■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 18 de agosto de 2013 ■ Núm. 963 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Fernando
del Paso el imperio de la palabra y la razón H ugo G utiérrez V ega y É lmer M endoza Un ensayo inédito de D el P aso
Los premios, J osé M a . E spinasa
Hace algún tiempo, el maestro Fernando del Paso anunció que dedicaría su talento y sus esfuerzos ya no a la creación literaria sino al ensayo históri co, uno de cuyos frutos más recientes es el primer volumen de Bajo la sombra de la historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo. “Religión, into lerancia y barbarie”, que ofrecemos aquí a nuestros lectores, es parte del ensayo inédito Los triunfos del islam, con el que Del Paso refrenda su ya prolongado y feliz imperio sobre la palabra y la razón. Acompañan al autor de Palinuro de México, Linda 67 y La loca de Miramar, sendos ensayos de Hugo Gutiérrez Vega y Élmer Mendoza, en torno a Noticias del Imperio, la novela cumbre del narra dor, dramaturgo, pintor, locutor, diplomático y biblio tecario Del Paso. Publicamos
de asombros
bazar
Hugo Gutiérrez Vega
José Guadalupe de Anda, Los cristeros y Los bragados (ii y última )
El rasgo principal de las dos novelas sobre las guerras cristeras escritas por don José Guadalupe de Anda, Los cristeros y Los bragados, es el de la veracidad. No hay que olvidar que la mayor parte de los textos so bre las guerras religiosas tienen carácter hagiográ fico. Pienso en Héctor, escrito por Jorge Gram, seu dónimo de un canónigo de la catedral de Durango apellidado Ramírez; Entre las patas de los caballos, del acejotaemero Rivero del Val; La Virgen de los cristeros; Las memorias, de Degollado, general del ejército cris tero del sur; las de Heriberto Navarrete, ayudante del general Gorostieta, jefe del ejército cristero del nor te; México, tierra de volcanes, de monseñor Schalmar; las minuciosas investigaciones de Meyer escritas des de una perspectiva conservadora y otras muchas obras de investigación o textos novelados. De Anda escribió dos novelas sobre el tema por la sencilla ra zón de que fueron dos las guerras cristeras. La prime ra muestra rasgos de idealismo y tiene un fuerte arraigo popular; la segunda lleva los signos de la venganza y la desesperación. En ambas se agitan, por debajo del agua, las sospechosas maniobras de los señorones de la Liga para la Defensa Religiosa, las manitas sucias de los hacendados temerosos del re parto agrario y otros intereses ajenos a la candorosa y feroz lucha guerrera. En la segunda están presentes los maestros socialistas desorejados y el robo de los escasos bienes de los rancheros que se negaban a apoyar a los bandidos disfrazados de cristeros. En la primera aparecen figuras de crueldad implacable, como los curas soldados Vega y Pedroza y el famoso Catorce, conocido con ese nombre por haber matado, frente a frente, a catorce “pelones”. Sobre las conse cuencias de estas luchas fratricidas recomiendo la novela Pensativa, de Jesús Goytortúa Santos, pero, sobre todo, las dos novelas de don Guadalupe, con sideradas por los críticos más serios y, particularmen te por Juan Rulfo, como las más serenas e imparciales. En un Bazar anterior hablé de las afinidades que se dan entre las novelas de De Anda y las que escribió
además una entrevista con la documentalista francesa Aurélie Semichon, así como un artículo de José María Espina sa sobre la situación de los premios literarios en México.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Cristeros presentan armas durante una misa, en el sur de Jalisco. Fotos: cronicasdeuncristero.blogspot
