La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 24 de junio de 2012 ■ Núm. 903 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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Rocío García Rey

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Xabier F. Coronado,

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Fabrizio Andreella,

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bazar de asombros Notas sobre la novela de la Revolución (v de vi)

¿Por qué el lenguaje depositado en una hoja de papel o en una página virtual sigue resultando peligroso para algunos? ¿Qué implica la anulación del derecho del otro a nombrar por escrito al mundo? ¿Qué tanto las “nuevas” lectura y escritura rozan más la diversión y escapan al conocimiento? Desde la trivialización de mensajes y percepciones hasta la censura y la grafofobia, la palabra escrita –elemento fundador e insustituible de la identidad cultural humana– ha sido utilizada lo mismo para el sometimiento de unos a manos de otros, que para la emancipación y el ejercicio pleno y absoluto de los derechos individuales y colectivos. Los textos de Andreella, Coronado, García Rey y Gómez Montero que ofrecemos a nuestros lectores buscan aportar elementos para la discusión en torno a la necesidad de ejercer con inteligencia el uso de la palabra escrita, sobre todo en estos tiempos de dictadura intelectual de los medios electrónicos de comunicación, esencialmente irreflexivos y reacios a la profundización léxica y conceptual.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Frías apoyó a Madero y fundó en 1910 el perió­ dico El Constitucional de México. Después hizo lo mismo con el periódico La Convención, de 1914 a 1915. En este período convencionalista hay tres presidentes: primero Eulalio Gutiérrez, del 6 de noviembre de 1914 al 16 de enero de 1915; lue­g o Roque González Garza, del 16 de enero de 1915 al 10 de junio del mismo año, y Francisco Lagos Cházaro, del 10 de junio de 1915 al 10 de octubre de ese año. En este período se nombró a Vas­c oncelos secretario de Educación y a Heriber­ to Frías subsecretario. Con la victoria de Ca­ rranza, Frías se exilió en Estados Unidos y regre­ só al triunfar Obregón; fue cónsul de México en Cádiz, España, donde dijo haber pasado los me­ jores años de su vida. Es ahí donde escribió ¿Águi­ la o sol? (1923), Naufragio y El triunfo de Sancho Panza. Regresa a México y muere en 1925. O tros momentos estelares Uno de ellos es Al filo del agua, de Agustín Yáñez, cuyo título proviene de un dicho campesino de Jalisco, “estamos al filo del agua”, que significa que está a punto de caer la lluvia, la tormenta. Esa es la metáfora de la Revolución poco antes de ini­ ciar el movimiento. Es una novela con gran in­ fluencia de Joyce. Agustín Yáñez tiene uno de los mejores textos sobre la moral social alteña, que es Acto preparatorio, prólogo de Al filo del agua, donde brilla toda la fuerza de su prosa. Don Agus­ tín fue además el mejor gobernandor de Jalisco: su proyecto cultural fue extenso, eficaz e inno­ vador; abrió la costa, que estaba totalmente ais­ lada; en una época en que Jalisco estaba lleno de pistoleros, quemó armas y fusiles que habían quedado de la Cristiada y que portaban aque­ llos que se quedaron con “el dedo inquieto”.

24 de junio de 2012 • Número 903 • Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Escribió La tierra pródiga, la gran novela de la costa de Jalisco, del aventurerismo en la costa, en La Huerta, La Resolana, Tenacatita. También Las tierras flacas, en referencia a las de Los Al­ tos de Jalisco, donde los refranes forman la co­ lumna vertebral de la obra. Aquí reaparece el personaje central de Al filo del agua, el músico Gabriel, el organista de la iglesia, con sus deliri­ ros. En estos textos están presentes, además de Joyce, Gabriel Miró (1879-1930), escritor ali­ cantino, autor de Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso y, sobre todo, Leopoldo Alas, Cla­ rín (1852-1901), autor de La regenta. Rafael Felipe Muñoz, Chihuahua (1899-1972), escribió las novelas Vámonos con Pancho Villa (1931) y Se llevaron al cañón para Bachimba (1941). Es testigo de la revolución orozquista y lo ma­ nifiesta con prosa de acción pura, sin imponer puntos de vista, como Mariano Azuela. En su co­ lección Cuentos del norte, describe muy bien la personalidad de Francisco Villa. Un ejemplo: terminada una de las batallas, ordena Villa que allí ejecuten a los prisioneros del ejército huer­ tista; al día siguiente una mujer vestida de negro se dirige a Villa y le dice: “¡Canalla, criminal, asesino!” Junto a Villa estaba Fierro, y Villa le pregunta: “¿Quién es esa señora?” Fierro le res­ pode: “Es la esposa del coronel fulano”, y enton­ ces la señora se acerca y comienza a increparlo de nuevo y Villa le vuelve a preguntar a Fierro: “¿Ayer lo fusilamos, verdad?” y Fierro le respon­ de: “No, todavía no lo fusilamos, mi general.” Entonces Villa le ordena: “Pues fusílenlo, que no gaste en vano sus lágrimas esta señora.” (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: El sabor de la palabra Ilustración de Huidobro

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­n ada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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bitácora bifronte

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Jair Cortés

POEMAS QUE SON PLEGARIAS

jair_cm@hotmail.com

Para mi Suky y mi Kaiser, estas palabras sin correa…

En mi época universitaria trabajé como mesero en un restaurante (propiedad de unos tíos, quie­ nes me dieron casa y alimento los cinco años que duró la licenciatura en Literatura Hispano­ americana). En todo momento me sentí adop­ tado por la generosa familia Ordóñez Brasdefer, que me veía como a un hijo. Sin embargo, fueron tiempos difíciles porque mi madre trabajaba en el norte de México para poder financiar parte de mis estudios, y los de mis hermanos, a quienes extrañaba profundamente. También sentía nos­ talgia por los amigos de aquel puerto tropical donde había transcurrido parte de mi infancia y adolescencia. Me mantenía firme gracias a las car tas de mis seres queridos, es decir, gra­ cias a las palabras que venían del corazón y la mente de aquellos a quienes yo amaba, y de los libros que iba encontrando en el camino o que amigos míos ponían frente a mí, para la nostalgia: Li Po; para comprender los excesos de la libertad: On the road, de Jack Kerouac; para la melancolía adolescente y la idea de resurrección: Oscura palabra, de José Carlos Becerra; para asuntos filiales y el infierno de la burocracia: Franz Kafka.

Creo que una de las lec­ ciones m á s r e ve l a d o r a s acerca de la fuerza de la pala­ bra poética fue cuando Manuel (amigo y compañero mesero) me mostró una hoja que guarda­ ba en su cartera y que tenía es­ critos a mano los siguientes versos: “…soy otro cuando soy, los actos míos/ son más míos si son también de to­ dos,/ para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme en­ tre los otros,/ los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existen­ cia,/ no soy, no hay yo, siempre somos noso­ tros”. Le pregunté si sabía de quién eran esos versos. “No son versos, es una oración que rezo todos los días”, me respondió tajante. Su­ pe que este fragmento de “Piedra de sol”, quizá uno de los poemas más famosos de Octavio Paz, había tras­c endido el territorio de la litera­ tura para incrustarse en el de la vida espiritual de un hombre, borrando títulos y autores. Dejé

las cosas como estaban; aunque yo supiera de quién se trataba, no era yo el “maestro” si no la poesía que me enseñaba lo que era so­ brevivir día a día. Ah o ra , co n m á s l e c t u ra s en mi vida, tengo un cono­ cimiento mayor acerca de obras, autores y corrientes literarias, pero sigo pensando en muchos poemas como plegarias personales, conjuntos de palabras que, al estar unidas, generan energía más allá de la razón y el entendimiento, como aquellos versos de un poema de Leonard Cohen, conte­ nidos en su maravilloso libro La energía de los esclavos, que recuerdo siempre y son mi for­ taleza y fe en días aciagos (como estos días en que escribo estas líneas): “Yo no me maté cuan­ do las cosas me fueron mal/ no me dediqué ni a las drogas ni a la enseñanza./ Intenté dormir, pero cuando me di cuenta que no podía dor­ mir/ aprendí a escribir./ Aprendí a escribir/ co­ sas que pudieran ser leídas/ en noches como ésta/ por gente como yo.” • Ilustración de Huidobro

Dos poemas Yorguís Pavlópoulos

Representación Aquí estaba su lugar habitual El hombre sentado entre su silencio y el espejo mirando algo que se quema con rapidez y se agota sin cesar haciéndose feo. Podía sufrir todavía el amor. A veces se cansaba miraba entonces al techo lleno de ojos clavados en los suyos y una araña en un rincón oscilando al bajar. Después le caían encima grandes piedras derrumbes que lo despedazaban en pequeñas voces.

Testimonio de una primavera La primavera salí de nuevo a las calles; las golondrinas alrededor de mi sombrero y yo un ciego que escucha al avanzar voces de sus pequeños amores. Cerca de los jardines y bajo las ventanas se hizo tarde y no sentía quién era yo. En la noche el rumor de los pájaros me elevó a ágoras celestes, teatros del infinito.

Véase La Jornada Semanal, núm. 750, 19/ vii / 2009

V ersiónes de F rancisco T orres C órdova


Leer y escribir:

nuevas tecnologías

Sergio Gómez Montero En memoria de Antonio Alatorre, un maestro inolvidable

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l acto de sentir tiene al menos dos acepciones. Una, la que lo liga con los sentimientos emocio­ nales que se generan como una parte, aún os­ cura ‒sobre todo porque no se han estudiado suficientemente, se cree‒ del quehacer humano. No en balde Goleman, en su Inteligencia emocional, habla de la inteligencia sentimental, algo que a la escue­ la le hace falta prestar mucho más atención. Pero es la otra acepción la que ahora interesa, dado que tiene que ver con el conocimiento que surge de los reflejos, es decir de los sentidos (los cinco, sí), tema que tampoco ha sido estudiado suficientemente. ¿En qué consiste ese conocimiento? ¿Conocemos realmente a través de los sentidos o sólo actuamos de manera refleja a través de ellos? ¿Sólo conocemos a través de la lectura? ¿Y qué sabemos del papel que juegan ahí, tanto platónica como realmente, los pro­ cesos mentales? Las preguntas anteriores no son cap­ ciosas o inútiles, menos hoy, en la medida en que la aceleración de los procesos humanos y los cambios sociales producidos por el postfordismo le han abier­ to paso al campo del conocimiento o episteme toda una serie de nuevas interrogantes, toda vez que la concepción clásica de la segunda ya no funciona hoy. Como escribe Paolo Virno en Gramática de las multitudes: “Hoy no es difícil ampliar la noción de general intellect mucho más allá del conocimiento que se ma­ terializa en el capital fijo, incluyendo también las formas de saber que estructuran las comunicaciones sociales e inervan la actividad del trabajo intelec­ tual de masas.” Lo dice, claro, tomando en cuenta los Grun­d risse de Marx. Y esto, siguiendo a Virno y a Marx, entre otras cosas, conduce a ampliar la no­ ción de lectura (que tanto, por estos días, ha sido objeto de polémica en la vida política nacional). ¿Se puede hoy reducir el acto de leer a entender sólo el significado de la letra escrita; una letra escrita que nace, además, de muchas fuentes: libros, carte­ les, películas, computadoras? Desde luego que no, pues vale afirmar que no sólo existe una lectura co­ rrespondiente para cada acto reflejo, es decir sen­ sorial, sino que aun para cada acto sensorial (olfato, tacto, oído, visión, gusto) se pueden dar diferentes tipos de lectura dependiendo, claro, del sentido usa­ do: ¿es lo mismo ver y leer una pintura que una foto­ grafía; gustar una comida cocida que la verdura cru­ da? Podrían mencionarse muchos otros ejemplos, y más aún: se puede leer el pasado (los palimpsestos múltiples que existen), el presente y el futuro con diferentes grados de certeza. De hecho, existen múl­ tiples tipos de lectura y de cada uno de ellos se des­ prende la posibilidad de conocer. Es decir, hoy, leer es conocer; pero no sólo eso, sino que, en la medida en que se amplía la posibili­

dad de leer, se amplía la posibilidad de conocer. Así, no le falta razón a Sloterdijk cuando en Venir al mundo, venir al lenguaje afirma que la lectura (entendida sólo gutenberianamente), entre los occidentales ha sido un ejercicio limitante, pues le ha impedido al hombre conocer totalmente el mundo que lo rodea. Conviene preguntarse: ¿no será hora de que la escuela comience a pensar en la necesidad de am­ pliar el mundo de la lectura? Quizá también a noso­ tros corresponde hacernos esa pregunta. Aunque, se reconoce, leer de manera tradicional, gutenberia­ namente, también nos hace mucha falta.

