Literatura femenina
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 14 de octubre de 2012 ■ Núm. 919 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Puerto Rico C armen D olores H ernández Transparencias de Fuentes, B árbara J acobs El Principio de Bernoulli, N orma Á vila
bazar de asombros
14 de octubre de 2012 • Número 919 • Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega
CON NOICA EN BUCAREST Para Leandro Arellano
Puerto Rico, “donde la lengua es un acto heroico de vindicación cotidiana” –Carlos Fuentes dixit–, es cuna de autores sin los cuales la literatura en español sería infinitamente menos rica: baste mencionar a Luis Palés Matos en el pasado reciente, así como a Luis Rafael Sánchez en la actualidad. Con ellos, e igual que ellos, hay un enorme número de escritoras que dan voz y palabra a una realidad latinoamericana y un idioma siempre vivos, más allá o a pesar de la fuerte influencia estadunidense. Es precisamente sobre María Bibiana y Alejandrina Benítez, Nilita Vientós, Concha Meléndez, Margot Arce de Vázquez, Clara Lair, Julia de Burgos y Rosario Ferré, entre otras, que versa el ensayo de otra autora puertorriqueña, Carmen Dolores Hernández. Publicamos además un texto de Bárbara Jacobs sobre Carlos Fuentes, así como un artículo de Norma Ávila sobre el Principio de Bernoulli y sus efectos en materia deportiva.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Rumanía ha dado algunos de los grandes ensayistas del pensamiento moderno: Mircea Eliade, Constantin Noica, Emile Cioran, Ioan P. Couliano, entre otros. Eliade se refugió en la Universidad de Chicago; Noica aguantó, al lado de Blaga, el gran poeta y filósofo notable, el tempo ral dictatorial del paranoico (retiro esta palabra, ya que funcionaría como atenuante de la responsabilidad pe nal) conducator que llevó a Rumanía a la miseria y la hundió en la barbarie autoritaria. Cioran se fue muy pron to a París y Couliano huyó en cuanto pudo y se unió a Elia de en Chicago y en el mundo de la historia de las religiones. Conocí a Noica en Bucarest. No salía de su casa y pasaba la vida en retiro, leyendo y escribiendo su genial ensayo sobre las enfermedades mayores del espíritu europeo. Tuvimos una cena en su depar tamento. Me acompañó Geor ges Lazarescu, el director del Centro de Estudios Italianos de la Universidad Bucarestina. Nos sirvieron un plato de mamaliga (una especie de polen ta o, para ser más exacto, de ta mal de cazuela. Los rumanos son hijos del maíz como noso tros), con sarmale (hojas de col rellenas de carne) y una ensa lada de castraveti (pepinos). Nos acompañó un vino blanco muy seco que nos ayudó a go zar en plenitud de la palabra del viejo pensador en exilio interior. El chiste político (los rumanos lo manejan con maestría) hizo su apari ción y Lazarescu nos contó que un señor bucarestino fue encarcelado una noche inquieta. A la mañana si guiente salió al patio y se puso a charlar con sus com pañeros de prisión. Compararon delitos y condenas. Uno padecía prisión por haber cometido un fraude. Lo sentenciaron a ocho años de trabajos forzados. Otro estaba preso por un homicidio y lo condenaron a vein ticinco años. Cuando le llegó su turno, el recién llega do informó a los veteranos que le habían echado dos años. Cuando le preguntaron qué clase de delito había cometido, contestó que él no había hecho nada. “¡Que injusticia!”, exclamaron los delincuentes: “Por nada es un año.” Así, con este humor negro, se defendían las víctimas del conducator de cuyo nombre no quiero acordarme (nuestro santo patrón literario dixit).
La segunda parte de la tertulia giró en torno a tres personajes del pensamiento y el arte de la antigua Dacia ovidiana: Panait Istrati, Mijail Sebastian e Ioan P. Cou liano. Pensamos en la Comorofca, el barrio griego de Braila, la ciudad danubiana, y en Kyra Kyralina, el en trañable personaje de Istrari que emocionó profunda mente a Romain Rolland. La plática en torno a Mijail Sebastian nos llevó a los terrenos de la época fascista rumana presidida por Codreanu, el líder del cursi y ho rrendo movimiento que llevaba el peregrino nombre de Legión del Arcángel San Miguel. Sebastian, gran dra maturgo (su obra más cuajada es El juego de las vacaciones) y original pensador, andaba por esos terrenos y, cuando se dio cuenta de la fealdad moral del fascismo, salió por piernas y lanzó va lientes críticas a la Legión. Sebastian murió joven en un accid ente carretero y la Le gión se convirtió en La Guar dia de Hierro, “brazo ideológi co y retórico” del conducator Antonescu. Couliano salió a la plática por la forma en que lo asesinaron en un retrete de la Universidad de Chicago: senta do, defecando y con una bala de rifle 22 con silenciador. Esos crímenes y su acompañamien to de ritual vejatorio fueron típicos de la legión o, algunos años más tarde, de la Securitate, la policía secreta del conducator hecho papilla sanguiñolenta (en compañía de su paranoica consorte) por su propio pueblo, aquella noche de los cuchillos y los cuernos de chivo largos que puso punto final a la dictadura más paranoica de todas las sufridas por los pobres y entrañables rumanos. Re cordamos la colaboración de Couliano con Mircea Elia de en el Diccionario de las religiones, así como la maes tría formal, la enorme información y el acercamiento original con los que Couliano escribió su admirable libro titulado Más allá de este mundo. Salimos de casa de Noica cuando ya empezaba la amanecida. Ese mismo día me fui a Sinaia y me sumergí en el sortilegio de los Cárpatos. jornadasem@jornada.com.mx
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Portada: Pasos de borinquen Collage de Marga Peña
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BITÁCORA creación BIFRONTE
Jornada Semanal • Número 919 • 14 de octubre de 2012
Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
LA MEMORIA Y SUS FISURAS Muchas veces suponemos que la memoria guarda recuerdos invulnerables y que sólo el tiempo pue de borrar sus contornos hasta eliminarlos por completo. Pero los recuerdos son organismos que nacen, crecen, se transforman y mueren, al final, con su dueño, o bien, se heredan a otros. Este es el caso de Postales a casa (Publicado por Texere Ediciones) de la escritora zacatecana Yolanda Alonso (1986) una serie de relatos que buscan, con variados recursos, el diálogo, el monólogo, las diversas condiciones del recuerdo como único
testigo del instante. Dividido en dos partes, “De ida” y “De vuelta”, que a su vez se subdividen en fragmentos, Postales a casa es un viaje: el distan ciamiento, la añoranza y el deseo de volver, aunque sea en imágenes y pa labras. Yolanda Alonso trasciende la anécdota usando un lenguaje que le permite explorar estados de ánimo, sen timientos, sensaciones. Su prosa es pau sada y descriptiva. Personajes que tran sitan de un lugar a otro: un piloto que fotografía pedazos de cielo porque ha “perdido la emoción y el vért igo” del viaje. Una Ella que piensa, a veces, desde la cocina: “Dicen que el tamaño del puño es también el del corazón; para endulzar el mole se agregan de tres a cuatro corazonadas.” Postales a casa es un transitar, a veces apresu rado, con un ritmo que avanza en su condición de prosa y por instantes se detiene, se ralentiza en escenarios poéticos para que su propia sombra no se adelante: “Ella aprieta el tallo de una flor… La arrullan el perfume y el sonido del campo has
ta que se queda dormida” o “el viajero a la deriva está expuesto a la picadura de la desolación”. Yolanda Alonso también reconstruye un pasado a partir de la presencia femenina como una trini dad: la abuela, la madre y la hija, esa cadena que no se rompe, aunque a veces se tense, y que per manece no sólo en la memoria sino que sigue de sarrollándose más allá de la muerte de cualquiera de sus eslabones: “Hace un mes que murió mi ma dre y, desde entonces, me preocupan las plantas; al menos una vez al día pienso en la plaga de los rosales, en plantar violetas.” “De ida” es la fuga fí sica,“De vuelta” se convierte en el reencuentro con la madre, acelerado por la muerte, el silencio entre el padre y la hija, y los objetos que, irremediable mente, habrán de convertirse en una “herencia”. Postales a casa es el primer libro de Yolanda Alonso que concreta sus intenciones: la escritu ra como un ejercicio en silencio que, en algún mo mento, encuentra su punto final y que concluye que el tiempo termina por borrarse a sí mismo y se confunde en nuestra mente: un día o seis meses, tiempo y sólo tiempo que “literariamente” lla mamos vida •
Episodio de primavera Iáson Depoundis
I Sin leña el fuego sin agua la nube sin un puñado de tierra nuestros muertos. Sin beso a la muerte sin que digamos “hermanos” –que amargan el pan de nuestro origen–
III Brutalmente cortaron las ramas y hojas del Sol y brilla Con vuestro nombre compañeros con vuestro oro brilla la vida
II Oh ay de mí tres veces, madre soy para llorar la muerte soy hermana y enciendo el candil de su llegada. Y soy novia pequeña para anhelar mi bien –lista y bella y buena como Grecia–
IV Vida, bella como la Noche de Pascua resucitas a tus hijos ahora también tú mejor ríes en los follajes de abril. Vida, las juventudes sedientas hacen rodar lejos la desgracia para que se levante la Alegría.
