Dickens
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 26 de mayo de 2013 ■ Núm. 951 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
El joven G raham G reene
El espíritu abierto de V aléry L arbaud • C aparrós , memoria singular de Argentina • G ilbert , S ullivan y G rossmith , el humor victoriano
bazar de asombros RECORDANDO A PEPE HIERRO “La fama cae como una mano muerta sobre el hombro de un autor, y es bueno para él cuando ésta cae sólo tarde en su vida”: certero y agudo, como era su costumbre, Graham Greene abre así el espléndido ensayo en el que habla del joven Charles Dickens, el muy reconocido narrador que, con menos de treinta años de edad, ya gozaba de una fama que otros no habrían sabido manejar, pero que al autor de The Pickwick Papers y Oliver Twist no le hizo mella alguna en su capacidad para seguir reflejando en sus textos, con envidiable talento, la realidad que le tocara vivir. Completan este número un artículo de Vilma Fuentes sobre el poeta, novelista, ensayista y traductor francés Valéry Larbaud, uno de Sergio Gómez Montero sobre el narrador argentino Martín Caparrós, y otro de Ricardo Guzmán sobre Gilbert, Sullivan y Grossmith, tres autores emblemáticos de lo que se conoce como “humor victoriano”.
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Llega a mis manos un libro titulado Los sentidos de la mirada. Se trata de una acertada compilación de textos sobre artes plásticas escritos por el poeta José Hierro, una voz esencial de la literatura en len gua española. El autor de la compilación, que se re dondea con una ágil entrevista, es el escritor mexi cano Miguel Ángel Muñoz, especialista en temas de arte peninsular y dueño del secreto que le permi te entrar a las casas editoras de España y publicar lo que le viene en gana (es, por estas razones, un con quistador de los conquistadores). Pepe Hierro leía mis poemas y sin misericordia cortaba, tachaba, tasajeaba y, por supuesto, mejoraba. En Madrid, en Soria, en Huelva, en Lisboa, Atenas, Estambul y su Santander natal, le daba la tabarra de que me corrigiera sin piedad. Cada corrección fue para mí una enseñanza (lo mismo puedo decir de mis otros correctores: Alberti, Novo, Monsiváis, José Car los Becerra e Ignacio Arriola). Recuerdo con preci sión la tinta roja con la que me cambió la palabra lim pieza por la palabra aseo en mi poema sobre el gato de la ciudad de Mistrás. Fueron muchos y muy enrique cedores los encuentros con Pepe. Me lo presentó Luis Rosales en 1965. Por esos años trabajaba en la radio y llevaba sobre las espaldas el peso terrible de varios años pasados en las cárceles de Franco. Cumplía con su trabajo y, al igual que Rosales, domina ba las artes de la sobrevivencia en un exilio interior que, de vez en cuando, le permitía burlar la estrecha vigilancia de la cen sura. Sin duda mis lectores re cordarán los arduos trabajos pasados por una revista, La Codorniz, para superar momentá neamente las barreras impuestas por la censura. Tal vez el mejor ejemplo de esos brincoteos en la cuerda floja (la revista era clau surada con frecuencia) es la edi ción de un 12 de octubre (en esa fecha los grupos de la derecha franquista celebraban las viejas hazañas conquistadoras y can taban las loas al destino imperial de España. Estropeaba tanta pompa guerrera llena de virili
26 de mayo de 2013 • Número 951 • Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega dad, la vocecita atiplada del caudillo de España por la gracia de Dios). En la portada aparecía un huevo, un simple huevo con un pie de grabado: El huevo de Colón, y en la contraportada, un huevo similar con la le yenda: “El otro huevo de Colón”. Creo que el gran mo nero Forges era muy pequeño en esos años, pero más tarde logró captar los aspectos cómicos, ridículos, siniestros y feroces del régimen del espadón rociado del agua bendita de la curia local y de la grilla vaticana. Tengo en la memoria un verso de un poema que Pepe dedica a su admirado Lope de Vega: “Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.” Toda la capacidad de amor de Lope (padre de más de cuatro o tal vez once infantes) se concentra en esos ojos dignos de la veneración más profunda y sincera. En otro poema, Pepe se solidariza con los trabajadores andaluces que temblaban de frío en las ciudades de Alemania, el país conductor de la economía euro pea. Tiritando bajo una lona, los andaluces piensan en su lejana e injusta tierra: “Josú, qué frío... los andaluces.” En la compilación hecha por Miguel Ángel, el poe ta y el crítico lleno de admiración se unen y es difícil separarlos. Pepe era un pintor repentino y constante. Pienso en una tarde en Estambul (fue la última vez que hablé con él), durante una reu nión de poetas en español con poetas en turco (asistieron al aquelarre poetas de países de la turcofonía: Turkmenistán, Kir guizistán, Kazajstán, Arzebai ján...) Tomábamos coñac (mi amigo sostenía que ese líquido perturbador abría los conductos respiratorios). Y Pepe dibujaba en una hoja de papel de estra za unos cardos castellanos. La pintura se formaba con gotas de coñac y flores de distintos colo res. Me la regaló y la tengo en mi sala. Los colores florales y etílicos están como recién pin tados. Tan vivos y tan hermo sos como la poesía, el ensayo y el compromiso espiritual y so cial del poeta José Hierro. jornadasem@jornada.com.mx
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Portada: Una mirada abarcadora Charles Dickens a los 24 años,
grabado tomado de gogravesham.co.uk
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ensayo
Jornada Semanal • Número 951 • 26 de mayo de 2013
Vilma Fuentes
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na de las figuras más singulares de la lite ratura francesa del siglo xx es la de Valéry Larbaud, poeta, novelista, traductor, en sayista, erudito y… millonario. No debe a los libros su fortuna, que heredó desde su naci miento pues era hijo único del propietario del manantial de Vichy Saint-Yorre, un agua mineral que sigue vendiéndose en el mundo entero. Na cido en Vichy en 1881, murió en esta misma ciu dad en 1957. Esta fortuna le permite, desde joven, recorrer Europa en condiciones bastante distintas de las de viajeros como Jack Kerouac, William Burroughs o tantos otros beatniks. Larbaud no tenía gran cosa en común con un “vagabundo celeste”.
Muy querido Valéry Larbaud: Donde quiera que se encuentre (en París o en otra parte)… Su prefacio a la traducción francesa de Mariano Azuela, aparte de ser un ensayo precioso sobre la obra de este gran novelista mexicano, nos da un panorama de nuestra literatura moderna indisolu blemente tejido en el relieve de la Historia. Pocos franceses pueden hoy pretender con tanto mérito al título de escritores originales… Es usted un amigo fiel de nuestra América, y ami go de calidad, sin hacer profesión, lo cual es aún me jor. En su primer libro, Fermina Márquez, aparece ya su preocupación por los hispanoamericanos. El his
destino de la obra capital de James Joyce: Ulysses. Antes de convertirse en uno de los libros más céle bres e importantes del siglo xx , al abrir las puertas de una literatura resueltamente moderna, la nove la de Joyce conoció muchas vicisitudes. Cabe recor dar que, en Londres, el manuscrito llegó a manos de Virginia Woolf, quien dirigía una pequeña casa editorial con el grupo de Bloomsbury. La excelente novelista, pues, rechazó esta obra que le pareció a la vez oscura, incomprensible, es decir ilegible y, finalmente, obscena. Se era muy audaz en el clan Bloomsbury, pero esta audacia no permitía trans gredir las reglas estrictas del decoro entre ladies y gentlemen, unas y otros fieles a los principios de la austera y puritana reina Victoria. Fue en París don
El
espíritu abierto de
Valéry Larbaud Retrato de Valéry Larbaud, circa 1900. Foto tomada de: Wikimedia, bajo licencia Creative Commons
Préstame tu gran ruido, tu gran paso tan suave Tu desliz nocturno a través de la Europa iluminada, ¡Oh, tren de lujo!, y la angustiante música Que zumba a los largo de tus corredores de cuero dorado, Mientras que tras las puertas laqueadas, con pestillos de pesado cobre Duermen los millonarios.
Este poema de a . o . Barnabooth, pseudónimo de Larbaud, dice con una total sinceridad y a la ma nera de una declaración de amor, la dicha de gozar de los privilegios que le ha acordado la vida y él acepta sin refunfuños. Con un sentimiento de ab soluta inocencia, sin la menor traza de conciencia culpable, canta como un niño a quien se regala un magnífico juguete. Al menos no es hipócrita. Este libro de poemas aparece en 1913; un año antes de que comiencen los desastres de la primera guerra mundial que destruirá el aspecto y el espacio de Europa. Se escuchan, tal vez, estos poemas como la música de un adiós a ese mundo que va a desapa recer, un canto del cisne. Cosmopolita y políglota, este escritor francés, que hablaba a la perfección inglés, alemán, espa ñol, italiano, entre otras lenguas, publicó su prime ra novela, Fermina Márquez, considerada su obra maestra por muchos, en 1911. Alfonso Reyes le es cribe en una carta:
panoamericano ‒hasta ahora tipo cómico y pinto resco, mitad simio mitad perico, vestido de colores chillantes y riendo de tonterías‒ aparece aquí, por primera vez en la literatura francesa contempo ránea, como un valor humano serio… (ejemplares son) Fermina, una señorita colombiana… el mexica no Santos Iturria, un muchacho de Monterrey… Su libro concede al fin una ventaja vital a un nativo de nuestro clima. Sea usted mil veces saludado con gra titud por haber inaugurado una época de conside ración afectuosa por el hombre de América Latina… Este reconocimiento de Alfonso Reyes a su muy querido amigo Valéry Larbaud, testimonio de un autor tan eminente como digno de autoridad, cuen ta más que todas las decoraciones oficiales y todos los premios literarios tan generosamente distri buidos en nuestros días a escritores que, a veces, ni siquiera se han dado el trabajo de escribir los libros que firman. Larbaud y Reyes poseían y compartían cierta idea de la literatura, el pensamiento, las obras del espíritu. No era, para uno ni para otro, una sim ple cuestión de carrera, de competencia por los pre mios, y menos aún una obsesión comercial del pro vecho que conduce a tantos dizque escritores a producir objetos impresos llamados libros con la mirada fija en las cifras de venta. Una prueba irrefutable del espíritu abierto de Valéry Larbaud es el papel decisivo que tuvo en el
de Joyce encontró un editor, otra mujer, estadu nidense: Sylvia Beach, quien, sin proclamar su au dacia, la practicaba. Lo divertido de la historia comienza cuando Virginia Woolf comprende, al fin, nunca es demasiado tarde, el genio de Joyce, y es cribe a su vez una novela pretendidamente mo derna: Las olas, pálida imitación de las invenciones formales del escritor irlandés, pero novela decoro sa en todo sentido. El libro aparece, paradójicamente, en inglés en París, editado por Sylvia Beach, estadunidense due ña de la librería Shakespeare and Co de la Rue de l’Odéon. Larbaud interviene en ese momento. Ami go y admirador de Joyce, trabajó durante cuatro años en la traducción al francés de Ulysses el cual apareció bajo este título y esta ortografía francesa en 1929 en la editorial Gallimard. Auguste Morel había hecho una primera versión, la cual fue revi sada, y rehecha, por Larbaud en compañía de Joyce. La generosidad, virtud gemela del genio pues ema nan del mismo manantial, no es la menor de las cualidades de Valéry Larbaud. Queda mucho que decir de su persona y su obra. Este hombre, a quien Alfonso Reyes, clarividente también, consideró un espíritu excepcional, mere ce que sigamos sus huellas indelebles. No sea sino para hablar de sus viajes alrededor del mundo y de los no menos legendarios, perdida su fortuna, en París •
voz interrogada Ricardo Venegas Taller Ditoria nació en febrero de 1994 con la llegada de La Dominga, una sencilla prensa plana de tipos móviles y una caja de letras tipográficas. Hoy, esta editorial independiente ‒considerada una de las propuestas editoriales creativas más ingeniosas del país‒ comparte su sencilla e íntima manera de trabajar con un creciente número de suscriptores nacionales y extranjeros, así como el reconocimiento de instituciones como la Princeton University Library, Stanford Univerity Green Library, la Bancroft Collection, University of California, Berkeley, Biblioteca Nacional de México, la Capilla Alfonsina de Monterrey, entre muchas otras. Róberto Rébora, artista plástico y uno de los principales impulsores de este proyecto, habla de esta empresa sui generis en el mundo editorial.
