La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 10 de febrero de 2013 ■ Núm. 936 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El naufragio

de la cultura

educación y curiosidad Fabrizio Andreella

R ubén B onifaz N uño

la llama viva


bazar de asombros Un retrato de Efraín González Luna: el final de un ideario ( viii y última )

Fabrizio Andreella es claro y enfáti­ co: en manos de los medios masi­ vos, que por negligencia colectiva se hacen cargo de tareas que no les corresponden, la cultura experi­ menta un naufragio que cada vez se hace más cuesta arriba superar. Lo que él, acertadamente, llama “coprofagia televisiva” está prohi­ jando una generación tras otra de mujeres y hombres cuya curiosidad se ha vuelto pasiva y simple recep­ tora de estímulos que se consumen en sí mismos. Con este ensayo, así como el artículo de Gustavo Oga­ rrio en donde, basado en Guy Debord, aborda el fenómeno del presente visto y manejado como espectáculo, proponemos materia­ les para una reflexión cada vez más urgente. Publicamos además un texto de nuestro director, Hugo Gutiérrez Vega, dedicado a la memoria del recientemente falle­ cido poeta, traductor e investiga­ dor don Rubén Bonifaz Nuño.

En ese mismo análisis hace patente su aceptación de los planes originales que consideraba fracasados. Achacaba la responsabilidad de ese fracaso a la ineptitud, pero, sobre todo, a la corrupción que se había apoderado de una buena parte de las estructuras gubernamentales. Esos planes buscaban crear Una clase media rural de propietarios, un sistema

de transportes al servicio del interés público, una

industria petrolera mexicana sustraída al dominio privado en cuyas manos, sobre todo siendo extranjeras, resulta peligrosa por la acumulación de poder que implica dentro de una economía tan débil

como la nuestra; todos estos son objetivos desea-

bles y legítimos; todas estas eran etapas de una positiva elevación social de México.

Esos planes frustrados eran vistos por González Luna como materias pendientes, como “yerros que podrían ser todavía enmendados”. Para terminar, quisiera referirme a las citas literarias con las que refuerza sus ideas sobre el municipio libre, cuyas “esencias espirituales” se destilaban por medio de un “lento proceso cultural más que milenario”. En primer lugar, Vives y sus nociones de un “humanismo sustancial restaurado por el cristianismo”, e inmediatamente después a los dramaturgos del teatro nacional de España, Calderón y Lope. De este último cita la memorable sesión de Cabildo abierto en la que el pueblo mostró su solidaridad, simple y heroica: –¿Quién mató al comendador?

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Hugo Gutiérrez Vega

Recuerda a El alcalde de Zalamea, de don Pedro Calderón de la Barca, defendiendo los fueros de la dignidad humana: Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma

¡y el alma sólo es de Dios!

Algunas tardes, Ignacio Arriola, que fue el mejor de mis hermanos, y yo íbamos a charlar con don Efraín a su despacho. Hablábamos de literatura, de política; se interesaba por nuestras situaciones personales, nos recomendaba libros y, a veces, reflexionaba en voz alta sobre el porvenir del país. Recuerdo su amplia y bien ordenada cultura, se elegancia intelectual, su fidelidad a los principios y su férreo y nada estruendoso talante moral. Vienen a mi memoria sus citas de Chesterton, autor a quien amaba, Claudel, Maritain y un buen número de poetas, pues siempre se mantuvo cerca de la poesía. Lo veo como el personaje de La Anunciación a María, Pedro de Craon, siguiendo los progresos de una catedral que construían los hombres con gran esfuerzo, con paciencia y, sobre todo, con sentido de eternidad. Puso su parte en esa empresa y empeñó la vida en un proyecto que ocupó casi todos sus días, sus pensamientos y sus esfuerzos. Fue un hombre bueno e íntegro. Sus amigos y enemigos lo recuerdan como un intelectual fiel a su visión del mundo y como un político sereno y prudente que luchó, como Brecht, para dejar al mundo mejor de como lo encontró.

–Fuenteovejuna, señor.

–¿Y quién es Fuenteovejuna? –Todos a una.

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Portada: Medios y redes: escuelas de zombis Collage de Marga Peña

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El misterio

de la

Calzada de los Misterios, la más reciente

novela publicada por Vilma Fuentes (México,

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escritura

1949), puede leerse como una introducción a

entrevista con Vilma Fuentes

mirada de Pingo, su protagonista, aunque su

Mariana Domínguez Batis

la laberíntica Ciudad de México a partir de la

verdadero leitmotiv es la indagación de las

razones por las que la autora comenzó a escribir.

Foto: José Carlo González/ archivo La Jornada

Una serie de recuerdos de la infancia de Vilma,

radicada en Francia desde hace casi cuarenta años, converge para recrear en el terreno de

la ficción las aventuras de una niña en “la doble

vida que lleva en dos mundos separados”: el

colegio de monjas, en contraposición con la realidad alterna que descubre a través de

la lectura. “Las calles, las avenidas, las casas, los

edificios, las altas bardas que ocultaban por igual

lujosas residencias y terrenos baldíos, los

vecindarios, las vastas explanadas de polvo en

donde se levantaba una construcción aquí y allá”

se convierten en el escenario de la narración. La

geografía de una Ciudad de México en expansión

durante la primera mitad del siglo xx es explorada por la escritora, quien la considera una “caja de pandora” que muta con el paso del tiempo al

igual que el personaje principal.

-C

alzada de los Misterios gira en torno a la idea de cambio, de evolución, tanto de la ciudad como de Pingo, la protagonista. Después de tantos años de vivir en Francia, ¿qué la mo­ tivó a narrar una historia en Ciudad de México de aquellos años?

–A principios de los noventa traduje Le vouleur du temps de Jacques Bellefroid al español. El tema central es cómo se cae en ese vicio que es la escritura, cómo y por qué se decide escribir. Y es una pregunta que siempre me he hecho: ¿por qué esa extraña ma­ nía que lleva a transformarlo todo en letras? Ese es el tema central de mi libro; la ciudad es sólo el pre­ texto narrativo.

–En el pasaje en el que narra cómo aprendió a leer Pingo, menciona “la magia que entrevió en la es­ critura”…

–Antes de dormir, el padre le lee Las mil y una noches, motivándola a soñar con caballos alados, genios y princesas. Ella cree que el papá es mago

y sacude los libros esperando a que salgan los per­ sonajes y cuando lo descubre tecleando en una má­ quina de escribir, porque es periodista, se maravilla con la afirmación: “con esto puedes registrar todo lo que desees y en todas las lenguas”. En el fondo ve algo mágico, un misterio que se abre en otro miste­ rio, como las cajas chinas, en donde nunca hay so­ lución porque esa es la maravilla de la escritura: la búsqueda constante. –¿Qué simboliza la noción de laberinto en la novela?

–Toda la Ciudad de México es un laberinto que se puede caminar y en donde uno puede perderse. Me gusta mucho el sentimiento de extravío. Cuando voy a una ciudad disfruto perderme. El laberin­ to más largo del mundo para mí es Insurgentes, que es casi el tema central de todas mis novelas, porque va cambiando de norte a sur, pero si uno va viendo ca­ da casa, cada puerta, hay todo un mundo detrás. Las colonias van creciendo, los terrenos baldíos se van poblando. Además, el laberinto no sólo es físico sino también mental. Es un lugar de posibilidad de ex­ travío: de salir de las rejas de la razón, entrar a un sitio, un universo más libre en donde no hay corta­ pisas, donde todo es posible, donde el imaginario reina y se pueden imaginar vidas, personas, perso­ najes, situaciones, épocas. Y ese es el extravío de sí mismo que para mí es el secreto del laberinto.

–En la novela describe cómo las monjas del colegio preparaban a las niñas para el matrimonio y ser “bue­ nas esposas”. ¿Cómo escapó usted a ese destino?

–El personaje no soy yo… Hay historias que su­ cedieron y personajes que existieron realmente; sin embargo, el recuerdo es el recuerdo del recuer­ do siempre cambiante. Pero en el caso de que fuera yo… me salvó un deseo de libertad, no sexual ni de otro tipo, sino de pensar por mí misma, de que no me dicten lo que tengo que elegir: la única y verda­ dera libertad que para mí existe. A partir de ahí se añaden naturalmente todas las demás. Siempre he tenido ganas de ver las cosas de otra manera, lo que hay detrás. Quizá por eso preferí salir del país para darme una distancia y no pensar ni siquiera como los narradores que leo. No es que quiera ais­

larme, al contrario. Es una idea de libertad, mas no de soledad, que tal vez hubiera logrado en Méxi­ co pero era muy difícil. Fue necesario poner una distancia para que se produjera la alquimia del tiem­ po que da la perspectiva para escribir. Siempre he querido escribir, lo cual es una cosa muy extraña. El porqué me lo sigo preguntado y también el para qué. Pude tener una vida muy fácil, haberme quedado aquí, “casarme bien”, como di­ rían las monjas, tener una casa en el barrio más ele­ gante, tener sirvientes, carros… Todo eso habría sido posible, pero no me interesó ni me interesa. Hoy sigo pensando que tengo la vida delante de mí. De­ be ser una cuestión también de libertad, de una gran libertad de pensamiento que ofrece todas las po­ sibilidades, que no cierra los caminos. –Pingo disfrutaba las lecturas de piratas y mosque­ teros. Actualmente, ¿qué historias busca usted?

–Las lecturas me hicieron identificarme con los protagonistas. Pensaba que era un mosquetero o un pirata. Para mí un descubrimiento terrible en la ado­ lescencia fue que yo era mujer. No lo entendía. No podía ser el pirata, estaba destinada a ser la Hono­ rata de Wan Guld de El Corsario Negro, la My Lady de Los tres mosqueteros, personajes que a mí no me gustaban porque eran pasivos o simples. Al contrario de muchos escritores hombres a los que admiro mucho, como a Salvador Elizondo, que dijo que perdió muy pronto la capacidad de arre­ bato y ya no leía más que ensayo, filosofía o cuan­ do mucho poesía, yo sigo leyendo narrativa. Puedo releer interminablemente a Balzac, no se diga a Proust. En México, a Pedro Páramo de Juan Rulfo, tratando de encontrar el secreto... En poesía a Go­ rostiza o Baudelaire. Releer Oliver Twist de Dickens con una gran pasión. También la literatura rusa: el humor de Dostoievsky. Escribir es un diálogo con los libros ya escritos, con los muertos casi. Es muy difícil porque la escri­ tura, que lleva al fondo de la esencia, de la pregunta del porqué del ser, de la existencia, no se le da a todo mundo, no es común, sobre todo ahora con la indus­ tria editorial en la que se hacen libros y se fabrican, pero no se escribe •

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Ricardo Venegas

periodista Nadia Piemonte, quien lo entrevistó y extrajo lo esencial de aquella conversación de antaño para compartir sus pormenores: “Marcel se inició en el ajedrez desde los cuatro años. De su madre recibió las primeras nociones del juego en un viejo tablero del abuelo. A los doce años, Marcel pasaba de tarde en tarde a El rizo de oro –una peluquería que luego se convirtió en La Española, cerca del Cine Alameda– y llegaba a retar a la clientela de don Rufino, posee­ dor de un legendario ajedrez de madera que ocupaba buena parte de esa peluquería de la calle de Matamo­

¿Q

ué pasaría si en todo momento tuviéramos presente que algún día vamos a morir? Di­ cen los entendidos que la psicología humana no resistiría tal afirmación si fuera constante, de ahí la importancia de olvidarlo y procurarse un ca­ mino en el cual se deje huella perdurable. De esta es­ tirpe era Marcel Sisniega (Cuernavaca, Morelos, 1959), el talentoso ajedrecista, cineasta, escritor y traductor. Si somos lo que legamos a la posteridad, entonces Mar­ cel nos ha dejado una heredad incalculable, su crítica a los defectos de nuestra sociedad, el ejercicio del inte­ lecto y su estrategia como detonante de las facultades del hombre, sus inteligentes aportes a través de la li­ teratura, a la cual trasladó su experiencia para compar­ tir con los demás la adrenalina de una partida de aje­ drez, explican su relación con el arte y la ciencia. Ya en el largometraje Libre de culpas (1996), Sisniega dejaba al descubierto los vicios arraigados de los concursos literarios en México: los mismos nombres, los mis­ mos grupos, el mismo dictamen. La historia del ado­ lescente aspirante a escritor representa esa lucha con­ tra el sistema que convoca a los certámenes y termina en la autoestimulación (interprétese con polisemia). Comensal en los desayunos organizados por el promotor cultural Alberto Vadas en los años noven­ ta (en Cuernavaca), Sisniega asistió a las reuniones a las que acudían personalidades como el filósofo Ri­ cardo Guerra, el pintor ruso (de mucho arraigo en México) Vlady, Santiago Genovés, Nadia Piemonte y Ricardo Garibay, el novelista que en ocasión me­ morable le dijera de frente (hoy, que todo se arregla con pseudónimos) al invitado especial, el obispo de Cuernavaca Luis Reynoso Cervantes: “sabemos que es usted muy inteligente, pero hasta ahora sólo he­ mos visto el diez por ciento”. Muchos y variopintos son los recuerdos que deja el ajedrecista. Algunos recuerdan su militancia en el Partido Comunista Mexicano; otros, las más de vein­ te partidas que solía jugar al unísono hace más de dos décadas; ganaba dieciséis, quedaba tablas en tres y quizá perdía una. Hay quienes rememoran un bar del centro de Cuernavaca en el cual el Gran Maestro juga­ ba contra toda la barra; el premio era una vhs de Mar­ cel Sisniega. No faltó el encuentro inesperado, fortui­ to y por ello perdurable, como el que relata el escritor y traductor Gustavo Martínez: “Me encontré a Marcel el día que me aceptaron en el programa de forma­ ción de traductores literarios en El Colegio de México. Con ironía me dijo: ‘¿Necesitas que te validen? Yo es­ toy traduciendo a Shakespeare’. Era verdad, la unam le publicó meses después la edición crítica de El Timón de Atenas. Pase a la fugaz eternidad.” Quizá el retrato más interesante de la primera eta­ pa de Marcel en Cuernavaca sea el de la escritora y

