La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 19 de febrero de 2012 ■ Núm. 885 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

De

traducción

traductores

y

Textos sobre D ickens , P érez G aldós y M aría B amberg M arco A. C ampos sobre El Álamo, de Taibo ii

Una entrevista con traductores alemanes

E ntrevista con C ristina P acheco Premio Rosario Castellanos 2012


bazar de asombros La universalidad de Monsiváis

Citando a Pushkin, María Bamberg –nacida en 1915, en Alemania, y criada en la Patagonia argentina– afirma que los traductores son “correos del espíritu”, porta­ dores del alma de la palabra y el pensamiento cuando pasan de lengua en lengua. Traduc­ tora al alemán, entre muchos otros, de Arturo Uslar Pietri, Carlos Fuentes y Octavio Paz, esta casi centenaria traducto­ ra y autora de unas extraordi­ narias Memorias habla de su dilatada experiencia en el arte a veces poco comprendi­ do de la traducción. Publica­ mos, además, una entrevista de Mónica Mateos a Cristina Pacheco, ganadora del Premio Rosario Castellanos 2012, escritora, periodista y una de las más inteligentes conductoras de programas de televisión. Su programa Aquí nos tocó vivir, da voz a los que no la tienen y nos presenta aspectos cotidianos y, por lo mismo, entrañables, de la vida de México y de los mexicanos.

jsemanal@jornada.com.mx

Hugo Gutiérrez Vega

En la pantalla, Groucho Marx ataviado con las ropas

consistían en revisiones de las filmografías de gran­

laba y anunciaba que tenía que retirarse de inmedia­

maratones vimos a la Garbo, a los Marx, a Lang, Lu­

del Capitán Spaulding, el explorador africano, bai­ to. Eran las tres de la mañana en la sala principal del National Film de Londres y todavía nos faltaban

Plumas de caballo y Una noche en la ópera para terminar la sesión de all night cinema dedicada a los

hermanos Marx. 1970 andaba en sus primeros pa­

sos y Carlos Monsiváis daba clases en la Universi­ dad de Essex. Pasaba la semana en Colchester y los viernes llegaba a nuestra casa de

des directores, actrices y actores. En esos formidables bitsch, Wajda, Von Sternberg, Wyler, el expresionismo alemán, el Kino Pravda y mi favorito: el neorrealis­

mo italiano. Nos guiaba por los vericuetos de ese mun­ do la mano sabia de Monsiváis, gran especialista de

la historia del cine de todos los tiempos y de todas las la­

titudes. Limitar su experiencia cinematográfica al fe­ nómeno artístico mexicano es un lugar común fomen­

tado por los nacionalistas baratos

Paddington para cumplir nues­

o por los que se limitan a conocer o

tro programa cinematográfico y,

a comentar sólo uno de los aspec­

a veces, teatral o musical.

tos de la vida y de la obra de ese

El año y medio que Monsi vivió

personaje genial que tenía como

en Londres fue muy importante

signo primordial su genuina uni­

para su formación cinematográfi­

versalidad. En este momento pien­

ca y para su acelerado progreso

so en su formidable antología de la

en el conocimiento y la aprecia­

poesía mexicana del siglo xx (so­

ción de la poesía anglosajona. El

bre todo en el ensayo introducto­

Na­tional Film era –y es– un tesoro

rio) y en sus trabajos críticos sobre

inagotable de historia del cine y una plataforma de lanzamiento de

las nuevas cinematografías de todos los países. Vimos

Lezama Lima, Pellicer y Lowell (ahí está el Material de Lectura de la

unam que da a conocer algunos aspectos del gran poe­

películas de la primera época del cine mudo. Los maes­

ta anglosajón). En una tertulia londinense quise poner

llenaban la programación de los martes; los lunes se

y me dediqué a pasar lista de los escritores católicos

tros Griffith, Vertov, Murnau, Mélies y sus alumnos dedicaban a los cómicos. Agotamos con enorme de­ leite la filmografía de Chaplin, Keaton (era nuestro

favorito), Lloyd, Langdon, Laurel y Hardy (guardo como oro en paño las películas de estos inolvidables anarquistas libertarios y maestros de la destrucción

del orden del establishment que me hizo el favor de grabarme Manuel Puig durante su estancia en la cos­ ta de La Campania. Están dobladas al italiano. Las

voces son de Sordi y de Fabrizzi). Los miércoles per­ tenecían a las cinematografías de Italia, Francia, Ale­ mania, Polonia, España... Los jueves y viernes la pro­

Comentarios y opiniones:

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gramación se ocupaba de las novedades y el fin de semana se celebraban las sesiones del all night, que

a prueba lo que he venido llamando su univer­s alidad franceses e ingleses. Hablé de Mauriac, Bernanos y

Claudel y Carlos me interrumpió comedi­damente para

recordar la gran novela antifascista de Bernanos, Los grandes cementerios bajo la luna y para decir de me­ moria unos versos de la “Oda cuarta” del gran poeta y

lamentable reaccionario que fue Claudel. Seguí ha­

blando del cardenal Newman, de Chesterton, Belloc, Baring, Patmore, Thompson, Meynell, Greene, Waugh,

y Carlos respondió con una cuartera de un soneto de Newman y me recordó a Manley Hopkins.

Así era Monsiváis, el más mexicano de nuestros

universalistas, el más universal de nuestros mexi­ canistas.

jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: De lengua a lengua Ilustración de Huidobro

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­n ada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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bitácora creación bifronte RicardoVenegas Metafísica y delirio: Jorge Cuesta Alguna vez Jorge Cuesta se refirió a su inserción en “el grupo de forajidos”, los Contemporáneos, como “una coincidencia del destino”. Son pocos y nos parecen muchos quienes se han ocupado de esta generación de poetas que encienden la flama de la literatura mexi­ cana: Luis Mario Schneider, Vicente Quirarte, Francisco Segovia, Miguel Capistrán y Guillermo Sheridan, entre otros. La aparición de Metafísica y delirio, el Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta (Ediciones Sin Nombre, 2011), de Evodio Escalante, marca una lectura que se suma a los más lúcidos trabajos sobre el texto más enigmático de esta generación y a la imagen del autor de más reacia clasificación; de Cuesta hay una obra inacabada y mucho por pensar y reflexionar aún. A lo largo de las treinta y siete liras que constitu­ yen el poema, Escalante incursiona en la vigencia de la obra cuando advierte que “los destinatarios idó­ neos de estas obras no son muchas veces los contem­ poráneos de la época en que éstas han salido a la luz, sino los escuchas de futuras generaciones que ha­ brán de remontar con provecho las capas de incom­ prensión”, y en este renglón, el crítico, que ha investi­ga­ do y ha macerado sus elementos, destila las similitudes del poema con Muerte sin fin, de Gorostiza: ambos se escriben en formas definitivas cultivadas en la tradi­ ción del Siglo de Oro: “En el caso de Gorostiza la silva, combinada con el romancillo y la seguidilla; en el caso de Cuesta, la lira de seis versos.” De Friederic Nietzsche al Rig Veda, Escalante busca y encuentra vasos comu­

ricardovenegas_2000@yahoo.com

nicantes del poema: “¡Cuántas auroras hay que no han lucido!” La admiración del poeta por el veracru­ zano Salvador Díaz Mirón y sus lecturas de Heidde­ ger emergen, van a la superficie. Pareciera que la obra de Cuesta –como la anto­ logía que firmara– vale lo que cuesta y habrá que invertirle tiempo y esfuerzo para alcanzar una lec­ tura más amplia que la primera. Evodio Escalante lo confirma, pues desde uno de sus primeros textos sobre el autor del Canto ( Topodrilo, uam , 1988) hasta la publicación de Metafísica y delirio, han transcu­ rrido ya veinticuatro años. En ese –casi– cuarto de siglo, la madurez del crítico lo ha conducido a saldar una deuda que contrajo con Salazar Mallén en los años ochenta, cuando éste le preguntó: “¿Y qué opina usted del Canto a un dios mineral?” No deja de sorprender que, pese a los problemas psiquiátricos del poeta, su hospitalización, castra­ ción y suicidio (y el terror pánico con que escribió), haya dejado en su obra crítica una colección de fra­ ses como ésta: “He aquí por qué son insuperables el diablo y la obra de arte, la revolución y la poesía. No hay poesía sino revolucionaria, no la hay sin la `co­ laboración del demonio´”. Cuesta reaparece cada vez con más fuerza y Es­ calante lo asume en sus hallazgos: “el momento en que se funde y se hace uno con el devenir”. La piedra, el mineral, está dotado de vida y espera su lector: “El ser parlante vive en la vida de la roca.” •

Monólogos compartidos Francisco Torres Córdova ftorrescordova@yahoo.com

Zapatos Colocados con esmero en una orilla de la habitación o bajo la cama, en el armario dentro de bolsas pro­ tectoras de fieltro o formados con mimo y atención en estantes o ganchos especiales, o tal vez no, sino arrumbados en algún rincón, botados al olvido, per­ didos o lanzados a un terreno baldío, en cunetas, cañadas, basureros, solos, impares o pares y vacíos, basta apenas una mirada, un respiro más allá de la simple indiferencia, sólo un poco de cuidado en lo que llevan, e invariablemente trazan un perfil, el peso de unos pasos, el ritmo abierto o cerrado, el avance sinuoso, juguetón o enfermo del pulso y las distan­ cias que emprende un cuerpo todo, una intención, una persona. Lo que les pasa a los pies que cubren, lo que guardan como un secreto o exponen como una vanidad o un cinismo, lo que les pasa a ellos –y ellos mismos– son rasgos siempre de una biogra­ fía, el dilatado relato de un momento en los pasos de una vida, su insistencia en algo. Son a la vez la prenda más pública y la más íntima; la más recia y

vulnerable, la más telúrica. Del tacón a la punta, del arco a la horma, del empeine a los talones, de los pliegues de la lengüeta y los cordones tersos o lui­ dos a las arrugas y golpes en el talón y los agujeros o lisuras de las suelas, con una simple mirada de reojo, con un atisbo discreto, nos ponen en el mun­ do –literalmente sobre los suelos y caminos de la Tierra– y ya, en un instante, con una identidad o un estigma. Calzados revelan algo profundo de noso­ tros; solos y vacíos nos invocan. En su silencio tan cerca del polvo, el lodo, los asfaltos y las piedras resuena lo que fuimos cada vez hasta esa pausa en que los hemos dejado sin nosotros, y también lo que en ellos así ya quietos nos piensa o nos recuerda en el futuro o en la ausencia. Si los pies desnudos desnudan todo el cuerpo, los pies calzados lo visten y lo templan. Le dan un aire de camino, ese impulso de los pasos y la danza de la vida. “Me gustan mis zapatos vacíos/ esperán­ dome como el día de mañana”, dice Jaime Sabines.

Y también el aire fijo, la pausa sostenida del dolor y de la muerte. “Enterramos tu traje,/ tus zapatos, el cáncer./ No podrás morir./ Tu silencio enterramos.” (“Algo sobre la muerte del mayor Sabines.”) Su condición de objeto profundamente personal y público ha impreso su huella en el lenguaje: para entender al otro hay que “ponerse en sus zapatos”, lo que en rigor es pisar descalzo en el suelo del cur­ so de su vida, sentir lo que pesa y piensa, mirarlo así, desde adentro y desde abajo. Esa resonancia es la que invoca el colectivo El Grito más fuerte, con su reciente campaña En los zapatos del otro (http:// www.elgritomasfuerte.mx/1/Inicio.html.) Ese otro que somos cada uno en medio de la soledad de la guerra que vivimos y sus muertes obscenas. Me­ terse en los zapatos del otro, acaso el recinto más fuerte y frágil de su alma, es decir su nombre un ins­ tante y ocuparlo, para que el silencio sane y se ar­ ticule. Así, desde los pies desnudos que por naci­ miento somos •


