La Jornada Semanal

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Chavela Vargas

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 19 de agosto de 2012 ■ Núm. 911 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

la esencia y la existencia

A ntonio V alle

El doble Chevalier d’Eon, V ilma F uentes • La 20, cartografía volumétrica, de A gnieszka C asas


bazar de asombros Guadalajara: una ciudad, una revista (i de iii) El 17 de abril de 1919, en Costa Rica, nació María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, y el pasado 5 de agosto, en México, murió la célebre Chavela Vargas. Las más de nueve décadas transcu­ rridas entre uno y otro aconteci­ mientos forjaron una leyenda que, a partir de ahora, no hará sino crecer: la de una adolescente que a los diecisiete años abando­ nó su país para venir a México; que cantaba en las calles a cambio de unas monedas; que vivió largas décadas de alcoholismo; que fue amiga íntima de Diego Rivera y Frida Kahlo; que fue compañera de parrandas del también mítico José Alfredo Jiménez; que fue reivindicada por figuras como Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina... La Chamana –como le gustaba ser nombrada– dijo alguna vez: “La vida es bellísima, pero la muerte también es her­ mosa.” A la memoria de la vida y la muerte de esta mujer incompa­ rable se dedican este número y el cálido texto de Antonio Valle. Publicamos además sendos cuentos de Pamela de la Paz y Arturo Orea, así como un artículo de Vilma Fuentes y una crónica de Alessandra Galimberti. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

19 de agosto de 2012 • Número 911 • Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Para Ignacio Arriola

Leo una antigua edición especial de Artes de México y me entero de que mi ciudad (el año en que se les ocurrió nacerme andaba, con dificultades, pues la Revolución, la Cristiada y su desasosiego crónico no la dejaban crecer, en los 300 mil habitantes) tiene una población de más de siete millones y ocupa su lugar entre las doce ciudades mayores del subcontinente (pienso en la “ojerosa y pintada” México-Tenochtitlan; en la misteriosa Buenos Aires; en el tumultuoso Sao Paulo; en Río de Janeiro “sambando” en el sambódromo y en la vida; en Santiago con su escenario de montañas; en la ciudad de los virreyes que Salazar Bondy, uno de sus amantes despechados, llamaba “Lima la horrible”; en la Caracas de cristal, concreto y lodo; en la docta y violenta Bogotá). La revista nos habla de industrias, bancos, hoteles, universidades, grandes negocios, pequeñas empresas familiares (la difícil mezcla del capitalismo monopólico y el competitivo en estos tiempos del neoliberalismo que levanta su “sálvese quien pueda”, debilita a los ya débiles y hace cada vez más fríos y tecnocráticos a los ya fuertes), artesanías milagrosas, el turismo y sus delicias, pero también sus engañifas y sus vulgaridades, un poco de barroco de calidad mayor; otro poco de herreriano; art noveau y art déco respetados a medias, algunos chispazos funcionalistas, la que fue la gran Escuela de Arquitectura y algunas muestras de un estilo propio basado en la idiosincrasia regional y en influencias bien asimiladas. Esta edición especial de la benemérita revista que, desde hace años descubre, redescubre, comenta, valora o revalora una gran gama de bienes culturales de nuestro país, me puso a recordar la Escuela Tapatía, a las primeras obras personalísimas y llenas de presencias misteriosas (locales, marroquíes, escenográficas con un aire de los ballets rusos de Montecarlo) de ese genio total del espacio, el color y la desnudez que fue Luis Barragán; a Rafael Urzúa, Pedro Castellanos e Ignacio Díaz Morales (lo vi levantar su cruz de plazas y,

más tarde, supe que su proyecto de dar aire al Hospicio Cabañas había sido sofocado por la ineptitud, el latrocinio y la ambición de los mercachifles); a Alejandro Zohn, Julio de la Peña, Fernando González Gortázar, Juan Palomar, Salvador de Alva, Andrés Casillas y otros creadores y mantenedores de una personalidad que se fue perdiendo desde que el plano regulador se arrumbó en el archivo y la mancha urbana se puso a imi­t ar a Dallas, Houston y, sobre todo, a la “suburbia” de Falfurrias. Debo reconocer, además, que me produjo lo que Ramón López Velarde llamaba “una íntima tristeza reaccionaria”. Por eso les pido que me acompañen en un viaje al pasado, no demasiado personal –no teman–, sino perteneciente a mi generación nacida en la década de los años treinta, infantil y adolescente en la de los cuarenta, y juvenil en los cincuenta. Los recuerdos serán desordenados, pues me han salido a borbotones y son producto de esos deslumbramientos ante un mundo por descubrir cada noche y cada amanecida. Lo ubico todo en el centro y las llamadas colonias. La nueva ciudad ya iba más allá del Arco que da la bienvenida a los visitantes (nada había en el lugar que ahora ocupa la estrambótica y ya simpática Minerva cabezona y achaparrada del sexenio de Agustín Yáñez, el genial autor de Al filo del agua) y, por el otro lado, se acercaba al Paradero y ya le arañaba las zancas al “risueño pueblito de San Pedro Tlaquepaque” (todo era “risueño” en las canciones celebratorias de villas y paisajes lugareños). La distancia a Zapopan era considerable y se recorría para pedir ayuda a la Virgen en los exámenes finales. La benzedrina de ojos colo­ rados y el milagro eran lo único que podía sacarnos de la situación desesperada en la que nos habían hundido nuestra holgazanería y nuestra distracción. (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: La Chamana

Foto de José Antonio López

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bitácora bifronte

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RicardoVenegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

JOSÉ CARLOS BECERRA REVISITADO Al enterarse de la repentina muerte de José Carlos Becerra (1936-1970), José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid comenzaron a reunir su obra poética, encontrándose con la sorpresa de que además de los libros publicados, Becerra había dejado otros cuatro que fueron escritos entre 1964 y 1970. Es verdad que por momentos la leyenda rebasa la realidad. Advierto que la obra completa de Becerra debería leerse en dos partes: la primera, compuesta por el

conjunto de libros y poemas que el poeta escribió, corrigió y publicó en vida; y la segunda, que comprende los libros y poemas que Zaid y Pacheco decidieron publicar. En el caso de los libros Fiestas de invierno y Cómo retrasar la aparición de las hormigas (a todas luces libros en proceso, apuntes muchas veces), habría que cuestionar si, en su interés por dar a conocer los libros inéditos de Becerra, Pacheco y Zaid no contradicen el espíritu autocrí­ tico de Becerra. Ellos mismos expresan que: “José Carlos siempre mostró sentido crítico para publicar y, revisando lo que dio a la imprenta, lo que dejó inédito, las variantes que siempre son clarísimas mejoras, etcétera, llegamos a la conclusión de respetar sus decisiones, aunque al precio de omitir páginas que nos gustaría haber incluido.” Siguiendo esta dinámica, los antologadores decidieron no incluir tres libros de juventud del propio Becerra. Aún así creo que es necesario establecer esta división en la obra del tabasqueño, ya que no podemos, desde un sentido justo, evaluar con la misma mirada crítica una obra publicada de manera póstuma que nació de una circunstancia fatal y ajena a su autor. El momento de madurez en la poética de Becerra se encuentra en Relación de los hechos y La Venta; sin embargo, José Joaquín Blanco dice que La Venta es:

“El libro fundamental de Becerra y uno de los mejores que ha producido su generación: de hecho hace innecesarios los demás libros reunidos en El otoño recorre las islas: los subordina, rebasa, opaca y casi (o sin el casi) suprime”. Su incendiaria crítica a Relación de los hechos no está lejana a la realidad (sólo si lo pensamos como un libro, como un universo poético). Si bien encontramos poemas verdaderamente memorables como “La otra orilla”, “La bella durmiente” y “Causas nocturnas”, como libro, Relación de los hechos es excesivo a nivel discursivo. Pero de un libro a otro Becerra fortalece sus recursos. Relación de los hechos está cargado de densidad, pero en La Venta el yo se disuelve, por momentos, y se torna más trascendente el tema que aquel que lo enuncia: “El yo es odiable, escribió Pascal/ mientras limpiaba sus armas para pelear con el infinito.” Si en Relación de los hechos el poeta buscaba frenéti­ camente su identidad, después de la muerte sim­ bólica que implica la ruptura amorosa, en La Venta hay una mirada hacia la Historia y sus mitos (arcaicos y modernos). José Carlos Becerra pasa de la fragmentación y organización del rompecabezas de la identidad perdida y reinventada (de ahí el uso de la sinécdoque como fórmula maestra: labios, manos, ojos, mirada) al deseo absoluto de totalidad •

Paisajes del origen y el vagabundeo de Yk Lydia Stefanou

VIII Tal vez lo reconozcan quienes crecieron Junto a los cementerios de trenes. Al caer la noche descienden y anidan Los gritos de todos los sarcófagos de las aves. Sin faroles Grandes ciudades impenetrables en llanto Descalzas, destapadas, Acostadas en el cemento Consagradas a la desgracia. Niños con las manzanas de casas cavadas en las palmas de las manos Sin otra plegaria.

Jardines cercados con alambre, Infranqueables como la canción por nacer Amargos como la densa neblina. En la farmacia vecina Que huele A carne después del asesinato Trajeron a mi madre. Al día siguiente La llevaron a otro lado Más allá de los trenes.

Véase La Jornada Semanal, núm. 754, 16/ viii /2009

V ersión de F rancisco T orres C órdova


ensayo

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Máscara de falsa juventud Rosa Nissán Las edades del ser humano: La primera: neófito/a

La segunda: galán/galana

La tercera: solitario ermitaño

La cuarta: mariposa resplandeciente

Código de Manú –quien haya pasado por todas esas etapas será premiado

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odo sucedía simultáneamente. Yo pedía El sentimiento trágico de la vida, de Unamuno; Nayeli me acompañó a buscarlo entre los es­ tantes. Observé a los que estaban desperdi­ gados leyendo periódicos, revistas y libros en las mesas y sillones. Reconocí al amigo de Enrique, que aunque era viejísimo para mí, me gustó cuando te­ nía quince años. Yo era amiga de su hermana y siem­ pre que iba a su casa me alborotaba. Ahí estaba su amigo, luciendo una camisa roja. Regresé de los es­ tantes siguiendo a la bibliotecaria. En lo

que Nayeli atendía a un señor al parecer muy co­ rrecto, fui al mostrador de novedades a hojear li­ bros. El camisa roja parece que tuvo una molestia con el que me pareció de buen ver; alguien dijo: “¡Es us­ ted un grosero!” Firmé, di las gracias y salí con mi libro en la mano. Camino al elevador escuché que el de la camisa roja le decía a su acompañante: “¡Esto parece un asilo de ancianos! Cerró el balcón, si no hacía frío, ¡el deportivo ya es un asilo de ancianos!” ¿Qué hago? –me pregunté atónita–. ¿Seguir en la mudez o que la película muda tenga voz? Este ca­ misa roja –me dije– no se cuece al primer hervor, yo tengo setenta y dos, tenía quince cuando este cuate ten­í a treinta y se da aires de adolescente con su pelo pintado y a lo mejor algunas cirugías. Re­ cordé, es martes, día de Beyajad, cuando llegué al dé­ por estaban entrando dos camiones con los adultos mayores que recogen en sus domicilios. Los vi bajar, unos con enfermeras, otros con andadera, otros por sus propios pies, corrían a cambiarse para nadar, al­ gunas amigas mucho más jóvenes que yo se han ins­ crito, les acomoda. Cuando vi llegar los camiones pensé: me van a ganar el baño de la sala, son muchos. Tendré que aguantarme hasta los casilleros, pero qué maravilla que exista este servicio y que los directivos estén tan al cuidado, para que venir se les haga me­ nos difícil. Las amigas que he invitado, cuando se enteran de que hay actividades para la edad de oro, dicen: “Lástima que sólo sea para socios, qué no da­ ríamos por que pasen por nuestros viejos dos veces por semana y tengan clase de teatro o escritura, gim­ nasia cerebral y corporal, que les sirvan un refri­ gerio en un salón de fiestas”. Y los regresan a su casa –he agregado con cierto orgullo. “De veras, hay que admirar esto”, comentan en otros lados. Me dio rabia este aspirante a adolescente eterno que no se adapta a la etapa de vida que le toca, y que menosprecie a los que no pue­ den o no se les pega la gana invertir dinero y energía en la lucha inútil contra el tiempo. Y que me decido a ponerle voz a mi pelí­ cula muda. No sé qué tanto habré dicho. En resu­ men… le di la noticia: “Tú ya eres viejo, aunque no lo creas.” “¡Yo, a usted ni la co­ nozco!”, gritó. “¡Yo tampoco, ni te quiero conocer!”, respondí ya llegando al eleva­ dor. Nos detuvimos un momento, nervio­ sos. Su amigo, que estoy segura me conoce, gritó: “¡Son ustedes un par de groseros!” La mujer que estaba trapeando se acercó apre­ surada: “¡Señora, no haga corajes, le va usted a hacer mal!” ‒Todo esto sucedió afuera de la bibliote­ ca –le conté a mi hermana en el casillero‒, el friolento que cerró el balcón ni se ima­