Valle Inclán sobre las guerras Carlistas, sobre todo Los cruzados de la causa y El resplandor de la hoguera. Se dan afinidades también con la novela de Andreiev, Sashka Yegulev, y las novelas de Kazantzakis. En mate ria de estilo, don Guadalupe es un buen seguidor de Luis g . Inclán y de don Manuel Payno, y un conocedor a fondo de los giros del lenguaje de la región alteña. El cine mexicano, como de costumbre, maltrató el texto de Los cristeros. En 1947, Raúl de Anda filmó una impresentable película titulada Sucedió en Jalisco. Por no molestar a la Iglesia, De Anda, pariente de nues tro autor, traicionó el texto original y produjo un chu rro insulso y bobo interpretado por Luis Aguilar, Tito Junco (actor casi siempre excesivo a excepción de su trabajo en una de las grandes películas de nuestro cine, La sombra del caudillo, de Julio Bracho); Sara García, el Nanche Arozamena, Soto Rangel y el villanísimo Carlos López Moctezuma. Esta película se convirtió en una horrenda fotonovela. En materia editorial, los dos tex tos pasaron increíbles vicisitudes hasta que el año pa sado Muriá puso en orden las cosas y con Miguel Ángel Porrúa los publicó en un solo tomo. Mis lectores, ahora que se acerquen a estas nove las, conocerán a don Ramón, alteño clásico, honrado y bondadoso, silencioso y fuerte, hombre de familia y padre amoroso “alevantado por el remolino”. Cono cerán además al tío Alejo y al pícaro Ranilla, a Felipe, el hijo menor y su sensato discurso y, sobre todo, a Policarpo, héroe candoroso, contradictorio y de per sonalidad llena de matices. Son fundamentales las mujeres, madres, esposas, suegras, novias, viudas. Todas ellas apoyan a sus hombres y la mayoría, lleva da por su actitud fanática y siguiendo el ejemplo de las mujeres espartanas, lanzaron a sus hombres a la lucha y, en no pocas ocasiones, participaron en las tareas militares. Los personajes de las dos nove las son descritos con pericia formal y estilo natura lista de la mejor clase, pues el lenguaje forma parte esencial de la trama y constituye una amplia y con trastada cosmovisión • jornadasem@jornada.com.mx
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Portada: El corazón de la razón Foto: © Daniela Edburg
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Jornada Semanal • Número 963 • 18 de agosto de 2013
José María Espinasa
Lospremios L
os premios literarios, como las becas del Fon ca, son hoy fuertemente cuestionados. Me voy a ocupar de los primeros, y en especial de dos de ellos, tal vez los más prestigiosos, el Villaurrutia y el Nacional de Poesía Aguascalientes. Del primero Gabriel Zaid, uno de los críticos más punzantes de la economía de la cultura en México, propuso recientemente unas reglas de operación que, mientras las leía, me producían cierta angus tia. Para empezar, más allá de las razones que el poeta esgrimía para sus propuestas, lo que yo sentía era crecer detrás de las palabras una absoluta des confianza y un sentimiento de que aquella propues ta era no sólo inaplicable sino un síntoma de algo mucho peor. Los premios, sobre todo cuando crecen en número, monto y prestigio, traen consigo sos pechas de corrupción muchas veces no compro bables. Y eso constituye, por acumulación, una pérdida de confianza en ellos como instrumentos mediadores entre el texto y el público. Hace unos diez años o un poco más, el Premio Aguascalientes era un referente cada año, lo ganara quien lo ganara; el libro era leído por los otros poe tas, discutido, comentado por los críticos, y todo ello conseguía algunos lectores para un género que, como sabemos, no los tiene en gran número. Hoy, dicho premio, aparte del monto económico y el prestigio curricular para el autor, significa muy po co. ¿Por qué ocurrió esto? En parte porque hay más –hay quien dice que demasiados–premios, en parte porque ha habido fallos muy cuestionables cualita tivamente hablando. Pero un factor en el que nadie repara es el editorial: ese premio mantuvo su im portancia gracias a que el libro premiado era publi cado por Joaquín Mortiz, en su colección Las dos orillas, cada año. Se anunciaba el ganador y unos meses después el libro estaba en librerías. Ya antes se habían publicado adelantos, entrevistas con el premiado y hasta algunas críticas. Con el libro ya en la mano se leía y discutía. Se podía uno llevar gratas sorpresas o terribles decep ciones. Pongo un ejemplo personal. Cuando lo ganó Jorge Hernández Campos por Sin título, en 2001, me gustó tanto