La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 15 de julio de 2012 ■ Núm. 906 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

1892: año de la primera protesta estudiantil en México

un texto de Ricardo Flores Magón

Para releer a Gide I gnacio P adilla y A nnunziata R ossi


bazar de asombros En la primavera de 1892 tuvo lugar el

Con Fuentes, Rita y Cecilia en Londres

15 de julio de 2012 • Número 906 • Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

primer Movimiento Estudiantil Antirreleccionista, encabezado entre otros por un preparatoriano de diecisiete años llamado Ricardo Flores Magón. El propósito era evitar la segunda reelección de Porfirio Díaz. La respuesta del dictador consistió en la represión, la descalificación y el encarcelamiento de líderes obreros y estudiantes, e incluso en la organización de un “desfile de apoyo”, en el que utilizó a empleados de gobierno y peones. Escrito por Flores Magón durante su encierro en la cárcel de Los Ángeles, el texto que ofrecemos a nuestros lectores fue publicado por primera y hasta ahora única vez en 1908 en Libertad y Trabajo, pequeño diario de breve existencia. Además de ser un documento histórico invaluable, también es prueba fehaciente de que, desgraciadamente y en más de un sentido, “tal era la situación en aquella época; tal es la situación en nuestros días”, como afirma el propio Flores Magón. Empero, como hace ciento veinte años, nuevamente son los estudiantes quienes, en el ejercicio pleno de sus derechos, están intentando cambiar la ruta de ignominia a la que por momentos pareciera condenado este país. Publicamos además dos textos sobre la obra y la vida del francés André Gide, célebre autor de Los alimentos terrenales, Corydon, Viaje al Congo y Regreso a la URSS, entre muchos otros títulos.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Carlos, Rita y Cecilia vivían muy cerca de la tube station de Hampstead Heath. Nosotros residíamos en un vetusto apartamento que se ubicaba encima de la estación de Belsize Park. Nuestras hijas –“prin­ cesitas del Castillo de Belsize”, les decía Carlos–, jugaban diariamente con la vigorosa y simpática chiquilla que era Cecilia. Los fines de semana iban al Parque de Golders Green y se sentaban frente a la Sinagoga. Comían sponge cake y otros dulces es­ trambóticos y, algunas veces, se merendaban una buena ración de fish and chips puesta en una hoja de papel de estraza y re­ gada con vinagre. Todo esto pasaba en el Lon­ dres laborista enca­ bezado por Wilson. El estado de bienestar funcionaba eficiente­ mente y la National Health era, sin duda, la mejor de Europa. Un día, al filo del crepúsculo, Carlos Fuentes se disfrazó de Drácula (som­ Carlos Fuentes con su hija Cecilia brero de copa, capa con vuelos rojos y colmillos sanguinolentos) y avanzó por los pasillos de la casa victoriana en la que reinaba Rita Macedo, actriz muy experimenta­ da, entrañable y generosa amiga. Cecilia, Lucinda, Fuensanta y Mónica cumplieron el deber de asustar­ se y Carlos, muy orondo y satisfecho, hizo su mutis por la puerta del jardín. Un día fuimos a cenar al restaurante indio de Chalk Farm y rematamos en el cine de Hampstead. Vimos Nazarín de Buñuel y le festejamos a Rita su prostituta sangrante y alcoholizada, vociferante y, en el fondo, buena y generosa. Nos emocionó su escena con Huguito el enano y Rita nos contó algunas anéc­ dotas sobre el estilo artístico y humano de Buñuel.

La noche de fin de año nos reunimos los latinoa­ mericanos londinenses en la casa del Drácula azte­ ca. Carlos y Rita eran hospitalarios como pocos y nos ofrecieron una cena opípara. Los invitados eran Mario Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Gui­ llermo Cabrera Infante, José Emilio Pacheco, Anto­ nio Cisneros, José Carlos Becerra, Carlos Monsi­ váis, Sergio Pitol, José Donoso, Fernando del Paso y este bazarista. La mayoría íbamos sujetos a la amable conduc­ ción de nuestras compañeras, que, junto con Rita, llevaban bien contro­l a­ dos los ritmos de la reu­ nión. Miriam y Guiller­ mo llegaron cargando un m o n u m e n t a l p a s t e l de chocolate decorado con rosas de alfeñique. Lo co­ mimos con gusto y, cuando terminamos, Guillermo nos preguntó si no habíamos notado un under taste. A mí me pareció que efectiva­ mente todavía sentía vivo en el paladar un peculiar sabor vegetal. Guillermo nos infor­ mó que nos habíamos zam­ pado unos buenos gramos de hachís de primera clase, keniano para ser más pre­ ciso. Todos nos apresuramos a gozar los efectos de la curiosa mezcla de chocolate y resina de mari­ huana. Sólo Mario, inexperto en esas lides, se sintió fatal y tuvo que recostarse para no caer redondito en la alfombra del salón. Tardó en reponerse (su tía, sin duda, andaba flotando en el fondo del soponcio) y en unirse a nosotros en esa risa incontrolable que sabe obsequiar la “yerbabuena” del poema de Tabla­ da: “En la más sincopada de las rumbas/ prénde­ me tu vacuna ¡oh mariguana!/ universalizando el in­c idente”. jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Primavera de un visionario

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Ignacio Padilla

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uiere otra de las leyendas negras del Pre­ mio Nobel que algún año, recién termi­ nada la segunda guerra mundial, se es­p e­ raba que el galardón recayese en alg­ú n autor cuya obra vinculase estrechamente religiosidad y ética, quizá algún católico. Pregun­ taron a Graham Green qué pensaba al respecto y si pensaba que el premio finalmente le sería dado, a lo que él respondió: “Dénselo a Gide. Él sí tiene fe.” En efecto, en 1949 la Academia Sueca se decantó por el autor de Los sótanos del Vaticano y Los monederos falsos, quien por cierto tenía menos de católico que de hugonote, aunque no fuese ni uno ni otro. Si bien gestante y ponzoñosa, la declaración de Graham Green no va fuera de camino ni carece de in­t erés para hablar de Gide y deslindar, en la medida posible, su complejo siste­ ma estético-devocional. Como sus reflexiones éticas, la cambiante de­ voción de André Gide es acaso una de las más intensas y llamativas entre los escritores del siglo xx. De frente a autores que se con­fesaban de­ votos como Chesterton, Paul Clau­del, c . s . Lewis e incluso al propio Green, el más atormentado pensamiento re­ ligioso de Gide se alza tan soberbio como os­c uro, tan notable como im­ penetrable, más cer­c ano a los con­ flictos psicore­l igiosos de su maestro Wilde que a las certezas de su amigo Paul Valéry. Durante años he escudriñado las vidas y las obras de infinidad de au­ tores en mi búsqueda quijotesca de la relación –a mi entender, incontes­ table, sonora y significativa‒ entre re­l igiosidad y literatura. He estudia­ do obras de autores del Siglo de Oro lo mismo que la de los rusos del xix o los irlandeses del xxi . En la mayoría de los casos, la relación fluye, se afir­ ma, ilumina. Pero no sucede eso con Gide. Por el contrario, entrar en su religiosidad es entrar en un agujero negro, con lo apasionante y enervan­ te que ello pueda ser. Como Oscar Wilde, la religiosidad del fran­c és es esquiva, tormentosa, indescifrable, cambiante. Y su biografía no ayuda a comprender en qué creía Gide, o si creía en algo. En mi paseo por la obra de Gide en pos de sus pistas devocionales, he dado con insistentes refe­ rencias a la religión, pero éstas con frecuencia se con­t radicen. Por aquí, dice: “Las religiones mue­ ren cuando se demuestra que son verdaderas. La ciencia e­s el registro de las religiones muertas.” Con esta frase tramposamente darwinista en men­ te, vuelvo sin embargo a Los sótanos del Vaticano y me topo con sus personajes, posibles alter ego de Gide, para quienes ninguna religión es verdadera, y por lo tanto, ninguna religión puede. Lo mismo en sus cartas que en sus trabajos críticos, entre sus retratos de escritores y sus personajes honda y constantemente atenazados en el conflicto ético

o moral, Gide es todo y nada, todos y nadie. Su convicción de una idea paulina del cuerpo místico se enfrenta con su rechazo radical al pensamiento paulino; su conocimiento de la escritura es el de un apóstata tanto o más fanático que el del más arcaico inquisidor: aun cuando rechaza la idea misma de divinidad, Gide lo hace endiosando el rechazo a Dios, tratando su devoción anticristiana con un sistema ineludiblemente cristiano.

La fe de

Gide ¿En qué creía André Gide? ¿Creía en algo ese in­ menso moralista? Creo que para él la religión era ante todo una neurosis y una sublimación de su narcisismo, y como tal procuró exorcizarla a lo lar­ go de su vida de hipocondríaco del alma. Su forma­ ción calvinista fue, como la mayoría de las religio­ nes, una herencia y un fantasma de la imagen materna. En cuanto tal, Gide amó tanto los vericue­ tos de la fe cuanto aborreció a su madre por los mal­ tratos y la incomprensión que de ésta recibió en la

infancia. Su método de trabajo era sin duda calvi­ nista, pero su vida lo llevaría constantemente al otro extremo. Convencido de que sus actos religio­ samente censurables, que no eran pocos, se debían a una ocupación demoníaca, Gide no tuvo más remedio que darle la bienvenida al demonio, casi como un cómplice que le ayudaría a vengarse de su madre. Estetizante, Gide no pudo, sin embargo, sustraerse a la culpa, como no pueden sustraerse tantas ánimas sensibles y profundamente religio­ sas –Dostoievsky, por ejemplo‒ al conflicto de gus­ to y tristeza de perder a un padre fustigador, terri­ ble y devoto. Tantas y tan enconadas son las críticas de Gide a la iglesia reformada y al catolicismo, que por mo­ mentos uno sólo puede pensar que se trataría de un ateo, o a lo menos de un agnóstico. El propio Gide, en su época de devoción casi mística por el comunismo, nos hi­ zo creer que había cambiado al Dios cristiano por el Dios Proletariado o el Dios Partido. A su vuelta de Rusia, con el desengaño compartido con tantos otros suscriptores de la Revolución soviética, Gide parecería haber perdi­ do ya el último argumento para afir­ mar que no creía en nada o que no le importaba el Dios cristiano, un dios que traía, a su pesar, metido hasta el tuétano. En gran medida, la fe de Gide es el encontrado y sobrepensado cristianis­ mo a la francesa. Esto incluye acaso la única teoría sobre su devoción que, me parece, explica su sistema moral: el catarismo. Quizá a algunos sorprenda esta aseveración alusiva a un sistema religioso herético y medieval. Lo cier­ to, sin embargo, es que el catarismo o el gnosticismo maniqueo se mantienen vigentes en la cristiandad moderna, y que Gide muestra todos los síntomas de un cátaro vigesémico. Su padre pro­ cedía de la región de Aquitania, y es muy pro­bable que su idea del mensaje cristiano y del mundo estuviese seria­ mente signado por los destellos gnós­ ticos de un mundo en constante reba­ tinga entre una deidad bondadosa y otra perversa de similar o idéntico poder. Es sabido que el cataris­ mo resuelve su dialéctica entre espíritu y materia rechazando a la segunda, aunque sin des­c onocer­ la. El cuerpo, la sensualidad, cuanto hay de físico en la experiencia estética y cuánto hay de estético en la experiencia física, pertenecen al dominio de un demiurgo al que hay que combatir, aun a sabiendas de que se le necesita para explicar el cosmos y ac­ tuar en consecuencia. Una y otra vez, en su vida y en su obra, Gide encarna tal combate: se deja llevar a la oscuridad, donde ama y combate al monstruo, para emerger luego tan cargado de culpa como de mara­ villa. En un sentido estricto, este sistema de­vocional parece contradictorio pero es, al cabo, consistente y armónico. ¿No sería esa también una descripción pertinente de la obra de André Gide? •