ginó en qué argüende me metí con el de cabello negro azabache. ‒Como nos ven se verán –dijo y se fue a dar un masaje. Y yo a ponerme mi traje de baño. Mientras lo hacía pensaba: un anciano camuflado de joven desprecia a otro sólo por no tener el pudor de ocultarlo. Tene­ mos la consigna de ser siempre jóvenes, siempre. Y obsesivamente hombres y mujeres hacemos todo por lograrlo. No me extrañará ver a esta camisa roja salir del dépor en un auto deportivo, escuchando música juvenil y quien quita hasta con una veintea­ ñera, por si acaso fuera cierto aquello de que la ju­ ventud se transmite por contagio. Lo malo es que si no nos valoramos en todas las etapas del camino to­ dos perdemos. En India, la noción de luchar contra el envejecimiento es ridícula. Pero en Occidente no se reverencia a los mayores, por eso ese afán de creer que nos vemos jóvenes; lo veo con mi madre: con mucha ternura llevo ya un par de años convenciéndola, y tiene noventa, que es vie­ jita. No quiere serlo, ni la mamá de Aurora, ni la de… para no ir más lejos, ni la tuya. No aprendimos a en­ vejecer con naturalidad, ni a agradecer la oportuni­ dad que nos ha sido dada de conocernos como somos en esta etapa del camino. Recuerdo con una sonri­ sa lo que me dijo Vicky ahora que nos reencontra­ mos después de, creo, quince años. Se acercó para verme de cerca la cara: “¿Cómo eres ahora, amiga? Te ves bonita”, dijo tocándome el rostro con sus ojos y con su mano. En fin, nos obligan a disimular que envejecemos, y qué logro que nos digan: “Luces estupendo/a, te ves más joven de la edad que tienes”; no que te ves bien a tu edad. Sólo si te ves más joven. Pero ¿cómo demonios la vamos a hacer? Porque la neta, ni por contagio, ni con cirugías ni con nada. Así que más nos vale ser unos viejos, cuando nos to­ que, lo mejor que nos sea posible. Cómo me gustó que mi amiga Vicky me dijera en ese tono: “¿Cómo eres ahora? Te ves bonita.” •


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Alessandra Galimberti

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nevitablemente saca su libreta y apunta. No pue­ de ir a evento ninguno como simple especta­ dora. Su oficio como reportera cultural la traicio­ na. Ni modo, ya se ha convertido en su estilo de vida. Se fija en todos y cada uno de los detalles; todo sirve para después, en la tranquilidad de su ca­ sa, redactar una nota periodística. No se atreve a hacer juicios de valor; demasiado delicado y si no se tiene un conocimiento profun­ do sobre la materia se arriesga una a ofender ociosa­ mente a los artistas. Y aquí en Oaxaca, enseguida arde Troya. Las susceptibilidades están a flor de piel y las amistades se encienden y apagan al ritmo de felicitaciones, complacencias o deslustres. Por ello, Andrea, de apellido León Martínez, prefiere llevár­ sela tranquila y atenerse a la descripción minuciosa de lo que ve y lo que oye. Y eso es más que suficiente para elaborar una buena crónica cultural. La crónica es su género periodístico predilecto. Siempre le supone el mismo desafío: construir un relato rico en forma y fondo que guíe y transporte al lector por todos los vericuetos de la experiencia na­ rrada. La famosa objetividad no existe; desaparece en el preciso instante en que se empieza a escribir. Pero no por ello es pan comido: una buena cróni­ ca exige –no hay vuelta de hoja‒ práctica, escritura a diario y también mucha lectura. Ella –lo sabe‒ está en ese proceso de crecimiento, aprendizaje y desa­ rrollo. Se anota a cuanto taller organizan en Oaxaca. Lorenzo León Diez, editor de Ciclo Literario, ha hecho varios a lo largo de los años y Andrea siempre ha estado ahí, presente con papel y pluma en mano. En la computadora tiene registradas para consulta todas sus pestañas favoritas de internet: la Fundación Nue­ vo Periodismo Iberoamericano, impulsada por el gurú García Márquez. Etiqueta Negra, revista perua­ na del fundador Julio Villanueva Chang, referente indiscutible en la crónica latinoamericana; o la pá­ gina mexicana de Gatopardo, donde publican a los grandes nacionales, entre ellos, obviamente, en su momento al querido y admirado Carlos Monsiváis. Andrea llegó al periodismo cultural por las cir­ cunstancias que se fueron dando desde el momento en que, terminada su carrera de comunicación en la Mesoamericana, ingresó al campo laboral de los me­ dios escritos en Oaxaca. En realidad, los temas que más atraen su atención son aquellos vinculados con problemáticas sociales –cómo recuerda todas las ma­ ravillosas crónicas que salieron por doquier en los años del auge zapatista‒ y con iniciativas autogesti­ vas de desarrollo sustentable. Pero el medio perio­ dístico oaxaqueño no es fácil. Empezó trabajando en 2004 como asistente de edición en Oaxaca Político, una publicación electrónica a cargo de Paulina Va­ lencia. Andrea no se hallaba del todo: la bazofia de la vida política de la entidad la sobrepasaba en de­ masía. Fue entonces que la directora, sensible, la aventó al ruedo de la cultura. Era el mes de octubre cuando le encargó, por favor, que hiciera un repor­ taje sobre las caritas de los panes de muertos que ya estaban en venta dondequiera en la ciudad. Fue así que Andrea se inició.

Actualmente, trabaja como encargada de cultura para un periódico local en ciernes. Está solita, todo lo tiene que hacer ella misma: reportear, fotografiar, redactar, editar. En realidad, ninguna publicación diaria oaxaqueña valora verdaderamente la sec­ ción cultural. Normalmente tiene menos páginas que la de sociales, de nota roja o de avisos clasificados. Tal vez por ello, quién sabe, las mujeres son las que, en comparación con los hombres, encuentran ni­ cho laboral en este ramo. La cultura está hasta atrás, en la cola de los intereses de los directores de los pe­

plana y media de cultura en el periódico donde se desempeña laboralmente. Tiene varias limitantes, como la de tener que lidiar con las omnipresentes directrices que llegan desde arriba o la falta de cole­ gas que le permitan una interlocución y retroalimen­ tación en su trabajo. Pero más allá de ello, tiene el gran reto de ir encontrando el camino en un campo minado de grandes interrogantes. Por ejemplo ¿qué

d a d i v i t e e j t b s i x e La o no

Foto: Ana Salvá

riódicos. Se consi­ dera que no aporta ni econó­ micamente –pocos son los particulares que compran un espacio publicitario en esa sección– ni políticamente. Incluso dentro del gremio, la sección de cultura y los periodistas que en ella trabajan, tie­ nen un estatus desprestigiado, como si no hicieran nada serio y se la pasaran vagueando de espectáculo en espectáculo al lado de los holgazanes artistas. Es­ ta desvaloración ha impedido que en Oaxaca se de­ sarrolle verdaderamente el periodismo cultural. Es más, Andrea considera que en el fondo ni siquiera existe. Lo que se da mayormente es el diarismo que se limita fundamentalmente a transcribir la carte­ lera del día a día. Pero Andrea quiere ir más allá y por eso se toma muy en serio la responsabilidad que tiene hacia la

nota periodística priorizar y publicar? ¿Una entrevista al maestro Francisco Toledo o un reportaje sobre las muñecas de trapo que desde hace quince años ofrece la misma vendedora ambulante en cincuenta pesos? ¿Un con­ cierto de la Orquesta Primavera en el zócalo de la ciu­dad o una tocada de hip hop en el casota? Y estas dis­yun­ tivas se desmiembran en una infinidad más de pre­ guntas: ¿cómo romper con la lógica verticalista que prima en la cultura en Oaxaca? ¿Cómo incorporar los actores culturales periféricos? ¿Cómo ampliar el es­ pacio de legitimación cultural? ¿De qué manera ha­ cer para que la oferta cultural circunscrita alre­d edor del Andador Turístico se desplace hacia las colonias? … En fin… ya es tarde y Andrea, seguro, ya estará de regreso a su casa. Y antes de sentarse frente a la com­ putadora para transcribir sigilosamente las entrevis­ tas del día, se acostará en el sillón largo junto a la ventana para devorar las páginas finales de la última novela de Haruki Murakami •


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Dos cuentos

Un poco más Arturo Orea

Para E.O.T.