Disparos en José Antonio Michelena

E

l 33 Festival Internacional del Nuevo Cine La­ tinoamericano celebrado en la capital cubana el pasado diciembre distinguió, de manera re­ levante, dos filmes centrados en la violencia, pero con focalizaciones diferentes, con discursos distintos, con estéticas diversas. El infierno, del mexicano Luis Estrada, ganó el Pri­ mer Premio Coral en Largometrajes de Ficción y los premios de dirección artística, vestuario y música original; mientras Tropa de élite 2, del brasileño José Padilla, obtuvo el Premio Especial del Jurado y los galardones de dirección y edición. Tropa de élite 2 (Brasil, 2010), retoma el sendero de Tropa de élite (2007), ambas tras las acciones del Bata­ llón de Operaciones Especiales de la Policía Militar de Río de Janeiro ( bope ). Inmersa en la enre­v esada madeja de violencia, corrupción policial, judicial y gubernamental que atraviesa el Estado, la película de Padilla está contada desde la perspectiva del coronel Nascimento, protagonista, héroe y con­ ductor de una narración sin fisuras. Montado sobre una analepsis la mayor parte del tiempo cinematográfico, el relato nos su­ merge en el drama del protagonista, en conflic­ to con dos instituciones: la familia y la fuerza policial que dirige; ambas en máxima tensión colisionan en el punto climático. El asunto es trillado en el cine y en la novela negra: el combatiente del cri­ men descuida sus obligaciones familia­ res y provoca una ruptura. Pero ya eso sucedió en la primera entrega de Tropa de élite. Ahora el coronel es un solitario empeñado en no distanciarse de su hijo Rafael y de protegerlo. También quiere proteger al capitán del b o p e , André Matías, quien al igual que su hi­ jo va cometiendo errores que acentúan el conflicto. Los errores de Matías funcionan co­ mo catalizadores de la trama y mueven los escenarios. Conducen a Nascimento a un cargo en el gobierno de Río como sub­ secretario de Seguridad, y al propio capi­ tán hacia las filas de las Milicias, nido del paramilitarismo, puente entre la co­ rrupción gubernamental, judicial y poli­ cial sostenidas sobre la violencia extrema en las co­ munidades. Sólo que Matías no lo sabe. Manipulado por los paramilitares, cumple la última función como personaje y su muerte precipita las acciones; es an­ tesala del capítulo decisivo, el que fusiona las sub­ tramas y los conflictos de Nascimento. La resolución dramática, que implica la ejecu­ ción del villano mayor, el encarcelamiento de pode­ rosos corruptos y la reconciliación del protagonista con su hijo y consigo mismo, incluso el epílogo ‒con el mensaje de Nascimento, según el cual, para que el corrupto sistema sea derrotado pasará un buen tiempo y más vidas inocentes estarán en peligro–, siguen el cauce de la narrativa de la violencia pro­

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La Habana

Corrupción y violencia en el poder marcan la pau­ ta igualmente en El infierno (México, 2010), pero si antes estábamos ante un filme que se expresa desde los códigos del drama de acción, del thriller, con un enfoque realista, la película de Luis Estrada hace una representación paródica de esos elementos, explota la ironía y el humor negro, construye una sátira so­ cio-política. Cuando la realidad es un absurdo, su represen­ tación tiene que ser paródica, irónica, satírica. Si es irracional, grotesca, hay que acudir al humor corro­ sivo, a la mueca, para transitarla. La parodia enmas­ cara el espacio, el tiempo, los referentes históri­ cos, los revisita en un disfraz. La burla y la revisión son versiones de la subver­ sión, han dicho los teóricos del postmo­ dernismo. El infierno comienza con una descolo­ rida postal, un páramo al que regresa el protagonista veinte años más tarde. “Vine a este pueblo porque aquí dejé a mi madre y a mi hermano”, sugiere la imagen de Ben­ ny, como en el clásico de Rulfo. La crónica de Benjamín García, su tránsito por el caos, está contada en imágenes repletas de intertextos, con una densidad referencial que apenas puede ser aprehendida en una sola visión. En su nutrido corpus de referentes están lo humano y lo divino: Dante, la Biblia y una diversidad inago­ table nos hacen guiños en cada escena. Cuando Benny visita a la “sagrada fa­ milia” Reyes (José, Jesús y María) en su “paraíso”, en la pared, por encima del discurso farsesco del patrón, entreve­ mos al Papa y a una multitud de figuras que globalizan el espacio y comparten un sitio de diálogo con el criminal. Curiosamente, la muerte que reco­ rre las escenas del filme, los cadáveres que se van amontonando, no causan terror en el espectador, porque se per­ ciben como esperpentos. Y acaso sea ése uno de los méritos de una estética que no discurre por los pautados sen­ Escenas de El infierno y Tropa de élite 2 deros del cine de la violencia, aunque tampoco es la violencia estetizada de Lars von Trier. Estrada construye el tratamiento de la ducida –fundamentalmente– en Estados Unidos. violencia y la muerte desde su propia identidad. Rigurosa dentro de la estética por la que transita, El proceso de denuncias, encarcelamiento y ajus­ Tropa de élite 2 demuestra, otra vez, que el cine lati­ te de cuentas en Tropa de élite 2 se corresponde con noamericano es altamente capaz de expresarse con el apocalipsis desatado por Benny, quien arremete excelencia en esta filmografía y de hacer aportacio­ contra todos los poderes reunidos en El infierno y, nes temáticas, pues violencia y corrupción no faltan mientras el epílogo de la primera culmina con un en la región. pronóstico de más violencia en el futuro, su similar Si Tropa de élite había mostrado la corrupción de la en el filme mexicano presenta al “Diablito” rindién­ policía en las calles de Río y al interior de la cadena dole culto a sus muertos y su regreso anticipa ven­ de mandos, Tropa de élite 2 mira hacia arriba, en es­ ganza y muerte. También la lápida de Benny envía cala macro, poniendo al desnudo todas las estruc­ un mensaje cifrado en una fecha, una metáfora que turas del poder, y la acusación final del protagonis­ resume los propósitos temáticos del filme, el último ta queda gravitando sobre el sistema sostenido en golpe para ganar el combate cinematográfico • la violencia.


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entrevista con Cristina Pacheco Mónica Mateos-Vega

“Soy

lo que quise ser” Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada

“N

ací con un tesoro: desde niña quise ser pe­ riodista y escritora”, afirma Cristina Pacheco (Guanajuato, 1941). Por su trayectoria cul­ tural en México, la escritora y periodista fue galardonada con el primer Premio Rosario Castellanos, convocado por el Consejo Nacional pa­ ra la Cultura y las Artes. El jurado integrado por María Novaro y Rosario Ruiz (México), Gloria Dubner (Argentina), Diame­ la Eltit (Chile) y Amelia Valcárcel (España), eligió a la colaboradora de La Jornada “por su sólida y fruc­ tuosa trayectoria en el periodismo y la literatura, así como en la comunicación audiovisual, y porque a lo largo de varias décadas ha dado voz y respeto a per­ sonas de diversos ámbitos sociales”. Además, subrayaron que el legado periodístico de la galardonada, el cual forma parte del progra­ ma Memoria del mundo: Patrimonio cultural de la Organización de Naciones Unidas para la Educa­ ción, la Ciencia y la Cultura (Unesco), contribuye “a la pluralidad de México, por su tenacidad y constan­ cia, que son un ejemplo para todas las mujeres”. Frente a tantas felicitaciones que ha recibido en estos días, Cristina mantiene una pasión: su entrega al trabajo, “es un compromiso del que no me salva ningún premio”. La charla se desarrolla en la librería El Péndulo de la calle de Nuevo León, rodeada de libros que de vez en vez roban la mirada de Cristina: “mira éste, y éste, y éste”, dice con el entusiasmo y la curiosidad con la que lo mismo entrevista a un gran pintor que al due­ ño de unos baños públicos. Al hablar de las personas que forjaron su amor por la escritura, aparece en su recuerdo el periodista Fer­ nando Benítez: “Me dio muchas lecciones, pero des­

taco tres. Primero, sin imaginación, sin valor y sin amor al país no se puede hacer periodismo. Dos, cuando tengas duda en los temas, vete por el prime­ ro que te atraiga y no estés tentaleando, porque te va a salir mal. Y tres, cuando no tengas nada, saca de tu imaginación todos los temas que tengas y échalos al aire, corre, pesca uno y ése agárralo como perro con los dientes hasta que acabes con él. “También me decía que si alguna vez iba a entre­ vistar a alguien y no me la daban, que hiciera la noentrevista, y me pasó una vez con Fidel Velázquez; me citó, estuve horas esperándolo y no me recibió. Luego escribí todo lo que había pasado durante la espera, pero no lo hubiera hecho si Benítez no me lo hubiera dicho. “Tuvimos una amistad muy hermosa, muy es­ timulante. Me llamaba y comentaba mi trabajo. Le gustaba mucho el programa Aquí nos tocó vivir, so­ bre todo en sus últimos años. Me decía: ‘ya no puedo salir, no puedo caminar, pero veo en tu Programa las calles que fueron mías.’ Le gustaba mucho la calle de Mesones.” Cristina es egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudió Letras españo­ las. Inició su labor periodística en los años sesenta, colaborando en los diarios El Popular y Novedades, así como en la revista Sucesos, donde publicaba bajo el seudónimo de Juan Ángel Real, siempre con el afán de forjarse una carrera propia pues, explica, “me ca­ sé con un escritor, me daba temor hacer mal mi tra­ bajo y pena hacerlo a costa del suyo, es decir, obligar­ lo a que me mantuviera como esposo y que pagara mi preparación como escritora; entonces pensé: ‘¿por qué no escribir cosas por las que me paguen, pero que sean ficciones?’

“Me encantaba (y me encanta) pensar que mi cuento se iba a convertir en flores, en café, en una botella de vino, en sopa de fideo, es decir, paso horas escribiendo, pero esas horas yo me las compro, no porque José Emilio no pudiera sostenerme, él ha sido siempre muy generoso. Cuando escribía con seudónimo me decía: ‘Si vas a ser escritora, tienes que ser valiente, tienes que ser tú, tienes que dar el paso y decir: soy una escritora.’ Fue muy difícil por­ que yo estaba recién ingresada a ese medio, él era ya un poeta conocido y yo no quería ni nunca he querido colgarme de él en este mundo, porque lo respeto y quiero tanto. Ahora soy lo que quise ser: una periodista y una escritora, una persona fasci­ nada con todo lo que ve.” Desde entonces, Cristina Pacheco nunca ha per­ cibido una diferencia tajante entre el oficio literario y el periodístico: “El periodismo es un gran ejerci­ cio para la literatura, y la literatura ofrece muchos recursos para el periodismo, por ejemplo un lengua­ je más amplio que profundiza en la realidad. Si tie­ nes ojo de escritor, cuando haces un trabajo perio­ dístico te fijas en muchos detalles que otros no notarían, es importantísimo”. “Por ejemplo, cuando entrevisté a Blas Galindo en su casa, ¡qué escena vi! Tenía una camisola a cua­ dros, lo encontré en su mesa de trabajo, muy incli­ nado, escribiendo música. Una taza de plástico en­ frente, un bote de café soluble en la mesa chiquita, la luz del foco, de pocos watts, cayendo a plomo. La íntimidad que había de su frente a su mano era ma­ ravillosa. Por eso creo que no hay un abismo en­ tre literatura y periodismo. Estoy muy orgullosa de que me llamen periodista, uno de los mejores oficios del mundo” •


Marco Antonio Campos

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Taibo II: El Álamo no fue como te lo contaron

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i bien ha escrito otra suerte de libros, Paco Ig­ nacio Taibo ii ha destacado especialmente en tres géneros: la novela negra (Todo Belascoarán), la biografía (Pancho Villa y El Che) y la crónica histórica (El cura Hidalgo y sus amigos –que también son viñetas‒, Temporada de zopilotes, y ahora El Álamo). Sus libros están escritos con pasión, humor, con una prosa que tiene alas, y en el caso de los dos últi­ mos géneros mencionados, están armados con rigor exhaustivo. Salvo la biografía del Che, sus libros con nexos históricos son sobre personajes y episodios nacionales de los siglos xix y xx . Igual que José Emilio Pacheco, Taibo ii es un ver­ dadero maestro de la crónica histórica, y se ha ocu­ pado ante todo de mostrar que hechos y actitudes tienen muchos más matices de los que se ven a pri­ mera vista. Después de leer su libro sobre la Decena Trágica (Temporada de zopilotes), más de un lector habrá dudado si Madero fue héroe o mártir, o ningu­ no de los dos, y percibirá todo el nudo de intrigas y traiciones de Bernardo Reyes, Félix Díaz, Manuel Mondragón, Aureliano Blanquet y de los terribles y siniestros Victoriano Huerta y el embajador estadu­ nidense en México, Henry Lane Wilson. Hace unos meses la editorial Planeta editó su cró­ nica histórica sobre el sitio y la batalla de El Álamo, donde Taibo ii muestra –demuestra‒ que la versión “mítico-imperial” no contiene en la gran mayoría de los casos “el menor espíritu crítico”. Sobre los acon­ tecimientos, si bien hay historiadores estaduni­ denses objetivos, resultan muchos menos frente a aquellos que han dejado caer un alud de fabulacio­ nes, tergiversaciones y añagazas, que si bien tienen una base en la realidad, no resisten ningún análisis riguroso. A éstos Taibo ii los designa con humor como alamoístas. El autor ha estudiado todas las fuentes