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Para releer

a Gide

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n una conferencia de 1960 sobre Cesare Pavese, intitulada “Pavese, ser y hacer” (ahora en Una pietra sopra, Einaudi), Italo Calvino hace una comparación que me parece interesante entre el itinerario de autoconstrucción interior y litera­ ria del escritor italiano y aquél, completamente opues­ to, del itinerario del francés André Gide (1869), de más de una generación antes que Pavese (1908). Calvino comenta que, al contrario de Pavese, quien en su diario Il mestiere di vivere (El oficio de vivir) decide “eliminar del arte como de la vida lo volup­ tuoso” para “ser trágicamente”, André Gide elige abandonarse al fluir espontáneo de la vida, a la dis­ ponibilidad, a la libertad de las constricciones: en fin, todas las libertés permises. El imperativo ético de Pavese y el camino del hedonismo de Gide repre­ sentarían, según Calvino, las dos vías opuestas de la literatura moderna, y el escritor italiano conclu­ ye que el camino de la conciencia literaria y artís­ tica europea parece estar hoy –preciso: la conferencia es de1960‒ todo de la parte de Gide. La afirmación de Calvino no es exacta porque, después de la caída del nazismo y la liberación francesa de los invasores ale­ manes, un nuevo astro tomará el lugar de Gide: JeanPaul Sartre, una figura de intelectual total: narrador, dramaturgo, líder del existencialismo, filósofo del engagement y activista político. Con él, el mundo literario se politiza. Es indiscutible que Gide continúa siendo una fi­ gura preeminente en el ambiente literario, no obs­ tante la aversión a sus preferencias sexuales nun­ ca ocultadas, en una sociedad todavía rígidamente construida sobre modelos heterosexuales que consi­ deró a Gide un peligroso corruptor de la juventud. Por otro lado, odiado desde siempre por la derecha nacionalista a causa de su acercamiento al comunis­ mo, al que no llega a través del marxismo sino de los Evangelios ‒“c’est l’Évangile qui m’a formé”‒, An­ dré Gide, terminó por ser repudiado también por la izquierda francesa después de la publicación de su Retour de la urss, a donde viaja en l936, año del primer gran proceso contra los viejos bolcheviques acusados y ejecutados por traición a la patria. Es el inicio de las grandes purgas instauradas por Stalin con la compli­

cidad de Berja. Gide todavía no está enterado de la existencia de los gulag, de la persecución de los ho­ mosexuales, ni de la reclusión de los supuestos opo­ sitores del régimen en clínicas psiquiátricas. Decep­ cionado, al regresar a Francia publica el Retour de la urss , obra en la que denuncia el culto a la personali­ dad de Stalin, la falta de libertad, el conformismo general, la despersonalización, la desaparición del espíritu crítico y la fuerte desigualdad económica, para concluir que el comunismo no existía en Rusia. El libro fue una bomba y las críticas de la izquierda fueron feroces, entre ellas las de su amigo Louis Ara­ gon que lo llamó traidor. Gide fue atacado también en el extranjero, donde Kastka Neumann publicó el Anti Gide o el optimismo sin supersticiones e ilusiones, una crítica del individualismo gidiano, su con­ cepción de la felicidad y su hedonismo. André Gide no nació hedonista. Al contrario, el hedonismo, el abandono al fluir espontáneo de la vida que anhelaba y que, además, consideraba un deber legítimo, fue una conquista larga y difícil para él. En su Journal seguimos el drama de su vida ator­ mentada por el insomnio, la depresión, la culpabili­ dad, la inseguridad y la ambivalencia. Gide fue edu­ cado en una familia de la alta burguesía, y su padre había sido un reconocido jurista del sur de Francia (Uzès, Languedoc), de tradición hugonote y pro­t es­ tante, pero tierno, alegre e indulgente, con quien An­ dré estuvo muy ligado. Al morir el padre, André, que tenía apenas once años, quedaría bajo el yugo de su madre Juliette Rondeaux, perteneciente a una rica familia normanda (Rouen) de tradición católica que, convertida al protestantismo, fue una madre rígida, puritana y autoritaria. En su autobiografía Si le grain ne meurt, (Si la semilla no muere), Gide dice ser “fruto de dos sangres, dos provincias y dos confesio­ nes”, dos mundos contradictorios, a los que tuvo que enfrentar para liberarse de su peso. Sin embargo, bajo la influencia de Anna Shackleton, institutriz y luego amiga entrañable de Juliette, el pequeño An­ dré pudo vivir en un ambiente relativamente abierto a la cultura que le permitió estudiar música (aunque con malos maestros, cosa que en su Journal lamenta­ rá a menudo), ir al teatro –por supuesto, bajo la su­

André Gide no nació hedonista. Al contrario, el hedonismo, el abandono al fluir espontáneo de la vida que anhelaba y que, además, consideraba un deber legítimo, fue una conquista larga y difícil para él.

Annunziata Rossi

pervisión de la madre‒ y, finalmente, también por la insistencia de su tío, entrar a los dieciséis años a la biblioteca del padre. Desde los primeros años de vida, se despierta en él una sexualidad a la que se abandona con un ami­ guito en juegos prohibidos, les mauvaises habitudes que Gide revela en Si le grain ne meurt, cuya sinceri­ dad suscitó un gran escándalo. A los ocho años, des­ cubierto mientras se masturbaba bajo el banco, fue suspendido por tres meses de la escuela alsaciana en la que estudiaba y sometido a tratamiento médico. Desde niño sufre su diversidad, de cuya razón no se da cuenta, y lo oímos regresar de la escuela sollozan­ do sin parar: “¡No soy como los demás!, ¡no soy como los demás!, ¡no soy como los demás!” En 1893, cuando ya tiene conciencia de su homo­ sexualidad, a la que nunca considerará contra natu­ ra, Gide, siempre desgarrado entre el anhelo de pu­ reza y los llamados de la carne, no cesa de invocar en su Journal a Dios con fervor: “Mi plegaria, Dios mío, es que estalle esta moral demasiado estrecha y que yo viva plenamente, y dame la fuerza para hacerlo sin miedo, sin sentir siempre que voy a pecar.” En esos primeros años de reflexiones, Gide crea su pro­ pia moral que es: obedecer a la naturaleza, “seguir a la naturaleza [contra la cual luchaba su madre] y no a las costumbres”, ya que cree firmemente que las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios. Rechaza “la moral de privación” establecida, que le impone la renuncia, el sacrificio de sí mismo impidiéndole el libre empleo y el desarrollo de las propias fuerzas:


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“No quiero entender más ‒escribe en l894 en su Journal‒ una moral que no permite y no enseña el más grande, el más bello, el más libre uso y desarrollo de nuestras fuerzas.” El hombre sabio, dice Gide, debe vivir no obedeciendo a la moral establecida, sino se­ gún su sabiduría, y la sabiduría no significa renun­ cia: “El hombre sabio, vive sin moral, según su sabi­ duría. Tenemos que intentar llegar a la inmoralidad superior.” Gide reitera la legitimidad del placer: “El deber de cada hombre es ser feliz”, “la alegría debe ser mi única preocupación” y “Necesito esforzar­ me en el placer.” Quiere ser feliz, dice, pero no con la felicidad feroz y trágica que predica Nietzsche, sino con la felicidad de Francisco de Asís que vivía con laetitia y con laetitia hacía vivir a los hermanos de la Orden franciscana fundada por él. El Journal que Gide inicia en 1889, a los veinte años, y que lo acompañará hasta 1949, dos años antes de su muerte, es el testimonio de su lucha constante en contra de la “moral de privación” para ser sí mis­ mo. Su divisa es “osar ser sí mismo”, que recuerda el subtítulo Cómo uno se vuelve sí mismo, de Ecce homo, de Nietzsche. Y “ser sí mismo” debe, para Gide, coin­ cidir con su manifestación exterior frente a los de­ más: L’étre s’afirme con le paraître; le paraître est la manifestation de l’être. Es decir, el ser tiene que ma­ nifestarse íntegro en la realidad, su manifestación tiene que coincidir con el ser auténtico, sin ninguna hipocresía. No hay, pues, que aparentar lo que uno no es. Ser moral significa ser sincero: “J’ai horreur de la mensonge […] Les cathololiques ne peuvent comprendre cela […] Le catholiques n’aiment pas la vérité”, dice a Jacques Maritain –protestante con­ vertido al catolicismo en l906‒, quien lo visita en 1923 para convencerlo una vez más de no publicar Corydon. Esta exigencia de sinceridad, considerada por muchos como cinismo, es el imperativo moral al que Gide se mantiene fiel y que nunca transgrede a pesar de sus consecuencias. La sinceridad que Gide se impone va, como es natural, a la par con la necesi­ dad de autoconocimiento, en la línea de los grandes moralistas franceses. En su ensayo sobre Montaigne, lo cita: “No hay en el mundo monstruo o milagro al­ guno que me preocupe más que mi propia persona­ lidad. Cuanto más me exploro y escudriño, tanto más me asombra mi deformación… y tanto menos logro comprenderme.” Gide dirá lo mismo: “La frase que empieza con ‘yo me conozco’, termina siempre en la negación: ‘yo no me conozco.’” La costumbre del ascetismo y del pecado es tal que Gide tiene que esforzarse para lograr el placer, la alegría. Aun viviendo de manera coherente con su moral y sin creer en el pecado, lo hace con un fuerte sentimiento de culpabilidad: “El hábito del ascetismo, del pecado ‒escribe‒, era tal que tuve que esforzarme para la felicidad; no me era fácil sonreír. […] Al principio sentí cierto espasmo, que luego fue desapareciendo hasta fundirse en el encanto infini­ to de vivir sin importar cómo. Siguió por fin el gran descanso, después de una larga fiebre; mis inquie­ tudes de un tiempo se desvanecieron; me asombra­ ba que la naturaleza fuera tan bella y yo llamaba a todo: naturaleza.” No obstante, Gide nunca alcanzará la serenidad interior. Sufre frecuentes crisis morales y religio­ sas, como aquella tan larga de los años l916-1919, (que coinciden con el inicio de su amor por Marc Alle­

La costumbre del ascetismo y del pecado es tal que Gide tiene que esforzarse para lograr el placer, la alegría. Aun viviendo de manera coherente con su moral y sin creer en el pecado, lo hace con un fuerte sentimiento de culpabilidad.

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gret), y que registra en las páginas atormentadas de su Journal, Numquid et tu? Siempre desgarrado en­ tre el cielo y el infierno (“infeliz quien pretende unir en sí el cielo y el infierno. Nadie puede darse a Dios más que todo entero”), sucumbe a la lujuria sin nun­ ca perder el anhelo de pureza (a menudo repite en su Journal: “Soy puro, soy puro, soy puro.”) Si en l893 lo hemos oído invocar a Dios para liberarlo de la “moral de constricción”, ahora lo oímos invocarlo para que lo libere del Malin (Maligno). Las páginas de Numquid et tu? están llenas de citas de San Pablo y de los Evangelios, sobre todo del de Juan: “Aquél que odia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna.” Gide lamenta su indiferencia a la voz de Dios, y lo invoca: “Señor, si debéis ayudarme, ¿qué esperáis? Yo, solo, no puedo. ¡No dejéis que el Maligno tome vuestro lugar!”, añadiendo en segui­ da: “¿Perdón, Señor!, porque sí, yo sé que estoy min­ tiendo. La verdad es que esta carne que odio, yo la amo incluso más que a vos mismo. Muero por no poder agotar su atracción. Os pido que me ayudéis, pero sin que yo renuncie de verdad.” Sobre las influencias presentes en su obra, Gide escribe en los feuillets de su Journal (1938): “De todos los ‘grandes autores’ (no puedo usar esta palabra sin sonreír), los que menos me han enseñado son, sin du­ da, los franceses. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Los tengo en la sangre, en el cerebro; desde antes de leerlos, yo era uno de ellos. Están hechos de la misma madera que yo.” La mayor influencia que Gide reco­ noce en su obra es la de las literaturas inglesa y rusa (publica muchos artículos sobre Dostoievsky, así co­

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mo sobre escritores y poetas ingleses). Ama apasiona­ damente a Browning, y cuando le preguntan quién es el mejor poeta francés, responde de mala gana: Victor Hugo, desafortunadamente. Sobre la influencia ale­ mana, algo exagerada por los alemanes, Gide dice que ama a Goethe, según él “el menos alemán de los ale­ manes”, y aclara: “Apenas si puedo formular una opinión sobre la ‘influencia alemana’. Es cierto que durante mi juventud Alemania me impresionó de manera considerable”, añadiendo luego: “Quizás, lo mejor que he aprendido de Goethe, Heine, Schopen­ hauer y Nietzsche es su admiración por Francia.” Sin embargo, el entendimiento político y cultural entre su país y Alemania es una exigencia central en la vida de Gide. Los valores espirituales de Alema­ nia, sostiene Gide, no tienen nada que ver con la Pru­ sia que la gobierna. En un artículo de junio de 1919 en la Nouvelle Revue Française critica con preocu­ pación los excesos del Tratado de Versalles (y no es sólo él, recordemos al Canetti de Masa y Poder), y condena la imposición inicua de las indemnizacio­ nes por los daños de guerra exigidas sobre todo por la terquedad de Francia, una imposición que, al ati­ zar el odio y la venganza del país vencido, represen­ taba, en su opinión, un serio peligro para el futuro de toda Europa (como de hecho ocurrió). En los feuillets de su Journal de l919, Gide lamenta el hecho de que los partidos nacionalistas de una y otra parte de las fronteras exageraran con obstinación las di­ ferencias de temperamento y de espíritu de los dos países, mismas que harían imposible todo acuerdo entre ellos. Al contrario, Gide ve esas diferencias sigue

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ensayo del colonialismo europeo, su brutalidad y el trabajo forzado al que se obliga a los nativos. Publica Viaje al Congo que dedica a Joseph Conrad, en el que denun­ cia la ignominia de la colonización. El viaje al Congo fue una experiencia fundamental para Gide quien, como escribe el 4 enero de l933 en su Journal, hasta entonces no había sabido interesarse en los hombres, “únicamente absorbido como estaba por la contem­ plación de mí mismo. […] De manera que fue necesa­ rio ese contacto con la oprimida raza negra para arran­ carme de mi narcisismo”. En el Congo Gide toma una conciencia social y política que lo acerca al comu­ nismo, al que, como él mismo declara, llega a través del cristianismo; “un affaire sentimental” según sus críticos. Sin embargo, Gide lee los cuatro tomos de El capital con esfuerzo ‒ “patiemment, assidument, stu­ dieusement”‒, y comenta: “En los escritos de Marx [exceptúa de ellos El manifiesto del Partido Comunis­ ta], siento que me ahogo. Le falta no sé qué ozono, indispensable para la respiración de mi espíritu.” “Pienso –escribe– que gran parte del prestigio de Marx viene del hecho de que es difícilmente abordable, de manera que el marxismo implica una ini­ciación, y es conocido indirectamente a través de sus interces­ seurs [intermediarios, intérpretes].” Concluye con la frase estupenda: “Es la misa en latín.” En l895, después de la muerte de su madre, Gide se casa con su prima Madeleine, con quien tiene desde la infancia una intensa y exaltada relación espiritual y religiosa. Madeleine, a la que llama Emmanuèlle en su Journal, es la persona a quien ama y amará más que a nadie. Antes de casarse, un médico le había asegu­ rado que el matrimonio lo “normalizaría”. Sin embar­ go, permaneció impotente frente a su esposa y el ma­ trimonio se mantuvo en blanco. A Paul Claudel, quien siempre había buscado convertirlo a la “normalidad” e, inclusive, le había enviado un sacerdote para curar­ lo, escribirá que ama a su esposa más que a su vida, pero que nunca ha sentido deseo por ella: puede ser, explica, que el amor tan intenso por Madeleine, a la que llama su Beatrice, le impide el deseo. Después de su matrimonio, Gide no renuncia a su vida de vaga­ bundeos por el mundo, de los que regresa siempre a Cuverville, donde lee, escribe, goza de la naturaleza y pasa horas tocando el piano, a Bach, Beethoven, Al­ beniz, etcétera y, sobre todo a su amado Chopin, cuya música su madre había considerado “malsana”. In­ mu­ne al bacilo de Wagner, el 25 de enero de l908 escri­ be en su Journal: “Me da horror la persona y la obra de Wagner, y mi aversión apasionada no hace más que aumentar desde mi infancia”, y acusa de esnobismo y superficialidad a sus admiradores. En Cuverville recupera su pureza en la cercanía y la comunión espiritual con su ser amado, hasta l933, cuando Madeleine, al descubrir una carta que Marc Allegret dirigía a su marido, reacciona destruyendo la correspondencia que éste le había escrito desde su adolescencia. Gide sufre como si le hubieran matado a un hijo. Regresa a Cuverville pero termina el mila­ gro de la comunión perfecta que siempre había teni­ do con su mujer y empieza su sufrimiento. Anota en su Journal: “Todas las veces que vuelvo a verla siento de nuevo que no he amado más que a ella; e inclusive me parece que la amo más que nunca.” ¿Hay que enjuiciar a André Gide por haber sacrifi­ cado con tanta inconsciencia a su esposa? Mejor res­