el poemario que releí de nuevo una obra poética que ya había dejado de lado con cierto des dén y la revaloré. Sé que a algunos otros lectores les sucedió algo similar. El jurado estuvo integrado por Víctor Sandoval, Juan Gelman y Jorge Esquinca. Los rumores sobre la manera en que se eligió al premiado abundaron, pero lo único realmente ve rídico y comprobable fue el texto, y el texto es muy bueno. Cuando el texto no lo es los lectores juzgan y emiten su veredicto. El problema es cuando no lo leen, pues se da carta blanca a esa, ya no la llamaré corrupción, sino irresponsabilidad. El último premio Aguascalientes publicado por Mortiz fue, creo, Boxers, de Dana Gelinas, de 2007. Luego vino una época extraña en que se ha cambia do con mucha frecuencia de editorial –recuerdo premios publicados por Lumen, Era, y recientemen te, el fce . Ya para ese momento, acorde con la polí
Ilustración de Huidobro
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Lo que sí aumenta son la grilla y la corrupción. Hay que tratar de mejorar los que ya hay, antes que crear nuevos.
tica de las librerías, de franco boicot a la poesía, era muy difícil encontrar esos libros, incluso en las li brerías educal, pertenecientes al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, máximo convocante del premio. Se suprime así el juicio, esencial, de los lec tores, y se deja el espacio libre a la desconfianza como elemento que lo permea todo. Y, por lo tanto, todo fallo no es cuestionable en sí sino fruto de la corrupción. ¿Cómo combatir esto? Las medidas propuestas por Zaid respecto al Villaurrutia van en ese sentido y son fácilmente adaptables a otros premios, pero como lo dije, son síntomas y no la enfermedad mis ma. En el Aguascalientes se han tratado de aplicar ciertas medidas, desde la formación del jurado, en la que es frecuente incluir a un poeta extranjero de prestigio, hasta un sinnúmero de restricciones en la convocatoria. Pero me parecen más importantes
medidas que podemos llamar pe riféricas, como volver a firmar un convenio por parte de los convocan tes con una editorial para su publicación cada año, e incluir compromisos (de ambas partes) de promocionar el libro: si se recupe ran lectores se recupera capacidad de juicio co lectivo. El fce es una muy buena opción. Las medidas restrictivas y coercitivas en los re glamentos o en la elección de los jurados en los premios no resuelven gran cosa, tampoco la “ven tilación” de las reflexiones y discusiones que llevan a otorgar un premio, aunque la manida acta de pre miación sí debe ser un documento mucho más tra bajado y no para cumplir con el trámite. Hay que apostar, en cambio, por la responsabilidad de las lecturas que lo otorgan. Una buena medida pue de ser aumentar a cinco los jurados (dos no mexi canos) en los premios de importancia. Otro asunto es el monto: se ha aumentado en ciertos casos irreflexivamente la cantidad pensan do que eso aumenta su prestigio e importancia. No es verdad. Lo que sí aumenta son la grilla y la co rrupción. Hay que tratar de mejorar los que ya hay, antes que crear nuevos. Los dos que han servido de ejemplo, Villaurrutia y Aguascalientes, tienen ya una larga vida. Otro, también con prestigio y reco rrido, es el Premio fil (antes Rulfo). La pérdida de confianza en los premios como mediadores culturales ha ido en caída libre; el pro ceso de recuperación será, en cambio, si se da, de forma lenta. Hay que empezar ya, antes de que sean mecanismos irrecuperables, pero no se los de be confundir ni con la simple publicidad ni con veredictos críticos (ningún premio garantiza la ca lidad de lo premiado). Los jurados suelen ser for mados por escritores y perder la confianza del lec tor también los perjudica a ellos. Esa pérdida es la que ha llevado a la situación actual, en donde el escritor como tal cada vez cuenta menos, se confía poco, y sólo interesan los que son figuras mediáti cas. Cuando el juicio del lector se desplaza al del espectador televisivo o al “navegante” de la red, (casi) todo está perdido •
