■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 6 de mayo de 2012 ■ Núm. 896 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Gilberto Bosques
diplomacia y humanismo
J osé M aría M urià
La ley del deseo en la sociedad de consumo: F abrizio A ndreella • P uebla , Haciendo Historia
bazar de asombros Flavio Cocho Gil y el humanismo científico En 1909 era antirreeleccionista y colaboró en el levantamiento de Aquiles Serdán; cuatro años más tarde organizó la resistencia civil contra Victoriano Huerta; en 1914 se enfrentó en Veracruz a la inv asión estadunidense y, para entonces, Gilberto Bosques contaba apenas veintidós años de edad. Sus ya más que probados valor y talento habrían de convertir a este poblano en una de las figuras nacionales más injustamente soslayadas: constituyente, pedagogo y diplomático, sin alardes ni aplauso público, durante la segunda guerra mundial Bosques fue el artífice de la salvación de más de cuarenta mil personas –españoles, judíos, libaneses–, que gracias a sus buenos oficios lograron escapar de la barbarie fascista. A 120 años de su nacimiento, La Jornada Semanal rinde homenaje a este enorme humanista, de quien queda todavía mucho por aprender y emular. Publicamos además un estupendo ensayo de Fabrizio Andreella sobre el deseo en la sociedad de consumo, así como un texto sobre el proyecto editorial Puebla, Haciendo Historia.
El doctor Flavio Cocho Gil pertenece al notable
grupo de exiliados españoles que vinieron a en riquecer la vida científica y cultural de nuestro país. Elena Aub desde hace muchos años trabaja
arduamente en la clasificación de los datos de
todos y cada uno de los “refugiados” (este nom bre era utilizado en varios sentidos) y Lolita Du
set, secretaria de la Casa del Lago, llevaba con
cuidado los informes sobre la conducta profesio nal de sus compañeros de exilio. Presidía su pe queño escritorio un retrato de nuestro estadista mayor del siglo xx, el general Lázaro Cárdenas,
y recordaba su generosidad, su espíritu de justi cia y la manera fraternal con la cual defendió la
legalidad española y atendió y apoyó, sin restric
ción alguna, a los derrotados por el nazismo, el fascismo, el espadón gallego, la jerarquía ecle
siástica y todo el repugnante hervidero de los grupos de la extrema derecha.
Flavio es, sobre todas las cosas, un humanista
inmerso en la poesía de las matemáticas y capaz
de incursionar con solvencia en los mundos de la literatura y de uno de sus géneros, el periodismo
de opinión. Fue mi compañero en las hermosas aventuras fundacionales del spaunam. Re cuerdo la desbordada elocuencia con la que de fendía sus puntos de vista siempre relacionados con la justicia y con la búsqueda de la superación del personal académico.
Creo que el aspecto principal del trabajo aca
démico de Flavio en la Facultad de Ciencias es el de la fundación de un excelente seminario de
análisis sobre las relaciones que se dan entre la
ciencia y la sociedad. En las múltiples reuniones que tuvo el seminario se cumplieron con creces las tareas de estudio y de crítica de la supuesta
neutralidad de la ciencia, y se establecieron los
rasgos principales de una tarea esencial para el Comentarios y opiniones:
desarrollo humano basado en la justicia y en la
6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega libertad. Frente a la ciencia deshumanizada y puesta al servicio del capitalismo salvaje, frente a la ciencia hecha para destruir y para explotar
al género humano, se levanta la ciencia preocu
pada por la justicia social y por el pleno desarro llo de la persona humana.
Ahora Flavio Cocho nos entrega dos libros de
creación literaria y de reflexiones sobre los con
flictos de nuestro tiempo. Son dos libros útiles, pues Flavio sabe que, como decía Marx, el arte es una dimensión esencial de lo humano. Es, en suma, un acto civilizatorio, la defensa ideal del pensamiento humanístico.
El primero contiene tres obras de teatro muy
ingeniosas y llenas de nostalgia por la herencia
griega, por la Commedia dell´arte (Arlequín co rre y salta en varias escenas) y por el humanismo
que encontró sus mejores momentos en el re nacimiento y en la Ilustración. Publica, además, una serie de artículos en los que aparecen perso najes de la mitología, como Astarte y Belial, los
títeres de cachiporra que García Lorca recoge de
la cultura popular andaluza, Chaplin, Freud, Nietzsche, Pushkin (y la consolidación de la len gua rusa) y Vélez de Guevara y su diablo cojuelo.
El segundo tomo parte de la idea de que debe
mos proponer utopías. Este libro es una especie
de caleidoscopio: lo agitamos, se mueven los vi drios y, con la sonrisa de un niño, nos deslumbra mos ante la obra de arte formada por el azar. La admiración de Flavio por la Revolución francesa
y su disgusto ante los fanatismos religiosos están
presentes en los cuentos y en los ensayos de este
libro que trata temas esenciales para el porvenir humano, pero, para nuestra fortuna, lo hace con
gracia artística y con agradecible antisol emnidad.
jornadasem@jornada.com.mx
jsemanal@jornada.com.mx
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Portada: Humanismo sin fronteras Collage de Marga Peña
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauht émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jorn ada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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cuento
Jornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012
Leticia Martínez Gallegos
Foto: Matt Weber
...e
Estudio fotográfico…
s lo único que anuncia la placa de afuera. La fachada simula un castillo. Tonos grisáceos y matices fuliginosos. Adentro, una barandilla de muro a muro. Pegada en la pared derecha, la lis ta de precios. Del otro lado, la puerta que da acceso al lugar del flash. Verónica toca con discreción sobre la barandilla. Ahora deja la mesura de lado y toca escanda losamente. La puerta se abre y una pareja sale sonriente. Verónica se asoma hacia afuera unos instantes pa ra ver a esa pareja perderse sobre la avenida. Em pieza a llover. Un joven de estatura baja y complexión delgada sale a la barandilla. Es el ayudante. Es de tez blanca, de cabello negro. Puede pasar, dice. El fotógrafo alista la cámara e ignora la voz de Verónica que le habla a alguien. Ponte el sombrero, mi amor, dice ella dirigién dose hacia su costado. El ayudante voltea buscando a ése mi amor. Nada. El fotógrafo se quita la boina de lana y su calvicie queda al descubierto. Es alto, de aspecto níveo. Es cuálido.
Me gustaría un fondo como éste, dice Veróni ca señalando una pared del estudio. Es un mural de un bosque. Grande. Da la sensación de pro fundidad. Verónica se dirige hacia un mueble de orillas ga rigoleadas que tiene espejo y repisa con accesorios de belleza. Observa su cabello bruno, escaso. Su piel, blanca. El ayudante señala el sillón estilo Luis xv que ha colocado cerca del mural boscoso. Verónica se sienta. Párate aquí, junto al sillón, yo sentada y tú de pie, dice ella insistiendo hacia su costado. El fotógrafo y el ayudante se miran entre sí. Son ríen tratando de disimular. Verónica se acomoda el escote. Cruza los pies. Sus piernas quedan inclinadas. Verónica es alta. Cuando esté lista, dice el fotógrafo. Oh, perdón, cuando estén listos, corrige mien tras busca la mirada del ayudante para reírse con él. Verónica sonríe ampliamente, inclina su cabeza recargándose hacia un lado, sobre alguien. Varias tomas. Los dos hombres actúan sin con tradecir a Verónica. Listo, comenta el fotógrafo. Suficiente.
Déjate el sombrero, afuera llueve, dice Verónica. Por favor, déjatelo, insiste mientras camina ha cia afuera. El fotógrafo y el ayudante la siguen despacio. Todos están en la barandilla. ¿En cuánto tiempo están? Cuarenta minutos, señora. Servicio exprés. Aquí la esperamos. Los esperamos, murmura entre risas el ayu dante. Ella sale y disfruta de la lluvia que empapa su vestido negro. Adentro, los hombres se miran. Ríen. Mue ven la cabeza lamentando la situación. Sienten pena por esa mujer que habla con nadie. Pena y risa. ¿Cuántas mujeres van por la vida así?, comentan. Cuarenta y tantos minutos. Las fotos están listas. Verónica no llega. El fotógrafo tiene un gesto de horror. Le mues tra las fotos al ayudante. En todas hay una pared de fondo con un gran bosque, un sillón estilo Luis xv y un hombre parado junto al sillón. El sillón está vacío. El hombre tiene sombrero •
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entrevista con Jeremías Marquines Ricardo Venegas
El poeta es
sólo otro
–Acabas de ganar el premio más prestigiado de poesía de este país, el Aguascalientes, ¿cómo recibiste la noticia?
agosto de 1968 en Villahermosa, Tabasco. Hizo estudios de filosofía y letras hispanoa mericanas. Radica en Acapulco, Guerrero, donde ejerce el periodismo. Tiene publica dos, entre otros, los siguientes libros: El ojo es una alcándara de luz en los espejos (poesía, 1996); Los frutos de la voz, ensayos sobre la obra de Carlos Pellicer, en el cual es coautor (1997) y La palabra infinita, ensayos sobre la obra de José Gorostiza, coautor, (2001). Obtuvo el Premio Clemencia Isaura 2003 de Mazatlán, Sinaloa, y el Premio José Carlos Becerra 2000, de Villahermosa, Tabasco. Este año Marquines fue el ganador del Premio Aguascalientes de Poesía.
-N
aciste en un año crucial de la vida política, económica y social de México, 1968, ¿qué significa esto para ti?
‒Derrumbe y expectativa, son dos pala bras que me llegan a la mente cuando se men ciona el ʼ68. Pero más que nacer en una fecha tan simbólica, soy producto de sus consecuencias, de sus crisis y ésas son las que me marcaron. Los años pos teriores son de corrupción, abusos y una profunda desconfianza social. La infancia la viví entre los go biernos sinvergüenzas de Echeverría y López Por tillo, así que aprendí desde pequeño a ser descon fiado y pesimista, y por supuesto son conceptos que están presentes en mi obra.
–Perteneces a una generación de poetas mexicanos valiosos y destacados: María Baranda, Mario Bojórquez, Jorge Fernández Granados y Raquel Huert aNava, entre otros, ¿cómo te sientes con tu gene ración?
‒Pienso que la idea de generación literaria donde se mete a todos por igual no me gusta mucho; me agrada más la idea de coincidencias y aproximacio nes poéticas, en ese sentido me siento más cómodo, quizá más colindante con las poéticas de Jorge Fer nández, Armando Alanís, Ernesto Lumbreras, Fran cisco Magaña, Mario Bojórquez, Juan Carlos Bau tista y, aunque no son de “mi generación”, pero me llegan por su aproximación, las obras de Coral Bra cho y Tedi López Mills. Considero que hay en las
“
En México casi nunca se premia la experimentación, el riesgo, la diferencia; por el contrario, se premia y se celebra la tradición y la cursilería.
“
Jeremías Marquines Castillo nació el 15 de
‒La noticia no la recibí yo, sino mi esposa Citlali y mis hijas Zoe y Zyanya; yo lo supe después porque no practico el uso del teléfono celular; ellas me dije ron primero y estaban más contentas que yo. Sin em bargo, sí mantenía la expectativa y la duda; confiaba en que el libro que había enviado tenía la fuerza su ficiente como para defenderse solo, y pensaba en que si había un buen jurado imparcial, como así sucedió, el libro tenía amplias posibilidades de ganar. En rea lidad, estoy más feliz porque, de algún modo, el pre mio recupera parte de la credibilidad que había per dido y que tantas polémicas generó en el pasado.
obras de estos poetas que menciono, “el sentimiento de ser todo y, a la vez, la evidencia de ser nada”. Hay incertidumbre y expectativa, pesimismo y descon fianza, y esas ambivalencias son las que me atraen. –Vivimos una era de violencia e impunidad agudizadas, ¿el mundo necesita al poeta o viceversa?
‒El mundo no necesita a los poetas, sólo necesita a mejores seres humanos. Incluso el mundo no nos necesita como especie, con los animales le basta para estar bien. El poeta es sólo otro individuo más, de masiado herido, demasiado enfermo, demasiado bárbaro como para que encima el mundo necesite de nosotros. Lo indicado sería entonces que el poeta necesite del mundo y a veces eso nos disgusta, por que, al igual que los peces, lo que nos hastía es que todo ocurre en la misma pecera. La violencia es hija de la impunidad agudizada; todos somos respon sables de esa violencia que hoy nos sitia. La compla cencia, las complicidades y la indolencia de una so ciedad cínica le dio forma al terror criminal y como siempre, tratamos de culpar a otros de lo que hemos hecho. Hay que aprender a vivir también con lo de testable.
