La jornada Semanal

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El placer

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 25 de noviembre de 2012 ■ Núm. 925 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

postmodernidad

M useo de la M emoria : el derecho a la dignidad Para leer a W illiam O spina

en la trampa de la

F abrizio A ndreella


bazar de asombros EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ, PUERTORRIQUEÑO UNIVERSAL ( ii y última )

Lúcido y certero, Fabrizio Andreella identifica la paradoja contemporánea de que, siendo eminentemente hedonista, nuestra civilización occidental sea incapaz de “disfrutar plenamente las delicias de la vida”. En el ensayo que proponemos a nuestros lectores, Andreella explora “las figuras del deseo, la excitación y el placer” que participan en esa carrera, teñida de absurdo, contra el aburrimiento y el tedio de los que nuestra sociedad de consumo huye como de la peste. Publicamos además una entrevista con Ma. Teresa Andruetto, primera autora en lengua española en recibir el Premio Hans Christian Andersen, conocido también como “el pequeño Nobel”. Completa el número un artículo del argentino Rubén Chababo sobre el Museo de la Memoria en la ciudad de Rosario, instaurado en el mismo inmueble donde la junta militar de los años setenta torturó y asesinó a un número indeterminado de personas. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Son muchas las afinidades que Edgardo tiene con escritores de distintas épocas y de varios países. Su formación en colegios religiosos le permitió acercarse a los clásicos y más tarde a los escrito­ res católicos, especialmente a los franceses y a los ingleses. Aunque su temática es muy diferente, algo hay en la obra edgardiana (como autor de una saga novelística tiene derecho a esa clasificación) de la tensión espiritual de Mauriac y de Bernanos. Con el primero comparte las angustias del sen­ timiento de culpa y el consuelo de la compasión. Bernanos le entrega su noción de la gracia, su idea del pecado y de la presencia de Satán en el mun­ do y en las ateridas almas de los hombres. Ches­ terton y Graham Greene son sus compañeros en la mirada irónica, en la búsqueda de la verdad, en la construcción de las tramas y en la disciplina necesaria para escribir de un modo profesional. Pienso que en estos menesteres y gajes del oficio, Greene ha sido inspirador para Ed­ gardo. Las primeras novelas muestran una madurez inusitada. La renuncia del héroe Baltazar (obra llena de ironía y de inteligencia), La larga noche del niño Avilés (en ella triunfa la compasión) y El viaje a Yolaida, intregran un ciclo en el cual la infancia del autor y la reali­ dad humana del mundo antillano se unen para crear una saga novelada de los aspec­ tos más urgentes de la condición humana. Así como en la crónica se identifica con Mailer, Capote, Vidal y Monsiváis, en su segundo ciclo novelístico se afilia al partido de Dashiell Ham­ mett y de Raymond Chandler (sin apartarse de Greene) y nos entrega tres novelas que van más allá de lo policíaco: Cartagena, Sol de medianoche y Mujer con sombrero panamá. He comentado ampliamente las dos primeras y estoy leyendo El espíritu de la luz. Pienso en dos personajes de Cartagena y de Sol de medianoche, Alejandro y

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Hugo Gutiérrez Vega

el detective privado que, a su playero modo, ho­ menajea a Chandler y a sus seres de ficción. Am­ bos son representantes de distintos modos de vida en la isla preciosa, vejada y humillada. Sin embar­ go, los personajes más entrañables de este ciclo son las mujeres. Todas, desde la pálida aristó­c rata y sus ahogados orgasmos, hasta la hermosa criolla de grupa empinada y de absoluta seguridad en sí misma. Al igual que Ibsen, Edgardo es un escritor de seres femeninos. La fascinación por ellas y sus misterios ocupan una buena parte del alma de nuestro escritor. En un libro de ensayos, Mapa de una pasión literaria, Edgardo hace un recuento de su vida y sus trabajos. Nos cita a sus escritores admirados: Lezama, Carpentier, Palés Matos, Waugh, Greene, Claudel, Fuentes, García Már­ quez, Borges, Walcott, Césaire, Naipaul, Lowry, Bowles, Carver, Auster... y aventura una teoría de Puerto Rico y de su azaroso na­ vegar por el agua antillana. En estos ensayos habla de De Hos­ tos, el maestro que defendió el ser intransferible de lo caribeño y, por extensión, de lo latinoame­ ricano y, en las siguientes pági­ nas, se pone las botas de siete leguas y recorre el mundo y los tiempos para explicarnos su pa­ sión por la literatura y el cine. La piscina es la última novela de Rodríguez Juliá. La leí (y gocé) en una noche para preparar mi presentación. ¿Va a inaugurar con ella su tercer ciclo novelístico? No me atreveré a preguntárselo, pero espero que así sea, pues este texto que parte de la muerte del padre para iniciar la búsqueda del padre abre la puerta a un nuevo grupo de persona­ jes, sobre todo de seres femeninos que llevan en sus manos los ritmos de la vida. jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Postmodernos excitados Ilustración de Sykotik Scarecrow

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BITÁCORA creación BIFRONTE RicardoVenegas

MANDELA Y LA PAX En Los hijos de los días (Siglo xxi, 2012), del uruguayo Eduardo Galeano, un calendario en el que de cada día brota una historia, se consigna un tema relevan­ te: Nelson Mandela y el terrorismo. Muy pocos sa­ bían que Mandela figuró en la lista de terroristas peligrosos para la seguridad nacional de Estados Unidos durante sesenta años; obtuvo el Premio Nobel (compartido con Frederick Leclerc en 1993), ya era presidente electo de Sudáfrica y todavía era considerado como tal. Y aunque la humanidad ha realizado una travesía que ha costado la vida de mu­ chos para conocer el valor de la libertad, parece, en lo cotidiano, que la dignidad del hombre y el res­ peto por la vida valen menos que un cacahuate. La paz es una metáfora persistente, un mito que nadie sabe en­contrar (esto,claro,nunca lo va a acep­ tar la clase política, que nos ve la cara de números, no de personas). Con la claridad de homenajear la lucha por la dignidad humana, y con Nelson Mandela como emblema, un grupo de artistas plásticos, coordina­ dos por la fotógrafa Maricela Figue­ roa, realizaron un mural para donarlo a la Universidad Pedagógica Nacional (Campus Galeana). María Antonieta de la Rosa, Abraham Villaseñor, Lua

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Rivera, Ángel Valtierra, Raissa Aguilar y Mario Gutié­ rrez fueron, a su vez, apoyados por Eréndira Izquier­ do, Alan Daniel Cabello y Cosette Hábito, y la inspi­ ración musical de Cipriano y Miguel Izquierdo. En la obra se traslucen pasajes de la historia de la hu­ manidad que marcan la oscuridad y la luz de la ci­ vilización. Al ciudadano –parecen decir los autores de este significativo y latente mural– lo mismo se le secuestra, se le asesina, se le desaparece o se le vende; hay muerte, pero también hay esperanza y muchos sueños como aves nacidas de las manos. Hay osamentas de muertos insepultos, las armas bendecidas por el clero, palabras muertas de una

marcha sin fin, caravanas de seres buscando un co­ razón de humanidad. Somos testigos de una descomposición sin nombre. Del crimen contra un niño en una sala de cine a la indiferencia como forma de vida, no hay mejor camino. Quizás éste sea el hartazgo de la antigua Roma: engullir y beber hasta el vómito; vivir para seguir viviendo, amputados de un “ape­ tito de misterio”, diría León Bloy. Imposible evitar al enorme Efraín Huerta, tan vigente, con su inmortal “Avenida Juárez”: “Pues todo parece perdido, hermanos,/ mientras amar­ gamente, triunfalmente,/ por la Avenida Juárez de la ciudad de México/ –perdón, Mexico City–/ las tribus espigadas, la barba­ rie en persona,/ los turistas ado­ radores de Lo que el viento se llevó,/ las millonarias neuróticas cien veces divorciadas,/ los gángsters y Miss Texas,/ pisotean la belleza, envilecen el arte,/ se tragan la Oración de Gettys­ burg y los poemas de Walt Whitman,/ el pasaporte de Paul Robeson y las películas de Charles Chaplin,/ y lo dejan a uno tirado a media calle con los oídos despedazados/ y una arru­ gada postal de Chapultepec/ entre los dedos.” •

MONÓLOGOS COMPARTIDOS Francisco Torres Córdova

SEIS AÑOS DESPUÉS Ya no es la que era. Ahora no es una sino una enci­ ma de otra, y otra y una más y otra que salta a los caminos sin dar su santo y seña, y a punta de meta­ les en un instante hace de las casas ruinas y desier­ tos, grumos de polvo y sangre y pedazos de fami­ lias. Ahora afila sus sombras sucias en el día y en la noche deslumbran sus cóncavos espejos. Ya no es la vieja puntual del rito y de la honra, la de las múl­ tiples edades, la íntima y severa que acierta su momento con la vida, sino otra, alta, robusta y es­ pumosa, fermentada a cielo abierto, alerta al olor de la riqueza que la excita y que venera en la zafia opulencia de sus joyas, erizada, torneada por los duros pedernales del poder y la miseria. Ahora an­ dan orondas sus violencias que dejan en el aire las miradas de los ojos que cercena, las letras que rompe de los nombres que silencia, las manos cris­ padas que arranca a las caricias que serían. Esta muerte ahora aquí no acaba de morirnos; en cada

ftorrescordova@yahoo.com

rostro que muerde nos refleja, en cada vientre que socava nos repite. Le da la espalda a la ceniza y a la tierra, al recuerdo dolido y amoroso, y se queda a zumbarnos sorda en los oídos, sin ojos a mirarnos a los ojos, sin aliento a cortarnos el aliento y descar­ nada a encarnarse en retóricas de cifras y discursos. Soberbia y concentrada serpentea por las calles, se mete en los bosques y selvas, se tiende en los patios y cocinas, y en pesados escritorios de gran­ des y lujosos edificios acuerda y afina sus gobier­ nos y múltiples mercados y codicias. Aquí, con esta muerte estamos, apenas a seis años de su ple­ no y masivo nacimiento, entre nosotros, con noso­ tros, nuestra. “País emparedado// Túrbido/Cla­ mante/ Soledoso// No es la luz// Es el humo que despierta/con las vísceras del polvo entre las ma­ nos// Es la herrumbre que expulsan/ los desapare­ cidos// Son los niños que juegan/ con las cala­ veras…” (Juan Bañuelos.)

Pero esta muerte que las armas preñan y el ham­ bre engorda, que tanto país nos va quitando, sin más bando que sí misma, sin patria, en el hondo y lúcido silencio que un poeta truncado de su hijo pone a la intemperie; en las voces que ahí articulan entonces otros padres y madres des­p ojados y tantos niños orfanados; en la inteligencia y la alegría que la juven­ tud saca a las calles y retumba su protesta; en las co­ munidades que se niegan a su mando y se defien­ den, ahí esta muerte delirante y contrahecha tiene su desahucio. Porque al final lo eterno resuena desde siempre en las fibras cotidianas de lo vivo: “Hace mu­ cho pensaba que lo más cercano a lo eterno era la sensación de bendición que nos llega cuando hace­ mos el amor. Hoy diría que es oír una suerte de rumor, un rumor que viene de la calle, que empieza en el futuro, cuando las calles estén arregladas, cuando las armas se queden guardadas, y cuando los papás le enseñen aritmética a sus hijos.” (John Berger.) •


Museo de la Rubén Chababo*

¿C

ómo convertir la voluntad de un sector di­ rectamente afectado, en una necesidad de la sociedad? ¿Cómo hacer para que ese relato ocu­ pe un lugar, si no central de la escena cotidiana, al menos visible y al alcance de todos? Construir un Museo de la Memoria que recuerde las causas y los efectos del Terrorismo de Estado so­ bre la sociedad civil, implica poder responder estas preguntas. Pero mucho más que el imperativo de contar una historia, este Museo debiera ser visto co­ mo el esfuerzo por recordar algo amenazado, como tantos otros episodios de la historia, por el olvido. El museo es un vehículo de la memoria, no es la memoria. Ningún museo de pretendida proyección histórica puede aspirar a contarlo todo y mucho me­ nos a que todo el ayer se cobije en sus paredes. Tam­ poco a que el relato o la evocación hecha satisfaga por igual a todos los que forman parte de una sociedad. Una sociedad, cualquier comunidad humana, po­ see diferentes memorias y esas memorias poseen a su vez diferentes intensidades. Aquello que algunos recuerdan con estridencia, otros lo han olvidado pa­ ra siempre; lo que algunos eligen recordar, otros lo desechan, acomodando nombres, geografías, capí­ tulos enteros del ayer en el desván del olvido. En el caso preciso de museos que hacen centro en el recuerdo de hechos traumáticos o dolorosos pade­ cidos por una comunidad, esto que aquí se dice cobra aún mucho más fuerza. En Lyon, por ejemplo, don­ de se erige el Museo de la Resistencia, la mitad de su población prefiere no mirar el lugar de emplaza­ miento de esa institución: su sola existencia les re­ cuerda que hubo un ayer en el que esa ciudad, o par­ te importante de ella, colaboró para que fuera posible la deportación de miles de sus ciudadanos. Esto se repite por igual en la escena latinoame­ ricana, en la que memoriales y sitios de recorda­ ción tratan de despertar la conciencia de ciudada­ nos que prefieren ser poseedores de pasados sin el peso que implica cargar con el recuerdo de hechos tan dolorosos. No podemos enjuiciar a quienes pre­ fieren olvidar. Está en la libertad de cada uno de no­ sotros elegir el repertorio del ayer que queremos que nos acompañe en este presente. En cambio, sí pode­ mos invitarlos a no ser indiferentes frente al dolor de los que memoran aquello que les fue arrebatado. Hemos construido un museo a partir de pregun­ tas, a partir de interrogantes que se asientan sobre un puñado incuestionable de certezas. Esas certezas son la evidencia histórica que no puede ni podrá ser jamás negada: la existencia de un sistema concentra­ cionario, la desaparición forzada de personas como práctica sistemática, la incógnita acerca del destino de centenares de niños nacidos en cautiverio, el cal­ vario de familiares en busca de una respuesta que nunca fue otorgada. Ese puñado de certezas alcanza como horizonte para que, a partir de ellas, formule­ mos un recorrido a través de una historia que desbor­ da los años específicos que van de 1976 a 1983, y que nos hunde en la triste noche de tantas masacres ol­ vidadas. Una historia o relato que comprende a los hombres y mujeres devorados por la mano homicida del Estado en las huelgas de 1919, a las decenas de