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quinando lo mismo. Un rival que quiere arrasar tus jugadas y al que le quieren adivinar las suyas. Un ser que tiene las mismas piezas en juego y al que hay que acorralar.” Ernesto Seco Uribe (Cuernavaca, Morelos, 19582011), escritor, artista plástico y amigo de Sisniega, es uno de los botones que muestran el germen de un grupo de creadores (en el que participó también Ignacio López Guerrero, escritor y director de tea­ tro) que emergió en Cuernavaca y se formó a sí mismo con lo poco que le antecedía. Se trata de una

Marcel Sisniega:

literatura, cine y ajedrez

ros. De esa época, el ajedrecista recordó que durante los primeros seis meses fue ganando y perdiendo como cualquier jugador de los que participaban en El rizo de oro. Pero a partir de completar el año ju­ gando, aumentó su posibilidad de ganar y ganar. Y entonces decidió ampliar sus horizontes e inició ex­ cursiones de fin de semana a la Ciudad de México para jugar en el Club Metropolitano.” Nadia Piemonte extrajo también de aquella en­ trevista algunas perlas que el Gran Maestro nos le­ ga: “Después de conocer lo básico, todo en el ajedrez es creación, improvisación, posibilidades infini­ tas. No terminar nunca de sorprender y sorprender­ se… Es la posibilidad de enajenarse, picarse en el juego, soñar con el juego, vivir para el juego, morir sin el ajedrez”. “Es pasarse las horas frente al tablero con un rival que hay que matar, aniquilar. Un rival que está ma­

generación que marcó pauta en la tradición de los talleres literarios en la entidad dirigidos por reco­ nocidos autores (Poli Délano, Enrique Espinoza, Hernán Lara Zavala, Héctor Gally, Ricardo Gari­ bay, Francisco Rebolledo, Javier Sicilia…). Tanto Marcel como Seco Uribe emigraron de Morelos por carecer de las oportunidades para desarrollar sus actividades creativas. Quizá este sea el balance de las administraciones de los últimos tres sexenios en la entidad. A manera de mínimo homenaje para Marcel, reproduzco el final del cuento “Cafetean­ do” de Ernesto Seco, incluido en el libro Zooilógico (1979): “Cuando el colibrí muere, es que no ha de­ seado la flor pegada a la rama, sino a la que inexis­ tente ondula en el aire, convirtiendo a este pajarito (que no es más que un insecto modoso) en el extá­ tico chupamirto acelerado que succiona ávidamen­ te la ambrosía de la nada.” •


Eduardo Lizalde:

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José María Espinasa

cantar el

E

s una extraña paradoja que los poetas que re­ zuman pesimismo sean sin embargo, como es buen ejemplo el caso de Eduardo Lizalde, per­ sonas muy vitales. Hay quienes utilizan esa condición para negar su rescoldo amargo, su iro­ nía congénita, su puesta en duda de toda certeza que se presente como tal. No hay que olvidar que Eduar­ do pasó por las catacumbas del dogma y sufrió silen­ ciamientos y reproches cuando ejerció su derecho a disentir. Pero su poesía, teñida por ese escepticismo propio del hombre inteligente, está sin embargo dis­ puesta siempre a vivir a plenitud, de allí su gozosa y juguetona sensualidad, de allí también su estar mi­ rando de soslayo a la cultura y a la literatura, atento siempre a que se le vea el doblez a la cita obligada, al eco clásico, a la parodia afortunada. Digamos que, al contrario de lo que ocurre con los que ven el mundo color de rosa, Eduardo no necesita motivos para celebrar y hasta celebra que no los haya, pues así puede festejar más cuando aparecen, y si no parecen, inventarlos para hacer oír su voz que es, sí, amarga, pero que no tiene amargura alguna. Celebra sin razón en el más pleno sentido de la frase. Al poe­ ta, a este poeta, le gusta pensar el mundo, y pensarlo bien y a profundidad, aunque acabe descubriendo que quien lo hizo, ese demiurgo aficionado, lo hizo mal, lo pensó mal. Y será el poeta quien lo devuelva a su condición de bondad, que no es lo mismo que de bienestar. El poeta no hace mejor al mundo, simple­ mente lo nombra tal como es y así lo vuelve vivible. Octavio Paz, que reflexionó y teorizó sobre la con­ dición adánica del poeta en El arco y la lira, supo re­ conocer a esos escritores, distintos a él, que no son origen sino final: que no salen del jardín del edén por haber pecado, sino entran a él, también por haber pecado, pero su pecado no es del conocimiento al comer el fruto prohibido del árbol del bien y del mal, sino el del reconocimiento de nuestra condición de hombres sin paraíso. Esos poetas que celebran el de­ rrumbe de las ideologías, las ilusiones, las falsas y las verdaderas, pero que entran cantando en la hoguera, y no les importa que eso, el paraíso, sea lo que des­ cribieron como infierno. Quiero decir que Lizalde, como Jaime Sabines, como Gerardo Deniz, como a su manera Francisco Cervantes o Francisco Hernández, cantan –oh, suma de paradojas‒ el desencanto. Así dicho, tal vez debe­ ríamos encontrar otra palabra para lo que aquí he llamado pesimismo. No transigen con esa idea ñoña de lo lírico que nos hace pensar en amores sublima­ dos, pero tampoco transigen con el plañir tan con­ vencional como lo primero. Lizalde dio nombre al desencanto posterior al ʼ68, por eso fue y es muy leí­ do por los jóvenes. No puede ser un poeta de multi­ tudes porque su espacio es muy personal, de un in­ dividualísimo extremo, que comparte con unos cuantos y que no lo aísla. La manera en que Lizalde observa las cosas, las personas, los paisajes, tiene que ver con encontrar en ellos manifestaciones de lo humano. Un paisaje, por

desencanto

Foto: archivo La Jornada

ejemplo, al que se califica como melancólico, lo es porque quien lo mira lo vuelve así por estar él en un estado de melancolía. Pero cuando esa persona que mira se va, o se le va ese sentimiento (esa “enferme­ dad” habrían dicho en otra época) la melancolía se queda en el paisaje. Al haber sido mirado así se vuel­ ve así ya esencialmente. Para el poeta lo esencial no es tanto lo que permanece sino lo que está, con un estar que encarna en palabras. Por eso, por ejemplo, a las mujeres les gusta que el poeta cante su belleza, y es una belleza que se proyecta al futuro, pero tam­ bién al pasado. Belleza y melancolía son dos partes de un mismo sentido, creo que es evidente, pero lo son tanto con la desazón y la amargura: el paisaje que cargamos de tristeza con nuestra mirada, cuando ya no lo vemos recupera su condición, melancólica o alegre, pero no amarga. Cuando ya no es melancólico sigue estan­ do melancólico en las palabras del poema. Cuando Rimbaud escribe Una temporada en el infierno descien­ de a él de una manera muy otra que Dante. No nece­ sito decir que en ese sentido Lizalde está en la estirpe de Rimbaud. Siempre me he preguntado el porqué se suele mi­ rar con desconfianza a esa melancolía celebratoria desde otras parte del mundo hispanohablante. Li­ zalde ha sido publicado –casi siempre en antologías‒ en otros países, pero su peculiar acento parece inco­

modar a una lírica más necesitada de complacencias festivas, y que si lo que viene de fuera responde a ese canto del desencanto, hace lo posible para que nadie se dé cuenta, nadie lo escuche. El tinte cla­ roscuro de la poesía del autor de El tigre en la casa es profundamente luminoso, lo cual quiere decir que sus tintes son más extremos: el negro más negro. En medio de esa negrura el sol se cuela en el feste­ jo. La celebración es el sentido de la poesía. Incluso en el dolor. Hace cinco años la editorial española Vi­ sor, ya clásica entre las que publican ese género, dio a conocer entre los lectores españoles A la caza del tigre, una antología preparada por Marco Antonio Campos. Fue un intento serio por dar a conocer a un poeta mexicano entre el lector hispánico, más aún cuando la fuerte dosis de escepticismo que tiene parecía venirle bien a un país excesivamente com­ placiente consigo mismo. Hoy, cinco años después, en 2012, la editorial Vaso Roto, editorial mexicana y española, vuelve a insistir con la publicación de El vino que no acaba, selección también preparada por Marco Antonio Campos, quien ‒además‒ recopila en un volumen sus textos y entrevistas con el poeta. A la belleza de la edición se suma que el prólogo está hecho por Jenaro Talens, uno de los poetas más influ­ yentes actualmente en el medio español. Ojalá esto sirva para que se multiplique la lectura de Lizalde y de los buenos poetas mexicanos en España •


Foto: Yazmín Ortega Cortés/ archivo La Jornada

Hugo Gutiérrez Vega

cuando los ídolos se escapan a nado, sollozan las mitologías y el tlatoani se desata del pecho de la emperatriz, viendo cómo su mundo se hunde en las aguas que iniciaban su repliegue. Rubén, cor­ dobés, cercano al trópico, vecino de esa afirmación de la vida que son las caritas sonrientes del Totona­ capan; académico en el buen sentido de la palabra, ve los propósitos triunfales de los padres aztecas, de sus órdenes militares y de los jóvenes guerreros recién salidos del Calmécac y dispuestos a conquis­ tar el mundo hasta más allá del Tlayacapan, que era la nariz de la tierra. “Todos somos grandes se­ ñores”, contesta el noble azteca al eurocentrista don Hernando Cortés. Por eso el Tlatoani no se cubre de rubor patricio y su cabeza desnuda es aun nues­ tra moneda para apostar a la sota de oros o al siete de espadas. iii

Entre los múltiples reconocimientos a su

fecunda labor, el recientemente fallecido poeta,

traductor e investigador universitario Bonifaz Nuño recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en 2001. Las

siguientes son las palabras de Hugo Gutiérrez

Vega con las que le fue entregado dicho galardón, y que reproducimos aquí a manera de mínimo

tributo a uno de nuestros máximos intelectuales, quien seguirá por siempre vivo en su obra.

E

i

n la capital de México, lugar de horas ojero­ sas y pintadas, calaveras catrinas con boas de marabú trágico, el teléfono (¿Ericson? ¿Mexi­ cana?) de Ramón López Velarde, funcionario de la Secretaría de Gobernación, pregunta por “con­ sabidas náyades arteras que salen del baño al amor” y se tienden sin reticencia alguna en los lechos si­ tuados bajo la luz violácea de una alcoba submarina. Rubén Bonifaz Nuño ve a la mujer en el cuarto trans­ mutado en claustro prenatal, mientras las ondas bienhechoras del agua tibia oscilan y aquilatan el milagro del cuerpo recorrido por los tocamientos cuidadosos que lo vuelven cóncavo y convexo. Para ambos, unidos en el camino de las sensaciones cuya originalidad es la que levanta la ágil arquitectura del poema, el cuerpo femenino, húmedo, acariciado por las propias manos, por la lascivia del jabón perfuma­ do, ocupa el centro de los deslumbramientos. Así, la poesía brota del cuerpo, del amor, el deseo y todos los emblemas de la vida que vivimos. ii

La carta de López Velarde es la sota moza, la que en piso de metal vive al día de milagro como la lotería. La carta de Bonifaz Nuño es el siete de espadas, el siete, número cabalístico, conteo de horas en la fos­ forescencia del esoterismo. Ambos se unen, desde distintas perspectivas, en el asombro por el mundo azteca. Ramón lo ve en el momento de la derrota,

López Velarde se asume como el “mendigo cósmico y mi inopia es la suma de todos los voraces ayunos pordioseros”. En su Tebaida recibía la visita del cuer­ vo que no lograba calmar su desasosiego y sólo de­ jaba la sombra de su paso en forma de “una flor in­ audita, un rizo prófugo y una migaja”. Por eso, en el falso festín volcaba su cornucopia, sí, pero sobre un cadalso. Años más tarde otro poeta grande, Bonifaz Nuño, se acercó al tema, con su propia e intransferi­ ble manera, y encendió el fuego de pobres. El poeta aguanta como los hombres “tanta pobreza, tanto os­ curo camino a la vejez; tantos remiendos, nunca in­ visibles, en la piel del alma”. Ambos necesitaban una mujer para sobrevivir y creer en la vida. López Velarde pedía que le fuera “periférica y central” y estaba seguro de que su án­ gel guardián era un ángel femenino. En la eclosión de elogios a la amada le llama “torcaz amable que zureas al alba en un tono menor para ti sola...”, “aliada tímida, criatura pequeñita e insigne apo­ derada de la cumbre del corazón... “ Rubén la cele­ bra como “poderosa y benigna, blanda como ama­ polas, consistente como hermosas corazas; casta copa de placer, fuente sin tregua de inundacio­ nes cadenciosas”. Y todo esto para conjurar la ame­ naza de no tener “ni traje que no apriete, ni mujer en que caerse muerto”. iv “Entonces era yo seminarista sin Baudelaire sin rima y sin olfato” y ahí en el Seminario de Aguas­ calientes López Velarde se acercó a los clásicos la­ tinos. Tal vez los leyó en las traducciones de los Arzobispos Montes de Oca y Pagaza y, por lo mis­ mo, anduvo más por los terrenos de Virgilio y Ho­ racio (algunas de sus odas no eran muy bien vistas por el claustro académico. No olvidemos que nues­ tro amado poeta se autodefinía como “un cerdo criado en las piaras de Epicuro”) que por los de Ovi­ dio o Catulo. Rubén Bonifaz Nuño, poeta amoroso como él so­ lo, tiene un amor indoblegable por el mundo clásico grecolatino. Lo ha plasmado en sus traducciones, en las enseñanzas que prodiga a sus alumnos y en esa colección que enorgullece a una universidad ente­ ra: la “grecorum et romanorum”. Gracias a ella se mantienen abiertas las puertas del más vivo de los