-¿C
uál es la historia del Taller Ditoria?
‒El vocablo Ditoria se desprende de la pala bra editorial, sin su principio y final, por afé resis y apócope, invención de Jorge Jiménez. El taller tiene tres etapas claramente marcadas. Su azaroso inicio fue la llegada de unas cajas de letras tipográficas de manos de mi amigo de juventud Cle mente Orozco a mi taller, que motivaron la compra de la primera prensa plana, como las existentes hoy en día en Plaza Santo Domingo. Sitio de encuentro de poetas ‒principalmente, debido a mi amistad con el poeta Josué Ramírez‒ y pintores, en ese orden, la lectura en voz alta de poesía era práctica común entre nosotros, hecho que motivó, gracias al entusiasmo y pericia de Jorge Jiménez, el nacimiento de las pri meras pruebas tipográficas de impresión que dieron inicio a nuestro trabajo. Nuestro primer libro de poe sía, propiamente dicho, timbrado bajo el sello Dito ria, fue Imanes, de Josué Ramírez. Como editor, Josué Ramírez dictó la primera etapa de nuestros libros, que a la postre marcaron la primera línea editorial a seguir, realizadas espontáneamente por Jorge Jimé nez, Josué Ramírez y un servidor. Las ediciones nu meradas y firmadas, cien ejemplares, diez títulos aproximadamente, sumaron entre nuestros autores a Eduardo Vázquez Martín, Eduardo Milán, Fabio Morábito, Gerardo Deniz, Ida Vitale, Juan Gelman, Adriana Díaz Enciso y José Kózer, entre otros. El pro pósito de nuestras ediciones era hacer circular de mano en mano entre pintores, editores, poetas y ami gos, a manera de obsequio, algo realizado desde la intimidad y la colaboración colectiva. La segunda etapa inicia cuando Josué Ramírez sale del taller, tras cinco años de estrecha colaboración. Para entonces el taller ostentaba la ya conocida Toñita, Chandler 1889, habiéndose integrado a su vez el impresor de oficio, don Gilberto Moctezuma Romero. Compra da la Chandler en el cuarto año de trabajo y poseídos todos por el influjo de la libertad creativa y la com
pleta independencia de producción, Jorge Jiménez, don Gilberto y un servidor dimos inicio al segundo período de producción del taller y continuamos el trabajo editorial hasta la fecha. Entonces mi crecien te admiración y relación de amistad con el poeta ma yor Gerardo Deniz ‒el más asiduo visitante de Taller Ditoria en esos años y días‒ motivó la tarea de publi carlo. Hicimos entonces las ediciones que, considero, dieron identidad al taller: Cubiertos de una piel, Semifusas, Gatos, en colaboración con Juan Soriano, e im dinb . Publicamos a su vez a José Luis Rivas, así como segundos títulos de Ida Vitale, Gelman y Kozer, entre otros. Hecho central en nuestro camino fue la parti cipación al décimo año de trabajo en la Feria Inter nacional del libro de Guadalajara, evento que detonó nuestra distribución en círculos de mayor amplitud, así como la integración por períodos y de manera espontánea de los colaboradores María Teresa Ge rard y Marco Perilli, quienes dieron estímulo y en riquecieron al Taller. Publicamos a Ulises Carrión y a Mallarmé; nació Autoria, nuestra colección de en sayo. El tercer período fue la apertura de un segundo taller en mi ciudad natal, Guadalajara, donde renové mi colaboración con Clemente Orozco y dimos inicio a la Colección del Semáforo, en colaboración con h. Aldana, mujer de un gusto exquisito, mecenas, y a . Halteman, editora. –Fueron ampliando sus posibilidades con máquinas quizá no tan modernas, pero sí de mayor capacidad (tipografía, impresión...), como ocurrió con La Perfecta...
Arriba: Taller Ditoria en Conejoblanco, Galería de Libros Derecha: Don Rafa trabaja en La Perfecta, linotypo de 1950 Fotos: Taller Ditoria
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‒La Perfecta, o Toñita como nos gusta llamarla, lle gó de manos de Jorge Jiménez, vecino de unos impre sores que la estaban vendiendo. Una tarde me llevó a conocerla y quedé prendado de ella, conseguí los diez mil pesos y la compré. Don Gilberto imprimió ahí nuestro Recuerdos de Coyoacán, de Adolfo Casta ñón, y el taller pasó a otro nivel de producción. La Perfecta nos permitió eso, perfeccionarnos, y su pre sencia dio al taller un aura que antes no tenía. Una tarde, por cierto, llamó al taller la señora Mercedes, esposa de García Márquez, para comentar elogiosa mente ‒de parte de Gabo‒, la edición y mi retrato a pluma de Castañón. Me parece que hicimos cerca de cuatrocientos ejemplares en esa ocasión, y alcanza ron una gran circulación. –Ditoria es un equipo de varios colaboradores. ¿Cómo trabajan y cómo han logrado perdurar? Muchas editoriales independientes se desintegran por falta de armonía...
‒La armonía en el taller está siempre en disputa: mi papel como generador del ejercicio editorial y lugar de encuentro colectivo está en relación con el reconocimiento del talento del “otro”; es una acti tud que en lo personal me permite aprender el ofi cio, reconocer las motivaciones de los colaborado res, sus gustos y afectos. No es fácil, pero el trabajo manual tiene esa cualidad, te forma como persona en cuanto a tus limitaciones y capacidades. Sin to dos aquellos que te he mencionado, Taller Ditoria sencillamente no existiría. Nuestro futuro siempre está bailando •
Ditoria:
en el centro de la edición
entrevista con Roberto Rébora
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Caparrós, memoria singular de Argentina
Sergio Gómez Montero
Foto: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada
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in duda, ella, Argentina, otra vez (como cuan do el tango irrumpía en París a fines del xix , o con Perón o las Malvinas) está en boca de to dos, argentinos o no. La razón, el mismo Capa rrós la escribe: la elección de un Papa argentino que, como todo argentino que destaca, se ve acompaña do por la polémica y un argentinismo que es difícil de entender, a menos, claro, que uno quiera ir a los orígenes, a los mestizajes, a las herencias culturales profundas. Sí, esta nota sí gira en torno a Argentina y a una novela escrita por Martín Caparrós (Los living, Pre mio Herralde de Novela 2011 y publicada el mismo año por Anagrama), cuyas singularidades son múl tiples, pero cuya lectura no es nada fácil de asimilar (y entender), pues son muchas cosas las que hay atrás de ella y muchísimas otras las que están en su super ficie. Es decir, a diferencia de sus reportajes y notas periodísticas, a Caparrós como novelista le gustan las miradas oblicuas, experimentar con las formas escriturales y causar estupor en el lector. Al menos, considero, es lo que sucede con esta novela, cuya lec tura se dificulta desde la primera a la última página, pues el narrador, Nito, lo comienza a hacer desde el seno materno hasta el final, en donde el caos parecie ra triunfar. Pero, ¿qué es lo que pasa con Los living?, ¿por qué el título de la novela? En sentido estricto, digo, des de allí se vislumbra el menosprecio de Caparrós (exiliado durante muchos años de su país) por Ar gentina, la que se identifica en este libro como una nación cuyo interés único es tener en cada estancia de sus casas sólo eso, “un living”, porque así queda satisfecho su principio de identidad (esto sólo se declara en las páginas finales del libro: “Ganancia extrema, pura ganancia por todos los costados. Te ner nuestros muertos en el living, es una forma de acostumbrarse, de ir entrando en la muerte sin te rrores”). Y eso es sólo el comienzo de la historia de esta novela, la que arrastra una larga cauda de crí
ticas a todo lo que es la historia reciente de su país. Porque, en principio, Nito nace precisamente el día que Perón muere y eso provoca un duelo nacio nal que se expresa no sólo en dolor profundo, sino tam bién en la manifestación de un nacionalismo exa cerbado y populista que no se explica después de un balance objetivo de las tareas sociales desempe ñadas por ese caudillo. A lo largo de toda la novela esa idea permanece, ¿De dónde, entonces –sería una primera interrogante que plantea la novela‒, la en trega apasionada de un pueblo a un caudillo difícil mente salvable por la Historia? Pero si la anterior es una pregunta que se des prende de la lectura de este libro, es en torno a ella que muchos de los pasajes se desarrollan, en parti cular aquellos iniciales, cuando se describen las vidas de los papás de Nito antes de casarse (él, un obrero automotriz; ella, una hija de familia de clase media), los cuales, ambos, serán significativamen te influyentes en la vida del personaje central. Es decir, lo dice entrelíneas, varias veces, Caparrós: Perón representó para su país una presencia que aún ahora permanece, de la misma manera que perma nece, indeleble, la tendencia de los argentinos a afi liarse de inmediato a todos aquellos personajes que destacan del promedio, y en ese momento olvidan toda su historia pasada, sea ésta o no una historia negra o denigrante. Por eso Nito, desde el vientre de su madre, a las cuatro semanas de haber sido con cebido, afirma: “Yo era, para ellos, todo lo posible […] ese eso que no sabían imaginar y los llenaba, al mismo tiempo, de horror y de esperanza.” No en balde, pues, luego de tal afirmación la veneración del personaje hacia sus progenitores. Así la madre, es obvio, desde los inicios de la vida de Nito (como lo narra él siendo aún un cigoto en el vientre de su madre), es una presencia continua y atosigante que corporiza las críticas ácidas y feroces hacia un na cionalismo que una y otra vez se hace incomprensi ble, al grado de que por eso la novela termina con
esta profecía: “Nito es, ahora, uno de los personajes más respetados de la patria y hay quienes suponen –aunque él sigue negándolo‒ que no pasará mucho tiempo antes de que se presente a una elección pre sidencial. Que, sin duda, ganará por muerte.” Pero, antes que eso, Los living no termina allí; no, qué va. ¿Qué más sigue? Sin duda la apertura a la mujer (no la madre, claro) y al sexo y a lo inexplicable de la pasión. ¿Quién es, entonces, quien encarna a ese personaje? Titina. Mientras que Carpanta (un artista que lleva al extremo el acto creativo) es por su parte un personaje fundamental dentro del libro, no sólo por sus excentricidades (todas sustentadas en razo namientos impecables, sino por sus razonamientos promotores de la anarquía, que se mueven siempre en los límites de la lucidez. Es, pues, podría decirse, Carpanta la artífice de la vida en esta novela. Pero no todo queda allí. Habría que mencionar a la religión como el verdadero revulsivo: aquello que hace brotar todo lo bueno y lo malo de lo narrado, más de lo segundo que de lo primero, pues la predi cación (Nito convertido en predicador) se convierte en ella como el agente mediático que concita en sus audiencias las conductas más inverosímiles y siem pre generadoras de acciones inexplicables y extre mas, al margen de que su origen, la prédica, siem pre tiene una finalidad: esquilmar al feligrés (¿si los curas católicos lo hacen, por qué un predicador cristiano no puede hacer lo mismo?). Amarga, muy críticamente dura. De lectura com plicada, en donde la Argentina de nuestros días ter mina y se muestra como un monstruo de múltiples cabezas, esta novela de Caparrós encierra también lecciones invaluables sobre lo fugaz y perecedero del presente. lo más angustiante: ¿tendrá sentido el fu turo?, ¿tendrá sentido la lectura, la escritura, la vida misma? Y no sólo en Argentina, sino en cualquier lugar en donde la vida humana se manifiesta. ¿Qué tanto es Caparrós un profeta del desastre total de la vida humana? •
ensayo
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Leandro Arellano Ilustración de Huidobro
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demás de divertida, una historia universal del adjetivo sería muy provechosa: rastrear su formación y desarrollo en distintas len guas y conocer su representación en distintos signos y caracteres, a sabien das de que se halla entre las pa labras menos necesarias. En toda lengua, “mesa” repre senta y significa mesa, pero si decimos que es barroca o infame hollamos un te rreno menos firme. Ocurre que la definición del adje tivo comienza a partir de su relación con el sustantivo; su existencia es intangible sin éste. Mediante la lengua creamos el universo y sus realidades. Es ella el vehículo por el que nos representamos el mundo. La pala bra ejerce y facilita las funciones del espí ritu. Previamente al señalamiento de sus características, nuestros antepasados bau tizaron los objetos, crearon las palabras con que se expresan los estados y acciones de los seres. Desde los orígenes, el sustantivo precede al adjetivo. El mar fue mar antes de ser, en adición, pacífico o aborrascado, re negado o fidelísimo. Sustantivos y verbos son las palabras esenciales. Todo hablante se da a entender con ellas. En la vieja serie de Tarzán, el per sonaje selvático se comunicaba con Jane, su pareja, a base de sustantivos y de verbos en infinitivo, igual que lo hacen las personas cuando farfullan una lengua ajena, o los be bés en su balbuceo. Traspuestos esos lin deros se ingresa a provincias más complejas. Así como se introducen nuevos vocablos a una lengua, por ornamento o por necesidad, así se fueron creando los adjetivos, para indicar que una cosa era suave o áspera, ilimitada o finita. El adje tivo es un adorno y los adornos acreditan cualidades. Toda filología, se sabe, es filosofía. Los humanos tenemos necesidad de la palabra para aprender a pen sar. El adjetivo refuerza o envilece, ensombrece o ilumina, colorea. Muestra el carácter de toda persona en la vida diaria y en el orden de la literatura define el estilo de un escritor. Por ello se insiste en que no hay un estilo, sino estilos. En literatura el estilo no es una cualidad aislada de lo escrito: es lo escrito mis mo, algo como un reflejo del temperamento en las palabras, principalmente en las más abstractas, en las ornamentales. Uno de los motivos más recurrentes en la poesía de todos los tiempos y lugares es la muerte. Cual quier cantidad de adjetivos la han acompañado en todas las lenguas. Una de las primeras y mayores referencias de la literatura universal es la que hace Horacio en la “Oda a Sestio” cuando, por sobre otras cualidades, destaca su palidez: “Bate la muerte pá lida...” Pálida, una condición aplicable, en su prime ra acepción, a la gente que no tiene el color de las personas sanas.
