■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 17 de junio de 2012 ■ Núm. 902 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
La Iglesia, el Estado
laicismo
y el
B ernardo B átiz Entrevista inédita con Carlos Monsiváis • Manual para hablar chichimeca-jonaz
bazar de asombros Notas sobre la novela de la Revolución ( iv de vi ) Bernardo Bátiz afirma, y con razón, que “las pasiones políticas impiden frecuentemente enfocar con precisión las posiciones de personas, grupos o movimientos sociales en el espectro político”, a lo que debe añadirse que, sobre todo en tiempos electorales, muchos de quienes buscan alcanzar el poder ocultan o “matizan” cualquier postura ideológica que, de acuerdo con sus cálculos, pueda distanciarlos del anhelado triunfo. A dos semanas de los comicios federales, como elemento de reflexión en torno a lo anterior proponemos el ensayo del maestro Bernardo Bátiz sobre las siempre difíciles relaciones entre el Estado y la Iglesia. De igual modo, y a dos años de su muerte, publicamos una entrevista hasta hoy inédita con Carlos Monsiváis, realizada precisamente en vísperas de las elecciones presidenciales de 1988, así como un artículo de Carlos Bonfil sobre Las leyes del querer, libro sobre Pedro Infante publicado por Monsiváis en 2008.
Comentarios y opiniones:
laicismo
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Portada: De cielo y tierra Collage de Marga Peña
Al caer derrotada la Convención, Martín Luis Guzmán huyó a España, donde fundó otro periódico... y después vinieron varios más. Una vez me comentó que sus pe riódicos eran muy católicos; le pregunté entonces: “¿Pero es usted católico?” “No –respondió– lo que pasa es que salen cuando Dios quiere.” Después trabajó en el Heraldo de México, cumplió una serie de cargos pú blicos y fue secretario de Relaciones Exteriores. Fundó El Mundo, otro de sus periódicos de vida precaria, y se desempeñó como diputado del Partido Cooperativis ta Nacional de 1922 a 1924. Martín Luis Guzmán era enemigo de Obregón, quien por cierto tenía una memoria prodigiosa. Cuenta Abi gael Bojórquez que el día de la muerte de Ramón López Velarde le comentaron a Obregón que había muerto un gran poeta, desconocido por el entonces presidente; pero le recitaron los casi setecientos versos de “La sua ve patria” y, cuando llegaron otros diputados para pe dirle que les otorgara su permiso de colocar una ban dera de luto en señal de duelo por la muerte del poeta, él los recibió y dijo: “Claro, López Velarde, gran poe ta”, recitándoles de memoria los versos que acababa de escuchar, caus ando gran admiración en la comi sión parlamentaria. La enemistad con Obregón se reflejó en su obra. Hu yendo de él se refugió en España de 1924 a 1936, se na cionalizó español y allí escribió El águila y la serpiente (1928), una novela testimonial que contiene la memoria de las luchas civiles en México, hechos que vivió y miró con sus propios ojos. Tras escribir El águila y la serpiente, en 1929 pu blicó su novela magistral La sombra del caudillo, que se inspira, precisamente, en Obregón. Refleja hechos con los que estuvo relacionado el político. El general Serra no quiso madrugar a Obregón en la cand id atura a la Pre sidencia, pero era la época que Fidel Velázquez descri biría como la de la disciplina priísta cuando decía que “el que se mueve no sale en la foto”, y Serrano se movió tanto que no sólo no salió en la foto, sino que lo asesina ron junto con veintitantos correligionarios en Huitzilac; su persecución está muy bien descrita en la película de Julio Bracho, con argumento basado en esta novela. La cinta fue prohibida durante varios años. Guzmán además escribió la biografía de Xavier Mina, Mina, el mozo:
17 de junio de 2012 • Número 902 • Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega
héroe de Navarra (1932), y trazó varios guiones más para el cine nacional. En España fue secretario particular del presidente Azaña. Volvió a México en 1936, donde se dedicó a tra bajos editoriales. En 1940 ingresó a la Academia Mexi cana de la Lengua. Después escribió Filadelfia, paraíso de conspiradores (1938), luego, Memorias de Pancho Villa (1951) y Muertes históricas (1958) que le valió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lin güística. Fundó la revista Tiempo, fue presidente vitali cio de la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito y finalmente tuvo una vejez que mi padre describía así: “incendario de joven y bombero de viejo”, ya que terminó felicitando al presidente Díaz Ordaz por acabar con la “revolución comunista” el 2 de octubre de 1968. La obra de Martín Luis Guzmán constituye un momento estelar de la novela de la Revolución. Tomóchic Hablemos ahora de otro momento estelar. De la novela pionera de la Revolución que es Tomóchic, de Heriberto Frías, nacido en Querétaro en 1870 y muerto en Ciudad de México en 1925. Frías ingresa muy joven al ejército donde asciende hasta capitán. En 1892 participa como militar en la represión de la rebelión de Tomóchic, un pueblo cercano a Ciudad Guerrero, Chihuahua, donde sus habitantes se levantan en armas contra el gobierno a causa de la expropiación de sus tierras y de la violación de sus derechos para nombrar autoridades; los militares tratan de dialogar para conciliar intereses, pero no lo gran resolver el conflicto y entonces reciben la orden de acabar con ese núcleo de habitantes. Los matan a to dos y queman el pueblo. Tomóchic no tiene la difusión que debía tener pues se publica por entregas en el periódico El Demócrata entre 1893 y 1895, y de forma anónima. Cuando descubren que el autor es Heriberto Frías, lo expulsan del ejército. Él, enseguida, se dedica al periodismo y a la crítica social. En 1895 es nuevamente encarcelado. En 1896 cambia su resi dencia a Mazatlán, donde es director del periódico local El Correo de la Tarde, un medio informativo muy importante. (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx
Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director: H u g o G u t i é r r e z V e g a , Jefe de Redacción: L u i s T o va r , E d i c i ó n : F rancisco T orres C órdova , Corrección: A leyda A guirre , Coordinador de arte y diseño: F rancisco G arcía N oriega , Diseño Original: M arga P eña , Diseño: J uan G abriel P uga , Iconografía: A rturo F uerte , Relaciones públicas: V erónica S ilva ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: A lejandro P avón , Publicidad: E va V argas y R ubén H inojosa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauht émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jorn ada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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Agustín Escobar Ledesma
Jornada Semanal • Número 902 • 17 de junio de 2012
Manual para hablar * chichimeca-jonaz “¿C ómo te llamas?”, es una de las expresiones que José René Ramírez Ramírez, profesor bilingüe uza’-español ha traducido a su propio idioma, el uza’, en este momento his tórico en que esta lengua, conocida entre la pobla ción mestiza como chichimeca-jonaz, se encuen tra en vías de extinción, al mismo tiempo en que un grupo de esforzados lingüistas y profesores inten tan su revitalización. José René es autor del Manual para hablar chichimeca-jonaz en diferentes contextos (rinhí uza’ ndi ke sibur mahár ba nat’ áhr). Uno de los vocablos pertenecientes a esta na ción del México antiguo es el topónimo Cimatario (emblemático cerro de la ciudad de Querétaro en el que se fortificaron las tropas del ejército repu blicano durante el sitio de Querétaro de 1867), que significa “coyote macho”, porque Cimatario es la castellanización de simaethe (se pronuncia cimata) coyote, e iro, macho. El profesor José René Ramírez Ramírez, origina rio de Misión de Chichimecas, San Luis de la Paz, Guanajuato, hace referencia al proceso comunitario de la recuperación de su lengua y su cultura: “Mi labor o actividad que desempeño dentro de mi co munidad es enseñar la lengua chichimeca en las escuelas, soy maestro bilingüe, actualmente aca bo de terminar el Manual para hablar chichimec a-jonaz en diferentes contextos. Este material con toda su base ortográfica y todo su alfabeto o la for ma de escritura surgió hace un año, cuando apenas se unificó la escritura entre nosotros los chichime cos; es por eso que es el primer material que susten ta una ortografía, trabajada con los jóvenes y sus tentada y corregida por los ancianos de Misión de Chichimecas. Fue un proceso largo de unos cinco o seis años, trabajando con lingüistas, ya que cada uno de nosotros teníamos nuestra forma de perci bir un sonido. Ahorita trabajamos con Alonso Gue rrero Galván, lingüista de Ciudad de México. La forma de escribir la hacemos en un órgano colegia do, tratamos de ver cómo podemos escribir nues tras palabras, cómo escribir nuestros sonidos, có mo hacer un consenso de la forma de la escritura. Ha sido un proceso muy largo y muy difícil, ya que, como en todo lugar, hay personas que son difíciles para trabajar, ya que somos un grupo comunitario muy grande, entonces, pues hay diferencia de opi niones, ya que también la lengua se adecua, se le da un toque personal y por lo tanto es difícil de llegar a acuerdos para escribirla.” José René Ramírez Ramírez está cierto y seguro de que su comunidad debe superarse conociendo la lengua y la cultura hegemónicas, sin perder de vista la importancia de su lengua materna, así co mo los conocimientos de sus ancestros que están en franca desaparición. “El idioma ya se está muriendo, se están per diendo algunos usos y costumbres; la lengua es la
que más se está deteriorando, ya que cuando mue re una persona anciana ese vocabulario tan rico que él tenía, porque para la mayoría de los ancianos fue su primera lengua, pues se lleva todo ese voca bulario tan amplio. Los niños que nacen ya no van a tener esa misma cantidad de vocablos que la per sona anciana se llevó; el niño recién va a aprender su primera lengua, pero ya no va a tener un voca bulario tan amplio, tan exacto, ya no va a tener flui dez en su pronunciación; entonces muchos fac tores se van perdiendo cuando un adulto o una persona mayor se muere.” Misión de Chichimecas, fundada en 1804 y en clavada en el semidesértico noreste guanajuatense, está divida en dos por una carretera: Misión de Arri ba y Misión de Abajo y el profesor José René explica las diferencias de ambos lugares: “En Misión de Abajo más o menos un diez por ciento de sus habitantes habla chichimeca, más sin embargo sólo lo utilizan ocasionalmente, digo esto porque ya no lo hablan con su familia, ya no lo quie ren transmitir, será porque durante muchos años fueron discriminados, tal vez esa sea una de las principales causas y en Misión de Arriba es al con trario, estamos hablando como de un noventa por ciento de personas que son hablantes de la lengua chichimeca, pero de ésos nos estamos basando en los originarios de Misión de Chichimecas. Con el censo de inegi dicen que la Misión está crecien do, pero está creciendo porque están entrando per sonas ajenas que vienen de otros lugares y aquí se establecen, y cuando vienen a hacer ese censo pues
Foto tomada del grupo de danza Chichimecas Jonaz, www.facebook.com/pages/Chichimecas-Jonaz
ya las toman como personas de la comunidad, pero en sí las personas hablantes de chichimeca ya son muy poquitas. Entonces cuando se acerca un vecino de fuera, pues a uno le da pena hablar en su lengua, porque ahora en mi propia comunidad muchos son de otro lugar y ya no hay con quien hablar.” En 1934, el lingüista francés Jaques Soustelle encontró apenas 452 hablantes de chichimeca-jo naz en Misión de Chichimecas; en tanto que en Mi sión de Arnedo y la Misión de Santa Rosa de Xichú, donde también fueron concentrados los chichi mecas que ocupaban la Sierra Gorda, el idioma ya había desaparecido, al igual que en Tolimán y Co lón, del estado de Querétaro. Estos lugares fueron convertidos en humillantes campos de concentra ción de los pueblos pertenecientes a la Gran Chichi meca. Soustelle hizo la siguiente apreciación de las condiciones de vida en Misión de Chichimecas: “Los malos procedimientos de que fueron vícti mas, la pobreza espantosa en la que se consumieron hasta principios del siglo xx, su desconfianza hacia los habitantes de San Luis; todo eso excavó un ver dadero abismo entre el pueblo ‒San Luis de la Paz‒ y la pequeña ranchería.” “¿Cómo te llamas?”: es la pregunta básica que las personas empleamos con la finalidad de cono cer al otro, al diferente, y que los habitantes de Mi sión de Chichimecas, pequeña población incrusta da en el desolado semidesierto guanajuatense de San Luis de la Paz, en su idioma han empleado du rante miles de años y que, hoy, que está en peligro de extinción, por contradictorio que parezca, ha sido representada con las grafías del alfabeto lati no: ¿kabe’ em’ahk? • * Texto del proyecto Extranjeros en su tierra. Escrito res en lenguas indígenas, apoyado por el Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico, del Instituto Queretano para la Cultura y las Artes.
