La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 4 de mayo de 2014 ■ Núm. 1000 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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bazar

Hugo Gutiérrez Vega

2

Marco Antonio Campos, los otros y el yo (iii y última)

de asombros

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“Escribir no es contar historias, es lo contrario de contar historias. Es contar todo a la vez, contar una historia y la ausencia de esa historia”: así explicaba Marguerite Duras la naturaleza de su extensa obra narrativa, varias

arco Antonio nos demuestra que no son

En el centro del poema aparece la ciudad vieja con

necesarias las metáforas ni los adjetivos

su historia de fuegos cruzados entre cristianos y

pomposos para describir un paisaje tan

árabes, judíos y turcos y, junto a los frondosos senos

lleno de solemnidad auténtica. Aquí triunfan los

de las milicianas con sus metralletas cortas, las ma­

sustantivos que adquieren una fuerza especial e

nos temblorosas armadas de piedras de las intifa­

impiden las distracciones causadas por los adjeti­

das. Lo que quiere el poeta es la paz para la ciudad

vos desgastados. En el poema largo están involu­

en eterna guerra. Ruega por ella y ve al hermano

crados muchos aspectos de la historia de la ciudad

recogiendo el cuerpo del hermano muerto. Ante­

y muchos más de la historia personal del poeta.

ceden a estas rogativas los años en que el poeta se

Eliot le dijo a Seferis que gran parte de la poesía

alejó de las prácticas religiosas. Esto crea una serie

viene del inconsciente y por esa razón le sugirió, con

de preguntas angustiosas y el deseo es que el men­

la insistencia de un psicoanalista freudiano, que

saje sea claro y transparente:

escribiera sus sueños y dejara el manuscrito en la mesita de noche para que el inconsciente florecie­

Sin más mensaje que el claro renuevo

ra. En Viernes en Jesuralén, Marco ve a su madre an­

del almendro y la pulpa del níspero en la boca

ciana apoyada en su bordón, recorriendo la nave

la clara mañana que dará el mañana...

principal del Convento de San Diego de Churubus­ co; ve a sus tíos en el rancho de Aguascalientes,

El poema, más que ser un conjunto de reflexiones

siente su pasado alteño, revive la fotografía en la

teológicas, es una manera de asomarse a la historia,

que el joven poeta Marco Antonio Campos camina,

de ver a los seres que actualmente habitan Jesuralén

entre dos filas de soldados con cara de zafarrancho

y de pedir una paz tan sencilla como la flor del al­

Indochina que se convirtió en

de combate, rumbo al Campo Militar número 1, co­

mendro que todas las primaveras blanquea el aire.

fuente inagotable de vivencias lue-

razón de la tragedia del ’68. Ve su enfermedad, su

En este disco escucharemos las muchas voces de

agonía y su regreso a la tierra y, paralelamente, ca­

un poeta inquieto que recorre ciudades, se adentra

minando por la calle Ben Yehuda se detiene ante

en ellas y se deja deslumbrar por sus bellezas, pero

veces llevada a la pantalla cinematográfica. Francesa de origen pero, como bien se sabe, crecida en una

go trasladadas al papel, Duras hizo de la ficción autobiográfica todo

las frondosas milicianas israe­

que al final encuentra en Je­

un género literario aparte. En el

líes armadas con metralletas

suralén la ciudad de las ciuda­

centenario de su nacimiento,

cortas que reposan en senos

des, la del viento de la infancia,

ofrecemos a nuestros lectores un

lopezvelardeanos capaces de

la de la esperanza, la que, des­

empitonar la camisa. Invoca a

de hace años, grita la palabra

la Jerusalén inmortal, capital

paz y parece que nadie la escu­

de imperios, de pueblos per­

cha. El poeta la escuchó y nos

de Arturo Gómez-Lamadrid.

seguidos, sede, en un tiempo,

la transmite desde lo alto de la

Asimismo, en memoria de Em-

del estruendo de la historia.

mezquita, la terraza de la si­

Así la celebra:

nagoga, el pórtico de la iglesia

relato de la propia Marguerite, así como una breve semblanza a cargo

manuel Carballo, editor y crítico literario mexicano recientemente fallecido, publicamos una entrevista inédita hecha por Jorge Pedro Uribe y sendos textos a cargo de Felipe Garrido y Orlando Ortiz.

católica, el canto ceremonial Oh Jerusalén color de arena y miel, ciudad de Dios convertida en un infierno,

es para nuestro poeta una me­ táfora del mundo •

donde los hijos caen a filo de cuchillo...

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de la ortodoxia; así, esta ciudad

jornadasem@jornada.com.mx

Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director: H u g o G u t i é r r e z V e g a , Jefe de Redacción: L u i s T o va r , E d i c i ó n : F rancisco T orres C órdova , Corrección: A leyda A guirre , Coordinador de arte y diseño: F rancisco G arcía N oriega , Diseño Original: M arga P eña , Diseño Columnas: J uan G abriel P uga , Iconografía: A rturo F uerte , Relaciones públicas: V erónica S ilva ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: A lejandro P avón , Publicidad: E va V argas y R ubén H inojosa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Mujer de palabras y silencios Collage de Marga Peña

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


Shakespeare,

Rodolfo Alonso

450 años después

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a única fecha cierta, documentada, es la de su bautismo, el 26 de abril de 1564. Hay quienes la prefieren tres días antes, para forzarla qui­ zás a coincidir con su muerte, un 23 de abril pero de 1616. Por su lado, la tradición afirma que, en aquellos tiempos, se acostumbraba bautizar a los niños dentro de la semana posterior a haberlos da­ do a luz. Podemos por lo tanto estar seguros que, en la última semana de abril, se conmemorarán 450 años de la entrada en el mundo del más ilustre poe­ ta de la lengua inglesa, el Bardo, el indeleble y jus­ ticieramente universal Cisne de Avon.

“Hay hombres que son océanos”, dijo de él Vic­ tor Hugo. ¿Qué más puede hoy decir uno, ya, de William Shakespeare? Una sola de sus muchas obras de teatro hubiera sido más que suficiente pa­ ra otorgarle la inmortalidad que puede caber en el corazón de los hombres. (Y, lo que es tantas veces más difícil, para justificarla.) Pero no sólo derramó su talento, su sensibi­ lidad y su devoción por la belleza, siempre cris­ pada por lo esencialmente humano, en decenas de tragedias y aun comedias que siguen vivas si­g lo tras siglo sobre los escenarios del mundo entero

(el mismo globo es su escenario, como lo fue en vida su Teatro del Globo, milagrosamente recons­ truido a orillas del Támesis), sino que también nos dejó sus Sonetos. Esos providenciales textos-océano de misterio­ so origen, de aventurada vida (tan unida a la suya propia, a su propia existencia), que se salvaron milagrosamente de más de una airada tentativa de destruirlos, y que nos permiten conocer aún ahora, más que nada, como nadie, el encendido corazón mismo del gran poeta, encarnado en su lengua libre, fértil y rica •

Un soneto de Shakespeare Ávido Tiempo, mella las garras del león. Y haz que la tierra engulla su propia dulce cría; Arranca agudos dientes de las fauces del tigre Feroz, e incendia al fénix longevo en su sangre; Que sea la época alegre o triste mientras fluyes, Y haz todo lo que quieras, Tiempo de pies ligeros, Al vasto mundo y a sus dulzuras que marchitan; Pero yo te prohíbo el crimen más horrible: ¡Oh! que tus horas no ajen la clara frente amada Ni traces allí líneas con tu antigua pluma; A ella en tu curso intacta llegar a ser concédele Modelo de belleza para hombres del futuro. Viejo Tiempo, encarnízate: a pesar de tu agravio En mis versos por siempre mi amor vivirá joven. Estatua en Budapest, Hungría

V ersión de R odolfo A lonso


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4 de mayo de 2014 • Número 1000 •

José María Espinasa

In memoriam Juan Gelman y José Emilio Pacheco

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uien vea Por mi boka en una mesa de novedades de al­ guna librería se sentirá de inmediato atraído por la k extraña y anómala presente en su portada. De hecho, lo desconcerta­ rá, como ocurre con algunos de esos letreros que encontramos en las ca­ rreteras con faltas de ortografía tan flagrantes que uno cree que son he­ chas a propósito. Por mi boka, gracias a esa k, parece un título escrito en otro idioma, y eso es lo que es, está escrito en ladino. Ya uno de sus au­ tores, la poeta Myriam Moscona, había publicado hace unos meses Tela de Sevoya, en donde se producía un efecto similar con la s pero sobre todo con la y. No me puse a buscar el dato, pero creo que en español mo­ derno el uso de la k y la y griega no es muy frecuente, por lo menos no tan­ to como la c y la q o la i latina. Si em­ piezo con estas disquisiciones es en buena medida porque Por mi boka es un libro que trata sobre el lenguaje, sobre el idioma, sobre las letras y las palabras. A Myriam Moscona y a Jacobo Sefamí, autores del libro, tal vez les haya inquietado como me inquietó a mí la noticia hace unos cinco años de “la muerte en China del último hablante de una lengua”. Ya no re­ cuerdo qué lengua era pero sí ciertas circunstancias de ese idioma: se trataba de un lenguaje creado para que las mujeres se comunicaran entre sí sin que los hombres las entendieran. Así que, a la circunstancia ya estremecedora de la muerte de una persona ligada a la de una lengua, se sumaba la connotación de gé­ nero y la paradoja manifiesta de un idioma que sirve

tragedia para España, que la marcó profundamente en los siglos pos­ teriores, y para mí es evidente que muchos de los males que aquejan a la civilización hispánica vienen de allí: la intolerancia, el oscurantismo, el conservadurismo, la corrupción. No me he puesto a rastrear el ca­ mino, pero creo que es evidente que esa otra “expulsión”, la de los repu­ blicanos en 1939, está conectada con lo que ocurrió en la Edad Media. Y los judíos se llevaron el idioma es­ pañol con ellos, y se volvió sefaradí en otras geografías y sobrevivió con­ tra todo pronóstico durante siete siglos en otras geografías, y el Holo­ causto lo ha puesto en riesgo de des­ aparición. Y un idioma que da iden­ tidad de inmediato, diría que simultáneamente, se pone a hacer poesía, li­t eratura. Cuando Myriam y Jacobo hablan sobre el ladino tie­ Myriam Moscona y Jacobo Sefami. Foto: Francisco Olvera/ La Jornada nen en mente, así no sea de manera consciente, aquel poema, famoso y polémico que a la vez para comunicarse y para incomunicarse, pa­ León Felipe escribió sobre el exilio de 1939, pero que ra defenderse. Todos sabemos que el idioma es una podría haber firmado un sefaradí de entonces: “Mía fuente y una razón de identidad, de manera muy es la voz antigua de la tierra./ Tú te quedas con todo/ manifiesta actualmente, por ejemplo en los casos del y me dejas desnudo y errante por el mundo...// más vasco y el catalán en España; aunque tal vez menos yo te dejo mudo... ¡mudo!/ Y cómo vas a recoger el evidente, aunque no estamos seguros del todo de que trigo/ y a alimentar el fuego/ si yo me llevo la can­ no se conserve también por una razón de identidad, ción?” Si extremáramos esa correspondencia po­ en el nahua y las otras lenguas indígenas en México. dríamos pensar que la Residencia de Estudiantes, ya Así, el idioma nos identifica y nos protege, nos co­ legendaria, es la versión contemporánea de la Escue­ munica con unas y nos esconde ‒en su evidencia‒ de la de Traductores de Toledo, más de quinientos años otras personas. después, cuando parecía que España se abría otra vez A los escritores suelen interesarnos e incluso apa­ al pensamiento. sionarnos las anécdotas sobre los idiomas y las len­ Lo que León Felipe expresa en ese poema es jus­ guas. Por ejemplo, alguna vez alguien me dijo que el tamente lo que nos lleva a considerar el idioma que quechua no tenía palabra para nombrar la soledad, hablamos como nuestro, como propio, aunque el porque en esa sociedad precolombina no existía ese sentido de propiedad sea distinto del de poseer. sentimiento. Me dejó asombrado el asunto, aunque Hablar un idioma es hacerlo nuestro, es decir una supongo ahora que no es cierto: se non è vero, è ben manera de dar forma al nosotros a partir del yo. Por tro­v ato. La anécdota, sin embargo, refleja perfecta­ ejemplo, Myriam en Tela de Sevoya va en busca de sus mente la relación entre las personas que hablan una orígenes familiares y acaba por ir en busca del ladino. lengua y la lengua misma. La historia de Babel es profusa en ellas, pero en el idioma en que eso se da También Jacobo en Los dolientes y en algunos ensa­ de manera más acentuada es el hebreo, considerado yos hace un poco lo mismo. Si a veces decimos que como la lengua de los judíos. Ya sé, y este libro lo uno es lo que habla y otras que se es lo que se hace, es muestra bien, que no hay una sola lengua de los ju­ porque en cierto nivel hablar y hacer son verbos si­ díos, y que ésta o éstas se relacionan con los idiomas nónimos. Volvamos a la anécdota del principio: mue­ próximos con los que conviven, y que la relación en­ re una mujer y muere una lengua. Pero invirtamos la tre el español, el sefaradí y el hebreo tiene alguna secuencia: muere una lengua y (por eso) muere una similitud, aunque sea en otra dirección geográfica e persona, sufre un infarto no en el cerebro o en el co­ histórica, entre lo que ocurre con este último, el yiddish razón sino en el lenguaje, que como sabemos y queda y el alemán. Además, el hebreo pasó de ser una len­ claro es un órgano tan biológico, tan físico y tan esen­ gua viva a una lengua escrita a una lengua puramen­ cial como los otros. Claro que decir que nuestros au­ te documental y arqueológica y, a partir de la crea­ tores no quieren morir y que por eso rescatan el ladi­ ción del Estado de Israel, una lengua resucitada. no o, más bien, escriben una especie de elegía en su La expulsión de los judíos de España, como un nombre, sería simplificar; lo que no quieren es que poco antes la de los moros, en el siglo xiii fue una muera la poesía •

Por mi boka

A los escritores suelen interesarnos e incluso apasionarnos las anécdotas sobre los idiomas y las lenguas. Por ejemplo, alguna vez alguien me dijo que el quechua no tenía palabra para nombrar la soledad, porque en esa sociedad precolombina no existía ese sentimiento.