–Dices en un poema: “Como la catástrofe/ La ilusión siempre necesita dos: el abismo y la intuición.” ¿Le falta arriesgar más a la poesía mexicana?
‒Lo que entiendo es que la poesía mexicana nunca ha arriesgado nada. Es una poesía comodina que se conforma con glosar su propia tradición, o a veces haciendo buenas glosas de otras tradiciones, como decía Cuesta. En México casi nunca se premia la ex perimentación, el riesgo, la diferencia; por el contra rio, se premia y se celebra la tradición y la cursilería; por eso lo que tenemos es una poesía endogámica, con múltiples achaques que la hacen cada vez más aletargada, sin sorpresas y alejada de los lectores. Y sí, la poesía necesita de dos: la catástrofe y la ilusión.
–¿Cuál es tu diagnóstico de la poesía mexicana actual?
‒Pienso que la poesía mexicana actual está muy alejada de las necesidades de sus lectores; no ha lo grado encontrar su lugar en la realidad actual y una consecuencia de este errar es la proliferación de tex tos vacíos que tratan de llenar recurriendo a las ex ploraciones temáticas de hospital. Es una poesía de temas más que de esplendores •
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ensayo
Jornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012
B.
Edgar Aguilar
Bruno Traven,
“
cuentística y humor
Cuentista delicioso
“
Traven fue un escritor de novelas, algunas magníficas. Si sus novelas pueden llegar a ser opresivas hasta el delirio ‒con frecuen tes dosis de humor‒; en algunos de sus cuentos se vuelca a la parodia tanto de sus modelos más cercanos (los indígenas de México) como de sí mismo. Entonces ya no es el Traven que reniega por su indecible crueldad de las injusticias sociales, si no un Traven despreocupado que no sabe o no quie re saber de afrentosos sistemas económicos ni de incentivas de rebeliones de indios mexicanos: lo que desea es, digámoslo así, desentrañar en las curiosas manías de estos, lo que lo induce a hacer mofa de sus propias manías como un gentil americano en tierras mexicanas. Canasta de cuentos mexicanos es quizá la colec ción de relatos de Traven más popular entre el lec tor mexicano. Los relatos de esta colección en par ticular dan un saludable respiro a la mayor parte de su obra. Son relatos con sobrada malicia, originales en su aparente sencillez, y algunos verdaderamen te divertidos. Nos referiremos a tres de ellos por considerar que cumplen cabalmente con los aspec tos mencionados. En “El suplicio de San Antonio” se narra la histo ria de Cecilio Ortiz, minero indígena que adquiere un reloj con el fruto de años de penoso esfuerzo. Este reloj le da a Cecilio cierto estatus entre sus compañe ros de trabajo y aun entre los capataces, quienes le solicitan repetidas veces la hora a lo largo de la jor nada. Cecilio, en un descuido e inexplicablemente, extravía su reloj. En su desesperada búsqueda y sin poder hallarlo, visita la iglesia del pueblo y recurre a San Antonio… y de aquí el suplicio del santo: al no concederle al indio la aparición de su prenda a pesar de sus ruegos y de unas cuantas veladoras prendidas, a éste no le queda de otra que hacerlo su prisionero (lo roba de la iglesia) y darle una serie de reprimen das entre cómicas y absurdas de lo que considera su deber: encontrar su reloj y devolvérselo. San Antonio es llevado al monte y dispuesto sobre el brocal de un pozo abandonado, donde Cecilio amenaza con zam bullirlo. Cecilio, entonces, de pie ante el santo impá vido, y al reprocharle su ineptitud, le otorga a éste atributos que otrora le han conferido a él sus patrones ‒lo suponemos‒ por alguna falta cometida: “Después de sufrir una semana, estoy seguro de que dejarás tu terquedad y tu pereza y tratarás de hacer algo en mi favor.” El relato se resuelve una vez que un compa ñero de trabajo encuentra el reloj entre unos montes de piedras, y ante el júbilo de Cecilio, San Antonio es devuelto a su altar en multitudinaria procesión. “Aritmética indígena” es una sabrosa relación de hechos en cuanto a la “compra” de un cachorrito, propiedad de una especie de arruinado granjero gringo. En este relato lo que destaca es la habili dad de Crescencio para envolver al apacible estadu nidense y así adueñarse del tan ansiado perrito. La astucia del indígena es tal que consigue convencer al gringo de recibir a su hija para cocinarle, por lo cual recibirá como pago de adelanto un peso plata, el mismo valor que posee el cachorro. De esta mane ra, al efectuarse el pago acordado es como Crescencio logra hacerse “honestamente” del cachorrito, pagan do por él exactamente un peso plata. Eulalia, la su
que supo explorar el lado menos trágico
de la miseria humana.
puesta hija de Crescencio, nunca se presenta en casa del gringo. Éste, aún crédulo de que Eulalia ha su frido un lamentable percance, baja hasta el jacal de Crescencio, donde encuentra al indio jugando diver tidamente con el perrito. El gringo reclama a Eulalia. Crescencio se defiende aludiendo que cumplió su palabra: le pidió a su hija que fuera a casa de aquél, pero ésta se negó argumentando que jamás iría a ser vir a la casa de un gringo mugroso. Y como ya está la muchacha en edad de valerse por sí misma, sigue contando Crescencio, no hay forma de obligarla… El estadunidense exige entonces el cachorro, a lo que Crescencio le responde recordándole que ya hubo un trato de por medio entre los dos: “‘Está bien, Cres cencio’. Eso fue lo que usted dijo, exactamente. Y agregó que el perrito era mío, ya que lo había yo com prado honradamente pagando por él un peso plata”. Al gringo no lo queda más remedio que admitir que ha sido burlado. En “Dos burros” vemos al mismo estadunidense de vida pacífica y honrada. En el pueblo hay un burro
suelto que causa destrozos y arremete contra los de más burros. Es un burro aparentemente sin dueño, feo, con un gran tumor en su anca izquierda, al que todos los lugareños desdeñan y aporrean. El gringo, al darse cuenta de que para ser “alguien” en el pueblo se requiere de un burro, decide tomarlo y aligerar en al go sus quehaceres del campo, previa consulta con un indígena del lugar y saber si en realidad el asno no pertenece a ningún vecino. Y al constatar que no per tenece a nadie, se hace cargo de él. El burro resulta ser un excelente animal, resistente y sano. Y aquí ini cia el calvario del gringo: debe pagar cierta cantidad al primero que se le ocurra pasar a su choza recla mando a su bestia… El colmo del asunto llega cuan do hasta el alcalde del pueblo reclama al gringo lo que es “propiedad de la comunidad”, por lo que de be pagar, una vez más, cierta cantidad por el burro. Al término aparece la legítima dueña del animal, do ña Amalia, quien con estas finas palabras encara al estadunidense: “¡Salga, desgraciado ladrón, venga, que tengo que hablar con usted y no me gusta espe rar, perro tal por cual, gringo piojoso!” El gringo pierde finalmente a su burro y, haciendo alusión al título del cuento, cierra con humor: “El lector se pre guntará ¿y el otro burro? Pues bien, nuevamente an da en busca de algún sitio tranquilo donde vivir (…)” La gracia con que Traven hilvana estas breves his torias, y su aguda capacidad para penetrar en el ha bla, en las manías y costumbres de los indígenas de México y provocar situaciones chuscas, tanto por las circunstancias mismas en que se ven inmersos sus personajes como por la destreza narrativa que ori gina que éstos se expresen y actúen deliberadamen te para lograr sus propósitos, hacen del enigmático autor que escribió la mayor parte de su obra en nues tro país un cuentista delicioso que supo explorar el lado menos trágico de la miseria humana •
La ley del deseo en la
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Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com
Dócil al deseo, la realidad se transfigura para que brille suprema la verdad creída
Edmundo O’Gorman
Un obscuro alumbramiento
E
l ser occidental (que hoy se ha afirmado como ser planetario) nace de manera trágica. Su his toria se estrena con la ruptura de tabúes esta blecidos por dioses que no quieren compartir con él los conocimientos prácticooperacional (el fue go) y especul ativo (el bien y el mal). Son Prometeo y Eva los progenitores responsables de esta civilización. Debido a sus actos de insubor dinación, la historia de la humanidad –que brota como réplica al castigo– es un camino de conquistas y desconsuelos, éxitos y sufrimientos. Devorándole el hígado con el pico feroz de un águila, Zeus inflige a Prometeo y a todos los hombres el perpetuo dolor físico de la penitencia. Expulsando a Adán y Eva del Edén, Yahveh condena a la pareja primordial y la humanidad venidera al dolor del par to y al agotamiento por el trabajo. Precios muy altos, es cierto, pero el fuego y la man zana siguen siendo el barco y la brújula del ser hu mano para cruzar el charco de la vida, porque sin la técnica y la especulación la historia no habría podido marchar. Ahora bien, ¿cuál es la infracción que los dioses sancionan de manera tan drástica? La culpa imper donable es haber sobrepasado los límites de la con dición humana, arrogándose unas prerrogativas de la divinidad.
Destino y desmesura El “ser primitivo” lo sabe muy bien, porque percibe el peligro connatural a cualquier forma de exceso y abuso. Observando su entorno ve que todo tiene su limitación natural y para él cualquier perturbación del ciclo regular de la vida es una consecuencia de una mala conducta humana. Sin embargo, en tiem pos normales y de buena conducta, el sol calienta sin quemar, la lluvia riega sin inundar, las plantas y los animales permiten a los hombres alimentarse. En la sociedad primitiva, el crecimiento es contro lado por la moderación y el respeto a la naturaleza como organismo vivo y divino. Para liberarse de la amenaza que se oculta en todo lo que sobra, que ex cede los límites de lo necesario –Bataille la llamó “la parte maldita”– rituales como el potlach, o sea, un radical intercambio de dones, reducen la acumula ción familiar y las diferencias sociales. El “ser bíblico” avista el mismo riesgo y lo inter preta a nivel moral. Por eso frecuenta un acto y una actitud como el sacrificio para aniquilar la sober bia, que encabezará el listado de los siete pecados cap itales. También el “ser griego” conoce el peligro del or gullo incontinente. Le llama hybris. Es la arrogancia y la desmesura, cualidades que inducen a desafiar a los dioses y sus leyes.
Hoy, las cosas son diferentes. El “ser planetario” de la sociedad occidentalizada ha arrinconado a los dioses en el cielo más lejano, y los dioses, resentidos, han abandonado el hombre a su destino. Entonces, si ya no hay competición entre lo huma no y lo divino ¿qué ha pasado con ese rechazo a los límites? Si ya no existe una trascendencia que anhe lar, ¿hacia dónde se canaliza la hybris, la desmesura del hombre?
El camino de la técnica El camino del hombre occidental es una maravillosa y aterradora historia de dominación. Del fuego de Prometeo y de la manzana de Eva nació el camino de la técnica. Un camino sin límites o, más bien, que rechaza el concepto mismo de límite, porque si el hombre es el único creador de su destino, no exis te nada ni nadie que pueda obligarlo a moderar sus apetitos en pos de un bien mayor. Cuando el hombre ha tomado este camino, el mo vimiento –raíz del crecimiento– se ha transformado en un derecho natural y un deber ético que no tiene limitaciones legítimas. El resultado es que en Occi dente conceptos como producir, ampliar, renovar, aprovechar, transformar, cobrar, lucrar son valoriza dos como virtudes a priori, independientemente de los costos sociales, ambientales y humanos que pue dan causar. Si una mercancía logra el estatus de “nueva nece sidad” a través de su éxito y difusión capilar, su even tual insalubridad no es un impedimento. Se razona solamente sobre cómo reducir los efectos secunda rios nefastos. Es paradigmático el silencio cómplice que, des conociendo los costos en vidas y gastos sociales, ha protegido la difusión del tabaquismo (daños pulmo nares) y hoy favorece la telefonía móvil (daños cere brales). De legitimar las oportunistas omisiones de em presarios, políticos, periodistas, publicistas, inves tigadores y médicos –que tutelan el crecimiento eco nómico ignorando intencionalmente los daños sociales– se encarga una forma moderna de trascen dencia, una maquinación espontanea del ser huma no: el deseo de los productos a la venta. He aquí el sendero de la nueva desmesura. La hy bris que ya no mira al cielo de lo divino ha saltado a la arena de lo económico, donde el culto a lo ilimita do tiene como su oficiante el ser anhelante.