Y esperan; hace años que crece vid en el corazón el nombre de la patria suelta su fuego genuino –y combaten los hombres–
Véase La Jornada Semanal núm. 758, 13/ IX /2009
V ersión de F rancisco T orres C órdova
Transparencias
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DE
Fuentes
Bárbara Jacobs
A
mis diecisiete años, en 1964 leí Aura en un par de viajes en autobús de mi casa de fami lia en San Ángel al banco en el que trabajaba, en la esquina de Uruguay con Isabel La Ca tólica. Hace poco recuperé mi ejemplar, que es de la segunda edición, está subrayado con tinta azul y en los márgenes tiene anotaciones intelectual y mate rialmente convulsas y temblorosas, tanto las notas como las líneas de los subrayados. Se estaba desho jando. vr , que fue su primer editor, me lo reparó, ahora que él mismo ha acompañado con nuevas imá genes la edición que en 2012 conmemora sus prime ros cincuenta años. (Todo este tiempo, mi ejemplar estuvo entre los libros que mi hermana, hermanos y yo dejamos atrás cuando crecimos y nos dispersamos por la ciudad y por el mundo, y quien me guió hacia el estante en el que se encontraba mi Aura, desvenci jándose y empolvado, pero aguardándome, fue mi mamá, desde su invalidez en la silla de ruedas y des de sus noventa años.) Asocio la impresión que me dejó la lectura de esta novela breve de Carlos Fuentes a las casas viejas de piedra en el centro de Ciudad de México, y al ambien te, a la atmósfera de temores y silencios, que a partir de ese relato yo imaginaba detrás de las altas puer tas de madera gruesa que recorría de ida y vuelta a lo largo de aquella época, cuando de día supervisa ba bilingüemente a los investigadores del depar tamento de crédito del First National City Bank y por
Carlos Fuentes con Vicente Rojo, atrás Bárbara Jacobs los observa Foto: María Melendrez Parada/ archivo La Jornada
la tarde era estudiante en la preparatoria Maestro Isaac Ochoterena, en la calle de Lucerna, y en donde se derramó la gota que hizo estallar el Movimiento Estudiantil de 1968, pero también la institución en la que estudió el Tibio Muñoz (Felipe Muñoz Kapamas, de padre de Aguascalientes y madre de origen grie go, nacida en Río Frío), que en las Olimpiadas de 1968 ganó la medalla de oro en no sé qué predesti nada categoría de nado. Cerca de ahí, en la calle de Londres, en la Embaja da de España en el Exilio, un 14 de abril de aquellos años, durante la celebración que se hacía en esa fecha del Día de la República, y en la que entre los invitados se contaba mi familia, por mi papá, como miembro que había sido de la Brigada Lincoln de las Brigadas Internacionales, que lucharon contra el fascismo en la Guerra civil de España, por primera vez vi a Carlos Fuentes en persona. Igual que a toda la gente, lo admita o no, que lo llegó a ver alguna vez o a tratar, a mí me deslumbró su presencia, y me deslumbró siempre, no nada más aquella primera vez que lo vi, y por buena fortuna llegué a verlo y a tratarlo en in numerables ocasiones. Me pareció un hombre, como diría mi tía abuela, de cortar la respiración y trabar la lengua, si es así como se dice cuando alguien te de ja sin aliento y provoca que la luenga te se trabe. Era muy guapo, muy elegante, con perfectas maneras so
ciales, completamente seguro de sí mismo: o esa fue la personalidad con la que se desenvolvió ante los demás, capaz de observar en una cena de embajada, y hacerlo con gracia, frente a los doce o catorce otros concurrentes alrededor de los anfitriones, que eran los embajadores, que él y fulano de tal ‒otro hijo de embajador ahí presente y embajador él mismo, igual que Fuentes‒ eran los únicos mexicanos perfecta mente trilingües, en español, inglés y francés, y de mostrarlo. No sólo hablaba, cantaba, contaba, leía y probablemente pensaba y soñaba en los tres idiomas, sino que también escribía en las tres lenguas. De he cho, y sin pretender ser más que una lectora tímida de su literatura, el libro suyo que más me gusta, en el que siento que escribió como un escritor inseguro y apasionado, o como un verdadero artista, que son así porque así es la cosa, incierta y pasional, es Myself with Others, que escribió directamente en inglés. En muchos sentidos, aquel primer encuentro per sonal marcaría gran parte de los innumerables que le siguieron. Habría querido acercarme a él por mi propia iniciativa y mis propios medios, aunque no hubiera sido más que para observarlo de cerca, estu diarlo de la manera más directa a mi alcance, tra tar de retener alguna de sus frases al pie de la letra. Pero, dados mis impedimentos naturales (nacidos todos de la inseguridad y el miedo), permití que me acercaran hacia él los dos o tres amigos con los que me encontraba, para limitarme a ser admiradora y
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Foto: Leo La Valle
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fuera alguien que le pasara inadvertido, sino que nunca le había pasado inadvertida. Mis velos y mis ocultamientos fueron en todo momento completa mente transparentes para él. Fue en ocasión del Premio Formentor de las Le tras, cuando él, como su presidente, me invitó a for mar parte del jurado, que para esta segunda emisión se reunió en Ciudad de México, en el mes de marzo de 2012, es decir, a dos meses de que Fuentes murie ra. Y de todo el acontecimiento no voy a tocar sino los escasos instantes, por fugaces que hubieran sido, en los que me transmitió que a sus ojos yo no era, ni había sido nunca, invisible, ni para sus consideracio nes mi existencia espantable a la manera en la que es y debe ser la de un mosquito.
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testigo dócil e inactiva de lo capaces que eran ellos, jóvenes prometedores, sin duda, pero entonces unos torpes desconocidos, de molestar a Fuentes con al guna crítica, según ellos, o cualquier temeraria ob servación. El asunto a mí me puso muy nerviosa, tanto así que no recuerdo sino que Fuentes permane ció impávido con los brazos cruzados contra el pecho delante de mis valientes amigos, apretando un poco los labios, quizás aguantando el impulso de reírse, hasta que se acercó a él alguien más, que podía haber sido Siqueiros, cuya sola presencia hizo a un lado la nuestra, que a los ojos de Fuentes habrá pasado, co mo un mosquito, apenas si advertida, o este fue siem pre mi deseo, que nos espantó antes de que llegára mos a rozarlo, no digamos picarlo.
Me pareció un hombre, como diría mi tía abuela, de cortar la respiración y trabar la lengua, si es así como se dice cuando alguien te dej a sin aliento y provoca que la luenga te se trabe. Era muy guapo, muy elegante, con perfectas maneras sociales, completamente seguro de sí mismo.
Me pregunto, ¿pasar inadvertida por Fuentes fue siempre mi deseo? ¡Hasta dónde es uno capaz de en gañarse! El tiempo fue revelando, más bien, que lo que siempre quise fue lo contrario: que Fuentes ad virtiera mi existencia. Pero también admito que no hice nada por propiciar que se cumpliera este anhelo, insegura y temerosa como he sido, pasiva y caren te de iniciativa. Me instalé detrás de otros, descansé en que los otros, am , mi esposo, por ejemplo, durante más de treinta años, o cuando él murió, vr , mi pareja, fueran quienes determinaran la relación. Ver a Fuentes o no, con el deseo de que, si lo veíamos, o si los veíamos, a él y a su esposa, pues Silvia Lemus, a quien aprecio independientemente de Fuentes, por paradójico que parezca, es consubstancial con mi apreciación de Fuentes, el encuentro no resultara desafortunado, lo que sólo rara vez no nos fue concedido por las cir cunstancias. Podría puntualizar uno tras otro los episodios en mi relación, un tanto a la sombra, pero de unas cuatro décadas, con Fuentes, incidentes en los que pasé in advertida o casi inadvertida por él, oculta, velada, pasiva ante situaciones que pueden considerarse desprendibles de él, como cuando las palabras que un periódico me pidió de pésame tras su muerte no aparecieron en el reportaje a la mañana siguiente, o que en una revista de circulación internacional dedi cada in memoriam íntegramente a Fuentes, se publi cara una fotografía conmigo a su lado pero sin mi nombre al pie. Pero mejor que esto, voy a optar por la oportunidad de referirme a la ocasión en que Fuen tes advirtió y hasta con énfasis mi existencia, tan abiertamente que no hubo duda, no sólo de que yo no
Horas después de la deliberación, en lo que, para cenar, nos volvíamos a reunir otra vez los jurados, só lo que ahora con las autoridades del premio recién llegadas de Formentor y de Madrid, más uno que otro invitado especial, que incluía a Silvia Lemus y los em bajadores de España, quedé en contraesquina pero muy cerca de Fuentes, en dos sillones en un ángulo de una mesa larga y, no sé por qué, repito, no sé por qué, vacilantemente y en voz baja, pero audible para Fuen tes, cité la frase de Thoreau, como si buscara que Fuentes precisara para mí si dicha oración empezaba con Most men..., o con The mass of men..., porque lo que no dudaba yo era que la reflexión continuaba con estas palabras: “Most men/The mass of men lead lives of quiet desperation and go to the grave with the song still in them...” (La mayoría de los hombres lleva vidas de silenciosa desesperación y llegan a la tumba con la canción todavía en su interior...) Fuentes puntualizó: Most men... (¿o fue The mass of men...), pero lo que retu ve, lo que contenía el verdadero significado de ese instante de mi relación con Fuentes, fue que al oírme alzó muy ligeramente la ceja y despegó apenas los la bios antes de pronunciar Most men... o The mass of men, porque fue el gesto de un maestro que finalmente, después de años y toda una vida de lecciones, advier te que el alumno algo ha aprendido, y al maestro esto es lo que más gusto le da, piensa que todo su esfuerzo valió la pena y que la respuesta del alumno, si lo sor prendió, fue sólo de pronto, pues la esperaba de un momento a otro, de un momento a otro a lo largo de algo más de cuatro décadas de trato, ¿o me atreveré, sin abusar, sin darme aires, a llamarla amistad? A la mañana siguiente, antes de anunciar el pre mio ante los medios de información, entré tempra
no en la sala indicada y me encontré con Fuentes solo, había sido el primero en llegar y estaba espe rando que diera la hora para empezar. Yo llevaba conmigo el ejemplar conmemorativo de los prime ros cincuenta años de Aura. Le pedí que me lo firmara. (Antes de salir de casa, vr me recordó que a fin de año, en el cumpleaños de Fuentes, se celebraría una gran presentación del libro cincuentenario, pero yo insistí en que prefería que Fuentes me lo firmara de una vez.) Unos meses atrás, en una librería vr y yo nos ha bíamos abierto paso en una cola que llevaba horas esperando la firma de Fuentes. vr le tendió su ejem plar de la primera edición de Aura, y Fuentes se sor prendió de que la tuviera y de que la conservara en tan buen estado. Detrás de vr me acerqué a darle un abrazo a Fuen tes y felicitarlo. Me sonrió y me preguntó, como vie jos amigos, qué estaba escribiendo ahora. Me sentí tan existente para él como cuando en su casa en San Jerónimo, en ocasión de la muerte de su hija, al acer carme a darle mis condolencias, abrió los brazos y exclamó “¡Qué gusto me da verte en esta casa!” Fueron muchos años de encuentros (incluidos al gunos dramáticos y uno que otro no menos afortu nado), como digo, y muchas clases de ocasiones, como digo también, aunque por otra parte fueron relativamente pocas las instantáneas en que yo lle gué a saber vívidamente que para Fuentes no pasaba inadvertida. Él pudo no haberse enterado de un tex to que yo escribí con él en mente como lector, pues ni él ni nosotros ‒ am y yo‒ llegamos a ir a no sé qué encuentro de escritores en Suecia en el que yo lo iba a leer como ponencia, pues se trató de una ocasión a la que él tampoco llegó. Pero sí se enteró, y plena mente, y esto es lo que más gusto me da a mí, de que yo lo admiraba y lo conocía y lo reconocía, aun si el sol o la luz me daban de frente y me cegaban. Acumulé, quiero decir, el deseo de agradecerle a Carlos Fuentes haberme dado tiempo, el tiempo que yo necesitaba, para atreverme a darle las gracias. De niña, el título de uno de los libros de mi papá me llamaba especialmente la atención. The Long Goodbye, una novela de intriga de Raymond Chandler, el libro que la crítica consideró el mejor de Chandler, como lo consideraba el propio autor. No la leí entonces y no la he leído ahora, de modo que no sé exactamente a qué pueda referirse la expresión que, literalmente, en español se traduciría como El largo adiós. Se pres ta a la imaginación. Pero yo la asocio directamente a una observación que hacía mi papá cuando mi mamá despedía a los invitados a sus fiestas. Mi papá se re fería a esas despedidas dilatadas, demoradas, retar dadas, aplazadas, postergadas, como Mexican ����� good� byes, porque duraban más que la reunión que las hubiera antecedido o, en otras palabras, porque ¡no terminaban nunca! Ni los amigos querían irse, ni mi mamá quería que sus amigos se fueran del todo. Por otra parte, The Beatles tienen una canción que no recuerdo cómo se titula, pero que en un momen to dado dice, “Hello Hello, I don’t know why you say goodbye, I say Hello” (Hola, hola, no sé por qué dices adiós, yo digo hola), que expresa lo que yo le habría dicho al oído en su féretro, en la sala de su casa en San Jerónimo. No sé por qué te despides, Carlos Fuentes; yo a ti te saludo •
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Ombligos sin Ricardo Bada
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ierta vez pergeñé un artículo donde nueve personas (todas ellas dedicadas al noble oficio de la literatura) me contaban cuál era su feti che sine qua non, es decir, aquel objeto, aquel ambiente o costumbre o hábito sin el que no sabrían ni querrían escribir. Para mi grande y alegre sor presa, ese artículo, aparecido en Madrid, me fue so licitado por tres suplementos literarios latinoame ricanos que querían reproducirlo. Ello me hizo considerar el interés que pueden des pertar textos semejantes, sobre todo porque, como me dijo Yadira Calvo, una muy sabia amiga –y femi nista costarricense–, “creo que se conoce mejor a los autores a través de este tipo de anécdotas que oyendo sus conferencias”. Y así fue que les envié el siguiente email a veinte amigas y amigos, otra vez todos del gremio de la plu ma en ristre, esto es, de la pantalla enfrente: “Volvió a caer en mis manos un ejemplar del libro Senos, de Ramón Gómez de la Serna, en una edición bellísima, ilustrada por Leonor Fini. Son 125 textos ramonianos y, como tales, 100% imprevisibles, que abarcan y ca talogan cuanta posible visión pueda tenerse de los pechos femeninos: ‘sin botón, de la nadadora, para soldados, de hermafroditas, de las niñas de ese ba rrio, de la domadora, de las andaluzas, de las ni ñas del Conservatorio, de las estatuas, falsos, de ver dadero Sèvres, de sirena, de Eva, de viuda, bajo los hábitos, de actriz, de miniaturas, de las muñecas de cera, de circo, de madre, de moradora del castillo, de cubana, de las chicas de las porteras, de la cursi, tatuados, a la veneciana, de francesita’... ¡en fin, a qué seguir!... Por uno de esos saltos mentales que se dan, brinqué de los senos hacia más abajo y pensé en có mo tantas veces nos acusan a los plumíferos de que nos pasamos la vida mirándonos el ombligo. Y esto es como las cerezas, que una trae la otra, así es que terminé pensando que por qué no pedirle a veinte personas amigas, todas enfermas de literaturitis ac tiva (y en ciertos casos hasta galopante), es decir: a ustedes, que me describieran su respectivo omphalos, para publicar luego el resultado de mi pesquisa, aun que –eso sí– respetando su anonimato. Y aquí ter mina mi mensaje, con el ruego de que participen en esta aventura.” Al día siguiente comenzaron a llegar las respues tas. Por lo que atañe a la primera, remitida desde Barcelona, era evidente que si un Don Quijote enjuto se convierte andando el tiempo en un Caballero de la Triste Barriga, al preguntársele por el ombligo iba a co menzar contestando: “Al ombligo hace tiempo que lo perdí de vista”, para continuar luego: “Fui a su funeral en Nueva York. Y fue triste. Había cuatro gatos. Una caníbal muy negra y un rufián con pata de palo. Un hombre con cara de dragón y una malvada condesa. Cuatro, sólo cuatro gatos para mi ombligo desapa recido. Lo habría ya completamente olvidado si no fue ra porque siempre me acuerdo de que los cantos fú nebres no parecían tener relación alguna con él.”
