Musil
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 12 de febrero de 2012 ■ Núm. 884 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
El hombre sin atributos y el filisteo burgués A nnunziata R ossi
C asanova , libertad y transgresión • L os usos del lenguaje : nombrar para dominar
bazar de asombros Discurso para Miguel León Portilla
“Según Ulrich Anders [protagonista de El hombre sin atributos, la obra cumbre de Roberto Musil], los atributos admitidos y exaltados en el mundo burgués son sólo abstracciones que toman el lugar de la persona que vale sólo en relación con lo que produce, y cuyas cualidades se evalúan por su capacidad de ganar dinero y poder. Por contribuir, en pocas palabras, con el sistema social vigente.” Con esta claridad, Annunziata Rossi pone de manifiesto la inocultable vigencia de la crítica que, hace ya seis décadas, el célebre autor austríaco plasmara en esta novela deslumbrante, publicada en 1942, precisamente el mismo año de la muerte de Musil. Completan este número un artículo de Vilma Fuentes sobre el mítico Giacomo Casanova, otro de Juan Domingo Argüelles sobre Efraín Bartolomé, así como un ensayo de Clemente Valdés sobre los usos del lenguaje, que lo mismo puede ser utilizado para liberar que para
Hugo Gutiérrez Vega
Sucede a veces, y ésta es una de ellas, que la per
tudiosos de la cultura indígena, incluyendo al des
lleva el premio. Esta circunstancia es placentera,
así como al ilustre canónigo Ángel María Garibay,
sona premiada supera a la persona cuyo nombre pues el galardón se ve honrado y consolida su pres
tigio gracias a la calidad humana y al valor intelec tual de los premiados.
Muchas gracias a Miguel León Portilla por acep
tar esta presea; muchas gracias a mi alma mater, a su
rector y a sus consejeros por haberla instituido, co
laborando así al proceso de humanización de un país destrozado por la violencia y por la miseria.
tructor y más tarde arrepentido fray Diego de Landa, han sido objeto del estudio generoso y objetivo
de nuestro sabio maestro. Recuerdo un verso de la visión del pueblo derrotado: “Fue nuestra herencia una red de agujeros.”
Todo indica que esas desgarraduras nos siguen
afectando y que nuestros indígenas son extranjeros en su propia tierra.
Leo con admiración sus versiones de los canta
Ahora unas cuantas palabras sobre nuestro
res mexicanos. Son respetuosas y tienen el valor de
los ilustres pueblos originarios de nuestra nación.
nos abren las puertas de un mundo poético de in
maestro y tlatoani de esa historia que dio brillo a Desde la atalaya de su seminario sobre cultura ná huatl, Miguel León Portilla sistematizó el estudio de los pueblos del altiplano central y de otras etnias
igualmente importantes y creativas. Su paso por el Instituto Indigenista Interamericano enriqueció los
estudios sobre lo que Neruda llamaba nuestros “pa dres procesales”, y desde su puesto de embajador
de México ante la Unesco reivindicó la historia y el arte de nuestros pueblos;
una tarea de rigor científico, pero al mismo tiempo
contrastable emoción y de apasionada fuerza lírica.
Con razón Gabriel Marcel, ante un cuicatl del tla toani Netzahualcóyotl, descubrió una premoni
ción del pensamiento existencialista, pero debió agregar las flores que enamoran a nuestra cultura
ancestral. “El pueblo mexicano tiene dos obsesio
nes: su gusto por la muerte y su amor por las flo res”, dice Carlos Pellicer.
Gracias de nuevo, maestro,
defendió las lenguas en pe
por aceptar este premio que
las posturas paternalistas para
ria de México, pero, sobre
ligro de desaparición y evitó
inaugurar una época de respe to y de admiración por las na ciones indígenas.
Un libro deslumbrante, Vi-
sión de los vencidos fue mi
puerta de entrada al mundo des cubierto por Miguel León Por
tilla. S u s a n t e c e s o r e s f r a y
Bernardino de Sahagún, fray To
dominar y someter.
ribio de Benavente y otros es
Comentarios y opiniones:
Foto cortesía: dgcs.unam
jsemanal@jornada.com.mx
12 de febrero de 2012 • Número 884 • Jornada Semanal
celebra su pasión por la histo
todo, su valerosa defensa de nuestras naciones indígenas,
que han visto sus derechos conculcados, que son objeto
de tantas vejaciones y humilla
ciones, que sufren una miseria agobiante y padecen la falta de
respeto a sus lenguas y a su cul tura. Por todo eso este premio se honra y engrandece.
jornadasem@jornada.com.mx
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creación
Jornada Semanal • Número 884 • 12 de febrero de 2012
Vilma Fuentes
N
ada tan lejano de las tentativas más libertarias que li bertinas de 1968 que el libertinaje reivindicado por Giacomo Casanova con su vida y sus memorias. A distancia de la búsqueda del ’68 de una liberación sexual, ¿y amorosa?, original pero sin pecado, pura y casi puritana, en una so ciedad tan nueva como antigua, tan mo derna como primitiva, donde hombres y mujeres pueden amarse y satisfacerse en grupo, sin celos ni envidias, castos cual monjes y monjas obedientes, sumisos a la ley del deseo, Casanova no busca una liberación cualquiera: él busca y ejerce la transgresión. El placer se multiplica cuando se sabe, se siente, se palpa con todos los sentidos y la inteligencia con que se lleva a cabo un acto prohibido, más aún si éste tiene las demoníacas dimensiones del tabú. Alrededor de un mismo concep to, el de la libertad, toda una familia de conceptos y palabras ha prosperado: li bre, libertino, libertario, librep ensador... atraviesan el pensamiento occidental al menos desde Platón hasta nuestros días. La Biblioteca Nacional de Francia ad quirió en 2010 el manuscrito original, en francés, del libro Histoire de ma vie, un do cumento excepcional y precioso, de cerca de cuatro mil páginas escritas a mano, en lengua franc esa, por el célebre veneciano. Al parecer, este idioma, a pesar de algunos “italianismos”, le pareció más adecuado a su proyecto, a su ambición y, sobre to do, a su deseo de ser claro, leído y comprendido. Para honorar y festejar esta prestigiosa adqui sición, la bnf organiza una gran exposición que acaba de ser inaugurada y se prolongará durante el mes de febrero. Excelente ocasión para aprender mucho sobre este singular personaje. Para Giacomo Casanova, chevalier de Seingalt, no es de ninguna manera cuestión de liberarse, en un movimiento de liberación casi revolucionario, de las costumbres sexuales de su época. Se trata, al contrario, de llevar a los límites más extremos el libertinaje de un aristócrata por encima de las leyes. Pero Casanova no era un aristócrata, a pesar del “chevalier de Seingalt” que le complacía agregar a su apellido plebeyo. Así, en varias ocasiones, fue en carcelado. En Venecia, primero, donde conoció la célebre prisión de Plombs y de la cual logró evadir se, proeza excepcional y tal vez única. Porque Gia como era una persona dotada, muy dotada. Hijo de un comediante y una actriz, comenzó por aprender
el manuscrito (redactado por entero en francés: el veneciano era polígloto), ofrece un vasto espacio a una abundante iconografía. Mag níficas telas de la pintura del siglo xviii , grabados, estampas, objetos, vestimentas, así como otras preciosas reliquias de ese siglo admirable que se denomina de manera usual el Siglo de las Luces. Extraña luz la que proyecta el relato de la vida de Gia como Casanova; muy extraña luz que ilu mina todas las contradicciones de un siglo que debía terminar con la gran Revo lución, la de 1789, año en que el libertino comienza a escribir la historia de su vida. Esta voluminosa obra es también la histo ria del Siglo de las Luces. Es la epopeya de un hombre que no tuvo nunca otro ideal ni otra idea diferente a la afirmación de su propia libertad. Cuando la primera República Francesa, nacida de la Revo lución, escoge como divisa: “libertad, igualdad, fraternidad”, se puede consi derar que Casanova, quien utilizaba de buena gana seudónimos como el de “Che valier de Seingalt”, no habría conservado probablemente más que la primera de estas palabras: libertad. Este ideal habría sido más que suficiente para satisfacerlo. La igualdad, como la fraternidad, habrían sido pa ra él palabras extrañas, si no extranjeras, pertene cientes a una lengua que jamás aprendió. La palabra libertino, del latín libertinus: “esclavo que acaba de ser liberado” posee hoy día dos senti dos: librepensador, en la medida en que el libertino de espíritu se ve emancipado de la metaf ísica y de la ética religiosa; o bien, libertino de costumbres, que designa a quien se entrega a los placeres carna les con una libertad que rebasa los límites de la mo ral y de las convenciones, al poner en práctica todos sus deseos, incluida la sexualidad de grupo. Giaco mo Casanova es un ejemplo perfecto del libertino en los dos sentidos de la palabra. Gran viajero, Giacomo conoció todas las ciuda des de Europa y frecuentó los mejores espíritus de su tiempo. El relato de sus conversaciones con Vol taire es un trozo de antología, como lo es el de su encuentro con Rousseau. Casanova sabe narrar con genio e ingenio. La más bella es la última palabra de su libro in acabado, interrumpido por la muerte. Es la palabra tendre (tierna) escrita para una mujer. Ninguna crueldad en este libertino: más bien una pasión de dicada por entero al amor loco •
Casanova, libertad y transgresión a tocar el violín. Siguieron los aprendizajes de las matemáticas, las lenguas y varios otros excelentes estudios, incluso hasta pretenderse mago. Sus abusos sexuales lo condujeron a la cárcel cuando, en la misma época, verdaderos aristócra tas, mejor protegidos que él, perpetraron abusos peores que los suyos sin correr el menor riesgo de una sanción. Basta recordar los años de la Regencia o el nombre de Luis xv , y sus abusos de todo tipo en el famoso Parc aux Cerfs, para comprender que un noble, y con mayor razón un rey, no podía ser sometido a la ley común. Ésta no podía existir en una sociedad regida por las reglas del sistema feu dal. Será necesario esperar todavía algún tiempo más para ver caer la cabeza de Luis xvi en esa plaza de París que aún no se llamaba Place de la Con corde. Es significativo observar que Giacomo Casanova, nacido en Venecia en 1725, comenzó a escribir sus famosas Memorias en 1789, mismo año de la gran Revolución francesa. Vale la pena seña lar la coincidencia. El aventurero, en forma sucesiva violinista, escri tor, mago, espía, diplomático y finalmente bibliote cario, es sobre todo famoso como el más audaz de los seductores. La exposición, donde puede admirarse
voz interrogada
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Reflexiones de un
crítico creador
entrevista con Sergio Cordero Ricardo Yáñez Foto: cortesía del autor
Sergio Cordero (1961) asistió al taller de literatura coordinado por el doctor Elías Nandino y patrocinado por el Departamento de Bellas Artes del Go bierno de Jalisco. Es licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León y cuenta con un postgrado en Docencia por la Universidad de Monterrey. Ha sido becario de inba /Fonapas en poesía, del Centro de Escritores de Nuevo León en narrativa (1987-1988) y de El Colegio de México para el doctorado en Litera tura Hispánica. Vive en Monterrey desde 1984. En esa ciudad y en Saltillo ha coordinado talleres de creación, crítica y traducción para diversas instituciones. Fue ocho años colabora dor del suplemento cultural Aquí Vamos, de El Porvenir. Se ha desempe ñado como profesor en las universida des de Monterrey y Autónoma de Coahuila. Ha fundado y editado varias revistas independientes y forma parte del equipo de La humildad premiada, publicación literaria de la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades de la uadec . Poemas suyos han sido traducidos al francés y al inglés. Escribe poesía, ensayo, narrativa y teatro. Aproximadamente una quincena de títulos dan cuenta de su trabajo escritural.
-¿C
ómo ves, Sergio, el panorama actual de la literatura en Monterrey?