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ensayo

4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

Para conocer a Felipe Garrido

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Carballo

n 1950, en el patio de su casa –en Guadalajara no había galerías–, Em­ manuel Carballo, que tenía veintiún años, montó lo que él llamó la pri­ mera exposición de escultura abstracta en el país. Fue acusado de ser agente de la cia y de socavar la identidad nacional, pero él sabía que apuntaba hacia el futuro y que el arte abstracto era un territorio del que no te­ nían por qué verse excluidos los mexicanos –el caso lo pinta de cuerpo entero. El país estaba aún empantanado en la trifulca entre el arte cosmopolita y el arte nacionalista–realista-socialista que lo agitaba desde los años vein­ te. Aquella vez, como en su primera gran empresa cultural –la revista Ariel, un año antes–, Carballo no se equivocó. (Cuando erraba lo hacía con la misma contundencia con que solía acertar.) Tampoco se equivocó, ya trasplantado a México, cuando, desde la Revista Mexicana de Literatura –que dirigía, con Car­ los Fuentes–, en un artículo clave, “Rulfo y Arreola, cuentistas”, clausuró el pugilato anunciado: Rulfo nacionalista versus Arreola cosmopolita, decían oficiosos jaladores. Carballo, que había leído con los ojos abiertos, dejó asen­ tado que el enfrentamiento era estéril: uno y otro coincidían en donde im­ porta, en el terreno de lo bien hecho. Poeta, cuentista, maestro, periodista, investigador, promotor de la cultura, editor, conferenciante eminente, Carballo acrecentó su erudición –que él mi­ nimizaba–, su olfato, su honestidad y su intransigencia hasta convertirse en uno de los más sólidos pilares de nuestra cultura como historiador y críti­ co de lo que se ha escrito en México, y en otros lugares. Cuanto he dicho –de pronto me doy cuenta– deja de lado lo más importante: Carballo fue un hombre enamorado, vital, curioso, chismoso, irreverente, provo­ cador, combativo más allá de las palabras; fue también un amigo ge­ neroso. Carballo sabía que la literatura es vida. Ahora que comienzo a verlo en la perspectiva de una vida cum­ plida siento que tres libros impresos hace diez años, a mitad de 2004, se suman para darnos una imagen de este personaje imprescindible en nuestra cultura. Emmanuel Carballo: protagonista de la lite­ ratura mexicana, una colección de ensayos y entrevis­ tas de diversos autores, recogidos por Rogelio Reyes Reyes y publicados por la Universidad Autónoma de Nuevo León; Ensayos selectos, un puñado de estudios y entrevistas de Car­ ballo, elegidos y prologados por Juan Do­ mingo Argüelles y editados por la Univer­ sidad Nacional Autónoma de México; y Ya nada es igual, memorias de 1929 a 1953, los veinticuatro años tapatíos de Carba­ llo, antes de mudarse a México –las pu­ blicó inicialmente Ediciones de la No­ che, en Guadalajara, y en la actualidad lo hace el Fondo de Cultura Económica. Un amplio –35 páginas– y útil “Es­ tudio preliminar”, de enfoque biográ­ fico, por Rogelio Reyes Reyes, abre Emmanuel Carballo: protagonista de la literatura mexicana. Tres homenajes –de Escalante, Campos y Valdés Me­ dellín– resaltan enseñanzas, vir­ tudes y manías: la actitud belige­ rante, la sinceridad irredenta, la entrevista-ensayo, la capacidad de síntesis, la intervención decisiva pa­ ra definir autores, grupos, obras. Dos homenajes más, de Beatriz Espejo –“Nos llevaría buen rato enumerar las escaleras que Emmanuel Carballo ha tendido o ayudado a tender para que

otros las transiten”, y enumera algunas– y de Leonardo Martínez Carrizales –“estamos condenados a repetir a Carballo sin citarlo adecuadamente”, y lo ejemplifica con amplitud–, lo exploran más a fondo. Siguen un paréntesis de Rangel Guerra y una sección de entrevistas –Poniatowska, Campos, Rou­ ra, Argüelles, Ruvalcaba, Güemes, Arankowsky, Ramírez– que deja en claro la maestría del entrevistado. Ensayos selectos tiene un prólogo espléndido, y una selección que presen­ ta uno de los posibles rostros de Carballo: el del crítico que ordena su expe­ riencia –por virtud del antologador– para dar una imagen de los fundamen­ tos de nuestra literatura en el siglo xx . El libro se divide en tres secciones: Estudios literarios, Protagonistas y Memorias de un francotirador. Hacen falta unos pocos ensayos fundamentales, como el ya mencionado sobre Rul­ fo y Arreola. Pese a eso, el trabajo de Argüelles es muy meritorio: acerca la obra de Carballo al lector de nuestros días y de los días por venir. Al través de las palabras de Carballo presenta un ambicioso programa de lecturas. Quien quiera estar al tanto de lo que se escribió en México en los dos primeros tercios del siglo xx , tendrá que seguir los itinerarios propuestos por Carba­ llo, según los ordena Argüelles. Ya nada es igual es una obra viva, que puede leerse como una novela; una obra profunda, espléndidamente escrita, donde se construye por lo me­ nos un gran personaje: el niño y el joven que Emmanuel Car­ ballo fue –y donde se extiende un amplio fresco sobre la vida en la Guadalajara de los años treinta y cuarenta del siglo xx. El libro despliega un interés central en la literatura –abun­ da en reflexiones, noticias, confidencias en torno a las letras–, pero no se limita a ese campo. Hay otros motivos de indagación –la gente de todos los días– y una cuida­ dosa escritura que da vida al mundo personal de Carballo. Los tres libros se acompañan y se completan; vale la pe­ na leerlos a un mismo tiempo: presentan a este enorme per­ sonaje que hoy llora nuestra cultura, y muestran una visión amplia y profunda de esa misma cultura. Estos tres libros son una manera de comen­ zar a conocer a Carballo, pero no lo agotan. Hay temas que dejan pendientes y que haría falta ver tratados: el lenguaje de Carballo; su labor como editor, sobre to­ do en Diógenes; el magisterio que ha ejercido a través de sus escritos y su pa­ labra hablada. Estos tres libros que ahora he comen­ tado dan testimonio de un hombre que cuando iba llegando a la mitad de su vi­ da se retrató de esta manera en su colum­ na Diario Público: “Yo quise ser, desde adolescente, un hombre feliz. Y la feli­ cidad, para mí, consiste en decir a toda hora lo que pienso del mundo que me rodea. Felicidad también, y más pro­ funda, es el amor. Puedo de­c ir a los treinta y nueve años que casi siem­ pre he dicho la verdad (cuando no la dije sufrí grandes calamidades internas) y casi siempre he vivido enamorado. Esta actitud tiene sus desventajas: hace años que nadie me ofrece empleos y mucha gente decente (e importante) me mira como a un apes­ tado. Y realmente no soy yo el que apesta sino la sociedad en que vivo.” • Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada


Orlando Ortiz

H

ace tres o cuatro semanas me comuniqué por teléfono con él, para saludarlo y preguntarle cómo estaba, cómo se sentía. Aproveché para felicitarlo por la aparición de su Párrafos para un libro que no publicaré nunca, recién editado por Co­ naculta ¿Ya lo leíste?, me preguntó. ¡Claro!, respondí, y creo que resolviste de maravilla las dudas que te­ nías en cuanto a los episodios sentimentales de tu vida, apunté. Fue una charla breve; en su voz percibí el cansancio de la edad y los males que con ella vie­

4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

ba satisfactoriamente antes de que se completaran las novelas requeridas para el certamen. Lo conse­ guí y al parecer los resultados fueron satisfactorios, pues la publicó. Ese fue el inicio de nuestra amistad. Después, co­ mo producto de nuestras charlas, nacieron tres libros más, que él editó. Cuando don Eulalio Ferrer le pi­ dió que se hiciera cargo de la revista Cuadernos de Comunicación, me llamó para que fuera el secretario de redacción. De esa época recuerdo que ambos –y

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problemas renunciaría y me respondió que él tam­ bién lo haría. Lo hizo saber a los colaboradores, que de inmediato se solidarizaron. Se presentó pública­ mente la renuncia, y Emmanuel también lo hizo de manera individual en una carta dirigida al Lic. Moya, vía Enrique Mendoza, expresando su total desacuer­ do por la conducción autoritaria y nueva línea edi­ torial del periódico, ahora carente de crítica y servil, y por lo mismo se oponía a que los artículos de los colaboradores que él había llevado a la Organiza­ ción fueran mutilados o sometidos a censura. Podía haber hecho caso omiso del problema, en cierta medida menor, pues en realidad al único cola­ borador al que se le habían mutilado colaboracio­ nes fue a mí, que escribía de cuestiones nacionales, pues el resto abordaban los problemas de Latinoa­ mérica. Pero no lo hizo. Iba contra sus principios li­ bertarios, de solidaridad y, por así decirlo, de iz­ quierda sin partido. El siempre se consideró un “francotirador”. Tanto en la literatura como en la política. Nunca solapó debilidades o errores de ami­ gos o enemigos. Esto le acarreó muchas enemistades y pérdida de “amigos” incapaces de aceptar críticas. Tal vez se quedó malacostumbrado a ser el “infante terrible” que en los años cincuenta apareció en la crí­ tica literaria de nuestro país. Y, en alguna medida, se fue quedando solo. (Como casi solo, en su ataúd, es­ taba este lunes 21 en la funeraria. La fiesta fúnebre estaba en otra parte, donde había cámaras, medios, celebridades. Pero ésta no era excluyente, los exclu­ yentes fueron los asistentes al duelo.) ¿Cuál fue el mayor pecado de Emmanuel Carba­ llo? Decir lo que pensaba y ser congruente con lo que decía. Además, allá en el rancho habríamos dicho: no tenía pelos en la lengua. Era consciente, por otra parte, de que podía estar equivocado en sus juicios, Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada

La vida te va apagando nen. No obstante me preguntó en qué estaba traba­ jando y le respondí que en una novela que me cos­tará un chingo de canas verdes; él sonrió y me dijo que canas tenía desde hace mucho; porque desde hace mucho me cuesta trabajo escribir como antes, respon­ dí, escribir media cuartilla me cuesta un huevo y la mitad del otro. Es que lentamente la vida te va apa­ gando, sentenció y yo no me atreví a decirle: te estás autoplagiando, pues esas palabras se hallan en el párrafo antepenúltimo del libro. Conocí a Emmanuel en 1967, si la memoria no me falla, en una ceremonia de premiación. Yo había ob­ tenido el segundo lugar en el primer concurso de la revista Punto de Partida, en cuento. Julieta Campos y Emmanuel Carballo habían sido los jurados. Enta­ blamos conversación y él me preguntó si tenía algu­ na novela, pues Diógenes (la naciente editorial que él dirigía) estaba organizando la publicación de seis novelas en competencia de jóvenes escritores mexi­ canos, y le faltaban dos o tres títulos. Le respondí que tenía una en proceso. Llévame a casa lo que tienes, para echarle un ojo. Así lo hice y me dijo que le gus­ taba y que siguiera escribiéndola, a ver si la termina­