fronteras
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Las dos siguientes respuestas aterrizaron en mi pantalla de lugares tan distantes como Berlín y Bue nos Aires. La primera: “Aquí mi ombligo: cráter del tamaño de un dedal a una palma del pubis que revela mi caída, la de la lombriz que fui, el huevo de la ga llina, no habrá ninguno igual no habrá ninguno, tango dixit, y sin embargo esa porfiada molecular pelusa que convoca, cotillea el secreto del origen, cordón de za patos, la vieja que me tejió al mundo con el adn del Uno, de donde dizque provenimos y del que en tan to vengo zafando, pero borrar la huella, ni modo.” Y la segunda: “Ricardo Bada, me divirtió tu pro puesta, aquí te van unas líneas sobre mi ombliguito de durazno: Ombligo de limón o de naranja, se ubica en el centro de mi panza, como el revés de algún ex traño botón. Dos deditos más abajo de mi quiebre de cintura, se mueve y gesticula como si tuviera voz. Si me agacho dice mmmmmm y si me estiro oooooo. Desprolijo y sin presiones, le gusta de vez en cuan do salir a socializar. Asimétrico, tranquilo, este agujer ito mío, sin deber y sin función, me recuerda siempre de dónde he venido, pero nunca para dón de voy.” De repente todo un monólogo como el de Molly Bloom, pero no en Dublín sino en un pueblito de la serranía andaluza, y a cargo de un varón, poeta por más señas: “Mientras pueda olvidarme de mi ombli go todo estará en orden y en paz y las paredes serán paredes y árboles los árboles mi madre me llamará por mi nombre y el mar seguirá haciendo su parti cular ruidito al despertarme pero yo vivo lejos del mar porque mi ombligo es como un pozo sin fondo y si me apuran mi ombligo es el fondo de un pozo sin fondo y cuando comienza a chupar de mí hacia ese fon do suyo entonces compadre estoy perdido porque no hay un fondo fondo no sé cómo decirlo y por más que baje siempre puedo bajar más y más y más y no siempre es posible agarrarme a una madre o a unas paredes porque el ombligo me tira de todos lados desde los calcañares y desde la memoria desde la ra bia desde mis hijos o desde la indolencia... y entonces descubro con pavor que estoy otra vez a merced del fondo fondo de mi ombligo y que lo mejor es dejar lo en el fondo sin fondo de sí mismo y no andar echándole veneno ni sobras de la cena ni nada de nada y dormir y cruzar mucho los dedos compa dre por si acaso...” Molly Bloom estaba en Madrid, y su discurso se había vuelto algo más congruente que en la trans cripción de Joyce: “El ombligo ocupa un centro entre redondo y ovalado, es la cumbre de un cráter sin fon do, el ojo vertiginoso que me une a mis orígenes –es te desde luego es mi lado metafísico–. Por otra parte, esta especie de agujero negro, rosado, amarillo o blanquecino (según la geografía del portador), va perdiendo seguridad y firmeza con el paso del tiem po. Lo que años antes sobresalía, impúdico y exul tante, desafiando la intemperie y las miradas –a ve ces lascivas– de los paseantes y bañistas en las playas
más remotas, ahora, discreto y maduro, se esconde huidizo y tímido hacia sus adentros más profundos. Es frustrante buscarlo de repente en mis duras no ches de insomnio. Se niega a salir. Se cierra a mi cari cia con una fuerza inusitada. Cuanto más hurgo con el dedo –a menudo uso el meñique para no asustar lo– sólo consigo una sensación incómoda y un tan to dolorosa. Pero no todo es tristeza y melancolía, a veces me sorprende y resurge, esplendoroso, lleno de sí, mostrando su rugosa sabiduría, recordándome momentos de intenso placer, como el húmedo roce de un beso perdido en una noche tibia de verano. Así es mi ombligo: oblicuo metafísico bibliográfico luminoso impúdico gozoso original.”
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de no enchufe y me abocaré a que recibas mimos y humedades gustosas. Y sin otro particular, te saludo.” Y siguieron las penas, ahora de otra clase y en otro lugar de las Américas: “Desde un principio tu pro puesta me hizo recordar la curiosa situación de un político latinoamericano que, abaleado en un atenta do en el que murió un compañero suyo de izquierda y que conversaba con él en el aeropuerto de x, sufrió tantas operaciones que le desapareció el ombligo. Él confiesa a veces que lo extraña, y que por esa ausencia no sabe en un principio si está de frente o de espaldas.” ¡Basta de jeremiadas! me dije, prometiéndome no admitir ninguna otra respuesta quejicosa. Y mis ple garias fueron oídas, lo supe al leer lo que me escribía desde mi ciudad natal uno de mis mejores amigos, excelente periodista y cocinero mártir... hasta el pun to de usar su propio ombligo como cobaya para la re postería: “Redondo y perfecto, mi ombligo es como yo mismo. Sirvió de modelo al David de Miguel Án gel y luce en el catálogo de las mejores clínicas de ci rugía estética de Los Ángeles y de Marbella. Estoy pensando ponerle un piso y dejar a mi novia... Pero no. Será mejor dejarlo donde está para poder verlo, sentirlo ahí, a todas las horas del día. He llegado a utilizarlo de molde, echando en él chocolate caliente. Y una vez enfriado, con un leve movimiento de tripa, lo lanzo fuera para inundar de nuevo este espacio tan perfecto, tan redondo, de chocolate líquido e hir viente. El resultado es espectacular: chocolatinas re dondas y perfectas, con un bonito relieve superior. Luego, si estampas la chocolatina en una tarta de crema, aparece un hermoso culo en bajorrelieve. To do eso y mucho más podrías hacer si tuvieras un om bligo como el mío, pero claro, no todo el mundo pue de tener uno así para hacer bombones y con ellos relieves de culos en las tartas de crema. Lo malo es lo que duele el chocolate hirviendo en el ombligo. Eso es lo malo, pero para disfrutar es menester sufrir. Que no sé yo dónde habré leído eso antes.” Y puesto que ha sonado la hora de las golosinas, debo confesar que esa es la razón de haber dejado pa ra el final este texto de una joven poeta de Costa Rica: Pino en el parque nacional de Yosemite, 1937
El duro despertar aconteció cuando un amigo muy querido me sorprendió desde Colombia con este relato de sus penas umbilicales: “¿Eres de los que gozan mirándose el ombligo? Yo nunca he estado muy orgulloso del mío, ni antes ni ahora. Como to das las cosas de esta vida, como todas las partes de este cuerpo, mi ombligo ya no es lo que fue en su dorada juventud. Digamos que es el único punto que ha gozado de una cirugía estética, aunque in voluntaria, de supuesta mejoría. Nací y viví con un ombligo al estilo de los niños barrigones africanos: convexo, protuberante, es decir, herniado. Y antes de cumplir la cuarentena de los años, me lo opera ron para dejarlo cóncavo. Quedó un pozo sin fondo, un orificio que parece sumergirse hasta las antípo das de la espalda. No es la canica de carne con que viví tan resignado tanto tiempo, no es el nudo ele gante de las modelos, no es el vientre liso de Adán (único hombre que careció de este testimonio uteri no): es este hueco oscuro, indescifrable, a cuyo fon do ya no alcanzan mis ojos.”
El nacimiento de Venus (detalle), Sandro Botticelli
Pero para penas umbilicales, las que a través de su ombligo me contó mi siguiente corresponsal, des de Rosario, en Argentina: “Querido ombligo, voy a mencionarte la única vez que resultaste motivo de mi pensamiento. Ocurrió cuando me topé con un avance científico pavoroso: mi abuela casi nonagenaria, ya entregada a su muerte, resultó enchufada a un tubo que por su ombligo le llevaba el alimento que su cuer po ya había decidido no recibir ‒he creído, tal vez por la simple razón de evadir el miedo, que su alma hacía rato que no estaba allí. Ubicate, y no juzgués, no es joda una decisión así, ¿qué pariente se obliga a deter minar el fin? ¿Yo? ¡Vamos!, mis ideas, y si no, pregun tale a mi vieja, nunca se lucen entre las más populares. De todos modos, ya he aleccionado a mi familia, con especial hostigamiento a mis hijos, para que llegado el caso, no me agonicen la muerte. En definitiva, da da mi condición de ser tu dueña ‒lo cual espero que nunca se modifique, ya que me aterra un final de tipo cuento chino en donde termines con la misma fun ción que empezaste‒, espero que cumplan mi orden
“Omphaloscopia: mirarse desde el ombligo. Ombligo se escribe con O de origen.