‒Haces la pregunta correcta a la persona in dicada en el momento menos adecuado. Con todo, haré lo posible por satisfacer tu curiosidad. Ahora estoy escribiendo una historia de la crítica
literaria en Nuevo León por encargo del Consejo Es tatal para la Cultura y las Artes. No estoy autoriza do todavía para revelar los resultados de mi inves tigación, así que me limitaré a exponer algunas reflexiones generales acerca de una paradoja que, estoy seguro, no es privativa de la literatura de esta región. Creo que lo mismo ocurre en otras partes del país. Hay evidencia del ejercicio de la crítica en Mon terrey por lo menos desde la segunda mitad del siglo xix pero, también desde entonces, se ha ejercido una simultánea negación de su existencia. No hace falta decir que el conflicto prosigue hasta la fecha: des pués de dedicar más de la mitad de mi vida a escribir ensayos y reseñas en periódicos y revistas locales, mi trabajo empieza a ser negado por una nueva genera ción de investigadores literarios quienes, parape tados detrás de sus títulos de maestría y doctorado, no disimulan su olímpico desprecio hacia aquellos críticos que, como tú y yo, se formaron “sobre la mar cha” en las mesas de redacción.
el “Crack” y sus equivalentes locales, los integrantes de El Panteón de la Novela– aprovecharon dicho au ge con mucha habilidad. A mi juicio, el fracaso de ambos movimientos tiene el mismo origen y se pue de sintetizar en esta frase del cuentista Samuel Wal ter Medina: “Todo el pedo está en no creérsela.” Ellos se la creyeron. –¿Y qué me dices de la poesía regia?
‒He seguido el trabajo de algunos críticos más jóvenes que yo y veo una tendencia que me preocu pa: rehúyen el análisis detallado de textos (lingüís tico, gramatical, retórico, etcétera). El abordaje de las obras es subjetivo y carente de bases o, por el con trario, lo más distanciado y abstracto posible: socio logía de la literatura o especulaciones sobre la meta física de la escritura. Leer esto resulta tan interesante como escuchar a una madre elogiar a sus hijos. Mejor cambiemos de tema.
‒El panorama de la poesía regiomontana lo co noces tan bien como yo y hasta debieras admitir algo de responsabilidad en su desarrollo. Durante aproximadamente diez años impartiste por estos rumbos unos talleres de “sensibilización a la crea tividad”. No sé cuántos creadores formaste, pero sensibles dejaste a muchos. Hablaré en términos muy generales, sin mencionar nombres: no veo gran des cambios en la poesía que se ha escrito en Monte rrey de la década del noventa a la fecha. Los autores de importancia siguen siendo los mismos. Aún no ha surgido ningún poeta nuevo, ninguna voz propia o reveladora. Los poetas más jóvenes, los nacidos de 1980 en delante, caen en vicios de escritura que he visto repetirse generación tras generación hasta el hartazgo; por ejemplo, el abuso de palabrejas co mo soledad, sueño, silencio, ausencia, vacío, eter nidad, alma, nostalgia y otras solemnes vagueda des. No hace mucho, un joven y altísimo poeta (mide más de dos metros) me obsequió su breve poemario. Al terminar de leerlo, confirmé que la palabra silen cio se repetía unas cincuenta veces. Adivina cómo se titula el librito.
–De acuerdo.
–Y entonces...
–¿Podrías abundar?
‒En Guadalajara, me tocó ver con tristeza la extin ción del “coloquialismo exteriorista”, ese movimien to de poesía urbana o suburbana (como gustes) que iniciaste tú y que secundaron de inmediato Ricardo Castillo y muchos otros. Todavía más doloroso fue para mí presenciar el ocaso del boom de la narrativa norteña, el cual quedó rebajado a una especie de “bestsellerismo” de tercera categoría que glosa las noticias de las páginas policíacas y las letras de los corridos fronterizos. Tal evidente superficialidad alcanzó su punto más alto el año pasado cuando, por las celebraciones del centenario y del bicentenario, hubo un auge de la novela histórica con muchos pro ductos hechos al vapor. Los actuales líderes del mer cado editorial –el grupo de novelistas autonombrado
‒¿Tienen talento los jóvenes poetas? Sí, para ob tener becas, premios y viajes a todas partes de Méxi co y del extranjero. En sus textos, la poesía deslumbra por su ausencia. Perpetran lo que llamo “escritura onanista”, ésa que proporciona mucho placer al au tor. Y a nadie más. El lector, pudoroso, mejor desvía la mirada. Mi conclusión: mientras exista esa guar dería para escribanos ineptos llamada “literatura subvencionada”, la poesía se quedará en escritura onanista, la narrativa proseguirá su épica de las balas y los muertos y la crítica –serpiente que se devora a sí misma– perpetuará su dinastía enemiga y conso lará su impotencia convirtiendo reseñas y ensayos en panegíricos para halagar a escritores vacíos pero bien colocados •
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Juan Domingo Argüelles
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E
n un ensayo famoso, pero sobre todo precioso, de sus Divagaciones literarias (“Libros que leo sentado y libros que leo de pie”), el gran José Vasconcelos escribió: “Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo en uso una clasificación que responde a las emocio nes que me causan. Los divido en libros que leo sen tado y libros que leo de pie. Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero, en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio los hay que, apenas comenzados, nos hacen levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos como para subir. En éstos no leemos: declamamos, alzamos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración.” Mientras leía el nuevo libro de Efraín Bartolomé, Cantando El Triunfo de las cosas terrestres, de pronto me incorporé de la silla y comencé a caminar sin dejar de leer. Y ya no leía; declamaba. Alzaba la voz del modo más natural, porque así me lo exi gía el poema. “Mi corazón tiene también hambre de cielo/ Tiene hambre de ebriedad/ Hambre de arroyos limpios/ Hambre de ráfagas y de cascadas/ Hambre de claridad/ Hambre de nube”, leía en alta voz y caminaba, y entonces comprendí con precisión a qué se refería Vasconcelos al afir mar que hay libros que nos arrancan de la acti tud normal, porque nos levantan “como si sintié ramos revelado un nuevo aspecto de la creación; un nuevo aspecto que nos incita a movernos para llegar a contemplarlo entero”. Esto es, exactamente, vasconcelianamente, lo que me ha sucedido con Cantando El Triunfo de las cosas terrestres (Universidad de Ciencia y Tec nología Descartes/ Juan Pablos, México, 2011), un libro que se lee con sobresalto, con ansiedad y conmoción. Los “libros radicalmente insumisos”, como los definía Vasconcelos, no nos toman el pelo, sino que, literalmente, nos toman del pelo y nos levantan de nuestra comodidad para que real mente veamos; para que no leamos únicamente, sino para que vivamos, de algún modo, lo leído: son los libros que alientan nuestro humano im pulso a ponernos de pie y a seguir oyéndolos, es decir viviéndolos, mucho tiempo después de haber cerrado sus páginas. Siendo un libro no convencional que, en sus dos caras (verso y prosa) rinde honor a Jano, Cantando El Triunfo de las cosas terrestres nos habla del pasado y el porvenir, pero tam bién nos inquieta mostrándonos el presente en un recorrido por una región ignota de la na turaleza chiapaneca (la reserva natural de El Triunfo) que sobrevive heroica en su frag ilidad: amenazada por lo que se denomina el “progre so” y por lo que muchas veces es solamente una destrucción sin posibilidad de retorno. Ojalá que este libro conmueva conciencias y ayude a proteger esa hermosa reserva natural. El lector, con los ojos del poeta que explora, ve, mira y contempla la vegetación, las aves, los grandes árboles y los otros animales: igual las ma riposas y los insectos que los raros mamíferos y
los reptiles; admira los verdes tornasolados del quet zal y los azules cielo y el vuelo y el prodigio de la tangara cabanisi. Y canta ‒“bajo el follaje del encino mayor‒ toda la gloria de la vida y la armonía de las cosas. El lector, con los oídos del poeta, escucha los trinos, los gorjeos, los silbos, los siseos de las mara villosas criaturas del aire. El poema vuelve a ser la palabra esencial para nombrar las cosas; para fundar el paraíso y para describirlo inolvidablemente. El poeta nos hace mirar detenidamente los ver des fulgores de las hojas, los intensísimos colores de las alas y nos pone a escuchar los inéditos trinos, gorjeos y cantos de las aves. Así, el lector ve y escu cha y siente el magnífico ritmo de la selva. La poesía abre brecha, dice cosas, describe am bientes, muestra estropicios, enaltece cielos mag níficos, centra nuestra mirada y nuestros oídos en la experiencia maravillosa y, paradójicamente, en
Efraín
Bartolomé
canta
Foto: José Carlo González/ archivo La Jornada
medio de la selva de las palabras, esta maravillosa poesía no se anda por las ramas. Nos lo pueden decir los ecologistas y los conser vacionistas, pero también nos lo dice el poeta (¡y de qué modo!), para que veamos, para que comprenda mos, para que entendamos que la poesía no está aquí para aburrir a nadie, sino para enseñar a mirar y a contemplar lo que muchos ni siquiera ven, o si lo ven jamás lo observan. Al leer en voz alta las páginas de Cantando El Triunfo de las cosas terrestres la poesía de Bartolomé nos entrega todo su provecho: su savia vital, su mú sica viva, su pensamiento y su emoción. La alta voz hace el milagro de sentirnos como si estuviéramos en los pies del poeta, explorando el universo nuevo y contemplando por primera vez los colores iridis centes, irisados, del quetzal, el rojo cuerno del pavón y la magnificencia de los altísimos árboles y de los grandes helechos prehistóricos. La historia que relata Efraín Bartolomé en su nuevo libro es la historia de un pasado respetuo so por la naturaleza ante un presente irrespon sable en relación con esa misma naturaleza. Es la historia del respetuoso pretérito hacia el en torno frente a la destrucción invasiva o la ame naza siempre latente de un hoy, de un ahora antipoético que ha perdido el sentido, el valor y la simple noción de lo sagrado. Escribe el poeta: “Parado en la hojarasca nu tricia/ en que se hermanan todos los árboles del bosque/ Hechizado por aquel denso abismo de follaje y niebla/ el temazate rojo mira el mar/ Barbas del árbol viejo mecidas por el viento/ Lar gos festones de musgo amarillento/ ¿qué está mirando el temazate rojo así tan quieto?/ El sol cruza el follaje/ Da lengüetazos de oro sobre la suave piel/ del temazate rojo que mira el mar/ Él contempla el abismo. / Yo lo miro temblar”. De nada sirve un poema si no lo hace mos nuestro. Y al formar parte de uno, lo leído, con emoción, con conmoción, con angustia o anhelo, hacemos tam bién nuestro lo que canta el poeta: ese rico universo, El Triunfo, nuestro Triun fo, al que exige salvar de la ga rra antiética y la pezuña antipoética •
Clemente Valdés S.
El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan
verdades, el asesinato respetable, y dar la apariencia de solidez al viento.
George Orwell
E
n uno de los muchos ensayos que escribió Ber trand Russell sobre el lenguaje hay dos párrafos de su libro My Philosophical Development que resultan especialmente interesantes, pues tra tan de las grandes palabras con las que se pretende asegurar y legitimar la dominación sobre los pue blos: el Estado, la Patria, la Nación, la Soberanía, la democracia, la representación democrática y otras frases, vocablos y fantasías políticas sin sentido. Uno de esos párrafos empieza señalando lo si guiente: Los filósofos y las gentes pedantes tienden generalmen te a vivir una vida dominada por las palabras, e incluso a olvidar que la función esencial de las palabras es tener una relación de una clase u otra con los hechos, que, en general, no son lingüísticos. Algunos filósofos moder nos han llegado tan lejos como a decir que las palabras nunca debieran confrontarse con los hechos, sino vivir
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glos después, retomaría Hegel: “El Estado es volun tad divina como Espíritu presente que se despliega en la forma real y la organización de un mundo.” Las palabras son el poder divino; de ellas surge la rea lidad en la medida en que les atribuyamos concep tos. Los conceptos (las ideas) deben regir la realidad puesto que son eternos, mientras los seres humanos son transitorios. Las palabras con las que se descri ben los hechos y las necesidades básicas de los seres humanos carecen de importancia:
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del negocio sean los mismos. Una república de mer caderes, como era Florencia, cambia de fachada y se convierte, después de la crisis financiera de 1340, en un ducado que encabezó Walter de Brienne; poco después vuelve a verse como república por lo menos hasta 1382, pero a partir de entonces el título del do minio casi desaparece y sólo se le conoce como Floren cia. Más tarde, alrededor de 1429, la organización flo rentina es gobernada por la oligarquía dirigida por Rinaldo degli Albizzi y en 1434 Cósimo de Medici (el
Todo lo que no es realidad postulada por el concepto mismo, es existencia pasajera, accidentalidad externa, opinión, apariencia inesencial, falsedad, engaño. [...] El Estado es la realidad de la Idea ética; es el Espíritu éti co en cuanto voluntad manifiesta, clara para sí misma, sustancial, que se piensa y se sabe, y que cumple lo que sabe y cómo lo sabe. [...] Los individuos tienen como deber supremo ser miembros del Estado.