Memoria de personas calcinadas por los bombardeos sobre la Plaza de Mayo en 1955, o las almas vulneradas en las letrinas construidas por las tres aaa en los años pre­ vios al último golpe militar. Todos esos hechos con­ forman capítulos diversos de lo que buscamos evocar. Un relato oscuro, pero necesario traerlo al presente. Sintaxis macabra que revela cuántas veces en nuestro país la condición humana fue vulnerada y cuántas veces también la indiferencia ganó la partida frente al dolor de las víctimas. Hemos construido un museo que busca despertar el recuerdo de esos hechos, pero que también preten­ de enseñar a las generaciones más jóvenes la impor­ tancia que supone el respeto y el cuidado de la vida y la dignidad humanas. No hemos construido un mu­ seo cerrado en sus lecturas, sino una institución que, a partir de la evocación de lo más triste de nuestro ayer, invita a considerar y a apreciar la importancia que su­ pone vivir en libertad y democracia. Un museo que anuncia desde sus paredes la desconfianza hacia los dogmatismos, que enseña desde sus propuestas edu­ cativas a descreer de la promesa de bienestar que ani­ da en los discursos autoritarios, que recoge también lo mejor de la tradición resistente de esta y otras co­ munidades que supieron responder con una negativa ante la llamada a ser cómplice de cualquier barbarie. A pesar de ser un Museo de la Memoria, no hemos construido un museo que deposite una fe ciega en ella. Pueblos y comunidades que se reconocen cus­ todios del deber de la memoria han cometido simi­ lares y aún más atroces episodios que aquellos que alguna vez se juraron impedir. El testimonio de esto

El museo es un vehículo de la memoria, no es la memoria. Ningún museo de pretendida proyección histórica puede aspirar a contarlo todo y mucho menos a que todo el ayer se cobije en sus paredes.

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que aquí se dice está en las calles argelinas captura­ das por la lente de Gillo Pontecorvo, en los olivos y casas destruidas en la milenaria Cisjordania, en las cárceles clandestinas peruanas o bolivianas construi­ das por los mismos hijos de los que fueron humilla­ dos en el pasado, en el grito de alto que da el guarda en la árida frontera que separa a México de Estados Unidos, él mismo o su padre antiguo inmigrante que por milagro salvó su vida del ojo atento de la patrulla de control sólo unos pocos años atrás. Breve mues­ trario del poder del olvido o la confianza vacía en la palabra “memoria”. No se trata de comparar o equiparar hechos histó­ ricos –cada acontecimiento histórico es singular en sí mismo‒, sino de advertir su ominosa reaparición, ocul­ ta bajo nuevas máscaras, con otros atuendos o disfra­ ces. Por eso construimos un museo que es conscien­ te de la labilidad del acto de recordar, que sabe que la condición humana es frágil y que es poderosa la ten­ tación de destruir y dañar incluso lo más amado que poseemos; que lo mismo podemos hacer leña del cuer­ po de nuestros semejantes, como ser capaces de con­ vertirlo en territorio de nuestro amor o conmiseración. Por eso nuestra mirada y nuestra confianza apues­ tan a la educación como un pilar insoslayable para la construcción de cualquier sueño social presente o futuro, a los documentos de la historia como marcas insoslayables a la hora de reconstruir el pasado. Tam­ bién apostamos al arte contemporáneo como herra­ mienta sutil para que nos ayude a nombrar aquello que la lengua no alcanza a veces a nombrar o descri­ bir. ¿Acaso no está en la obra de Carlos Gorriarena –en los rostros transformados por la mueca, en los cuerpos contorsionados como insectos o larvas‒ esa metástasis que corroyó el cuerpo y el alma de la na­ ción a lo largo de más de un decenio? ¿No está en la obra de Óscar Bony ya nombrado o anticipado el pe­ so del vacío que habríamos de cargar? ¿No está ins­ cripta en la obra de Graciela Sacco la huella indeleble de lo que la condición humana deja como marca y registro sobre la piel invisible de este mundo, ya sea esa marca o registro una evocación de lo más bello o de lo más atroz que cargamos con nuestra existencia? El arte contemporáneo puede alcanzar una di­ mensión pedagógica sin la necesidad de transfor­ marse necesariamente en pieza testimonial o mero


: Rosario el derecho a la dignidad 5

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reflejo: así como los Fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, de Francisco de Goya, dicen, dos siglos más tarde de ocurridos los hechos, tanto sobre la crueldad napoleónica como decenas de capítulos escritos para narrar esa historia de ocupación y re­ sistencia, el Rosario de oración hecho por Claudia Con­ treras con páginas del Nunca más ‒y ubicado en una de las vitrinas de nuestro Museo‒, acaso concentre, en el espacio acotado de su breve y delicada materia­ lidad, tanto o más que mil relatos de esperas, humi­ llaciones y derrumbes. Anuncio o evocación, alba o crepúsculo de lo que somos o fuimos, muchas obras y autores que acom­ pañan nuestra narrativa cumplen con ese mandato de ayudarnos a entender la dimensión que han teni­ do nuestros derrumbes, nuestra indiferencia o com­ promiso, nuestra responsabilidad para que la luz o la oscuridad más escandalosa hayan sido posibles en Argentina. No hemos construido un museo del que hoy po­ damos asegurar lo que habrá de ser o significar ma­ ñana. ¿Cómo habrán de resonar palabras como dic-

tadura, desaparecido, picana, a alguien nacido en 2020? Quién puede asegurarlo? Ya las palabras Reich, Auschwitz, Treblinka, suenan desde hace algunos años extrañas a los oídos de las nuevas generaciones europeas, lo mismo que el término Gulag al oído de los jóvenes rusos nacidos después del final del siglo, cuyas vidas no guardan ninguna relación crono­ ló­g ica con la experiencia autoritaria padecida por sus padres o sus abuelos. Sobre estas preguntas sin respuestas únicas se asienta también el desafío de nuestro trabajo cotidiano. Hemos construido un museo ubicado en un lugar emblemático de la trama urbana, emplazado en el mis­ mo sitio donde en el pasado los perpetradores da­ ñaron la vida de tantos hombres y mujeres. En las mismas oficinas/salas donde ayer se decidió la vida y la muerte de centenares de ciudadanos, hoy se trans­ miten valores democráticos y se habla de justicia. Hemos construido un museo ubicado en el centro mismo de la ciudad, a metros de una de las plazas más bellas que tiene Rosario. Un museo que cotidia­ namente apuesta a recordarle a los ciudadanos que

pasan por delante de sus puertas que hubo un tiempo en el que el cielo de este país se oscureció por siete largos años, y que la belleza de esa fachada y la de sus amplios ventanales abiertos a la luz del sol de cada mañana pudieron convivir con el más oscuro de los infiernos, en el centro mismo de la ciudad, en el co­ razón mismo de la vida cotidiana. Acaso no sea del todo suficiente nuestro empeño; acaso no lograremos evitar que lo injusto vuelva a mostrar, en un futuro cercano o lejano, su rostro sobre nuestra comunidad, pero creemos que vale el esfuer­ zo de trabajar para impedirlo, que vale la pena la tarea que cada día emprendemos de intentar dejar testi­ monio de aquel pasado del que venimos, enfatizando, en cada una de nuestras acciones, nuestra confianza en contribuir, siquiera mínimamente, al arduo y nada sencillo trabajo de consolidar y hacer resplandecer el valor innegociable de la justicia, el derecho a la me­ moria y la dignidad humana • *Director del Museo de la Memoria de Rosario, Argentina


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Marco Antonio Campos

Bryce

ficos escritores y tienen un reconocimiento in­ ternacional. ¿Qué pueden envidiarle? ¿De qué pueden estar “frustrados”? La opinión de Bryce resultaría comiquísima –sobre todo lo de la “ex­ trema derecha”–si no fuera porque el otorga­ miento del premio a él es un asunto grave e in­ justificable. Al ataque en El País, Del Paso contestó que el señor ya no sabe lo que dice y parece no estar en sus cabales; Villoro, al responder a la pe­r iodista Yanet Aguilar Sosa de El Universal (7/ xi /2012) –ya lo había escrito en dos artícu­ los–, reprobó que los directivos de la fil llevaran el premio a Bryce a su casa de Lima, y expresó lapidariamente: “La solución de dar el premio a domicilio ofende a todo mundo. Los organi­za­ dores se avergüenzan del premiado y no quieren que venga, ponen en duda la elección del jura­ do y desoyen las voces críticas. Es la peor salida posible. ¿Quién gana con algo así?” La directora de la fil , Nubia Macías, ha de­ clarado que “es uno de los varios premios” que se otorgan en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara. Es explicable que los organizado­ res traten de minimizar el hecho para hacer un control de daños, pero los cientos de miles de personas que han asistido a la feria a lo largo de dos décadas saben que el Premio fil de Lite­ ratura en Lenguas Romances es lo más visi­ blemente importante de la feria, y muchos sa­ bemos que el golpe al premio, al dárselo a Bryce, fue directo a la cara y al corazón de la organización. Después de que se vieron obliga­ dos a quitarle el nombre de Juan Rulfo al pre­ mio, el de ahora es un estacazo mucho más duro por su índole moral al permitir que se dé la distinción a un vivales del oficio literario •

y el Premio FIL ble crítico. De la investigadora chilena hizo la si­ guiente alusión: “Todo ha sido por maldad de al­ guien. Por envidia.” Pero ¿de qué podía tenerle envidia la investigadora que simplemente mostró lo que es: un tramposo? Al ataque, María Soledad de la Cerda respondió lacóni­camente que los que se jodie­ ron fueron “la literatura, los plagiados, el Premio fil y el Estado mexicano que entregó 150 mil dólares a una persona que no lo merecía”. José Emilio Pacheco dijo que el premio a Bryce había sido un “incidente desdichado”; Fernando del Paso ha repetido que el premio fue una equivocación; Villoro subrayó en tres artículos que la tarea estética del escritor debe hermanarse con la moral. ¿Qué dijo Bryce de ellos y a quienes han reprobado el premio? Uno no puede menos sino soltar la carcajada: “Es un grupo de extrema derecha. Hay gente que quiere todos los premios para ellos. Son unos frustrados.” ¿Fernando del Paso, José Emilio Pacheco y Juan Villo­ ro son de extrema derecha y quieren o quiere algu­ no todos los premios y son unos frustrados? Es sabido que los tres son de una izquierda moderada, magní­

El Premio fil de Lite­r atura en Lenguas Romances es lo más visi­b lemente importante de la feria, y muchos sabemos que el golpe al premio, al dárselo a Bryce, fue directo a la cara y al corazón de la organización.