En el centro puntual: el omphalos. Arriba, el pensa miento y el amor; abajo, el placer y, de nuevo, el amor. Ese es el ombligo en su calidad de frontera humana. El mío es dos veces cicatriz: separación de todas las mujeres que me antecedieron y circularidad quirúr gicamente fabricada. Hubo una época en la que el muy coqueto llevó un artilugio de metal como sombrero. Veinticuatro veranos atrás, siguiendo un agüizote para la buena suerte, mi madre lanzó a las olas nues tro cordón umbilical; es por eso, quizás, que ama el mar. Cuando vamos a la costa, me acuesto sobre la arena y es capaz de contener tres gotas de agua ma rina o tres lágrimas, porque es redondito y poco pro fundo, como una jicarita. Además le gusta mirar, no sólo ser mirado. Adora leer cuentos o poesía, y detesta el psicoanálisis. Goza ir descubierto a la ópera, los conciertos sinfónicos o el ballet, por lo cual me he visto obligada a asistir al teatro con el cuarto botón de la blusa desabrochado. Pero sobre todas las cosas, mi hoyuelo disfruta besar. No sólo las bocas besan, los ombligos también” •
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Literatura
femenina
en
Carmen Dolores Hernández
L
as poetas latinoamericanas del siglo xix cortaban lirios, cortaban rosas, escri bían versos sentimentales… eran así. No las puertorriqueñas. En un país al que llegó tardísimo la imprenta –a principios de ese si glo–, la literatura nació con la fuerza que le otorgaba una larga espera. Y nació, en gran parte, bajo un sig no femenino. La primera mujer en publicar los frutos de su plu ma fue María Bibiana Benítez, cuyo poema de corte cívico, “La ninfa de Puerto Rico”, apareció en 1832 en uno de los pocos periódicos del momento. Ce lebraba, en vez de amor, flores o estrellas, el esta blecimiento en la isla de la Real Audiencia Terri torial. También escribiría de las flores, pero con un enfoque combativo. En su poema “La flor y la mari posa” denuesta –como Sor Juana– a los hombres in constantes: “Tu ingratitud la abandona/ después de haberla gozado/ ¿Cuando ya la has marchitado/ quién tu proceder abona?” María Bibiana “parió” –figurativamente, porque nunca se casó– una cepa de poetas que incluyó no sólo a su sobrina Alejandrina Benítez, también osa da y feminista avant la lettre, participante en El agui� naldo puertorriqueño (1843), la primera colección de escritos que se hacía en el país, sino también al hijo de ésta, José Gautier Benítez, el mayor poeta romántico de la isla, cuyas evocaciones instau raron una tradición de cantos patrios: (“¡Borin quen!, nombre al pensamiento grato/ como el recuerdo de un amor profundo./ Bello jardín, de América el ornato,/ siendo el jardín América del mundo.” Las Benítez no fueron, desde lue go, las únicas mujeres que blandie ron la pluma en el Puerto Rico de cimonónico. Poetas como la osada Lola Rodríguez de Tió, quien sufrió varios destierros y es autora de la letra combativa –y a menudo prohi bida–del himno patrio (“¡Despierta, borinqueño/ que han dado la señal!/ ¡Despierta de ese sueño/que es hora de luchar!”); dramaturgas como Car men Hernández de Araujo, cuyas obras –históricas y moralizantes al gunas–fueron representadas con gran éxito en el muy machista siglo xix; novelistas como Carmela Eulate Sanjurjo, quien en 1895 publicó “La muñeca”, una feroz crítica social, y ensayistas contestatarias como Lui sa Capetillo, que fueron abriendo un espacio cada vez más amplio. Tanto lo quería abrir esta última, activista en favor de los obreros, Collages de Marga Peña
que en 1919 fue arrestada por vestirse como hombre. Todas estas escritoras tienen en común una comba tividad textual que depende de sus decididas reivin dicaciones patrias, sociales o femeninas. Pero si bien la literatura femenina se afirmó desde el siglo xix , en el xx adquirió una fuerza arrolladora que no ha hecho sino aumentar hasta el día de hoy. Las escritoras más relevantes de inicios de siglo no fueron poetas modernistas que dialogaran con el gran lírico que se adscribió a esa estética, Luis Llo rens Torres (aunque las hubo, como Trina Padilla de Sanz), ni figuraron en los movimientos vanguardis tas (con excepciones, como la de Carmen Alicia Ca dilla), ni descollaron –como el gran Luis Palés Ma tos‒ en la poesía negroide (con la excepción menor de Carmen Colón Pellot). Fueron estudiosas e inves tigadoras: ensayistas destacadas que aportaron un sesgo particular –de índole literaria– a la produc ción de la Generación del ’30. Hubo una razón para ello. Tras la Guerra hispa noamericana, cuando Puerto Rico pasó a ser pose sión de eu , la sociedad puertorriqueña se enfrentó a un cambio que abarcó todos los aspectos de la vida, incluyendo la educación. En 1903 se estableció la pri mera universidad del país, la de Puerto Rico. Empe zó como una Escuela Normal, con lo cual la mayor parte de sus alumnos fueron mujeres. Tal estímulo, y otros como la llegada a Puerto Rico durante la guerra de varias periodistas estaduniden ses, como Margherita Arlina Hamm, Mary Elizabeth Blake y Margaret Sullavan, que escribieron sobre la isla para órganos de prensa estadunidenses (Hamm también escribió un libro Porto Rico and the West Indies) probablemente abrieron caminos de escritura. Tam
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María Bibiana “parió” una
cepa de poetas que incluyó
no sólo a su sobrina Alejandrina Benítez, también
osada y feminista avant la lettre, participante en El
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aguinaldo puertorriqueño
(1843), sino también al hijo de ésta, José Gautier Bení-
tez, el mayor poeta romántico de la isla.
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Puerto Rico
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La primera mujer en publicar los frutos de su pluma fue María Bibiana Benítez, cuyo poema de corte cívico, “La ninfa de Puerto Rico”, apareció en 1832 en uno de los pocos periódicos del momento.
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bién hubo libros de intención didáctica sobre Puer to Rico escritos por estadunidenses como Marian m . George (A Little Journey to Puerto Rico, 1900) y aun otros de índole turística e informativa como Porto Ri� co: A Caribbean Isle, escrito conjuntamente por Eliza beth Kneipple Van Deusen y su marido, Richard James Van Deusen, funcionario estadunidense en la isla. A lo largo de las primeras décadas del nuevo siglo se dio a conocer un grupo de intelectuales puertorri queñas dedicadas al ensayo investigativo y creativo. Concha Meléndez (1895-1983) fue la primera mujer en obtener un doctorado en Filosofía y Letras en México (1932 - unam), y fue también pionera en los estudios de literatura latinoamericana, no sólo en Puerto Rico sino en América, con una extensa bibliografía sobre el tema. Escribió poesía, pero es recordada por sus en sayos escritos en una prosa tersa y sencilla (uno de los más hermosos se titula “Los balcones” y se encuen tra en su libro Entrada en el Perú, 1941). Como Alfonso Reyes, sobre quien escribió Moradas de poesía en Al� fonso Reyes, sus interpretaciones eran comprensivas, tomando en cuenta las características históricas y sociales que afectaban el desarrollo literario. Margot Arce de Vázquez (1904-1990) fue una de las primeras estudiosas del poeta renacentista espa ñol Garcilaso de la Vega, la primera en publicar un estudio riguroso sobre él, que iba mucho más allá del impresionismo que por entonces lastraba los estu dios literarios. Y escribió también hermosos ensayos informales con gracia y agudeza analíticas aplicadas a la situación del país, como el titulado “El paisaje de Puerto Rico”. Carmen Gómez Tejera, Antonia Sáez, María Teresa Babín y, sobre todo, Nilita Vientós Gas tón, pertenecieron a ese grupo de ensayistas. La úl tima fue árbitro y alma del panorama cultural de la isla a través de su columna periodística Índice Cultu� ral, que apareció en el periódico El Mundo desde 1948 hasta 1986. Al igual que Victoria Ocampo en Argen tina, publicó durante cuatro décadas una revista li teraria de suma importancia, que se llamó primero Asomante y luego Sin nombre. Escribió asimismo unas hermosas memorias tituladas El mundo de la infancia. Todas ellas constituyeron un grupo contundente de intelectuales y fueron tan respetadas como sus con trapartes masculinas. Descollaron también, junto a las ensayistas, dos poetas, Clara Lair y Julia de Burgos, que pueden equi pararse a las grandes de América –Gabriela Mistral, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Juana de Ibar bourou‒ con quienes coincidieron aproximadamen te en el tiempo (siendo Julia mucho menor que las otras). Como éstas, aquéllas asumieron el erotismo femenino y trataron el tema abiertamente, desafian temente. Fueron explícitas en su expresión del deseo y directas en su juicio de los hombres: “¡Carne fácil
y blanda a todos los arrimos!/ ¡Carne blanda y trai dora con uñas en los mimos! // Para todas los mis mos rápidos arrebatos,/ lúbrico cual los perros… falso como los gatos…” escribió Clara Lair en el poema “Frivolidad”. Las puertorriqueñas, además, reclamaron su independencia intelectual y artística de cara a las voces masculinas autorizadas. Su iden tificación con la tierra en que nacieron iba a la par de su sensualidad. En el poema “Río Grande de Loíza”, de Julia de Burgos, el río es un hombre que la posee: “… Río hombre. Único hombre/ que ha besado en mi alma al besar en mi cuerpo…”. Mujer y país han es tado sujetos siempre a un amo: la poesía femenina contestataria se convirtió, pues, en una expresión nacional: “¡Río Grande de Loíza!... Río grande. Llan to grande./ El más grande de todos nuestros llantos isleños/ si no fuera más grande el que de mí se sale/ por los ojos del alma para mi esclavo pueblo.” La vida desgraciada y muerte trágica de Julia de Burgos la convirtieron en un icono, además de que su poesía fuerte, terrestre, proyectaba un yo proble mático, muy contemporáneo. La vida más protegida de Clara Lair, en cambio, escondía una riqueza psi cológica que se volcó en poemas arrebatadamente sensuales. Hubo otras, muchas otras: Carmen Alicia Cadilla, Nimia Vicens, Carmelina Vizcarrondo… la lista es larga.
EL ESTALLIDO La segunda mitad del siglo xx presenció un verdade ro “estallido” de la literatura femenina, que se convir tió en una corriente incontenible de fuerza igual a la de la literatura masculina y central. Narradoras hubo siempre –Josefina Guevara Castañeira, Marigloria Palma, Edelmira González Maldonado‒, pero cuando en el 1970 Rosario Ferré publicó la revista Zona Carga y Descarga junto con su prima Olga Nolla, el desafío de una nueva generación de escritoras se dejó sentir. Ambas pertenecían a una clase privilegiada, ambas lucharon contra toda sujeción y convención, incluso la de circunscribir sus escritos a la rúbrica de “litera tura femenina”. El primer libro de cuentos de Rosario, Papeles de Pandora, junto con su libro de ensayos del 1980, Sitio a Eros, en los que retaba, desde diversas perspectivas y utilizando diferentes medios litera rios, la estructura patriarcal de la sociedad, inicia ron el torrente. Se sucedieron los libros emblemáticos: Porque nos queremos tanto, de Olga Nolla, quien publi có también varios poemarios y una serie de novelas en que experimentaba con la historia; Felices días, tío Sergio, de Magali García Ramis; Vírgenes y mártires, de Ana Lydia Vega y Carmen Lugo Filippi. sigue
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ensayo Rosario y Olga fueron feroces en sus retos; Ma gali García Ramis reveló el lado doméstico de los mitos nacionales; Ana Lydia Vega transformó la len gua literaria incorporando lo chabacano, lo vulgar, lo literariamente desprestigiado. Resulta de interés el hecho de que Rosario Ferré, en una segunda etapa de su escritura (a partir de 1995) desafió no sólo las convenciones de la sociedad y la hegemonía literaria patriarcal, sino también la iden tificación, en Puerto Rico, del español con la resis tencia nacional al imperio estadunidense al escribir en inglés. Fue una decisión sumamente controversial. Publicar en inglés era contravenir todos los esquemas de afirmación cultural puertorriqueña. Esa decisión, sin embargo, le facilitó el acceso a públicos que jamás se hubieran asomado, de otra manera, a nuestra escri tura. Ella ha sido la escritora puertorriqueña más re conocida internacionalmente. En 1992 recibió el Li beratur Prix en Alemania y en 1995 fue finalista del National Book Award en Estados Unidos. Mayra Montero, por otra parte, ha aportado a la literatura de la isla una visión caribeña abarcadora que explora el mito y su envés en novelas sobre Hai
Carmela Eulate Sanjurjo
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tí, la República Dominicana y Cuba, además de Puerto Rico. Cubana de nacimiento, pero residente de Puerto Rico desde la juventud, la amplitud de su visión ha ensanchado los parámetros de la literatura no sólo puertorriqueña sino caribeña. Contestataria también, la poeta Ángela María Dá vila fue la contraparte de las narradoras. Vinculada con el grupo poético de tendencias sociales izquier distas llamado Guajana, publicó poco durante su vida (1944-2003), pero perfiló un estilo que, como sugiere el título de su poemario Animal fiero y tierno (1977), podía ser, a la vez, feroz y delicado. Otras poe tas como Vanessa Droz, Elsa Tió, Etnairis Rivera, Áurea María Sotomayor, Liliana Ramos-Collado, han asumido asimismo posiciones fuertes de afirma ción femenina y aun feminista. Imposible soslayar, dentro de este panorama, a las escritoras puertorriqueñas de Estados Unidos. Su es critura reivindicativa de una identidad nacional que se encuentra bajo asedio en las “entrañas” mismas del imperio ha producido obras extraordinarias, co mo la novela Nilda, de Nicholasa Mohr, con su re cuento de la vida en “el barrio” puertorriqueño de
Julia de Burgos
Clara Lair
Nueva York (ahora habitado mayormente por mexi canos), o los poemas “Nuyorican”, de Sandra María Esteves, escritos en spanglish. Por otra parte, las na rradoras Judith Ortiz Cofer y Esmeralda Santiago ofrecen visiones autobiográficas, desde una perspec tiva femenina, de lo que ha significado crecer como “latina” en Estados Unidos. Estos escritos han con formado un horizonte alterno para la literatura fe menina, tan puertorriqueño –sin embargo‒ como el de la isla. (Puerto Rico tiene más de la mitad de su población en Estados Unidos.) A partir de la última década del siglo xx y pri mera del xxi han ido surgiendo escritoras más jó venes. La más destacada, gestora cultural también y org anizadora del Festival de la Palabra, es Mayra Santos-Febres, narradora y poeta. Negra de raza, ha rescatado la experiencia de ese grupo, contextua lizándola dentro del amplio marco de la sociedad puertorriqueña. Santos-Febres escribe con fuerza y una absoluta libertad que se ha dispensado ya de las consideraciones identitarias que constituyeron una constante en la literatura –masculina o femeni na– de la isla durante el siglo xx . Su primera novela, Sirena Selena vestida de pena (2000), introdujo otro horizonte de liberación sexual al centrarse sobre un Lola Rodríguez de Tió
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homosexual. Yolanda Arroyo, Janette Becerra, Sofía Irene Cardona y Vanessa Vilches se van haciendo asimismo cada vez más visibles en nuestro panora ma literario con una variedad de enfoques, de én fasis, con estilos definidos.