La economía del deseo El deseo nace de un vacío y vive de insatisfacción. Cada intento de saciar un anhelo revela un malestar por la ausencia del objeto añorado, y entonces un deseo satisfecho es antes que nada una carencia eli minada. Por eso el placer de la compra, de la adquisición de una mercancía, no es más que un temporal alivio. Poco después, el estatus de ser anhelante reafirma su jurisdicción en el consumidor. De hecho, el bien de consumo tiene una función psíquica doble y contraria: estimulante para inducir la compra, y anestésica para ofrecer una experiencia, aunque fugaz, de placer negativo, o sea, de ausencia de deseo.
En este movimiento cíclico entre tensión excitada y relajamiento satisfactorio, el deseo siempre resu cita después del placer alcanzado, y así persiste bus cando otro bien de consumo. Como nos revela el donjuanismo del seductor insatisfecho, la esencia misma del deseo es la insaciabilidad, una caracterís tica muy apreciada por el mercado. En efecto, en la economía de mercado avanzada, los deseos tienen que coincidir con las exigencias del sistema y se amoldan a los bienes de consumo con un espíritu de “supervivencia del más apto”. Son enton ces deseos ubicuos y disponibles, pero efímeros e inestables, porque la velocidad con la que se rempla zan uno a otro los transforma en caprichos volátiles.
La producción del deseo Una de las precondiciones más ventajosas para el surgimiento del deseo consumista es el individuo serializado. Ya Marx, en los Grundrisse, aclaraba que “la producción produce no sólo un objeto para el su jeto, sino también un sujeto para el objeto”, y seguía constatando que “la producción produce, por lo tan to, el objeto del consumo, la forma del consumo, el impulso al consumo”. El hirsuto pensador alemán no intentó extender su análisis a la esfera psicológica, pero esas aseveraciones implican que el sistema eco nómico es uno de los creadores del sistema psíquico moderno. La proposición marxiana podría entonces desarrollarse así: “El deseo produce, por lo tanto, al sujeto del consumo, la costumbre al consumo, el re cuerdo del consumo.” Por lo tanto, la producción de deseos es el ver dadero mecanismo propulsor, el manantial primario del sistema consumista. Esta fabricación psíquica de un ser anhelante es lo que produce “el sujeto para el objeto” y “el impulso al consumo”. Aquí la economía se entrelaza con la psicología profunda y con los mitos que nadan en las aguas pa lustres del inconsciente colectivo. Que el afán sea de un par de zapatos Jimmy Choo, del alma gemela, del último iPad o de revolucionar el planeta, el deseo insatisfecho e insaciable no es de ninguna manera un exceso patógeno, un efecto se cundario de un sistema que persigue con cordura el bienestar. Es, al contrario, condición esencial para que el sistema funcione. La economía de consumo requiere entonces de un ambiente psíquico donde deseos insatisfechos y pro mesas de satisfacción se agarren mutuamente en un baile que nunca se acaba. Cuando el deseo ve en el consumo su aplacamiento, el deseo se vuelve capri cho y el consumo, acto de satisfacción fugaz.
Crecimiento y deseo Claro está que el hombre satisfecho, contento y sa ciado es perjudicial para un sistema que se sustenta en un crecimiento constante y necesario del consu mo. El deseo es la gasolina a nivel psíquico del mo vimiento ascendente a nivel económico. No hay con sumidor si no existe un ser anhelante. Sin embargo, la crisis económica planetaria ha de mostrado que el sistema económico ya no puede sos tenerse ni siquiera con un ritmo acelerado de consumo. El estilo productivo actual, acompañado por una neofilia que la publicidad se encarga de esti
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inmaterial de miedos y ardores, insatisfacciones y exaltaciones, emulaciones y neurosis, corajes y vo luptuosidades, tiene un producto material para todas estas emociones. La economía del consumo resulta ser una econo mía emocional que nos ha transformado a todos en pequeños donjuanes que pasan de un producto al otro sin parar. No es accidental que el postmoder nismo sea la época de una neofilia obsesiva. La fascinación colectiva por el último modelo tecnoló gico, que repudia como “antiguo” un producto de uno o dos años, transforma el nuevísimo objeto de consumo en una especie de elixir maravilloso. La hybris emocional colectiva resulta rentable para ocasionar las transacciones necesarias a la sobrevivencia de la máquina del consumo.
La promesa apócrifa de satisfacción Resulta claro que, analizando la naturaleza del de seo postmoderno, se descobija una contradicción del capitalismo avanzado. El fin declarado, con el cual el sistema quiere legitimarse y justificar sus imperfecciones, es la satisfacción de las necesida des sociales e individuales. Sin embargo, este ob jetivo es un obstáculo a la existencia misma del sistema que lo promete. Un sistema que se susten ta sobre la perpetuación del ser anhelante. En este ser, al fin y al cabo, los deseos son las mil caras de esa deidad policéfala que es el deseo en sí, el deseo Marcus, Nuevo modelo de hombre. Cartel tomado de: www.consumehastamorir.com
sociedad de consumo mular, ha tratado de reducir a lo mínimo la dura ción de los bienes de consumo. Que un reloj dure una vida, un coche veinticinco años y un par de zapatos diez años, ya no es admisible económica y psicológicamente. Entonces, para desvincular por completo el sistema productivo del concepto de necesidad, hay que ignorar la noción de consumo y fomentar una compra independientemente de su utilización. La razón es evidente: la cantidad de mercancías que cada ciudadano posee tiene que crecer cons tantemente para sostener la producción. Sin embar go, ese crecimiento no puede ser infinito, porque el tiempo y el espacio necesarios para “experimen tar” objetos están biológicamente definidos. Pres cindir de esa “experiencia” o virtualizarla se vuel ve así el paso obligado de este camino sin límites –cargado de hybris, dirían los griegos – de la eco nomía de mercado. Por lo tanto ya no importa si consumimos, lo importante es que compramos. El estatus de com prador suplanta al de consumidor porque confina la experiencia adquisitiva a la emoción fugaz del capricho satisfecho, prescindiendo del tiempo pa ra disfrutarla y del espacio para consumirla o al macenarla. De esta manera, la máquina productiva
puede seguir alimentándose de nuevos deseos sin las pausas necesarias al consumo. En este círculo vicioso no se persigue el bienes tar, es forzoso estar mejor; no se disfruta el nivel de vida conseguido, es obligatorio elevarlo a pe sar de su altura. El bienestar ya no es un estado, sino un trayecto. Filosóficamente se puede decir que esta es la de mostración psicológica y económica de que en Oc cidente el Devenir ha triunfado sobre el Ser.
Sensacionalismo y neofilia Con la incesante promoción de transacciones para que el sistema pueda vivir a través de su crecimien to, la condición psicológica actual es cautivada por un sensacionalismo compulsivo que ya no es só lo una imposición de los medios, sino una necesi dad individual de agitación. La sobreexposición a seducciones audiovisuales ha aumentado paulatinamente el “umbral de la per cepción”. Vivimos en una constante e inconsciente agitación sensorial y emocional, tanto que el horror, la tragedia, la muerte son hoy los espectáculos más exitosos en el mercado de las “noticias”. La sobreex citación es nuestra condición normal. El mercado
por el deseo, el deseo decepcionado que persigue una satisfacción ilusoria y momentánea en los ob jetos adquiribles.
Palabras del deseo Deseo es palabra que esconde en su etimología la odisea que promete a los hombres: deriva del latín de sidera, o sea de las estrellas. Desear significa suf rir la distancia que existe entre la realidad y el sueñ o, entre la tierra y las estrellas (por divinas e impalpables o profanas y materiales que sean). Asignar al mercado la tarea de aplacar nuestros apetitos significa someterse a una fuerza ajena que nos domina de manera obscura. Los tiempos de crisis feroz que estamos vivien do tal vez nos pueden ayudar a descubrir caminos hacia una felicidad emancipada de la cadena de los deseos compulsivos. Uno de esos aforismos para cursilerías new age dice: “Felicidad es desear lo que ya se tiene.” Creo que se pueda tomar sin vergüenza com o una indicación filosófica para enfrentar la crisis más profunda que el sistema económico y psicológi co capitalista enfrenta desde la Gran Depresión del 1929 •
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Gilberto Imagen tomada del documental Visa al paraíso
U
José M. Murià
na de las últimas apariciones en público de Gilberto Bosques Saldívar fue el 4 de agos to de 1988, cuando le entregó a la Secretaría de Relaciones Exteriores lo que podríamos denominar su archivo diplomático, para que se sumara, con todas las de la ley, al repositorio tlatelolca que, con el nombre de“Genaro Estrada”, constituye la principal memoria de la política inter nacional mexicana. Desde un tiempo atrás, personal bien capacitado del propio ministerio había trabajado en el ordena miento de tan preciado material, mientras una acucio sa historiadora, Graciela de Garay, grabadora en ris tre, le hacía una serie de entrevistas con el mayor rigor que reclama la llamada Historia Oral. En consecuen cia, después de procesar adecuadamente el material, ese mismo día se presentó un precioso libro con el tí tulo Gilberto Bosques, que era el segundo de la serie llamada Historia Oral de la Diplomacia Mexicana. Fue un mediodía espléndido. Don Gilberto tenía ochenta y seis años recién cumplidos y, aunque lle vaba un cuarto de siglo de vida muy privada y reque ría de una silla de ruedas ‒por lo cual fue necesario improvisar una rampa que le facilitara el acceso al presidio del auditorio aquel‒, su lucidez,serenidad y atingencia impresionaron a toda la concurrencia. Mucho después de ese día, algunas agrupaciones de personas cuyos ancestros antaño se habían bene ficiado sobremanera de las gestiones de Bosques en Europa, durante los años en que campeaba el totali tarismo por allá, procedieron a recordarlo pública mente y hasta hacerle algunos homenajes, pero todo ocurrió mucho después de su fallecimiento, en 1995. En el ínter se exhibió con éxito aquella película en la que un empresario llamado Oskar Schindler salva la vida de un poco más de un millar de judíos, lo que dio lugar, no hace mucho, a que Bosques fuese llamado “el Schindler mexicano”. ¡Siempre la refe rencia foránea para justificar lo bueno que tenemos! Si, por lo bajo, la lista de Bosques es cuarenta veces mayor, entre judíos, libaneses, brigadistas inter nacionales y, sobre todo, republicanos españoles, tal vez resultaría más adecuado que Schindler pasara a ser llamado el “Bosques alemán”. Pero, además, como embajador en Cuba desde 1953, realizó una gran faena rescatando de las garras del criminal Servicio de Inteligencia Militar ( sim ) a disidentes de la dictadura de Fulgencio Batista, quie nes simple y sencillamente eran asesinados donde se los hallara. Le ayudó, sí, el rencor que Ruiz Corti nes le tenía a Batista, primero, y después la simpatía de López Mateos por Fidel Castro –quien fue de los
protegidos de Bosques‒, pero incluso asiló con dili gencia a cubanos que pidieron ayuda al triunfo de la Revolución en 1959, sólo que, a diferencia de su su cesor, sin medrar con ello. Bosques se retiró en 1964 siendo aún embajador en la Isla, debido a que el nuevo presidente sería Díaz Ordaz, poblano igual que él y, al parecer, bien cono cido también. Por eso le pidió a López Mateos que lo relevara de su cargo para “no verse obligado a cola borar con ese señor”. Con anterioridad a Cuba, Bosques había pasado “dos años de vacaciones en Suecia”, como él los de finió, también con el mismo cargo y promoviendo las relaciones económicas y culturales, hasta que “can sado de descansar” pidió su cambio y lo trasladaron, según su decir, del sol de medianoche al sol de todo el día y de todos los días. Lo cierto es que se había ganado sobradamente el descanso: llegó a Estocolmo en 1950 proceden te de Lisboa, donde había estado un lustro traba jando casi siempre a favor de mandar a México a los españoles que lograban fugarse de su país y entrar a Portugal. Sin embargo, también aprovechó una buena co yuntura que le ofreció el embajador brasileño en Es paña para rescatar casi todo el archivo de la embaja da mexicana que se había quedado en Madrid, parte del mobiliario, la biblioteca y algunas obras de arte. El deseo del gobierno de Franco de ganar entonces la buena voluntad del gobierno mexicano, en aras de conseguir su reconocimiento o de que mermara su explícita animadversión en los foros internacionales, hizo que las autoridades se hicieran de la vista gorda desde que los camiones salieron de Madrid hasta que cruzaron la frontera lusitana. Justamente en Lisboa toda la legación mexicana ‒incluyendo a Bosques‒, que había permanecido prisionera en Francia durante un año, a partir de que nuestro gobierno le declaró la guerra al Eje, el 22 de mayo de 1942, había sido permutada por prisione ros alemanes a la proporción de doce de ellos por cada uno de los nuestros. Pero antes de substituir al embajador Juan Manuel Álvarez del Castillo, en 1944, Bosques pasó a México donde tuvo una recep ción apoteósica. Él mismo lo cuenta así: “Estuvieron esperándonos muchos españoles y de otras na cion al idades que habían participado en la guerra. Aguardaron durante ocho horas, pues el tren venía retrasado... Fue una recepción muy emotiva. Lleva ron las banderas de México y España… Fue algo un tanto inusitado. Realmente todos los andenes y los patios estaban llenos.” Bosques había sido desde 1938 cónsul general de México en Francia y, al final del proceso, incluso en cargado también de la embajada y, durante ese tiem po aciago en Europa para la democracia y los dere
chos humanos, desarrolló una de las más notables tareas de solidaridad humana de que tiene noti cias la historia de las relaciones internacionales de todos los tiempos. ¿Q uién era este hombre , alto, corpulento y de perfil recio? Pues un mexicano como muchos que desde joven se había lanzado a la “bola” revolucionaria, dejando para ello a medias sus estudios de profesor, aunque los concluyó algunos años después. Nació en Chiautla, en 1892, en una familia rural acomodada, y su primera instrucción se la pro porcionó su mamá en casa, pero luego la validó en la ciudad de Puebla y así pudo ingresar al Institu to Normalista de esa ciudad. Fue entonces cuando estuvo a punto de morir en los hechos del 20 de
El 4 de junio de 2003 el gobierno austríaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, el nombre Paseo Gilberto Bosques
noviembre en aquella ciudad, pero logró sumar se a los rebeldes que se remontaron a la Sierra de Puebla. Luego lucharía contra el gobierno de Vic toriano Huerta y combatió la intervención yanqui en Veracruz. Dado que le faltaron pocos meses de edad, no fue diputado federal constituyente en 1916, pero sí pudo participar un tiempo después en la redacción de la Carta particular del estado de Puebla. Procedió a organizar el primer Congreso Nacio nal Pedagógico, que comenzó la adecuación de la enseñanza nacional al emergente ideario revolucio
Bosques
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diplomacia y humanismo
Arriba: El castillo de Reynarde que restauró el consulado de Bosques, alojando de 800 a 850 personas
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consulado mexicano tuvo que ser cambiado a Bayo na; pero luego se pasó a Marsella, por ser éste el único puerto de la Francia “libre” y que, además, está en el Mediterráneo. Cabe recordar que la juris
¿Quién era este hombre, alto, corpulento y de perfil recio? Pues un mexicano como muchos que desde joven se había lanzado a la “bola” revolucionaria, dejando para ello a medias sus estudios de profesor, aunque los concluyó algunos años después.