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esde el principio, al leer la noticia, me pareció que el premio fil de Literatura en Lenguas Romances otorgado al no­ velista Alfredo Bryce Echenique sería inmediatamente cuestionado y tendría visos de escándalo. Me pareció una vejación a los mexi­ canos dar dos millones de pesos de recursos públicos de un país pobre a un escritor de du­ dosa moral. Debo confesar mi ignorancia res­ pecto a quiénes son la mayoría de los miembros del jurado: a excepción del crítico peruano Julio Ortega y de Jorge Volpi, ya muy devaluado li­ terariamente, no conozco a los otros. Sé (él me lo dijo por teléfono poco después del anuncio del premio y poco antes de morir) que el poeta peruano Antonio Cisneros, de quien Julio Ortega conoce detalladamente la obra, es­ taba entre los aspirantes. Me parece que de ha­ bérsele dado (Cisneros era en ese momento uno de los tres o cuatro mejores poetas vivos en nues­ tra lengua) el premio habría ganado en renom­ bre y resonancia. Entre Cisneros y Bryce… Desde el anuncio del premio, en decenas de ar­t ículos, en comentarios en la red, en cartas de académicos y en los corrillos literarios el re­ chazo fue prácticamente unánime. Asimismo, leí con interés a escritores y periodistas mexi­ canos que lo defendían, pero me pareció que no se acababa de comprender que no se trataba de plagios científicos (que serían igualmente vitu­ perables), sino de artículos literarios, y el pe­ riodismo es un trabajo hermano de la literatu­ ra, y, lo peor, que Bryce no hizo los plagios por divertirse. No era Pierre Menard sino un fulle­ ro. Que por buenas o maravillosas que fueran dos o tres de sus novelas, Bryce había plagiado con toda conciencia. Cuando dice ahora que no ha plagiado nunca, quiere hacer creer que “los frustrados” mexicanos que lo han reprobado son una sarta de imbéciles, cuando lo más fá­ cil es que cualquiera puede entrar a internet y ver los ejemplos de sus plagios en los cuales no quitó una coma. Bryce declaró a principios de octubre en Lima que lo habían desmultado; con toda conciencia otra vez mentía; el indecopi peruano (Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propie­ dad Intelectual) precisó el 3 de octubre de 2012 que no ha devuelto al escritor la multa de “71 mil soles (unos 20 mil dólares), impuesta al escritor Bry­ ce Echenique, por plagio de artículos literarios” (el subrayado es mío). El indecopi menciona dieciséis artículos plagiados. Sin embargo, lo que me motivó definitivamente a escribir estas páginas son sus declaraciones al dia­ rio español El País, claro, luego de haber recibido en Lima los 150 mil dólares. Es una verdadera colección de palos de ciego. Sus respuestas muestran o que se volvió loco, o está desesperado, o es un mentiroso sin redención, quien cree que, porque él lo dice, sus men­ tiras deben creérselas todos. Ya antes en twitter a sus críticos en México les había dicho: “¡Que se jodan!” y que eran unos “frustrados”; ahora, en El País, res­ pondió una tontería tras otra tras otra. Los principa­ les sujetos de su rabia por poner en duda moralmente su premio, me parece, serían por un lado la inves­ tigadora chilena María Soledad de la Cerda, que descubrió y reveló sus plagios, y por el otro, escrito­ res como Fernando del Paso, José Emilio Pacheco y Juan Villoro, quien ha sido su más lúcido e implaca­


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voz interrogada

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Es la primera escritora en lengua española en recibir el Premio Hans Christian Andersen dedicado a la literatura infantil y juvenil, llamado también el “pequeño Nobel” por su importancia en el mundo de las letras, el máximo galardón al que se puede aspirar en el campo de esta literatura. Se llama María Teresa Andruetto, nació en 1954 en Arroyo Cabral, un pueblo de la provincia de Córdoba, en Argentina, y aunque escribe desde siempre, comenzó a publicar recién a los cuarenta años. Sus libros empezaron a circular cuando tenía cincuenta y hace menos de un lustro que la prensa de su país le dedica alguna reseña a sus publicaciones. Sin embargo, hace tiempo que la vasta obra de Andruetto en poesía, narrativa, teatro y ensayo viene cosechando reconocimientos a nivel internacional. Stefano fue su primer libro traducido a una lengua extranjera en 2002. Gracias a esa novela que relata la migración de un joven italiano a Argentina, y que tiene elementos biográficos de su padre, Andruetto fue invitada al Festival Internacional de Literatura de Berlín en 2005. La Feria del Libro de Guadalajara de 2009 le otorgó el Premio Iberoamericano sm de Literatura Infantil y Juvenil. Y en agosto de 2012 en Londres, la escritora recibió el “Nobel de los chicos”, el Premio Hans Christian Andersen durante el xxxiii Congreso Internacional de la Organización Internacional del Libro Juvenil ( ibby ).

–También eres autora de literatura para adultos. ¿Cuándo sabes que la historia que imaginas es para jóvenes o para adultos? ¿Dónde está la frontera? ¿En la complejidad? ¿En el lenguaje?

‒En el lenguaje tal vez, en cierta condición del len­ guaje, una búsqueda de profundidad que conserve cierta transparencia. De todos modos, la frontera es muy sutil, sobre todo cuando no hablamos de prime­ ros lectores, porque mientras más pequeño es el des­ tinatario, mayor es la especificidad. Luego esa espe­ cificidad se diluye en la medida en que el lector es más grande y tiene más recursos de lectura. Muchas veces también un mismo texto puede ir hacia uno u otro lector según las características de la edición (el formato, la ilustración, etcétera). Cuando un núcleo

mi papá que lo fue a despedir cuando él se fue a Ar­ gentina. Imelda tiene ahora setenta y tres años, y ella también me fue a despedir a mí a la estación de Tori­ no. El poema tiene una cita de Reinaldo Arenas: “Mo­ rir en junio y con la lengua afuera.” Es un borrador de la que va a buscar sus recuerdos, del que es joven y va buscar otra vida, del que es viejo, la despedida en la estación... –La literatura alemana no te es ajena, ¿verdad?

‒No, para nada. Es una literatura que me gusta muy especialmente: Heinrich Böll ha sido muy im­ portante para mí, su forma de narrar me fascina; la obra de Celan también me ha marcado. Una obra mía de teatro, que se titula Enero, y que trata del horror y

Ganar el “Nobel de los chicos” entrevista con María Teresa Andruetto Esther Andradi Foto: elgranotro.com

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res escritora, poeta, novelista, ensayista. ¿Cómo se lleva la literatura infantil/juvenil con los otros géneros?

‒Se lleva bien, porque he vivido cada pro­ yecto de escritura como un camino, una expe­ riencia muy intensa, una forma de felicidad también. Hay una necesidad muy fuerte de ser fiel a mí misma, al deseo de escribir y a seguir el derrotero de escritu­ ra de ese deseo. Eso siempre me ha orientado bien. –¿Cómo definirías la literatura infantil?

‒Una literatura que puedan también leer los ni­ ños, los “lectores en tránsito”. –Cuando comenzaste a escribir, ¿pensaste alguna vez en recibir el premio máximo al que se puede aspirar?

‒¡No, de ninguna manera! Cuando comencé a es­ cribir, durante los primeros años, no soñaba siquiera con publicar alguna vez. Después de mucho tiempo llegó la primera publicación, cuando yo tenía treinta y nueve años, llegó a raíz de un premio que se hace en mi ciudad. Ese fue el comienzo de mi vida pública como escritora, en el año 1993.

narrativo aparece, se me aparece con un lenguaje que es para chicos o para adultos, de todas maneras siem­ pre están en el borde, Stefano por ejemplo es una no­ vela que puede ser también para adultos... –Según tu biografía, eres hija de un partisano que emigró a Argentina en 1948 y de una hija de piamontenses nacida en Córdoba... ¿Stefano es la historia de tu papá?

‒El libro no es exactamente la historia de mi padre, pero sí del sentimiento de la inmigración. Tomé datos de su vida, y sobre todo nombres de lugares donde el pasó, y durante mis lecturas en las escuelas. En el Festival de Literatura de Berlín, me parecía increíble escuchar la voz del actor alemán nombrar pueblos que hoy no tienen más de veinte habitantes, lugares, palabras tan insignificantes, también en Argentina. Y entonces yo sentía que estaba trayendo estos luga­ res de mi padre, revelándolos a través del nombre. Durante ese viaje hice un recorrido en autobús de Torino a Barcelona ‒nada menos‒ y comencé a escri­ bir un poema que tiene que ver con la inmigración. Se llama “Imelda”, es el nombre de una sobrina de

la dictadura, y de la relación víctima-victimario, es una especie de patchwork con líneas de Celan, Trakl, Doblin. No soy para nada una experta, porque mi modo de leer es voraz, intenso, anárquico. Y desde hace unos años leo para escribir, porque como no tra­ bajo en ámbitos académicos ‒aunque he participado en la formación de mucha gente‒, la lectura ha teni­ do siempre que ver con la escritura. –Muchas escritoras se han hecho internacionalmente famosas con este género: la sueca Astrid Lindgren, la brasileña Ana María Machado, ahora la argentina María Teresa Andruetto... ¿qué sensación te produce este reconocimiento?

‒Me resulta muy impactante, por una parte. Pero, por otra parte, es un premio que llega sostenido por muchos años de trabajo, en un momento de la vida en el que una puede mirar hacia atrás un camino y mirar hacia los costados y comprender que nada de lo que hemos hecho lo hemos hecho solos, sino que, de muchas maneras, lo hemos hecho con otros, como parte de esa gran construcción social que es la litera­ tura de un país •


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Jornada Semanal • Número 925 • 25 de noviembre de 2012

Fabrizio Andreella

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fabrizio108@yahoo.com

El placerpo

HEDONISMO Y DESEO POSTMODERNO s opinión común –casi un dogma axio­ mático– que vivimos en una sociedad hedonista. Hay quien lo señala para de­ nunciarlo como veneno moral y social, y quien lo hace para aclamar la eman­ cipación colectiva de una moral hipócri­ ta, percibida como máscara y vanguar­ dia del control social. Sin embargo, el convencimiento de que el bien y fin supremo del ser huma­ no es el placer no parece corresponder con una vida que lo alcance con facilidad. Entonces, ¿una psicología hedonista puede resultar en una sociedad que no sabe gozar, que no sabe disfrutar plenamente las delicias de la vida? Para contestar a esta pregunta hay que adentrarse en el bosque de la sociedad postmoderna y avistar y distinguir las fi­ guras del deseo, la excitación y el placer que allí se esconden. Hoy en día, satisfacer todo deseo es una invitación cultural que el sujeto recibe constantemente, una norma social que casi se vuelve una obligación indi­ vidual. A primera vista, ésta parece una conquista libertaria. Se trata en realidad de una concesión con­ solatoria y reparadora, una Jauja que remedia al gran fracaso de la postmodernidad: la incapacidad, des­ pués de la caída de los grandes mitos del siglo xx , de imaginar una narración épica compartida, un futu­ ro colectivo y un objetivo común. Gobernado por la visión económica y tecnológica, el mundo actual se encuentra sin un mito que abra un horizonte que sea más amplio que la mirada individual. Mas esta defi­ ciencia mitológica, esta grieta en la sonrisa beige del maniquí postmoderno, tiene precio: la ofrenda a todo individuo de una gran cantidad de fantasías y ape­ titos que, por no nacer realmente del sujeto, cohesio­ nan el tejido social, orientando las masas en la misma dirección del supuesto desarrollo. Los deseos indi­ viduales son entonces la indemnización por el aban­ dono de una esperanza colectiva. De ser efectiva, esta autonomía del deseo sería un valor importante, porque no puede existir ninguna sociedad sana si el sueño de sus integrantes no tiene la oportunidad de realizarse. El problema es que muy a menudo el deseo que el individuo postmoderno persigue no es verdaderamente suyo, no es la forma

La excitación busca y, al mismo tiempo, es la concentración del ímpetu anhelante que, al relacionarse con el objeto del deseo, se carga como un resorte.

en la

que adquiere su alma al encontrar el mundo real, si­ no un reflejo despersonalizador que proviene del mundo virtual que crean los medios masivos. Los deseos personales se tornan así orgánicos a los inte­ reses de quienes los orientan. Tal vez por eso hoy en día el derecho a satisfacerlos es percibido como sinó­ nimo de libertad y democracia, un fetiche ideológico que no se puede ni siquiera analizar sin ser tachados de aves de mal agüero. La búsqueda de la felicidad aparece oficialmente por primera vez en la historia occidental como un derecho en el preámbulo a la Declaración de Inde­ pendencia de los Estados Unidos (1776). En el cami­ no, este maravilloso aunque utópico concepto ha llegado hoy a coincidir casi con la mera satisfacción del deseo material. Cuando un meme como éste logra repararse bajo la sombrilla de conceptos nobles e in­ cuestionables como libertad y democracia, puede difundirse sin la necesidad de legitimarse y defen­ derse de la crítica social.

LA INDUSTRIALIZACIÓN DEL DESEO Para la sociedad del capitalismo avanzado (con­ denada al crecimiento económico incesante), el ambiente ideal para alojar al consumidor es muy emocional, poco proclive a la reflexión y en con­ tinua transformación. La prueba y el resultado de esta condición es la neofilia, la fiebre por el último modelo de cada cosa, que nos caracte­ riza. Publicidad-compra-consumo es la ruta habitual de la emoción anhelante para el in­ dividuo postmoderno, que reconoce sus de­ seos primariamente por medio del espejo del mercado. Desgraciadamente, este siste­ ma –concebido para acelerar y sustentar el flujo de las mercancías– se ha vuelto un aparato psicológico al que se recurre no solamente en la relación econó­ mica, pragmática o utilitarista con los objetos, sino también en el mundo inmaterial e íntimo. En este contexto, el deseo se reduce a un anhelo intenso y frágil a la vez, una carencia esperanza­ da que se llama excitación. En el túnel de espejos mul­t iplicadores que caracteriza la alucinación consu­mista, la raíz primordial del deseo postmoder­ no ‒extenuado bajo el peso de evanescentes objetos seductores en continua proliferación– es la excita­ ción, que no surge tanto del placer ambicionado co­ mo del deseo de repetir la experiencia de excitación. Si hoy la excitación es el verdadero objeto del deseo es porque la realidad se vuelve siempre más líquida, impalpable, abstracta, y las emociones y las sensa­ ciones, hechizadas por el sistema de los medios, se han tornado mercancías muy cotizadas.