Las palabras eternas, las que utiliza la verdadera fi losofía, son las que designan conceptos espirituales (abstractos) que son divinos y permanentes.
ADW. El Sr. Monopoly arrestado por policías
Los usos del lenguaje: nombrar para en un mundo puro, autónomo, donde solamente fue ran comparadas con otras palabras. [...] Esta es una de esas opiniones tan absurdas que solamente hombres muy doctos pueden adoptarlas.
Un poco más adelante, en el mismo ensayo, Russell nos recuerda: Las palabras, desde las más remotas edades de que tengamos noticia histórica, han sido objeto de temor supersticioso. El hombre que conocía el nombre de su enemigo podía adquirir mediante aquél poderes má gicos sobre él. Todavía actualmente usamos frases como “en el nombre de la Ley”. En este sentido pode mos estar de acuerdo con el enunciado según el cual “En el principio fue la Palabra.”
El enunciado al que se refiere Russell en la última frase del párrafo que antecede es el prólogo o el capí tulo sobre La Palabra, con el que empieza el llamado Evangelio según San Juan, en el cual en algunas de las versiones de la Biblia en español se ha sustitui do la expresión “la Palabra” por “el Verbo”, pero que en cualquier forma glorifica el lenguaje al grado de identificarlo con Dios: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y nada de lo que se hizo existe sin ella.”
La fuerza de las palabras El famoso relato del Evangelio pretende recrear la fuerza inmensa de las palabras. Es el camino de la fan tasía que había presentado Platón y que, muchos si
Es así como adquieren fuerza muchos conceptos imaginarios que no son sino palabras detrás de las cuales no hay nada, o que, en el mejor de los casos, son sólo conceptos que significan poder, aunque ese poder sea simplemente el que tienen los hombres que las inventan, las usan y las aplican, y que valen tanto como valga el poder real que tengan los hombres que las invocan. Esto puede verse claramente cuando el poder real de esos hombres se enfrenta al poder real de otros hombres del extranjero que imponen su pro pio “Estado” o su “soberanía” a los grupos dominan tes locales que no tuvieron la fuerza para defender sus posesiones, y éstas pasan, así, junto con las pa labras que las designan, al dominio de los más fuer tes que las anexarán a sus leyes o a sus constituciones como “Estados asociados”, “protectorados” o “terri torios ocupados”. Es así también como los “Estados soberanos”, cu yos soberanos reales son los hombres que dominan a las poblaciones que se encuentran en esos lugares, igual que sucede con las empresas que se presentan como personas morales, cuando el control sobre las mismas pasa de un grupo interno a otro, en ocasiones siguen usando el nombre, la palabra y el concepto de la misma organización, pero ésta es propiedad de los nuevos dueños, o bien los nuevos dueños le cambian el nombre y el título que le pusieron los dueños ante riores al negocio por alguno que les parece más efec tivo o más sonoro, aunque la operación y el propósito
Viejo), el más importante de los banqueros florenti nos, empieza a fungir como jefe político. Desde enton ces se suceden los Medici en el poder, en una situación en la que ellos y sus enemigos, todos con pretensio nes de nobleza, se presentan como republicanos.
“Democracia”, “libertad” y “soberanía” del Congo Belga Probablemente el ejemplo del Congo Belga es uno de los que mejor ilustran la falsedad de las palabras y sus conceptos para explotar a los habitantes y los re cursos naturales de distintas regiones. En 1880, el rey Leopoldo ii de Bélgica crea una compañía de su pro piedad a la que le pone por título Estado Indepen diente del Congo (État Indépendant du Congo) con el propósito de explotar el territorio y a los habitantes que en él vivían. Cinco años más tarde, la empresa privada de Leopoldo es reconocida por los crimi nales gobernantes europeos en la Conferencia sobre África Occidental como un “Estado libre” del cual Leopoldo era el soberano. Después, en 1908, ese te rritorio y su población pasan a ser propiedad del go bierno de Bélgica. El Congo Belga deja de ser Estado, deja de ser ficticiamente independiente y después libre y se convierte, por una carta colonial, en El Con go Belga. En 1960, el gobierno de Bélgica acepta una independencia aparente para explotar el territorio y la población de manera más provechosa, y la entidad
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poesía
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colonial que había pasado por tantos nombres se con vierte entonces en una república (República del Congo), de la cual un asesino de nombre Mobutu se proclama presidente en 1965. En 1971 nuevamen te se le cambia de nombre al lugar y empieza a lla marse República de Zaire. En la actualidad, a esa “República”, gobernada por otros asesinos, se le ha agregado, desde 1997, el calificativo “democrático” y se llama República Democrática del Congo.
Nombrar para someter En las sociedades del mundo antiguo, en buena parte para explicarse los fenómenos de la tierra y de los cie los, los sacerdotes de las distintas religiones inven taron dioses, semidioses y héroes que regían el uni verso. Después se inventaron otras mitologías de seres igualmente inmateriales e invisibles que no tienen como propósito explicar los fenómenos naturales ni la existencia de los cuerpos celestes, sino algo mucho más mundano: asegurar el dominio de los hombres que gobiernan, los cuales, bien pronto, se asocian con los grandes empresarios para explotar mejor a la po blación. En los últimos tiempos, estos aliados son los hombres que desde sus empresas, igualmente invi sibles ‒se dice que son personas morales, aunque no es la moralidad de sus dueños lo que las distingue‒,
dominar son quienes controlan las finanzas, la energía, las grandes industrias y las telecomunicaciones en cada uno de sus países y en todas partes del mundo. Los hombres que dominan a sus pueblos conocen muy bien la importancia de las palabras para someter a las poblaciones. Algunas, como patria, nación y Es tado, son vocablos con los que se designan entes in definidos puramente imaginarios, en cuyo nombre se pueden justificar todas las atrocidades. Otras, por ejemplo república y democracia, son máscaras que evocan formas de gobierno con las cuales se disfrazan los pequeños grupos que explotan y viven del trabajo de los demás. Otras más, finalmente, son expresiones que de muy diferentes maneras sirven para controlar a los pueblos. Es el caso de soberanía, estado de dere cho y representación política, instauradas y maneja das por los grupos privilegiados que, directa o indi rectamente, hacen las Constituciones y las leyes. El poder sobre los hombres a través de palabras que evocan dioses, espíritus absolutos, entes imaginarios, falsas formas de gobierno y frases políticas sin senti do, ha sido, desde tiempo inmemorial, uno de los fe nómenos más absurdos y más extraños en la historia de la dominación. Por el prestigio que los hombres que tienen el poder le han dado a ciertas palabras que re presentan conceptos vagos o inexistentes, así como por la sacralización que han hecho de esas palabras, éstas se han convertido en los cimientos ideológicos más efectivos para dominar a los pueblos •
Ígneo
Raquel Huerta-Nava Para mi primo Luis Ignacio Helguera
Habla la luz ígneo grito hacia la noche retal de partituras en el cielo (aquí no hay nada sube sube sube sube) Corre la luz en tu alma escarnecida de silencios de tu cuerpo quieto de pesares (aquí no hay viento sube sube sube sube) Habla la luz que fluyó siempre en tus labios feroz inteligencia musical (aquí no hay nadie sube sube sube sube) Canta la luz sobre el arco amoroso del violín y moja la tinta de tus versos (aquí no hay viento sube sube sube sube) Corre la luz como la sangre corre y se detiene dejas atrás las penas, los lamentos en tu nuevo encuentro celestial te libera: subes subes a la espiral eterna de los tiempos.
subes
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Annunziata Rossi
E
Para el entrañable Huberto Batis
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n un capítulo de la segunda parte de El hombre sin atributos, del austríaco Ro bert Musil, uno de los numerosos per sonajes de la novela, el general Stumm von Bordwehr, conversando con el protagonista Ulrich Anders (anders: diferente, alusivo a su diversidad), expresa más o menos así su desconcierto respecto al industrial prusiano Dr. Paul Arnheim, otro persona je central de la primera parte de la novela: “No pue des imaginar lo avaro que es. ¡Perdona, más bien quería decir, con cuánta dignidad trata este género! Yo no tenía idea, por ejemplo, que diez centavos por cada tonelada de mercancías transportadas por fe rrocarril, fuera un asunto por el cual [Arnheim] de biera de molestarse cada rato, citando a Goethe o la Historia de la filosofía.”* Estas son líneas que de manera casi lapidaria de finen al industrial alemán que, llegado al vértice de la riqueza y del poder, quiere dar una justificación espiritual a la posesión, al dinero. A lo largo de toda la novela Ulrich, alter ego de Robert Musil, reitera cómica y sarcásticamente la mistificación del indus trial Arnheim que busca conciliar el alma con el ca pital, las ideas con el carbón, al comentar con humo rismo las observaciones que el ingenuo o falso tonto Stumm le va haciendo. Para el personaje de Arnheim, Musil se inspiró en una figura real de su tiempo, la del prominente in dustrial judío-prusiano, escritor y hombre de Estado, Walter Rathenau, quien fuera asesinado en 1922 por los freikorps nacionalistas, responsables también del asesinato de los dirigentes de la Liga Espartaco. No interesa aquí comparar a Paul Arnheim con el Ra thenau de la realidad porque, para crear a sus pers o najes, Musil, al igual que otros escritores, acos tumbraba tomar como modelos a muchos de sus contemporáneos que jugaban un papel importante en la cultura del tiempo, para abandonarlos después
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Ulrich Anders es, por cierto, un irresoluto (el mismo Musil confiesa en sus diarios que el rasgo que más lo ha atormentado en su vida es la indecisión), pero no es un irresoluto por inercia sino por falta de “verdaderas” convicciones, y no abandona nunca la búsqueda.
