y la esperanza
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 8 de abril de 2012 ■ Núm. 892 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Dickens R icardo G uzmán W olffer
Para volver a D ante , J osé M a . E spinasa • B árbara J acobs entre libros, J.D. A rgüelles
bazar de asombros
8 de abril de 2012 • Número 892 • Jornada Semanal
LUIS ROSALES, UN NÁUFRAGO METÓDICO
Tiene razón Ricardo Guzmán cuando afirma que las novelas de Charles Dickens son “de lectura obligatoria para cualquiera que pretenda conocer un poco de literatura”, pero se trata de una muy agradable y enriquecedora obligación, como lo han constatado innumerables generaciones desde que fuesen publicadas por primera vez obras maestras como David Copperfield, Oliver Twist y Grandes esperanzas, por citar sólo un trío de las más conocidas. A doscientos años del nacimiento de uno de los narradores más célebres de la literatura universal, la obra del británico conserva intactos su encanto, su vigencia y su capacidad para lograr que el lector se identifique plenamente con sus personajes. Publicamos además un artículo de Juan Domingo Argüelles sobre Bárbara Jacobs y su libro Leer, escribir, así como un ensayo de José María Espinasa que va de Franc Ducros a Mallarmé, y de éste a Dante. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Leopoldo Pane ro y Luis Felipe Vivanco habían sido miembros activos de la Falange española y amigos persona les de su líder, José Antonio Primo de Rivera. Los espadones sublevados (especialmente Franco, Mola y Queipo), sentían una incontrolable repug nancia por esos señoritos intelectuales sospechosos de afeminamiento por andar siempre entre los libros y por su crítica a algunos procedimientos militares que, dadas las circunstancias, debían ser poco es crupulosos en materia de moral y de respeto a la vida humana. Terminada la horrenda Guerra civil, Franco se apoderó del liderazgo absoluto (Mola le había he cho el favor de morirse en un accidente) y, en muy pocos meses, se tragó a la Falange, a los tradicio nalistas requetés y pelayos, y a todos los grupos de la derecha y de la extrema derecha. Los falangistas (sobre todo los llamados “camisas viejas”) no acep taron las burdas maniobras del espadón, del “cu ñadísimo” Serrano Súñer, aliado incondicional del Eje Berlín-Roma-Tokio, y de los oportunistas que, vestidos con la “camisa nueva”, con la “cara al sol” y haciendo “guardia junto a los luceros (“los caí dos... presentes”, dirían los sinarquistas mexica nos), e intentaron organizar un tímido movimiento de oposición que propugnaba por el regreso a los principios fundamentales de la Falange redacta dos por Primo de Rivera y basados, en buena me dida, en el ideario fascista italiano. La reacción del espadón fue típica de la astucia pragmática cultiva da con esmero por algunos gallegos de tendencia conservadora: mandó al extranjero a Ridruejo y, cuando éste regresó a España, le dio su casa por cárcel. A los demás les permitió, junto a Ridruejo, hacer la revista Escorial que era la única isla de civilización en el mar de venganzas, crueldades y dogmatismos regido por la Iglesia católica (me re fiero a la Jerarquía) y por la soldadesca encabezada por el “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Leopoldo Panero sufrió una serie inacabable de tragedias familiares; Vivanco se quedó callado y Rosales, magnifico poeta y muy buen periodista cultural, vivió un exilio interior sobresaltado por la recurrencia de una calumnia infame que lo acusa ba de ser en parte responsable de la prisión y muer te de su amigo Federico García Lorca. Gibson, el
Hugo Gutiérrez Vega
historiador irlandés aclimatado en España, demos tró la falsedad de la versión calumniosa y dejó bien probado el hecho de que Luis y su familia inten taron hasta el final salvar a Federico, que ya había sido condenado a muerte desde el momento en que el borrachón y beaturrón Queipo de Llano, amo de la radio sevillana, había dicho por teléfono a los zafios criminales que apresaron a Federico: “Den le café a ese maricón.” Luis sufrió toda su vida por la infamante calumnia, a pesar de que estaba com probada hasta la saciedad su inocencia. Gibson re cuerda el momento en que Rosales va al Comité de la Falange, reclama a los asesinos su perfidia y a los falangistas su silencio cómplice, y avienta sobre la mesa su carnet de la Falange. Desde ese momento Luis fue un buen monárquico y navegó por los ma res peligrosos del franquismo con habilidad y pru dencia. Cuando dirigió Cuadernos Hispanoame ricanos dio a conocer a una serie de escritores prohibidos por el Estado confesional. Entre otros a Neruda, Gabriela Mistral y Vallejo. Sabía cómo evadir a la censura franquista ejercida por clérigos feroces y enfermos (llegaron al extremo de censurar la película Mogambo, convirtiendo a los amantes Clark Gable y Ava Gardner en hermanos. De esta manera organizaron un delicioso incesto). Pepe Hierro, Félix Grande, Paca Aguirre y Eladio Caba ñero fueron colaboradores cercanos de Luis, tanto en Cuadernos como en Nueva Estafeta. Todos ellos lo defendieron de la calumnia y abonaron su con ducta intachable, su honradez sin fisuras. Lo re cuerdo, alegre y generoso, en los días de mi llegada a España como consejero cultural de nuestra emba jada. Ahora pienso en él como amigo, pero sobre todo como poeta, pues la suya es una de las voces fundamentales de la poesía española moderna. Bas ta con La casa encendida para probar mi enfática afirmación. Lo veo en el Paseo de los Tristes de su Granada, al lado de Félix y de Pepe, diciendo sone tos de Quevedo. Pienso en su poema “Autobiogra fía” y me identifico con el final del pequeño texto: “Sabiendo que nunca me he equivocado en nada/ sino en las cosas que yo más quería.” Así, querido Luis, somos todos unos “náufragos metódicos”. jornadasem@jornada.com.mx
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Alfredo arquitecto
Larrauri
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Guillermo García Oropeza
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lfredo Larrauri murió hace unos días en Ciudad de México. Arquitecto de profesión, por la Universidad de Guadalajara, Alfredo muy pronto se dedicó al dibujo y al graba do y muy pronto también su talento fue reconocido. A los veintitrés años gana el Premio Jalisco de Artes, con lo que inicia una larga carrera de creación. Ar tista trashumante, trabaja y expone en Brasil y en varios países sudamericanos así como en Estados Unidos. Deja Guadalajara, a donde su familia se ha bía trasladado, y regresa a su Ciudad de México, donde lleva en su casa de Mixcoac una existencia bohemia y libre. Una nostalgia de sus orígenes vas cos lo lleva a practicar el jai-alai y un romanticismo amoroso lo llevan a Buenos Aires para doctorarse en tango malevo y milonguero, porque Larrauri el pelot ari, es también buen bailarín y maestro. Pero esas aficiones complementarias no lo alejan de la mesa de dibujo y de la plancha de grabado, y así participa en sesenta y cinco exposiciones y obtie ne premios como el primero en grabado del Centro Vlady. Su obra se extendió por medio siglo y trabajó hasta los últimos días de su vida. El arte de Larrauri es muy personal y no encaja en el de ningún grupo o capilla, y aunque inevita blemente contemporáneo su esencia es íntima. Se trata de un universo de seres fantásticos, como el del Fellini más delirante, donde los tiranos más pintorescos se codean con revoluciona rios que cruzan la noche en caballos volado res, o de mujeres desnudas y lánguidas de ca belleras que el viento mueve y que se fugan con sus amantes sobre Pegasos alucinados. En otros dibujos se retrata a seres barbados que podrían ser mujiks salidos de sus lecturas rusas de juventud, taumaturgos o personajes teatrales y misteriosos. Su universo, siempre muy íntimo, tiene una atractiva atmósfera onírica, cuyos sueños jamás descienden a la pesadilla. Este universo siempre Ilustraciones: Alfredo Larrauri
está presidido, no por el sol de excesos tropica les, sino por una luna soñadora y cortés, siempre en menguante y siempre femenina. Lo nocturnal en Larrauri parece ser el signo distintivo. Las formas salían automáticas y dóciles de sus manos y era lo que se dice un natural. Su dibujo es espontáneo e impredecible y no tie ne ningún argumento racional y simplemente rea lista .Quizá si tuviéramos que colgarle alguna eti queta hablaríamos de un cierto romanticismo; eso sí, exento de sentimentalismos. Pero, sobre todo en sus retratos de ancianas del pueblo, el dibujo de Larrauri está impregnado de ternura, al igual que cuando retrata a los niños de la familia con sus ojos muy abiertos al mundo.
Aunque no se trata de un dibujante “literario”, Larrauri se encontraba muy a su gusto traduciendo al dibujo la obra de poetas, y así nos dejó, hace años, sus ilustraciones a un corrido bravo de Renato Le duc y, poco antes de su muerte, dedicó una serie rica de dibujos al poeta José Carlos Becerra ,dibu jos inspirados en poema “Los Muelles” del poeta tabasqueño. El poeta mueve a Larrauri a dedicarle retratos nostálgicos que a mí me recuerdan las viejas fotografías de ancestros que todos tenía mos, silenciosos, en nuestras salas de infancia. Retratos de hombres jóvenes con miradas muy se rias y de ropajes formales que, sin embargo, no po dían ocultar un corazón esquemático. El México de Larrauri es seguramente muy poco contemporáneo. El dibujante ha emigrado a una “suave patria” decimonónica y revolucio naria. Pero sus revolucionarios no son ni villistas ni carranclanes, sino jinetes libres que pueden , si así amanece el día, trotar o cabalgar sobre una nube . Aunque los jinetes que surcan el papel de Larrauri pueden ser también amazonas o impro bables obispos, lo cual es lógico porque el México de Larrauri es onírico y fantasioso. Aunque sen timos que las simpatías del dibujante están siem pre con los rebeldes y los espíritus libres, y por momentos sus jinetes, posando para una escul tura ecuestre nos recuerdan a nuestros revolu cionarios grandes románticos, como Martí, Emi liano o el compa Sandino. Artista libre y sin restricciones ni servidum bres ideológicas, Larrauri llevó una existencia de lo más envidiable. Amistoso y amoroso, se sentía como pez en el agua en su Ciudad de México que él vivía a su medida, Vecino de Mix coac, conocía las historias de esa villa privile giada , que es como provincia rodeada por la gran ciudad. Allí vivió su vida y murió de su muerte. Jamás lejos de la mesa de trabajo •
Bárbara Jacobs Juan Domingo Argüelles
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asi todos los libros de Bárbara Jacobs, desde Doce cuentos en contra (1982) hasta Lunas (2010), pasando por Escrito en el tiempo (1985), Las hojas muertas (1987), Vida con mi amigo (1994) y Juego limpio (1997), abordan en mayor o me nor medida las pasiones de leer y escribir. Si junta mos todas sus piezas, lo que hallamos es la genealo gía lectora de quien escribe. Por ello, su nuevo libro, Leer, escribir (Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011) es, de algún modo, como una nueva página que se suma a ese gran volumen que ha venido escribiendo y en donde hallamos reflexiones, vivencias, anécdotas e interrogaciones sobre el arte de vivir en medio de la cultura escrita. A lo largo de todos estos libros, inclui do el más reciente, Bárbara Jacobs ha ve nido trazando su autobiografía lectora, porque sus libros están hechos con la con ciencia de ser una persona que se ha for mado gracias a los libros como nutrientes no sólo indispensables, sino algo más que eso: imprescindibles, irrenunciables. Las alianzas entre vida y escritura y vi da y lectura, y el guiño autobiográfico no exento de ironía para decirnos que no todo lo que leemos es autobiografía pero sí mu cho de lo que vivimos puede estar vincu lado a la lectura, dota a la obra de Bárbara Jacobs de una profundidad mayor. Lo que hay en Las hojas muertas y en los cuentos de Bárbara Jacobs son, sobre to do, lectores, que viven por supuesto más allá de los libros, pero también, por su puesto, muy adentro de las páginas que los forman y los transforman. Emile Jaco bs es un apasionado lector, como apasio nada lectora es quien suscribe las cartas de Escrito en el tiempo. ¿Y qué es Vida con mi amigo sino el trayecto lector, la edu cación sentimental y la formación inte lectual, cada vez más profunda, de quien narra y nos participa de ello? Y en Juego limpio hay una ensayista que lo es porque divaga a la manera de Mon taigne, y en sus divagaciones y reflexio nes a quien primero se ve es a la lectora apasionada. Y en Lunas lo que tenemos es una especie de clases universitarias extramuros sobre la importancia de la lectura: con guiños, ironías, sentido del humor y también certidumbres de los beneficios que aportan los libros. Así, la alumna narradora dice lo siguiente de su profesor-personaje: “Para él, la lectura, y la lec tura de literatura, era una con el hombre.” Eso, en cuanto a la lectura. En cuanto a su comple mento, la escritura, en Juego limpio, Bárbara Jacobs afirma: “Escribir es un instrumento como la voz; pa ra florecer debe ser educado. Su educación es quizá
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entre libros
la más larga de todas. No requiere únicamente de conocimiento, sino de su destilación. Un escritor, hombre o mujer, joven o viejo, en pocas palabras debe ser capaz de meterse en la piel de cualquier personaje y transmitirlo: si él es hombre, debe sa ber cómo es una mujer y transmitirlo; si es joven, cómo se es un viejo: y viceversa. A medida que mejor se metamorfosee, mejor escritor será.”
