La Jornada Semanal

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Marilyn

y las devastaciones del

A ugusto I sla

• Política y cultura, S ergio G ómez M. • Entrevista con G uadalupe N ettel

Olimpo

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 23 de diciembre de 2012 ■ Núm. 929 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver


bazar de asombros

23 de diciembre de 2012 • Número 929 • Jornada Semanal

Un retrato de Efraín González Luna: el final de un ideario ( i de viii ) “Su sola imagen, reproducida aquí y allá, incluida la metáfora de Warhol, era ya hechizante”: así describe Augusto Isla a la inmortal Marylin Monroe, y así es exactamente como ella sigue siendo, medio siglo después de que ella misma –según la versión más aceptada– acabara con sus días, con su carrera artística y, claro está, con una existencia física que dio paso inmediato a su consolidación mítica. Icono universal como pocos, quien alguna vez fuera llamada Norma Jean sigue posando y paseando en la imaginería colectiva y, en su ensayo, Isla apunta algunas de las claves de su perdurabilidad. Completan el número una entrevista con la joven narradora mexicana Guadalupe Nettel, un ensayo de Sergio Gómez Montero sobre política y cultura, y un artículo de Marco Antonio Campos sobre otro inmortal llamado Fernando Pessoa.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Escribo estas notas sobre Efraín González Luna en el momento en que su partido devolvió el poder al Partido Revolucionario Institucional, después de doce años de gobernar con torpeza, ausencia de mo­ ral, crueldad sin límites, ineficacia y, lo que es más grave, con una posición neoliberal a ultranza que contradice los principios de doctrina de un partido que tuvo en el hijo de González Luna, Efraín Gon­ zález Morfín, su último ideólogo, y después se des­ plomó en el vacío doctrinario y en la docilidad ab­ soluta a los dictados imperiales. Las decenas de miles de muertos, la cínica defensa de una estrate­ gia equivocada, el aumento de la miseria, la men­ tira institucionalizada, la tontería, la ausencia de principios morales, la entrega al duopolio televisi­ vo, la corrupción y la estupidez ostentada con des­ vergüenza, son los resultados finales de los doce años de gobierno pseudopanista. Estas notas quieren hacer un retrato de uno de los ideólogos del pan original. El otro es el funda­ dor, el maestro Manuel Gómez Morin. Que el lector no busque semejanzas entre los panistas del desastre actual y los maestros fun­ dadores. No las hay. El frívolo y dañino señor Fox (y su voraz consorte), y el san­ guinario y mendaz señor Cal­ derón, nada tienen que ver con un partido como el que crea­ ron Gómez Morín y González Luna. Tal vez estas notas sirvan para que los infatigables archi­ vadores lo ubiquen en algún nuevo apartado del espectro político. Efraín González Luna tuvo una vida intensa en la que trató de conciliar actividades labora­ les, aficiones y vocaciones. No lo logró del todo y se vio obli­ gado a veces a sacrificar lo más entrañable en aras de lo inme­ diato. Leyendo a los historia­ dores de la política mexicana

Hugo Gutiérrez Vega he encontrado una vacua sarta de lugares comunes y una torpe, lineal y chata serie de calificaciones y catalogaciones. Para quitarse de problemas, esos “historiadores” sentencian: “Político de derechas con tendencias fascistas. Fue candidato del Partido Acción Nacional y de la Unión Nacional Sinarquis­ ta a la Presidencia de la República en 1952.” Otros, ligeramente más informados, lo asocian con Mau­ rras, el ideólogo de la Acción Francesa, y con el “caudillo cristero” Anacleto González Flores. Lo conocí y traté personalmente y fue mi maestro en muchas cosas de la vida, la literatura y la política. Por eso puedo decir que su posición era esencial­ mente centrista. Nada tenía que ver con los extre­ mismos de la Acción Francesa. Más bien se acerca­ ba a los postulados de Jacques Maritain, el filósofo cristiano que tanto influyó en el pensamiento de los partidos populares europeos y en los primeros pa­ sos de la Democracia Cristiana. Con él redactó las conclusiones del Congreso Americano de Proble­ mas Sociales, organizado por la National Catholic Welfare Conference de Estados Unidos, en 1942. Otra influencia poderosa es la de Mounier y su teo­ ría del personalismo. Por otra parte, criticaba se­ veramente al fascismo y, por encima de su hispanismo de raíz cristiana, colocaba el ideal de­ mocrático destrozado por los es­ padones franquistas. Respecto a la contienda civil española, estaba más cerca de Bernanos y de Mauriac que de Claudel, poeta al que amaba y al que tra­ dujo con fidelidad y talento (La Anunciación a María y Viacrucis son algunas de sus traduccio­ nes. Sé que trabajaba las Cinco grandes odas poco antes de su muerte). (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Una simple muchacha Foto: Flickr; Kobrapower

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bitácora creación bifronte RicardoVenegas

Garibay desde el origen Para Cristina Faesler

Considerado de Tulancingo, Hidalgo, Ricardo Gari­ bay Ortega vio la luz el 18 de enero de 1923. Alí Chu­ macero ha precisado que en realidad nació en Aut­ lán de la Grana, Jalisco, y fue llevado a Tulancingo desde sus primeros días. El mismo Garibay, sostuvo Chumacero, le confió esto en amena conversación. Sin embargo, no es aventurada la hipótesis de que la enemistad con Juan José Arreola (oriundo de Za­ potlán, Jalisco) determinara su desestimación por el lugar de origen, pues él mismo decía: “A donde yo vaya siempre irá Arreola buscando superarme.” Al mudarse a temprana edad a Ciudad de Mé­ xico, la infancia del escritor transcurrió en un am­ biente familiar modesto y de afición a los libros. En San Pedro de Los Pinos, el escritor se veía a sí mis­ mo predestinado a la literatura (desde la niñez se sintió marcado por una visión de ángeles toscos y bellos que lo enfermó una semana) y su madre aseguraba que algún día ganaría el Nobel.

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Desde niño Garibay encontró en las palabras un oficio que lo llevaría a escribir más de cuarenta y cinco libros de diversos géneros: novela, cuento, ensayo, teatro, guión de cine, crónica y reportaje. Usaba el ingenio verbal al vender candelas para la lumbre, escribía cartas para el tende­ro por diez centavos o ganaba concursos de radio repitiendo trabalenguas a gran velocidad. Su naturaleza le impuso una coraza e incursio­ nó en el pugilismo como sparring, actividad por la que cobraría trescientos cincuenta pesos. En es­ ta ocasión utilizó las manos no para escribir, sino para boxear. Con la obsesión por el deporte de los puños, años más tarde y desde la perspectiva del escri­ tor, escribiría Las glorias del gran Púas (1978) y el guión de la película que aborda la vida del pugi­ lista Rubén Olivares. No mucha gente sabe que Garibay es autor del guión de la película El Milusos, dirigida por Roberto g . Rivera y protagonizada por Héctor Suárez.

La gama de oficios desempeñados por el narra­ dor son testimonio de que a la literatura llegan tam­ bién los que asimilan la experiencia vital. Al incur­ sionar en las memorias del escritor (Fiera infancia, 1982) es inevitable percatarse de las similitudes que hay entre El Milusos y su autor. Esto lo sabía el novelista y lo asumió con la honestidad del creador que se entrega a su obra, afán que consumaría en Cómo se gana la vida (1992), volumen que se añade al registro variopinto de este conversador de oído refinado. Que a muchos delicados les molestaba la franqueza y la virilidad de Garibay, no es no­ vedad ni añade –ni resta– un codo a su estatura. A trece años de su muerte, Ricardo Garibay sigue más vivo que muchos en su potente literatura. En otro tenor: decía Alfonso Reyes que la crítica también aplaude, y digna de aplauso es la activi­ dad y el trabajo de promoción cultural que Cristina Faesler lleva a cabo en Morelos. Resulta inevitable la comparación entre lo que no se hizo en los doce últimos años y el ahora. ¡Albricias! •

Monólogos compartidos Francisco Torres Córdova ftorrescordova@yahoo.com

Dos flores y una hoja Mediodía. Al fondo del jardín del pequeño hotel de provincia, una figura alta, de piel oscura y bra­ zos muy largos jalaba una manguera negra y par­ chada en varios puntos con pedazos de tela ceñi­ dos con alambre. Sus movimientos eran lentos y precisos, con las pausas de la tarea sencilla y con­ centrada. Desapareció unos instantes y luego la manguera se estremeció. De sus múltiples fugas mal tapadas surgieron pequeños surtidores de distinta fuerza formando arcos de agua que brilla­ ron bajo el sol. Poco después, el hombre apareció y tomó el extremo de la manguera. Descalzo, con los pantalones enrollados abajo de las ro­d illas y una camiseta raída y sucia sobre su torso delgado, dirigía el chorro con atención minuciosa a la base de las plantas, o cubría con el pulgar parte de la boca de la manguera para hacer un abanico de agua sobre el pasto. En el extremo opuesto del jardín, sentado en el suelo, un joven escribía en una libreta abierta sobre sus piernas. Mientras re­

gaba, el jardinero –si lo era– se había acercado po­ co a poco a él y al levantar el joven la cabeza sus mi­ radas se encontraron. Ninguno habló. El jardine­ro meció ligeramente la cabeza y siguió su tarea. El joven volvió a su libreta. De pronto, una mano de uñas sucias y dorso moreno se interpuso en su es­ critura. El joven levantó los ojos sorprendido y el jardinero, con una leve sonrisa, movió negativa­ mente el rostro y le tendió una flor amarilla. Algo dijo el joven que el jardinero ignoró con suavidad y sin malicia. Entonces, ante el desconcierto del jo­ ven, señaló la flor y luego le señaló los ojos. El joven miró. El amarillo todo despertó al parecer por vez primera. Sin decir palabra, el jardinero, que se ha­ bía puesto en cuclillas, se incorporó y se apartó hacia la manguera. Unos segundos después, el joven volvió a escribir en su libreta con aire de im­ portancia y prisa. Pasó un largo rato y luego, mo­ vido por la curiosidad o la sensación de su pre­ sencia, levantó la cabeza y buscó con la mirada al jardinero. El agua fluía de la manguera tirada en el suelo y destellaban sus riachuelos en la tierra ne­

gra. El jardinero no estaba. Volvió a la libreta y unos instantes después una mano que vino de la nada se interpuso de nuevo en su escritura. Esta vez traía una pequeña rosa de un rojo profundo, casi negro. No se la dio; esperó un momento y luego se la acercó a la nariz para que la oliera. El aroma firme y luminoso cundió en su garganta y también dejó en su conciencia la primera impronta aérea de la rosa. Entonces, el jardinero puso unos se­gundos la mano extendida sobre la libreta, dejó ahí la rosa y luego se fue. Olía a humedad de tierra, a sudor de trabajo y mediodía. No mucho después, el joven lo vio acercarse otra vez. Tenía una simple hoja entre los dedos de la mano izquierda y jugaba con ella. Ahora sonreía divertido y, sin más, metió la hoja doblada en la boca del joven que tras un fugaz asombro sintió la llama fría de la menta subirle al paladar y las mejillas desde adentro. También son­ rió. Tras una breve pausa, el jardinero se levantó y se alejó, dobló la esquina del jardín y ya no regre­ só. El agua seguía fluyendo. El mediodía no cesa­ ba. El joven cerró la libreta •


Política

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Sergio Gómez Montero Por cada paso, un día que transcurre.

Por cada palabras, mil palabras que vocifera la prole.