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panteones, el del mundo grecolatino. Tan vivo que su canon provoca todavía sanas discusiones y, para nuestra fortuna, sigue sin ser un caso cerrado. v Tiene Rubén, en estas materias, muchos pendientes que, sin duda, cumplirá con el entusiasmo otorgado por Palas Atenea o por otra de esas diosas o dioses tan detalladamente descritos por ese erudito, desen­ frenado, piadoso e irreverente que fue el exiliado Ovi­ dio, capaz de entretener el tedio de los grandes y va­ cíos bosques de la Dacia con sus lecturas y recuentos de fastos, metamorfosis y tristezas. Ahora bien, co­ nociendo a este académico sin miedo, sin tacha, sin concesiones ni pedantería, creo que deberíamos ce­ lebrar con la seriedad del humor este fasto que a todos nos ha llenado de júbilo. ¿Qué hacemos, maestro de palabras? ¿una oda como la de Píndaro a Hierón de Si­ racusa? ¿Un epigrama de Marcial? ¿Una épica tirada de Lucano? No. Lo mejor será buscar un lírico griego por esas islas del Dodecaneso que ahora se asfixian bajo el peso del desenfreno turístico. Pensemos en Arquíloco de Paros y en su amor que le duró toda la vida y, tal vez, toda la muerte. Amor por otra perso­ na, por la obra de una vida, por las generaciones nue­ vas que deben ser mejores que la nuestra, por la fra­ gilidad de nuestras vidas y por la permanencia del destino humano. Así, en medio del azar, del hado, nuestros amores seguirán siendo clásicos. vi Rubén Bonifaz Nuño se acerca a otros clásicos diez­ mados, vejados y humillados por el eurocentrismo y por el descuido o el prejuicio de sus descendientes. Los mundos nahua, maya, azteca, mixteco-zapoteco, olmeca... son objeto de la inagotable curiosidad cien­ tífica y lírica de un escritor que, siguiendo la tradición renacentista, se interesa por todo lo humano. Así, los cantos nahuas y los himnos aztecas han encontrado en Rubén a un estudioso que defiende sus puntos de vista frente a ciertos canónigos pontificales, y un au­ tor de versiones y de glosas enriquecidas por la be­ lleza de su lírica. Nos habla del orgulloso pueblo azteca y de los tlatoanis conquistadores. “Sólo veni­ mos a triunfar”, deben haber dicho los señores de un imperio desaparecido. Estaban seguros de que ningu­ na fuerza prevalecería sobre México-Tenochtitlan y, ante el señor Malinche y sus aliados, comprobaron la fragilidad de las humanas obras. Hace un momento les hablé del señorío de nuestros padres procesales y del inicio del mestizaje. Ahora, sus himnos y su tea­ tro, sus estatutos militares y sus comercios, son pun­ tos aislados en el caos histórico. Por eso celebramos los ordenamientos que nos propone Bonifaz Nuño. vii Es Rubén, sobre todas las cosas, un poeta amoro­ so que encontró sus caminos para celebrar, anhe­ lar o para quejarse del amor que, como decía Fe­ derico García Lorca, “reparte coronas de alegría”. En el bello combate se suceden las victorias y las derrotas. Por eso, Rubén dice a la amada: “Depen­ diente fiel soy de tus fármacos benévolos” y re­ conoce venerar sus caminos y respirar sus savias placenteras.


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ensayo

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El niño iracundo, dueño de grandes reinos (Ovi­ dio dixit) se apodera del ánimo del poeta: “abando­ nados mis escudos me tienes; vencido me con­ vocas, inerme, a enfrentar lo que me vence...” Rubén es, al igual que López Velarde, un cazador furtivo y, tal vez, en sus excursiones haya sido objeto de la protección divina. Ramón así lo cree: “Dios que me ve que sin mujer no atino ni en lo pequeño ni en lo grande diome de ángel guardián un ángel femeni­ no.” En ambos poetas, las imágenes fluyen sin re­ ticencias para celebrar el misterio de lo femeni­ no. López Velarde ve con pena a las recatadas señoritas de sus rumbos, girando en una insatisfe­

el tiro de desgracia”. Eso es, Rubén, como buenos hijos de esta tierra tan perdedora, cantemos el “Vi­ va mi desgracia” y el “ahora soy libre” vanamente compensatorio. viii En la búsqueda amorosa que forma el meollo de la poesía rubeniana, el cuerpo es explorado con total y gozosa franqueza. Siguiendo el imaginario rena­ centista, el poeta ve los dos grandes polos del cuer­ po humano: boca y ano, el Ártico y la Antártida. Este esoterismo no carece de sentido. Todo lo con­ trario: nos describe con una precisión tal que lo

peones tantálicos al rodearte a deshora, fracasan en sus ímpetus vandálicos”. Para ambos (como pa­ ra Paz y sus “misterios paralelos”), el cuerpo es un templo en el que se ofician las ceremonias esencia­ les. En Ramón hay, en estos deleites, el recóndi­ to sabor de lo blasfemo; en el grecolatino que hoy coronamos lopezvelardianamente, el amor se con­ suma. Vendrán después los mil rumores de la no­ che y la imperfección de nuestros sentimientos a liquidarlo y a entronizar el olvido. Pero antes de que eso llegue: “en silencio, entre acordes convul­ siones mudas, entre arpegios de espasmos tácitos, resucitado, me vacías...”

Rubén Bonifaz Nuño, la llama viva Foto: Carlos Cisneros/ archivo La Jornada

cha hoguera carnal, y sacando a los balcones sus sexos, “cual sañudos escorpiones”, para que el aire los calme, pues la moral represiva impide que sean colmados. En Rubén, el elogio, digno de Ca­ tulo o de los feroces y delicados persas, brilla y aroma con inusitada intensidad lírica y biológica: “Las caderas móviles; la vulva de ensortijados ata­ víos: modesta entre los muslos juntos, ostentosa cuando sus carnívoros vestíbulos levanta en vilo.” López Velarde imaginaba las fiestas amorosas y concurría a muy pocas. La amada ideal, Fuensanta, ve desdibujarse en la luna de su armario un puño esquelético y, unos años más tarde, se convierte en la “prisionera del Valle de México”, resucitada y con sus guantes negros en el más dramático poema de nuestro padre soltero que tanto sabía de ironías y que con tanto ingenio se burlaba de sus inepti­ tudes y carencias. Bonifaz Nuño, gran maestro de ironía, despide así a la persona que la canción po­ pular llamaría “ingrata”: “Me ajusticiaron tus re­ cuerdos de una pasión; tus malos modos me dieron

estrictamente científico resulta demasiado expe­ rimental y, por lo mismo, sujeto a comprobacio­ nes interminables. En su asedio del cuerpo, prefie­ re los recuentos exhaustivos y, por lo mismo, ajenos al prejuicio y al escándalo de los puritanos. “La flor de cuatro pétalos, el ano. La materia enérgica de fuego, de agua, de aire, de tierra”; los cuatro ele­ mentos de la vieja alquimia y, también, de la teolo­ gía. Calderón, Sor Juana, Tirso y casi todos los dra­ maturgos del Teatro Nacional de España basan su idea del mundo, las ideas y el cuerpo en esos ele­ mentos que el Próspero de La Tempestad de Shakes­ peare controlaba apoyado por Ariel, el genio del aire, y atacado por el retorcido Calibán, carcomi­ do de envidia y frustración. Los “radares rústicos” detallan los perfiles del cuerpo “tendido y lánguido a la sombra del reciente placer”. En el caso de Ru­ bén, grecolatino y convicto pagano, el amor en­ cuentra todos sus regocijos físicos, mientras que el padre soltero, asfixiado por la dualidad funesta de la cultura católica fracasa en sus intentos: “ mis

ix Por la “scriptorum”, por sus alumnos, por su amor grecolatino, nahua y maya, por sus fundaciones (carmelita descalzo hasta el cuello para el bien de las palabras amorosas), por “Imágenes”, “Los de­ monios y los días”, “Fuego de pobres” (libro esen­ cial de nuestra lírica), “Siete de espadas”, “Del tem­ plo de su cuerpo” “El manto y la corona”, “La flama en el espejo”, “As de oros”, “El corazón de la espi­ ral” y “Albur de amor”; por tantos ensayos que bus­ can, encuentran y provocan afinidades y desacuer­ dos, y por su cercanía con López Velarde, Rubén recibe este premio y nosotros lo acompañamos para testimoniar sus enormes merecimientos. Ramón quería un amor que descansara “en los cuatro ci­ mientos de la fábrica de los universos”. Rubén reci­ be del cuerpo amado “los santos óleos del postrer bautismo y la primera extremaunción” y ella lo ab­ suelve. Para ambos y para nosotros digamos “sur­ sum corda” en esta bizarra capital •


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ué quiere decir educación? La etimología sugiere la necesidad de salir de una con­ dición deplorable gracias a la ayuda de al­ guien más. Ex ducere, sacar afuera, guiar afuera: así los latinos concebían el concep­ to detrás del verbo educar. El prefijo ex es fundamental para entender el sentido de la palabra, porque señala que la educación conlleva un recorrido hacia afuera de algo que está adentro. Este simple hecho indica que el acto de edu­ car es una responsabilidad de quien la ofrece más de quien la recibe. ¿Y cuál es el estilo adecuado para educar? Es la conducta de la partera, nos dice uno de los máximos educadores de la historia, Sócrates. Hijo de una co­ madrona, Sócrates transforma el arte materno de hacer nacer bebés en el arte de hacer nacer al hombre sabio. Su método educativo es la mayéutica (maieutiké), o sea el arte de la obstetricia. Una obstetricia filosófica que, gracias a preguntas y razonamientos en diálogo, trata de extraer del discípulo su cono­ cimiento personal, sepultado por las opiniones y convencimientos que ha asumido como suyos sin analizar su verdad. El conocimiento, según Sócrates, no se puede enseñar, sino que se ayuda a descubrirlo y desenterrarlo, porque es un estado o una condi­ ción del alma. Por eso, con la mayéutica, el maestro (la comadrona) trata simple y pacientemente de sacar afuera la verdad escondida (el bebé) del discípulo (la parturienta). La tarea del educador es entonces guiar el parto de la verdad del discípulo, que es ver­ dad solamente porque es suya. Que la enseñanza de Sócrates es remota no sólo temporalmente sino también ideológicamente es evidente: hoy en día no es posible desear una educa­ ción al estilo socrático, ya que estamos obligados a aprender a pensar con los conceptos y las formas que nos permiten ajustarnos al mundo que nos rodea. Un mundo por esencia conservador que, insistentemen­ te, nos quiere funcionales para la sobrevivencia de sus estructuras fundamentales. De hecho, en la so­ ciedad postmoderna, creatividad (o sea el descubri­ miento de los elementos para una creación nueva y original) es una palabra mágica y un talento muy apreciado, y aún más, su expresión se fomenta en todo lo que tiene que ver con formas inocuas y pro­ ductos redituables, pero es obstaculizada cuando elabora ideas y comportamientos sustanciales que puedan desestabilizar la estructura social. Las con­ tinuas alabanzas a la educación técnica y económica memorista, y la dificultad de la ya marginada educa­ ción humanística para salir de la erudición narci­ sista y proponer y afirmar ideas desafiantes, son la prueba de esta deriva u olvido de la educación en­ tendida como mayéutica.