voz interrogada entrevista con Aurélie Semichon Jaimeduardo García
18 de agosto de 2013 • Número 963 • Jornada Semanal
La directora se compenetró del cosmos musical de Estrada porque sus dos pasiones, el cine y la música, le afloraron la percepción para filmar el documental, pues sus anteriores trabajos, Astrid Hadad. La Tequi lera; el cortometraje de una comedia musical; un ci neconcierto Jʼai Deux Amours en el marco del Festival de Cine Franco Mexicano en 2007, donde se proyec taron películas con música en vivo, muestran esa dualidad que se refleja en Murmullos… La realizadora afirma que “un documental de be entrar en la intimidad del artista. Por ello me interesaba introducirme al mundo de Julio. Mi punto de partida es cuando muere su papá. Él se va a Jalisco, lee Pedro Páramo y, según yo, Julio se iden tifica con Juan Preciado y empieza a hacer un lar go viaje, su ópera Murmullos, que primero se lla mó Doloritas y finalmente quedó en Murmullos del Páramo”.
Murmullos de
Julio Estrada:
simbiosis de música e imágenes Julio Estrada y Aurélie Semichon. Foto: unam.mx
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omo si el tiempo fuera un mito, Aurélie Semi chon tardó diez años en realizar Murmullos de Julio Estrada, un documental donde dos len guajes (música e imágenes) se complementan para gestar un discurso estético que refleja la sen sibilidad de Estrada para crear la ópera Murmullos del Páramo, inspirada en el universo sonoro de Juan Rulfo. La documentalista francesa confiesa cuál es el fundamento que la motivó a filmar ese proceso: “La imaginación al servicio de la música.” Aurélie (nació en París pero llegó a México hace dieciocho años) se convirtió en compañera de trave sía de Julio Estrada durante todo el proceso de inven ción de su ópera. Murmullos de Julio Estrada (la pre mier se presentó en abril en la sala Manuel m . Ponce del Palacio de Bellas Artes y se estrenó en tvunam ) no es un documental convencional, como señala su autora, aunque aparecen entrevistas con Estrada, con intérpretes, compositores, amigos y familiares. Presenció y grabó ensayos en Francia, Alemania y México con una intención: mostrar la filosofía de la obra del músico a través de imágenes oníricas.
Aurélie Semichon, quien estudió Historia del Ar te y una licenciatura de Estudios Cinematográficos en la Universidad París viii , cuenta que transcurrió un largo período para concretar Murmullos de Julio Estrada (una década), el cual empezó con una ópera radiofónica, “aunque yo llegué después, cuando él iba a escribir Murmullos en Alemania. Allí arranca la historia del documental; tratar de asimilar qué pasa en el núcleo interno de Julio, porque su mú sica es muy difícil de entender, pero cuando lo ves comprendes su proceso artístico”.
Un documental atemporal En Murmullos de Julio Estrada el tiempo se desvanece ante las imágenes. ¿Fue esa la intención o se fue de sarrollando durante la filmación? La directora gala responde: “Julio no es un artista a quien el tiempo lo presione para crear. Cuando le pregunté cuánto tar daría en hacer su ópera, me contestó: ‘El tiempo que sea necesario, podemos hacer una primera versión o una segunda’. No sabes cuánto durarán sus ciclos.
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Es atemporal porque es una historia sobre la memo ria; se confunden realidad y ficción.” Al hablar acerca de la planeación para filmar Mur mullos…, explica cómo transformó la música en imá genes: “Concebí la estructura en tres planos. El pri mero, las entrevistas, la información y el contenido; el segundo, la observación; era muy importante ates tiguar cómo trabaja, cómo dibuja (lo hace para en tender todos los parámetros de un sonido) y, el ter cero, el plano visual. Fue muy importante desarrollar con Julio las analogías sonoras de la literatura rul fiana a través de su trabajo y encontrar mis propias anal ogías para visualizar su música por medio de su historia profesional y personal. En el documen tal coexisten el mundo literario, musical y visual. Eso construye un solo universo.”