Monsiváis
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entrevista con Carlos Monsiváis Abelardo Gómez Sánchez
Foto: Rogelio Cuéllar/ archivo La Jornada
Esta entrevista, totalmente inédita durante veinticuatro años, se verificó en junio de 1988: aires de campañas presidenciales electrizaban el ambiente: las de Clouthier, Salinas y Cárdenas. Celebrada en aquel año clave ‒del neocardenismo y un neopanismo con Clouthier a la cabeza‒, si bien es una crónica conversada de los acontecimientos políticos y culturales de la década, también es un breve pero ilustrativo y convincente itinerario periodístico y literario del siglo xix y aún más sobre el siglo xx desde las órbitas temáticas distintivas del escritor Carlos Monsiváis: la crónica de la crónica, la ironización del poder y la clase política, las culturas populares (las tradicionales y la industrial), la crítica a las izquierdas desde la izquierda, la sociedad civil, el feminismo y las minorías sexuales, la tolerancia, los movimientos políticos y culturales todos: casi desde el Éxodo de Moisés a la Perestroika. Así era Monsiváis. Su inconfundible estilo, que aquí actúa oralmente, es garante de la amenidad de esta conversa. Está comenzando febrero, Víctor Ronquillo y yo platicamos en el tercer piso de la Torre Latinoamericana y caemos en la cuenta de que este año Monsiváis cumplirá cincuenta de edad. “Estaría bien hacerle una larga entrevista acerca de toda su trayectoria.” “Yo se la hago”, dije. “Ora, para México en la Cultura, yo le digo a Taibo ii ”, dice Ronquillo. “Sale.” Comienzo a diseñar la entrevista y a recopilar materiales. Ya estamos en marzo y le hablo a Monsiváis. “¿Una entrevista sobre qué? ¿Quién la va a publicar?” “Taibo ii , pero quiero una entrevista larga, necesito dos sesiones.” “¿Por qué no mejor me explicas bien qué quieres hacer?”, dice, y me cita en su casa en una semana. Llego preparado para la entrevista. “¿Cuál es la idea?” Quiero hacer una retrospectiva de tu actividad periodística, política, cultural y literaria.” “No, no, no.” Lo discutimos brevemente y se niega: “No, no tiene caso.” Entonces me dice que acaba de publicar dos libros: Entrada libre y Escenas de pudor y liviandad y que hablemos de eso, me los da y me dice: “Léelos por favor y me llamas.” La entrevista se va hasta junio. Llega el día, nos sentamos en el sector principal de su biblioteca: siete mil libros. “Te pareces a los de Televisa”, me dice. “¿Por qué?” Me saco de onda porque estoy participando en la campaña de Cárdenas, a quien ya se sumó Heberto Castillo. “Porque usan libretita y grabadora, chambean con las dos.” Se ríe. “Sí. Es necesario.” “Soy todo oídos”, me dice. Y no me lo repite, enciendo la grabadora y agarro mi “libretita”.
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n la mayoría de tus textos hay constantes temáticas; una de ellas es la indagación, el acoso y la visión humorística de los mecanismos del poder en México y de sus personajes más representativos. ¿Por qué?
‒Si intentas hacer crónica en México, el poder es inevitable porque ha ocupado casi todo el espacio de atención; con una sociedad civil tan débil, tan atomi zada y tan carente de vías orgánicas de expresión, lo natural es que el poder ocupe vertiginosamente todos los espacios. Un poder tan difícil de examinar como es el pri , que por una parte representa la esta bilidad y, por otra, la corrupción y el aplastamiento de las voluntades, la imposibilidad de la justicia so cial, entonces para mí entender el poder ha sido una tarea básica; uno nunca lo logra del todo, pero va con siguiendo así formas, fragmentos, jirones de ese tro pel, a la vez tan congelado y tan en desbandada que llamamos el poder en México; creo que no se puede entender el desarrollo de la sociedad sin el pri . –¿Cuál es la tradición en México de la indagación del poder?
‒Hay una tradición y la hay de muy distintas ma neras. No es lo mismo la actitud de Novo después de la época de Cárdenas ante el poder, que la actitud de Elena Poniatowska, pero lo cierto es que siempre ha llamado la atención el México de la estabilidad. Los cronistas del siglo xix no narraban el poder, se en frentaban a la historia; el concepto que a ellos les im portaba no era el poder sino el modo en que las ac ciones serían vistas por un juez implacable que era la historia, eso es lo que anima Memorias de mis tiempos, de Guillermo Prieto, la historia, y se enfrentaban a la sociedad que estaba surgiendo y a la que había que rodear, examinar, juzgar, ponderar, de diversas ma neras pero, a partir del momento en que el pnr se con vierte en la fuerza dominante de la conducta política, y en el orden dispensador de bienes y de males, creo yo que la atención al poder está en muchísimos escrito res. Ciertamente quien comercializó e industrializó esa atención fue Luis Spota en su casi incontable serie de novelas sobre la conducta presidencial y los pode rosos, pero no creo yo que Spota examine tanto los ver daderos mecanismos del poder como la anécdota y el rumor en torno al poder. Spota lo que hace es novelar el chisme, lo que está en los cafés, en las columnas po líticas, etcétera; no se acerca al mecanismo real, sino a lo que está visible, el modo en que ese mecanismo encarna en las apetencias, las intrigas, las discordias, los golpes bajos, de un grupo de gente en la cúspide, que me parece que sólo es una parte, la más deg ra dadamente visible, de los mecanismos del poder.
–¿Por qué la parodia o la caricatura prosística a propósito del poder y no explotar lo trágico? El tema tiene un amplio filón trágico.
‒Sí, pero eso es cuestión de temperamentos. Yo, como buen paranoico, carezco de temperamento trá
gico; vivo tan a diario la tragedia que me agobia y que me acecha, que en el momento de escribir no pienso en ella porque ya está subsumida en la teatralización cotidiana, y mi perspectiva es la parodia y me gusta ría que fuese la ironía, porque es el modo en que me entiendo más fácilmente, desde el punto de vista temperamental, con los fenómenos; no creo que esto sea una receta o vía única, simplemente creo yo que dentro de todo, la parte risible, grotesca, onerosa mente humorística en las distintas formas del poder es tan vigorosa que uno no puede desperdiciarla. –Tú has dicho que en México cada escritor inventa su tradición…
‒Eso lo dice todo mundo…
–¿Eso fue lo que hiciste en tu antología A ustedes les consta?
‒Aquí es inventar cada quien. Pero no, esa es una parte donde está una parte de la invención que me interesa, pero es una tradición más vasta como la de todo escritor. Rulfo se inventa la tradición del suizo Ramuz, de Faulkner, de José Guadalupe de Anda, la tradición oral de Jalisco, y selecciona de ahí lo que le interesa, y uno juzga muchas veces la tradición de Jalisco a partir de Rulfo y acaba siendo Rulfo pre cursor de aquello que lo antecedió. Yo pienso que Novo recurre mucho a Bernard Shaw, a Oscar Wilde, a Charles Lamb, que son gente que le entrega las téc nicas, que son visiones de la prosa y concepciones del modo en que se puede verter lo que a él le interesa, y con eso está eligiendo una tradición. En mi caso, con la modestia debida, elegí una tradición que es muy diversa porque ya correspondía que lo fuera, no es únicamente literaria sino cinematográfica, radiofó nica, con elementos del cómic, de la canción popu lar, porque ya era otro momento cultural; yo no podía ignorar a la Familia Burrón, tampoco a Wilde, a Shaw o Twain ni a Novo, ni a Guillermo Prieto ni a José Tomás de Cuéllar; entonces parece que es una tradi ción tan vasta que además se modifica tanto, que no tiene mucho sentido seguir hablando de las influen cias; es un mundo demasiado complejo y animado como para fijarlo en dos o tres nombres.
–¿Cuál fue entonces el criterio de selección en la antología de crónica?
–Bueno, los que me parecían importantes; es un criterio histórico, es una antología que pretende ser histórica; entonces estaban ahí los que me pareció que habían sido importantes, como formas, como auto res, como estilos. Después de hacer la antología des cubrí que había cometido varias injusticias y sobre todo que conocía, muy parcialmente, a algunos auto res; después leí ya completa la crónica de Altamira no y descubrí que es mucho más compleja y variada de lo que yo presento; he leído después a José To más de Cuéllar, ya casi exhaustivamente y lo mismo me sucede; creo que la falta de disponibilidad de al
voz interrogada
o la cornucopia de un cronista gunos materiales me hizo verlo como menos rico y me nos importante de lo que es, y en lo que se refiere a las nuevas generaciones, algunos de los que incluí ya han dejado de trabajar y han surgido otros sorprendentes; en estos momentos la mejor crónica la hace Fidel Sa maniego con la campaña de Carlos Salinas. –Y por qué el corte en la generación liberal, en Manuel Payno y no incluir a grandes escritores como Cervantes de Salazar o Balbuena…
‒No, porque me propuse que fuera la crónica de México como nación, en ese sentido la Colonia, con ser culturalmente muy importante como ya se ve, tenía que dejarla fuera, porque era la nación independiente lo que yo estaba estudiando, y en el virreinato a nadie le constaba lo que hacían los cronistas. Era una socie dad expulsada de la posibilidad del punto de vista.
–En la antología aparece Renato Leduc, quien en su “Advertencia” de Historia inmediata, al parecer menosprecia la labor periodística y también la crónica cuando dice que al género “le falta profundidad y le
sobra superficialidad”; tú planteas lo contrario: a pesar de su condición efímera, puede ser literatura, no es subliteratura…
‒Bueno, yo creo que Renato Leduc se menospre cio a sí mismo de un modo absurdo, como parte de su profundo antiintelectualismo; era tan antiintelectual que nada, de lo que tuviera que ver con las llamadas Bellas Artes y Humanidades, le parecía digno de con sideración; la vida estaba en otra parte: en los cafés, en las corridas de toros, en la Revolución, en las pros titutas impetuosas, en el modo en que los políticos, los toreros y los cantantes y los periodistas embonaban y armonizaban entre sí, eso es la vida para él, él se veía como un fruto de la calle, como un producto de la vi talidad no amortizada, no degradada ni castrada por el intelectualismo. Entonces no le dio importancia a su poesía, que era excelente, y no le dio importancia a su crónica, que fue excelente en momentos; si bien Leduc escribió un periodismo muy banal y al final muy recurrente, tuvo grandes momentos de cronis ta; están en Historia inmediata, pero podrías hacer una serie con todo lo que él no recopiló. De manera que ahí
hay una injusticia de alguien, que depende de la in justicia general con que ve el trabajo intelectual. Yo pienso que mucho de la crónica no es literatura por la rapidez; en el caso de Altamirano tú te encuentras ya muchísimo datado, fechado, pero encuentras páginas extraordinarias. De lo que se trata es de seleccionar y esto además le pasa a cualquiera, a novelistas, cuen tistas, poetas; un autor se salva por las páginas funda mentales, no por el conjunto de su producción. Don Alfonso Reyes, que es uno de nuestros grandes es critores, cometió el inmenso error de proyectar sus obras completas, que siguen erigiéndose como la Mu ralla China entre él y sus lectores. No creyó en la anto logía, en la selección que le hubiere permitido llegar a las obras completas, pero el carácter totalizador de la propuesta, las obras completas, donde incluye la historia documental de sus libros, impide que en este momento sea el autor leído que debería ser por su ori ginalidad, su prosa extraordinaria, su información, su amenidad, su elocuencia graciosa. Todo esto no está casi al alcance de los jóvenes por el epitafio mar móreo de las obras completas •
Foto: Alfredo Estrella/ archivo La Jornada
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Jornada Semanal • Número 902 • 17 de junio de 2012
Carlos Bonfil rostros del cine mexicano se aplicó a analizar la carga mitológica de los comportamientos imperiosos, los arrebatos melodramáticos y los trances hipnóti cos en la mirada de todas estas figuras cuyo conjunto él denominó museo facial del pueblo por su arraigo persistente en el inconsciente colectivo. Los retratos que de estas estrellas ofrece Carlos Monsiváis poseen una agudeza crítica poco acostumbrada en el ámbi to periodístico. Son a la vez el registro puntual de una personalidad artística y sus múltiples facetas, pero también la radiografía de toda una época. El periodista accede muy pronto, por la brillantez de su prosa, a la categoría de escritor de primer orden, y de ahí transita al cometido que más le interesa, ser el cronista atento de un fenómeno siempre vivo, y también el guardián de una memoria histórica que él considera indispensable preservar del desgaste y de la indiferencia de los tiempos globalizados. Los es critos sobre cine mexicano los multiplica Monsiváis en sus ensayos para el suplemento La cultura en Mé-
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na de las múltiples sentencias que contiene Las leyes del querer alude a la perdurabilidad de las películas que interpretó el ídolo popu lar Pedro Infante. Carlos Monsiváis, autor del libro, dice, y apenas tendría sentido refutarlo: “Un film fracasa cuando ya no se continúa exhibien do en la mente del espectador.” En el caso de las pe lículas de Infante, de modo especial los títulos que dirigió su director predilecto, Ismael Rodríguez, cin tas hechas totalmente a la medida del personaje, co mo la trilogía Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe el Toro, o los encendidos melodramas rurales La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, por men cionar sólo títulos imprescindibles, asistimos desde su estreno a finales de los años cuarenta a un clamo roso éxito, luego a su programación continua por televisión, más adelante a su auge con la masificación del video y a su rescate en video digital desde hace más de una década. ¿Cómo explicar el fenómeno de la perdurabilidad del mito? Por mucho tiempo al au tor de Escenas de pudor y liviandad el personaje de Pe dro Infante le fascinó más que ningún otro. Entre sus personajes predilectos del cine mexicano de la época de oro figuraban, en un lugar muy destacado, los có micos Germán Valdés Tin Tan, Joaquín Pardavé, y con mucho entusiasmo pero con reservas muy fir mes, el mimo Mario Moreno Cantinflas. Monsiváis ja más dejó de señalar la necesidad de rescatar y ubicar en su valía extraordinaria a varias de las llamadas se g undas figuras del cine mexicano, muchas de las cuales brillaban en papeles cómicos y a menudo se volvían, sin suponerlo ellas mismas, lo más memo rable de una película: Consuelo Guerrero de Luna, Oscar Pulido, Fernando Soto Mantequilla, Fanny Kaufman Vitola, Conchita Gentil Arcos, Dolores Ca marillo Fraustita, y un largo y muy vociferante et cétera. Monsiváis hizo un repaso de la trayectoria y significación de cada uno de estos actores de existen cia episódica y fulgurante, y también escribió de mo do insistente a propósito de las luminarias del cine de los años cuarenta y cincuenta, Dolores del Río, Ma ría Félix, Columba Domínguez, Pedro Armendá riz, Jorge Negrete, Arturo de Córdova. En su libro Los
“Cariño que xico, de la revista Siempre!, pero también en todas las publicaciones a su alcance. Aunque en repetidas oca siones se le sugiere la conveniencia de reunir estos ensayos en un solo libro, siempre opone una gran reticencia crítica argumentando que no poseen la ca lidad deseada o la estructura que mejor les conviene, y que dicha tarea habrá de postergarse por un tiempo indefinido. El investigador que hoy intenta reu nir todo lo que Monsiváis escribió sobre cine debe acudir a los ensayos ya canónicos, al apartado sobre cine nacional en el libro La cultura mexicana en el siglo xx , publicado por El Colegio de México, a los ensayos incluidos en los volúmenes de Amor perdido o de Escenas de pudor y liviandad, en A través del espejo, el cine mexicano y su público, a los múltiples prólogos, pre sentaciones o ponencias, o a los valiosos retratos fíl micos que propone en la revista Intermedios, de exis tencia demasiado breve. Esta misma dispersión de los ensayos fílmicos es critos por Carlos Monsiváis, nos permite hoy apre ciar la importancia que atribuyó a Pedro Infante, la única figura de nuestro cine a la que dedicó un volu men entero, Las leyes del querer. Antes de acometer la tarea de su redacción, el cronista esbozaba ya en su ensayo Mitologías de cine mexicano este retrato: Pedro Infante, el mito culminante del cine mexicano, se maneja con excelencia en el tránsito múltiple: de lo rural a lo urbano, del temple del caudillo a la valentía capaz del llanto, de la generosidad del bandido social a la simpatía del humilde carpintero. Para sus fanáticos (casi todos) Pedrito es un puente de entendimiento entre lo viejo y lo nuevo, la biografía irrealizable de la colectividad.