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ii A lo largo de la historia, los sujetos encargados de educar a las nuevas generaciones han sido los padres, los sabios, los gurús, los eclesiásticos, los filósofos y los preceptores. Ahora, los maestros son reemplaza­ dos por los programas televisivos y los sitios web. Esta aseveración aparentemente exagerada e inve­ rosímil se sustenta en el simple hecho de que el único conocimiento que nos moldea y nos acompaña por mucho tiempo es el conocimiento que nos fascina. Por eso el maestro verdadero es quien sabe desper­ tar y alimentar la pasión. El conocimiento se filtra en el alma solamente a través de la seducción, y hoy en día el adolescente encuentra al seductor de su in­ telecto más en las tardes frente a las pantallas que en las mañanas frente a las pizarras. La seducción –los hombres y las mujeres instrui­ dos en el arte del erotismo lo saben bien– es una ma­ nera refinada y lúdica de avivar la curiosidad. Es esa actitud del alma que permite al ser humano salir del reino de lo que ya conoce para zambullirse en las aguas de lo desconocido. Por milenios, la vanguardia de cualquier conquista, la bisabuela de invenciones, exploraciones y descubrimientos ‒sociales como ín­ timos– ha sido la curiosidad. Educación, seducción, pasión, curiosidad: esta es la escalera del conocimiento. Mas en este descansillo de la curiosidad humana no hay solamente la en­ trada al departamento de la educación. Los medios masivos, que saben despertar la curiosidad, y saben apasionar, seducir y educar en una cierta forma de ver el mundo, tienen también su atractiva puerta en el descansillo de la curiosidad. Por ende, la curiosidad es una disposición bicé­ fala: puede ser la balsa frágil y aventurera que nos lleva a los múltiples litorales del conocimiento, o el buque achispado que se empantana en las arenas movedizas del curioseo morboso e inútil. Hasta la mitad del siglo pasado, los caminos de la educación habían trazado los retratos de las cultu­ ras, y en las mentes más abiertas habían fortaleci­ do el valor inestimable de la curiosidad más noble y pura (incluyo en estas mentes también la de Donatien Alphonse François de Sade). Educación proporcio­ nada en forma de instrucciones públicas o esotéricas, artes liberales o artes vulgares, reglas sociales o nor­ mas interiores... conocimientos que permiten al jo­ ven novato que asoma la cara por la puerta de la comu­ nidad e instalarse en el mundo, concentrarse en lo que lo rodea, aventurarse en el descubrimiento de su identidad y contribuir al bienestar material y espiri­ tual de la sociedad que lo ha criado. Es claro entonces que la educación, concebida co­ mo suministro de nociones o como mayéutica que li­

Hoy, educar no es sacar algo que hay adentro del discípulo, sino ponerle algo adentro, introducir en su mente las nociones y las formas de pensar que lo conformen a las necesidades del sistema socioeconómico.

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Hoy, educar no es sacar algo que hay adentro del discípulo, sino ponerle algo adentro, introducir en su mente las nociones y las formas de pensar que lo con­ formen a las necesidades del sistema socioeconómico. Esta condición servil de los programas educativos ya sería suficiente para generar una reflexión seria y profunda entre políticos, administradores e intelec­ tuales sobre el destino de una sociedad que no favo­ rece la formación de individuos sino de funciona­ rios. Mas esa importante conquista moderna, que es la educación laica, obligatoria y gratuita para to­ dos, se enfrenta hoy con otra autoridad formativa muy poderosa que ha florecido en particular en los últimos treinta años. Esta institución educativa ha logrado marginar la escuela y meter en sus pupitres a toda la población. Son los medios masivos, en par­ ticular la televisión y las redes sociales.


ufragio ultura

ucación y uriosidad

Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com

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bera la verdad interior (per via di porre o per via di levare diría ese extraordinario autodidacta que fue Leonardo da Vinci), es un bien común que se trans­ mite entre seres humanos. Esta transmisión es la esen­ cia misma de la educación que, para sedimentarse y ser fructífera, necesita despertar la curiosidad. iii Sin embargo, los aparatos tecnológicos audiovisua­ les capturan la curiosidad de las nuevas generacio­ nes del homo videns ( g . Sartori) que, vuelto pasivo por las pantallas anestésicas, pide a las pantallas mismas estimularlo y a la vez apagar el estímulo, ofreciéndoles como víctima en sacrificio su atención desorientada. Una mirada desapasionada y sincera nos devuel­ ve la imagen de los medios masivos como el institu­ to pedagógico preponderante de la postmoderni­ dad que está planteando la sociedad futura a nivel antropológico, social y relacional. No habría ningún problema si esto fuera un escenario intencional, pla­ neado y con objetivos claros, clasificados como esen­ ciales para el crecimiento de la sociedad y de los in­ dividuos. Sin embargo, si descartamos las teorías conspirativas, no vemos ningún proyecto educati­ vo en los medios. Tenemos un sistema formativo mediático muy poderoso, que no tiene ningún plan educativo y que, sin embargo, adiestra a sus numerosísimos discí­ pulos, casi la población mundial entera, para… ¿qué? La respuesta la dan nuestras yemas de los dedos cuando, con el control remoto o con el ratón, en un zigzagueo sin fin, llevan nuestra atención a cultivar la curiosidad trivial, el curioseo sin dirección, para aturdir la mente en un nirvana de leve y constante excitación. Esta vibración neuronal es provocada por “noticias” o “eventos” que no necesitan una re­ flexión, sino solamente una afiliación maquinal e impulsiva a una congregación de anónimos con­ sumidores de la misma sustancia. Información que nunca se transforma en conocimiento. iv Si la curiosidad es la gasolina que antes de la revolu­ ción audiovisual llenaba los tanques del conocimien­ to ‒metafísico o empírico poco importa‒ ahora, dilui­ da y convertida en curioseo, alimenta el chisme, el fanatismo y la ociosidad hambrienta de junk food vi­ sual. No es difícil imaginar cuál es el papel de la tele­ visión en esta envilecida desviación de la curiosidad hacia lo inútil. Puedo afirmarlo con amarga certeza, ya que tengo frente a los ojos las ruinas morales y los escombros antropológicos de veinte años de televi­ sión italiana sometida al dominador de la política de mi país. Los italianos hemos comido felizmente la ba­ sura mediática vomitada en nuestros hogares: barata, alegre, sexy, americanizada. Así, los valores inyecta­ dos en nuestro cerebro han destruido todos los ele­ mentos comunitarios, depositando en los corazones y en las cabezas solamente aspiraciones individuales. Este genocidio ético y cultural ha dejado un pai­ saje postbélico donde los individuos deambulan co­ mo sombras hechizadas, pisando los cadáveres de las ideas más nobles de la civilización; vagabundean como pepenadores que inhalaron el pegamento de las incesantes promesas del teleduce, rastreando el basurero de las ilusiones en búsqueda de su fabulo­ so El Dorado privado. Así, los italianos nos descu­ brimos, de repente y sin arrepentimiento, egoístas y sin sentido cívico. Fueron suficientes veinte años de constante y progresiva desviación de la curiosidad.

Collage: Marga Peña

Veinte años de educación de coprofagia televi­ siva, mientras la Iglesia católica urdía lo necesario para que aquel tirano democrático que demolía la riqueza nacional y tenía una vida privada inconti­ nente y humillante para la dignidad femenina, de­ fendiera los intereses económicos eclesiásticos y la doctrina moral pública. Veinte años de educación de coprofagia televi­ siva, mientras la izquierda nacional ergotizaba y se dividía, hundida en su obtusa y perezosa so­ berbia. Veinte años de educación de coprofagia televisi­ va, mientras los acoquinados partidarios del neoli­ beralismo cerraban los ojos frente al uso ad personam de las leyes del Estado para defender e incrementar el monopolio de la comunicación televisiva. Veinte años de educación de coprofagia televisi­ va, mientras los intelectuales à la page, desde sus to­ rres de marfil, se entretenían lucubrando sobre los programas televisivos que abobaban a las masas, y discutiendo filosóficamente sobre la postmoderni­ dad que avanza. Veinte años de educación de coprofagia televisi­ va, mientras los empresarios se aprovechaban de la nueva moda ética que legitimaba la evasión tribu­ taria y el uso privado de dinero público, gracias a esa frasecita mágica –“Yo le doy trabajo a mucha gen­ te”– que vuelca la realidad –“Mucha gente le da su trabajo a los empresarios”. Veinte años de educación de coprofagia televi­ siva, mientras las clases subalternas gozaban de la abundancia excrementicia de escándalos y telenove­ las, de tetas y futbol (piezas maravillosas del edén masculino antes de su mercantilización), acostum­ brándose a las agruras estomacales y a la fetidez del aire hasta no percibirlas más. v Me pregunto si los mundos político, eclesiástico, em­ presarial y mediático mexicanos tienen conciencia de los daños que puede ocasionar a su país y a sus mismos intereses el naufragio cultural de la sociedad en la pereza cerebral y en el vacío ético de la televi­ sión basura. Sí, claro, desde el punto de vista de la realpolitik, un público es mejor que un pueblo, un consumidor es mejor que un ciudadano, un simplón es mejor que un crítico exigente. Empero, la devasta­ ción antropológica que una televisión populista, cí­ nica, amoral y oportunista puede ocasionar a una nación, es aún peor que el aturdimiento político de sus ciudadanos tele-hechizados. Con unos medios deshonestos se pueden ganar las elecciones, pero con unos medios que además bombean chatarra emo­ cional y miseria racional se pueden también destruir la cultura y los valores que mantienen a un pueblo unido bajo su bandera. Como decía Albert Einstein antes de la invasión de la televisión basura: “No tengo talentos especia­ les, sólo soy apasionadamente curioso.” En efecto: juntas, pasión y curiosidad, le dan vida a la inteligen­ cia. Así pues, maestros de primaria, que nos aco­ gen cuando la llama de la curiosidad es todavía in­ maculada; profesores de la universidad, que nos encuentran cuando la pasión por el saber es todavía libre de avaricias; poetas, que nos abren el portillo secreto del silencio acompañándonos en su reino en­ cantado; amantes, que iluminan con un golpe de luz inesperado el cuarto oscuro del alma, quemando to­ das las imágenes inútiles con las que nos rodeamos: por favor, todos ustedes, ayúdennos a reubicar la curiosidad en el corazón y en la cabeza, como Só­ crates nos había enseñado •

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leer El origen del futuro, Nicolás Martinelli, Ediciones Sin Nombre/ Ediciones Nod, México, 2012. Este volumen forma parte de la colección Taller, misma que, a decir de sus editores, “está destinada a difundir la cuentística reciente del interior del país”. En otras palabras, tiene un propósito doblemente encomiable puesto que para nadie es noticia que, de los géneros literarios, el cuento ha sido históricamente el menos favorecido, a lo que se suma el velado desdén que aún se tiene respecto de la –buena–literatura que se genera “en el interior del país” o, vale mejor decir, fuera del ámbito capitalino. Este cuentario, denso y apretado, avala el esfuerzo: las catorce piezas que lo integran tienen como denominador común la riqueza de su lenguaje, la eficiencia narrativa, una imaginación a ratos desaforada y, en otro nivel de análisis, un dejo agridulce, irónico, que envuelve a los personajes y sus historias. Su autor, nacido en Argentina hace treinta y tres años, es docente, vive en San Luis Potosí desde 2008 y este es el primer libro que entrega a la imprenta.

Como si la silla vacía. Poemas para los desaparecidos, Margaret Randall, La Cabra Ediciones, México, 2012. Pequeño solamente por lo que se refiere a su formato, este libro es una delicia intelectual: edición bilingüe, con versiones de Diego Guerra y Leandro Katz, ilustrado con fotografías de Anabella Balduvino y la propia Margaret Randall, fue publicado por vez primera en Estados Unidos en 2010 y, como cualquiera puede apreciar, se trata del fruto maduro y pleno de una autora en posesión absoluta de una serie de recursos estilísticos que –a través de sus más de cien libros publicados– han trazado, a los ojos de sus innumerables lectores, una senda literaria propia e inconfundible. Militante feminista, fotógrafa, profesora y editora, Randall –neoyorquina nacida en 1936– es en sí misma una polifonía de intereses, curiosidad y búsquedas tanto estéticas como éticas y políticas. Los doce poemas aquí reunidos, cuyo tema son los desaparecidos de Latinoamérica “y la devastación de las familias que quedan atrás”, son una clara muestra de lo anterior.

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Antología poética, Carlos Pellicer, fce , México, 2012.

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Clase turista, Héctor Carreto, Versus/Posdata Editores, México, 2012.