Pasión y vida Semichon externa que no fue propiamente la música del autor de El sonido en Rulfo: “el ruido ése” lo que la inspiró a iniciar el proyecto. “Me motivó verlo can tar con pasión y cómo vive su música. Su filosofía es otro elemento que me atrajo, pues trabaja basado en la libertad y el imaginario. Retomó el ʼ68, como decía Dany Cohn Bendit (el célebre Dany el Rojo del mayo francés): ‘el imaginario al poder ’. Julio retomó esta frase y la adaptó a su circunstancia: ‘La imagina ción al servicio de la música.ʼ” Mezclar música e imágenes es una simbiosis para ella. Aurélie Semichon refuerza su argumentación con dos secuencias de Murmullos: “En una se ve a Julio co mo un fantasma en una hacienda en ruinas leyendo un fragmento de Pedro Páramo. En otra aparecen fotos del desierto de San Luis Potosí y la voz de una actriz dice: ‘Allí uno quisiera vivir para la eternidad’. Son elementos que crean una ambientación perfecta.” El cine y la música desarrollaron en Semichon una especie de guía sensible para el ámbito profesional y el camino de la vida, pero recalca que definitiva mente el primero es su gran pasión: “En la secundaria estudié cine. Nos facilitaban una cámara súper 8 mm y filmábamos. A los trece años mi papá me regaló una Beaulieu súper 8 mm [me muestra la página de un periódico francés de 1989, donde aparece ella en una fotografía con esa cámara en el Muro de Ber lín al momento de ser derribado, mientras graba a un hombre que da un martillazo al macizo de concreto]. Esos fueron mis inicios en el cine.”
Documental-ficción Recuerda que cuando estudiaba la maestría de cine en París, que dejó inconclusa porque llegó a vivir a México, quería hacer un documental-ficción. “Pero me decían: o es un documental o es ficción, era in concebible proponerlo. Veinte años después todo el mundo lo hace, se volvió un género.” Considera que en la actualidad hay un auge y mucha voluntad para filmar documentales. “En 2001, cuando empecé a hacer el trabajo de Julio, la gente no estaba dispuesta a ayudarme, porque la mú sica contemporánea no le interesaba a nadie, tam poco los procesos artísticos. Ambulante te apoya si son documentales que abordan problemáticas in dígenas, sociales o políticas. Por ello me fue difícil producirlo. Hoy percibo cierta apertura a esa co rriente, son fenómenos cíclicos, también depende de quién está en el poder.” •
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El Apocalipsis según Élmer Mendoza
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ncontré al maestro Fernando del Paso escu chando un reloj. Quizá recibiría un premio en los siguientes minutos o daría la vuelta al par que en ochenta viernes. Un hombre pálido nos observaba. Maestro, ¿es el reloj de Olmütz? ¿Lo re conociste por la hora? Sí, son las siete; ¿sabe una co sa?, soñé que usted escribía el libro de las cuatrocien tas mil páginas. Sonrió. Es una maravilla, cuando no trabajo en él se escribe solo, quiero decir, por sí mis mo. Órale. Es, cómo expresarlo, como la memoria de Carlota que soñó un “oscuro diario de veintidós mil días que se transforman en veintidós mil noches”. Era incapaz de olvidar, según recuerdo. De olvidar su época, números hechos y múltiples espacios del mundo, y también palabras que nunca escuchó ni mucho menos pronunció, “la memoria viva de un siglo congelada en un instante”. Qué cuero esa Car lota, ¿no? Más bien, “tenía buen lejos”, tan inteligen te como Cleopatra pero con menos suerte. Pa’ mí que a las dos les gustaba el rocanrol, no diga que no, aun que por ahí ella afirma que se queda “en sueño con los ojos abiertos”, con su pubis de nido de arañas, agregaría más adelante. ¿Crees que haya sido lectora de Xavier Villaurrutia? Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera. Pienso que sí, y también de Gilberto Owen: Me quedo en tus pupilas, sin convite a tu fiesta de fan tasmas, ¿se acuerda? Yes en inglés. Oui en francés.