por la lectura o por algún libro específico y no volver a salir de entre sus tapas”. Un lector, como tal, es un alienado que, curio samente, atrapado entre los libros, es más libre que muchos que no leen nada y que se consideran muy cuerdos. La locura de leer no tiene cura. Edith Whar ton lo dijo convencida: “Ningún vicio es más difícil de erradicar que el que se considera popularmente una virtud. Entre estos vicios destaca el vicio de la lectura.” La voracidad de lectura de Bárbara Jacobs la convierte en bibliófaga, lecto ra insaciable que no puede prescindir ya de este alimento, los libros, que pasan a ser su despensa en la biblioteca perso nal, misma que, por cierto, es personal porque es única. Al ser despensa y no únicamente repo sitorio de libros, la biblioteca personal contiene los alimentos espirituales que se vuelven terrenales. Para un lector, y en este caso para una lectora, como Bárbara Jacobs, nada más parecido a un pan que un libro. Y advierte: “No basta saber que un pedazo de pan te alimenta, es mejor si además su aspecto y su sabor te gustan y te causan placer.” Las levaduras y los gra nos con que se hacen los libros son tam bién de diversas calidades. De esto nos habla la autora en este libro. En Leer, escribir, Bárbara Jacobs nos abre las puertas de su biblioteca, que es como abrirnos las puertas de su casa, para que conozcamos su vida. La intimidad de un lector está precisamente en su biblio teca. Nos cuenta, asimismo, de las dificul tades que le significaron aprender a leer, y seguramente por ello, por esas dificul tades, leer hoy y desde hace años le re sulta un amor imposible de abandonar. Y luego la escritura. “Las palabras tienen cola”, dice Bárbara Jacobs y este apotegma presenta una feliz anfibolo gía. Tienen rabo, por el que se les puede agarrar como recomendaba Octavio Paz Barbara Jacobs, foto: Jesús Villaseca en su célebre poema (“Dales la vuelta,/ cógelas del rabo...”), y tienen también De modo tal que, sabiendo todo lo anterior, Leer, pegamento. Las palabras se nos quedan pegadas escribir, este intenso y lúcido libro no es otra cosa que en los dedos y, sobre todo en la cabeza, y, por eso, una vuelta de tuerca, o más bien otra vuelta a las mu los que leen perdidamente, tarde o temprano es chas otras que Bárbara Jacobs le ha dado a la tuerca criben, pues no pueden deshacerse ni desasirse de de la lectura y la escritura. Pocas veces, como en este las palabras. caso, es más cierta la afirmación de que la biografía Leer, escribir es, literalmente, una autobiografía. de un escritor está en sus libros, pero no sólo en los Libro rico en experiencias y en reflexiones. Libro, libros que ha escrito, sino también en su biblioteca. además, hermoso en su factura, con las bellas y mis Para Bárbara Jacobs, la lectura puede ser una lo teriosas ilustraciones de Vicente Rojo. Un libro para cura, “y es locura porque el que lee vive más en los disfrutarse. Un buen pan, por ello. Un libro que con libros que en la vida. Es más, hay momentos en que versa con los lectores. Un ejercicio de profunda uno incluso agradecería ser literalmente succionado felicidad •
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Jornada Semanal • Número 892 • 8 de abril de 2012
Clase 1952 Leandro Arellano
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l tiempo no es siempre el mismo. Hubo una época, cuando se fomentaba el civismo en Mé xico y a los dieciocho años los varones debía mos enlistarnos en el servicio militar nacional. No había trámite legal que procediera si uno no con taba con la cartilla liberada. Todos los domingos al amanecer acudíamos a los patios de la escuela ofi cial a recibir instrucción marcial. Por suerte me asig naron la organización del grupo que, en vez de en trenamiento físico, alfabetizaba a quienes no sabían leer ni escribir, y más tarde a forestar o reforestar algunas zonas del municipio. ¿La de 1952? Una clase como la de cualquier otro año y similar –probablemente– a la de otras ciudades y continentes. De mis coterráneos de aquellos días, vestidos todos de caqui en las festividades cívicas, conservo imágenes devotas, sonrisas encarecidas de muchos. Tan lejano se hallaba el siglo xxi que a nin guno inquietaba el porvenir. Hoy exiguamente me alcanzan noticias del camino que han seguido unos cuantos. Pero me remito humildemente a lo dis puesto por el zodiaco chino: a todos nos aguardaba la buena suerte, pues aquel pacífico batallón había nacido al amparo del signo del dragón. Astrología y astronomía se confundían en una misma ciencia en sus orígenes. Hoy la astronomía es una ciencia con enormes perspectivas, una esfera ignota que resguarda en su seno infinito quién sabe
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León de bronce Ciudad Prohibida
a mentalidad científica L –escribió el gran cronopio– quiere que todo tenga explicación cient ífica, incluso lo maravilloso
cuántas novedades y secretos. Su observación, su examen, despierta un apasionamiento devoto. La astrología, en tanto, ha perdido el prestigio que al guna vez mantuvo como disciplina científica. No escasean quienes la consideran una industria sos pechosa en la actualidad, y no falta quien la acuse de charlatanería pura. L a mentalidad científica –es cribió el gran cronopio‒ quiere que todo tenga expli cación cient ífica, incluso lo maravilloso. Pero es no table el caudal de quienes atienden con fervor y reverencia las predicciones astrales, quienes confían en la lectura de las estrellas. La astrología determina que los astros actúan en el carácter de las personas en razón de su signo zo diacal, esto es, en atención a la fecha y hora de naci miento del individuo y la posición de los astros. Pero
sólo los iniciados tienen acceso a la llave para des entrañar esos misterios. A través del horóscopo pre dicen el futuro, con base en la lectura de los astros y en atención a los datos del nacimiento. Poseen también capacidad para establecer la Carta astral, una tipología del carácter de las personas con base en información específica sobre los pormenores del calendario. Los astrólogos o iniciados, como se designe a quienes profesan ese arte, atesoran una sensibilidad peculiar y grande asombro provocan en los escép ticos cuando confirman en carne propia algún acon tecimiento previsto por aquéllos. No extraña en tonces que de los poetas también se esperen profecías. Aunque no se admita, casi todos nos asomamos al guna vez al horóscopo así sea por curiosidad: la pre visión racional no agota la fortuna. La astrología es una materia que se pierde en la penumbra de la historia y que han practicado ‒quien más, quien menos‒ distintos pueblos. Desde los tiem pos oscuros, todas las razas han recurrido a los adivi nos a fin de vislumbrar algo del porvenir. En ella intervienen los mitos y las supersticiones. Babilonia y el antiguo Egipto destacaron en su práctica y Je nofonte, quien abandonó el estudio de las ideas per fectas para abrazar la actividad humana extrema, narra en Anábasis cómo los capitanes que marcha ban al frente de los diez mil, abrumados por las fre cuentes contrariedades, nada resolvían sin tirar antes los dados, sin consultar de antemano a los augures. ¿Y quién ignora que los economistas, esos profesio nales tan usualmente satisfechos, yerran a menudo en su arraigada disciplina de las predicciones? Los chinos tienen su modo característico de cul tivar la adivinación. Desde hace milenios se rigen conforme a un zodiaco que difiere del occidental al combinar elementos, metales, colores y resabios de ancestrales prácticas religiosas. Los signos están representados por ciclos anuales con nombre zoo lógico. El año del dragón es, de acuerdo con aquella simbología, un signo de buena estrella. A la Clase 1952 pertenecen también –informa la enciclopedia‒, la vacuna contra la polio, el estreno en París de Esperando a Godot, el ascenso al trono de In glaterra de la reina Isabel y la conversión de Puerto Rico en Estado Libre Asociado. Aquel año también registró la muerte de Eva Perón, la celebración de los Juegos Olímpicos en Helsinki y en México el inicio del régimen de Adolfo Ruiz Cortines. Podemos rene gar de los hechos, más no de las fechas. A Heráclito, maestro del flujo, lo persiguió la fama de oscuro, tan to como a los oráculos de la Hélade •
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Dos poetas Secretos de la montaña Hermann Bellinghausen
En la cumbre hay un abismo y no sé qué hacer con él. Un lugar donde no carbura la razón. Un puente en ruinas o a media construcción. Un vertiginoso rebaño de nubes. Un viento al que sólo le falta hablar. Todo lo que sube bajará. La montaña no tolera en su cresta la permanencia. Llegar no significa nada. Un poco más de frío en los huesos, una debilidad en las rodillas, un mareo a lo más. El ascenso fue arduo, costó. De bajada el cuerpo se va de fiesta, cree que vuela. Tan ligero. No debe distraerse para no rodar. En la piel de la altura nos sentimos libres. En el sol de la altura nos quedamos ciegos. En la vegetación de la altura los peñascos reinan. Los pies son lo único que pesa, el pecho, los ojos, la risa están hechos de papel de china. Las corrientes chocan. Despeinan el césped. Ni una brizna. Nada que retenga. Hasta Sísifo, encadenado a la piedra eterna, descansó en los descensos, sintió que volaba, que podía.
Poema Ricardo Yáñez
En el ojo del pájaro la lluvia y su ternura escurridiza deshilando viejas fotografías, trazos de un abrazo perdido, trozos de sonrisas a medias compartidas; en las alas del pájaro aquel vuelo innecesario pero dulce, herido de una salud que sabe que no sabe sino ser la salud. Salud por eso, se oye desde el sueño una voz que no sabe sino a voz, a viva –y en silencio–, viva voz, a claridad en verde bendiciendo la claridad del pecho de ese pájaro que nombran como nombran los que saben de pájaros y aquí no tiene nombre: mira, sueña, ni pío dice, pero dice que todo tiene nombre, un solo nombre: brisa de lenguaje quizá, brizna de un pesado dolor que aquí se enciende y es estrella. Árbol, tan siempre, siempre en nacimiento. En la lluvia el olvido del deseo, el nada ser sino el retumbo apagado del tambor do la estrella se ha puesto a ser de agua y de cerillos, y en el ojo del pájaro que nombramos sin nombre una quietud reuniendo tanto caos (bah, ni tanto) en la sacralidad del agradecimiento.
8 de abril de 2012 • Número 892 • Jornada Semanal
Julián,
por Herbert, a solicitud expresa entrevista con Julián Herbert Ricardo Yáñez
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ué del mar, del desierto?, ¿donde naciste, donde creciste?
–Nunca viví el desierto como espa cio riguroso sino lento: ahí están los frutos y los bichos, el agua; es cosa de quedarse quieto. Pero existe otra cuestión: crecí junto a Monclova, un desierto industrial infatua do de pop gringo; en vez del Canal 2, veía el 8 de Laredo. Aprendí a jugar y a enamorarme en el de sierto, por eso lo encuentro sexy. Salí de Acapulco a los seis años. Mi memoria marina está más influida por la literatura (por el rigor) que por la vivencia. Aunque todo esto podría no ser cierto: mi figura retórica favorita es el oxímoron. –Polígrafo, músico, performancero…
–Estudié letras, pero mi verdadera formación pro viene de escuelas liberales. Ahí aprendí que uno sería un ente desolado si careciera de la tradición y que el trabajo del artista consiste en poner a la tradición en movimiento, no fijar: esto último es cosa de los aca démicos. Los discursos transgenéricos son signo de nuestro tiempo. Vengo de clase baja y me gustan el latín y la cumbia y canto blues, y mi chica estudió tecnología aplicada al arte en Nueva York, y soy un migrante y crecí en una zona rural cerca de la fronte ra norte, y leí a Derrida y a Garcilaso y a Stan Lee y tengo internet: afrontar el arte de otro modo me pa recería una impostura. –¿Qué de la aventura, qué de la planeación?