POETA AJENO A LA MODA

PALABRAS PARA HÉCTOR*

RAÚL OLVERA MIJARES

RICARDO YÁÑEZ

iertos años hermanan y divorcian a Carlos Pellicer Cámara de algunos autores que, en cierto momento, fueron sus contemporáneos. Nacido dos años antes que Reyes y Torri, en 1897, no perteneció como ellos al Ateneo de México, como acaso habría sido su destino, sino más bien a la generación siguiente, aquella formada en torno de la revista Contemporáneos (1929-1931). Pellicer, como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, se vería ligado con esos noveles autores, si bien por haber comenzado a publicar relativamente pronto lo consideraban una especie de hermano mayor. En Pellicer parece darse un autodidactismo, más temprano y acendrado, que alentó en cierta medida su viril padre, quien le diera a leer y le pusiera tácitamente como ejemplo “al frío, retórico y tieso Díaz Mirón” (son palabras de Octavio Paz). De su maestro involuntario, a quien habría de dedicar luego algún poema, Pellicer heredaría una férrea observancia del metro y quizás también del tono heroico, de franca exaltación retórica. Viajero incansable, cuando aún constituía una proeza dirigirse al extranjero, Pellicer sabrá sacar buen partido, imprimiendo viveza y exotismo a su poesía, no sin reticencia por parte de sus colegas. Con certera humildad, Villaurrutia comentaría: “Para Carlos Pellicer, la poesía ha sido el viaje alrededor del mundo, en vez del viaje alrededor de nuestra alcoba que la poesía ha sido, hasta ahora, para nosotros. Este espíritu se hizo viajando. Los demás, los que usted ya sabe, nos estamos haciendo inmóviles, en el ansia de viajar.” La exuberancia de su estilo, sus interminables y concatenadas metáforas, la música exacta y en ocasiones excesiva de sus versos figuran entre las tantas virtudes que vuelven la poesía de Carlos Pellicer, si no actual, al menos clásica ‒“el más joven de nuestros clásicos”, escribe José Emilio Pacheco, aunque es un poco pronto para tales pronunciamientos; el único que canoniza, en el arte, es el tiempo. Carlos Pellicer Cámara, que así se firmaba al principio ‒para no irle a la zaga a González Martínez, Gonzáles Rojo y Ortiz de Montellano‒ con sus dos apellidos sonoros, en particular el de Deifilia Cámara, su madre, a quien dedicaría aquel memorable “Nocturno”. Hoy día se lee poco a Carlos Pellicer, porque “no es un poeta de moda” (de nuevo los ecos de José Emilio Pacheco). En su día sin embargo ejerció una influencia notable, no sólo en las bellas letras sino en el panorama general de las artes. Tocado por el genio universal, aunque quizá no con tanta generosidad como Reyes o Paz, Pellicer fue un espíritu curioso y diletante, interesado en la arqueología precolombina, la historia, la aviación, las artes plásticas y los viajes. No existe un poema suyo donde un par de versos no se retengan con facilidad ‒y felicidad‒ en la memoria. De oído certero y expresión eficaz, la obra literaria de Pellicer, con todo y su fluida prosa ensayística, quedará ahí para la lectura de generaciones venideras •

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mí la poesía, todavía, me hace sufrir. De ahí que agradezca, entre solemne y despeinadamente, un libro como Clase turista, que me hace, con ternura, reír, que me ayuda a separarme de lo trágico. Conozco poco la poesía de mis contemporáneos, pero lo que conozco de Héctor Carreto me da respiro. Aire bienvenido es este libro, soplo a la vez que aliento, frescura renovada. Fácil trámite sería ponerme a citar los versos que más me gustan –todos me gustan–, mas ingrato resultaría para el poeta, que luego ¿qué va a leer? Digo ahora lo que quería decir desde el principio: “yo sólo quiero decir que este libro me gusta mucho y no me pidan que me esfuerce en discurrir sobre ello”. La amabilidad de libros como Clase turista consiste en que le hacen espacio a uno y no se hacen espacio ellos. Nunca he sido turista. Miento. He sido buen turista de este libro, que aunque es clase turista, me hizo sentir en clase aparte. Hablando de apartes, mucho gusto me da también ver que en este libro participan, como editores, dos personas por las que tengo admiración: José Garza y José Jaime Ruiz. Dispensen ustedes que me haya desviado de la atención principal, pero los libros no se hacen solos, y hay que ser capaz de inteligir que si nosotros, poetas, tenemos algún lugar en el mundo de los libros se debe a los editores. Regreso a Clase turista. Siento en Héctor Carreto a un corresponsal aplicado. Ya lo dije, yo nunca he sido turista, pero disfruto que los turistas recuerden a los que no han viajado. Esta colección de postales me da la felicidad, sin moverme de mi silla, de recorrer, sin desgastarme en trámites, sitios, ciudades, ambientes, vivencias, todo en un lenguaje franco, sin asomo de elaboración –aunque elaboración sin duda hay–, diverso a la vez que divertido (perdónenme la aclaración: uno suele imaginarlos como propiciadores del aburrimiento). Pasear con Héctor Carreto por donde él ha paseado hace sentir el mundo en que paseamos. Estaba aquí de paso, puede decirse uno, como Nezahualcóyotl, como Jorge Manrique. Vine y vi, y me han vencido. Convencido seguramente no. Soy un mirón, soy la distancia que se necesita para saber que los paisajes me visitan, que lo que pude haber sido y no fui es lo que siendo estoy. Fantasma de mí mismo, idea de persona, todo –pero todo– me toma por sorpresa. Busco extender mi mundo y el mundo no me entiende. Damos por entendidas muchas cosas, entre ellas la poesía. Este libro demuestra lo contrario. La poesía que se da como poesía, y ahí probablemente me esté perjudicando yo mismo, es fosilidad. Estamos ante un libro no exageradamente vivo, pero vivo. Extranjeramente vivo. Vivo desde la incapacidad de solucionar nada. Vivo desde la no solución, desde la aceptación de lo que vivo. La poesía es esto que me deja ser, no esto que hago. Lo que hago yo, quiero decir Carreto, es irme acostumbrando –a ver cómo– a la poesía .

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leer

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Poesía es extranjeridad, extrañeza a la que nos hemos ido acostumbrando. No me acostumbraré, dice Carreto, no me acostumbro. Acostumbrarme quieren y, dócil, yo respondo, pero ¿quién responde por mí? El que responde por Héctor es el que en este libro ha hablado. Si todos hablaran como él, yo podría entenderme con la gente. Gracias, Héctor • * Texto leído en la presentación del libro

Nombre de perro, Élmer Mendoza, Editorial Tusquets, México,2012.

DE POLICÍAS, POLÍTICA Y NARCOS

a cometer un error o a insubordinarse mínimamente; allí la muerte no perdona. Desarrollándose en un ambiente navideño, poco a poco las cosas le van saliendo todas bien al Zurdo Mendieta, hasta que llega el momento final de la novela, cuando el amor, de nuevo, vuela lejos de los brazos del Zurdo radicado en Culiacán. Élmer Mendoza ya es un clásico entre los escritores policiacos del país, más, mucho más allá de lo burdo y amarillo que hoy en ese campo pulula entre nosotros •

Paisaje oriental, Leandro Arellano, Editorial Delgado, El Salvador, 2012.

SERGIO GÓMEZ MONTERO

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lmer Mendoza le sigue siendo fiel al género y le será difícil, creo, salir de él. Lo cual no es malo para sus lectores que, como en el caso de Vázquez Montalbán y Lobo Antúnes, nos seguimos fascinando con las tramas de sus novelas. Hoy, de nuevo, con el Zurdo Mendieta reapareciendo en Nombre de perro, la lectura se torna un ejercicio apasionante y fácil de digerir. Hoy no sólo por la trama policíaca, que es propia de Mendoza (cargada de humor, mujeres y amores finalmente fallidos), sino porque a ello incorpora dos nuevos elementos centrales: la política y el quehacer perruno de los superpolicías, todo en un ámbito en donde el homosexualismo se da lo mismo entre policías que entre narcotraficantes (reinas del sur). Nombre de perro, realmente muy bien escrita, no pierde nunca interés. Desde las primeras páginas aparece Héctor Ugarte, el superpolicía que nunca logra definirse sexualmente, en una junta con el presidente y con el secretario (un general) delineando la guerra contra el narco. De allí se sigue a la aparición de un sanguinario matadentistas, que sufre por una muela que no le extraen. El tercer elemento es Samantha Valdés, jefa del cártel del Pacífico, quien ahora trata de vengar la muerte de su amante muy querida, Mariana Kelly. Y finalmente, claro, el Zurdo Mendieta, ahora con un hijo de una amante de la que el policía tenía escasa memoria: Susana. Con esos elementos explosivos se hace el coctel de esta novela llena de suspenso continuo, en donde la vida de Mendieta corre peligro una y otra vez. Puede ser, en efecto, que en este libro algunos elementos de trama y personajes no se modifiquen sustantivamente, pero la manera en que el escritor asume el tratamiento de la parte política y del superpolicía sí es relevante. Lo primero, porque no se dispensa la crítica en contra de las acciones de violencia emprendidas por el presidente (que sin decirse es obvio que tiene un nombre, comenzando por su atracción por las bebidas alcohólicas). Lo segundo, porque la existencia de cuerpos especiales en el ejército, los superpolicías (militares altamente especializados, como lo fue Acosta Chaparro), se hacen realidad con toda crudeza –el que sean homosexuales es peccata minuta‒, comenzando por el hecho de que de ellos no debe quedar rastro cuando llegan

UN HORIZONTE ES UN PAISAJE ANTONIO SORIA

“ U de las calles en que hemos vivido y dejado una

na identidad está hecha también de los lugares,

parte de nosotros”: así lo dice Claudio Magris y así lo refrenda el autor de este Paisaje, al colocar la definición del italiano como uno de los dos epígrafes que abren el volumen –el otro es de Ezra Pound, que confiesa “haber caminado todos esos senderos”‒ con que el diplomático, narrador, ensayista y traductor Arellano comparte la visión, las impresiones y las fascinaciones que ese Oriente mítico, histórico y literario le ha dejado como impronta. Continuador de una tradición que en México afortunadamente no se ha detenido, Arellano se sabe miembro de ese grupo sin grupo compuesto por escritores que son diplomáticos y viceversa, donde se incluyen lo mismo Octavio Paz que José Gorostiza, Sergio Pitol que Hugo Gutiérrez Vega –a quien está dedicado el libro‒, y más recientemente Jorge Valdés DíazVélez y Alejandro Pescador, por mencionar apenas algunos. Como ellos, el también autor de Guerra privada y Los pasos del cielo ha encontrado su propia manera de lograr que la savia de sus estadías en diferentes lugares del mundo corra por las ramas de su producción literaria, ya sea en forma de relatos, en el caso de Guerra…, o de ensayos, en el de Los pasos… En ellos, como ahora en Paisaje oriental, Arellano refrenda una máxima de repente –o de fijo‒ soslayada por algunos escritores: la más alta de las elegancias, en la escritura, es la sencillez. Añádase que, muchas veces y paradójicamente, dicho atributo sólo se consigue tras intensas, prolongadas, implacables jornadas de pulimento y criba. Lo sabe el autor y lo comprobará el lector de estos diecinueve textos que, genéricamente, toman lo mismo del ensayo que de la crónica, la viñeta y la estampa. Desde el primero de ellos, que da título al libro, hasta los “Apuntes de lengua y literatura coreana” –el último, extenso y abundantemente documentado con el que cierra‒, Arellano trae novedades a Occidente o bien, desde nuestra perspectiva, amplía y revitaliza

EL ESPÍRITU LIBRE DE MARINA TSVIETÁIEVA Un cuento inédito en español y cinco poemas Entrevista con Fernando del Paso

Sergio Ramírez, el cuentista

ciertos tópicos de los que él, por su parte y siguiendo a Magris, ya está hecho: habla de Mateo Ricci, el primer sinólogo; hace una cosmovisión a partir de los palillos y otra desde el bambú; trae noticias de la mongólica y fantástica ciudad de Ulan Bator; revisita un Hong Kong que siempre ha sabido transformarse sin dejar de ser el mismo; lleva sus pasos a los caminos renovados de una Pekín que, en su caso, lo recibe con un cuarto de siglo de cambios a cuestas; recala más de una vez en el inagotable, inmortal Kung Fu-tse, es decir Confucio; se convierte en nuestro Virgilio a través de las intrincaciones de una Seúl occidentalizada pero de cualquier manera orientalísima; se interna en Japón por la ruta infalible de su poesía… Arellano es, como consta en este Paisaje oriental, uno de esos viajeros que saben asimilar, hasta apropiárselo completo, aquello que conocen para bien compartirlo •

Sinsaber. Poemas, Guillermo Vega Zaragoza, Edición de autor, México, 2012. Alguna vez colaborador en las páginas de este suplemento, Vega Zaragoza es uno de esos pocos autores que tienen como sello indeleble, lo mismo en su persona que en su escritura, la antisolemnidad, la sana capacidad para reírse de sí mismo, el desabrochamiento intelectual –si bien siempre a partir de un cúmulo de lecturas impresionante. Vayan estas palabras con sabor a elogio a manera de mínima introducción a “este poemario rojo y algo viejo”, como lo describe el propio Tundeteclas, para anticiparle al privilegiado lector que se haga con él entre las manos, algo de lo mucho que puede hallar aquí: vaivenes, penumbras, ilusiones caníbales, plegarias, perdones que no se piden, cuerpos que le estorban a la palabra, lejanías e, incluso, “El poema perfecto”. Sinsaber, quizá juguetonamente también sinsabor –el de la vida, a veces–, a los que apela, con la humildad de su inteligencia, este hombre que parece todo hecho de letras.