estadunidenses y las escasas que hay de la parte mexicana, sobre todo de los principales actores mi­ litares de la batalla. Sin casi memoria histórica, los mexicanos ten­ demos a olvidar que la pérdida de Texas llevó des­ pués a la guerra de saqueo de 1846-1848 y a la “com­ pra” bajo amenaza de La Mesilla en 1853, es decir, a la pérdida de más de la mitad del territorio nacio­ nal. En todos esos tajos territoriales el gran actor negativo fue Antonio López de Santa Anna. Como Taibo ii ilustra a lo largo de su vívido libro, la derro­ ta de El Álamo fue para los texanos un mito fun­ dacional y para los mexicanos algo que se pierde en las brumas de los años treinta del siglo xix . Los ca­ pítulos del libro donde el autor narra el asedio y la batalla se leen en particular como un centelleante thriller. La batalla de El Álamo, que ocurrió la ma­ drugada oscura del 6 de marzo de 1836, luego de doce días de sitio, duró entre media hora y una hora, y salvo mujeres, niños y negros y tal vez un par de beligerantes, los demás murieron en la refriega o acabaron pasados por las armas. Entre ellos había 130 estadunidenses, veintidós europeos y diez an­ glo texanos y texano mexicanos. Dentro de cientos de libros, filmes y series televi­ sivas que los estadunidenses han hecho a lo largo de 175 años, no faltan la westernización a lo John Wayne en la película The Alamo, los filmes “aptos para Ho­ llywood” y la waltdisneyzación de héroes que no lo fueron nunca. Una épica elementalísima que histo­ riadores y escritores, cineastas y gente de la tele­ visión han dado como proteínas a la media de los estadunidenses y en especial a los texanos. Taibo ii muestra aquí que la verdad histórica es mucho más ardua, disímil y aun opuesta. Por ejemplo, que los héroes mayores de la resistencia en El Álamo (Wi­ lliam Travis, Jim Bowie y David Crockett) eran esta­ dunidenses, y que, como muchos otros de los defen­ sores, tenían en la Texas mexicana menos de cinco años, en suma, eran tan texanos como Santa Anna cherokee. En la Texas mexicana, en la que por la Cons­ titución de 1924 no había esclavitud, los tres “héroes” eran esclavistas y especuladores de tierras, y algo

esencial: ninguno de los tres tuvo una muerte heroi­ ca como se ha querido mostrar. Travis murió de un disparo en la frente apenas iniciada la batalla; Jim Bowie, el del famoso cuchillo, tenía días enfermo y lo remataron en uno de los cuartos del fuerte, y David Crockett, que John Wayne elevó a la categoría de án­ gel de la independencia texana, estaba de paso en San Antonio, se refugió en el fuerte ante la inminencia de la batalla y, al terminar ésta, junto con otros pi­ dió clemencia, pero Santa Anna enseguida los mandó fusilar. El cerco y la batalla terminaron con una car­ nicería. Las banderas rojas y el toque “a degüello” en los días del sitio ya amenazaban con lo que termina­ ría por pasar. Pero si de los sitiados no se salvó casi ni el perico, los mexicanos tuvieron mayores bajas, lo que llevó a exclamar a Santa Anna una frase dig­ na de Pirro: “Con otra victoria como ésta nos lleva el diablo.” Una carnicería como la que haría poco después el general José Urrea, por órdenes de San­ ta Anna, con los rebeldes capturados en la batalla de Coleto, y la que harían las tropas de Sam Houston con los mexicanos en San Jacinto. En cuanto a la guerra, el primer error gravísimo fue la locura o megalomanía de Santa Anna de atra­ vesar el territorio en vez de ir por mar, lo que hubie­ ra permitido al ejército llegar fresco. El segundo, que luego de las victorias de El Alamo y Goliad, Santa Anna creyó que vencer a las tropas de Sam Houston (quien tenía sólo setecientos combatientes) era “un paseo militar”, aunque a la verdad, si no hubiera pe­ cado de exceso de confianza, jamás habría sido toma­ do por sorpresa y sufrido la derrota cerca del río San Jacinto. Y el tercero, que, cuando fue hecho preso por Sam Houston, ordenó la retirada más allá del río Bravo a los mandos de las tropas mexicanas (Urrea, Woll, Almonte, Filisola, Ramírez y Sesma y Tolsá, Ampudia y Gaona); Urrea fue el único que se opuso porque las tropas unidas eran superiores al escueto ejército texano. Nadie quiso oír. Texas se volvió re­ pública y un territorio legal para la esclavitud y para los especuladores de tierras. El 27 de diciembre de 1845 se convertiría en un estado confederado de eu . Para uno, como mexicano, es muy doloroso leer sobre la Conquista (1519-1521) y las guerras de Texas (1836) y la de Estados Unidos (1846-1848); esto me pasó con la lectura de El Álamo, de Taibo ii , sobre todo con las páginas sobre la batalla de San Jacin­ to y la retirada del ejército mexicano que sellaron la pérdida •


voz interrogada

Como miembros del Primer Taller Mexicano-Alemán de Traducción

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Literaria, patrocinado por el Instituto Goethe, el Fondo Alemán para Traductores y la Fundación Robert Bosch, en

–¿Cuál fue el libro que siguió a ése?

‒Después vinieron muchos autores hispanoame­ ricanos, Lydia Cabrera, por ejemplo. De los mexicanos, Juan Rulfo; poetas como Octavio Paz, otros poetas es­ pañoles como Luis Cernuda, García Lorca; un cuba­ no, José Manuel Prieto, un colombiano, Juan Gabriel Vásquez. Pero lo que me ha ocupado más tiempo, seis años, es la nueva versión alemana de Don Quijote.

el marco de la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2011 figuraron seis traductores alemanes y seis mexicanos.

-A

–Autores que desde el punto de vista de la lengua son difíciles, arduos, ¿no es cierto?

l frente de un fideicomiso que otorga becas a traductores literarios y fomenta talleres de formación, Thomas Brovot, ¿cómo arran­ có tu experiencia como traductor?

‒Sí, justo eso, porque de otra manera no tiene caso. Un texto debe presentar siempre cierta resistencia, al menos desde el punto de vista lingüístico, para que uno lo adapte y no sencillamente lo traslade, sino extraiga del propio idioma algo que quizá no era tan visible, que subyacía en estratos ocultos y que emer­ ge cuando uno intenta recrear un idioma distinto.

‒Comencé a traducir en 1989 y al principio me costaba mucho trabajo. Sabía que quería dedicar­ me a traducir literatura pero no sabía cómo se hacía eso, luego poco a poco me fui enterando. Busqué li­ bros atractivos, que nadie hubiera traducido antes, envié pruebas de traducción a muchas editoriales. Muchas respondían: buen libro, buena traducción, pero no es redituable, lo lamentamos. Después co­ mencé a recibir encargos.

–Christian Hansen, ¿cómo comenzó en tu caso el ofi­ cio de traductor?

‒El oficio de traductor es extraño. Uno no puede evitarlo. Traducía de niño los libros de mi padre que estaban en español. Yo nací en Colonia. Cuando nos mudamos de ahí a Francfort, traduje de un dialecto a otro. Durante mi carrera universitaria también tradu­ cía los textos que no estaban en alemán y que los pro­ fesores con los que hacía mi tesis no dominaban. Cuando se traduce del latín se aprende cómo funciona la lengua de una manera más profunda y abarcadora que la forma en que se aprende el propio idioma. Es decir, el alemán nunca lo estudié con tanta minucia como el latín, con sus declinaciones, conjugacio­ nes, morfología, sintaxis, incluso métrica.

–Eres el traductor de Juan Goytisolo. ¿Cómo es la expe­ riencia de trabajar con él? ¿Es tan difícil como dicen?

–¿En la actualidad te encuentras traduciendo algu­ na obra?

‒Un libro de Juan Goytisolo que desde hace años he querido verter, Las virtudes del pájaro solitario (1988), una obra que el autor siempre ha querido pu­ blicar en alemán. En este libro se reúnen varias catás­ trofes del siglo xx. Es una obra con un trasfondo po­ lítico y religioso, la mística árabe y la mística de san Juan de la Cruz. Todo esto se sobrepone en el libro. Una obra que cada vez se lee de modo diverso y don­ de se descubren siempre nuevas cosas.

–Susanne Lange, ¿puedes resumir las razones por las que te hiciste traductora?

‒Conmigo sucedió a causa del gusto por el idio­ ma. Me interesé en la literatura hispanoamericana, y como mucha de ella no estaba traducida, comen­ cé a leer con ayuda de un diccionario y así aprender español. Después vino esta necesidad de saber có­ mo sonaría en alemán. Cuando leí Palinuro de México (1977), de Fernando del Paso, decidí escribir mi tesis de maestría sobre esa novela. Durante la re­ dacción comencé a traducir, casi sin proponérme­ lo, y no he podido parar hasta hoy. La lengua siempre ejerció una fascinación sobre mí y la lengua, en Fer­ nando del Paso, tiene un papel primordial. Cada capítulo está escrito en un cierto estilo y exige un estilo correspondiente en la traducción.

–¿Te has probado como autor?

Ilustración de Huidobro

entrevista a tres voces Raúl Olvera Mijares

Traductores alemanes en México

‒Hasta la fecha llevo traducidos como diez libros suyos. La experiencia ha sido fructífera, ya que sus libros son difíciles, lo cual es de dominio público. La forma peculiar de escribir, la sintaxis, la multi­ plicidad de niveles en la prosa fueron un estímulo inmediato. Le escribí, sabía que estaba por llegar a Berlín, y le pregunté si podíamos conocernos. Él envió enseguida una carta de respuesta favorable, donde decía que se interesaba por su traductor, que quería conocerlo en per­ sona. Así que tuvimos un encuentro en Berlín y desde entonces nos une una rela­ ción bastante cordial.

‒Desde que tenía doce años escribo poe­ mas, diarios, alguna vez quise componer piezas de teatro. Pero cuando me decidí por estudiar letras, poco a poco la escritura se fue trasfor­ mando en los trabajos académicos. Durante mi tesis doctoral en literatura comparada, asumí la traduc­ ción como mi profesión de supervivencia. Cuando co­ mencé a traducir artículos de una revista francesa, que aparecía en alemán, ésta se convirtió en la verdade­ ra escuela de la traducción. El salto hacia la litera­ tura fue más bien casual. Alguien de la revista era lector de una editorial donde querían publicar un li­ bro argentino. Un día, cuando estábamos leyendo el periódico, me preguntó si sabía español. Contesté que sí. Entonces me dio a traducir el libro. Eso fue el año de 1996. Desde entonces traduzco un libro tras otro. –Si tuvieras la elección por parte de algún editor, ¿qué autores te gustaría traducir?

‒Me gustaría traducir a Julio Cortázar, traducirlo de nuevo, mejorar lo que ya existe. Pero lo que más me gustaría sería que Roberto Bolaño estuviera vivo todavía, así podría traducir de él unas cuantas no­ velas más. Actualmente trabajo en Los sinsabores del verdadero policía (2011), una novela póstuma suya. Después viene La historia del pelo (2010) de Alan Pauls (1959) y luego El secreto del mal (2006), un conjunto póstumo de relatos de Bolaño. Y luego más ar­ gentinos, Patricio Pron (1975), quien reside como yo en Madrid en estos momentos • Nota: entrevista realizada en alemán, traducida y adaptada por el propio entrevistador.


María Bamb

8

memorias de una

Y

Esther Andradi

a había convertido las cartas de su madre en un bestseller y sus numerosas traducciones de literatura latinoamericana estaban en los ca­ tálogos de las más prestigiosas editoriales alemanas, cuando el editor berlinés Walter Frey le propuso escribir sus memorias. A quién podría interesarle, parece que le dijo, y además que no tenía dinero para costear semejante iniciativa. A lo que el editor respondió que no sola­ mente no esperaba dinero de ella, sino que iba a pagar­ le por el manuscrito. Más o menos así parece que fue el origen de Memoria de dos mundos, el libro que reú­ne algunas de las muchas historias de María Bam­b erg, reconocida traductora de los autores del boom latino­ americano al idioma alemán, entre ellos, el más im­ portante sin duda, Carlos Fuentes. Cuando Fuentes visitaba Alemania, a menudo era acompañado y pre­ sentado por María en sus lecturas. La última vez fue en 2004, en Berlín. Después se retiró. Es que ya no tengo ochenta, se disculpó María, que entonces esta­ ba rondando los noventa. Desde entonces vive en un Hogar de Ancianos en Berlín, al amparo de sus me­ morias y sus sueños. Tan reales como la vida misma.