José Ciccone, como diagramador– sacábamos ade­ lante la revista; todos los lunes, por la mañana, antes de iniciar las labores, comentábamos el capítulo de nuestra “telenovela favorita” –lo decíamos burlán­ donos de nosotros mismos–, Los de arriba y los de aba­ jo, una serie inglesa espléndida en todos sentidos. Posteriormente comenzó a colaborar como articu­lista en la Organización Editorial Mexicana, a invitación de don Benjamín Wong, quien acabó convenciéndo­ lo de que aceptara ser el jefe de la sección editorial, y le daba carta blanca para invitar colaboradores, quitar a los que sintiera obsoletos, etcétera. Fui invitado a colaborar, y dadas sus relaciones con intelectuales latinoamericanos de “peso completo” en ese momen­ to, que estaban como refugiados políticos, la nómi­ na del diario se enriqueció considerablemente. Hubo algunas fricciones con el jefe de redacción o subdirec­ tor, ya no lo recuerdo bien, pero don Benjamín Wong siempre le dio su apoyo a Emmanuel. El problema se presentó cuando el licenciado Mario Moya Palencia dejó la Secretaría de Gobernación y sustituyó en el timón a don Benjamín. Hubo problema con algunos de mis artículos, le dije a Emmanuel que para evitarle

pero de lo que siempre estaba convencido era de la sinceridad de los mismos. En cierta ocasión, cuando tenía poco de conocerlo y tratarlo, me dijo que le es­ pantaba la idea de llegar a una edad en la que se estan­ cara intelectualmente y quedara ligado a prejuicios literarios o políticos conservadores o, lo que era peor, reaccionarios. Que para él, los críticos debían ser co­ mo los poetas marchitos, que si tienen suerte se reti­ ran a tiempo, para no escribir pendejadas obsole­ tas y olorosas a naftalina. Emmanuel Carballo, estoy convencido de ello, no tuvo que retirarse porque nunca llegó a viejo; siempre fue, a lo largo de su vida, el infante terrible, el “mal necesario”, como él mismo calificaba su oficio. A veces declaraba estar esperando la aparición de un joven crítico al que pudiera dejarle la estafeta. El problema, ahora, aunque se oiga como lugar co­ mún, es que deja un vacío tremendo. No veo a ese joven que pueda llenar los zapatos de Emmanuel. En la academia hay muchas y muchos de gran talento y con conocimientos muy amplios, pero tal vez por lo mismo incapaces de la pasión y vehemencia necesa­ rias para ser críticos •


4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

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entrevista con Emmanuel Carballo Jorge Pedro Uribe Llamas

Así que irse

es como hay

Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada

En junio de 2013, cuando se hizo esta entrevista, Emmanuel Carballo se

dedicaba a corregir los libros que había

lo, después a burlarte un poco, deshacerte de él y posteriormente a amarlo desmedidamente.

posible”. Le gustaba visitar a Guillermo

–También entrevistó a Carlos Fuentes cuando iniciaba. ¿Cómo lo recuerda?

escrito “para dejar las cosas lo mejor

Tovar de Teresa en la colonia Roma. Decía

que tenía que caminar para vivir más años.

Sus opiniones sobre los escritores que

conoció de cerca eran tan vehementes como

de costumbre. Murió el crítico y autor, pero sobrevive un trabajo bien documentado sobre

la literatura mexicana del siglo XX .

-E

n Protagonistas de la literatura mexicana (1965) usted escribió que un entrevistador es un aguafiestas. ¿Por qué?

–Cuando estás con una persona que te aco­ rrala por todos lados para que digas lo que debe ser y no lo que tú quieres, entonces te saca de tu mundo, de tu conformismo, y te pone frente a la pared, donde puede fusilarte o perdonarte. –¿Fue cómodo entrevistar a gente como Vasconcelos?

–Él fue una figura que ayudó a formar mi per­ sonalidad. Dos personas han sido fundamentales en mi vida, y son las antípodas: Alfonso Reyes y José Vasconcelos. Uno aceptaba el mundo y el otro que­ ría transformarlo. A Reyes le gustaba el mundo tal y como era, siempre y cuando él fuera el rey, mientras que Vasconcelos quería hacer el mundo a su imagen y semejanza. Los entrevisté porque eran mis ídolos. Me sirvió para redondear el retrato de personas que ya admiraba.

–¿Qué admira de Alfonso Reyes?

–Su estilo. Sigo sin conocer a un escritor que tra­ baje tan bien la filigrana y que no se note. Era un gran estilista, un primor de conocimiento del idioma. Lle­ gar a las cosas que escribía Reyes es llegar a la región mas transparente del aire. Te vuelve lo más difícil, lo más pedregoso, un camino recién asfaltado. Era muy educado para escribir, sabía cómo comportarse. Hasta te imaginas qué color de camisa traía, si estaba vestido de traje, de pantalón y saco o de suéter o cha­ marra. Reyes es tan claro que primero llegas a amar­

–Lo conocí en 1954. Era un hombre muy brillante, guapo, bien vestido. Había ido a buenas universida­ des y tenido muy buenos amigos. De niño, Alfonso Reyes lo había sentado en sus piernas. Su padre era diplomático. Él se vistió de charro antes que... Bueno, yo nunca me he vestido de charro.

–¿Y a la joven Elena Poniatowska? Usted celebró sus primeros escritos.

–Estábamos un poco enamorados de Elena y con­ fundíamos biografía con bibliografía, amor con lite­ ratura. Era mona, tenía bonitas piernas. Sus méritos como escritora son pequeños si la comparamos con Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Beatriz Espejo o Elena Garro, que fue la escritora más impor­ tante de la segunda mitad del siglo xx .

–¿Por qué la mejor?

–Porque la he leído minuciosamente: sus cuentos, novelas, diarios, cartas, obras de teatro. Yo le pagué mil dólares para que publicara su Felipe Ángeles, que es una hermosa obra de teatro. Perdí mi herencia ha­ ciendo libros: publiqué doscientos libros y perdí to­ dos los centavos que me dejó mi mamá. Cumplí con mi deber. De Elena Garro me acuerdo de sus recursos estilísticos, de cómo con cuatro o cinco frases volvía a un personaje imperecedero.

–Usted dijo en una entrevista que ella tenía una cultura sujetada por alfileres y que no había leído más de ochenta libros.

–Pero tenía tantos libros de ella misma en el pán­ creas, el hígado, los riñones, el corazón, que no ne­ cesitaba leer. Un genio se da esos lujos: inventar libros que nunca ha leído. Hay autores que no nece­ sitan leer, sino leerse a sí mismos.

–¿Será el caso de Juan Rulfo?

–No, él era un buen lector. Leía mucha literatura estadunidense traducida al español. Tenía más in­ fluencia de los traductores de Faulkner que de Faulk­ ner. Lo importante es el talento que tenía.

–¿De Octavio Paz qué recuerdo tiene?

–Es mi maestro. Le tengo una enorme admiración. Si realmente quieres a una persona te vuelves su crí­

tico más entusiasta. Obviamente me peleé con Paz. Era mi temperamento. Además, nunca me sujeté a lo que pensaba mi corazón, mi cerebro no se lo impe­ día. Tuve muchas muchas satisfacciones y tristezas. Pero así es como hay que irse. –¿Los autores jóvenes también le interesan?

–Juan Villoro me parece un buen escritor, pero no trata los problemas que a mí me interesan. Yo creo que tú aprendes con tus mayores, la gente de tu edad o más joven no te enseña. ¿Hoy quién lee por ejem­ plo a Mariano Azuela? Yo lo leí muchísimo en los años cincuenta.

–¿Cómo era la Ciudad de México en ese tiempo?

–Nos veíamos en los cafés. Me acuerdo de uno en Bucareli y Reforma y de otro en Insurgentes y Baja California, cerca del Cine Las Américas. Los prime­ ros años casi nunca desayunaba en mi casa, sino en Sanborns. Me acuerdo hasta de las gentes que iban: había una o dos mesas de escritores, gentes agrada­ bles y desagradables. Alguien que no me simpati­ zaba era Ricardo Garibay, que trabajó mucho para hacer un estilo, un estilo a fuerza, no un estilo natu­ ral. Él siempre tenía reglas que lo ataban, no volaba, estaba preso en la tierra. También recuerdo a Faus­ to Vega, creo que era secretario de El Colegio Nacio­ nal, tenía una risa conmovedora e inteligente: em­ pezaba a reírse y toda la gente de Sanborns volteaba a verlo. Era muy agradable.

–De su vida anterior en Guadalajara, ¿de qué se acuerda?

–Empecé a escribir más o menos a los diecisie­ te años. Mi gran amigo era Carlos Valdés, había­ mos sido compañeros en la primaria y secundaria. Leíamos en el Parque de la Revolución, que lo había hecho Luis Barragán, adelantándose cua­ renta años a la arquitectura. La ciudad era peque­ ña, tendría unos 150 mil habitantes. Admiro, quie­ ro y sufro cuando hablo de Guadalajara. En 1949 empezamos a publicar Ariel, hicimos veinticinco números, publicamos a muchos autores locales, nacionales y extranjeros. Yo leía mucha poesía española.

–¿Sirve leer mucho si uno no se dedica a la literatura?

–Conozco gentes, muchachos y grandes, que no escriben, que nos conocimos como lectores. Yo he escrito y ellos siguen leyendo, y son más felices que yo, quizá •


La canción Arturo Gómez-Lamadrid

Foto: tomada de jimarino.com

C’est dans la reprise des temps par l’imaginaire

que le souffle est rendu à la vie

Marguerite Duras

La memoria de un hombre no es una suma,

es un desorden de posibilidades indefinidas

j. l. Borges

C

Para Rosario, por supuesto, y para Fernanda y Sofía, mis amorcitos

uando, en mayo de 1940, Gallimard publicó bajo el sello nrf un libro firmado en coautoría por Philippe Roques y Marguerite Donnadieu: L’Empire Français, nadie hubiese imaginado, ni siquiera ella misma, que la mujer que escribió esas páginas, renegadas poste­ riormente, encontraría en la escritura, sin saber por qué, su razón de ser, un trabajo de galeote, contradic­ torio: abrumador y gozoso, iniciado como el placer de contar una historia y convertido poco a poco en el intento de llegar a la claridad en el recuento de la vida propia −a pesar, pero también a partir de la ver­ dad histórica, pues evocar, contar, es siempre inven­ tar−, en una búsqueda implacable de los resortes que mueven el actuar humano, en una tabla de salvación dentro de un hoyo hecho de soledad y alcohol, en una convivencia con lo desconocido, en un absoluto: “La cosa más importante que me había pasado.” “Es­ cribir no es contar historias, es lo contrario de contar historias. Es contar todo a la vez, contar una historia y la ausencia de esta historia.”

En su extensa obra ‒relatos, novelas, ensayos, obras de teatro, guiones cinematográficos, películas y tex­ tos periodísticos−, compleja, polémica, por momentos irritante, pero sin duda bella, arriesgada, valiosa, averiguó primordialmente sobre la mujer, el amor y el deseo, escarbando en sus zonas límite, más allá de la razón, y alcanzó con la palabra y el silencio, con elipsis y vacíos, recovecos de la naturaleza humana de infrecuente acceso: “un salvajismo anterior a la vida”, algo extraño, cifrado, encantatorio, afincado en hechos contundentes: un crimen pasional, un aban­ dono, un incesto, que adquieren, sin embargo y al mismo tiempo, a través de la escritura, una existencia inasible, perturbadora e intensa. Una obra que, dice Xavière Gauthier, “como ninguna otra, deja que los fallos, las faltas, los blancos, inscriban sus efectos in­ conscientes en la vida y los actos de los ‘personajes’”. Al igual que sus dos primeras novelas, La impudi­ cia (1943) y Una vida tranquila (1944), la tercera −fir­ mada ya con el nombre de Marguerite Duras− Un di­ que contra el Pacífico (1950) está influida por el realismo

y las técnicas narrativas de autores estadunidenses, particularmente Hemingway y Faulkner. Ahí cuen­ ta la vida de una madre y sus dos hijos adolescentes −hombre y mujer− en la Indochina francesa, que sue­ ñan con una quimérica riqueza, deifican el dinero y se regodean con el delirante proyecto materno, insertos en una naturaleza formidable e inhóspita, verde, caliente, húmeda, en la que panteras, tigres, zancudos, mosquitos y toda clase de bichos pueblan un espacio insalubre que la madre se empecina inú­ tilmente en convertir en un edén de productivos arro­ zales −monedas de cambio de la anhelada pros­ pe­r idad−, anegados por las aguas del Pacífico. La madre y su fracaso llenan la vida de este trío de ver­ güenza, pero también de orgullo y de una ambición desesperada y cínica cuya presa visible es un ana­ mita rico y feo, enamorado de la joven, en quien se fundan los planes de éxito financiero de la familia, minuciosamente concebidos por la madre.