uso cotidiano, pero junto a pies abre un horizonte innovador y adquiere una significación mul ticolor. “Cívico deco ro”, parece más bien la unión de dos adje tivos, pues el decoro conlleva su fuerte do sis de ambigüedad, de abstracción. “Ade más de la armonía ver bal hay una melodía ideal en cada verso”, escribió Darío, quien a ratos crea metáforas en las que combina unos y otros para subrayar sus intenciones si no lo colman los adjetivos a secas: la “campaña florida” o los “dos cis nes de negros cuellos”. Un siglo después de escrito, el “meló mano alfiler sin fe de erratas” sigue cauti vando a los lectores. López Velarde engarzó algunos de los más inesperados adjeti vos a la poesía en lengua española. Creó una abundante cantidad de atributos, cu riosos la mayoría, enigmáticos muchos y crípticos varios: tarde inválida, aromática vecindad, ojos taumaturgos, liviano cha cal, perímetro jovial, esbeltas falanges... Con esas significaciones López Velarde no sólo crea una visión insospechada de la naturaleza de las cosas, sino que abre tam bién a los lectores las puertas a imágenes inesperadas. La lengua revela de manera directa y específica el espíritu de los pueblos, es la imagen ideal de ese espíritu. Los poetas actuales –escribió Borges en El tamaño de mi esperanza– hacen del adjetivo un enrique cimiento, una variación; los antiguos, un descanso, una clase de énfasis. Por su parte, las leyes del gusto humano tienen tanta fuerza y multi plicidad como las creencias. Cada uno es sus adje tivos. Existe el que exagera, otro que blasfema, algu no que empalaga, así como quien alegra, entusiasma, tranquiliza y quien se inmola. Lo verdaderamente bello es lo superfluo, lo que no tiene un designio natural en sí. De ahí que el adjetivo pertenezca al mundo del espíritu. Al ornar el lenguaje, el adjetivo enriquece el entendimiento y aligera los afanes cotidianos. Todo lo que el arte perfecciona toma principio de la naturaleza. Si la palabra dice y quiere decir, con mayor razón el ad jetivo. El adjetivo, entonces, no es sólo un ente abstracto y ornamental, y signo de civilidad por lo tanto. Es, también, vehículo de identidad. Con claridad escri be quien concibe o imagina claro, con vigor quien con vigor piensa: la lengua es un reflejo del pensamiento. Adam Zagajewsky, quien padeció la dictadura co munista de su país, sostiene que los sustantivos y los verbos son suficientes para soldados y tiranos; en tanto que el adjetivo es el garante de la individua lidad de las personas y de las cosas •
Cualidad y horizontes del adjetivo La influencia del poeta latino ha sido enorme a través de los siglos y continentes. No es improbable que incluso una de las mayores rolas clásicas del rock –la más escuchada en el orbe, a decir de encues tas recientes‒, “Una pálida sombra” (o “Cada vez más pálida”, como mejor la presenta con subtítulo una estación de radio capitalina), de Procol Harum, halle su fuente o posea referencias en la propie dad del poeta romano a juzgar, también, por el nom bre del grupo. En Fray Luis – quizás su heredero mayor en nuestra lengua‒ las resonancias del poeta roma no son transp arentes. Artista de los mismos vuelos que el latino, nuestro santo varón echa mano en su obra de algunos de los más exquisitos epítetos: “El aire se serena/ y viste de hermosura y luz no usada.” Luz no usada: expresión hermosa que convida a la quietud y a la tranquilidad. Evoca armonía, pure za y claridad, cualidades que se unen al reposo y a la placidez que junta Fray Luis, cuando apunta la se renidad del aire. Pies imposibles, ala eucarística, casto abanico, selva suntuosa, cívico decoro, son algunos adjetivos a que recurre Darío. “Imposible” es un adjetivo de
Gilbert, Sullivan y Grossmith, el humor victoriano Ricardo Guzmán Wolffer
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finales del siglo xix se vivía la época victo riana en Inglaterra y aunque para unos es sinónimo de solemnidad con doble moral, para otros fue momento de humoristas no tables. Para muestra están las óperas de Gilbert y Sullivan, o las letras de George Grossmith. Las óperas escritas por William s. Gilbert (1836 -1911) y musicalizadas por Arthur Sullivan (1842-1900) han sobrevivido por hablar con humor de personajes co munes, con problemáticas comunes (aun con esce narios “exóticos”). La digerible música con letras ocurrentes, bien concordadas y, en muchas ocasio nes, con un ritmo que termina por ser un juego donde es necesario hablar lo más rápido posible para ganar, pero con la dicción suficiente para hacer entendible la letra. Su “ópera cómica”, u opereta, se contrapone al formato de las “óperas mayores”. Pero en la época actual, donde la música popular presenta exponen tes exitosos que con dos frases son escuchados en todo el mundo a toda hora, clasificar la ópera puede resultar en mero ejercicio de archivo. Exitosos en su momento, el empresario D’Oyly (famoso por lograr mediar en las continuas peleas entre los creadores) construyó el teatro Savoy para tales obras. Un ejemplo es la famosa canción del Mayor Gene ral, parte de Los piratas de Penzance (1879). Cuando éste entra al final del primer acto, inicia un ejercicio de velocidad que compele al escucha a poner aten ción para evidenciar que Gilbert se divierte a costa de esos generales británicos que presumían de sabios en todas las áreas posibles. Poniendo a prueba la vo calización del intérprete, éste es obligado por el li breto a dejarse llevar por el ritmo de la canción, con trapunteado con coros igual de veloces, para dar pequeños saltos. Incluso en México se ha hecho la adaptación de esta ópera para divertimento del pú blico, pues la intención autoral y las letras permiten actualizar las letras. Óperas como El Mikado se han presentado con escenarios de pachucos a pesar de que en la versión original Gilbert (quien además del libreto se encargaba de la puesta en escena), se esme ró en incluir vestuarios tomados de los originales de la época feudal japonesa. En Trial by Jury se pito rrean de abogados y jueces, restándoles solemnidad y evidenciando su codicia. Formatos que después serían tomados por Groucho Marx en varios filmes. El tino de Gilbert para el humor va desde los nom bres (Yum-Yum se llama el personaje central de El Mikado) hasta las situaciones. En su momento se le conocía como el rey del mundo al revés (“Topsyturvydom”) porque en sus creaciones lo malo es bue no y al revés, las virtudes se critican y los vicios se alaban, etcétera. De ahí, diría Bergson, la risa es in eludible al cambiar los referentes morales y sociales del espectador. Además, las composiciones de Sulli van eran sencillas y pegajosas: el público las tararea ba durante y después de la función. Dieciséis obras escritas en conjunto son las que dan fama universal a estos creadores sin par.
Entre los muchos actores que representaron las obras en cita, resalta George Grossmith (1847-1912, Inglaterra), no sólo por sus interpretaciones sino por ser un escritor hasta la fecha publicado con su diver tida y aparentemente inofensiva novela Diario de un don nadie (1892). Con el formato de las memorias que casi cada día escribe el personaje central, con una sonrisa continua conocemos las peripecias de Charles Pooter, quien nos resulta conocido en la figura del casado que entre tolera y aguan ta los desplantes de su esposa, su hijo y sus amigos. Ni se diga los compañeros del tra bajo. De una forma u otra, todos abusan de él, muchos con franco descaro. Con el antecedente de haber trabajado con Gilbert y Sullivan y tener toda una per sonal trayectoria como comediante, ca bría esperar un humor más abierto, pero el tino de Grossmith es precisamente lo grar la sonrisa y no la carcajada. Las peripecias cotidianas dejan en trever la sensación de que Pooter su fre porque quiere y, entre que es hom bre de pocas luces y que busca mantener las apariencias de una sociedad don de las formas son justificación para poner distancia con los demás, nor malmente sale mal librado. Con este peculiar “diario” se advierten algunos rasgos de la socie dad victoriana: las clases están más que esta blecidas y es muy difícil relacionarse con per sonas más ricas o con ocupaciones “dudosas” (actores, cantantes, etcétera; no obstante lo cual el plomero resulta tener más relaciones con la alta burocracia local que el despistado Pooter); los for malismos en el vestir llegan a extremos insospe chados (qué bastón usar, cuál sombrero combinar, el color de la ropa, etcétera); la relación entre emplea dos y empleadores (una de las trabajadoras domés ticas de Pooter se queja porque nunca hay sobras de comida que pueda llevarse a su casa); la correspon dencia como forma de relacionarse (se avisa cual quier visita o invitación; en contraste, las cartas de ben ser bien escritas y “educadas”); las diversiones caseras eran cantar en conjunto, representar algunas obras y muchos juegos de mesa, y bueno, uno que otro whiskey o bebidas similares. Entre las bromas preferidas del personaje, una es usar palabras que tienen semejanza fonética para hacer oraciones. Sin ningún asomo de contenido eró tico o burlesco, como muchos albures mexicanos, Pooter hace bromas ante su esposa, quien parece ser la única en festejárselas. Juntos buscan aparentar prosperidad, pero con el menor gasto y bajo el pre texto de no gustar de ciertos espectáculos nocturnos, como sí lo hace el hijo, apenas salen de noche. Pero los infortunios menores de Pooter son tan sencillos como simpáticos: se despinta de rojo la bañera que él mismo pintó y al inicio piensa que se está desan Caricatura de Arthur Sullivan dirigiendo, Punch, 1880
grando; cuando sale elegante, el recadero lo ensucia y le rasga el frac nuevo; en las tertulias nocturnas lo golpean al apagar la luz; su hijo se niega a ser visto a su lado debido al sombrero que Pooter ha compra do para la playa, etcétera. El humor victoriano sigue funcionando • Portada del estreno de The Mikado en el Teatro Savoy, en 1885. Tomada de Wikimedia, bajo licencia Creative Commons
Puesta contempóranea 2013 de The Mikado en el Utah Festival Opera and Musical Theatre
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Dickens
El joven
G raham G reene
n crítico debe intentar no ser prisione ro de su tiempo y, si hemos de apreciar Oliver Twist en su verdadero valor, de bemos olvidar el gran estante cargado de libros, toda la sofocante importancia de un gran autor, los escándalos y con troversias de la vida privada; sería bueno si también pudiéramos olvidar la pasta del libro y las ilustracio nes de Cruikshank, que han congelado el excitado, excitable mundo de Dickens como una galería de trabajos de cera donde las patillas del señor Manta lini siempre tienen el mismo corte, donde el señor Pickwick levanta la cola de su abrigo perpetuamen te y en la Cámara de Horrores Fagin se agazapa sobre un fuego interminable. Sus ilustradores, brillantes artesanos como eran, hicieron a Dickens un mal ser vicio, porque ningún personaje caminará nunca más por vez primera en nuestra memoria tal como lo ima ginamos nosotros y nuestra imaginación tiene tanto derecho a la verdad como la de Cruikshank. Sin embargo, el esfuerzo para regresar bien vale la pena. El viaje es de sólo un poco más de cien años y en el otro extremo del camino se encuentra un joven autor cuyo único reconocimiento en 1836 había sido la publicación de algunos esbozos periodísticos y unas cuantas operetas cómicas. The Strange Gentleman, The Village Coquette, Is She His Wife? Dudo que cual quier Cortez [sic] literario de esa fecha los haya colo cado en su librero. Y de repente con The Pickwick Papers vino la popularidad y la fama. La fama cae como una mano muerta sobre el hombro de un autor, y es bueno para él cuando ésta cae sólo tarde en su vida. ¿Cuán tos en el lugar de Dickens habrían resistido lo que
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Chesterton, en un magnífico pasaje imaginativo, ha descrito el misterio detrás de las tramas de Dickens; el sentido de que incluso el autor no estaba al tanto de lo que en realidad pasaba.