–Hubo “mano negra” –decían unos. La espiral de fondo incierto esperaba paciente y provocativa, como una boca –No, fue la “mano de Dios” –respondían los vencedores. ansiosa de deseo. Sólo se escuchaba el murmullo del televisor en el silencio En los dos casos la maniobra fue efectiva. En uno era sólo un argumento. En el tenso de la habitación. otro, era la vida. –¡Pelusa, Pelusa, Pelusa! –gritaron de pronto desde la pantalla. Con sacudidas –reducto débil de conservación–, respondía aún a los gritos. El largo pasillo afuera de la habitación, quieto, vacío, filtraba la luz por el ventanal, pero no el calor. La puerta entreabierta permitía ver únicamente las sondas, las bolsas con los desechos apenas suficientes para demostrar aún la función orgá­ Pamela de la Paz nica, la presión arterial y los signos vitales al mínimo aceptable. La respiración agita­ Mi madre se empezó a morir cuando yo te­ da a ratos. Los espasmos, los quejidos casi nía seis años; el primer signo fue que aunque inaudibles que contrastaban con el griterío sus ojos seguían abiertos ella dejó de mirar. de la televisión. Todas las mañanas yo tocaba el piano mien­ –¡Pelusa, Pelusa! ¡Puf!, se chorreó el tiro, tras ella me observaba sin verme, endul­ ¡lástima! –lamentó el comentarista. Los de zando un té que pronto se volvía imbebible. rayas albicelestes se mesaban el cabello La canción terminaba, yo bebía, y en la acompañando el alarido de miles de gar­ comisura de su boca se asomaba una sonrisa. gantas en el estadio y también a la distan­ Cumplí ocho años. Mi madre adoptó cia, en millones de aparatos en casas, co­ una nueva costumbre; cepillarme el cabello mercios y bares. Pasaba todo y nada; para cien veces antes de las diez. No las contaba unos el final, la derrota, no había vuelta. y tampoco tenía un reloj pero de algún mo­ Aunque para todos la victoria era esen­ do siempre sabía que ya habían sido cien, cial, en su caso él apostaba a sobrevivir. que ya eran las diez. En torno de las mesas había apuestas y Cumplí once. Ropa interior llena de pa­ discusiones. Unos por dinero, tratando de pel de baño. prever el resultado; otros, en un escenario Cumplí trece. Un cepillo golpea el suelo distinto, con argumentos para modificar del baño. el tratamiento. Nada, todo en cero, como al Tu cabello es demasiado largo, hay que principio, pero cada vez más cerca del fi­ cortarlo. nal en ambos escenarios. Cumplí quince. Una rebanada de pastel La decisión se tomó; la inmovilidad de­ insípido en su plato. Una taza de té espeso bía romperse antes de la derrota definitiva. en mi mano. En esa tensa calma, en las dos pistas, apro­ Cumplí diecisiete. Yo tocando el piano, vechar el momento oportuno; en cada una ella frente a un televisor apagado. buscando colocarse, superar al adversario, Cumplí veintidós, me propusieron ma­ desmarcarse, pasar desapercibido, actuar trimonio, dije sí. Nieve bordada, vestidos en el momento justo, no sólo en el estadio. My Girl in Dream, ilustración de Madvizy largos. En una silla vacía mi madre sentada Así lo hizo; uno, dos, tres, rugía la tribu­ con los ojos en blanco, haciendo juego con na mientras dejaba atrás a los oponentes. mis zapatos. En su rostro una sonrisa cincelada. No hay pastel. En el momento oportuno, cada uno y en las dos pistas tensó Cumplí treinta. Entre sus brazos, la carne de mi carne la mira con ojos agigantados. todos sus miembros hasta el momento exacto de alcanzar Cumplí treinta y seis. ¿Te gustaría aprender a tocar el piano? el objetivo y cambiar la historia. Cumplí cuarenta. Un asilo, ella frente a una radio quieta. –¡Milagro! ¡Milagro! –repetían todos en el esta­ Mamá, yo no quiero ser como tú. dio, pero también donde se jugaba la otra parti­ Cumplí cincuenta. Una habitación oscura, en el centro una caja de madera. da: subió la presión, el ánimo, aumentaron los Cuando sus ojos estaban abiertos tenía una mirada negra, y cuando los cerró al fluidos. Por las calles unos festejando; en la fin, también. Hace juego con mis zapatos. ha­b itación, el otro satisfecho, agotado pero Se acercaron a mí, me abrazaron, me dieron sus condolencias mientras se aho­ tranquilo; ambos lo habían logrado. Las mi­ gaban entre palabras mojadas. Yo no entendía, no debían sentir lástima, no por radas sorprendidas, desconcertadas sin po­ mí. Ya ni siquiera recordaba cómo se sentía tener una madre… der explicase el cambio favorable. ¿Qué Mi hija me pregunta por qué tengo los ojos cerrados, enjugo mis lágrimas y pasó?, ¿cómo fue que cambió el resultado los abro. La miro y me hinco quedando a su altura, le ofrezco algo de beber, algo justo antes del final? dulce. A los niños les gusta lo dulce. La abrazo, la amo tanto, enredo los dedos entre su cabello, es tan largo. Hay que cortarlo •

Hay que cortarlo


El doble Chevalier d’Eon

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Le Chevalier d’Eon en sus dos versiones. Grabados tomados de thehistoryblog.com

Vilma Fuentes

C

harles Geneviève Louis Aguste André Ti­ mothée Eon de Beaumont, autor, diplomá­ tico, espía, más conocido bajo el nombre de Chevalier d’Eon, si bien tuvo seis nombres de pila, asombró sobre todo por otras dos cifras. Es­ te distinguido diplomático vivió cuarenta y nueve años ataviado como un hombre y treinta y tres años como mujer. La mayor parte de su vida transcurrió durante el libertino siglo xviii : de 1728, fecha de su nacimien­ to en Francia, a 1810, fecha de su muerte en Londres. Este caballero, o caballera, trabajó al servicio del rey Luis xv como diplomático y espía. Si su figura es to­ davía un fascinante enigma, nuevos libros aparecen con regularidad sobre su extraño recorrido, el mis­ terio que encierra el fenómeno de trasvestirse, de vivir durante largas temporadas disfrazado de mu­ jer, es lo que excita la imaginación de historiadores y escritores. ¿Cómo llegó a ser posible un destino tan singular? Autor o diplomático, la carrera del caballero de Eon no es de primera importancia y el personaje habría

Le Chevalier D’Eon en anime Tomado de: secretwindowoffantasy.blogspot

sido olvidado si nuestro caballero no hubiese sido también una caballera. El espía enviado por el rey Luis xv a la zarina Elisabeth tuvo un papel histórico secundario, para nada comparable con el genio des­ plegado por un Talleyrand. Sus atuendos femeninos no engañaron a la zarina. Al descubrir su impostura, ésta intentó meterlo en su cama esperando que se condujese como un hombre. En vano. El espía no ac­ tuaba sino a su antojo, y persistió en su papel feme­ nino. El heredero de Luis xv , Luis xvi , hostil a estas intrigas, decidió recuperar la correspondencia in­ tercambiada entre la zarina y el caballero. Fue Beau­ marchais, autor del Mariage du Figaro, el encargado de esta misión. El célebre dramaturgo, especialis­ ta en las intrigas más complejas, recuperó las cartas. Para vengarse, acaso, de lo leído en esas íntimas mi­ sivas, Luis xvi ordenó que el caballero de Eon no pu­ diese presentarse en Francia sino vestido de mujer. El rey estaba convencido de que tal era el verdadero sexo del diplomático. Se equivocaba. El caballero era un hombre, la constatación fue autentificada por el médico que efectuó su autopsia. Luis xv no era un experto, ni en este terreno ni en otros. El enigma que encierra el hecho de trasvestirse no siempre ha sido un misterio. En la actualidad, los hombres que se consideran “modernos” hablarán de buena gana de neurosis, narcisismo, paranoia, esqui­ zofrenia, inconsciente y complejos de Edipo, de su­ perioridad, de inferioridad y otros. El uso corriente del vocabulario de la psiquiatría y del psi­ coanálisis ha terminado por imponer esta nueva lengua de ex­ pertos, a la vez confor­ table y holgada pues­ to que propone una explicación a cada cosa y a todo. Acaso este nuevo lenguaje es semejan­ te al latín de apotica­ rios de las comedias de Molière, esos mé­ dicos de quienes el genial hombre de teatro se burlaba con ferocidad escenifi­ cando el disimulo de su ignorancia bajo palabras igno­ radas por la gente, y cuyo significado acaso escapaba también a muchos de ellos. Se sabe que en el teatro elisabetiano, el de Shakespeare entre otros, todos los pa­ peles eran representados por actores per­ tenecientes al sexo masculino. Las leyes de la Iglesia de la época así lo exigían:

subir a la escena estaba prohibido a las mujeres. Hoy es necesario un cierto esfuerzo imaginativo para re­ presentarse a la tierna y deliciosa Julieta, verla y es­ cucharla cuando expresa su amor por Romeo, en­ carnada por un muchacho. Situación similar con la frágil y pura Ofelia. Aceptar, ante la terrible apari­ ción en escena de Lady Macbeth, ver a un hombre. Trasvestido, sin duda, pero un hombre. Quizás el mismo Shakespeare quien, no satisfecho con escribir sus piezas, las actuaba. Una manera más de vivirlas. Hablar de neurosis a este respecto estaría fuera de lugar y sería ridículo. Sería desconocer al menos dos cosas: el sentido de una representación teatral, don­ de los comediantes existen como personajes y no co­ mo individuos; el sentido mismo de la condición humana donde la identidad no es sino un juego de apariencias. No hay necesidad alguna de referirse al análisis psiquiátrico para interrogarse sobre el mis­ terio de la condición humana. El análisis puede ayu­ dar a diagnosticar una enfermedad, y tal vez a curar­ la, pero el misterio de la existencia, enigmática de un extremo al otro, no puede pensarse sólo desde el án­ gulo particular y muy reductor de la enfermedad. La existencia de un solo individuo es demasiado com­ pleja para reducirla al estudio de sus complejos. El caso, o más bien la historia del caballero de Eon, pues se trata menos de un caso clínico que de una transgresión escandalosa, nos coloca ante una serie de cuestiones. ¿A qué deseo respondía su inclinación por trasvestirse? ¿Estratagema de un espía para me­ jor engañar a su medio, y así insinuarse con holganza en el meollo de ciertos secretos, como otros fingen ser sordos o ignorar una lengua para escuchar sin despertar desconfianza? ¿Una manera secreta de vol­ verse invisible? O bien, más allá de la estratagema de un astuto profesional, ¿el deseo más oscuro de es­ capar a su condición, de jugar a ser otro? Juego peli­ groso que parece dirigirse hacia los territorios de la locura. Porque el hombre está necesariamente loco, según Blaise Pascal, y, finalmente, ¿qué quiere decir Arthur Rimbaud cuando escribe Je suis un autre? ¿Estaba loco? Desde luego que no. Solamente había visto lo que los ojos, la razón, los discursos de nues­ tra retórica, el lenguaje controlado, el comporta­ miento cotidiano, impiden ver. Charles de Beaumont, caballero de Eon, no era un vidente ni un visionario, ni poeta, ni filósofo, ni gran diplomático, pero su existencia, sus actos, la parado­ ja de la trayectoria terrestre que cumplió su destino, escribieron, mejor que cualquier escrito, una página de historia lanzada como un desafío que formula más preguntas que respuestas. En esto, Eon es un hombre, y una mujer, del Siglo de la Luces. La filoso­ fía, ¿no es una cuestión más aún que una respuesta? •


Chavela Antonio Valle

Vargas

la esencia y la existencia Y si quieren saber de tu pasado/ es preciso decir una mentira/ di que vienes de allá, de un mundo raro/ que no sabes llorar, que no entiendes de amor/ y que nunca has amado.

A

pesar de que transcurrieron algunas décadas sin que nadie supiera de ella, debieron ser miles los seguidores de Chavela Vargas que continuaron es­ cuchando sus canciones. Con seguri­ dad, la mayoría de sus admiradores era más bien gente del pueblo y algunos intelectuales que continuaban celebrando sus actitudes más de­ safiantes. Como parte de su leyenda negra, algunos debieron pensar que igual que César Vallejo, Cha­ vela se había muerto de hambre, de tristeza o que, en el mejor de los casos, estaba en una cárcel deli­ rando por una dosis de aguardiente. En la década de los setenta, como se decía entonces, algunos com­ pañeros de ruta y yo apenas y habíamos escucha­ do su nombre mencionado por algún profesor favo­ recido por el ‘68, pero eso sí, como participábamos en los barruntos estudiantiles de aquellos días, nos gustaban los corridos revolucionarios, género musi­ cal que sirvió para conservar el registro de algunos acontecimientos épicos. Por esa razón, de vez en cuando, después de beber una jícara de pulque le­ gítimo y espumeante como la champaña, nos daba por tirarnos en los caminos polvorientos de las pro­ vincias del Altiplano para delirar a gusto con las canciones de Lucha Reyes, la cantante jalisciense del falsete inconfundible, que como Chavela Vargas también había vivido en casas miserables y con una horrorosa vida familiar. Presumiblemente eso es lo que las llevó a las dos a buscar auxilio y protección en el alcohol. El caso es que la voz trágica de la Te­ quilera Reyes nos acompañaba durante las noches de la bohemia estudiantil, mientras discutíamos algunos textos de Albert Camus y de Sartre para entender las diferencias que el existencialismo man­ tenía frente a un dogma político de izquierdas que comenzaba a dar las primeras muestras de agota­ miento cultural. Por aquellos días solíamos interrogarnos por qué la existencia antecede a la esencia, es decir, por qué nuestros actos determinan nuestra suerte. No teníamos más remedio que forjarnos una persona­ lidad con una actitud “neta” y, con esa autenticidad, ir por la vida, aunque a veces nos duela el alma, como si viviéramos en una canción de José Alfredo.