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nario. En 1921 fue secretario general del gobierno de Puebla y, al año siguiente, ya con edad suf iciente, pasó a ocupar una curul en la Cámara de Diputados federal. Ocho años después volvería a hacerlo. En 1938 fue director del periódico El Nacional, con el que ya había venido colaborando, lo mismo que pa ra la revista Economía Nacional, de la que llegó a ser Jefe de Redacción. Además incursionó en la radio. También trabajó en la Secretaría de Educación y, poco antes de partir rumbo a Francia, había sido nombrado presidente del Centro de Estudios His panoamericanos. Amigo de muchos dirigentes nacionales, en es pecial de Lázaro Cárdenas y de quienes manejaban la política exterior de México, se vio natural que, en 1938, el presidente lo nombrase cónsul general en
Claro que se enteraron de la ayuda que proporcio nó a judíos residentes en toda Europa occidental y aun en lugares más lejanos. Claro que supieron de los cientos de libaneses documentados y enviados a Mé xico. Por supuesto que estuvieron al tanto de los edi ficios que consiguió para albergar refugiados espa ñoles, de las casas de recuperación que estableció para niños huérfanos o con mala salud. Si no lo su pieron con precisión, al menos tuvieron una idea de los dos refugios bien resguardados para republicanos que requerían de protección especial, pues eran per seguidos descaradamente por la policía franquista. Todo ello implicó una actividad febril y riesgosa que Bosques y su gente desarrollaron inspirados por aquellos principios de la política ext erior mexicana que luego tuvieron a bien asesinar Fox y Calderón.
El embajador Gilberto Bosques (de sombrero) con exiliados
Imágenes tomadas del documental titulado Visa al paraíso, realizado por la cineasta mexicana Lillian Liberman
Francia y luego le diese todo su respaldo, máxime que siguió bien sus instrucciones. Era Bosques una de sus mejores cartas y el presi dente Cárdenas decidió jugarla cuando ya se percibía el derrumbe de la República Española. Lo que suce dió después demostró cuán atingente fue la decisión. Como él mismo dice: solamente algunos diplo máticos de carrera y de viejo cuño hicieron cuanto les fue posible para evitar el traslado y la instalación en París. De esta manera, su primera gesta consis tió en sortear las dificultades que le pusieron para instalarse, pero pronto empezaron a llegar prófugos de España, y los problemas mayores a surgir. Como es de suponer, las cosas se complicaron mucho más cuando los alemanes barrieron a los franceses y el
dicción consular de Bosques era casi toda la costa del mare nostrum. En Marsella estuvo hasta 1942, cuando los fran ceses llevaron a las cuatro decenas de funcionarios mexicanos a un balneario en los Pirineos y luego fue ron entregados a los alemanes, quienes los recluye ron en lo que Bosques definió como el “hotel-prisión de Bad Godesberg”, donde permanecieron más de un año, hasta su permuta en Lisboa. La Gestapo estuvo siempre bien enterada de lo que hacía el consulado mexicano. Entre otras co sas porque, sin el menor recato, establecieron sus oficinas en Marsella justo en el piso de arriba… en tanto que los japoneses se quedaron con el si guiente.
También hubo de afrontar y equilibrar las dis putas entre distintos líderes españoles por la for mación de aquellas largas, pero insuficientes, listas de gente que documentó y embarcó hacia México y, luego, cuando Cárdenas dejó la Presi dencia, sortear las limitaciones a su selección que quiso imponer el nuevo secretario de Goberna ción, Miguel Alemán. De todo salió bien librado y constituye su gran monumento la nómina de cerca de cuarenta mil refugiados de diferente condición, pero amantes todos de los derechos humanos y de la democra cia, quienes salvaron su vida o, al menos su liber tad, gracias a este gran mexicano parido por la Revolución •
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leer Cuentos de lo extraño, Robert Aickman, Atalanta, México, 2011.
EL DESCONCERTANTE MUNDO DE ROBERT AICKMAN RAÚL OLVERA MIJARES
No sólo los grandes nombres en la historia de la literatura merecen la atención del público en general, sino también esos autores oscuros, escasamente conocidos, como Robert Fordyce Aickman (1914-1981), cuya obra en su propia lengua, la inglesa, conoció un período de eclipse. Aickman, con ese particular apellido escocés escrito con la adición de una c (la forma habitual es Aikman), fue hijo de William Arthur Aickman, arquitecto sin mucha fortuna, de familia acomodada pero venida a menos, compañero de Richard Marsh, con cuya hija, Mabel Violet, contraería nupcias el padre de Robert, recordado por él en su autobiografía, The Attempted Rescue (1966), como un hombre severo y las más de las veces ausente; su educación e iniciación en la lectura correría a cargo de su madre. Novelista, crítico de teatro, cuentista, amén de su destacable labor en la edición de cuentos de misterio, donde pudo exponer con detenimiento su ars poetica acerca del género o más bien subgénero del horror. El abuelo materno, Richard Marsh, cuyo verdadero nombre era Richard Bernard Heldmann, escribió The Beetle (1897), una novela que rivalizaría en ventas con el Drácula, de Bram Stoker, aparecida por cierto el mismo año. Ecos de William Bedford y Horace Walpole, entre otros muchos autores, son perceptibles en su narrativa. Por un tiempo Robert Aickman, ya casado, vivió en Bloomsbury poco después de la segunda guerra mundial. Si hay un escritor cuya afinidad –más que influencia– pueda destacarse, ése sería Forster, y más por sus novelas largas que por sus short stories también anticlimáticas, de finales abiertos, que procuran siempre evitar lo obvio. Robert Aickman imparte una lección para el narrador en cierne que resulta difícil precisar en unas cuantas frases. Ese mundo suyo enclavado entre lo alegórico y lo onírico es, sin lugar a dudas, su principal legado. Sus historias son sutiles, difíciles de captar, aunque fáciles de disfrutar, pues admiten múltiples sentidos, los que la erudición en lo oculto, la cultura literaria o la fantasía de cada lector tenga a bien adjudicarles. Toda una revelación, la de este autor; uno de esos escritores anómalos, emparentados hasta cierto punto con Franz Kafka, Bruno Schulz o Gustav Meyrinck, en una versión acaso más convencional. Lo extraño, una categoría con la que el mismo Aickman recalcaba el carácter peculiar de sus textos, Strange Stories y Strange Tales, fueron expresiones de las que se sirvió en más de una ocasión en los subtí-
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tulos de sus colecciones de relatos. Lo extraño, en suma, considerado como una dimensión que estuviera acechando ahí, en algún lugar, en ningún lugar, dispuesta a atacar, a echarse encima, salir al encuentro a la menor provocación. El mundo cotidiano, tras la lectura de estos textos, adquiere otras tonalidades, nuevos visos, otros sesgos. Muchos desarrollos se vuelven posibles. La conclusión se vuelve inevitable y arrolladora: Es más lo que desconocemos que lo que creemos conocer •
Respondo por lo que digo, Marco Antonio Campos, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2011.
EL ARTE DE LA EXACTITUD ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
La cultura de la entrevista, si así le podemos apodar dado que hoy todo es cultura –se dice–, faculta una caterva de catástrofes del ego que nadie ignora porque todos admiramos a alguien, en el fondo. Se trata de una cultura reverencial en la que uno pregunta azorado y el otro responde categórico, en la que se da cuenta de una admiración visible y pertinaz o se cumple con un trabajo en el que se debe parecer devoto de la persona en cuestión. Sería más propio llamarlas diálogos o conversaciones, pero el término entrevista se ha impuesto de manera tan natural en nuestro imaginario cultural y mediático como un curso escolar o el infame informe de actividades: resulta tan “natural” entrevistar al individuo a modo, que poco nos importa que no diga nada (como los futbolistas en el entretiempo) o que aproveche la ocasión para prodigarnos los estatutos vigentes del buen comportamiento o de la conciencia moral o de su genialidad atroz. El sujeto de la entrevista, sin embargo, no es siempre el que contesta las preguntas. Sabemos de entrevistadores que se imponen a su interlocutor con precavida o imprudente alevosía. Basta toparse con un noticiero televisivo o sintonizar la radio en mala hora para advertir cómo el que habla sólo dice lo que el otro le obliga a confesar, ventrílocuo avezado en el arte de no dejar hablar
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o de hacer decir lo que se esperaba: formas de una misma farsa. No es éste el caso del libro de Marco Antonio Campos, poeta en modo alguno ajeno al género coloquial (De viva voz, Literatura en voz alta y El poeta en un poema son libros previos donde se dio a conversar con escritores) pero en absoluto absorto consorte del oficio de adular al entablar una entrevista, que es siempre un trasunto de la intimidad. El poeta conversa con diecisiete poetas y otros tantos demiurgos del arte de narrar o pintar o hacer historia o interpretar música. Que la exacta mitad de su atención recaiga en orfebres de su oficio es hasta cierto punto natural. Que la mirada con que los arrope sea poética es un lujo que no le ocurre a cualquier entrevistado. Porque lo que hace Campos en este libro (y, según recuerdo, en los otros que dedicó al género –el tiempo del verbo indica que ya no lo hará más, de acuerdo con lo que apunta en la nota inicial) es supeditar la trama de la vida al esguince de lo imprevisto, la revelación de lo previsible al atisbo de la verdad interior, ésa que sólo descubre el poeta que se apersona frente al entrevistado (y no lo aprisiona), ésa que sólo cede a la sed de ser cómplice del interlocutor (y no su confesor moral). Y entonces lo que cuenta (esto es, lo que narra, pero también lo que vale) en Respondo por lo que digo es la manera como el autor lleva a su huésped intelectual a descubrir, durante la entrevista, lo que acaso nunca había columbrado de esa manera. Sobran los ejemplos de este hallazgo de minería mental, pero destaco cómo Juan Bañuelos reconoce, conversando con Campos, que “el ritmo que sale de mis versos proviene de los golpes que daban mi padre y sus ayudantes sobre el yunque” (eran forjadores de hierro en la selva lacandona), y la manera en que hace decir a Bonifaz Nuño, reconocido grecolatinista, que su “cultura no está en la Venus de Milo sino en la mal llamada Coatlicue, la que siempre que veo me habla en mi idioma y me dice lo que soy”. Ambas son apenas imágenes entrevistas en las conversaciones reunidas en el libro, pero al mismo tiempo constituyen la tónica del quehacer coloquial de Marco Antonio Campos, para quien la poesía, su tarea natural, es una herramienta de acercamiento a la naturaleza esencial, al núcleo del trabajo de treinta y cuatro artistas que, a la lupa de sus precisas preguntas (si algo es un poeta es un artista de la exactitud), nos dejan ver, si no la clave del enigma de su obra, por lo menos las esclusas que abrieron paso al torrente de su creatividad •
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leer
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El tiempo envejece de prisa, Antonio Tabucchi, traducción de Carlos Gumpert, Anagrama, España, 2010.