Entre la Patagonia y Berlín María Bamberg nació en Alemania en 1915 pero se crió en la Patagonia argentina, porque su padre, el oficial de marina Hermann Brunswig, que en 1918, después de la Gran guerra lo perdió todo, como su país, recibió en esos días un telegrama de Peter, un primo que residía en Chile. “Ven a la Patagonia, que acá hay mucho por hacer.” Así que Brunswig le dijo a Ella, su mujer, que entonces ya era madre de tres niñas ‒María y las mellizas Ija y Asse‒: “Apenas me ubique te aviso y te vienes.” El llamado demoró tres años y medio, tiempo que Ella dedicó a estudiar en­ fermería para preparar su residencia en esas tierras inhóspitas de América donde iba a internarse. El 6 de enero de 1923, Ella se embarcó en el puerto de Ham­ burgo junto con las niñas, en el vapor Vigo, rumbo a la nueva vida. Treinta y un días duró el viaje hasta

Buenos Aires, luego ocho días a lo largo de la costa patagónica hasta llegar a Puerto Deseado. ¡Nunca un puerto con nombre más adecuado! Y aún necesitaron tres días más en auto para arribar finalmente a la es­ tancia del Lago Ghio, donde el administrador Her­ mann Brunswig esperaba a su familia. La vida durante esos años fue relatada por Ella, la madre de María, en cartas que regularmente enviaba a su madre en Alemania. Ese libro, titulado Allá en la Patagonia, fue editado por su hija María Bamberg y publicado en la Navidad de 1995 en Argentina. Fue bestseller y sigue en catálogo todavía hoy, quince años mas tarde. Por primera vez un libro registraba la vida cotidiana de una familia alemana en la Pata­ gonia y desde la mirada de una mujer: el hacer el pan, el viento, la carne, las cabalgatas, la educación de los hijos, los partos, las curaciones. La soledad. Pasan los años, las niñas crecen y en algún momento tienen que ir a la escuela. Pero en la Patagonia no hay insti­ tutriz que aguante. En 1929 las niñas son enviadas a Berlín, en casa de la tía Wera y su esposo Otto, para hacer su bachillerato. Todo bien, hasta que a partir de 1933 las cosas se complican. Las amigas de origen judío desaparecen de la escuela de un día para otro, se oyen cantos nacionalistas, el clima se hace irrespi­ rable. A fines de 1935 María obtiene su bachillerato y decide emigrar. Pero ¿a dónde? Argentina es la res­ puesta. No sabe ni una palabra de español porque, aunque había vivido en la Patagonia, sus padres ja­ más le permitieron hablar nada que se pareciese al castellano argentino. Pero igualmente se hace a la aventura. En Argentina conocerá a su esposo, un mé­ dico judío alemán originario de Berlín que, salva la vida milagrosamente junto con su familia. Vivirán en Argentina más de tres décadas, hasta que por la nostalgia del esposo Paul-Hans la familia decide re­ tornar a Berlín en 1963. Las cosas se disponen para que María desarrolle una nueva profesión en su vi­ da, que la iba a acompañar nada menos que durante veintiséis años: la traducción.

Ama de casa traductora “Hace poco me contaba una escritora amiga que, an­ te la pregunta ‘¿Por qué escribe usted?’, ella había contestado concisamente: ‘Porque no puedo dejar de hacerlo’. Igual me ocurre con la traducción; tampoco puedo dejarla, tras más de veinte años de haber co­ menzado con ella”, escribe María en sus Memorias. “Simplemente porque no quería olvidar mi español, que había adquirido a través de largos años. Para mi sorpresa, así fue como aprendí a dominar esta lengua mucho mejor que antes, y sobre todo aprendí a cono­ cer la literatura latinoamericana.” Pero nunca ima­ ginó que esta actividad abriría un sendero por te­ rritorios desconocidos. “El continente donde habité treinta y cinco años se me ha hecho más familiar: he debido dedicarme a la historia de España y México, he aprendido que el idioma no es sólo un instrumen­ to de comprensión, sino que posee una vida propia

que refleja hechos geográficos, históricos, culturales y sociales. Lo que además aprendí fue la investi­ gación, es decir, la búsqueda de vocablos y sus diver­ sos significados. Y aunque la colección de dicciona­ rios fue en aumento, nunca llegó a completarse. Aprendí que cada motivo, cada término, más aún, cada frase de un texto, posee su vocabulario propio, el que a su vez se conecta con el texto precedente y el que le sigue. ¡Lo cual exige tiempo!” En 1944 en la Universidad de Córdoba, en argen­ tina, María Bamberg obtuvo el título de traductora al alemán y al inglés. “Pero siempre fui un ama de casa traductora”, precisa María con gusto. “Las ex­ periencias de vida vivida, el contacto con diversos aspectos del idioma, una cierta movilidad, casi diría, un cierto atrevimiento, fertilizan de todas formas el traducir. Una educación lingüística puede, con sus conocimientos teóricos transmitidos, transformar­ se en un corsé que reprime la confianza en la creati­ vidad idiomática. Porque los traductores no somos ‘carreros del idioma’, como aun se pretende hacer­ nos creer, sino ‘correos del espíritu’, como se supone que dijera Alexander Pushkin, y no recién a partir de ahora, también agentes imprescindibles del enten­ dimiento internacional”, escribió en 1986. Apenas regresada a Berlín la familia se suscribió a los periódicos Die Welt y Die Zeit y adquirió cinco tomos del diccionario Bertelsmann, para “refrescar” el idioma alemán. Pero al mismo tiempo les preo­­ cupaba cómo conservar el español. “Un domingo ‒cuenta María‒ me topé en el periódico Die Welt con un comentario crítico sobre la traducción de una no­ vela del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que censuraba la miserable calidad de casi todas las tra­ ducciones alemanas de obras latinoameri­c anas... Le escribí una carta a ese comentarista, pidiéndole su consejo para mejorar un texto y al mismo tiempo aproveché la oportunidad para ofrecer mis conoci­ mientos de español.” Maria Bamberg recibió pronto una respuesta so­ licitando su ayuda en la creación de una colección titulada: Latinoamérica, voces de un continente, jun­ to con un texto de prueba para traducir. El resultado satisfizo al editor y en breve tuvo en sus manos otras ocho o nueve narraciones más para traducir. “Y lue­ go el Instituto Editorial Alemán de Stuttgart ‒Deuts­ che Verlagsanstalt ‒ me consultó si me atrevería con una novela del autor mexicano ¡Carlos Fuentes! ¡Por cierto que me atreví, aunque jamás había oído nada del señor! Se desarrolló una colaboración y amis­ tad de trece años, durante los cuales sin duda apren­ dí más sobre literatura y cultura que cualquier editor. Los cambios temporales de toda lengua exigen a los traductores visitar cada cinco años el país cuyo idio­ ma traducen. Y para mí esto era demasiado, después de terminar con la mega-novela Cristóbal Nonato. Pues no sólo quería traducir siempre textos de otros, sino leerlos, lo cual no deja tiempo. ¡He calculado que para una traducción mejor es necesario leer el texto unas diez veces antes de su publicación!”


berg:

traductora

Los años del Boom En el verano de 1966 María Bamberg concluyó la tra­ ducción de su primer libro. El camino de El Dorado, del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. Desde enton­ ces su trabajo se multiplicó. “Buscando hoy las huellas de mi actividad en mis ejemplares, yo misma me sorprendo ante su cantidad. Nunca fui una traducto­ ra rápida, sino siempre cuidadosa, y además de Fuen­ tes, mi autor fundamental, he trabajado con toda una serie de otros autores. Un hermoso trabajo fue al gran ensayo novelesco de Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, la trágica destrucción de una genial poeta bajo la estrecha mentalidad de la iglesia colonial en México en el siglo xvi.” Pero no sólo ha hecho traducciones; también la lectura y modera­ ción de nuevas publicaciones forman parte de su presentación. “¡Ya ni sé en cuántos lugares anduve leyendo y discutiendo, pero mucho recorrí Alemania en aquellos años!” Con la traducción ganó mejor prác­ tica en el uso del español, lo cual le sirvió también en otro terreno: en 1975 llegaron a Berlín los primeros refugiados políticos expulsados de Chile, solicitando acogida y derecho de permanencia. Amnistía Inter­ national, donde participaba su esposo Paul-Hans Bamberg, había conseguido que la República Federal acogiera anualmente unos mil doscientos refugiados de la dictadura del general Pinochet. “No mediante Amnistía ‒recuerda María‒, sino bajo propio riesgo y procedentes de Rumania vía rda , apareció de pronto en el aeropuerto de Schönefeld en mitad de la noche un grupo de 36 personas, entre ellos 18 niños, que por la fuerza y pese a la resistencia policial consiguieron entrar en territorio de Berlín occidental. Esa misma mañana apareció un emocio­ nante artículo en el Tagespiegel sobre los esfuerzos de ambos lados por conseguir la per­ manencia o expulsión del grupo no invitado, tanto de la policía como en especial de la ‘Misión ca­ tólica española’ encargada de los residentes españoles en Berlín, pa­ ra quienes la deplorable situación de los refugiados era evidente.” Y algo más fue posible gracias a la relación de la traductora María Bamberg con los latinoamericanos: “De 1983 hasta 1989 fundé y conduje un taller de traducción en el Instituto Latinoamericano ( lai ) de la Universi­ dad Libre de Berlín. En ocasión de la lectura de uno de los más conocidos traductores alemanes, le consulté si no estaría dispuesto a prestar su ayuda a estudiantes del lai y futuros traduc­ tores en esta difícil tarea –lo cual él re­ chazó por exceso de trabajo. Entonces los estudiantes allí presentes me pidieron que yo me hiciese cargo.” Y así lo hizo •

Consej para u os n buena a traduc ción 1. ¡Respeto ante el autor! 2. Desconfianza ante el autor: Si es posible, comprobar todos los datos, indicaciones, ortografía y estilo.

3. Traducir lo más textual posible ‒con la mayor libertad necesaria. (¡Lema vetusto que sigue vigente!)

4. No perder de vista la economía del idioma. La traducción no debe extenderse más del diez por ciento del original. Contar líneas y pulsaciones por minuto. Hoy ya se ha hecho automático.

5. Paciencia. 6. Primero comprender el texto, luego comprender el contenido. No a la inversa.

7. Paciencia. 8. Consultar todas las palabras, en especial aquellas que creemos conocer mejor.

9. Paciencia. 10. Los diccionarios no son libros sagrados: No incluyen todo,

ni siquiera en internet. Las librerías de viejo, también las actuales, los niños, los catálogos de arte, la policía, los conventos, las ferias y mercados, los bares, etcétera, son minas de lenguaje.

11. Paciencia. 12. Las ocurrencias no son casuales ‒casi siempre les precede una búsqueda larga y pertinaz, con frecuencia inconsciente.

13. Tomar decisiones, sostenerlas y ser capaz de

defenderlas (por ejemplo ante o contra editores).

14. Paciencia. 15. Tras la primera corrección, no pasar en limpio de inmediato ‒¡dejarla reposar!

16. De vez en cuando leer también algo sobre teoría de la traducción (no científica).

17. Paciencia. 18. Integrarse a una asociación de traductores.

María Bamberg –Taller de Traductores del Instituto Latinoamericano de Berlín 1983-1989. De Memoria de dos mundos , Ediciones B, Buenos Aires, 2011.

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leer Bien educados, Salvador Cardús, Paidós Contextos, España, 2010.

ORDENAR PARA EDUCAR

19 de febrero de 2011 • Número 885 • Jornada Semanal

Las consecuencias de ese estado de confusión son visibles extraescolarmente: horarios laborales y escolares que, lejos de ayudar al desempeño, vuelven difícil el cometido; obras públicas que lejos de ayudar al bien común benefician a unos cuantos; leyes pensadas para que sea difícil su impugnación, etcétera. La sociedad maleducada está a la vista y sus raíces salen del sistema educativo, donde muchos participamos, incluso sin saberlo •

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Cada vez más las clases de civismo pierden sentido tanto por la falta de referencias morales fuera del aula, como por la falta de un orden académico que traduzca las necesidades de la vida cotidiana en aspectos que se puedan ordenar, para mostrar así la necesidad de organizar aquello que sucede habitualmente. Así, las clases de civismo parecen sonar como una bonita teoría desligada de la práctica, de la vida real. Como una respuesta a las nuevas corrientes escolares que privilegian lo espontáneo y la iniciativa personal, Cardús señala que todo eso está muy bien, pero no puede dejar de ordenarse para que funcione. El autor aclara la confusión existente entre “la educación” y “las buenas costumbres”. El niño “bien educado” se porta “muy bien”, pero eso no garantiza que entienda su papel social ni que ello le permita atisbar en su interior. Nuestros políticos son prueba, unos pocos, de que aún los muy educados, los muy decentes, no tienen nada de buenas personas. Hay otros que son, dirían los escritores costumbristas de inicios del siglo pasado, la verdadera “runfla del peladaje” y menos logran ocultar ser “malas personas”. Todo lo cual sucede en un sistema educativo con objetivos poco claros y métodos menos útiles, que redunda en padres confundidos y maestros desmoralizados. Para evidenciar la crisis comunicativa en lo académico, el autor refiere pistas inocultables: 1: Las expectativas exageradas sobre el papel de la escuela. 2: La confusión de papeles y responsabilidades entre quienes participan en el plano educativo. 3: La escuela se relaciona con el entorno a la defensiva y suele considerarlo adversario de su labor (o se establecen tareas educativas dando por hecho que lo escolar es lo único que debe realizar el alumnado). 4: Se parte del supuesto de que todos los alumnos, si siguen los lineamientos escolares, serán individuos emancipados, reflexivos y críticos (cuando es claro que por mucho esfuerzo de todas las partes, un buen porcentaje de egresados no logrará ese estado ideal). 5: Ni la escuela preserva órdenes caducos ni anticipa por su cuenta paraísos futuros. Entonces, ¿cómo estar ciertos de que los futuros educadores (maestros y padres) querrán cambiar un mundo educativo que en la actualidad parece insuficiente? La necesidad de ordenar los pensamientos y métodos didácticos incide en lograr un pensamiento clarificado, al menos en su orden, que sirva para articular ideas y expresarlas: un pensamiento confuso impide discutir cualquier idea.