Tú me querías decir no sé qué cosas/ pero callé tu boca con mis besos/ y así pasaron muchas, muchas horas.

Como en el Ulises, de Joyce, en la vida de algunas personas existen épocas completas que deben ser narradas como si hubieran vivido todo en un solo día. Para los seres más oscuros ese día se convierte en noche. Así debió transcurrir una parte, presumi­ blemente la más dolorosa aunque la más rica en en­ señanzas vitales, en la vida de Chavela Vargas. Ella desapareció de los pobres escenarios donde se pre­ sentaba y de los “circuitos culturales” durante mu­ chos años. Sabemos que vivió en la casa de una mujer que antes había trabajado con ella en el servicio do­ méstico, inferimos que las parrandas de lujo se aca­ baron para siempre, y que es un milagro que su hí­ gado, después de la ingesta alcohólica interminable estuviera intacto. También algunos de nosotros, bajo el mismo sol nocturno de la parranda y la poesía, acompañados por bebidas corrientes y espirituo­ sas, pagamos nuestra estancia, como en Una temporada en el infierno, de Rimbaud, hasta encontrar la salida de esa laberíntica zona. Ahí estuvo la ronca voz de la chamana para ayudarnos a explorar en al­ gunos pasajes a través de una sombra a la que le de­ cíamos la “luz negra”. Era altamente significativa la primera estrofa del poeta galo que dice: “Ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín, donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos.” Esos versos expresan una actitud ante la vida, que los sectores más conservadores, incluidos los predi­ cadores de izquierda, no dudaron en calificar como siniestra, típica actitud de quienes sin tener la menor capacidad de entendimiento juzgan y descalifican. Los versos de Rimbaud describen una forma de vi­ vir que seguramente todavía deben experimentar al­g unos grupos altamente sensibles. Quienes algu­ na vez formamos parte de unos de esos “clubes de la serpiente” cortazarianos que proliferaron por el mundo en la década de los setenta, reconocemos que en la poesía de Rimbaud y en la de José Alfredo Jimé­ nez existen algunas enseñanzas secretas que calaron hondo desde aquellas remotas existencias casi cuan­ do éramos niños. Por supuesto lo interesante no era, como dice Gabriel García Márquez, cómo le hicimos para vivir y luego contarlo (en el caso de Chavela Vargas para cantarlo como nadie), sino simple y lla­ namente cómo le hicimos para sobrevivir. Entonces, de vez en cuando dejábamos en suspenso las Ilumi-

naciones, de Rimbaud, o las páginas de Rayuela para ponernos a leer La vida inútil de Pito Pérez, de José Rubén Romero. También solíamos cambiar los ace­ tatos de Edith Piaf o los de Ella Fitzgerald para escu­ char “Flor de azalea”, por supuesto, ya no nos impor­ taba que los compañeros que se distinguían por su férrea disciplina marxista leninista, a toda prueba de altibajos emocionales, nos tundieran calificándo­ nos de “pequeñoburgueses decadentes” o como “li­ be­r ales populistas existenciales”. Algunos ya no lo­ gramos seguir al Julio Cortázar de El libro de Manuel y comenzamos a mezclar libros de poesía mexicana, por ejemplo la de Ramón López Velarde y la de Xa­ vier Villaurrutia, con ensayos de antropología y ar­ queología mesoamericana. Sin que estuviéramos plenamente conscientes de ello, buscábamos descu­ brir los vínculos que nos mantenían en contacto con algunos textos del querido Cortázar que estaban ins­ pirados en la cultura mexicana precolombina; por ejemplo con el “Axolotl” o con “La noche bocarriba”, siguiendo una ruta para explorar una identidad cul­ tural que con El laberinto de la soledad nos había ge­ nerado un sinnúmero de angustias e interrogantes. …y yo sin saber qué hacer/ de aquel olor a mujer/ a mango y a caña nueva/ con que me llevaste al son/ caliente de aquel danzón. Ponme la mano aquí, Macorina...

Volviendo a uno de esos momentos de la misma noche que parece infinita, alguien entre las sombras cuenta historias de una cantante y de una poeta sui­ cida. Nosotros, que formamos parte de la nueva ola de la misma legión bohemia de siempre, retiramos a Bob Dylan y a Leonard Cohen del tornamesa para escuchar una voz que parece surgir del Mictlante­ cutli. Y para que la noche siga rodando, entre caba­ llitos de tequila, como dice Rimbaud “le seguimos jugando buenas trampas a la locura… y al amor”. Diez años después, en la misma violenta noche mexicana, algunos de nosotros ya hemos sufrido ac­ cidentes borrascosos e increíbles padecimientos. Otros, como las famosas y mejores mentes de las ge­ neraciones a , b , c , o x y y ya no están entre nosotros. Ten years after, digamos que a mediados de los ochen­ ta, recuerdo haber visto cuando era niño un progra­ ma de canción ranchera que se llamaba Noches tapatías. Todavía quedaban en mi mente algunos jirones de esa poética y de esa lírica, que a partir de la Revo­ lución mexicana y hasta la década de los cincuenta,


Chavela Vargas, durante entrevista con La Jornada en Tepoztlán. Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

fue tan popular y exitosa. Durante el largo período postrevolucionario esas mujeres trenzudas, bravas y morenas que cantaban desafiantes, rebeldes y dul­ ces en las películas hechas en sepia y en blanco y ne­ gro, son uno de los símbolos más representativos de México. Sin embargo, con la aparición de la tv poco a poco desaparece la música ranchera de la rea­ lidad. Por fortuna, de esa inmensa noche mexicana que nada tiene que ver con las celebraciones tricolo­ res y septembrinas, recupero un momento culminan­ te de lucidez, cuando en una reunión rebelde y triste brilla la voz de Mario Rivas, el sensible cantante de mcc (Música Contra Cultura) ¿Qué significa eso, por qué esos jóvenes rockanroleros decidieron ese nom­ bre para su compañía? Ese cantante antes había fun­ dado al Grupo Víctor Jara, en el que compartió esce­ narios estudiantiles con la maravillosa Eugenia León, esa mujer que tal vez sea la cantante favo­ rita de la Chamana Vargas. Volviendo a la misma noche de siempre, me toca presenciar un espectácu­ lo trascendente e irrepetible. Nunca supe cómo lle­ gué a ese momento ni en dónde estaba. Sé que era México y que Mario Rivas, activista del movimiento por los derechos civiles y de la diversidad sexual, cantaba “La Macorina” con una intensidad que sola­ mente he sentido cuando la interpreta Chavela; y aunque la letra de la canción es vivaracha, como dice Almodóvar, la forma en que Mario la canta no se presta para el desmadre. Meses más tarde fallece el artista, víctima del vih , cuando apenas si se cono­ cen los síntomas y tratamientos de la epidemia. A pesar de que muchos pensadores racionalistas y “objetivos” consideran que el existencialismo es una filosofía irracional, sobre todo Sartre piensa que esa filosofía, antes que nada, es un humanismo. Esa corriente que se originó en Europa en el siglo xix se extinguió a mediados del xx , no sin antes propiciar

la creación de obras literarias muy importantes. Ade­ más de los procesos teóricos y narrativos de Camus, Kierkegaard y del mismo Sartre, hay quienes consi­ deran que la obra de Rilke, la de Thomas Mann, la de Samuel Beckett y la de Juan Rulfo, cuyas historias ex­p loran en algunos de los rostros y pasajes más sig­ nificativos y terribles de la condición humana, per­ tenecen a esa corriente filosófica. Su preocupación más evidente es encontrar el sentido de la vida, así como asumir la libertad personal; libertad que sobre todo tiene que ser un hecho. No creo que nuestra Chamana se considerara a sí misma como una artista “existencial”. Es más, ni siquiera creo que se le hu­ biera ocurrido pensar en ello; sin embargo es inte­ resante observar que en una de sus últimas presen­ taciones Chavela Vargas le dijo a un grupo de jóvenes, que literalmente se encontraba aullando de amor a sus pies, que ella sólo podía dejarles su liber­ tad. Si una de las necesidades de la filosofía existen­ cial es la de crearse una ética personal y mantenerse independiente de las ideologías, es curioso que una viejecita ronca y casi ciega fuera considerada como sex symbol, curandera y paradigma espiritual. En efecto, la libertad de Chavela Vargas es un hecho in­ controvertible. De manera semejante al personaje principal de la película El espejo, de Andrei Tarkovs­ ki, la vida y el arte de Chavela son inseparables y pueden visua­l izarse como si estuvieran inspirados en la técnica narrativa de ese gran filme. En esa cinta, el director no esconde sus sentimientos aunque éstos puedan resultar bruscos para algunos espectadores, del mismo modo en que la Chamana, a veces incluso de manera burlesca, nos muestra cómo ha sobrevivi­ do, cómo ha logrado liberarse de su fantástica depen­ dencia por el alcohol; y sobre todo cómo finalmente salió del Mictlantecutli, ese territorio de la muerte, para enseñarnos un poco de su propia vida a través

de ese espejo que son sus canciones, para que quienes lo necesiten –y puedan– aprendan a verse en ese re­ trato y se hablen a sí mismos con la verdad. Por supuesto eso se requiere haber pasado por “Una temporada en el infierno”, y exige hacer la tra­ vesía de “La noche oscura del alma”. Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida

Por supuesto, y gracias a que nadie es poeta –ni pro­ feta– en su tierra, para nuestra fortuna, Chavela no nació en México, aunque –increíble paradoja–, sea una de las mujeres más mexicanas que jamás pisaron nuestra tierra. Gracias al afecto y al talento de Pedro Almodóvar, le llegó a tiempo la aceptación y el re­ conocimiento que antes le negó México, pero que aho­ ra, excepto la vileza de algún medio de incomunica­ ción nacional, nadie se atrevió a regatearle a nuestra Chavela Vargas. Pero dejemos que otra vez pase el tiempo para ver cómo sigue curando y seduciendo la voz de esa mujer extraordinaria que antes de morir adorada en España decidió volver, volver, volver. Vengo de donde viene el viento/ Traigo aromas de luz que trovaron los cerros/ y armonías calladas de la noche más bella •


leer Delante de un prado una vaca, Fabio Morábito, Ediciones Era, México, 2011.

DETRÁS DEL MUGIDO EL LECTOR ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Delante de un prado una vaca es un conjunto de poemas que, se siente, hablan en voz baja. Gracias a tal reticencia de siglos, de la especie, los versos de Morábito susurran desde un tiempo muy atrás o muy adentro, como si fueran trazos en las cavernas más que frases, como si hablaran una lengua muerta antes de que hubiera habido vida articulada en la Tierra. Y no se distingue el ruido del sonido. El libro desparrama lenta furia porque es una poesía, antes que nutrida “del olvidado asombro de estar vivos”, como escribió Octavio Paz, aterrada del misterio respecto de todo lo que se mueve. No sería exagerado calificarla de telúrica. El poeta talla cada palabra de madera y de manera que parezca fácil enceguecer la luz u oscurecer la nada. Labra las sílabas con lentitud, repi-

Culturas de la memoria. Teoría, historia y praxis simbólica, Friedehelm Schmidt-Welle (coordinador), Siglo XXI Editores, México, 2012.

Con ensayos de Hans Markowitsch, Carlos Pereda, Walther Bernecker, Sandra López Varela, Bertram Nickolay, Néstor Braunstein, Ute Seydel, Ana Rosa Domenella, Rolf Renner, Javier Gómez-Montero y el propio coordinador y prologuista, Schmidt-Welle, este volumen aborda desde ángulos diversos y complementarios uno de los temas más acuciantes del momento presente: la memoria y su importancia en la redefinición histórica tanto del individuo como de las sociedades o entidades sociopolíticas mundiales. Los trabajos de los autores mencionados abarcan disciplinas como las neurociencias, la filosofía, la antropología social, la historia, la psicología, e inclusive la ingeniería y la crítica literaria.