James llamó “el gran contacto corruptor del público”, y hallado popularidad, como es casi siempre, en las debilidades más que en la fuerza de un autor? El joven Dickens, a los veinticinco años, había halla do una mina que le otorgó enormes dividendos. Fiel ding y Smollet, compuestos y refinados para la nueva burguesía industrial, la habían salado ambos, Golds mith había aportado sentimentalismo y Monk Lewis horror. El libro era enorme, informe, familiar (esa im portante receta para la popularidad). Lo que James escribió para un crítico mucho tiempo atrás olvidado se aplica bien al joven Dickens: “Es casero, familiar y coloquial; recarga sus codos en el escritorio y hace de su presupuesto semanal un paquete que es lo opuesto a compacto. Usted puede contemplarlo como a un ten dero despachando tapioca y poniendo el peso íntegro; su estilo parece un tegumento de papel de estraza.” Esto es, desde luego, injusto para The Pickwick Papers. El crítico más seco no podía haber parpadeado ante esas grandes iluminaciones repentinas de genio cómico que se agitan a través del desperdicio de pa labras como relámpagos difusos, ¿pero podía haber previsto él una segunda novela, no una repetición de su gran bolso abierto, sino un melodrama corto, com pacto en su construcción, casi totalmente falto en
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“Usted hará su fortuna, señor Sowberry” dijo el algua cil (bedel) mientras clavaba su pulgar y el dedo índice en la caja de rapé que ofrecía el enterrador: que era un ingenioso modelo pequeño de un ataúd evidente.
Tal desarrollo era tan inconcebible como la transfor mación gradual de esa espesa prosa pantanosa en las delicadas y exactas cadencias poéticas, la música de la memoria que tanto influenció a Proust. Estamos muy inclinados a recibir a Dickens como un todo y tratar su juvenilia con la misma bondad o dureza que su trabajo posterior. Oliver Twist aún es juvenilia, magnífica juvenilia: es el primer paso en el camino que llevó de Pickwick a Great Expectations, y condonamos las faltas de gusto en el libro temprano en forma más decidida si reconocemos las distan cias que Dickens tuvo que recorrer. Estos dos pasajes típicamente didácticos pueden tomarse como los dos primeros hitos de principios del viaje, el primero de Pickwick, el segundo de Oliver Twist. Y son en verdad numerosos los corazones a los que la Navidad trae una breve temporada de felicidad y diver sión. Cuántas familias, cuyos miembros se han apartado y dispersado a lo largo y a lo ancho, en luchas sin reposo por la vida, se reúnen, y entonces se encuentran una vez más en ese estado feliz de compañerismo y buena volun tad mutua, que es la fuente de tan puro y auténtico delei te, y es uno tan incompatible con las preocupaciones y las penas del mundo que, las creencias religiosas de todas las naciones civilizadas, y las ásperas tradiciones de los más rudos salvajes, las cuentan juntos entre las primeras alegrías de una futura condición de existen cia, provista para la bendición y la felicidad. El muchacho se revolvió y sonrió mientras dormía, co mo si esas marcas de lástima y compasión hubiesen despertado algún sueño placentero de amor y afecto que él nunca antes conociera. Así, una tonada de suave música, o el murmullo del agua en un lugar silencioso, o el aroma de una flor, o la mención de una palabra fa miliar, a veces traerá tenues remembranzas repenti nas de escenas que en su vida nunca fueron; que se desvanecerán como un suspiro cual breve recuerdo de una existencia más feliz hace mucho ya ida que parecie ra despertar, que ningún esfuerzo voluntario de la men te podía hacer recordar.
La primera es sin duda papel de estraza; lo que en vuelve ha sido escogido por el tendero de acuerdo al gusto de sus clientes, ¿pero no podemos detectar de inmediato en el segundo pasaje el tono de la prosa secreta de Dickens, ese sentido de una conciencia hablando consigo misma sin que nadie la escuche, como lo hallamos en Great Expectations? Era un magnífico clima de verano otra vez, y, mientras caminaba, los tiempos en que yo era una pequeña cria tura indefensa y mi hermana no me dejaba en paz, re tornaron con viveza. Pero retornaban con un tono suave en ellos que suavizaba incluso el filo de Tickler. Porque ahora, el mero olor de los frijoles y el trébol susurraba a mi corazón que debería llegar el día que sería bueno para mi memoria que otros caminando bajo el sol debie sen suavizarse al pensar en mí.
Es un error pensar que Oliver Twist es una historia realista: Fue tarde en su carrera que Dickens apren
dió a escribir de modo realista sobre seres humanos; al principio inventó la vida y nosotros no creemos más en la existencia temporal de Fagin o de Bill Sikes de lo que creemos en la existencia de ese Gigante al que torció mientras rugía su Fi Fai Fo Fum. Había Fagins y Bill Sikes y Bumbles reales en la Inglaterra de su tiempo, pero no los dibujó como dibujaría más tarde al convicto Magwitch; estos personajes de Oliver Twist son simplemente partes de una gran escena inventada, lo que Dickens en su propio prefacio lla ma “las húmedas e inhóspitas medias noches calle jeras de Londres”. Cómo sigue cual un eco la frase a través de los libros de Dickens hasta que la encon tramos de nuevo muchos años después en “‘las fati gadas calles ponientes de Londres de una polvorien ta noche de primavera” que eran tan melancólicas para Pip. Pero Pip sería tan real como las calles fati gadas, en tanto Oliver era tan irreal como la fría me dia noche húmeda de la que formaba parte. Esto no es tanto criticar el libro como describirlo. ¡Porque cuánta imaginación tenía este joven de vein tiséis años que podía inventar una leyenda completa
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comedia amplia, y poseyendo sólo el triste humor torcido del asilo de huérfanos?
“El cielo está lejos en el camino, y ellos están demasiado felices ahí para bajar junto a la cama de un pobre muchacho.”
tan monstruosa! No nos perdemos con Oliver Twist alrededor de Saffron Hill: nos perdemos en los in tersticios de un joven, iracundo, melancólico ce rebro, y las imágenes opresivas se yerguen afuera a lo largo del camino como las figuras iluminadas a lo largo del camino en el túnel del Tren fantasma. Contra el muro estaba colocada, en orden regular, una larga hilera de tablas cortadas de la misma forma, pareciendo en la luz tenue como altos fantasmas hom bro a hombro con las manos en los bolsillos de sus pantalones.
Todos hemos visto esos impresos del siglo xix en donde los cuerpos de mujeres desnudas forman la cara de un personaje, el Diplomático, el Avaro, y por el estilo. Así, la figura encorvada de Fagin parece formar la boca, Sikes con su garrote los rasgos so bresalientes, y el triste Oliver perdido los ojos de un hombre tan perdido como Oliver. Chesterton, en un magnífico pasaje imaginativo, ha descrito el misterio detrás de las tramas de Dic kens; el sentido de que incluso el autor no estaba al tanto de lo que en realidad pasaba, así que cuando vienen las explicaciones y llegamos, amontonada en las últimas páginas de Oliver Twist una desnuda na rrativa compleja de ilegitimidad y testamentos que mados y evidencias destruidas, nosotros simplemen te no creemos. La secrecía es sensacional; el secreto está domestica do. La superficie de la cosa parece más terrible que el núcleo de ésta. Casi parece como si estas figuras espe luznantes, la señora Chadband y la señora Clennam, la señorita Havisham y la señorita Flite, Nemo y Sally Brass estuvieran manteniendo algo oculto para el autor tanto sigue
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ensayo como para el lector. Cuando se cierra el libro no cono cemos su verdadero secreto. Ellas apaciguaron al opti mista Dickens con algo menos terrible que la verdad.
Lo que atrapa más la atención en este universo ce rrado de Fagin son los diferentes niveles de irreali dad. Si, como uno está inclinado a pensar, el escritor creativo percibe su mundo de una vez y para siem pre en la infancia y adolescencia y toda su carrera es un esfuerzo para ilustrar su mundo privado en tér minos del gran mundo público que compartimos, podemos entender por qué Fagin y Sikes en sus exa geraciones más extremas nos tocan más que la be nevolencia del señor Brownlow o la dulzura de la señorita Maylie; aquéllas tocan con miedo en tanto las otras nunca tocan con amor en realidad. No era que el niño infeliz con su orgullo herido y su sentido de inseguridad desesperada no hubiera encontrado bondad humana; simplemente no había sabido reconocer la en esas calles entre Gadshill y Hun gerfor Market que habían estado tan es trechamente encerradas como las de Oliver Twist. Cuando en su período tem prano Dickens trató de describir la bon dad, parece haber recordado las peque ñas tiendas de papelería en el camino a la fábrica ennegrecida con sus pedazos de papel coloreados de ángeles y vírgenes, o tal vez la cara de algún viejo caballe ro que le hubiera hablado amablemente afuera de la factoría de Warren. Él había nadado hacia la bondad desde lo más profundo de su experiencia mundana, y en este nivel superficial el cerebro cons ciente había dado una mano, tratando de construir personajes para representar la virtud y, porque su edad lo demanda ba, virtud triunfante, pero todo lo que pudo producir fueron pelucas polveadas y anteojos relucientes y mucho bullicio con tazones de consomé y una pálida cara angélica. Compare el modo en que por vez primera encontra mos el mal con su introducción a la bondad. Las paredes y el techo estaban perfectamente negros por el tiempo y la suciedad. Había una mesa de acuer dos frente al fuego sobre la cual estaba una vela cla vada en una botella de cerveza de jengibre, dos o tres ollas de peltre, una hogaza de pan y mantequilla, y un plato. En una sartén para freír, que estaba sobre el fue go, y que estaba atada a un anaquel de la mesa por una cuerda, se cocinaban algunas salchichas, y parado an te éstas con un tenedor para asar en su mano, un muy viejo judío arrugado, cuya cara repulsiva de villano era oscurecida por una cantidad de pelo enmarañado. Estaba vestido con una túnica de franela grasienta, con el pescuezo descubierto… “Este es él, Fagin”, dijo Jack Dawkins: “mi amigo Oliver Twist”. El judío sonrió ampliamente, y haciendo una gran reverencia a Oliver, lo tomó de la mano y confió en que tendría el honor de su cercanía íntima.