Carpintero, agente de tránsito, bandido generoso, ranchero, mecánico, indígena desconfiado del “cas tilla”, boxeador, hombre del pueblo, Pedro Infante, el “Pedrito” del recuerdo masivo, se interpreta a sí mismo en cada película y usa de sus características (reales e ideales) como método de actuación. De Cuando lloran los valientes a El inocente, de Ustedes los ricos a Escuela de vagabundos, de a . t . m . a Tizoc, de Los tres huastecos a La tercera palabra, Infante despliega su repertorio de-loentrañable: él es querendón, emotivo hasta el encon tronazo con la vida, monógamo y polígamo, religioso y parrandero a sus horas, al borde de la canción y el desafío a muerte, redimido por las circunstancias, buen hijo, buen padre, buen amigo y, sobre todas las cosas, genuinamente simpático. Ismael Rodríguez, segura mente el cineasta que mejor entendió la dimensión y las potencialidades del personaje, supo lo que hacía al si tuarlo indistintamente en la ciudad y el campo. Esto es básico en la mitología de Infante: él pertenece al mundo anterior a las fronteras tajantes.
El retrato muy certero que hace Carlos Monsiváis en 1992 de la figura de Pedro Infante anuncia lo que dieciséis años más tarde será el estudio exhaustivo y riguroso que el autor titula Las leyes del querer en referencia al sentimiento revanchista en la canción titulada “Cuando el destino”, de José Alfredo Jimé nez. En él se aplica a revisar, corregir, aumentar, en ocasiones a contrariar, las informaciones básicas que circulan sobre la genealogía del mito, desde la infancia del futuro actor y cantante en su natal tierra sinaloense, en Guamúchil, donde le gustaba a Infan te ubicar su origen, o en Mazatlán, como lo confirma
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ensayo
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su sobrino José Ernesto Infante Quintanilla en su libro de 2006, Pedro Infante, el ídolo inmortal, hasta los difíciles inicios de su carrera artística en una Ciudad de México primero hostil, luego entrañable. Monsiváis acomoda muy a su gusto la cronología de la residencia terrenal del ídolo. Comienza por el final, ofreciendo una notable crónica del sepelio multitudinario en abril de 1957, describiendo la co mitiva monumental que acompaña a los restos del actor hasta su última morada en el Panteón Jardín, “más de dos mil automóviles cargados de ofrendas florales” y el acompañamiento, acota Monsiváis, “de una multitud que se vierte sobre la multitud que se derrama sobre la multitud”. Se trata de una des carga colectiva pocas veces vista que informa del fervor popular que suscita la desaparición del icono entrañable. Entre las múltiples explicaciones, todas azarosas, todas verosímiles, de esta popularidad sin paran gón alguno en el cine nacional, Monsiváis destaca el grado de identificación de Infante con el pueblo,
recibe a sus familiares atónitos por la prosperidad alcanzada, por el tránsito espectacular de la mise ria a la cumbre. La mirada de Monsiváis en Nosotros los pobres, la cinta más emblemática de Pedro Infante, es tan agu da como certero el oído de los guionistas de Ismael Rodríguez, que no sólo captan el habla popular, sino que crean las atmósferas y las situaciones lími te donde los protagonistas se mueven a sus anchas, Pepe el Toro, en primer término, alma de la vecin dad y depositario final de todas las desgracias, triunfador moral desde el primer hasta el último rollo de la cinta. El estreno de Nosotros los pobres en el cine Colonial en marzo de 1948 tiene un éxito cla moroso, y aunque sólo permanece en cartelera cin co semanas (lo que no es entonces poca cosa), su carrera posterior en los cines de barriada le gana adeptos innumerables. A Infante se le identifica por sus canciones, por su apostura y su condición atlé tica, por las anécdotas y las leyendas que a diario surgen y definen y distorsionan y realzan al mito
A más de cincuenta años del fallecimiento del gran ídolo, sus películas y sus canciones, el aura mítica de su personaje público, acumula tantos anacronis mos como motivos de encariñamiento. Nadie imagi na ahora, por supuesto, la sumisión de un hijo a un patriarca tan déspota como Fernando Soler en La oveja negra, ni tampoco la gracia, picardía y los enre dos de sentimentalismo viril que despliegan las tra mas de a. t. m. y Qué te ha dado esa mujer. La idealización moral de la miseria, tan presente en la trilogía de Nosotros los pobres no resistió a la demoledora emp resa de desmistificación de Los olvidados, de Luis Buñuel, en 1950, cuando el cine mexicano descubría, con es cándalo, que los pobres podían compartir con las cla ses acomodadas capitales parejos de simulación y mezquindad moral. Lo que subsiste, sin embargo, y eso lo anota con acierto Carlos Monsiváis, es el po derío del mito que sobrevive a sus exégetas fatigosos, y que con todas las irregularidades y grandezas del caso encarna una parte esencial, muy vigente y nada desdeñable, de la cultura popular mexicana •
Foto: Rodolfo Angulo
Dios me ha dado...”
popular, galán muy accesible de todo un pueblo, como no puede serlo, ni lo intenta ser, el varón crio llo todo galanura de charrería que es Jorge Negrete. En Las leyes del querer, Monsiváis compara, opone, complementa a las dos figuras máximas de la gallar día fílmica nacional, y en la contienda triunfa siem pre Infante, porque es a él a quien el pueblo reserva la aplanadora de sus sufragios. Pedro Infante no es sólo el inmenso arquetipo Pepe el Toro, aunque de haberse limitado a serlo, el impacto habría sido igualmente sólido.
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La mirada de Monsiváis en Nosotros los pobres, la cinta más emblemática de Pedro Infante, es tan aguda como certero el oído de los guionistas de Ismael Rodríguez, que no sólo captan el habla popular, sino que crean las atmósferas.
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único y último destinatario de toda su simpatía. A él se dirige de modo casi exclusivo cuando ha ago tado ya las posibilidades de entretener a las clases acomodadas en los cabarets de moda, en los salo nes del hotel Reforma, en el Waikikí o en el Ciro’s, cuando ha agotado el repertorio y los recursos y los gestos seductores del crooner versión local de Frank Sinatra. Es en el Waikikí, lugar ya mítico, donde Pe dro Infante se gana la vida antes de irrumpir de mo do definitivo y perdurable en el cine mexicano, en sayando ya no el bolero romántico y meloso, sino esa modalidad especial que muy pronto eleva él a una categoría privilegiada, el bolero ranchero que, según Monsiváis, es “la música que a los migrantes les promete la continuidad de sus gustos en la gran ciudad”. No es otra cosa la melodía “Amorcito co razón”, de don Manuel Esperón, himno jubiloso de todas las vecindades. Los productores de cine, y la intuición extraordi naria de director Ismael Rodríguez, ubican a la estre lla naciente en el escenario que reúne el mítico lugar de los orígenes, el campo, el rancho, la hacienda, y el vertiginoso punto de llegada, la ciudad, la capital, la urbe de la muchedumbre inabarcable. Pedro Infante comparte, con miles de sus semejantes, las penurias y satisfacciones de sobrevivir en la capital luego de haber abandonado el rancho. El muchacho de Gua múchil multiplica sus mudanzas en la ciudad ajena que él se apropia con desenvoltura y gracia; pasa de los cuartos muy humildes donde se alimenta de tor tillas y café aguado, a un departamento en Reforma, y más adelante a su casa propia llena de lujos, donde
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La Iglesia, el Esta Bernardo Bátiz
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stas reflexiones parten de dos supuestos a priori, uno objetivo y otro subjetivo. El pri mero es que me referiré a la Iglesia católica y sólo en algunos momentos a otras Iglesias, porque el enfoque principal de este trabajo se refiere a nuestro país y, en México, la Igle sia católica es la única que ha contado en el pasado, en la época virreinal y hasta bien entrado el siglo xix y hoy, mal que bien y a pesar de graves errores come tidos por algunos destacados dirigentes ‒me refiero por ejemplo al terrible caso de Marcial Maciel‒, aún sigue siendo la mayoritaria en los censos y en la vida cotidiana del país. El otro hecho a priori, el subjetivo, es que soy cató lico y por tanto formo parte de esta Iglesia y, por más objetivo que pretenda ser, mis opiniones estarán siempre matizadas y enmarcadas por esta circuns tancia totalmente personal. Crecí y me eduqué como católico y soy un creyente ni más malo ni más bue no que la mayoría. Para explicar mejor la realidad que pretendo transmitir, contaré una anécdota que escuché hace años: a un conspicuo profesor de la Escuela Libre de Derecho ‒de la que no provengo, aclaro, soy de la unam ‒, un alumno se atrevió a preguntarle si era pro testante. La respuesta del maestro fue contundente: “Muchacho, cómo crees; si no creo en la religión ver dadera, menos voy a creer en las falsas.” Dicho lo anterior, con todo el respeto ‒como sue le decirse‒ paso al tema de este trabajo, el de las relaciones Iglesia-Estado, que es inacabable y cam biante según las épocas y los lugares. Hay ocasiones en las que ambos poderes, el espiritual y el político, las dos instituciones, se enfrentan como en la guerra de las investiduras durante la Edad Media; forcejeo largo y reñido entre el papado y el imperio en torno a quién tiene el derecho de nombrar a los obispos; inquietante momento en que la duda es sobre la fi delidad de la estructura de la Iglesia, reclamada por Roma, que ejercía su ministerio en los reinos y feu dos cristianos, bajo el poder civil de los monarcas y príncipes, y dentro de los de por sí confusos límites del Sacro Imperio Germánico, que reclamaba tam bién control y obediencia.