La ficción autobiográfica Duras hizo de su infancia indochina y su familia un reservorio de materia prima para la creación. En las primeras tres novelas, pero también en Días enteros en los árboles (1954), El cine Edén (1977), Agathe (1981), El amante de la China del Norte (1991), o la más célebre de todas ellas: El amante (1984), la ficción es autobio­ gráfica. Sus padres, profesores de la escuela de Jules Ferry, decidieron, por separado, probar suerte en estas tierras conquistadas por los ejércitos del Se­ gundo Imperio y explotadas por la Tercera Repúbli­ ca. Allá, en Gia Dinh, convertida ahora en un subur­ bio de la actual Ciudad Ho Chi Minh, la admirable y espléndida Saigón construida por los conquistado­ res franceses y transformada en capital por los al­ mirantes-gobernadores debido a su estratégica ubi­ cación al borde del Mekong, sitio de arribo de los barcos y los refuerzos militares−, el 4 de abril de 1914, Henri y Marie Donnadieu, tras haber procreado dos varones, Pierre y Paul, tuvieron por fin una niña y la llamaron Marguerite. El padre, casado y con dos hi­ jos, profesor, alentado por su hermano −militar en Cochinchina− y respaldado por sus títulos, solicita y obtiene un puesto en la colonia. La madre, Marie Legrand, casada también, sin hijos, llega con su es­ poso, profesor asimismo, en marzo de 1905. Los pa­ dres de la futura escritora se conocen y enviudan, la esposa y el esposo de Henri y de Marie sucumben a una de tantas enfermedades producto de las condi­ ciones insalubres que reinan en estas selvas tropica­ les. En 1921 −Marguerite tenía siete años−, en Fran­ cia, tras un largo debilitamiento y una incierta convalecencia, Henri Donnadieu muere. Aunque para Marguerite su padre no fue, como para Sartre, “una foto en el buró de [su] madre”, su ausencia es definitoria. Su nombre de escritora, Duras, lo tomó Foto tomada del libro: Marguerite Duras Wartimes Notebooks

M


n de

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Marguerite (centenario de Marguerite Duras) de un pequeño cantón en Aquitania, en el departa­ mento de Lot-et-Garonne, la región natal d’Henri; pero en su obra hay pocas referencias a él, a su parti­ da a Francia −resentida tal vez como un abandono− y a su muerte: En esta residencia es donde mi madre sabrá de la muer­ te de mi padre. La sabrá antes de la llegada del telegra­ ma, desde la víspera, por una señal que sólo ha visto y ha sabido entender ella, por ese pájaro que en plena noche gritó, enloquecido, perdido en el despacho de la fachada norte del palacio, el de mi padre.

El eje de la vida familiar, entonces, fue la madre. “Tu­ ve la suerte de tener una madre desesperada, de un desespero tan puro que incluso la dicha de vivir, por intensa que fuera, a veces, no llegaba a distraerla por completo.” Tuvo con ella una relación entrañable y difícil, la tildó de severa, obstinada hasta el absurdo, terrible, dura, violenta y, al mismo tiempo, evocó su valentía, su ternura, su actitud protectora y amorosa. Es, por lo demás, una presencia constante en su obra. Su separación física y prácticamente definitiva ocu­ rrió en octubre de 1933, cuando Marguerite se insta­ ló para siempre en París sin regresar jamás a al país que la había visto nacer. Antes de ello, había hecho tres estancias en Francia: la primera no le dejó ningún recuerdo, pues era muy pequeña; la segunda, entre 1922 y 1924, no sólo la grabó en su memoria: Pardai­ llan devendría, veinte años después, el escenario de su novela La impudicia. Durante la última estancia, entre marzo de 1931 y septiembre de 1932, estuvo de nuevo en Pardaillan y luego en París, para seguir la primera parte de los cursos que le permitirían obte­ ner su certificado de bachillerato; sin embargo, no todo se redujo a las clases, también se embarazó y vivió la amarga, secreta y clandestina experiencia

de un aborto. Inscrita en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, tenía pocas compañeras, pues esta disciplina era en aquel tiempo coto casi ex­ clusivo de los hombres. Entre ellos, dos se volverían célebres: François Mitterrand y Jean Moulin. Una vez terminados los estudios, obtuvo un empleo en el Ministerio de las Colonias. La guerra, un encuentro y experiencias íntimas y dolorosas provocaron un cambio rotundo en la joven tímida pero seductora, fogosa y reservada, atildada y provinciana. Robert Antelme y Marguerite Donnadieu se co­ nocieron en el invierno de 1936 y se casaron el 23 de septiembre de 1939. Él ya había sido enviado al fren­ te, a Ruán, en donde recibió un telegrama de ella pi­ diéndole que la desposara. Muchos años más tar­ de diría, refiriéndose a Antelme: De los hombres que conocí, fue el que más influencia tuvo en los hombres que conoció. De toda mi vida, fue el más importante. Para mí y para los otros […] Era la inte­ ligencia misma […] Era muy alegre. Y creo que algo in­ creíble en él era que no se daba cuenta en absoluto de esta especie de poder que ejercía sobre los otros, no lo sabía.

Empezaban los años negros, llenos de trastocamien­ tos políticos y sociales, de violencia, dolor, penuria y muerte. En mayo de 1942 pierde a su bebé, que sólo vive algunos minutos, y en noviembre recibe la noticia del fallecimiento de Paul, su adorado hermano. Los primeros años de la ocupación los vive en el descon­ cierto, un poco a ciegas, sin saber si hay que apoyar a Pétain o no, ocupada en vivir, en sufrir, en luchar para comer, pues además de la escasez y los racionamien­ tos, se queda sin empleo durante veinte meses, a par­ tir de noviembre de 1940. Y empieza a escribir. Le Square (1955) marca el inicio del profundo cam­ bio en su escritura. La novela es, bajo la forma de un

extenso diálogo, un encuentro entre dos humildes, una joven sirvienta cuya vida se reduce a obedecer, limpiar y esperar, y un hombre maduro, buhonero, que ha renunciado a toda esperanza y vive este aban­ dono, día a día, con felicidad: “Hay gente así, que encuentra tanto placer en vivir, que puede abstener­ se de esperar. Me rasuro todas las mañanas cantan­ do. ¿Qué más quiere usted?” Esta forma dialogada explica que la obra haya sido recuperada por el tea­ tro y puesta en escena una y otra vez. Pero Le Square es sólo el inicio de otras novelas que se transforma­ rán en cine, y en las que el intrincado tejido hecho de recuerdos, realidad e invención, dará vida a las obsesiones y los temores de aquella niña. Así, El arrebato de Lol V. Stein (1964) y El vicecónsul (1966), desembocarán en India Song (1975), sin duda la pelí­ cula emblemática de la autora. “Hace falta tan poco para contar una historia”, decía Duras. Pero hizo falta el terror a la lepra, a la mendiga con el pie podrido que un día regaló su niño a la viuda Donnadieu; hizo falta una impresión pro­ funda, una conmoción, al enterarse del suicidio de aquel joven cuyo cadáver quedó expuesto durante largas horas, como un espectáculo, llevando el adul­ terio de lo íntimo a lo público; hizo falta una ima­ ginación febril para transformar a esa mujer peli­ rroja y hermosa, esposa del delegado general en Indo­c hina, en esta dadora de muerte, en este per­ sonaje fatal de aura tenebrosa. La autora de Emily l . (1987) afirmó que contaba historias que ya estaban ahí, en alguna parte, inadvertidas, desatendidas, y que, al pasar por ella y ser devueltas, devenían per­ ceptibles. Pero en este pasaje adquieren luces y som­ bras, persiguen caminos no andados, no impuestos por la linealidad o las convenciones, e interpelan al lector, que, de cualquier manera, termina siempre por añadir sus propios fantasmas •


leer Las penas del guardador de rebaños. Tras la huella del Polifemo, José Javier Villarreal, Fondo de Cultura Económica, México, 2013.

Tiene mucha razón el autor de este ensayo: las obras del pasado no son, de ninguna manera, cosas inertes, finitas y superadas, sino “algo vivo que fecunda el presente”. Eso ha sido siempre, entre muchas otras obras de don Luis de Góngora, La fábula de Polifemo y Galatea. Para el autor, tal como lo explica en este rico y pormenorizado ensayo, en el Polifemo –como suele denominársele familiarmente– consiste nada menos que el inicio de la poesía moderna, nacida precisamente durante el Siglo de Oro español, del que Góngora fue artífice junto con sus notables e igualmente célebres coetáneos. Disfrute el lector del reencuentro con esta obra indispensable para entender la literatura en nuestra lengua, o vaya de la mano con el au‑ tor del presente ensayo en su primera y gozosa incursión.

Recurrencias. Antología personal, Rae Armantrout (traducción y presentación de David Ojeda), Ediciones Sin Nombre/ Editorial Ponciano Arriaga, México, 2013.

A sus sesenta y siete años, la de esta autora es “una de las voces más brillantes de la actual poesía esta‑ dunidense”, la cual, entre muchos otros reconocimientos, hace tres años la hizo merecedora del Premio Pulitzer de Poesía. Aquí presentada y traducida por el también escritor David Ojeda, los lectores en español por primera vez contamos con la posibilidad de acercarnos al vigor, la densidad formal, la bri‑ llantez y la transparencia poéticas de Armantrout. Para mayor fortuna de quien tenga esta sustan‑ ciosa antología entre sus manos, se trata de una edición bilingüe, que permite el cotejo del original con la traducción –o, como algunos preferimos definir, con la versión del poema ofrecida por el traductor.

4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

Un mexicano y su obra: Jaime Torres Bodet, Emmanuel Carballo, unam , México 2014.

LA ADMIRACIÓN DEL ADMIRADO

dictorias: todo le alimenta y todo lo aprovecha. Es un burócrata, sobradamente competente y eficaz, pero también sirve al arte. Un ensayo que nos recuerda la magnífica vista de Carballo como crítico y que debe ser un llamado para devolver a su lugar a Torres Bodet, “el hombre de letras más significativo con que cuentan hoy día las letras mexicanas” •

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

P

ara quienes conozcan la obra crítica de Carballo, bastará saber que este libro no sólo es un dechado de elogios para Torres Bodet, como creador y como analítico de la escritura, sino que, como solía hacer Carballo, dichos elogios están documentados y sustentados. Para quienes conozcan la obra de Torres Bodet, incluso parcialmente, bastará saber que la lectura de esta peculiar biografía dará nuevos caminos para transitar en el país creado por él. Como creador, Torres Bodet es un pozo inagotable de sorpresas. Habrá quien prefiera su poesía a las demás facetas de escritura (todas excepto el teatro): este libro servirá para conocer el panorama de un autor emparentado en grandeza con Reyes y que, a juzgar por el ojo muy fino de Carballo, rebasa a los otros integrantes del grupo de los Contemporáneos: Novo, entre varios. Para Carballo, “la obra de Torres Bodet es una de las más amplias de que se tiene noticia en la historia de las letras mexicanas; es, también, una de las más generosas y bien orientadas; y es, por último, una de las más bellas”. Para comprender un poco a Torres Bodet, es necesario saber del burócrata Torres Bodet. La lista de cargos públicos es notable: desde secretario de la Escuela Nacional Preparatoria a temprana edad, bajo las órdenes de José Vasconcelos, hasta embajador, el único mexicano en dirigir la unesco , secretario de Educación Pública y de Relaciones Exteriores, entre otros. La lista es larga, tanto como la de los intelectuales y políticos de primer orden con los que trató y de quienes se benefició. Aunque se le hermana con Reyes y Paz por su “universalidad”, ni Reyes y Paz juntos se equipararían en los cargos desempeñados por Torres Bodet. Cuando se le preguntó a Novo sobre los Contemporáneos refirió: “Los que venían detrás de nosotros no codiciaban la cultura sino las chambas. Nosotros fuimos burócratas pero, también, hombres de amplia cultura.” Más que hablar de las disciplinas abordadas por Torres Bodet, el texto de Carballo incide en sus alcan‑ ces, destaca la amalgama entre el hacer y el crear, entre trabajar para el Estado y hacerlo para las letras. “No entiendo muy bien a los escritores que quieren sentirse sólo es‑ critores.” Con la claridad inserta en toda su obra, Torres Bodet propone el trabajo no literario como una suerte de fuelle purificador para el escritor que busca compenetrarse con la materia de su obra: todos los demás humanos, pero, también, la propia interioridad: “entre el mundo y la torre de marfil, lo que importa es el mundo, siempre”; “cuanto más se acerca al hombre, más auténtico es el artista”. En Torres Bodet no hay actividades contra-

Poesía, pan de los elegidos, Octavio Paz (prólogo de José Luis Rivas), Universidad Veracruzana, México, 2014.