Las nuevas formas de lectura La lectura gutenberiana o de los libros impresos tie­ ne varias implicaciones en la época actual. El tema, en su aparente planteamiento sencillo, conforma interrogantes diversas que comienzan preguntán­ dose si esa lectura gutenberiana no forma ya parte del pasado y se vuelve obligatorio entrar al territo­ rio de las Kindle y del futuro por venir, pues en la época actual hablar del presente es estar ya en el pasado. Cabe imaginar, entonces, el significado pe­ riclitado que tiene hoy hablar de lectura referida sólo a libros impresos en hojas de papel. Una espe­ cie de Fahrenheit 451, de Bradbury, pero cocinado de manera diferente. Si bien ese tema ya fue abordado desde épocas relativamente remotas ‒Emilia Ferreiro lo ha tratado en diversos libros‒, es evidente que en la actuali­ dad pareciera haber quedado fuera de la realidad contemporánea (incluyendo la educativa), porque si bien es cierto, según estimaciones propias, que si uno hoy se sube al Metro en el df , la relación entre libros y Kindles es de 100 a 1 aproximadamente; en Nueva York la cifra puede que sea actualmente de 50 a 1, y en San Francisco disminuye a 40 a 1. ¿Qué repercu­ siones tiene ello hoy en la escuela? ¿La educación como proceso formativo y de socialización lo ha to­ mado en cuenta entre nosotros?

Desde luego, lo importante es no sólo el cómo leer y comprender, sino cómo lograr que leer y com­p render ayuden a concretar sociedades más justas y libres.

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Ese paso meteórico de la lectura de gutenberiana a tableta (o “kindleana”), recorriendo en poco más de quince años todas las experiencias del ciberes­ pacio, también afecta a otros territorios de la misma manera que lo hizo, en su tiempo, la revolución gut­ emberiana; comenzando, claro, por la escritura. Con la imprenta de Gutenberg no sólo se multiplicó, entre otras cosas, el número de lectores, sino que, a la vez, el arte de escribir ‒una herencia de las primeras es­ crituras, pero particularmente de la alfabética‒, que era el arte de los copistas (no hay que olvidar la no­ vela de Eco, El nombre de la rosa), se multiplicó, es decir se masificó, de tal forma que todo aquel que leía también podía escribir, dándose la multiplicación de los lectores-escritores. Sin duda hoy, cuando la lectura está pasando de ser puramente gutenberiana a kindleana, lo mismo está pasando con la escritura, que de ser puramen­ te manuscrita se convierte cada vez más acelerada­ mente en tecleada manualmente o tecleada a través del touch. Los cambios registrados en torno a la lecto-escri­ tura hoy, ¿se refieren también a si ha cambiado lo que se lee y lo que se escribe en la actualidad? ¿Es lo mis­ mo lo que se lee hoy a lo que se leía hace veinte o cien años? ¿Cómo opera el mercado al respecto? ¿Sigue predominando la política del bestseller? ¿Cuáles son los cambios que en esos terrenos –la lectura y la es­ critura contemporáneas‒ se han dado? ¿Qué tanto las “nuevas” lectura y escritura rozan más la diver­ sión y escapan al conocimiento? ¿O será que el cono­ cimiento está atravesando nuevos caminos que ya no tienen que ver ni con lectura ni con escritura tradi­ cionales? ¿Ha estudiado hoy la escuela los cambios aquí apenas esbozados? ¿Está tomando alguna me­ dida al respecto? ¿Alguien tiene respuestas para las preguntas anteriores?

Lectura vs. lectura total Respecto de estos temas, hay dos textos que conviene tener en cuenta: uno es de Paul Auster, que en su no­ vela Un hombre en la oscuridad, dice: “No hay una sola realidad, cabo. Existen múltiples realidades. No hay un único mundo. Sino muchos mundos, y todos dis­ curren en paralelo… Cada mundo es la creación de un individuo.” El otro es de Paolo Virno (el ya citado autor de Gramática de la multitud), que parafrasea al Heidegger de El ser y el tiempo, donde se lee: “La per­ manente transformación de las formas de vida, y el adiestramiento en transformar lo aleatorio sin nin­ guna forma de contención comportan una relación directa y continua con el mundo en cuanto tal, con el contexto indeterminado de nuestra existencia.” En ambos textos, desde luego, la temática común es la diversidad de realidades y su impermanencia, así como el predominio de lo subjetivo, que parecie­ ran ser características de las sociedades contempo­


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Sin duda hoy, cuando la lectura está pasando de ser puramente gutenberiana a kindleana, lo mismo está pasando con la escritura, que de ser puramente manuscrita se convierte cada vez más aceleradamente en tecleada manualmente o tecleada a través del touch.

¿Las “nuevas” lectura y escritura rozan más la

diversión y escapan al

conocimiento?

ráneas, las que, se insiste, son leídas, y por ende com­ prendidas, de manera diversa, según la forma en que sean leídas hoy. Esas características no fueron, en las sociedades en las que se comienza a dar la lectura gutenberiana, las que hoy existen. De allí entonces la pregunta: ¿enseñar a seguir leyendo (o alfabeti­ zando) gutenberianamente, o inclinarnos a cambiar las formas de lectura (y se insiste mucho en compren­ sión) por una lectura total (y por una comprensión total del mundo, por ende), en donde todos tenga­ mos las mismas oportunidades de leer, y en donde la lectura no implique para nada discriminación? Lo mismo sería válido para el caso de la escritura. Más allá, claro, de lo puramente tecnológico. Lo tecnoló­ gico no es el dilema; el dilema, si lo hubiera, estaría centrado en qué leer y cómo hacerlo: ¿de manera to­ tal o aún gutenberianamente? La pregunta no es gratuita de ningún modo, pues si bien conlleva implicaciones múltiples, una de éstas tiene que ver directamente con el conocimien­ to de lo científico-tecnológico: ¿es la lectura gutenbe­ riana hoy la base que nos permite adquirir ese co­ nocimiento o esa adquisición requiere de otro tipo de lectura como base? ¿Cómo leen hoy los alumnos de la escuela básica en India o cómo han leído los años últimos los alumnos de esa escuela en Corea del Sur, para permitir que este último país esté hoy ubicado en los primeros lugares de las pruebas escolares estan­d arizadas a nivel internacional y, sobre todo, hayan desarrollado una base científico-tecnológica tan avanzada (India avanza hoy en tal sentido ace­ leradamente)? Desde luego, lo importante es no sólo el cómo leer y comprender, sino cómo lograr que leer y com­ prender ayuden a concretar sociedades más justas y libres; pero, en la búsqueda de esa concreción ‒mien­ tras toman vida en las diferentes sociedades contem­ poráneas los modos de producción avanzados que van a seguir al capitalismo‒, tenemos el dilema de la lectura y todo lo que ello conlleva. Por ejemplo: ¿las escuelas básicas actuales (me refiero a nuestras escuelas, a las de los países en donde la pobreza se concentra debido a múltiples causas) son las que realmente necesitamos, y los docentes que allí la­ boran, dado el caso, están capacitados para en­ señar lectura total? ¿Qué sentido tendrían allí los avances de lectura no gutenberiana; o se debe agotar necesariamente primero lo gu­ tenberiano? Las sociedades contemporáneas, domi­ nadas aún por el capitalismo, son socie­ dades en las cuales los dilemas son co­ sas cotidianas que conducen a poner en duda si lo que hacemos o dejamos de hacer es lo correcto; pero de que en ese torbellino está envuelta hoy la lectura, no tiene caso ponerlo en duda • Ilustración de Huidobro


Apuntessobre

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Rocío García Rey Yo, ajeno a mi nombre/ Expulsado de mi historia,

extraño en mi cuerpo/ Enemigo mío yo mismo. Dueño sólo de mi nada, de mis sueños/ De mi risa triste./

Dueño de la sorpresa que me causa no existir

Armando Arenas, El guardián

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n la película La vida de los otros (Das Leben der Anderen, Florian Henckel, Alemania, 2006), uno de los hilos de la historia es la censura hacia los actos de pensar y de escribir. La escritura como medio de fijación de pensamientos, sensaciones, his­ torias, sueños, ha representado a lo largo de la histo­ ria un peligro para el estatu quo. Lo enunciado bien podría quedar como anécdota e incluso co­ mo lugar común acerca de las prác­ ticas de los sistemas totalita­ rios; sin embargo, vale

como pre-texto para hacer un conato de reflexiones en torno a la unión de la escritura y el valor de la dignidad. ¿Qué implica la anulación del derecho del otro a nombrar por escrito al mundo? ¿Por qué los regíme­ nes totalitarios (bajo una denominación u otra) han llevado y siguen llevando a cabo esta práctica? ¿Por qué el lenguaje depositado en una hoja de papel o en

una página virtual ‒si pensamos en el posiciona­ miento de las nuevas tecnologías‒ sigue resultando peligroso para algunos? El silenciamiento equivale, por un lado, a censurar el lenguaje mismo y el acto cognitivo del que la escritura se deriva. Es el temor a las palabras escritas y a la revuelta de significados que éstas puedan provocar lo que ha devenido grafofobia, término que utiliza Aníbal González quien, a propósito de La ciudad letrada, texto emblemático de Ángel Rama ‒una de las figuras más sobresalientes de la crítica literaria latinoamericana‒ afirma: Pero la visión tenebrosa que Rama presenta del letrado y de la escritura en su conjunto es, como he sugerido, sólo un ejemplo reciente de lo que constituye una larga tradición de recelo de la palabra escrita en la cultura occidental, recelo que va más allá del mero logocen­ trismo para tornarse en grafofobia. Por medio de este vocablo[...] aludo no tanto a un miedo de la escritura que nos llevará a evitarla del todo [...], sino a una actitud ante la palabra escrita en la que se mezclan el respeto, la precaución y el temor con la revulsión y el deprecio.

Es precisamente la actitud de rechazo, negligencia y pérdida de interés en que estamos inmersos la que ha propiciado, en gran parte, que los actuales siste­ mas de poder ya no necesiten implementar, de ma­ nera tan evidente y abrupta, los dispositivos para silenciar. Para fortuna la quema de libros ha queda­ do, al menos en algunos países de América Latina, como parte de los capítulos más vergonzantes de la historia. Sin embargo, el desvanecimiento de estas prácticas tiene que ver con un vaciamiento de lo que significa leer y escribir como un derecho y un ejer­ cicio de dignidad. La unión entre dignidad y dere­ cho a la escritura, y por ende a la lectura, la hallo en dos planteamientos: por un lado en el de Teresa Yu­ rén Camarena cuando afirma que la dignificación –como parte del ethos‒: Es luchar por la libertad de todas las personas y por la revocación de cualquier forma de denominación: es empeñarse por elevar el nivel de conciencia propio y ajeno; es contribuir a conformar integraciones sociales y redes de interacción gracias a las cuales se satisfaga las necesidades del colectivo, se comuniquen los suje­ tos [...] es favorecer la participación creativa de todos y cada uno de los seres humanos en la producción de la cultura; es construir la propia identidad y la iden­ tidad de la comunidad.