Concha Meléndez
Margot Arce de Vázquez
Olga Nolla
El círculo abierto a principios del siglo xx por las ensayistas y estudiosas se cerró a finales de ese siglo con otra promoción extraordinaria de investigadoras que han producido textos lúcidos, hermosos e ilumi nadores sobre una gran variedad de temas, enrique ciendo el acervo del saber. Las hermanas López Ba ralt, Luce y Mercedes, han explorado el misticismo islámico y su relación con la literatura española, la primera, y la segunda, ha indagado antropológica mente en la literatura latinoamericana además de estudiar con ahínco al máximo poeta puertorrique ño, Luis Palés Matos. María Luisa Moreno, Silvia Ál varez Curbelo, María de los Ángeles Castro y muchas más han contribuido asimismo, con ensayos docu mentados y hermosos, a las investigaciones en áreas como historia y urbanismo, arquitectura y arte. To das le han dado visibilidad a la producción intelec tual y literaria de la isla. Siempre estuvimos aquí es el título de un documen tal que presenta la contribución de la mujer en la his toria de Puerto Rico. “Y siempre estaremos”, po dríamos añadir. Imposible escribir la historia de la literatura puertorriqueña sin tomar en cuenta a mu chísimas escritoras que se han adelantado en ocasio nes, y que en otras han ampliado ese panorama •
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leer
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Historia de las alcobas, Michelle Perrot, fce /Siruela,
México, 2011.
RECÁMARAS EN LA HISTORIA RAÚL OLVERA MIJARES La recámara como un espacio destinado al descanso, si bien puede servir a usos múltiples como el recogimiento o la imaginación, ámbito donde ocurren los dos sucesos más importantes en la vida de un ser humano, a la hora de nacer y a la hora de morir. Habitaciones o simples cuartos de hotel, de hospital, celdas en los conventos, las prisiones y los manicomios. Michel Foucault (1926-1984), un estudioso de estos últimos, desbrozaría un campo muy amplio en sus ensayos que lindan terrenos otrora propios de la filosofía, la religión, la psicología, la sociología, la antropología cultural y la historia del arte. Precisamente de este enfoque multidisciplinario, Michelle Perrot (París, 1928), catedrática de historia y profesora emérita de la Universidad de París vii Denis Dide-
Muerte en verano, John Banville, Alfaguara, México, 2012.
LA QUINTA DE BLACK CUAUHTÉMOC ARISTA
En su ensayo “Sociología de la novela policial”, Roger Callois apunta cómo el tema devino género: “Esas servidumbres voluntarias a darle a la novela policial la seriedad de los problemas del álgebra, tal vez fueron inconscientemente adoptadas en el principio, pero no tardaron en quedar codificadas. Los miembros del Detection Club británico –que fue en su origen una sociedad de ayuda mutua para las cuestiones técnicas– se comprometieron a respetar los principios reflexivos. Juraron, por ejemplo, no poner en escena a chinos misteriosos; no hacer que su detective se beneficiara de una coincidencia feliz que le ayudara en sus investigaciones; no introducir en el relato detalles cautivantes, extraños o significativos que luego quedan sin explicación y que únicamente sirven para embrollar al lector.” Pero embrollar al lector es un mérito que debe justificarse con una solución que coloque todas las piezas en su lugar y deje algo interesante moviéndose en la mente.
rot, emprende un interesante recorrido en su obra Histoire de chambres (Éditions du Seuil, París, 2009), vertida al castellano por Ernesto Junquera. Amén del obvio reparo a este colega peninsular de traducir chambre por alcoba, surgen otras dudas acerca de la transferencia de nombres propios, rusos e italianos, entre otros, que se ofrecen en la grafía gala. Alcoba, a todas luces un arabismo, puede ser sinónimo en castellano de dormitorio o, mejor, recámara, si bien en el resto de las lenguas europeas más que equivalente es un término más restringido, al igual que tocador. La alcoba, desde el punto de vista arquitectónico, es más bien un nicho adosado o empotrado en el muro que puede incluso cerrarse por medio de hojas de madera o cortinajes. Por otro lado, el término chambre se deriva de kámara en griego, de ahí camera en italiano y recámara en español. La kámara era un sitio de reposo colectivo, suerte de cuartel, donde pernoctaban los soldados. Los romanos en sus casas, generalmente al fondo, disponían unos ámbitos estrechos, donde en ocasiones había que entrar con la cabeza inclinada, denominados cubicula. Este hecho, sumado a la costumbre japonesa, aunque también común en el medio rural mexicano y otras partes, de hacer fluidos los espacios, destinándolos a varios usos, replegando yacijas o petates en cualquier rincón,
viene a echar luz sobre algo fundamental: hubo un antes, hay un durante y habrá un después de la recámara como espacio habitacional claramente delimitado. Michelle Perrot pasa revista a temas como la cámara del rey, la habitación de los niños, la habitación de las damas, habitaciones de hotel, lechos de muerte, con un estilo en el original francés de gran solvencia, fluidez y gracia, que no siempre ha sido posible preservar en la traducción, salpicado de anécdotas sobre la vida de monarcas como Luis xiv y madame de Maintenon, primero su querida y luego legítima esposa, y grandes hombres y mujeres de letras como Marcel Proust, Xavier de Maistre, pero también George Sand (Aurore Dupin) y nuestra Teresa de Ávila. Obra variada y de carácter heteróclito, muy del gusto de los historiadores franceses, herederos de la tradición postmoderna •
A esto juegan desde hace muchos años demasiados escritores en todos los países, con irregular fortuna. Las lluvias trajeron a las librerías de Ciudad de México la quinta novela que John Banville firma como Benjamin Black: Muerte en verano. Hay que leerla irónicamente: transcurre en el Dublín de los años cincuenta y se plantea de entrada como detectivesca. Encabeza la investigación un policía panzón que en otro tiempo sería el protagonista; en la época de csi y Doctor House, el médico forense Quirke se impone como alter ego del autor ficticio. Aparte de la vaga sed de justicia del doctor, su pasado lo involucra en el caso y de esos antecedentes salen con cierta naturalidad los gángsters dublineses equivalentes a los chinos misteriosos y la infeliz coincidencia que resuelve el caso. Pero también es un homenaje a la novela negra con guiños estilísticos y probablemente autobiográficos (improntas de lectura). Por ejemplo, la obsesiva atención a los efectos de luz tiene antecedentes en los maestros gringos que surgieron de Black Mask y, en Banville, no embrolla a nadie ni codifica estados de ánimo, sino trasmite una leve angustia por la fugacidad de ciertos instantes. En el caso de Raymond Chandler, esas ojeadas a la luz revelan el entrenamiento de quien se gana la vida con los detalles y al principio ignora cuáles serán importantes. Otras diferencias: el escritor irlandés dispone de un narrador omnisciente y no se limita a los
recursos de un detective magullado y malo para cobrar. En cambio, distribuye entre varios personajes la perspicacia, la nobleza y la sabiduría que viene con las palizas, en vez de cargárselas a su protagonista. Esta diferencia con sus clásicos no disminuye a Banville: hace mucho que las prohibiciones autoimpuestas por los caballeros del Detection Club fueron abolidas por una enmienda que ampara a todo escritor que sea congruente dentro de su obra. Banville se acoge a esta legislación moderna, pero además se solaza con personajes oscuros que irradian claridad (la hija de Quirke) y de candilejas de sociedad que terminan por revelar su núcleo bituminoso •
BACHELARD: filosofía de agua y sueños Textos de Xabier F. Coronado y Antonio Valle
In memoriam Antonio Cisneros (1942-2012)
próximo número
El México de Iván Oropeza jsemanal@jornada.com.mx
Paralelismos atroces Antes de salir hacia Estados Unidos en la Caravana por la Paz, mi amigo Jacobo Dayán Askenazi, director del Museo Memoria y Tolerancia, me abrazó a las puertas del museo y me entregó un texto escrito por su mano: “Weimar y México”. Hacía ya tiempo –desde que escribí mi novela El fondo de la noche y trabajaba en el proyecto de una novela sobre Dietrich Bonhoeffer, novela que el asesinato de mi Juanelo frustró, como frustró tantas cosas en mi vida– que me había sumergido en la historia de la Alemania nazi. De cara al horror de mi país encontraba profundos vínculos entre la irracionalidad nazi y la irracionalidad de la guerra contra las drogas. Sin embargo, no fue sino hasta la lectura del texto de Dayán que algo que intuía se me impuso: el paralelismo entre lo que fue la incipiente República de Weimar y la nuestra que concluyó en el fracaso de la democracia y en la instauración del nazismo. Al igual que está sucediendo en México, la atmósfera de los años de Weimar era igual de sofocante y violenta: “Los asesinatos en serie –dice Dayán– eran cotidianos, la corrupción gubernamental y empresarial, inmensa; se vivía una gran agitación política; el electorado fragmentaba su voto, un gran número de mujeres eran violadas y asesinadas; había una gran crisis moral y un alto índice de desempleo.” Dayán, sin embargo, no se queda en la pura descripción de la realidad social y política. A la luz de la literatura, del cine y de la música de aquella época, encuentra otros paralelismos que iluminan más esas zonas: el repudio del pasado y de la autoridad (Werfel y Kafka); el retrato de la violencia cruda, el poder fuera de control, el vínculo entre violencia y delincuencia, la corrupción del Estado (Fritz Lang, Kurt Weill y Bertolt Brecht). El propio Brecht y Weill, en La ópera de los tres centavos, prefiguraron en el personaje Mackie Messer –un criminal despiadado que adquiere la estatura de un héroe– el rostro de los santones de los narcocorridos. Detrás de todo ese universo, que abría una profunda grieta en el sueño democrático, emergía terrible, atroz, el totalitarismo nazi. Ciertamente el nazismo no se instaurará en nuestro país –nuestras raíces se hunden en otro imaginario. Sin embargo, detrás de la misma descomposición que describe Dayán en la Alemania de Weimar, el anuncio de un nuevo régimen autoritario, tan atroz en su intensidad, como lo fue el nazismo, se insinúa. Frente al nihilismo que vivimos, el retorno del pri –un régimen asociado con formas dictatoriales–, la corrupción y la incapacidad de los partidos y de la clase política para crear una agenda de unidad nacional, la constante militarización del país, el servilismo de los gobiernos a los capitales de la muerte, el desprecio del Estado por las víctimas y la creencia de muchos en que la mano dura puede garantizar el orden, abren el camino a formas totalitarias que México no ha conocido jamás y cuyo espejo puede mirarse en el de la Alemania nazi o en el de las dictaduras latinoamericanas. De hecho, la manera en que los criminales están asesinando, las violaciones a los derechos humanos de las fuerzas armadas, la intención de aprobar la