Palabras cerca del color, calor y olor (o 1969 menos 1), Maylo Colmenares, Quinto sol, México, 2011.

CON LA MÚSICA POR FUERA ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Luego de haberle dedicado los últimos cuarenta y tres años de su vida al único grupo que, con el Tri, se ha vuelto emblemático de su origen sesentaiochero y de su k tan kafkiana, Maylo Colmenares hace una pausa (que es cualquier cosa menos un voto de silencio) en su quehacer musical con Los Nakos, para permitirse la recreación del movimiento estudiantil no desde la perspectiva periodística de La noche de Tlatelolco o la puramente narrativa de Los días y los años o Las rojas son las carreteras, sino a partir de su propia vivencia (como musicálido teatrero usurpador del erario emotivo que desfalcaron las Olimpiadas del ’68) para desaforar sus recuerdos en una breve historia que tiene más de ficción personal que de memoria colectiva, y que, acaso por eso mismo, por no intentar erigirse en testimonio, da cuenta con mayor limpidez, como lo hiciera el famoso poema de Octavio Paz, del estornudo social que, motejado de simple gripa por el gobierno diazordacista (as usual), no ha dejado desde entonces de ser el punto de partida de la crisis pulmonar que nos aqueja. Con portada de el Fisgón y un original diseño de Carmen Mejía, esta suerte de thriller ambientado en el ’68 mexicano invita, más que a una

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lectura, a una coreografía multimedia con lujo de voces disonantes (de performance perforado por balas de guaruras) y altisonantes (de políticos enmascarados a lo Groucho Marx), algo así como la Sinfonía 1968, de Luciano Berio, donde el grito y la patada conviven con la canción y la propuesta política. Colmenares mezcla aforismos y denuncias, el lenguaje leguleyo de las sentencias dictadas a los presos del movimiento con la historia del rescate marital de Laura, en esta breve canción en prosa que es más bien un salmo por episodios y un homenaje a los caídos en grito de impotencia. Pero esa es sólo la parte dura del disco, pues el lado b nos reserva la infinita pasión del escritor, el íntimo gozo, la voluntad de divertirse re-creando, de recrearse a sí mismo en el recuerdo de unas jornadas que, si bien dejó un saldo amargo en la historia reciente, también disparó –sin herir a nadie– actitudes y formas de conciencia que son siempre el remanente favorable de la estupidez política. Autodefinido como “el púber de la senectud”, Maylo es, aparte de Nako con k, como quiso nombrar a su grupo teatrical (si se dispensa la similitud del neologismo con la vieja marca de un cosmético), un zappatista de corazón (así, con doble p) en cuyo ánimo paródico riñen la voz del caudillo mexicano con la creativa irreverencia del rockero de California. Como él, Colmenares no desaprovecha oportunidad para colmar su menarquía de juegos y alusiones, de burlas y recreaciones cíclicas de una sexualidad que va más allá de las palabras. Como él, como el inolvidable Frank Zappa, Maylo Colmenares es uno y él mismo a pesar de ser diversos y atareados entes a la vez. Pues de eso se trata la parodia, de confundirse con los otros –y aun con la otredad– por el mero esmero de ameritar un lugar ameno en el mundo. Palabras cerca del color, calor y olor no es un libro más sobre el ’68, sólo el que hacía falta: la historia que no requiere de h mayúscula para proferir su íntima riqueza libertaria •


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leer

Jornada Semanal • Número 885 • 19 de febrero de 2012

Siembra de concreto, cosecha de ira, Luis Hernández Navarro, Fundación Rosa Luxemburgo/Para Leer en Libertad, México, 2011.

LA EMERGENCIA AMBIENTAL ANTONIO SORIA

Más allá de su pertenencia a este país, a lugares como Petatlán, Wirikuta, La Parota, Los Chimalapas, Alpuyeca, Tetlama, Chicomuselo, Huehuetlán, Cherán y El Salto –y por desgracia muchos, muchísimos más‒ los unifica el hecho de vivir amenazados, agredidos, deteriorados o incluso ya devastados, en términos ecológicos. Otra triste condición de unidad consiste en que sólo son mencionados –es decir, sólo por eso llega a saberse de su existencia‒ precisamente a causa de la grave situación que padecen, antes y después de lo cual suelen ser pasto de olvido y desmemoria. Con seguridad no hay absolutamente nadie –persona, institución, empresa, organismo gubernamental‒, en México ni en ningún otro país, capaz de declararse no por supuesto antiecológico, pero tampoco indiferente o desinteresado en los múltiples aspectos que abarca el concepto “ecología”. Eminentemente declarativa, dicha postura políticamente correcta muy rara vez alcanza los terrenos del acto y, cuando éste por fin se verifica, suele correr a cargo de los directamente afectados, que por lo regular tienen en su contra no sólo una brutal disparidad de fuerzas –en lo económico y lo político, sobre todo‒ respecto de los agresores ecológicos a los que se enfrentan, sino también una condición de invisibilidad bastante paradójica si se considera lo dicho en el párrafo anterior: de ellos se habla nada más cuando “son noticia”, para de inmediato dar paso a cualquier otro asunto, y sólo se les recuerda cuando, una vez más, aquel problema de contaminación de ríos, mal manejo de desechos tóxicos, invasión de cultivos transgénicos, etcétera, vuelve a “ser noticia”, lo que en la práctica significa la violenta represión oficial de alguna protesta, la irreversibilidad de algún daño, e inclusive la muerte oscura de algún activista. El presente volumen no sólo es un registro puntual y acucioso de un enorme número de casos y situaciones de daño ambiental, diseminados a lo largo y ancho de todo el territorio mexicano, sino también se erige en argumento incontestable de cuán falso, pero sobre todo cuán pernicioso, es actuar tal y como si los daños

ecológicos que vemos multiplicarse sólo fuesen dañinos para quienes los padecen primero y de modo más grave –afectados física, social, económicamente‒, y no también por todos los habitantes del país. Múltiple, hídrica, colectiva en su origen, la emergencia ambiental necesariamente será colectiva en su solución, tarea a la cual quiere contribuir esta Siembra de concreto, cosecha de ira. En consonancia con ello, si bien Luis Hernández asume “la responsabilidad final de lo que aquí se dice”, el libro es producto de una labor de muchas manos, entre las cuales el autor menciona las de Angélica Enciso, Matilde Pérez, Rosa Rojas, Aissa García, Luis Méndez, Magdalena Gómez, Adelfo Regino, Annette Desmarais, Martha Singer y muchos más •

André Breton en México, Fabienne Bradu, fce ,

México, 2012.

MÉXICO CONVULSO JUAN GERARDO SAMPEDRO

Se pregunta Fabienne Bradu al inicio de su investigación André Breton en México, qué hizo él en nuestro país del 18 de abril al 1 de agosto de 1938. Por los testimonios contenidos en el libro, durante su estancia en México, Breton conoció las severas críticas al surrealismo que provenían de un reducido pero importante grupo de artistas e intelectuales con cierta presencia en la prensa. Lo poco que se conocía de la obra de Breton, antes de su arribo, se había editado en la revista Contemporáneos. A invitación del Comité de Relaciones Culturales Franco-Mexicano de París, André Breton llegó a México acompañado de su esposa Jacqueline Lamba a sustentar una serie de conferencias. Sin embargo, nada estaba previsto por los organizadores: Diego Rivera y Frida Kahlo lo alojan en su casa y le entregan una invitación para visitar a León Trotsky, con quien Bretón rompería discretamente en 1939. La primera aparición pública de Breton tiene lugar en la unam con motivo de la exposición pictórica de Francisco Gutiérrez, donde pronuncia el discurso “Cambiar la vista”. Las siguientes conferencias las dicta en el Palacio de Bellas Artes, sorteando el boicot del Partido Comunista Francés. André Breton expone su teoría de la escritura automática y del automatismo psíquico y su interés por el psicoanálisis. Las hostilidades crecen mientras él se maravilla con los grabados de Posada, los exvotos de una iglesia en Cholula y las artesanías de Michoacán: México -lo dice en una entrevista- es el país surrealista por excelencia. En su visión de México, Breton habría de recordar luego El palacio de la Fatalidad: así llamó a una mágica morada de Guadalajara: la conquista de la imaginación que tiene su origen en lo real. Fabienne Bradu ha incorporado textos de André Breton que permanecían inéditos. A partir de su viaje a México, muchos creadores –entre ellos los poetas César Moro y Octavio Paz– compartieron la teoría del surrealismo, ahora ya sin duda una corriente clásica del pensamiento contemporáneo •

En su libro Las vanguardias latinoamericanas ( f c e , 2006), Jorge Schwartz reproduce un texto de Jorge Luis Borges, publicado originalmente en El Hogar (diciembre, 1938), donde éste escribe que el manifiesto Por un Arte Revolucionario Independiente, firmado por André Bretón y Diego Rivera, es un absurdo porque el arte no es un departamento de la política. César Vallejo opinaba, contrariamente, que sólo un artista pleno es revolucionario en el arte y en la política, aunque admite que los casos son excepcionales. Breton lo sintetizó bien: “transformar el mundo, dijo Marx: cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas son para nosotros una sola”.

MACEDONIO FERNÁNDEZ, precursor de genios

Esther Andradi y Julio Prieto en nuestro próximo número

Textos selectos de Macedonio Fernández

próximo número

Entrevista con Amparo Dávila

jsemanal@jornada.com.mx


Aquel gran genio de Umberto Umberto Eco cumple ochenta años. Los lleva muy bien, de cuerpo y de mente. Ha engordado un poco y se ha cortado la barba, pero su movilidad –física y creativa– ha aumentado con los años, en lugar de disminuir. Salta de repente por todas las direcciones del mapamundi. Interviene en convenios culturales, enseña con lectio magistratis en decenas de universidades, gana premios, escribe libros, introducciones, novelas, firma manifiestos políticos, compra ediciones aldinas del Cinquecento, tratados raros de alquimia y nigromancia, las historias de los Templarios y de los Rosacruces, juega cada día con la computadora, ha frecuentado todos los géneros literarios; le falta sólo la poesía y no excluiría que cuando festeje sus noventa años entrarán en su repertorio también baladas, sonetos y versos libres. ¿La Bustina de Minerva sobre los versos de Montale anticipa su nueva vocación? Lo conozco desde los primeros años sesenta y desde entonces siempre ha colaborado con los periódicos de nuestro grupo, Espresso y después La Repubblica. Cuando por el exceso de trabajo decidió que su Bustina de Minerva, en lugar de semanal se volviera quincenal, me tocó compartir su espacio y desde entonces nos alternamos en esa página. Nos queremos, y de jóvenes nos visitamos durante largos años. Viejos, la frecuentación ha disminuido porque habitamos en ciudades diferentes y él da la vuelta al mundo una vez al mes. En política pensamos de la misma manera. La semiología es un dominio suyo del que me mantengo lejos, no obstante ser una disciplina que me concierne profesionalmente. La escritura, al contrario, es materia de ambos, y sobre su escritura quiero detenerme en el día de su cumpleaños. Cuando escribe es imbatible. Prosa concisa y clarísima, no exenta de ironía, a menudo entra en el campo de la filosofía, que es otra de sus pasiones, pero de manera pertinente, porque la semiología es la ciencia de los signos y del lenguaje, y el lenguaje tiene una relación muy estrecha con el pensamiento, la lógica y la estética. En un momento de su vida decidió cimentarse con la novela. Nadie se lo esperaba y tampoco él. Después contó que El nombre de la rosa nació por pura casualidad. Estaba haciendo una investigación acerca de algunos códices antiguos y la investigación lo llevó a un convento benedictino, donde le contaron algunas leyendas que, partiendo de la religión, terminaban en lo policíaco. Se apasionó y de todo eso resultó uno de los libros más vendidos en el mundo, con ediciones en todas las lenguas y en todos los continentes, un filme exitoso, y su inclusión entre los clásicos. De allí salió toda una serie narrativa en la que su fantasía dio rienda suelta, creando personajes fuera de lo común, situados en lugares improbables y animados por deseos insólitos. En el centro de este recorrido está la reina Luana y los cómics de su infancia y de la nuestra. El producto es El cementerio de Praga, policíaco en plena regla en el que se entrelazan muchas historias y se mueven personajes de dobles y triples vidas. Se diría una búsqueda de la ubicuidad y de la omnipotencia, que lleva a la confrontación con el misterio y con la muerte. La estructura de todas sus novelas tiene su punto de referencia en el Bouvard et Pécuchet, de Flaubert: mientras narra sus historias, toda la atención del autor está dirigida al análisis del meca-