Esa, la de las investiduras, y por eso la mencio no, es la pugna modelo en la historia del cristianismo europeo. Nadie estaba fuera de la Iglesia, incluido el emperador pero, aun así, reclamaba su primacía; em perador y Papa aducían, cada uno a su favor, autori dad sobre los mismos súbditos. En otros momentos de la historia, las dos institu ciones forman una unidad que parece indisoluble pero que no lo es tanto. Los acomodos, los intereses comunes, hacen que la integración permanezca un tiempo más o menos largo, pero tanto el Estado cam biante, como la Iglesia, más conservadora pero obli gada a entender los cambios políticos que le tocan en su circunstancia, son frecuentemente elementos disyuntivos que hacen que los poderes se enfrenten. En los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia fue perseguida por el poder civil y militar de los em peradores romanos. Luego, a partir del Edicto de Milán en 313, el poder triunfador de Constantino la reconoce y cesan por algún tiempo, no muy largo, las persecuciones pero no los conflictos. Demasiado pronto, casi de inmediato, Iglesia e imperio tuvieron que enfrentar juntos las invasiones de los bárbaros y, como se sabe, no hay mejor lazo de unión que afron tar un problema común. Los bárbaros, que llegaban de más allá de las fron teras imperiales, exigían su espacio y disputaban el poder al gobierno decadente de los Césares. Al final de este proceso prolongado y oscuro, el imperio ro mano se extinguió pero la Iglesia sobrevivió y pudo, primero, convivir con los bárbaros y, luego, conver tirlos al cristianismo. Es importante recordar que, a pesar de sus vicisitudes y peligros, también la Iglesia se ocupó de preservar los restos de la civilización grecorromana, las costumbres, el concepto de uni dad, la organización y, en especial, los conocimien tos prácticos del derecho romano y los especulativos de la filosofía griega; en ambos casos, mezclándolos con las nuevas ideas y convicciones surgidas de los Evan gelios y también de la multitud de sermones, cartas, tratados, bulas, concilios que aportaron los cristianos y sus estudiosos padres griegos y latinos. Es un lugar común decirlo: el cristianismo pujante de los prime ros tiempos vació en el viejo molde del imperio ro mano la nueva cultura y, sin duda, lo desbordó hacia todas partes, hasta los últimos confines.
Entre la derecha y la izquierda Mucho tiempo y muchos acontecimientos después, aparecen en la historia los conceptos de izquierda y de derecha, precisamente durante el período crucial en que la historia dio uno de sus quiebres trascen dentes: la Revolución francesa, que con las ideas de igualdad y libertad cambió a Europa y América. La
izquierda, representada por los exaltados jacobinos, enemigos de la monarquía pero también de la Iglesia; la derecha, encarnada en los defensores de las viejas estructuras y, entre estas fuerzas conservadoras, en primera fila, el alto clero y la organizada red territo rial de las parroquias francesas. Hoy estos criterios se han vuelto equívocos y las pasiones políticas impiden frecuentemente enfocar con precisión las posiciones de personas, grupos o movimientos sociales en el espectro político; izquier da y derecha son extremos que se tocan y trastocan. Un ejemplo mexicano: los conservadores del siglo xix compartían varias convicciones que los definían y
distinguían de sus rivales. En primer lugar, defendían los derechos de la Iglesia, el statu quo heredado de la sociedad virreinal; un gobierno fuerte y central; esta mentos sólidos y difíciles de franquear. Pero entre sus convicciones más firmes estuvo siempre su descon fianza hacia Estados Unidos; conocieron de cerca la perfidia de Poinset, vieron cómo en 1860, cuando Miramón había cercado a Juárez en Veracruz, fueron barcos de la armada estadunidense los que lo salva ron del asedio. Les tocó también, con azoro, ser testi gos y a veces valientes pero ineficaces protagonistas, como en las batallas de La Angostura y Churubusco, de la lucha por evitar el injusto atropello que se inició con la separación de Texas y concluyó con el despo jo de la mitad del territorio nacional.
y el
laicismo
ado
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Integrantes de asociaciones
religiosas y civiles, marcharon pacíficamente para pedir al
Senado que garantice un Estado laico, 1º de febrero de 2012. Fotos: Efe
No podían, por todo esto, dejar de considerar a los estadunidenses como sus enemigos y a los liberales, que coincidían con esos enemigos en varias convic ciones políticas e ideológicas, punto menos que trai dores a la nación, a la Iglesia y a la tradición conside rada como nuestra. Esos conservadores decimonónicos, derrotados por los liberales, fueron la derecha de entonces, cuando la izquierda estaba encarnada en los “pu ros”, que defendían la separación de la Iglesia y el Estado, el federalismo, los valores democráticos y la economía abierta basada en la supresión del protec cionismo y la desaparición de las aduanas, esto es, apertura indiscriminada a todos los aventureros, mercaderes y especuladores del mundo. Podríamos decir que los “puros” eran partidarios del Tratado de Libre Comercio y de la globalización de entonces. Intentar extrapolar las convicciones de entonces a nuestro tiempo nos lleva a una sorpresa: la derecha actual, representada políticamente por el pan y por el pri de los últimos treinta
años, y en lo social por una clase media asustada y mal informada, fácilmente manipulada por la televisión, tiene poco que ver con la del siglo xix. La derecha, hoy, es proyanqui, no sólo partidaria sino anhelante de que vengan capitalistas y capitales extranjeros, así como dispuesta y abierta a los vaivenes de modas extrava gantes e ideas contrarias a la tradición. La izquierda, en cambio, es actualmente enemiga del imperio estadunidense, al que ve como una po tencia militar y económica que avasalla, explota, oprime e impone sus estructuras e instituciones po líticas y comerciales a todos los pueblos que puede y en todos los países al alcance de sus innumerables tentáculos, largos y poderosos, encarnados lo mismo en embajadas y consulados que en empresas, en fun daciones, organismos no gubernamentales, sectas religiosas, clubes de servicio y todo tipo de grupos y colectivos, abierta u ocultamente imperialistas. Ciertamente, los izquierdistas del presente pue den admirar a los de hace ciento sesenta años, pero tendrían con ellos serias diferencias. Lo mismo su cedería con los derechistas del momento actual, que verían a sus antepasados de la Guerra de tres años, enemigos de la Reforma y partidarios del imperio, como extraños y diferentes en convicciones y en me tas políticas. Por esa razón y por otras más, si queremos hoy día clasificar a la Iglesia católica y a los católicos sin ma yor análisis como conservadores o como liberales, caeríamos fácilmente en imprecisiones y en juicios parciales. Un ejemplo entre otros: la maestra Tania Hernán dez Vicencio, del inah , en un estudio sólidamente documentado que publicó con el título Tras las huellas de la derecha, distingue la existencia de dos expresio nes de ésta: la derecha católica conservadora del siglo xix y la católica liberal de nuestros días. sigue
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La observación, aguda sin duda, compartida por otros estudiosos, es sin embargo incompleta. Hay dentro de la Iglesia mucho más que expresiones con servadoras y liberales, encontramos dentro del cato licismo prácticas e ideas que se identifican con una visión crítica del capitalismo y del liberalismo impe rante, una visión que tendríamos que situar fuera de la dicotomía liberal-conservador, de contenido so cial, contraria al individualismo, con ideas de avan zada, de justicia social y, en ocasiones, francamente de izquierda. La Iglesia en el siglo xix , es cierto, estuvo abierta mente del lado de los conservadores y hoy parece que está, al menos en sus sectores más influyentes, de lado del neoliberalismo. Por tanto, concluyen mu chos ‒entre ellos la autora a la que me referí‒, esta Iglesia que tan fundamental papel ha jugado en la historia del mundo y en la historia de México, es so lamente conservadora o liberal. Las cosas no son tan sencillas, la respuesta no pue de ser tajante. La Iglesia ha sido en muchas ocasiones, en infinidad de momentos y en sectores y persona jes muy destacados, una Iglesia de avanzada, con fuertes compromisos sociales, y algunos de sus miembros más conspicuos han sido renovadores, disidentes, críticos de la situación imperante y mu chas veces verdaderos revolucionarios. La Iglesia ha durado demasiados años, siglos ya, y ha sido constante en la convicción de que perma necerá para siempre; por ello, por su larga experien cia política y diplomática, se adapta como puede, a veces fácilmente, otras con riesgos y trabajos, a las circunstancias que va tocándole vivir y superar. No es la primera vez que se encuentra en crisis y que sus detractores profetizan su desaparición; para lograr su sobrevivencia desarrolló un instinto certero: “mi reino no es de este mundo” sentenció su fundador, pero está en este mundo, al que se siente llamada a cambiar, convertir y salvar. Dos anécdotas que ayudarán a explicarme: cuan do Charles de Gaulle tomó el poder en Francia a la de rrota de la Alemania hitleriana, dio al nuncio de la Santa Sede en su país, Monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, una lista de prelados que habían colabora do con el gobierno nazi de ocupación, para que fue ran removidos y de ser posible expulsados de Fran cia; pasaron semanas y luego meses y el nuncio daba largas al asunto, aduciendo investigaciones, trámites burocráticos y la exigencia de prudencia para no co meter atropellos. Un día, ya muy impaciente, en un encuentro casual, De Gaulle le preguntó con tono rudo a quien después sería Juan xxiii , hasta cuándo la Iglesia iba a esperar para sancionar a los colabora cionistas. “¿No tienen prisa?”, le espetó ásperamen te, a lo que el Cardenal Roncalli contestó pausado: “No, señor, la Iglesia no tiene prisa: es eterna.”
Catolicismo y compromiso social Otra referencia distinta y distante: siendo yo profe sor de Derecho en la Universidad Iberoamericana, dirigida por jesuitas, que respondían a inquietudes de justicia social, fue invitado don Sergio Méndez Arceo a dar una conferencia a estudiantes y maestros. Este clérigo, de pensamiento abierto, culto y, para simplificar su definición, de izquierda, siempre es
tuvo al lado de los pobres y fue defensor de sus cau sas. Habló en el auditorio de la Ibero; el tema de la conferencia ya no lo recuerdo, lo notable fue entonces la pregunta malintencionada de una periodista que, sin venir al caso, le inquirió acerca del clero cubano que se quedó en la Isla bajo el gobierno revoluciona rio de Fidel Castro. Don Sergio contestó sencillamen te que los pastores deben estar en donde están sus ovejas y si a los sacerdotes cubanos les tocó ejercer su ministerio bajo un gobierno de inspiración marxista, ahí deberían estar con sus fieles. Al día siguiente, el periódico amarillista al que servía la reportera publicó, a ocho columnas, una nota exagerada acusando al obispo de Cuernavaca de partidario del régimen comunista de Cuba y de fensor de sacerdotes marxistas. Varios maestros, in dignados con la nota tramposa que buscaba engañar a los lectores, atribuyendo a Méndez Arceo algo no dicho por él, enviamos una carta aclaratoria que se publicó, por supuesto, en páginas interiores y medio escondida. Lo que con estas anécdotas pretendo sugerir es que la Iglesia tiene un claro concepto de sí misma, como una institución perenne que debe estar en don de le toca estar, sin importar el tipo de gobierno que prevalezca en el lugar en donde cuente con sacerdo tes y fieles, sorteando los obstáculos y riesgos que encuentre a su alrededor. Todos sabemos del pensamiento progresista del obispo Méndez Arceo y es reconocida su posición como clérigo comprometido con los explotados y simpatizante de los movimientos que en Centro y Su damérica, así como en México, reclamaban una dis tribución de la riqueza más equitativa y denunciaban a los gobiernos autoritarios y regímenes militares caracterizados por ser violadores de derechos huma nos; nadie lo tachó entonces de derechista, ni tam poco ahora.
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La derecha, hoy, es proyanqui, no sólo partidaria sino anhelante de que vengan capitalistas y capitales extranjeros, así como dispuesta y abierta a los vaivenes de modas extravagantes e ideas contrarias a la tradición.