¿Qué será de nosotros después de esta larga travesía? J. Viau: “Nada permanece tanto como el llanto”

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on éstas una serie de reflexiones sobre un tema que, en apariencia, es remoto, pero que en lo par­ ticular es actual. Remoto, porque tanto cultura como política son temas que en teoría y prácti­ ca se manejan desde hace tiempo en el campo de pen­ samiento y práctica humana. Otra cosa es que se hayan resignificado de manera continua en la medida en que se han modificado las prácticas productivas e ideoló­ gicas de los seres humanos (si bien es cierto que entre los occidentales ha predominado el pensamiento de la Grecia clásica, hoy la crisis de la razón y también el surgimiento de nuevas formas de ver y abordar el mundo tienden a romper con esa hegemonía). Pero, también, el surgimiento y consolidación del pensa­ miento complejo (tan proclamado particularmente por Edgar Morin) han generado nuevas e interesan­ tes formas de abordar la cotidianidad. Entre otras cosas, hoy le corresponde a los jóvenes ocupar otra vez la vanguardia en el campo de lo político en la búsqueda actual de caminos que frenen la descom­ posición social prevaleciente. Mas, si bien en la acción política los jóvenes están a la vanguardia, extrañamente en el terreno de la teo­ ría ocupan esa vanguardia pensadores no precisa­ mente jóvenes. Si en el ʼ68 predominó el pensamien­ to de los entonces jóvenes Cohn Bendit, Glucksmann, Rossanda, Balibar y Baechler entre otros muchos, hoy surgen como ideólogos destacados al menos cuatro

pensadores no precisamente jó­ venes: Hessel, Morin, Bauman y Touraine, quienes directa o tangen­ cialmente han abordado la moder­ nidad y lo mucho que hay que hacer para transformarla y volver así al mun­ do más amigable para los hombres. En esa tendencia renovadora se qui­ sieran inscribir estas reflexiones, que buscan explicar fenómenos sociales actuales a los que se aborda, se cree, de una manera insuficiente, dado que esas explicaciones no hermanan precisamente dos fenómenos socia­ les cuando hoy particularmente el uno no se puede explicar sin el otro (entre nosotros, claro, pero ello tam­ bién es válido en lo general). La re­ ferencia tiene que ver con política y cultura, conceptos y prácticas que hoy entrecruzan sus caminos de una manera evidente y forman en su co­ munión un mundo altamente sig­ nificante en la actualidad. ¿O es que la vida política se ex­ plica sólo a partir del pensamien­ to y la práctica que le son propios? ¿Existe solo el pensamiento político? ¿No acaso la política es una parte de los comportamientos huma­ nos y por ende culturales, dado que todo compor­ tamiento humano es un comportamiento cultural? Dar respuesta a las interrogantes anteriores im­ plica ‒es cierto, puede ser‒ resignificar tanto la po­ lítica como cultura y es una premisa que de entrada se acepta, de la misma manera que habría que reco­ nocer, también de entrada, que tanto política como cul­ tura en la actualidad se entrecruzan, y asimismo el hecho de que de las relaciones que surgen de ese en­ trecruzamiento poco se ha ocupado el pensamiento contemporáneo, a pesar de que, como se intuye en las obras de Touraine (¿Podremos vivir juntos?, 1997) y Morin (La vía hacia el futuro, 2011), vincular ambas prácticas sociales para luego interpretarlas sería un ejercicio totalmente necesario. ii Un ventarrón terrestre barre con todo y se va. Al pie de la torre el agua se ha vuelto cielo

Su Tung-P’o, “Lluvia derramada.”

Se tiene aquí por necesidad que retomar las lecciones pretéritas que dos autores se han encargado de de­ jarnos. Uno es Castoriadis (Escritos políticos, 2005) y el otro es Bauman (La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, 2002). En el primer libro citado, refiriéndose a su ensayo “Poder, política y autono­ mía”, el autor turco-francés nos plantea el dilema del poder y de sus dos orígenes, en donde uno tiene que ver con la conciencia y de hecho es innato dado tanto su carácter impositivo como su arbitrariedad; ambos caracteres no son visibles y este tipo de poder no es identificable con una persona, grupo o clase social: “La sociedad ejerce un infra-poder radical sobre to­ dos los individuos que produce.” Pero también hay

otro poder, que surge inserto en una dimensión de sentido que imposibilita su cuestionamiento: su in­ teriorización queda asegurada por el proceso de so­ cialización y es éste el que reduce a la política a su dimensión jurídico-estatal del poder y limita a la primera a ser una simple lucha por la transformación de las instituciones y no una lucha por la transforma­ ción de la relación entre la sociedad y sus institucio­ nes. Hoy, de hecho, todas las actividades humanas se desarrollan en el marco de la dualidad menciona­ da por Castoriadis. Bauman (polaco-inglés) nos enseña a ver de ma­ nera diferente la cultura. Toma de Santayana, para empezar, su noción de cultura: un “cuchillo hendien­ do el futuro” y habla de la cultura como la verdadera energía que le permite al quehacer humano renovar­ se continuamente sin desprenderse de sus raíces ori­ ginarias. “Como la historia –escribe Bauman‒, noso­ tros, los yoes morales, nos movemos hacia el futuro de espaldas, empujados desde atrás por los horro­ res del pasado.” Pero, ¿por qué Castoriadis y Bauman? Por una razón muy sencilla: en la época actual la relación que se establece entre política y cultura se limita (o la han limitado) a entender esa relación sólo en la dimen­ sión jurídico-estatal del poder y no, como debiera ser, vinculada al mundo del poder infra-radical, lo que nos llevaría precisamente a buscar la transformación a fondo de la relación entre la sociedad y sus institu­ ciones. En otras palabras, o se entra a este segundo nivel de realidad o el análisis de política y cultura será puramente anecdótico, cuando lo que requeri­ mos es que dicho análisis sea lo más profundo y só­ lido posible. Pero, ¿por qué esa necesidad? Porque si no todos, absolutamente todos, nos veríamos invo­ lucrados como responsables de quedarnos hundidos en ese mundo falso y corrupto de la dimensión jurí­ dico-estatal del poder que hoy prevalece, cuando lo que necesitamos es que esa dimensión se transfor­ me y los sujetos históricos vayan más allá de ella. En otras palabras, entender hoy la política (y más espe­ cíficamente: la política actual en México) nos debe conducir a navegar paralelamente por los campos de la política global (como la entiende Castoriadis) y de la cultura, entendiendo por ésta, como nos lo hace ver Bauman, “la característica fundacional del modo de ser humano –la cultura con su inquietud endé­ mica y con su inclinación innata hacia la trascenden­ cia”, donde la trascendencia para nada tiene que ver con caminar de espaldas hacia el futuro. Mientras política y cultura no trasciendan lo jurí­ dico-institucional, ambas actividades humanas se seguirán significando por su intrascendencia. iii ... la Bestia

no vive extramuros o en casa del vecino:

habita en todas partes

también en nuestros sueños, nuestras luchas

y nuestros corazones

Jorge Riechmann: “Sermón microfísico”

Se termina aquí esta serie de notas, afirmándose sólo que la realidad no debe ser leída sólo en la superficie


ycultura

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cir que cuando la cultura que genera el nivel del infra-poder radical ‒y que no implica para nada do­ minación‒, se hace presente y se extiende, va des­pla­ zando paulatinamente a la otra cultura y comienza a imponer sus propias reglas, que no sólo son de con­ dena y rechazo frente a lo establecido sino de franca rebelión frente a ello. ¿Qué tanto hoy, en el país, ambas culturas existen? ¿O es que sólo se manifiesta la cultura generada des­ de el nivel de lo jurídico-institucional? No, no es así. Toda aquella cultura que viene desde abajo, que tie­ ne profundas raíces étnicas (el México profundo de Bonfil Batalla), o toda aquella que rechaza el status quo, se identifica, claro, con la cultura que deviene del infra-po­ der radical; cul­ tura que no

extrañamente busca ser sometida por la otra cultura o busca ser definitivamente borrada a la manera de la de los pueblos indígenas de Estados Unidos o de las minorías de aquel país. Como sea, en nuestro caso, ¿por cuánto tiempo seguirá predominando la cultura que deviene del nivel jurídico-institucional de la política? Y mientras tal nivel predomine, ¿có­ mo será posible revertir esa dinámica? •

“ Ilustraciones de Huidobro

¿No acaso la política es una parte de los comportamientos humanos y por ende culturales, dado que todo compor­ tamiento humano es un comportamiento cultural?

y de una manera inmediata. Hay que abordarla en su totalidad y lo más profundamente posible que se pueda, como lo pide Hannah Arendt (La tradición oculta, 2004). Y así sucede con el caso de la cultura al relacionarla con la política. Ella, como toda realidad, exige ‒siempre siguiendo a Arendt‒, indagar en to­ dos los recovecos posibles para así agotar la posibi­ lidad de verdad. Por eso, una primera lección factible al abordar el estudio de la relación mencionada es que la cultura se vincula de manera diferenciada con la política, de la misma manera en que ésta se relaciona diferen­ ciadamente con el poder. En lo inmediato, cultura y política se relacionan a nivel jurídico-institucional, y de allí surge, obviamente, la inmediatez de las res­ puestas: “En este país todo está corrompido y por ende nada puede cambiar.” “¿Si todo está corrompi­ do, qué caso tiene luchar?” “¿La política? La política es para los corruptos y por lo tanto yo no me meto en ella.” “Si todo está envenenado por la televisión y la televisión es todo, ¿cómo es que le podemos hacer para evadirnos de ese todo?” El hastío, la desespe­ ranza, el “ahi se va”, la huida hacia falsos paraísos son las únicas conductas que, en todos los mexicanos, se manifiestan frente a un accionar político que na­ die, o muy pocos, logran entender en su verdade­ ra dimensión, o que no les interesa cambiar porque ellos se ven favorecidos por ese accionar. Es obvio decir que el nivel de esa primera relación entre polí­ tica y cultura es el que predomina hoy en México, y que genera, por ejemplo, la cultura del futbol o de las telenovelas. De esta manera, la cultura en tanto com­ portamiento social masivo tiende, contradictoria­ mente, hacia su pauperización creciente. Por un lado, se degrada de manera sensible al alienar­ se en tanto comportamiento masivo; mientras que, por el otro, todo aquello que ayuda a en­ frentar esa alienación (alimentar la conciencia del conocimiento: arte, educación, sano es­ parcimiento) se encarece y queda lejos así de las grandes mayorías. Esta cultura jurídico-institucional se fue imponiendo con los procesos de urbaniza­ ción que, al acelerarse de manera continua, fueron convirtiendo a las grandes ciudades (afirma Bauman en 44 cartas desde el mundo líquido, 2011) en grandes cubos de basura que, en términos culturales, olvidaron todo aquello que deviene de la agri-cultura y que hoy tiene sumido al mundo en una crisis ambiental, política y cultural de dimensiones catastróficas. El otro nivel de relación –evidentemente mucho más escaso y aislado en sus manifestaciones‒, tiene que ver con la segunda forma de relacionarse de política y poder; es decir, al nivel del “infra-poder radical sobre todos los individuos que produce” (Castoriadis), y que sólo se reconoce de esa manera parcial y aislada que se ha mencionado. Él sólo muy eventualmente se logra manifestar mientras predo­ mina el nivel jurídico-institucional que controla las relaciones sociales y, sobre todo, la política. Vale de­

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entrevista con Guadalupe Nettel Edgar Aguilar

Grietas en el mundo real Foto: Ernesto Escobar Ulloa

Reconocida como una de las autoras más

inquietantes de los últimos años, Guada­ lupe Nettel (Ciudad de México, 1973)

pertenece a una nueva generación de

escritores que empiezan a tomar las

riendas de la narrativa actual. Ha publica­ do los libros de cuentos Juegos de artificio (1993), Les jours fossiles (2003) y Pétalos y otras historias incómodas (2008); las

novelas El Huésped (2006) y El cuerpo en

que nací (2011), y el ensayo Para entender a Julio Cortázar (2008). Su obra literaria ha

sido traducida a varios idiomas. Conside­ rada por la iniciativa del Hay Festival

Bogotá 39 como una de las mejores

escritoras jóvenes de América Latina,

recientemente participó en la edición Hay

Festival Xalapa 2012.

-U

n poco en relación con tu última novela El cuerpo en que nací, ¿crees que para hacer literatura se necesite ser distinto, es decir, empleando una expresión tal vez un tanto fuerte, que se requiera ser “anormal” para crear una obra literaria?

–No, para nada. Lo que creo que sí hay que desa­ rrollar es una manera de ver las cosas en claroscuro y no solamente en blanco y negro, sino, por ejemplo, ver a la gente que nos rodea con sus luminosidades y sus oscuridades, y a nosotros mismos con nuestras luminosidades y nuestras oscuridades para poder transportar esa mirada a lo que escribimos. Creo que sí es importante saber y tener bastante claro cuál es

la mirada que nosotros arrojamos sobre el mundo y eso es lo que a la larga va a dar un estilo, un estilo propio. –Tu novela El huésped se acerca más a la literatura fantástica y se aleja del realismo. ¿En qué género te sientes más identificada al momento de escribir: en la literatura fantástica o en la literatura realista o de autoficción, que es lo que parece escribirse con mayor frecuencia?

–En los dos. Aunque casi siempre había practica­ do o he estado mucho más cercana al universo de lo fantástico. En el caso de El huésped empezó como un ejercicio y después se convirtió en un libro. Pero yo no sabía hacia dónde iba a dirigirse. Creo que todos los relatos que he escrito en mi vida, desde el prime­ ro hasta el último, tienen de autoficción bastante, sólo que no declaradamente. Incluso en esta auto­ biografía ‒me refiero a El cuerpo en que nací‒, hay momentos en los que colinda un poquito con lo fantástico, como la visión que tiene la protagonis­ ta cuando empieza a ver aparecer insectos por su habitación y su zapato, no se sabe si es alguien que ya está rebasado por la angustia o si realmente está viendo ese tipo de animales. Entonces, de alguna manera, siempre el género fantástico no es algo completamente descabellado, no es como la ciencia ficción o como, yo qué sé, la fantasía de los hobbits. Es simplemente ver grietas en el mundo real que nos llevan a otros sitios o a otro tipo de interpretaciones, y creo que eso siempre lo he tenido. Es la manera en la que estoy en el mundo y que por ello se refleja también un poquito ahí. Y eso creo que siempre va a seguir estando.

–¿Qué escritoras admiras?