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ponder con la exhortación de los Evangelios: ¡No juz­ guéis! Por otro lado, hay que creer al escritor que a lo largo de todos los años de su relación con Madeleine había estado siempre convencido de que amor y de­ seo eran sentimientos opuestos e irreconciliables (hasta que conoció a Marc Allegret) y, además, de que el deseo sexual era propio del hombre, y que de este deseo estaban excluidas las mujeres. En Et nunc manet in te de l951, en el que expresa su dolor por la muerte del ser más amado, explica: “Cuanto más etéreo era mi amor, más digno de ella me resultaba, conservan­ do la ingenuidad de no preguntarme nunca si un amor totalmente desencarnado la satisficiera. No me in­ quietaba pues, en lo más mínimo, el hecho de que mis deseos carnales se dirigiesen a otros objetos. […] Los de­ seos, pensaba yo, son propios del hombre, y mi con­ vicción de que la mujer no pudiera experimentar cosa semejante me mantenía tranquilo; o que sólo la sintie­ ran las mujeres de mala vida.” Creo que detrás de esta convicción está presente la vida asexuada de su madre y de las figuras femeninas a su alrededor, “modelos de decencia, honestidad, pudor, a quienes suponer la más leve inquietud carnal sería injuriarlas”.

como un dato positivo porque en el terreno de la cultura, de las ciencias y de las letras y las artes, los defectos y las cualidades de los dos países resulta­ ban complementarios, al punto que del acuerdo en­ tre ellos no podía resultar más que provecho. Las diferencias existen, dice Gide, son conocidas, e indi­ ca una fundamental: todo lo que es francés tiende a individualizarse; todo lo que es alemán tiende a do­ minar o a someterse. Su afirmación coincide con lo que sostendrá años después el alemán Thomas Mann, en una conferencia de 1945 en Washington: “El ale­ mán en su casa carece de libertad, pero quiere dis­ poner de ésta a su arbitrio fuera de ella; por eso su concepto de libertad es agresivo.” En 1940, después de la invasión alemana de Fran­ cia, Gide comenta en su Journal: “Ahora nos tocará pagar todas las absurdidades del intangible Trata­ do de Versalles, las humillaciones del vencido de en­ tonces, las inútiles vejaciones que sublevaron mi co­ razón en 1919, contra las cuales fue inútil protestar. Ahora el turno de abusar le toca a ellos.” Se ha acu­ sado a Gide de indiferencia frente a la invasión alema­n a. Más bien Gide se abstuvo de tomar una posición política todavía bajo la influencia de las de­c la­r aciones de Bertrand Russel leídas en el lejano 1933, que sostenían la idea de la inutilidad de la re­ sistencia en caso de una invasión extranjera, ya que la resistencia lograría sólo fomentar la represión y la violencia del invasor. Tampoco apoyó a Hitler, como se le acusó; sólo admiró su habilidad, la genialidad de su estrategia política, sin desconocer su cinismo. El 7 de julio de 1940 escribe textualmente: “… perfi­ de, cynique, tant qu’on voudra, mais ici encore, il a agi avec une sorte de génie”. Tampoco estuvo a favor del gobierno de Vichy; sólo se limitó a aprobar la primera alocución de 1940 del mariscal Petain a los franceses. Al contrario, se mantuvo cerca a De Gau­ lle, a quien conoció en Argel. Como se ha dicho, Gide se abstuvo de la política por sus convicciones personales, y no por cobardía. Narra Klaus Mann que mientras Gide se encontraba en Niza durante la ocupación alemana y una agrupación literaria lo invitó a dar una conferencia, Les Anciens Combattants franceses protestaron y amenazaron al escritor con matarlo si iba a hablar. Gide, sin intimi­ darse, se presentó y en el estadio sacó la carta de los extorsionistas y la leyó, concluyendo: “De modo que, señores y señoras, he venido para pedirles perdón. Este documento será mi única contribución a este programa. No es que me importe la lucha, pero, ¡ay de mí!, no soy tan joven como antaño. Además he venido solo, en tanto que nuestros valientes legiona­ rios tienen la costumbre de aparecer en masa.” El joven Gide empieza sus vagabundeos en 1892 viajando a África del Norte (Túnez, Argelia y Marrue­ cos serán para él lo que, en otro sentido, había sido Italia para Goethe y Stendhal). En 1893, en Marruecos, encuentra a Oscar Wilde (a quien había conocido en París años atrás y le había fascinado, inspirándole al mismo tiempo un gran terror) acompañado por su amante, lord Alfred Douglas. En Marruecos tiene su segunda experiencia homosexual con un adolescente que tocaba la flauta. Continuará viajando por los paí­ ses mediterráneos, Europa central, y regresa a menu­ do a África. En 1925 viaja como invitado en una expe­ dición al Congo, donde conocerá la horrenda realidad

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En el Congo Gide toma una conciencia social y política que lo acerca al comunismo, al que, como él mismo declara, llega a través del cristianismo.

Durante sus largos vagabundeos y lejos del asce­ tismo y de la pureza de Cuverville, se abandona a la incontinencia y al desenfreno de los instintos carna­ les reprimidos y, más que la satisfacción del deseo, ama, como él mismo escribe, la tranquilidad que le sigue para poder trabajar. Reconoce la vanidad del deseo y cita a Calderón de la Barca, para quien el de­ seo era como una llama que convierte todo lo que toca en ceniza, de la que nada queda sino un polvo impon­ derable que cualquier soplo puede dispersar. Había que pensar, pues, sólo en lo que es puro y duradero (y puro y duradero fue el amor de Gide por Madelei­ ne). Gide justificará su doble propensión citando al Baudelaire del Diario íntimo, quien sostiene que hay en todo hombre y en todo momento dos tendencias, una hacia Dios, otra hacia Satanás. Cuando en l923 Gide tuvo una hija con una amiga, no fue por inte­ rés a otras mujeres; su hija fue fruto de una “expe­ riencia de laboratorio”, como dice Martin du Gard, y fue adoptada por Gide sólo después de la muerte de su esposa. La vida de Gide no hizo más que provocar ata­ ques, aversión y venenosas calumnias. Su gran ami­


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go Roger Martin du Gard dice a propósito de él, ci­ tando a Henry Frank: “Es cien veces más atormenta­da la vida de los hombres que se han liberado de los dogmas, que la vida de un alma religiosa común.” Para la opinión pública Gide es, como se ha dicho, un gran corruptor de la juventud, un ser satánico. Cir­ cula un folleto titulado: Un malheur: André Gide. Después de publicar Los alimentos terrenales, se le acusa de haber provocado con su libro el suicidio de un joven. Gide no protesta, sufre pero no odia, y hace suya la afirmación de otro grande, Giuseppe Verdi: “Nosotros los artistas no llegamos a la celebridad más que a través de la calumnia.” Sin embargo, a ve­ ces Gide reacciona con humorismo y se abandona a la ironía y a la burla. Cuando Henry Béraud escribe: “La naturaleza siente horror de Gide”, éste le envía de agradecimiento una caja de chocolates. La sinceridad, la autenticidad son para Gide la virtud más grande. Le repugna la mentira y el encu­ brimiento, y acusa a los católicos de no amar la ver­ dad. En l911 escribe Corydon, con un gran sentimiento de plenitud y de liberación por declarar oficialmen­ te su homosexualidad. Con argumentos pseudocien­

tíficos y frágiles (sólo recientemente la ciencia ha comprobado que las preferencias sexuales están li­ gadas a la anatomía del cerebro y tienen un origen biológico, presente desde la primera edad, en el mis­ mo feto), Gide afirma que la homosexualidad no es contra natura, ni una enfermedad ni un delito. Sin embargo, Gide no publica Corydon en el mismo año por las fuertes presiones de sus amigos. Lo publica­ rá en 1924, citando una frase de Ibsen: “Nuestros amigos son peligrosos no a causa de lo que nos indu­ cen a hacer, sino más bien a causa de lo que nos im­ piden hacer.” Amigo de Marcel Proust, de quien ama su obra (se reprochará siempre el haber rechazado la publica­ ción para Gallimard de la primera novela de Proust), pero no su esnobismo ni su veneración de la nobleza. Desaprueba el encubrimiento de Proust de su ho­ mosexualidad, su estrategia de presentar a los jóve­ nes con los que tenía relaciones como mujeres. Lo indigna sobre todo Sodoma y Gomorra donde el camu­ flaje de Proust, su sometimiento a la moral estable­ cida, no hacía más que alentar la mentira, la co­bardía general y la homofobia.

En Les caves du Vatican, de l915 que, junto con su Journal, considero su obra maestra, Gide lleva la dis­ ponibilidad, la libertad, el libre albedrío hasta los extremos del “acto gratuito” cuyo origen es indiscu­ tiblemente dostoiewskiano, ya que el tema de la li­ bertad es la médula de toda la obra de Dostoiewsky. Compuesto de cinco libros (más bien largos capítu­ los), cuyos personajes y acontecimiento se relacio­ nan, Gide no llama a su libro novela sino justamente sotie, farsa, una burla narrada con una verve y un brío irresistibles, en la línea de la literatura cómicohumorística de Boccaccio y de Rabelais, sin ir más atrás. La sotie de Gide es una crítica mordaz e irreve­ rente de la Iglesia católica y una parodia de sus inge­ nuos parroquianos, víctimas de la intriga, por cierto genial, urdida por el maleante Protos, quien propaga “en secreto” entre los tontos el falso encarcelamiento del Papa en Castel Sant’ Angelo por parte de la ma­ sonería que exige un fuerte rescate para liberarlo. En­ tre los protagonistas de la sotie resalta el retrato fas­ cinante de Lafcadio, campeón del acto gratuito. Joven y bello aventurero, narcisista complacido con su bella figura, Lafcadio vive al día sin recursos, cuando de repente se descubre hijo ilegítimo de un conde que le deja una renta millonaria. En un viaje a Italia por tren, que desde Roma debería llevarlo a Brindisi para embarcarse hacia Oriente, Lafcadio mata cerca de Nápoles sin ninguna motivación, por un simple impulso, a un pasajero que se encuentra solo en su compartimento ‒resultará ser Fleurissoire, cuñado de su hermano Julius de Baraglioul, prota­ gonista del tercer capítulo del libro‒, empujándolo del tren en marcha (se trata del mismo Lafcadio que en París se había lanzado a una casa en llamas para salvar a un niño a quien ni siquiera conocía). No hay en Lafcadio remordimiento, lamenta sólo la pérdida de su bonito sombrero que la víctima, al defenderse, se lleva consigo. Sus escrúpulos empiezan sólo cuan­ do será acusado del crimen su antiguo compañero de escuela y ahora estafador Protos, a quien Lafcadio rencuentra camuflado después de años. Decide en­ tregarse a la justicia. La sotie de Gide cierra con esta determinación, y no sabemos si se cumplirá. Los ho­ micidios resultados de un acto gratuito permanecen siempre sin solución, escribe Leonardo Sciascia en Todo modo, que termina con una larga cita de Les caves du Vatican. Sólo la literatura, afirma el escritor siciliano, puede ofrecer soluciones. A menudo Lafcadio ha sido comparado al Raskol­ nicov de Dostoiewsky, quien separaba a los hombres comunes y corrientes de los hombres excepciona­ les ‒su modelo: Napoleón‒, a quienes todo les estaría permitido. Sin embargo, el asesinato de la vieja odia­ da y odiosa usurera de Crimen y castigo no es fruto de un gesto inconsulto, de un impulso improviso o de un “capricho”, está planeado con determinación por Raskolnikov. A lo sumo, como lo sugiere Klaus Mann en su libro sobre André Gide, Lafcadio podría consi­ derarse una especie de parodia del personaje de Dos­ toiewsky. ¿Y por qué no una autoparodia del mismo Gide, quien, al final de su largo, difícil y contradictorio camino en la búsqueda de la libertad, termina con­ cluyendo que “la dicha del hombre no proviene de la libertad, sino que radica en la aceptación del deber”? •


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Apuntes para la historia. Ricardo Flores Magón