Ley de Seguridad Nacional, que legalizaría la actuación del Ejército en territorio mexicano, la manera en que el Estado da la espalda a las víctimas y quiere borrar su memoria bajo epítetos que, con el estropajo del eufemismo, recuerdan los epítetos con que los nazis justificaban el exterminio: “bajas colaterales”, “criminales que se matan entre ellos”, “algo habrán hecho”, etcétera, insinúa ya el horror que puede establecerse como una cotidianidad cada vez más brutal y despiadada. Yo, junto con otros, no he dejado de buscar una salida a ese horror. Sin embargo, el nihilismo parece continuar el mismo derrotero que Dayán describe en su artículo al hablar de Weimar. Frente a él, en el centro del intolerable rostro que marcó sus horrendos rasgos en mi vida, escucho aterrado las palabras de Kierkegaard: “Un individuo no puede ayudar ni salvar una época: sólo puede decir que está perdida.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •
14 de octubre de 2012 • Número 919 • Jornada Semanal
Verónica Murguía De música y de sombras Una de las magias más evidentes, pero no por eso menos emocionantes de los libros, es que cuando son buenos nos hacen vivir las aventuras de otros. Ojos llenos de sombra, la convincente primera novela de Raquel Castro, es de ésos. Al finalizar la lectura sentí que algunas de las escenas descritas se mezclaban confusamente con otras de mi propia adolescencia: recuerdos de torpes iniciaciones amorosas, dudas horribles, borracheras pueriles y esa irrepetible, intensísima forma de escuchar música, de bailar y enamorarse. Los diálogos, espontáneos y risueños, contrastan con la voz en primera persona de una protagonista, Atari, que a veces se coloca a una analítica distancia de todos aquellos a quienes ama. Sabiamente, Raquel Castro ha dotado a su protagonista de una conciencia melancólica y precoz, matizada por un mordaz sentido del humor y una insólita capacidad musical. Atari —su padre le puso así por el juego de video– es la tecladista de un grupo de rock dark manejado por uno de sus hermanos y llamado El lado Oscuro de la Luna. El grupo es apodado, naturalmente, Helado de chocolate. La novela comienza justo al terminar un concierto, después de que el Lado Oscuro le abriera al grupo London After Midnight, cuando Atari busca un baño para encerrarse a llorar a pesar de haber tocado bien y ser la heroína de la noche. Atari es un nombre, digamos, curioso. Suscita burlas, comentarios, preguntas. Se padece. El nombre le ha enseñado a nuestra protagonista que no hay que tomarse todo a pecho, por más dark que uno sea. El padre, para registrarla como Atari, fue solo al Registro Civil. El acta fue la gota que derramó el vaso: la madre, indignada por ese gesto pueril y sabedora de la cruz que su hija cargaría por llamarse así, decidió divorciarse. La chica sabe todo esto y más.“Pensar en mí como la causa de un divorcio me aumenta las náuseas”, dice la pobre, en medio de un cruda mortal. Y cuando más tarde ve a su padre sin camisa y descubre que tiene un Pac Man tatuado junto al ombligo, se queda sin habla.“Me choca verlo más adolescente que nunca.” Atari es un personaje pulido y complejo; culta y socarrona, desconfiada e ingenua. Estudia clavecín en la Escuela Nacional de Música y es un compendio de rock. Ni se le puede encasillar en los estereotipos femeninos que infestan la literatura juvenil de nuestros días post Crepúsculo: “De hecho, creo que las femmes fatales son tan tradicionales y aburridas como las que cocinan pastelitos y esperan al príncipe azul, porque a fin de cuentas también se dedican a ser un cliché del tamaño del mundo y a reprimirse solitas para ser lo que los fulanos esperan de ellas.” Atari sabe bien lo que no quiere ser: no quiere vivir en la “adultescencia” y quedarse atorada en el pasado; no quiere ser la novia dócil ni la promiscua come hombres; no quiere ser sólo una intérprete clásica, pero tampoco la tecladista de un grupo mediano. Desea, sobre todo, lo que presiente que la hará feliz, pero no sabe bien qué es. Así es la novela: un contrapunto entre el humor sarcástico y el azote adolescente; entre el abandono emocional de los padres y la solidaridad extraordinaria de los hermanos gemelos que la criaron; entre las primeras heridas que causa la muerte cuando se lleva a quienes amamos y el milagro de la amistad; entre la independencia y la necesidad de ser correspondida. Gracias al aplomo con el que Raquel Castro permite que Atari nos guíe por el mundo dark, consigue que la narración corra con el ritmo ligero de los días cuando uno tiene diecisiete años. Hay
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Javier Sicilia
LA CASA SOSEGADA
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en esta novela, además, una afectuosa descripción de la escena dark chilanga: los atuendos, el maquillaje, el nombre de los grupos, los tatuajes, los discos primordiales y la historia del mercado del Chopo –la época en la que los puestos estaban de verdad ubicados junto a las puertas de este museo en la Santa María la Ribera es considerada, por Atari y sus contemporáneos, ¡historia antigua! La anécdota en la que Atari se tatúa por primera vez, con la complicidad de sus hermanos, es muy divertida, así como las compartidas con su amiga Bere. Ésta, irresponsable y algo frívola, compensa la naturaleza melancólica de Atari y la ayuda a tomar la última decisión, que conocemos hasta el final del relato. Ésta llevará a Atari por caminos desconocidos para ella y quienes la rodean. El camino para descubrir, por fin, qué necesita para ser feliz •
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Alonso Arreola alarreo@yahoo.com
De Descartes a Kant, Il Visore Lunatique “La Belle Indifférence”, primer corte del álbum Il Visore Lunatique (Intolerancia, 2012), comienza con una percusión grosera, como de hojalata. De inmediato advertimos la audacia que distingue a la banda tapatía Descartes a Kant, conjunto con gran solvencia técnica e iluminación estética que apuesta por ese instante en el que la forma puede fracturarse sin importar su madurez, ése en el que de golpe una ruta cambia sin pensar el nuevo destino...Y desde ya ofrecemos disculpas. Preferimos tales descripciones a la manoseada analogía del grupo con sus influencias (son demasiadas y normalmente encomiables). Sigamos. “Suckerphilia”, segunda canción, se derrama en múltiples secciones hijas del narcotizante delirio que propone. Punk-pop surcado por ostinatos repetitivos, sabe implantar al Moog en magníficas melodías y ritmos engendrados en el swing. Aplaudimos el sonido de Andro (teclado) y Memo (bajo). Nos gusta su letra: “If you give me a kiss that means nothing at all, then I will write you a song that means nothing at all.” (“Si me das un beso que nada significa, entonces te escribiré una canción que nada significa.”) Líneas próximas a “Buy All My Dreams”, contrastante ejercicio cuyas partes aparecen bien anudadas, como las prendas de un mago ebrio. Programaciones, aplausos, guitarras y bajos distorsionados, líneas rectas formando cuchillos que nunca hieren el espléndido trabajo vocal de las talentosísimas Sandrushka, Dafne y Cristina. Entonces un giro de tuerca:“The Peter Pan Syndrome”, joya que resalta la mejor cualidad del conjunto: una atípica relación entre letra y música, elementos que corren sin ir tomados de la mano pues se trata de la ilustración que uno hace del otro, a distancia, tendiendo no puentes sino drenajes para el flujo emocional. Así las cosas, ¿radica en el puro atrevimiento el buen eco de sus discos y presentaciones en México, Estados Unidos y Sudamérica? En parte, pero hay otros elementos de Descartes a Kant que no tienen parangón. Verbigracia: el performance, el desarrollo escénico que trabaja con la misma fijación con que aborda al aire. Coreografía, vestuario, maquillaje, videos usualmente oscuros, todo se reúne para lograr un espectáculo onírico, efectivo, en el que sólo faltan el trapecista y la mujer barbuda. Sampleos, teclados que lijan el oído sacando chispas, así inicia “The Robbery”, pieza que nos asalta con tímbricas bien diferenciadas al resto de la colección. Su letra es clara y contemporánea: “You may think I’m crazy for the cash… The only reason why I’m here inside this shit that shakes my teeth is the rush when I look into your eyes, this fear I smell that makes me feel that I’m the one”. A su paso, “Bluish”, en cambio, es un respiro, un vals de muñecas rotas, un perro dormido que despierta a ratos, feroz, para luego caer rendido. Otro ejemplo, como la cortísima “Starfucker” –donde destaca Jorge Chávez en batería–, de que para Descartes a Kant la meta no se consigue cuando las canciones adquieren redondez, sino cuando se pueden transfigurar con violencia. Avanzando más,“Cut It Off” se revela como un poema de dos minutos del que podría enorgullecerse Arcade Fire (si los de Arcade Fire habitaran mundos rasgados, menos cómodos para la reflexión y la melancolía): “If you kiss me once, I will kiss you twice. If it’s not enough I can give you a bite.” De lo más afortunado que han compuesto. “Convince Me”, la siguiente, es un panal de abejas roto sobre la pista donde bailan Travolta y una prostituta amante de los estoperoles.