LA CONSTELACIÓN OCTAVIO PAZ EDGAR AGUILAR

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ctavio Paz (1914-1998) publicó su “verdadero primer libro” de poemas en 1949 con el contundente título de Libertad bajo palabra (reeditado más tarde en 1960), que comprende poemas escritos a partir de 1935. En adelante no cesará de escribir poesía y de publicar libros de poemas. El último de ellos, Árbol adentro, verá la luz en 1987. Los poemas escritos con posterioridad aparecerán conjuntamente en su Obra poética (1996) con el genérico nombre de “Poemas, 1989-1996”. Esto significa un período total creativo que abarca poco más de sesenta años. En cada libro de poemas Paz dejó su impronta. Una impronta indeleble, inagotable, al margen del tiempo, de las preferencias literarias, de los vasos comunicantes entre el hombre público y el creador: el poeta extraordinario que fue. Como pocos –o quizá como ninguno en su época– Octavio Paz cultivó y desarrolló una forma de interrogar al mundo (de ser parte de él) que nunca terminó por vaciarse, o mejor: por saciarse. Su poesía es, asimismo, una constelación –fija y resplandeciente– que se eleva en el firmamento de la poesía de todos los idiomas y de todas las edades. La constelación Octavio Paz. Sería inapropiado enumerar los poemas más “grandiosos” o “emblemáticos” del poeta. Por otro lado, algunos críticos ya lo han hecho de acuerdo con lo que podría considerarse como “el efecto Octavio Paz”: una suerte de epifanía experimentada ante el encanto de la fuerza verbal de tal o cual poema de envergadura, digamos “Piedra de sol” o “Blanco” (que no figura en la presente antología). No hay poemas mayores o menores. Hay, en todo caso, una o b r a . Y d e e s a o b r a s e d e s p re n d e n poemas únicos, irrepetibles, correspondientes entre sí pero distanciados en cuanto a su particular u n i v e r s o p o é t i c o , q u e e s e l d e l h o m b re d e naturaleza cambiante, como lo fue también el Paz poeta. Aquí cabe una pregunta. O más bien, una revelación no revelada: ¿quién fue Octavio Paz en realidad? Aventuro una idea: un hombre de genio insuperable, moderno en el más amplio sentido de la palabra, mas no exacta o estrictamente un genio, como se le designa al hombre superdotado occidental. Si algo distingue al Paz lírico del Paz narrador es su carácter de sagrado. Así es: un ser sagrado, tocado por la divinidad (Tonatiuh o Krishna) desde muy joven y que rara vez sucumbió al destino fatal del común de los mortales. Esto, desde luego, no lo hace menos poeta. Paz pertenece a otra clase, a otro género de hombres y, por tanto, de poetas. Nótese

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leer

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entonces la afinidad: hombre-sagrado-poeta, el triángulo básico (la pirámide) para acceder a lo divino, que es, según el propio Paz, el acto primigenio de toda creación humana. Sobre el grueso de sus poemas prefiero “Salamandra” (publicado en 1962 y que se incluye en la antología). De regular extensión es este el poema donde Paz hilvana con inigualable destreza su habitual –y por ello sorprendente– instinto metafórico: el juego de imágenes se sucede de tal modo que el elemento a poetizar, la salamandra (“niña dinamitera”, “negro paño de lágrimas de azufre”, “heraldo diminuto del chubasco”, “Xólotl el ajolote”, “piedra verde en la boca de los muertos”), alcanza su máxima expresión. Una metamorfosis mudada en otra metamorfosis: la salamandra, el poema, la poesía. Muy recomendable esta Poesía, pan de los elegidos. Su formato de bolsillo permite una lectura maleable y dinámica, como la misma poesía de Octavio Paz. Excelente selección de poemas (salvo el reproche que se le pudiera hacer por dejar fuera “Entre la piedra y la flor”) a cargo de otro gran poeta: José Luis Rivas. Sería justo que los nuevos lectores empezaran a conocer nuevas y más atractivas ediciones (libro por libro) de nuestro único Nobel de literatura. Las que existen, la mayoría de hace alrededor de cuarenta años, polvosas, anacrónicas, grises, parecen no decir mucho a las recientes generaciones. ¿O será que el Príncipe no desea verdaderamente que se renueve el pensamiento crítico, moral y poético de Paz? • La revolución feminista inacabada. Mujeres, reproducción social y lucha por lo común, Silvia Federici, Taller Editorial Escuela Calpulli, México, 2013.

Esta obra, compuesta por cinco escritos hechos entre 2001 y 2011, afirma la centralidad del trabajo reproductivo femenino para el trabajo productivo mercantil, al tiempo que llama la atención sobre la mercantilización del trabajo doméstico por medio del llamado trabajo afectivo. Su materialidad se hace patente en el lugar que ocupa en la economía global del llamado “sector servicios” (empresarial, sobre todo desde el llamado neoliberalismo globalizado). La importancia de leer La revolución feminista inacabada radica en el cuestionamiento que lleva a cabo de lugares comunes que afirman al trabajo doméstico, el ámbito privado y de reproducción humana como “naturales” y propias de un género (el “femenino”). La autora insta a criticar estas naturalizaciones desde la vida cotidiana, para repensarnos como sujetos políticos en tanto personas, no ya tan sólo desde que “somos-en-el-mundo” sino desde los momentos de procreación: este punto de partida le permite afirmar la necesaria crítica a una “reestructuración del trabajo reproductivo en la era neoliberal” que normaliza cada vez más el trabajo afectivo, personal y doméstico en una suerte de “lógica empresarial” (sujeto privilegiado de la “globalización”). Esta lógica es cada vez más apoyada en países como el nuestro y su crítica pasa por todos los ámbitos más íntimos y cotidianos de las personas. Ante límites acríticos que definen lo político en una esfera netamente profesional partidista, La revolución feminista inacabada es, como bien lo plantea Silvia Federici, una tarea pendiente y social que se perfila en los procesos para la liberación social colectiva hacia formas de vida más comunes • México y Estados Unidos: dos historias, Niceto de Zamacois (selección e introducción de José Enrique Covarrubias), Conaculta, México, 2013.

LUCHAS PARA LA LIBERACIÓN POR LO COMÚN

DE CONQUISTAS Y BENEFICIOS

ORLANDO LIMA ROCHA En 1969, al calor de las transformaciones suscitadas en esos años, la feminista estadunidense Carol Hanisch publica su ensayo Lo personal es político, título que dimensiona la radicalidad feminista y apunta hacia uno de los temas clave para la vida cotidiana: el vínculo entre la reproducción humana y su producción material, entre lo doméstico y lo público, lo individual y lo colectivo, lo personal y lo político. Este es justamente el eje que recorre la feminista Silvia Federici (1942) en sus ensayos contenidos en La revolución feminista inacabada.

original (1864-1865)– en donde Zamacois compara las características culturales, religiosas y políticas de México con las de Estados Unidos, partiendo de la época en que dichos países aún no eran conquistados por España e Inglaterra, respectivamente. Zamacois retoma de México al imperio azteca. Lo retrata como una civilización avanzada en materia gubernamental; reconoce de éste la consignación de leyes en escrito-pinturas, el establecimiento de un tribunal de justicia en cada provincia y la existencia del poder legislativo integrado por monarcas. Sin embargo –dice el autor–, es hasta la llegada de los españoles cuando las tribus sometidas al yugo azteca –y hastiadas de él– se fusionan a España de manera voluntaria mediante acuerdo político; dejan de pagar exorbitantes tributos; conocen y hacen uso de los animales de carga (asno y caballo); se liberan del riesgo a dar su vida en los sacrificios religiosos y de tolerar la “insultante altanería” con que eran tratados por sus gobernantes. La conquista española – continúa– significó para México una oportunidad de crecimiento cuya principal herencia fue el catolicismo (sobre todo sus virtudes: beneficencia y práctica de la caridad) y el amor a la patria. En cambio, de Estados Unidos dice que es producto del fanatismo religioso de signo individualista. Critica fuertemente a los admiradores del modelo de colonización inglés, pues considera que éste sólo se interesó por el beneficio de Inglaterra y no el de los indios, obligando a estos últimos a regir sus actos con base en las leyes azules, creadas para controlar, desde la religión, hasta el más mínimo detalle de sus vidas. En ningún momento Niceto de Zamacois niega su aprecio por España. No obstante, respalda sus reflexiones en documentos como la correspondencia sostenida entre Hernán Cortes y Carlos v , o los estudios realizados por j . a . Spencer, William Robertson, Alexis de Tocqueville, Víctor José Martínez y Francisco Javier Clavijero, entre otros autores mexicanos y extranjeros que han puesto su atención en la historia de nuestro país •

ELIZABETH MONTIEL TORRES

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acido en España, pero radicado en México desde los veinte años hasta el último de sus días, Niceto de Zamacois (1820-1885) fue –a decir de José Enrique Covarrubias– uno de los personajes más importantes de la historiografía conservadora en México. Su obra periodística y literaria se opone a la visión de otros historiadores y filósofos que retratan la colonización española como una experiencia perjudicial para las civilizaciones que la vivieron. En esta antología, José Enrique Covarrubias reúne once escritos –publicados originalmente en los libros Historia de Méjico (1879), Los misterios de México (1850-1851) y El mendigo de San Ángel: novela histórica

LAS MIL Y UNA SEMANAS

Gustavo Ogarrio, Antonio Rodríguez et al.

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Naief Yehya

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naief.yehya@gmail.com

Los discursos de amor en la obra poética de José Francisco Conde Ortega (iii de v)

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OS DIECIOCHO POEMAS DE Intruso corazón reunieron algunos de los itinerarios de los años precedentes, aunque agregaron fuertes connotaciones recoletas y privadas que se pueden vislumbrar en las siguientes circunstancias: sacralizado, el espacio de los poemas solía ser el de la cama y la habitación conyugales; ofendido por las obligaciones del trabajo y la sobrevivencia, el tiempo de los encuentros sería la noche; protagonistas de un juego de seducciones y diálogos permanentes, los nombres de quien se adueña de la voz masculina y de quien posee la interlocución feme-

A LÁPIZ

Enrique López Aguilar

Arte degenerado: el ataque contra el arte moderno, Alemania 1937 (ii y última) El arte oficial del olvido Sólo un día antes de la inauguración de la exposición Entartete Kunst, Arte degenerado, en Munich en 1937 y a unos quinientos metros de distancia, Hitler mismo inauguró el nuevo edificio de La Casa del Arte Alemán, con la exposición Grosse Deutsche Kunstausstellung, una muestra del nuevo arte oficial del Reich: pinturas neoclásicas, académicas y solemnes que exaltaban el carácter germano. Mientras había enormes colas para ver arte degenerado (según cifras oficiales: dos millones de visitantes en los cuatro meses que estuvo montada y muchos más en la gira de once ciudades por Alemania y Austria), apenas unos cuantos vieron la de arte oficial y hasta el mismo Hitler quedó insatisfecho, pues entendió que la propuesta carecía de vitalidad y el trabajo de los artistas seleccionados era desangelado y rutinario. Desde su nacimiento, el estilo “greconórdico” estaba condenado al olvido.