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La historia nos muestra otras expresiones y co rrientes de un catolicismo comprometido no con los potentados, sino con los pobres; en México tenemos otros casos muy conocidos: el de don Samuel Ruiz, obis po de Chiapas; el actual obispo de Saltillo, don Raúl Vera; el padre Alejandro Solalinde, solidario a riesgo de su vida con los emigrantes; los jesuitas del Centro Miguel Agustín Pro Juárez de Derechos Humanos; los que están con los tarahumaras y alguien más cer cano, el padre Miguel Concha, fundador del Centro Fray Francisco de Vitoria, luchador por el reconoci miento y respeto a los derechos humanos. Estos son algunos, entre otros muchos botones de muestra, que acreditan que la Iglesia no es un bloque sólido de conservadurismo o de posición de derecha, como simplificando se le sitúa; la Iglesia está en donde se le requiere, cerca de príncipes y potentados muchas veces, pero otras muchas también, y quizás con más fre cuencia, del lado de los pobres y los desvalidos. Hay muchos ejemplos más de esta preferencia por los pobres y la justicia. Recuerdo a San Buenaventu ra diciendo que el anatocismo es el robo so pretexto del contrato; a Santo Tomás de Aquino condenando el agio y el abuso de los mercaderes; al clero inglés del lado del pueblo y del rey frente a los excesos e
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ensayo
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injusticias de los barones terratenientes; a los curas obreros de Francia. En la historia de México, la lista de religiosos de fensores de los indígenas es larga. Baste mencionar a Bartolomé de las Casas, a Motolinía, a Vasco de Qui roga, fundador de los pueblos hospital, y muchos más. A principios del siglo pasado, la Iglesia dio nota bles muestras de inquietud por los problemas socia les. Entonces tuvieron lugar los Congresos Católicos Nacionales, en Puebla en 1903; Morelia en 1904, Gua dalajara en 1906; Oaxaca en 1909, y la culminación de la serie, la dieta de Zamora de 1913. En todas estas reuniones de clérigos y seglares, a lo largo de diez años, se trataron bajo la inspiración de la encíclica Rerum novarum de León xiii, temas de avanzada poco considerados por los liberales triunfadores medio siglo antes y vistos con indiferencia por los “cientí ficos” del porfirismo. En estos congresos católicos y en la gran dieta de 1913, se propusieron soluciones radicales a los gra ves problemas de la época; se impulsó, y no sólo en la teoría, el crédito accesible a los pobres a través de las cajas populares, el cooperativismo y la organización
Para algunos, la dieta de Zamora y los congresos que la precedieron, fueron una de las fuentes en don de los constituyentes de 1917 se nutrieron precisa mente en las materias torales de la Constitución: las garantías sociales contenidas en los artículos 27 y 123. Pretendo hacer patente que hay una corriente de pensamiento católico que no es conservadora, que no es tampoco cómplice del capitalismo y que se ha ex presado consistentemente a través del tiempo y de diversas maneras en la preferencia por los pobres y en la búsqueda de la justicia social. Esta línea consisten te y auténtica, fiel a los Evangelios, tiene que expre sarse junto a y dentro de las estructuras políticas; no puede estar fuera de ellas, pero de ninguna manera debe pretender privilegios ni ventajas frente a otras formas de expresión religiosa, sino sólo existir y tener voz en la sociedad moderna y aceptar, como algo irre versible y positivo, la separación Iglesia-Estado.
sindical. En materia agraria las propuestas fueron de vanguardia: reformas encaminadas a asegurar a los campesinos la posesión estable de la tierra, en cantidad suficiente para “el decoroso sustento de su familia”. En materia laboral la dieta se adelantó a proponer el salario mínimo, el descanso obligatorio, un segu ro contra el paro, patrimonio familiar inembargable, condiciones seguras e higiénicas en los centros de trabajo, tribunales de arbitraje para las controver sias, participación en las utilidades y en la propiedad de las empresas, protección contra el agio y el reco nocimiento legal de los sindicatos, entonces perse guidos y proscritos.
giosos compartan el territorio y el ámbito político que tienen en común; un Estado laico supone que no hay una Iglesia oficial y otras no oficiales. Todas, ante la ley, tendrán existencia jurídica, derechos y obligaciones, y estarán sujetas por igual a la sobe ranía que radica en el pueblo y que hacia el interior del Estado se manifiesta en supremacía legal. Se trata, a fin de cuentas, del respeto a los derechos de las minorías. En materia educativa la laicidad se manifiesta en la imparcialidad que el poder público, representante del Estado, debe tener en las escuelas a su cargo fren te a todas las creencias religiosas o convicciones no religiosas.
Sin privilegios ni componendas Aceptar convivir en un Estado laico implica tolerar y entender que otras creencias y otros grupos reli
En política, y quizás este sea el punto central de la discusión, en un sistema laico no se puede identificar a una Iglesia con el Estado, ni puede haber por parte de la Iglesia mayoritaria ‒pero tampoco de alguna otra‒ compromisos partidistas, sin que esto signifi que indiferencia de la organización o de los creyentes frente a los problemas comunes. La Iglesia, pequeña o grande, debe jugar su papel pastoral sin apoyos ni privilegios que el Estado le proporcione. Para lograr que sus fieles cumplan con las conductas que les exi gen sus convicciones, las Iglesias no pueden pedir ni mucho menos exigir que el Estado les proporcione la fuerza jurídica o política para imponerse. El Estado ya no es, ni podrá serlo en adelante, el brazo secular de la Iglesia, como lo fue en el pasado y, por cierto, no sólo en el ámbito católico. Iglesias y Estado, cada uno con sus fines y organización, deben existir con recíproco respeto e independencia. Una consideración más. No pretendo, ni mucho menos, decir aquí la última palabra ni creo que al guien pueda hacerlo; prefiero hacer mío un pensa miento de Chesterton simultáneamente humilde y profundo: “La Iglesia católica sigue siendo un arca no, incluso para los creyentes. Así que es tontería que los no creyentes se quejen porque les parece un enigma.” Me parece un enigma y un arcano, pero me con vence cuando no quiere sustituir al Estado ni aliarse con él en contra de otros, cuando se conforma con ser “la sal de la tierra” y estar donde le toca, como dijo Méndez Arceo, especialmente cuando su posición es al lado de los pobres y no al lado de los poderosos, cuando opta por los trabajadores y no por el capi tal, cuando busca la verdad y rechaza la falsificación y la superchería; cuando alienta procesos sociales que unen, como la solidaridad y la cooperación, y no cuando se pone de lado de la guerra, la obstrucción y la competencia. Espero –como católico, repito, ni más bueno ni más malo que los demás‒ que prevalezca una Iglesia que busque una sociedad igualitaria con oportuni dades para todos, que no clasifique a las personas en triunfadoras por un lado y multitudes de perdedo ras por el otro, una Iglesia humanista, respetuosa de las demás agrupaciones, de otras Iglesias, del Esta do mismo, de la empresa económica, de la escuela, de las organizaciones recreativas, que no las suplan te ni las use sino que esté dispuesta a servirles. Hay una veta en la Iglesia católica, la ha habido antes y esperamos que permanezca sobre la tentación de otras tendencias conservadoras o neoliberales, que la coloca a la vanguardia de las ideas de justicia distributiva y justicia social, que retoma el pensa miento expuesto por innumerables fieles que prefie ren la solidaridad con los pobres, el respeto a la dig nidad de las personas y la convicción de que en lo esencial todos somos iguales. Todo esto no sólo en la prédica y en la literatura pastoral, sino en la práctica cotidiana, por encima del sentimiento de superiori dad y de la soberbia de clase y en búsqueda de los marginados, proletarios, plebe, pobres, indios o co mo les llamen. Me quedo con la Iglesia de los pobres y no con la de los vacuos e impreparados, que ni siquiera saben a quién sirven •
Poesía y dignidad Hace poco, con motivo del asesinato del poeta y traductor Guillermo Fernández, rescaté una entrevista que le hice en 1989, y pude observar que todo lo que él dijo hace más de dos décadas sigue vigente. Pero en especial revaloré tres afirmaciones cuyo sentido ético y poético es necesario reiterar. Guillermo Fernández (1934-2012) fue un crítico certero del poder, y jamás se anduvo por las ramas en este tema. Él sabía, y decía, que quien pacta con el poder o se deja manipular por él se vuelve menos poeta, o bien se niega por completo (se anula) en el momento mismo en que usa la poesía para cantar y elogiar al poder y a los poderosos. La poesía, por dignidad y congruencia, no puede reconocer otro poder que no sea el de la ética poética donde confluyen la inteligencia y la sensibilidad, el arte y el bien. Hace veintitrés años el autor de Bajo llave dijo: “El poeta debe vivir con el mínimo de indignidad, aunque a muchos esto parece preocuparles muy poco.” Esta es una lección que Fernández aprendió de Cernuda, aquel Cernuda que, como nos lo recordó José Emilio Pacheco en uno de sus recientes “Inventarios”, sentenció lo siguiente: “No creo en nada, no quiero nada, no espero nada.” El poeta no vive para las recompensas del poder ni para las celebraciones del éxito. Si estas son sus metas, más que poeta es un esclavo o un bufón. Otra afirmación contundente de Fernández es consecuencia de la anterior: “No amo el poder en ninguna de sus formas; me repugna, me parece vomitivo. No basta con pensar que hay gobiernos aún peores que los nuestros. Yo creo que todos son igualmente abominables.” Pecar de ingenuos frente al poder es lo que más se nos da a los poetas. Una cosa es que el poder te use sin tu consentimiento, pero otra muy distinta es que te dejes usar a sabiendas de que te están usando, pero que lo haces porque la simple promesa de la recompensa pecuniaria o prestigiosa te hace agua la boca. La tercera afirmación no es menos severa: “Me molesta el hecho de que la gente se deje pisotear, manejar, conducir. Me irrita la vocación de los esclavos.” Para Fernández sólo los ilusos no saben que viven constantemente en “libertad condicional”, y justamente éste es el título de uno de sus poemas que dice así: “No te hagas ilusiones/ Alguien –¿a quién y desde cuándo?–/ algo pidió a cambio de nosotros/ Por eso abrimos nuestros día tras día/ y empezamos puntual y ciegamente/ a girar sobre el eje de su máquina/ Algunos de nosotros/ los más dóciles/ vivimos más o menos satisfechos/ en libertad condicional:/ purificamos nuestro espíritu en la jaula/ de caracoles puestos a purgar." La poesía, si lo es, siempre resulta un ejercicio de la dignidad crítica y no únicamente de la canción celebradora del mundo. Esta también es una lección de un poeta grande como Ezra Pound, quien en cierta ocasión escribió que sólo los poetas pueden juzgar a los poetas, porque quien no entiende la poesía está imposibilitado para tener una mínima noción de la profundidad y la superficie. Los poetas, cuando lo son, tienen la capacidad de distinguir una cosa de otra y, además, de salir del fondo más oscuro de la tiniebla humana y contin u a r v i v i e n d o co m o peatones comunes y
corrientes. Mal cuento, por supuesto, para quienes creen que son poetas hasta cuando obran en su acepción más digestiva. Nicanor Parra escribió: “Me da sueño leer mis poesías/ y sin embargo fueron escritas con sangre.” Luego dijo: “Me defino como hombre razonable/ no como profesor iluminado/ ni como vate que lo sabe todo./ Claro que a veces me sorprendo jugando/ el papel de galán incandescente/ (porque no soy un santo de madera)/ pero no me defino como tal./ Soy un modesto padre de familia,/ un fierabrás que paga sus impuestos./ Ni Nerón ni Calígula:/ un sacristán/ un hombre del montón,/ un aprendiz de santo de madera.” He ahí una declaración de la dignidad poética o de la poética de la dignidad. En un mundo donde la poesía es lo menos importante, estamos hablando de excepcionalidad. Excepcional es el poeta que sabe que la poesía no se rinde jamás frente al poder (cualquier poder), como lo dijo también, en otro poema, Guillermo Fernández: “Pierdes el tiempo triturándome los huesos/ Escupiendo mi taza de café pierdes el tiempo/ Pierdes el tiempo estrangulándome los huevos:/ los tienes en tus manos pero pierdes el tiempo.” Todos los poetas que se respeten son excepcionales, no necesariamente en cuanto a la calidad de su poesía, sino sobre todo y por principio porque, por su misma individualidad y su propósito, se apartan de la uniformidad, de la manada •
17 de junio de 2012 • Número 902 • Jornada Semanal
Ana García Bergua El cut cumple cincuenta años Cuando salga este artículo todavía quedarán dos semanas para ir a ver El maracanazo, una samba –comedia en la que los dioses griegos conspiran para lograr o impedir que Brasil gane el histórico mundial de futbol de 1950, antes del error del portero Moacir Barbosa que conmocionó al mundo y lo condenó al aislamiento y la pobreza durante el resto de su vida. El maracanazo, obra inédita de Ernesto Anaya escrita especialmente para esta ocasión, con la música espléndida de Gabriela Ortiz y dirigida por Mario Espinosa, es parte de los festejos por los cincuenta años del Centro Universitario de Teatro que se cumplen mañana, y también es el trabajo con el que se diploman los actores de la generación 2008-2012. Al ver este espectáculo de muy buenas actuaciones, canto, danza y músicos profesionales en escena, sentí una alegría exaltada y un orgullo tremendo de haber estudiado en el cut del que tantos y tantos buenos teatristas han surgido: actores, dramaturgos, directores, escenógrafos y productores que en gran medida han sido el rostro de la escena mexicana independiente durante los últimos cincuenta años. Para contar la historia del cut desde su fundación en la sede de Sullivan, hasta su domicilio definitivo en el Centro Cultural Universitario, pasando por aquella mítica sede coyoacanense del barrio de San Lucas, en cuyo jardín quizá recordarán una puesta en escena de Los veraneantes, de Gorki, habría que escribir, antes que nada, una enormísima lista de nombres. Por el cut ha pasado buena parte del teatro mexicano de la segunda mitad del siglo xx, comenzando por su fundador, Héctor Azar, y sus directores sucesivos, Héctor Mendoza, Ludwik Margules, José Caballero, Luis de Tavira, José Ramón Enríquez, Raúl Zermeño, Antonio Crestani, Raúl Quintanilla y el propio Mario Espinosa. Lo que es imposible enlistar aquí es la nómina de actores de primera línea egresados de él. El cut es un capítulo central de la historia del teatro universitario, un teatro crítico, independiente, profundo, de investigación y búsqueda, hermanado con las corrientes del teatro en el mundo y sin las ataduras que vulgarizan, en el peor sentido de la palabra, el teatro comercial –si bien hay que decir que, sin los egresados del teatro universitario, el mal teatro comercial y las telenovelas infumables se quedarían sin actores de carácter, directores y profesionales que les dan la poquita consistencia indispensable para sostenerse. Yo estudié ahí la carrera de dirección y escenografía que dirigieron a comienzos de los años ochenta los maestros Ludwik Margules y Alejandro Luna. Mi memoria de aquellos años agitados es la de un remanso activo, inteligente y abierto al mundo, en medio del México en crisis (¿hay otro?) de aquella época; como muchos exalumnos, no tengo para el c u t sino agradecimiento por esa formación rigurosa y profunda, que incluyó entre sus maestros de literatura a Juan Tovar, Esther Seligson, Margo Glantz y Noé Jitrik, entre muchos otros, amén de los maestros de actuación, dirección y diseño escénico. Cantera de teatristas de gran nivel y laboratorio de experimentación, las puestas en escena con que los estudiantes del cut se diploman año con año han sido una tradición en el medio teatral, pues para ellas se llama a directores connotados y se escriben obras ad hoc. El maracanazo no es sólo un reto para los jóvenes egresados, que tienen que
PASO ADE RETIRARME LAS RAYAS LA CEBRA
Juan Domingo Argüelles
LA CASA SOSEGADA JORNADA DE POESÍA
arte y pensamiento ........