Visto de esta manera, ¿no podríamos pensar que en la medida en que ejerzamos la lectoescritura, pode­ mos devenir sujetos capaces de hacer, en términos de Freire, nuestra lectura del mundo? Y además, ¿no es­ taríamos colocándonos en el andamiaje para clarifi­ car ideas, historias (personales o colectivas) y por lo tanto identidades? Si sabemos quiénes somos, ¿no estaríamos a un paso de construir la dignidad en tan­ to, como hemos señalado, ésta es una expresión de


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lagrafofobia

En una vasta tradición revelada y filosóficamente ree­ laborada, tanto oriental como occidental, prevalece la noción del lenguaje como instrumento y don divino, o bien él mismo como divinidad actuante que sustenta la esfera de lo espiritual divino-humana. No podría con­ cebirse la cultura, en el sentido tradicional, sin el logoslenguaje, ruah, soplo sagrado número del mundo, don divino, dios creador. […] El lenguaje es don, vínculo, reserva […] El len­ guaje es morada del hombre.

Pero insisto, en estos tiempos en “que reina la indi­ ferencia de masa, cuando domina el sentimiento de

Ilustraciones de Huidobro

Si la hoja en blanco se convierte en un papel con líneas escritas, con trozos de pensamiento, memoria y/o sensaciones, estaremos dando un paso adelante para que la grafofobia se desvanezca.

libertad? Pero para que las respuestas a estas interro­ gantes no permanezcan colocadas en la gaveta de las utopías irrisorias, tendríamos que comenzar por esforzarnos en cambiar nuestra actitud ante la pala­ bra escrita; la propia y la ajena que, deseemos o no, llega un momento en que se conjuntan. (No en vano en el campo de la literatura uno de los temas eje para estudiar un texto es la llamada intertextualidad.) Entre otras muchas cosas, el célebre pedago­ go brasileño Paulo Freire escribió en La educación como práctica de la libertad: “La op­ ción, por lo tanto está entre una educación para la ‘domesticación’ alienada y una educación para la libertad. Educación para el hombre-objeto o educación para el hombre sujeto.” La vigencia, me pare­ ce, sigue existiendo pese a las cuatro décadas de distancia entre la publica­ ción del texto y nuestro presente. Hay matices, claro, que no debemos soslayar porque quizá son la parte medular del gran trabajo que cuesta unir la noción de lecto-escritura con la noción de dignidad hu­ mana. En este sentido, si Freire se concentró sobre todo en sectores “marginados de gente adulta”, ahora su planteamiento podríamos apli­ carlo a cualquier nivel escolar, pues parte de los grandes malestares de este tiempo de globali­z ación reside en el desvanecimiento de identidades, ya colectivas, ya individuales, que dificultan aún más el hallazgo de un sentido para la vida. La educación a la que hemos estado sometidos ha tenido que ver con la práctica del silenciamiento y, por ende, con formarnos, mediante un currículo oculto, a tener una actitud, una creencia, opuesta a la episteme acerca de lo que significan nuestros propios actos de nombrar­ nos por escrito. Si “el lenguaje es la morada del hom­ bre”, en palabras de Graciela Ma­t uro, ¿cómo expli­ camos que cada vez disminuya el número de lectores y escritores? Y cuando me refiero a estos últimos, no me refiero a los que en términos canónicos se ha reducido el término: autores de obras literarias. Me refiero simple y llanamente a aquellos individuos que tengan la confianza de plasmar por sí solo una idea, un pensamiento que los colocaría con mayor facilidad en el terreno del ser sujeto. Graciela Matu­ ro afirma:

reiteración y estancamiento, en que la autonomía privada, donde lo nuevo se escoge como antiguo”, la brega por y para trabajar con el tema de valores se vuelve titánica y a veces espeluznante, sobre todo cuando nos enfrentamos a que una derivación de la crisis de identidad, a la que he aludido líneas arri­ ba, se desdobla en el ejercicio docente. ¿Por qué la docencia tendría que permanecer ajena a la “era del vacío”? Si como ha señalado Martínez Bonafé, en su artículo “La crisis de la identidad profesional del profesorado”: Parece que se acabó el papel mesiánico del intelectual que orienta la comprensión crítica del mundo. […] La arquitectura cultural es efímera, las tecnologías audio­ visuales homogeneizan el mensaje cultural, dando un valor preponderante a la imagen […] consumimos frag­ mentos inconexos de una representación de una reali­ dad previamente transformada en mercancía.

¿Para qué rescatar el papel mediador del lenguaje escrito? ¿Para qué enfrentar las prácticas desen­ cantadas de estar frente a un grupo de alumnos que, quizá como los mismos docentes, tienen el conocimiento del significante, pero no del signifi­ cado? ¿Para qué comenzar a intentar un ejercicio de escritura propia que nos ayude a clarificar lo que entendemos por valores y que nos muestre también cuál es la tradición axiológica de la que provenimos? Quizá este sería un primer ejercicio de transversalidad: cambiar nuestra actitud ante la hoja en blanco. Si la hoja en blanco se convierte en un papel con líneas escritas, con trozos de pensamiento, memoria y/o sensaciones, estaremos dando un paso adelan­ te para que la grafofobia se desvanezca. Porque el mundo de vaciamiento necesita re-conocer, re-sig­ nificar y muy bien nos haría a todos recordar aque­ llas palabras de Thiago de Mello: “Pido permiso para terminar/ deletreando una canción de rebel­ día/ que existe en los fonemas de alegría:/ canción que también vi crecer/ en los ojos del hombre que aprendió a leer.” Escribir es también una forma de resistencia y una forma para nombrarnos y nombrar a los otros, para no anular nuestra capacidad de asombro, de otra ma­ nera seguiremos inmersos lo que Teresa Yurén ha citado: “el hábito de vivir” •


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Xabier F. Coronado

Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un

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pasado que los interlocutores comparten

j . l . Borges, El Aleph

n este momento que vivimos, cuando estamos en el inicio de una nueva era de la comunica­ ción, casi nadie se para a pensar que utilizar la escritura ha costado a la humanidad muchos miles de años. Un largo camino para llegar a lo que hoy tenemos: diferentes tipos de alfabe­ to que son utilizados por una mayoría. Los sistemas de escritura fueron posteriores a la formación y ma­ nejo de las lenguas, implicaron un gran cambio fren­ te a la cultura oral, que se sustentaba únicamente en la memoria, y ampliaron los recursos que la voz aporta al conocimiento. La escritura es algo fundamental para relacionar­ nos y una de las bases de nuestra sociedad. La primi­ tiva escritura surgió con los asentamientos humanos en núcleos de población que generaban necesidades comerciales y administrativas. Pero la escritura no sólo es importante para la organización de la socie­ dad, también lo es para cada individuo, pues se trata de un recurso que le otorga la libertad de registrar y trasmitir sus pensamientos. Esta facultad se hizo po­ sible después de un largo y preciso desarrollo de las técnicas de escritura.

Algo de historia Pensemos en la escritura jeroglífica, que figura los

hechos que describe.

Y de ella, sin perder la esencia de la figuración, proviene

la escritura alfabética.

l. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus

Se dice que la historia comienza con los registros es­ critos, todo el período anterior a la escritura es pre­ historia. El Diccionario de la Real Academia Española define escritura (del latín scriptura) como, “acción y efecto de escribir” y “sistema de signos utilizado pa­ ra escribir”. Menciona los tipos de escritura: alfabé­ tica, silábica, ideográfica o jeroglífica; y señala que escribir (del latín scriběre) significa, “representar las palabras o ideas con letras u otros signos trazados en papel o en otra superficie”. Para poder escribir fue necesario encontrar una base donde capturar la palabra hablada; escribir su­ puso materializar la voz al grabarla en arcilla o trazar­ la en un papiro. Se puede hacer una historia de la es­ critura a través de las superficies que se han utilizado para realizar el acto de escribir. Los soportes de origen orgánico ‒animal o vegetal‒, e inorgánico ‒piedras o metales‒, se han ido transformando hasta llegar al soporte digital. Toda una evolución que abarca del período neolítico a nuestros días, de la protoescritura, en huesos o caparazones, al libro virtual. La protoescritura es una grafía en ciernes realiza­ da por humanos que intentaban simbolizar el len­ guaje. En China, hace más de ocho mil años, fueron utilizados caparazones de tortuga como soporte de símbolos que son considerados previos a la escritura. Lo mismo sucede con las Tablas de Tartaria, datadas hace siete mil años en el este de Europa (escritura Vinca), donde aparecen caracteres alineados como si se tratara de un texto.

La palabra

Hace casi seis mil años (Edad de Bronce) aparece la escritura en Mesopotamia. Los sumerios desarro­ llaron un sistema de signos con soporte en tablillas de arcilla: la escritura cuneiforme. Su nombre hace referencia al punzón en forma de cuña que se utiliza­ ba para grabar los símbolos pictográficos. Es impor­ tante especificar que las tablillas tenían unas claves referenciales, una ficha que reseñaba datos como el número de serie, fecha, lugar y los nombres del pro­ pietario, del soberano y del escriba. Todas estas re­ ferencias permitían su catalogación y las tablillas se guardaban organizadas en archivos. La protoescritura elamita (aún por descifrar), las escrituras jeroglíficas de Anatolia y de Creta, la es­ critura ideosilábica del valle del Indo, las escrituras china y egipcia, o los diversos tipos de escritura que se dieron en la América precolombina, son ejem­ plos de que la necesidad de escribir surgió de mane­ ra independiente en diferentes culturas del planeta. Las primeras escrituras fueron pictográficas e ideo­ gráficas. Posteriormente se desarrollaron sistemas de escritura silábicos que se adaptaban a la fonolo­ gía y la sintaxis del idioma hablado. Los egipcios no tomaron los símbolos mesopotámicos y crearon una escritura jeroglífica que tuvo un desarrollo propio. El alfabeto vino a cambiar las cosas. Los fenicios manejaron, hace tres mil años, el primer alfabeto re­ conocido. Procedía del cananeo, un protoalfabeto que perduró hasta la Edad de Hierro. El alfabeto fe­ nicio manejaba veintidós letras, todas consonantes, y dio lugar al alfabeto arameo y al griego, que utili­ za por primera vez signos vocálicos. Del griego se forma el alfabeto latino y del arameo derivan el abjad hebreo, el alfabeto árabe y los alfabetos asiáticos de la familia bráhmica. Desde la Antigüedad un mismo sistema de escri­ tura fue utilizado por lenguas diferentes. La escritu­ ra cuneiforme sumeria fue empleada por los acadios y los hititas, los japoneses asumieron los ideogramas chinos y en Turquía, el siglo pasado (1928), el gobier­ no de Kemal Atatürk impuso el alfabeto latino y des­ echó el árabe, que anteriormente se había utilizado. Los soportes utilizados para escribir fueron cam­ biando; en un principio se utilizaron piedras, huesos,

maderas, arcilla, metales y, en general, cualquier su­ perficie susceptible de ser grabada o pintada. Los egipcios usaron un soporte novedoso, el papiro; una planta acuática (cyperus papyrus) que era consumida como alimento y utilizada también para elaborar cestos, cuerdas, calzado, etcétera. El papiro favoreció la expansión de la escritura, rollos de varias hojas se copiaban para distribuir y comercializar; así apare­ cieron los libros y se formaron las primeras biblio­ tecas. El uso del papiro se difundió por Grecia y Ro­ ma. En Persia se desarrolló el pergamino, obtenido de la piel de animales, que relevó al papiro y su uso se extendió por Europa hasta que los árabes introduje­ ron el papel a finales del siglo viii . Con la utilización generalizada del papel (ela­ borado por primera vez en China hace casi dos mil años), y la invención de la imprenta en el siglo xv , toda esta larga evolución de la escritura sufre una auténtica revolución. Estos dos factores le dieron a la palabra escrita unas posibilidades que antes no podía tener. En la actualidad, con el nacimiento de la llamada era digital, se está volviendo a producir un cambio radical en la escritura, tanto en el soporte como en las maneras de difusión.