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scrito en la cárcel del Condado de Los Ángeles, California, el texto que el lector tiene en sus manos constituye el único testimonio de primera mano del movimiento estudiantil antirreleccionista de la primavera de 1892 en Ciudad de México con que se cuenta. Fue publicado en un pequeño periódico de corta vida, Libertad y Trabajo, “Semanario Liberal, Independiente” (mayo-junio,1908; Los Ángeles, California. Director Responsable: Fernando Pa­l o­m ares; Redactor en Jefe: José h . Olivares. Admón.: Blas Vázquez), mismo que pretendía dar continuidad al semanario Revolución, suprimido por agentes al servicio del dictador Porfirio Díaz en aquella ciudad californiana semanas atrás. Fuera de esa publicación, ha permanecido inédito hasta el día de hoy. La fecha de su escritura, 18 de mayo de 1908, es relevante: tres días atrás su autor, Ricardo Flores Magón, había redactado el manifiesto, suscrito por los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, a través del cual se convocaba al segundo intento insurreccional en contra de la dictadura porfiriana. A 120 años de los sucesos narrados, su lectura no deja de ser enriquecedora. J acinto B arrera B assols A la señorita Ethel Dolsen 1

Algo extraño ocurría en la ciudad de México al co­ menzar la primavera de 1892. La gente se movía, se agitaba, como si con la entrada de la estación se hu­ biera desentumecido en caduco organismo de la so­ ciedad mexicana. Vibraciones juveniles reanima­ ban la vieja ciudad. La sórdidas barriadas donde se pudre física y moralmente la gente pobre, ardían en una atmósfera de protesta. Las escuelas eran otros tantos clubs donde la juventud estudiosa hablaba de los Derechos del hombre, de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad. En los pasillos de los teatros, en los casinos, en las calles, en las plazas, en las cantinas, en las tiendas, en los tranvías se hablaba del Gobier­ no en tono rencoroso. Los ciudadanos lanzaban mi­ radas torvas a los gendarmes. Los policías secretos eran designados a voces y perseguidos por la es­ truendosa befa de los estudiantes. A gritos se referían chascarrillos acerca de Porfirio Díaz y su mujer. Todo indicaba que la autoridad había perdido su prestigio. Hacía dieciséis años que una revuelta mezquina había colocado a Porfirio Díaz al frente de los desti­ nos de la nación mexicana, y desde entonces había gobernado sin interrupciones el país; aunque Ma­ nuel González había figurado como presidente en los años de 1881 a 1884, éste sólo fue un instrumento del siniestro Dictador. Díaz preparaba en 1892 su segun­ da reelección y los ciudadanos inteligentes se dispo­ nían a impedirla por el inocente ejercicio del civis­ mo. A eso se debía el extraño aspecto de la ciudad de México al comenzar la primavera de ese año. Ya para entonces Díaz tenía en su pasivo cuentas enormes de duelo y sangre. Las cabezas que habían tenido la des­ gracia de descollar unas cuantas pulgadas sobre el nivel de degradación moral que con su espada había

Mi primer

marcado el Dictador, habían caído por centenares, por miles en todo el país. Las frentes de los viandan­ tes tropezaban en la noche con lo pies hediondos y helados de los colgados en los árboles de los caminos. En los vericuetos, en las hondonadas, en los reco­ dos fermentaba la carne de las víctimas del despotis­ mo. Los “rurales” – esos cosacos de la Rusia mexica­ na– cruzaban el país en todas direcciones matando hasta la hierba, como la pezuña del caballo de Atila. La prensa de oposición había sido exterminada. Las oficinas de los periódicos habían sido invadidas por las fuerzas del gobierno y algunas de ellas, como la de El Republicano2 había sido teatro de espeluznantes hecatombes. En El Republicano habían sido destrui­ dos los muebles, regado en el suelo el tipo de impren­ ta, quebradas las prensas y sacrificados los cajistas sobres esas ruinas. Antes de la primavera de 1892 nadie hablaba. Los labios, mudos, se apretaban, para impedir que se es­ caparan las protestas que ya no cabían en los pechos. En las sombras aguzaban sus oídos los espías, y una frase, una palabra o una sílaba sospechosa de sub­ versión, ameritaba la muerte y la tortura en las tinie­ blas de los calabozos. Silenciar el crimen, era una virtud; apologizarlo, era una virtud más alta que se premiaba generosamente. Los hombres de nivel moral más bajo, ocupaban en el Gobierno los puestos más altos. Los pechos más viles desaparecían bajo el brillo de las condecoraciones e insignias de todas clases. Para ser general, ministro, juez, gobernador y diputado, eran cualidades despreciables el valor, la pericia, el talento, la sabiduría, el carácter: lo in­ dispensable era tener una esposa bella o en último caso, un espinazo de bambú. Rotas a sablazos las alas de la fuerza moral, para subir era preciso arrastrarse. Las escuelas, regidas por reglamentos de cuartel, surtían a la patria de eunucos en lugar de ciudadanos. La presencia de un juez, o de un gendarme, se hizo más inquietante que el encuen­ tro con un bandido. El turíbulo sustituyó a la pluma. La justicia quebró su espada y se cubrió con el manto de Mesalina. El Derecho era una incógnita irresoluble.

Condensada la Jurisprudencia en el sable de Porfirio Díaz, los códigos fueron entregados a polilla en el polvo de las bibliotecas. La tiranía política debilitaba el carácter; la tiranía del hombre consumía los cuer­ pos. Si un hambriento robaba una mazorca de maíz se le fusilaba. Si un funcionario de vientre redondo se adjudicaba las rentas públicas, se le declaraba bene­ mérito de un Estado cualquiera o de la Patria. El robo ratero se premiaba con la horca; el robo en grande escala se premiaba con medallas y cintajos. Tal era la situación en aquella época; tal es la si­ tuación en nuestros días. Era, pues, extraña la agita­ ción que se notaba en la ciudad de México al comen­ zar la primavera de 1892. En las calles se repartían volantes anunciando meetings de estudiantes y obre­ ros para oponerse a la reelección de Porfirio Díaz3. Los tres o cuatro periódicos de oposición que habían logrado vivir, gracias a que adoptaron una actitud ambigua, animados por la excitación popular acen­ tuaron en sus artículos un sabor marcadamente opo­ sicionista. Ahogado en miedo, el rebaño humano se soñó realmente pueblo. Las personas que sabían leer se empaparon en los episodios de la Revolución Fran­ cesa. Se hizo de buen gusto adoptar mo­dales de sansculotte 4 y no pocos agregaban a su saludo la palabra “ciudadano”. Los rostros mustios de las masas apa­ leadas, ostentaban gestos audaces. Las frentes mar­ chitas se rejuvenecían al soplo de un viento heroico. En los cuartos de los estudiantes se coreaba La Marsellesa, mientras en las plazas y en las calles se podía adivinar por las actitudes quien se soñaba Marat, quien Robespierre, quien Saint Just 5. Así se pasaron algunas semanas en una dulce embriaguez revolucionaria. Un civismo era lo que iba a oponerse a un Gobierno absoluto sostenido por cuarenta mil bayonetas. Manos armadas de boletas electorales pretendían disputar la victoria a las ma­ nos armadas de fusiles. Por todas partes se ensal­ zaba el civismo como una fuerza contra la cual son impotentes los cañones y los fusiles de los tiranos. Por ese estilo se soñaba con un candor verdadera­ mente infantil. Los clubs antireeleccionistas de


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ra prisión Los clubs organizaron una manifestación pública en contra de la reelección y se señaló la mañana del 16 de mayo para llevarla a cabo, siendo el lugar de ésta el Jardín de San Fernando. Desde temprano se vio invadida por la multitud la amplia plaza en cuyo án­ gulo se encuentra el panteón donde reposan los res­ tos de Guerrero, de Zaragoza, de Juárez y otros hom­ bres ilustres. La multitud hablaba alto; se sentía la necesidad de hablar alto después de tantos años de sepulcral silencio. El sol, el bello sol mexicano derrochaba su luz y calor; los rostros se volvían con frecuencia hacia el sitio donde duermen los héroes, como para arran­

Ricardo Flores Magón fichado por la policía

car una esperanza de vida donde reina la muerte. Una gran confianza y una gran fe henchían los pe­ chos. Los estandartes de los gremios obreros y de las escuelas ilustraban el bello conjunto con sus colores fuertes y alegres. Abajo, se agitaban las cabezas de la muchedumbre acariciadas por un soplo épico. Arri­ ba se balanceaban los penachos de los árboles al beso de la brisa de mayo. La muchedumbre, puesta en orden, comenzó a desfilar. De los balcones llovían flores. Todo México entusiasmado asistía a presenciar la manifestación. Vivas a la libertad y mueras a la tiranía brotaban de todas las gargantas. Los estandartes brillaban al sol. Las bandas de música emocionaban a la multitud con sus acordes heroicos. En cada guardacantón, en cada carro, donde quiera que hubiera algo que pudiera servir de tribuna, se encontraba un orador, ora de levita, ora de blusa, atildados unos, broncos los otros como la tempestad.

La permanencia de Ricardo Flores Magón en la cultura popular

Lo más enérgico, lo

más viril de México desfilaba por las

calles de la rejuvene-

obreros y estudiantes, se pensaban de ciudadanos ansiosos de escuchar el verbo de Mirabeau 6 y Dan­ ton 7 trasplantados a México. ¡Ah, si hubiera habido un Desmoulins 8!

cida ciudad afirmando sus ansias de

libertad y de justicia.

El cielo azul ardía en la gloria de su sol de mayo. Más de quince mil personas formaban la enorme co­ mitiva que se dirigió a barrio populoso de la Merced. A su regreso era un río humano de más de sesenta y cinco mil personas. Lo más enérgico, lo más viril de México desfilaba por las calles de la rejuvenecida ciudad afirmando sus ansias de libertad y de justicia. Acobardado el Dictador, no se atrevió a ametrallar a la multitud que no pensaba en las armas sino en los comicios. ¡Ah, si hubiera habido un Desmoulins! Durante unas cuantas horas, los esclavos, ebrios de civismo, se creyeron libres; a las veinticuatro ho­ ras los esbirros del Gobierno se encargaban de demos­ trar que el inerme civismo es impotente para someter al despotismo armado. He aquí lo que sucedía. El diecisiete de mayo fue señalado por los emplea­ dos del Gobierno para efectuar una manifestación a favor de la reelección. Con bastante anticipación de­ legados de la dictadura habían recorrido los pueblos del Distrito Federal, comprometiendo a los hacenda­ dos a enviar a sus peonadas a la Capital para que fi­ gurasen en la comitiva, porque no se podía contar con el pueblo de México, que decididamente se había afiliado a la oposición. Por la fuerza se llevó a los peones a la Capital, no se les dio de comer y desde muy temprano se les tuvo en pie sin un trago de agua, sin un pedazo de pan, custodiados por la policía pa­ ra que no se desbandaran. Los que sepan algo de Mé­ xico recordarán que los obreros del campo – peonesson verdaderos esclavos. Pues bien, esos esclavos y los lacayos de Porfirio Díaz, eran los “ciudadanos” que “espontáneamente”–según rezaban los periódi­ cos porfiristas– iban a manifestar su adhesión al Ne­ rón de México. La Alameda fue el lugar elegido para sigue

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reunir este triste rebaño. Comenzó el desfile, un ver­ dadero desfile fúnebre. A la cabeza iban los emplea­ dos del gobierno; los seguía la peonada. Todos cami­ naban mirando al suelo como bestias cansadas sobre cuyos lomos restalla el sol su fusta de lumbre. Al ver­ los taciturnos y mudos, antojábase el desfile de unos ajusticiados al camino del cadalso. Así deben haber desfilado por las calles de Tenochtitlán, hacía el tem­ plo Huitzilopochtli, los vencidos por el iracundo Ahuizotl. La gente reía, en las aceras epigramas sangrientos taladraban los oídos y hacían sangrar el corazón de aquellos de los manifestantes que comprendían lo ridículo de la farsa. Algunos querían huir, marcharse a esconder su vergüenza y tal vez darle rienda suelta al llanto; pero ahí estaban los gendarmes para evitar las deserciones de los “espontáneos” manifestantes. Algún estudiante tuvo la feliz ocurrencia de comprar grandes cestos de pambazos –pan corriente– y una lluvia de pambazos, como una lluvia de ignominia, azotó los rostros, las espaldas y los pechos de los ma­ nifestantes en medio de las risotadas y de la chaco­ ta del público. De los balcones caían tortillas duras y desperdicios de cocina. Entonces, provocando uni­ versal estupefacción se vio a los peones encorvar­ se, recoger y llevar a la boca el pan sin comprender el escarnio, sin darse cuenta de la burla mortal que encerraba aquella lluvia alimenticia. ¡Los miserables tenían hambre y la saciaban! Surgieron los oradores entre el público. Era aque­ lla una indigna comedia que envileció la dignidad del hombre, y el público reprobó la conducta del Go­ bierno que forzaba a seres humanos embrutecidos por la ignorancia, el duro trabajar y la miseria, a fi­ gurar como manifestantes espontáneos en pro de la reelección. Las protestas contra el despotismo atro­ naban el espacio y una lluvia de esbirros cayó so­ bre los ciudadanos repartiendo golpes y palabrotas. Comenzaba yo a dirigir al pueblo un discurso de pro­ testa contra la Dictadura cuando dos revólveres, em­ puñados por manos crispadas tocaron mi pecho con sus cañones, el gatillo levantado, pronto a caer al me­ nor movimiento que yo hiciera, truncando salva­ jemente mi primer ensayo tribunicio. Rodeado de esbirros fui conducido a la azotea del Palacio Muni­ cipal donde encontré a una docena de camaradas de las escuelas que también habían sido detenidos. Te­ nía yo entonces diecisiete años de edad y cursaba el quinto año en la Escuela Nacional Preparatoria. Mis camaradas me informaron que también mi hermano

Ricardo y Enrique Flores Magón

Jesús había sido arrestado y llevado, como otros mu­ chos a una de las Comisarías de Policía. El sol vacia­ ba lumbre sobre aquella azotea. Las sed nos producía fiebre; pero el malestar físico era ahogado por nues­ tro entusiasmo. Soñábamos, pensábamos en alta voz. No se nos ocultaba que podíamos ser fusilados como tantos otros; pero éramos jóvenes, éramos soñadores y el miedo no se atrevía a llamar a nuestros corazones con sus dedos fríos. Formidables policías de a caballo dejaron sus bestias en el patio del edificio y subieron a vigilarnos. Nos decían que en la noche nos “darían agua”. Los déspotas mexicanos, por un eufemismo cruel cuando decretan la muerte de alguien, dicen a los esbirros: “den su agua a ése”. El cielo, irrepro­ chable, brillaba intensamente. La vieja y maciza Ca­ tedral proyectaba en la bóveda de añil sus regios contornos. A lo lejos el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl levantaban sus nieves al cielo, como para evitar que lo manchasen los crímenes de los hombres. Algo co­ mo el bramido del mar sacudió nuestros cuerpos haciendo volar nuestros sueños y alejarse como ma­ riposillas blancas. Era el pueblo que rugía. En aquella época éramos los estudiantes los ídolos del pueblo. Sin ponernos de acuerdo, todos tuvimos el mismo pensamiento: correr al borde de la azotea pa­ ra ver lo que ocurría. El espectáculo era imponente. La extensa plaza era un mar humano. La noticia del arresto de los estudiantes y su probable muerte a las altas horas de la noche, conmovió a todos como una corriente eléctrica. El pueblo corría a salvarnos sin más armas que sus puños firmes, al descubierto el pecho generoso. Rápidos como el rayo caían los sa­ bles sobre aquel mar de carne. La confusión era es­ pantosa. La multitud, inerme se desbandó. Brazos musculosos nos arrastraron casi a un oscuro desván donde se nos amontonó como fardos de maíz. En la

Por la fuerza se llevó a los peones a la Capital, no se les dio de comer y desde muy temprano se les tuvo en pie sin un trago de agua, sin un pedazo de pan, custodiados por la policía para que no se desbandaran.