Un espectáculo monstruoso nina serían yo y tú. Un grupo de ocho poemas de Intruso corazón tiene, por lo mismo, una fuerte connotación conyugal:“Celebración”, “Con las primeras sombras”, “Sueño”, “Vigilia”, “Vivimos al oriente”, “Otro sueño”, “Licor” y “Resurrección”, en los que se propicia el encuentro de la pareja, a pesar de los recorridos citadinos, del trabajo y la jornada llena de obligaciones y minucias pragmáticas que separan a la pareja. El resto de las circunstancias, en el libro, es asunto de los otros diez poemas, en los que el erotismo, la mirada al cuerpo femenino y los momentos luminosos del encuentro de la pareja alcanzan dimensiones más amplias y menos conyugales, lo cual significa que esos diez hablan de cualquier pareja, de todas las parejas, y no de una en particular, como la del Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez. Este libro, como toda la poesía, se despoja de sus signos de identidad y de los accidentes particulares para viajar “universalmente” hacia sus lectores, cosa que Francisco Conde refuerza al implicar en cada texto, minuciosa y exclusivamente, las personas del yo y del tú. En los dos grupos de poemas que he localizado (vale decir, en los dieciocho que configuran el poemario), se entrecruzan símbolos personales del autor que, a fuerza de prodigarse en muchos textos, generan una red de significaciones complementarias y, casi, de lecturas entrecruzadas, por lo que terminan imponiéndose como una subestructura tonal de la totalidad. Me parece distinguir cuatro emblemas muy visibles: el otoño, la arena, el ángel y el alcohol. Aunque alguna de las menciones al verano crepuscular de agosto interrumpa el regodeo con la estación que coincide con la fiesta del cumpleaños del poeta, es indudable su predilección por el otoño. Hablar de los privilegios poéticos de cualquiera de las estaciones resultaría ocioso, porque todas acabarían teniéndolos, así que es más fecundo entender que, en el imaginario personal de Conde,

el otoño –especialmente, el mes de septiembre– evoca, convoca y propicia los rituales carnales de la pareja, vaya uno a saber si porque de las lunas, la de octubre es más hermosa, o si porque los otoños suelen ser imborrablemente azules y transparentes en Ciudad de México (pero también los meses de enero y abril), o si porque existen razones zodiacales que el lector apenas intuye. Al margen de lo dicho, Intruso corazón crea imágenes particulares y personales que el lector acepta porque esa es parte de las relaciones de verosimilitud que se establecen entre el público y la obra: la voz poética del libro logra convencer a quien la escucha de que la estacionalidad del amor debe ser como ella dice y de que todo ocurre en la pareja, como se debe, sólo en el otoño –aunque, íntimamente, uno pudiera preferir las primaveras, los veranos o los inviernos. Hay que decirlo nuevamente, no obstante que uno ya se haya convencido de las bondades del otoño en contra de otras preferencias personales: algunos poemas tienen mucha cercanía entre sí por el leitmotiv de la otoñalidad y las alusiones al noveno y décimo mes del año, como en “Con las primeras sombras” (“De pronto sabemos/ que el otoño es un poco de horizonte…”), al igual que en “Tercer acto” (“El recuerdo de septiembre/ es un temblor de claveles cerca de la tarde…”), y como en “El aroma de tu piel” (“A la mitad de agosto/ el aroma de tu piel […] Luego el inicio de la flama/ y diez veces el fragor del almanaque…”), lo cual le da al conjunto un tono crepuscular (otra vez) que no se contradice con el protagonismo de tardes y noches de amor que pululan en el poemario, pues edifica una afirmación otoñal en la que los impulsos del erotismo parecieran obstinarse contra el que va a ser el inminente descanso de la tierra: no debe olvidarse que la tercera es la estación de la siega, de la cosecha, la vendimia y la recolección de los frutos • (Continuará.)

En la exposición Arte degenerado: el ataque al arte moderno en Alemania en 1937, de la Neue Galerie de Nueva York, se muestra cómo los nazis trataron de crear con la exposición Arte degenerado una atmósfera circense en torno al modernismo, como si se tratara de un espectáculo de fenómenos o de curiosidades grotescas; querían poner en evidencia la decadencia y corrupción del espíritu de los artistas modernos y judaizantes (aunque sólo seis de los 112 artistas “degenerados” del show eran judíos), y que los visitantes se burlaran pero también se indignaran y eventualmente se volvieran una turba furiosa. El expresionista Emil Nolde había sido uno de los pintores favoritos de Goebbels quien, quizás para expiar su culpa, incluyó treinta y seis de sus cuadros en ese show, más que de ningún otro artista. Al término de la guerra, Nolde trató inútilmente de reivindicarse como víctima de los nazis pero murió en el olvido.

Lo olvidable y lo inolvidable La Neue Galerie presenta un contrapunto entre la exposición de arte hitleriano y la de arte degenerado que alcanza el clímax en el antagonismo entre dos piezas fundamentales: por una parte, el tríptico Partida (1932-35), una obra inquietante y pesadillesca que tiene imágenes de tortura, sadismo y agonía enmarcando lo que parece ser el extraño viaje de un soberano de fantasía en una lancha de pesca; por el otro lado está Los cuatro elementos, de quien fuera el pintor favorito de Hitler, Adolf Ziegler (1937), un estudio de cuatro mujeres arias pudorosamente desnudas, hecho con elegancia y pasmosa frialdad, que

Paul Joseph Goebbels

terminó en casa del Führer. La obra de Beckmann refleja todo lo que hay de vital en el arte moderno: una mística simbolista que vincula la experiencia estética con las ideas, la experimentación con formas novedosas y la ruptura con tradiciones del pasado. Mientras la de Ziegler era un regodeo conformista con una cansada estética dieciochesca. Ziegler ocupó numerosos puestos importantes en el Reich y encabezó el grupo de cinco expertos que recorrieron los principales museos y colecciones públicas para requisar las obras degeneradas, con algunas de las cuales fue curada la exposición de Munich. A esta purga hay que sumar todas las colecciones privadas y los museos extranjeros que fueron saqueados por los nazis. Durante la segunda guerra mundial, Ziegler tuvo la osadía de cuestionar la beligerancia nazi, fue arrestado por la Gestapo y enviado a Dachau por seis semanas, hasta que el propio Hitler ordenó que lo liberaran. Su carrera no pudo sobrevivir a sus vínculos nazis y murió en el olvido.

Miedo al arte En una sala de la Neue Galerie se muestran autorretratos de pintores “degenerados”, como el célebre Autorretrato como ar tista degenerado, de Osk ar Kokoschka. Al lado de esos cuadros se exhiben marcos vacíos o huellas de cuadros ausentes en silencioso homenaje a las obras destruidas y desaparecidas. También se exhibe el libro con el registro de las obras confiscadas y su destino; es el patético testamento de un régimen burocrático y minucioso que hacía de sus actos criminales materia de contabilidad. La relación de los nazis con el arte moderno era esquizofrénica: querían eliminarlo, pero organizaron muestras para las masas; aseguraban que era basura, pero lo robaban compulsivamente. Era tal su confusión que incluyeron a artistas en la muestra oficial y en la degenerada. Más que con envidia intelectual, veían al arte moderno como una amenaza existencial. No estaban equivocados. Hoy el nazismo es sinónimo de podredumbre moral y el arte moderno, lejos de pasar al olvido, sigue enfureciendo y fascinando con su ironía y provocaciones •

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JORNADA VIRTUAL

arte y pensamiento ........


........ arte y pensamiento

Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola @LabAlonso

germaine@pegaso.net

Ai Weiwei: arte y activismo

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L TÍTULO DE LA EXPOSICIÓN del aclamado artista chino Ai Weiwei recién inaugurada en el Brooklyn Museum de Nueva York –According to what? (¿Según qué?)– de alguna manera sintetiza el modus operandi que lo ha convertido en uno de los creadores contemporáneos más polémicos y controvertidos de los últimos tiempos. Los cuestionamientos fundamentales de la existencia humana –¿Quién soy?, ¿por qué hago lo que hago?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?– son la piedra de toque de una obra interdisciplinaria que abarca la creación conceptual, la escultura, la realización cinematográfica, la fotografía, la arquitectura, el diseño, la edición, todo esto aunado a su sorprendente poder de comunicación a través de las redes sociales que ha llevado su obra cifrada en mensajes de denuncia política hasta los rincones más recónditos del orbe. Veinte años más tarde Ai Weiwei regresa a esta ciudad (digamos que regresa su obra, a él no le permitió viajar el gobierno chino) en una muestra paradigmática que revela la fuerza vital de una creación que fusiona su compromiso social y político a través de la denuncia y el activismo en medio centenar de obras de una impactante belleza. En Ai Weiwei la estética de sus obras va a la par del mensaje que proyectan, y esto se aprecia en la excelente factura y rigurosa composición y montaje de sus monumentales instalaciones que, además de impactar visualmente, provocan en el espectador emociones y cuestionamientos. Una de las premisas de este artista es su interés por rescatar las tradiciones de su cultura ancestral a través de guiños y referencias a la vida cotidiana, la religión, la historia y las costumbres del pueblo chino. El artista trabaja en estrecha colaboración con un equipo de excelsos artesanos que elaboran piezas que resultan de una complejidad y una sofisticación extremas. Así se percibe en una de las instalaciones más hermosas de la muestra, titulada Moon Chest (“Armario de luna”): se trata de una serie de piezas construidas a partir del ensamblaje de paneles de maderas preciosas que presentan dos oquedades por las que el espectador se asoma y descubre –por la manera como están los bloques dispuestos en el espacio– el efecto del ciclo lunar en cada una de sus fases. Hay una serie de trabajos realizados a partir de muebles y objetos utilitarios tradicionales –bancos, mesas, consolas, etcétera– que al ser intervenidos y despojados de su función común, cobran una dimensión metafórica y conceptual. Algo similar ocurre con las piezas realizadas con bancos y mesas de las dinastías Ming y Qing que el artista aprecia por su finísima elaboración artesanal y que se

ha dado a la tarea de recolectar de las provincias. Ai desconstruye estos objetos para conformar esculturas e instalaciones, como la más ambiciosa que ha realizado a la fecha, la cual se presenta actualmente en el Martin-Gropius-Bau en Berlín, integrada por alrededor de 6 mil bancos originales. Al usar este mobiliario, el artista hace un comentario sobre la relevancia del apego a las tradiciones ancestrales que aún perviven en China y que constituyen un escudo de protección contra la desaforada homogeneización que ha provocado la globalización. Otras obras de gran impacto son las relativas a la denuncia política que ha emprendido desde hace unos años contra el gobierno chino. Películas, fotografías, instalaciones y esculturas dan testimonio de la represión que sufrió en carne propia hace tres años cuando fue detenido por las autoridades bajo el falso cargo de evasión fiscal, por el cual fue consignado a ochenta y un días de prisión. La noticia recorrió el mundo y fue tema de numerosas protestas internacionales que finalmente lo ayudaron a recuperar su libertad, hasta la fecha condicionada por la confiscación de su pasaporte. Desde entonces, Ai Weiwei no ha descansado en su lucha a favor de la libertad de expresión y los derechos humanos, poniendo en evidencia las atrocidades que comete sin escrúpulos el sistema totalitario de su país. También solidario con las tragedias de la humanidad, como el terremoto acaecido en 2008 en Szechuan, este tema está presente en gran parte de su trabajo, a través del cual también exhibe la ineficiencia y la negligencia del gobierno ante las situaciones extremas. Ai Weiwei es una de las figuras centrales del arte chino contemporáneo cuya reputación en el concierto internacional ha tenido grandes repercusiones entre las jóvenes generaciones. Es gratificante constatar hasta qué punto el arte puede ser un vehículo para combatir la injusticia y la prepotencia en gobiernos ciegos y desalmados •

Niño sin música, incompleto

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ICE EL ARTÍCULO TERCERO de nuestra Constitución: “La educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano.” Suena bonito. Asimismo, la Carta Magna describe acciones del Estado que deben “contribuir al desarrollo integral del individuo, para que se ejerzan plenamente sus capacidades humanas .” Chulada. O qué tal, ya en plan más elevado, actividades que han de “favorecer el desarrollo de facultades para adquirir conocimientos, así como la capacidad de observación, análisis y reflexión críticos.”

Esto además de “impulsar la creación artística y propiciar la adquisición de los bienes y valores de la cultura universal”. Una belleza. El problema, como siempre, se halla en la gran distancia entre el papel y la realidad. Hablamos de un asunto elemental que nuestros gobiernos han desatendido sistemáticamente en pos de subsanar “necesidades educativas prioritarias” que muchas de las veces son prioritarias, precisamente, por la falta de sensibilidad que las provocó, por ese vacío que sigue su lento y efectivo tránsito sin que nadie lo detenga. Claro está, no decimos que con educación musical el futuro del país estaría asegurado, ni vamos a exagerar las bondades de su estudio en la formación del individuo. Lo cierto es que una aproximación temprana a las artes impulsa el desarrollo de la sensibilidad sensorial y emocional, de la empatía, de la imaginación y la creatividad, de la experiencia y la percepción estética, de las facultades analíticas y la comprensión de contextos culturales. Saber en qué elementos de la música fijarse, poder valorarla con herramientas teóricas y tocar un instrumento –sin profesionalizarse–, son aptitudes que nos hacen tolerantes y nos obligan a escuchar, dialogar y funcionar mejor en sociedad. ¿Recuerda nuestra lectora, lector, las clases de flauta dulce en su primaria (si es que las tuvo)? ¿Acaso había una suerte de rondalla o coro en su secundaria o preparatoria? Impartidas sin metodología, lejanas al más básico proceso de apreciación, en numerosas ocasiones y en sentido contrario a su objetivo, esas sesiones contribuyeron al desprecio musical. Y no parece que hoy, abocado a que se apliquen reformas aprobadas al vapor, el gobierno vaya a cambiar su dirección. Sí, hay escuela privadas que cuentan con un mayor desarrollo de las asignaturas artísticas, pero en promedio constituyen un porcentaje mínimo. Lo ha dicho uno de los críticos más acérrimos de nuestro sistema pedagógico musical: el compositor y pedagogo César Tort (cuya escuela de Coyoacán está por cumplir cuarenta años). A él se debe el Método Tort, cúmulo de esfuerzos insuficiente contra intereses políticos Arriba: Ana Gerhard