Fagin lleva siempre sobre sí esta cualidad de tinie blas y pesadilla. Nunca aparece en las calles a la luz del día. Incluso cuando lo vemos por última vez en su celda de condena es en las horas antes de anoche cer. La mano de Dickens rara vez va a hurgar en las tinieblas de Fagin. Escúchelo dando la vuelta de tuerca al horror cuando Nancy habla de los pensa mientos de muerte que la han obsesionado:
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de los muertos, y Oliver diciendo: “El cielo está lejos en el camino, y ellos están demasiado felices ahí pa ra bajar junto a la cama de un pobre muchacho.” En este mundo maniqueo podemos creer en la fecho ría, pero la bondad se marchita en filantropía, ama bilidad y esa extraña enfermedad vaga en la que caen con frecuencia las jóvenes mujeres de Dickens y que parece a sus ojos un distintivo de virtud, como si hubiera un mérito en la muerte. Ahora de vuelta al mundo del día nuestra primera Pero cómo el genio de Dickens reconoció instin visión de Rose: tivamente la falla e hizo de ella una virtud. No po demos creer en el poder del señor Brownlow, pero La dama más joven estaba en la floreciente y encanta Dickens tampoco, y de su inhabilidad para creer en dora feminidad; en esa edad, cuando, si alguna vez los su propio personaje bueno salta la tensión real de su ángeles por los buenos designios de Dios entronizaron novela. El muchacho Oliver puede no alojarse en en formas mortales, ellos pudieron, sin impiedad, pre nuestro cerebro como David Copperfield y, a pesar de que muchas frases del señor Bumble se han convertido y merecen haberse convertido en citas familiares, podemos sentir que él era manufacturado: nunca respira como el señor Dorrit; sin embargo, el predicamento de Oliver, el combate de pesadilla entre las tinieblas, donde cami nan los demonios, y la luz del sol, donde la bondad inefectiva hace su última pre sentación en un mundo condenado, será parte de nuestra imaginación para siem pre. Leemos la derrota de Monks, y de Fa gin gritando en su celda de condena, y de Fagin colgando de su propio lazo, pero no creemos. Hemos sido testigos demasiadas veces de los escapes de Oliver y de su in evitable recaptura: ahí está la verdad y la experiencia creativa. Nosotros sabemos que cuando Oliver sale de la casa del señor Brownlow para caminar unos pocos cien tos de yardas hasta el vendedor de libros, sus amigos van a esperar en vano su regre so. Todo Londres fuera de la sombreada Detalle de grabado de George Cruikshank, para Oliver to Fagin calle tranquila pertenece a sus persegui Tomada de Wikimedia, bajo licencia Creative Commons dores, y cuando escapa de nuevo dentro de la casa de la señorita Maylie en los campos más sentarse en formas como las de ella. No rebasaba los allá de Sheppertone, sabemos que su seguridad es diecisiete. Proyectada en tan leve y exquisito molde, falsa. Podrán pasar las estaciones, pero la seguridad tan afable y suave, tan puro y hermoso, que la tierra no no depende del tiempo sino de la luz del día. De niños parecía ser su elemento, ni sus burdas criaturas dignas todos supimos eso: cómo podíamos olvidar todo el de su compañía. día la oscuridad y el viaje a la cama. Es con un sen tido de alivio que al fin en el crepúsculo vemos las caras O el señor Brownlow, cuando se le aparece a Oliver del judío y Monks atisbar en la ventana de la cabaña por primera vez: entre las ramitas de jazmín. En ese momento nos da mos cuenta cómo todo el mundo, y no sólo Londres, Ahora, el viejo caballero entró tan enérgico como era pertenece a estos dos cuando oscurece. Dickens, tra necesario; pero apenas había levantado sus anteojos a su tando sus finales felices y sus irreales retribuciones, frente, y puesto sus manos tras los faldones de su tú nunca podrá arruinar la validez y la dignidad de ese nica para echar una buena mirada larga a Oliver, su momento. “Lo han reconocido, y él a ellos, y su vi semblante se sometió a una gran variedad de extrañas sión estaba tan firmemente impresa en su memoria, contorsiones… El hecho es, si ha de decirse la verdad, como si hubiera estado grabada profundamente en que el corazón del señor Brownlow, siendo tan grande piedra y puesta ante él desde su nacimiento.” como los de seis viejos caballeros de disposición hu “Desde su nacimiento”; Dickens puede haber mana, forzó una provisión de lágrimas en sus ojos por intentado esa frase para referir los complicados en medio de algún proceso hidráulico del que no estamos redos que yacen fuera de la novela, “algo más terri en condiciones filosóficas suficientes para explicar. ble que la verdad”. ¿En cuanto a la verdad, es dema siado fantástico imaginar que en esta novela, como ¿Cómo podemos creer realmente que estos inade en muchos de sus libros posteriores, se desliza, cuados fantasmas de bondad pueden triunfar sobre irreconocible para el autor, la mancha atrayente del Fagin, Monks y Sikes? Y la respuesta, desde luego, maniqueo, con sus simples y terribles explicaciones es que ellos nunca podían haber triunfado sin la ela de nuestra situación, de cómo el mundo fue hecho borada maquinaria de la trama revelada en las últi por Satanás y no por Dios, arrullándonos con la mú mas páginas. El mundo de Dickens es un mundo sin sica de la desesperación? • Dios, y como sustituto del poder y la gloria del om nipotente y omnisciente hay algunas referencias T raducción de R ubén M oheno sentimentales al cielo, los ángeles, los dulces rostros “Imaginación”, dijo el caballero, calmándola. “Imaginación, no”, replico la muchacha con voz áspera. “Juraré que vi ‘ataúd’ escrito en cada pági na del libro en grandes letras negras, sí, y pasaron uno junto a mí hoy en la noche.” “Eso no tiene nada de raro” dijo el caballero. “Los han pasado junto a mí muchas veces.” “Reales” , replicó la muchacha. “Éste no lo era.”
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Choque de civilizaciones por un ascensor en Piazza Vittorio, Amara Lakhous, traducción de Fabrizio Lorusso, Editorial Elephas, México, 2012,
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS MULTIÉTNICOS FABRIZIO LORUSSO
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as civilizaciones pueden chocar de muchas maneras. Y si en lugar de hacerlo en la política o en la historia, lo hacen en una simple unidad habitacional o, incluso, dentro de un ascensor, la situación se complica. El escritor argelino Amara Lakhous, quien radica en Roma y es autor de Las chinches y el pirata (1999) y Divorcio a la islámica en Vía Marconi (2010), nos lleva a la Italia de los migrantes y con una novela policiaca coral. Hubo un homicidio en un edificio de Piazza Vittorio y los vecinos, uno tras otro, narran su propia versión de los hechos y, al mismo tiempo, van describiendo su pasado y sus vidas cotidianas de migrantes, entre la integración y el rechazo que Roma les brinda alternadamente. Parviz Manssor Samadi es iraní y Benedetta Esposito es de Nápoles. Iqbal Amir Allah es bengalí y María Cristina González es de Perú. Antonio Marini nació en Milán y Johan Van Marten viene de Holanda para ser el “nuevo Fellini”. En cambio, Sandro Dandini es de Roma y Abdallah Ben Kadour es argelino. De Amedeo no sabemos la nacionalidad, pero su novia es italiana y se llama Stefania. Elisabetta Fabiani vive con su perro Valentino y Lorenzo, alias el Gladiador, es el más odiado del condominio. Todos ellos son protagonistas en Piazza Vittorio, todos saben algo. En sus relatos está la realidad del racismo y de los prejuicios, de los estereotipos y de las incomprensiones en una sociedad cambiante, pero también hay ejemplos de solidaridad y tolerancia en el crisol multicultural de Italia. El señor Amedeo, personaje clave del libro, conoce a todos los vecinos y cada día apunta en un diario sus pensamientos, que él llama “aullidos”, y también rememora las vivencias de los inquilinos. Extranjeros e italianos, hombres y mujeres siempre están en pie de guerra por ese ascensor que, según el profesor Antonio Marini, “es la barrera entre la civilización y la barbarie”. Según la portera Benedetta es un templo sagrado e inviolable que ella protege de invitados y forasteros. Sin embargo, para Amedeo el elevador es una caja claustrofóbica insoportable y, para el cocinero Parviz, se trata de un
lugar de meditación inigualable. En fin, el Gladiador lo ve como un espacio ideal para orinar y para morir, ya que alguien justo allí pone fin a su existencia. Empiezan las investigaciones. Poco a poco, se van revelando las piezas de un rompecabezas que el comisario de policía Bettarini trata de armar. Este Choque de civilizaciones… es la historia de una comunidad variopinta cuyos miembros, sin embargo, no tienen nada en común, salvo el hecho de vivir en un barrio multiétnico de la ciudad eterna y ser llamados como testigos potenciales de un crimen. ¿Cómo hacerte amamantar por la loba sin que te muerda? Es el título de la primera versión, escrita en árabe, de esta novela. Roma, la loba, tal vez no muerda, pero hace pensar. Lakhous nos invita a ver con los ojos de los otros, a percibir la alteridad irónica y amargamente a la vez, pues el autor nos reta a comprender las integraciones y las resistencias de las culturas migrantes en este rincón romano de la vieja Europa • Después del terremoto, Haruki Murakami, Tusquets, México, 2013.
LO QUE ROMPIÓ EL TERREMOTO CUAUHTÉMOC ARISTA
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l bestseller japonés Haruki Murakami no es dado a complicarse la existencia, aunque para ello deba complicar la trama: la sencillez de sus frases suele desembocar en sensaciones precisas y sentimientos que flotan alrededor de los personajes hasta que la trama ofrece un nudo (una imagen o una parábola sutil) y entonces la narración encuentra su centro y, con él, su forma. Es casi un pedagogo del arte y por eso leo sus libros, aunque en ocasiones decaiga el interés por sus reiteradas huidas a rincones secretos de lo cotidiano. En su libro Después del terremoto la imagen que genera la forma de los seis relatos no es la del golpe telúrico que destrozó la ciudad de Kobe en 1995, aunque es el pretexto de la colección y su botón de encendido. Los que a diario veíamos esa devastación en los noticieros –por no hablar de la experiencia mexicana diez años antes– y dejábamos pasar los comentarios del locutor como si fueran el viento, entendemos la dañina fascinación que la tragedia provoca en los personajes de Murakami. Conocemos lo fácil q u e e s p a r a l a f a n t a s í a d e s c u b r ir rincones inexplorados en su armazón imaginario. Por ejemplo, dice en “El pastel de miel”: “Las imágenes deben haber sido un estímulo demasiado fuerte para una niña de cuatro años. Porque justo después del terremoto empezó a despertarse de noche. Sara dice que un señor desconocido viene a sobresaltarla. Es el hombre del terremoto. Ese hombre la despierta e intenta
UNA DÉCADA SIN MONTERROSO Esther Andradi
Cervantes plagiado entre tedescos
meterla en una caja pequeña. La caja no tiene el tamaño suficiente para que entre una persona. Y cuando Sara dice que no quiere ser metida ahí, él la agarra de la mano, la jala y ¡cric!, ¡crac!, le va partiendo las articulaciones y trata de encerrarla a fuerza. Entonces Sara lanza un alarido y despierta.” En efecto, el movimiento de la que topológicamente es la base de nuestra existencia agrieta también los muros psíquicos y hace en nuestra mente espacio para pérdidas que de otra forma serían inconcebibles. Los protagonistas de Murakami pierden a la esposa, al amante o al menos la seguridad de la ubicación de sus recuerdos. En consecuencia, tienen que luchar contra el gusano milenario, el sueño que los ata al presente insatisfactorio, la confortable cápsula de ser ellos mismos o la insoluble duda acerca de ser hijo de Dios. Con todo, no son pesimistas estas historias. Ni siquiera “Paisaje con plancha”, donde el pintor y una joven lectora de Jack London marcan con hogueras su camino hacia el frío definitivo, y al novio de la muchacha lo salva su inconsciencia vital. El registro emocional del escritor japonés abarca desde la melancolía de los descubrimientos existenciales hasta una alegría puramente contemplativa y estetizante (“Tailandia”). Me gusta pensar que el jazz tiene una función en la manera en que Murakami desarrolla sus historias • No habrá recreo. Contrareforma constitucional y desobediencia magisterial, Luis Hernández Navarro, Rosa Luxemburg Stiftung/ Para Leer en Libertad, México, 2013. A excepción de unos cuantos medios de comunicación –este diario es, naturalmente, una de tales excepciones–, las constantes para abordar el movimiento magisterial en contra de la reforma educativa recientemente aprobada, que en estos días sigue viviendo su momento más álgido, son la satanización, la descalificación, la parcialidad y la desinformación. Virulentos e irreflexivos, muchos “comunicadores” echan fácil mano de calificativos como “delincuentes” para definir a los maestros en lucha contra una reforma que, para decirlo sin ambages, poco o nada tiene que ver con cuestiones académicas, y sí mucho o todo con aspectos laborales o, más claramente, con la necesidad neoliberal de hacer de la educación un rubro rentable y no una obligación de Estado. De todo esto habla, con amplísimos datos, profunda reflexión y una postura clara, el colega de estas páginas Luis Hernández Navarro.
próximo número visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
Manuel Galich o el ejemplo moral jsemanal@jornada.com.mx
arte y pensamiento ........