EL ÚLTIMO TABUCCHI MIGUEL BARBERENA
El italiano Antonio Tabucchi, nacido en 1943, muerto el pasado 25 de marzo en Lisboa, fue un escritor de primera magnitud. Empezó su carrera con dos novelas hoy relegadas –Piazza d’ Italia (1975) e Il Piccolo naviglio (1980)–, pero pronto descubrió la verdad y se orientó hacia el cuento -il racconto-, género donde alcanzó su mejor escritura. Su primer libro de cuentos, El juego del revés (1981), fue una revelación; para el segundo, Pequeños equívocos sin importancia (1985) se le comparaba con Borges. Podía acercarse a la novela, pero siempre de puntillas y como no queriendo: Nocturno hindú (1984), su clásico de esta época, es más un cuento largo, una nouvelle; Dama de Porto Pim (1983), el diario de un viaje imaginario y real a las islas Azores –un “artefacto literario”, como dicen los editores. En los años noventa, el cuentista perfecto se desvió del camino hacia la novela de muchas páginas. Y no sólo eso: al subgénero de la novela política de denuncia, en este caso contra el fascismo y la censura. Todo un bestseller… La novela, Sostiene Pereira (1994), ambientada en la Lisboa de los años 30, se adaptó al cine, con Marcello Mastroianni en el estelar. ¡Tabucchi superstar! El éxito lo hizo reincidir: La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (2004), es otra novela de fondo político, una secuela de la anterior (ahora ambientada en Oporto). Con Tristano muere (2004) – su novela sobre la historia moderna de Italia, del fascismo de Mussolini a la telebasurocracia de Berlusconi– cerró su trilogía engagée. El Tabucchi tardío regresó al racconto. Su último libro publicado –ya vendrá la obra póstumarecoge nueve relatos bajo un título que es todo un manifesto del arte tabuccheano: El tiempo envejece de prisa (Ed. Anagrama, 2010.) La expresión viene del presocrático Critias (“Persiguiendo la sombra, el tiempo envejece de prisa”), y el primer cuento empieza con un poema de la polaca Wislawa Szymborska, que da el tono de las cosas: “Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud.”
El tiempo –y en especial el tiempo pasado– fue siempre el elemento de Tabucchi. Lo es de sobremanera en esta última obra. El “pretérito perfecto”, como él lo dice. Desde las primeras páginas de este libro, tenemos a un escritor “enfermo de literatura” que se abisma en “las arenas de la memoria” y “el pozo de los recuerdos.” La otra Europa, la oculta detrás la “cortina de hierro”, es la que ahora interesa a Tabucchi. Sus cuentos tienen como escenario Bucarest, Kosovo, Berlín, Varsovia… El escritor mediterráneo se tornaba aquí paneuropeo e internacionalista. Como se debía en un autor que había logrado renombre mundial, al grado que se le mencionaba para el premio Nobel. Era el representante italiano en el dream team del “estilo internacional” que define al mercado de la narrativa de hoy día, los Murakami, Pamuk, VilaMatas, McEwan… A Tabucchi lo introdujo en México en los años ochenta Sergio Pitol, maestro en el manejo del “relato dentro del relato”, una técnica que perfeccionó el escritor mexicano de origen italiano y que llevó al extremo el italiano de alma portuguesa (fue enterrado junto a la tumba de su querido Fernando Pessoa). Como Pitol, Tabucchi narraba desde los malentendidos, las zonas de sombra, las realidades soñadas, el falso recuerdo, o como lo dice la narradora del primer relato del último libro, titulado “El círculo”: “Un recuerdo, que no era un recuerdo, sino el recuerdo de un relato”. La prematura muerte de Antonio Tabucchi, a los sesenta y ocho años de edad, de un cáncer, deja un vacío en la buena literatura del mundo. Será extrañado •
EDUARDO LIZALDE, tigre mayor
Xolo, Mardonio Carballo, Pablo Villa y Olivier Dautais, Pluralia, México, 2012.
A Carballo se le deben los textos, a Villa la música y a Dautais las ilustraciones de este volumen, pequeño solamente por lo que hace a sus dimensiones físicas. Libro y disco, disco y libro en náhuatl y en español, para que el deleite sea doble y entre por los ojos pero también por los oídos. Mardonio, conocido promotor y defensor de nuestras culturas aborígenes, disfruta y nos hace disfrutar con estas nuevas plumas de la serpiente que, desde hace ya varios años, gracias a su labor incansable nos regalan su brillo y su vuelo. El futuro no será de nadie, Óscar de la Borbolla, Plaza & Janés, México, 2011.
Imposible no estar de acuerdo con lo que, se dice, postula el autor de esta novela tanto aquí como en sus libros anteriores: “que los asuntos más profundos y oscuros del pensamiento y de la vida no tienen por qué ser ajenos al gozo, a la claridad ni a la ironía”. Académico y narrador, De la Borbolla ha sabido moverse con soltura de uno a otro en ese par de mundos que, para otros, resultan irreconciliables, como queda manifiesto en esta “radiografía de la crisis de los amantes posmodernos”. No duerme nadie por el cielo, Felipe Varela, Editorial Praxis, México, 2011.
Celebración de insomnios y Mundanzas de mediosueño –así, con una ene de “mundo”– son los dos grandes apartados de este poemario que, rilkeanamente, pero también acorde con lo que Cocteau aconsejaba, busca en la noche ojos adentro, en la vigilia, las palabras para decir el mundo y entenderlo. La Celebración... se divide en treinta poemas, entre los cuales hablan el agua, la certeza, lo efímero, gatos, cuervos, ventanas rotas y otros insomnios; por su parte, las Mundanzas... hablan, en treinta partes, del día de los rostros.
próximo número
Textos de Mario Bojórquez, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante, Rosario Sanmiguel y Rafael Vargas
jsemanal@jornada.com.mx
Don Chipote y Sufrelambre Mucho se ha dicho que los mexicanos estamos enfermos de gravedad, no porque estemos desahuciados (aunque sí), sino porque somos muy solemnes, serios, melodramáticos y cosas por el estilo. La irreverencia, el humor, la transgresión, son cuestiones que sentimos reñidas con la literatura y el arte en general. Algo que sea humorístico no es digno de tomarse en cuenta, a menos que se trate de los clásicos, porque a ellos sí se les perdona todo: el que hayan sido satíricos, burlones, escatológicos o similares. Según parece, el criterio prevaleciente es que los temas serios, o dramáticos, son sagrados, por lo tanto, el tratamiento serio, por sacro, es lo indicado. Un escritor serio tiene prohibido coquetear siquiera con la sátira o el humor, porque al ser paradigmas del buen decir y la decencia, no hacerlo equivaldría a desafiar el canon, la moral y la estética y ética al uso. En otras palabras, estaría transgrediendo tales parámetros y cayendo en el cuestionamiento y la confrontación. La transgresión no es para las buenas conciencias. Sin embargo, la literatura picaresca aparece en los programas de literatura, y la picaresca es transgresora por excelencia. Llama la atención, por otra parte, que en España encontremos numerosas muestras del género, a partir de El Lazarillo de Tormes, pasando por la inefable y magistral Vida del Buscón Don Pablos, de Quevedo, y en nuestro país han sido pocos lo seguidores de esta vía literaria. Sobre todo los encontramos en el xix , desde Fernández de Lizardi hasta Guillermo Prieto y Ángel del Campo, pasando por Riva Palacio.Y aquí podría añadirse, aunque parezca mentira, a Ignacio m. Altamirano, de quien siempre se nos ha dado una imagen casi apostólica. Esto de la picaresca lo menciono porque a raíz de la candidatura de Demián Bichir al Oscar, recordé Las aventuras de don Chipote, o Cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, esta obra que podría considerarse la primera “novela chicana”, aunque Bruce Novoa escribe: “Es posible estudiar sus antecedentes (de la literatura chicana) y tradiciones remontándose hasta 1848, y quizá más allá, puesto que ha habido una constante actividad literaria realizada por mexicanos residentes en Estados Unidos a lo largo de estos años...” Creo que hay algo de exageración en esta aseveración, porque “más allá” de 1848 mucho del territorio “chicano” era mexicano. Y si se localizaran autores en esa área, strictu sensu no eran “chicanos”, sino mexicanos. Pero volvamos a lo nuestro. La novela de Venegas data de 1928 y fue publicada en Los Ángeles. Al decir de Nicolás Kanellos, fue un “inesperado hallazgo” para los investigadores que en ese momento (calculo que finales de 1970, inicios de la década siguiente) se dedicaban a rastrear los orígenes de esa literatura, husmeando en periódicos y libros editados del otro lado entre 1850 y 1940. Cuando los pericos mamen me llamó la atención por el tratamiento, que yo ubicaría en el ámbito de la picaresca. Los problemas de indocumentados y chicanos han sido tratado con frecuencia, sobre todo a partir de los años sesenta, pero escasean los textos humorísticos o picarescos. El de Venegas lo es. La narración presenta numerosas situaciones humorísticas, personajes que saben hacer de tripas corazón y encontrar la salida ingeniosa en momentos críticos. Mas no sólo eso, porque el lenguaje es otro de los rasgos sobresalientes, ya que aun cuando su autor era una persona preparada, según nos dice en la introducción Nicolás Kanellos, y de clase media, adopta el lado de los jodidos, de los trabajadores indo-
cumentados sobreexplotados por el capital estadunidense. Escrita en español por alguien de ancestros mexicanos, lo destacable es su conocimiento de los giros idiomáticos mexicanos, y sobre todo de los campesinos mexicanos. Refranes y dichos brotan oportunamente a lo largo del relato y referencias escatológicas tampoco faltan. No obstante, lo más extraordinario es que en la picaresca el pícaro es un sobreviviente, alguien que se las ingenia, siempre, para seguir existiendo, para comer, para tener lo indispensable aunque para ello deba pasar sobre otros. Don Chipote de Jesús María Domínguez es un alma de Dios (dirían en mi rancho), nada tiene de pícaro, pero sí Sufrelambre, su perro, que lo sigue desde que sale de su rancho rumbo al otro lado, en busca de mejor fortuna, o sea, para hacerse rico y tener con qué darle de comer y buenas cosas a doña Chipota y sus chipotitos. Pero termina convenciéndose de que un migrante mexicano se hará rico trabajando en Estados Unidos, cuando los pericos mamen: nunca •
6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal
Ana García Bergua Unos muy puntuales cuentos a deshora Los cuentos de Arturo Souto Alabarce (Madrid, 1930), recién editados por Bonilla Artigas Editores, sorprenden ahora como seguro sorprendieron cuando fueron publicados por primera vez en 1960 por la unam. Académico y ensayista de muy larga trayectoria, la faceta como narrador de Souto ha sido admirada por sus contemporáneos y discípulos, si bien no es muy conocida entre los lectores. Por eso es de agradecerle que, junto con la editorial Bonilla, los haya puesto ahora a nuestro alcance y disfrute. Lo primero que nos golpea en los cuentos de Arturo Souto son los ambientes fantásticos, novelescos, algunos esperpénticos, en los que se desenvuelven las historias. De estos ambientes que parecen como grandes óleos pintados con maestría surgen unos personajes al límite de la vida, la muerte o la locura: del desierto árido y silencioso se recortan el vaquero Juan y su némesis, el coyote 13, en una especie de duelo metafísico, en el célebre “Coyote 13”, el cuento más antologado de Souto. De alguna selva criolla virreinal surge el monstruoso niño Lisandro de la cabeza enorme, sólo atento a la cercanía de los cocodrilos que van sitiando una mansión y sus habitantes, en “Los lagartos”. En medio del calor sofocante de alguna hacienda bananera o azucarera se fragua el negrito Nicodemo, quien fantasea y teme a los fantasmas nocturnos, en “El candil”. Una ciudad inacabable, infinitamente gris, moldea al caminante del kafkiano “Nunca cruces el parque” (cuento que hace pensar mucho en los de Pedro Miret, contemporáneo de Souto y refugiado español, como él). En la vieja casa del capitán Reed, poblada de aire salado, antigüedades y misteriosas reliquias marítimas se materializa el ser fantástico, cercano a una sirena de James Ensor, que poseerá a una visitante desprevenida durante la noche (“El beso en la isla del fuego”). La voz del narrador en estos cuentos es una especie de cántico evocador, que a mí me hace pensar en Melville, pero también en Conrad y en Kipling, y en Horacio Quiroga. En ellos, los humanos viven con los animales y los monstruos, sin distinción, y las ropas suntuosas o simbólicas son tragadas por los ambientes y la fatalidad: los encajes y los terciopelos son devorados por el cauce pútrido del agua, la mitra de un obispo se empolva entre el hambre y el miedo de quienes se refugian de los franquistas durante la Guerra civil española. Las ropas delicadas de la fanática señorita Carter y el lujurioso profesor Lippi se arrugan con el sudor mientras esperan el fin del mundo en “Tenebrario”. Hay un sutil contraste entre el ambiente enfebrecido y los gestos y enseres delicados, que otorgan a estos cuentos un tono goyesco, esperpéntico como dije, o de plano surrealista. La prosa de Arturo Souto, su arrastre envolvente, murmura y maravilla: “Cuando los amantes, enlazados por la cintura, bajan de la azotea, ya se llena el mundo de arrebol. Han pasado la noche en vela. Noche diáfana y ardiente de estío, preñada de constelaciones que se encendieron en el vidrio traslúcido de los tragaluces. Ahora viene el día, pero es un sol raro éste que amanece. Disco achatado y titánico, transparente y encendido como un rubí ecuménico. Habiendo asomado lento en un horizonte erizado de rascacielos cuyas cúpulas metálicas relumbran, asciende al cenit, más imponente que otras veces su trayectoria, casi definitiva. Y en millares de ventanas estrechas, en sus marcos de aluminio y de cromo, se reflejan dispersos otros tantos millares de círculos sangrientos”.