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10 de febrero de 2013 • Número 936 • Jornada Semanal

Naief Yehya

Enrique López Aguilar

A PALABRA “CRÍTICA”, como se sabe por la cantidad de ocasiones en que se ha insistido en eso, significa que algo se “pone en crisis” y es positiva o negativa. En el caso del arte, el crítico debería ser alguien con gran destreza e información dentro del campo de su competencia, lo cual le permite “dictaminar” una obra o un autor, y esclarecer los méritos de un trabajo de índole estética, meditación dirigida hacia otros colegas, hacia un público medianamente entendedor, o hacia un público que no sabe mucho acerca del tema. Debe suponerse una condición ética por la que el crítico buscará explicar los (des)entendimientos con su objeto de análisis, lo cual exige cierta liberación de prejuicios personales, objetividad y honradez. De manera que elegir un producto estético para encarnizarse con él o con su autor, o para elevar ensalzamientos interminables para los mismos, resulta una tarea un tanto estéril: el crítico debe guardar un equilibrio entre la crítica melosa y la vitriólica, sobre todo si ambos términos no son sino uno de los nombres de la subjetividad. Cada obra sigue su propio camino: el del olvido (que tiene que ver con ninguneos, ignorancias, preferencias, intereses y cánones no siempre comprensibles en cuanto a su “establecimiento”), o el de su amplia difusión. La obra crítica casi nunca es recordada porque, entre otras cosas, no hay una tradición lectora que aprecie la conservación de la misma, salvo para quienes investigan la historia de los cánones estéticos, la teoría de la recepción y el proceso de ciertas obras, lo cual envuelve en un halo de academicismo a sus posibles lectores. Si, por ejemplo, se recuerda a los críticos de Góngora o Wagner, casi siempre es para burlarse de su torpeza (incluido Nietszche quien –por razones personales–, en su momento, puso a Bizet por encima de Wagner), o el paso de la fascinación al detestamiento, como se ejemplifica con la Historia de un deicidio, de Mario Vargas Llosa –tesis doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid el 25 de junio de 1971–, quien compuso una extensísima obra de crítica celebratoria para Cien años de soledad y Gabriel García Márquez, antes de incurrir en una suerte de odio y distanciamiento del autor colombiano (anunciado con un certero puñetazo sobre la cara de Gabo en México, en los años setenta), prolongado hasta la actualidad. Odios, ninguneos, intereses de capilla y pasiones extrañas pueden rodear a la crítica. (“Hay que acabar con José Emilio Pacheco –me dijo, con vehemencia, hace veinticuatro años, un joven que todavía no dirigía revistas ni realizaba otras actividades literarias–, es peligrosísimo.”) Y lo mismo percepMilan Kundera

ciones oblicuas y personalísimas –por lo mismo, subjetivas–: “César Rodríguez Chicharro nunca pudo decir que le gustaban mis poemas.” En la tradición pre-escolástica de las diatribas contra algún filósofo –predicador, pensador, escritor– considerado herético, cuyos títulos (generalmente epístolas, puesto que no existía la noción de ensayo, aunque sí la de “crítica”) iniciaban con la palabra Contra…Ha llegado a mis manos un ejemplar titulado Contra Kundera. El autor es un serbio radicado en Toronto. La intención de esa obra “crítica” es demoler al escritor checo: se le “reconoce” una novela meritoria, La broma, y se habla mal de La lentitud, pero nada más. Casi ninguna mención al resto de las obras narrativas de Kundera. El libro es un golpeteo incesante donde se pretende demostrar que Kundera no la hace como escritor, reflexionador, lector, aficionado a la música, ni como nada, lo cual lleva a la pregunta: ¿para qué golpear con tanta virulencia a quien es Nadie, Nada?, ¿el golpeteo tiene que ver con su fama? Por otro lado, la “crítica” se concentra en dos libros de Kundera, que no son novelísticos, sino de “arte poética”: El arte de la novela y Los testamentos traicionados. Queda claro que el autor de la diatriba está enamorado de Dostoievski y Kafka, y que algo sabe de música. Lo que no se entiende es para qué atacar a Kundera en lugar de ensayar una obra sobre las propias filias dostoievskianas y kafkianas. ¿Será porque George Steiner ya edificó una obra magistral, Tolstoi o Dostoievski? ¿O porque mucha tinta ha corrido acerca de diversos compositores del siglo xx ? Cuando al autor se le olvida que pretende pulverizar a Kundera, surgen las mejores páginas de su libro, aquellas en las que sólo habla de Kafka y de la música. Cuando se acuerda de que su propósito era hacer chicharrón kunderiano, se acaba la reflexión y surge la “narcocrítica”: el descuartizamiento del autor “analizado” •

A LÁPIZ

L

Zero Dark Thirty: diez años de tortura y una campaña punitiva criminal (ii de iii) Expectativas Todo filme tiene su propio mecanismo promocional, un dispositivo indispensable para destacar en un mercado saturado de productos y puede ser un resumen honesto, un coqueteo sensacionalista o una cínica extrapolación manipuladora y estridente. En el caso de la nueva cinta de Katherine Bigelow, Zero Dark Thirty (zdt), el primer dilema es distanciar ese mecanismo del filme mismo. Desde que la película estaba en producción, corrieron rumores que alarmaban o excitaban al públi-

co acerca de que los cineastas habían obtenido acceso sin precedente a materiales secretos y habían tenido contacto con los protagonistas de la cacería y asesinato de Osama bin Laden ( obl ). Muchos sospecharon que se trataba de un esfuerzo propagandístico para ayudar al presidente Obama en las elecciones de noviembre de 2012. Otros pensaron que se buscaba exculpar a la cia , y unos más esperaban una denuncia de las irregularidades y la brutalidad de un asesinato que se presentaba como la conclusión de la carnicería brutal e inconsciente que ha sido la llamada Guerra contra el terror. Por su parte, mucha gente imaginó que era un esfuerzo por erradicar las varias teorías conspiratorias acerca de lo sucedido a obl . zdt parece haber querido satisfacer esas expectativas al tratar de ser un poco de cada una.

Licencias poéticas, distorsiones oportunistas

es un filme con agenda política y con una clara certeza: presentar al ejército estadunidense como una fuerza del bien. Katherine Bigelow y el guionista Mark Boal han asegurado tener un compromiso periodístico con la verdad. Sin embargo, más allá de la licencia artística, que consiste, según la directora, en la compresión narrativa de diez años en dos horas y media, y la fusión o fabricación de personajes, tenemos que el énfasis que se da a la tortura no parece estar respaldado por los documentos que se han hecho públicos respecto de esta práctica. Como es bien sabido, Michael Morrell, el actual director interino de la cia; la demócrata Dianne Feinstein, presidente del Comité de inteligencia del Senado, y dos senadores del Comité de las fuerzas armadas, el republicano John McCain y el demócrata Carl Levin, han señalado que es falsa la idea que quiere dar el filme en el sentido de que la información para encontrar a Bin Laden fue obtenida por medio de la tortura. Por otro lado, Michael Hayden, el director de la cia en los últimos años de la presidencia de Bush, dijo que la tortura a la que fueron sometidos los sospechosos fue crucial para resolver zdt

el caso, algo que obviamente le conviene señalar, ya que sería sorprendente que reconociera que los abusos que se cometieron bajo su dirección fueron inútiles. Muchos otros testimonios se dividen entre quienes confirman la eficacia de la tortura y aquellos que afirman que fue irrelevante para obtener el dato crucial del caso obl , que fue descubrir a Ahmed al Kuwaiti, el mensajero que estaba a cargo del último tramo de la compleja red de mensajeros con la que obl se comunicaba con el exterior desde su casa-bunker de Abbottabad, una ciudad famosa por estar habitada por militares y exmilitares paquistaníes.

Unidimensionalidad y vacío Podríamos pensar que la cineasta ofrece una denuncia tan incómoda que políticos de ambos partidos tratan de silenciarla. Sin embargo, la visión que ofrece de la tortura a través de la protagonista Maya (Jessica Chastain en el papel de una agente, caracterización que supuestamente está basada en una persona real) no es ambigua. Si bien inicialmente vemos a Maya tímida ante el grotesco espectáculo de Ammar (basado en Ammar al-Baluchi, a quien ahora se le sigue proceso en Guantánamo) siendo golpeado, torturado con agua, colgado, encerrado en una caja, privado del sueño, aturdido con música estruendosa y humillado sexualmente, poco a poco la vemos ganar confianza, participar en la tortura y deshumanización de los prisioneros a quienes finalmente ve como piezas en un rompecabezas. Maya es un personaje unidimensional, sin vida personal ni familia (más allá de unas fotos de niños que aparecen en el monitor de su computadora) ni deseos amorosos o sexuales; sin amigos (como explica instantes antes de salvarse de un suicida en el hotel Marriott de Islamabad, en 2008) y sin más interés u obsesión que matar a Bin Laden. Debemos de suponer que una vez cumplida su misión, como el protagonista de Hurt Locker, queda hundida en un vacío existencial. Un vacío que pretende ser de alguna forma la moraleja de la historia • (Continuará.)

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Narcocrítica

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........ arte y pensamiento

Germaine Gómez Haro

Arte africano y el modernismo en Nueva York

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L ESTALLIDO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL significó una vuelta de tuerca para el devenir del arte moderno y de las vanguardias cuando París, centro neurálgico de la creación y del mercado del arte desde el siglo xix, cede la estafeta a Nueva York, la joven urbe de hierro ávida de transformarse en la capital mundial del modernismo. El año de 1913 marca una fecha crucial a partir de la Exhibición Internacional de Arte Moderno, acontecimiento revolucionario mejor conocido como el Armory Show, que fue la punta de lanza del intercambio comercial y artístico entre el Viejo y el Nuevo Mundo, y a partir del cual numerosas galerías abrieron sus puertas en Nueva York, propiciando en la pujante burguesía el gusto por el coleccionismo y el mecenazgo. Es durante estas primeras décadas del siglo xx cuando Occidente modifica radicalmente su mirada hacia el arte africano, hasta entonces considerado meramente objeto de interés etnográfico. Es bien conocido el papel decisivo que jugaron en esta trasformación los artistas de las vanguardias, como Picasso, Dérain y Matisse, entre muchos otros. Fueron ellos quienes, alrededor de 1905, encontraron en las formas audaces del arte africano una fuente de inspi-

ración sin precedentes que los llevó a aventurarse en un lenguaje expresivo inédito. Menos conocida quizás es la circunstancia en la que el arte de África fue introducido al Continente Americano vía Nueva York, coincidiendo de manera fundamental y fundacional con el despegue del movimiento modernista en esta región. Precisamente a este período entre 1910 y 1920 está dedicada la magnífica exposición que se presenta actualmente en el Museo Metropolitan de Nueva York, titulada Arte africano, Nueva York y la vanguardia, una pequeña muestra que resulta una joyita por la invaluable recopilación historiográfica, así como por la recuperación de obras de esos años que se encontraban indocumentadas y que ahora, presentadas en su contexto original, arrojan información luminosa acerca de esa década de gestación del arte moderno en América. La exposición reúne objetos escultóricos africanos, pintura y escultura de artistas de la vanguardia europea, y algunos ejemplos de los noveles estadunidenses quienes, bajo el influjo de ambas tradiciones estéticas, fueron motivados a desarrollar una expresión propia basada en sus raíces afroestadunidenses, también impulsados por el reciente movimiento conocido como el Harlem Rennaissance. El célebre fotógrafo y promotor de arte, Alfred Stieglitz, jugó un papel fundamental a través de su galería 291 ubicada en la Quinta Avenida, en la que organizó la primera exposición dedicada a objetos africanos, presentados como obras de arte al lado de dibujos de Picasso y Braque, lamentablemente bajo el controvertido y desafortunado título de

Estatuaria en madera de los salvajes africanos: la raíz del arte moderno. A partir de entonces entra a cuadro otro personaje fascinante y medular en al devenir del arte moderno en Nueva York en esos años: el mexicano Marius de Zayas (Veracruz, 1880-Stamford, 1961), figura crucial que ocupa un lugar destacado en esta exposición. Como bien lo subraya la curadora de la muestra, además de su notable oficio de caricaturista y cronista social que le dio renombre, la participación de De Zayas como crítico, curador y promotor del arte moderno europeo en Nueva York fue determinante en este período, para establecer lazos con los más relevantes artistas que conoció en París a lo largo de diferentes viajes realizados con el propósito de conseguir obras para la galería de Stieglitz, con quien formó una genial mancuerna. En 1915 abrió su propia galería, la Modern Gallery, y más adelante la De Zayas Gallery, donde expuso obras de Modigliani, Van Gogh, Brancusi, Toulouse-Lautrec, Picasso, Cézanne, Picabia, y donde presentó, en 1916, una exhibición de pintura cubista de Diego Rivera, cuyo lienzo La terrasse du café se incluye en la presente muestra. Tras una fecunda participación en el surgimiento de la vanguardia neoyorquina, De Zayas se retiró a un castillo cerca de Grenoble y años después escribió un documento en formato epistolar a su amigo Alfred h. Barr –primer director del Museo de Arte Moderno de Nueva York– que hoy resulta una pieza clave para comprender y aprehender estos años de lanzamiento y consolidación del arte moderno: Cómo, cuándo y por qué el arte moderno llegó a Nueva York. Muy lejana a las colosales exhibiciones blockbusters que presentan los grandes museos neoyorquinos, esta es una muestra de pequeño formato y profundo contenido que ilustra profundamente, desde la perspectiva visual y teórica, el primer capítulo de la historia del arte moderno en América •