RADIOGRAFÍA DE LA EXCITACIÓN La excitación es la cuerda tensa del arco que lanza la flecha del deseo al blanco del placer. Por eso se pue­ de decir que la excitación busca y, al mismo tiempo, es la concentración del ímpetu anhelante que, al re­ lacionarse con el objeto del deseo, se carga como un resorte. Instrumento del deseo y anuncio del placer, en la vida sexual y sensual la excitación es un ingre­

diente sabro­ so del juego erótico que puede prorrogar hasta el infinito su pla­ zo. Sin embargo, esta extensión artificial ha invadido todos los aspectos de la vida individual y social, y la excitación ya no es solamente una ola de intensi­ dad excepcional en el pacífico mar de la vida, sino la vibración adictiva común a toda experiencia. El deseo siempre busca un límite para aplacarse, para alcanzar la terminación de su carrera, la meta que libera la tensión. Entonces la sociedad no limits en la cual vivimos y que nos ha acostumbrado a lo excepcional, es el terreno más fértil para el deseo in­ terminable, donde la pertinacia se resuelve en insa­ tisfacción, ya que el deseo postmoderno no se apaga por saciedad sino por agotamiento. Esta situación se debe al hecho de que el capitalismo avanzado ha re­ conocido en la condición psíquica excitada el meca­ nismo propulsor del consumo masivo de mercancías, y utiliza los medios de comunicación como coma­ dronas que vigilan el nacimiento de la excitación y como niñeras que cuidan su crecimiento. Así que la sociedad postmoderna es casi constantemente una sociedad excitada. No se trata solamente de un ino­ cente culto a la satisfacción de las pulsiones indivi­ duales. Los ritos tribales de la afición en el futbol, el fisgoneo del telespectador de notas rojas, la fantasía del consumidor de pornografía y el delirio de omni­


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trampa de la

ostmodernidad potencia del cocainómano denuncian la pre­ sencia de ira y morbosidad en la excitación contemporánea. La identidad postmoderna no aguanta el aburrimiento: por eso adora la excitación. Este disgusto por el tedio parecería una virtud mo­ ral y una apología de la vida vivida con plenitud si no fuera evidente que la dependencia de la excitación contemporánea estimula el hábito de nuestros sentidos a dosis siempre mayores de intensidad emocional desmesurada. Con y sin el bolsillo lleno a la mano, tratamos de conseguir­ la en escaparates y pantallas de todo tipo, y resulta difícil evitar la comparación con la tolerancia del toxicómano a la droga que lo obliga a aumentar su dosis. Estoicos, epicúreos y escépticos, que venera­ ban la ataraxia, o sea la imperturbabilidad frente a los acontecimientos y el control de las pasiones, hoy parecen enigmáticos intrusos en la historia de la ci­ vilización occidental.

EL PLACER Y EL HÁBITO DE LA EXCITACIÓN

Fotoarte: John Craig Freeman

En una condición de verdadero placer, el sujeto no necesita más de lo que está gozando y así se emanci­ pa del mercado. Por lo tanto, cuando dice que quiere clientes felices, la maquina del consumo miente, pe­ ro no cuando dice que los quiere excitados. El mo­ delo psicológico perfecto para la economía de mer­ cado masivo es entonces el deseo no plenamente satisfecho, o sea la tensión anhelante de la excita­ ción, el deseo que nunca se transforma enteramen­ te en aquel placer que hace autónomo al sujeto que goza. Sólo así el consumidor se torna un perfecto en­ granaje de la máquina, orgánico al crecimiento per­ petuo del consumo. Lo que puede desinflamar la proliferación descontrolada del deseo mer­ cantil artificialmente alimentado es solamente el placer asumido como actitud de indepen­ dencia e integridad. La seducción cuantitativa que el mercado pone en escena puede ser neu­ tralizada aprendiendo a vivir el placer con la libertad que ofrece la emancipación del fu­ turo. Viviendo en el presente, el placer libe­ ra el deseo de la esclavitud del futuro. El ser anhelante no conoce el tiempo presente y la separación es la condición que lo empuja hacia la unión. A decir ver­ dad, nunca conoce tampoco el objeto que lo atormenta y deleita, ya que, cuando lo tiene enfrente, el deseo se torna placer. Al contrario del deseo, el placer no tiene miedo, es por definición irresponsable y no busca más de lo que encuentra en el instante en que lo goza. Mas a los ojos de Occidente, el placer tiene un vicio irreparable que el deseo no su­ fre: encuentra en sí mismo su princi­ pio y su fin, no concibe una rea­lidad separada ni percibe una ausencia atormentadora. Esta falta de tras­ cendencia está en contra de to­da la historia del dualismo occidental que, alimentando una tensión in­ Strett art: mariellbenitez

cesante hacia el futuro, provoca una consecuencia psicológica muy elocuente: deseamos mucho más de lo que gozamos.

LAS TRAMPAS DEL DESEO Ahora es más fácil entender por qué el deseo es acep­ tado como motor de la realización personal, mientras que el placer, más allá de las palabras del cuento ofi­ cial, es visto como una experiencia vil, egoísta, su­ perficial, encerrada en la pocilga de los instintos y, sobre todo, improductiva, porque gozar significa traicionar la tarea productiva del ser humano y elu­ dir sus responsabilidades sociales. Sin embargo, en años de apasionada rebeldía ideo­ lógica se pensó que el deseo liberado podía abrir la celda del sujeto oprimido por los “biopoderes”. En realidad, la condición postmoderna revela que en la sociedad del consumo organizado por el mercado, el deseo es un arma para que el sujeto se oprima a sí mismo con una cadena de caprichos y dependencias que lo vuelven el verdadero producto del mercado: el ser anhelante que la comunicación masiva vende al mundo económico y político como capacitado con­ sumidor de ilusiones. Es un hecho que vivimos dentro de un flujo cons­ tante de deseo. Esta persistencia le ha quitado al de­ seo los rasgos que lo hacían fuerte y apasionante: la novedad, el asombro, la singularidad, la eventua­ lidad. Ahogado en su misma demasía y confundido por la velocidad del consumo, el deseo ya no puede aterrizar en el placer y apagarse en él. La costumbre de desear asedia incluso el momento del placer, vol­ viéndolo insatisfactorio muy rápidamente para abrir camino a otro deseo. En el fondo, no son los objetos del deseo lo que nos atrae, sino el hecho de consumir­ los y poder así empezar a desear otra vez. Por eso la realidad parece ser un llano donde el deseo vaga sin dirección como un caballo desbocado, y el placer una huida necesaria de esta pesadumbre. La experiencia del placer que procede de esta situación es algo muy fugaz, una chispa fulminante como un orgasmo ani­ mal exclusivamente fisiológico.

LA IDENTIDAD ENTRE EL DESEO Y EL PLACER Desde esta perspectiva, el placer sin capricho es revo­ lucionario y libertario, mientras que el deseo es con­ servador y esclavizante. Pero, ¿puede existir el pla­ cer sin el deseo? Es una pregunta fascinante y difícil cuya respuesta excede este espacio. Sin embargo, se puede plantear sólo si reconocemos que el hedonis­ mo de la sociedad postmoderna es una gran mentira: palabras, promesas y fantasías que circulan en un tejido social hecho de muchas libertades tristes. El deseo es uno de los ingredientes básicos para la construcción de la identidad. Al contrario, el placer en su cima ‒artístico, orgásmico, material o místico– acerca al individuo a su extinción, anulando la di­ ferencia entre sujeto y objeto que lo sustenta. ¿Y si fuera ésta la característica del placer que el individuo occidental rechaza en su inconsciente? Sea como sea, este momento histórico de crisis es un buen tiempo para que el deseo se inmole y libere el placer •

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leer Mamma, son tanto felice. Infierno provisorio I, Luiz Ruffato, María Cristina Hernández Escobar (traductora), Elephas, México, 2011. Compleja en varios aspectos, comenzando por el más fácilmente apreciable de la estructura –y al respecto bien asistida por el diseño tipográfico–, pero sobre todo por lo que hace a la segmentación capitular y el perfil de los personajes que la pueblan, esta novela anda a caballo entre la cultura italiana y la brasileña, pero también entre el dolor del alma y la búsqueda del paliativo que pueda aminorarlo. “Infierno provisional”, indica el subtítulo de éste que está planeado como el primer volumen de una serie más extensa. Ruffato, el autor, comienza así el armado de un mundo explícito en un estilo de escritura personal e intenso.

El huerto y la ceniza, Leonardo Iván Martínez, Instituto Mexiquense de Cultura, México, 2012. Sostiene Armando González Torres, autor del prólogo que abre este poemario, que “se trata de un libro orgullosamente sentimental, que enlaza forma y temperamento, credo estético y biografía, y que retrata tanto a un hombre bueno como a una fina inteligencia poética”. Juzgará el lector la veracidad de tales asertos cuando dialogue con el autor, quien a los treinta años de edad publica el que es su primer y promisorio poemario. Oriundo de Ciudad de México, Martínez abreva de fuentes poéticas reconocibles y, en más de un caso, reconocidas, como lo consignan epígrafes que citan a Bonifaz Nuño, León de Greiff, Gorostiza y el Cantar de los Cantares, entre otros.

Contratas de sangre y algunas noticias imaginarias, Jorge Ruiz Dueñas, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2012. Este es el número 151 de la ya longeva y muy diversa colección Molinos de Viento que la uam, felizmente, continúa enriqueciendo. Grata prueba de ello es esta “sucesión de asuntos y temas sorprendentes”, en la que Ruiz Dueñas, autor con cerca de cuarenta volúmenes en su haber –sumando su obra literaria y académica–, refrenda su talento para la hibridación genérica, así como para echar mano de una referencialidad que enriquece sin asomo de soberbias ni poses de erudito, con el propósito de compartir con sus lectores el todo y las partes de un mundo tan rico y diverso como los múltiples intereses y puntos de vista que Ruiz Dueñas es capaz de enarbolar.

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22/11/63, Stephen King, Plaza Janés, México, 2012.

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Tiempo bífido, Leda Rendón, Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2012.

LA VIDA PUEDE CAMBIAR EN UN INSTANTE

EL MUNDO INTERNO COMO LABERINTO

JUAN GERARDO SAMPEDRO

ANTONIO SORIA

partado ahora de los temas que lo convirtieron en un verdadero bestseller, el representante del horror actual, Stephen King, se arriesga a publicar una extensa novela en cuya trama el lector va descubriendo cómo era la vida cotidiana en Estados Unidos a finales de la década de los cincuenta e inicios de los años sesenta: un reto difícil si se piensa, por ejemplo, en Libra de Don DeLillo (Ediciones B, 1998) un texto donde el narrador va adentrándose en la vida de Lee Harvey Oswald, el hombre que terminó con una parte de “los sueños de América” al asesinar al entonces presidente John f . Kennedy en Dallas, Texas. 22/11/63 alude a la muerte de Kennedy: Jake Epping, un profesor que imparte redacción a un grupo de adultos, se ve involucrado en la vida de uno de sus alumnos, Harry Dunning, luego de leer el ejercicio de escritura que éste le entrega: su padre había asesinado a su madre y a sus hermanos un mal día que le cambió en un instante la vida. Novela que se bifurca, el personaje Epping, el Yo narrador (ubicado temporalmente en 2012), es amigo de Al Templeton, el propietario de un pequeño restaurante gravemente enfermo de cáncer, quien le pide que, a través de una especie de alacena, realice un viaje al pasado con el único objetivo de impedir que Lee Oswald asesine a j . f . Kennedy. Un efecto llamado mariposa: ¿cómo sería hoy el mundo si el presidente de la nación más poderosa del mundo no hubiese sido acribillado? Al instruye a Epping, le da dinero de la época y le advierte de la presencia de otro esencial personaje: Mr. Tarjeta Amarilla, un hombre que será advertencia y guía en su recorrido que va de 1958 a 1963. Al muere mientras Epping se convierte en un extraño habitante del pasado bajo el nombre de George Amberson, un sospechoso que se dedica a escribir ficción al tiempo que le sigue los pasos a Lee Oswald. La vida cotidiana de Estados Unidos, llena de referentes históricos, en 22/11/63 se entremezcla con hechos y personajes protagónicos de la política internacional: el intento y el fracaso de la invasión a Bahía de Cochinos por parte de eu , aduciendo la instalación en la isla de armamento nuclear enviado por la Unión Soviética; el perfil de Edgar Hoover, quien intuyó lo que habría de ocurrir. Amberson evita que el padre de Harry asesine a sus hijos y busca que Kennedy no sufra el atentado. Descubierto por Sadie, una mujer de quien se enamora, Amberson le confiesa todo. Ella entonces se convierte en su cómplice pero muere en el intento de detener a Oswald. Es aquí donde 22/11/63 se convierte en un thriller sin grandes recursos. Frank Epping regresa del pasado y se entera –vía archivos electrónicos– que nunca murió Sadie y que Oswald logró su cometido: el pasado siempre se resiste al cambio. El padre de Harry también habría dado muerte a su esposa e hijos. Es verdad que los temas se imponen y 22/11/63 no es una novela sobresaliente. Es, en todo caso, una apología de j . f . Kennedy. Lo que se cuenta en tantas planas pudo bien resolverse en mucho menos espacio. Uno termina en definitiva por volver a Carrie, El Cuerpo o El Resplandor, al mejor Stephen King •