Mus
y construir figuras autónomas que son casi siempre personajes límite. El hombre sin atributos acompañó a Robert Musil hasta su muerte, al igual que En busca del tiempo per dido a Marcel Proust. El protagonista, Ulrich An ders, es “el hombre sin atributos” que, al contrario de lo que podría suponerse, dispone de un exceso de cualidades, virtudes e intereses “verdaderos” –y a lo largo de su novela, Musil reitera con insistencia el adjetivo verdadero para oponerlo a lo no verda dero, a lo no auténtico‒, es decir, los atributos no codificados por el conformismo y los intereses ma teriales de la sociedad burguesa. Según Ulrich, los atributos admitidos y exaltados en el mundo bur gués son sólo abstracciones que toman el lugar de la persona que vale sólo en relación con lo que produ ce, y cuyas cualidades se evalúan por su capacidad de ganar dinero y poder. Por contribuir, en pocas palabras, con sistema social vigente. En este sentido, el “hombre con atributos” en la novela, resulta ser el rico industrial y constructor de cañones Paul Arn heim, quien llena de sutilezas sus conversaciones sobre el alma. En fin, en la novela de Musil, la famo sa frase griega de Protágoras, “el hombre es la me dida de todas las cosas” se convierte en “el dinero es la medida de todas las cosas”. ii Iniciada en l913 (un año anterior a la declaración de guerra de Austria a Serbia, que involucraría a toda Europa y llevaría a la caída del imperio austrohún garo), El hombre sin atributos refleja y compendia la incertidumbre y desorientación del imperio austro húngaro, las cuales explicarían en parte las oscila ciones y la paralela incapacidad de decisión y vaci lac iones del protagonista Ulrich. Ulrich Anders, hijo de un jurista de clara fama, entra a la vida seguro de estar destinado a “algo bello y grande”; en la vida busca una acción en la cual ca nalizar sus inquietudes sin lograrlo, justamente por el exceso de sus cualidades que lo mantienen indeci so, siempre en un estado de indeterminación entre una u otra cosa, de espera y de disponibilidad; por otro lado, su coherencia no le permite llegar a com promisos que su integridad detesta y rechaza, como veremos en su relación con Arnheim. De Ulrich, An dré Gide dice que es un hombre sin definición, y Pie tro Citati lo define como “aquel cuyo destino se cum ple no cumpliéndose nunca”. En efecto, Ulrich es el hombre potencial que no elige porque la elección significaría la exclusión de sus otros atributos y anu laría la integridad de su persona. Por otro lado, sabe que lo que hoy es elección puede no serlo mañana, superada por el tiempo que en su fluir es mutable, así como mutable es la identidad humana. Escoger una carrera sería para Musil una amputación, lo que se aproximaría a “la barbarie del especialismo”, como Ortega y Gasset llama a la especialización en un ca pítulo de La rebelión de las masas. Formula su conflic
El hombre
y el filist
to con estas palabras: “Un hombre que quiere la ver dad se vuelve científico, un hombre que quiere dejar libre juego a su subjetividad se vuelve probablemen te escritor, ¿pero qué pasa con un hombre que quiere algo intermedio entre los dos?” La respuesta es evi dente: el ensayo, la experimentación, la búsqueda y, finalmente, la escritura que le permite mantener unidas sus múltiples cualidades para observar la realidad en sus múltiples aspectos. Para Musil la li teratura se volverá, como observa justamente José María Pérez Gay en su exhaustivo ensayo sobre el escritor austríaco, “una forma de leer y actuar auto biográficamente la realidad” (El imperio perdido.) En su recorrido, Ulrich pasa de una experiencia a otra. Luego de abandonar su inicial carrera militar, se dedica una temporada a la ciencia obteniendo con sus primeras obras gran éxito, la abandona después para dedicarse a la psicología y a la filosofía (como el mismo Musil, quien se doctora con una tesis sobre El análisis de las sensaciones entre físico y psíquico, de Ernst Mach), pero tampoco quiere vincularse con los filósofos, que son unos violentos, que no dispo nen de un ejército y por eso se adueñan del mundo encerrándolo en un sistema. Para saber qué quiere, Ulrich se concede un año durante el cual se le presen ta en el camino la “Acción Paralela” –núcleo central de la narración– creada para festejar las celebracio nes del emperador Francisco José, quien está por cumplir ochenta y ocho años de edad y setenta de gobernar el vasto imperio austrohúngaro. Com puesto por un aglomerado de países con tradiciones y costumbres heterogéneas, el imperio está minado por los movimientos irredentistas que amenazan su desintegración. Sin embargo, ese imperio agonizante es un país de genios, cuyo ocaso se acompaña con un florecimiento deslumbrante –desde la Checoslo vaquia de Kafka y Rilke hasta la Bulgaria de Elías Canetti– en todos los campos de la cultura: narrativa, poesía, pintura, teatro, música, filosofía, ciencia, medicina y el nuevo psicoanálisis. La crítica situación política del imperio hacía di fícil e imposible la tarea que se proponía la Acción Paralela: encontrar una idea unificadora que simbo lizara al espíritu, la esencia universalista del impe rio. El germanista italiano Ladislao Mittner define la Acción Paralela como “el centro inexistente de la novela, cuyo sentido es no tener y no poder tener un centro; lo que logra es sólo presentar todos los aspec tos contrastantes de la gran crisis europea, que se manifiesta con más evidencia en el ambiente político y cultural de Viena”. Clarisse, un personaje central sigue en la página 10
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sin atributos teo burgués
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ensayo de la novela de Musil, con una bella y acertada me táfora afirma más o menos lo mismo, la absurdidad de la búsqueda de un centro unificador. Si se pudiera seccionar toda nuestra vida, dice, tendría el aspecto de mi anillo –y se lo desliza del dedo para enseñarlo‒, quiero decir que en el centro no hay nada, está vacío y, sin embargo, es el centro lo que cuenta. Ulrich tam bién termina por abandonar la Acción Paralela que logrará manifestar lo fragmentario, lo absurdo, lo contradictorio de un mundo en desintegración, y que concluye demagógicamente con el trillado lugar común del “rearme para mantener la paz” y, asimis mo, con la obtención de Arnheim de los campos de petróleo de Galitzia. El encuentro Arnheim-Ulrich se realiza en Viena en vísperas de la primera guerra mundial, en casa de la prima de Ulrich, Hermelinda Tuzzi. Arnheim llega de la industrializadísima Alemania declarando con énfasis que quiere descansar del materialismo, del vacío racionalismo del mundo moderno, de los cálcu los, etcétera, para gozar en Viena del encanto barro co de la antigua civilización austríaca (todavía liga da a una mentalidad aristocrática feudal, en un país poco industrializado y hostil a la industrialización). En realidad, el industrial constructor de cañones Ar nheim esconde motivaciones inconfesables: quiere acaparar los campos de petróleo de Galitzia, y lo lo grará, paradójicamente, mediante la Acción Paralela. Ulrich y el rico constructor de cañones Paul Arnheim, que llena de sutilezas sus conversaciones sobre el alma, representan dos polos opuestos que se enfren tan con desconfianza, aunque con la mundana edu cación de las personas civilizadas. La contraposición entre Paul Arnheim, hombre de la realidad y de la acción, y Ulrich Anders, hombre de la búsqueda y, por ende, de la disponibilidad, del ensayo y de la experimentación, responde a la con traposición entre lo “real” y lo “irreal” posible, moti vo central de la novela de Musil. Ya en la pieza teatral de Musil Los exaltados (publicada en 1921 y que obtu viera en 1923 el Premio Kleist) uno de los protagonis tas, Thomas, anticipa el tema cuando declara que lo que acontece carece de importancia respecto a lo que podría acontecer. La pasión de Arnheim por la bella Diotima –nom bre que Ulrich da a su prima Hermelinda, para aludir irónicamente a la célebre Diotima, la única mujer que, entre tantos hombres, discute sobre la naturale za del amor en El banquete, de Platón– trastorna su vida ya disociada. Empieza la colusión entre alma y negocios, entre amor y capital. Arnheim, que carece por completo de humorismo, teme el ridículo de un matrimonio tardío con una divorciada cualquiera (aunque exesposa de un alto funcionario del im perio). El industrial alemán es un hombre conscien te de su responsabilidad y, al entregar su alma, pue de sacrificar sólo los intereses pero no el capital, que tiende a la acumulación. Es decir, el dinero-poder se vuelve una cualidad “ontológica” que, incorporada en su sustancia humana, condiciona también sus re laciones eróticas; no le queda pues más remedio que sacrificar el amor, sin ser capaz de resolver el proble ma con sinceridad no sólo ante Diotima sino ante sí mismo, mistificando la renuncia con motivaciones nobles, espirituales y morales. El espíritu, en suma, se vuelve un hecho de consumo.
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Empieza entre los dos enamorados, Arnheim y Diotima, el dueto –de opereta– de la renuncia, por supuesto espiritual. Se esfuerzan ambos por alcanzar los nobles modelos de la comunión platónica, inter cambiándose lugares comunes, estereotipos entre mezclados con miradas y suspiros que el pequeño gordo general Stumm von Bordwehr intercepta con interés. Ella musita: “¡Ah, poder encontrar una idea que nos salve!” (se refiere a la Acción Paralela, que ella dirige). Él, refiriéndose al amor que los une, ex clama: “Sólo un puro, intacto pensamiento de amor nos puede liberar.” Y juntos, repiten: “Las almas se unen cuando los labios se separan”, concluyendo: “Vendrá el tiempo en que las almas se tocarán sin la mediación de los sentidos.” Estos suspiros amorosos se entremezclan con otros más prácticos, como la ne cesidad de llevar el pensamiento a la cumbre del poder, de conciliar el ánima con la economía. Bajo la influencia de Arnheim, la “colosal gallina” (como en cierto momento la llama Ulrich), declarará que la actividad comercial es poesía. Entre el capital y el amor que une a Arnheim y Diotima, el que triunfa, pues, es el capital, mismo que ‒quiere convencernos Arnheim‒, es una fuerza espiritual. Esta mediocre pareja hace resaltar la conmovedora belleza del sentimiento que unirá en la tercera par te de la novela a los dos hermanos gemelos Ulrich y Agathe. Agathe es el alma, la encarnación de las ten dencias subconscientes y místicas de Ulrich, quien representa el lado intelectual, la exactitud; dos polos: alma-exactitud, sentimiento-razón, que se comple mentan y se funden a través del incesto –símbolo de la unidad primigenia, de la totalidad que anhela Ul rich– y cuyas interminables conversaciones sobre el amor –diálogos sagrados– constituyen, en la línea de Platón y del neoplatónico florentino Marsilio Ficino, unas de las más bellas páginas de la novela. El amor de afinidad –si se quiere, narcisista– será para ellos el medio para entrar en la utópica dimensión del rei no milenario de la perfección, para unir alma y espí ritu. En su diario de l930, Musil escribe que su poema “Isis y Osiris” (hermanos-esposos, según la costum bre egipcia) contiene in nuce toda su novela. Compleja es, también, la relación que el industrial alemán sostiene con Ulrich, el hombre sin atributos. Arnheim, al que todos admiran o envidian, advierte que el otro no sólo no lo acepta sino que lo desprecia, porque Ulrich se da cuenta de los chanchullos del in dustrial-filósofo iluminado y manifiesta su aversión al filisteísmo alemán, aun queriendo –como él mismo dice– respetar “la fe nibelúngica”. A lo largo de la no vela se siente una sorda antipatía de Ulrich hacia Ale mania, cuyo programa pangermanista contrastaba con el universalismo europeo austríaco. Hay que recor dar que Alemania, a su vez, había siempre considera do con espíritu crítico y con suficiencia el “epicureís mo”, la “sensualidad”, la frivolidad y la joie de vivre de la católica Austria, cuya capital continúa viviendo la turbulencia y el glamour de la belle époque. iii Ulrich Anders es, por cierto, un irresoluto (el mismo Musil confiesa en sus diarios que el rasgo que más lo ha atormentado en su vida es la indecisión), pero no es un irresoluto por inercia sino por falta de “verdade
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ras” convicciones, y no abandona nunca la búsqueda. Su actitud de espera, de vacilaciones, de contradiccio nes ha sido a menudo comparada con la incapacidad de decisiones firmes que privaba en Austria, la Ka kania de Ulrich, donde todo puede acontecer y nada acontece, un compendio de contradicciones que Ul rich subraya con humorismo. En Kakania se piensa en un modo y se actúa de otro: el país es liberal, pero el gobierno clerical, el parlamento “creado para ejercer
la libertad queda cerrado para que no ejerza”. En Kakania se hace hoy lo que se deshizo ayer y se cas tiga hoy lo que se perdonó ayer. Le falta al país una línea de conducta coherente, porque no se sabe cuál puede ser; se vive al día, “se va tirando”, como dice un dicho italiano: “si tira a campare”. Ulrich quiere y no quiere, al punto de que uno de los protagonistas lo acusa de ser un perfecto hijo de Ka kania. Sus teorías disuelven todas las cosas en lo in determinado. Y todo es indeterminado porque todo es confuso. Agathe le reprocha: “Me das consejos maravillosos y luego me preguntas si son válidos. La verdad en tus manos es una fuerza maltratada.” Cla risse, la protagonista que se volverá loca y querrá salvar al mundo, le lee un pasaje de Nietzsche sobre
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el empobrecimiento del hombre moderno por debi litación de la voluntad y le reprocha que, si es capaz de pensar algo, tiene que ser capaz de hacerlo. Pero Ulrich no quiere comprometerse con algo que no sea completamente coherente con sus ideas y, por otro lado, como se dijo, oscila frente a una toma de deci sión que lo obligaría a un papel fijo en un mundo en transformación. A Gerda Fishel le dirá que él es hom bre capaz de huir a lo largo del pararrayos y hasta por
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Entre el capital y
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el que triunfa, pues, es el capital, mismo que
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‒quiere convencernos Arnheim‒, es una fuerza espiritual.