Alonso Arreola @LabAlonso

Trueba, Anderson y Tarantino, directores de orquesta

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N UNA MISMA SEMANA cruzaron por nuestros ojos tres películas que muestran profundos homenajes a la música. Ello nos recuerda qué lejos puede estar la banalidad cuando compositores y directores se lo proponen, cuando dos disciplinas se potencian sin doblegarse del todo al “gran show” en que efectivamente se ha convertido el mundo. Hablamos de Chico & Rita (2010), Moonrise Kingdom (2012) y Django Unchained (2012). Nos arriesgaríamos a decir, incluso, que se trata de las mejores bandas sonoras que hemos escuchado en mucho tiempo. Chico & Rita es un filme animado de los españoles Fernando Trueba y Javier Mariscal, rodado principalmente en La Habana, Cuba. Teniendo como motor oculto la vida del pianista Bebo Valdés (quien la musicaliza a sus noventa y dos años), tributa a los autores e intérpretes que viajaron de la Isla a Nueva York en los cincuenta para dar nacimiento al cubop, género al que contribuyeron decisivamente Dizzy Gillespie y Mario Bauzá. Así, pese a la falta de detalles en el trazo de sus protagonistas (está lejos del arte gráfico del japonés Miyazaqui; del francés Sylvain Chomet o del inglés Bill Plympton), las dos ciudades brillan mostrando un rostro olvidado, de cuando aún podían darse la mano a través del mar. Cruzando distintas etapas, el amor del pianista Chico y la cantante Rita nos permite asistir a fiestas y conciertos en el Tropicana y el Riviera de La Habana, en el Palladium y el Village Vanguard de Nueva York; escuchar las reinterpretaciones a temas legendarios como “Manteca”, “Sabor a mí”, “Bésame mucho”, “Celia” y “Blue Monk” (regrabadas en 2009); reconocer a Thelonious Monk, Tito Puente, Charlie Parker, Chano Pozo y muchos otros músicos, al tiempo que recordamos lo que puede nacer del choque entre dos culturas, o dos personas. Es así como Fernando Trueba prolonga lo que comenzara hace más de una década en el musical Calle 54 y la posterior fundación del sello discográfico homónimo que lanzara Lágrimas negras, el más premiado de los trabajos de Bebo Valdés y Diego el Cigala. La segunda película que “escuchamos” con atención y que hoy deseamos recomendar es Moonrise Kingdom, del cineasta texano Wes Anderson. En ella la música no es materia central de la historia, pero juega un papel singular como apertura y cierre “pedagógicos” que homenajean al músico Benjamin Britten (1913-1976); como discurso que suplanta por completo al diálogo en algunos de sus mejores momentos, contribuyendo así a una plasticidad de enorme belleza. Ganadora de dos premios del American Film Institute, está por conocer si sus guionistas (Ander-

son y Roman Coppola) triunfan en la próxima ceremonia del Oscar. pendiente si sus guionistas (Anderson próxima ceremonia del Oscar. A propósito de la influencia del compositor británico en esta obra, el director dijo en el festival de Cannes: “Tuvo un efecto enorme en toda la película [...] De alguna manera es su color.” Esto se debe a que Britten utilizó coros de niños en algunas de sus composiciones, lo que acompaña naturalmente a los muchos infantes que vemos en la pantalla. Asimismo, destaca el fino trabajo del compositor francés Alexandre Desplat, encargado del score original, y el del supervisor Conrad Pope, quien acertó con maestría en los arreglos a la obra del cantautor country Hank Williams, incluida en escenas de humor más relajado. Finalmente señalamos Django Unchained, de Quentin Tarantino. Independientemente del gusto que el lector tenga por estos filmes, del juicio que pueda establecer sobre sus actores, de la violencia o la mucha sangre que los inundan, hay rasgos de su banda sonora que nos parecen valiosos. Uno: como suele suceder en las películas de Tarantino, hay una excelente selección de piezas western, pero no del tipo texano sino espagueti, cortesía de compositores italianos como Luis Bacalov, Riz Ortolani y el gran Ennio Morricone. Dos: la que, honestamente, dio origen a esta columna dominical: esa breve escena en la que el cazarrecompensas llamado Dr. King Schultz, encarnado por el actor Christoph Waltz, llega al límite de su paciencia y cordura por estímulo de un Beethoven malamente interpretado en arpa. Digamos que justo allí se desencadena el final, cuando en un momento de revelación aplastante, ese hombre ya no puede soportar la barbarie e impide que se siga malgastando la obra musical de un genio en los oídos equivocados. Un maravilloso momento en donde alguien se juega su presente por defender el pasado y el futuro de una melodía. Trueba, Anderson y Tarantino, tres directores que saben y aprovechan esa verdad insoslayable: la música dice lo que está antes o después del lenguaje hablado. Por ello vale la pena verlos y, claro está, escucharlos •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 936 • 10 de febrero de 2013

ARTES VISUALES

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10 de febrero de 2013 • Número 936 • Jornada Semanal

Jorge Moch

Ana García Bergua

QUÍ SE ENCIENDEN LOS FAROLES y poco después se iluminan las panaderías con el pan de la merienda. Afuera de ellas, los carritos de camotes lanzan su aullido, se anuncias los tamales oaxaqueños calientitos, resuenan las radios, como si la noche llegara con música propia. La gente se alegra de regresar a casa, por fin, después del trabajo; se animan los cafés, las fondas, los restaurantes elegantes. Los albañiles cobran el día y se alejan de la obra en grupos, entre bromas y tacos de canasta, para ser tragados por el Metro. En las calles deja de prevalecer la prisa y los pasajeros de los autobuses parecen vivir en una mullida espera, un descanso adelantado. Si es viernes, los muchachos que salen de fiesta la anticipan con la música del coche a todo volumen. Si no, los estudiantes de la escuela vespertina acompañan a la novia o se envuelven en la oportunidad de la aventura interior. Y muchos, también, se preguntan si llegarán a casa con la cartera y el cuerpo completos. De alguna manera todos los que salen de noche se preparan a convertirse un poco en sombra, a transfigurarse en una multitud en la que nadie es nadie o no del todo. Por ello la noche en las ciudades parecería ser más oscura que en la clara soledad del campo o el mar; las luces y la gente ya relajada, de ánimo un poco carnavalesco, contribuyen a ocultarse, a disfrazarse de otra cosa en el camino a casa, si es que regresan, si es que deciden regresar. La noche en la ciudad predispone a la fantasía. Una tregua de unas cuantas horas, antes de volver a ser quien se es y disponerse a amanecer con el nombre de siempre. Así nuestra noche tiene signos de puntuación que la van marcando, de la algarabía al silencio, como aquellos árboles donde los pájaros se cobijan. Pasa la fiesta del adiós al día con sus obligaciones y la noche respira a trechos. Si recorres la ciudad de noche puedes ver que cada ventana encendida es como una pantalla y contiene una película completa. Quisieras saber qué recuerdos comparten los ancianos que meriendan, cansados, a la mesa de una cocina. O qué piensa la madre cuando interrumpe un momento la canción al niño que no se duerme, qué nombre garabateó en su cuaderno la niña a la que le insisten en que termine la tarea, qué piensa el hombre de la miscelánea mientras baja la cortina, a quién llamará la joven empleada después de cerrar la boutique elegante. En todas las colonias pareciera habitar la promesa de una fantasía aureolada por la luz eléctrica; las ventanas de los multifamiliares con su pequeña telenovela o su gran historia, las mansiones en los barrios

elegantes, con sus adornos en Navidad fastuosos y a la vez tan vulgares, convertidas en himnos al kitsch, que ocultan comodidades y dramas dickensianos. Quizá en los grandes edificios corporativos como dados de cristal rellenos de aburrimiento se escenifiquen, de noche, bacanales en medio de los escritorios. Y detrás de todas las persianas acecha la posibilidad del crimen o el abuso continuado, aunque éstos utilicen de común, para ocultarse mejor, la luz del día. Durante la noche, en las ciudades, los perros callejeros se comunican sus señales a ladridos y los gatos corren más afanados que nunca, enloquecidos como adolescentes de fiesta, sedientos como pequeñas fieras. Y en todas las camas hay, a lo largo de la noche, escenas de pasión, de espanto, infinita paz o triste desidia. En muchas, también, lanza lengüetazos a la pared el animal del insomnio con su pelaje blanco y desesperanzador. Pero es verdad que en las noches anidan también la ternura y los sueños, la poesía y la música, el pan y la cobija compartidos al calor de la penumbra. Y mucha gente se asoma por la ventana a pensar y resolver sus propios acertijos. La noche en las ciudades es un carrusel guardado en una caja de cristal que el número 121 de la revista Blanco Móvil, dirigida desde hace más de treinta años por Eduardo Mosches, nos invita a recorrer, a desvelar sus secretos y las infinitas posibilidades que resguarda. Con textos de Cristina Peri Rossi, David Huerta, Floriano Martins, Agustín Monsreal, Pedro Enríquez, Ana Clavel, Jorge Boccanera, Fabio Morábito, Alexis Gomez Rosas, Aline Petterson, Alexis Gómez Rosas, David Martín del Campo, Hugo Mújica, entre otros autores nacionales e internacionales, este 121 parece ser como el número brillante de un edificio cuyas enigmáticas ventanas encendidas acechamos, curiosos, desde el autobús, cuando la noche imanta nuestras ciudades •

Pescador chino construye moto anfibia (y otras lindezas de parecida trascendencia)

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UPIMOS QUE EL NIÑO BONITO de Televisa sabía que mentía en el famoso montaje de la francesa secuestradora y su aprehensión de telenovela. También supimos de la asombrosa cantidad de dinero que la hijita del exgobernador priísta de Tabasco, uno de los estados más pobres y jodidos de este país, ocultaba en sus cuentas: 3 mil millones; atásquese, mi reina. Pero esas noticias no son importantes. Los medios, las televisoras, la radio e internet viven del engaño. Y en el engaño, de la propaganda más abyecta, servil o estratégica, perversamente diseñada. Se dedican en cuerpo y alma, en corporativo y personal, a perseverar mintiendo, inventando tonterías con que embobarnos. Son los más sofisticados estafadores, los que no dan gato sino zorrillo por liebre, zopilote por pollo. Canicas por zafiros. Cualquiera que asome a la televisión, muchos periódicos o los portales de internet más famosos (msn, Yahoo, etcétera) se satura de estupideces que aparecen como noticias. Una noticia vera es perla en grava, perdidiza en dunas de tonterías que aparentan informar algo trascendente, como que una reina de utilería allá en Europa abdicó a favor de un güevón que usa esmoquin, o que Hugo Chávez, maldito por la gusanera de Miami, por fin les va a hacer el favor de morirse a los burgueses en Venezuela para que allá, como acá, los dueños de los medios, los dueños de los bancos, los dueños del dinero y los negocios turbios se enfunden en la pretina los recursos naturales estratégicos y la dignidad nacional. Salva la trivialidad la tragedia de ocasión, la explosión en la torre de Pemex, la balacera en otra escuela estadunidense. Los muertos siempre venden. Luego se vuelve a lo de siempre, mucho de nada. Acá, por ejemplo, fue notición que un pescador chino se construyó una moto anfibia. Un armatoste de tres ruedas embuchado en un casco de lancha y vualá, qué bárbaro, qué abusado, qué inteligente. Y acá tus pendejos, Yahoo, leemos la noticia en lugar de mentar madres al ife y la bola de culeros, con perdón del respetable, que arranan en esas sillas para seguir haciéndole el juego a la prepotencia, el robo descarado y la simulación mal hecha con tal de romperle la crisma a la democracia, a la verdadera oposición política y a cualquier asomo de escrúpulo social, de mínima, indispensable, irrecuperable decencia cuando exoneran al gran delincuente electoral, desestiman toda laya de pruebas impepinables y castigan con multa, por delitos que se achacaban a quien compró descaradamente las elecciones en México, al único de los candidatos que precisamente cuidó

no gastar excesivamente dinero público en su campaña. Una mierda, con renovado perdón del respetable. Una burla. Una porquería de maniobra como todas las que acostumbra emplear el aparato propagandístico de la protervia política en México. Un video titulado Hámster contra pretzel, donde se ve a uno de esos animalitos zampándose un churrito de harina con sal, tiene más mirones que las escenas de policías desgajando cráneos de ciudadanos inermes en el centro de Ciudad de México. La gente, en perpetuo acto de escapismo de la realidad, parecerían adivinar zafios editores de páginas web y productores de televisión, prefiere ver a un roedor atiborrándose el buche que hablar de prostitución infantil, de la espeluznante epidemia de desapariciones de jovencitas entre trece y veinte años que cunde en el territorio nacional, o de sus posibles trágicos destinos en las mazmorras de la esclavitud sexual, esa industria millonaria en que están implicados policías lenones, políticos lenones, empresarios lenones y una caterva de lameculos y cobardes seducidos por el poder relativo del dinero, el puesto público o el burdo ejercicio de la violencia. Mejor ver a Rocío Sánchez Azuara fustigar a un miserable que exhibe sus vergüenzas familiares, que las advertencias de un defensor de los derechos de los migrantes que se juegan la vida en el cruce por el infierno en que la delincuencia, la apatía y la corrupción han convertido México para todo el que por hambre o por candidez sigue creyendo la vieja conseja de que el pinche dólar es la tierra prometida. La televisión y sus compadres parecen ir ganando. Si un connotado señor periodista sale en la tele diciendo que el bombazo en Pemex fue cosa de mo rena , se le negará el registro partidista. Si el de corbata dice a cuadro que fue culpa de la sevicia nacionalista, se privatizará la paraestatal. Habrá jugosas comisiones. Y nosotros, intonsos allí, felices, sentados frente a la tele •