Moon Chest; arriba, Retrato de Ai weiwei

ajenos al arte. Aunque la sep lo ha elogiado tanto como a otros procesos del mundo (Dalcroze, Susuki, Kodály y OrffSchulwerk), el compromiso que requiere su instauración rebasa a mentes como las de Chuayffet y compañía. Así las cosas, si leemos el programa de primaria (el único disponible en la página de la sep es de 2011), veremos que en primer año no se aborda la música. Que en segundo se plantea el entendimiento del ritmo. Que en tercero se pretenden distinguir timbres y dotaciones. Que en cuarto se hace énfasis en el entendimiento melódico. Que en quinto se subraya la importancia de la voz y de la letra. Que en sexto se plantea el aprendizaje de la notación musical. Todo esto, se supone, apoyándose en audiciones y reflexiones estéticas e históricas. Sin embargo, estamos ante un pobre, repetitivo y desarticulado plan que, aun cumpliéndose a cabalidad (lo que no ocurre), deja a los niños con grandes vacíos y desconectados de su experiencia musical cotidiana. Y falta lo peor. ¿Cómo avanzar si sólo se da “artes” (así, mezcladitas) una hora a la semana, si los maestros no tienen formación suficiente en esas materias, si el cumplimiento de los planes se deja a su criterio? No tendrían que ser expertos, pero sí deberían estar mejor preparados. La pertinencia de invertir en profesores especializados se ha probado en Francia, Suecia, Holanda y Suiza, donde se obliga a la educación musical desde la infancia. En fin, afortunadamente ante un panorama tan desolador hubo luces el pasado Día del Niño gracias a la pianista mexicana Ana Gerhard, quien el domingo 27 de abril organizó un concierto en el Anfiteatro Simón Bolívar de la unam para presentar su nuevo libro Seres fantásticos, segunda entrega de la serie Introducción a la música de concierto que empezara con el exitoso –y comentado aquí– título Los pájaros. Convocados por ella sonaron Wilfrido Terrazas en la flauta, Julián Martínez en el violín y Arturo Uruchurtu en el piano. Recuerde buscar este volumen, pues se trata de un esfuerzo distinto por acercar la música a los niños. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 1000 • 4 de mayo de 2014

ARTES VISUALES

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4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Ana García Bergua

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STABA LEYENDO PADRE Y memoria, el último libro de Federico Campbell, que salió hace poco. En general los escritores, para conjurar a la suerte, nunca dicen “el último”, sino “el más reciente”. Desgraciadamente aquí el adjetivo es preciso, pues Federico falleció hace muy pocas semanas, víctima de la influenza h1n1. En el Día del Libro, en medio de tantas conmemoraciones y fallecimientos recientes de tantos escritores, elegí hablar de Federico para recordar que hace muy poco seguía aquí con nosotros, vivo, ameno y cultísimo como pocos. En los ensayos que conforman Padre y memoria lo podemos ver: multitud de lecturas e ideas alrededor de los dos temas que de alguna manera lo acompañaron a lo largo de muchos años. Federico Campbell nació en Tijuana en 1941. Narrador, ensayista, periodista, traductor de David Mamet, Harold Pinter y del escritor italiano Leonardo Sciacia, a quien introdujo en México, su obra abarca registros y temas muy diversos. Por ejemplo, el asunto del poder y las mafias como fenómenos forzosamente simultáneos. Maestro del periodismo, en sus columnas reunidas aparecen estos temas vistos con gran sagacidad. Otro tema de Federico era Tijuana y la vida fronteriza, pensando también en la frontera como un asunto existencial, de bordes y límites psicológicos, como cuando los especialistas hablan, por ejemplo, de una personalidad fronteriza: la que presenta los rasgos de algunas patologías sin caer en ellas. Este tema lo abordó en sus relatos de Todo sobre las focas y en las novelas Tijuanenses y Transpeninsular, que ganó el Premio Mazatlán. La narrativa, la autobiografía y el periodismo se trenzan en La clave Morse, novela publicada en 2001 que trata de un periodista que viaja a Sonora para hacer un reportaje sobre una matanza de campesinos en Tesia y aprovecha para visitar su casa familiar en Navojoa y recordar con sus hermanas la evasiva figura del padre telegrafista. Está armada con los diálogos que el periodista graba y las versiones que cada quien recuerda sobre los momentos con el padre, la vida tijuanense de los treinta y cuarenta, el cine: “Fuimos testigos de situaciones iguales y por tanto debíamos tener, suponía yo, idénticos recuerdos. Sin embargo, a medida que iba transcurriendo la noche, en el sosiego del traspatio, emergía cada vez con más peso la sospecha de que cada quien había vivido una historia diferente.” También en Post scriptum triste –un diario literario al estilo de Jules Renard y de Leonardo Sciacia–, Federico abordaba el tema de la memoria desde el punto de

vista de la depresión, el bloqueo de los escritores, por qué un escritor decide, como Rulfo, dejar de escribir. Padre y memoria indaga en la figura del padre desde la perspectiva de muchos escritores, como Kafka, Sartre, Philip Roth o Eliseo Diego, y también en la búsqueda del pasado cuyo origen es el padre. Y todo ello invariablemente centrado en la escritura; la escritura como búsqueda y enigma, como centro de la vida: “El escritor que se encierra en una habitación sale de viaje ante todo a su propio interior y logra hablar de su propia vida como si fuera la de los otros y de la de los otros como si fuera suya”, dice, hablando de Orhan Pamuk. La memoria sería una forma de narrativa que el cerebro forma con una serie de estímulos, de manera que, tal como en La clave Morse, no hay una historia verdadera de la que nos podamos asir, si bien existe, por otra parte, una verdad: la verdad que se va decantando conforme pasa el tiempo, y la verdad de la literatura, que surge a partir de la invención.“Necesitamos saber contarnos a nosotros mismos para ser lo que somos, no para asimilarnos a lo que los demás creen que somos. Vamos escribiendo y editando nuestra vida buscándole una forma narrativa, un tono, una verdad interior.” En cada uno de los pequeños y brillantes ensayos que componen Padre y memoria encontramos más preguntas que respuestas sobre nuestra naturaleza de humanos del siglo xxi : cómo las nuevas tecnologías transforman físicamente nuestra manera de pensar, razonar e incluso de leer literatura. Proust y Shakespeare y Truman Capote, pero también Oliver Sacks y otros neurólogos y científicos que intervienen en este libro que es como una conversación apasionante entre la literatura, la vida, la ciencia y el periodismo. Una conversación con Federico Campbell interrumpida bruscamente en este año de monstruos, una conversación que, al leer sus libros, podemos retomar y alimentar •

Ad limina apostolorum*

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RAGAMOS PINOLE QUIENES NO picamos el anzuelo confesional: constitucionalistas, laicos, juaristas, ateos, relapsos, materialistas, comecuras, indecisos, masones, jacobinos, agnósticos, nihilistas, científicos, renegados... y restantes personeros de la sedición que apostamos al libre pensamiento (católicos críticos incluidos). Porque se impone el vestiglo ensotanado y su ejército de santones en esta mojiganga que todos protagonizamos y que no va a acabar nunca. La Iglesia no es falansterio de tontos sino de resabiosos estrategas de dominación psicoló-

gica. Un fiasco moral como la canonización de quien como el polaco Karol Wojtyla amparó bajo su manto a pederastas y depredadores sexuales; que prohijó la intriga en El Vaticano en pos de apuntalar su grupo de poder; que se arrimó con tercerías oscuras al crimen organizado y aún dio origen a una de las mayores y más escandalosas operaciones financieras de lavado y contabilidad paralela para solventar su obsesión anticomunista –fue uno de los principales catalizadores sociales y financieros, por ejemplo, de la Perestroika, también de la sistemática demolición de la Teología de la Liberación en América Latina– y que además desde el papado romano apenas alzó la voz en Ruanda o Los Balcanes, donde cristianos masacraban musulmanes, un atrevimiento de ese calibre lleva implícita la soterrada misión de lavar la cara a uno de los peores episodios de la Iglesia moderna: su complicidad deliberada o su cobarde silencio. El agregado santón Angelo Giuseppe Roncalli (conocido entre 1958 y 1963 –ni un sexenio duró– con el nombre artístico de Juan xxiii ), lamentable tapadera a las atroces maniobras filonazis de su antecesor, el inefable Eugenio Pacelli, no hace más que confirmar las intenciones del argentino Bergoglio y curia que lo acompaña y mal aconseja. Nada hay de malo en que alguien profese una religión, pero poco recomendable se antoja, a título muy personal de este grueso candidato a los infiernos, que esa religión sea tan profundamente hipócrita como la católica –la religión en sí, no es, en efecto, hipócrita, pero el andamiaje moraloide de la Iglesia que le sostiene sí lo es, y las pruebas históricas sobran y siguen doliendo a muchos: baste recordar el tristísimo papel de la Iglesia católica en la persecución, tortura y asesinato de protestantes y judíos en Europa o durante el agónico periplo de quienes se opusieron a los regímenes militares de ultraderecha en la España franquista, la Argentina sangrante de Videla, cuna de Bergoglio, en Chile durante el mandato del siniestro Pinochet, cuando el Chivo Trujillo fue reyezuelo de República Do-

minicana o en el capítulo negro de la dinastía Somoza en Nicaragua. Hay una larga lista de países de todos los continentes donde El Vaticano prefirió, si no participar en la barbarie (el macabro Tribunal del Santo Oficio, por mucho que les pese a los príncipes ecuménicos, no se nos olvida) sí hacerse de la vista gorda y mirar mustiamente a otro lado, cómplice por omisión– pero, en resumida cuenta, poco importa todo esto porque la mitra reitera sus fueros y la expresión, que es lugar común, no podría estar mejor empleada. Poco o nada importa que la moral de la Iglesia católica, particularmente en América Latina, sea frágil a pesar de su rijosa inflexibilidad, porque suele articular un discurso religioso que está distanciado de la problemática social, real, cotidiana. Es cosa menor que, en aras de preservar el ejercicio discrecional y vertical del poder, la enfermiza obsesión del clero es de carácter sexual y ciertamente mórbida y, como apunta el salvadoreño Oswaldo Paniagua,“distante de la axiología del propio Jesús”, ya que la densa preocupación por la sexualidad es un tópico que se ha heredado del platonismo y del agustinismo, y en efecto –abunda Paniagua–, “fue Agustín de Hipona quien satanizó la sexualidad al asociar el concepto de pecado original con el acto sexual y la fecundación. Asimismo, la influencia dicotómica de Platón en Agustín y en la tradición teológica cristiana marcó la brecha entre la carne (sarx) y el espíritu (pneuma), siendo lo primero sinónimo de terreno, vileza, pecado, concupiscencia, y lo segundo sinónimo de divinidad, contemplación y gracia”. Poco importa, si en este mundo, como sentenciara el chileno Marco Antonio de la Parra, la estupidez crece como enredadera. Y como se acostumbraba decir el final de algunos entremeses: Aquí concluye el sainete, perdonad sus muchas faltas • * Locución latina y perifrástica que significa A los umbrales de los apóstoles; se usa para decir A Roma, Hacia la Santa Sede.

CABEZALCUBO

Padre y memoria

PASO A RETIRARME

tumbaburros@yahoo.com Twitter:@JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 1000 • 4 de mayo de 2014

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Alejandro Michelena

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ARDEL ES LO MÁS parecido a un genio tutelar para la gente sencilla de Buenos Aires y Montevideo, las dos capitales ribereñas del Río de la Plata. Está siempre ahí, con su eterna sonrisa, en ese bar de esquina donde después del trabajo recalan los hombres a tomarse una copa y a hablar de política, de futbol y de bueyes perdidos. Y su voz nace del aparato de radio cada mañana, acompañando los ritmos hogareños. Como duende travieso desliza su canto por las calles a modo de clima sonoro. Pero también se le sigue oyendo en Santiago de Chile y en La Habana (donde tiene tantos fervorosos cultores, y se

organiza con regularidad un festival de tango que convoca su nombre), y en Ciudad de México donde los tangueros son exquisitos como jazzistas. Pero el mito de su voz, sostenido en el tiempo, está cimentado en una realidad concreta: Carlos Gardel fue un cantor prodigioso, único. Y no sólo de tango, como muchos piensan, aunque se le identificó con el ritmo del dos por cuatro. Comenzó como un excelente intérprete de los aires folclóricos, tanto los originarios de la inmensa pampa húmeda argentina como los de la ondulada y más árida del litoral y de Uruguay. Cultivó luego la milonga como un jardinero prodigioso, acompañado en un buen trecho con solvencia por su amigo y compañero de andanzas artísticas de los primeros tiempos, el músico y compositor José Razzano.