PASO A RETIRARME
Orlando Ortiz
PROSA-ISMOS
arte y pensamiento ........
José de la Colina me preguntaba cuál sería, de estos cuentos, mi preferido. Desde luego comparto su gusto por “Coyote 13”, un cuento excepcional, de la raigambre, como él señala, de Moby Dick y El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, y que ha sido reproducido en muchas antologías. El que más me gustó, aparte del anterior, fue el mencionado “Los lagartos”, cuento alucinante y esperpéntico donde todo es verde, seguido quizá de “El gran cazador”, donde aquel que caza al tigre más grande de la selva termina desmoronado por los insectos. Para mayor placer sibarita, habrá que leer los cuentos de Souto en los días de tormenta, cuando el agua se estampa contra el cristal y difumina los contornos de la realidad. Entonces, sintiéndonos frágiles y a merced del cielo, podremos absorber las acuarelas de estos cuentos prodigiosos, de esos que ya no se escriben, de selvas y desier tos y pueblos tropicales, de tigres y coyotes a deshora •
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........ arte y pensamiento
Alonso Arreola alarreo@yahoo.com
San Marcos: cacofonía en Cuculandia Un conjunto aquí. Otro allá. Todos irradiando tarolas, tubas, bajosextos a menos de cuatro metros de distancia. Todos sonriendo de cara al cielo. Cervezas por doquier. Sombreros que flotan pegaditos, dando pequeños brincos, porque así lo exige la técnica o porque no hay de otra. Porque no hay espacio en las calles que circundan la plaza de toros de Aguascalientes, como cada año, en su mítica Feria de San Marcos.“¡Perdone usted!” Caminando a empujones, también nosotros sonreímos. Nos causan gracia las hileras de amigos que serpean en fila india, la mano de uno en el hombro del otro, encadenados para no perderse en el torbellino de carne. Pisotones. Nos divierte sentirnos tan fuera y tan dentro de un ambiente que apuesta por sofocar el aire a base de cacofonías imposibles. Testigos del río que somos, fluyendo en múltiples sentidos, los clientes de los bares y restaurantes que franquean las avenidas también sonríen. No se bajan de sus barcos para nadar entre nosotros. Ellos pagan otro tipo de tragos y platillos. Para su diversión suenan bandas de covers, grupos cubanos o mariachis. Al pie de sus mesas, apostadas en terrazas o cerca de las claraboyas, parejas que se agolpan para danzar con los ritmos que les roban. No importa de dónde venga la música. No importa que no se entienda la música. No importa que sea o no música por su infección de otras músicas. No afecta que el todo cancele todo. La cosa es moverse y sonreír. Al carajo la luz del día, la batalla por el pago de una renta o la promesa de políticos incumplidos. Esta masa de agua sabe que la felicidad de la feria no se la quita nadie. Mucho menos el silencio. Rotos, heridos, los saxofones de algunos viejos piden a gritos que los atendamos. Caminamos hacia ellos. Nos recuerdan al músico solitario del df que, acompañado por algún niño que recolecta monedas en su gorra, rasga la luz de los domingos (no importa si es lunes o miércoles) con un corrido inteligible en sus metales. Ellos no sonríen nunca, es cierto, pero el timbre de la lengüeta gastada y la falta de ensayo se instalan también en la poesía. Lastiman sembrando unísonos, cosechando microtonos, impulsando el giro de esa pareja que sostiene a mandoble una botella de tequila. “Permiso, permiso, muévanse, muévanse.” Tinglados tricolores se aparecen en distintos puntos. Peña Nieto ha venido hoy a sonreír también, colapsando una ciudad ya colapsada. Claro, sus labios son de pasta rígida en donde gubias y pinceles hacen lo posible por invertir las falsedades. La policía, diluida en el gran caldo, intenta contener los meandros humanos con su presencia. Apresan a un borracho, luego lo avientan a un lado:“Ándele cabrón, ya lléguele a la chingada.” Claro, se ríen como todos ahora que pueden burlar la norma y aflojarse tres orificios el cinturón. De pronto, alguien nos toca el hombro: “Ayúdenme”, dice el beodo con la testa en elipsis. “Quiero contactar a mi hermano que se fue a España.” Guardamos silencio, vencidos por el surrealismo. “Enséñenme a usar el Facebook. No entiendo… ¿Qué carajos es eso?” Oscilando por el roce permanente de los miles que nos rebasan, pensamos: “Facebook, Youtube, Twitter… son lo contrario a esto.”Aquí el flujo es real. Aquí l o s “ to q u e s” t ra e n co n s e c u e n c i a s. Aquí los brindis suenan y saben. Aquí el caos es siempre una oportunidad para encontrar el orden propio, para alimentar el placer, para embarrarse, untarse en el ser ajeno lejos de la comodidad computarizada. Aquí… el ruido, el sonido. Aquí unos tacos. Un mojito por allá. Una chela. Un tequila.
En la plazuela donde el matador metalizado cumple faena, impávido, más y más músicos lucen sus camisas bordadas, uniformes-anzuelo para los ojos de quienes traen ganas de corrido, de polca, de bolero… No importa que deban acercar su oído hasta la boca de quien canta. No se oye nada porque se oye todo. La cosa es estar. Pasar lista. Renunciar. Bien entrado el inicio del nuevo día, nos hallamos en una carpa aislada, erguida al final del parque San Marcos. Allí, varios músicos tocan fuera de tiempo y tono mientras un joven sin oreja le pega al güiro.Todos sonríen. Al frente, una mujer de cabello oxigenado canta tan mal como Yoko Ono en el Fillmore palomeando con John Lennon y Frank Zappa. Todos sonríen. El bajo suena más que el resto de los instrumentos. La plumilla de su intérprete denuncia una técnica paupérrima. Todos sonríen. La música cumple su cometido milenario. Todo funciona sin rigores estéticos que, a esta hora del diablo, nada pueden importar. Suena tan mal que suena bien. No es esnobismo. Es lo que es: mano que tañe, sonido que vuela y cuerpo que siente. Jóvenes tatuados que bailan tambaleantes, intercambiando prostitutas tras la valla que les impide el paso a ese congal improvisado que de pronto exclama contra la catedral: “¡Bienvenidos a Cuculandia! No te metas con mi Cucu.” Sonreímos, ya sin nombre ni apellido•
Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
Cine para leer (ii de iii) Las siguientes palabras provienen de la presentación del volumen: “Ciudad de cine es el resultado de un esfuerzo de años de investigación –tanto iconográfica como histórica– sobre el cine mexicano que durante las últimas cuatro décadas ha situado a la Ciudad de México como parte fundamental de sus historias. [Presenta] a la Ciudad de México como escenario y a la vez como un personaje más que complementa las acciones de cientos de películas aquí filmadas.” Así abre boca la brevísima introducción a cargo de Paula Astorga, en su calidad de directora de la Cineteca Nacional, entidad que con Conaculta coedita este libro de gran formato, mismo que vio la luz en septiembre del año pasado. El nombre de Hugo Lara no aparece en portada, pero ha sido él quien se echó a cuestas la prolongada, tremenda y ciertamente gozosa labor de reunir, en un solo sitio, una colección iconográfica que sólo cabe calificar de impresionante. El subtítulo del libro – df 1970/2010. Una investigación a través de imágenes del cine mexicano contemporáneo– expresa con claridad los alcances y la intención de este colega cinéfilo, que así corona un esfuerzo cuyo primer fruto fue, hace cinco años, una magnífica exposición de buena parte de las imágenes ahora reunidas en forma de libro. Nueve secciones eminentemente gráficas, complementadas y al mismo tiempo cohesionadas y explicadas por un intenso y lúcido ensayo del propio Hugo, dan estructura a la obra. Las secciones gráficas son Ext. Ciudad de México, Emplazamientos, De barrios y oficios, Luz roja, Nocturna, Vía rápida, Hippies, bandas y yuppies, Intersecciones y En tránsito y, una vez más, la nomenclatura es elocuente. Son cerca de doscientos los filmes incluidos cuya ficha completa, así como un copioso índice onomástico, bibliografía y hemerografía, aparecen al final. Asimismo, cada fotografía o fotograma es acompañado de una ficha como la siguiente: “Los vuelcos del corazón (1993). A cuadro: María Rojo y Arturo Beristáin. Dirección: Mitl Valdez. Dirección de fotografía: Marco Antonio Ruiz. Producción: Imcine, ffcc , Producciones Carlos Salgado, unam . Locación: Centro Histórico.” Como puede ver el lector, se trata mucho más que de una simple sucesión de imágenes, mismas que, en ausencia de la información citada, habrían acabado convertidas en pasto para enojosas adivinanzas. El resultado de conjunto es espléndido: sin sujetarse a un rigor cronológico que morigerara el interés, Lara dispuso, por ejemplo, que en el capítulo Luz roja a una imagen de Malos hábitos y otra de Un mundo maravilloso, ambas de 2005, siguiera otra de Cayó de la gloria el diablo, de 1971, así dispuestas en función del tema capitular –que se desdobla en el crimen y la pobreza urbanos, la inseguridad, el amarillismo, la sangre–, en feliz combinación con un trabajo de diseño gráfico simultáneamente generoso y discreto y, para mayor riqueza, todo complementado ya con fragmentos de diálogos extraídos del filme que se ilustra, ya con algún testimonio del director o con un comentario del propio autor del libro.