No hay aventura que valga la pena que no lleve implícito un desengaño: vivo desengañándome. De chavo (estaba leyendo a Byron) creí que la ex periencia más profunda sería cruzar a nado un tre cho de Isla Mujeres: desde El Farito hasta Playa Pescadores. Luego no: casarse tantas veces como Liz Taylor. Lo intenté pero no: mejor beber vodka y aspirar cocaína hasta llegar arrastrándome a la puerta del hospital. Todo eso se volvió rutinario, aburridísimo, y yo aún no llegaba a los treinta y cinco. Ahora llevo seis años viviendo con Mónica. Tenemos un hijo de dos con quien leo The Infinity Guantelet mientras reciclo la basura. Estoy en lo que estoy porque en este momento me hace feliz, no porque sea lo correcto. Siguiendo esta premáti ca, escribo sin un plan preconcebido, pero corrijo
muchísimo, obsesivamente, a diario: procurando que los textos se contagien menos de la aventura y más del desengaño. –¿Cómo ocurrió que eres o cómo se te ocurrió ser escritor?
–Crecí descalzo y siempre quise tener una banda de rock. Y un día la tuve: Los Tigres de Borges. Pero esto sucedió cuando yo ya tenía treinta años. Antes no me alcanzaba la vida ni para guitarras eléctricas ni para amigos: todo lo que tuve fueron libros. Eso, creo, explica algo. –Eres un poeta reconocido y, más, popular –y mucho entre los jóvenes.
–Percibo tres ámbitos que me acercan, para bien y para mal, con escritores y lectores más jóvenes que yo. Uno, tal vez superficial, es la reiteración de cier tos temas: la cultura pop mezclada con la tradición, el arte conceptual, el sexo, las drogas. Otro, el uso de ciertas estructuras semióticas: hago videopoemas, compongo música y poesía sonora, escribo mucho para la web. Pero sobre todo nos tocó una relación intergeneracional más fácil, menos vertical: entre las muchas cosas que la megainformación ha empeque ñecido se cuenta la diferencia de edades. –Liberal y desparpajado pero estudioso, gustas de la formación de otros, de la versátil convivencia…
–Tengo más amigos de los que puedo atender (lo cual, viéndolo bien, es una descortesía). Amo la so ledad de la literatura pero también la zona cívica y pasional que es la conversación en torno a la litera tura (de preferencia aderezada con alcohol). Aunque últimamente no vivo tan así: me he vuelto un poco huraño. Entre septiembre de 2009 y agosto de 2010 quedé perfectamente huérfano. Supongo que estoy terminando de cerrar esa cajita. –Y has sido funcionario cultural.
–Freelanceo. Cuando era funcionario hice algunos proyectos de los que me siento orgulloso: publiqué, por ejemplo, la opera prima de escritores como Carlos Manuel Velázquez o Luis Jorge Boone. Sería hipócri ta decir que padecí. Eso sí: ganaba poco, mucho me nos que ahora. Lo más difícil fue convivir a diario con algunas de las personas más estúpidas que conozco.
Actualmente, claro, algunas de esas personas son funcionarios de alto nivel. –Extrovertido, afable, comunicativo y muy claro, directo… ¿Algún problema en la vida literaria con eso?
–No me quejo: el que se lleva se aguanta. Conozco el in-sight de un par de premios que me fueron ne gados por expresa vendetta y me han acusado de ruin dades (bajarle la novia a un amigo) que son ciertas, y de heroísmos (ser homosexual) que no lo son. Pero no pasa nada: no hubo muertos ni heridos. Mis seña lamientos nunca son personales: respeto la vida pri vada de los escritores a los que critico. Incluso la de aquellos que no respetan la mía. –¿A quiénes, en el sentido de la lectura, considerarías tus maestros?
–Mis maestros de lectura presencial: Jesús de León, Sergio Cordero, Rafael Ramírez Heredia, Da vid Huerta, José Eugenio Sánchez, Eduardo Milán. Y a distancia: Rabelais, Villon, Swift, Wilde, Steven son, Quevedo, Eliot, Pound, Joyce, Hemingway, Wi lliam Burroughs, John Ashbery… –¿Cuál fue el primer libro de poesía que leíste, cuál lees por estos días?
–El primero, algo así como una antología: el tomo número 13 de la Nueva Enciclopedia Temática. Leo aho ra (en pdf) Edge, de Bruce Andrews y Un país imaginario, antología inédita de poesía hispanoamericana compilada por Maurizio Medo. –¿Influencias actuales?
–En este momento es un documento pictográfico náhuatl: la Tira de la peregrinación. Y quizá Tablada. Y quizá un videoasta llamado Gary Hill. –Pregunta que no debe hacerse: ¿por qué escribes?
–Un día alguien me dijo: “es muy fácil: si puedes vivir sin escribir, no escribas”. Yo le creí. –¿Te consideras más poeta de lecturas que vital?
–Todavía no logro establecer esa diferencia. Estoy convencido de que la muerte de mi madre fue una pieza lírica (con pies métricos y todo). Estoy conven cido de que las cosas que le pasaron a Jim en La isla del tesoro me sucedieron a mí •
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Dickens y la esperanza
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Ricardo Guzmán Wolffer
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A Erika
n el aniversario de Charles Dickens hay mo tivo de sobra para establecer la importancia de este autor. Creador de muchas novelas memorables, varias de lectura obligatoria para cualquiera que pretenda conocer un poco de literatura, en las que el registro au toral puede ir de lo épico a lo humorístico, de lo infantil aparente a lo solemne, y las creacio nes no dejarán de tener coherencia interna ni per sonajes destacables. Vale la pena hacer un recuen to de la célebre novela Grandes esperanzas. La anécdota es más o menos sencilla y se antoja bastante cercana al contexto mexicano. El huérfano Pip (llamado así por ser la forma en que pronunciaba su nombre), vive con su hermana y su cuñado. Cono ce a un viejo convicto prófugo, quien lo obliga a ayu darlo hasta que es detenido por estar peleando con otro reo. Pip es enviado con la adinerada señorita Havisham, la cual le paga a la hermana de Pip (quien cree que el roce social será la gran oportunidad para Pip) para que el niño entretenga a Estella, entenada de la Havisham. Allí él se enamora de la cruel Estella. Pip piensa que si fuera un caballero sería digno del amor de ella. Después, cuando Pip está siendo entre nado para ser herrero, gracias a la intervención de un benefactor anónimo se va a vivir a Londres para ser educado como el caballero en que desea convertirse. Pip supone que su benefactor es la señorita Havis ham. Al cumplir veintiún años Pip recibe una fortu na. Una noche, Pip es visitado por el convicto que conociera en su niñez, a quien termina por recono cer como su bienhechor. El delincuente es detenido cuando intenta escapar de la amenaza del reo con quien luchara años antes, a quien mata en la captura. El preso es sentenciado a muerte, pero no es ejecuta do. Pip regresa a su pueblo, va a la antigua casa de la señorita Havisham, donde se topa con Estella, ahora viuda, quien casualmente está en la finca donde se conocieran en su infancia: ella va para despedirse de la última posesión que le queda, antes de que sea demolida para construir. El cierre de la novela tiene varias interpretaciones, pues aunque Dickens nos hace ver que Estella y Pip se han encontrado y que serán amigos para siempre “aunque vivamos distan ciados”, dice ella, el hecho de que el libro cierra con
la certeza de Pip de que no perderá de nuevo a Estella puede llevar a establecer que en él sólo hay esperan za, pero que igual ella es capaz de jugarle una nueva mala pasada. Cuando Pip habla de esa falta de temor a perderla, parece estarse convenciendo a sí mis mo, una vez más, de que ahora sí no se le irá la mujer amada. Es un final que debe analizarse en el contex to histórico victoriano en que Dickens escribe: la unión es más anímica que carnal, no hace falta la con sumación de los cuerpos para que la pareja se sienta unida. Como sucede a lo largo de la novela, donde ella se entretiene con crueldad besándolo cada tan to para luego dejarlo con la libido prendida, y que nunca le apaga, por cierto. Lo cual parece extensi vo al cuñado, Joe Gárgery, quien padece el mal hu mor de la hermana de Pip casi como si fuera un hijo más de esta inicial figura impositiva, la que parece haber obligado a Joe a casarse con ella, según opina Pip al inicio del libro. Es destacable que los tres prin cipales personajes femeninos sean agresivos, man dones y resentidos. Uno podría elucubrar sobre el hecho de que el niño Pip se forma acostumbrado al maltrato físico y emocional por parte de la hermana (cuando Pip regresa de estar con el dúo femenil, la hermana lo “sopapea en la nuca y en salva sea la par te”, como si con esto último lo castigara para hacerle entender que de sexo con la clase alta nada de nada), y ello explicaría la necia atracción que tiene hacia Estella, pues simplemente repite el patrón estableci do a jalones y varazos con la hermana, quien de por sí sustituye a la figura materna en Pip, acostumbrado a expresarse entre empujones y amenazas. Quizá por ello logra formar un puente empático con el convicto, al que aparentemente auxilia por las intimidaciones, pero también por un dejo de bondad infantil que in mediatamente retribuye el reo al ser detenido, pues aclara que ha sido él quien se ha robado la comida que le llevaba Pip. Con tal material era difícil que no se hicieran pe lículas. La más reciente es la dirigida por Alfonso Cuarón en 1998, pero entre las restantes podría de cirse que la hecha en 1946 por David Lean se apega más a la idea, a las descripciones y, por supuesto, a la época original del libro. Aunque el forzado final feliz modifica el sentido del libro. Destacan los jóvenes intérpretes Alecc Guinness y Jean Simmons, aunque el Pip desarrollado por John Mills es eficaz; el con victo Magwitch actuado por Finlay Currie resulta igual o mejor que el trabajo de Robert De Niro en 1998. Los alcances de cualquier novela son mayores
en la mente del lector que la película basada en aqué lla, y para quienes el texto de Dickens logra tocar fi bras personales siempre faltarán partes de la novela en detalles cinematográficos; sin embargo, el filme de Lean perdura por el impacto visual y la ambien tación, con todo y el cambio de final. Ello cuando se hace la comparación entre literatura y cine, pues la obra de Cuarón tiene variantes y omisiones que la alejan del texto de Dickens: de entrada, cambiar el país de la trama modifica el sentido de los persona jes, pues los habitantes contemporáneos de los pan tanos sureños estadunidenses tienen muy poca rela ción con las tierras empantanadas de la Inglaterra victoriana. Anne Bancroft como Havisham resulta de más edad que el personaje originario y no muere en llamas. Y la idea de ser pintor en Nueva York, equi parado a ser caballero victoriano, es más que opina ble. Pero si se valora como una obra aparte, sin pre tensiones de interpretar directamente la novela de Dickens, tales objeciones salen sobrando. Quizá el rasgo que hace vigente a esta novela es, como bien lo indica el título, que habla de un anhelo humano esencial: la búsqueda de lo deseado, la ne cesidad de tener una esperanza para vivir, la que cada quien desea, pero que todos necesitamos pa ra sentirnos vivos. ¿Qué sería de nadie si no pensara obtener algo para satisfacer su alma y su corazón? Esa esperanza se encarna en Pip (y en consecuencia en el lector: el hecho de que la novela esté narrada en primera persona acentúa la conexión del lector con el personaje; hay una empatía inconsciente), pues el niño que crece desvalido y huérfano sin duda es el personaje ideal para mostrar su personal lucha por conseguir su anhelo amoroso. El lector desea que Pip obtenga lo que busca, o que acepte que no lo tendrá, pues se ve a sí mismo en ese afán generalizado de que nuestras esperanzas se cumplan. En el presente caso (autor del siglo xix , y en consecuencia con una carga de romanticismo, que por cierto era bastante taqui llera: la novela se publicó por entregas de diciem bre de 1860 a agosto de 1861 y fue uno más de los éxitos de Dickens) ese anhelo es el de ser amado por la mujer que encarna el ideal personal y de quien se enamora a primera vista. A pesar de que en la novela se da más nota de los rasgos de carácter de Estella en cuanto que a Pip le parece educada y hermosa, puede suponerse un trasfondo de Pip como aspirante social (la hermana no oculta tal intención). Dickens gusta ba de mostrar las diferencias de las clases sociales (en Los papeles póstumos del Club Pickwick lo hace con una
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En la novela se desarrolla una más de las esperanzas generalizadas: que sufra quien nos rechazó y que termine por valorarnos