Una voz sin parangón Cuando llegó al tango –o tal vez el tango llegó a él– tenía ya en su haber una singular trayectoria, y llamaba la atención por su forma de poner la voz en las canciones de tierra adentro y en ese ritmo síntesis que es la milonga suburbana. A esa altura había actuado tanto en pulperías orilleras como en cafés del centro bonaerense y era conocido como el Morocho del Abasto, porque en el emblemático barrio porteño de ese nombre transcurrieron parte de su niñez y juventud. Luego, cuando se convirtió en el número uno de la valiosa constelación de cantores de tango de la primera hora, no dejó de lado sus viejos amores, y aquellos aires musicales del pasado tuvieron siempre un lugar en su repertorio. Además, interpretó a menudo el vals –ese primo hermano del tango– de manera notable. En su periplo francés, y más tarde en su incursión neoyorquina, el Mudo –como la

gente lo sigue llamando, aplicando una metáfora contradictoria pero elocuente para delinear lo excepcional– incorporó a sus espectáculos, grabaciones y películas, fox-trots y canciones melódicas. Y si hubiera tenido tiempo, de poder cumplir sus planes de trabajar en México, tal vez lo valoraríamos ahora –además– como un singular y seguramente inolvidable cultor del bolero. Por si todo esto fuera poco, muchos especialistas aseguran que Gardel podría haber sido cantante de ópera. Tenía sobradas condiciones para ello. El propio artista fue consciente de tal cualidad, y tenía proyectado trabajar muy en serio para desarrollar su voz en esa dirección cuando lo sorprendió la muerte.

Qué tango hay que cantar… No cabe duda de que el arte mayor de Gardel se desarrolló plenamente vinculado al tango. Fue a partir de su voz que surgió la figura del cantor, porque antes era un ritmo básicamente instrumental y bailable. El canto gardeliano fue el soporte para que los letristas se inspiraran y fueran creando ese prodigio dramático que a veces –cuando logra superar el melodrama– llega a ser el tango. Cuando llega a las cumbres artísticas de sus mejores momentos de la mano de genuinos poetas como Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Enrique Cadícamo, Catulo Castillo, Homero Expósito. El Mago marcó el tono y el estilo para cantar el tango. El modo de frasear, de modular, de entonar, de marcar versos y ritmos. Surgieron después muchos otros buenos intérpretes, pero todos –aun diferenciándose cada uno en su propia característica– debieron partir de esa “forma” que es auténtica creación de Gardel. Él fue el profeta, y a la vez el más autorizado sacerdote de la religión tanguera •

@luistovars

GALERÍA

Gardel: más que un cantor de tangos

Luis Tovar La realidad como ficción

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S CLARO QUE SIN una historia fuerte y eficientemente contada –léase sin un guión sólido, carente de fisuras, excesos o faltantes–, no existen famas que sustenten, promociones que basten, dineros que alcancen ni innovadoras o audaces técnicas de producción que valgan para obtener como resultado una película irreprochable por lo bien concebida, ejecutada y altamente memorable. Sin estrellas en su reparto, sin campañas publicitarias apabullantes –y casi tampoco de las otras, clandestinas de tan discretas–, y sin contar ni con la centésima

parte de lo que cuesta cometer cintas como el actual reprise de los pericos agringados o el reprise a la enésima potencia del enruladísimo y saqueadísimo Hombre Araña… Sin más que lo suficiente, en términos materiales, para su realización, pero con una cantidad enorme de talento, La jaula de oro (2013), ópera prima del director Diego Quemada-Diez, no ha hecho sino ganar premio tras premio en cuanto festival cinematográfico se ha presentado, y no han sido pocos ni de poca monta. (Paréntesis antimonetarista: los que dicen que saben dicen por ahí que a una película le conviene no ganar certámenes cinematográficos o, si ya cometió la burrada de ganar uno o más, es preferible no andarlo mencionando, quesque porque la gente sale corriendo apenas ve en el cartel de promoción las clásicas coronitas de laurel anunciando tal o cual premio obtenido. Si así sucede, malo para la gente que lo hace por lo mucho que se pierde, pero peor por quien así lo asume, lo justifica y lo aprovecha: con esta especie de yanimodos y asisonlascosas se fabrican las prosperidades de la estulticia, que por lo regular son directamente proporcionales a la bonanza monetaria, ésa que cuanto repetidor de lugares comunes al respecto suelen invocar con la frasecita: “lo recaudado en taquilla” –¿recaudado? Ni que fueran impuestos... Tampoco es que se desee el fracaso económico del cine menos comercial, obviamente. Quién sabe si practicable en el corto plazo, pero la media salomónica al respecto puede plantearse así: hasta el más bisoño de los mercadólogos debe saber qué significan target y “segmento de mercado”, y que por ley mercadotécnica es imposible que todos los consumidores formen parte de un solo segmento, sencillamente porque no habría eso, segmentos. De que hay un público para cintas como La jaula de oro lo hay; lo que falta es muy otra cosa.)

La realidad como razón Hay más de una razón concreta por la que La jaula de oro da por extensos lapsos la impresión de no ser exactamente

o del todo una ficción: una de ellas es el hecho de estar protagonizada por actores no profesionales, de quienes el espectador no guarda recuerdo alguno caracterizando a ningún otro personaje, por lo que no requerirá “olvidar” que se trata de un actor conocido. Otra razón, vigorosa, es la incorporación de personas reales –valga la expresión para decir “no actores”– a lo largo de toda la historia, no necesariamente a modo de sombras que pasan en la lejanía o elementos móviles de una especie de telón de fondo. La siguiente razón es múltiple y resulta clave en el aspecto general de la cinta: se trata de la técnica de producción seguida por Quemada-Diez y su equipo, consistente, para empezar, en el seguimiento de un orden de filmación estrictamente diegético, por lo que la historia comienza con lo primero que se filmó y concluye con lo último, sin “saltos cronológicos” de por medio, posteriormente acomodados en su sitio temporal a la hora del montaje; y consistente, asimismo, en la incorporación de elementos anecdóticos inevitablemente desconocidos al detalle, pero no por ello menos ad hoc para el desenvolvimiento de la trama y el enriquecimiento de la misma que de tal situación resultó, de acuerdo con lo que la inevitable –y esperada– presencia del azar en dichas condiciones fuese dictando, desde luego, dentro de un marco narrativo preparado con antelación y adecuadamente conducido en el momento de filmar. La última razón es la más poderosa: lo que la cinta cuenta y de qué manera lo hace. El tema no es novedoso pero no le hace ninguna falta; a cambio, La jaula… es definitivamente la mejor historia de ficción –que de tan buena no lo parece, insístase– que hasta hoy se ha hecho, cuyo tema es la situación de los migrantes centroamericanos que padecen el suplicio y el verdadero horror de atravesar México en el afán de llegar a Estados Unidos buscando trabajo. De la trama nada se dirá aquí, deliberadamente. Vaya el amable y buen lector al cine a darse el gusto inmenso de ver buen cine •

CINEXCUSAS

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ensayo

4 de mayo de 2014 • Número 1000 • Jornada Semanal

…E

ra mientras ella hacía la siesta cuando robábamos los mangos. Para ella, los mangos, algunos mangos −demasiado verdes− eran mortales: en el gran hueso plano, a veces, se alojaba un bicho negro que uno podía tragar y que, una vez tragado, se instalaba y roía el interior del estómago. La madre nos causaba miedo y le creíamos. El padre había muerto, y la pobreza, y esos tres niños que ella trataba de “educar”: era la reina, proveedora de alimento, de amor, indiscutida. Pero, para los mangos, no, ella era menos fuerte, y desobedecíamos y cuando tras la siesta ella nos encontraba chorreando de zumo pegajoso, nos pegaba. Pero volvíamos a hacerlo. Siempre volvimos a hacerlo. El hijo mayor está en Europa, a nosotros, los dos menores, nos tiene aún con ella. Somos unos niños flacos mi hermano y yo, unos criollitos más amarillos que blancos. Inseparables. Somos golpeados juntos: pequeños anamitas indecentes, dice. Ella es francesa, no nació allá. Yo debo tener ocho años. En la noche la miro, en la recámara, está en camisón, camina por la casa, miro las muñecas, los tobillos, no digo nada, son demasiado gruesos, son diferentes, me parece que ella es diferente, pesa más, es más voluminosa, y este color rosa de la carne. Mi único pariente es este hermanito ágil, tan delgado, de ojos rasgados, loco, silencioso, que a los seis años trepa a los mangos gigantes y, a los catorce, mata a las panteras negras de los ríos de la Cadena del Elefante. Niño, cuánto amor. Cuánto amor por ti hermanito muerto. No, ella no tenía el apetito furioso por los mangos. Y nosotros, pequeños monos flacos, mientras ella duerme, en el silencio fabuloso de las siestas, nos llenamos el estómago de una raza diferente a la suya, la de ella, nuestra madre. Y así nos convertimos en anamitas, tú y yo. Ella tiene pocas esperanzas de que comamos pan. Sólo nos gusta el arroz. Hablamos la lengua extranjera. Andamos descalzos. Ella es demasiado vieja, ya no puede entrar en la lengua extranjera. Nosotros, ni siquiera la aprendimos. Ella lleva zapatos. Y una vez pescó una insolación porque no se puso el sombrero y delira, grita que quiere regresar al norte del mundo, al trigo, la leche cruda, el frío, a esta familia de agricultores, a Frévent, Pas-de-Calais, que abandonó. Y nosotros, tú y yo, en la penumbra del comedor colonial,

la miramos gritar y llorar, este cuerpo abundante rosa y rojo, esta salud roja, ¿cómo es posible que sea nuestra madre, cómo es posible, madre de nosotros, nosotros tan flacos, de piel amarilla que el sol ignora, nosotros, judíos? Me acuerdo, la insolación fue en Phnom Penh. Miro a esta mujer doblemente extraña, doblemente extranjera. El recuerdo es preciso, sin duda decisivo: sí, pero la pregunta se integra y circula en la sangre. Además, se volverá exterior. Más tarde, cuando tenemos quince años nos preguntan: ¿son realmente hijos de su padre? Mírense, son mestizos. Nunca respondimos. No hay problema. Sabemos que mi madre fue fiel y que el mestizaje viene de otra parte. Ese lugar no tiene fin. Nuestra pertenencia indecible a la tierra de los mangos, al agua del sur, de las llanuras de arroz, ese es el detalle. Sabemos esto. Nos mantenemos en la profundidad muda de la infancia, profundidad redoblada aquí, por supuesto, por el asombro de los otros que nos miran.

Los niños flacos y amarillos* Marguerite Duras

Cuando somos más grandes, enseguida, nos dicen: piénsenlo bien, indaguen bien, ¿les ha dicho su madre en dónde estaba su padre cuando los esperaba? ¿No estaba haciéndose una cura en Plombières, en Francia? Nunca lo pensamos. Sabemos que la madre fue fiel al padre y que se trata de otra cosa que no se les puede decir. Lo sé aún: no sé nada. Nos dicen: ¿no es la comida, y el sol? ¿La comida que pone amarilla la piel, el sol que hace los ojos rasgados? No, los sabios son categóricos: eso no existe, dice la gente que sabe del tema. Nosotros no nos hacemos preguntas. Como cuando teníamos seis años, no nos miramos, somos el mismo cuerpo extranjero, juntos, soldados, hechos de arroz, de mangos desobedecidos, de peces de limo, de estas porquerías portadoras del cólera prohibidas por ella. Lo único claro, obvio: no somos los niños que ella deseó. Un día nos dice: compré manzanas, frutas de Francia, ustedes son franceses, tienen que comer manzanas. Intentamos, escupimos. Ella grita. Decimos que nos ahogamos, que eso es algodón, que no tiene jugo, que no se traga. Ella desiste. La carne también la escupimos, sólo nos gusta la carne de pescado de agua dulce, cocido en salmuera, en el nuoc-mam. Sólo nos gusta el arroz, la insipidez sublime con perfume de cotonada del arroz cargo, las sopas blandas de los mercaderes ambulantes del Mekong. Cuando pasamos junto a las embarcaciones, mi madre nos compra de estas sopas de pato, en la noche. En los sampanes, las fogatas de carbón de madera bajo las marmitas de barro. Todo el río está perfumado por el fuego y las hierbas hervidas. Mi madre, preocupada, nos recuerda que en Vinh Long, la semana anterior, una calle entera del lugar se vio afectada por el cólera, que la calle está condenada, que los lazaretos están llenos… Nosotros devoramos, sordos, privados • * Escrito en 1975 y publicado por primera vez en el número 1 de la revista feminista Sorcières, en 1976. Ocho años después, Yann Andréa, el último compañero de Duras, lo seleccionó para formar parte del libro Outside, Éditions P.O.L., 1984, que reúne varios textos periodísticos y de otra índole publicados por la autora en diferentes periódicos y revistas. Traducción de Arturo Gómez-Lamadrid

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