Para no ver a ciegas También editado por Conaculta y la Cineteca Nacional –a los que se sumó el Imcine–, se publicó La nostalgia de lo inexistente. El cine rural de Roberto Gavaldón, de Fernando Mino Gracia. Si bien el trabajo gráfico apoya convenientemente los asertos de Mino Gracia, muchos de los cuales no serían claros sin la inclusión de ciertas imágenes en particular, la verdadera miga del volumen está en el ojo envidiablemente ana-
CINEXCUSAS
Jornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012
BEMOL SOSTENIDO
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Macario
lítico del autor, que ha sabido identificar, pormenorizar, dar contexto y razón causal a las constantes, los aciertos y las contribuciones de Gavaldón en materia cinematográfica, concretamente en lo que se refiere, precisamente, a lo que alude el título: el cine rural mexicano, que en el realizador de La barraca, Rosauro Castro, El rebozo de Soledad, Heraclio Bernal, Macario y El gallo de oro, encontró las saludables antípodas al preciosismo folclorizante del que adolecía, y en grado superlativo, un cine que por otros conceptos ha gozado desde siempre tanto de la memoria como de la aceptación colectivas. Como bien ha entendido y mejor explica Mino Gracia, el de Gavaldón, en su faceta rural, es un cine hecho a partir de la nula complacencia y la convicción de que, invariablemente, a la hora de narrar lo que más importa es la trama, a cuyo servicio está la imagen, y no al revés, como parecieran creer buen número de realizadores contemporáneos. Ellos y otros, así como el público en general, reconocerán en este libro un trabajo magnífico, de ésos que, en lo bibliográfico, se requieren para no andar filmando y viendo cine medio a ciegas • (Continuará.)
arte y pensamiento ....... LA JORNADA VIRTUAL
Naief Yehya naief.yehya@gmail.com
Esta obvia conclusión viene a poner en evidencia que la ilusión de lanzar un “ataque rápido y barato” para eliminar al régimen sirio o al iraní dependería en gran medida de eu. No es un secreto que Obama ha pedido al Pentágono que elabore opciones militares para Siria. La posibilidad de una guerra más durante el gobierno de Obama es muy alta y, de suceder, será una aventura costosa y descomunal que terminará por quebrar la endeble economía estadunidense.
Guerras, intervenciones y lecciones no aprendidas La otan encuentra errores cruciales en las acciones en Libia El pasado domingo 15 de abril, en la primera plana del The New York Times, Eric Schmitt publicó un texto supuestamente sobrio y crítico donde cita un reporte confidencial de la Organización en el que se reconocían los problemas que tuvieron durante la campaña de siete meses conducida con el pretexto de proteger a la población civil, pero que en realidad tenía por objetivo eliminar al régimen de Kadafi. Entre los puntos señalados destacan las deficiencias de comunicación entre los aliados (las diferentes naciones no compartían la información que tenían), la carencia de planeación, logística y análisis, y sobre todo la inmensa dependencia que tiene la Organización de los recursos de Estados Unidos. El resto de los miembros de la otan contaba únicamente con el cuarenta por ciento de los aviones necesarios para interceptar telecomunicaciones,“espiar, vigilar y reconocer”. Estados Unidos era el principal proveedor de municiones de precisión guiadas por láser o satélite (la casi totalidad de 7 mil 700 bombas y misiles usados sobre Libia).
A LÁPIZ
6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal
Lecciones por aprender Schmitt no omite celebrar que varias naciones europeas han aprendido la lección principal de este conflicto: que deben invertir más en armamento, particularmente en aviones a control remoto, drones Global Hawk y Predator, así como aviones para recargar combustible en pleno vuelo, lo cual representa beneficios inmensos para los contratistas militares. Pero si bien la otan reconoce sus errores en materia de organización, recursos y tecnología, el reporte no menciona las numerosas controversias provocadas por esta campaña: las masacres de civiles por el fuego “amistoso” de los aliados (ampliamente documentadas por el Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre otras dependencias), la negligencia criminal de quienes dejaron perecer a cientos de libios que buscaban escapar por mar pero naufragaron, y los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas antikadafi y las acciones de venganza y abuso de poder del gobierno interino, que van desde despedir y hostigar hasta torturar y matar a presuntos colaboradores del antiguo régimen. Basta considerar que la ciudad de Tawergha, de 30 mil habitantes, fue literalmente borrada del mapa por la Brigada antikadafista Misrata (como reportó en el The New York Times Neil MacFarquhar el 2 de marzo de 2012).
Y hablando de lecciones Mientras algunos políticos y el lobby israelí presionan al gobierno de Obama para lanzar una guerra en contra de Irán, la cia ha querido aprender las lecciones de sus recientes fracasos, como afirma James Risen en la primera plana del The New York Times del 1º de abril. De acuerdo con varios agentes y exagentes de esa organización, existe un gran temor de volver a cometer errores semejantes a los que sirvieron como pretexto al régimen de George Bush, el chico, para lanzar la guerra de Irak y justificar otras acciones bélicas recientes. Entonces el propio vicepresidente Cheney visitaba las instalaciones de Langley de la cia regularmente para ejercer presión directa y obtener el apoyo para la guerra. En esta ocasión el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, visitó Washington con la finalidad expresa de convencer acerca de la urgencia de lanzar una guerra. Afortunadamente, hasta ahora estos esfuerzos no han tenido éxito. Esto pone en evidencia que, a pesar de que el gobierno de Obama ha continuado algunas de las peores políticas de los años de Bush y ha expandido programas criminales como el de los asesinatos dirigidos por medio de drones, sí hay una diferencia esencial de filosofía que se manifiesta en la ecuanimidad que se ha mantenido hasta ahora. Es claro que, de perder la reelección Obama, los halcones tendrán luz verde para sus ambiciones bélicas.
Los conflictos del The New York Times Por su parte, los medios no parecen tener las lecciones del pasado muy claras; el propio MacFarquhar se ha convertido en el portavoz incondicional de la insurgencia siria, con lo que repite los pasos de la peligrosa mitificación de grupos armados llevada a cabo en otras insurrecciones convenientes para los intereses estadunidenses. No hay duda de que decenas de civiles sirios mueren asesinados de forma aterradora y brutal semana con semana, pero ese no es el verdadero motivo del intervencionismo occidental, sino el interés de eliminar a otro “régimen hostil” •
Enrique López Aguilar alapiz@hotmail.com
Memorias y exilio: Gerardo Deniz En el caso de Gerardo Deniz, pseudónimo de Juan Almela, no podía ser de otro modo. Su libro Paños menores (2002) es huidizo a la hora de pretender clasificarlo dentro de los libros de memorias, pues además de lo que comúnmente se asocia con el género, incluye relatos, ensayos breves y algún texto con los palabros que le son marca de la casa; esto, más lo personal del libro y ese talante donde abundan los recuerdos de incontables anécdotas e historias personales (muchas de ellas ubicadas en los años cincuenta del siglo pasado; otras, lateralizadas, como la mención al temblor de 1985 en “Eysenck”), produce en el lector la consideración de que Paños menores es un libro donde predomina el tono memorístico, pero de manera peculiar, al margen de reconocer –sin juegos de palabras– la excepcional buena memoria del autor a la hora de recrear detalladamente muchas circunstancias de su pasado. En Gerardo Deniz, el ejercicio de recorrer verbalmente su historia no se circunscribe al relato de hechos más o menos reconocibles dentro de una cronología personal organizada por capítulos, sino que se entremezclan la melomanía, el gusto por las ciencias bioquímicas y las lenguas extranjeras, las aficiones literarias, la evocación de remotas escenas familiares, la presencia de diversas figuras femeninas, el trazo de personajes relacionados con el exilio republicano (como Juan Espinasa, Miguel García –tío de Jomi García Ascot– o Emilio Prados), el recuerdo de antiguos condiscípulos del bachillerato como César Rodríguez Chicharro y Francisca Perujo (mencionados discretamente como César y Paquita), las menciones a José de la Colina y Pedro f. Miret, el inicio de la escritura poética, las filias y fo-
bias literarias, la presencia de Ciudad de México, la afición por el cine… y algunas alusiones entre distantes e irónicas al tema del exilio español en México. Siendo deliberadamente personal, Paños menores no elude la crueldad de algunos comentarios (“Volviendo a Neruda: en el periódico que ahora recuerdo aparecían poemas suyos –los cuales, por supuesto, me abstuve de leer– y, desde la primera plana, dos o más fotografías desternillantes del Poeta sin rasurar, vestido de harapos, descalzo y ¡con un grillete al tobillo, lo juro!”), la cual se puede volver impíamente contra el propio autor (“Ya he contado también, y repito con gusto, cómo a los quince años, excluido de todos los equipos por mi indiferencia jurídica, jugué un largo rato con un condiscípulo tan desagradable como yo.”); la arbitrariedad de algunos juicios (“Los coros me impresionan a veces, si bien están a punto de alcanzar tanta grandeza espiritual, que me parece estar en la asamblea de cualquier partido comunista. Las voces masculinas solistas me son muy difíciles de tolerar, y las femeninas… pues… en fin… a veces”), o la crítica certeramente cáustica (como la siguiente, dirigida contra Jano, de Usigli: “Estas fantasmagorías moralínicas seudocientíficas, incrustadas en el riñón del siglo xx, esos absurdos ‘llamados del lupanar’ […] –eso y sólo eso torna deleznable y perniciosa esta obra de Usigli. El resto de ella es simple literatura mala, que cualquiera es libre de escribir”), lo cual puede ser criticable para quienes desean libros “ políticamente correctos”, aunque sean plausibles para quienes prefieren la honradez del escritor, así ésta resulte “cuestionable” ante los ojos de otros lectores. La expresión “paños menores” no sugiere la desnudez, sino la mostración parcial de ciertas partes del cuerpo, de manera que, desde el título, Deniz no ha engañado a su lec-
tor. En textos como “Oftálmica” y “Amanecerá”, así como en notas dispersas aquí y allá, pareciera que Deniz está dispuesto a compartir algunas claves de su original estilo poético (la mención a Rúnika, por ejemplo, en “Oftálmica”), pero me parece que el autor tiende a entremezclar algunos procesos de su trabajo poético con circunstancias biográficas –como esa cirugía oftálmica que da título al texto homónimo–, sin precisar la manera como se produce el salto de alguna anécdota hacia el procedimiento estilístico. Un lector del poeta admitirá que las siguientes líneas no son sino extensión en prosa de lo que Deniz hace en verso: “Anoche, repetía Charles, chupando mariguana, que hay sensaciones cuya indefinición no excluye la intensidad. Sé, con mi gata, un dato clave: el nocturno Nuages pasa de noche por pleonástico, solecístico, sidético y aun decorativo que parezca. (Que esto no se pierda del todo, amiga mía: localiza cuando menos Soles y Side en el mapa.)” •
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....... arte y pensamiento Germaine Gómez Haro
El arte está de moda: zona maco 2012 Las ferias de arte que se multiplican cada vez más en todo el mundo se han convertido en el escaparate mediático que supuestamente muestra las tendencias más frescas e innovadoras de la creación contemporánea. La misión de una feria de arte no es educar la mirada del público –para eso están los museos–, sino propiciar el coleccionismo a través de la presentación de “galerías selectas” que ofrecen a un público heterogéneo la posibilidad de adquirir toda suerte de objetos artísticos. La vasta oferta que se puede apreciar en las diferentes ferias es casi inabarcable, en tanto que la calidad de las mismas resulta proporcionalmente cuestionable. En los reducidos espacios de los estands feriales encontramos el mélange de los antiguos bazares, pero sin la gracia de éstos. Los espacios de exhibición de estos eventos tampoco tienen que ver con una propuesta museística, ni
es su finalidad: al pan, pan, y al vino, vino; el formato de una feria de arte se antoja lo más parecido a un shopping mall, donde la presentación, calidad y variedad de los productos va de acuerdo con la oferta y la demanda. Esa fue mi sensación al recorrer los laberintos de zona maco . A rte contemporáneo , la feria de arte más importante de Latinoamérica, inaugurada el 18 de abril en el Centro Banamex; misma sensación de aburrimiento y hartazgo que me despiertan los shopping malls: recorrer un estand tras otro para ver más de lo mismo, en su mayoría “artefactos artísticos” que no deberían considerarse “obras de arte”, aunque este término, gastado y ambiguo, tenga hoy en día tan poca credibilidad y llegue a ser incluso comparable, en términos de la mercadotecnia de la moda, a las piezas de haute couture y los diseños de pret-à-porter. Y no es que la capacidad de asombro se me haya agotado, ni que el día de mi visita a maco haya despertado con la mirada negativa, pero, francamente, en el mundo del arte –como en la política– la caballada anda muy flaca, resultado natural de la aterradora banalización de nuestra cultura. Hoy en día el arte es consumo e industria cultural, y como tal está de moda. Así como los gurús del fashion propician los cíclicos giros del pantalón “acampanado” al “de tubo”, tengo la corazonada de que la inmensa mayoría de las obras contemporáneas que se están “consumiendo” pasarán de moda más pronto de lo calculado, pero el reciclaje del arte no es tan sencillo como regalar los atuendos viejos para reemplazarlos por los que están en los escaparates de las boutiques. En este sentido, concuerdo con el polémico pensador y ensayista francés Marc Fumaroli, ácido crítico de nuestros tiempos: “No hay derecho a utilizar la palabra arte para lo que se llama el arte contemporáneo. No lo llamemos así; habrá que inventar otra palabra, tal vez entertainment para millonarios.” En