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e sabe que las emociones centrales de un relato tienen todo que ver con el mundo interior del narrador”: así lo confiesa quien cuenta, en primera persona, todo cuanto acontece en “Ácido”, cuarta pieza de este cuentario con el que Rendón, su autora, obtuvo en 2011 el Premio Nacional de Literatura Joven S a l v a d o r G a l l a rd o Dávalos (el cual es, dicho sea entre paréntesis, uno de los certámenes literarios más longevos y, para fortuna suya y de quienes responden a su convocatoria, de los pocos –entre los muchos, los demasiados existentes hoy en día– verdaderamente dignos de llevar en su nombre el vocablo “nacional”). A menos que Rendón incurriese en una tremenda incongruencia –cosa que no sucede en ninguno de los cinco cuentos aquí reunidos–, entonces vale decir de ella lo que ella misma le hace decir a esa narradora que, a su nombre, expone en una sola frase toda una poiesis: que la principal materia narrativa, por principio y hasta las últimas consecuencias, está formada por el pensamiento más profundo de su autor, incluyendo pulsiones, miedos, recuerdos, deseos, angustias, dolores y extravíos varios, a todo lo cual es posible acceder por medio de eso que, en líneas y entre líneas, cada lector sea capaz de entresacar. En otras palabras que, para contar, cuando dicha acción se ejecuta a partir de la más total de las franquezas, es preciso el desnudamiento también absoluto de la psique, sin que para ello importe si ese des-velar es un acto de la conciencia o le pertenece por completo al subconsciente. Tal es la materia que moldean las palabras, los párrafos, las historias contadas por Leda Rendón: recuerdos, unos lejanos y otros inmediatos; angustias, lacerantes todas; deseos, imperiosos siempre; miedos, insondables e infinitos todo el tiempo; extravíos, los necesarios para encontrar, quizá más por azar que por la eficacia de las rutas elegidas, alguna salida al que la autora, de seguro consciente de la alusión reptílea, ha llamado Tiempo bífido: uno que serpentea y que, como hacen las cobras con su víctima, hipnotiza y encandila; que inmoviliza para mejor atrapar y engullir. Inmersa sin remedio en un remolino de presencias familiares que, con diferente o casi con el mismo nombre, resuenan de un cuento a otro, la o las protagonistas de este conjunto de historias alucinadas hurga en el fondo de su propio mundo interior y, a la manera quizá de una Leonora Carrington o una Remedios Varo que escribieran, mira de frente a sus demonios, los narra y los escruta, dialoga e interactúa con ellos, para luego desdoblarse en un otro yo que, si no se suicida o enmudece antes de tiempo, tal vez corra con mejor suerte a la hora de salir del laberinto. “Detrás del espejo”, “Tiempo bífido”, “Línea de sangre”, “Ácido” y “La última”, son los títulos de los cuentos de este volumen que toma su nombre de la segunda de las piezas, precedidas por un prólogo a cargo de Andrés de Luna •

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leer

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El va y ven de las Malvinas, Fernando del Paso, fce , México, 2012.

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Nombre de perro, Élmer Mendoza, Tusquets, México, 2012.

FUE HACE TREINTA AÑOS

ENTRE EL BIEN Y EL MAL

RAÚL OLVERA MIJARES

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

l pasado 15 de junio de 2012 la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, reclamó ante las Naciones Unidas, tras cumplirse treinta años de la Guerra de las Malvinas, la cual se extendió por setenta y cuatro días, entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, y costó la vida de 649 argentinos, 255 británicos y tres isleños (considerados en aquel entonces como ciudadanos de segunda), el derecho a sentarse simplemente a sostener negociaciones con el Reino Unido acerca del futuro desalojo de las Falklands. En México, la efeméride tampoco pasó desapercibida. Fernando del Paso recogió, acompañándolos de un breve prólogo y un epílogo, once artículos aparecidos en la revista Proceso, que envió desde su estancia en Londres, donde trabajaba en el Servicio Latinoamericano de la British Broadcasting Corporation, mejor conocida como la bbc , como traductor, locutor y productor de programas de radio. Consciente de que sus contestatarios aportes periodísticos no pasarían desapercibidos ante el Latinamerican Desk del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, el cual tenía por función monitorear los medios impresos y audiovisuales en la América hispánica, Fernando del Paso realiza un ágil y claro recuento de los acontecimientos de un conflicto absurdo, justificado por parte de los ingleses mediante la defensa de la integridad física de mil 800 colonos que vivían en las islas y, sobre todo, dada la profusión de recursos naturales (petróleo en aguas profundas, yacimientos minerales y productos marítimos) y la posición geoestratégica en el control sobre el Estrecho de Magallanes, una vía de comunicación entre el Atlántico y el Pacífico con más potencialidades en el futuro incluso que el mismo Canal de Panamá, eso sin mencionar la disputa territorial por la Antártida. Si al inicio de las hostilidades el presidente Reagan se mostró neutro y renuente a vulnerar los intereses de sus asociados en el Cono Sur en el combate del comunismo, en este caso el general Galtieri y su régimen autoritario, al final su actitud fue favorable a las ambiciones imperialistas británicas, en clara contradicción respecto de la doctrina Monroe, “América para los americanos”. Hoy en día la primera mandataria cuestiona la necesidad de establecer bases militares estadunidenses precisamente en las Malvinas, una región del mundo libre de pugnas, por el momento al menos. Con denuedo y objetividad Fernando del Paso critica la perspectiva británica, la de la dama de hierro, la primera ministra Margaret Thatcher, una tentativa que más tarde habría de costarle su salida de la Gran Bretaña, donde tenía ya hecha una vida, junto a su mujer y sus hijos. El autor recuerda no sólo las ambiciones colonialistas de Inglaterra sino las de Francia, en particular sobre la Isla de la Pasión o Clipperton, ubicada en el Pacífico frente a las costas mexicanas. Al parecer, el ayer y el hoy en el despojo del mundo tienen muchas cosas en común •

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as novelas policíacas contemporáneas tienen, entre otras, dos características que las vuelven más interesantes. Ya no sólo se trata de construir un investigador infalible y probo capaz de llegar a la solución del crimen gracias a sus enormes habilidades deductivas. Tampoco es un asunto de ver en operación al aparato policial en pleno, siguiendo pistas y desplegando fuerza para capturar al homicida. Ahora es común encontrar constantes referentes en torno al escenario donde suceden los hechos. Así, desde Suecia hasta Italia pasando por Estados Unidos y Grecia, es común leer en estas novelas una crítica social lapidaria. Esto se debe a que los autores suelen ubicar sus historias en el contexto que habitan. Resolver el crimen implica, en consecuencia, conocer el funcionamiento de su mundo. Además, los detectives han dejado de ser hombres intachables. El bien común es la máxima a alcanzar y, para llegar a ello, bien pueden transgredirse normas, reglas e, incluso, preceptos morales intocables para los investigadores de otra época. Esto lo sabe bien Élmer Mendoza (Culiacán, 1949). Al margen del resto de su producción novelística, con Nombre de perro presenta la tercera entrega de su saga detectivesca; algo poco común en las letras mexicanas de hoy en día. Édgar el Zurdo Mendieta es un policía de Culiacán que está a punto de enfrentarse a un nuevo caso. O a varios. Porque a diferencia de lo que sucede en las series de televisión, en una comisaría cualquiera se acumulan los expedientes. Ahora bien, el caso en cuestión es lo de menos: hay un asesino de dentistas, la lideresa del cártel del Pacífico encontró asesinada a su amante, un oscuro personaje se infiltra a las reuniones del narco. Mendieta será el encargado de esclarecerlo todo. Para lograrlo, tendrá que echar mano de todos sus contactos. Algunos trabajaron con él en el pasado pero ahora son parte de una mafia. No importa, el Zurdo incluso está invitado a la boda. Resulta inevitable cuestionar la postura moral del protagonista. ¿Por qué alguien que persigue el bien y lucha por la justicia se puede dar el lujo de aceptar la petición de un capo de altísimo nivel? La respuesta es simple: porque en su contexto (que no es otro sino el nuestro) así es como suceden las cosas. Ya no es momento de pensar en el bien mayor o en el fin último, la supervivencia es cosa de todos los días. Y ese es un terreno que entiende bien el Zurdo. Élmer Mendoza conoce bien el contexto del que habla. No por nada es el gran referente de eso que algunos llaman narcoliteratura. Más allá de eso, ha conseguido, con Nombre de perro y las novelas que la anteceden, un retrato íntimo de la sociedad y su relación con el crimen. Para volverlo más interesante aún, el tema de la paternidad cobra vida en esta nueva entrega de una saga a la que, sin duda, le quedan varios libros por entregar •

LA CULTURA EN CHILE, antes y ahora

próximo número

Textos de Carmen Berenguer, Patricia Espinosa, Ana María Risco, Paulo Slachewski, Jaime Valdivieso, et al. jsemanal@jornada.com.mx

Curso Délfico. Lecturas de Lezama Lima, Jorge Arturo Ortega, Óscar de Pablo, Salvador Gallardo Cabrera, Hernán Bravo Varela, Carlos Ulises Mata, Javier Hernández Quezada, Sergio Ugalde Quintana y David Huerta, Ediciones Sin Nombre/INBA, México, 2012. Con motivo de los cien años que el inabarcable poeta y narrador cubano autor de Paradiso habría cumplido en 2010, y con motivo asimismo de los cuarenta y cinco años que esa mencionada y complejísima obra cumbre de la lengua hispana cumplió el año pasado, el Instituto Nacional de Bellas Artes reunió las voces de estos ocho autores para que versaran, desde su personal óptica, en torno al magisterio inmenso del inmenso Lezama. El resultado es esta colección de ensayos plenos de riqueza, lo mismo que de muy justificada pleitesía estética e intelectual.

Trazos simples. Un divertimento literario, Jorge Enrique Escalona del Moral, Unión Latinoamericana de Escritores, México, 2012. Prologado por el poeta y ensayista Arturo Arredondo, este volumen hace feliz justicia a lo avisado por el título: trátase de una colección de brevedades, todas concebidas desde y por el gusto de pensar invariablemente con la pluma en la mano, por decirlo de algún modo, y de mostrarle a los demás el fruto variado de tan disfrutables –y sólo aparentes– ocios. Los nombres de las secciones en que los textos han sido agrupados, “Haikurismos”, “Calaveritas literarias y de comarcas aledañas”, “Variaciones”, Breverdades” y “Epigramás”, dan buena cuenta del espíritu lúdico, desabrochado y ligero con el que Escalona ha querido divertirse y divertirnos.