la más angosta cornisa, si no estuviese convencido de que todos los que intentan huir regresan al padre. A veces, en los momentos de desesperación, desea ser arrollado, en una lucha cuerpo a cuerpo, por los acontecimientos, incluso absurdos y delictuosos, con tal de que sean válidos. Hay que recordar que, ini cialmente, Ulrich se identifica con el asesino y enfer mo de la mente Moosbregger, otro personaje impor tante de la novela, sobre el cual Musil se anticipa, a la edad de diecisiete años, con Monsieur le vivisec teur. En El hombre sin atributos, Musil afirma ser Moosbregger. Él relaciona el arte con el delito, así como Thomas Mann lo relaciona con la enfermedad. Al abandonar la Acción Paralela y a los protago nistas alrededor de ella, Ulrich se convence de que el
mundo de la realidad no tiene sentido, que es insubs tancial. Dice de su tiempo que es inepto, sin vida, sin amor, sin religión. Los hombres repiten por rutina comportamientos que en otras épocas respondían a pasiones, creencias ahora inexistentes, de las cuales sólo queda la cáscara, la apariencia desteñida de un mundo, en su momento, de vida auténtica, cuando la forma coexistía con los valores, con el contenido. Los actos de la vida se han vuelto gestos mecánicos, vacíos de contenido moral, sentimental, intelectual. El resultado es, como dice Claudio Magris, una “en ciclopedia de negaciones”, en la que no falta ningu na de las voces que constituyen la realidad de su tiempo: voces desgastadas, escombros con los cuales la humanidad, incapaz de experimentar lo irreal, si gue conformándose. Sin embargo, Ulrich sigue su búsqueda afuera del mundo de la historia. Si la realidad no tiene sentido, se dice, hay que abolirla. Hay que escoger lo esencial, el mundo de las puras posibilidades. Ulrich entrará a la experiencia mística sin abandonar la esperanza de que la fuerza que en el reino milenario se presen ta para dos pueda ser reforzada hasta la tumultuosa comunidad de todos; porque la solución individual no basta para satisfacer su necesidad de totalidad, que implica la unión entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo individual y lo social. Mucho se ha escrito de Ulrich como el hermano mayor de la larga progenie de ineptos, inadaptados, abúlicos, faltos de voluntad, de los irresolutos cuya reflexión prevalece sobre la acción siempre poster gada: hombres lenti all’azione, como los llama Euge nio Montale, hollow men según otro poeta, t . s . Eliot. Ahora bien, si Ulrich es el hermano mayor de esa progenie, nace espontánea la pregunta: ¿de quién es hijo, quién es su progenitor? Si vamos al siglo xix , le encontramos un padre en Oblomov, de la novela ho mónima de Iván Goncharov publicada en l959. Por cierto, Oblomov no es un irresoluto, ni un intelectual lúcido como Ulrich, más bien es un alma cándida y sensible que, llena de esperanza y de ilusiones, ter mina por descubrir que no puede adaptarse a la vida productiva que considera banal y prefiere la vida me diocre y soñolienta de la provincia. Oblomov es el héroe de la renuncia y de la abulia, de las respuestas “¿para qué?” y “¿por qué?” a los amigos que buscan estimularlo a la acción. Su actitud de renuncia a la vida activa ha generado el término oblomovismo, síndrome de un fenómeno inminente que se mani fiesta casi siempre en mundos en vía de desaparición o en crisis. Oblomov, con palabras que recuerdan las de Ulrich, lamenta que el mundo no tiene ni centro ni dirección; es decir, que marcha sin intenciones, y que los hombres duermen o están muertos, aun cuan do se muevan todo el día en un inútil activismo sin contenido. En la novela de Goncharov encontramos a otro personaje opuesto a Oblomov y ligado a él por el cariño: es su dinámico y entrañable amigo de in fancia Stolz, de origen alemán (no es Arnheim, por supuesto) que quiere atraerlo a la esfera del trabajo como el contenido más alto de la vida. Sin embargo, Oblomov, al igual que Ulrich, considera que el éxito, como contenido de la vida, es demasiado poco y que no tiene sentido luchar por él. Coincidencia curiosa pero no fortuita: al retroceder tres años en el tiempo, encontramos del otro lado del
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A Gerda Fishel le dirá que él es hombre capaz de huir a lo largo del pararrayos y hasta por la más angosta cornisa, si no estuviese convencido de que todos los que intentan huir regresan al padre.
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Atlántico a un pariente de Oblomov: se trata de Bart leby, el enigmático y perturbador protagonista de la novela homónima de Hermann Melville. Bartleby, copista que cumple escrupulosamente con su traba jo, de repente rechaza con imperturbable aplomo el trabajo extra que se le pide, recurriendo a la fórmula: “Preferiría no hacerlo” (I would prefer not to), que deja asombrado a su jefe, el narrador de la historia. Bartleby terminará por “preferir” no trabajar del to do y “preferirá” permanecer instalado en la oficina, de la cual su jefe tendrá que mudarse para poder des hacerse de él… El síndrome de Bartleby, escribe En rique Vila-Matas (“Bartleby y compañí”a), es un mal endémico de las literaturas contemporáneas. Sin embargo, creo que el síndrome de ese mal en démico se manifiesta mucho antes en el Hamlet del to be or not to be. En su Journal (julio de 1931), André Gide, al traducir la obra de Shakespeare, descubre algo que, él dice, no había sido notado antes: el jo ven príncipe danés había estudiado en la universi dad alemana de Wittenberg y de la influencia de “la metafísica alemana dependería su carácter “germa nizado”, de duda e indecisión. “Al regreso de Ale mania –escribe Gide– él no puede más actuar; él raciocina. Considero pues a la metafísica alemana responsable de sus indecisiones.” Me parece interesante añadir algo de lo que es cribe Luigi Pirandello en un capítulo de su El difun to Matías Pascal. En un teatro de marionetas de Roma, durante una representación de la Electra, de Sófo cles, el dueño de la casa donde se hospeda Matías Pascal bajo el nombre falso de Adriano Meis, pre gunta a su huésped: –Dígame, si en el momento culminante, cuando la ma rioneta que representa a Orestes está por vengar el ase sinato de su padre, de repente se abriese una grieta en el techo de cartón del teatrito, ¿qué pasaría? Matías, que no sabe responder, explica: –¡Pero es muy fácil, señor Meis! Orestes quedaría terriblemente desconcertado por aquella grieta en el cielo. […] Sentiría todavía los impulsos de la venganza, querría seguirlos con ansiosa pasión, pero sus ojos irían allí, a esa grieta, de donde toda suerte de malos influjos penetrarían en la escena y dejaría caer los brazos. Ores tes, en suma, se volvería Hamlet. Toda la diferencia, señor Meis, entre la tragedia antigua y la moderna con siste en esto, créame bien: en una grieta en el cielo de cartón del teatrito • * Todas las citas son traducidas del italiano (L’ uomo senza qualità, Einaudi, Turín, 1957).
¿Intertextualidad, casualidad o realidad? Hace algunos años, cuando estaba en Filosofía y Letras, la doctora María del Carmen Millán impartía la materia de algo así como Metodología de la investigación. Formó un grupo de alumnos a los que nos puso a trabajar en Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, asignándonos tema a cada uno de nosotros. La idea no me entusiasmó para nada, pues a más de ser un autor mexicano del xix, me tocó trabajar “la educación”. Uta, pensé, pero ni modo, hay que pasar la materia. En aquellos tiempos yo andaba metido con, y era fanático de, autores como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Orwell, Kafka, France, Huxley, Radiguet, Joyce... en pocas palabras, autores franceses e ingleses. No sé por qué, a los estadunidenses, iconos y paradigmas de mi generación, los comencé a leer mucho después. A los autores decimonónicos mexicanos jamás los había leído ni consideraba importante hacerlo. Es evidente que adolecía de ese mal tan común en los jóvenes que aspiran a ser literatos o escritores o grandes críticos de nuestras letras: lo de afuera es lo único que vale, y si es alguien exótico,“más mejor”. Como siempre he tenido la buena –o tal vez mala– costumbre de no leer los prólogos, advertencias o presentaciones de los libros, me metí de lleno en la historia de la novela. No abordaré todo lo que podría decir respecto a esa experiencia, sólo que cuando me puse a buscar mayor información sobre la obra y el autor, para hacer mi trabajo final, me enteré de que Relumbrón no era un personaje ficticio, sino basado en –por no decir retrato de–, el coronel Juan Yánez, que en su momento fuera comandante militar en Acatlán, luego mayor del cuartel en Puebla y llegó a ser ayudante de Santa Anna, en alguna de las tantas ocasiones en las que fue presidente este controvertido personaje de nuestra historia. A partir de ese momento comencé a tomar conciencia de que la realidad concreta puede ser un fuerte elemento en la construcción de la ficción narrativa. Podría mencionar otros casos, en los que se ha dado la misma situación: un acontecimiento histórico o un simple hecho cotidiano que da pie a la escritura de una novela las más de las veces buena o excelente, a grado tal que lo fabulado llega a superar narrativamente la historia fundadora. El caso de los autores en los que se detecta la influencia o presencia de algún autor u obra, más que de la realidad, está bien estudiado y presentado en infinidad de textos sobre intertextualidad. De aquí podríamos decir que casi siempre, por no decir siempre, la influencia se da de un gran autor hacia otro que está comenzando o, en el peor de los casos, hacia otro carente de creatividad, estilo o voz propia. Sería extraordinario que un autor insignificante, desconocido o carente de todo mérito, influyera de alguna manera en un gran autor. Esa sería la premisa, lo que señala el sentido común. También tenía esa opinión hasta hace unos días, cuando cayó en mis manos The Heroine of Tampico, novelita decimonónica que tiene como característica ser una de las primeras muestras de la literatura de masas, pues pertenece a las llamadas obras del dime novel, es decir, novelitas de diez centavos, para consumo popular. Llamó mi atención, desde luego, por la inserción de Tampico en el título. La firmaba Harry Halyard, un autor desconocido, tal vez se trate de un pseudónimo, que tiene en su haber otros títulos bastante atractivos: The Chieftain of Churubusco, The Doom of Dolphin, The Heroine of Paris, The Mexican Spy, The Peruvian Nun... en fin, títulos
que prometen aventuras en tierras exóticas para los lectores estadunidenses de mediados del xix . La heroína de Tampico es una historia de amor bastante cursi, en la que del puerto nada aparece, y la mujer resulta ser heroína no porque defienda Tampico, sino porque cuando las fuerzas estadunidenses toman la ciudad, ella defiende a su amado intervencionista y levanta la bandera estadunidense para animar a los invasores. Lo interesante es que además de los títulos mencionados tiene otro bastante sugestivo: Wharton the Whale Killer (publicada en 1848), que casi de manera automática remite a otra novela bastante conocida en nuestros días porque “hasta la hicieron película”. De esa obra, escribe Jill b . Gidmark que puede haber sido una de las fuentes usadas por Herman Melville para su célebre Moby Dick, que apareció en 1851. La curiosidad no me ha llevado a tratar de localizar la mentada obra de Halyard, pero sí a preguntarme: ¿casualidad, intertextualidad o realidad? •
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Ana García Bergua Paisajes de infancia Qué lugar entrañable, aquel país de gigantes del que somos expulsados al crecer. Extraño las escaleras negras del edificio que me parecían tan enormes, las habitaciones en las que había lugar para todo, y especialmente lo que no estaba ahí, lo que era anhelo: unos Juegos Olímpicos en los corredores, un campamento o una nave espacial en el clóset, el sueño oriental de un patio de mosaicos al que nunca pude entrar, un columpio solitario bajo la lluvia en el patio de la vecina. También añoro la mirada siempre cercana, como si uno mismo fuera una lupa, del mundo y de las cosas, el que nadie me exigiera tener perspectiva ni discriminar: podía ver a mi padre afeitarse durante horas –un espectáculo como cualquier otro, ni mejor ni peor que la televisión y a veces mucho más interesante–, estudiar a los caracoles y las catarinas rojas, quitarle una pata a una mosca con la necesaria indiferencia, sufrir por la ilustración misteriosa de un libro de los hermanos Grimm que representaba a un hombre con una capa de un aterciopelado azul oscuro, memorizar las losas inclinadas de la cuadra para lanzarme por ellas en el momento más glorioso de la vuelta en bicicleta, el suelo siempre tan cerca, tan presente, tan lleno de cosas extrañas: hojas secas para aplastar con los pies, a veces alguna moneda, un chicle, un muñequito abandonado, una huella que alguien había dejado cuando el cemento estuvo fresco y que calzaba con nuestro pie. Y las caras de algunos perros. O saltar durante horas en la cama, calibrando la posibilidad de llegar a la lámpara en un brinco, el vuelo que en el fondo parecía algo posible, cuestión de esforzarse, de saltar cada vez más alto, el vértigo y el deleite del aire por el aire. Y los terrores tan sólo conjurados por las suaves patas de los gatos. El mundo era un parque extraño, la civilización de los grandes siempre era agreste para los niños y la materia, incluso antes de saber nada sobre Einstein, algo relativo, un obstáculo no siempre insalvable, que se podía convertir en cualquier cosa. Si podíamos nadar en las albercas, ¿por qué no, por ejemplo, en un mar de dulce rojo de sabor frambuesa?, ¿por qué no meterse a la fuente del parque y quedarse a vivir con los patos?, ¿por qué no escalar los edificios, caminar de cabeza por el techo?, ¿por qué no prolongar hasta el infinito el vuelo de los columpios hacia la cima del cielo y la caída sin freno de la resbaladilla hacia las rocas del centro de la Tierra? Todo era importante y nada era lo importante. Lo importante, si acaso, era estar ahí, conseguir los materiales y el escenario de aquel juego perpetuo que la escuela, a su modo, se esforzaba por hacernos ordenar de alguna manera para que entendiéramos que la vida, en realidad, es dura, que los niños éramos crueles, que los maestros eran seres impredecibles y las obligaciones tan desérticas como ineludibles. Que los cables, las polillas, los pies mojados en los charcos los días de lluvia no eran sólo parte de un planeta misterioso. La disposición de los patios escolares con su imperativo de orden quitaba lo enigmáticas a aquellas cosas que habían sido tan cercanas y el piso se alejaba de los pies, mientras el sol disminuía y agigantaba nuestras sombras jugando en rehilete. El regazo de la madre y el calor de la familia amortiguaban un poco la triste revelación, prolongaban en la medida de lo posible aquel paisaje infinito, arre-
PASO A RETIRARME
Orlando Ortiz
PROSA-ISMOS
arte y pensamiento ........