–Hay varias. Está Carson McCullers, Alice Munro, Clarice Lispector, Elena Garro; hay una chica que me gusta mucho que está escribiendo en Francia, bastante joven, que se llama Valérie Mréjen… No sé, ahora no se me ocurre…

–Si tuvieras la posibilidad de conocer y conversar con un escritor ya fallecido, ¿a qué escritor escogerías y por qué?

–Escogería sin duda a Julio Cortázar. Porque me siento muy cercana a él y porque sus cuentos me tras­ tornaron completamente, y porque me parece un hombre encantador.

–Hay diferencias entre una feria del libro y un festival como el Hay Festival. En una feria el autor habla del libro que se va a presentar. En un festival de estas características se abordan muchos temas, generalmente sobre la sociedad; en este caso se habla mucho de la violencia. ¿Qué te motiva a hablar con el público cuando te presentas?

–Tanto en los festivales como en las presentacio­ nes de mis libros, o en las lecturas, me interesa mucho el contacto con el público, porque siento que es algo realmente privilegiado. Cuando alguien ha leído mis textos siento que me conoce bastante. Y si esas per­ sonas además se sintieron identificadas o razona­ ron con lo que escribí, entonces ya hay una especie de fraternidad. Y a mí esa sensación de fraternidad con la gente es algo que me parece casi milagroso y que aprecio mucho.

–¿Consideras que la obra de un escritor es lo mejor que de sí mismo pueda dar a los demás?

–Depende de qué escritor. Hay escritores que sim­ plemente escriben de forma bastante superficial, sin poner realmente las entrañas, y otros que sí las po­ nen. Y entre esos dos tipos de obras hay una diferen­ cia abismal.

–¿Crees, entonces, que de alguna forma la obra de un autor es lo más sustancial que puede tener y brindar?

–Si es realmente genuina, si es honesta, creo que sí. Porque es un testimonio muy palpitante todavía de su paso por el mundo, de sus emocio­ nes, de sus vivencias, de sus experiencias y de sus reflexiones •


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Esther Andradi

Jornada Semanal • Número 929 • 23 de diciembre de 2012

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ace tiempo que el antiguo cementerio de San Mateo, construido en Berlín en 1856, fue abra­ zado por la ciudad, en la frontera entre Kreuz­ berg y Schöneberg, los dos barrios más po­ pulosos y multiculturales del oeste. Hay que ver cómo se entremezclan la solemnidad de las tumbas y lo imponente de los muros de mármol de entonces, con la casi liviandad con que se venera la muerte en estos días. Científicos y sufragistas, poetas, banque­ ros de todas las épocas y cantantes pop se dan la ma­ no bajo tierra –es un decir– junto a los hermanos Grimm, también sepultados aquí. Que fueron cuatro, pero especialmente dos de ellos, los filólogos Jaco­ bo y Guillermo, se inmortalizaron con la recopi­ lación de los cuentos populares, que a doscientos años de su primera edición, en diciembre de 1812, siguen dando de qué hablar en el mundo. Cuatro planchas perpendiculares a tierra, muy sencillas, y a la vez contundentes en mármol negro, les confie­ re ese toque de eternidad.

ponente anárquico de las relaciones humanas. Léa­ se erotismo. Y así fue que fueron necesarias cente­ nas de versiones hasta llegar a la actual Caperucita, por ejemplo, esa niña que camino a la casa de su abuela se extravía por senderos prohibidos del bos­ que y termina en la cama con un lobo para ser resca­ tada por un leñador. Las historias recogidas por los hermanos Grimm siguen dando tela al psicoanálisis y las ciencias sociales, a la política, al cine, al teatro, a la ópera y a

a Mary Shelley para su Frankestein. Y la alemana Ka­ ren Duve desata el voyeurismo negro de la lectura llevando la descripción del ritual a sus extremos. ¿Donde reside la fascinación de estos relatos? Más allá de cómo accedimos a ellos, las hadas y bru­ jas y príncipes de estas historias ya forman parte del imaginario de Occidente. Cuentos crueles, ma­ cabros, que no se privan de asesinatos ni muertes, ni entierros en vida, de estados de coma que duran años, de mutaciones y transformaciones, de madres

Había una vez...

El imaginario popular Cuando en 1812 se publicó la primera versión de los 210 Cuentos para la infancia y el hogar, nadie ima­ ginó que iban a dar la vuelta al mundo y de qué ma­ nera. Esta edición no estaba dirigida a un público infantil sino a estudiosos, e incluía citas más exten­ sas que los relatos en sí mismos. Acaso por esa razón se vendió muy modestamente, no más de un cen­ tenar de ejemplares anuales. A lo largo de casi medio siglo esta colección de los hermanos Grimm fue ampliada y modificada en varias reediciones hasta 1857, cuando comienza a difundirse como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Esta recopilación de corte antropológico entre los “nativos” de la Alemania de entonces fue sólo un as­ pecto, y seguramente no el más importante, de un intenso trabajo sobre la lengua encarado por los Grimm, cuyo eje fundamental lo constituyó la con­ fección de un Diccionario alemán de doce volúmenes, así como la Gramática alemana y la Mitología alemana. Aquella Alemania no era la de ahora, ni siquiera geo­ gráficamente. Invadida por las tropas napoleónicas, la cultura tradicional sufría los embates del nuevo régimen. En 1803 los Grimm entraron en contacto académico en la Universidad de Marburgo con los románticos Clemens Brentano y Achim von Arnim, quienes inspiraron el interés por los relatos de tradi­ ción oral, tan frecuentes en esa región. Realizaron su recopilación especialmente en Kassel –ciudad hoy famosa por sus exposiciones internacionales de arte contemporáneo Dokumenta y ubicada en la región de Hesse, de donde los hermanos eran oriundos, y donde hasta el día de hoy el museo de una aldea local presume de albergar la cabaña que fuera propiedad de la abuela de Caperucita. La recuperación de la tradición oral aparece hoy como imprescindible transfusión de sueños pa­ ra construir el imaginario de un pueblo. Por su temá­t ica, y por el desarrollo de la misma, parecía claro que estos relatos orales no eran cuentos infan­ tiles sino, en todo caso, instrucciones para adultos acerca de cómo encauzar y disciplinar la prole en el seno social. Pero no sólo eran formas de poner a la infancia en vereda, sino también a todo aquel com­

(200 años de cuentos) Grabado de Gustave Doré

todas las artes. La literatura las ha revivido en adap­ taciones a más de 160 idiomas, y con menos reveren­ cia, a lo largo de los años, autoras y autores siguen reescribiendo las aventuras de los personajes. La más reciente, y en plena concordancia con el bicen­ tenario de los Grimm, es la versión de la escritora alemana Karen Duve (1961), quien recrea en 180 pá­ ginas algunos de los cuentos más populares como “Blancanieves”, “Caperucita Roja” o “La Bella Dur­ miente”, así como “El hermano Lustig”, el menos divulgado de todos ellos. El soldado Lustig, que re­ gresa hambriento de las Cruzadas, se encuentra con un San Pedro camuflado de mendigo, que lo somete a las más diversas pruebas. Los aspectos macabros de este relato le valieron el destierro de casi la mayo­ ría de ediciones posteriores de las colecciones in­ fantiles de los Grimm. En esta historia, San Pedro desarrolla una curiosa fórmula para resucitar a los muertos por el método de hervir y descarnar tres huesos del cadáver, que bien pudo haber inspirado

brujas, reinas malvadas, princesas en el armario, empresarios desalmados y príncipes que croan. Todo sea por el oro y el poder. Pero el oro y el poder se alcanzan con abnegación, belleza y buenas ma­ neras. Además, sólo el amor desinteresado puede abrir las puertas para acceder al poder más gran­ de y a las riquezas más incalculables. Si esto no es la base para la domesticación obrera, yo soy Dios, debe haber pensado Carlitos Marx, que nació en 1818, seis años después que estos cuentos vieran la luz por primera vez, y dedicó su vida a barrer a fuerza de teoría y dialéctica materialista el opio de hadas, duendes y brujas por obnubilar el escenario de la lucha de clases. Sea como fuere, al cabo de dos siglos, la magia de estos cuentos se sigue reproduciendo en el gran mer­ cado del mundo, donde nunca falta gente que cree que besando sapos se accede a la riqueza. Algunos, por si acaso, hasta se los comen. Pero para ser jus­ tos, los Grimm no tienen la culpa de ello •


Marilyn

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A u g u s t o Is la

el vacío de una existencia carente de otro sentido que no fuera el exhibirse como símbolo de una sociedad fisgona y decadente.

y las

Una rubia de extremo a extremo

H

ace poco más de medio siglo, en la ma­ drugada del 5 de agosto de 1962, fue encon­ trado el cuerpo sin vida de Marilyn Monroe. “!Qué sacudida fue para los sueños de la nación que el ángel (del sexo) muriera de una dosis excesiva!”, exclama Norman Mailer en su libro biográfico acer­ ca de esta deidad del cine. Sueño de todos los que en el mundo la adoraban aun sin haber visto una pelí­ cula suya, pues su sola imagen, reproducida aquí y allá, incluida la metáfora de Warhol, era ya hechizan­ te: una exquisita ofrenda con aquellos ojos a punto del orgasmo, los labios carmesí, la dentadura perfec­ ta, el pecho insinuando su opulencia. Sacudimiento, pero no sorpresa. Con un poco de intuición, quienes la trataron sabían que la gloria de aquel icono luminoso sería corta. En Una criatura adorable (1979), retrato que dejó para la posteridad, Truman Capote recoge el testimonio de Constance Collier, actriz inglesa y maestra de actuación bajo cuya tutela, por breve tiempo, estuvo Marilyn: “Es absurdo que lo diga, pero me da la impresión de que morirá joven.” No era absurdo: las cámaras que re­ corren el dormitorio donde falleció muestran el caos doméstico de la actriz, a quien ni fama ni lujos ali­ viaron sus pesares de niña huérfana, confundida, insomne; a quien el cine le inventó una identidad visual congruente con el espectáculo del que formó parte como una de sus mercancías más apreciadas. En el suelo de la habitación fúnebre, una bolsa, pa­ peles, cajas de cartón, las sábanas revueltas; una habitación de mujer sola, desolada, prematuramen­ te envejecida por la tristeza, inquieto espíritu siem­ pre: al parecer fue encontrado en su mesita de noche un libro de poemas de Edna st Vincent Millay. En el mundo del espectáculo floreció una imagen deslumbrante, tan apetecible para las masas como para los empresarios enfermos de codicia, pues si, por un lado, el artificio sensual de Marilyn provo­ ca tumultos por doquier y enloquece a la soldadesca estadunidense que lucha por “la libertad” en Corea, por otro su presencia fílmica arroja jugosos dividen­ dos: en 1953, sus películas Niágara, Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario repor­ tan a la 20th Century Fox 25 millones de dólares. Esa “gallina de los huevos de oro” comenzaba a cose­ char los frutos de su ambición, pero también a sufrir

Norma Jean Mortenson Baker, nombre original de aquella “criatura adorable” en el universo del entre­ tenimiento, había nacido en 1926 en Los Ángeles, California; era hija de Gladys Baker, técnica de los estudios de Hollywood, que acabó sus días en un nosocomio para enfermos mentales y, hasta don­ de se sabe, de un lechero próspero. Poca atención le prestó la madre y nula el padre. Norma creció en ho­ gares adoptivos y orfanatorios. El abandono sigue siendo, nos dice Mailer, un enigma de moral y es, sin duda, la clave de su extraviada personalidad, ebria de fantasías como aquella de creerse hija ya de Clark Gable, ya de Abraham Lincoln. ¿Qué seguridad en sí misma pudo ofrecerle una infancia tan desampara­ da? En contraste con su crecido narcisismo, era vaci­ lante en el set, en el amor, en la vida. Nada parecía redimirla. Ni la ciencia cristiana de Mary Baker Eddy, ni su conversión al judaísmo. Los extremos habita­ ban en ella: era compasiva y ruin, declara Billy Wilder. Podía ser encantadora y al propio tiem­ po odiosa. Consciente del espejismo del personaje que representaba, creía que la gente, tan pronto como des­ cubría que no era Marilyn, se alejaba de ella. Despo­ jada del glamour –maqui­ llaje, tintes, indumentaria provocativa, gesto seduc­ tor– no había en ella sino una “muchacha simple” –según palabras de Ives Montand– que había lle­ gado demasiado lejos gra­ cias al cine, ese Pigmalión perverso, y a un talento natural para enamorar la lente; talento que ella misma desdeñó con el intento vano de convertirse en una actriz educada, dueña de un oficio respetable: a mediados de los años cincuenta se matricula en el Actor ’s Stu­ dio pero, paradójicamente, en vez de afirmar allí sus habili­ dades, se vuelve más insegu­ ra, dependiente ahora de los Strasberg, Lee y sobre todo Paula, que se adhiere a ella como una sanguijuela.