ARTES VISUALES nuestra sociedad del espectáculo, las ferias de arte tienden a convertirse en eso: un evento social y mediático de gran resonancia en el que, da la impresión, se pone más empeño en la organización de las fiestas que en la calidad y contenido de la muestra. Tampoco hay que descartar la presencia de artistas destacados y propositivos que siempre salvan nuestra mirada del hastío general: entre los extranjeros, por mencionar algunos, disfruté las obras sencillas y bellas de Anish Kapoor, Richard Serra o Tápies. Entre los mexicanos, llamaron mi atención las experimentaciones técnicas de Jan Hendrix y Xawery Wolski, así como las fabulosas pinturas negras de la poco reconocida Beatriz Zamora que presentó Enrique Guerrero. Y como toque irónico y subversivo dentro del bostezante contexto de tibieza y homogeneidad: la irreverente artista inglesa Sarah Lucas, miembro destacado del los famosos ybas (Young British Artists) que en los años noventa revolucionaron el escenario del arte británico con sus polémicos trabajos. La galería Sadie Coles de Londres presentó la pieza quizás más comentada de la feria: un pollo crudo sin cabeza, patas y piel, colgado de un gancho de ropa y coronado por dos huevos fritos cocinados el día anterior, según la explicación de la galerista. Al menos esta pieza no pasa desapercibida como la mayoría. Y a quien le llame la atención esta transgresión, recomiendo ampliamente la muestra de esta misma artista que se presenta como actividad paralela en el Museo Anahuacalli de Diego Rivera, organizada por la Galería Kurimanzutto. No hay animales crudos, sino un diálogo audaz y evocador del estrafalario trabajo de la inglesa con la colección de arte prehispánico del museo, muestra de que sí hay arte contemporáneo que sacude, divierte y despierta la reflexión. Aunque sean unas cuantas agujas en el pajar •
Arriba: obra de Sarah Lucas
Regina Conocí a Regina Martínez hace doce años, durante los primeros meses de gobierno de Miguel Alemán en Veracruz, cuando fui fugaz subcoordinador de información. Coincidí con ella varias veces en Casa Veracruz, durante las “conferencias de los lunes” que daba Alemán para acercarse a los medios. Alguna vez me dijo que, a pesar de lo que yo opinaba desde la perspectiva del burócrata resentido porque me obligaba a estar presente en aquellos casi siempre aburridísimos remedos de informe de trabajo, que toda esa parafernalia tenía un lado positivo: Alemán se hacía acompañar de todos los miembros de su gabinete, a quienes hacía sentar en un estrado a su derecha por si había que contestar preguntas incómodas. Aquella vez, quizá la única en que fuimos más allá de un simple saludo a la hora del café con galletitas, Regina dijo esto que se me quedó en la memoria: “los obliga a comparecer”. No estoy seguro si estaba trabajando solamente para Diario de Xalapa o todavía se hacía cargo de la corresponsalía de este diario en Veracruz, pero recuerdo también, aunque de manera más vaga, que sus preguntas eran a veces temibles, a veces simplemente incómodas, engorrosas, decían algunos. Pero siempre preguntaba, siempre ponía en palestra temas que consideraba importantes. Invariablemente hacía que se levantara de su lugar alguno de los vaquetones del gabinete de Miguel Alemán para ampliar la respuesta a una de sus preguntas. Alguna otra vez la vi en el centro de Xalapa, en un café donde se reúne la fauna política local para ver y ser vista. Después no la volví a ver, pero ocasionalmente encontré notas suyas sobre la política regional. Era delgada, angulosa, con gesto adusto y de las que miran fijo. Desde hacía ya algún tiempo era la corresponsal de Proceso en Veracruz. Hace dos semanas dediqué esta columna a un poeta y traductor, el jalisciense Guillermo Fernández (Vicente
Jorge Moch
CABEZALCUBO
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Quirarte lo considera el mejor traductor del italiano al español), asesinado unos días antes en su casa de Toluca. Hasta el momento en que redacto estas líneas su asesino sigue impune. Apenas una semana después, en el puerto de Veracruz asesinaron a golpes y presumiblemente por estrangulamiento a un activista social, líder del Frente de Acción Social ( fas ), Rogelio Martínez Cruz. Regina, versada en la fina red de complicidades que trama la política regional con el crimen organizado, investigaba precisamente el asesinato de Rogelio. Tres días después ella misma fue encontrada golpeada salvajemente, en el baño de su casa en Xalapa. También la estrangularon. También simularon, como parece ser el caso de Rogelio Martínez Cruz, un robo a su domicilio. O quizá buscaban algo sus asesinos, no lo sé. Mientras Javier Duarte de Ochoa ese mismo sábado presumía la suscripción de un acuerdo en que el gobierno
que dice presidir promete “coadyuvar en la construcción de una agenda de género” a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, Regina Martínez era molida a golpes y ahorcada por uno o varios cobardes que seguramente obedecían al servilismo, al nepotismo, a la corrupción, a la porquería que suele engolar la voz para soltar atropellados discursos que le llenan el hocico de palabras como “justicia”, o “paz”. Precisamente cuando se asesina brutalmente a un poeta, a un activista, a una periodista, a cuatro niños inocentes, como también sucedió por esos mismos días en Tabasco. Y así, por miles, por decenas de miles nuestros muertos, mientras el discurso de los tartufos nos ahoga con su miel venenosa. En este país vivió y murió Regina Martínez, conocedora de los entresijos del poder, de su vesania, de sus tragicómicas ridiculeces de las que, no me cabe duda, se burló muchas veces, amando su oficio, como dice Pedro Miguel, de tundeteclas, de cazadora de notas, de periodista cabrona. Y eso, ser mujer y periodista y cabrona le costó la vida. Porque aunque el gobierno de Javier Duarte y su procurador de cartón se desgañiten tratando de deslindar a cualquier instancia de gobierno o a cualquiera de sus puercos alecuijes de su asesinato, a mí, como a muchos, no nos convencen de otra cosa. Siguen impunes la mayoría de los crímenes y asesinatos perpetrados contra periodistas en Veracruz y México. El oficio se convirtió en riesgo letal. Es exigencia elemental que Duarte y sus pelagatos ofrezcan resultados creíbles que esclarezcan hasta la última mota de duda lo que le pasó a Regina. Que por una vez en su vida justifiquen las riadas de dinero que se meten en las entretelas. O que se larguen •
6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal
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na antigua y descafeinada broma, que se ha transmitido de generación en generación, dice que los mexicanos conmemoramos la victoria del 5 de Mayo pero olvidamos la revancha que los franceses lograron el 6. Nada más falso. El durísimo revés que sufrieron los invasores en Puebla detuvo durante un año el avance de las fuerzas de Napoleón iii hacia Ciudad de México. ¡Un año que le permitió al presidente Benito Juárez organizar la resistencia en todo el país y, a la postre, ganar la guerra! Tal vez nuestra nación no existiría, tal como la conocemos, ni hablaríamos en español sino en francés, si las tropas del general Ignacio Zaragoza no hubiesen sido capaces de rechazar la ofensiva de los zuavos, que venían de las Cumbres de Acultzingo y se apostaron a las afueras de Puebla, para tratar de apoderarse del cerro de Guadalupe, el fuerte de Loreto y la vieja garita de Amozoc –puntos desde los cuales fueron rechazados–, mientras las líneas defensivas desplegadas en el llano se replegaban sin disparar, porque en realidad eran un señuelo para que los europeos se metieran en un callejón sin salida donde serían devastados. El gobierno de Puebla, a través de la Secretaría de Educación y Cultura –a cargo de Luis Maldonado Venegas–, así como el Colegio de Puebla ac, institución que preside el doctor Miguel Ángel Pérez Maldonado, impulsaron un interesante proyecto editorial para conmemorar los 150 años de la Batalla del 5 de Mayo. Son tres materiales por demás atractivos que se reunieron bajo el título Puebla, Haciendo Historia. El proyecto editorial incluye una edición especial con crónicas, testimonios, opiniones e imágenes sobre las batallas del ejército mexicano durante la intervención francesa del siglo xix , especialmente acerca de la gesta del 5 de mayo de 1862; una novela, Los libres no reconocen rivales, escrita por Paco Ignacio Taibo ii , que ofrece a los lectores una versión casi íntima de los hombres y de las circunstancias que se trabaron en torno del presidente Benito Juárez para frenar las pretensiones imperiales de Napoleón iii en el continente americano. Lectura fascinante y vertiginosa, Los libres no reconocen rivales nos brinda la oportunidad de
Litografía de Constantino Escalante, color por Juan G. Puga
celebrar en forma gozosa la hazaña que le permitió a México nacer por segunda vez en menos de un siglo como país soberano, dueño de su destino y su futuro. Además, el proyecto poblano incluye una carpeta con veintitrés reproducciones de caricaturas del siglo xix , publicadas en revistas francesas como Le Charivari, que apoyaron, a su manera, la aventura mexicana de Napoleón iii . La presentación de esta obra corrió a cargo de Rafael Barajas, el Fisgón, estudioso de la caricatura de los siglos xix y xx . Advierte el Fisgón que se reproducen “ilustraciones en las que se asoman los prejuicios, los sueños y las pulsiones latentes de los colonizadores”.
Crónicas, testimonios, opiniones No existen elementos que permitan confirmar la presencia del “cronista” en el teatro de operaciones militares, pero su vívido relato fue más que convincente y alentador para el público de entonces. Periodistas e intelectuales de la época escribieron sobre las batallas del ejército mexicano en Las Glorias Nacionales, una publicación que el periódico La Orquesta comenzó a imprimir en 1862, para narrar la Intervención francesa. La Orquesta había sido fundado en Ciudad de México, en 1861, por el escritor y dibujante satírico Constantino Escalante y el redactor Carlos r . Casarín. Aparecía dos veces por semana –los miércoles y los sábados–, pero su mayor atractivo residía en el desenfado, la agudeza y el sentido del humor de sus artículos e ilustraciones. Huelga decir que sus creadores se identificaban con las ideas de los intelectuales cercanos a Benito Juárez. Por ello, en sus páginas colaboraron prosistas de la talla de Vicente Riva Palacio, Francisco Pimentel y Juan a . Mateos. El sábado 17 de mayo de 1962, el periódico revista proclama que su codirector, Constantino
Puebla, Haciendo Historia Lourdes Galaz
Escalante, “se ha largado a Puebla. Va con h. Iriarte, el litógrafo más popular de Méjico. Fueron a tomar las vistas de los cerros de Loreto y Guadalupe para hacer una litografía representando la gloriosa batalla del 5 de Mayo”, y agrega que ambos “mañana estarán de vuelta” (La Orquesta. Periódico omniscio, de buen humor y con estampas. Primera época. Tomo iii ). Con una rapidez vertiginosa, tomando en cuenta el ritmo de la vida cotidiana en aquel entonces y las limitaciones de los medios de transporte, el primer reportaje de ese par de enviados especiales es anunciado por La Orquesta el miércoles 26 de julio y aparece en Las Glorias Nacionales el martes primero de agosto. Descubrir la evolución ulterior, tanto de La Orquesta como de Las Glorias Nacionales, será deleitosa tarea de los lectores de la edición conmemorativa Puebla, Haciendo Historia, que se complementa con un ensayo historiográfico del maestro Víctor Orozco acerca de la Carta a Juárez y sus Amigos, que en 1865 dirigió al presidente mexicano el periodista, escritor y revolucionario francés Félix Pyat, quien de entrada le dice a don Benito, a propósito de Maximiliano de Habsburgo: Como quiera que sea, vos podéis apostar con seguridad vuestro sombrero de Presidente contra su corona de Emperador, a que no obstante todo lo que tiene ahora de imperio y de regente [a Maximiliano] dentro de un año le será más fácil mejor que su maleta, arreglar su ataúd.
Pyat, cuenta el investigador Víctor Orozco en esta edición especial, publicó su carta en 1865, “en Londres y en francés”, y se la envió a Matías Romero, a la sazón embajador mexicano en Washington. Desde esa ciudad, el representante diplomático del gobierno juarista la remitió a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), donde el Benemérito se encontraba en compañía de su gabinete dirigiendo las operaciones militares. En el más amplio de los sentidos, Víctor Orozco explora las coincidencias entre las ideas de Benito Juárez y los liberales europeos de la segunda mitad del siglo xix –Victor Hugo, Garibaldi, Pyat y muchos más–, ideas que a 150 años de la batalla de Puebla, en estos días aciagos en que el Estado laico afronta el riesgo de ser abolido, cobran intensa y renovada vigencia •
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