nismo novelesco; la trama es un pretexto que sirve para acompañar a los lectores dentro de un engranaje armado y desarmado bajo nuestros ojos, sin detener el interés narrativo y el policíaco, que es su ingrediente principal. Desde este punto de vista, El cementerio de Praga representa la culminación de su culta investigación. Una vez le escribí a Umberto todo lo bueno que pensaba de su obra, con una reserva: en sus novelas no encontraba poesía. Quizás mi reserva era injusta, porque hay mucha poesía en algunas páginas de El nombre de la rosa. Él se enfadó y me acusó de crociano tardío [ Benedetto Croce]. Yo, a mi vez, le contesté picado. Después, todo terminó con recíprocas excusas y constante amistad. Festejamos hoy tus ochenta años, querido Umberto. Como he superado esa edad desde algunos años, puedo asegurarte que eres todavía joven y tienes mucho camino por recorrer y muchas páginas para darnos, que acrecentarán nuestro conocimiento y estimularán nuestros pensamientos • Traducción de Annunziata Rossi

19 de febrero de 2012 • Número 885 • Jornada Semanal

Verónica Murguía La historia del pinche Bill Buford es un hombre merecidamente célebre en varios círculos. Estos círculos son distintos entre sí pero se superponen y mezclan, como el de los escritores y el futbol, o el de los periodistas y los literatos. Buford ha sido, entre otras cosas, editor de The New Yorker, fundador de la revista literaria Granta y autor del extraordinario Entre los vándalos, un reportaje de los ocho años que dedicó a convivir con los hooligans fanáticos del Manchester United, escuadra –como dicen los comentaristas deportivos– de singular importancia para el maltratado orgullo nacional, gracias a que el Manchester es el equipo en el que juega el Chicharito Hernández. Entre los vándalos comienza de forma irresistible. Buford esperaba un tren en un andén apacible de Cardiff cuando por el altavoz se escuchó un aviso que alertaba a los viajeros sobre la llegada de uno. No debían tratar de abordar el tren, instruía la voz y, además, se les sugería dar varios pasos atrás. Todo el mundo obedeció, Buford incluido; él era el único intrigado. Llegó el tren, convertido en una jaula de fieras. Fanáticos del Manchester lo habían tomado. Ante los ojos asombrados de Buford pasaron los vagones atestados de hooligans, borrachos como estopas y dándose hasta con la cubeta. Un gordo güero y rapado fue arrojado al andén. En dos minutos le cayeron encima varios policías y se lo llevaron a rastras. Pasaron varios trenes, ninguno de los cuales pudo ser abordado. Traían los vidrios rotos y por las ventanas salían disparadas botellas de cerveza y cosas indescriptibles. El único pasmado seguía siendo Buford, porque el hombre nació en Louisiana e ignoraba todo acerca de las pasiones que desata el soccer. Antes de asistir a esta escena, sólo había visto un partido de futbol: en México. México vs. Estados Unidos, cuando México –de nuevo cito a los comentaristas– era “el gigante de la Concacaf” y Estados Unidos un equipo debilucho. Qué tiempos aquellos, dirán algunos. El resultado fue una predecible goliza que dejó a Buford indiferente y que no lo preparó, en lo absoluto, para lo que atestiguó en Inglaterra. Cuento todo esto para dar una idea del carácter del autor que me ocupa: de lo que relata se desprende que es un hombre al mismo tiempo apacible y temerario, libresco y de acción y, sobre todo, un escritor infalible para despertar la curiosidad del lector y mantenerla hasta la última página. Su segundo libro, Calor, es una delicia. Son sus aventuras como aprendiz y pinche de cocina en Babbo, el restaurante de cuatro estrellas de Mario Batali, el célebre chef de la televisión. Todo comienza con una invitación a cenar. Buford, un cocinero “entusiasta e ineficiente”, se atrevió a invitar a Batali a cenar a su casa. Para sorpresa suya y alarma de su esposa, Batali aceptó. Llegó con botellas de grappa, un licor muy emborrachador, vino y un trozo de lardo, manteca cruda de cerdo, curada y sazonada por él mismo. Sucede que Batali es tan buen cocinero que poca gente lo invita a cenar a su casa y así llegó con tanta delicia por puro agradecimiento. Fue una invasión benévola y total: Batali se metió en la cocina, emborrachó a los asistentes y les puso, a cada uno, una rebanada de lardo en la lengua como botana. En Nueva York, donde pocos comen cerdo, probar grasa pura y cruda ha de haber sido muy extraño. Cuando Buford abrió el ojo (se le habían cerrados los dos de tan borracho), a las tres de la mañana, vio a Batali barriendo, lavan-

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Eugenio Scalfari

GALERÍA

arte y pensamiento ........

do los trastes y bailando al compás de Buena Vista Social Club. En ese momento, la vida de Bill Buford dio un giro: le pidió a Batali ser pinche de cocina en Babbo y Batali aceptó. Casi nadie, por más que todos hayamos cocinado en la vida, sospecha lo que pasa en la cocina de un restaurante exitoso. Gabrielle Hamilton, otra chef, dice que no hay descarga de adrenalina que se parezca a lo que ella siente cuando se acerca a la estufa y el calor le pega en la cara como una sábana ardiente. Buford, en su primer día, se rebanó la punta de un dedo. Le calzaron varios guantes de cirujano, uno encima del otro, y siguió. Eso fue sólo el comienzo. Hoy por hoy, Buford ha dejado de lado la escritura. De la cocina italiana pasó a la francesa. Tiene un programa de tele en el que narra sus peripecias como cocinero; es un aspirante a chef. Y si cocina como escribe y pone un restaurante, pronto la gente hará reservaciones con años de anticipación •

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Spinetta, elegante y sabio Amanece en París. Es 8 de febrero. El frío corta de verdad. Estamos a ocho grados bajo cero cuando se nos ocurre revisar twitter, ese abismo sin filtro ni concierto en el que pocas veces hay un sentido compartido. Notamos actividad inusual. Palabras emocionadas van y vienen, apelativos incendian la pantalla mostrando un dolor generalizado en el que pocos parecen ser sinceros. En cuanto vemos la palabra Flaco sabemos de quién se trata. Se confirma segundos después: ha muerto Luis Alberto Spinetta. “Chau Flaco”, “poeta del rock” , “genio eterno”, “padre del rock nacional”, “fundador del rock argentino”… estas y otras frases se superponen construyendo un monumento intangible, pirotécnico; una despedida multitudinaria que no podría contenerse en ninguna plaza, parque o espacio físico. A medida en que crece la ola aumentan las verdades y las exageraciones. Nada menos justo para quien supo su propia dimensión, para quien fue cabal. Pulso de un monstruo paranoide, las redes sociales atacan el tema cual banco de pirañas. Entonces los medios se suman: televisión, radio, impresos… todos se dicen heridos. Notas en todos los idiomas… (Mientras tanto, claro, todos buscan la noticia de mañana.) Aparecen las ligas a diferentes textos publicados por diferentes personas en diferentes épocas; aparecen los grupos de siempre, los que en manos del Flaco contribuyeron al corpus central del rock latinoamericano: Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Los Socios del Desierto, Spinetta Jade… Aparece gente recordando su concierto de 2009 en el estadio de Vélez, la noticia de su enfermedad en 2011… Información enloquecida que urde complejos entramados mientras lo único que pensamos es: “Pero qué manera de armonizar melodías.” Con eso nos quedamos nosotros. Claro, también con las canciones, las letras, los arreglos y los ritmos de lo que le conocimos (no todo, no poco), pero sobre todo con la muy particular concepción armónica que cobijaba sus palabras. Vayamos a “Muchacha ojos de papel.” No se debe recordar a Luis Alberto sin pasar aduana. Esta es la puerta y ya luego se pueden visitar el pasado remoto, las cosas recientes. Nos permitiremos incluso reproducirla completa. Una disculpa por ello. No todos los días se muere Spinetta. Preferimos esto que hacer biografías: “Muchacha ojos de papel,/ ¿a dónde vas?/ Quédate hasta el alba.// Muchacha pequeños pies,/ no corras más./ Quédate hasta el alba.// Sueña un sueño despacito entre mis manos/ hasta que por la ventana suba el sol.// Muchacha piel de rayón,/ no corras más./ Tu tiempo es hoy.// Y no hables más, muchacha/ corazón de tiza./ Cuando todo duerma/ te robaré un color.// Muchacha voz de gorrión,/ ¿a dónde vas?/ Quédate hasta el día.// Muchacha pechos de miel,/ no corras más./ Quédate hasta el día.// Duerme un poco y yo entretanto construiré/ un castillo con tu vientre hasta que el sol,/ muchacha, te haga reír/ hasta llorar, hasta llorar.// Y no hables más, muchacha/ corazón de tiza./ Cuando todo duerma/ te robaré un color.” Letra simple, efectiva, fotografía de palabras, momento de transición entre la noche y el alba; el que narra esta historia no hubiera alcanzado efectividad de no ser por esa progresión de acordes cuyo dinamismo alcanza niveles orquestales de gran rareza en la música pop. Esto significa que lo agrio y/o lo dulce irrumpen a la vuelta de una y otra consonante, de manera insospechada, gracias a una conducción de voces que supo cocinarse a fuego lento desde la soledad de la guitarra o el

teclado. Y es que Spinetta, a diferencia de los otros grandes del rock argentino, tuvo una fineza, una elegancia etérea realmente particular, conseguida, repetimos, por un estilo armónico, educado, sobre todo, con discos de jazz. Cuando a ello sumamos el timbre de su frágil voz y la decisión de una tesitura elevada a rajatabla; cuando agregamos la tradición cancionera sudamericana y un buen background literario; cuando metemos todo en una licuadora y se lo damos a beber a un cuerpo delgado y largo, entonces nace un espíritu que de tanto tirar por el lado extremo se rompió en los mil pedazos del cáncer, pero amado por millones. Un músico del que hoy no queremos recordar discos ni títulos, duetos ni colaboraciones. Que la numeralia se revele a quien la busque. Hoy queremos ponernos la chamarra gruesa y salir a caminar lentamente, pensar en la sofisticación como una posibilidad sesuda lo mismo que al alcance de dos voces cardenches perdidas en la sierra. Spinetta supo bien el asunto y con ello pudo contribuir a la educación sentimental de un pueblo. Palabras francas elevadas por inteligentes sutilezas. He ahí que quienes lo cantan han entrenado su oído y voz en laberintos ventilados por la radio, la moda y la actualidad, pero también en la búsqueda del Minotauro. Gran herencia •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Pequeño breviario de obviedades Obviedad primera Como bien afirmó, en días recientes, el querido colega Ernesto Diezmartínez, ya es un franco lugar común decir que en el género documental consiste la parte más atractiva, vigorosa y propositiva del cine mexicano contemporáneo. Son varios los ejemplos recientes de la buena salud del documental; ahí están El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo, El cielo abierto, de Everardo González, así como el controvertido Agnus Dei, cordero de dios, de Alejandra Sánchez, sin olvidar el célebre Presunto culpable, cuya mención a estas alturas, en estos temas, es ya una obviedad.