cife de calles, raíces de árboles a flor de piel y pájaros, paraíso accidentado en el que, de pronto, dejábamos de caber, como Alicia en la casa de la lagartija, y mientras veíamos salir nuestros brazos y piernas por las ventanas, algo se cancelaba con una nueva revelación, terrible y excitante a la vez. Y habíamos olvidado la llave para volver a entrar. De repente, un buen día aquellos paisajes ya no eran tan interesantes. Hace poco, recorriendo la calle de Benjamín Franklin, una de mis calles de infancia, buscaba aquellas grietas, aquellos escalones, casas y colores, unas cabezas de león que adornaban las paredes del viejo correo junto al cine Lido, y regresé a la entrada de mi edificio con las enormes escaleras negras que se achicaron para siempre. Pensé que ya todo se había ido, ese territorio de la infancia, pero en realidad, me di cuenta, soy yo la que se fue. Y lo que permanece se ha vuelto irreconocible para el gigante que soy en relación con mi infancia con sus tardes soleadas, que diría don Alfonso Reyes, ese sol con sueño que sigue a los niños •
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........ arte y pensamiento
Alonso Arreola alarreo@yahoo.com
Corason, dos décadas latiendo Leyendo los textos introductorios de El Gusto, 40 años de son huasteco (Corason, 2011), vamos cayendo en la cuenta de algo curioso: fue por el año ’62 cuando el bioquímico Eduardo Llerenas visitaba la Asociación Mexicana del Folklore en casa de Beno Liberman, para escuchar son. Fue en ’72 cuando se decidió a viajar por las comunidades huastecas para grabar junto a Beno, Carlos Perelló y Enrique Ramírez a un montón de grupos en su estado original. Fue en el ’92 cuando finalmente estableció su proyecto discográfico al lado de la periodista inglesa Mary Farquharson. O sea que, haciendo cuentas, en este año 2012 no sólo se cumplen cuatro décadas de sus primeras reuniones y tres de sus primeras grabaciones, sino dos del nacimiento de Corason, uno de nuestros más importantes proyectos sonoros. Sí, dijimos “nuestros”, porque Llerenas y Farquharson han dejado registro de buena parte de lo que somos a la distancia de la urbe, de lo que se mantendría oculto o resguardado por especialistas e instituciones de no haber visto la luz gracias a Corason. Es por ellos que salieron las primeras y legendarias colecciones de son huasteco y por ellos es que hoy podemos escuchar una tercera entrega bellamente editada (libro-disco) con cuarenta y cuatro temas inéditos interpretados por numerosos conjuntos que van de Los Camperos de Valles (conocidos por sus giras internacionales, colaboración con los Chieftains y grabaciones en Radio France y estudios de Peter Gabriel) a El Chicamole (proyecto que escribe nuevas letras para viejos sones), pasando por Los Caporales, Los Cantores de la Huasteca, Los Camperos Huastecos, el Trío Huasteco de Pánuco, Los Canarios, Los Camalotes, Perla Tamaulipeca, Inspiración Huasteca y tantos más. Ahora bien, revisando el listado de canciones podemos notar que sones como “El sacamandú”, “El fandanguito”, “El llorar”, “La leva” y otros, se repiten dos o tres veces por distintos músicos o hasta por el mismo grupo. Esto no puede tomarse a mal. Lo primero que debemos entender es que la música de son tiene un repertorio más o menos limitado y, en segundo lugar, que siempre cambia dependiendo de quién lo toque, cuándo y en qué circunstancias. Ello nos da la oportunidad de valorar una composición de nuevas formas y pone a prueba a quienes la abordan, pues podemos compararlos con otros. Pensemos en los estándares de jazz o en piezas emblemáticas del blues; se trata de estructuras populares preestablecidas dentro de las cuales cada músico puede encontrar su propia voz, la libertad del juego, la variación y la creación espontánea. Otro asunto interesante y encomiable es el de la evolución de los “registros de campo” que Llerenas y amigos fueron realizando al paso de los años. Hablamos de tres jóvenes con formación científica y de un músico, por lo que las aspiraciones sobre una buena calidad de grabación estuvieron siempre presentes. Prefiriendo locales de tierra y adobe por encima de construcciones modernas, el equipo viajaba horas hacia el norte veracruzano, por ejemplo, para convivir con músicos ignotos y preparar habitaciones con la mejor condición acústica posible a base de colchones. Así, a cambio del pago semejante al de una contratación normal, los grupos acordaban firmar su permiso para que algún
día los registros nacieran en disco. Nadie imaginaba entonces lo que ocurriría después con la tecnología y los formatos digitales, con los estudios portátiles e internet. Paso natural, una vez que se estableció Corason y que vino el boom del Buena Vista Social Club, uno de los últimos oasis económicos antes del desmoronamiento de la industria discográfica, Llerenas y Farquharson extendieron su horizonte y se interesaron por los sonidos de África, por los Balcanes, por hacer alianzas valiosas con sellos como World Circuit, con productores como Nick Gold y Ry Cooder, con festivales dentro y fuera de México, por lo que su labor se transformó, pasando de ser simples melómanos “grabadores” a ser productores y verdaderos impulsores de nuevos proyectos que no sólo preservan el pasado sino que dan vida al futuro. Para ellos está claro que se debe respetar la fotografía sónica que se toma en cada momento; que no se debe atentar contra el lento flujo de una tradición introduciendo nuevos instrumentos o géneros de manera forzada. Empero, también están abiertos a lo que los propios músicos han propuesto al paso del tiempo, conforme más se conectan a la comunidad global. Esto significa que han sabido ser compañeros y cómplices de quienes viven en las comunidades sin degradar su oficio. Por ello, por esta búsqueda en la que nos han incluido a todos, extendemos nuestra felicitación a Discos Corason, pulso señero de nuestro sistema cardiomusical. Salud •
Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
Esa cosa El pasado jueves 2 de febrero, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (es decir, una de las cientos y cientos de academias cinematográficas que, repartidas en el mundo entero, deberían impedirle a Todomundo decir “La Academia” cuando se refiere a la hollywoodense), amacc por sus siglas, en conjunto con la Sociedad Mexicana de Directores y Realizadores de Obras Audiovisuales, emitieron un comunicado que es, simultáneamente, pregunta, denuncia y exigencia, a todo lo cual el juntapalabras responsable de este espacio se suma sin ambages, y le suma un par de asuntos de su propia cosecha. En resumen, se trata de lo siguiente:
CINEXCUSAS
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BEMOL SOSTENIDO
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Uno. Saber con exactitud qué es, desde cuándo existe y para qué fue creada una cosa que lleva por nombre Conaculta Cine. Añádase: quiénes la integran, cuántos son, cuánto cobran, quién los nombró, bajo qué criterios... Dos. Que con independencia de que todo lo anterior sea debida y prolijamente respondido, se explique la “necesidad” de haber creado y estar manteniendo –con dineros del erario, desde luego– una entidad gubernamental clara e irrefutablemente innecesaria, toda vez que existe algo llamado Instituto Mexicano de Cinematografía, orgánicamente dependiente del propio Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Tres. Dar explicaciones no sólo verbales, sino sobre todo documentales, de los procedimientos y los criterios bajo los cuales entre 65 y 75 millones de pesos le han sido asignados/entregados a una producción cinematográfica titulada Morelos, misma que a consecuencia de no se sabe qué privilegios/componendas/ caprichos/”órdenes de arriba”, no tuvo que pasar por los variados y nada sencillos filtros que cualquier otra producción mexicana debe enfrentar cuando busca hacerse con recursos surgidos del Fidecine, el Foprocine y/o el Eficine. Cuatro. Que se aclare, y acto seguido se distribuyan los recursos de muy otra manera, cómo y por qué esa cosa llamada Conaculta Cine dispone –por decir el promedio de las cifras arriba citadas– de 70 millones de pesos, es decir tres veces y media los 20 millones que, por ley y como máximo, puede obtener una película a través del Eficine, o lo que es lo mismo, ¡siete veces! los diez millones que un proyecto puede recibir vía Fidecine o Foprocine. Quinto. Que se sepa, sin atoles con el dedo tipo “clasificar” información, quién y bajo qué criterios le asignó tan faraónico presupuesto a esa cosa llamada Conaculta Cine –cabe suponer que, para no desaparecer por simple incapacidad operativa, dispone no sólo de esos 70 millones– y esa cosa, a su vez y por sus puras pistolas, sin concurso de por medio, en lo oscurito, le entrega a una sola entidad productora, para una sola cinta, el equivalente a los apoyos oficiales para cine disponibles en todo un año. Sexto. Que se diga, también sin eufemismos ni medias verdades que son mentiras completas, si es verdad que existen otros dos proyectos, titulados Colosio y 5 de mayo, respectivamente, que como la tal Morelos serán hechas pasar por la puerta de atrás y serán pagadas, puede que con semejante largueza, por esa cosa llamada Conaculta Cine. Séptimo. Que quienes han formado o forman parte de la tal Morelos tengan el valor de darle la cara a la comunidad
profesional y artística a la que pertenecen, y explicarle a ellos, sus colegas, qué se siente ser parte de un acto que quizá no configure ilícito alguno –es imaginable que en Conaculta ya se preparan subterfugios y explicaciones burocrático-orgánicas-legales de toda suerte–, pero que sin más vueltas es una franca traición a su propio gremio, por cuanto supone la aceptación de un privilegio, y encima de todo, emanado de algo tan despreciable como un vil acto de autoridad, algo así como “quiero que esa película se haga, y se haga ya” dicho por Alguien a quien debe obedecerse so pena de perder la chamba o ser vetado. Para quien no lo recuerde, todo lo anterior configura una simple y desastrosa vuelta a un pasado que, por lo visto, no es tal sino un triste presente. Estas maneras, las de la opacidad, la arbitrariedad, los compadrazgos y las complicidades varias, fueron el sello característico de los apoyos estatales a la cinematografía en una de las épocas de más funesta memoria en México. No es alarmista decirlo: es alarmante que algo así esté sucediendo, y que una pachorra gemela, entre otras, de esa otra que quiere dar por hecho el regreso del pri al Poder Ejecutivo, haga a Unosyotros decir algo por el estilo de “pos así somos los mexicanos, qué le vamos a hacer” •
arte y pensamiento ....... LA JORNADA VIRTUAL
Naief Yehya naief.yehya@gmail.com
¿Israel o Irán ante una amenaza existencial? (i de ii) Demagogos El New York Times (nyt), el diario del registro histórico, tiene la tradición de ser usado con fines propagandísticos. Recientemente la venerable Dama gris fue usada de forma descarada para promocionar la guerra estadunidense en Irak. En ese caso la reportera Judith Miller participó como cómplice entusiasta del gobierno de Bush al publicar, sin cuestionarlas, todas las falsificaciones que le proporcionaban con la intención de crear el consenso bélico. Cuando eventualmente quedó en evidencia su papel en la conspiración, el nyt sacrificó a Miller, la responsabilizó del fraude, a pesar de que no fue ella la única involucrada, y se disculpó con algunas justificaciones poco convincentes. Ahora el nyt está de vuelta en su papel propagandista bélico y su nueva misión es promover una guerra israelí. Al ritmo en que va la campaña quizás cuando aparezca este artículo publicado ya hayan caído las primeras bombas. El cuento es el mismo: un demagogo, tiránico, criminal y peligroso para el mundo entero (y en especial para Israel) está a punto de producir armas de destrucción masiva. Entonces era Irak y Saddam, hoy se trata de Irán y Ahmadinejad. En ambos casos los demagogos occidentales e israelíes han debido contar con la amnesia y la desinformación del público, así como con medios prestigiosos que se encarguen de difundir y dar legitimidad a la propaganda.