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noche escuchamos otra vez el rugido del pueblo que llegaba apagado hasta nuestro encierro. La multitud dispersada por la mañana se había armado de cuchi­ llo, de palos, de piedras y volvía en la noche para res­ catarnos. Oímos el rodar de los cañones listos para ametrallar al pueblo. Las caballerías, sable en mano, recorrían a galope las barriadas levantiscas del cuar­ tel de la ciudad donde estaban las escuelas. Se des­ pejó de ciudadanos la Plaza de la Constitución y en sus salidas fueron colocadas piezas de artillería. El pueblo mataba a puñaladas a los gendarmes. Los soldados cargaban a la bayoneta o al sable sobre las multitudes dispersándolas; pero éstas se rehacían y otra vez la sangre de los oprimidos y de los agentes de los opresores rubricaba el asfalto de las calles. No se nos “dio nuestra agua” esa noche. La pro­ testa del pueblo nos había salvado haciendo com­ prender al Dictador que no se toleraría un atentado contra nosotros. En cambio, se nos martirizó. No se nos dio ni un sarape ni un petate y teníamos que sa­ tisfacer nuestras necesidades corporales en el mismo negro desván donde se nos amontonó. Al siguiente

NOTAS: Ethel Mowbray Dolsen. Periodista estadunidense. Ha­ cia septiembre de 1907 publicó en The San Francisco Call un artículo a favor de “la labor de Flores Magón y cama­ rilla”, cuya traducción fue publicada en el número 16 del 5 de octubre de 1907 de Revolución. A fines de ese año se trasladó a Los Ángeles, donde se vinculó al grupo de so­ cialistas simpatizantes de la joplm , compuesto por John y Ethel Turner, p . d . y Frances Noel, John Murray, James Roche y Job Harriman. En mayo de 1908 visitó a Flores Magón en la cárcel del condado donde se encontraba re­ cluido. Otros de sus artículos sobre la situación en Méxi­ co aparecieron en el periódico socialista angelino The People’s Paper. El 15 de octubre de 1910 publicó en Rege1

neración el artículo “An Anti-Mexican Intervention Lea­ gue ought to be organized in this Country,” Liga de la cual fue iniciadora. En marzo de 1911, escribió y puso en escena su obra Across the Border, con la Advance Drama Company. Posible referencia a El Republicano. “Periódico de polí­ tica, literatura, comercio, industria, variedades y avisos” (México, df , 1879, dir. José Negrete). Diario de filiación lerdista que emprendió una campaña para denunciar la cruenta represión del gobierno contra los lerdistas vera­ cruzanos.

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Dos organizaciones, el Comité de Estudiantes Anti­ rreeleccionistas y el Club Liberal Soberanía Popular, se fusionaron el 1 de mayo de 1892 y formaron el Comité Antirreleccionista de Estudiantes y Obreros. Su primer acto público fue una asamblea de estudiantes y obreros antirreleccionistas que devino en una manifestación que terminó en la Plazuela del Carmen (hoy Plaza del Estu­ diante) donde se rindió tributo a Miguel Hidalgo en su aniversario. A esa manifestación siguieron, quince días después, las jornadas de protesta antirreleccionista a las que hace referencia este artículo. 3


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día, como a la una de la tarde fuimos sacados sigilo­ samente por una puerta no frecuentada, se nos hizo subir de dos en dos a unos carruajes cerrados que nos esperaban, y con las bocas de las armas puestas sobre nuestros pechos llegábamos a la prisión de Belén. Nunca había visto por dentro esa horrible cárcel que en años posteriores me fue tan familiar. Después de caminar por oscuros pasadizos y de subir y bajar mu­

gre. Los tuberculosos tosían. Las moscas zumbaban. Un vapor espeso y fétido mareaba a los más fuertes. Los nervios se aflojaban en aquella antesala de la muerte. Cansada la vista de la presencia de una cor­ cova, tropezaba con una llaga para no ver el rostro violáceo de un tísico; se le daba la espalda pero había que ver entonces la podredumbre de un sifilítico o los ojos purulentos de un ciego, o la torturante fiso­

Ricardo Flores Magón plasmado en un aula rural

grientas escaleras nos encontramos en un largo salón cuyo techo tocábamos con las manos. Triste luz cre­ puscular hacía más horrendo aquel antro fétido, hú­ medo, negro. Apoyé mis manos en la pared y las re­ tiré asombrado: esputos sanguinolentos decoraban las paredes. Se nos había encerrado en el departa­ mento donde se hacinan a los mendigos que infestan la ciudad. Había ahí leprosos, tísicos, sarnosos, cojos, mancos, tuertos, ciegos, sordos, mudos, paralíticos, lla­ gados, sifilíticos, jorobados, idiotas, un espantoso depósito de carne enferma que chorreaba pus y mu­

nomía de un idiota. La carne fermentaba a nuestra vista, se disgregaba, se convertía en agua sanguino­ lenta. Se pudría antes de llegar al cementerio y en vida todavía de sus dueños. Yo envidiaba a los cie­ gos, siquiera no veían tanta miseria. Un ambiente de sepulcro envenenaba la sangre. Los alacranes chi­ rriaban en las resquebrajaduras del techo. Nadie hablaba; las arañas repasaban sus viviendas en los rincones, mientras las manos de los hombres rasca­ ban su sarna o perseguían entre sus hilachos las pul­ gas, los piojos y las chinches, que por millonadas se

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Sansculotte (literalmente, sin calzones). Sobrenombre que identificaba a los miembros del ala más radical y po­ pular de la Revolución Francesa.

Asamblea Nacional Constituyente (1789). Escribió la primera versión de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.

Louise Antoine de Saint Just (1767-1794). Revoluciona­ rio, militar y orador francés. Miembro del Comité de Sa­ lud Pública. Cercano y leal a Robespierre, dirigió eficaz­ mente campañas militares durante el “Terror.” Fue ejecutado junto a aquél.

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Honoré Riqueti, conde de Mirabeau (1749-1791). Escri­ tor, orador y revolucionario francés. Presidente de la

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Georges Jacques Danton (1759-1794). Abogado, orador y revolucionario francés cercano a Marat y Desmoulins. Defensor de las reivindicaciones de los sansculottes. En 1790 presidió el club radical de los Cordeleros. Durante la Convención (1792), fue secretario de Justicia y líder principal. Promovió la formación del Comité de Salud Pública (1793), del cual fue primer presidente. Su desti­ tución marca el comienzo de la época del “Terror,” en la que fue guillotinado junto con Desmoulins.

nutrían de aquellas carnes. En la noche se nos con­ dujo al departamento de detenidos. Era pesada la atmósfera también ahí, pero siquiera se libraron nuestros ojos del espectáculo de la carroña viviente. Nuestros cuerpos desfallecían de hambre. No había­ mos comido porque nadie nos ofreció un pedazo de pan y los carceleros habían rechazado las comidas que nos enviaron nuestras madres. En unos petates nos tiramos a descansar; más de ochocientos hom­ bres roncaban o tosían en la estrecha galera. El calor era insoportable. Los piojos, las chinches y las pulgas martirizaban nuestras carnes. No dormíamos. Se nos había dicho que los presidiarios hacían víctimas a los jó­ venes de asquerosas obscenidades y esperábamos de un momento a otro tener que luchar. Afortunada­ mente aquellos hombres se enteraron de que éramos estudiantes y en lugar de perjudicarnos nos trataron como a hijos. Antes de las cinco de la mañana, los gruesos bastones de los capataces despertaron a la gente, golpeando con fuerza el pavimento cerca de la cabeza de los presos. Los ojos pitañosos con difi­ cultad podían distinguir algo en aquellas sombras apenas disimuladas por una candileja que parpadea­ ba en el centro de la estancia. Los presos escupían el suelo y se alineaban. Algunos murciélagos entrados por la noche buscaban torpemente la salida trazan­ do en el aire figuras caprichosas. Comenzó a clarear el día y pudimos vernos bien los rostros, lívidos por el hambre y dos noches sin dormir. Supimos que había más de sesenta presos políticos en diferentes depar­ tamentos de la cárcel y varios centenares en las Co­ misarías; supimos también que durante la noche había habido tumultos en varios barrios de la Capi­ tal. Muchos obreros habían sido consignados al Ejér­ cito. Así terminaron aquellas jornadas que pudie­ ron ser el principio de un movimiento revolucionario; pero que en realidad fue el postrer sacudimiento de un cuerpo que se entrega al reposo. Muy pronto un movimiento mejor orientado sacudi­ rá ese cuerpo que parece muerto, más ya no serán manos vacías las que disputen la victoria a los puños armados de la Dictadura. Los sables de los cosacos ya no caerán impunemente sobre las cabezas de los ciu­ dadanos. Las descargas de los soldados del zar serán contestadas por los rifles de los soldados del pueblo. El pueblo sabe bien ahora que a la violencia hay que someterla con la violencia • Cárcel del Condado, mayo 18 de 1908

Camille Desmoulins (1760-1794). Abogado, periodista, escritor y revolucionario francés. Secretario de Mira­ beau (1789). Miembro del club radical de los Cordeleros (1791). Miembro de la Convención Nacional. Cercano a Danton, criticó el “Terror” de Robespierre a partir del tercer número de su Le Vieux Cordelier (1793), donde es­ cribió: “¿Qué es lo que diferencia a la República de la Monarquía? Una cosa: la libertad de hablar y escribir.” Murió guillotinado.

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La poesía en la escuela Cuando hablamos de la práctica de leer y de la promoción y el fomento de la lectura, la mayor parte de las personas mediadoras (padres de familia, profesores, promotores, bibliotecarios, etcétera) piensa en el uso de la narrativa, especialmente en los cuentos, pues resultan muy accesibles y amenos para los niños. Pero casi nadie piensa en la poesía, a pesar de ser éste uno de los géneros más ricos y más atractivos para convencer a cualquiera (más allá de su edad) de que leer es estupendo. La poesía (casi toda ella) posee también una narrativa (en los poemas hay historias, conflictos y personajes), tiene sonoridad, ritmo, música, imágenes (visuales, táctiles, auditivas, olfativas, del gusto), metáforas, comparaciones, etcétera, y se presta extraordinariamente para la lectura en voz alta con buena dicción, entonación, inflexiones y una maravillosa fluidez para entrar por los sentidos y quedarse en la memoria. Por ejemplo, el poema “Del trópico”, de Rubén Darío, cuyos primeros versos son los siguientes: “¡Qué alegre y fresca la mañanita!/ Me agarra el aire por la nariz./ Los perros ladran, un chico grita,/ y una muchacha gorda y bonita,/ junto a una piedra, muele maíz. ” He ahí una historia desde la primera estrofa. Lo malo, claro está, es que no todo el mundo sabe leer en voz alta, y hay casos extremos en que los propios poetas destruyen sus creaciones al leerlas. (Pablo Neruda, por ejemplo.) Sin embargo, es necesario que la poesía entre a la escuela y a los demás ámbitos de la promoción del libro y la lectura. La poesía en la escuela es una de las mejores opciones para que los niños aprecien a la vez el idioma, la música verbal y el significado que resulta de la comprensión de un texto bien leído. Hace poco, en un diplomado de la Universidad Veracruzana, organizado por Carolina Cruz Morales, muchos profesores (de Xalapa, Poza Rica, Orizaba, Coatzacoalcos y la capital del estado), con los que trabajé el módulo “Comenzando por saber leer: el proceso de hacerse lector”, pudieron percatarse de que la lectura de poesía en voz alta, con buena dicción y modulaciones, amplía los horizontes de comprensión de un texto, sea éste de Sor Juana o de García Lorca, de Bécquer o de Sabines; del poeta que sea. Gabriel Zaid ha dicho que “ningún maestro debería dar clases si no es capaz de leer en voz alta con claridad, comunicando la comprensión del texto”. No es exigir demasiado; es plantear lo básico, pues como él mismo afirma, “no llegarán muy lejos los programas destinados a que lean los alumnos de un maestro que no lee”. Esta verdad tiene su constatación precisamente en los programas sexenales de lectura y en el inamovible sistema educativo mexicano. Como este sistema no deja entrar aire fresco en las aulas, maestros y alumnos sufren las consecuencias. Los programas de lectura y de formación de públicos de las diversas disciplinas deberían poner en práctica algo que Alessandro Baricco expuso en su artículo “Escuela y televisión: las claves de la cultura” (2009, traducción de Sergio González): “Que el dinero público sea utilizado para algo fundamental, algo que el mercado no sabe y no quiere hacer: formar un público consciente, culto y moderno. Y hacerlo allá donde el público es todavía todo, sin discriminación de clase ni de biografía personal: en la escuela, en primer lugar, y después delante de la televisión. La admiRubén Darío