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 885 • 19 de febrero de 2012

BEMOL SOSTENIDO

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Obviedad segunda Todo lo cual no significa, como también resulta obvio, que cualquier documental de los muchos que hoy se producen ha de tener como respuesta una entusiasta echada de campanas al vuelo. Contrariamente, es menester que se intensifique, hasta prevalecer, la mirada más rigurosamente analítica posible sobre un corpus fílmico que, precisamente en virtud de su proliferación, se expone ahora con mayor frecuencia a los riesgos que el largo de ficción conoce muy sobradamente: lo desprolijo, lo chambón, lo deshilachado, lo insustancial, lo “bienintencionado” que deviene moralina por nadie requerida… No faltan ejemplos de lo último en la filmografía documental mexicana reciente, si bien parece obvio que las carencias y defectos de buen número de títulos le pasan de noche al grueso del público, en virtud de que le llegan –a dicho público– en realidad mucho muy pocas muestras del trabajo desarrollado por los documentalistas. En otras palabras, de nuevo lo obvio: sea documental o sea ficción, el cineespectador de este país conoce poquísimo de su filmografía

reciente y, en consecuencia, su marco referencial es lo suficientemente reducido como para dar por “bueno” todo lo que cumpla el equívoco requisito de parecerse a lo conocido y frecuentemente consumido.

Obviedad tercera Viene a cuento lo anterior para referirse al cuarto largometraje documental dirigido por Juan Carlos Rulfo, titulado ¡De panzazo!, que pronto ha de estrenarse en cartelera comercial. Acompañada del bien ganado prestigio de Rulfo –para lo cual le bastan Del olvido al no me acuerdo y En el hoyo–, pero también por las puertas que pueden abrir al menos un par de productores de la película –Claudio x. González, expresidente de Fundación Televisa y alguna vez asesor empresarial de Salinas de Gortari, así como Alejandro Ramírez, propietario de la cadena Cinépolis, ambos parte de una asociación civil llamada Mexicanos Primero, productora formal de ¡De panzazo!–; así arropada, pues, la cinta gozó de una disponibilidad de recursos tanto económicos como logísticos poco usual; está gozando de una promoción también atípica para un documental, y gozará de una distribución y una exhibición más que dignas. Bien por el documental, y –obvio es decirlo– sería deseable que muchos otros, o de plano todos, ya que de sueños guajiros se trata, contaran con tantas facilidades.

Obviedad cuarta Pero hete aquí que en ¡De panzazo! figura, nada menos que como guionista,

correalizador, narrador e inclusive protagonista, Carlos Loret de Mola, presentador televisivo de noticias y, de acuerdo con algunos entre los cuales él mismo se incluye, periodista. Hete también que, según refiere el propio j.c. Rulfo, todo surgió a partir de una propuesta que x . González hiciera a Loret de Mola de hacer una serie de reportajes sobre el estado de la educación en México. Hete finalmente, y como no podía ser de otro modo vistos los antecedentes, que ¡De panzazo! quedó en una producción cuasi televisiva –o sin el cuasi– que, sin abandonar jamás una superficialidad de a ratos exasperante, aborda lo tristemente obvio: que el estado de la educación en México es, por decir lo menos, grave y lamentable. Hecho como pensando más en el lucimiento de Loret que en su supuesto tema de fondo, el documental parece muestrario de las muchas falencias que pueden hacerse caber en un documental poco prolijo y, una de dos, timorato o excesivamente “cuidadoso” con los intereses políticos que –otra vez puro refilón– apenas y toca: cifras y datos de esto y aquello pero incompletos o no contrastados; entrevistas entre complacientes o insustanciales; asignación de culpas sin mención explícita de culpables; cursilería testimonial revestida de “gracia”, “frescura” y “espontaneidad”… todo para acabar como el mismo Rulfo declaró a Proceso: “Existe mucha desinformación al respecto, por eso esta película no puede tener toda la información.” Más claro, ni Cantinflas •


arte y pensamiento ....... PERFILES

19 de febrero de 2012 • Número 885 • Jornada Semanal

Rodolfo Alonso

La actual travesía por el desierto en que se encuentra hoy aislada la poesía no es apenas, por desgracia, sólo el problema de un género literario. Al derivar de una honda crisis del lenguaje (como se sabe, fundamento ineludible de nuestra condición), cobra alcances mucho más graves. No fue por azar que un narrador tan exigente como el siciliano Vincenzo Consolo pudo decir: “Leyendo mis libros y los libros que se escriben en los últimos tiempos, me he dado cuenta de que ya no hay espacio ni tiempo para la literatura entendida en su sentido más alto. Se escribe una infinidad de novelas, pero en ellas ha desaparecido un aspecto esencial del género: la Gustave Flaubert expresividad.” Para agregar poco después, con absoluta claridad:“Hoy a muy pocos les interesa la poesía.” Incluso a los muchos que en la actualidad pretenden ejercerla, me animaría a añadir. En el prólogo a un libro de Olga Orozco, Eclipses y fulgores, no cualquiera sino un representativo poeta español, Pere Gimferrer, viene espontáneamente a coincidir con lo que imaginé sólo ansiedades personales: “se diluyó hace ya tiempo el diálogo entre las literaturas hispánicas, incluso en nuestra propia península y, momentáneamente, parece eclipsada además en ella la noción de poesía. Lo que sabían por igual Juan Ramón Jiménez, Aleixandre o Cernuda –es decir: que la poesía moderna, entre otras cosas, es la que sucede a Rimbaud y Lautréamont– parece hoy olvidado por buena parte de sus coterráneos”. Y, por si fuera poco, reafirma de inmediato: “Se trata de un olvido interesado y no espontáneo, como interesada y no espontánea es la dejación del diálogo de las literaturas, en la medida en que po-

dría servir de recordatorio acerca de la verdadera naturaleza de la poesía en la modernidad.” Claro que fue alguien al parecer poco afecto a las sutilezas, Mario Vargas Llosa, quien, en una entrevista no demasiado lejana, con ingenuidad o desparpajo planteó nítidamente la inquietante disyuntiva: “El humor en mi obra tiene que ver con la necesidad actual de acercarse a un público que no está dispuesto a invertir mucho esfuerzo intelectual en la lectura.” ¿No es esto confesar que no se crearía ya de acuerdo con cierto ideal de la literatura o del arte, para intentar un diálogo o al menos un contacto con ese fecundamente superyoico tribunal de los mejores que (según el sagaz y digno australiano Robert Hughes, el mismo hombre que por cuestiones de ética estética supo renunciar al codiciado cargo de crítico de arte en Time) todo creador legítimo lleva en su conciencia? Ahora, viene a decirnos crudamente el autor de Pantaleón y las visitadoras, escribes para vender o no escribes para nadie. Pero fue el padre de la novela moderna, nada menos que Gustave Flaubert, en una carta a Guy de Maupassant y ya en 1872, quien había anticipado su propia respuesta para la misma cuestión: “¿Por qué publicar con los horribles tiempos que corren? ¿Es por ganar dinero? ¡Qué irrisorio! ¡Como si el dinero fuese la recompensa del trabajo! ” Y, por si no bastara, en otra carta a George Sand, ese mismo año, se animó a sentenciar: “cuando uno no se dirige a la masa es justo que la masa no le pague. Es la economía política”. Mientras que mi compatriota, el escritor argentino Luis Chitarroni, refiriéndose al insólito dúo que alguna vez formaron gente del nivel de un Joseph Conrad y Ford Madox

Felipe Garrido

Usted puede creerlo o no creerlo, contarlo o no contarlo, dar fe o no dar fe de lo que voy a decirle, pero a mí, palabra por palabra me lo relató el abuelo y yo no soy quien para dudar de lo que me dijo, así que yo se lo paso al costo y ya usted sabrá. Resulta que en el pueblo donde tiene usted su casa, como acá decimos, en el arroyo, a la sombra verde de los sabinos, allí se bañan las mujeres, por las tardes. Las viejas llegan con las tetas al aire, y las muchachas con faldas y huipiles que el agua les arrima. Y un día cualquiera, hace tiempo, me dijo el abuelo, cuando el sol ya se metía, una de ellas algo oyó que decían los sabinos y se fue a buscarlo sin avisar a las demás. Desapareció. Nunca se supo más de ella. Desde entonces, por las tardes, a veces, en el arroyo, cuando se escucha que murmuran los sabinos, las mujeres, las viejas y las muchachas, todas salen del agua y corren y se tapan las orejas y gritan porque no quieren oír esa voz •

Rogelio Guedea

MENTIRAS TRANSPARENTES

Sabinos

Ford, apuntó con precisión que “ninguno de los dos se ejercitaba en las genuflexiones de esa reverencia penosa por el mercado”. La sociedad de consumo, la sociedad del espectáculo, nos han embebido en su atmósfera estridente y demagógicamente chata, falsa en el doble sentido de imitadora y deshonesta, que se ha convertido en el aire que respiramos, en una seudocultura populista y no popular, producida seductoramente por los grandes medios masivos de (in)comunicación. Con sus efectos deletéreos sobre la espontaneidad creadora de la gente, inclusive del lenguaje, especialmente del lenguaje. La cuestión es que si decae el lenguaje humano, decae la condición humana. Porque no usamos el lenguaje, insisto: somos lenguaje. No consigo dejar de preguntarme, hoy, con más angustia que ansiedad: ¿es que estaremos realmente tan lejos de lo instintivo y lo sagrado como para imaginarnos a Van Gogh reclamando un análisis de mercado antes de arrojarse a pintar sus Girasoles? “Han dejado entrar putas en Eleusis”, clamaba, hace tiempo, el políticamente despistado pero artísticamente visionario Ezra Pound •

rguedea@hotmail.com

La vida, una calle que sube y que baja El otro día le dije a mi mujer, en la cuesta de Brockville, que un poco de ejercicio no nos haría mal. Dejamos el coche sobre la avenida y emprendimos la aventura. Lo de menos es decir si llegamos con la lengua de fuera o no. Lo importante es que por el camino encontramos gente de todo tipo: ancianos, niños, jóvenes. Tuve una revelación súbita. Los jóvenes subían la cuesta sin agobio, mientras que los viejos tenían que apoyarse en una baranda. Pasaba lo contrario con los ancianos que bajaban. Aunque no lo hacían chiflando, por lo menos se les notaba cierta entereza. Los jóvenes que bajaban lo hacían, por supuesto, corriendo. Pensé que si la vida fuera una calle que sube y que baja, lo mejor era que nos tocara subir la cuesta de jóvenes, para que no se nos hiciera tan dura la empresa, y lo duro que hubiera que pasar lo pasáramos con dos piernas firmes y una cabeza bien desempolvada. Entonces la bajada sería una aventura menos desoladora. Llevaríamos, como los ancianos que bajaban por mi costado, el mentón erguido y, a saber, una mirada como la de aquel que acaba de ganar una cruenta batalla •

AL VUELO

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Jornada Semanal • Número 885 • 19 de febrero de 2012

....... arte y pensamiento Miguel Ángel Quemain mquemain@prodigy.net.mx

La habitación de la curiosidad y la culpa La pequeña habitación al final de la escalera, de la dramaturga canadiense Carole Fréchete, bajo la dirección de Mauricio García Lozano, es una obra que indaga en distintos niveles sobre la culpa, en particular la que procede de la curiosidad femenina; es una propuesta fascinante del vínculo entre personajes, escenario y construcción del relato originado en un espacio de la mente, donde lo que mira el espectador es un territorio del psiquismo con su poética y sus metáforas; es una exposición sobre el mundo de lo teatral que se elabora con la narración de un actor/personaje que describe la situación en que se encuentra, de la que viene y a la que va con el único recurso de la verosimilitud emocional que nos hace creer que, efectivamente, su historia tiene lugar sobre la escena, en su mente y ahora en la nuestra, crédula, hipnotizada por un conjunto de recuerdos que ocupan la primera fila del butaquerío que rodea esa arena cuadrangular donde Gracia, la protagonista, tiene el don de mostrar y hacer desaparecer y reaparecer los objetos de su relato. La obra es una relectura de “La Barbe Bleue” (Barba Azul) de los Contes en prose, de Charles Perrault, que trata de contemporizar un texto temido por educadores y promotores de la lectura para niños por su carácter sangriento y las dificultades que presenta para resolver la ambigüedad de las intencionalidades en juego.

Una dramaturgia que, si bien conserva la vertebralidad de la fuente literaria, gira sobre el paisaje emocional y ético de las mujeres (madre, hermana, protagonista, sirvienta) para complejizar y enriquecer el mundo de dos que planteó el escritor francés en sus Contes... y lograr que lo femenino sea resultado de un gran proyecto social, donde la dominación masculina modela también el deseo. Vale la pena recordar la indagación que Anne Tristan hace del mito, en su extraordinario trabajo La alcoba de Barba azul, realidades y mitos a través del tiempo (Gedisa, 1980), para dar cuenta de la vigencia del tratamiento que propone el director. García Lozano parece compartir esa exploración y ha creado una ficción de gran pureza escénica, de enorme profundidad al frente de un conjunto actoral que le debe mucho a la experiencia, ritmo y tono de Verónica Langer en el papel de la madre de Gracia (Karina Gidi, llena de energía y matices). El resto de los actores: Carlos Corona, el esposo, Aileen Hurtado, la hermana de Gracia, y Gabriela Pérez Negrete como Jenny, una especie de sirvienta/ama de llaves que muestra el envés de la rebeldía con una sumisión rastrera y conformista que permanentemente busca la recompensa a su docilidad: el reconocimiento del señor, que por su parte lo que más valora es la obediencia de su esposa. El personaje de la madre de Gracia sostiene uno de los lugares comunes más patéticos y estructurantes de nuestro psiquismo: la madre, aquí una madre cobarde, convenenciera y conformista que se aterra ante la posibilidad de los desvíos de una hija a la que mueve la curiosidad, el deseo de saber y la renuncia a las formas de dominación que ha establecido el orden masculino (“qué te falta, princesa, te he dado todo”) y garantizando así que ningún cuestionamiento ni disonancia tengan lugar.