Átomos para la paz El gran amigo y aliado estadunidense e israelí en Teherán, el shah Mohamed Reza Pahlevi (un monarca que fue reins-
A LÁPIZ
talado en el poder por un golpe de Estado de la cia ordenado por Dwight Eisenhower) no tenía pudor al expresar que quería tener sus propias bombas atómicas. En 1974, eu, Alemania, Francia y Suecia lo auxiliaron a construir su primera planta nuclear, Bushehr, de veintitrés planeadas en el programa Átomos para la Paz. En 1976, el presidente Gerald Ford ofreció al shah una planta para procesar uranio (que el shah intercambiaría por petróleo con la Sudáfrica de la era del apartheid) usado en la planta y convertirlo en plutonio, un proceso necesario para fabricar armas nucleares. Tras la revolución de 1979, el ayatola Khomeini cerró la planta, ya que la consideraba una obra satánica occidental. Sin embargo, cuando Irak lanzó su guerra de agresión contra el joven régimen iraní, Khomeini aceptó reabrir el programa nuclear, especialmente porque Saddam Hussein empleó armas químicas en el frente de combate suministradas por eu y otras potencias occidentales, además de que corría el rumor de que los iraquíes trabajaban en un arma atómica bajo patrocinio occidental.
Los obstáculos Desde la revolución iraní, Israel y Estados Unidos han gastado millones de dólares tratando de obstaculizar el programa atómico iraní, el cual pensaban sería patrocinado por la Unión Soviética. Pero los soviéticos y luego los rusos abandonaron a los iraníes, y su programa no progresó gran cosa sino hasta que contrataron los servicios de Abdul Qadeer Khan, el padre de la bomba atómica paquistaní, con quien montaron una planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, en 2002. Esto en sí no es evidencia definitiva de que la intención era fabricar armas nucleares; no obstante
12 de febrero de 2012 • Número 884 • Jornada Semanal
Estados Unidos impuso una serie de sanciones contra Teherán y el gobierno de Ariel Sharon lanzó, en 2004, una estrategia de “cinco frentes” para detener a los iraníes, que incluía presión política, medidas secretas, contra proliferación, sanciones y cambio de régimen. Las medidas secretas, como bien sabemos, incluyen explosiones que han destruido plantas de enriquecimiento, aviones misteriosamente derribados, el virus computacional Stuxnet (comentado en esta sección) que destruyó un gran número de centrífugas y, por supuesto, una serie de asesinatos de científicos que comenzó en 2007.
La estratagema Este es sólo un episodio más en la historia de las periódicas denuncias en contra de Irán por su presunto programa nuclear. El propio Benjamín Netanyahu aseguraba en 1992 que para 1999 Irán tendría una bomba atómica, y Shamir Peres dijo, en 1996, que eso mismo sucedería en unos pocos meses. Hoy Netanyahu y Ehud Barak cuentan con que esta vez nadie recuerde sus anteriores predicciones, que crean que el peligro contra la humanidad ahora sí va en serio y que todo mundo ignore al exjefe de la Mossad, Meir Dagan, y a otros políticos de alto nivel que han dicho que la amenaza iraní no es inminente (estiman que, de querer una bomba, necesitarían por lo menos tres años más), y que un ataque contra esa nación tendría consecuencias catastróficas. Dagan no es el único que ha denunciado esta campaña como una vil estrategia electorera de políticos sin escrúpulos; muchos otros políticos y comentaristas dentro y fuera de Israel han opinado lo mismo. En su editorial del 29 de enero de 2012, el diario israelí Haaretz señaló: “Netanyahu, con la ayuda de Barak, ha convertido la amenaza nuclear iraní en una impresionante estratagema para distraer la atención del público de la política de los asentamientos y la perpetuación de la ocupación. Se ha aprovechado de la preocupación del presidente Barack Obama con las elecciones presidenciales en eu y del miedo que le tiene Obama a la derecha judía” • (Continuará.)
Enrique López Aguilar alapiz@hotmail.com
The Beatles, un viaje personal (iii de iv) En realidad, salvo la certeza de la canción mencionada (“And I love her”), no hubo muchos descubrimientos posteriores alrededor de The Beatles, sino los inducidos por comentarios descalificatorios de los sectores adultos (“son drogadictos”, “rebeldes sin causa”, “degenerados”, “no se sabe si son hombres o mujeres”, “se creen más que Jesús”), o los llenos de admiración por parte de quienes eran unos cinco años mayores de los que nacimos a mediados de los cincuenta (“son la neta”, “los jefes”, “maestros de maestros”, “profetas”, “están gruesos”). Mi intento por aprender a tocar el violín durante aquellos años y el descubrimiento abismal de la mal llamada música “clásica” fueron suficientes para mantenerme desinformado acerca de lo que el grupo inglés hacía, además de que la radio todavía era “propiedad” de mis padres, pues escuchaban las transmisiones de ópera cada domingo por la tarde, en xela (entre semana, mi madre escuchaba las radionovelas matutinas de la xew mientras se encargaba de las “tareas del hogar”, antes de poner música clásica, al mediodía). 1967 fue un año memorable: el miércoles 11 de enero cayó la última nevada en Ciudad de México; salió a la venta, tres años antes de la ruptura del grupo, ese álbum impar, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band; y pasé a la secundaria, donde el encuentro con The Beatles sería inevitable y definitivo. No sólo la radio se “democratizó” en casa alrededor de 1968 (llegamos a escuchar en familia, por Radio Universidad, las obras radiofónicas en las que se proponía una reflexión paródica de los actos represivos del diazordacismo), sino que sus canales se abrieron hacia otras músicas, incluida la inevitable Hora de Los Beatles y cosas como Beatles
contra Monkeys, Beatles contra Creedence, en una especie de competencia inútil donde el público intervenía “con el favor de su votación”. Y de ahí pal Real: ya no hubo cafeterías para desayunar o merendar donde no ocurriera que, en su momento, se transmitiera por completo el popurrí del lado b de Abbey Road, ya sin Santo y Johnny, sin cortes comerciales ni rocolas. Así fue que, al entrar a la secundaria, los nuevos compañeros se sabían de memoria las canciones debidas e indebidas de The Beatles y, además, algunos profesores progresistas daban sus clases de inglés utilizando canciones del cuarteto liverpooliano, cosa que producía un atento silencio que contrastaba con los esfuerzos del profesor de música (fagotista de la Orquesta de la ofunam), quien no lograba impedir el extraño sopor que invadía a sus alumnos en cuanto nos hacía cantar música de Schumann, en la clase de canto, o nos hacía escuchar Los preludios, de Liszt, y la Novena, de Bruckner. Ya eran los sorprendentes días de “Strawberry fields” y “The fool on the hill.”
Aún no contaba con la perspectiva suficiente para entender que, en la evolución de The Beatles, eran más o menos visibles tres etapas de maduración: pongamos por caso, la primera, representada por “Love me do” y toda esa “alegría rocanrolera” que fue cediendo el paso a obras más reflexivas y propositivas como “Norwegian wood”, “Eleanor Rigby” y “Nowhere man”; luego, la etapa de plena madurez representada por los discos transcurridos entre el Sargento Pimienta y Abbey Road, que vio florecer con brillante protagonismo a George Harrison, autor de “While my guitar gently weeps” y “Here comes the Sun.” Claro que nada de eso se sabía en 1967, año donde todo era esperar y cantar, pues The Beatles tenían la costumbre de publicar un disco por año, alrededor del mes de octubre, con lo que sus fans aguardaban las novedades por venir, incluido el desciframiento acerca de si de veras era cierto que Paul McCartney se había muerto y los otros tres mantenían oculta esa terrible información. Los enterados decían: lee atentamente la letra de “A day in the life”, ahí se cuenta todo en las dos primeras estrofas: “I read the news today oh boy/ about a lucky man who made the grade/ and though the news was rather sad/ well I just had to laugh/ I saw the photograph.// He blew his mind out in a car/ he didn’t notice that the lights had changed/ a crowd of people stood and stared/ they’d seen his face before/ nobody was really sure/ if he was from the House of Lords.” Eso significaba que Paul, nombrado caballero inglés por la reina Isabel, se había matado en un accidente de tránsito por no haberse percatado de una señal, versión desmentida con la ruptura del grupo, en 1970, y con las muertes reales de John Lennon y George Harrison en 1980 y 2001, respectivamente • (Continuará.)