nistración pública debe volver a su vocación original: alfabetizar.” “Acostumbrémonos –precisa Baricco– a dar nuestro dinero [los impuestos] a alguien que lo utilice para producir cultura y sus beneficios. Basta de la hipocresía de asociaciones o fundaciones que no puedan obtener un beneficio: como si no fueran útiles los sueldos y privilegios, los regalos, la autopromoción y los pequeños poderes derivados.” Para Baricco, lo fundamental es alfabetizar, alfabetizar y alfabetizar porque todo, absolutamente todo, es educable. Quizá la propuesta de Baricco sea tan absurda en México (sobre todo por la deseducación del duopolio televisivo comercial) como inviable en Italia (en su momento suscitó muchas controversias). Pero yo la refrendo porque en su tesis principal (“la intervención pública ha producido un estancamiento en la cultura”) veo también mi hipótesis (para México) de que el esquema de una educación anquilosada, que no se quiere mover de su zona de control (ni siquiera de su zona de confort, porque los maestros padecen ese mismo sistema educativo), es la que ha producido todo el desastre colateral que hoy padecemos. Para decirlo pronto, si la escuela no sirve, no habrá programa de lectura que tenga éxito •

15 de julio de 2012 • Número 906 • Jornada Semanal

Ana García Bergua Mandados de fantasma Estoy en una ciudad pequeña. Vago por sus calles buscando un café, un banco, y mientras, me topo al paso con tiendas y tiendas que a ninguna fuereña como yo deberían interesar. Tiendas de cosas cotidianas y de la vida de adentro. Las cosas que uno busca cuando está en su ciudad y un poco en su mundo, no en un lugar que visita. Y sin embargo, me atraen todas estas ajenidades y aun a mi pesar –se me hace tarde, de verdad debo encontrar un café para terminar de escribir, entre otras cosas, esta columna– las escudriño con verdadero interés. Llevo media hora eligiendo unas cortinas en una ciudad ajena en la que no viviré y por lo tanto no pondré cortinas. Cortinas de rayas, como en las viejas películas, cortinas de flores, como en los anuncios. Y la verdad es que sólo una vez en mi vida puse unas cortinas y lo hice muy mal. Y aun así he perdido el tiempo escudriñando esta vitrina con tal interés que, pienso, quizá yo no soy yo, sino algún habitante de esta pequeña ciudad; quizá su alma que vaga buscando las cortinas de rayas que en vida no alcanzó a poner se posesionó de mí y me obliga a estudiarlas con su paciencia y su gusto, del que francamente discrepo, pero no le importa. Y luego, buscando un cajero de banco, me he detenido frente a la tienda de hierbas que todo lo curan –especialmente la “epilepcia”, algo entre la epilepsia y la alopecia–, la de enseres de plástico y piezas para tractor, amén del de máquinas de coser y rifles de caza. A este fantasma que recorre su ciudad con mis pies defectuosos le interesaba poco el banco y ya se pasó varias cuadras. Miró babuchas de crochet a sólo cien pesos, y en lugar del café le apeteció conocer los salones de un instituto de enseñanza con olor a santidad, para considerar después los rosarios y crucifijos en las vitrinas de un establecimiento a un lado, que se anuncia como librería pero los únicos libros que ahí se venden son Biblias y misales. A esas alturas yo temía que si llevaba un rosario de recuerdo a mi descreída prole me mandarían de regreso a buscar otra cosa más interesante y pensaba que, de seguir así, convertida poco a poco en la fantasma de una maestra visitante que prestaba sus pasos a una señora del lugar llena de pendientes, gustos y deberes religiosos –aunque lo de los tractores y los rifles de caza no deja de ser un misterio, quizá ahí intervenía el esposo–, corría el riesgo de desaparecer. Cuando uno va a trabajar a una ciudad pequeña, en la que los turistas no tienen un sitio preestablecido, pueden suceder estas cosas: los fantasmas aprovechan la visita para realizar mandados pendientes y nos llevan a fatigar calles un poco sin sentido, en apariencia. Nos damos cuenta de que hemos sido ocupados por alguno de ellos cuando nos sorprendemos mirando, sin saber por qué, la tienda de estufas: ahí todo empieza a marchar de modo raro y lo más probable es que el banco, el restaurante típico y la tienda de regalitos desaparezcan como por ensalmo. Y sin embargo, miento un poco y no hago justicia a esta pequeña ciudad –Zamora– que tiene como atracción una enorme catedral gótica comenzada a principios de siglo, símbolo del movimiento cristero, muchos de cuyos participantes fueron fusilados en sus muros, y terminada hace pocos años. La catedral a mitad de todo en esta ciudad, junto al fastuoso Centro Regional de las Artes de Michoacán al que amablemente he sido invitada a dar un taller de narrativa, atrae y asusta, todo al mismo tiempo, y no me faltan deseos de entrar a mirarla, pues no carece de interés por aquello de la Cristiada, si bien sospecho

PASO ADE RETIRARME LAS RAYAS LA CEBRA

Juan Domingo Argüelles

LA CASA SOSEGADA JORNADA DE POESÍA

arte y pensamiento ........

que es para ellos, para los descendientes de los cristeros, esta catedral, no tanto para los aspirantes a turistas que para el caso resultan más útiles como autobuses de fantasmas. Y sin embargo, mi tripulante, este ser que se ha posesionado de mis pasos, con todo y su evidente mochería, no se anima aún a visitarla, ocupada en buscar algún mercado y otras cosillas. ¿La esperará una familia fantasma, marido e hijos inmateriales? Venturosamente me abandona frente a la curiosa catedral (que no es la Catedral de Zamora, pero es imposible llamarla de otro modo) que me hace pensar en una película de terror de los años veinte. Lo sé, pues he encontrado el café, la librería y hasta el cajero automático que buscaba cuando era yo una maestra que vino a dar un taller. Quizá se hartó de mis vacilaciones y pensó que seguir conmigo sería una pérdida de tiempo; yo en el fondo le agradezco la confianza •

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Placer o no ser, en el Polyforum La Iguana del Ojete es el nombre del blog en internet donde José Joaquín Blanco comparte cuentos, traducciones, críticas y recomendaciones. Cronista, dramaturgo, ensayista, narrador y poeta mexicano, saltó al conocimiento público, entre otras cosas notables, por su guión a la película Frida naturaleza viva, por el cual obtuvo un premio Ariel junto a Paul Leduc, en 1985. En esa misma Iguana hoy se puede ver el anuncio de la obra Placer o no ser, escrita por Blanco y el cantautor Jaime López. Se trata, según apuntan sus autores, de “un misterio musical, stand up comedy o tragicomedia en variedad” producido por Gerry Quiroz, dirigido por Sergio Zurita, musicalizado en vivo por el propio López y cuya responsabilidad principal recae en Maru Dueñas, actriz, cantante, bailarina, guionista y maestra con incontables participaciones en teatro, musicales, cabaret, cine y televisión. Recientemente la fuimos a ver al Teatro del Polyforum Siqueiros (Insurgentes y Torres Adalid, junto al World Trade Center), en donde se está presentando todos los martes a las 8:30 pm. Efectivamente, se trata de un montaje atípico cuya narrativa serpenteante acierta con humor y arrebatos de furia. Una obra que da otra perspectiva de lo que puede lograr el género musical más allá de la superficie comercial, empezando con que se desarrolla en la escena de un crimen, pretexto para la delirante retrospectiva en que se sumerge la protagonista, detective de su propia fuga frente al silencio de una pareja casi imaginaria que la abandona tras siete años de violencia psicológica. La banda sonora también está disponible en disco compacto (tiraje reducido a 500 ejemplares) antes y después de la función. Se trata de quince piezas, la gran mayoría compuestas por Jaime López (tres en coautoría con Cheko Zaun, quien además creó algunos ambientes sonoros), trece de las cuales suenan en el escenario. Como señala el mismo López, “originalmente estaban insertadas en el texto de José Joaquín Blanco como parte del guión, pero no fue sino hasta ahora que les puse música, ya metido en la idea de la comedia”. Esfuerzo que aguardó momento y productor correctos, Jaime recuerda: “La hicimos hace más de ocho años, cuando nos juntábamos José Joaquín y yo a escribir, pero luego quedó a la espera. Lo bueno es que apareció el equipo adecuado, el team ideal; gente que sabe cómo echar a andar un proyecto a botepronto. Por ejemplo, Sergio Zurita y Maru Dueñas, una chava que lleva toda la vida en el teatro musical, de enorme capacidad, y que en tres meses se aprendió la obra y las canciones.” Así las cosas, Placer o no ser ofrece numerosos guiños a la cultura de la televisión, el cine, teatro y la música; a figuras que van de Marilyn Monroe a Madonna pasando por Jean Cocteau.“Digamos –apunta Jaime– que Maru encarna un poco a la escritora Dorothy Parker y yo al guitarrista Django Reinhardt. En buena medida me inspiré en su quinteto del Hot Club de Francia, donde tocaba con Stephane Grappelli. Luego quiero producir las canciones con esa dotación, misma que ahora se puede intuir a partir de mi guitarra.” Lúdico y recomendable ejercicio cuyo impulso oscila entre la Nueva York y la Europa del siglo xx y el México del xxi, impresionan la calidad integral de Maru Dueñas, los textos de Blanco y las letras de López. Aquí unos versos del tema “Delirio”,con el que bajamos telón: “Alguna vez soñé con arrecifes,/ a orillas del desierto vigilantes./ Cactáceos rostros como navegantes,/ de roca pura y duras cicatrices.”

En Vivo// El próximo 26 de julio, Beaujean Project y Jaramar se reunirán para presentar un espectáculo de jazz en el Lunario del Auditorio Nacional. Noche de voces femeninas, alternarán el trabajo original de Ingrid y Jenny Beaujean (quienes se presentan respaldadas por un trío de piano, contrabajo y batería), con las versiones del grupo Caída Libre (guitarra y contrabajo) de la extraordinaria cantante tapatía Jaramar, en torno a repertorio que va de Gershwin a Cohen pasando por Piaf y Brel. En la red// Continuando con jazz, el mejor sitio para conocer lo que pasa en su mundo (y en otros lenguajes contemporáneos) se llama www.allaboutjazz. com. Inició hace años como una pequeña revista física que se ofrecía gratuitamente en los clubes de Nueva York, pero supo dar el brinco a la red como pocas. Destacan sus entrevistas y reseñas, siempre a cargo de verdaderos y sensibles expertos. Desde ella el lector se puede conectar a www.beejazz.com, una opción espléndida para escuchar novedades de manera gratuita •

Django Reinhardt

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

A la memoria del maestro Josko Víctima de la leucemia, el pasado jueves 5 de julio murió Alfredo Joskowicz, a la edad de setenta y cuatro años. No debe haber una sola persona que, involucrada de un modo u otro en los múltiples aspectos que conforman la cinematografía mexicana, ignore quién fue y lo mucho que ha representado quien desde siempre fuera conocido como el maestro Josko. No debe haberla pero, para el remoto caso de alguien que lo desconozca, las presentes líneas –homenaje menos que mínimo– intentarán un apretadísimo resumen: En 1960 se titula como ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional. Hacia 1962, habiendo estudiado ingeniería en microondas en Francia, regresa a México y da clases en la Escuela de Operadores de la Secretaría de Comunicaciones. Entre 1963 y 1966 es socio del Instituto de Cultura Superior, donde imparte, entre otras, materias como Teoría del Arte. Fascinado por el cine, particularmente por el de Alan Resnais, en 1966 ingresa al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la unam . Dos años más tarde forma parte fundamental del equipo de producción responsable de la mítica El grito (1968-1971), de su compañero y amigo Leobardo López Aretche. Sus primeros filmes son sendos cortometrajes documentales: La manda (1968) y La Pasión (1969), en los que ya se manifiesta una de las constantes de su vertiente creativa: la mirada analítica sobre el fenómeno de la religiosidad. En paralelo y durante un breve lapso, hace crítica sobre artes plásticas en un suplemento cultural. En 1970 rueda su primer largometraje de ficción, Crates, basado en un texto de Marcel Schwob, bajo el más puro estilo del cine de autor. Solamente haría cinco filmes más de este género: El cambio (1971), idea original de López Aretche que Josko, tras el suicidio de aquél, sentía como “una deuda moral”; Meridiano 100 (1974), que a Héctor Bonilla le valió su primer Ariel y a Josko la incomprensión de no pocos de sus coetáneos, puesto que la cinta planteaba una crítica fuerte a ciertas posturas políticas en aquel entonces bastante maniqueas; Constelaciones (1979), que versa sobre las figuras de Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, y que le ganó la ojeriza de la entonces todopoderosa e inefable Margarita López Portillo; El caballito volador (1981), definitivamente fallido ejercicio de cine infantil, estrenado ni más ni menos que el mismo año de et el extraterrestre, y finalmente Playa Azul (1991), una muy congruente y temprana alegoría del anquilosamiento, luego bien manifiesto, de algunas estructuras sociopolíticas que por estos días andan volviendo por sus funestos fueros. Pero si el opus joskowiczeano en largo de ficción es breve, no lo es su producción documental, tanto cinematográfica como televisiva: lo confirman varias decenas de títulos, sobre todo de divulgación científica, histórica y cultural, esparcidos a lo largo de tres décadas. Queda todavía por mencionar siquiera lo mucho, tangible e intangible, que Josko entregó a la docencia: profesor y director tanto del cuec como del Centro de Capacitación Cinematográfica, deben ser realmente pocos los cineastas contemporáneos que no hayan sido alguna vez alumnos suyos, directa o indirectamente. En otras palabras, la impronta del maestro ha quedado, sutil o crasa, reconocida o inconsciente, en una porción más que considerable del cine mexicano contemporáneo, a lo que debe añadirse un elemento innegable: los modelos académicos y educativos