Jorge Moch

Zalamerías castrenses

tumbaburros@yahoo.com

LA OTRA ESCENA

Mauricio García Lozano es un director de gran aliento; al frente de Teatro del Farrullero ha cumplido trece años de trabajo y con La pequeña habitación…, su treceava puesta. Ha incursionado en múltiples montajes que evidencian su formación y su capacidad de no repetirse y apostar por horizontes que son muy difíciles de colocar en un mismo cuadro: el dramatúrgico, el actoral y el plástico/musical, que en este último montaje recuerda algunas soluciones muy propositivas que en el cine encontrarían parentescos con Greenaway y Lars Von Trier. La presencia de la brillante guitarra de Raúl Zambrano, quien ejecuta obras de su autoría, es una manera de devolver al teatro su carácter integrador de la diversidad artística. El dueto que conforman Jorge Ballina en el diseño de escenografía y Víctor Zapatero con la iluminación permite concretar el poema que García Lozano elabora con tanta precisión y cuidado. El texto de Frechete es predecible y se agota rápidamente; sin embargo, las actuaciones logran mantener a flote una historia cuyo final conocemos desde el principio, gracias a la difusión de un cuento mítico como “Barba Azul”. Las situaciones, los encuentros actorales y esa musicalidad que se teje con luz, le dan cuerpo a un montaje que se puede ver y volver a ver •

CABEZALCUBO

285 días… y ¡adiós tartufo!

En febrero de 1913 el presidente Francisco Madero celebraba con ingenua anticipación, marchando a caballo y dramáticamente rodeado de cadetes del Colegio Militar, la lealtad del ejército mexicano hacia el poder Ejecutivo porque recién había salvado el escollo de una asonada. Ni dos semanas le duró el gusto, porque otro militar golpista y conocido villano de la historia nacional, Victoriano Huerta, lo mandó asesinar a un costado de Lecumberri. La llamada entonces Marcha de la lealtad no fue sino un vergonzante preámbulo a la traición, pero inexplicablemente, como tantas mentiras y contradicciones que cobija el cementerio de nuestros héroes nacionales y sus geniales mitos, se ha seguido conmemorando en el Heroico Colegio Militar. Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, de cuyas necedad, petulancia e ineptitud costará al país muchos años levantarse, ha demostrado en varias ocasiones su dilección por lo militar (y uno no puede dejar de preguntar por qué, si tanto le gusta el ejército, no se metió a soldado, que mucho menos nociva para el país hubiera sido su aventura militar que la política): se viste de soldado aunque el uniforme le quede grande, o disfraza a sus hijos para lucirlos, en un arrebato más propio de gorilato sudamericano en los setenta que de una democracia presunta en el xxi , durante la celebración de las fiestas patrias. Solamente nos ha faltado verlo en traje de campaña, camuflado y con un fiero fx -05 Xiuhcóatl en ristre.

No han faltado, pues, las ocasiones en que Calderón se arropa con los uniformes y personeros de las fuerzas armadas para pretender algún lucimiento a su administración. Llegado al extremo de convertir a la Marina y al Ejército en sucedáneos de la policía durante la instrumentación de la mal llamada guerra al narcotráfico, a pesar de arrostrar una larga cauda de señalamientos y acusaciones por violaciones cometidas por miembros de las fuerzas armadas en perjuicio de los derechos humanos de víctimas civiles en una guerra perdida de antemano, y cuyos saldos mucho distan de las presuntas metas establecidas para maquillar sus verdaderos motivos: dotar de legitimidad a un gobierno que muchos seguimos considerando espurio y nacido del fraude y la trampa. La Marcha de la lealtad, en la paleta lógica propagandista del régimen, se presenta entonces como otra oportunidad mediática para el renovado despliegue del discurso (eufemismo que emplea este escribidor para soslayar la palabra “mentira”) progubernamental: los despachos informativos presentaron a un Calderón ridículamente aupado en un caballo blanco, emulando al incauto Madero de 1913. Es obvio que a Madero le faltó tener de su lado a la televisión, y a Calderón le falta al menos un asesor que le indique los límites del

ridículo. En el colmo del lucimiento ramplón, los noticieros informaron que el nombre del blanco corcel es… Honrado. Ya no sé si carcajearme o vomitar. Pero lo mejor de la ocasión no fue la estampa caricaturesca del tartufo jinete, sino el discurso del secretario de la Defensa, Guillermo Galván, quien llamó al improvisado centauro michoacano, honesto, bravo, vertical y quién sabe qué otras lindezas, arrastrando a las otrora honorables instituciones armadas al lamentable papel de zalameros corifeos del hombrecillo, cuyo sexenal paso por Los Pinos ha puesto al país de bruces. De pronto, inexorable, el secretario de la Defensa hizo un acto de contrición, y aceptó que la seguridad interna de México está en jaque, lo que en los hechos es admisión explícita de que seis años de guerra, de balaceras, de degollinas, de levantones y ejecuciones y de tanta sangre no han servido para detener al narcotráfico ni a sus ramificaciones criminales. Pero contradictorio, apegado a la enfermedad institucional o simplemente dialéctico maniqueísta, acusó a los críticos de las fuerzas armadas de ser defensores de la delincuencia con la mágica fórmula, tantas veces socorrida por el tartufo y sus palafreneros, de “el que no está conmigo está contra mí”. Uno se tiene que preguntar de paso si obviando al secretario que los precede, los altos mandos de la milicia no encuentran que actuaciones así vilipendian y socavan el honor de las fuerzas armadas… Prescindible pieza de relleno discursivo, pantomima del poder o burdo vernáculo de cortesanías, la puesta en escena del Ejecutivo y sus soldaditos podría llamarse de muy muchos y diferentes modos que, por decoro de este escribidor y un pálido resquicio patriotero, deberá dejar el amable lector a su más lépera imaginación… •


ensayo

19 de febrero de 2012 • Número 885 • Jornada Semanal

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n 1867 Benito Pérez Galdós es un joven de veinticuatro años, lo que significa, entre otras cosas, que tiene intacto el cien por ciento del desparpajo, o de la desvergüenza, como lo prefieran, de aquellos a quienes les queda toda una vida entera por delante. Amén de ello, declara ser un ferviente admirador de Charles Dickens. Y por si fuera poco, dizque sabe inglés. La impía concurrencia de estas tres circunstancias es casi fatal: el joven Galdós acepta traducir la primera obra maestra de Dickens, Los papeles póstumos del Club Pickwick, para el folletón de un diario madrileño de aquellas calendas, La Nación. Hace algunos años esa versión fue rescatada por la editorial asturiana Júcar, que empezó a publicar una así llamada Biblioteca de Traductores, en la cual era relevante el nombre de estos últimos, quienes siempre habrían de ser grandes escritores de nuestro idioma. Para mencionar un solo caso de l o s re s c a t a d o s p o r J ú c a r, n o c re o que sea muy conocido el hecho de que Rubén Darío tradujo a nada menos que a Maxim Gorki... supongo que del francés. No sé en qué vino a terminar esa benemérita aventura editorial; imagino que se canceló al cabo de poco tiempo, como todas las que son loables, pero no quisiera dejar de recordar que, en materia de grandes escritores metidos a traductores, la verdad es que poseemos una nómina tan extensa como admirable. Nómina que incluye, valgan varios ejemplos españoles, a Pedro Salinas poniendo en buen romance el primer volumen de la proustiana búsqueda del tiempo perdido; a Dámaso Alonso con su traducción del Retrato de un artista adolescente, de Joyce, y a José Ángel Valente con la de El extranjero, de Camus, y para poner un par de ejemplos latinoamericanos, se deben a Julio Ramón R i b e yro unas modélicas versiones de Maupassant, mientras que Octavio Paz y Ernesto Cardenal vertieron a nuestro idioma poetas tan intransitivos como Mallarmé y Catulo, y en fin, no estaría de más recordar que Robinson Crusoe, así como las Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar y los cuentos completos de Edgar Allan Poe, fueron traducidos al castellano por Julio Cortázar. [Según fuentes bien informadas, Cortázar fue también el trujamán que en épocas de penuria económica y trabajos mercenarios, puso en prosa paladina Little Women, de Louise m . Alcott; si encuentran un ejemplar de la edición donde conste su nombre como traductor, tendrán una pequeña fortuna en sus manos.] Y ahora, antes de seguir, debo confesar que Pérez Galdós es uno de mis grandes amores, a

quien considero el único digno sucesor peninsular de Cervantes, y uno de los escritores más formidables de toda la literatura universal, opinión que comparto, para mi alegría, con Luis Cernuda y Álvaro Mutis, para sólo citar dos nombres de una extensa lista que encabeza Luis Buñuel. Debo confesar esto, digo, para que se entienda con qué entusiasmo adquirí la traducción de Dickens hecha por él, dando por descontado, de antemano, que se trataba de un boccato di cardinali; expresión, dicho sea de paso, muy empleada por el propio Galdós. Y lo daba por descontado por conocer de sobra la gratitud con que Galdós se refería siempre a Dickens. Baste recordar las palabras que le dedica en sus Memorias de un desmemoriado, al hablar de una visita que hizo a la Abadía de Westminster: “Vi en el suelo del ‘Rincón de los Poetas’ una sepultura reciente; en ella, trazado al parecer con carácter provisional, leí esta inscripción: ‘Dickens.’

Dickens, Galdós y las traducciones Ricardo Bada

En efecto, el gran novelador inglés había muerto poco antes. [...] Consideraba yo a Carlos [sic] Dickens como mi maestro más amado. En mi aprendizaje literario, cuando aún no había salido de mi mocedad petulante, apenas devorada La comedia humana, de Balzac, me apliqué con loco afán a la copiosa obra de Dickens. Para un periódico de Madrid traduje el Pickwick, donosa sátira, inspirada, sin duda, en la lectura del Quijote.” Pero no, no y mil veces no: la traducción de Dickens por el joven Galdós es todo lo contrario de un boccato di cardinali: es una catástrofe literariamente homologable con la marítima del infeliz Titanic. Descuento también que la publicación en un diario debe haber impuesto ciertos cortes y recortes en el texto, pero es que a veces esos cortes y recortes recuerdan los que practicaba Henri Sanson, el verdugo del terror durante la Revolución francesa: decapitan el texto original hasta dejarlo exangüe. Y no exagero. Créanme que leyendo esa traducción, como lector enamorado de mi ídolo Galdós, experimenté muchas veces el sentimiento conocido bajo el nombre de vergüenza ajena. Como para muestra basta con un botón, y ya que recordé a Sanson, mencionaré un episodio del capítulo ii, cuando Mr. Pickwick viaja con tres amigos en la rotonda abierta de un carruaje, y van en compañía de un desconocido que al llegar a un túnel les grita “¡Las cabezas, las cabezas, cuidado con las cabezas!” El desconocido les explica después que a una mujer que viajaba en un carruaje así, comiendo sándwiches con sus cinco hijos, por no agachar la cabeza la decapitó el arco muy bajo de ese túnel, y añade que sus críos se le quedaron viendo sin cabeza... y con el sándwich de jamón todavía en la mano por no haber boca donde meterlo [“children look round – mother’s head off– sandwich in her hand– no mouth to put it in”]; ¡y justo este detalle tan inglés, de humor macabro, desaparece por completo en la traducción galdosiana! La moraleja es, cosa curiosa y remarcable, un acrecentado respeto por la precoz madurez mental del joven canario que terminaría siendo el narrador más humano que jamás haya escrito, un honor que sólo puede disputarle Dostoiewsky. Y digo lo del respeto porque aquella juvenil insolencia suya debió convertirse muy pronto en un aterrado espanto; él mismo debió darse cuenta de las heridas que había inferido a su bien amado Dickens, y extrajo de ello la única consecuencia lógica para una persona honrada: jamás, que se sepa, volvió a traducir en toda su vida. ¡Ah, qué lástima de lección, tan poco aprendida desde entonces! •

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