En 1957, Marilyn filma The prince and the showgirl bajo la dirección de Lawrence Olivier. Que la dirige es un decir, pues Olivier, que también actúa como el príncipe de un pequeño país imaginario llamado Car­ patia, no logra conducir del todo el rodaje de esa co­ media romántica cuyo título lo dice todo. De ahí que la trama sea lo de menos; lo que interesa destacar aquí son las dificultades a las que estuvo sometida la narración. Aunque parece que todo transcurre sin contratiempos gracias a la magia de la edición, el infierno vivido por Olivier y el grupo de filmación es indescriptible. En­ ferma de melancolía, más titubeante que nunca, la ac­ triz se ausenta y, cuando comparece, siempre tarde, es sólo para exasperar al arrogante director. Marilyn ne­ cesita estímulos grotescos para recitar el parlamento más sencillo. Paula Strasberg se encargará de eso: “Mi­ ra, querida, tienes que darte cuenta de tus propias po­ sibilidades; todavía no tienes ni idea de tu posición en el mundo […] Eres la mujer más grande de tu tiempo […] Puedes decir que de todos los tiem­ pos. No puedes pensar en nadie, no, no, ni siquiera Jesús que sea más popular que tú…” De esta in­ sólita verborrea da cuenta Olivier en Confesiones de un actor (1982); no exagera. Colin Clark, entonces un jo­ ven de veinticuatro años, tercer asis­ tente de Olivier, también apunta en su diario los burdos consejos de la Stras­ berg cuando la estrella olvida sus diá­ logos: “Por favor, pequeña, piensa en Sinatra y en la Coca-Cola.”

evadirse del Éxito Joe y Jerry son dos músicos que se ganan la vida en un club clandestino en Chicago durante la Ley Seca de 1929; una noche ates­ tiguan una masacre de gánsters perpetrada por un grupo adversario. Para escapar de los asesinos se disfrazan de mujeres y se incor­ poran a una orquesta femenina en la que una bella rubia, Sugar Kane, encarnada por Marilyn, canta y toca el ukelele. Tal es el punto de partida de una divertida sucesión de enredos de la comedia Some Like it Hot (1959); dirigida por Billy Wilder, a quien le fue peor con la malevolencia de la diva; Marilyn comía y bebía compulsivamente, llegaba tarde a los estudios, lo que permi­ tió al genial director leer La guerra y la paz,


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James Dougherty a los dieciséis años, y con dos ce­ lebridades, el beisbolista Joe di Maggio y el drama­ turgo Arthur Miller– como por los relampagueantes amoríos; en su lecho tropezaron Elia Kazan, Frank Sinatra, Ives Montand y muchos otros. Era una deliciosa libertina, dueña de su cuerpo, impotente para amar, practicante de una especie de donjuanismo femenino. Y punto. El drama empieza cuando la diosa se entromete en la vida de políticos, como los hermanos Kennedy, John y

de Tolstoi. Monroe obligaba a repetir docenas de veces las secuencias. Así, detrás de esa comedia, considera­ da una de las mejores en la historia del cine, sólo hubo tensión, conflicto, odio a la actriz que, presa de páni­ co escénico o resentimiento, hizo de la filmación un calvario: cuando les preguntaron a Tony Curtis, Joe y Geraldine al propio tiempo, qué se sentía besar a Ma­ rilyn, contestaron: “Es como besar a Hitler.” El único que tomó con humor todo aquello fue Jack Lemon. Llegó un momento en que nadie quería filmar con ella para no exponerse a sus caprichos e insolencia: Gregory Peck, entre otros, se negó a acompañarla en Let’s Make Love (1961), pues, amén de conocer sus mañas, le parecía que estaba demasiado corpulen­ ta para representar una bailarina de nombre Aman­ da Dell; de ahí que la producción haya tenido que recurrir a los servicios de Ives Montand. Y aunque la comedia no recibió la aceptación de la crítica, divier­ te gracias al buen oficio del director George Cukor, al profesionalismo de Montand y, pese a todo, a la desenvoltura de la diva. Si en el origen de todas es­ tas vicisitudes estaba, entre otras cosas, el incontro­ lable nerviosismo de la actriz, también rondaba la impaciencia de una industria voraz. En Marilyn conviven la tiranía de la diosa de ese Olimpo en­ gañoso y destructivo –pensemos en Montgomery Clift, en Judy Garland– y el sentimiento de víctima: la actriz le confesó al joven Colin Clark, tierno refu­ gio durante la filmación de The Prince and the Showgirl, que le abrumaba la fatalidad. De “la chica del calendario” donde posó desnuda para Tom Kelley, hasta convertirse en el gran feti­ che de la industria cinematográfica, corre una tra­ yectoria ascendente no exenta de esfuerzos. Dígase lo que se diga, Marilyn estudió actuación y canto, lo cual apoyó su natural gracia para representar per­ sonajes de comedia, de cenicienta clasemediera, co­ mo ella misma, con sueños de dólares y prestancia aristocrática. Marilyn logró destacar en un medio pro­f esional donde reinan la envidia, el chisme, el cinismo. El estrellato es una promesa de éxito, no de plenitud, pues a menudo le acompañan el alcohol y la droga, evasiones que ahuyentan ‒vaya ironía‒, el sentimiento de fracaso. Para sobrevivir en la inso­ portable realidad del éxito, Marilyn necesitaba el veneno inducido por los psiquiatras.

Crepúsculo en las alturas Nadie tiene derecho a estigmatizar su intimidad, exuberante no tanto por sus matrimonios –tres: con

Olimpo

Robert, cuando los persigue sin advertir los peligros de su obceca­ miento. El happy birthday que le canta al siniestro her­ mano mayor en el escenario del Madison Square Gar­ den se antoja un episodio divertido, pero anuncia su tragedia. Su falta de sensibilidad para comprender el universo hipócrita de los “valores familiares”, que ponen sitio a la gente poderosa, fue acaso su ruina; su osadía era imperdonable. Su vida amorosa había permanecido impune a pesar de haber integrado la vejación: abandonó a su primer marido, provocó los celos del atleta, humilló hasta el cansancio al drama­ turgo. Pero ¿los Kennedy se las cobraron todas? No se ha descartado la hipótesis del involucramiento de ellos en su extraña muerte. Sus últimos días transcurrieron en la des­ esperación: llamadas sin respuesta a la Casa Blanca, recurrentes consultas psiquiátricas, au­ sentismo en los estudios Fox donde filmaba Something Gotta to Give (1962), el despido doloroso para ella y para la Fox, que esperaba reponerse de la bancarrota ocasionada por el despilfarro de la Cleopatra, de Liz Taylor. Pero Monroe estaba aca­ bada antes de esa película inconclusa. En la foto­ grafía oficial tomada al concluir The Misfits (1961), drama anacrónico escrito por Miller acerca de unos cazadores de caballos salvajes, se advierte ya su de­ terioro físico, bien entonado con el de sus compañe­ ros Gable y Montgomery –el uno notoriamente viejo, el otro con el rostro deforme después de su acciden­ te. Un crepúsculo del Olimpo. La ambigüedad es el rasgo predominante de la vida de Monroe. Como Marilyn, consiguió lo que se propuso: ser maravillosa; como persona, la frágil Nor­ ma Jean, un desastre, incluido el desaliño. Sin el dis­ fraz era irreconocible: se cuenta que cuando salía de compras, las empleadas llegaban a comentar en voz baja: “La señora huele mal.” Nadie podrá pronunciar la última palabra si se trata de biografiarla, por así decirlo: su transcurrir es una plaga de datoides, como les llama Mailer a todos esos testimonios dudosos, incluyendo los de la propia Monroe. Ambigua la vi­ da, ambigua también la muerte nunca esclarecida. En 1998, Eric Hobsbawm, el historiador inglés recientemente fallecido, dictó una conferencia en memoria de Walter Neurath. La conferencia se pu­ blicó bajo el título de Behind the Times y aborda ahí la decadencia y el fracaso de las vanguardias del siglo xx . En un pasaje de su disertación dice: “Es imposi­ ble negar que la verdadera revolución en el arte del siglo xx no la llevaron las vanguardias […] fue obre de la lógica combinada de la tecnología y el merca­ do de masas, lo que equivale a decir de la democra­ tización del consumo estético […] sin duda fue obra del cine.” Marilyn fue un producto para el consumo de las masas. El cine de Monroe es convencional, frívo­

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Fotos: Marilynfans.com

lo, de gusto fácil, aunque ella merecía algo mejor, pues era inteligente y, en cierto modo, rebelde en el contexto de una sociedad puritana y represiva. Al­ gunas declaraciones suyas de rango aforístico de­ notan sentido de libertad y tolerancia: “No hay sexo incorrecto si hay amor en él.” Sin embargo, la in­ dustria que la engrandeció sólo sacó provecho del estereotipo de la rubia platinada ‒ideal racista de belleza‒ un tanto boba y, a la vez, sexy, que alimen­ ta la fantasía colectiva. Ese estereotipo sigue produ­ ciendo ganancias. Según la revista Forbes, es uno de los cadáveres más ricos del planeta •


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Cumpleaños, César Aira, Era/uanl, México, 2012. Un escritor sí tiene quien le escriba. Sensaciones y expresiones sobre la obra de Gabriel García Márquez, Eduardo Mosches (compilador y presentador), Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, México, 2012. En orden alfabético, los autores aquí convocados son Juan Domingo Argüelles, Adolfo Castañón, Ana Clavel, Alicia García Bergua, Francesca Gargallo, Rocío González, Bárbara Jacobs, Alma Rosa Jiménez, Hernán Lara Zavala, Hernán Lavín Cerda, Silvia Molina y Jorge Ruiz Dueñas. Doce profesionales de las letras, con agradable mayoría de ellas que de ellos, hablando de lo que indica el subtítulo de esta obra colectiva: qué sintieron, qué les ha dejado, cómo los impresionó –en un primer momento y en los infinitos momentos posteriores– la lectura del enorme Gabo. Constantinopla, la isla del mediodía. Viajes, Julián Meza, Ediciones Sin Nombre, México, 2012. Novelista con media decena de títulos en su haber –entre los cuales El arca de Pandora y La feria de los lacayos–; ensayista sobre temas filosóficos, políticos y literarios con otra decena de volúmenes –incluyendo su provocativo y mordaz Bestiario de historia mexicana o Diccionario de idioteces centenarias–; director de la revista Estudios, del itam, que versa sobre filosofía, letras e historia, el también catedrático de veracruzana patria chica es un viajero infatigable, lo mismo en el plano geográfico que en el de la escritura, y lo confirman las crónicas/relatos de este libro tan breve en lo físico como amplísimo en lo espiritual, que no por azar se amparan bajo el nombre de la mítica pero real e irreemplazable Constantinopla. Islote de garzas, Ursus Sartoris, Conaculta, México, 2011. Así lo describen los editores de este volumen que engruesa la bien conocida colección Práctica mortal: se trata de “tres series de poemas donde se hace referencia a ese espacio mítico y fundacional, Aztlán, lugar de la blancura, como origen y partida, una metáfora de nuestra infancia y el mundo interior, donde se cifran las palabras y las visiones primigenias”. Bajo los nombres de “Venados”, “El ayuno del coyote” y “Libamen”, el también traductor, editor y ensayista Sartoris (México, 1971) hace de su poemario una suerte de celebración múltiple: por un lado, la que identifica, reconoce y honra una de nuestras dos raíces culturales; por otra, la constituida por la recreación, absolutamente contemporánea, de esos mundos míticos a través de la palabra poética.