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Jair Cortés Felipe Garrido
Mira, güey Y cada que pasaba, güey, otra vez me lo decía, para que no se me olvidara, tienes que ser atento, güey, de al tiro muy fijado, con las pilas puestas, que te la crean que eres de la casa, que no se vea que andas de colado. Y ahí andaba de arriba abajo, de la cocina a la sala, de la sala a la terraza, de la terraza al jardín y otra vez de vuelta y a ver qué querían, güey, a quién le faltaba una cerveza, una copa, más botana... El chingomadral de gente, güey, y ahí en la escalera el grupito aquel, güey, el del ruco que te digo, canoso, bigotudo, chaparrito, peinado patrás. No fallaba una; cada vez que pasaba a ver joven, qué pasó con las cubas, ándele, no se me duerma, traiga unos ceniceros, no se distraiga, unos canapés... Y la pinche risa de los demás, güey. Ya la traían conmigo, y fue cuando le dije lo de pinche ruco quién te crees que eres y él se dobló de la risa, me cae que creí que le había gustado... cómo iba a saber que era el patrón •
Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com
AL VUELO Puente colgante No es bueno vivir en los extremos, sean de una soga, una calle o de la propia vida. Todo tiene dos extremos, hasta el alma. Vivir en cualesquiera de los dos no es bueno. Lo mejor es el centro mismo, donde los extremos se encuentran. Pero no en los extremos. Ni en uno ni en otro. Lo peor de los extremos es la soledad. Uno se aleja hasta de sí mismo. Porque el yo interior vive en el centro, es el eje de la balanza. Pongamos un ejemplo: el más pobre de los pobres está tan solo (porque todos lo desprecian, porque nada se puede sacar de él) como el más rico de los ricos (quien, al contrario, tiene que huir de quienes lo buscan para quitarle su riqueza). Huir es estar solo. Ni un extremo ni otro traen la felicidad que todos soñamos. Por eso nadie debe buscar ni una orilla ni la otra. Lo mejor es levantar nuestra casa en el medio, y hacer que los extremos se junten ahí mismo donde vive nuestro ser interior, puente colgante del abismo que somos •
BITÁCORA BIFRONTE
MENTIRAS TRANSPARENTES
jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
La soledad: poesía, música y video
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n el video musical de la canción “Lonely day”, del grupo System of a Down, dirigido por Josh Melnick y Xander Charity, somos testigos de una soledad compartida por individuos que protagonizan, en cámara lenta, diversas escenas urbanas: mientras alguien espera el autobús, carga gasolina en su auto, o simplemente transita por la calle, algo, silenciosamente, se quema, ya sea el semáforo, el techo de la gasolinera, una reja de metal, un carrito del supermercado, o la copa de un árbol. Aunque es evidente que comienza un incendio, nadie se percata de ello, hombres y mujeres parecen tan ensimismados, tan hundidos en su propia soledad, que ni las llamas ni el humo logran robar su atención. Hay, incluso, un velado homenaje a la portada del disco de Pink Floyd, Wish You Were Here (Ojalá estuvieras aquí) lanzado al mercado en 1975, en donde un hombre en llamas saluda a otro sin el menor gesto de asombro, teniendo como fondo una desolada calle custodiada por lo que parecen ser grandes bodegas o estudios cinematográficos. La letra de la canción “Lonely day” (“Día solitario”), nos comparte la confesión, en una hermosa y melancólica balada, de quien es consciente de su soledad: “Es un día solitario/ y es mío/ el día más solitario de mi vida/ […] Es un día en el que no puedo estar”, pero que busca, desesperadamente, la compañía del otro, aun en la muerte: “Y si te vas, quiero irme contigo/ Y si te mueres, quiero morir contigo.” Palabras, imágenes y música se conjugan en un mismo acto, a semejanza de la escritura poética en donde la palabra es música e imagen: color y canto que me hacen recordar aquel verso del primer fragmento del poema “Conscriptos u.s.a.”, de Octavio Paz: “Sábado por la tarde, sin permiso./ La soledad se puebla y todo quema.” Una soledad que nos aísla y consume, en silencio o escandalosamente, sufriendo la hoguera de la existencia: la soledad vista como el infierno, quizás el mismo al que se refería Charles Baudelaire en su poema “Canto de otoño”: “En mi ser entrará por entero el invierno: cólera/ odio, escalofrío, horror, trabajo duro y forzado,/ y lo mismo que el sol en su infierno polar/ será mi corazón un bloque helado y rojo.” No es una coincidencia que la soledad se asocie al fuego, ya que éste es el símbolo de la transmutación y la regeneración. Quien experimenta la soledad se incendia en sí mismo para conocer la materia de la que está hecho su ser que, una vez convertido en cenizas, resurge transfigurado y listo para entrar en comunión con el mundo, tal y como concluye “Lonely day”: “El día más solitario de mi vida/ […] Este es el día en que estoy contento por haber sobrevivido”, por transitar el inestable camino de la soledad, por pasar la “prueba de fuego” •
La poesía Aris Diktaios
Pero tú, Poesía que vestiste una vez nuestra desnuda ebriedad, cuando teníamos frío y no teníamos prenda que ponernos, cuando soñábamos porque no había otra vida que vivir, ¿ya no habrá nubes para viajar nuestro ensueño? ¿ya no habrá cuerpos para vivir nuestro amor? Pero tú, Poesía que las formas no te pueden ceñir, pero tú, Poesía que no te podemos tocar con la palabra, tú último vestigio de la presencia de Dios entre nosotros, salva esta última hora del hombre, la más brutal y desesperada, que la Muerte la Soledad el Silencio, lo esperan en un instante futuro. Véase La Jornada Semanal, núm. 776, 17/ i /2010 Versión de Francisco Torres Córdova
Jornada Semanal • Número 951 • 26 de mayo de 2013
........ arte y pensamiento Alonso Arreola
Miguel Ángel Quemain
@LabAlonso
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Nuevas dramaturgias de creadores permanentes
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L NÚMERO MÁS RECIENTE de la revista Blanco Móvil está dedicado al teatro contemporáneo mexicano y, en particular, a la nueva dramaturgia elaborada por un conjunto de autores que se distinguen por su rigor y su capacidad de sorprender, enmarcando su obra en su propio estilo, tradición y preocupaciones. La convocatoria a la participación tuvo en cuenta dos modalidades: la ficción y el ensayo crítico, de investigación. Participan jóvenes maestros, todos muy sólidos, disciplinados, constantes y de una calidad de riesgo que sólo se puede tomar cuando existe un gran dominio del trabajo creador. Participaron más de los que pueden ser contenidos en la revista; sin embargo, aparecerá un libro apoyado por varias instancias coeditoras.
Eduardo Mosches
El conjunto de textos que conforman el dossier de este número representa un punto de enorme madurez y novedad en nuestro teatro. Es un grupo de dramaturgos consolidados y poseedores de una multiplicidad de recursos escénicos y dramatúrgicos que se han pulido a lo largo de por lo menos dos décadas de constancia y disciplina artística. Gran parte de este conjunto de escritores ha desarrollado su arte de manera simultánea a una serie de actividades y realizaciones que determinan el rumbo de su dramaturgia y de su participación en el mundo de la puesta en escena. La mayoría de ellos son muy conocidos en todo el país, pero para un lector extranjero que no esté profundamente familiarizado con nuestro entorno hay que decir que el texto de Fernando de Ita, que abre el número, es señero, es una buena guía sobre el rumbo estético de nuestro teatro, que considera a autores incluidos en la edición. David Olguín, Estela Leñero, Silvia Peláez, Jaime Chabaud, Enrique Olmos de Ita, Edgar Chías, Daniel Serrano, Ximena Escalante, Verónica Musalem, Luis Mario Moncada, Martín López Brie, Benjamín Gavarre, Juan Carlos Vives, Guillermo León, Bertha Hiriart, Hugo Salcedo, la jovencísima Sara Pinedo y Tito Vasconcelos han desarrollado, en distintas medidas, una actividad que implica la crítica, la edición, la traducción, la puesta en escena, la enseñanza a través del trabajo de taller y la formación de actores desde la batuta del director de escena. Participan también en este número Alberto Castillo Pérez, Hernando Garza y Alejandro Acosta, decididamente dedicados a la dramaturgia y con una trayectoria que permite ver una búsqueda y experimentación constantes. Se sacrificaron de la edición en la revista textos muy importantes (como Mujeres de arena, de Humberto Robles, y textos variados de dramaturgos que deberían ser
incluidos en próximas ediciones), que no sólo aparecerán en un libro sino también en el espacio web de Blanco Móvil. Es una mínima oferta a la calidad, a la generosidad y a la necesidad de contar con una radiografía de nuestro presente en un siglo ya con producciones de gran rigor, espejo de lo que somos. Es también, espero, un compromiso de Blanco Móvil con el teatro como dramaturgia, como literatura, como una poética que tiene una difusión pobre y verdaderamente atomizada en el medio de las publicaciones literarias. La generosidad y confianza de Eduardo Mosches me posibilitó convocar a este conjunto de escritores. Pensó en mostrar lo nuevo, lo que estaba pasando en nuestro teatro, y gran parte de lo nuevo son los textos reunidos. Hoy es muy fácil ennumerar a los “nuevos talentos”; aquí y allá aparecen promociones que son resultado de las actividades institucionales. Empero, la ausencia de una crítica sistemática y constante obliga a desconfiar de los reconocimientos estatales y federales a través de becas y apoyos que, muchas veces, están edificados en compadrazgos e intereses. No se pretendió un mimetismo con el afortunado hallazgo en los ochenta de lo que se conoció como Nueva dramaturgia y que dio por resultado múltiples ediciones que tuvieron como eje los auspicios de la uam de esos años. Dentro del periodismo cultural y las ediciones dedicadas a las artes escénicas, el teatro y la dramaturgia todavía reclaman una deuda de atención crítica y de divulgación. Este trabajo quiere ser una muestra de lo nuevo, que no consiste en exponer a las nuevas generaciones (mejor dicho promociones institucionales) de escritores, sino en mostrar la vitalidad y la capacidad de renovación contínua que tienen nuestros jóvenes maestros, reunidos en un esfuerzo que deberá continuar •
LA OTRA ESCENA
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Con tu luz en la distancia, César Portillo
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ACE UNAS SEMANAS MURIÓ, a los noventa años de edad, César Portillo de la Luz, guitarrista y compositor cubano pionero del llamado filin, esa música nacida en tertulias habaneras organizadas por un grupo con el mismo nombre. Hablamos de un género que, como su fonética hace sospechar, está fuertemente ligado a músicas estadunidenses como el blues y el jazz. Castellanización de la palabra feeling, el filin involucra en la canción isleña de los años cuarenta y cincuenta, armonías, melodías e improvisaciones atípicas que, sin alejarla de sus orígenes, le dieron mayor sofisticación e interés arreglístico. De ella surge el bolero como lo conocemos hoy.