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te en diferentes contextos la misma voz para ver si en otra esquina del poema, desde algún rincón incómodo o enconado, suena de otra guisa. O tal vez lo hace para declararse como el poeta mexicano que usa menos palabras, que fatiga menos extensa y más intensamente la lengua. Su discurso se permite, de cualquier modo, juguetear con el Vallejo de “Los heraldos negros” (“Hay aviones en la vida, yo no sé,/ aviones que al levantarse de la pista…/ ganan altura”), porque el humor es una lengua franca y “a nadie se le dio veneno en risa”, reza el sabio endecasílabo de Lope; así que, por mor de un hábito inveterado, Morábito aloja a cada tanto en su libro curiosas, triviales ocurrencias que le devuelven a la y a su poesía el aire natural que ha perdido entre tanta oscura solemnidad al uso. Puede que el modo morábito de hacer poesía –si le puedo llamar así al favorable amasijo de voces que se envalentonan en el libro–, presidido por la idea de un ritmo empantanado en viejas métricas y nido de deleznables, si bien escasos accesos de cursilería (“Y como se hace un jardín/ de lo que alguna flor nos pide,/ de unas palabras a flor de labio/ hacer un libro.”) no sea el manjar que esperan de un poeta mayor los jóvenes versuadores vigentes; puede que su propensión narrativa deje pensando a más de uno en falta de rigor y facilismo; pero lo que hace entrañable a un libro como Delante de un prado una vaca es una incierta vocación implícita de devolverle a la lírica su

gracia primigenia, la casi sagrada elementalidad de decirle a las cosas por su nombre que nos vuelve adictos a la verdadera poesía, ésa que llama llama a la llama en vez de incendiar con incesantes significados la página. Porque Morábito es un poeta que nos hace pensar, “por un instante al menos”, diría José Emilio –otro gran ventrílocuo de lectores–, que nosotros pudimos haber escrito alguno de sus textos. Y esa ingenua confusión es la fusión y la efusión que debe convocar la poesía para que siga siendo “la voz que nos reúne” •

4 para Lulú, Víctor Manuel Mendiola, Alfaguara, México, 2012.

Punto de fuga, Elizabeth Flores, Ficticia, México, 2012.

Autor de una larga lista de poemarios –entre ellos Papel Revolución y Vuelo 294–, de libros de ensayo –como Breves ensayos largos y Sin cera–, así como constante antologador poético –de lo cual dan cuenta, entre otras, las antologías Poesía en segundos y Tigre la sed, antología de poesía mexicana–, amén de su participación frecuente en numerosas publicaciones de perfil literario y cultural; editor él mismo, el capitalino Mendiola ganó con esta novela el Segundo Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz en 2010.

Con éste, su primer libro, la también traductora del inglés y capitalina nacida apenas hace poco más de dos décadas, entra con pie firme en la galería de los nuevos narradores mexicanos, felizmente poseedores de voces capaces de poner el acento en la iconoclastia formal y la pluralidad temática, antes que en el formalismo y lo “políticamente correcto”. Las diecinueve piezas cuentísticas arracimadas en este Punto de fuga dan cuenta de lo anterior y evidencian a una autora que no pareciera ser debutante en estas lides sino, por el contrario, lucir tras de sí ya larga singladura.


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leer

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Traslaciones. Poetas traductores 1939-1959, Tedi López Mills, fce ,

México, 2011.

POETAS Y TRADUCTORES MEXICANOS RAÚL OLVERA MIJARES

Tedi López Mills (1959) fue la encargada, en su calidad de editora, poeta galardonada con el Premio Villaurrutia (2009), de cuidar y hacer la selección de los autores, incluidos en el volumen Traslaciones. Si la primera antología, El surco y la brasa (1974) abarcaba un período de cincuenta y ocho años desde Alfonso Reyes (1889) hasta Carlos Montemayor (1947), la segunda se propone un lapso bastante menor, veinte años, si bien excluyendo a narradores, autores de prosa, periodistas y dramaturgos, cerrando aún más el campo, restringiéndolo al exclusivo coto de los poetas. Si se trata de un enriquecimiento, o bien de lo contrario, toca al lector decidir. La antóloga, una vez realizada la selección de autores, se limitó a solicitarles que enviaran veinte cuartillas de lo más granado de su producción como traductores de otros poetas.

Destino: Rúa Aurora, Alfredo Fressia, El memorial de hombres que me amaron, Alfredo Fressia, Edit. Mafia Rosa, México, 2012.

PASAR POR EL ESPEJO JAIME LABASTIDA

Con estos delgados libros de gran contenido, Fressia regresa editorialmente a México para mostrar algunas razones para tener a este uruguayo perdido en Brasil como una buena pluma de eso que llaman el cruce de fronteras, al menos literarias. En el poemario El memorial… estamos envueltos en una serie de textos que, literalmente, buscan en el propio cuerpo, incluso para despojarse de todo lo superfluo, aunque ello incluya la piel, músculos y, llegado el momento, hasta los huesos, aunque sea para hacerlos bola en posición fetal. Algunos poemas hacen relación a esa mafia rosa, donde se habla sin dificultad sobre la intimidad con los iguales, y las dotes poéticas están por encima de las preferencias sexuales. Lo mismo

Ya el ingente tamaño del volumen vuelve imposible ofrecer los textos originales, a no ser que se hubiera reducido la cantidad de páginas por autor a diez, lo que en raros casos habría sido en detrimento de la calidad literaria y habría lamentado el lector, salvo con aquellos poetas cuyo trabajo como traductores es insuperable, como Elsa Cross (1946), José Vicente Anaya (1947), Marco Antonio Campos (1949), Efraín Bartolomé (1959), José Luis Rivas (1959), Fabio Morábito (1955), Verónica Volkow (1955) y Gerardo Beltrán (1958). A veces las repeticiones de un mismo poema, en varias versiones, resultan ilustrativas, como en el caso de Gérard de Nerval y “Artémis” que se ofrece en la versión de Homero Aridjis, Elsa Cross y Francisco Serrano, únicamente en menoscabo de la traducción efectuada por el primero y la competencia bastante justa entre Cross, de sentido rítmico más fino, y Serrano, que termina con una solución más eficiente y castiza. Resulta difícil nombrar a la totalidad de los poetas traductores antologados. Algunos, como Pacheco, Montemayor y David Huerta apenas necesitan comentario. Verdaderas revelaciones y gratas sorpresas depara la lectura de este volumen. Volver a autores clásicos de Inglaterra como Shakespeare, Donne, Blake y Browning, o bien nuevas voces como Ian Duhig, Philip Larkin, Katherine Pierpoint. Trasladarse a Irlanda, con estas Traslaciones o más bien dicho translations, con Seamus

Heaney, Paul Mauldoon, Eavan Boland, Eamon Grennan, Patrick Kavanagh, Thomas Kinsella, Matthew Sweeney, o bien Escocia, con Alastair Reid, Anne Crow, Carol Ann Duffy, Kenneth White y Robin Robertson. La nutrida tradición estadunidense queda bien representada con Emily Dickinson, Walt Whitman, t . s . Eliot, Ezra Pound, Hilda Doolittle, William Carlos Williams, Robert Frost, John Haines, John Montague, John Ashberry, Robert Bly, Allen Ginsberg, Howard Moss, Anne Sexton y, entre las voces recientes, Matthew Brogan, Robert Hass y Delmore Schwartz. Un poeta sudafricano, Breyten Breytenbach y dos caribeños como Derek Walcott y Jean Binta Breeze •

daría que tales poemas estuvieran dedicados a mujeres: igual funcionarían, pues la mirada inasible está ahí. La homosexualidad como una suave carga que por ratos resulta una tortura disfrutable, o un pretexto para hacer de la literatura una evocación del Eros genérico: vivir encerrado en el cuerpo condenado por los tiempos de los hombres, mientras él se muere en un verano de perla salvaje que se pierde, derrumbado castillo. Entre los hombres que lo aman, cuando el amor no es vicioso, entrega otra faz del deseo, ésa que se hace en la literatura, para afirmar sin modestia, pero con objetividad, que él es el poeta, aunque sus hombres no se lo perdonen. En su afán poético, no desdeña a las doncellas: “cuando quise ser mejor quise ser mujer”, pues dice comprender que, en el memorial de los hombres que lo amaron, sólo habita el rostro insomne, originario del deseo que se consume antes de la belleza, antes de los hombres. En su final “Diario de caza”, retoma lo clásico y, luego de que el centauro le afila los dientes y las uñas, se hunde en el viaje del recuerdo, en el dulce cantar de los marineros. Un poemario contundente, donde las preferencias sólo decantan en la poesía más íntima y convincente. La eficacia de la poesía de Fressia no se pierde frente a la prosa de ese peculiar diario Destino: Rúa Aurora. Escrito como una salteada bitácora de su estancia en Sáo Paulo, Brasil, las calles tienen

significados, los sentimientos están ahí. Incluso el quehacer cotidiano, donde la nota roja forma parte de la charla habitual. Vivir un Brasil interiorizado, con la mirada del extranjero que nunca deja su país natal y, con ojos renovados de fijo, no permite que las calles se apaguen, incluso para hablar de la Santa Trinidad y sus posibilidades literarias. Como pasajes cotidianos, narra algunos encuentros con sus hombres, pero los incorpora a su propio paisaje y, más que destacarlos, integra el horizonte y hace comprensible pedazos del rompecabezas de vivir en el no ser, para lograr afirmarse en su extranjería. Un pequeño libro de prosa con resabios poéticos que muestra a un autor eficaz y fresco •

próximo número

MANUEL GAMIO Y LA ANTROPOLOGÍA DEL SIGLO XXI Actualidad poética centroamericana:

Ángeles González Gamio y Eduardo Matos Moctezuma

el legado de Daríojsemanal@jornada.com.mx


La palabra herida A Chavela Vargas, in memoriam

La palabra está herida. Se ha convertido en una simple moneda de cambio para la comunicabilidad de lo inmediato. Por lo mismo, su peso, la sustancia de su contenido, se ha degradado hasta la no significación. Una especie de Babel, en la que creemos comunicarnos y entendernos, nos rodea de palabras que usamos diariamente y que salen de todos los medios de comunicación con el estrépito del vómito –no hay ya espacios de silencio en nuestras vidas–, pero cuyo significado entendemos cada vez menos. Uwe Poerksen las llamó “plásticas”; Iván Illich, “amibas”; Pierre Souyris, “algebrosas”. Con esas imágenes querían decir que se usan de manera elástica, que perdieron sus contornos significantes o que, al igual que las letras en el álgebra, sus significaciones pueden cambiar aleatoria o arbitrariamente. ¿Dónde empezó su degradación? Es imposible decirlo. Quizá nació con el lenguaje mismo y podría rastrearse en la morfología vocálica de las palabras que, al flexionarse, hicieron que la raíz –donde se encuentra el significado– se oscureciera hasta volverse aparentemente arbitrarias y puramente connotativas. Sea lo que sea, hoy la palabra está herida y poco importa cómo la usemos o qué intentemos decir con ella. Se trata de hablar aunque no haya nada que decir. Por eso podemos traicionarla o usarla de manera irresponsable. Antiguamente, sin embargo, la palabra no se consideraba una cuestión arbitraria –ese absurdo axioma de la lingüística moderna. Todo lo contrario, la palabra no sólo era responsable del significado, sino que en sí misma era también creadora de la realidad y comprometía al ser que la pronunciaba. Es el sentido que tiene la palabra (el logos, en griego o la dabbar, en hebreo) en la tradición platónica y en la tradición bíblica. Ese mismo sentido es el que le dieron los Padres del Desierto, antecedentes de la vida monástica, en su retiro, durante el siglo iv en los desiertos de Siria y de Egipto. Para ellos, como para Platón y como para la tradición bíblica, la palabra era algo vivo y dinámico, la hacían suya a través de la escucha –entonces se leía en voz alta–, y corría el peligro de cosificarse y perder su fuerza. De allí su reticencia a la posesión de pergaminos o de códices que desencarnaban la palabra de la Escritura. Lo dice Abba Serapión cuando, después de recorrer con la mirada la celda de uno de sus hermanos, le dice: “Has tomado la vida de las viudas y de los huérfanos y la has puesto en tus estantes.” La palabra que no se usa, que no se hace sentido y acto de vida no sirve para nada. Pero también la palabra que se usa mal destruye.“Es mejor –decía Abba Hiperquio– comer carne y beber vino que comerse la carne de un hermano con palabras calumniosas.” Los Padres del Desierto estaban profundamente enraizados en esa sabiduría que Platón resumió así: “Recuérdalo bien, mi querido Critón, la incorrección en la lengua no es sólo una falta contra el lenguaje, hace daño también a las almas”, y que la Biblia recoge en este proverbio: “La vida y la muerte están en poder de la lengua, del uso que de ella hagas tal será el fruto”, a lo que Freud, su psicoanálisis, y los poetas, han sido muy sensibles. Hoy en día, sin embargo, esta realidad de la palabra está extraviada. Su desencarnación, su desarticulación y su indiscriminado uso en nuestras vidas quizá sean responsa-