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mofa despiadada), pero aquí lo logra como un sub texto que resulta eficaz, pues llega a ese clásico mexi cano cinematográfico, donde Nosotros los pobres se diferencia de Ustedes los ricos, y en el fondo hay una envidia de clase: cuando Pip va al panteón en su ni ñez, la parece que si se aludiera en las lápidas de sus
parientes con la frase “más abajo”, Pip habría tenido un mal concepto de ellos. Como si el estar “más aba jo” sólo pudiera referirse a la escala social. Para Dic kens, en una sociedad victoriana donde el poderío mundial llevaba a las clases sociales inglesas a tener opciones de movilidad, no era raro entender que un huérfano de pocos recursos (antes de recibir la edu cación y la fortuna del mecenas anónimo apenas po día desear ser herrero, como el cuñado, casi un her mano postizo) aspirara a ser el amor de una guapetona adinerada como Estella, quien paga muy caro su pecado de hacer infelices a los hombres (en un claro alter ego de su tía Havisham, quien la ha edu cado para tales fines) y corrobora una vez más que sufre más el victimario que la víctima, al menos en negocios del amor. Habrá que añadir que en la nove la se desarrolla una más de las esperanzas generali zadas: que sufra quien nos rechazó y que termine por valorarnos (como dice Estella que le ha sucedido con Pip; si es que el lector puede llegar a creerle a Estella). La gran esperanza es la de realizar nuestros sue ños en nosotros mismos, o hacerlo a través de las
vidas en que influimos, en las que podemos gober nar. Si el título es en plural, es porque cada persona je lleva su propia gran esperanza. En la novela se dan los dos polos principales: el del amor (Pip ama y bus ca afanosamente a Estella, quien con pleno dolo se dedica a rechazarlo en un peculiar juego del gato y el ratón) y el del odio (la señorita Havisham odia a to dos los hombres, pero como es incapaz de salir al sol –al amor: los rayos del sol son la metáfora perfecta para el amor‒ vive en Estella la ejecución de esa ven ganza personal al haber sido burlada en el altar). Pero quizá la máxima esperanza en la novela es la del convicto que obliga a Pip a ayudarlo en su niñez, pues aunque en el reo es clara la vena salvaje y vio lenta, así como que tiene una deuda con esa sociedad victoriana tan proclive al castigo ejemplar, sin em bargo, como buen romántico del siglo xix y persona je de Dickens, el hampón en el fondo de su corazón quiere reivindicarse y para hacerlo devuelve la ayu da brindada por Pip (con todo y la amenaza, Pip ter mina ayudándolo de buen modo, incluso preocu pado por saber si la comida llevada al reo es de su agrado), aunque le ofrece sólo lo que puede (la edu cación y la condición social de caballero) y lo pone en aptitud de aspirar a la mujer que Pip siempre ha que rido. El criminal se redime ante sus propios ojos y logra ser el único personaje que, al menos en su in tención y aspiraciones, hace realidad su gran es peranza porque ve materializada la ayuda. Es claro que el delincuente no puede lograr que Estella le haga caso a Pip, pero le da a éste las herramientas para que siga en su intento vano. El personaje central dramático es, sin embargo, la pobre Estella, pues tiene una vida manejada por su tía, quien la ha instruido para hacer sufrir a cuanto hombre se le atraviese, y se le veda así la opción de acceder al amor verdadero: recibe una amputación anímica y queda impedida para ir más allá de con seguir un hombre rico que le asegure una vida aco modada. Estella es la única que no tiene aspiraciones propias y pierde la vida en ser el títere anímico de la tía. Peor aún, al final del texto, cuando está con Pip en ese final ambivalente, ella acepta que ha sufrido y confía en que ese dolor haya hecho de ella una me jor persona. Más que una esperanza, es una resigna ción. Al menos Pip, en su larguísimo caminar, ve al final una certeza (inútil, por cierto, pues queda cla ro que ni siquiera compartirá población con Estella) de que ella será su amiga por siempre y le da felici dad, pero a Estella no, acaso un consuelo sobre todo lo que ha sufrido, precisamente por haber sido vacia da en sus sentimientos. La novela de Dickens funciona, además, por la construcción del texto, donde a la trama central se van agregando subtextos y personajes muy logrados. Por si fuera poco, no desaprovecha la oportunidad de hablar mal de los abogados. Jaggers, el represen tante legal del benefactor anónimo, demuestra ser un peculiar y nada simpático litigante: insulta a to dos y no le gusta que sus expresiones sean entendi bles, lo cual “no es cosa personal, sino profesional”. Dickens sigue vivo y a nuestro alcance •
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leer Última espera, Orlando Ortiz, uam ,
México, 2011.
CALIDAD Y CONTRAPELO ANTONIO SORIA
Entre demasiados otros despropósitos, los usos y costumbres de nuestra más que variopinta República de las Letras dictan uno particularmente injusto y enojoso: que no importa cuán buena sea la obra de un autor –vista pieza por pieza o en conjunto–, cuán irreprochable su escritura –en forma y fondo–, si dicho autor no adquiere y paga su cuota mediática –costo que suele llevar aparejados precios que, cuando se apoquinan, dan desdoro e incluso ignominia–; si el autor no se hunde hasta los codos en la rebatinga innoble de certámenes, concursos y toda suerte de pujas que dan (putrefacto) cuerpo a la malhadada premiolitis invadidos de la cual ciertos (demasiados) escritores quizá ni siquiera lo serían… Si, en fin, decide no entrarle con su cuerno al jueguito ése tan antiliterario consistente en buscar la fama (y buenas chambas) encaramándose en la literatura, dicho autor pareciera destinado a pasarle de noche ya no se diga al público lector masivo –en caso de que pueda demostrarse su mexicana existencia–, sino también al que a sí mismo se tiene por buen lector, donde el adjetivo signifique asiduo, enterado, conocedor, acucioso, exigente. Algo así puede afirmarse del tamaulipeco Orlando Ortiz, quien hace cuarenta y cuatro años –a sus veintitrés– publicó En caso de duda, primera novela que sería sucedida por un opus diverso en el que dialogan y se complementan varios géneros: cuento, relato, crónica, ensayo; obra que incluye volúmenes absolutamente referenciales –verbigracia Jueves de Corpus, tempranísimo análisis/denuncia del halconazo de 1971–, lo mismo que otros de verdad modélicos en cuanto a riqueza investigativa –como Diré adiós a los señores, mirada a fondo a la vida cotidiana del siglo xix en México–, y tanto en éstos como en el abundante resto, lo que el lector encuentra es una combinación, poco usual en nuestro medio, de cualidades como rigor, eficiencia y gozo idiomáticos que, a diferencia de lo que sucede en otras plumas, no son un propósito en sí mismos sino un medio para acceder a un cometido más alto. No es apología ni mucho menos guayabazo: que lo confirmen quienes han leído Cuestión de calibres, Secuelas o Miscelánea cruel, o los exigentes lectores de libros infantiles, para quienes Ortiz ha publicado, entre otros, Carnaval macabro y ¡Ay, qué vida tan chaparra! Sucede que, para mal o para bien, al autor de Crónica de las Huastecas y Búsquedas nunca le ha dado por ponerse a tiro de reflector, y si por otro lado tampoco puede decirse de él que viva ninguna especie de anonimato, no deja de ser cierto que la calidad de su pro-
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ducción literaria lo ubica –tiempo al tiempo– antes y arriba de buen número de autores de relumbrón mediático. Los cuarenta y seis relatos breves que integran Última espera son el testimonio más reciente de todo lo antedicho, así como de una postura que el propio autor siempre ha sostenido: que lo suyo no es el uso de las palabras con propósitos meramente esteticistas; que no se trata de sólo escribir bien y, menos que menos, “bonito”, sino de conseguir que la palabra suscite, despierte, mueva las emociones de quien la recibe. Entre las primeras inquietudes que remueve Última espera está una que ya otros libros de Ortiz han provocado: ¿relatos independientes o novela fragmentaria? Ambas cosas, posiblemente, si se dejan de lado las categorizaciones a rajatabla, lo cual permite concentrarse en algo de mayor interés que la mera y tantas veces inane clasificación por géneros: los temas y la forma de abordarlos. La propuesta narrativa de Ortiz incluye –por necesidad y naturaleza, no por búsqueda deliberada– el recurso narrativo vanguardista de la hibridación genérica para contar historias y perfilar personajes que, de otro modo y en manos menos hábiles, acusarían tiesura o anquilosamiento. Aquí conviven la criminalidad –organizada y de la otra–, la venalidad policíaca –valga la redundancia con el tema precedente–, la exasperante burocracia cultural –crimen de lesa incultura–, así como aristas de la realidad menos tremendas o vistosas pero no por eso menos relevantes, como la irredimible soledad humana –mitigada sólo de a ratos–, la búsqueda, la conquista y la extinción del placer –banda sinfín sobre la cual se vive–, el placer en algunas de sus manifestaciones, el dolor en todas ellas, más un etcétera contado a varias voces, regidas todas por la de un narrador para quien el dominio pleno de la forma es apenas requisito para ocupar, siempre a contrapelo de las modas, los moderos y su fugacidad, un sitio propio en el panorama literario contemporáneo •
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El tiempo y lo imaginario, Adriana Yáñez Vilalta, fce ,
México, 2011.
CLARIDAD Y PUREZA DEL IDIOMA RAÚL OLVERA MIJARES
En la época actual existe una marcada tendencia en el ámbito filosófico internacional –no sólo en México– por los temas y métodos que dominan en el mundo anglosajón. La llamada corriente analítica, que arrancaría a partir de Russell, Whitehead y sus famosos Principia (1910-13), se ha atomizado en el análisis de los problemas relativos al lenguaje, por un lado y, por otro, en la formulación de cualquier constructo concebible, con base en los instrumentos exactos de la lógica simbólica. Si bien el historicismo y la estética han sido remplazados casi por completo, aún prevalecen y se toleran –por ventura– otras concepciones. Adriana Yáñez Vilalta (1954-2009) cursó estudios superiores de filosofía en la Universidad de París x Nanterre (1972-1974) y la Universidad Humboldt de Berlín (1978-1983); su formación básica comenzaría en el Liceo Franco Mexicano y la unam , hija de la escritora Maruxa Vilalta y del licenciado Gonzalo Yáñez, desde sus más tiernos años estuvo expuesta a un medio intelectual que privilegiaba la poesía, el teatro, el arte y el conocimiento de las lenguas extranjeras (además del francés y el alemán, lo cual resulta obvio por su formación, leía con fluidez el italiano, el catalán y el portugués). El tiempo y lo imaginario es una selección de ensayos que proceden en ocasiones de sus libros anteriores. El primero, Recordar es permanecer. Heidegger y Hölderlin, apareció en Homenaje a Ricardo Guerra ( unam , 2009). Ricardo Guerra Tejeda (1927-2007), filósofo y diplomático, era su marido, fundador del Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del estado de Morelos. A esa primera pieza le siguen siete más, que llevan por título El tiempo y lo imaginario; La búsqueda de la identidad. Imaginación, libertad y compromiso; La musa moderna; El compromiso; La muerte de Dios; Kant, y por último Bachelard: la poesía como intuición del instante. Ya por los títulos es posible reconstruir, a grandes rasgos, los autores y los enfoques del volumen. Poetas románticos y simbolistas franceses, como Gérard de Nerval y Charles Baudelaire, cuyos textos aparecen citados en el original no sin molestas erratas, fueron particular objeto de análisis. Filósofos alemanes como Immanuel Kant, Friedrich Wilhelm Nietzsche y Martin Heidegger vuelven una y otra vez en las citas no sin ciertas pecas. Gaston Bachelard, ese curioso pensador francés casi poeta, constituye el último autor abordado, a propósito de su libro La intuición del instante ( fce ,
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leer
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1999), donde pone en relación a Baudelaire, Edgar Allan Poe e incluso Heidegger. El estilo de la autora es solvente y bien meditado. El oficio –también de poeta– sale a relucir a cada instante. La sabia formulación y contundente construcción de las frases hacen de esta obra una lectura de provecho, no sólo para los entendidos en filosofía alemana y literatura francesa, sino para todos aquellos que aman la claridad y la pureza del idioma en que se hallan redactados los breves y enjundiosos textos •
Morir más de una vez, Álvaro Uribe, Tusquets, México, 2011.