A propósito de su participación en esa aventura, don César creía que sus canciones no se desgarraban en la exageración, porque no quiso adscribirse a la influencia dramática y trágica del tango, tan poderoso en la pantalla grande gracias a Gardel, como sí le pasó a otros muchos boleristas. Él prefirió, y consiguió, una sutilización que lo conectaría con generaciones más lejanas en el tiempo y el espacio. No hay mayor ejemplo que “Contigo en la distancia”. Sobre ella pensaba que la gente de Latinoamérica la recibió como suya porque él, más que músico, fue un “antropólogo frustrado” que supo tomarle el pulso a su entorno. Lúcido como artista y como pensador, a César Portillo de la Luz se le debe escuchar cantando y tocando, pero también hablando. Ojalá que nuestra lectora, lector, busque no sólo sus canciones, sino sus entrevistas, como ésa que dio hace unos años a la Universidad de Guadalajara para el programa Nuestra música. Sabio de la cultura iberoamericana, de la conexión lograda por su lengua común, del desarrollo de la radio y el cine parlante, del camino de la industria discográfica, siempre sembró temas importantes en lo que llamaba “los intereses propios del hombre”. Citando a Ortega y Gasset lo mismo que a Agustín Lara, se refería a las filias y fobias, a la vida sentimental que nos iguala a todos en una canción. No es gratuito que “Contigo en la distancia”, a veces bautizada como “Contigo a la distancia” (más de un cambio le hicieron en su letra distintos arreglistas), haya sido interpretada por ejecutantes tan diversos. La versión de Luis Miguel fue correcta, pero demasiado pop. La de Christina Aguilera es virtuosa pero, claro, está mal pronunciada. La de Belinda es para morirse de la risa. La de Pedro Infante resulta lenta pero efectiva. La de David Archuleta es notable. La de Lucho Gatica es una de las mejores por sus arreglos vocales. La de Olga Guillot es la más arriesgada, pues se acerca al género disco. La de Luis Salinas es sobria, profunda. La de Caetano Veloso es tierna, luminosa. Y podríamos seguirnos de frente, enlistando innumerables aproxima-
César Portillo de la Luz
ciones a este clásico que alcanza su cumbre en voz del propio autor, y cuya letra dice: “No existe un momento del día en que pueda apartarte de mí./ El mundo parece distinto cuando no estás junto a mí./ No hay bella melodía/ en que no surjas tú./ Ni yo quiero escucharla,/ cuando me faltas tú./ Es que te has conver tido/ en par te de mi alma./ Ya nada me conforma,/ si no estás tú también./ Más allá de tus labios,/ del sol y las estrellas,/ contigo en la distancia,/ amada mía, estoy./ Es que te has conver tido/ en parte de mi alma./ Ya nada me conforma/ si no estás tú también./ Más allá de tus labios,/ del sol y las estrellas,/ contigo en la distancia,/ amada mía, estoy.” Es un texto ingenuo, lleno de clichés y rimas obvias pero que, montado en esa extraordinaria melodía, armonizado con esos acordes-arañas de matemática especie, consigue un tránsito ecuménico como pocas obras del cancionero hispano.“En este momento en que la comercialización de la música como propuesta recreativa o recreadora da lugar a tantos inventos infelices –decía don César– debemos aplaudir todo lo que contribuya a reafirmar la presencia y sobrevivencia de la canción que caprichosamente llamamos bolero.” Y sí, tras su muerte quedarán los inamovibles sedimentos de “Contigo en la distancia”, “Canción de un festival”,“Sabrosón”, “Noche cubana”, “Realidad y fantasía” y tantas más, como “Tú mi delirio”, esa que grabara Nat King Cole en La Habana (1958) acompañado por la orquesta del Tropicana de Armando Romeu y que, al no poder interpretar en castellano, decidió abordar magistralmente desde el piano, en plan instrumental. Haga usted el experimento. Elija uno de estos temas y búsquelo en múltiples versiones. Sea testigo de cómo una canción atraviesa tantos corazones, de cómo vive o se malentiende en distintas bocas. Cuando haya encontrado su interpretación favorita, sírvase un ron y brinde a la distancia por quien la escribió. Buen domingo •
BEMOL SOSTENIDO
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arte y pensamiento ........
26 de mayo de 2013 • Número 951 • Jornada Semanal
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Jorge Moch
Verónica Murguía
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REO QUE LOS HABITANTES de este país padecemos adicción a la adrenalina. Acostumbrados a dosis cada vez más altas de horror, hostigados por la visión cotidiana de homicidios, accidentes, desastres naturales y declaraciones políticas ofensivas, poco a poco nos hemos hecho tolerantes en el sentido médico de la palabra. Las dosis iniciales, es decir, las primeras demostraciones de la saña del narco o las evidencias de complicidad de los gobiernos, antes nos dejaban sin dormir; ahora son parte del paisaje. No todos tenemos esa tolerancia. Aunque quienes nos quejamos de que las cosas sigan así solemos ser tachados de ingenuos. Y algunos medios, sobre todo electrónicos, han aumentado el volumen de la gritería. No basta con lo que sucede. Los merolicos que diseminan el terror creen que su deber es espantarnos con la diaria dosis de miedo necesaria para mantenernos en vilo. Si en Europa hay crisis monetaria, se desgañitan, como si uno pudiera hacer algo. Si el Popo humea, aúllan, advirtiéndonos del peligro; si levantan, torturan, matan y encuentran a víctimas, se regodean con los detalles. Dicen que no hay remedio. Lo peor es que callan lo que deberían denunciar: fenómenos que estuvieron antes que la guerra de Calderón, que las narcomantas y las fosas comunes: la miseria, la falta de educación y trabajo. Este país me ha enseñado a temerle a la camioneta negra, a la bolsa grande de basura, a la cobija enrollada en medio de la calle, a un objeto tan anodino como la hielera y al tambo que se calienta al lado de la carretera. Es un embudo que se traga rutinariamente la vida y la tranquilidad de cientos de miles de sus habitantes. Y al mirar esto me da por pensar qué podría subirnos el ánimo y ayudarnos a sobrellevar tanto horror. He concluido, Perogrulla, que el embellecimiento del espacio público nos puede ayudar. Yo trabajo en Coyoacán, delegación que ha tenido su cuota de políticos impresentables. Han sido todos del prd y soy de izquierda, lo cual aumenta la amargura, pero me parece que cada vez hay más descaro, aunque quizás esta impresión mía se deba a que poco a poco nos hemos quedado acorralados. Para mí, la reciente desaparición de varias tapas del drenaje, de las de metal, es la gota de agua (de caño) que ha derramado el vaso. El rumor afirma que por esta zona merodea una banda de ladrones de tapas de coladera. Quiero creer en esa tesis porque al mismo tiempo es estrafalaria y probable. Esta delegación ha visto cosas peores, todas amparadas por funcionarios, y me gusta pensar que si ellos han vendido el alma al diablo, el comercio de
tapas de coladera es un paso lógico. Todo apesta después de cometido el delito y se corre el peligro, metafórico y literal, de caer en un hoyo lleno de inmundicia. Al amenazante delegado actual quiero pedirle que ya no embellezca sólo el camellón de Miguel Ángel de Quevedo y deje abandonadas las banquetas donde florecen formas de vida insólitas que se nutren de hojas muertas, botellas de refresco llenas de pis, bolsas de plástico y caca de perro. Los intentos de los vecinos por limpiar se estrellan con el denuedo de los artistas de tele quienes, al amparo de los tráilers en los que llegan a trabajar, dejan tiradas decenas de contenedores de unicel y vasos de café. Quiero pedirle que no ordene que se poden los árboles del camellón durante el día, porque el tráfico empeora y la situación es, de por sí, mala. Nadie cree que usted es mejor funcionario por eso. Quienes van a Tlalpan o a Insurgentes, atrapados en el embotellamiento, miran las calles cochinas. No vale la pena que se luzca. Ponga a los jardineros a trabajar de noche, con medidas de seguridad que los protejan, y pague horas extras. Con el presupuesto de la delegación alcanza para eso y más. Ya no cumpla con la tradición impuesta por sus predecesores y procure negar los permisos para construir edificios que parecen multifamiliares marcianos en terrenos donde antes había una sola casa. Y por último, compre una aspiradora de basura de las que se usan en Francia para recoger basura; ésas que parecen montacargas y que pueden ser manejadas por una sola persona. Ya averigüé to do: hay mo delos ecológicos que al mismo tiempo cepillan y dejan reluciente el pavimento. Además, pido ser la primera en usarla, porque ya estoy harta de la peste y porque la idea fue mía. Respetuosamente: La autora •
Hoy como un ayer de cincuenta años Para María Fernanda Campa, con reiteradas gracias votivas
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AS GRANDES LUCHAS LIBRADAS por los estudiantes y el pueblo […] han estremecido el país en los últimos años. La creciente agudización de la situación económica que padecen las masas populares ha provocado graves conflictos en los que participan combativamente obreros y campesinos con el fin de lograr un régimen más democrático y resolver sus propias necesidades.” Transcribo este primer párrafo a una semana de su publicación, el sábado 18 de mayo, y a cincuenta años y un día de que la comisión de redacción de la Primera Conferencia Nacional de Estudiantes Democráticos, integrada por David Aguilar Mora, Raúl Álvarez Garín, Antonio de Haro y Walter Ortiz Tovar suscribiera la Declaración de Morelia, el 17 de
mayo de 1963. Faltaban tres años y pico para que este picateclas naciera y seis meses para que la ultraderecha estadunidense, la que sigue campeando el mundo, le volara la tapa del cráneo a su propio presidente. A México lo desvalijaba un consumado ladrón priísta, Adolfo López Mateos, quizá en la que fue la sexenal cima del monolito partidista de la corrupción institucionalizada. Despreciada por los estamentos del poder, la Declaración de Morelia constituye un momento toral en la movilización social organizada de donde surgirían tanto el movimiento estudiantil de 1968 como eso que llamamos moderna izquierda mexicana, hoy tristemente escindida entre la desorganización y la compraventa. Pero antes del anquilosamiento roñoso, ruina de los compromisos sociales y de que algunos de los más activos partícipes de esa izquierda tribal terminaran montando un puestecito en el tianguis político para vender al mejor postor los que alguna vez fueron ideales más o menos puros –deliciosa y combativamente ingenuos en aquellos mágicos años sesenta– había quien creía firmemente que el cambio social que el país necesitaba con urgencia (y sigue necesitando hoy) podía y debía brotar desde abajo al descartar la demagogia y el paternalismo cupulares, y empujar una modernización incluyente y justa de la sociedad mexicana. Con pavorosa, lúcida similitud con los conflictos de hoy, los estudiantes de hace cincuenta años proclamaban que les afectaban profundamente “las medidas antipopulares, antiestudiantiles y antidemocráticas que el gobierno lleva adelante en materia educativa...”, y se declaraban “en contra de una educación que, en la medida que pasa el tiempo, se sitúa en abierta contradicción con los intereses populares, que trata de inculcar un 'humanismo' que considera 'hombre', al hombre de negocios, al banquero próspero, al gran comerciante y, en fin, a todo aquel que tiene dinero producto de la
explotación […] el 'humanismo' que desprecia al obrero, al campesino, que discrimina al indio; el 'humanismo' que pregona el desprecio al trabajo y predica la holganza y el parasitismo, el ascender en la 'jerarquía social'y el 'prestigio', como objetivos vitales de la juventud; el 'humanismo' que enseña a los estudiantes a ser enemigos mortales del hombre, a arruinar al competidor por cualquier medio, a no tener escrúpulos, a ser mezquinos y mercantilistas; el 'humanismo' que con frases trata de encubrir los intereses de los explotadores del trabajo del hombre, los estudiantes lo despreciamos porque sólo son la expresión de una sociedad moribunda, en descomposición, en la cual los que trabajan viven en la miseria y los parásitos son respetados y estimados en las 'altas esferas' y en el mundo oficial…”; y anticipaban la conspiración de los poderes fácticos: “El conformismo y la pasividad a que nos tratan de conducir, obedecen al interés de que tal estado de cosas persista, a justificar su régimen de explotación y privilegios. Nuestro silencio sería la complicidad. Por eso nos rebelamos contra la situación que priva en el país en el campo de la enseñanza y trataremos de transformarla.” Hoy como ayer, cincuenta años: hoy como ayer y el país está igual o peor. Y el enemigo más fuerte, inoculado en nuestras venas, metido en nuestras casas, machacando las 24 horas del día su misma propaganda de estercolero medroso. Cincuenta años en que apenas logramos tamizar las formas, simular transiciones de gobierno, aparentar democracia aunque tenga la etiqueta del precio a la vista. Ayer teníamos la utopía, y ahora solamente nos queda haber aprendido alguna cosa útil de tanto tropezar con la misma decepción año tras año, sexenio tras sexenio, presidente tras presidente; nos queda un sano p e s i m i s m o, l a ra b i a e l o c u e nte. L a vieja rebeldía. Y quizá un poquito de vergüenza •