PURA IMPUREZA ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

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scrita en 1999, publicada al año siguiente en Argentina, en 2001 en España y apenas este año en México, Cumpleaños es una más de las numerosas muestras narrativas del escritor que mejor se ha abocado a un subgénero –la novela corta, de las que ha emitido cerca de cincuenta– que va cobrando lectores en la literatura mundial del último medio siglo. Podría decirse que es su espacio natural, la medida adecuada a su respiración literaria, la forma que le ha sido dado fatigar, para decirlo en jerga borgiana. No parece que a Aira le interese particularmente explorar las posibilidades de esta modalidad novelesca (a medio camino entre el cuento y la novela en sí), sino más bien que su estilo y su aliento se adecuan de manera casi congénita a un relato que fluye de manera digresiva y por derivación de una idea en otra hasta que el punto final, que nunca llega demasiado tarde, detiene el monólogo como quien de pronto abandona una conversación. Se dice que las nouvelles de Aira obedecen a una “retromirada” a las vanguardias, y el mismo autor se ha encargado de alentar esta idea cuando afirma que su forma de trabajo es similar a la de Max Ernst. No hay que creer mucho en ello. En todo caso, el “ensimismamiento” de la escritura de Aira alberga aires de procedencia tan antigua como postmoderna, en una suerte de “deriva” que tiene tanto que ver con un término caro a la física y la aeronáutica como con la simple digresión que, anterior incluso al juglar medieval, llevaron a su apoteosis Rabelais, Cervantes y sobre todo Laurence Sterne: la mera maromería del azar. Hay tal afán de “malversación narrativa” en las novelas de Aira y una extensión tan paradójicamente breve para esta defenestración, que por cierto la peculiaridad de su escritura ocurre en la promesa incumplida de hablar de todo acotada por la necesidad de que esa totalidad quepa en una cápsula. En Cumpleaños, por ejemplo, el narrador-clon de César Aira aprovecha la ocasión de cumplir medio siglo (en efecto, el autor nació en 1949) para desbrozar su motivo emotivo: la decepción de comprobar que las fases de la luna no obedecen al movimiento traslacional sino rotacional del satélite, y darse cuenta, así, que su propensión a reflexionar parte siempre de un error o una imprecisión. Y entonces su voluntad libremente asociativa (a él le gustaría llamarla, tal vez, escritura automática) lo lleva a recuerdos y anécdotas que se multiplican y fascinan hasta la más plena insatisfacción: su perfecta impureza de cabos sueltos que no acaban de atarse ni delatarse. Resulta evidente que Aira ensaya presentarnos interminables obras negras, en el sentido arquitectónico de la palabra, con una casi encantadora impudicia: como si se tratara de escribir por escribir, de hacerlo mal de propósito, si por bien entendemos esa sospechosa conducta de la novela burguesa de comenzar y concluir ordenadamente una historia, de tal suerte que esta y otras novelas de Aira (El congreso de literatura, La prueba, El pequeño monje budista) traicionan toda expectativa porque, justamente, el ofrecimiento sólo existió en el hipócrita o desocupado lector, en su ansiedad insaciable y no en la realidad misma, donde nada es circular ni existe impecablemente. El abusivo vaivén de las novelas de Aira es su “tour de force de la chapucería”, como sin empacho él mismo lo llama, protagonizadas menos por la relación de una circunstancia precisa que por la indomable reflexión de un narrador que, rozando con ciega torpeza la genialidad, nos demuestra cómo todo es efímero, dudoso, inestable, fugitivo y provisional. •

Bebé Abubé, Stéphanie Blake, Editorial Corimbo, Barcelona, 2008. ¡Cataplum! Philippe Corentin, Editorial Corimbo, Barcelona, 2006.

MIEDO Y RISAS BARBARA BONARDI Los libros de la editorial española Corimbo regresan a México distribuidos por Océano, que nos da a conocer autores e ilustradores de importancia internacional. Entre las novedades de los últimos meses, cabe destacar Bebé Abubé, de la estadunidense radicada en Francia Stephanie Blake, y ¡Cataplum!, del francés Philippe Corentin, artistas reconocidos que se caracterizan por un estilo muy personal. Los libros de Stephanie Blake llaman la atención por sus colores fuertes y su tipografía, que juega con el texto para modular el tono de lectura. Sus entrañables personajes, el conejito Simon y sus familiares, cautivan gracias a sus historias amenas que tocan con delicadeza y mucho humor las preocupaciones de los niños. En Bebé abubé, Simon tiene que enfrentar la difícil situación de la llegada de un hermanito: “¡Que lata! ¡Vete a tu casa bebé abubé!”, lo intimida espiando su sueño apacible. “Quizá se quede para siempre”, se pregunta afligido… Con un lenguaje muy apropiado para los pequeños, la autora habla de una necesaria reorganización familiar y de la primera manifestación de un lazo afectivo entre hermanos. Stephanie Blake vuelve a explorar con una mirada llena de ternura el mundo de los temores infantiles; tema de su inolvidable Superconejo (Corimbo), en el que un valiente conejito “se va a perseguir a los malos”, como le corresponde a cualquier héroe que se respete. El estilo de Philippe Corentin se reconoce fácilmente por sus personajes grotescos que divierten con historias graciosas e insólitas. En ¡Cataplum!, un lobo hambriento y feroz se mete en una madriguera en busca de conejos, ¿pero dónde estarán todos? A través de una ingeniosa utilización de la perspectiva en las imágenes, el lector sabe siempre más que el protagonista lo que está pasando: esta astucia provoca la hilaridad del relato. Un final sorpresivo informa sobre la verdadera naturaleza de la relación entre el lobo y unos conejos traviesos. La trampa, el lenguaje bromista, la ridiculización paródica de personajes tradicionalmente considerados peligrosos son algunos de los rasgos distintivos de la obra de Philippe Corentin, rasgos que encontramos también en su libro ¡Papá! (Corimbo), donde se comparan los miedos de un niño con los de un pequeño monstruo para demostrar, siempre con tono jocoso, la relatividad de nuestros desasosiegos. La buena dosis de ironía presente en estos cuentos divierte al lector adulto e invita a los niños a interpretar, a entender que un texto dice más de lo que parecería. Las imágenes participan activamente en la narración proponiendo un relato paralelo el cual, según el caso, desmiente o complementa las palabras. Si estos libros se pueden considerar retadores para niños en edad preescolar, no dejan de entretener a los más grandes también: deleitándolos con sus dobles sentidos y la riqueza de su propuesta visual. •

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1988-2012. Cultura y transición, Eduardo Cruz Vázquez y Carlos A. Lara (coordinadores), uanl /Instituto de Cultura de Morelos, México, 2012.

Juegos de absurdo y risa en el drama, Claudia Gidi, Ediciones Sin Nombre, México, 2012.

VEINTICINCO AÑOS DE CULTURA

Despertar con alacranes, Javier Caravantes, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2012.

LA RISA COMO COHESIÓN RICARDO GUZMÁN WOLFFER

SERGIO GÓMEZ MONTERO

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na de las características relevantes de un buen libro es que se publique en el momento adecuado. Las coyunturas inciden de manera determinante. Tal es el caso de este libro colectivo, coordinado por Eduardo Cruz Vázquez y Carlos A. Lara González, en el que diversos autores abordan el análisis de los últimos veinticinco años de cultura en el país desde ángulos diversos: el económico, el humano (administradores, creadores, intelectuales), el político, el diplomático, entre otros varios que nos remiten desde a la idea de Benjamin del arte en la época de su reproductibilidad técnica, hasta a Adorno y Horkheimer, cuando escriben sobre la industria cultural (y que para el caso del país también nos hacen pensar en el origen étnico de la cultura nacional), hasta las épocas del Estado centralizador del quehacer cultural y luego los años actuales de su desplazamiento por la industria del espectáculo. Este libro, hay que decirlo, es resultado del trabajo desempeñado por el Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura que desde 2009 funciona en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco y que impulsan, entre otros, los autores del volumen en el campo, específicamente, del complejo andamiaje de la economía cultural y su relación con las políticas públicas. Un trabajo que, como se muestra en el libro, nos permite conocer de qué manera los últimos veinticinco años la cultura del país se ha venido desarrollando y ha incidido de manera diferente en nuestra vida cotidiana. ¿Qué tanto realmente la cultura (la promovida, no la que surge del quehacer de todos los días) deja su impronta en esa vida o que tanto ella es sólo un quehacer de élites? Porque si bien, como dicen las estadísticas que Eduardo Cruz presenta, es cada vez mayor el presupuesto que el gobierno destina a tales tareas, ello hasta ahora, por ejemplo, ni siquiera se deja ver en la existencia de un diagnóstico completo de qué es realmente entre nosotros el sistema cultural y cómo ello se promueve a través de una variedad de acciones – amorfas, desordenadas‒ que se generan desde diversos campos. Lo anterior, siguiendo los análisis del libro, conduce a preguntarse: ¿será esto resultado de que las acciones en la cultura son cada vez más determinadas por el aparato político, que sin conocimiento de causa decide qué es lo que se hace y qué no? Quizá por eso el aumento en el presupuesto destinado a cultura se expresa sólo en obras monumentales (Biblioteca Vasconcelos, La Ciudad de los Libros en la Ciudadela) que son sólo de relumbrón, pero que nada aportan realmente a la cultura del país, como bien lo muestran los índices de rendimiento bajísimos que tenemos en educación (la cual depende más de un setenta por ciento de la lectura), o el olvido y distorsión cada vez mayor en que se encuentran las culturas del México profundo. Libro coyuntural que conduce a una recomendación pertinente: que lo lean, ya, los responsables del subsector cultura del país. •

La presencia del absurdo en el teatro se remonta al tonto de la pantomima antigua, quien recibía las burlas de los demás personajes y decía diálogos sin sentido, para evidenciar su incapacidad para captar los nexos lógicos más elementales. Ese tonto se transformaría en el mimo y en el bufón medieval, quien como ser marginal tenía la opción de decir impunemente sus pensamientos. En la Comedia del arte (siglos xvi y hasta el xviii ) aparece también el criado bobo que no capta la lógica de la vida cotidiana; del cual hay dos tipos: el astuto que conduce la trama y el zafio e ingenuo que por sus pocas luces hace enredos. Tales antecedentes pueden advertirse en el Ubu rey, de Alfred Jarry (finales del siglo xix ), donde la risa es un objetivo del autor, mediante un espíritu inventivo y destructor, con la intención de cuestionar el orden establecido. Estos y más antecedentes son reconstruidos en el notable texto de Gidi, quien lleva la historia de la filosofía a la par de la del teatro, para evidenciar cómo los dadaístas y los surrealistas usaban la risa derivada de los planteamientos sin lógica, pero con alcance a los sentimientos y sensaciones del espectador, para replantearse la realidad inmediata. El gran Antonin Artaud es citado con su texto El teatro y su doble para mostrar la búsqueda del teatro en los orígenes mitológicos de la historia del hombre. Nombres como el de Ionesco con su Cantante calva son obligados en esta recopilación que sirve para justificar la premisa planteada por la autora: ¿Cómo entender lo absurdo de la vida, su falta de rumbo, sin reírse de ello? Planteamiento que presupone la comprensión del pensamiento humano dirigido a la risa en sus diferentes formas. Y es que el teatro del absurdo evidencia algo irrefutable: la razón no explica la realidad. Más aún: los hombres son irracionales por naturaleza y gran parte de sus vivencias se desarrollan sin un sentido ni lógica. De ahí la necesidad de buscar formas que excluyan a la razón para comprender la naturaleza humana. Acotaciones a Nietzsche, Kirkergard, Beckett, Sartre, Camus y Kafka sustentan un análisis que justifica la afirmación de que la risa tiene estatus filosófico: no como catarsis ni defensa ante los embates cotidianos, sino como muestra de un espíritu libre y crítico. Finalmente, a pesar del sinsentido de la vida, merece la pena seguir en este escenario en el que quisiéramos escoger el papel a representar y disfrutar su tránsito, bajo la premisa de que es necesario vivir el instante para advertir la riqueza de la vida. Llevar esa carga filosófica al teatro se traduce en tomar el absurdo como forma de expresión: el lenguaje debe ser sacrificado en su estructura mediante la asociación de ideas, la repetición gratuita de adjetivos y palabras insertadas casi al azar, entre otras, para lograr “una parodia burlesca de la anagnórisis aristotélica”. Un libro a considerar como un clásico para la comprensión del teatro del absurdo. •

ELMiguelINFIERNO según Strindberg Ángel Quemain y Omar Alain Rodrigo

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Añeja, abundante y diversa como pocas, la nómina de este Fondo Editorial llega a su número 457 con el cuentario de este autor poblano nacido en 1985 y, por ende, todavía no treintañero. No obstante, este es un dato que, como lo testimonia la lectura de este Despertar…, no obsta para que Caravantes se revele, dirían algunos, una suerte de alma vieja: los niños y los jóvenes que pueblan estos doce cuentos experimentan, así de pronto, el desencanto, el derrumbamiento de los deseos y las esperanzas, por importantes o nimias que sean; certifican, en carne propia, la dureza del mundo, la violencia con la que éste suele manifestarse, la sordidez con la que suele aderezar su envejecimiento la criatura humana. Liquidaciones, Eduardo Sabugal Torres, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2012. Tres títulos más tarde, engrosa el catálogo de la referida colección este otro cuentario, que venturosamente se instala en un medio librario/literario por lo regular plagado del género novelístico, preferido en los ámbitos editoriales y lectores, si bien no necesariamente por ser “mejor” o más asequible, sino por meros cálculos de mercadotecnia. Así las cosas, buen mentís a la enojosa preferencia excesiva aplica Sabugal Torres, cuentista de hueso colorado, con esta media docena de bien cinceladas piezas de títulos en cuya brevedad ya se adivina su contundencia –valga la paradoja, hablando de “liquidaciones”, es decir, de conversiones a líquido: “Vino”, “Pulque”, “Té”, “Leche”, “Café” y “Whisky”. Liquidaciones, pues, que son abundantes libaciones. La mentira de Vermeer. El artista, el coleccionista y una joven que posa como la musa Clío, Michael Taylor, Vaso Roto, España, 2012. Doctor en literatura comparada y traductor de libros sobre arte, el autor de este denso y a la vez ligero ensayo también es un reconocido especialista en pintura holandesa del siglo xvii. Pocos mejor calificados, por ende, para abordar lo que algunos consideran la “dulce” o, quizá, “piadosa” mentira vermeeriana: la de un mundo hermoseado por la paz, la serenidad y la belleza plasmada en sus pinturas, tan celebrada y tan admirada durante generaciones, así como suscitadora de anhelos que, de acuerdo con Taylor, sería preferible dejar en terrenos de alguna entelequia, para no darse de bruces con una realidad harto diferente y, por lo tanto, muy capaz de brindar desilusión.