VIDAS IMAGINARIAS DE ÁLVARO URIBE MIGUEL BARBERENA
El punto de partida de la nueva novela de Álvaro Uribe (México D.F., 1953), Morir más de una vez, es el cáncer de pulmón que se le diagnosticó en 2008. “Creí que iba a morir”, confiesa desde las primeras páginas, pero el tratamiento ‒extirpación de medio pulmón, quimioterapia‒ fue exitoso. Uribe sobrevivió para escribir la más íntima y memoriosa de sus novelas. El autor se desdobla en varios “yo” para narrar su biografía no/velada. Se inspira en sus lecturas del escritor francés Marcel Schwob, autor de Vidas imaginarias, para narrar sus propias vidas imaginarias. Recurre también a la famosa cita de Arthur
Rimbaud “Je est un autre” (“Yo es otro”) para explicar el sentido de su novela. Porque Álvaro es “yo” y también sus otros “yo”: “Manuel Artigas”, un autor que ha escrito algunos libros bajo el seudónimo de “Álvaro Uribe”; también “Alberto Urquidi”, joven estudiante de La Sorbona en los años setenta, que será después consejero cultural de la embajada de México en Francia. De esa forma el autor recuerda, inventa, fabula. La novela gira en torno al “yo” que narra su vida y la de sus amigos durante los años bohemios del departamento en la rue Bonaparte: está “José Juan”, un pintor mexicano de brocha gorda (o “muralista monocromático”) al que le es concedida una segunda oportunidad tras caer de un tercer piso; también “Pierre-Luc” (o Pierlucas), un debutante cineasta franco-mexicano que anhela filmar el milagro de José Juan; “Josefina” ‒o “Joséphine”‒, una novia de juventud que pudo o no haber acabado de clocharde en las calles del Barrio Latino. Otra historia es la de “Gabrielle Anghelotti”, una traductora de la embajada de México en París, cincuentona pero todavía deslumbrante, como es manera de las francesas: inteligente, bella, intelectual. Había servido a los embajadores Torres Bodet, Octavio Paz y Carlos Fuentes, además de tener contacto con escritores y artistas como el pintor Juan Gris o el “pope” del surrealismo André Breton. Había escrito el borrador de una novela titulada La ballena azul. Ese manuscrito y un viejo retrato de Gabrielle en el Jardín de Luxemburgo son los misterios que irá descubriendo el otro “yo” narrador. La última historia es la de “Saúl”, un pintor mexicano en París, con una desaforada vida erótica. Hasta que se enamora de “Nadine”, al extremo de vivir con ella y prácticamente adoptar a su hija regordeta, “Nadia”. Obviamente, llega el momento en que el mexicano las abandona y vuelve a su país. Años después, regresa a París donde se reencuentra con la pequeña Nadia, ahora ya hecha toda una mujer. Sobra decir el resto… Francófilo y afrancesado (que no es lo mismo), Álvaro Uribe ha escrito por fin su novela francesa. Morir más de una vez trata de su educación sentimental e intelectual en París, su Rayuela personal. Parte del interés del libro son los paseos que ofrece por los más diversos barrios y lugares de la capital de Francia, con descripciones que sólo un verdadero conocedor puede plasmar, como “uno de esos días típicos del otoño parisiense en que las nubes inquietas se deslizan tan cerca de la tierra que todo el mundo camina con la cabeza gacha para no toparse con ellas.” Tras sus roces reales y ficticios con la muerte, Uribe se compara con el personaje de la película Fearless (encarnado por Jeff Bridges), que después de sobrevivir a un mortífero accidente aéreo pierde el miedo a morir (más de una vez) •
EL ALMA RUSA EN LATINOAMÉRICA Jorge Bustamante
Poema del pensamiento, Andréi Platónov
El hombre que fue Drácula, Roberto Coria/Vicente Quirarte/ Eduardo Ruiz Saviñón/Hugo Gutiérrez Vega/Víctor Grovas, Libros de Godot, México, 2012.
Esta es la segunda edición –la primera fue publicada en 2007– de un volumen cuya riqueza radica, en buena medida, en su vocación colectiva. La pieza central, que da título al libro, es la obra en dos actos emanada de la pluma de Coria; la edición literaria corre a cargo de Quirarte, de conocido fervor por el personaje creado por Stoker; la edición teatral es responsabilidad del director Ruiz Saviñón, y los textos del propio Quirarte, de Gutiérrez Vega y de Grovas complementan y amplifican el sentido de esta obra peculiar, que fue montada por primera vez en 2007.
In memoriam Guillermo Fernández (1934-2012) La redacción de este suplemento comparte el dolor y la indignación ocasionados por la muerte atroz del gran traductor y maestro de maestros jalisciense.
próximo número
Cabrera Infante y el cine jsemanal@jornada.com.mx
Llamo al voto útil Supongo que el solo enunciado le puso los pelos de punta a muchos que, de inmediato, se remitieron doce años atrás, cuando este tipo de voto llevó al pan a la Presidencia. En aquel entonces,“lo útil” era sacar al pri de la Presidencia. Las encuestas no eran del todo favorables para el prd, de ahí que quien deseaba que el pri pasara a la historia, considerara que votar por el pan era el único camino de lograr el objetivo. Se soslayó la filiación ideológica y política de este partido, y quienes sabían un poco de historia justificaron su voto evocando los planteamientos originales de Gómez Morín. El voto útil devino en inútil, porque se quitaron unas siglas pero las nuevas no solucionaron los problemas del país y (no entraremos en las circunstancias, que desde luego han sido determinantes) sus personajes mostraron incapacidad, falta de horizontes y de perspectivas, además de torpeza y soberbia. Hagamos un poco de memoria. Desde el período de Miguel de la Madrid, podríamos decir que se inició el deslizamiento hacia la aplicación de una política neoliberal que complicó muchísimo el estado de cosas, haciendo retroceder las políticas de carácter social en beneficio del capital. Los problemas del campo mexicano se hicieron de lado, porque los artífices de la nueva política consideraron que ya éramos un país urbano y la producción de alimentos no era prioritaria porque, al fin y al cabo, como productores de petróleo tendríamos dinero suficiente para comprar los alimentos en el extranjero. ¿Y los campesinos? O bien se podían trasladar a la ciudad para trabajar como albañiles, jardineros, diableros, limpiaparabrisas (también de precaristas, aunque éste no sea trabajo) o quedarse en sus tierras y esperar a que les mandaran dinero los hijos que se habían ido a Estados Unidos. El ejido y las formas ejidales de producción virtualmente desaparecieron, se les llevó a modelos “civilizados”. Al grado que en la actualidad a los ejidos y los ejidatarios se les ve como piezas de museo, que incluso son incapaces de producir para autosubsistencia. Otros han rentado sus tierras, las han vendido –gracias a las reformas de ley que se realizaron en tiempos de Salinas de Gortari, que los hizo “propietarios” en lugar de sólo usufructuarios– o las tienen abandonadas por falta de recursos e insumos para trabajarlas; incluso me temo que algunos ya han olvidado cómo se siembra una parcela, y lo que es peor, sus descendientes no aprendieron a hacerlo porque ya no les tocó ayudar a los padres. Los que trabajan en el campo estadunidense, lo hacen cosechando, u operando tractores e implementos que han mecanizado los trabajos del campo. Están acostumbrados a sembrar grandes extensiones de tierra, con máquinas enormes, y utilizarlas para trabajar una parcelita de tres hectáreas sería absurdo, equivalente a utilizar un cañón para matar un mosquito. Conste que no estoy señalando lo anterior como los “logros panistas”, pues son cosas que se iniciaron desde antes, podría decirse, desde que, según López Portillo, debíamos olvidarnos de la pobreza y prepararnos para administrar la riqueza, porque teníamos petróleo para dar y regalar. Por el lado de los obreros, las cosas no fueron muy diferentes. Se continuó la corporativización de los sindicatos, dirigidos por líderes corruptos, que dejaron pasar reformas a la ley del trabajo que echaron abajo anteriores conquistas de los trabajadores, lo cual repercutió en un deterioro del salario, desempleo, retroceso en las condiciones laborales, etcétera. A la clase media no le fue mejor. Y todo eso porque, según
datos recientes, “sólo 11 empresarios poseen la mitad del ingreso anual de todos los mexicanos”. Quienes en 2000 se fueron por la vía del voto útil, dejando a un lado sus convicciones ideológicas o simples simpatías, en esta ocasión deberían hacer lo mismo, decidirse por el voto útil, mas ahora por la opción a la que no le han dado oportunidad de demostrar si puede o no remediar los males del país que han azotado a los mexicanos en los últimos años: deterioro del poder adquisitivo del salario, desempleo, inseguridad, corrupción en todos los niveles de los tres poderes, corrupción sindical, “anorexia educativa”, capacidad diferente (porque ya no es correcto ni bien visto hablar de discapacidad) agropecuaria. Quizá piensen resistirse a hacerlo, argumentando que lo indicado será el voto blanco. Lo malo es que de acuerdo con las reglas, un voto blanco, en la actualidad, es un voto que anularán los que realicen el cómputo en las casillas. Por eso, insisto, el voto útil es la opción •
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Ana García Bergua Invocación de Eloísa No estoy muy segura de no haber soñado esta novela mientras la leía, tan dúctil y porosa es desde el principio, que la realidad, el sueño, la fantasía y el acto mismo de leer se confunden. Desde el principio, el narrador zacatecano Gonzalo Lizardo (1965) logra que el contrato de fe que todo escritor suscribe con sus lectores salte todos los trámites. No hay mediación, no hay puentes, y el lector se entrega, si bien un poco temeroso de que el asunto vaya por el lado de un manido realismo mágico, pero no es así. Lo del contrato de fe es importante, porque el símbolo que permea el libro todo el tiempo –el río, los peces– representa la fe en la tradición cristiana y básicamente de ella nos habla esta novela: del amor que es un acto de fe; de las primeras experiencias eróticas, que también lo son, y de la lectura que es otro acto de fe, quizá el más radical de todos. Una narración desaparece cuando el lector deja de creer en lo que le está contando, y la entrega que pide Invocación de Eloísa ( era , 2012) es una entrega activa, diríamos acuática, capaz de saltar entre realidades distintas y superpuestas. Invocación de Eloísa habla del rito de paso que supone la entrada en la adolescencia; de la inocencia al conocimiento del placer; de la credulidad beata al conocimiento del mundo y sus abismos de placer y dolor. El niño que cuenta la historia en primera persona, un niño sin nombre, sabio en invocaciones y advocaciones, es el invocado, el llamado –quizá por eso la de del título– por esta hechicera Eloísa, hija y mujer del río, que lo obligará a trasponer los umbrales del cuerpo, el hogar paterno y las rígidas reglas de una religión hipócrita y desde siempre violenta. En este aspecto, el libro se ancla en una realidad profunda y universal que a todos nos es común. Los amigos se entregan al eros y se pierden en el río, pero de este niño se espera algo más, una conversión que le da ciertos poderes y que a la vez es una suerte de renuncia inversamente fáustica. Así, al fetichismo de la fe religiosa pura, la novela contrapone la entrega del amor erótico, más honesto, más fuerte y, a la vez, en cierto sentido, más puro y profundo que el amor al Dios eclesiástico, cruel, violento y egoísta. Sin embargo, el amor erótico como ritual de paso de un lado hacia el otro, como señalaría Lizardo en la novela –del lado de la cotidianidad al de la trascendencia–, también tiene sus exigencias; diviniza y demoniza también, y es difícil salir de él. Las truculencias eclesiásticas para lograr la fe –las admoniciones, los castigos, los santos de palo– intervienen en Invocación de Eloísa como una especie de utilería desmontable, elementos que bailan y se mueven en esta historia donde el erotismo logra sobradamente los milagros de la religión: la transubstanciación, la magia, el sacrificio. Ese eros que, al igual que todas las religiones, tiene sus lados oscuros, sus aquelarres y sus abismos. Es muy lúcido el juego entre el mundo de autómatas fabricados por el padre de Eloísa y los muñecos que representan santos (santa Águeda que se vuelve a colocar los senos cercenados y dispuestos en una charola, como la cabeza de san Juan Bautista; un vestido de novia hecho de velos, como el de la herética Salomé), pues extiende las posibilidades de combinación estética entre los símbolos, dándoles la provinciana inocencia de un juego de lotería y a la vez el cariz mágico, mórbido y
PASO A RETIRARME
Orlando Ortiz
PROSA-ISMOS
arte y pensamiento ........