CABEZALCUBO

A

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

PASO A RETIRARME

Ciudades en la noche

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Orlando Ortiz

En plena luna de miel

A

PARTIR DEL 1 DE DICIEMBRE DE 2012, gran parte del mundo político, de los medios y de la sociedad civil iniciaron su luna de miel con el nuevo Ejecutivo, al compás de la danza de los millones y las promesas y apapachos. El entusiasmo era (¿es?) tal que me pregunté si no amaneceríamos uno de esos días con la noticia de la creación de una nueva secretaría. La sospecha nació cuando recordé que en las antiguas cortes europeas, e incluso aquí, durante el Segundo Imperio, había un “Gran Limosnero”, cargo que, en este caso, Maximiliano otorgó a Fulano de Tal (olvido su nombre), conspicuo miembro de la rancia (y aceda) aristocracia nativa. El Gran Limosnero de la corte no se encargaba de pedir limosna para completar la soldada del Emperador, sino todo lo contrario: en nombre del Emperador repartía limosna a los menesterosos, metódicamente, pues para ello tenía un día y un horario determinado. Es fácil imaginar las colas de “pedinches” que se hacían los días y horas en las que el Gran Limosnero salía a repartir. Imagino que bastante similares a las que todavía a esta alturas debe haber en las secretarías, subsecretarías y direcciones de todas las dependencias oficiales. Mentiría si dijera que permanecí inmune a las palabras del Gran Instructor (supongo que tal podría ser una característica del Ejecutivo, pues se la pasa “instruyendo” a secretarios, gobernadores, presidentes municipales, etcétera). Decía que me entusiasmó sobremanera uno de sus “propósitos de años nuevo”: reactivar el campo mexicano, y cuando frente a una multitud de campesinos instruyó que se le diera a este sector chingomil millones de pesos... me dije, ¡ora sí ya la hicimos!, (porque desde que don José López Portillo declaró que la pobreza nos la persignaba y que ya había que disponerse a administrar la riqueza, el campo quedó relegado al quinto patio). Con ese dineral, me dije entusiasmado, por lo menos se resuelven: el problema de la autosuficiencia alimentaria (hace décadas importamos maíz, frijol, trigo, carnes, etcétera), también la bronca de la migración y buena parte de asunto del desempleo. Sin embargo, no hay sueño que dure cien años, ni pendejo que se quede esperando a que se realicen, así que me caí de la cama y me puse a pensar. Son muchos millones los que piensan destinar al campo, pero... ¿Se alcanzará con eso la autosuficiencia alimentaria? A veces peco de pesimista y esta es una de esas ocasiones, pues me temo que tantos millones, en el mejor de los casos, si no se instrumenta un plan integral para la reactivación del campo, sustituirán en buena medida la

previsible reducción de las remesas de dólares que periódicamente mandan los braceros. Subrayo lo de plan integral porque no se trata solamente de dinero para sembrar, están presentes factores culturales, sociológicos, antropológicos, etcétera. Sabemos que sólo menos de la mitad de nuestro territorio es cultivable, y que de esa superficie, la mayor parte es aprovechable sólo en el sistema temporalero, es decir, queda sujeto a los períodos de lluvias y expuesto a la falta de ellas. La cuestión del agua sería posible “solucionarla” para que los cultivos no se vieran afectados durante épocas de sequía o del estiaje, si se practicaran pozos para su extracción. Sin embargo, los mantos acuíferos deben hallarse a gran profundidad, lo cual reclama inversiones muy fuertes tan sólo para encontrar el líquido; luego está la necesidad de bombas, tubería y electricidad. Eso sumaría ya una buena cantidad de dinero, y para no desperdiciar un líquido tan caro, tendría que utilizarse el sistema de riego por goteo, lo que significa todavía más inversión. En pocas palabras, el monto no podría ser absorbido por un parvifundista, tendrían que organizarse unidades de producción que aglutine a numerosos campesinos. Esto implicaría lo que podríamos llamar un cambio de mentalidad en el campesino mexicano, acostumbrado a cultivar su parcela para obtener, en el mejor de los casos, algo de semillas u hortalizas para el autoconsumo. Hasta aquí, puede decirse que para enfrentar este problema se requiere un “ejército” de agrónomos extensionistas responsables. Después... estarían otras broncas que ya ni para qué entrar a exponerlas, pues me gana la idea de que los jóvenes campesinos de hoy nunca aprendieron a sembrar porque se fueron al otro lado o viven de lo que mandan su familiares que están en el gabacho. Además, ellos prefieren manejar una trocona o una jómer que un tractor. Si se quiere remediar el problema del campo, me parece, hay mucho trabajo •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

De ambiciones y prejuicios

H

E AQUÍ DOS FILMES que no competirán por “la codiciada estatuilla de La Academia”; que, por ende, no se exhiben en chorrocientas salas ni gozan de amplia publicidad –pagada y de la otra– ni, por otro ende, son apenas mencionadas por la marabunta de opinadores –de los que saben, de los que creen que saben y de los otros –que, siempre por estas fechas, aparecen cual hongos en tiempo de lluvias.

Las ambiciones Con sólida trayectoria como guionista –La ley de Herodes, De la infancia y El atentado, entre otras autorías y coautorías–, así como una experiencia previa dirigiendo –el cortometraje La tarde de un matrimonio de clase media, en 1997–, Fernando Javier León se hizo cargo de la historia escrita por él mismo titulada La cebra (México, 2011). Claramente instalado en los terrenos de la farsa política, el filme posee atributos que no abundan en la cinematografía nacional; entre otros apúntese antisolemnidad, irreverencia y vocación lúdicosatírica. Harold Torres y Jorge Adrián Espíndola interpretan –y se les percibe libres, cómodos, disfrutando– a dos personajes con los merecimientos suficientes para formar parte de la mejor picaresca mexicana: sin más ideología que su natural deseo de hacer menos absoluta su miseria secular o, cuando menos, de conseguir que se reduzca su hambre inveterada, un par de campesinos en tiempos de la Revolución decide integrarse al bando que mejores dividendos entregue. En el camino, y por mero producto del azar, encuentran una cebra que, de acuerdo con su imaginación desaforada, puede hacer que el mismísimo general Álvaro Obregón los ascienda de inmediato a coroneles, dado que son los dueños de tan peculiar “caballo gringo”. Lo que les pasa en el camino es la miga de este cuento deliciosamente tirado de los pelos, en el que su realizador se da el gusto de ridiculizar a un buen número de personajes del poder –no precisamente de los tiempos de la Revolución sino de los que vinieron después, hasta fechas recientísimas. Amén de su eficiente factura en términos de diseño de producción, edición, etcétera, lo mejor de La cebra es el tono: de farsa, como ya se dijo, pero no en calidad de mero ejercicio estilístico –muy bien logrado, por lo demás–, sino como la mejor elección genérica para exponer aquello que pareciera ser el interés nodal del director: el desnudamiento, la puesta en relieve de ese humanísimo sentimiento llamado ambición, con muchas de sus incontables manifestaciones y vueltas de tuerca, como la ya

referida de los protagonistas, producto directo de la indigencia y la ignorancia; o la del gineceo adonde, en un momento dado y para su infortunio, estos campesinos –y equívocos, y desopilantes– mercenarios van con sus huesos a parar, y que obedece a las más estrictas razones de supervivencia, lo mismo alimentaria que fisiológico-sexual, en el caso de una miembro del matriarcado. También, y en particular, la ambición patética del delirante piquete bélico que más adelante les cancela toda posibilidad de incorporarse –cosa de todos modos imposible– a las huestes obregonistas. Se trata de un puñado de militares que desgrana sus utopías absurdas literalmente en medio del desierto y que, a diferencia de la ambición de los dueños de la cebra o de la mostrada por esa suerte de autogobierno del clan femenino, se pretende “ilustrada” y a sí misma se concede justificaciones que parecieran sacadas del repertorio habitual de cualquier político encumbrado, de aquellos tiempos y también de éstos.

Los prejuicios En alguna sala sigue exhibiéndose aún La caza (2012), coproducción danesasueca dirigida por Thomas Vinterberg, que logra la combinación inusitada de lo ácido con lo sutil: ácida la crítica que hace del silencioso, tácito, sobreentendido y soterrado armazón de prejuicios a partir del cual las sociedades occidentales –y la que se retrata aquí es una de las más “desarrolladas”– suelen verse a sí mismas en calidad de modelos a seguir, y que en un momento dado están más que dispuestas a sacrificar, o cazar, como bien se propone aquí la metáfora, a uno de sus integrantes, apenas tiene a la mano el menor pretexto para hacerlo. Sutil, porque para hacer este análisis acerbo no apela en ningún momento a sensacionalismos visuales ni verbales, ni a excesos dramáticos de ningún tipo: lo justo nada más, y lo justificable en función de la trama, para desnudar esa otra humanísima costumbre de poner en el prójimo la carga de los defectos propios, para sentirse uno descargado de los mismos •

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 936 • 10 de febrero de 2013

PROSAISMOS

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ensayo

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n 1967, Guy Debord publica su célebre libro La sociedad del espectáculo, un verdadero manifiesto teórico que analiza y describe en 211 parágrafos la transformación de la subjetividad contemporánea –entendida como espectáculo– y su articulación emocional al capitalismo corporativo. En el parágrafo 3, Debord afirma: “El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia.” El texto del pensador y cineasta francés sigue siendo una herramienta para reflexionar sobre la totalización de esa sociedad del espectáculo que ahora vivimos de modo más radical. Sin embargo, en nuestros días encontramos un elemento que hace algunas décadas todavía no se configuraba de esta manera: lo público y lo privado, al volverse espectáculo, tienden a formar un solo ámbito, el de la intimidad divulgada, puesta en escena, exhibida. El ámbito de la intimidad del dolor transformada en mercancía. Unificar armonizando las contradicciones subjetivas y materiales de la vida actual, concentrar la mirada en un sector que hace espectacular la apariencia y la intimidad, que cultural y políticamente sostiene el mundo del espectáculo: actrices, actores, conductores, opinadores, políticos, intelectuales, etcétera. Asistimos al montaje de la piedad mediática; el altruismo como el modo más eficiente para transformar el dolor y los cuerpos “rehabilitados” en mercancía.

Las emociones diáfanas en donativos: el Teletón En 1978, el conductor de televisión chileno conocido como don Francisco, Mario Kreutzberger, echa a andar en plena dictadura pinochetista lo que se le conocerá como la Teletón: el “compromiso” corporativo de los medios de comunicación en Chile para apoyar a personas con discapacidad. El 12 de diciembre de 1997, en México se toma la iniciativa de don Francisco y Televisa convoca a setenta medios de comunicación, personalidades del espectáculo y de la política, empresas y “a toda la nación… para trabajar arduamente por la rehabilitación de niños y jóvenes con discapacidad”. En 2012, el Teletón en México cumplió dieciséis años. Las imágenes se quieren de alto impacto emocional; niñas y niños con alguna enfermedad crónico-degenerativa, captados en una sonrisa, en su silla de ruedas después del accidente, con muletas, en algún gesto que ayude a canalizar la ansiedad del televidente en una donación generosa. Las palabras son siempre emotivas o conmovedoras: “Hacer de esto nuestra vida fue una mezcla de amor, de libertad, de compromiso”, afirma la dramatizada voz en off del promocional del Teletón 2012. El espectáculo es un humanismo: es imperturbable el dominio de los sentimientos cuando se

10 de febrero de 2013 • Número 936 • Jornada Semanal

trata del altruismo capitalista, cuando el gran espectáculo de la donación en pantalla usa como mercancía simbolizada la sonrisa de los que sufren… El cuerpo de las niñas y niños que se muestran para divulgar el Teletón está investido del poder del mundo del espectáculo y es una definición altruista de mercancía, manifestada como donativo en el horizonte de la apariencia televisiva. Afirma Debord: “El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más: lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece.” El sentimentalismo bajo el cual se expresa el mundo del espectáculo en nuestros días no es una simple exageración romántica, no es la pura continuidad erosionada del romanticismo y de sus emociones desbordadas, es la clave emocional del capitalismo en su dimensión mediática; la devoción televisiva de la donación es una de

Ilustración de Juan Puga

El espectáculo del presente Gustavo Ogarrio

las formas modernas de la transfiguración de la piedad cristiana y una poderosa simbolización de un acto de reparación social que ya no tiene al Estado como protagonista. La salud pública en manos del espectáculo, del rating, de la caridad corporativa y de la acción monopólica de los grandes corporativos de la comunicación. Esta piedad televisiva trabaja en la inversión ideológica de cierta perversidad moral: da por hecho que nadie, ningún ciudadano transformado en espectador, podrá regatear una donación para curar a un niño en silla de ruedas, o para un tratamiento de rehabilitación; la perversidad mediática radica también en que la atención médica depende estrictamente de un espectáculo, de su “éxito” entendido como donación. El Teletón es auto-celebratorio porque está blindado contra cualquier sospecha o crítica (a pesar de que tanto en Chile como en México no sean pocas las acusaciones en su contra por evasión fiscal), su gloria está garantizada: “El carácter fundamentalmente tautológico del espectáculo se deriva del simple hecho de que sus medios son a la vez sus fines. Es el sol que no se pone nunca sobre el imperio de la pasividad moderna.” (Guy Debord). Si se duda de las intenciones altruistas del Teletón se duda de la nación misma, entendida como espectáculo de las emociones más allá de cualquier ideología, es decir, hereda la mitomanía nacionalista, destila esa imposición de la obligación moral y una identidad sellada por la ética uniformizadora y absoluta del donante, porque el Teletón es un proyecto de unidad nacional. Cada mexicano es un donante potencial, cada no donante es un inminente traidor a la patria. La máscara mediática de la miseria de un país, el uso televisivo de los cuerpos de niños y jóvenes, ya no es simple propaganda o manipulación, es ahora la mostración directa de un dolor y un daño despojados de comprensión social e histórica. Un espectáculo que impone la pureza de las emociones y en el que se fusionan el daño dulcificado de niñas y niños, la política como pasarela mediática altruista, la donación corporativa como propaganda; en el sentido último del espectáculo como compromiso altruista, el dolor es la mercancía para la promoción desmedida de artistas, políticos, empresas y los corporativos de la comunicación; es la verdadera política para compensar simbólicamente la ausencia del Estado. Es más, integra y somete de tal manera a la clase política y empresarial que es transparente el mando que ejerce sobre ella, el poder para establecer, mediante la donación y la propaganda, lo social y políticamente correcto. Como afirma Debord, el espectáculo “es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante” •

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