bles de tanta violencia, de tanto odio, de tanta traición y de tanto sinsentido. Si es verdad, como lo decían Octavio Paz y algunos lingüistas, que el mundo está hecho de palabras; si es verdad, como lo experimentó Helen Keller, que “perder el oído es alejarse del mundo de los hombres”, entonces la destrucción de la palabra equivale a la destrucción del mundo, al inmisericorde tratamiento que hoy le damos. Convertida en simple moneda de cambio, la palabra transforma al mundo y a los seres humanos en lo mismo: cosas sin significado que se usan caprichosa o arbitrariamente y que nos han metido en un extraño y terrible callejón cuya salida se encuentra, paradójicamente, en la palabra misma. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

Ilustración de Juan G. Puga

19 de agosto de 2012 • Número 911 • Jornada Semanal

Verónica Murguía Veo, veo y no lo creo La semana pasada, en un letrero que cuelga de un arbusto marchito que languidece en medio de un camellón, leí este letrero: “Le arreglamos la nariz sin cirugía en cinco minutos; adelgace sin dietas ni ejercicio; aumento de glúteos y busto sin cirugía; feromonas naturales, resuelva sus problemas en el amor, amarres blancos, resultado garantizado.” Debajo, un teléfono. Como todo el mundo sabe, la única forma de aumentar los glúteos en cinco minutos es, hasta ahora, inyectándoles plástico derretido. Incluso yo, que ignoro todo de la farándula, me he enterado de los problemas de salud de Alejandra Guzmán y de otras actrices que pagaron por arruinarse el trasero. Adelgazar sin dietas ni ejercicio me sonó a comer tacos de maciza con solitaria o tomar anfetaminas. Lo de usar feromonas es una tontería. Lo de resolver problemas amorosos con un perfume o un hechizo, es, por lo menos, un planteamiento dudoso. Ojalá nadie llame. A esas horas de la tarde ya había recibido mi dotación cotidiana de volantes, entre los cuales hay una gran cantidad de anuncios que ofrecen solucionar problemas emotivos o laborales por medio de filtros con vagos aires científicos, como las feromonas, o de hechizos, como los “amarres blancos”, término que, supongo, significa que no se matará a gallina, chivo o persona en la búsqueda de la felicidad. Superan, por mucho, a los que ofrecen bajar de peso o respingar la nariz. Estos volantes también nos advierten acerca de los peligros de la envidia, del amigo que nos ha mandado hacer un “trabajo”, los celos de quien ama a la misma persona que nosotros, y las enfermedades, ya sean congénitas o adquiridas. Según lo que afirman las personas que mandan imprimir los volantes, quien sufre es porque quiere. La salud, el bienestar físico, el amor y el trabajo son áreas de la vida sujetas a fuerzas sobrenaturales que actúan bajo las órdenes de Yesamín, la vidente; de Madame Layla; de Atenah, la astróloga de las estrellas y otras consejeras con nombres de origen árabe o cubano. Vaya y pase. Pero como venía oyendo la radio me dio un ataque de fastidio al escuchar a una mujer que recomendaba “rituales de comienzo de mes”, lecturas de tarot, horóscopo y consultas de vidas pasadas (¡!) por teléfono. Encima, hablaba de Dios y del ángel de la guarda con un español en el que sobraban los diminutivos y faltaba el sentido común. Del anuncio que colgaba del arbusto sólo la separaba la inyección. El batiburrillo restante es igualmente fraudulento. Lo malo es que, con las crisis, la violencia y el estrés, la cantidad de ofertas sobrenaturales con las que los pícaros tientan al afligido mexicano medio, aumenta cada día. Recordé el caso, ocurrido en 1993, del programa Prime Time Live de la cadena televisiva abc. abc fue llevada a juicio ante la suprema corte de Estados Unidos por un grupo de astrólogos que tenían una hotline. Por cuatro dólares el minuto, uno podía llamar y hacer la consulta a un centro de telemarketing. La reportera Stacy Lescht trabajó allí y grabó las conversaciones de sus colegas, en las que se revelaba que dichos adivinos eran estafadores. Ellos se defendieron, pero ya estaban desacreditados y sin chamba. En estos días, además, se publicó un libro de memorias de un exadivino en el que revela secretos de la profesión. El autor, Mark Edwards, llegó a ser famoso y revela muchos secretos del oficio. No le da pena explicar cómo le hacía para

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Javier Sicilia

LA CASA SOSEGADA

arte y pensamiento ........

ganarse la confianza de un cliente; da listas de las ciudades donde los adivinos y psíquicos son más buscados; instruye al lector acerca de los mejores métodos para evitar problemas con la policía. Tengo para mí que una de las razones por las que este libro es tan sincero, es la vergüenza de haberse aprovechado del dolor y la inseguridad de otros. Edwards, por lo menos, trataba de hacerse rico a costa de gentes a las que el dinero les sobra. En cambio, los psíquicos evidenciados por Stacy Lescht se aprovechaban de personas que no tenían dinero ni para pagar la lectura de cartas en un café. Gente pobre, desesperada, que llegaba a telefonear varias veces al día mientras, al otro lado de la línea, un tarugo se pitorreaba mirando el reloj. A todos nos gustaría tener ayuda sobrenatural. O, siquiera, creer en el trasmundo. Pero creo que si tal cosa existiera, no estaría al servicio de un montón de farsantes. Para mentiras, por favor: con los políticos tenemos •

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Pobres niños genio Encendemos la computadora. Damos click al icono del navegador. Se despliega un buscador abigarrado de información inútil. Casualmente, en el bucle fotográfico que gira y se repite aparece un niño de seis años de edad. En su bochornoso amarillismo la nota dice:“El raperito que escandalizó a eu.” Se refiere a Albert Roundtree Jr., de seis años de edad, quien, impulsado por sus padres y algunos otros vivales, aparece en un videoclip con mujeres en bikini mientras canta: “Soy un hombre y haré explotar tu trasero.” Una porquería en todos los niveles y sentidos, olvidándonos incluso del asunto moral. Al lado de esta nota, otra más se refiere al niño Kieron Williamson, pintor británico de nueve años de edad cuyas obras se venden hasta por medio millón de dólares. ¿Inversión a futuro, inflación estratégica, creación espontánea para engaño de quienes compran sensibilidad encapsulada? Sin negar su posible talento, este caso nos hace pensar en los innumerables “niños genio”, “niños prodigio” o simples “niños artistas” que han surgido sobre todo en los últimos años (no hablaremos de Mozart, lo prometemos) por el auge de las redes sociales, para luego desaparecer sin que su promesa se cumpla. Porque, ¡qué fácil es confundir la capacidad motriz, la aptitud, incluso una disposición notable hacia la música, con el auténtico genio y, más aun, con la sabiduría y la experiencia! Platicando con un gran pianista británico, hace algunos años, hablábamos del tema. Él decía algo a propósito de un nuevo músico de Nueva York, de apenas catorce años de edad, que estaba dando mucho de que hablar y comentaba que quería tocar con él. Le preguntamos el porqué de su interés. Su respuesta fue simple: se lo habían recomendado. Replicamos que siendo él un renombrado artista con más de seis décadas de vida, lo imaginábamos interactuando con gente que hubiera llegado a un discurso original a través de la reflexión y el paso de la vida, y no exactamente con un adolescente que necesitaba permiso de su madre para estar en el club nocturno. Al final estuvimos de acuerdo. Hay interpretaciones, ideas musicales, formas que no se pueden adquirir sino con la edad. Al talento temprano hay que procurarle impulso, pero sin quemarlo como producto. Ellen Winner, psicóloga autora del libro Gifted Childs: Myths and Realities, dice en una entrevista:“Pasar de estrella infantil a intérprete adulto es difícil. Si quieres mantener tu fama debes hacer algo nuevo en tu ramo y muy rápido. Es por eso que normalmente ya no escuchamos hablar de los ‘niños prodigio’ cuando crecen.” Porque las metas no se encuentran al inicio del andar, sino en el desarrollo y el final de la carrera. No se trata de la oferta sino del hallazgo. En otras palabras: no creemos en niños convertidos en monos de circo, y menos sabiendo que las más de las veces no trascenderán. Dos ejemplos de este mal son un par de guitarristas orientales: 1. El japonés Ryunosuke, conocido en la red de redes cuando con dos pequeños amigos apareció en un programa de tv para hacerse famoso y que, apenas cinco años después, sigue un derrotero poco original y anodino. 2. El arreglista surcoreano Sungha Jung, todavía fenómeno a sus diecisiéis años, pero cuyas capacidades técnicas no parecen haber crecido mucho desde la infancia, pues en realidad se mantiene haciendo covers de piezas famosas en guitarra acústica. Es muy bueno, por supuesto, pero perdió el encanto del niñito que fue, ése que sentado en el piso llega hoy a las doce millones de visitas, y que puede convertirse en su peor enemigo. Emily Bear