CINEXCUSAS CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 906 • 15 de julio de 2012

BEMOL BEMOL SOSTENIDO SOSTENIDO

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más consistentes de éstas, que se cuentan entre las escuelas de cine más prestigiosas no sólo de México, tienen una deuda impagable con este profesor de tiempo completo. Al final, pero no menos importante, consígnese otro dato bien sabido: Josko dirigió, en diversos momentos, varias de las entidades que le dan cuerpo a la cinematografía institucional mexicana: los Estudios Churubusco, los ya extintos América, de tristísima memoria, así como el Instituto Mexicano de Cinematografía, donde le tocó vivir, entre otras peripecias, el affaire de El crimen del padre Amaro. Recientemente reconocido con el Ariel de Oro y el Premio Universidad Nacional en Docencia en Artes, Josko es un referente ineludible a la hora de entender muchos de los cómos y los porqués de la cinematografía mexicana contemporánea. A propósito, y con el apoyo tanto del Imcine como de Conaculta, el cuec editó recientemente el libro Alfredo Joskowicz, una vida para el cine, cuyos autores son Orlando Merino y Jaime García Estrada. Aquí se le brinda, con afecto, una pipa eterna al inolvidable Josko •


arte y pensamiento ....... LA JORNADA VIRTUAL

15 de julio de 2012 • Número 906 • Jornada Semanal

Naief Yehya naief.yehya@gmail.com

Parricidio e infanticidio

Prometeo, de Ridley Scott: orígenes, parricidio y el nacimiento de un nuevo clásico (ii de iii) Nombres reveladores La nave de la primera película de la serie Alien se llamaba Nostromo, en referencia a la novela del mismo nombre de Joseph Conrad, en donde Nostromo (Nostro uomo) es un exiliado italiano en el país ficticio de Costaguana que trabaja como capataz de cargadores del puerto de Sulaco (que es el nombre de la nave usada por los marines de la cinta Aliens; así mismo la cápsula de escape se llama Narciso en referencia a otra novela de Conrad, El negro de Narciso). Nostromo es respetado, estoico, temido y aparentemente incorruptible, pero es despreciado por la alta burguesía local. Ante la amenaza de una revuelta se le comisiona esconder un cargamento de plata y, por primera vez guiado por la ambición o el rencor, Nostromo decide conservar la plata aunque muere trágicamente en el intento. De la misma manera, la nave Nostromo es destruida porque el an-

A LÁPIZ

droide Ash (Ian Holm en Alien), bajo órdenes de la corporación Weyland-Yutani, intenta conservar y llevar a tierra al alien, el brutal xenomorfo, para reciclarlo como arma de destrucción masiva. La tripulación de esa primera nave consiste de seis trabajadores sindicalizados (y el gato Jones) que recorren el universo por un salario y los modestos beneficios que ofrece la corporación. Décadas antes, la nave Prometeo, con una convencional tripulación multicultural, pintoresca, hip de exploradores espaciales, científicos y técnicos al servicio de la corporación Weyland (Yutani aún no figura), se embarca en una misión aparentemente no comercial para descubrir los orígenes de la especie. Independientemente de la obvia referencia mitológica a Prometeo, la cinta también evoca a El moderno Prometeo, el subtítulo de Frankenstein, de Mary Shelley, el doctor que da vida a un monstruo, collage de cadáveres, sólo para arrepentirse de su creación. La obsesión por el conocimiento será aquí también motivo de arrepentimiento.

R eligión Elizabeth Shaw (Rapace) destaca entre la tripulación por ser la única que tiene una especie de fe. Cuando le piden pruebas de que el darwinismo es un error ella sólo responde: “He elegido creer.” Esta hija de misioneros que creció viendo pobreza e injusticia, carga una cruz en el cuello que, más que representar devoción cristiana, es un símbolo de su curiosidad por lo que representa la religación con lo divino. La prueba de que su fe no sigue dogma alguno es que no cuestiona la urgencia de cometer pecado mortal, como al practicarse un aborto (en una de las escenas más impresionantes y brutales del cine reciente), o en su deseo de visitar y quizás desafiar a los Ingenieros de la humanidad que súbitamente cambiaron de opinión y decidieron eliminarnos. Para exacerbar la ironía, Prometeo llega a su encuentro con los Ingenieros de nuestra especie precisamente en Navidad.

Así, del infanticidio que quieren cometer los Ingenieros pasamos al tema del parricidio, que domina la narrativa. El androide David, el hijo pródigo de Weyland, declara: “¿No es cierto que todo hijo quiere matar a sus padres?” David no tiene que recorrer el universo para encontrarse con su creador y sabe que su existencia no responde a ningún concepto metafísico, sino que fue manufacturado como sirviente, porque existía la tecnología para hacerlo. En su viaje cósmico los tripulantes humanos del Prometeo van a confrontar a un creador que no sólo no ofrece respuestas, sino que nos desprecia y nos considera desechables. Sabemos que los xenomorfos son fabricados in vitro y manipulados como armas de destrucción masiva; queda por descubrir cuál es nuestra función en el plan maestro de los Ingenieros.

Orígenes sórdidos No sabemos qué le ha sucedido a la civilización de los Ingenieros, pero cuando Prometeo llega a su destino descubre montones de cadáveres y, dado que en milenios nadie fue a recoger a los muertos, a reconstruir y volver a echar a andar sus proyectos suspendidos, podemos imaginar que una catástrofe mayor ha tenido lugar. Es de imaginar que ellos mismos sucumbieron a la maldición de Prometeo y en su empresa de diseminar su adn por el universo algo salió terriblemente mal y quizás de alguna forma nosotros fuimos culpables. Esta visión oscura de nuestros orígenes es muy distinta de aquella imaginada en Misión a Marte (Brian de Palma, 2000) e incluso en 2001 odisea del espacio (Kubrick, 1968). Prometeo no nace en un vacío sino en una era de capitalismo zombi (como lo ha llamado Krugman), de gigantescas desgracias que se suceden apenas dando un respiro (calentamiento global, tsunamis, terremotos, catástrofes atómicas, derrames petroleros y guerra sin fin) y ese malestar se refleja la idea de que una especie superior quiere eliminarnos • (Continuará.)

Enrique López Aguilar alapiz2000@gmail.com

Más de lo mismo Cesó la parte menor de la pesadilla electoral: los radiofónicos y televisivos espotes (plural español del anglicismo spots) propagandísticos, más bien dirigidos a sembrar la confusión entre los votantes que a ayudarlos a meditar en sus elecciones políticas. La fábrica de mierda en que se han convertido las empresas encuestadoras, las agencias publicitarias que diseñan campañas para el mejor postor, el expresidente panista más el usurpador presidente en turno, sólo ayudan a enrarecer el ambiente, no a aclararlo. Todo ese ruido difundido por los medios, al igual que los carteles y el resto de la basura electoral, suman toneladas de tiempo, plástico, papeles, objetos y rollos demagógicos diseñados para cegar a la gente y segar la democracia, violada por “personas decentes” que no tocarían la Democracia ni con el pétalo de una rosa –así lo juran frente a la prensa mientras, en lo privado, prostituyen y corrompen. Después del ruido visual y auditivo de las campañas electorales mexicanas, siguieron la intimidación, la cooptación y el soborno partidista, adaptado a las nuevas modalidades tecnológicas: el uso de la cámara del teléfono celular como garantía de que fue cruzado el símbolo del partido con la bandera patria, la técnica gordillista del carrusel, el acarreo de votantes, la vigilancia de niños usados como “halcones” (en reemplazo de los celulares) para verificar la certidumbre del voto comprado, más las viejas y mañosas técnicas del pri, inventor del mapachismo. El siguiente es el acto característico de la seducción priísta: “te doy tanto por tu voto” (ese tanto parece haber oscilado entre los 300 y los mil 500 pesos, según la zona y los electores) o,

de plano, “te doy una tarjeta Soriana para que la uses después de que sepamos cómo quedó tu casilla con los resultados favorables para Quique, al fin que si ahora invierto cien, ganaré diez mil cuando seamos gobierno”, o peor: “si la ayuda te llegaba a cuentagotas, no recibir tu voto hará que no recibas ni una gota”. Por supuesto, el pri y sus compañeros de cargada responderán: “¿nosotros?, ¡para nada!, ¡nunca hemos corrompido ni corromperemos las votaciones de México!, ¡jamás hemos robado las elecciones!, ¡somos gente decente!” Y el duopolio televisivo mugirá con los partidos en el poder que les dan rejuego pecuniario, acusando a los inconformes con toda clase de adjetivos ad hoc (es decir, “adecuado”: en la incipiente urss , un opositor al prian sería un “reaccionario”; en la Alemania Nazi, “un judío”; en el Estados Unidos macartista, “un comunista”; en el Israel contemporáneo, “un palestino”…). Como ejemplo de lo dicho, tengo presente a un lector de noticias que, en sus años mozos, entonaba loas al hoy denostado José López Portillo en el extinto canal 7. Durante la Guerra de Reforma se inventó el modismo chaquetear: el hecho de quitarle el uniforme a un soldado muerto del ejército vencedor –su chaqueta– para usarlo en lugar del propio y disimular la participación en el bando derrotado. Como en el caso del vociferador mencionado (por sólo recordar a uno de los muchos “comunicadores”), el público ha visto desfilar a diversos chaqueteros que se ponen a disposición del tlatoani y del dinero en turno. Según los dudosos resultados del mes de julio, el pan aceptó dócilmente convertirse en el apoyo del pri para sobrevivir, partido “tricolor” al que mucho ayudó la condición del señor que usurpó el cargo de Los Pinos desde 2006 (que

se mudará de México después de diciembre por temor a la fragilidad del “México seguro” que deja a los mexicanos de a pie). ¿Para qué firmar pactos de “civilidad” postelectoral previos a las elecciones? Da la impresión de que todo se hizo para validar el fraude en proceso. Es cierto que hubo muchos candados y vigilancia ciudadana para asegurar la transparencia del reciente proceso electoral. Lo que ningún ciudadano o funcionario de casilla pudo hacer fue extender la vigilancia hacia lo que los mapaches estaban haciendo afuera, aunque se cuenta con el testimonio de diversas personas que vieron a diversos priístas haciendo recorridos para ofrecer dinero a cambio del voto y corromper a quienes viven en condiciones de necesidad económica. ¿Se habrá dado cuenta la mayoría del grupo político establecido que ya no consigue disimular su notoria organización en contra de la ciudadanía para medrar en beneficio propio, de que un enorme grupo de mexicanos se encuentra enojado y decepcionado, y de que esto no se resuelve con un “todo se hizo dentro del marco legal”? Ojalá llegue pronto la primavera mexicana •

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Jornada Semanal • Número 906 • 15 de julio de 2012

....... arte y pensamiento Germaine Gómez Haro

Los paisajes sensoriales de Bosco Sodi Hay pinturas que atrapan la mirada con sólo divisarlas, y seducen completamente cuando detenidamente se las observa de cerca. Obras que emanan un cierto misterio que obliga al espectador a excavar hacia su interior en un intento por “des-cubrir” su esencia, por desvelar sus cualidades intrínsecas, una suerte de aura intangible que acaso se logra palpar con los sentidos, no así con el intelecto. Es el caso de las portentosas pinturas matéricas de Bosco Sodi (México, df, 1970), que pueden fascinar o no, pero sin duda no dejan indiferente al espectador. Sus piezas de grandes dimensiones y colorido incendiario proyectan la pasión de un artista cuya energía lo ha llevado a las más diversas aventuras en la experimentación técnica, para conseguir los resultados asombrosos que se pueden ver en las siete obras monumentales que integran su exposición titulada Croacia, misma que se presenta en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (Justo Sierra 16, Centro Histórico) y que después viajará a Oaxaca, Puerto Rico y Valencia. Color y materia son los vocablos esenciales en el muy personal lenguaje plástico de Bosco Sodi. Una impresionante riqueza de matices monocromos que son resultado de la acumulación de numerosas capas de materia orgáni-

ca vegetal que tiene reacciones propias y, hasta cierto punto, inesperadas, condición que se palpa a la vista en estas obras monumentales (seis piezas de 200 × 280 y una circular de 180 de diámetro). Se trata de pinturas realizadas en un tono rojo (¿fucsia?) ígneo y fueron concebidas como “hermanas de sangre”, según comenta el artista en entrevista con Merry McMasters (La Jornada, 17 de abril de 2012), donde explica que éstas fueron trabajadas al mismo tiempo y siguiendo su muy particular proceso creativo; pero el resultado es a todas luces muy variado entre una pieza y otra, dada la condición de “imprevisto” que impera en su técnica. Acompaña la muestra un video en el que se ve su cocina plástica, un proceso altamente complejo que consiste en colocar capas y capas de pintura y materiales orgánicos sobre la superficie del cuadro colocado horizontalmente en el piso, hasta lograr una gruesa piel matérica cuyo resultado forzosamente varía entre una obra y otra por los “accidentes” que surgen de los materiales empleados: serrín, pigmentos, limadura de hierro, tierras, entre otros. Croacia es un título abstracto que el artista eligió porque esta serie fue concebida mentalmente durante un viaje por ese país, pero su interés es que las obras no muestren referencia alguna, y que el espectador se deje llevar y se pierda entre los vericuetos de cada pieza. Sus cuadros son una