Por qué soy maestro Ser maestro me llena de orgullo. Es reconocer lo poco que sé y lo mucho que me queda por aprender. Es estar en contacto con la parte más esperanzadora de la humanidad. Es exhortar a los jóvenes a pensar sin recato, a explorar las posibilidades del intelecto, a cuestionar los valores por los que nos regimos. Es saber que el futuro está en buenas manos. Cada vez que entro en el salón, el gusanito en mi estómago se contorsiona. De ser honesto, nunca sé exactamente lo que voy a decir y no me importa. Lo único que importa es que todos estamos preparados para una tarea común: explorar un tema específico de manera cabal, desde todos los ángulos posibles. Ellos llegan a ese tema igual que yo, a través de uno o más textos que todos hemos leímos la noche anterior. La clave está en que nadie–y mucho menos yo–tiene la verdad absoluta en su haber. Esa verdad surge del encuentro, del debate, de la nada que nos une a todos en ese salón. Es una verdad socrática, a la que se llega–como los detectives–a través de la deducción. Yo solo sé que esa verdad desconocida vale la pena. A los estudiantes hay que respetarlos. Asimismo hay que desafiarlos. Puede que sus criterios no estén del todo formados, pero esa precisamente es la función del maestro: no convencerlos de algo sino hacerlos llegar a ese algo por cuenta propia. Porque en realidad la enseñanza tiene poco que ver con el tema impartido –aunque, claro, el tema, ya sea sobre la historia o sobre la política, es fundamental– y mucho con las herramientas que se requieren para obtener ese conocimiento. Quiero decir algo más sobre ese conocimiento. Nuestro mundo está sobresaturado de información, pero lo que los alumnos requieren, lo que aspiran a obtener, no es información sino conocimiento. Y algunas cosas más: dignidad en su quehacer mental, confianza en su esfuerzo y responsabilidad como ciudadanos. El tiempo que pasamos es breve: unas cuantas semanas. Yo soy el que envejece; ellos siempre tienen la misma edad, en mi caso la edad universitaria, entre dieciocho y veintidós años. A muchos no los volveremos a ver jamás, pero algo de nosotros, de la dinámica en el salón, habrá impregnado su memoria, su disposición existencial. Otros estarán cerca de nosotros y nosotros de ellos por muchos años, porque la enseñanza es el comienzo de una amistad. Para mí la enseñanza y la escritura van juntas. Yo mismo con frecuencia no sé lo que pienso hasta que no lo escribo. Pero el vínculo va más lejos: las clases que doy terminan por estimularme a nivel creativo y de ellas sale un ensayo, una traducción, un cuento, una entrevista. Y viceversa: luego de escribir un texto, siento la necesidad de pensarlo en un contexto amplio con ayuda de una camarilla de jóvenes ilustres con los cuales pueda investigar el tema a fondo, de

forma tal que el ensayo, la traducción o el cuento se conviertan en un libro. Hace años hice eso con una entrevista que alguien me hizo y que giraba sobre el tema del amor. La entrevista se convirtió en un curso que terminó plasmándose en un libro. Otros temas han sido la censura, el humor, los impostores que pululan en nuestra cultura y demás. He pensado en algún momento escribir un libro sobre por qué soy maestro. Otros asuntos me distraen. Pero sobre todo me resisto a hacerlo porque la enseñanza tiene una cierta magia que es inexplicable: su éxito no se mide en exámenes o calificaciones o reportes. A veces ese éxito es intangible por varios años, hasta que algo que ocurrió durante el semestre se dispara en la memoria del alumno y ¡caboom!, súbitamente la vida parece distinta. En fin, no sé si alguna vez me siente a escribirlo porque hay algo metafísico en el asunto: escribir sobre enseñar o enseñar sobre escribir –no, la idea es tediosa. Un libro bien escrito es una lección en el arte de escribir. Igual una clase bien impartida. •

23 de diciembre de 2012 • Número 929 • Jornada Semanal

Verónica Murguía El escritor y su torre Una de las sensaciones más fuertes que suscita la lectura de La torre y el jardín, la reciente novela de Alberto Chimal, es que los cimientos y el material utilizado para construirla fueron sus libros anteriores; que cada experimento de su minuciosa bibliografía era un aprendizaje destinado a sostener éste, el más atrevido y extenso de todos. La anécdota rizomática de La torre y el jardín ocurre en dos tiempos sabiamente resueltos literaria y tipográficamente; el autor, lector avezado de los escritores ingleses, utilizó las estrategias de Laurence Sterne para guiarnos por el dédalo de peripecias, ennumeraciones y tiempos de la mano de Horacio Kustos, el protagonista de muchos de sus cuentos. Kustos es, al mismo tiempo, depresivo y afable; un aventurero nómada que viaja tanto por el espacio como por el tiempo e irradia una suerte de magia taumatúrgica que se contagia a quienes se cruzan en su camino. En este libro, Kustos es al mismo tiempo Ariadna y Teseo; la voz coloquial y cercana que nos lleva como si fuéramos tras un fuego fatuo por un mundo barroco y amenazador. Tengo para mí que Kustos es una especie de vocero de la curiosidad y la erudición de su creador; leer sus aventuras suele ser al mismo tiempo una experiencia informativa un poco desasosegante. Sólo Horacio Kustos puede hablar del pemmican, la comida hipercalórica inventada por los indios cree y usada por los exploradores del ártico, con una muchacha que atiende una papelería mientras los persigue un pingüino. Este es el tipo de dato, de palabra –pemmican, Varosha, lemingo, cosas, lugares, seres– que Chimal atesora para mezclar con los frutos de su imaginación y ofrecer páginas en las que las verdades más raras se entretejen con invenciones que resultan, al menos mientras leemos (y de eso se trata), plausibles. La torre del título es un burdel. Aquí Alberto Chimal se apartó del emblema borgesiano, tan caro para él, y echó mano de los recursos usados en Los esclavos, la sombría novela sobre amores sadomasoquistas que publicó en 2009. La aparición de Los esclavos, un viraje en una escritura que solía ser socarrona, tierna y erudita, amplió el registro del autor para incluir temas realistas y sórdidos, frases más secas y un tono desesperanzado. El resultado de esta adición a la proclividad de Chimal por crear universos dio como resultado La torre y el jardín, un libro extrañísimo y logrado, de aventuras fantásticas en un ámbito sexual y a menudo cruel. Así, la torre, laberíntica, interminable y, a ratos metafísica, se aleja de la Biblioteca de Babel porque es un burdel mexicano llamado El Brincadero. Pero como es Chimal quien imaginó esta especie de Arca de Noé anclada en Morosa, una ciudad de provincia, es, también, un mundo vertical en el que cada piso se llama como un verso. El Brincadero está habitado por animales traídos de todo el mundo y los humanos que los regentean; es frecuentado por visionarios, sectas, adivinadores, locos y pervertidos. En El Brincadero, el dinero y el ingenio permiten, por ejemplo, que en el piso los muchos hombres que te aman los adoradores de los equidnas (Tachyglossus aculeatus) puedan colocárselos sobre los muslos; que el s e ñ o r M i l l i k a n alquile los pisos que van de culpable , río dios de la sangre , al no quiero seguir sien do raíz en las tinieblas para montar un pony; que un escocés llamado Devon trate de lograr peces beta, “cuyos tanques están en el piso mientr as de vor a fresa tras fresa ” que muerdan a huma-

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Ilan Stavans

GALERÍA

arte y pensamiento ........

nos; que un hombre se case con un orangután, que otro viole a un tigre. La conexión verdugo-víctima planteada en Los esclavos alcanza en La torre y el jardín una exacerbación que resultaría imposible si el vínculo se hubiera mantenido dentro de las convenciones de las relaciones humanas, pues suscitaría rápidamente la destrucción de una de las partes. La sustitución y muerte frecuente de la víctima animal plantea dilemas éticos que tienen más que ver con la tensión que debería existir entre la necesidad y el placer, que con la moral sexual. La torre y el jardín está muy lejos de ser un catálogo de perversiones y extravagancias; es la exploración de un vínculo esencial que ha sido roto, el de los seres humanos con el mundo. Es la apuesta de la sustitución del sacrificio cruento por la ofrenda floral; del uso de la imaginación y la piedad como estrategias para domesticar al depredador que todos llevamos dentro. •

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Camino de la Fonoteca La puerta hace un “crac” distinto al cerrarse. Habrá que arreglar la cerradura, concluimos cuando la llave se resiste con violento repiqueteo. Casi al mismo tiempo, un exótico claxon nos obliga a voltear. Pasa entonces un viejo automóvil. Lo seguimos a pie por el callejón. Su carrocería se ha aflojado tanto con los años que parece una gran sonaja. Los pájaros vuelan a su paso. El poderoso aleteo conjunto cubre momentáneamente la canción que vomita alguna rocola vecina. Apenas se distinguen los bajos y la batería, un reggaetón que a la distancia pierde su letal veneno. La hojarasca grita bajo los zapatos de los niños que entran y salen de la escuela. Son los últimos días de clase. Lo revelan sus gritos y jugueteos. En el altavoz del patio principal una voz monótona balbucea peroratas incomprensibles. Parece una posada. Atardece. En la esquina de Progreso hay dos camionetas de la Comisión de Luz y Fuerza. Están levantando una parte del empedrado. Martillos y palas conversan con la piedra. Alguien manipula una pequeña grúa, “derecho derecho derecho”, clama el uniformado que dirige sus movimientos desde tierra. Llegando a la Plaza de Santa Catarina, el dulce murmullo de un chelo toma formas escalares. Tras el árbol más robusto se ve al estudiante que lo tañe. A su lado, un par de turistas asombrados toman fotografías del área. Imaginamos el “clic” de sus cámaras. Nuestro caminar se ve obstaculizado por los perros que corren sin escuchar las órdenes de sus dueños. El más chiquito pertenece al vendedor de tamales. Lo conocemos. Llegando a la calle de Francisco Sosa, un ropavejero dispara la grabación de esa vociferante fémina que tan famosa se ha hecho en tiempos recientes:“lavadooraaaas, refrigeradooreeees, estuufaaaas, fierrosviejosqueveendaaa”. En la tienda de la esquina el dependiente prepara fritangas y tacos. El aceite crepita mientras los clientes, albañiles y oficinistas, intercambian observaciones futbolísticas. Desde el cielo un helicóptero integra su opinión entrecortada. Le responden las campanas de la iglesia. Todo cabe en el aire. Los tacones de una mujer apresurada se quejan de los adoquines y sus grietas. Decididos como ella, marcan puntualmente el tempo al que cantan las calles. Ahora nos saludan los tamborazos de un baterista que vive por estos lares. A su ritmo se someten las muchas bicicletas hipnotizadas en la acera de enfrente. Dentro de la cafetería un grupo de señoras ríe recordándonos el barullo de las chachalacas. Las máquinas cromadas exhalan sus vapores y la espuma crece. Cucharas rompen a cabezazos la unidad del azúcar, anuncian su ahogo contra la cerámica. Cohetes distantes restablecen la memoria de algún barrio devoto. Nos alejamos en sentido contrario. Más de todo, poco a poco; sobre todo motores, muchos motores, cada uno con su personalísimo enojo. Algo parecido a la calma nos abraza por instantes. Es invierno. Una tos seca le da la razón al frío. Es nuestra. Cada estertor cierra los oídos devolviéndonos piel adentro. Incluso allí, el flujo sanguíneo hace ruido en tubos milimétricos. Todo se derrama, como la oscuridad que nos pisa de pronto. Ya vamos llegando a la fiesta. Largas filas se desprenden de la Casa Alvarado. Sus paredes moriscas también hablan, celebran lo que adentro pasa. Se cumplen cuatro años de un proceso indispensable, invaluable. En su interior conviven rezos tarahumaras, el discurso de un dictador, la obra de innumerables poetas y compositores, lenguas casi extintas, instrumentos olvidados, ecos de

máquinas y paisajes, hervidero de plazas y mercados, el ser de múltiples aves, ideas pronunciadas en conferencias, conversaciones y entrevistas… Nomás por nombrar algo de lo inmensurable que México ha captado en todo tipo de grabadoras desde el siglo xix . Así es, la Fonoteca Nacional –que hoy vive donde viviera Octavio Paz– ha cumplido cuatro años trabajando en la preservación del sonido que nos define. Buscando, cuidando, digitalizando y compartiendo lo que entregamos al aire; la juventud de su proyecto no le ha impedido impulsar numerosas actividades, ciclos y festivales en torno a los más diversos fenómenos acústicos. Rápidamente posicionada bajo el creativo liderazgo de Álvaro Hegewisch, para festejarlo organizó un concierto magnífico con Tania Libertad, Armando Manzanero, Denise Gutiérrez, Encarnación Vázquez, Roco Pachukote, el Ensamble Mal’Akh y Anacrúsax, todos dirigidos por Felipe Pérez Santiago, quien además arregló catorce temas representativos de la música mexicana para la ocasión. Del “Nereidas” a “La llorona” pasando por “Kumbala” y “Por debajo de la mesa”, muchos fueron los aciertos que nos conmovieron. Luego llegaron otros sonidos: el chocar de copas y la risa, la noche desierta con su mensaje diáfano: la única soledad real es la del silencio. •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