bailar, cantar y cambiar de papeles y vestuario con gran versatilidad, sino que además transmite al público un espíritu de enorme libertad creativa, en el que la tragedia griega y la comedia postmoderna −“sin obviar los coros que, dispuestos en la parte trasera de la sala, dan aliento futbolero y trágico”, como escribió en este mismo periódico Olga Harmony− se intercalan con sorprendente fluidez, diría uno que con el desenfado de quien baila una samba, bajo la advocación del destronado dios Yemanyá. Retrato de un Brasil que no perdonó al portero Moacir Barbosa y a cambio dio asilo a los generales nazis (los gemelitos producidos por el doctor Joseph Menguele son uno de los mejores chispazos de la obra), El maracanazo es también un trabajo profesional en el que, además de los jóvenes que egresan con muy buen nivel actoral, intervienen creadores de primera línea como, además de los mencionados Mario Espinosa y Gabriela Ortiz, la vestuarista Edyta Rzewuska, la coreógrafa Lorena Glinz y el iluminador Ángel Ancona. Hay que verla •
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Alonso Arreola alarreo@yahoo.com
Wim Mertens celebra a Radio unam Hace setenta y cinco años, el lunes 14 de junio de 1937 para ser precisos, viajó por los aires la primera emisión de Radio Universidad en Ciudad de México. Lo hizo con un concierto en vivo, transmitido desde el Anfiteatro Bolívar, en el que se presentaron obras de Beethoven, Mozart, Schubert, Liszt y Paganini. Bajo las siglas xexx –luego xeyu –, la naciente estación se diferenció de otras más antiguas, como la estatal Radio Educación y la comercial w, gracias a una programación abocada especialmente al desarrollo cultural y pedagógico del país. En sus palabras inaugurales, Alejandro Gómez Arias, director fundador de Radio unam , hizo comentarios que hoy en día, pese a una evolución con altibajos, mantienen la filosofía de inicio: “La forma de este nuevo servicio de enseñanza y arte [se realizará] tratando de dignificar la música y no de envilecerla […] Por eso, las estaciones universitarias transmitirán las grandes obras musicales de todos los tiempos, pero también las melodías anónimas del pueblo, armoniosas y cristalinas cuando son auténticas […] En alas de ese instrumento prodigioso, la Universidad Nacional se ofrece al país, queriendo que se le escuche y se le juzgue.” Así, con una frecuencia de mil 170 khz de Onda Media (am), una débil potencia de 5 mil watts y sólo cuatro horas diarias de transmisión, pocos imaginaban los saltos tecnológicos que le permitirían a Radio unam , para el año 2000, lograr la administración de seis canales (am, fm, Internet, Onda Corta y señal vía satélite: satmex 5 y Solidaridad 2), hoy ya con una transmisión de 24 horas los 365 días del año. Un avance que se encadena digitalmente a tv unam y que solidifica su posición de liderazgo entre los medios culturales de Latinoamérica amplificando lo que ocurre en el Centro Cultural Universitario, en los estudios de grabación de su edificio en la calle de Adolfo Prieto, en su propia Fonoteca y en muchos espacios más. Lo anterior puede conocerse a detalle en Memorias de Radio unam 19372007, libro que cuenta con entrevistas a colaboradores, trabajadores y radioescuchas; esfuerzo editorial que pronto habrá de ampliarse, pues para celebrar su septuagésimo quinto aniversario, entre otras actividades, Radio unam ha invitado a nuestro país al célebre compositor y cantante belga Wim Mertens, quien hoy mismo, domingo 17 de junio, presentará su dúo con la violinista Tatiana Samouil en la Sala Nezahualcóyotl. Un gesto que nos parece acertado, pues pocos creadores contemporáneos cuentan con un juicio tan equilibrado y parejo entre expertos de dura crítica y melómanos de exigencia distraída. Curiosamente, la música de Mertens siempre se apega al ánimo en que uno esté, y lo revoluciona. Tiene un espíritu de enredadera, de alud vertiginoso que nunca llega a la violencia del aplastamiento. Conducido casi siempre por el piano, su inquebrantable serialismo (es autor del libro American Minimal Music) suele lucir más vivo que el de Michael Nyman o Philip Glass, aunque menos experimental que el de Steve Reich o Terry Riley. Además, llega con facilidad a los terrenos del pop debido a su perfil cinematográfico. Por lo mismo, claro está, el nacido en 1953 ha hecho la partitura de filmes como The Belly of an Architect, de cor tos como Wie Blubber im Bauch y de documentales como Un supermercado que vende palabras; sin embargo, el resto de su obra también sugiere y evoca estampas, cuadros en movimiento, escenas que sedu-
cen poéticamente excitando algo esencial; como aire que pega en la cara, como lluvia marcando una ventana, como tierra recién surcada, como fuego extendiéndose entre las cañas. Con estudios en Ciencias Políticas y Sociales, Musicología y Teoría Musical en las ciudades de Lovaina, Gante y Bruselas, Mertens fue productor de Radiotelevisión Belga y Radio Brabant, donde trabajó al lado de grandes compositores que dispararon sus inquietudes en torno al discurso minimalista. De ahí uno de sus primeros ejercicios en estudio: For Amusement Only, disco inspirado y “destinado” a las máquinas de pinball, tan populares en los años ochenta. Actualmente con una agenda de conciertos que abarca los cinco continentes, el compositor explora la tímbrica del solista que canta frente al piano, pero también del dúo, del trío y de ensambles con instrumentos atípicos, lo que le permite aumentar continuamente su catálogo de más de sesenta y cinco álbumes. Esperamos de cualquier forma que en su presentación de hoy, a las 18:00 horas, haga sonar los incesantes recorridos melódicos de “4 Mains”, “Struggle for Pleasure” y “Maximizing the Audience” (compuesta para la obra de Jan Fabre The Power of Theatrical Madness), sin duda dos de sus composiciones más emblemáticas y lúcidas. Felicidades entonces a Radio unam por sus primeros quince lustros •
Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
Mucho más que sólo eso in memoriam Joaquín Rodríguez
Hacia las tres de la tarde del domingo 10 de junio de 2012, bajo un sol de conquista, las escalinatas del monumento a la Independencia –mejor conocido como El Ángel–, en el capitalino Paseo de la Reforma, lucían repletas. Convocados por el movimiento social #YoSoy132, los manifestantes habían comenzado su marcha en la Plaza de la Constitución –mejor conocida como El Zócalo– tres horas antes. Al día siguiente los medios de comunicación hablarían, como mínimo, de unas 90 mil personas pero, millares más o millares menos, lo cierto es que hasta donde la vista alcanzaba, ahí de pie en las escalinatas del Ángel, la columna humana no tenía fin. De creatividad implacable, la voz colectiva ofrecía mucho más que sólo eso ya bien sabido para cualquiera que, hace un par de meses apenas, haya asistido e incluso únicamente atestiguado marchas, mítines y protestas de toda laya. A las habituales “esos son, esos son, los que chingan la nación”, “ese apoyo sí se ve”, “no somos uno, no somos cien, prensa vendida, cuéntanos bien”, “policía consciente se une al contingente”, “Zapata vive, la lucha sigue”, “adelante, atrás, a los lados, aquí no hay acarreados”, y otras similares de aplicación general, ahora se sumaron al menos dos tipos diferentes de frases: primero las que, aprovechando el molde conocido, en él vaciaron el tema de fondo de esta movilización, por ejemplo “ se ve, se siente, Peña es delincuente”, “Peña, hermano, de la rata y el marrano”; y segundo, verdadera miga verbal del evento, las que enriquecían esas rimas sencillas con dosis más o menos amplias de contundencia y elocuencia, verbigracia la ya célebre “Televisa te idiotiza, Teveazteca te apendeja”, las muy sintéticas “México sin pri ” o “fuera el pri ”, pero sobre todo otras así:“Gaviota, Gaviota, tu esposo es un idiota”, “Elba Esther, Elba Esther, tú también vas a caer”, “aquí se ve, aquí se ve, que Peña Nieto presidente no va a ser”, “hay que estudiar, hay que estudiar, el que no estudie como Peña va a acabar” y “Machete tumba copete”. Al parecer no hubo timoratos que se arrugaran al escuchar, como parte de la consigna, alguna leperada puesta ahí con toda naturalidad: “no que no, sí que sí, ya chingó a su madre el pri ”, “que sí, que sí, que chingue a su madre el pri”, o un alarde total de síntesis, a ritmo de batucada contagiosa, que para rematar diez enérgicas notas de tambor soltaban un catártico “Peña puto”. Entonces, alrededor del Ángel, en compañía de al menos otras 89 mil novecientas noventa y nueve personas, al calor de la tarde intensamente joven, nada pareció más natural que, elevándose entre goyas, huelúms y una marea de frases, unas distinguibles y otras no, se oyera algo que terminaba diciendo “…no lo somos; ¡viva México, cabrones!”, “…todos juntos como hermanos, porque somos más, jalamos más parejo…”, “…yo ya no soy un pendejo…”. Entonces, y con ellas en la lengua, demorar sólo un par de segundos en darse cuenta de que estas últimas consignas nacieron letra de canción, una titulada “Gimme the power”, y en ese preciso momento entender mucho más que sólo eso; por ejemplo, que los integrantes de la banda Molotov, autores de la rola, seguramente no imaginaron, al componerla, que años después formaría parte del bagaje cultural colectivo y que le vendría mejor que anillo al dedo a esa multitud, para expresar con ésas, sus palabras, sus ideas: “gente que vive
CINEXCUSAS CINEXCUSAS
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BEMOL BEMOL SOSTENIDO SOSTENIDO
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en la pobreza, nadie hace nada porque a nadie le interesa”, “dame, dame, dame, dame todo el páuer, para que te demos en la madre”, “si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger…” Entonces, ya contrastadas en la mente las imágenes de esa protesta festiva, de esa fiesta contestataria, con los registros gráficos de la represión y matanza perpetrada exactamente un 10 de junio de hace cuarenta y un años, comprobar la existencia de vasos comunicantes que han fusionado, en este presente que se percibe decisivo, elementos dispersos nada más en apariencia, como la consigna política, la capacidad lúdica individual y colectiva, la irreverencia leperosa, las letras de las canciones de una banda de rock, la histórica incomodidad que el statu quo sufre ante los gustos y las tendencias de una juventud que no aspira simplemente a perpetuarlo todo… Y entonces, como si hubiese sido hecho ad hoc para acompañar/ilustrar/ampliar algunos aspectos de esta que algunos todavía rehúsan nombrar primavera mexicana, un documental dirigido por Olallo Rubio, titulado Gimme the Power, en el que se habla de Molotov, sí, pero de mucho más que sólo eso •
arte y pensamiento ....... LA JORNADA VIRTUAL
Naief Yehya naief.yehya@gmail.com
Sexo (virtual), mentiras y guerra: el caso Scott Ritter (ii y última) Indiscreción Scott Ritter es el exmarine que trabajó como inspector de armas de destrucción masiva para la onu entre 1991 y 1998. Tras años de perseguir y presionar al gobierno de Saddam Hussein, pasó a convertirse en activista antibélico para tratar de impedir que Estados Unidos atacara a Irak con premisas falsas. Su campaña fracasó y poco después su vida se desmoronó por cometer una serie de indiscreciones al tener chateos sexuales por internet con presuntas menores de edad que resultaron ser policías.