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Germaine Gómez Haro Pintura reciente de Armando Romero “Vivimos en el mundo de la reproducción total, el original ya no existe”, se lee en una de las pinturas de Armando Romero (México, df , 1964) que integran su exposición recién inaugurada en la Casa Lamm titulada Santos Recórcholis, expresión extraída del lenguaje coloquial del cómic que, de entrada, cumple con el objetivo de provocar la sorpresa, ingrediente que permea toda la obra pictórica de este artista que se regodea con la “re-producción” de imágenes emblemáticas de la historia del arte e iconos de la cultura popular del cómic. ¿Qué habría de sorprendente en pinturas que revisitan a los grandes maestros y retoman los lugares comunes del imaginario popular cotidiano? Son varias las herramientas formales y conceptuales de las que Romero echa mano para crear un universo pletórico de ambigüedades en el que se entreveran la ironía, el humor, la parodia y la irreverencia en pinturas cargadas de signos y sugerencias. Tras más de una década de ausencia en espacios de exhibición en nuestra ciudad, Romero regresa al escenario mexicano con una obra que ha madurado de manera asombrosa en su oficio, discurso temático y belleza formal, a partir de la última muestra que se presentó en esta ciudad en 2000, Las nuevas tentaciones de San Antonio, en la Universidad del Claustro de Sor Juana. No abundan en la actualidad los pintores cuya preocupación medular se centre en la práctica de las técnicas académicas. Romero es uno de ellos y sus obras, a simple vista, atrapan por la calidad pictórica que resalta por encima de la complejidad de sus composiciones. El espectador se enfrenta a un fascinante juego de trompe l’oeil que ofrece un caleidoscopio de posibilidades en la lectura visual y literal de sus lienzos. Acucioso conocedor de la historia del arte, el pintor toma prestadas muy diversas obras provenientes de
Perdido en el espacio
maestros reconocidos o anónimos del Renacimiento y del Barroco, las trastoca valiéndose de una técnica impecable y nos presenta lienzos en apariencia sucios y avejentados por el tiempo, en los que conviven la antigüedad y la modernidad mediante la superposición de las imágenes clásicas magistralmente reproducidas y los personajes extraídos del cómic o de las series de televisión plasmados a manera de stickers, en un acto de aparente vandalización que desacraliza la imagen alterada. Doble trampantojo: las escenas de Ingres, El Bosco, Jordaens, Bassano, Velázquez, Tiziano, devienen telón de fondo sobre el cual destacan personajes, como los Pitufos, Robotina, Periquita, Ultramán, Scooby Doo, entre muchos otros héroes de las caricaturas que funcionan como metáfora del imaginario colectivo de la generación de los sesenta y setenta a la que pertenece Romero. Las reglas de la composición clásica juegan un pa-
Jorge Moch
ARTES VISUALES pel fundamental en estas obras que no dejan de proyectar un aura inquietante: el azar funciona como simple guiño que acentúa este juego de metáforas y sugerencias que, en esencia, resulta mucho más complejo y críptico de lo que se percibe en la superficie. Para Romero, la simbiosis del arte clásico y el popular que conforma su obra es el resultado de los “canales cruzados” que desde su infancia han alimentado su imaginación: de niño pasaba horas hojeando los libros de arte de los old masters, y con el mismo deleite y frescura disfrutaba, como todos los chicos, las caricaturas de la época. De ahí que para él resulte espontáneo y hasta familiar incluir al robot intergaláctico de Perdidos en el espacio en una escena bíblica como la Última cena de Jesucristo. La abolición de connotaciones temporales y contextuales es otra de las características de su lenguaje pictórico, en el que –insisto– la ambivalencia juega un papel fundamental: la solemnidad de las escenas elegidas se desvanece en un abrir y cerrar de ojos cuando el espectador intenta descubrir si Don Gato y su pandilla, Popeye o los animalitos de Looney Tunes están pintados sobre las magistrales reproducciones de los viejos maestros, o son stickers comerciales pegados desenfadadamente sobre la superficie de los lienzos. “Romero es un mitómano empedernido”, señala j. m. Tasende, su galerista de California; decir mentiras –agregaría yo– es una de las grandes verdades del arte contemporáneo, o más aún, postmoderno: la realidad la tenemos a la vista y el buen arte lo que busca es trastocarla y presentar otra realidad, ésa que libremente se despliega en nuestra imaginación. Si todavía hay quienes se atreven a sentenciar que “la pintura ha muerto”, esta exposición de Armando Romero testimonia que, felizmente, todavía hay pintura pintura que goza de cabal salud •
CABEZALCUBO
tumbaburros@yahoo.com
De una telenovela antidrogas de tv Azteca Encuadre primero: la chica de piel morena se mesa los cabellos, gime, ríe como la vieja tradición mexicana del melodrama dicta que ríen los locos, con rabia de rencores inconfesados y ojos desperdigados. Sólo le falta, para concitar la repulsa madura y jugosa de la teleaudiencia, mostrar una axila sin rasurar o cagarse en los pantalones, pero la tele, ya se sabe, es dama morigerada. Baste explicar someramente que la chica consume drogas, de ahí el comportamiento errático, los arranques de furia, el odio prefabricado que escupe a diestra y siniestra. En una de ésas, le cuelgan una camiseta del prd… Encuadre segundo: la abuela de la nena sufre. Llora, le reza a diosito tan mexicano que todo lo cura; a la virgencita que en todo intercede para que los mexicanos porfiemos en ancestral transferencia de responsabilidades. Vagamente aparece a ratos el padre de la muchacha, ese cabrón irresponsable que abandonó el hogar cuando la nena todavía tomaba biberón. Se omite, por obviedades argumentales que no vienen al caso, que el pobre panzón quizá tuvo que irse al otro lado para tratar de ganar un poco de dinero con que mantener a su hija y a su mujer. Ésta, exitosa ejecutiva, se nos hace saber, de “una editorial”, es a su vez una desgraciada que sucumbe a la seducción del trabajo ejecutivo de éxito en lugar de asumir su papel de madre y cocinera (que para eso está la abuela, carajo, y está con gusto: chiquear a la nieta drogadicta es su vocación), así que está en casa poco y mal. Además, se nos avisa de refilón, es aficionada “a los calmantes”. Si como tratamiento supervisado por un médico, pues ya no es relevante. Es independiente y exitosa
y, como se ha dicho, trabaja “en una editorial”. Al final quizá va a estar el cogollo del mal en los demasiados libros… Encuadre tercero; la chica tiene novio. Mala cosa. El novio la induce a consumir. Ella es joven, rebelde, inexperta y ansía cariño (adolece de información y, según se ve, de la más elemental formación de fuerza de voluntad), así que accede y zas, consummatum est, se la lleva la fregada. Nunca la vemos inhalar coca, nunca la vemos inyectarse heroína, ni la vemos fumar piedra, ni cruzarse con vodka y pastas. La vemos, eso sí, fumar ávidamente algo que parece ser lo que en argot callejero se conoce como churro. Un gallo, un pasón, un porro. Le quema las patas al diablo, la cola al zorro, zacatito pal conejo. Se ahúma las ideas. Se atiza porque anda eriza. Quema mota. Fuma marihuana, pues. Cuarto encuadre que contiene final con moraleja: la chamaca inconsciente. Ya no supimos si fue por fumar la cosa esa o porque se atascó con otra porquería (porque todas las drogas son porquerías). Pero está en coma, demacrada, hasta un poco sucia. La abuela llora, la madre llora, el padre vuelve y llora, el novio llora. Todos confiesan su parte de culpa. La familia mexicana es un muégano dulcemente confesional. Corte a : la nena despierta. El novio como el Romeo shakespeariano, mientras su Julieta yacía víctima de la ponzoña, apura un trágico final con las drogas como móvil y vehículo de una muerte trágica y lamentable. Pobrecillo. Tenía toda
la vida por delante, aunque nunca nos haya quedado claro si era hostigado, si de niño sufrió alguna clase de maltrato o simplemente era un subproducto generacional del México consumista, mezquino y pragmáticamente neoliberal (y de derechas) de hoy: a lo mejor ni trabajaba ni estudiaba. Pero se drogaba y, según parece, al final del túnel de las drogas siempre aguarda la muerte. Encuadre último: la chica arrepentida, el padre arrepentido, la madre también. La abuela rezandera parece decir “se los dije”. La muchacha admite que buscaba atención, figurar. Pide perdón “por haberse envenenado el cuerpo”. Nadie explica qué es el cannabidol, ni lo compara con otros alcaloides ni mucho menos con el alcohol. Nadie menciona el tabaco. Nadie explica nada. Parecería que todo se cifra en un acto de fe, en un dogma a los que sabemos que son tan aficionados los dueños de la televisora. Ya no sabemos si se trata sólo de un guiño a la guerra perdida de Calderón contra los cárteles. Y al final los telespectadores, pueriles que somos, nos quedamos con más preguntas que respuestas, pero con una clara noción: mejor ni preguntar, si al fin y al cabo todas las drogas son veneno… ¿Y después del episodio, algún documental informativo sobre el consumo de drogas, alguna estadística ofic i a l , a l g ú n p o s i c i o n a m i e nto d e l gobierno?, qué va, hombre. Madonna. El Superbowl. Que quedó Chepina. Que el mundo sigue su marcha… •
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15 de enero de 2012 • Número 884 • Jornada Semanal
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an pasado décadas y su memoria sigue aún encendida. De preguntarnos por qué, tendríamos que acudir a una de sus palabras recurrentes, la que usó en algún título: pasión. Y esa pasión encontró su fuego y su fondo y su forma en la poesía. Es verdad que ensayo, novela, cine, polémica, crítica, panfleto, ironía e injuria fueron algunas de las muchas apariencias que adoptó su insobornable pasión poética, pero ¿cuál de esos textos-imágenes o imágenes-textos puede alcanzar por ejemplo la densidad cabal, la grave hondura, la dolorosa belleza de sus indelebles versos A las campanas de Orvieto? No se negó a experiencia alguna, ni se negó a ningún combate. Heredero nada complaciente de una gran literatura y de una envidiable conciencia civil, devolvió al mejor neorrealismo su contacto con las nuevas asperezas en Accatone o Mamma Roma; despabiló a no pocos clericales con su Ruiseñor de la Iglesia Católica, pero también reintegró un profundo sentido místico y humano al mejor cristianismo con El Evangelio según San Mateo; supo recuperar la saludable rugosidad primitiva de los clásicos griegos en su sabroso Edipo Rey; teorizó siempre entre Pasión e ideología; fue capaz de inquietar a un comunismo ya tan poco dogmático como el italiano dialogando fecunda y libremente con Las cenizas de Gramsci. No dejó insulto, ofensa o diatriba sin devolver. Y se sentía fieramente orgulloso de que su propio rostro, de agudos planos cortados a pico con sólida prestancia francamente popular, le diera un parecido con Sekú Turé, entonces presidente de Guinea. Vio la luz en Boloña, pero sus raíces estaban en el viento. En el viento de Italia, que es África en el sur y Europa en el norte. En el viento del cambio y del nomadismo que obligaron a su infancia los oficios de su padre. Nació en 1922, el año de Trilce y del modernismo brasileño. El año del Ulises y de Tierra baldía, el año de la muerte de Proust. Pero también el año que siguió a la represión del Ejército Rojo contra los obreros revolucionarios de Kronstadt, o el año mismo de la Marcha sobre Roma, aquella caminata ostentosa que dio pie a los veinte años siniestros del fascismo. Su estrella aparecía entonces indisolublemente ligada con la historia, vivida ya no desde las bases sino desde el subsuelo, el humus mismo y a la vez fecundo pero también contradictorio de una inestable y tornadiza frontera entre lo proletario y
lumpen, que conocería de primera agua al tener que volver a “adaptarse”, en 1949, a las violentas barriadas plebeyas de Roma, donde torna a arroparlo un dialecto, esta vez urbano y de avería. Porque en su sangre venían bullendo los jugos agridulces, macerados, fermentados, de la lengua friulana, heredada de su madre, nacida en aquella Casarsa donde él también tuvo que refugiarse, en 1943, durante la guerra. Y ya desde entonces, desde 1940, el joven Pasolini escribe en friulano sus primeros libros, y suya es la intentona de una Academiuta da Lenga Furlana. Si alguien llega a preguntarse qué es una lengua materna, he ahí una respuesta. Y por eso la vida y la obra de Pier Paolo Pasolini están indisolublemente ligadas con la poesía. Mejor dicho, con esa encarnación de una lengua viva que es la poesía lograda.
Pasolini, pasión de poeta Rodolfo Alonso
Porque, a qué se llama dialecto sino a la irrupción orgánica, no controlada ni regimentada, no socializada administrativamente aún, de una comunidad sumergida junto con su lengua. Lo que ello arrastra, hecho luego teoría, aunque en verso, claro, sigue y seguirá siendo para Pasolini una verdad primaria, elemental, en el mejor sentido, tan bellamente bárbara como sanamente fecunda: “Todos juran ser puros:/ puros en la lengua... naturalmente:/ señal de que está sucia el alma.” Y también, magníficamente: “¡La Lengua es oscura/ no límpida ‒y la Razón es límpida,/ no oscura!” Y más aún: “Son infinitos los dialectos, las jergas,/ el pronunciar, porque es infinita/ la forma de la vida:/ no hay que hacerlos callar, hay que poseerlos...” Asesinado en 1975, lo que mantiene vivas las cenizas de Pier Paolo Pasolini es lo mismo que lo hizo ineludiblemente poeta: la conciencia visceral de que la lengua es un organismo vivo, en combustión, activo, que gasta y que consume, que vive y muere, hecho a la vez de sublimaciones y detritus, pura y feroz materia nunca inerte, como la vida misma, gran mar nutricio y a la vez devorador, matriz y forma inevitable de la humano, lengua viva en los hombres, de los hombres, por los hombres •
A las campanas de Orvieto Pier Paolo Pasolini Signo del único dominio, de la miseria absoluta: ¿por qué entonces tan inciertas, múltiples, sonáis, campanas, en la mañana dominical? Al tren detenido, a la estación blanca y bañada de esta ciudad, quieta en su viejo silencio, traéis, fresquísimo, un espasmo de vida. Casas, alrededor, apartadas, caminos, palacios, prados, pasos a nivel, canales, campos neblinosos, son la materia, no de vuestro fugaz, intacto sonido, sino de una íntima y eterna dulzura vuestra... ¿Quiere decir que en el fondo del despiadado poder hay un miedo vital, en el fondo de la resignación un poder misterioso, y feliz, de vida? Versión de Rodolfo Alonso
In memoriam
Quienes integramos la redacción de La Jornada Semanal expresamos nuestra profunda pena por el fallecimiento de
Luis Javier Garrido
así como de
Manuel Stephens
ambos entrañables compañeros de estas páginas, y extendemos a sus respectivas familias toda nuestra solidaridad.
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