fetichista de las partes cercenadas que tanto agradan, por otra parte, a la Iglesia. Así, Lizardo logra una curiosa convivencia entre la inocencia provinciana y los abismos, sin perder ligereza. Hablaba al principio de una cercanía con el realismo mágico, en el sentido en que la prosa avanza y se pierde con fluidez y naturalidad entre todos los mundos presentados y sugeridos por esta sorprendente novela. Sin embargo, el simbolismo que la habita le da una profundidad de la que carece mucha literatura imitativa escrita en aquel estilo; Invocación de Eloísa es más cercana a la poesía y a la música de los rituales. El hecho de que esta música se entrevere con el habla coloquial de unos muchachos la vuelve, por no encontrar otra palabra, sabrosa de leer y de gustar y también muy inquietante. Invocación de Eloísa tiene el ritmo y la amenidad de las novelas juveniles de aventuras, por su héroe que cruza de una dimensión a otra soñada y en aquel tránsito arriesga la vida y el alma. Al igual que él, uno sale de esta lectura poseído y perversamente satisfecho •
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........ arte y pensamiento
Alonso Arreola alarreo@yahoo.com
De abril a mayo con Patti Smith y Bob Dylan Cada primavera decimos lo mismo, pero ahora sí parece que romperemos récord. Es de no creerse la cantidad de conciertos que se nos viene encima. Y bueno, por un lado nos hace feliz que la cartelera se inflame, pero también nos preocupa la sobreexplotación de nuestro presupuesto, poco preparado para semejante alud sonoro. Con una competencia naciente que parece enfrentar como nunca al gigante Ocesa en diversos géneros y foros (nos referimos, entre otras, a la Arena Ciudad de México de la compañía Zignia, y al Pepsi Center wtc ), el melómano chilango verá los próximos abril y mayo una oferta comercial a la que se sumarán festivales como el de Ciudad de México con propuestas más gourmet, por decirlo de alguna manera. Sólo en abril ocurrirán cinco conciertos que se antojan: Mark Lanegan (exScreaming Trees) estará en el Plaza Condesa el día 9; Noel Gallagher (exOasis) en el Metropólitan los días 10 y 11; mgmt en el Palacio de los Deportes el 11, y Steven Wilson (líder de Porcupine Tree) en el Metropólitan, el 13. De estos nombres destaca Gallagher cuya última producción, High Flying Birds, reseñamos positivamente hace meses. Asimismo, la visita de Lanegan luce atractiva, pues más allá de sus colaboraciones y paso por Queens of the Stone Age ha desarrollado una interesante carrera solista. Verbigracia: el nuevecito Blues Funeral, un poderoso estatuto que lo sitúa al lado del más afectado Tom Waits. Finalmente están mgmt y Wilson, quienes han venido en numerosas ocasiones. Ambos proyectos poseen calidad probada, pero sus discos recientes no nos motivan tanto. En mayo quien se lleva las palmas es el fmx. Bajo su auspicio sonarán Patti Smith en el Museo Anahuacalli el día 5; el Cuarteto Balanescu en el Palacio de Bellas Artes el 12, y Antony (el de los Johnsons) con la Orquesta Filarmónica de Ciudad de México (ofcm) en el Teatro de la Ciudad el 19. Sobre la primera, Patti Smith, se podrían decir har tas cosas. Nacida en Chicago hace sesenta y cinco años, de su pluma han salido poemas importantes para la historia de ese rock primigenio que veía en la rebeldía un impulso real, no una moda. Andrógina, desaliñada, amante de la poesía beat y de los “malditos” franceses, otrora asidua al cbgb neoyorquino, Smith le debe mucho a Bob Dylan, pero también a géneros como el free jazz y el avant garde radical. Por su lado, el británico-californiano Antony vendrá para sumar su frágil y afectada voz a la conducción que José Areán hará de la ofcm . Esto se imagina sublime por la capacidad escénica del cantante, porque hará una selección de sus mejores piezas y, lo confesamos, por el cover que ha estado interpretando de la rola pop “Crazy In Love” original de Beyoncé. Ese tema, arreglado para orquesta y bajo su influjo, es un ejemplo brillante de dislocación semántica, de lo mucho que hay todavía por hacer en el mundo del crossover (cruce de géneros). Del cuarteto rumano Balanescu (1987) podemos exaltar su repertorio. Vendrán ejecutando, en dos foros distintos (Bellas Artes y Sala Nezahualcóyolt), composiciones de Arvo Pärt, Kraftwerk, Michael Nyman, Giya Kancheli y el propio Alexander Balanescu, su fundador. Pero hay más. También en mayo pisarán nuestros escenarios The Kooks (Plaza Condesa, 5 y 6), Bob Dylan (Pepsi Center wtc, días 11 y 12), Radiohead (Foro Sol, 17 y 18), Anthrax (José Cuervo Salón, 18), Maceo Parker (Plaza Condesa 20), Les Luthiers (Auditorio Nacional, 20, 21 y 22), Brad Mehldau Trio (Lunario, 23), The Rapture (José Cuervo Salón, 26), Roger Waters (Foro Sol, 27 y 28) y Teresa Salgueiro (Plaza Condesa, 29), entre
otros. Claro, debemos subrayar que Dylan regresa a México para fortalecer un foro de la colonia Nápoles del que aún no se sabe mucho pero que ofrecerá asiento para casi 8 mil personas. Cargado de críticas por sus últimos trabajos discográficos (uno navideño y uno en vivo), por su errático repertorio en concierto y una voz cada vez más rota, su presencia sigue causando excitación pues, como en el caso de Patti Smith, se trata de un icono a cuyo pasado se debe respeto. Además, los anteriores álbumes Modern Times (2006) y Together Through Life (2009) tienen piezas realmente notables. Así, pues, nos ahorramos lo obvio –el valor de nuevas visitas de Roger Waters y los liderados por Thom Yorke (Radiohead)– señalando con entusiasmo al saxofón del señor Maceo Parker, antiguo colaborador de James Brown, Parliament, George Clinton, Red Hot Chili Peppers y Prince, pues no podemos decir que el soul y el funk han venido a México sin presumir su nombre en cartelera. Finalmente sucederá algo que, aunque definitivamente acabará con nuestro dinero antes de los conciertos de verano, también enriquecerá nuestro espíritu y es necesario para sobrevivir a las horrendas campañas presidenciales.
Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
Des-motivos para celebrar Es bien sabido que la realidad en exhibición fílmica, tan legal como antiética, propone una semana sí y otra también el cotidiano apabullamiento estadunidense, por lo que no deja de ser notable que un día como hoy que esto es pergeñado, la cartelera incluya siete películas mexicanas, entre el total de las treinta y tres que integran el todo; es decir, poco más de la quinta parte o dos de cada diez, como se quiera estimar. Por otro lado, si bien desde sus inicios este espacio ha manifestado beneplácito ante el hecho –todavía demasiado infrecuente– de que la oferta cinematográfica contenga una cantidad de filmes nacionales que por lo menos impida hablar de raquitismo, eso no significa ceguera chovinista ni mucho menos festín irreflexivo. De los siete largometrajes mexicanos actualmente en exhibición tanto en salas comerciales como en Cineteca, Cinemanía y Casa del Cine, cuatro son de ficción y tres documentales, como sigue, comenzando por los docus: el politizado –aunque sus realizadores quisieran negar lo evidente– De panzazo, del que ya se ha hablado aquí; el extraordinario El lugar más pequeño (2011), que le ha merecido a su realizadora, Tatiana Huezo, un sinfín de reconocimientos nacionales e internacionales, y Tijuana: sonidos del Nortec (2011), del experimentado Alberto Cortés, que con esta producción retoma un sitio que, desde hace años, tiene bien ganado en su calidad de documentalista. Los de ficción: Z-Baw: mejores amigos (2009), animación puerilizante cuya perpetrada es atribuible a Ricardo Gómez Villanueva; El cielo en tu mirada (2010), cometida por Pitipol Ybarra, que tuvo la osadía por nadie solicitada –salvo, claro, por él mismo– de chutarse algo así como la versión Región Cuatro, retorcida y disminuida, de la bien recordada Heaven Can Wait (1978), nomás que sin Warren
CINEXCUSAS
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BEMOL SOSTENIDO
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Beatty, con un músico como personaje principal en vez de un quarterback de futbol americano, y sin la menor cercanía con El cielo puede... en términos de calidad formal y eficiencia narrativa; claro, para no hablar de originalidad.
No matarás (de nuevo) Otro largometraje de ficción se titula El quinto mandamiento (2010), fue dirigido por Rafael Lara y lleva en los roles principales a Guillermo Iván, Ernesto Gómez Cruz, Alejandro Tomassi y Angélica Aragón. Partiendo del profundo desconocimiento que tienen –y del cual Unoqueotro inclusive hace absurdo alarde, como tristemente le consta a este sumaverbos–, a las generaciones más recientes quizá no les diga nada el nombre de José Estrada ni, por ende, un título como El profeta Mimí, que hace la friolera de cuarenta años abordó, con resultados memorables, el mismo tema-base que este quinto mandamiento: sujeto solitario y evidentemente perturbado, asesino serial de mujeres. No paran ahí las similitudes, por cierto, pues tanto en el filme del extrañado Perro como en la de Lara hay puntuales referencias de tipo religioso –católico, para más especificidad–, así como un trasfondo de culpa, perdón y castigo, bastante ad hoc por cierto con la mentalidad judeocristiana que todo lo hace pasar por el filtro del “bien” y el “mal”, claro está, de acuerdo con su propia versión de tales conceptos. A favor de El quinto mandamiento puede aducirse que incluye en su trama algo que hace cuatro décadas no era siquiera imaginable plantear en cine y que no era, como hoy sí lo es, una reali-
El quinto mandamiernto
dad que escuece: la pederastia sacerdotal y sus nefastas, devastadoras consecuencias tanto colec tivas como, lógicamente, para los afectados. En ese sentido, y si bien se trata de un personaje con peso y volumen casi nada más de estereotipo, es valiosa la inclusión de la subtrama a cargo del sacerdote interpretado por Ernesto Gómez Cruz. Empero, al protagonista de El quinto..., profeta Mimí del nuevo siglo, se le hace ir y venir, dramáticamente hablando, de su alienación al principio sin fisuras a una suerte de acto de contrición y reconocimiento de su propio mal, que no se avienen del todo con el planteamiento básico; es decir, precisamente el de un individuo perturbado a un nivel tal que cualquier expiación le resultaría imposible. La solución argumental que se desprende de lo anterior es, por lo tanto, ineficaz por inverosímil: he ahí a un violado-violador-asesino que, cuando tiene ya a la víctima a su total merced, sea por las “voces” que escucha, sea porque la víctima saca de la nada una engañifa burda pero increíblemente eficaz, acaba por soltarla... Un poco como Lara soltó, a saber por qué razones, los hilos de una película que, en ausencia de ciertos tics efectistas de fondo y de forma, habría podido ser en verdad buena •
arte y pensamiento ....... LA JORNADA VIRTUAL
8 de abril de 2012 • Número 892 • Jornada Semanal
Naief Yehya naief.yehya@gmail.com
Hedy Lamarr: la inventora más bella del mundo Del escándalo a Hollywood En 1933 tuvo lugar una de esas fantásticas epifanías que nos ofrece el cine. Una bellísima joven austríaca, Eva, interpretada por la debutante Hedwig Eva Maria Kiesler, protagonizó el filme checo Ekstase, de Gustav Machaty, en el que se contaba la historia de una muchacha recién casada con un hombre mucho mayor e incapaz de tener relaciones sexuales. Eva se encuentra con un joven, Adam (Aribert Mog), y tiene un tempestuoso affaire. La cinta era un trabajo ambicioso, pero de cualquier forma fue un escándalo por presentar la infidelidad de una mujer y más aún porque en una secuencia la muchacha se tira a nadar desnuda en un lago, dejando su ropa sobre un caballo que se aleja. La mujer persigue desnuda al caballo y su ropa hasta que Adam lo detiene y le da su vestido. Esta no era la primera cinta que mostraba un cuerpo desnudo; sin embargo, lo que la hizo meritoria de la condena del papa Pío xi y de la furia de las Ligas de la decencia es que mostraba con gran realismo el rostro de la protagonista mientras hacía el amor y, supuestamente, tenía un orgasmo. Luego se supo que en realidad estaba teniendo amoríos con Mog. Hedwig se casó el 10 de agosto de ese año con el magnate armamentista Fritz Mandl, amigo y proveedor de municiones, aviones de combate y sistemas de control de Hitler y Mussolini, para quienes Hedwig, que era judía, debió servir de anfitriona. Mandl le prohibió volver a actuar y la mantenía como una cautiva; intentó comprar todas las copias de Ekstase para destruirlas, una labor en la que fracasó. En 1937 Hedwig logró escapar de Mandl y en Londres conoció a Louis b. Mayer, el empresario de la mgm . Vendió sus joyas y compró
A LÁPIZ
un boleto de ida a Estados Unidos, en el mismo barco en que él regresaba, con la intención de convencerlo de que le diera una oportunidad de actuar. Al llegar a tierra Meyer le había dado un contrato por siete años y la había rebautizado como Hedy Lamarr.