Calle con baches, pared agujereada por arrepentidos clavos, eso también es Descartes a Kant, un lienzo roto con puños de exitosa especie. Así lo prueba el último track: “You May Kiss The Bride”, musical de casi nueve minutos que lo mismo pasa por Pink Floyd que por Bertolt Brecht y Andrew Lloyd Webber; que a ratos regala un baile de tap (cortesía de Leonora Enríquez) salido del Cotton Club, o al resignado Gershwin mirando por la ventana de su apartamento en Nueva York. Historia de abandono que se construye frente al psiquiatra, se antoja imposible en la mente de músicos tan jóvenes; nos pega en la cara con un barroco recordatorio: en este país hay genialidades gestándose allí, más abajo, a un lado, al fondo a la derecha, en el sótano, lejos del colorido lobby en donde, políticamente correctos, brindan quienes soberbiamente pretenden decir qué es lo hecho en México. Dicho esto, lector, lectora, cuando esté en plan “volvámonos locos” y quiera sorprenderse con otro tipo de rock, consiga este objeto planeado y grabado durante tres años, diseñado externamente por Nobabel, en donde habitan nueve canciones cortas y un musical basados en los textos de Victoria Dickens. Si se arrepiente puede reclamarnos. Y discutiremos •
Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
De alimento intelectual Será trimestral, a ritmo de una entrega por cada estación del año, y hasta el momento hay dos –primavera y verano– a disposición de un público lector que hará muy bien si decide hacerse tanto con éstos como con los próximos números de Icónica, revista concebida y generada por los actuales titulares y miembros del equipo de trabajo de la Cineteca Nacional. La suprascrita especificación “los actuales” no es mera definición situacional, sino un modo de anticiparse a los incógnitos brincos que muy pronto puede dar el directorio cineteco, en virtud del inminente cambio de “administración”, pues mala cosa sería que la revista muriese con apenas dos o tres números de vida, al mexicano son sexenal del “quítate tú para ponerme yo” y la consecuente reinvención del Universo todo. Si la movedera es inevitable, como suele ser, ojalá no incluya la remoción de un proyecto bien hecho y más que necesario, que ambas cosas es esta Icónica de apellido breve y claro: “pensamiento fílmico”. A manera de editorial, en el primer número destaca la definición global del esfuerzo: siguiendo al insoslayable André Bazin, los editores nos/se preguntan “¿qué es el cine?”; en respuesta señalan la irresolubilidad aneja a un cuestionamiento de tales dimensiones y, con total pertinencia, sostienen que al tener el cine “poco más de un siglo, es probable que apenas estemos aprendiendo a pensarlo”. Acto seguido, declaran la intención de ensayar nuevas perspectivas y “desmenuzar” al muy traído y llevado séptimo arte “desde tres ángulos: movimiento, tiempo y volumen (o profundidad)”. En términos editoriales, la estructura de la revista es convenientemente sencilla y ortodoxa: va por delante un dossier –en el primer número, el ya descrito neobazinianismo, por así decirlo; en el segundo,“la tradición milenaria del cine japonés”–, le sigue un apartado robusto “de textos sueltos”, ensayos sobre todo pero también entrevista, como la realizada a Lucrecia Martel en el número 1 y que, como dice Nelson Carro –y felizmente, se agrega aquí–, tratándose de un texto largo, es “un acto de resistencia en estos días de inmediatez”. Bien puede ser esta última definición la que mejor define al espíritu evidente de la revista: vocación de reflexión, gusto por la elocuencia, vivo interés por la exposición y el manejo de ideas, antes que por la revisión imposiblemente exhaustiva del tout cinematographic de cada temporada, si bien ha podido colarse por ahí un poco explicable –y de seguro estrictamente personal– resentimiento contra la intelectualidad, precisamente en una revista compuesta por textos de carácter intelectual, como si todavía padeciéramos, como sociedad, ese suicida repeluz que a Unoqueotro le provoca el uso sistemático de las neuronas y de todo aquello con lo que han sido nutridas. Empero, desliz de antiintelectualismo con disfraz irónico aparte, estos dos primeros números de Icónica deben ser saludados como lo que son: repletas cantimploras con que aminorar la sed ya adulta de discursos para/meta/fílmicos inteligentes, propositivos y bien pensados, en medio del saharesco páramo donde reinan las estrecheces del textito opinador, el facilismo cartelérico y el dictum de la inopia teórica y conceptual tristemente encumbrada por ciertos medios masivos. Bien por Abel Muñoz, director; José Luis Ortega y Mauricio Matamoros, editores; Jorge Ayala Blanco, Carlos Bonfil, Nelson Carro y Abel Cervantes, miembros del consejo editorial, así como por los colaboradores que abordan, aquí
CINEXCUSAS
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BEMOL SOSTENIDO
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–para mencionar solamente parte del contenido de la última sección,“crítica”– desde documentales como El lugar más pequeño hasta spielbergiadas como Las aventuras de Tintín o inefabilidades tipo Atrapen al gringo, pero sin dejar de lado obras maestras como El caballo de Turín ni soslayar insoslayables como Melancolía, Indiferencia o Misterios de Lisboa.
De postre un plato fuerte Ya entrados en buenas lecturas cinematográficas, hinque usted el diente de sus ojos en Las cinco claves de la cinematografía. Técnicas para la realización fílmica, del cinefotógrafo y maestro Joseph V. Mascielli, traducida por Magdalena del Carmen Uribe Jiménez con la revisión técnica de Israel Pasco Saldaña. El célebre libro de “las cinco Ce” no había estado disponible en español, es decir, en una traducción completa y correcta como ésta que ofrece el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la unam . De cabecera para todo cinerrealizador que se respete, así como revelador y altamente instructivo para quien desee comprender el cine desde perspectivas más amplias que las de un mero espectador desavisado •
arte y pensamiento ....... GALERÍA
14 de octubre de 2012 • Número 919 • Jornada Semanal
Rodolfo Alonso
Un poeta de Egipto Tu cuerpo, esa visita incierta, vino como una sombra adornada por tu ropa y se desnudó para aislarse en su propio rincón. Déjalo en la confusión de los tiempos y aléjate quiero descubrir su secreto dialogar con él por medio de mi boca y mis manos para que evoque su infancia la edad previa a los recuerdos las palabras que no fueron pronunciadas los torbellinos de sangre alegre de la juventud olvidando mañana, su aurora y su tarde. Si fuera un tigre hambriento le daría una copa de vino y encendería fuego en la chimenea. Si fuera una yegua desatada con sus crines al viento la seguiría en el espejismo y la buscaría hasta el fin de los tiempos para regresar con ella pero sin domarla: ¿cómo atrapar un relámpago? ¿cómo encadenar la brasa del alma?
Escultura
Ahmad Abdel-Muti Hiyazi Ese cuerpo, tú no lo posees. Tú no lo eras, ese cuerpo, cuando entraste de pronto en mi cuarto, y te sentaste en mi silla.
Sin embargo, bailo con ella toda la noche hasta el amanecer cuando ella revive como mármol despierto, desligada, libre,
Felipe Garrido
Me serví un café, encendí el puro, tomé un libro, por un rato me dejé llevar. En aquella ribera, Lucía era más encantadora, pero se veía –me sentí observado, mas no quise detenerme– cómo su carne era carne de otros tiempos, ambarinada por la influencia ambarina del aire añejo y del reluz del mar. La impresión era demasiado intensa y tuve que suspender la lectura. Eché un vistazo en mi derredor. Los gatos no estaban y había apagado el televisor. Toda vestida de blanco, despertaba la envidia... Sentí de nuevo que alguien me miraba. Me puse de pie, con la taza en la mano. Una luz de ámbar se desprendía de la lámpara. En la pared que estaba a mis espaldas había unas manchas; eso no tenía nada de particular; era húmedo el departamento. Tomé un gran trago de café. Poco a poco me di cuenta de que había dos pequeñas marcas en el muro que se me imponían. Fijé la vista en ellas y me devolvieron la mirada. De rodillas, comprendí que otra Lucía me observaba •
Cada vez que el cuerpo extiende una pierna o suspira o descubre su blanco pecho o acaricia su cabellera negra el tiempo se detiene un instante y retoma su ritmo cubriendo de sombras las frescas colinas y de luces las cimas como una fuente que corre se vuelve transparente sobre los guijarros y sombra entre las sombras haciéndose espuma finalmente. Le he dicho al cuerpo cuyo ardor se ha calmado durante la noche y que se ha vuelto una idea en mi cabeza: –Vuelve a ser lo que eras, mi dueño. Pero aquello que fue nunca regresa. Versión de Jean-Clarence Lambert y Rodolfo Alonso
Rogelio Guedea
MENTIRAS TRANSPARENTES
Lucía
feliz en un tiempo eterno, revelando su corazón y buscando su deseo perdido en las tardes y los jardines solitarios dibujando con su desnudez interior imágenes que aparecen una tras otra sobre sus miembros como los velos transparentes de sombra y de luz que caen en lluvia de crepúsculo sobre sus hombros y hacen como que respiran sobre ese cuerpo al que visten y /desvisten.
rguedea@hotmail.com
Sucesiones Siempre vuelvo a las Fábulas de Esopo. Son de una efectividad a prueba de balas. Ahora que estamos en tiempo de sucesiones sería bueno recordar aquella titulada “Las ranas pidiendo rey”. Para el que no la conozca, la resumo así: eran unas ranas que vivían en una charca, pero no se organizaban. Entonces a una se le ocurrió implorar a Zeus que les enviara un rey que pusiera orden. A Zeus no se le ocurrió mejor cosa que mandarles un grueso leño, que cayó partiendo el agua en dos. Asustadas, las ranas primero se escondieron, pero luego, como vieron que el leño no se movía, brincaron encima de él, escupiéndolo. Las ranas pensaron que se trataba de una burla de Zeus y pidieron otro rey. Zeus, entonces, les mandó una serpiente, que era emprendedora pero que, en un santiamén, las devoró a todas. Para aquellos que no hayan extraído la enseñanza de esta fábula ejemplar, el propio Esopo nos la da, y dice: a la hora de elegir a los gobernantes, más nos vale escoger a uno sencillo y honesto, en lugar de a uno muy emprendedor, pero malvado y corrupto. Porque así nos va •
AL VUELO
Ahmad Abdel-Muti Hiyazi es uno de los poetas más destacados de Egipto, trabaja en el departamento de estudios arábigos de la Universidad de París y ha publicado cinco libros de poesía, entre ellos Ciudad sin corazón. Hiyazi nació en 1935, en una pequeña aldea del Delta del Nilo, cursó estudios en una escuela normal y su origen modesto lo hizo sensible a la miseria del pueblo, con lógico resultado: se volvió militante socialista al mismo tiempo que poeta. Otros de sus libros publicados son Aurés y No queda sino la confesión. El mismo Hiyazi, en cambio, me dijo alguna vez que podía escribirle al legendario diario Al Ahram, en El Cairo, y me transmitió, sin proponérselo, por pura ósmosis, como acaso lo lograban los místicos antípodas de nuestras civilizaciones comunicantes, en los tiempos heroicos, una serena y profunda inmersión en la poesía como experiencia de vida y de lenguaje. Eso que por aquí hace ya tiempo que –por desdicha– andamos extrañando.
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Gutiérrez Vega: gozo y memoria del teatro La memoria que Hugo Gutiérrez Vega le ha expuesto al director, dramaturgo y ensayista David Olguín, a través de una serie de conversaciones presentadas en primera persona, en un aliento único y continuo que sólo conoce la pausa de la memoria gráfica hasta llegar a la Cronología que elaboró Lucinda Ruiz, tiene varias lecturas que vale la pena distinguir porque ponen en evidencia la necesidad de consolidar una historia múltiple, cruzada, paralela y compleja de nuestro teatro, sus protagonistas, creadores y críticos, sus investigadores, la gravedad de sus instituciones y la heterogeneidad que tan a menudo enriquece nuestro teatro con la voz y la mirada de lo extranjero. Este libro, Hugo Gutiérrez Vega, de David Olguín, coeditado entre ediciones El Milagro y la Universidad Autónoma de Nuevo León, se inscribe en la colección Memorias y es el segundo diálogo que el autor sostiene con uno de nuestros protagonistas. La primera intervención fue con Olga Harmony, titulado Olga Harmony, conversaciones con David Olguín, donde supo transmitir el poder intelectual de alguien que ha recorrido prácticamente todos los territorios del mundo escénico, desde la interpretación, la investigación y el juicio crítico. Ludwik Margules, conversaciones con Rodolfo Obregón, es un testimonio sobre la enseñanza y la recepción del teatro en ese mundo de Europa oriental, realizado con pasión, bajo un aliento shakespeariano sobre quien, a su llegada a México, se convirtió en uno de los pilares de nuestra escena moderna como pedagogo, director y traductor, así como nuestro contacto con una especie de teatro que va de los rusos a los franceses, a los checos y desde luego a los polacos. Pasó lo mismo con el estupendo diálogo que hizo Alegría Martínez con Juan José Gurrola y Antonio Crestani con José Luis Ibáñez y, aunque está en el rubro de “Especiales”, el de Alejandro Luna, escenografía, prologado por Hugo Hiriart y con introducción de Vicente Leñero.