Exclusividad, libertad y censuras No escribo yo sobre las ideas de los demás sino sobre las mías. No veo como los demás hombres: hace

tiempo que me lo han censurado

j . j . Rousseau, Emilio

Desde su origen, la escritura fue utilizada por quie­ nes ejercían el poder en la sociedad: por una parte, los gobernantes para hacer propaganda de sus logros y conquistas; y por otra, los líderes religiosos para difundir sus creencias con el fin de imponer una de­ terminada interpretación de la vida. La capacidad de influencia y dominio que proporcionaba la escritura

Para poder escribir fue necesario encontrar una base donde capturar la palabra hablada; escribir supuso materializar la voz al grabarla en arcilla o trazarla en un papiro.

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era resultado de su exclusividad, fue un conocimien­ to en manos de unos cuantos hasta hace relativamen­ te poco tiempo. Así, después de ser una práctica re­ servada a escribas, letrados y clérigos que manejaban símbolos y alfabetos al servicio de gobernantes y élites sociales o religiosas, la escritura se popularizó. Actualmente, una mayoría tiene la posibilidad de ejercer la facultad de escribir y, si lo pretende, pu­ blicar lo que escribe. El derecho a poder dejar por es­c rito lo que pensamos o deducimos, nos da una autonomía individual que pocas veces valoramos. Esta posibilidad también ha dado lugar a que, desde el poder establecido, se haya reprimido esa libertad por medio de la censura y destrucción de libros. Tex­ tos que los mandatarios de turno no permitían difun­ dir por contener ideas o exponer realidades peli­ grosas para sus intereses. Esa censura de documentos casi siempre iba acompañada del acoso a las perso­ nas que los escribían o publicaban. La historia de la humanidad está llena de ejem­ plos; incluso en estos tiempos, sufrimos la nefasta actuación de instituciones represivas creadas por gobernantes o dirigentes religiosos que, además de dedicarse a prohibir y censurar el conocimiento reco­ gido en los libros, divulgan textos manipulados con el fin de dominar y desorientar a la sociedad. El terror ejercido a lo largo de la historia por todo tipo de inquisidores, la destrucción de las cul­ turas sometidas por los imperios, la censura del co­ nocimiento para mantener en la ignorancia a los individuos, y la persecución, encarcelamiento o des­ aparición de los disidentes, son métodos empleados por quienes desempeñan de manera desequilibrada la autoridad. De todos es conocido ese lado oscuro de la historia de la humanidad que sigue tendiendo su sombra en cualquier parte del mundo. Esa represión también se ejerce de modo indivi­ dual en el nivel social más cercano, ante el miedo a que un vecino, amigo o pariente escriba cosas que nos puedan perjudicar en el plano profesional o afec­ tivo. Incluso existe otra forma de censura, la que ejercemos sobre nosotros mismos a la hora de escri­ bir y dejar testimonio de nuestras ideas, ya sea por inseguridad ante posibles rechazos en nuestro entor­ no social o por miedo a sufrir persecución.

Entre grafomanía y grafofobia Un pergamino escrito y sellado es un fantasma

que espanta a todos. La palabra muere en la pluma, y el papel y la cera son los amos

Ghoete, Fausto

Recientemente ha surgido un término que podría en­ globar en su significado todas esas reacciones ante la escritura: la grafofobia. Al consultar esta palabra en los dos grandes diccionarios de nuestro idioma ( drae y Moliner), encontramos que no incluyen ese vocablo, aunque ambos definen un término relacionado, la grafomanía: “Manía de escribir o componer libros, ar­ tículos, etcétera.” Al buscar otras fuentes, en un Diccio­ nario de Fobias se define la grafofobia como, “un per­ sistente, anormal e injustificado miedo a escribir…” Este concepto es introducido y desarrollado por el escritor Aníbal González, quien lo emplea en un ensayo sobre el relato “La hija del aire”, de Gutiérrez Ilustraciones de Huidobro

usos, abusos y nuevas tecnologías

escrita

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Nájera, publicado en el volumen Literatura mexicana del otro fin de siglo, compilado por Rafael Olea Franco. Posteriormente, vuelve a utilizarlo en su libro Abusos y admoniciones: Ética y escritura en la narrativa his­ panoamericana moderna, y también en un artículo, “El temor a la escritura: la literatura y la crítica literaria iberoamericanas ante un nuevo siglo”, publicado inicialmente en CiberLetras. En este artículo, el autor concreta que en la actitud grafofóbica, además del derivado de la oposición entre lenguaje y escritura, confluyen otros dos factores: uno, subyacente a la propia dificultad del acto de escribir; y el otro al “vínculo histórico y filosófico entre la escritura y la violencia”. A ese vínculo, evidente desde el comien­ zo de la escritura hasta nuestros días, nos referimos en este texto al señalar la manipulación y censura de la palabra escrita. Los profesionales de la escritura ‒literatos, filó­ sofos, críticos‒, y cualquier persona que ejerza su

derecho a escribir, pueden padecer tanto de grafofobia como de grafomanía. Por mi parte, pienso que los más afectados por estas perturbaciones vinculadas a la escritura son quienes ostentan el poder político y religioso, y la clase dirigente en todos sus niveles. En estos tiempos de crisis y transformaciones, al encender el televisor, escuchar la radio o leer perió­ dicos y revistas, se comprueba que esos trastornos alcanzan rango de pandemia. Por un lado, una ab­ sorbente grafomanía, amplificada por el progresivo uso de los medios electrónicos, casi siempre empe­ ñada en persuadirnos de la viabilidad de un sistema insostenible; y por otro, una doble grafofobia: la de los escritores, como consecuencia de su incapacidad para comunicar con precisión y lucidez el gran enga­ ño que vivimos; y la grafofobia del sistema, derivada del miedo a que alguno lo consiga y que esa certeza se propague produciendo una reacción de tal mag­ nitud que todo pueda realmente cambiar •


ensayo

24 de junio de 2012 • Número 903 • Jornada Semanal

Ilustración de Huidobro

dividido a la filosofía y la poesía como dos compar­ timientos estancos, separados, con dominios distin­ tos y casi impenetrables entre sí, tampoco podría haberse asumido esa escisión, como desgraciada­ mente después llegó a ocurrir, “profesionalmente”. El logos griego era al mismo tiempo palabra, verdad y realidad, y no se limita ni se parcializa sino que, por el contrario, se abre, se expande, se mantiene dis­

ponible (conservándose uno) para la diversidad, para el cambio. Algo de eso hubo en la forma de parábola elegida por Cristo y, para otras religiones, en los textos ja­ sídicos o sufíes, sin que se pueda aquí olvidar en absoluto al zen. La idea o su razonamiento no son pre­sentados en forma discursiva, lineal, pretendida­ mente descriptiva, sino que se encarnan en la mismí­ sima llama del lenguaje vivo, como una evidencia y no como una disqui­ sición. Algo acerca de lo cual las in­ vestigaciones sobre el lenguaje han venido a traer un casi inespera­ do aporte. Aquella escisión de que hablábamos se mantiene como una herida abierta a todo lo largo del de­ rrotero de la cultura occidental. E intentó ‒y logró‒ ser soldada una y otra vez por las grandes individuali­ dades o los grandes movimientos de la poesía. El mar de Homero, el mar de Moby Dick, el mar de Joseph Conrad, por mencionar sólo algunas de sus mu­ chas memorables referencias, es tam­ bién el mar de la vida (claro lugar común) y el mar de nosotros mismos, de nuestra propia interioridad, in­ dudablemente. Pero es también el mar de las páginas de libros, el mar no menos inmenso de la literatura, y también el mar primigenio del len­ guaje ‒como el otro, también claus­ tro materno‒, que nos rodea y nos constituye, nos crea y nos implica. El lenguaje nos hace hombres. Esta­ mos hechos de lenguaje como estamos hechos de tiempo y, por lo tanto, en consecuencia, de memoria. Y devie­ ne entonces ilusoria (también ésta, ay) la certeza de que nos servimos del lenguaje cuando es él el que muy pro­ bablemente se sirve de nosotros. Braceando sobre los abismos de la vida digital, el lenguaje humano es consciente de que no es posible ya, ante tanto naufragio, intentar ape­ nas decir sino casi milagrosamente ser, incluso por un instante. No otra Rodolfo Alonso fue la ambición de la más auténti­ ca poesía, en rigor de todo el más au­ téntico arte moderno. Especialmen­ te a partir de Rimbaud. Experiencia del fracaso de nuestra condición, pero a la vez prueba irre­ futable de su presencia (así sea fugaz, como vimos) en el mundo, quizá no sean los hombres quienes hablan sino ese mar orgánico y fecundísimo del gran lenguaje humano, hecho de todos los len­ guajes, de todas las civilizaciones y de todos los Estamos hechos de lenguaje muertos, vida misma en sí, lengua viva inmortal como estamos hechos de mientras la humanidad exista, y que sería irrisorio tiempo y, por lo tanto, en pretender juzgar apenas como literatura. A ese nivel, la poesía sólo encuentra ‒y ofrece‒ preguntas • consecuencia, de memoria.

¿Escribir?

E

scribir ‒en forma creadora‒ resulta siempre, y en más de algún modo, transgredir. En primer lugar, al silencio (el “abismo de la página en blanco” es la barrera inicial), sin enfrentar al cual no hay voz posible. Y luego, por lo menos, tam­ bién a esa entelequia cristalizada que dormita en los diccionarios. Ya que escribir es usar las palabras, volverlas lengua y cuerpo desde su limbo de preten­ dida indefinición, contaminarlas con los hedores y los fervores de la vida, justamente. Pero también, en forma no menos insoslayable ‒y, lo que es tan maravilloso como terrible al mis­ mo tiempo‒, escribir es de algún mo­ do pactar y hasta transar. Pactar con el lenguaje que nos precede, nos su­ pera y nos envuelve; dejarse llevar por él y por lo que él arrastra: muer­ tos nuestros y de otros, familiares y especie, voces perdidas y luga­ res comunes, la misma hirviente marea de lo humano. Y siendo la poesía (por supuesto, ya mucho más que un género) la for­ ma más creadora de escribir, a ella también le tocará entonces trans­ gredir, pactar, transar: antinomias complementarias de las que se ali­ menta su propia dialéctica, y que no son diferentes a las que mueven tam­ bién ‒cómo no‒ a la vida misma. Ello implica no pocas complica­ ciones. Y hasta no pocas confusiones posibles. Sin norma fija, sin derrote­ ro cierto, en la errancia de su propio (y humanísimo) devenir, las aguas de la escritura poética están hoy li­ bradas a su propio nivel, es más, a sus propios contornos y a sus pro­ pios vasos comunicantes. Por eso, quizás, y no sólo en estos días, sino desde hace tiempo ya, la poesía y los poetas han llegado a ser objeto de estudios que quisieran hacer de ella una materia racionalmente men­ surable, con los riesgos que es de imaginar, y a veces también con altos hallazgos, pero que a menudo nau­ fragan en su intento ‒cuando la in­ tención es demasiado ambiciosa‒ u obtienen sólo fugaces victorias a lo Pirro (cuando es modesta o sensa­ ta la ambición). Esos intentos suelen ser encarados también por poetas, es decir, por creadores de la misma ma­ teria que se juzga, y aunque no se puede considerar como una ley, resulta fácilmen­ te aceptable coincidir que para la mayor parte de los casos el resultado de sus afanes es por lo general más fecundo y menos deletéreo que el de otros. Por aquellos felices tiempos presocráticos ‒de los que siempre el inmenso Heráclito, pero también Em­ pédocles, Parménides o Zenón, por ejemplo, serán resplandeciente paradigma‒ en que aún no se había