Su verdadera vocación La historia de Lamarr como estrella de cine (que nunca aprendió a actuar pero protagonizó alrededor de veinticinco filmes), como ninfómana confesa y pésima madre, así como su incapacidad de aceptar la vejez (y la atroz cirugía plástica que la dejó prácticamente deforme) son leyendas hollywoodenses bien conocidas. Lo que es menos célebre es su carrera como inventora e ingeniera amateur. En 1940 conoce al compositor George Antheil, autor de piezas vanguardistas que celebraban la tecnología como Airplane Sonatas, Death of Machines y Ballet Mecanique. Antheil también presumía de ser experto en endocrinología femenina. Como escribe Richard Rhodes en su libro Hedy’s Folly. The Life and Breakthrough Inventions of Hedy Lamarr, the Most Beautiful Woman in the World, Lamarr contactó a Antheil pues estaba interesada en unos implantes de senos, pero la conversación se desvió hacia el tema de los torpedos, de los cuales ella tenía profundo conocimiento debido al trabajo de su exmarido, además de que durante las famosas cenas en casa de Mandl se había dedicado a espiar y memorizar los planes, preocupaciones e ideas que revelaban los militares nazis. Lamarr, quien estaba obsesionada con hacer su parte en la guerra contra el Eje, le explicó a Antheil que los sistemas de control de radio de los torpedos eran vulnerables ya que las señales podían ser intervenidas por el enemigo; para evadir esto pensaba que podían utilizarse señales que saltaran de frecuencias rápidamente. Él comen-
tó que era posible sincronizar las señales de radio con un mecanismo semejante al de los pianos mecánicos. Lamarr adoptó la idea y diseñó un sistema de espectro ensanchado por salto de frecuencias de radio que permitía controlar torpedos con señales en diferentes longitudes de onda que impedían ser interceptadas. En 1942 patentaron su sistema secreto de comunicación, el cual se programaba en hojas perforadas como las usadas por las pianolas. Ofrecieron su invento a los mandos militares, pero éstos no mostraron interés alguno; de hecho les pareció ridículo que una actriz se creyera inventora. En cambio, la invitaron a recaudar fondos para la guerra y aceptó. La patente expiró en 1959 sin que fuera utilizada. Sin embargo, en 1957 un ingeniero de la Sylvania Electronic Systems Division, en Búfalo, Nueva York, descubrió este sistema y sustituyó los rollos de pianola por circuitos electrónicos y creó la base de las comunicaciones secretas militares. Esta tecnología no fue usada contra los nazis, sino que fue instalada en los barcos que bloquearon a Cuba en 1962, durante la crisis de los misiles, y hoy es una tecnología indispensable para la telefonía celular y la transmisión inalámbrica de datos. Lamarr nunca fue reconocida por su talento como inventora y hacia el final de su vida, en enero de 2000, se convirtió en un icono trágico de la decadencia y del exceso hollywoodense•
Enrique López Aguilar alapiz@hotmail.com
Vladimiro Rivas, el visitador (ii de iii) Rivas ha formado recopilaciones con nuevas versiones de textos ya publicados, a los que suma producción novedosa. De esa manera, cada nuevo cuentario es una depuración de su trayectoria previa, a la que suma la cosecha reciente. El autor también reunió, en su momento, otros veintiún textos suyos en el volumen titulado Los bienes. Ahí mostró el proceso de un escritor en busca de Ecuador y México, de esas dos atmósferas que encontraron bifurcaciones en sus textos: depuradas búsquedas estilísticas (“A la orilla del pozo”), relatos donde se enfatizaba el entramado anecdótico (“Historia del cuento desconocido”), incursiones fantásticas (“El asedio”) y reflexiones más o menos terribles sobre la realidad (“El otro, la vida”), algún homenaje sesgado a autores como Borges (“El segundo descubrimiento de América”, “El palacio y el Centauro”, “En el laberinto”), la afirmación de una manera de escritura muy personal (“Papá”, “Intrusos”), proyectos cosmopolitas (“Los pasos invisibles”) y acercamientos a los mundos ecuatorianos (“La abuela”).
En Los bienes se consolidó un manejo personal del estilo y el desarrollo de historias cercanas: la música, ambientes ecuatorianos, recreación de personajes femeninos de la provincia y situaciones fantásticas, invadieron paulatinamente el libro produciendo un verdadero encuentro entre el autor y el lector con relatos como “Papá”, “María Angelina, él, ella”, “Borrado” y “¡Clic!”. Vladimiro Rivas se definió como un estilista atento a la pulcritud de sus textos y al desarrollo anecdótico de las historias. Cada lector pudo asistir a las voces de mujeres o de niños con las que se desvelaban ambientes donde parecía no ocurrir nada (y que tendrían variantes originalísimas en relatos futuros, como “Mozart, k. 1-5”, historia de amor infantil en la que pasan muchas cosas, todas ellas desvanecidas, al final, en las ilusiones frustradas del narrador, pero en quien han quedado huellas de esas frustraciones: por eso es que se narra el cuento), voces donde adquiría otro sentido la inmovilidad de un narrador enfermo (“El otro, la vida”), o donde el misterio de la posesión por la fotografía dotaba a ésta con otras potencias, tema ahondado en Visita íntima con dos relatos complementarios, “La expiación” y “La Puda” aunque, en éstos, el deseo de filmar confronta a los protagonistas con variantes sorprendentes de la realidad, que supera los proyectos iniciales del guión cinematográfico por escribir. Dicha vertiente temática del autor parece explicarse con palabras del propio Rivas: “Yo siempre he buscado las síntesis fulgurantes. Y el cuento me da esa posibilidad. Quizá tiene que ver esa búsqueda con mi interés por el lenguaje cinematográfico, su carácter elíptico.” Además de la admiración por algunos de los viejos maestros y del peso ejercido por éstos en el trabajo creativo personal, en otra cosa se parecen Brahms y Vladimiro Rivas:
en la preocupación por mostrar la obra en proceso a personas de su confianza para someterla a cualquier clase de severidades y juicios de toda índole, de lo cual se siguen enmiendas, nuevas lecturas y nuevas correcciones, hasta que el autor considere terminado el proceso creativo. Después, vienen la publicación, cierto desentendimiento por la crítica y una confianza en la fortaleza de la obra producida al cabo de tantos trabajos. He podido ser testigo privilegiado de los procesos que menciono, así sea de una manera fortuita, lo que me permite no ser exagerado al describir los niveles de exigencia estilística y estructural que Vladimiro Rivas se propone, testimonio del que pueden obtenerse, además, diversas conclusiones. Un ejemplo de lo que he dicho es la manera como él puede viajar a Rusia o Estados Unidos por largas temporadas, desde el retiro de su estudio, para sumergirse y descifrar los modos narrativos de autores a quienes ha elegido como maestros. Lo he visto dialogar y pelearse con la obra completa de Dostoyevsky y con varias novelas de William Faulkner; al final de tales conversaciones, no es inverosímil suponer el ritual de presentación de esos escritores con sus otros amigos y compañeros más cercanos, mediante la lectura oral e inclemente de ciertos pasajes epifánicos seleccionados por él; después, largas discusiones y comentarios acerca de las obras leídas, de los aspectos técnicos de las mismas, de sus rasgos estilísticos… Por caminos inesperados para los lectores (y, tal vez, para el mismo Rivas), dichas exploraciones terminan por desembocar en soluciones novedosas para los cuentos, en motivos o estímulos para escribir ensayos • (Continuará.)