CABEZALCUBO
Respetuosamente
LAS RAYAS DE LA CEBRA
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
15 Jornada Semanal • Número 951 • 26 de mayo de 2013
........ arte y pensamiento
Javier Sicilia
Luis Tovar
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NTRADO EL SIGLO xx, Charles Péguy escribió una frase triste y terrible que definía muy bien el destino de la palabra en la modernidad:“Nada es más viejo que el periódico de ayer.” Hoy, cien años después, habría que actualizarla: “Nada es más viejo que la noticia de hace una hora.” La palabra, es decir, la que guarda y dice el sentido del mundo, se ha degradado por la velocidad mediática. Desde el periódico de Péguy hasta Twitter y Facebook de nuestra época, pasando por internet, la palabra ha dejado de ser pensamiento para convertirse en un mensaje relámpago o en una ocurrencia cuyo destino es el inmediato olvido. Todos hablan y juzgan en el espacio de la velocidad; nadie, por lo mismo, tiene tiempo de guardar silencio y escuchar. Sometida a ese ritmo, la realidad se ha convertido en un show donde todo es tan equivalente como banal. Igual en que en el espacio democrático de internet Hegel y Rimbaud ocupan el mismo rango que el último de los sitios pornográficos –basta con el acto banal de mover el mouse–, en el espacio de los periódicos, sean digitales o no, de Twitter o de Facebook, el horror y el dolor del crimen tienen el mismo rango de atención y la misma frecuencia de olvido que el último escándalo de un artista de la farándula, el último pleito político, el último triunfo deportivo o la más reciente y mediocre aventura que nos sucedió en la mañana. Cuando todo se vuelve importante ya nada lo es, y la palabra deja de tener sentido. Lo dice con el cinismo de la inconciencia la fórmula periodística que califica la realidad según el rating y el humor de quienes dirigen los medios: “Eso ya no es noticia.” Pertenece a la realidad de hace una hora. Esa irresponsabilidad frente a la palabra que ha reducido la realidad a un mero y efímero espectáculo, tiene también otras consecuencias desastrosas: la desinformación. Es frecuente, en ese sentido, que quienes “cabecean” los reportajes o las entrevistas, tiendan, en nombre del show, a malversar no sólo la realidad de la que dicen dar cuenta, sino la palabra misma del entrevistado. Cito, entre las miles que todos los días hay y entre las cientos que, como muchas, he tenido que padecer, una que ya está en el olvido: A raíz del asesinato de mi hijo Juan Francisco declaré que, con el poema que le escribí, me retiraba de la poesía. Dos años después, en una nueva entrevista, reiteré lo dicho. Al día siguiente, la cabeza era: “Sicilia se retira de la literatura.” Quien “cabeceó” la entrevista es un ignorante que confunde la poesía con todo el quehacer literario, o una víctima de la degradación de la palabra. Sea lo que sea, la palabra, en la era de la mayor comuni-
cación de la humanidad, está vacía; se ha convertido en un ruido, en una banalidad que alimenta el efímero espectáculo al que hemos reducido la gravedad de la vida. Frente a esa degradación, habría que preguntarse: ¿Es la palabra que, devorada por la velocidad desproporcio‑ nada de los medios, perdió su capacidad para significar y develar la realidad, la creadora del caos social y político que vivimos? “Cuando la palabra –escribió en este sentido Octavio Paz– deja de significar, las sociedades se pierden y se prostituyen.” ¿Realmente los medios, como creen algunos, son neutros o, en realidad, como yo lo creo, y lo demostró Iván Illich en su espléndido libro La pérdida de los sentidos, cambian nuestra percepción de la realidad sometiéndola a deformaciones virtuales que nos alejan de ella y de sus profundas significaciones? Son preguntas fundamentales que nos interpelan en la encrucijada del parteaguas civilizatorio que nos tocó vivir. Contra la banalidad de la comunicación mediática, deberíamos, como una ascética de la palabra, apagar y cerrar por temporadas los medios, y sumergirnos en el silencio de la lectura de una gran novela o de un gran poema. Leer a los grandes autores es aprender de nuevo a hacer silencio, a escuchar a otro y a pensar con su palabra. Es también devolverle los significados y su dignidad al lenguaje, al ser humano y a lo real. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •
Bonitismo feo y lo contrario
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ADA QUE NO SEA el azar –que siempre sabe de qué va la cosa y nunca, pero nunca se equivoca– ha hecho que coincidan en la cartelera comercial dos largometrajes de ficción mexicanos que son, en más de un sentido, antípodas perfectos. Se trata de Mariachi gringo (2011) y Halley (2012).
Lo feo de lo bonito Dirigida por el estadunidense Tom Gustafson y con producción encabezada por la mexicana Alejandra Cárdenas, la primera tiene, sin serlo en realidad o del todo, cierto aire de aquello que se conoce como a producer film, es decir, una película más de estudio que de autor; más interesada en la taquilla que en la gente que acude a ella;
Halley
más preocupada por aspectos formales de producción que por asuntos de tema o contenido. Con tres cortometrajes y “un musical fantástico aclamado por los críticos”, de título Were the Word Mine (2008), Gustafson se dio a la confección de un filme donde se confunden, hasta la indisolubilidad, lo ligero y la ligereza, lo leve y lo superficial, lo simple y lo simplón. Los conflictos en Mariachi gringo apenas lo son y pierden hasta el último rastro de intensidad –y, con ello, de interés– por culpa del modo de narrar y una vocación por hacer que todo se vea “bonito” que acaban dando al traste con aquello que, supone uno, era la miga del asunto: echar una mirada al sincretismo cultural entre México y Estados Unidos, sólo que esta vez y para variar, no el experimentado por los mexicanos en el otro lado sino exactamente al revés. La idea es peregrina pero no imposible: a un hombre joven estadunidense (Shawn Ashmore, de indiferente, desangelado, sustituible desempeño) le gusta tanto la música de mariachi, que hace cuanto deba hacer para convertirse en uno: ensaya mucho con la guitarra, aprende español hasta el punto de chapurrearlo comprensiblemente, e incluso se muda a Guadalajara porque le dicen que ahí está la mera mata del mariachi. En el ínter, y como pareciera obvio por el tono del filme, le suceden cosas como conocer a una mexicana bonita (Martha Higareda exhibiendo sus limitaciones histriónicas sin faltar una sola), que por supuesto se prenda de él; enfrentarse a las burlas iniciales de los mariachismariachis que quieren utilizarlo como una especie de mexican curios pero en sentido inverso, hasta que llega su personal epifanía: ser miembro permanente del mariachi que acompaña a una buena cantante (Lila Downs, que en realidad no actúa). Todo lindo, todo fácil, todo previsible como los eclipses: ese cine cuyos realizadores hacen pensando en que no todo en este mundo es feo o triste y en que debe haber cine “para entretener”,
como si lo entretenido necesariamente tuviera que ser una marcha forzada de bonitismo y complacencia.
Lo bonito de lo feo En el otro extremo conceptual y estético puede ubicarse Halley, ópera prima en largo de ficción de Sebastián Hofmann. Su protagonista, de nombre Alberto (Alberto Trujillo, convincente en su sequedad y su tensión histriónicas), literalmente se está cayendo a pedazos y al público le corresponde acompañar, horrorizarse, repeler y, en general, interpretar el proceso de descomposición que se desarrolla frente a sus ojos. Hofmann no desaprovecha ninguna de las muchas oportunidades que le permite el planteamiento formal –seguimiento permanente, obsesivo, cercanísimo y asfixiante al personaje– para exhibir, una vez que llega el momento adecuado en la historia, las purulencias, las podredumbres, el derrengamiento físico del cual es víctima Alberto, mientras el resto del mundo, aquí representado básicamente en un personaje femenino locuaz y desabrochado de nombre Luly (Lourdes Trueba, de presencia y viveza memorables), se pretende, se imagina a sí mismo y se vive justamente como si fuese todo lo contrario de Alberto: entero, de una pieza, agradable y alegre, incorrupto y, si hay suerte, incorruptible. Nada más fácil, ni más comprensible, que ceder a la tentación de asumir Halley como una metáfora despiadada del estado actual de la sociedad: Alberto, vigilante de un gimnasio –postmoderno templo del culto al cuerpo–, vive solo, es solo, se está pudriendo y, literalmente también, es un ser vivo que ya está muerto, o quizá un muerto que sigue vivo, a quien el mundo fuera de sí mismo ya le da lo mismo porque nada en ese mundo –la comida, el sexo, el aspecto físico, las posesiones materiales– será suficiente para librarlo de su proceso de aniquilamiento. La única diferencia entre la sociedad y Alberto es que él sí sabe que el declive es irreversible •
CINEXCUSAS
La palabra y el ruido
CASA SOSEGADA
cinexcusas@yahoo.com
ensayo
F
rançois Schuiten ofrece una nueva reflexión crítica de la modernidad avorazada. La Douce, titula el cómic publicado en abril de 2012 (Ed. Casterman). El autor cuenta la historia de Leon Van Bel, maquinista de la locomotora modelo 12004 que, por cierto, es mucho más que una ficción: tal maquinaria fue creada en los años treinta, cuando se instaló la idea de la renovación de los medios de transporte –automóviles, aviones, barcos y trenes‒ haciéndolos más aerodinámicos y veloces; la locomotora fue una innovación para su tiempo pues alcanzaba velocidades extraordinarias (hasta 165 Km/h), revolucionando el uso del vapor y compitiendo con la electricidad, que se posesionaba como la fuente energética emergente. Van Bel encarna las tensiones de un tiempo de transición. El maquinista fusiona máquina con conductor; tiene mucho más que un trabajo, lo suyo es una pasión por “su Doce”, la conoce en detalle, controla las temperaturas y velocidades a la perfección. Pero su oficio es amenazado por la emergencia del tren eléctrico que requiere otro tipo de conductor con nuevos saberes y capacidades; sus colegas ya no entienden la relación entre el calor y la potencia, sólo miran indicadores electrónicos, no se ensucian las manos, sus rostros no reflejan los restos negros del carbón. Pero lo que amenaza todavía más a la industria ferrocarrilera en su conjunto es la instalación del teleférico como medio de transporte de referencia. Las discusiones con sus colegas devienen insoportables; ante su terquedad en la defensa
10 de enero de 2010 • Número 775 • Jornada Semanal
del tren, le dicen: “Pero Van Bel, es el mundo moderno de la tracción, todo va a cambiar ahora, vamos a poder trabajar correctamente, más confortablemente, tú te aferras al pasado.” La discusión en una cantina no hace más que reflejar una política de modernización global; rápidamente las líneas y las locomotoras van quedando en desuso, los maquinistas son despedidos o jubilados. Una época empieza a imponerse. Por supuesto que la Doce y su conductor correrán la misma suerte. Van Bel decide sublevarse y resistir al “progreso”. Convence a un puñado de inconformes de robarse la locomotora, convierte su casa de dos pisos en un gran galpón y construyen un riel para transportar y resguardar a la Doce. Aunque su iniciativa tiene relativo éxito, finalmente son descubiertos, él es acusado de robo y enviado a prisión.
Una tempestad llamada progreso Hugo José Suárez
Cuando sale de la cárcel, el teleférico se ha impuesto como un nuevo paradigma de transporte y modernidad. Se acude a él para todos los d e s p l a z a m i e n t o s , s u rg e n c i u d a d e s d o n d e prima lo aéreo, y para solventar la energía eléctrica requerida se construyen enormes represas, inundando campos y dejando a las poblaciones antiguas entre las aguas. Sólo existen montañas, lagos, islas y cables. Van Bel, desolado, viejo y enfermo, emprende un viaje de retorno en búsqueda de la Doce. Se encuentra en el camino con Elya, una bella, joven y muda mujer a la que antes había salvado de una violación por parte de sus antiguos camaradas y se convierte en su compañera de nostalgias y desafíos. Se inicia una nueva travesía, esta vez hacia el cementerio de trenes, escondido en algún lugar que deberán descubrir. En el cementerio encuentran sólo locomotoras y vagones oxidados en medio del agua. Su búsqueda no termina, su esperanza sigue intacta pero la Doce aparece únicamente en sueños. Una mañana Elya lo sorprende, lo guía a un campo y le enseña la vieja y añorada máquina en funcionamiento. Van Bel descubre que ella es una excelente conductora, razón de más para dejarle su herencia y dejarse morir. Schuiten nos conduce, como lo hace en múltiples ocasiones, por la crítica del proyecto de modernidad a ultranza que aplana todo a su paso, esa homogenización destructiva, la ilusión moderna que bien desglosa Marshall Berman y que Benjamin denunció tempranamente: aquella “tempestad que llamamos progreso” •
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