Siendo sinceros, la culpa no es de ellos sino de quienes los arrancaron del árbol antes de tiempo pues, como dice la doctora Winner: “los niños prodigio pueden definirse como avanzados en ciertas capacidades inventadas por los adultos”, y justo son ellos, los adultos, quienes determinan si es pertinente o no exhibirlos. La ventaja que hoy tienen, innegable, es que gracias al video podrán gozar siempre de la etiqueta de “pequeños notables”, pese a que crezcan y se pierdan –feliz o tristemente– en el entretenimiento o el anonimato. En fin, hay excepciones. Una niña que muy probablemente hará grandes cosas es la pianista estadunidense de once años de edad Emily Bear. En ella parece haber algo más que simples cualidades mecánicas y velocidad mental. Hay un espíritu viejo habitándola. Podemos cerrar los ojos, escucharla y olvidar que se trata de un infante. En esas manos no habla el galumphing de Lewis Carroll, sino sus antepasados. Ya veremos si esa inteligencia resiste las múltiples tentaciones de los atajos. Nosotros la seguiremos antes de que despierte, antes de que abandone su traje de turista •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Abundancia de la escasez (i de iii) Asomarse a la oferta cinematográfica veraniega suele ser, como bien se sabe, fuente de inagotable desazón para el cinéfilo ya que, para decirlo con un oxímoron desgraciadamente irrefutable, abunda la escasez. He aquí algunas cifras que lo comprueban: hablando únicamente de Ciudad de México, donde se halla instalada más o menos la mitad de las pantallas cinematográficas comerciales de todo el país –alrededor de 5 mil–, una semana como la recién pasada proponía la vil miseria de diecinueve películas. Esto significa, redondeando cifras, que cada una de esas diecinueve cintas tuvo a su disposición, en promedio, 131 espacios a lo largo y ancho de la capital; sólo que, como igual bien se sabe, son unos cuantos filmes los que para sí acaparan bastante más que esa centena y un tercio. Qué duda cabe de que entre Batman, el caballero de la noche asciende (The Dark Knigth Rises, Ch. Nolan, eu , 2012), El sorprendente hombre araña (The Amazing Spider Man, M. Webb, eu, 2012); El vengador del futuro (Total Recall, L. Wiseman, eu, 2012); La era del hielo 4 (Ice Age: Continental Drift, M. Thurmeier y S. Martino, eu , 2012); Buscando a Nemo 3d (Finding Nemo, A. Stanton, eu, 2003), Valiente (Brave, M. Andrews y B. Chapman, eu, 2012), así como ParaNorman (Ch. Butler, eu , 2012); qué duda cabe, se decía, que estas siete han de estar llevándose la tajada más gruesa de las referidas 2 mil 500 salas. Si se pensara, conservadoramente, que su parte del león consiste en la mitad, eso significaría mil 250 espacios divididos entre siete filmes, a razón de 180 para cada uno. En altísimo contraste, una solitaria y peor que lamentable cinta nacional –Morgana (R. Obón, 2011)– habrá de languidecer frente a un muy escueto butaquerío semidesairado quizá una semana, dos cuando mucho, antes de pasar a enrolarse en las huestes del triste olvido. ¿Desproporcionado y, por ende, aberrante? Pero eso no es todo: sume usted similar cifra por lo que corresponde al resto del país y añada el adjetivo que mejor defina su indignación …en caso, claro está, de que a usted, como a este humilde ponecomas, tampoco deje de indignarle una situación que, como se ha dicho y seguirá diciéndose en este espacio, no por “normal” –que desgraciadamente lo es– ha de ser considerada como “buena” ni tampoco inamovible o producto de una suerte de mandato divino, eso sí mercadotécnico, paganísimo e hiperpragmático, como pareciera ser visto por más de un reseñista/opinador/crítico-wanna-be, de los que se registra cada vez mayor abundancia y, con ésta, de escasez multiplicada: si un puñado de siete producciones fílmicas ocupa, números más o menos, tres mil de cinco mil pantallas, resulta que del creciente ramillete de Tiromirrollos y Diganmecríticos, prácticamente ninguno se sustrae a la ¿inercia?, ¿tentación?, ¿obligación? de hablar acerca de aquel puñado cinematográfico, pero no sólo hablar y nada más –cosa que puede hacer y de hecho suele hacer cualquiera que al cine va–, sino que esos Opinonomáses y Criticalamías cumplen a rajatabla una serie de condiciones, a saber: lo hacen públicamente, tantas veces como les resulte posible, se lo permitan o se lo pidan –y aunque no se lo pidan, que es lo peor–, y regularmente sus so called críticas salen del horno como si de cemitas de anís o conchas de vainilla se tratara: amén de calientitas, salen tiernas de tan suavecitas...

Un ejemplo, por ejemplo En el universo cibernético –los blogs, el féisbuc, el tuíter, es decir las celebérri-

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 911 • 19 de agosto de 2012

BEMOL SOSTENIDO

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mas redes cuyo apellido correcto debería ser quizá “electrónicas” antes que “sociales”–, que es donde más a gusto esparcen su esparcimiento estos peculiares hongos del verano, que también lo son de la primavera, el invierno y el otoño, este arrimapuntos no ha conseguido hallar ni uno solo que mire las cosas desde un punto de vista comprehensivo: tápales el bosque un árbol cada vez, cada película, pero sobre todo cada estreno, y las toman en sus ojos, las giran sobre sí mismas, les dan vuelta, les hurgan hasta el trasero y luego las arrojan rapidito porque –viernes de estrenos obliga– ya viene Unamáslaquesea y “hay que” tomarla en sus ojos, girarla sobre sí misma, darle vuelta... Ninguno de ellos, pues, ya no digamos ha enfatizado sino al menos mencionado que, sin sorpresas, las siete del ramillete son todas madeinusa, y que encima de tal exceso viene otro aún más exasperante: cinco de ellas son burdos, insípidos, inertes refritos: las enésimas exprimidas a Batman y el Hombre Araña; la cuarta morigeración del chiste gastado de la ardilla tras la bellota, los mamutes, el dientes de sable y el otro animal imbécil; el paso a tercera dimensión del pececito cursi, más la “puesta al día” de algo que Verhoeven había hecho lo suficientemente bien como para que se dejara la historia en santa paz • (Continuará.)


arte y pensamiento ....... GALERÍA

19 de agosto de 2012 • Número 911 • Jornada Semanal

Enrique Héctor González

Podrá polemizarse acerca de si la narrativa mexicana se inicia propiamente con El Periquillo Sarniento (1816, aunque sólo aparece completo hasta 1825), en virtud de que la novela novohispana, escasa y desprestigiada frente a la poesía y el teatro, apenas cosecha algunos títulos recordables: Los sirgueros de la virgen (1620), de Francisco Bramón, los Infortunios de Alonso Ramírez (1690), de Sigüenza y Góngora, o los relatos alegóricos, tan afines a los Sueños de Quevedo, que en 1792 publicó Joaquín Bolaños bajo el paradójico título de La portentosa vida de la muerte. Lo que no sería posible regatearle a José Joaquín Fernández de Lizardi es el mérito de ser el “mero mero” –redundante y muy mexicana aféresis de la voz “primero”– si pensamos en términos de la ficción humorística nacional. No son pocas las virtudes literarias e intelectuales de Lizardi. Aparte de haber introducido el tono lúdico en la novela de nuestro país y de haber escrito obras que, si bien han de apreciarse de manera sincrónica, conservan cierto atractivo intrínseco, se puede agregar que es el primer polígrafo de Hispanoamérica (escribió poesía, fábula, teatro y mucha crónica periodística, aparte de sus cuatro consabidas novelas) y un escritor en el más pleno y moderno sentido de la palabra: guía intelectual en tiempos tan atribulados como los de la Independencia; promotor literario, desde 1820, de la Sociedad Pública de Lectura, que funcionaba a partir de suscripciones y removía y hacía circular las obras entre los lectores, además y después de la actividad esencial de su vida: la de redactor, dueño y fundador de periódicos (El Pensador Mexicano, 1812, es el más conocido entre ellos, pues su nombre fue asimismo el seudónimo

que le dio prestigio, pero también se recuerdan Alacena de frioleras y El hermano del perico) que contribuyeron en la formación de una incipiente conciencia independentista

Felipe Garrido

Todos los días el Tuerto iba al mercado a causar lástima con su cuenca vacía, de manera que lo socorrieran con alguna caridad. Y siempre alguien fingía apiadarse y le ofrecía una moneda de plata y otra de cobre. El Tuerto las alzaba hasta la luz de su único ojo, las sopesaba y se quedaba con la de cobre. La gente se doblaba de risa y el Tuerto volvía a pedir limosna y algún otro se aprovechaba de su estupidez y volvían todos a burlarse, pero a él no le importaba. Hasta que un día pasó por el mercado un hombre bondadoso que lo llamó a un lado y le dijo:“Mira, Tuerto, no seas tonto; todos se mofan de ti. Quédate con las monedas de plata, que valen cinco veces más que las de cobre.”“Mire su merced –dijo el Tuerto agradecido–, si alguna vez tomo la moneda de plata nadie volverá a darme nada. En cambio cada día recibo veinte monedas de cobre. No siempre gana más quien sucumbe a su ambición. [De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.] •

Rogelio Guedea

MENTIRAS TRANSPARENTES

El Tuerto

en la sociedad de hace dos siglos. Y en eso también es pionero: fue el primer periodista preso por sus ideas críticas, por su expresa voluntad de hacer pensar. Sin duda El Periquillo Sarniento es la novela que, hasta hoy, lo ha confinado a esa suma de malentendidos que llamamos fama. Pero para un lector moderno, tan anacrónica inserción de la picaresca española en territorios de ultramar, con un desangelado protagonista que se da cuenta del mal y busca enmendarse, poco tiene que hacer frente a su novela verdaderamente humorística, Don Catrín de la Fachenda, donde supo retratar con gran ingenio al tipo singular en quien se reúnen las grandes paradojas que en él observa uno de los antagonistas de la historia: “Caballero sin honor, rico sin renta, pobre sin hambre, enamorado sin dama, valiente sin enemigo, sabio sin libros, cristiano sin religión y tuno a toda prueba”. La ambivalencia de este librepensador de la holgazanería es mucho más atractiva que el didactismo del Periquillo, pues apela al “pelado” de una manera directa y espontánea, en una suerte de contenido elogio “a un género de nobleza que pueden tener las almas toscas: el cinismo”, según observa Agustín Yáñez, para quien tal descaro no ha de entenderse como vergüenza sino en su condición de voluntad de autarquía. Oblicuo feligrés de una fe infecunda, don Catrín ama la juerga y los prestigios prestados. Es un “amanezquero”, como él mismo se define en la novela: alguien que vive al día. Acaso podríamos discutir si es o no plausible la dosis de valentía involucrada en su actitud displicente, pero no la pertinencia de un tan preciso como poliédrico examen del sinsentido inherente a una vida entregada al ocio, al vicio y a la mera diversión de vivir peligrosamente •

rguedea@hotmail.com

El vendedor de ciruelas Mientras engullía una paleta vi que apareció en la esquina un hombre vendiendo ciruelas en un triciclo. Al mismo tiempo, en la esquina opuesta, una indígena venía acompañada de una niña de pelos hirsutos. Poco antes de encontrarse, la niña levantó la mano señalando una bolsa de ciruelas. La madre la jaló en señal negativa y la siguió arrastrando. La niña volvió a apuntar con su dedito y la madre, esta vez, se la bajó de un manazo. Al encontrarse en el pilar de la paletería, el viejo detuvo el triciclo, cogió una bolsa de ciruelas y se la extendió a la niña. La niña la apretó contra su pecho. Pensé que la madre sacaría las monedas justas para pagarla, pero ni siquiera fue posible porque el vendedor de ciruelas continuó su camino y se perdió en el andador. Yo me quedé todavía sentado mirando la calle vacía, enfurecido conmigo mismo, que momentos antes había renegado del precio de la paleta, y -miserable de mí- miré con desprecio a un niño que, mientras la pagaba, se me había arrimado para pedirme dos pesos •

AL VUELO

Fernández de Lizardi: en fe de una aféresis

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Jornada Semanal • Número 911 • 19 de agosto de 2012