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Vilma Fuentes

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Prisas y

tardanzas del poder

R

afael y Jorge se distinguían sobre todo porque el primero siempre llegó tarde a sus citas y el segundo llegaba antes de la hora. Aparte de ello, eran bastante parecidos. Sus estudios en la Facultad de Derecho obtuvieron los mismos bri­ llantes resultados. Desde la escuela primaria se distinguieron por una particularidad que hacía reír a los demás escolares. Algunos niños, cuando se les pregunta qué quieren hacer en la vida, responden que desean ser bomberos o gendarmes. Los niños son modestos. No retienen más que lo que ven sus ojos: el oro del casco, los galones del quepí. Jorge y Rafael tenían esa edad cuando el brillo de un cas­ co dorado, el prestigio de un uniforme, parece el col­ mo de la gloria, pero don Jorge y don Rafael no veían lo mismo que los otros niños. La modestia no era su virtud. No dudaban en responder: “Yo seré pre­ sidente.” Desde su tierna infancia sabían qué co­ diciaban. Su generación fue una de las más bri­ llantes. Verdadero semillero, de ahí salieron dos campeones de box, un peso pluma, el Mosquito López y un peso completo, el Lingote Aguilar. El director de la policía, un verdadero jefe frente a quien nadie tosía sin verse con las patitas tiesas; ¿prueba?: los muertos del ’68. Un cineasta ganador de un Oscar, dos rectores, cuatro gobernadores, un arqueólogo capaz de encontrar momias egipcias bajo las ruinas de Taochimantizán, e incluso el nar­ co más rico del planeta. En la preparatoria, durante uno de los banquetes de la generación, cada alumno confesó sus aspira­ ciones. Cuando tocó el turno a Jorge, respondió sin balbuceos: “presidente de la República”. Los otros estudiantes se le quedaron viendo con sorna, a la manera de personas sensatas obligadas a escuchar sin inmutarse a un loco. Rafael, fiel a sus costum­ bres sin prisas, después de un largo silencio, a la manera de un hombre sin futuro, lanzó, sin agre­ sividad, un eco y un desafío: “También presidente, pero después.” Nunca dijo después de qué. Ambos tuvieron dos matrimonios. Luego del fa­ llecimiento de su primera mujer, Jorge se casó de inmediato con la segunda. Rafael, en cambio, des­ pués de divorciarse de su primera esposa, pasó va­ rios años de soltero antes de contraer nuevas nup­ cias con la ya progenitora de dos de sus hijos. Si hubo paralelos en sus vidas, las diferencias no fal­

taron: su relación con el tiempo no era la misma. Jorge estaba siempre apurado, parecía correr tras una presa invisible que le escapaba; Rafael camina­ ba con un paso indolente, como si dispusiera del tiempo a su antojo, como si ya tuviera el poder. Uno actuaba como inquilino amenazado de expulsión, el otro como propietario del tiempo. En secreto hu­ bo apuestas cuando se les vio lanzarse a la carrera política; Jorge con sus prisas, el tono engolado y las palabras vacías que cada oyente rellena como pue­ de; Rafael con su indolencia, sus silencios y el caris­ ma de quien posee el lujo de perder el tiempo. Jorge pasó todas esas preliminares que son las diversas elecciones populares, diputado, municipales, gobernador, con su eterna prisa. Rafael, como quien no quiere la cosa, fue también diputado, presi­ dente municipal, gobernador, y siempre con esa lentitud que da el tiempo de olvidar, repetía las peripecias de la carrera de su condiscípulo. Si nadie era capaz de criticar sus simiescas actitu­ des, acaso frutos de la admiración, Jorge no sopor­ tó esas muestras de observación que eran la ca­ ricatura de sus actos y no podían nacer sino de alguien que lo mimaba para ridiculizarlo. Un encuentro algo vivo marcó la fecha de su ale­ jamiento. Durante una campaña electoral, Jorge interrumpió con brusquedad a Rafael cuando és­ te le aconsejaba paciencia: “Tú, Rafita, tú no sirves para nada. Piensas. Escribes. Necedades para las que no tengo tiempo que perder.” Rafael no respon­ dió. Tomó el tiempo de guardar silencio. Vino la recta final. Los dos habían pasado por todos los puestos de elección popular posibles. Am­ bos eran secretarios de Estado. Y de los más impor­ tantes. Las fuerzas vivas de la nación se dividían. El presidente en ejercicio estuvo a punto de echar un volado, según él mismo dijo con la siniestra mue­ ca que era su sonrisa. Cuando dio audiencia a Rafael en Palacio Nacional, los apostadores a su favor se acariciaron los bolsillos. Después se dijo que fue el mismo Rafael quien se desistió en favor de don Jor­ ge. Que sintió miedo, que presa de pánico pidió un día para pensarlo, y el lapso de esa duda decidió al presidente que ese timorato no podía ser su suce­ sor. Lo que fue cierto, sin querer hacer guasas, fue la urgencia con que empezó su candidatura oficial

entre militantes del Partido, fuerzas patronales, co­ merciales y obreras: todos corrían despintando mantas, cambiando el nombre de Rafael por el de Jorge, desviando el trayecto de los desfiles. Jorge Cisneros no tenía cincuenta años cuando fue investido Presidente. Llegó antes, como de cos­ tumbre. Con las mismas prisas dirigió al país. No paró de correr un segundo esos años durante los cuales, son sus palabras, vio su vida en cámara ace­ lerada proyectándose hacia atrás, cada vez más rá­ pida a medida que el conteo regresivo de sus días

en la Presidencia iba disminuyendo. De su paso por el poder dejó pocas huellas, tanto fue el apuro con que pasaba de un asunto a otro. Ni la traza de una gota de sangre de la matanza en Apotzinango que­ dó en sus manos: en su apuro, debe habérselas la­ vado de antemano. Jorge dejó la Presidencia hace casi cuarenta años. Rafael, en la misma época, se alejó de la política. La muerte los sorprendió hace unos días, con sólo al­ gunos minutos de diferencia. Las apuestas con el tiempo se pierden siempre. Jorge, quien lo devo­ raba, y de quien hubiese podido decirse que era un muerto en vida desde que lo abandonó el poder, siguió vivo como un fantasma que ya no asustaba a nadie. Rafael, quien malgastaba su tiempo sin hacer cuentas y lo vivía como una eternidad fuera de ho­ rarios, recibió la cuenta de sus minutos a la hora exacta. Allí no pudo llegar tarde •


Literatura y silencio Aunque el silencio guarda una profunda relación con el sonido de la palabra (la palabra no sólo nace del silencio y concluye en él, sino que su articulación está también puntuada de silencios: los espacios en la escritura alfabética –que imita al habla–, entre una letra y otra, o los dobles espacios entre palabras, lo muestran de manera gráfica; sin esos silencios, la palabra sería sólo ruido), el silencio, territorio de la mística, nunca ha sido la aspiración del poeta. Su designio, como lo ha mostrado Georges Steiner, es llevar el lenguaje hacia zonas donde la palabra se abre a lo inefable: la luz o la música. Sin embargo hacia el siglo xx la tentación del silencio, o el silencio mismo, aparecen por vez primera en la literatura. El de Hölderlin y Rimbaud, el suicidio de Celan o la parálisis lingüística de la obra de Beckett, no tienen referencia en la anterior literatura. Allí, la palabra “limita –dice Steiner– no con el esplendor o con la música, sino con la noche”. ¿Esa noche es la del místico? En cierta forma, sí: hay un punto, dice el místico, en el que el lenguaje, aun el de las metáforas balbucientes de la luz o el de las evocaciones atemporales de la música, se estrella con la inefabilidad, cuya luz o cuyo sonido son ya indecibles. Pero en otra forma, no. Porque su universo es el logos, el silencio del escritor no proviene, como en el místico, de la experiencia directa con lo inefable, sino del choque con la perversión del lenguaje de su época –la materia prima de sus palabras– que al alterar los significados vacía de todo contenido humano la palabra para instaurar en la realidad el horror y la noche. La razón de esta evidencia moderna –que podría rastrearse en la erosión de los lenguajes que han perdido su capacidad significativa hasta volverse arbitrarios, y en el uso que de él han hecho la publicidad y los lenguajes mediáticos y políticos– tiene su rostro más brutal en el divorcio que hay entre la conciencia de lo humano a la que hemos llegado –los derechos humanos– y una realidad que ha permitido los campos de exterminio, los gulags, Hiroshima o, para hablar de nuestra época reciente, las masacres de Ruanda o los desmembrados, los decapitados, los desaparecidos, los esclavizados, los enterrados en fosas clandestinas, que desde hace cinco años se han instalado en México. Cuando este divorcio sucede es señal de que el lenguaje está gravemente afectado. El mundo del horror y de la demagogia política que suelen acompañarlo para justificarlo –la Alemania nazi–, o para negarlo –el México de hoy–, están fuera de la palabra y de la razón, fuera del lenguaje que –vuelvo a Steiner–, es “creador y portador de verdades humanas y racionales”. Aunque el lenguaje siempre ha comportado en medio de su vitalidad inmensas cantidades de incultura, violencia y mojigatería, en el momento en que se utiliza –parafraseo a Steiner– para justificar el horror en México –“se están matando entre ellos”, “son bajas colaterales”, un porcentaje estadístico– o para ocultarlo –“es un asunto que n o l e at a ñ e a l E s t a d o” – ; cuando se emplea para deshumanizar al hombre a lo largo de doce años de crueldad y de aceptación de ella, el lenguaje, digo, queda afectado. Quizá por ello, la literatura, sobre todo la poesía en México, va siendo día con día marginada a nichos lejanos de la vida pública y política. Ya pocos la entienden y su “oscu-

ridad” para rescatar lo humano se va volviendo un lugar al que pocos acceden, un lugar que se parece al del silencio. “Gastadas, raídas, vacías –son palabras que Adamov pronunció durante el estallido de la segunda guerra mundial y que definen hoy la reducción a la que la guerra y la vacuidad política y mediática han reducido el español de México–, las palabras se han vuelto esqueletos de palabras […]; todo el mundo las mastica y eructa luego su sonido.” Con ellas, por lo menos aquí y ahora, es imposible decir la verdad humana. Cualquier intento de hacerlo termina con ese extraño galimatías con el que Hölderlin solía responder desde su silencio: “Palatch, palatch.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la a p p o , h a ce r l e j u i c i o p o l í t i co a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víct i mas de la guerra de Calderón •