In memoriam Carlos Helguera Soiné escultor y músico 1928-2012


En recuerdo de Antonio Cisneros Murió el poeta Antonio Cisneros a principios de octubre de este año. Lo recuerdo en Aguascalientes al lado de Hugo Gutiérrez Vega en octubre de 2009, en una lectura inolvidable de ambos poetas. En un momento, Antonio Cisneros comenzó a hablar de teatro y afirmaba que el teatro del absurdo estaba rebasado por el tiempo. Recuerdo algunas anécdotas que contó Hugo de los viajes que hizo Eugene Ionesco a nuestro país. Al respecto, Cisneros y Gutiérrez Vega estaban convencidos de que el teatro del absurdo ya no le hablaba del mismo modo a nuestro tiempo. Yo mencioné a Beckett. “Quizás el único que sigue vigente”, dijo Cisneros. Estuvieron de acuerdo; sin embargo, Ionesco sigue siendo uno de mis favoritos, pensé, contra la opinión casi lapidaria de Cisneros. Viraron hacia otro punto la conversación y hablaron del Siglo de Oro español y de las tradiciones teatrales. Riquísima conversación entre ambos poetas. Así, el largo camino se hizo corto y ameno. Hubiera querido seguir escuchándolos, pero ya habíamos llegado al ciela Fraguas, repleto de gente que había llegado a oírlos. Una poderosa lectura que tenía cautivo al público de Aguascalientes. Tanto la de Hugo Gutiérrez Vega, como la de Antonio Cisneros, sin exagerar, fueron majestuosas. Ambos leyeron una selección de su poesía. Las deliciosas anécdotas de Hugo y Cisneros tuvieron al público divertido y cautivado por la gracia de aquellos dos hombres de palabra que estaban felices aquella noche iluminada por sus palabras. Aquella inolvidable noche se presentaba una edición que preparara Marco Antonio Campos de una antología de Antonio Cisneros, y ese era el motivo de nuestra presencia con Eudoro Fonseca sobre aquella mesa: comentamos aquella antología y que se hiciera en Morelia, porque esa lectura era dentro del marco del Encuentro de Poetas del Mundo Latino, que estaba dedicado al propio Antonio Cisneros. Aquella noche leí un texto que escribí para el poeta autor del legendario Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Y ahora que hace tan pocos días de su muerte, quiero recordarlo con aquello que leí en su presencia aquel octubre. “Con la poesía de Antonio Cisneros, tengo esperanza. Con sus poemas leídos en estos días, me doy aliento frente a un país que cada día nos aprieta más. Sabe decir la verdad filosamente, que a mi ver, ha sido labor de los grandes poetas. Al leer la poesía de Antonio Cisneros, hay algo que adentro me hace preguntas y me responde al mismo tiempo, nos recuerda que sólo con ese percutir al descampado podemos darle un sentido al mundo y a nuestra vida cautiva en estos desamparados tiempos. “Una cosa más que no debo dejar de mencionar. La poesía del autor de Un crucero a las islas Galápagos, también ha dejado –y aquí puedo decir que en gran parte– esa mirada desde y hacia la gente del pueblo y hacia el pueblo mismo, labor suya que también me alegra, porque muchos lo han intentado, y de facto, fracasaron. La de Cisneros es una poesía donde viven de modo natural, sincero y genuino, las almas de la gente, esa gente que hace mover los barcos, o esas multitudes de las que el poeta danés Iván Malinovsky afirmaba, eran los dueños del mundo, los que nada tienen. Sus sueños ordinarios, sus ilusiones quebradas de principio. Recordemos el poema ʻUna madre habla de su muchachoʻ, por ejemplo, o ʼLas tres décimasʻy ʼOtra muerte del niño Jesús.” “Un oriente más en la poesía de este poeta de aliento y ventarrón, es aquel donde, en esta especie de poemas celabratorios, bucea hacia el desgarramien-

to en donde quien canta corre el riesgo de no volver de aquellos duros acantilados. Un canto a la altura de la oración exclamatoria, que no quiere decir dueña del grito y la lágrima, sino de una vertiginosa soledad en la que el que canta se queda, y desde su barca sin remos afila un cuchillo en el corazón. Poemas que son deudas y brindis, y pagos. Elegiacos son estos poemas de la más hermosas sutileza y flama a un tiempo. El poema ʼMi hermano (Crónica del niño Jesús en Chilca)ʻ, y otros que celebran a Robert Lowell, a César Vallejo. Estos poemas –sé que no es fácil escribirlos porque además se llegan a escribir como condenas, porque se necesitan, porque nos urgen- también son un territorio que al leerlo me da esperanza, porque Cisneros sabe guardar sus grandes vínculos, que lo fueron, no sólo en el homenaje, sino en los dinteles verdaderos del recuerdo como esas brasas que no deben apagarse nunca, y usted con estos poemas –y los demás– a mí me lo ha enseñado” •

25 de noviembre de 2012 • Número 925 • Jornada Semanal

Ana García Bergua Atada a la cama Meses antes de que Las cincuenta sombras de Grey fuera nominada para ser Libro del año en Inglaterra, noticia que me tiene muy asombrada, me di cuenta de que esta trilogía era un fenómeno. Un fenómeno absurdo y casi universal. Estaba en la librería de un aeropuerto en Estados Unidos mirando los libros, cuando la dependienta se me acercó con aire cómplice y me mostró la flamante “trilogía gris”. Los tres títulos ocupaban un solo estante: centenares de ejemplares. Creí que eran policíacos, sobre todo porque en el tercero aparece la foto de unas esposas. La empleada, seria, madura, con lentes y sin maquillaje, se detuvo a mi lado: –Este libro te puede cambiar la vida –susurró. Como ese tipo de frase siempre acompaña a los libros de autoayuda y ese es un género que no suelo frecuentar, pregunté: –¿Es como de Deepak Chopra? –No, no –respondió ella sacudiendo las manos y sonrojándose un poco–. Es erótico. Es increíble. Y aunque parezca mentira (es rigurosamente cierto), otra mujer se detuvo ante el estante y tomó uno de los libros.“A poco”, me pregunté. –¿Sí está bueno? Las dos exclamaron que sí. –Y es un trilogía –anunció la dependienta con acento triunfal–. Ya casi la termino. Pero los dos primeros… guau. –Es súper popular. Fascinante –aseguró la otra. Abrí el tomo primero. Cuando tropecé con la descripción del protagonista, Christian Grey, me impresionó la escritura balbuceante e insípida con la que la autora describe al guapo, rico, joven y bien vestido galán. No pude imaginar a una persona. Recordé mil portadas de novela rosa, fotos de modelos, al vampiro Edward, descrito con la misma irritante vaguedad en Crepúsculo. Grey es bello, tiene ojos verdes, pelo cobrizo, manos de dedos largos y mirada ardiente. “Zas. El nuevo traje invisible del Emperador –pensé–. Como con El código Da Vinci, pero peor.” Peor porque en el libro de Dan Brown siquiera aparecían templarios y rosacruces; pinturas de Leonardo y cilicios, el Louvre, yo qué sé. Todo adobado con tarugadas, pero no era tan bobo. Me imagino que puse cara de desconcierto. La dependienta, en un gesto solidario, sacó su propio ejemplar del primer volumen del cajón y me lo ofreció: –Allá hay un sillón. Si quieres lee un poco. Y me senté a hojearlo: Christian es piloto de su propio helicóptero, además tiene un avión, bebe champaña Bollinger. Para Anastasia no hay afrodisíaco como el dinero. La novela es un predecible catálogo de objetos de lujo. Posee un yate y todas las mujeres que trabajan para él son guapas. Anastasia, en cambio, es una burra y se va de bruces, literal y metafóricamente, en su primer encuentro. La novela, aunque está escrita en primera persona, constantemente nos regala detalles del físico de Anastasia, gracias a que ella dice cosas como “me iluminé de alegría y brillé con incandescencia”, como si a lo largo de centenares de páginas se estuviera viendo en el espejo. Es un bodrio. Dizque es una novela sadomasoquista, transgresora y liberadora. No es cierto. Es convencional. La diosa interna de Anastasia, que aparece cada tres páginas, es una pesada, los

PASO A RETIRARME

Neftalí Coria

PERFILES

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protagonistas se casan –para que vean qué extraños–, las escenas sexuales las puede escribir cualquiera con un mínimo de experiencia, incluso teórica, y de nuevo, lo más emocionante es el dinero. Hay fuetes, esposas, pinzas, etcétera, toda la parafernalia sm , pero la narradora se las arregla para que esto resulte soso. Porque la relación entre ellos es insípida, porque al fin, Grey, ya no digamos ella, es un ñoño. Además, resulta que el parecido con los vampiros no es casualidad. La autora, fanática de Crepúsculo, había escrito la trilogía con Edward y Bella como los protagonistas y la había subido a internet para ser leída por fanáticos de la serie como uno más de los productos fan fiction de los seguidores. Pero e . l . James, cansada por la falta de consumación del amor físico entre el vampiro y la humana, se dio vuelo, desmañadamente, con las escenas sexuales. Y se convirtió en un éxito, sobre todo entre las mujeres de más de treinta. El resto es historia: los editores le aconsejaron que cambiara los nombres y añadiera detalles salaces al asunto. El resultado, prosa zombi y genérica, ha vendido más ejemplares que Crepúsculo, su comercial y bobalicón origen. No entiendo nada.Ya me di cuenta: el gusto de los lectores es un misterio y yo no podría escribir un bestseller ni aunque me fuera la vida en ello •

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Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Esto sí es noticia: Scott Walker ha vuelto Primero soltemos la lengua. Evitemos la estadística. Acabamos de ver el nuevo video de Scott Walker: Epizootics! Estamos conmovidos. Es uno de esos eventos artísticos que no atienden más que a los demonios, las dudas y la imaginación de un verdadero alquimista, aspirante a hijo del arte. Es parte del disco Bish Bosch, trabajo inspirado en la obra del gran Jerónimo el Bosco, recién salido del horno tras seis años de silencio. Dirigido por Olivier Groulx, a lo largo de nueve minutos este corto en blanco y negro ilustra, con cámaras de alta velocidad, el contenido de una letra inquietante, muy en la vena de sus recientes entregas. ¿Imágenes? La voluminosa y sonriente hawaiana serpentea los brazos. Pétalos caen sobre un par de zapatos blancos. La pareja de negros baila rock and roll. Apenas visible entre la hierba, el cuerpo de un joven retoza. Como ganando metros a la superficie lunar, una araña avanza lentamente sobre el vientre femenino. Hay también una flor en llamas. Hay también rostros que no resuelven su gesto. Todo fluye hacia algo. Nada parece tener sentido. Knockout. ¿Sonidos? Machetes que chocan, canicas en cuencos de acero, cuernos, cuicas, sintetizadores análogos, guitarras, múltiples percusiones, bajos, alientos, batería… cualquier objeto o instrumento puede ser parte de la poética de Scott Walker si cumple con alguno de sus vínculos emocionales: timbre o significado. Ya lo veíamos en la pieza “Clara” del disco The Drift (2006). Inspirada en el linchamiento público de los cadáveres de Mussolini y su esposa, Walker grabó los golpes producidos contra una pierna de res colgada. El resultado es efectivo además de perturbador. De melancolía británica aunque estadunidense, los primeros discos de Scott Walker con su hermano John ( The Walker Brothers) fueron pomposamente producidos y grabados en acetatos que proponían baladas y atrevimientos pop apenas afectados por el motown y el nacimiento del rock. Hablamos de los años sesenta y principios de los setenta cuando, peinado al más puro estilo de los Beatles, el cantante era una de las mayores sensaciones juveniles del mundo anglosajón. Tras abandonar los éxitos y podredumbres probadas de la industria, Walker encontró casi por casualidad (a través de una amiga, conejita en un club Playboy), la obra del francés Jacques Brel. Eso cambió su vida (y la de muchos). Eso lo decidió a lanzarse como solista, pero apostando por la interpretación, la transmisión de ideas a través de una técnica notable sometida al sentimiento. Aun con este salto de madurez, lo que verdaderamente llama nuestra atención es lo que fue sucediendo en su cabeza conforme se hacía más sabio. Lejos de consolidar un estatus de leyenda vinculada con la radio y el gusto a cabaret, lo suyo fue tirarse al más oscuro de los abismos, retarse a producir un lenguaje absolutamente original. Los frutos obtenidos desde el álbum Scott 3 (que terminó por mandarlo al underground) han deslumbrado a las más grandes figuras del rock y el pop mundial, muchas de las cuales dieron su testimonio para el documental 30th Century Man sobre el cual escribimos una nota aquí mismo hace casi cinco años. Hablamos de gente como Damon Albarn (Blur), Jarvis Cocker (Pulp), Sting, Radiohead, Brian Eno, David Bowie, Goldfrapp