....... arte y pensamiento Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
Son trabajos sumamente valiosos que ahora son iluminados por un hombre de teatro que tiene la cualidad de observar desde varios puntos de vista, y uno de ellos es una forma de historicidad que consiste en devolvernos las actuaciones que en su momento fueron definitivas (bajo formas de invisibilidad entonces, y que hoy son corpóreas) para ofrecer un rumbo al teatro mexicano, tan carente de espacios como ayer, aunque parece que las razones tienen una alta dosis de mezquindad, a diferencia de la pobreza de décadas atrás. Gutiérrez Vega observa desde la visión del actor gozoso que parece festejar a cada instante la viveza de los textos, la fortuna de los momentos que lo colocaron frente a obras inolvidables que se fueron transformando con los años. Sin embargo, no hay biografía, sino memoria en primera persona, y toda autobiografía es la versión dinámica de uno mismo apoyada por todo el despliegue documental del que puede hacer gala el recuerdo de una mente ordenada: fotos, testimonios, amigos, asuntos periodísticos, académicos, civiles, bancarios, de servicios. En la mente de Hugo Gutiérrez Vega existe todo este diapasón de la existencia, activado por un amplio registro, que se ejerce en la transversalidad donde el memorialista es capaz de recordar a otros protagonistas que, como él, están escribiendo la historia y el presente. En este libro, Hugo Gutiérrez Vega no se presenta bajo la forma de un diálogo inquisitivo que muestre del otro lado a un Olguín que pregunta y se exhibe, sino que ofrece varias aproximaciones que vale la pena detallar porque tiene mucho de historia reciente, de política cultural, de revisión de nuestra historia literaria, de nuestras ideas sobre el teatro y, por supuesto, de una vida intensa y amo-
Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Contrastes (ii y última) El presidente presunto y el presuntamente electo se reúnen para hablar de “seguridad”. La reunión recibe atención de los medios, particularmente de los graves lectores de noticias que siempre cantan logros del gobierno –el gran socio, el gran padrino– y subrayan inauguraciones, pero son incapaces de retratar la realidad del despeñadero nacional donde se estrellan las esperanzas de la gente, su poder adquisitivo, su seguridad personal. La reunión, dicen con tono falsamente optimista, es para que las estrategias de seguridad del gobierno, ésas que se traducen en seis larguísimos años de una carnicería espantosa e inútil, encuentren en el relevo transexenal un cauce de continuidad para asestarnos otro tanto de espanto y muerte. Con eufemismos tontos esconden la verdad de la amenaza: van a seguir los inútiles retenes que se ponen después de la balacera o del hallazgo macabro de cadáveres despedazados, más para amedrentar a la población que para capturar a los verdaderos criminales; continuarán las balaceras de madrugada que luego nadie menciona, precisamente, en un noticiero; seguirán vertiéndose miles de millones en la barriga sin fondo de las policías y las fuerzas armadas y también, aunque tampoco lo dicen los presuntos dueños y modeladores de la verdad, México seguirá siendo territorio de muerte para el periodista. Bien se guardan, también, los lectores de noticias, de señalar que ambos presuntos presidentes, el saliente y el que inevitablemente llega, son espurios, ladrones del poder político, figurines a modo de intereses extranjeros y empresariales. En cambio resaltan sus frases ocurrentes o amistosas, las opiniones que trazan el rumbo que invariablemente es una espiral hacia abajo, pero que
LA OTRA ESCENA
ellos, todos ellos miran con otros ojos, de gráfica de inversionista. Y mientras toda la farsa sigue en pie y todos sabemos de qué pie cojea, en Coahuila asesinan al sobrino de un capo y en respuesta, horas después, asesinan al hijo de un exgobernador y exdirigente partidista famoso por tener más cola que un banco en quincena. En el ínterin de tan aciagas noticias, el tartufo, adicto a la mentira que siempre respaldan las televisoras, da banderazo tardío a una campaña de vacunación para tratar de hacer algo contra el virus del papiloma humano que asuela a una gruesa franja de la población joven y sexualmente activa sin que, en demasiados casos, las afectadas se den por enteradas. Hay una inexcusable y alta cantidad de casos de cáncer cérvico uterino en el país, una enorme y creciente cantidad de casos de infección de enfermedades sexualmente transmisibles y una multitud de madres adolescentes, saldo criminal de al menos doce años de desgobierno de la derecha recalcitrante y la influencia, en las más altas
rosa donde se da tiempo para hacer un retrato de su vida doméstica, emocional, filial y parental. Gutiérrez Vega entrega un texto sin concesiones, personal y sincero, que se atreve a navegar en las aguas del ensayo literario e histórico, el testimonio, la crítica artística y la crítica de las políticas culturales, teatrales y universitarias. También es un texto cruzado por la vocación múltiple que supo aceptar el asedio de sus múltiples talentos y vocaciones: y se entregó a todas. La Cronología que elaboró Lucinda Ruiz es un mapa temporal de los caminos del poeta y permite el cotejo de múltiples alusiones. A través de este libro es posible explorar algunos caminos de nuestra historia literaria, teatral y cultural, así como las ideas estéticas en torno al teatro y la poesía que dieron rostro a la segunda mitad del siglo xx •
CABEZALCUBO esferas del poder en México, incluidas las televisoras, de un clero católico retrógrada y revisionista que siempre se opuso con gritos, filípicas y casullazos a la implementación de programas oficiales de salud reproductiva, educación sexual, métodos profilácticos, anticonceptivos y de control demográfico. Mientras la propaganda propala el discurso pseudosanitario del pseudopresidente en una pantalla de televisión puesta en la sala de espera para tratar de mitigar la desesperación de la gente que va a sufrir a una especie de purgatorio en la Tierra, una derechohabiente del Instituto Mexicano del Seguro Social arriesga perder la silla para ir al baño en una clínica del imss . Uno pensaría que, puesto que se trata de un espacio hospitalario, ese baño puede ser humilde, de piso de cemento y quizá apenas con una sencilla mano de pintura, pero debe estar limpio. Lo que la mujer encuentra es un asco, excremento que topa los escusados, mierda embarrada en los muros, un hedor insoportable. En un hospital del gobierno de ése que se llena el buche de hablar de salud, los baños son un pestilente foco de infección donde el jabón o el papel sanitario son inexistentes, no hay agua corriente ni se desinfecta el espacio, sin mencionar la porquería de atención de la mayoría de las enfermeras y no pocos deshumanizados médicos. El responsable, nos dicen, es el administrador. Claro que esto no sale en la tele, ni lo padecen el tartufo ni sus compinches, sino la gente, la que en una atestada sala de espera, sin sillas suficientes ni cómodas, sin baños dignos, sin agua y sin amabilidad, ve la tele con resignación, con vacuno gesto de ausencia, mirando al hombrecillo que enhebra, rodeado de guardaespaldas y batas blancas, su maldito discurso mendaz •
ensayo
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uando se organizan las tardes de zona mixta entre periodistas e integrantes de la Selección Mexicana de Futbol en el Centro de Alto Rendimiento, nos damos cuenta de que los jugadores no son los únicos que practican meter el cuerpo y el hombro, o colgarse en algún descuido del contrincante. Los reporteros hacemos lo mismo, pero sin técnica ni estilo y agregando el codazo, para tomar las declaraciones. Es clásico que varios de los jugadores contesten en automático, con cara de aburridos, porque casi todos les preguntan lo mismo. Generalmente se me quedan viendo unos segundos antes de contestarme, porque les hago preguntas que relacionan a la ciencia con el deporte que deja más ganancias en México. Como siempre me ha llamado la atención el gol que le hizo el brasileño Roberto Carlos a la selección francesa en 1997 ‒parecía que el balón iba a salir del campo y en el último momento se curvó para clavarse en la portería‒, recientemente le pregunté al ahora Balón de Oro, Oribe el Cepillo Peralta, si durante los entrenamientos dedican tiempo a ejecutar esta clase de chanfles. “Desde las fuerzas básicas nos enseñan a hacerlos, cómo pegarle al balón. Sí entrenamos continuamente esos tiros con efecto, son parte de las prácticas”, contestó antes de medio cerrar los ojos al ser lampareado por la luz de una cámara. Muchos mexicanos no olvidaremos uno de esos goles espectaculares que en julio del año pasado hizo que nos abrazáramos con quien teníamos junto, fuera conocido o desconocido: el gol olímpico ejecutado por Jonathan Espericueta, contra Alemania, en la semifinal del Campeonato Mundial de Futbol Sub-17. ¿A qué leyes físicas obedece que una pelota cambie de trayectoria? Antes de entrar en ese tema, cabe aclarar que la información ofrecida en rueda de prensa por un grupo de científicos franceses en septiembre de 2010 para explicar cómo ocurrió el gol de Roberto Carlos, no fue ninguna novedad. Antes de esa fecha ya se habían publicado artículos sobre el tema y los astrónomos mexicanos Javier Ballesteros y Marco Martos ya habían dado entrevistas al respecto. En marzo de 2010, puntualizaban a Canal 22 que las combas de los balones obedecen al Principio de Bernoulli o Efecto Magnus, el mismo que se aplica al vuelo de los aviones. El científico Daniel Bernoulli en el siglo xviii relacionó la velocidad de un fluido con el aumen-
Ilustración de Juan Gabriel Puga
to o disminución de la presión (el golpeteo de las moléculas que componen un cuerpo sobre otro), lo que ha sido tomado en cuenta para diseñar las alas de las aeronaves. Cuando las partículas del aire chocan contra las alas al pasar por la parte superior ‒que incluye una curva en su geometría‒, recorren un trayecto más largo que aquellas que van por la superficie inferior plana. Esto las obliga a aumentar su velocidad para reencontrarse con las que se desplazan por abajo. De acuerdo con Bernoulli, a mayor velocidad la presión es menor, y a menor velocidad la presión aumenta. ¿Qué se concluye de esto? Que en la parte inferior del ala hay mayor presión, y eso mantiene al avión suspendido en el aire (fuerza de sustentación), sin ser “jalado” hacia la Tierra por la gravedad. Antes de extrapolar este principio al deporte, vale la pena recordar lo que Eduardo Galeano señala en El futbol a sol y sombra: “La pelota tienen sus veleidades, y a veces no entra al arco porque en el aire cambia de opinión y se desvía”, pero cuando sí entra, por lo general da lugar a golazos. Marco Martos, investigador del Instituto de Astronomía de la unam , asegura que, para ejecu-
Los tiros con chanfle y el Principio de Bernoulli Norma Ávila Jiménez
tar su gol, Roberto Carlos le pegó al balón en la parte derecha, con la parte externa de su pie izquierdo. “A una velocidad de 110 km por hora, la pelota salió girando en sentido contrario al de las manecillas del reloj y hacia la derecha de la portería.” Se configuraron dos corrientes de aire: el remolino que se formó alrededor de la pelota por ir girando, y el viento que se contrapuso a su avance, informa José Manuel Posada de la Concha, en el artículo “De goles a goles”, publicado en la revista ¿Cómo ves? Estas dos corrientes sumaron sus líneas de velocidad en el lado izquierdo del balón, lo que se tradujo en menor presión allí, mientras que en el lado derecho, donde fue golpeado, se restaron: la presión, entonces, aumentó. Eso provocó que la pelota se curvara hacia la izquierda y terminara metiéndose en la portería. Si el balón hubiera sido golpeado por la parte izquierda, habría girado en el sentido de las manecillas del reloj en dirección al lado izquierdo de la portería y finalmente se habría curvado hacia la derecha. Si se le hubiera pegado en el centro, simplemente habría avanzado hacia adelante, sin giro. Néstor Araujo, defensa del Cruz Azul y medallista olímpico, en entrevista habla de su experiencia ante los tiros con chanfle: “Son muy rápidos; es afortunado si logras adivinar para dónde van por la inclinación del cuerpo del delantero y es cuando alcanzas a taparlos con la cabeza o el cuerpo. Pero generalmente no podemos hacer nada; son muy potentes.” Además de las consecuencias producidas por el Principio de Bernoulli, la trayectoria que toma el balón está influida por la altura de la ciudad donde se juega, la fuerza del viento y su propio peso. Acerca de los inconvenientes provocados por un fuerte viento en un partido, en una ocasión Paco Palencia me comentó que le pueden pegar con fuerza a la pelota, y se les regresa hasta diez metros, o el arquero quiere despejar, y se le regresa veinte. Sobre el peso, cabe recordar los dolores de cabeza que detonó en varios de los participantes de Sudáfrica 2010 el ligero Jabulani, difícil de controlar. El Tri está disputando su pase al Mundial de Río de Janeiro; ojalá regale uno de esos goles con chanfle y consiga la calificación. Porque, como decía el Negro Fontanarrosa: “Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tu tía” •
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