24 de junio de 2012 • Número 903 • Jornada Semanal

Verónica Murguía Hotelería vernácula Para Beto y Magda

En 1983 conocí el Hotel Díaz, en Valladolid, Yucatán, y jamás lo he olvidado. Sospecho que ya no existe. Era demasiado extravagante para durar. El recuerdo es imborrable por dos razones: la primera, el cenote Zací, que estaba a una cuadra. El cenote tiene aguas azulísimas y es insondable. Al verlo, uno se imagina a un sacerdote maya empujando a una virgen guapísima tocada con plumas de quetzal. La joven lloriquea y cae al agua casi sin hacer olas. Chac, el dios de la lluvia, satisfecho, sopla y una nube tormentosa se deshace sobre las cabezas de los asistentes al sacrificio. Esta cinematográfica estampa se me metió en la cabeza la primera vez que me asomé. La segunda razón que lo hacía inolvidable es que, desde las habitaciones del costado derecho del edificio, uno podía ver películas. No en tele, en una pared que hacía las veces de pantalla. Y es que el patio del hotel era el Cine Díaz. Dos docenas de largos bancos de madera, un proyector destartalado, perros, turistas aturdidos por el calor, un cácaro distraído y muchos vallisoletanos devotos del séptimo arte, conformaban esta sala al aire libre. Los rollos de cinta se confundían; el protagonista moría a los cinco minutos de comenzada la película y reaparecía fresco como una lechuga un poco después; un murciélago giraba sobre nuestras cabezas; los mosquitos picaban como lumbre y los borrachos roncaban con estrépito. Yo era feliz. Conjeturaba que, en pocos lugares se mezclaban tantas extravagancias, y aunque no había visto mucho mundo, suponía que ver películas desde la hamaca del cuarto era algo inusual. Años después, en otro país, asistí a una función de The Rocky Horror Picture Show. El público llevaba arroz, confeti, paraguas, pistolas de agua y usaba todo esto para convertir la película en una actividad interactiva. Coreaban las canciones, arrojaban el arroz a la hora de la boda, los de adelante creaban una “lluvia” cuando se desataba la tormenta en la película mientras los de atrás abrían los paraguas, etcétera. Los asistentes al Cine Díaz eran todavía más entusiastas: interpelaban al cácaro, a los que miraban desde los cuartos, a los actores que aparecían en la pantalla. Cantaban, compartían la comida y los niños jugaban con los perros que vagabundeaban por todas partes. Si la película era en chino y los subtítulos estaban en inglés, no importaba: el chiste era estar allí. Otro hotel que quise mucho fue el Hotel Pito Pérez, en Pátzcuaro, Michoacán. En ese hotel, el excusado parecía no haber cambiado nada desde los días de la Colonia, pues era un agujero inmundo que se localizaba con el olfato. Jamás se encendía la luz con normalidad, pero la casa era preciosa. Además, el restaurante de al lado tenía el honor de emplear al mesero más honrado del universo. Si uno pedía uchepos, el hombre, con expresión culpable, respondía: –¿Uchepos? Uy, no. Están acedos. La masa se agrió. –Bueno, nos trae unas corundas. –¿Qué no le digo que la masa está aceda? Están horribles. –¿Hay pollo placero? –De haber, sí hay. Pero la verdad, tamp o co e s t á b u e n o. M e j o r l e s av i s o : tampoco hay pescado. Ya no hay blanco de Pátzcuaro. Es que hace años trajeron otros peces, que para poblar el lago, y se comieron al blanco. Se acabó. En otros lugares sirven pescado, pero no es blanco. Porque blanco, blanco de Pátzcuaro, ya no hay ni en Zirahuén. Mejor váyanse a Los escudos.

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Javier Sicilia

LA CASA SOSEGADA

arte y pensamiento ........

Salimos y nos comimos unos fabulosos tacos de carnitas en un puesto de la plaza. Hace unos años, mi marido me llevó de sorpresa a un hotel todo incluido en la playa, el Hotel q . La sorpresa nos la llevamos los dos, pues al llegar nos informaron que nuestro cuarto “todavía no estaba”. Unos señores andaban por allí, arreglando la cabecera de la cama. La pintaron con aerosol y, al entrar al cuarto, nos pusimos un pasón. Luego fuimos al comedor y nos impresionó comprobar que debíamos hacer cola con una charola en las manos. Había barra libre nacional desde la hora del desayuno, lo cual garantizaba cantos y danzas folclóricas todo el día. En la noche, bailarines ataviados con taparrabos de tela plateada, interpretaban versiones libérrimas de los bailes de concheros ante un montón de gringos atarantados por el sol y el ron. Qué tiempos aquellos. Cómo extraño viajar con los temores normales, encontrar hoteles estrafalarios y creer que el mayor peligro consiste en comerse unos uchepos horribles. Ay, México •

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Rhythm & Books, la letra con ritmo entra Resulta difícil hablar de los colegas. Más aún si se trata de hacer una valoración sobre su oficio. Nuestra justificación se halla, sin embargo, en que su trayectoria –como es el caso de hoy– habla sólidamente de ellos, lejos de una aislada reseña dominical. Nos referimos a los músicos-autores que conforman la editorial Rhythm & Books, un grupo más numeroso al de hace cuatro años, cuando en un breve párrafo mencionamos el surgimiento de su proyecto. Invocados por la escritora y directora editorial Elena Santibáñez, en sus filas se encuentran Pascual Reyes, cantante y líder de San Pascualito Rey, con el poemario Corazón minado; Carlos Avilés, bajista del grupo tapatío La Cuca, con el cuento infantil Una historia como cualquier otra; José María Arreola, baterista de Alfonso André, con la novela Aire en espera; Armando Vega-Gil, bajista de Botellita de Jerez, con La ventana y el umbral; Jaime López, cantautor, con El diario de un López; José Manuel Aguilera, fundador de La Barranca, con Estambul, cuadernos nocturnos; y el Sr. González, percusionista y cantautor, con el trabajo biográfico Mi vida pop. Todos son músicos con capacidades literarias que han visto nutrido su trabajo por la alianza de algún ilustrador, artista plástico o diseñador (César Caballero, Claudia Sánchez, Manjarrez). Todos, igualmente, pertenecen al mundo del rock, tan dado a la rebeldía y creación de nuevas realidades. Empero, las diferencias de género, estilo e intereses son notables, lo que da a la editorial una fuerza de atracción especial. Es así que el interesado en esta otra vida creativa de los músicos podrá disfrutar propuestas variopintas, breves y directas; un inquieto muestrario de voces que nacen cuando el concierto ha terminado y los amplificadores se enfrían. Ahora bien, siempre ha habido músicos que escriben, pero que publiquen libros son pocos. Allí el asunto. Podríamos decir, en cambio, que escritores que toquen algún instrumento hay más. Barrera delgada, son contados los casos que se sitúan en ambos mundos con vigor, como pasó con el francés Boris Vian (1920-1959), auténtico polímata a quien su talento le permitió, en sólo treinta y nueve años de vida, ser escritor, músico de jazz, ingeniero, periodista y traductor. Heredero de ese espíritu que antes integraba a los sabios (guardada toda proporción), el trompetista Wynton Marsalis es autor de varios títulos entre los que destaca El jazz en el agridulce blues de la vida. Asimismo, hay otros famosos intérpretes que, en vida o de manera póstuma, editaron un solo volumen más o menos biográfico. Verbigracia: Charles Mingus (Menos que un perro); Chet Baker (Como si tuviera alas); Sting (Broken Music) y, más recientemente, Ry Cooder (Los Angeles Stories), a quien reseñamos en este espacio iniciando el año. En México, por nuestra cuenta, es insoslayable mencionar a Juan Arturo Brennan, Alain Derbez y Xavier Quirarte, prolíficos divulgadores de la reflexión escrita además de músicos. Por otro lado, muy aparte, podríamos mencionar a esa generación de rockeros anglosajones que, más allá de publicar o no algunos libros o artículos en periódicos y revistas, se mantienen en los terrenos de la alta literatura con la elaboración de piezas encomiables, como Bob Dylan, Lou Reed, Patti Smith y Leonard Cohen, galardonado ya con el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011. Después sumaríamos una avalancha de hacedores de canciones que han sabido reunir versos y acordes, aunque en sus ambiciones no se halle la de venderse en librerías. De Santiago Auserón y Manolo García en España a Fito Páez Carlos Avilés

y Charly García en Argentina, los cancioneros del rock hispano reflejan vitalidad sin que necesariamente se convierta en una producción de libros. En menor medida, también pasa con gente dedicada al pop, el clásico y las músicas folclóricas. Así las cosas y para terminar con nuestro asunto, mientras Pascual Reyes confiesa: “Por años me he sostenido de la rama de un árbol que crece en la tierra que me he prometido”, Carlos Avilés acepta que “lo más probable es que haya confundido los conjuros y al tratar de cautivar a una doncella terminó por viajar en el tiempo”. Mientras Chema Arreola se pregunta: “¿Qué fue primero, el niño o su amigo invisible, indivisible”, Jaime López revira: “¿Quién te manda no ir a las fiestas donde van a hablar mal de ti?” Mientras Armando Vega-Gil se lamenta: “Llueve lágrima inmunda/ rueda e inunda”, el Sr. González recuerda: “La música se volvió el catalizador de todos los tiempos y lugares que se concentraron en el interior de mi refugio.” Mientras José Manuel Aguilera comparte: “Me gusta más la música que he intentado hacer que la que he hecho”, nosotros decimos que vale la pena acercarse a Rhythm & Books para entender que sí, algunas veces y de manera exitosa, “la letra con ritmo entra” •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Los tiempos y los hechos (i de ii) En términos de fotografía, edición, punto de vista narrativo, manejo del tempo dramático y el resto de los numerosos aspectos técnicos y formales cinematográficos, Colosio, el asesinato (México, 2012), es un filme claramente concebido as a thriller by the book –para decirlo en el idioma del país que ha establecido la escuela genérica al respecto–, es decir que se inscribe sin ambages en el género policíaco y lo hace sin particulares novedades u osadías, más bien con el propósito de servirse, tanto como sea posible, de los atributos anejos a dicha parcela filmonarrativa. Tomada su decisión creativa, Carlos Bolado –director, coguionista y editor de su propio filme– resolvió, en un porcentaje nada despreciable y, es preciso aclarar, en términos estrictamente cinematográficos, buena parte de los muchos desafíos que inevitablemente le planteaba el tema elegido: el asesinato del que hace dieciocho años se hizo víctima a Luis Donaldo Colosio Murrieta, entonces candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, organismo que a la sazón jamás había soltado el Poder Ejecutivo de la Federación –como lo hizo exactamente un sexenio más tarde, si bien hoy es claro que tal cosa sucedió en términos única y exclusivamente nominales. Congruente con el clasicismo formal elegido, que en este caso se traduce en la consabida pregunta “¿quién es el asesino?”, Bolado privilegia el punto de vista del igualmente consabido sabueso, en este caso un policía federal miembro del espeluznante y de infausta trayectoria Cisen, encarnado –eficientemente, por cierto– en la persona del actor José María Yazpik. Consecuentemente, la trama entera sigue sin desvío alguno la ruta de las pesquisas, y los resultados de éstas –y con ellos el ritmo entero del filme– son dosificados no tanto en función de los hechos reales en los que descansan estos otros, de ficción, sino más bien en función de las necesidades intrínsecas del relato, en aras de conseguir y sostener el suspense característico del thriller. Aparentemente obvio, esto último cobra una relevancia particular puesto que la parte medular de dichos acontecimientos reales, pero sobre todo las versiones que a nivel popular y masivo se han manejado desde 1994 para entender el cómo, el porqué y especialmente el quién de aquel crimen, coinciden punto por punto con lo que plantea Colosio, el asesinato. En otras palabras es como si, en su calidad de autor, Bolado se hubiera reformulado la agathachristiana cuestión de “¿quién es…?” hasta preguntarse algo que podría expresarse así: “¿de qué manera doy cuerpo, cómo estructuro, pero sobre todo cómo doy sustento a una vox populi con la que, por lo demás, estoy evidentemente de acuerdo?” ¿Cómo contar, entonces, un relato del que Todomundo no sólo sabe algo o mucho, incluido el desenlace, sino además intuye/sospecha/sostiene conocer las motivaciones del crimen, lo mismo que la identidad de quien lo perpetró? Puesto que la novedad o el desconocimiento no son el quid y, es preciso insistir, se trata de un hecho de la vida pública que aún gravita de muchas maneras –si bien convenientemente morigerado por quienes lo quisieran del todo en el cajón de la desmemoria–, la decisión de Bolado parece la más acertada: incorporar, con base en una jerarquía mínima que le dé al filme la coherencia que la realidad oficial no ha tenido hasta ahora, al menos las versio-