y muchos más que, rendidos ante una carrera prolífica y arriesgada, celebran la existencia de un compositor de semejante altura. “Si no tengo nada que hacer o mostrar, no tiene sentido andar mostrándome por ahí”, dijo Walker en una entrevista para la bbc. Esa es la razón de sus largas desapariciones, en las que cocina lentamente lo que sea que deba escupir su espíritu. El mejor ejemplo fue cuando, en lo más alto de su trayecto como solista, se retiró a un monasterio. Claro que no fue por las razones que acuñaron los mitos urbanos, sino para aprender la técnica del canto gregoriano, una de sus mayores influencias. Así las cosas, lectora, lector, confíe y acérquese a la obra de Scott Walker. Belleza infectada por males incurables, es de las que presenta bloques, paredes sonoras que aceleran nuestras partículas más íntimas. ¿Por dónde empezar? Por discos como Tilt, The Drift y, claro está, el mentado Bish Bosch. Último intento descriptivo para imaginar a qué suena Scott Walker: meta usted en una abadía del Medievo al grupo The Residents para luego, a gusto personal, espolvorear algo de David Sylvian, Jacques Brel y John Cage. Nomás por joder y ver qué pasa: agregue uno o dos granitos de Raphael, pero con la antigua técnica de José José. Suba el volumen si es viernes. Acompáñelo con sake caliente. Miéntenos la madre. Sonría •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Morelia x (iii y última) La sección en competencia de largometraje mexicano de ficción del Festival Internacional de Cine de Morelia sólo admite óperas primas y segundos filmes, lo cual garantiza una suerte de “reciclaje” de los realizadores que pueden obtener este premio. Empero, se advierten similitudes y proximidades varias, tanto de forma como de fondo, en las nueve producciones participantes en esta décima edición. No es improbable que la vecindad técnica, formal y conceptual observada obedezca simplemente al criterio/gusto/preferencia/inclinación/formación de quienes tuvieron a su cargo seleccionar lo que habría de competir, aunque dicha posibilidad no descarta esta otra, manejada por Muchagente como una certidumbre: que son filmes de esta naturaleza los que, hoy por hoy, constituyen mayoría en el total de las seis o siete decenas de largometrajes que, como promedio, produce México al año desde hace aproximadamente un lustro. ¿Cuál naturaleza? Respóndase, de entrada, con la pregunta de un lector de estos despropósitos, que por ahí tuiteó lo siguiente:“¿Y si rebautizamos al de Morelia como el Festival de Cine Contemplativo Mexicano?” Más allá de la sorna implicada, y más allá también de que este ponecomas sostiene que el abuso del adjetivo “contemplativo” sólo abona a la simplificación y, por consiguiente, a la flacura reflexiva y al aniquilamiento del contraste de ideas y posturas creativas, algo hay de cierto e ineludible: este no es un cine de ése que hace felices a los distribuidores y los exhibidores cinematográficos porque, resumiendo, no es “vendible”. Tampoco es del que deja satisfechas a las masas porque, otra vez resumiendo, no se parece, ni de lejos, a la mayoría de aquello a lo que las masas han permitido que las acostumbren esos distribuidores y exhibidores. Finalmente, y también resumiendo, tampoco debería ser motivo de plena satisfacción para quienes lo escriben, dirigen y producen, al menos por una razón harto sencilla: que si bien es digno de celebración el hecho en sí de filmar una película, nadie hace cine –eso creemos algunos ingenuos– para darle de comer a la egoteca y ya, sino para comunicarse con el público, para conectar con éste, decirle algo que pueda interesarle. Es decir, no sólo para vender, aunque también e inevitablemente para eso. Son muchas y bien conocidas las trabas y distorsiones que nuestro medio cinematográfico, visto de conjunto, le opone al consumo de la producción nacional, y desde luego que dichas taras influyen considerablemente en la situación descrita arriba, pero eso no exenta a quienes lo realizan de un ejercicio cada semana más urgente de autocrítica, así sea sólo para borrar uno de los principales argumentos bajo los cuales la exhibición de lo suyo suele serles regateada: que “no interesa”, “no conecta”, “no dice nada” y, lo más reiterado, que en ese cine “no pasa nada”.

Datos, pa empezar Apuntados en el orden en que fueron exhibidos, los nueve largos en competencia en el décimo ficm fueron los siguientes: Táu (video, 81 min.), de Daniel Castro Zimbrón, coguionista con Marcos Castro; No quiero dormir sola (35mm, 82 min.), de Natalia Beristáin Egurrola, coguionista con Gabriela Vidal; Las lágrimas (16mm, 63 min.),de Pablo Delgado Sánchez, guionista; Fogo (video, 61 min.), de Yulene Olaizola, coguionista con Rubén Imaz, Diego García y colaboración de Norman Foley, Ron Broders y Joseph Dywer, México-Canadá; Halley (video, 80 min.), de Sebastián Hoffman,

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 925 • 25 de noviembre de 2012

BEMOL SOSTENIDO

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No hay nadie allá afuera

coguionista con Julio Chavezmontes; I hate love (digital, 105 min.), de Humberto Hinojosa, guionista; Restos (16mm y video, 95 min.), de Alfonso Pineda Ulloa, coguionista con Ernesto Walter; No hay nadie allá afuera (video, 62 min.), de Haroldo Fajardo, guionista; y finalmente Rezeta (16 mm, 83 min.), de Luis Fernando Frías de la Parra, guionista. Salvo la última, todas fueron producidas este mismo año. Notó el lector que sólo una fue realizada en 35mm, el clásico formato que así se diría en franca retirada; que tres se rodaron en 16mm, y que las restantes cinco fueron hechas en video, fuese digital o no. Advirtió también que, exceptuando a dos –respectivamente de una hora cuarenta y cinco I hate love, una hora treinta y cinco Restos–, los siete filmes restantes no superan la hora y media de duración, condición que cierto criterio las volvería mediometrajes, no largos. Vio, asimismo, que sólo una de ellas es coproducción entre dos países, así como que en todos los casos el director es también guionista o coguionista de su cinta. Preliminares datos simples para nutrir lo que no debe ser simple nunca –como quisiera la reiteración de la contemplativitis–: el análisis, la reflexión y la crítica •


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25 de noviembre de 2012 • Número 925 • Jornada Semanal

Ilan Stavans

Las odas de Neruda

dedicadas a amigos como César Vallejo. También las hay que hablan de la Guerra civil española, que Neruda presenció, o de los viajes que hizo a Venezuela, a Brasil, México y Suecia (previo al Premio Nobel). Otras describen a ídolos como Walt Whitman y Paul Robson o sus lecturas de Rimbaud. Mis favoritas son las odas a la tipografía, dos que dedicó a los libros y otras dos a la crítica y la Oda al diccionario.

Felipe Garrido

Aquel reportaje –primera plana en La Voz de la Costa– fue para muchos de gran interés; pero don Atanasio Argúndez y Ávila, ese juez de la isla que creía en la justicia más que en las leyes, lo encontró abominable.“La fil-g se moderniza”, decía la cabeza.“El público debe apreciar –decía un entrevistado– la intención de los organizadores y del jurado. A lo largo del tiempo, los premios que la feria ha venido sumando han ido abarcando diversos aspectos del mundo editorial. Faltaba reconocer a los plagiarios. En vez de escandalizarnos, aplaudamos a quienes se han atrevido a tomar el toro por los cuernos y han instituido El Plagiario del Año. Esto abre un sinnúmero de posibilidades. En el área infantil estamos preparando talleres de acordeones y de bullying; para el público adulto, talleres de fotocopiado, de ediciones pirata, de robo digital... Habrá quien proteste pero, ya sabemos la respuesta que merecen esos aguafiestas: Que se jodan.” •

MENTIRAS TRANSPARENTES

Que se jodan

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com

El maestro del pueblo En los pueblos olvidados como éste siempre hay un profesor: el Maestro. El nuestro vive frente a esta humilde casa. Para hacer su personalidad aún más espectral, el maestro tiene un puesto de revistas y, así yo lo creía, una librería. Lo creía porque desde que llegué aquí vi libros doctos debidamente acomodados en un viejo librero a espaldas del mostrador. Hace un rato crucé la calle y entré en su negocio para ver si compraba uno. El Maestro me dijo: esos son mis libros personales, que leo y releo en mis horas de ocio, y alzó la ceja izquierda. Estiré el pescuezo y vi algo de Martín Luis Guzmán, Azuela, incluso Reyes. Maestro, le dije: ¿cuál me recomienda?, y recorrí de un plumazo la hilera de libros. ¿De éstos?, preguntó. Sí. Ahora verás, dijo el Maestro. Se dio la media vuelta, estiró la mano y escarmenó. Sacó uno de atrás de la hilera que hacía de fachada y lo dejó caer en el mostrador: el libro era Un grito desesperado, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Esto es lo que tú necesitas, sentenció. Sentí un ligero mareo, pero me repuse. Estiré las comisuras y dije gracias, regresando por donde vine •

AL VUELO

La semana pasada terminé de editar un nuevo libro bilingüe: All the Odes, de Pablo Neruda, que se publicará el año próximo. Describir al chileno como prolífico es natural: nos dejó más de 2 mil 500 poemas, algunos de ellos horripilantes, y sublimes un par de docenas, acaso más. Sus formas favoritas eran el soneto, el canto y la oda. De ella s, su pasión por este último es incomparable. De Píndaro a Catulo, ni hablar de Dryden, Wordsworth y Keats, nadie, ciertamente nadie en el mundo moderno, ha cultivando la oda con semejante ahínco, dándole un aire íntimo, haciéndola accesible, democrática. Neruda escribió un total de 225 odas. Esta producción desfila en los libros que constituyen el medio de su carrera literaria, después de Canto general y antes de Extravagario, aunque una que otra oda antecede y rebasa estos límites. La mayoría apareció en cuatro volúmenes claves, el primero titulado Odas elementales y el último Navegaciones y regresos. La fecha de composición es justo la mitad del siglo xx, la década de los cincuenta. A su regreso a Chile de Europa, en especial de Italia, donde sus opiniones ideológicas lo convirtieron en persona non grata para el gobierno, Neruda, con la que sería su tercera esposa, Matilde Urrutia, se detuvo en Argentina por un tiempo antes de asentarse en Santiago, sobre todo en su casa de Isla Negra, cerca del mar. Una propuesta del venezolano Manuel Otero Silva, que entonces dirigía El Nacional: escribir para el periódico una oda semanal. (Neruda aceptó a condición de que las odas aparecieran no en la sección de arte y cultura, sino en la de crónicas diarias), lo inspiró a dedicar su tiempo a la tarea. El fruto se gestó durante más de cuatro años, hasta que el ritmo avasalló a Neruda o el poeta agotó los temas o perdió el interés. ¿Cuáles son esos temas? De lo más mundano (una cebolla, un cactus, un elefante, una flor amarilla) o lo más excelso (la amistad, la tristeza, la esperanza). Algunas odas están

Igual me entusiasman la Oda a los calcetines, las muchas dedicadas al mar y a los pájaros y la Oda al átomo, que mucho me recuerda el libro De rerum natura. De hecho, utilicé unas líneas de este libro de Lucrecio como epígrafe al libro que preparé. Lamentablemente, las intuiciones políticas de Neruda no siempre eran acertadas. Escribió una oda propagandística sobre Lenin y otra sobre los trenes de China. Asimismo, entre las menos acabadas está la dedicada a la claridad, que adolece de un defecto insuperable: es oblicua. Pero por lo general su ceguera comunista distorsionó sólo unas cuantas composiciones, enalteciendo muchas más. Y la falta de claridad, cuando está presente, tiene que ver con la puntuación errática y no con el contenido en sí mismo. Descubrí sin sorpresa, al preparar el libro, que traducir las odas de Neruda al inglés es –o aparenta ser– un deporte. Desde el primer intento de Ángel Flores del libro Residencia en la tierra, en la década de los cuarenta, las odas han atraído a una veintena de traductores, entre ellos Margaret Sayers Peden, que vertió al inglés unas cincuenta. Menos fecundos aunque igualmente admirables fueron William Carlos Williams, Mark Strand y el actual poeta laureado de Estados Unidos, Philip Levine. Leídas de forma conjunta, todas las odas configuran una especie de diario íntimo, no sólo de la rutina del poeta, sus amores y sus odios, sus sueños y pesadillas, los olores y sabores que lo rodeaban, sino de todos nosotros. Para Neruda la poesía era un arma de protesta y una bocina a través de la cual él, como profeta, llegaba a las masas. En estas piezas poéticas nos recuerda que la vida está hecha no de eventos pomposos sino de actos consuetudinarios y que la historia no es un conteo de lo que hace la gente famosa sino del quehacer del hombre común y corriente •

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Miguel Ángel Quemain

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com

Polacos en México: de Kantor a nuestros días Desde hace poco más de medio siglo no deja de sorprender la familiaridad creadora con la cultura polaca. La dramaturgia y la narrativa han sido dos terrenos privilegiados de esa presencia, y a la primera la acompaña la puesta en escena y su análisis de las dimensiones actorales y de dirección que desde espacios universitarios y privados (Sergio Jiménez y Edgar Ceballos en Escenología) ha producido documentos de gran valor para la historia del teatro mexicano y de su enseñanza. Menciono la narrativa porque la Universidad Veracruzana, desde sus espacios privilegiados, ha apoyado las traducciones y los estudios de Sergio Pitol, y no sólo han aparecido novelas y cuentos sino la dramaturgia polaca que ha formado parte de las indagaciones de la compañía de teatro de esa universidad. Conmueve la historia de estas búsquedas y la generosidad con la que unos creadores obsequian a los lectores de su lengua los placeres de una adquirida, que es habitada y

creada al mismo tiempo por unos pares que nos confirman la universalidad de lo local, de las emociones y de las estructuras permanentes de una mente que se ha fraguado en Occidente. En el caso del cuento, la dimensión temporal va desde noviembre de 1966 hasta el pasado mes de agosto, signadas en la antología que hicieron Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza, Elogio del cuento polaco (Cien del mundo, cnca). Tema aparte es la historia de los traductores, que van de Esther Seligson y Sergio Galindo hasta el incansable Alexander Bugajski. Más añeja y de extraordinaria vigencia es la gran antología que hizo Ludwig Margules con el título Teatro polaco contemporáneo (1996, Ediciones El Milagro/cnca), donde ya se indicaban las grandes líneas que lo definieron en los últimos sesenta años: la emergencia del teatro estudiantil que puso a Polonia en la atención internacional. Esto dio origen a festivales que acogieron teatro estudiantil de todo el orbe y renovaron el paisaje literario teatral. Margules también señala a los cabarets literarios con su poder poético político y los espectáculos unipersonales. La tradición del teatro de imágenes, el de la pintura escénica, que caracterizó al “pintor” Kantor, es uno de los signos más fuertes de esa estética donde Grotowsky tiene un lugar fundamental, en las antípodas de Kantor, pero ambos corazón del teatro filosófico en la Otra Europa. Traigo aquí este breve panorama para referir la presencia inminente de un programa teatral tan rico como ambicioso que varias instituciones en colaboración hacen posible, gracias al poder organizador de Lech HellwigGórzyński. Todo inició el pasado 22 de noviembre con las proyecciones de Teatro en Polonia en dvd que contiene tres

Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Dorada píldora Es legendaria ya la ausencia de novedades en la televisión mexicana, esa aridez creativa que parece tener a raya cualquier iniciativa de algo original, algo nunca visto y en cambio recetar al pasivo y resignado auditorio, ese público apático que más parece recua que pueblo, más de lo mismo: programas viejos, refritos de refritos, los mismos chistes, las mismas frases, la misma basura, la vieja intención no poco siniestra de convertirnos en idiotas pitecoides. A saber si se trata de una peculiar fenomenología –patología, más bien– de la creatividad yerta de los guionistas o la mojigatería censora de los ejecutivos, o simplemente la apatía de consorcios enteros que apuestan al conformismo de toda una sociedad, a su desgaste, a su orfandad moral y el proverbial abaratamiento de su intelecto. Pero de que hay talentos que podrían renovar la narración visual en la televisión, los hay. El problema es que no están en el medio, andan en otro lado, correteando, para decirlo coloquialmente, los bisteces. Hay estupendos escritores a los que este aporreateclas se atrevería a adjetivar como experimentales que pergeñan estupendos textos que, trasladados a guiones y llevados al televisor –o al cine, que puede ser natural destino de más de uno– podrían ofrecer verdaderas novedades, refrescar la industria y de paso darle un respiro al respetable, que ya estamos saturados, realmente saturados, de las mismas porquerías de siempre, del humor edulcorado, de la ausencia de crítica social, de las pinches manos del clero católico metidas hasta el colodrillo en el ideario colectivo. Allí está, buscando desde hace ya buen tiempo una rendija por donde colarse al éxito –no estoy muy seguro de a qué le llama “éxito”– un escritor iconoclasta y cáustico co-

mo no conozco muchos: Rodrigo Solís, autor de una columna/blog verdaderamente alucinante, insolente y descarnada que se titula –más de uno hemos sido alguna vez bombardeados por su lucidez galopante, su sorna cáustica, sus descaradas burlas al stablishment– (ya desde el título asoma ponzoñosa la intención) Pildorita de la felicidad. Por años –¡años ya, Rodrigo!– me he desternillado con sus confesiones atroces, la exhibición de sus peores momentos en la vida, porque de alguna manera que no acabo de comprender, Solís es un exhibicionista moral. Deliciosamente indecente, además. Puesto que su largo haber literario tiene que ver con su propia vida, sus desengaños –sobre todo los que él mismo va causando entre quienes lo rodean–, sus amores, sus quemantes ganas de convertirse en un escritor reconocido, laureado y referido por todos y además, oh realidad dama cruel, en un país donde cada día hay menos lectores, menos interés en la literatura y mayor preponderancia de esa televisión que pastorea el pensamiento bovino de millones de espectadores reducidos a potenciales votantes o compradores, el resultado suele ser francamente cómico. A veces escandalosamente cómico, desgarradoramente hilarante y hasta patéticamente chistoso, porque no maquilla nada, simplemente se burla de los valores presuntos de esta sociedad hipócrita y sus poderes fácticos (lo que le costó, al menos, no pocas amenazas y persecucio-

obras basadas en Shakespeare, con subtítulos en ingles y cinco espectáculos de Tadeuz Kantor con subtítulos en español, que también podrán verse el 29 de noviembre de 9 a 15 y de 17 a 20:30 horas. El programa es h ., dirigida por Jan Klata, La tempestad de Krz ysztof Warlikowski y 2007: Macbeth, de Grzegorz Jarz yna, y por la tarde Krum, de Hanoch Levin, bajo la dirección de Krzysztofa Wallikowskiego. Afortunadamente, todo este horizonte dramático estará contextualizado por Maciej Nowak (director del Instituto Nacional de Teatro en Polonia), quien ofrecerá este lunes 26 de noviembre una conferencia magistral titulada De Kantor y Grotowsky a Lupa y Klata. Tres últimas décadas del teatro polaco a las 17:00 hrs. en el salón de actos de la ff y l . Para completar esta mirada, Jeroslaw Bielski, quien dirige Teatro Réplika en Madrid, ofrecerá la conferencia magistral: Teatro Polaco, siglos xx y xxi , su recepción e influencia en el teatro europeo y español, el 30 de noviembre a las 17 horas. En todos los casos la entrada es libre. No puedo en este espacio enlistar este nuevo paisaje del teatro polaco que sin ninguna dificultad podría convertirse en una nueva antología que llamaría a unir esfuerzos de El Milagro, cnca y unam . Habrá que asistir a las lecturas dramatizadas que en la pequeña aula-teatro Enrique Ruelas (sólo caben cuarenta y cinco personas), en la Facultad de Filosofía y Letras, se podrán escuchar y ver este mes y los primeros días de diciembre. Por lo pronto, este lunes 26, Cuerpos extraños, de Julia Holewinska; el 28, La sonrisa, de Komelo de Jan Klata; el 29, La muerte de Calibán, de Magdalena Fertacz y el 30 Hombres al borde de un ataque de nervios, de Anna Burzynska. Hay que acercarse al Colegio de Teatro para completar esta programación totalmente aleccionadora •

CABEZALCUBO nes en Campeche) y retrata fielmente su personaje, a sí mismo, con descarnada flema, y en ello a todos nosotros, tal que han hecho en televisión Berto Romero, en España; Tato Bores y el Negro Olmedo, en Argentina, o Larry David en Estados Unidos. Y todos ellos tuvieron un éxito enorme, con la única condición de que las cadenas que transmitieron sus programas no los censuraron. O no del todo. Así que ahí queda una propuesta –sí, Rodrigo, es una propuesta en serio–: que la vida de Solís, su Pildorita de la felicidad, ahora novelada en Mala Racha (Mi cabeza Editorial, Madrid, 2012), sea convertida en guión para una serie de televisión a la que desde ahora le auguro éxito rotundo, porque, como dice Eduardo Huchín en el prólogo que escribió para Mala Racha: “El secreto de la Pildorita estuvo y ha estado en sus componentes activos: los Data Pop, las tragedias menores, la televisión, la autobiografía precoz, Dios, la publicidad, el ridículo, las batallas familiares, la provincia, el futbol, los políticos, el cine, YouTube. Tómese la vida cotidiana y disuélvala en ácido clorhídrico. Sin embargo, pese a lo atractivo de su fórmula, la combinación por sí sola no hizo el milagro. Faltaba agregar la sustancia personal: la eficacia de un humor, despiadado, agudo, políticamente incorrecto. La marca de fábrica. El sello Solís” •


ensayo

I

mponente en su desmoronamiento, roca entre rocas aún palpitantes del lava que las animó, fundido en ellas, petrificado con ellas, estatua polvosa pero viva de Pedro Páramo desplomándose como un alud que resucita en su caída, Manuel Álvarez Bravo, convertido en su fotografía, nos recibió un tarde lluviosa del verano de 2001. Graciela Iturbide, con su generosa elegancia, nos abrió con un sésamo la caverna de Álvarez Bravo. Habíamos corrido bajo el tibio y refrescante chipichipi por las callejuelas del barrio del Niño Jesús, guiados por ella. Carmen Parra, Jacques Bellefroid y yo la seguimos sin poder apreciar en ese momento, en toda su magnificencia, el regalo que Graciela iba a ofrecernos: la imagen ya fuera del tiempo de Álvarez Bravo tomada por él mismo. Bajamos unos cuantos escalones de roca que prolongaban el laberinto del barrio y entramos a una pieza de altos muros de piedra, donde él y Colette, su mujer, nos esperaban. La oscuridad del lugar me deslumbró. Los nubarrones negros palidecían la luz del atardecer que penetraba, filtrada, por las ventanas estrechas. Tardé en verlo, sentado en un rincón de esa pieza que daba una sensación de vacío, acaso por la altura de las paredes, antes de poblarse de objetos y cosas coleccionados en un orden secreto, puestos aquí y allá con la voluntad deliberada de conservarles toda su inesperada aparición, sorpresa de lo inusitado. Tal como don Manuel se me apareció sentado en una silla que formaba parte suya en ese rincón en penumbras. Sus manos, brazos, piernas, busto, ojos, boca, frente, arrugas, cabellos, su rostro, todo su cuerpo y cada gesto, se habían convertido en las piezas claves de la colección de objetos a la vez enigmática, reveladora y aplastante. No escuché las presentaciones, ni la conversación entre Graciela y don Manuel, las frases de Carmen Parra, las preguntas de Bellefroid, las intervenciones de Colette. El silencio se hizo a mi alrededor, impuesto por el asombro que causan las apariciones. Del polvo acumulado sobre cada objeto surgían más preguntas y aclaraciones aún más misteriosas del universo insomne de Álvarez Bravo. Para ocultar mi febrilidad, escapar a esa presencia abrumadora, me refugié en el baño. Los altos muros, la amplitud del sitio, empequeñecían la regadera de fierro, el viejo excusado, el cubo de agua colgado a la mitad de la pared, tan alta, de la cual bajaba la cadena para desencadenar la caída del líquido, el lavabo, objetos que flotaban perdidos en el espacio infinito de ese recinto cerrado. Fijos en ese vuelo inmóvil, cargados de quién sabe qué sabiduría, historia sin sentido, que emanaba aún con más fuerza del polvo. Al salir de la gruta de Álvarez Bravo, corrimos bajo el agua-

25 de noviembre de 2012 • Número 925 • Jornada Semanal

Retratos de Álvarez Bravo Vilma Fuentes

cero al fin desatado. Tuve el sentimiento de despertar, de no poder atrapar un sueño que se desvanecía. Ya en su casa, a insistencia de Carmen, Graciela nos mostró sus últimas fotografías: ¿por qué ese intento de atrapar, en los pájaros fijados por su cámara, el vuelo? ¿Trataba de escapar al denso peso del peñasco de quien consideraba su maestro? ¿Coincidencia? Parra intentaba también apresar, con la pintura de sus ángeles, el vuelo, acaso para evadirse de los espesos muros de piedra de antiguas construcciones donde su padre erigió las casa del Indio Fernández y otros personajes de la constelación mexicana. ¿Casualidad? Días después, en París, Águeda Lozano hizo una cena en honor a Emilio Carballido. Quiso el azar que Aurelia, hija de don Manuel y Colette, fuese invitada. Sus rasgos, sus gestos, mezcla de los de sus padres, me devolvieron imágenes dislocadas de la visita en el barrio del Niño Jesús. Hace unos días, me volvió de golpe, sin los tintes amarillentos de los recuerdos, esa visita, durante el recorrido de la exposición de ciento cincuenta fotografías de Álvarez Bravo en el Musée de Paume, titulada Un photographe aux aguets (Un fotógrafo al acecho). De ellas brotaban, de nuevo, los enigmas propuestos poco más de diez años atrás, pero ahora se me ofrecían atisbos de respuestas que, desde luego, no hacían sino proponer otras preguntas y, acaso, otras revelaciones. Los curadores de la retrospectiva deseaban dar nuevas perspectivas a su obra: librarla de etiquetas que la reducían a un cierto exotismo, para no decir folklor, o a la adhesión al movimiento surrealista. Al mismo tiempo, al exhibir algunas

muestras de sus cortometrajes, se proponían hacer palpable el movimiento de su obra a lo largo de un siglo. Demostrar que, lejos de obedecer a una tradición, y menos aún a una escuela, rompe la primera e inicia una nueva forma de ver. ¿No repetía don Manuel que su credo era una frase de Baltasar Gracián: “Cuando los ojos ven lo que nunca habían visto, el corazón siente lo que nunca había sentido”? Cierto, André Breton, admirativamente sorprendido por sus fotos, vio un fruto del surrealismo cuando mab ya había tomado su camino, escribió: “Donde Álvarez Bravo se detuvo, donde se atardó para fijar una luz, un signo, un silencio, es no sólo donde palpita el corazón de México, sino donde además, el artista pudo presentir, con un discernimiento único, el valor plenamente objetivo de su emoción”. Así, solicitó a don Manuel realizar la fotografía de La buena fama durmiendo, la única que Álvarez Bravo reconoció como surrealista. Diego Rivera toca, sin duda, un resorte secreto cuando dice: “una poesía discreta y profunda, una ironía desesperada y fina, emanan de las fotos de mab como las partículas suspendidas en el aire vuelven visible un rayo de luz penetrando en un cuarto oscuro”. La luz congelada que es la fotografía, como señaló Salvador Elizondo, yace en las de Álvarez Bravo. Para nada un cineasta frustrado. Don Manuel prefirió la piedra preciosa de una fotografía, roca él mismo, donde se congela la luz y termina su viaje, al movimiento de una película, vuelo de un tiempo efímero. Crónica de un instante, de la foto petrificada, páramo de espejos, emana otro tiempo, nuevo viaje de la luz hacia un día sin fin • Foto: La buena fama durmiendo

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