¿Qué tal si hubieran sido niños de verdad? A pesar de que hubo irregularidades (particularmente la revelación ilegal de sus previos arrestos) en el caso, que pudieron haber obligado a la juez Jennifer Harlacher Sibum a retirar los cargos en contra de Ritter, aquélla sentía tal indignación moral en contra del exinspector, en parte porque percibía que el acusado era arrogante y tenía una incapacidad para sentir remordimiento, que optó por declarar que Ritter era un “depredador violento”. Esto es asombroso pues Ritter jamás ha sido acusado de una conducta sexual violenta y sus crímenes no involucraron contacto físico alguno, ni acoso indebido, ni alguna forma de intimidación u hostigamiento. Sus crímenes son producto de una tecnología que permite interacciones “íntimas”, a ciegas entre desconocidos; un medio que posibilita el contacto a distancia de personas cuyos caminos muy probablemente nunca se cruzarían. Ritter no visitó foros clandestinos para pedófilos, ni rondaba los espacios frecuentados por niños, en busca de posibles víctimas. Sus encuentros con presuntas prepúberes tuvieron lugar en foros explícitamente prohibidos para
A LÁPIZ
Julia Orayen es una modelo argentina –frondosa y exuberante, con poderosas inclinaciones hacia el desnudismo exhibicionista–, seguramente conocida por quienes son seguidores de las revistas especializadas en el tema del porno soft. Saltó hacia una ruidosa y breve fama por su aparición en una suerte de escenario “equivocado”: siendo una chica que suele aparecer como conejita, fue vista por los televidentes durante el primer debate político de los cuatro candidatos que contienden por la Presidencia de la República Mexicana para las elecciones de 2012, haciendo de edecán que ofrecía una urna con papeletas para los turnos de participación. Según los entendidos, la aparición de Julia Orayen ocupó 24 segundos en pantalla (con mediciones que recuerdan las de Oliver Stone en jfk ): vestido blanco ceñidísimo, escote amplio y tetas voluminosas… No describo nada que no haya sido mirado y remirado en México y sus alrededores, con regocijo (mucho) y escándalo (poco). Si Julia Orayen hubiera sido registrada así en uno de los muchos programas de rifas, música y chismografía en la televisión, donde todas las modelos y edecanes aparecen vestidas como ella en el “debate”, nadie la recordaría particularmente; lo que la ha convertido en un curioso tema chismográfico es su breve presencia en un programa de contenidos políticos. Es como si se hubiera televisado una misa en Catedral y ella, con el atuendo mencionado, hubiera aparecido con una patena en la mano a la hora de la comunión (me equivoco, la imagen de un niño ataviado con normalidad es suficiente para la excitada, caliente y mafiosa pornoiglesia): lo que escandaliza (palabra que no tie-
computadora. Esta arma ha cobrado incontables vidas, muchas de ellas “daño colateral”: mujeres, niños, ancianos e inocentes sobre los que súbitamente llovieron misiles que aplastaron sus casas, autos o escuelas. Los responsables de esta campaña de purificación, de juicio sumario por webcam, imaginan esta labor de vigilancia y exterminio como una guerra limpia y moral de bajo costo y con un mínimo de víctimas. Esta es sólo una cara más del conflicto que Ritter trató de evitar y que en casi once años ha demostrado ser un fracaso en su misión de liberar a Estados Unidos (y a esa extraña entelequia que llaman Occidente) del terrorismo planetario.
Fantasías criminales
menores, en lugares donde adultos, voluntariamente y bajo la ambigua protección que da el anonimato, buscan a otros adultos para participar en actos de sexo virtual o juegos masturbatorios, aunque de cuando en cuando éstos desembocan en sexo real. Al terminar el juicio, la juez negó la posibilidad de una fianza para que Ritter obtuviera libertad bajo palabra y ordenó que fuera enviado inmediatamente a prisión. Harlacher Sibum dijo:“Aunque reconozco las enormes contribuciones que ha hecho durante su vida el Sr. Ritter, tengo que poner esto en la balanza respecto a la seguridad de la comunidad. ¿Qué hubiera sucedido si esos menores hubieran sido niños reales y no agentes de la ley?” Esta es precisamente la pregunta emblemática de la esquizofrenia cultural de un tiempo de apertura demencial dominado por una férrea moral victoriana.
Predator Pero aún más paradójico resulta que a Ritter se le denomine violent predator, precisamente en una era en que el arma predilecta del régimen Obama es el Predator, el avión a control remoto que se utiliza para asesinar a sospechosos vía red digital, desde la comodidad de un distante monitor de
Enrique López Aguilar alapiz@hotmail.com
Debatetas
17 de junio de 2012 • Número 902 • Jornada Semanal
ne que ver con “reprobación”) es que una mujer así, con un vestido como ése, haya aparecido en un programa político, circunspecto y aburrido que, estrictamente hablando, no requiere de edecanes. Lo dicho me remonta a una escena de otra película, Poderosa Afrodita, de Woody Allen, en la que el protagonista –en busca de reorientar el destino de una joven prostituta interpretada por Mira Sorvino, es decir, la poderosa Afrodita–, le sugiere a ésta, antes de que conozca a un posible pretendiente: “Cuando lo conozcas, dale la mano y no le preguntes si le puedes chupar el pene.” En el contexto filmográfico, quien aparece infelizmente descolocada es ella, pues no sabe cómo comportarse con personas de la alta sociedad neoyorquina y percibe que su cuerpo, su atrevimiento y su manera de vestir no convocan las simpatías de la high society.
Hay algo extraordinariamente retorcido en el hecho de que uno o varios policías se dediquen a cazar presuntos depredadores haciéndose pasar por niños o niñas. ¿Cómo clasificar esos actos sexuales virtuales, esas sesiones de insinuaciones, provocaciones y actuación en los que nadie toca a nadie pero que a menudo conducen a actos masturbatorios, y que una vez pasado el placer y la urgencia dejan en ruinas a quienes caen en la trampa? Aquí el argumento principal de la ley es que estos oficiales se dedican a purgar el sistema de sus depredadores. Esto es siniestramente equivalente a la lógica de la guerra de Irak, la cual fue lanzada como un preemptive strike o ataque preventivo. Estas acciones no buscan capturar a los pervertidores que han cometido crímenes, sino que es un travestismo virtual con el que los oficiales se ofrecen como carnada para estimular apetitos sexuales y empujar a que alguien se entregue a la (auto)tentación. Es probable que este método sirva para detener a algunos cuantos depravados peligrosos, pero ¿cuántos serán simplemente víctimas de sus fantasías? En toda fantasía sexual compartida siempre habrá un elemento de riesgo, de ser humillado públicamente, de ser expuesto y ridiculizado. Ritter, como muchos otros, sucumbió, y quizás la vergüenza, la catástrofe social, económica y moral, los purifique de esos deseos inaceptables. Mientras, los otros depredadores seguirán sembrando terror, muerte y destrucción en nombre de la guerra contra el terror •
En una sociedad mexicana dizque moderna e impermeable a todo escándalo (el de los crímenes imperdonables contra las mujeres, el de la guerra contra el narco, el de los fraudes electorales), la aparición de una modelo vestida provocativamente ha sido más causa de hilaridad y regocijo que de comentarios relevantes. ¿No será que, en el fondo y la superficie, el público iguala –en su fatiga– el cansancio frente a los políticos con el cinismo irrespetuoso de los “medios”? ¿No será que alguna fuerza “externa” pretende sugerir que es lo mismo Julia Orayen que el discurso de cuatro candidatos? Tetas contra carretas, o iguales a carretas, o la playboyización de las carreras políticas: si todo fuera como el espectáculo de un téibol, que llegue la hora de los cuchillos largos, al fin que todos nos reímos del puntadón, como hizo el frívolo y acomodaticio Jorge Castañeda jr . en un tuit que remitió para lectura generalizada. Ahora recuerdo Los malditos, de Visconti, pero sin Krupps ni verdaderos líderes. Pareciera que no hay nada en este incidente que no haya sido profetizado por el cine: ahí estuvo el excanciller Castañeda jr ., fotografiado en todos los medios: jugaba a ser el Titino del entonces secretario de Estado de Georgie Bush (Colin Powell) y fue patiño engañoso a la hora de afirmar que, intelectual independiente, pertenecía al “alternativo” Grupo San Ángel. El cine y la tele. El ife pide perdón por el numerito de la edecán desnudista y paga millones de pesos a la televisión extraídos del dinero de los contribuyentes; jura que nada supo de la modelo encueratriz. ¿Por qué no contrae sus enormes sueldos? Estos ofenden más que la presencia de una modelo exhibicionista a la que pagaron poco más de cien pesos por segundo de aparición en un debate rutinario: eso sí que es pornografía. El ife dispendia como si el dinero fuera suyo y sus funcionarios fueran diputados, senadores, delegados, o presidentes municipales –esos dizque representantes colectivos “que dejan el pellejo en la arena por cada uno de nosotros”. Prefiero verle las tetas a Julia Orayen •
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Jornada Semanal • Número 902 • 17 de junio de 2012
....... arte y pensamiento Germaine Gómez Haro
La Oncena Bienal de la Habana (ii y última) Como se mencionó en la entrega pasada, la Oncena Bienal de La Habana tuvo como objetivo primordial la interacción del público con los trabajos presentados tanto en la calle como en las galerías, haciendo de la ciudad entera un amplio escaparate artístico. Entre los numerosos proyectos públicos, llamó especialmente mi atención la muestra Detrás del muro–quizás el proyecto de mayor impacto y envergadura del programa– que reunió veinticinco trabajos entre esculturas, intervenciones, instalaciones y performances que se llevaron a cabo a lo largo del emblemático Malecón habanero, bajo la dirección del curador Juanito Delgado Calzadilla. Se suele decir que el Malecón es “la sala de estar de La Habana” donde los parroquianos –un literal hervidero humano– se sientan en el extenso “sofá” de piedra que es el muro a intercambiar cantos, bailes, tragos de ron “planchao”, risas, lágrimas, buenas y malas noticias, amores y desamores, en fin, toda suerte de muestras de afecto, compañerismo y solidaridad que aún se palpan en esa sociedad que, a pesar de las contradicciones (o quizás, gracias a ellas), todavía conserva una dimensión humana casi inexistente en la mayoría de los países primermundistas. Tengo para mí que el muro simboliza la frontera que separa la realidad cotidiana de la Isla y el océano de sueños e ilusiones que se proyecta como una inmensa puerta abierta al horizonte por la que se asoma el imaginario colectivo de los cubanos; así pues, esta gran galería al aire libre dio lugar al singular encuentro entre el arte “culto” y la creación “popular” que día a día se genera al caer el sol. A lo largo del paseo por el Malecón el transeúnte se topaba con toda suerte de sorpresas, entre las cuales me conmovió la muy sugestiva pieza del cubano Adonis Flores, que consiste en una enorme valla metálica sobre la que construyó la palabra fe con láminas de hierro procedentes de la cha-
Fe, Adonis Flores
tarra que es arrojada en los basureros. Estas dos letras, apunta la ficha técnica,“que simbolizan el elemento hierro en la tabla periódica conforman también la palabra que designa el conjunto de creencias de una religión, una persona o un grupo”. La pieza resulta visualmente impactante y funciona como obra tautológica por el material empleado y por su significado intrínseco, y hace alusión a un “concepto que puede corroerse como el propio material, o que puede surgir a partir de lo desechado”, acertada analogía que, en mi opinión, coincide con el espíritu de la Bienal en sus múltiples acepciones. Ante la imposibilidad de reseñar la amplísima cantidad de actividades que se presentaron simultáneamente en numerosos espacios (aprovecho para felicitar a Mónica Mateos por su excelente cobertura del evento en este diario), vale la pena señalar algunas de las conclusiones que conseguí formular a lo largo de mis visitas y a través de las conversaciones sostenidas con artistas y colegas locales y ex-
Jorge Moch