CINEXCUSAS

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BEMOL SOSTENIDO

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José María Yazpik

nes más insistentes en torno al asesinato de marras, incluyendo por principio las incongruencias, los disparates, las contradicciones y las innumerables burlas al sentido común que salpicaron, desde un principio y quién sabe si para siempre, aquellos días que, muy acertadamente, la cinta considera cruciales para la vida política y social de este país. Por claramente innecesarias, habrían sido dignas de inexistencia ciertas manías argumentales de ésas que acaban invariablemente vueltas cliché, verbigracia la improbable coincidencia cronológica de algunos asesinatos posteriores al central, o la sensiblería inane de hacer que una de esas víctimas –la pareja sentimental del policía, una Kate del Castillo poco dada al matiz– muera de un tiro mientras una de sus manos yertas sostiene la prueba de un embarazo que se le venía negando, con todo y encuadre ad hoc… Pero de coincidencias cronológicas, tiempos y hechos mucho menos insustanciales ha de hablarse aquí dentro de una semana, ni más ni menos que el mero día de la elección presidencial • (Continuará.)


arte y pensamiento ....... GALERÍA

Enrique Héctor González

De culto, suele llamarse a los autores cuya obra es escasa, o bien es apreciada por sabias minorías, o bien ha sido producida en circunstancias anómalas, fuera de los canales de publicación habituales, ajena a la pompa y circunstancia del mainstream. Se trata de escritores marginales que muy probablemente le dieron poca importancia al hecho implicado en el sustantivo genérico “recepción”, esto es, a una tenaz producción textual o a relaciones precavidamente intensas con quienes ponen los libros al alcance del público. Ser autor de culto no implica, necesariamente, que la calidad de la obra rebase la de sus contemporáneos porque eso sólo lo atempera el tiempo, padre de todos los cánones. Tal condición tampoco supone un pacto a perpetuidad, pues el escritor de este tipo lo mismo se vuelve, años después, convidado constante a la casa de los espíritus editoriales, que cae luego de dos generaciones en la irredenta oscuridad –lo que es más factible. Francisco Tario (sus apellidos reales son Peláez Vega) es sin duda uno de esos narradores que nacieron para no ser mafia. Como a las bicicletas en una calle transitada, a Tario lo ha perseguido el don de la invisibilidad. Como las bicicletas, asimismo, corre el peligro constante de ser arrollado por quienes lo han exhumado con el fin de añadirlo al corpus oficial de la literatura mexicana del siglo xx, sin consecuencias. Porque ya está allí, sólo que oficia a la sombra. Es contemporáneo de Rulfo, de Arreola, de Revueltas, nació el mismo año (1911) que Josefina Vicens y murió en Madrid uno después que Martín Luis Guzmán (1977), pero entre tanta carrocería pesada su obra huidiza se diluye como tragada por coladera fatal en el asfalto de la amnesia canónica. No son pocos los especialistas que le han dedicado estudios donde se resalta el resorte, la tensión que magnetiza su prosa. Pero nadie puede explicar la naturaleza fantasmal

de los relatos de La noche, los desconcertantes ambientes de Tapioca Inn, la onírica ironía de Una violeta de más, libros que reúnen sus cuentos, ni por qué con Entre tus dedos helados, sin duda una historia excepcional, cierra el ciclo de su obra narrativa. Tengo para mí que la explicación está en otra parte, no en el hecho de que Tario sea un caso atípico, un extraño de tiempo completo, “más raro de lo que él pretendía”, como lo presumen Toledo y González Dueñas. Tampoco se debe a lo “alucinante” de los mundos que crea, según anota María del Carmen Millán, porque Lovecraft también lo hace y goza de legiones de lectores; ni lo esclarece plenamente la deleznable amalgama de su espesura verbal, donde entran en connivencia acordes modernistas y hasta románticos con apuntes y guiños existenciales y surrealistas, todo en clave fantástica. Juzgo a Tario, más bien, como legatario de una herencia, por así decirlo, maldita: la de Villiers de l’Isle-Adam y sus Cuentos crueles, la del humor negro del Swift de la “módica propuesta” y la del Poe que leyó Breton. De hecho, el hipnótico hechizo del cuento esencial de Tario, con su estatua descabezada y el incesante descenso de un sueño en otro, es de tan delicada morbilidad como el que ejerce “La caída de la casa de Usher”. Sólo que Tario privilegia la aterradora gracia y no la desgracia descomunal.

Felipe Garrido

Ahí donde está usted, señor, ahí lo tenía, enfrente de mí. Y me miraba de frente. Puso la pistola en el escritorio y volvió a alzar la mirada. No fue por la espalda, me dijo. Y se la tenía jurada. Se lo había advertido. La próxima vez que te vea, le dije. Y se la cumplí. Él ya lo sabía. Fui por él para decírselo. Lo hallé en el mercado, muchos me oyeron, todos me oyeron que se lo dije. La próxima vez, se lo repetí. Quesque ella lo provocaba, quién se lo iba a creer. Era él, que no sabía respetar. La rondaba, la esperaba hasta que salía, la seguía. No seas esquiva, pérate, párate, déjame hablarte, le decía. Y no era la única, usted lo sabe. Pero yo fui a buscarlo y se lo dije. Ahí se la dejo, me dijo y se dio media vuelta, señor. Él y yo solos. Lo vi salir. Luego otro día me fajé la pistola y fui por él. Lo busqué en su casa. Que no te vea, le dije, vete del pueblo. La otra vez que te vea, le dije, señor. Y cómo no, si fue mi

Rogelio Guedea

MENTIRAS TRANSPARENTES

Jurada

Leer a este inhóspito cuentista significa desatender la noción equivocada de que el principal componente del humor negro es la crueldad y no la ternura y el refinamiento, sutilezas que el lector medio no está dispuesto a reconocer. Así, Tario seguirá siendo degustado nada más por una minoría inmensa y a estas alturas resignada a su condición privilegiada y excepcional •

rguedea@hotmail.com

Ciudad sobre la espalda Hace poco estuve en mi ciudad natal. Caminé sus calles, casi clandestinamente, como si en realidad una sombra me llevara a rastras, y, curiosamente, esta vez la encontré distinta. Estaban los mismos edificios pero no eran los mismos edificios. Los mismos jardines pero no eran los mismos jardines. Las mujeres mismas y así. No sabría decir si la ciudad había cambiado de súbito o el que había cambiado, quizá de súbito también, había sido yo. Tal vez mi ciudad y yo habíamos tomado rumbos distintos aunque, tal vez, desembocaran lejanamente en el mismo lugar. Quién lo sabría. Recuerdo que aquella noche, antes de ir al aeropuerto, recostado en la hamaca del segundo piso, cerré los ojos un instante, el suficiente para volver a recorrer las calles recientemente caminadas. Las anduve adentro de una a otra orilla, sus cuestas y empinadas, sus empedradas, los cruces en las Siete Esquinas. Sólo entonces desapareció el desasosiego. Me di cuenta de que todo seguía igual y yo, ahora sí, con mi ciudad a cuestas, podía partir tranquilo •

AL VUELO

Francisco Tario: comentario al margen

hijo al que me mató •

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Miguel Ángel Quemain mquemain@prodigy.net.mx

Andamios Teatro. Molière en Hermosillo Médico a la fuerza de Molière, en la versión literaria y la dirección escénica de Hilda Valencia, posee una dimensión de enorme actualidad política y artística. Presenta un trabajo donde el cuerpo y la posición de los actores crean los espacios en un encadenamiento de contigüidades que sitúan frente al espectador los diálogos que sostienen los personajes. En la dirección de Valencia se hacen evidentes todos los registros de su experiencia escénica: en la dramaturgia, la iluminación, el trazo y, por supuesto, la dramaturgia con que acompaña los registros del actor: sus sonidos corporales, sus gestos, que van de la inmovilidad a un dinamismo que exige gran preparación atlética del actor. Entre esos registros evidentes están el humor y el compromiso político, presentes desde su trabajo en el grupo Contigo América (Hermosillo de mis ausencias, un espectáculo construido a través de la recreación e investigación sobre el mundo urbano de Hermosillo, se correspondería con esa obra de creación colectiva que fue en los años ochenta Donceles 19). Se le pide a Sganarelle, el esposo de Martina, que mencione tres libros que haya leído para probar su legitimidad. Sólo tres, que no recuerda. La sabiduría que adquirió de la mano de Margules, le da a Valencia el valor de presentar un trabajo sostenido en la desnudez de la actuación, en el bordado finísimo de un texto que teje sobre el gesto, el rostro y el cuerpo del actor, que habita con una cantidad innumerable de ruiditos, respiraciones, quejidos, exhalaciones que inician o concluyen los parlamentos de los actores y que vibran en sus cuerpos

vestidos con ropajes carnavalescos que prescinden de todo contexto que no sea la propia historia que cuentan. Para Valencia, esta obra de Molière “devela una sociedad en descomposición: los impostores, la simulación, la justicia por propia mano, la ignorancia, el amor condicionado a la conveniencia y el poder que decide sobre la vida de los otros. Molière exalta los vicios de los personajes a través de la comedia provocando la reflexión actor-espectador”. Vale la pena revisitar esa obra tan incendiada de rabia inteligente contra el fingimiento –que el autor escribiera siete años antes de su muerte–, esa indagación profunda sobre el engaño de sí mismo: El enfermo imaginario. Andamios Teatro tiene la fuerza de una compañía que se propone independiente, con un espacio propio en el Centro Histórico de Hermosillo y con un repertorio que le permite ofrecer un trabajo variado a festivales y organismos de cultura en otros municipios y estados. Médico a la fuerza se va a pueblear al norte y hay que seguirlos. El siguiente destino es Naco, Sonora, un municipio panista de menos de 6 mil habitantes que no se libra de nuestro mundo en descomposición. En 2009, dos años después de que Hilda Valencia se instalara en esa ciudad como profesora de artes escénicas en la Escuela de Artes de la Universidad de Sonora, nace la compañía, que apenas el año pasado rehabilitó una casona abandonada cuyos propietarios accedieron a rentarles y

Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Divisiones y posturas Siempre me ha parecido chocante que en materia de definiciones alguien se diga “apolítico”, aunque no para clarificar una postura ideológica, sino para exentarse, escurrir el bulto, salirse por la tangente, hacerse que la virgen le habla, o que afirme, casi siempre en tono conminatorio, que nunca discute de esas cosas porque suele terminar distanciándose de su interlocutor gracias al axioma estúpido y blandengue de que “en esta casa ni de religión ni de política…” Así como los mexicanos tradicionalmente somos incapaces de decir “no” o de llamar a las cosas por su nombre, sin el edípico y cacofónico paliativo diminutivo (“es gordita”, “es bajito”, “está curiosito”), en materia de definiciones políticas o de exhibición de ideología –o de la carencia de una–preferimos evitar las confrontaciones en la familia, y también en esos círculos de amistades que son ocasionalmente simpáticas pero que no son precisamente íntimas y con quienes invariablemente sostenemos animadas charlas que pertenecen al estrato falso de la neurosis: tenemos una compulsión casi genética por quedar bien, no desentonar, vadear incomodidades causadas por la contundencia de una opinión, aun cuando seamos capaces de apuntalarla con argumentos convincentes o, mejor todavía, con datos duros. Desde la nauseabunda e intensiva guerra sucia que contaminó medios y contienda en 2006; desde la porquería aquella del desafuero y demás manoseos de la información y las leyes, en muchas familias y círculos de amistades brotaron divisiones que se han vuelto –o están en franco proceso de volverse–, ante la reedición de las mismas porquerías en este proceso electoral de 2012, abismo insalva-

ble entre parientes y entre amigos que han dejado de serlo. Es algo que vivo todos los días. Pero no lo lamento. He descubierto que más que rechazar por presunto conocimiento de causa el proyecto político y social de la plataforma que impulsa a Andrés Manuel López Obrador a la candidatura presidencial, muchos lo hacen en función de la persona. En lugar de argumentos emplean las mismas mentiras repetidas hasta la náusea por las campañas sucias de los medios, principalmente de las televisoras del duopolio, Televisa y tv Azteca, a su vez ampliadas y repetidas por personeros de la derecha de diversa calaña y matiz que son canales de información desvirtuada, como Pedro Ferriz, Jorge Fernández, Eduardo Ruiz Healy, Carlos Alazraki o Sánchez Susarrey, ejemplos de abyección y zalamería cortesana con el poder político y con la cúpula empresarioclerical que todo pretende controlar. Y estos y otros nombres como los muy conocidos de los noticieros de Televisa, son sus canales de información. Tengo parientes a los que Adela Micha les parece una mujer inteligente, vaya. Las diversas expresiones de mis parientes y algunos conocidos, que repiten los “sesudos” postulados de la recua derechista mencionada y, por cierto, jamás abogan por los desposeídos, por los inermes, sino por los patrones, por los privilegiados, van de la rabia rijosa al socarrón desprecio para Andrés Manuel. La más común de sus expresiones es el lacerante y nebuloso veredicto de que “es un naco”. Un dictador. Un loco. Un enfermo de poder. Y así hasta el exilio de la inteligencia del que hablaba Monsiváis. En realidad, lo que hay detrás de su acrimonia es racismo; es clasismo rancio, el atávico y profundo desprecio de los blanquitos favorecidos de esta sociedad consumista y enajenada a todo lo que huela a pobre, a clase popular, a piel morena, a escuela

LA OTRA ESCENA

que es sede de este conjunto capaz de presentar un repertorio que integra La gaviota, de Chéjov; La ópera de los tres centavos, de Brecht y Kurt Weil; Dos intentos de suicidio, de Héctor Mendoza (los universitarios suelen llevarse sus adoratorios a donde vayan); Busco trabajo, con textos de Harold Pinter; Fusse, teatro con los pies, dirección de Manuela Rábago, Funambulusm dúo acrobático en la dirección de Bryan Aguirre, así como Afinadísimo, espectáculo didáctico, teatral y musical de Natalia Brambila. Con este montaje concluyó por cuarto año el ciclo De la academia al escenario de la Coordinación de Teatro del inba, imaginativo y de una oferta que vale la pena continuar y atender porque significa reconocer de manera permanente el tránsito entre el mundo académico que implica la diversidad y la complejidad formativa que se adquiere fundamentalmente en la universidad. Médico a la fuerza es mucho más que el cumplimiento de una disciplina académica: es lo que sigue, la vida artística en toda su amplitud y riesgo; es, ya, la vida del egresado y su apuesta; el camino que tiende a apartarse de la peste comercial que esteriliza; que tiene como base hasta ahora una televisión moralista, parcial y sin exigencia escénica; no me refiero al espectáculo que incorpora el canto, la danza, la acrobacia y la pantomima, el humor y a otras artes a la escena: sean músicos en vivo, video o cine. ¡Andam(i)os Teatro! •

CABEZALCUBO pública, a vagón del Metro, a vivir de un oficio digno pero mal pagado muchas veces por ellos mismos que son patrones. Ante la contundencia con cifras y datos de quienes defendemos el movimiento progresista, intentan volver a hablar de Bejarano, del plantón de Reforma, de Nico, el chofer. Y cuando esos endebles argumentos se les vienen abajo, entonces no les queda más que el silencio. Pero antes mastican las palabras con odio que paradójicamente niegan profesar: “Pues es un pinche naco.” Hace poco Gabriela Warkentin preguntó en su cuenta de Twitter si creíamos que la polarización política había tocado a la familia. Yo contesté que sí. Y que los abismos entre nosotros se ensanchan. Y que en muchos casos la reconstrucción de los puentes es inconcebible. Sea. Hay veces que las convicciones superan los afectos. Quizá es un precio que vale la pena pagar para heredar un mejor México para nuestros hijos y los hijos de sus hijos. Y si mis primos me dejan de hablar, pues con su prian se lo coman... •


ensayo Toda palabra es falsa. Pero ¿qué hay sin palabras? Elias Canetti

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asi todas las civilizaciones de la historia conocida han afirmado que un libro puede cambiar la vida. Los Vedas, las upanishad, el Canon Pali, la Torah, los Evangelios, el Corán, el Popol Vuh son los casos más célebres de textos que tienen la ambición de tener un efecto catártico y subversivo en el lector atento. Las corrientes filosóficas y las culturas secularizadas han heredado con entusiasmo esta creencia y han asignado una especie de sacralidad laica a las obras de Homero, Platón, Dante, Cervantes, Shakespeare, Proust, Tolstoi. Así, la palabra escrita ha tomado posesión de muchas regiones del pensamiento, del arte a la ciencia, de la filosofía a la política. Y poco a poco la cultura ha conquistado el derecho a ofrecer al hombre incluso el placer de leer sin otra finalidad que el placer mismo. Todo este glorioso camino de la escritura, con el cual el hombre ha transmitido y heredado conocimientos y arte, ha desarrollado la reflexión racional y el pensamiento abstracto, ha gozado de placeres íntimos y entusiasmos compartidos, ha llegado a un callejón que, si no es sin salida, seguramente es sin mucha luz. Desde los años sesenta del siglo pasado, la fuerza de la palabra escrita empieza a vacilar. En esa década, mientras los medios audiovisuales entran con seductora prepotencia en los hogares del pueblo (el pueblo consumidor, el pueblo elector), el intelectual, aunque fascinado por la fuerza propulsora de las masas, enreda sus especulaciones en un lenguaje para iniciados. Se dirige así a unas élites culturizadas que funcionan como espejo narcisista y, al mismo tiempo, como muro que lo clausura en un castillo lejano de la realidad popular. Literatura y filosofía hablan de las masas; televisión y publicidad hablan a las masas. Con los años setenta, el mundo occidental sufre la incandescencia del clima político-cultural. La larga confrontación entre ideas contrapuestas de la sociedad parece haber llegado a la batalla final. Sin darse cuenta, a nivel semántico, el intelectual militante se aleja definitivamente de las masas que cree formar y dirigir. Con su inconsciente aislamiento gana prestigio, pero pierde contacto e influencia sobre la realidad. Además, el aire de santidad que rodea a las estrellas del firmamento cultural convierte en herejía cualquier crítica al hermetismo expresivo. La intelligentsia toma tan en serio su rol de vanguardia que, cuando mira atrás para lanzar el grito de guerra, solamente una raquítica minoría entiende su jerga. Son años en que el mundo de la comunicación, impulsado por la publicidad, la televisión y las artes visuales, empieza a desertar la palabra para abrazar una nueva información ideográfica, más directa y sencilla, que permite comunicar emociones con iconos.

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Desde este punto de observación, logotipos de marcas y estrellas del cine hollywoodenses, muebles a la moda en la casa burguesa y símbolos revolucionarios en las playeras estudiantiles nacen todos del mismo ambiente psíquico. Son promesas emocionales de un lenguaje nuevo que paulatinamente expulsa a la cultura alfabética, no del trono más prestigiado –que sigue siendo una prebenda inocua concedida a la palabra escrita –, sino del puente de mando. En los años ochenta, los iconos del deseo aterrizan en objetos de consumo masivo y, a través de ellos, las masas quieren apropiarse de una identidad que hasta entonces solamente podían soñar. La emancipación pasa por la seducción, y el medio televisivo ofrece el lugar para el ligue. Por otro lado, el erudito empieza a criticar a las masas (por)que no lo siguen, mientras las pantallas en los hogares de los ciudadanos actúan como verdaderos intelectuales orgánicos de la sociedad capitalista para indicar aspiraciones e ideas, deseos y proyectos que son adecuados, legítimos y apreciables. En la década de los años noventa, el lenguaje iconográfico perfecciona la ocupación militar de la información, que mientras tanto ha ganado el

Ilustración de Juan

De la palabra escrita a la palabra asalariada Fabrizio Andreella

apellido nobiliario de “multimedia”. Emoticones, acrónimos, esquemas, dibujos, listas, animaciones, son signos que conquistan el lenguaje de la comunicación social expresando las emociones sin pasar por la mediación racionalizadora de un alfabeto. Los intelectuales se ven encerrados en un zoológico, prestigioso sí, pero manifiestamente irrelevante a nivel sociopolítico. Nadie admite, pero todos saben, que un partido de futbol o un programa del Gran hermano son más influyentes a nivel psíquico (como forma de pensar) y social (como forma de actuar) que una novela de Carlos Fuentes o un ensayo de Octavio Paz. Para utilizar una metáfora, en la segunda mitad del siglo xx la cultura escrita tiene con los medios audiovisuales la misma relación que la aristocracia en decadencia mantuvo con la burguesía en la época moderna. El inicial rechazo altanero de una clase social que se dedicaba al trabajo comercial se transformó en desprecio oculto ante la necesidad de recaudar riqueza fresca y tangible mediante matrimonios interclasistas que, por otro lado, ofrecían a los mercaderes el prestigio de un título nobiliario. Hoy en día la situación es la misma: talentos artísticos verdaderos –músicos, escritores, artistas plásticos– realizan jingles, guiones y escenografías para la televisión y la publicidad, prestando su creatividad a cambio de dinero. Según el brillante filósofo esloveno Slavoj Zizek, en el nuevo capitalismo “ l a v i e j a b u rg u e s í a n o t i e n e u n a función, por lo que se le ha asignado una nueva función como managers asalariados”. Esta clase asalariada de profesionales no incluye sólo directores ejecutivos, sino también abogados, médicos, ingenieros, intelectuales, periodistas y artistas. Es un grupo social que sigue apoderándose de la plusvalía del trabajo de dos maneras: con sueldos muy altos y/o con menos labor y más tiempo libre. Gabriel Puga La retribución privilegiada, escribe Zizek en su ensayo “The Revolt of the Salaried Bourgeoisie” publicado por la London Review of Books, “existe no por motivos económicos sino políticos: mantener una clase media en función de la estabilidad social”. El filósofo esloveno lleva su análisis inexorable a medirse con la crónica política: la protesta anticapitalista de estos últimos años de crisis económica global no ha sido conducida por los proletarios, sino por los niveles más bajos de la burguesía asalariada que no quieren acabar como ellos. “Aunque sus reclamaciones están nominalmente dirigidas contra la lógica brutal del mercado, están en efecto protestando contra la erosión gradual de su posición económica políticamente ventajosa.” Esta observación desafiante y sagaz de Zizek, definido por la prensa conservadora estadunidense como “el filósofo político más peligroso de Occidente”, es también una invitación a reflexionar sobre la función social del intelectual y su relación con las fuerzas del mercado que influyen en su forma de pensar con discretas prebendas y reservados privilegios • fabrizio108@yahoo.com

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