....... arte y pensamiento Miguel Ángel Quemain mquemain@prodigy.net.mx

Ira, la suave lluvia del perdón Inspirada en hechos reales, Ira, dirección de David Psalmón y texto de Javier Malpica, con el rigor de la organización teatral Teatro sin Paredes, es un trabajo que posee la riqueza del conjunto formado por una compañía de teatro estable decidida a contar con un repertorio que respalda editorialmente. La peculiaridad de este trabajo es que la orquestación teatral se pone al servicio del montaje y se valoran las posibilidades de cada elemento en ese concierto. Si hay virtuosismo es porque todos los talentos han decidido gravitar a favor de un texto que se pronuncia en el corazón de un tiempo suspendido, fragmentado y de un ritmo en crescendo que Psalmón somete a una narrativa que fluye por acumulación, hasta liquidar unas historias paralelas que se encaminan hacia lo divergente: la reconciliación y el odio. David Psalmón trabaja con sus actores el tema de la verdad (veracidad) sobre la escena y la confronta con la que propone el discurso dramatúrgico, polifónico y proliferante a través de textos que ocurren en la proyección del video

y que funcionan al modo de los letreros de advertencia que utilizaba el cine mudo para distinguir capítulos, referir un diálogo o intervenir como un deus ex machina textual. Estamos frente a un trazo que el director bordó sobre una tela donde se despliegan varios ejercicios artísticos. Sería obsoleto decir “al servicio de…” porque realmente el trabajo escenográfico de Aura Gómez Arreola y Ana Patricia Yáñez, el estupendo trabajo de video de Daniel Ruiz Primo y musical de Daniel Hidalgo y Alexander Daniels, permiten el flujo de la historia a través de atmósferas distintas que, en su belleza, clarifican dramaturgia y dirección. Psalmón es un auténtico platónico que procede con la sabiduría y la humildad del escucha que le ofrece al público versiones equidistantes de la vida, la sexualidad, el odio y la venganza. Al mismo tiempo reescribe con singular intensidad escénica las citas que propone Javier Malpica y que explican el sentido de tan enigmático título para esta obra polisémica: “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡yo no sé! Golpes como el odio de Dios…” ( “Los Heraldos Negros”, César Vallejo); y “El perdón cae como suave lluvia desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe”, de William Shakespeare. Asombra la complejidad que se presenta de manera tan legible y clara, a pesar del riesgo que corre al mostrar un mundo en añicos, fragmentado al modo de un conjunto de rompecabezas que se completan únicamente con piezas compartidas y mantienen a alguno a punto de una imposible integridad. Hay personajes que se sostienen impasibles frente al dolor del otro, y en esta pieza es Rebeca Rivera (la poderosa y contundente actriz Norma Angélica), la esposa de Henry Rivera (Hernán Mendoza/Fermín Ramírez instalado en una

LA OTRA ESCENA

resignación abatida que Psalmón inscribe en sus movimientos) y madre de Dylan Rivera (el joven Víctor Sánchez, que dobletea como agente de estación). Su odio por la “naturaleza torcida” de su hijo no tiene remedio y desemboca en la exclusión de Dylan, quien tampoco perdona. Es importante hacer notar el signo de la dirección de Psalmón sobre actores de tan probada calidad y que tienden por lo regular a una especie de rebeldía que consiste en atender a su naturaleza creadora, generalmente opuesta a las ideas de cualquier director. Contrario al mundo repetitivo de actores idénticos a sí mismos, Hernán Mendoza posee un manejo del cuerpo y la voz, con una “resignación” crítica (¿paradójico?) que se opone al beligerante altavoz marcial de Norma Angélica, que mantiene una línea de belleza atroz frente a un hijo que termina por negar. Es conmovedora la complicidad de David Hevia, un director que es un escritor y un estupendo actor que toma con gran creatividad y disciplina la mirada/batuta que Psalmón le propone como un personaje central (“todo lo que he hecho es jugar ajedrez con la nada”), cuya excepcionalidad está en el margen del mundo: “cuando la libertad se acerca con las manos manchadas de sangre, es difícil estrechárselas” (Oscar Wilde). Rebeca insiste en que la homosexualidad de su hijo es una enfermedad con cura. Toda su vida trató de salvarlo de eso que mira como abyección y que la confronta al grado de aceptar que es mejor perderlo y mostrar que lo materno puede renunciar al amor incondicional antes de aceptar la “naturaleza” de su prole. Se presenta los días miércoles de agosto y septiembre en el Teatro Helénico, 20:30 horas •

Arriba: David Psalmón

Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Intonsos campeones Qué importa que el país se hunda en descrédito y convulsión si México es campeón olímpico de futbol. Qué importan índices de pobreza y analfabetismo, de segregación religiosa o sexual, si mordimos el oro en lugar del polvo a cuyo sabor estábamos tan amargamente acostumbrados. Qué importa que corran ríos de sangre, que aparezcan pudriéndose en una esquina decenas de cadáveres cosidos a balazos, que se maten entre sí los narcos o los maten los soldados, que sigan sumándose feminicidios, secuestros y extorsiones si nos paramos por fin en el podio central del futbol del mundo. Qué importa que vuelen cocteles molotov, balas y granadazos en ocho ciudades del centro del país si muy dentro, en el corazón de cada hijo te dio, patria querida, llevamos no un sicario con o sin uniforme y placa, sino un futbolista goleador y podemos ahora, tal que pontifican con desatados graznidos los comentaristas deportivos de la televisión y la radio, mirar de frente a cualquiera, porque no fue hasta el glorioso sábado once de agosto del infausto año 2012, el de las elecciones puercas y el enroque nauseabundo, el que los mayas, dicen, marcaron como año fatal, que nos ganamos el derecho a llamarnos orgullosamente mexicanos, los de los dos goles proverbiales, ciudadanos, ahora sí, del mundo mundial. Casi nadie vio que mientras nos arropábamos muy niños héroes en la bandera tricolor y nos aventábamos desde el Castillo de Chapultepec hasta la verde pradera de Wembley haciendo buches de tequila y mordiendo un chile verde, nos empalancaron otro “gasolinazo” cortesía del pinche tartufo-yo-no-fui-fue-teté. Mientras mordíamos totopos y tragábamos refresco, absortos en la pelotita que rebotaba

a miles de kilómetros de nuestra realidad, el proyecto que depaupera este país siguió alegremente su rumbo maldito. Pero no nos importó, porque los criterios –y buena parte de los escrúpulos– se borran cuando se exalta el hincha que con tantito nos brinca, chovinista hasta el alarido, del pecho, agitando una matraca y ondeando su sombrerote charro; los problemas se reducen a esa ceniza incómoda, chile piquín que soplamos a los ojos del respetable los inconformes, los malpensados, los pesimistas, los que qué afán, me increpa uno, de opacar el triunfo de la selección, cuando ora sí, ya la hicimos,“jajaja, tú crees en la política, pobre imbécil” (sic), me increpa otro, y seguimos felices cayendo en el pozo insondable de nuestro triste destino mientras gritamos “gol” con la “o” larga como condena y desahucio, como el sexenio del indeseable retaco que ya por fin se larga, falso soldadito burgués, exiliado venidero, sempiterno miedoso. Y mientras se desgañitaban los comentaristas de las televisoras, vibrando el país entero sintonizado, paralizado, administrado por las pantallas de la televisión y sus anunciantes hueros, y todo no era más que gol y gol y gol, y viva México, cabrones, ora sí nos los chingamos, quiere llorar, quiere llorar, y mientras apretaban las mandíbulas los corredores de apuestas, se nos olvidaron las trácalas de Peña y el pri; se nos olvidaron Soriana y los halconcitos electorales del priísmo más puerco, los manifestantes golpeados y los acarreos en autobuses de permisionarios mafiosos y taxistas corruptos; se nos olvidó la retórica perversa de una panda de bandidos que se largan haciéndose los que ya cumplieron para que llegue otra haciéndose la que ganó. Se nos olvidó el consejero presidente del ife en lamentable papel de pilmama y comparsa, el que sólo vio trece anuncios espectaculares con la jeta prefabricada del candidato que

CABEZALCUBO los demás vimos por cientos, quizá miles, repartidos por todo el país. Y entonces caigo en la cuenta de que todo está en su sitio. De que el retaco se ha salido con la suya. De que la televisión, los histéricos que desgañitan goles, los anuncios, la cerveza y las botanas han cumplido su función. Que los que estamos mal somos los que queremos otra cosa, los que insistimos en que México debe rescatar su dignidad y su soberanía, replantearse su lugar en el concierto internacional, rescatar la cultura mexicana, sus hondas raíces incómodas. Qué importa la inflación, la guerra sangrienta, el crimen desatado, los abusos de autoridad, la intervención extranjera, el entreguismo de la derecha, los embates atávicos de la Iglesia a las libertades primordiales, el fanatismo o el paulatino, impepinable desmantelamiento de la educación pública, gratuita y laica. Qué importa tanto subdesarrollo. Si somos campeones olímpicos de fut, chingao •


ensayo

A

lo largo de la historia, el desarrollo del arte occidental ha tenido una fuerte vinculación con los procesos de urbanización. Durante los siglos x i x y xx , el modo de concebir la urbe cambió de manera tajante: la ciudad empezó a planearse según el paisaje propio de su arquitectura y desde el enfoque de una sociedad que marchaba a la industrialización y postindustrialización. En cuanto al incremento de metrópolis se refiere, en gran medida tal proceso relegó la noción de pensadores como Heidegger y Nietzsche, quienes percibieron en el paisaje –aquello no construido– una de las más hondas reflexiones sobre la humanidad. En coincidencia con el pensamiento postmoderno, la imagen de ciudad contemporánea la define una matriz estética y simbólica, abierta a lecturas múltiples y transdisciplinarias que abarcan los más variables razonamientos, bajo parámetros que incluyen enfoques de urbanismo así como de filosofía, ecología, sociología y estética visual contemporáneas. De lo anterior da cuenta la obra de Agnieszka Casas (México, 1981), para quien el concepto de psicogeografía que Guy Debord acuñó en 1958 –y que en parte se expresa con la deriva en tanto caminata ininterrumpida en ambientes diversos y que pretende entender los efectos del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas–, constituye la influencia más directa en su obra cartográfica, pues explica que: A partir de recorridos durante los cuales observé y registré aspectos físicos y socioculturales, realicé una reinterpretación espacial de la Colonia 20 de Noviembre, ubicada en el centro-oriente de Ciudad de México. La expresión de esta experiencia: cartografía volumétrica, mapas escultóricos que construí mediante el ensamblaje de diferentes piezas, las cuales, dependiendo de su forma, representan la realidad espacial. La elabo-

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ración de los mapas implicó el diseño de un código escultórico; para este primer ejercicio el código se integró por treinta formas y diecisiete colores, cada uno de ellos con distinta carga semántica matizada dependiendo de su ubicación en cuatro niveles distintos. [...] Creo que la cartografía volumétrica que trabajo es en mucho la caja de juguete que Debord imaginaba.

Cartografía volumétrica Manzana 2

La 20, cartografía volumétrica, de Agnieszka Casas

Inmersa en el arte contemporáneo (que identifico como el surgido alrededor de los cuatro últimos lustros, cuando desde una visión postmoderna se introdujeron en el arte temas y materiales nuevos, más la posibilidad de plantear valores modernistas relegados por décadas), Casas exploró un territorio determinado como contexto conceptual para elaborar su bien estructurado discurso, que deviene metadatos. La cartografía que la artista plantea en La 20, cartografía v o l u m é t r i c a , i n t ro d u c e l a contextualización social e histórica a la semántica de la forma escultórica en su dimensión significante y comunicativa. Esto último involucra no sólo una propuesta estética, sino también la ética y la ideología de la autora. Quienes residimos en Ciudad de México experimentamos, de manera incesante, un ir y venir de la belleza a lo umbrío. Quizás esa condición que expele la megalópolis más grande del orbe sea la causa de que artistas de las más diversas disciplinas se sientan fascinados ante la intrincada unión de Eros y Tánatos que en ella palpita. Agnieszka Casas suele caminar a la deriva por rumbos precisos de Ciudad de México, y por medio de sus mapas volumétricos –que contienen los influjos que capta en sus recorridos por puntos que, aunque fijos, siempre cabe en ellos la probabilidad de toparse con lo inesperado– hace una inteligente aportación al arte, pero también a la larga tradición de la cartografía mexicana. Por ello, la Mapoteca Manuel Orozco y Berra, sede que acoge como exposición temporal La 20, cartografía volumétrica, es el lugar idóneo para adentrarse en la lúdica complejidad del trabajo de Casas, cuyos proyectos destacan tanto por el impecable cuidado técnico y estético, como por la hondura conceptual que los soporta. La muestra se exhibe del 24 de mayo al 24 de agosto •

Ingrid Suckaer

Cartografía volumétrica Manzana 4

Cartografía volumétrica Manzana 5

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