver a nuestras casas? -preguntó con cierta preocupación Daniel. -Sí, pero después de que beban el agua de los cuatro ríos. – respondió amablemente el anciano mientras les invitaba con un ademán a que lo siguieran. Los llevó al río color esmeralda y los hizo beber de su séptima cascada. Después de lo cual les enseñó una oración que debían repetir mentalmente por espacio de una hora. Luego los condujo hasta el río blanco, que parecía ser de leche, y los hizo beber de su séptima cascada. Inmediatamente después les instruyó en la repetición mental de cinco palabras mágicas, que debían repetir sin interrupción y con toda concentración por tres horas consecutivas. El tercer río tenía un color dorado luminoso y parecía ser un río de oro líquido. Bebieron así mismo de su séptima cascada. Casi de inmediato, empezaron a escuchar una música arrobadora que no sólo acariciaba sus oídos sino embrujaba sus almas. En este estado dulce arrobamiento permanecieron un largo tiempo. El cuarto río era de color violeta y no parecía contener agua sino una especie de vapor parecido a la neblina; sin embargo, pudieron beber de él. Fue entonces cuando ocurrió el milagro: primero sintieron un desmayo, luego empezaron a flotar sobre sus cuerpos y finalmente los dejaron allí, inertes sobre la hierba, y se remontaron a las estrellas, a un firmamento donde todo era luz, incluso ellos, que resplandecían como si fueran soles. Entonces apareció el anciano, el cual venía revestido de una aura luminosa que debía medir miles de kilómetros. Les invitó a 47
seguirlo y los guió a través de mundos de luz, cada uno más maravilloso que otro. Luego de… no sabría decir cuánto tiempo, los devolvió a sus cuerpos –no sabría decir de qué forma. Cuando despertaron en la conciencia corporal, allí estaba también el anciano, sentado frente a ellos. -¡Bienvenidos al paraíso! -les dijo con una sonrisa. -Ha sido maravilloso –comentaron todos, visiblemente emocionados. -¿Quieren volver a sus moradas? -preguntó el anciano. -¡No! ¡Nunca más!!De ninguna manera! -contestaron casi al unísono. -¡Bienvenidos a su verdadero hogar! Ustedes son los primeros Hombres en volver –dijo con solemnidad.
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