ARTES VISUALES tranjeros. Parto de una opinión generalizada –y por supuesto, también existen los detractores y descalificadores– para considerar esta Bienal la más ambiciosa y exitosa de todas, en términos de calidad estética y alcances propositivos, así como por el logro de una participación sin precedentes tanto del público local como de los visitantes provenientes de muy diversos puntos del orbe. Entre éstos, es inédita la inclusión de numerosos artistas cubanos que viven fuera de la isla (muchos de ellos residentes en Estados Unidos), así como de un contingente de alrededor de mil 500 estadunidenses, entre los cuales venían directores, curadores y mecenas de prestigiados museos (como el moma , el Museo de Bellas Artes de Boston, de Atlanta y de Houston), así como destacados coleccionistas que unos años atrás jamás hubieran pisado este país. También es necesario subrayar la entusiasta y relevante participación de figuras estelares del arte contemporáneo internacional, como la serbia Marina Abramovic, el austríaco Hermann Nitsch, la pareja ruso-estadunidense Ilya y Emilia Kabakov, el controversial e irreverente neoyorquino Andrés Serrano, incluyendo a los mexicanos más cotizados en ferias y bienales: Gabriel Orozco y Rafael Lozano Hemmer, entre otros. El espíritu de tolerancia e inclusión que se percibió en la Oncena Bienal de la Habana ha propiciado la construcción de un puente luminoso que une caminos antes intransitables y fortalece una red de intercambios, diálogos y solidaridad imprescindibles para impulsar y reforzar los cambios que se están dando en Cuba. Por fortuna (al menos para quien esto escribe), hay quienes todavía creemos en el arte como herramienta para crear el mejor de los mundos posibles, y no como mero objeto de especulación en la vorágine de los mercados capitalistas •
CABEZALCUBO
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Infames La infamia es recurso, método, forma y fondo del quehacer político en México. Como nunca, la opción de mentir, de distorsionar, de calumniar se impone a la opción de gobernar, de servir a la gente, de trabajar por el país. Los infundios, que se han convertido además en toda una industria –se compran, se venden a medida, se organizan en campañas de medios concienzudamente diseñadas lo mismo para manipular y torcer la opinión pública que para sencillamente arrojar una gruesa capa de lodo encima del adversario–, toman la forma de la apresurada calumnia del funcionario cortesano o la complejidad de una serie de anuncios de televisión de factura impecable y contenido mentiroso. Son la herramienta del régimen, la de la resistencia al cambio tan necesario, la de la reacción, la de los mecanismos de defensa de la prebenda y el privilegio. Brotan por todos lados, y a veces son la rabia hecha verbo. En tiempos electorales que anuncian posibles redivivas convulsiones nacidas del hartazgo ante los abusos, la ineptitud y el nepotismo, las infamias nacen de una franja de la sociedad refractaria al cambio de modelo económico y social que pondría en vilo la red de complicidades y canonjías de los que se nutre y satisface buena parte de la clase gobernante y sus poderosos contlapaches. Y como precisamente entre algunos de ésos hay propietarios de los medios, el infundio se multiplica como tópico y la infamia se consolida como forma de “hacer política”. Recuerdo un spot televisivo que hace seis años fue lanzado como parte de una campaña de proselitismo de la izquierda para atemperar los anuncios cargados de infundios contra el mismo adversario del régimen que es hoy nueva-
mente blanco de la infamia. Aparecía a cuadro Elena Poniatowska pidiendo –a la derecha, de donde venía esa campaña de lodo, de acusaciones demagógicas y sin sustento, de afirmaciones cargadas de ponzoña, creadas para causar nada más que animadversión, repulsa, rechazo al proyecto social y político de Andrés Manuel López Obrador– algo en apariencia muy sencillo: que quienes así lo venían haciendo simplemente dejaran de calumniar, de inventar infundios, de hacer acusaciones absurdas. No calumnien, pedía Elenita. Pero no la escucharon. Siguieron los mismos de siempre alimentando la hornacina colectiva del aborrecimiento inducido con frases cargadas de veneno pero sin la sustancia de una demostración. El peligro para México era un fantasma que recorría el país, a lomos de infundios bien organizados y mejor pagados. Hace poco vimos las facturas. Según sus propias declaraciones, olímpicamente pasadas por alto por las autoridades, y de acuerdo con las informaciones periodísticas de las últimas semanas, Vicente Fox Quesada debería estar en la cárcel porque como presiden-
te obstruyó la justicia, pagó con dinero del erario una campaña televisiva de desprestigio contra el candidato opositor de izquierda y además metió las pezuñas en el proceso electoral. Hay países en que una fracción de todo lo confesado –campechanamente– y demostrado sobraría para llevarlo ante tribunales. Pero no en México, donde se pasea y sigue de lengua larga, soltando declaraciones absurdas que nadie, ni siquiera sus correligionarios, pide. Y como él montones de nombres, de personeros de la derecha, secretarios de Estado, procuradores de justicia, ministros de la corte, gobernadores y alcaldes. Y detrás de todos ellos, los banqueros, los empresarios, no pocos industriales que se tragaron el cuento de que ahí venía la horda perredista a arrebatarles aquello que ganaron algunos con el sudor de su frente y otros con el de sus notarios y asesores bursátiles. Hoy el panorama no es muy distinto. Otra vez la izquierda atisba un resquicio en el sistema, la posibilidad de conseguir las posiciones de poder desde donde modificar este entorno viciado y habitado por la injusticia, el desprecio y el abuso, y por eso otra vez el infundio, la calumnia, la mentira aparecen en lugar de los argumentos y el respeto, porque la desesperación del régimen no es la pérdida del poder, sino que lo obtengan aquellos que sistemáticamente cuestionan y se oponen a la desigualdad, al privilegio de unos pocos que significa el perjuicio de los muchos, a esa demencial política gubernamental que durante treinta años se ha dedicado a socializar las pérdidas pero nunca democratizar las ganancias. Pero no hay que olvidar que la infamia nace de la desesperación. Y que en la democracia no hay guiones que valgan. Aunque se pague una fortuna por ello •
ensayo
Mozart y Salieri Marco Antonio Campos
17 de junio de 2012 • Número 902 • Jornada Semanal
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Ilustración de Juan Gabriel Puga
C
uando un genio muere joven, su vida y a menudo su muerte se hace una telaraña casi inextricable de especulaciones: reales, verosímiles, más o menos creíbles, increíbles. Con lo escrito sobre el salzburgués Mozart, el italiano Leopardi, el francés Rimbaud y el holandés Van Gogh podrían hacerse pequeñas bibliotecas o hemerotecas. En el teatro y el cine –en todo el arte–, quién no lo sabe, importa la verosimilitud de lo contado, no lo que pasó estrictamente en la realidad diaria. Particularmente el poeta ruso Alexander Pushkin en 1830 y 134 años después el cineasta checo Milos Forman, recrearon de manera espléndida la fábula de época de la feroz envidia del compositor italiano Antonio Salieri contra Mozart: aquél, en una pequeña tragedia, Milos Forman en un extenso filme. En 2010, en una impecable edición de la Pontificia Universidad Católica de Perú, aparecieron reunidas, bajo el título de Pequeñas tragedias, editadas y preparadas por el poeta peruano Ricardo Silva-Santiesteban, cuatro cortas piezas teatrales de Pushkin, de la cual la mejor es Mozart y Salieri, bellísimamente traducida en endecasílabos blancos por José Emilio Pacheco, The Great Translator. Es una obra magistral en su conjunto y línea por línea. La envidia es el sentimiento negativo mejor repartido entre las personas que practican el mismo arte, oficio o profesión. En la breve tragedia de Pushkin, el tema central es la irresistible desesperación de Salieri ante la dicotomía entre el genial compositor y el hombre libertino y vulgar. Le parece una injusticia desoladora que él, habiéndose sacrificado desde niño y entregado del todo a la música, Dios no haya repartido más equilibradamente los dones: “Pido al cielo justicia. No hay derecho:/ el don sublime, la sagrada llama/ no son premio del rezo, la fatiga,/ los sacrificios, el trabajo duro./ No es justo, no lo es, que el don, la llama/ iluminen radiantes la cabeza/ de un loco, un libertino…” Ignorando la envidia extrema de Salieri, Mozart lo considera muy buen amigo. El espíritu chocarrero de Mozart lo hace ir a casa de Salieri y llevarle un violinista ciego, alzado por él en una taberna de baja estofa, para que le toque un aria de Don Giovanni. Salieri echa furioso al violinista. Mozart empieza a tocar el piano y Salieri, seducido ante la maravilla musical, piensa que Mozart no es digno de Mozart. “Eres un dios/ y no lo sabes, Mozart. Pero en cambio/ yo sé que eres un dios.” Envenenada el alma, ofendido y herido en lo más íntimo de sí a causa de su inferioridad, Salieri decide envenenarlo antes de que llegue “a cumbres más altas”. Se encaminan a la taberna El León de Oro. Por una referencia indirecta sabemos que se está en 1791: Mozart comenta que está componiendo el Réquiem. Una alusión anuncia el final de la obra. Mientras beben vino, Mozart recuerda a Beaumarchais que supuestamente
envenenó a un amigo; Salieri dice que es falsa la historia; Mozart asiente, porque son incompatibles “genio y crimen”. En un descuido, Salieri pone veneno dentro de la copa de Mozart, quien alza la copa elogiándolo (lo que hace más dramática la escena): “Por tu salud, por la amistad de Mozart y Salieri, grandes músicos.” Mozart se pone al piano y toca su Réquiem. Salieri se conmueve y Mozart a su vez se conmueve por la admiración deslumbrada del colega. El veneno surte su efecto. Satisfecho, Salieri concluye: “No pasaré a la historia por mi música/ sino por el que ha matado a Mozart.” La combinación Shaffer-Forman dio notables resultados. Como se sabe, Amadeus fue al principio una obra teatral y luego un filme. Autor de la primera y guionista del segundo, Peter Shaffer tuvo como modelo indiscutible, al menos en su parte central, la pieza de Pushkin, pero la historia y los personajes son mucho más complejos. Hay datos ciertos: las penurias económicas, la naturaleza orgullosa de Mozart y la cronología implícita de la obra mozartiana, pero en casi la totalidad la obra es mera ficción. Salieri, si lo fue, no ha de haber sido más envidioso del genio de Mozart que muchos compositores y hombres de música de la época. Por demás, Salieri, en la vida real, fue un compositor notabilísmo y tuvo discípulos ilustres como Beethoven y Schubert. La Scala de Milán se inauguró con una composición suya. Sin embargo, para quienes desconocen la vida de Mozart, la leyenda de Salieri como el más acabado arquetipo del envidioso ha perdurado y perdurará en el imaginario popular, gracias a la maestría de Pushkin y Forman. El filme (Amadeus) empieza muy bien y termina muy bien con las imágenes del entierro de Mozart la mañana del 5 de diciembre de 1791 bajo una nevada feroz. En vez de hablar al público o con Mozart, como en la obra de Pushkin, Salieri lo hace al final de su vida confesándose con un sacerdote en el manicomio adonde fue llevado luego de intentar suicidarse. No sin horror el cura oye las minucias de su historia. Pero en vez de
haberlo envenenado, Salieri cree haberlo mandado al otro mundo obligándolo a un exceso de trabajo y cerrándole con intrigas palaciegas el acceso a discípulos y haciendo tarea de zapa contra sus obras. Pero Salieri, pese a la envidia infectada, reconoce en plenitud el genio de Mozart y lo ve como el instrumento de Dios para llevar la música a lo sublime, y una y otra vez hay el elogio total: “É≠l fue mi ídolo”, su música era algo que “nunca se había oído”, llegó “la belleza absoluta”… Si un ser de la ordinariez de Mozart es la encarnación de Dios, Salieri concluye, sólo se puede ser enemigo de Dios. A diferencia de Pushkin, que apenas lo traza en un par de escenas, Shaffer y Forman hacen que Salieri lleve al extremo la ridiculización como persona del joven salzburgués, a quien llama “la bestia”, y a quien le endilga epítetos como ”bocón, lujurioso, obsceno e infantil”. En la obra de Pushkin, Mozart ve a Salieri como un gran amigo y un gran músico; en la cinta de Forman recela, lo mira con desconfianza, pero llega a creer en su amistad. Sin embargo, a Forman se le pasa la mano al final con el protagonismo de Salieri: resulta muy poco creíble para cualquier espectador enterado y avezado, aun como ficción, que en la misma noche del 4 al 5 de diciembre de 1791, ocurra el estreno de La flauta mágica (a la que asiste Salieri), que Mozart se desmaye en escena, que Salieri mismo lo lleve a su casa, que le dicte Mozart desde su lecho lo último que escribió del Réquiem, que regrese Constanze Weber –la mujer de Mozart– luego de haber abandonado al marido enfermo, y Mozart muera. Cuando viví en Viena entre 1989 y 1991 hallé casualmente en una casa del centro histórico una placa que señalaba que allí moró Antonio Salieri; a Mozart, en cambio, en la que ha sido desde hace siglos la ciudad de la música, uno parecía encontrarlo y leer sus partituras y oír sus notas dondequiera. El Salieri creado por Pushkin y RimskiKorsakov, por Schaffer y Forman, me parece, habría visto eso como la continuación natural de la terrible injusticia de Dios •
LA PALABRA ESCRITA: usos, abusos y nuevas tecnologías
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Fabrizio Andreella, Xabier F. Coronado, Rocío García Rey y Sergio Gómez Montero
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