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Dr. Atl: paisajista monumental (ii y última) La magna exposición Dr. Atl. Obras maestras que se exhibe hasta el mes de abril en el Museo Colección Blaisten en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, es el resultado de una ardua labor de investigación del coleccionista y curador Andrés Blaisten, que vale la pena destacar, pues se trata de un trabajo pionero sobre este excelso pintor, quien, hasta ahora, no ha sido cabalmente reconocido como se merece. En respuesta a mi pregunta de por qué su interés en Dr. Atl, entre todos los otros grandes artistas que forman parte de su prestigiada colección, comenta Blaisten: “Mi interés por la obra de Dr. Atl data de hace más de treinta años, cuando comencé a relacionarme con la pintura de la primera mitad del siglo xx. Pero es a partir de hace unos quince años que me he dedicado a su estudio y entonces me percaté de que el mercado estaba plagado de falsificaciones, por lo que decidí ordenar y catalogar la obra auténtica.” El coleccionista se ha convertido en una autoridad en cuanto a su conocimiento de la pintura de Gerardo Murillo y el nivel de calidad de la curaduría y de la afortunada museografía de esta muestra dan cuenta de su dominio del tema. Es un hecho curioso que la pintura de este artista, cuya pincelada, trazos y cromatismo resultan tan peculiares y genuinos, haya sido ampliamente falsificada y, sin embargo, hasta la fecha no haya sido colocada a la altura de otros artistas importantes de su generación, así como tampoco se haya cotizado comercialmente al nivel de otras figuras, a mi parecer, menos relevantes. Tal vez esto se deba a que, en términos generales, el género del paisaje no ha gozado en nuestro país de una gran aceptación, y por lo tanto, esta muestra, integrada por alrededor de doscientas obras entre pinturas y dibujos, será sin duda piedra de toque para una relectura y revaloración de la vida y obra de este fascinante personaje. En sus pinturas, Atl nos abre una ventana para admirar nuestras montañas, valles y volcanes desde una óptica apa-
....... arte y pensamiento Germaine Gómez Haro
sionada y estremecedora. A diferencia de nuestro otro gran paisajista, José María Velasco, quien más bien se abocó a la representación científica del medio natural, la intención de Murillo fue reproducir las sensaciones y las emociones que despierta la grandeza de nuestro paisaje y, desde esa perspectiva, consigue plasmar por primera vez la naturaleza mexicana en un lenguaje plenamente moderno. El año de 1933 fue un parteaguas en su trayectoria. A sus cincuenta y ocho años de edad, Atl manifiesta públicamente en un bello ensayo titulado “El paisaje” que en esos momentos apenas comienza a reconocerse como el pintor que siempre quiso ser: “Yo, después de una centuria de pintar, ignoro si sé pintar –por eso este ensayo– entre todas las obras que lo componen, un paisaje, el último, muestra enérgicamente lo que yo podré hacer de aquí en adelante.” Se
Jorge Moch
ARTES VISUALES propone entonces “subir uno a uno todos los escalones que conducen a la expresión completa de un dado sentimiento artístico”, y considera que hasta entonces no había sido más que un “diletante”. ¡Admirable visión autocrítica que ojalá muchos artistas contemporáneos imitaran! A partir de entonces y hasta que la muerte lo alcanzó a los ochenta y nueve años, Atl pintó con una fuerza palpitante nuestros valles y portentosos volcanes diurnos y nocturnos; documentó por escrito y en innumerables imágenes soberbias el nacimiento del Paricutín; experimentó la perspectiva curvilínea y el aeropaisaje, y nos dejó una obra invaluable que revela su profunda pasión por la naturaleza. Sobre la relevancia de esta exhibición, añade Andrés Blaisten: “Hace dos años comencé a organizar la exposición. Fue un trabajo duro y lleno de obstáculos de gran complejidad, pero finalmente el resultado está a la vista. Sin duda Dr. Atl es el paisajista más importante del siglo xx en México. Él supo plasmar de una manera moderna la grandeza de nuestros paisajes y volcanes, transmitir en sus pinturas las sensaciones de lo sublime que él percibía en el paisaje, dejando un testimonio que nos llena de orgullo por la belleza de nuestra tierra. Es ahí donde está su principal aporte, pero en su época no fue valorado como una pieza importante en el fenómeno de la construcción de una identidad nacional en la que casi todos los artistas estaban inmersos, y el Estado privilegió difundir especialmente los discursos de contenidos históricos e ideológicos. Considero que es un artista subvalorado en México y desconocido internacionalmente, por lo que el Estado debería mostrar orgulloso su legado al mundo que seguramente caería rendido a sus pies por lo singular de su maravillosa producción pictórica” •
CABEZALCUBO
tumbaburros@yahoo.com
En el país de las campañas Para Guillermo Fernández, in memoriam
En el país de las campañas, la campaña empieza cuando se lanza al candidato y se acaba cuando el presidente, ese candidato consuetudinario, termina su sexenio, porque la campaña del vencedor dura seis años cada tanto, cueste lo que cueste. En el país de las campañas el candidato que haya escogido por adelantado la oligarquía es el príncipe bienamado, el benjamín de los medios al que hay que arropar, apapachar, representar como renovada –y aun mendaz, maquillada– versión de sí mismo. En el país de las campañas el ungido, aunque sea solamente instrumento del dinero y las altas conveniencias, es el nuevo mesías. Lo será en tanto dure su luna de miel con el parnaso del poder político, económico y clerical, o hasta que, en un arrebato incomprensible, le pise un callo a la videocracia y esos mismos contlapaches de siempre en la banca, el clero o la industria; esos que realmente gobiernan allende las bambalinas, porque el único proyecto de nación que parece mantener continuidad en este país es el de los privilegios de unos cuantos y las complicidades criminales en detrimento del bienestar público. En el país de las campañas cualquier candidato de verdadera oposición, o que representa la reivindicación de las viejas deudas históricas de siempre con los desposeídos, dejará de existir en el discurso de los conductores de programas de la televisión, a menos que la ley los obligue a mencionarlo, y la esperanza y la ingenuidad de la gente habrán de eclipsar la realidad nacional con todo y su mise-
ria, su violencia, su basura mediática y su estercolero político, por milagro de los masivos medios convertido todo en horizonte diáfano y prometedor. En el país de las campañas la dignidad ajena sale barata, a precio de gorra, camiseta, paraguas, torta y refresco, porque ora sí, el candidato empeñará su palabra y su honor, los que antes nunca fueron merecedores de ofrenda; porque ora sí, un nuevo gobierno marcará la diferencia respecto a todas las diferencias prometidas e incumplidas antaño; porque ora sí la gente, el pueblo, la masa es el mayor interés del candidato y no su grupo político ni el puñado de poderosos ocultos y siniestros a los que debe, precisamente, la candidatura. En el país de las campañas de un día para otro existen los pobres y los abandonados por esta sociedad clasista y racista. Al menos los que tengan credencial de elector, porque si no, no sirven de nada a los organizadores de las campañas. El pobre adquiere relevancia en función de su gregaria presencia en las casillas el día de la votación. Después volverá a ser invisible y mudo durante otros seis años. En el país de las campañas qué importa la honestidad del candidato o las máculas en su trayectoria, si robó o permitió que sus alecuijes robaran, si mató o miró a otro lado mientras otros asesina-
ban, si siendo funcionario reprimió con salvajismo la voluntad popular, si la verdadera virtud de su candidatura está en la fotogenia y, desde luego, en la cercanía con el señor director general, con el arzobispo, con el licenciado; qué importa la plataforma de ofertas y proyectos si la verdadera piedra de toque está en lo que se pactó a puerta cerrada, en los tratos que son tretas a espaldas de la gente, en las estratagemas comerciales que van situando al ungido, como si fuera marca de champú o caja de galletas, en la preferencia del público con tal de efectivamente poner el país a disposición de sus secretos, mejores postores, los que se sienten dueños de todo, incluso de la gente y su conciencia. En el país de las campañas nadie le va a preguntar al grueso de la gente si no sería mejor gastarse tantos millones de pesos en reparaciones urgentes al tejido social, en mejorar la calidad de vida de la depauperada mayoría, porque en el país de las campañas ni tú ni yo tenemos voz. Pero sí tenemos, al menos eso dice la teoría, voto. En el país de las campañas la ultraderecha oficialista se llena el buche prometiendo lo que nunca será capaz de cumplir; el candidato títere de los consorcios habla por hablar de seguridad, justicia y paz; el candidato de las izquierdas insiste en la necesidad de la reconciliación con justicia. Y mientras todos ellos dicen representar al pueblo o vislumbrar un futuro promisorio, un poeta es brutalmente asesinado en su casa, amarrado con cable y cinta de plástico, golpeado hasta la muerte por bestias que muchos, con pesadumbre, adivinamos impunes. Pero de eso casi nadie habla. Porque todos están metidos hasta el colodrillo en el fango de las campañas • Ilustración de Juan Gabriel Puga
Para volver a Dante
galería
8 de abril de 2012 • Número 892 • Jornada Semanal
José María Espinasa
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Quién es Franc Ducros? Esta pregunta, que tendría tintes de título para novela policíaca, podría también tener, entre los lectores atentos, la siguiente respuesta: un poeta francés que viene con cierta frecuencia a dar cursos a Guadalajara. Una respuesta más precisa sería: se trata de uno de los mejores poetas galos posteriores a la segunda guerra mundial. Y, en efecto, gracias a que ha dado cursos en la u de g , ha recibido cierta atención editorial. Hace años, en una edición hoy inencontrable, se publicaron un par de esos cursos, uno sobre Ungaretti y otro sobre Dubuchet. Sobre Dante, Ducros ha escrito un espléndido ensayo “Lʼodeur de la panthère.” Gracias a esa presencia entre nosotros Ducros ha editado tres libros de poesía en México –Abriéndose el árbol y Lo negro eso en Ediciones Sin Nombre, Los ojos, la tierra, en la u de g y Aquí compartido, en El oro de los tigres ( uanl ). La notable editorial independiente Ficticia –hasta hace poco especializada en narrativa y gran propulsora de la micro ficción‒ ha ampliado sus registros a la ciencia, al ensayo, a la poesía, y nos da la noticia de una nueva colección bajo extraño título, “El gabinete de curiosidades del meister Floh”, bajo la dirección de Javier García-Galiano. Su primer título es precisamente Claves poéticas de la Divina comedia, revisado y puesto de nuevo al alcance del lector. El texto resulta una muy buena introducción, sin excesos técnicos o referenciales, al gran poema de Dante Alighieri. Su condición de transcripción de una exposición oral le da además una gran fluidez sin que se simplifique la aproximación al texto. A quien le interese el texto más denso puede acudir a la lectura de “Lʼodeur de la panthère.” La poesía de Ducros se ubica en la herencia de Mallarmé –justamente en 2011 estuvo impartiendo un seminario en la u de g sobre Manet y Mallarmé‒ y su manejo de la página como un cielo estrellado; los mismos títulos de sus libros publicados en español –todos en traducción de
Gabriel Magaña‒ lo confirman, y en esa estética casi visual del poema despliega sobre la página una capacidad de síntesis admirable, una concentración en las palabras como imanes de luz y sentido, que recuerdan al poema “Blanco”, de Octavio Paz. Casi no hay que repetir que en los poetas en la cauda de la “Tirada de dados” la forma es un asunto de sentido. Por eso en las primeras páginas del libro Ducros habla de la importancia de la posición de la palabra “camino” en el verso inicial, que corresponde con la literalidad del verso que lo enuncia –“a mitad del camino de nuestras vidas”. Basta este ejemplo para entender, por un lado, la condición metapoética de toda lectura contemporánea y la necesidad de objetivar en lo dicho el sentido de lo dicho, sin desdoblarse en métodos hermenéuticos. El camino seguido por Dante es, diríamos, verdaderamente caminado, como si en su encuentro con Virgilio dejara ya para los siglos venideros el sentido de toda lectura, que Virgilio, gracias a Dante, y Ducros gracias a Virgilio, llama en espiral. La línea –o el camino‒ recta no es nunca la vía más corta hacia un horizonte; es ese movimiento en espiral que formula Virgilio como consejo a Dante, y que de Montaigne para acá todos los ensayistas hacen suyo. Al grado de que, diría Ducros, hasta la recta es una espiral. Ducros, buen conocedor y traductor al francés de la literatura italiana, lee a Dante desde el francés pero para un público hispanohablante, y eso le obliga a hacer rectificaciones y matices en su lectura casi léxica de la Divina comedia. Y a reacomodar su lectura ante el rizo aportado por el idioma español. Es decir, es un texto dicho en francés que pasa por una transcripción (Luis Martín Ulloa) y una edición, a cargo de Dulce María Zúñiga (muy bien hecha por cierto) para ser leído como un libro en español. No deja de ser interesante este juego de espejos: latín, italiano, francés, español. La reflexión de Ducros se enriquece con los matices de cada reflejo.
El trabajo filológico de la lectura, sintetizado en la transcripción, apunta a una riqueza que el o los idiomas contienen. La Divina comedia será en parte un mandala, en parte un laberinto. Los muros están hechos de palabras y es en su significado que se da la posibilidad del camino o viaje. Más allá de ser laberinto o mandala, ambos esquemas al fin y al cabo, la Comedia consigue apuntar a esa condición de modernidad que da lo inacabado –o lo pecaminoso, o lo humano‒ en lo imperfecto. En Dante se está ya empezando a romper la catedral medieval, se llena de grietas trabajadas por el hombre en complicidad con la lengua. Ducros muestra tanto el proceso formal de la evolución de Dante hacia la Comedia como la evolución del sentido cifrado, esotérico en términos poéticos, contenido en la lengua, vuelta toda necesidad, causalidad. No deja de ser curioso que esto lo diga un poeta mallarmeano, pues el autor de la “Tirada…” enuncia, al tratar de anularlo, esa condición irreductible e inacabable del azar, ligada en la condición moderna –agrego que toda postmodernidad es una tontería‒, a la libertad. Por eso nuestros mandalas son los cuadros de Malevitch, Kandinsky o Miró. Otra cosa es pensar que el azar es informe, que sería una manera de reducirlo al absurdo. El asunto que el lector puede retomar de este libro –una espléndida introducción a Dante y a la Divina comedia‒ es la de la relación no siempre bien señalada entre la poesía moderna y el gran poema medieval. La apuesta de Dante es la misma que la de Mallarmé: abolir el azar. Entonces Dante creía, y tal vez tenía razón, que se podía; Mallarmé, al iniciar el siglo xx , piensa que no se puede y tal vez está equivocado. Un último comentario. A la buena nueva ofrecida por Ficticia con la colección El gabinete de curiosidades de meister Floh, representada en este libro, avanza otra. En la segunda solapa del libro se anuncia el próximo título de la colección, Red de agujeritos, de Gerardo Deniz. Título y autor hacen que ya lo queramos tener en las manos •
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