La inminencia de lo inminente Rostro indeseado de esa moneda común, hecha de tiempo, con que se acuña casi todo vínculo personal; lado ocultoscuro de esa luna, no demasiado frecuente, en que consiste todo vínculo amoroso: se llama demora y tiene la costumbre insana, exasperante, de fungir como el envés de la espera y es, por ello, inhóspita; incomprensible por contradictoria, terrible por indefinida, temible por su capacidad inagotable de seguir creciendo. Demora, pues, como postergación y, en ocasiones, posible variante para ejecutar un acto traicionero, uno que puede serlo inclusive sin que su manantial sea la voluntad consciente de quien se demora. ¿Puede hablarse de traición involuntaria? ¿Puede alguien traicionar en contra de su propia voluntad, o solamente cuando alguien obliga a otro a traicionar a un tercero? El que se demora no nada más traiciona, también es un deudor: le debe, al que le aguarda, el tiempo transcurrido tal vez inútilmente, tal vez coronado con tonos menos grises, pero de todos modos ido a ese caño de donde salen todos los rencores. El que se demora le debe al otro, igualmente, algo que si no es el tiempo sí se le parece: el cumplimiento de la palabra empeñada, sin importar si la promesa no fue hecha voz en labio sino –quizá más grave– consistía en un acuerdo tácito, establecido de antemano y, se creía, para siempre. Pues ¿qué son sino eso, acuerdos tácitos, los hechos pequeños pero absolutamente insustituibles con los que la vida de todos los días se agarra, como con las uñas, para seguir existiendo? Es como si Unomismo estuviera obligado a practicar siempre sus costumbres, irrestrictas, invariables, así sea nada más por lo que tienen de orientadoras o, más aún, de tranquilizadoras, de identitarias y, por cierto, no sólo para Unomismo. El santo y seña de lo que realmente cada Uno somos está cifrado en aquello que más o que siempre hacemos. Respirar, comer, dormir, todo eso, claro, pero no sólo eso: faltan los espejos, los reflejos, las presencias, las ausencias, cada una sabida de antemano, previsible. Aquí la cama, allá la mesa, más allá el pasillo; a esta hora la merienda, a estotra el sueño, cada cosa y cada acto con un margen hacia arriba o hacia abajo pero ninguno que anule la certeza, nombre con el que se conoce, antes de que crezca, a la Confianza. Pero si hasta los dioses tienen derecho a confesar, en una de ésas, su cansancio; si tal fatiga, entre humanos, llega a ser ese alguien que lo mueve a uno a traicionar al otro, ¿hay un culpable? Dado el caso –de la fatiga, de la abdicación de las costumbres, de la inflexión inesperada de lo Cierto–, ¿de qué lado tendemos a ponernos: de quien se demora o de quien espera que la demora cese? ¿Con qué puede responderse a ese vacío saturado de “hubieras” y “podrías” que sigue a las preguntas “¿y si no llega?”, “¿y si no vuelve?”, “¿y si…?” Filo de ambigüedades, tanto y tantas veces, el sendero por donde transitan las relaciones entre Uno y Otro; certidumbres que sólo constatándolas puede afirmarse que alguna vez han existido, a las que puede bastarle una sola ausencia para volverse limbo, nada. Entonces, y de golpe, la realidad: no llega, por qué tarda, qué sucede, no es posible, y luego no pasa nada, va a llegar, no debo preocuparme, y más luego se está haciendo de noche, tengo frío, ya pasaron muchas horas, me estoy muriendo de hambre, nadie está conmigo, no sé cómo volver a casa, qué puedo hacer…

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 929 • 23 de diciembre de 2012

BEMOL SOSTENIDO

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De esta manera, sin rajatablas caracterológicas ni cualquier otra suerte de obviedades cinematográficas a la moda, Rodrigo Plá ha construido La demora (2012), su tercer largometraje de ficción, que forma parte de la Muestra Internacional de la Cineteca, actualmente en su recorrido ya habitual en salas comerciales. De seguro sin proponérselo, pero este realizador mexicano-uruguayo está dando testimonio –lo ha hecho desde su ya lejano y excelente cortometraje El ojo en la nuca, después con los largos La zona y Desierto adentro– de que por supuesto no es imposible transitar rutas creativas que no son ni esa que todo lo apuesta por un minimalismo/contemplacionismo muchas veces muy mal entendido, pero tampoco, y por fortuna, tampoco esa otra que se muere de ganas de ser, o al menos verse como si realmente fuera, hollywoodense. Ni cine pobre –de argumento y realización, se entiende–, ni cine pretencioso, como en el fondo es aquel que sólo acaba siendo caro para realizarlo, sin que los millones en él invertidos alcancen a suplir su anemia creativa. •


arte y pensamiento ....... PERFILES

23 de diciembre de 2012 • Número 929 • Jornada Semanal

Eduardo Mosches

Pasaron treinta años para reencontrarme con la ciudad donde nací. Franqueada la aventura del vuelo, aterricé del otro lado del río, pisé la pasarela del buque y me senté frente al amplio ventanal de la sala para ver pasar las olas alebrestadas, ondeando con fuerza, como si se creyeran mar. Surcaron las olas muchas veces y varias horas. Comencé a ver algunas construcciones de la costa. La primera idea que me asaltó fue que a ese mismo puerto llegaron mis abuelos, muchos años atrás, un siglo por lo menos, lo cual no es poco decir. En otras condiciones, sin tanto ventanal ni edificios horizontales que los recibieran. Llegué a puerto y ahí inicia ese pequeño proceso de reconocer, reconocerme, en pedazos vivos de mi ciudad.

Una ciudad armada con los hilvanes ligeros de la memoria, ese trazado idealizado por la distancia que el tiempo, inexorable, desdibuja, crea otros; los árboles han crecido, los perros han muerto y el ladrido ya no se escucha, los amigos se han ocultado detrás de sus arrugas y tazas de café, han nacido sus hijos, que hace un tiempo largo les ha cambiado la voz y hasta tienen hijos propios. Ha quedado el recuerdo un poco ajado y los edificios se van acomodando en los circuitos memoriosos, mientras sus apellidos aparecen en la realidad de los paseos, junto con las estatuas, que cabalgan cansadas y cagadas por años de palomas, que han muerto y renacen en su revolotear. Mis calles de la infancia en apariencia han cambiado poco, el adoquinado persiste casi igual, el número 4443 sigue firme al frente de lo que fue mi casa. Los gritos y los

Felipe Garrido

Mamá tenía puras chiquillas: de su primer matrimonio, Silvia y yo; Carmen, Cecilia y Cristina del capitán César, que estaba siempre en el cuartel. La casa tenía un patio grande, muy arbolado. Una noche que mamá no estaba tuve que correr a la letrina. Cuando cruzaba de vuelta, a la lechosa luz de la luna vi un bulto que se movía; con los pelos de punta, escuché: “Sara, no tengas miedo: hay una olla en el aljibe, con dinero; es para ti.” Salí corriendo, me metí a la cama y le pedí a Silvia que se me echara encima, porque estaba temblando. No me atreví a contar nada. Los días siguientes no pude hablar ni comer. Dijeron que sufría de espanto. Me sentaron en la arena, de espaldas al río. Una señora me escupía en la cara mientras gritaba: “Espíritu de Sara, te lo ordeno que vuelvas.” Pero mi espíritu no regresó hasta que nos fuimos más al norte. De todos modos nos alcanzó la noticia: habían tirado la casa, y en el aljibe... no dije nada. Ya pa qué. •

Rogelio Guedea

MENTIRAS TRANSPARENTES

Una olla

juegos se han disuelto, esfumado, entre las grietas de las paredes; mis rodillas ya no recuerdan los juegos, sólo algún que otro dolorcito. Apenas veo las espaldas de la gente, no encuentro cara conocida, nadie tampoco llega a reconocerme, todo se ha disuelto, exactamente, como el helado que comí, muchas veces, cuando niño, en la heladería, a la salida del cine Júpiter, ese planeta de la imaginación que ya no existe, que se fue hacia algún rumbo de la vía láctea. Para abarcar un poco más en el tiempo, caminé en un giro más amplio, para regresar a mi punto de partida, y en ese deambular sin demasiada precisión, me topo con la dureza visual de un cartel, en letras de colores, que sólo dice: Garage Olimpo, lugar de secuestro y exterminio. Ahí a dos cuadras de lo que fue mi casa de la infancia, donde salté, reí, reímos, lloré, me mojé con la lluvia de otoño y me dolieron los pies al caminar en invierno por las mañanas. Ahí, a metros de mi infancia, crearon gritos y angustias, dolor encaminado a crear respuestas de dolor. Duele tanta infancia destrozada de otros, tanta juventud orillada y lanzada al vacío húmedo del río, donde flotaban poco y se hundían hasta agotar toda la luz. Sí, en ese mismo río, donde llegué en buque hace unos días, regresando a mi país después de treinta años. •

rguedea@hotmail.com

H2O El otro día me sorprendió descubrir, mientras leía un artículo científico, que las moléculas de agua (h2o) tienen la molécula de oxígeno con carga negativa y los dos átomos de hidrógeno con carga positiva. Esto es: que el agua es más positiva que negativa. Luego entonces, pensé, si el hombre está compuesto aproximadamente en un setenta por cierto de agua, que es más positiva que negativa, las razones para ser pesimista no tendrían sentido. Podría haber llegado a esta conclusión leyendo un libro de superación personal, pero haberlo hecho después de haber leído un artículo científico puede parecer descabellado. No lo es. Gracias a que he sabido la composición de las moléculas de agua es que ahora sé que no hay razones de peso para quedarme con las cortinas cerradas en las mañanas, o maldecir el tráfico al mediodía o injuriar a nuestros políticos corruptos durante el noticiario de la noche. Una sonrisa de oreja a oreja es lo nuestro: sobre todo si la proferimos justo al despertar. •

AL VUELO

Un viaje de reconocimiento

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Jornada Semanal • Número 929 • 23 de diciembre de 2012

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Miguel Ángel Quemain

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com

El patrimonio en red de Benjamín Gavarre La red no sólo es accesible por las libertades que ofrece a cualquiera que acepte los contenidos que se le proponen; lo es también porque representa la oportunidad de hacer realidad lo que durante años ha sido parte de una demanda de la comunidad artística: la difusión ordenada y ecuménica de los creadores y sus contenidos al modo de un gran diccionario, por un lado, y enorme cartelera cultural, por otro. Las instituciones culturales, obligadas a entrar en la norma de comunicación que imponen tanto los gobiernos locales como el gobierno federal, obedecen a “manuales de identidad” que obligan al uso de tipografías, colores y gestos gráficos que por lo general terminan haciendo que los proyectos caigan en una gran monotonía y que sus menús operen con una circularidad miserable por sus contenidos repetitivos y oficiales. Muy pocos funcionarios optan por arriesgarse a que una publicación sea dirigida por periodistas que ejerzan lo que su perfil indica y respeten las propuestas que vienen de una dinámica en la que participan varios reporteros, redactores, reseñistas y críticos. Prefieren asegurarse de que su pasividad sea leída como un acierto y así encontramos información electrónica muy pobre, muchas veces incompleta y desactualizada, en manos de personal de mínima responsabilidad. Una excepción que he comentado en este espacio es Intermedio, la revista digital de teatro que se hace en la Coordinación de Teatro del inba, que en este número pasa revista a las realizaciones de 2012. Una edición que tiene el sabor de la despedida ante los cambios de gobierno. Sin embargo, acota que es el último, pero de este año. Como sucede con las producciones que utilizan la herramienta periodística, se trata más de di-

fundir lo que hace el inba que de ejercer un periodismo crítico y autocrítico. Apoyados en su propio prestigio y calidad como creadores, algunos dramaturgos han multiplicado los espacios en la red. Es el caso del dramaturgo Benjamín Gavarre, quien fundó dramavirtual.com y, con un diseño sencillo y extremadamente simple (por momentos su sencillez es chocante), se propuso publicar sin afán de lucro a los dramaturgos iberoamericanos. Lo único que pide para publicar es que el dramaturgo tenga registrada su obra y que mande su autorización a bengavarre@gmail.com. Algo más que pide es calidad, como la que en esta edición está en la cabecera de las entradas: un monólogo de Clara Anich (Buenos Aires, 1981) titulado Algo de amor. Anich practica varios géneros, poesía y narrativa. Es fundadora del grupo de narradores conocido como Grupo Alejandría y edita la revista Casquivana. En la situación de esta dramaturga argentina están, ya como parte de un repertorio muy rico para quien busca montar teatro actual, Pablo Albarello, Gladis Gómez, Sacha

Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Prensa roja Hay otra mucha gente que es cobarde pero disimula mejor que yo. Su valentía es una forma de engañarse. Juan Goytisolo, Juego de manos

Últimamente recibo vía correo electrónico (tramposamente me niego a hacer público un domicilio con nombre de calle y número de casa) todo un repertorio panfletario de índole diversa donde predominan, furiosamente redactados, desde lo que prefiero imaginar como una especie de buhardilla clandestina, falansterio de la extrema izquierda que alberga desde anacrónicos trotskistas más bien filosóficos, hasta modernos okupas versados, o eso quieren demostrar, en temas escabrosos, verbigracia guerrilla urbana, muy elocuentes llamados a las armas para lastimar al prójimo (incluyendo algunos instructivos para hacer petardos preñados con clavos), al que ellos suelen llamar, porque porta un uniforme, el enemigo del trabajador, cuando cualquiera sabe que el enemigo del proletario no es el mandril de armadura y tolete, sino un gordo con fistol diamantado en corbata de seda y rodeado de guaruras, o una chica trendy de Las Lomas que compra bolsos de marca y piensa que los logros de su padre en los negocios y en la política se deben a la inteligencia de papi y no a su protervia, palabra de la que, de paso, seguramente desconoce el significado porque estudiar –leer y escribir con alguna propiedad o al menos algún decoro– son preocupaciones de resentidos mencheviques.... Claro que también puede tratarse de perversos buscapiés disparados desde alguna siniestra oficina de contrainteligencia gubernamental, que sobran miñones en el go-

bierno duchos en eso de la represión, a ver si caigo en la trampa y luego me acusan de sedición y conspirador malvado. Llegan los tales correos por decenas. Supongo que debido a que sus editores piensan que me sumaré gustoso a sus enardecidas proclamas de guerra a la opresión, o porque como me pide el mismo correo enviado desde –las llevo contadas– veintiséis autorías diferentes y casi seguramente falsas correré a buscar un arma para, como proclaman, exigen, comandan y urgen, me aboque en cuerpo y alma, sin importar riesgos posibles ni familiares o personales sacrificios implícitos allende de las muy particulares consideraciones personales de cada quien sobre el asesinato como móvil catalizador de un bien común y ulterior, a “matar a un político”. A cualquiera, indeterminan los mensajes: sea diputado o senador –esos vividores profesionales que repiten legislaturas, brincan de una cámara a otra, reciclan añejos quehaceres turbios, cobran, para decirlo en habla vernácula, un chingo de lana y al final no le han obsequiado al pueblo mexicano más que disgustos, repulsa y en muchos casos este odio cibernético del que hablo–, o mejor si en la mira logro poner a un gobernador corrupto –¿hay alguno que no lo sea?–, un secretario de Estado y de allí para arriba, hasta llegar el complot ase-

Barrera Oro, Pablo Arbarello, Alejandro Suárez Rangel, Damian Bojorque, Estela Leñero, Jorge Dávila, Humberto Robles, Patricia Rivas, Carlos Talancón (que tiene una obra divertida y arriesgada titulada Bocadillos bajo tierra, basada en Picnic de Fernando Arrabal) y Marco Antonio Novelo Villegas, entre otros. En los últimos cinco años (su primera entrada es del 26 de agosto de 2008) he visto crecer este proyecto, obra tras obra, y hoy permite pensar en una festiva antología de temas, estilos y nacionalidades. Es un sitio que no cuenta con suficiente difusión, a pesar de que se pensaría que la calidad de sus contenidos y la popularidad de sus autores atraerían más lectores. A pesar, también, de que las obras parecen muy disponibles y se advierte que los derechos son propiedad de sus autores y que cualquier forma parcial o total de reproducción debe contar con la autorización de los mismos. Hay una constancia que termina tornándose compleja, a pesar de que su planteamiento posee la mayor sencillez. Eso pasa también con otros espacios que no pueden evadir la irregularidad, pero que en esos altos y bajos modelan su existencia entre los lectores asiduos de un periodismo que se propone mejorar (y lo logra) en cada entrega. Hace dos semanas comenté la presencia en la web de dramaturgiamexicana.com.mx y Teatromexicano. com.mx, dos portales que se han vuelto necesarios para hacer un recuento de nuestro teatro. El primero con un menú organizado y bilingüe, mientras que el segundo logró sobreponerse a la acumulación de información con un buscador unificado que funciona. Espacios que hoy actúan como memoria y perspectiva de un año que comienza y uno que se extingue, entre la fiesta, la incertidumbre y los nuevos tiempos. •

CABEZALCUBO sino a tocar con su dedo de muerte el corazón insensible de quien comande los destinos de la nación. Que los correos ésos son una mezcla un poco tonta pero comprensible de rabia colectiva, muy sanos malos deseos –dicen varios de mis amigos que tragarse los corajes provoca que broten tumores y les doy la razón, porque si yo no echara para fuera mis zafias vibras parecería a estas cuarenta y seis anuales alturas el hombre elefante– ni quien lo dude; que representen una amenaza seria para las instituciones, más allá de una muy sana sed de venganza por parte de un pueblo históricamente burlado, lacerado y robado por sus gobernantes, es muy otra. Supongo que el supremo gobierno, como le llamaba no hace mucho el líder del más serio de esos amagos de rebelión soñada, recela de que la gente se organice. Más de uno temblará, conociendo el largo de la propia cola para que no se la pisen, ante la posibilidad de un grupo armado de veras que se la quiera jugar en un escenario de guerra que, muchos lo hemos dicho hasta el cansancio, convertiría México en un baño de sangre –bueno, ya el enano mental Calderón nos lo convirtió, hasta ahora sin consecuencias plausibles– y eso cambiaría sin duda este país, pero difícilmente para bien y, como diría doña Zenaida,“más bien para pior”. Pero la sed de venganza convertida en el más lúgubre deseo que un ser humano puede albergar para otro, su muerte, circula. Tiene varios nombres –que deliberadamente omito– y, hasta donde puedo ver, decenas o cientos de anónimos autores que en el peor de los casos un día podrían cambiar la pluma por el gatillo, el teclado por la espoleta y trucar de redactores en perpetradores. Y entonces a ver de a cómo nos anda yendo en esta indetenible cuesta hacia abajo que llamamos país. •


Sobre Pessoa (respuestas a una encuesta)

ensayo

25 de noviembre de 2012 • Número 925 • Jornada Semanal

10 de enero de 2010 • Número 775 • Jornada Semanal

El poeta colombiano Armando Romero actualmente está realizando una encuesta sobre Fernando Pessoa y me mandó el siguiente cuestionario:

¿

Cuándo oyó usted hablar de Pessoa por primera vez, y por qué medio o por qu ién?

‒Cuando muy joven admiraba mucho al ensayista Octavio Paz (lo sigo admirando); leí en 1969 su libro Cuadrivio. Como sabe, el cuarto y último ensayo está dedicado a Pessoa (“El desconocido de sí mismo”). El bellísimo ensayo, como la poesía de Pessoa, es como una casa de múltiples puertas.

A

–¿Cuando leyó usted a Pessoa por primera vez y en qué libro o revista?

‒También en 1969, pero en la antología que armó y tradujo el poeta argentino Rodolfo Alonso. Se publicó en Fabril. Cuando leí los poemas traducidos por Paz años después, me parecieron más afines a mi sensibilidad, pero la traducción que me dejó la primera y definitiva impronta fue la de Alonso. Todavía guardo el libro. Se nota en la cubierta de pasta dura y en las páginas las muchas lecturas que hice. Después mi padre me trajo a principios de los setenta del Brasil las obras de Pessoa en portugués. Con todas mis deficiencias respecto al idioma, mi acercamiento ya fue directo. Creo que leía mejor el portugués que ahora.

–¿Qué impacto le hizo a usted la obra de Pessoa en ese entonces?

‒Demoledor. Lo leí a lo largo de varios años, pero sobre todo en aquellos 1969 y 1970 me hizo sentir todo el peso del fracaso y la inutilidad de un verdadero porvenir. Ningún poema de él me causaba tanto desánimo como “Tabaquería”, del cual, por cierto, hice después una versión que publiqué en 1982. Pero estéticamente Pessoa era un inmenso poeta. Me cautivaba cómo unía la reflexión metafísica y lo menudamente cotidiano. Cómo su alta lucidez difícilmente dejaba de ser emotiva. Cómo, de una frase convencional o banal, desarrollaba en perfecta ilación un admirable poema. Me deleitaban mucho asimismo los juegos que Pessoa hacía con sus propios heterónimos, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo o convivieran en una casa de fantasmas que podía también ser el mundo. Pessoa me influyó mucho, pero no sabría decirle en este momento en qué y en dónde exactamente en mi primera poesía. Yo era muy joven y andaba buscando caminos. Por lo demás, la influencia de una traducción nunca es la misma que la del original: son dos poetas que se parecen mucho

Marco Antonio Campos pero no son iguales. O en el caso de Pessoa principalmente son cuatro poetas, aunque, como se sabe, tuvo decenas de heterónimos. Por cierto, cuando le di a Paz en aquel 1982 mi versión de “Tabaquería” en su departamento de Paseo de la Reforma, me dijo: “Pero ¿por qué otra traducción de Pessoa?” Entendí que entre líneas me reprochaba: “¿Para qué otra si ya está la mía?” –¿Qué pensó usted de los heterónimos, los pudo diferenciar?

‒Si hablamos de los cuatro poetas, no tuve problema. El único que tenía la impresión de que se parecía menos a Fernando Pessoa era el poeta que escribía con el nombre de Fernando Pessoa. Me gustaba en su honda sencillez humana y en sus imágenes llenas de sensaciones el poeta bucólico Alberto Caeiro, aunque sentía más cerca el verso clásico pero hondamente emotivo de Ricardo Reis, quien me hacía creer que también eran mis contemporáneos Píndaro y Horacio, pero quien me pareció desde entonces el poeta por excelencia fue Álvaro de Campos, engenheiro, poeta sensacionista. Sin embargo, hago de él aquí una apostilla: el heterónimo que hizo los poemas más depresivos es también el futurista torrencial y furibundamente optimista de “Saludo a Walt Whitman” y “Oda triunfal”, poemas que se leen en un arrebato, o como decía Nietzsche, se leen –deben leerse‒ de pie.

–¿Hubo uno de los heterónimos que fue y sigue siendo su favorito, o hay cambios?

‒Sigo pensando que el mejor, como lo creyó también Paz, es Álvaro de Campos, y sigo pensando que sus vastos y breves poemas que me marcaron en la juventud son los que releo con verdadero placer: “Lisbon Revisited”, donde manda al diablo todo y a todos; “Escrito en un libro abandonado en viaje”, una suerte de punzante epitafio; el epigrama “The Times”; “Gacetilla”, donde es consciente de que los

poetas verdaderos vivirán más en el tiempo que los millonarios de todas las épocas; “Aniversario”, en que se le caen a la vez los años y los fracasos; la invectiva satírica “Marinetti, académico”, y desde luego los poemas de gran aliento como “Oda marcial”, “Saludo a Walt Whitman”, “Oda marítima”, y aparte, en el lugar lujoso de la vitrina, “Tabaquería”. Pero debo decirle que son pocos los poemas de Álvaro de Campos que no me gustan. Como Kavafis, Kafka y Borges, en Pessoa la persona se confunde con el personaje, y quien mejor lo ha inventado en sus espléndidas ficciones, quien lo ha hecho vivir de nuevo al figurarlo en varios de sus libros, es Antonio Tabucchi, haciéndolo, por ejemplo, entrevistarse en Lisboa con otro extraño en la Tierra, Luigi Pirandello, o con quien luego de una agotadora jornada se va Tabucchi con él a cenar, o consigue imaginativamente que sea visitado por sus heterónimos en los tres últimos días de su vida. “Me ha gustado invitarlo a que habite en mis páginas”, me contestó Tabucchi en una entrevista. Me da por creer que es dable imaginar a Tabucchi como el último de los heterónimos de Pessoa.

–¿Piensa usted que la obra de Pessoa tiene una presencia o afinidad con su poesía y en qué?

‒Nadie que lo haya leído a fondo escapa a su influencia. Si la hay en mí es en la parte oscura y pesimista, pero no sabría en verdad, le reitero, explicarle cómo. Por lo demás, el único heterónimo que he utilizado como escritor suele llamarse Marco Antonio Campos. Pero uno se reconoce a menudo más en los versos ajenos que en los propios. Tal vez como Pessoa, tal vez más que Pessoa, me reconozco en estas líneas de “Tabaquería”: “Hice de mí lo que no supe,/ y lo que podía haber hecho de mí no lo hice./ El disfraz que vestí era equivocado./ Me tomaron luego por quien no era, y no desmentí, y me perdí./ Cuando quise quitarme la máscara,/ estaba pegada a la cara./ Cuando la tiré y me vi en el espejo,/ ya había envejecido.” •

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