Jorge Moch

ARTES VISUALES evocación de magma candente que me remite a la imagen de un río de lava viva y fulgurante que un día presencié frente a un volcán en erupción en Hawai. Las pinturas de Bosco Sodi son eso: materia viva y encendida adosada a un soporte que invita a recorrer sus grietas, hendiduras y protuberancias, como si se tratase de paisajes sensoriales por los que se regodea la mirada. Así lo expresa el propio autor: “Quiero que en mis cuadros no haya violencia, o exijan opciones; quiero que estén ahí y nada más y que uno los utilice, los emplee o se sirva de ellos según le convenga, porque esa es mi intención: que los cuadros sean campos de anhelos indefinidos, de esperanzas cualesquiera y al deseo de quien tenga necesidad de tenerlas o de formularlas, que los cuadros estén ahí y sean voluntaria o involuntariamente aceptados.” (Arnau Puig: “Los espacios, ¿o las texturas? de Bosco Sodi”, Galería Art Gaspar, Barcelona, 2006). Sus pinturas se desbordan del lienzo y nos desbordan. Son inabarcables, insondables, inaprehensibles. “A lo largo de mi carrera, mi trabajo ha estado inspirado en la naturaleza, por lo tanto se abstiene del complejo intelectualismo narcisista y la artificialidad, y busca penetrar en la simplicidad de la naturaleza, buscando lo inesperado y lo fortuito.” Bosco Sodi salió de México en los años noventa para instalarse en Barcelona, y actualmente vive y trabaja entre esa ciudad, Berlín y Nueva York. Su trabajo posee un sello personal que lo hace destacar en la tendencia homogénea de la mayoría de sus contemporáneos. Su arte combina la sencillez y la complejidad, la fuerza de lo tectónico y lo etéreo de su dimensión espiritual, y refleja la poética de la naturaleza que no deja de sorprendernos cuando nos damos el tiempo de observarla. Lejano a toda interpretación conceptual, el arte de Sodi es explosión, erupción, estallido. Energía pura •

CABEZALCUBO

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Nos queda la rabia Muchos mexicanos nos sentimos defraudados. Nos escatimaron justicia y verdad. Nos robaron –otra vez– la nación que queríamos por fin dejar instalada para que nuestros hijos y nuestros nietos conocieran otra cosa, otras formas menos viciadas de convivencia, que la corrupción que nos consume la entraña empezara a ser cosa pasada. Pero no. La corrupción volvió a ganar, instalada sobre el pescuezo de gente pobre, miserable, tímida o simplemente zafia y tonta. Y nos la volvieron a hacer. Nos chingaron con sus alianzas ya conocidas entre dinero y poder y medios y mentiras. Socorrieron la trampa y la sazonaron con infundios, repitieron mentiras, calumniaron hasta la náusea. Acudieron al fraude, lo aplicaron de muchas maneras que son un solo delito. Pero los delitos solamente se castigan cuando hay una autoridad competente que se haga cargo, y nosotros no tenemos eso. Hay, de nombre, de título, de nómina jugosa, sí, puestos públicos y monigotes que los ocupan. Pero que esos monigotes hagan lo correcto, apliquen la ley, sancionen al delincuente electoral que se va a proclamar presidente de la República por los próximos largos, larguísimos años, eso es harina de otro costal. Pregunto, comento, platico y escucho. Se multiplica la misma respuesta en muchas bocas, muchas muecas, muchos manoteos. Los gestos son severos, agrios, alguna risa hay, más bien amarga. Yo me debato entre la búsqueda del humor negro, porque tengo que hacer una historieta para mantener a mi familia y también para no dejar que los que me preguntan sucumban conmigo, y el desaliento, el desánimo, y al fondo, como migas en el sartén, una gruesa capa de enojo. Llevo, otra vez, el esplín por delante. Aunque trate

de disimular, hacer de tripa corazón. Me acuerdo de una frase lapidaria: que este país no tiene remedio, que es un despeñadero sin fin. Si alguna vez las autoridades electorales y judiciales de este país dejan de lado la apatía por comisión, la conciliada abulia, el consensuado concierto de indolencia y soberbia, y deciden hacer obedecer la ley, implementar el código puntual y aplicar la sanción, ya será tarde. Ya estará instalado el aparato, con sus finas complicidades, sus firmes tapiloles sobre los que descanse el descaro institucionalizado. Ya se habrán pactado estrategias turbias; se habrán acordado los oscuros convenios, las adjudicaciones fraudulentas y los contratos de una cornucopia criminal. Ya para entonces, si tal cosa sucede, estará de nuevo hipotecado el país, trazada la ruta crítica del desmantelamiento de la soberanía, de la riqueza pública; se habrán entregado a la voracidad sin fin de la Nomenklatura empresarial nuestros recursos energéticos, nuestros recursos naturales, nuestro espectro radioeléctrico, nuestras industrias nacionales de particular interés estratégico. No creo en las instituciones porque han demostrado ser endebles ante el poder de, por ejemplo, las televisoras que apuntalaron a la derecha neoliberal y pragmática para imponerla a cualquier precio en el futuro de mi país, de este país que cada día, por culpa de todos esos infelices atildados que, además de robarnos, se hacen los indignados y señalan con dedo flamígero la imbecili-

dad de sus argumentos cínicos y se llaman agredidos, ultrajados, cada día, decía, lo siento menos mío. Más de otros. Más ajeno. Más enajenado. Más lejano. Creen que ya se nos pasará. Apuestan, otra vez, al desgaste. Minarán nuestra indignación con más mentiras y perversa, falsa condescendencia, aunque no es exagerado suponer que acudirán furtivamente, subterráneos, disimulados, retorcidos, a la intimidación, la intriga, al ostracismo, a la segregación, la amenaza, la agresión cuidadosamente planeadas, que para ello tienen desde ahora cómplices precisamente donde deberían encontrar castigo. Me repatea repetir frases trilladas, pero me duele mi país. Es humillante cómo ríen de nosotros en otros lugares, cómo ante las notic i a s q u e l l e g a n d e M é x i co h ay quien se rasca la cabeza, arruga el entrecejo, y dice en inglés, en alemán, en francés: esos mexicanos, corruptos de siempre. Tontos de siempre. Agachados de siempre. Ante la apatía de los funcionarios insistiremos en los procesos. Ante el cinismo de los ladrones, opondremos justo desprecio. Disimularemos el dolor de la derrota y hasta simularemos un júbilo perdido. Diremos que no perdemos la esperanza de cambiar a México y hacerlo más justo, menos racista, menos clasista. Porque nos queda la rabia. Nunca la resignación. Nunca la sumisión. Jamás el silencio •


ensayo

15 de julio de 2012 • Número 906 • Jornada Semanal

L

a ocasión del 50 aniversario del nacimiento de Mafalda como persona, no como personaje de las historietas de Quino, me valió una invitación del Instituto Cervantes de Hamburgo para dar una conferencia sobre la niña más querida de Hispanoamérica. Incluso de Iberoamérica, porque Mafalda é muito conhecida no Brasil. Y como no sé trabajar de otra forma sino investigando a fondo, y si no es con una disciplina total respecto de la materia sobre la que debo hablar, me abismé en el canon, en ese voluminoso Toda Mafalda, de Ediciones de la Flor, que es la Biblia de los mafaldianos en todo el mundo. Y extraje de allí tanto material que no sólo pude pergeñar el texto de mi conferencia; sobraba material para muchísimo más, tanto que hasta se podría armar un libro, pero escribir libros no es lo mío. Así es que empecé a canibalizar el material en forma de artículos monográficos, y en este caso, para OtroLunes, se me ocurrió reservar el importante capítulo de las relaciones de Mafalda, y su entorno, con la prensa escrita (diarios y revistas). [Advertencia : Habrá lectores "mafaldófilos a ultranza" a quienes desconcertará y es posible que hasta escandalizará "leer", en vez de "ver", las historietas, las tiras de nuestra querida Mafalda. Los entiendo, pero les sugiero que sigan leyendo. Sin ánimo de vanagloria creo poder decirles que así aprenderán algunos trucos para contarlas, cuando quieran lucirse con un buen chiste en alguna reunión, y ya eso me recompensaría de sobra por la tarea que emprendí. Así es que... entremos en materia, o lo que es lo mismo y más mijor, metámonos en harina]. Mafalda dice que los diarios hablan cada vez más de la contaminación del aire, y Libertad le retruca que los diarios inventan la mitad de lo que dicen y si a eso se le suma que no dicen la mitad de lo que pasa, resulta que los diarios no existen. A una clienta que viene a reclamar, Manolito le explica que ese tarro de yogur no está vencido en abril de ʼ65, sino que “es un documento histórico de cuando debutamos en el diario El Mundo”. Libertad propone una huelga general de jubilados, porque el gobierno tendría que llamar al ejército a sustituirlos para leer el diario en las plazas, cruzar mal las calles, protestar contra los jóvenes, y sobre todo, sustituir a los abuelos: “¿Crees que alguien aguantaría tener en su casa a un soldado de infantería haciendo de abuelo?" Mafalda y Miguelito discuten leyendo una noticia en el diario sobre si se trata de

e n S u i z a y r e f l e x i o n a : “ P o b r e s suizas, caerles esto justamente a ellas que son del país de los relojes de cu-cú, del chocolate, de las cajitas de música, de la neutralidad ‒se detiene, cavilando, y al cabo añade‒: “d e l a s o p a e n c u b i t o s ” : y g r i t a a t o d o pulmón: “¡¡¡Que se joroben!!!”

alguien que nunca juega al ajedrez con las negras. Mafalda arguye que no, que es una noticia policial, y acuden a preguntarle a la madre, que tiene visita: “Mamá, ¿qué es un tratante de blancas?" Cuando vuelven a sus cuarteles de invierno tras haber hecho que la mamá y la visita se atraganten y espurreen el café por el susto que se llevan, Mafalda dice: “¿Viste cómo el ajedrez no tiene nada que ver?” El papá le pregunta a Mafalda si ve por ahí el diario, que si es el de hoy o es uno viejo, y Mafalda lo ve y lee: “Rechazó la urss una propuesta norteamericana”, y le dice: “Las dos cosas, papá.” Mafalda le reprocha a Susanita que su única ambición sea ser madre, que no piense seguir una carrera. Susanita le replica que no se le había ocurrido pero no es mala idea, da mucho prestigio eso de ir al Hipódromo y luego salir en fotos en los diarios: “La señora doña Susanita Clotilde, en compañía de su hijito, siguió con sumo interés la 7ª. carrera.” Mafalda se larga echando chispas: “¡Esta es peor que la sopa!” Susanita le reprocha a Mafalda que le metió en la cabeza el tema de la superpoblación mundial y ahora se desentiende, pero le avisa que cuando el mundo esté superpoblado van a faltar los alimentos, y Mafalda imagina un titular de diario, escasez mundial de sopa, y vuelve a casa saludando a su madre (que se pregunta por qué) con un jubiloso ¡Iujuuuuuuuuu! Mafalda lee en el diario la noticia del servicio militar obligatorio para las mujeres

Mafalda y la prensa Ricardo Bada

Felipe lee en el diario la frase del día, de Jean Leclichy: “Cual madre que amamanta a su niño, el hombre crea Arte para alimentar su espíritu.” Mafalda, que lo oye, sentada a su lado, mira al televisor y dice resignada: “¡Y que su mente se las arregle con este chupete!” Mafalda lee en el diario la receta de la sopa de verduras y cuando llega adonde dice “en una cacerola se ponen juntos todos estos ingredientes”, ella termina la frase por su cuenta clamando: “¡Y se los procesa por asociación ilícita!" Guille mira una revista, señala una ilustración y dice: "Mamá", pero Mafalda le corrige que no, que es Brigitte Bardot. Va donde su mamá, Guille, la mira... y se echa a llorar desconsoladamente. La temprana libido de Guille. Están Felipe y Mafalda leyendo revistas y Guille hojeándolas y sorbiendo del chupete, un "Chuip chuip chuip” que de repente se convierte en “cuipo chip chuip”. Felipe interroga a Mafalda con la mirada y ella le contesta lapidaria: “Brigitte Bardot.” Mafalda, diario en mano, se encuentra con Susanita y le dice indignada: “¡Este Manolito es para matarlo!” Susanita: “¡Aaaaa! ¿Viste lo bestia que es? ¡Yo siempre digo que es un bestia!” Mafalda: “¡Le leo que, según un físico, dentro de veinte años habrá tanta gente pobre como ahora, y él se alegra de que las cosas sigan así, sin progresos sociales ni nada...! ¡Mirá que se necesita ser bestia en serio para pensar como él!" Susanita, a todo pulmón: “¡a mí no me insulta ni vos ni nadie!”, dejando boquiabierta y estupefacta a la pobre Mafalda. Felipe lee un diario y le dice a Mafalda que allí dice que la tele es un vehículo de la cultura, mientras del televisor llegan los ruidos arquetípicos de una balacera. Mafalda, viendo la tele: “Vehículo de la cultura? Yo que la cultura me bajaba y seguía de a pie.” Mafalda: “Qué recortás del diario, mamita?” La mamá: “Una receta de cocina.” Mafalda: “¿Algo rico?” La mamá: “Sopa de pescado.” Mafalda: “¡Maldita sea la libertad de prensa!” •

LOS HERMANOS GRIMM: dos siglos de actualidad

próximo número

Ricardo Guzmán W. jsemanal@jornada.com.mx

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