Palabras soñadas durante la lectura: poriñaritu. Arrimancera, rodaballo Fernando del Paso es un creador de personajes. Car lota es un nombre, el nombre de una mujer que quiso ser la emperatriz de México, o de la mujer de Maxi
En la embajada de México en París Foto: Jacqueline Colde/ archivo Del Paso
DelPaso
miliano, fusilado en el Cerro de Las Campañas el 19 de junio de 1867. Eso decían los profesores o mis ma yores, y cantaban la canción de las narices de pelota. Del Paso la convirtió en el personaje más vibrante y aglutinador de la literatura mexicana contempo ránea en Noticias del Imperio, que celebra veinticin co años de su lanzamiento. Dicen que es una novela barroca; puede ser, sobre todo por el manejo copio so de hechos, personas, armas y lugares que son par te de la cultura: Strauss, Matternich, Napoleón, Juárez, Pío Nono, Victor Hugo, Sisi, José Zorrilla, Mariano Escobedo, Schönbrunn, Versalles, Miramar, Tullerías, Chapultepec. Sin embargo, la veo comple tamente echereana, quiero decir, que algunas de las claves de su genialidad radican en la combinación entre los estático y lo dinámico. Los hechos históri cos forman las edificaciones, escaleras, ventanas y exteriores donde los personajes suben, bajan, vuelan, huelen e impactan nuestros pensamientos y emo ciones. La conjunción de ambas sensaciones provo ca que se tome fácilmente como un detallado libro de historia unido a extraordinarias combinaciones de espacios, personajes, objetos, animales, frutas y bebidas citados uno tras otro sin que se requiera pre cisión de fechas o lugares en donde pudieran haber ocurrido. El barroco posee un ritmo narrativo que monopoliza el autor; en Noticias del Imperio, ese ritmo corresponde a ese género literario.
M e rebasó frente al Ojo de Liebre en la Baja Mil,
maestro. No me interesaba ganar esa carrera, pero la encontramos cuando hacíamos un viaje familiar a Nueva York y sólo tuvimos esa opción. ¿Pasó por Nueva Orleans? Las huellas de Juárez no me dejaban
dormir, ni sus manos impregnadas de nicotina, ni su cabeza. Era obstinado: me contó cómo consiguió que lo llamaran Don, de la cantidad de gente que le pidió que indultara a Maximiliano y del insoportable líqui do que le vertían en el pecho al final de su vida. ¿Y bailó en la Guelaguetza? Mira al señor de traje oscu ro, ve cómo observa su reloj, ahí radica su corazón y también el archiduque. Me gustó Max cuando fue a Funchal, la primera ciudad europea fuera de Europa, con más de quinientos años de historia desde su fun dación. Allí murió Sisi. También en Cuernavaca se veía animado. ¿Y en Orizaba? Más fatal imposible. Oiga, su Benito Juárez es muy listo, ¿no? Bueno, tenía sigue
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ensayo una idea de él, pero conforme avanzaba en la inves tigación lo fui comprendiendo y puedo decir que ahora lo aprecio más. A la mayoría de los que hemos visto viajar por sus páginas nos ha llegado al cora zón; siempre lo percibo fumando un puro, correcta mente vestido y muy peinado, conversando con su secretario. Fue un hombre de amigos. Y de suerte, no diga que no, y quizá como Carlota también tenía un mensajero áulico. Más bien buen jinete. Lo hubiera puesto en una mula, como a Blasio. Te prometo que hice lo que pude. Cada nombre, cada edificio, cada fusil, cada acti tud y cada churretera juega en Noticias del Imperio. Uno pasa de los hechos a la ficción con sólo parpa dear. Las palabras no ocultan intenciones como en el Barroco, son claras y su significado no requiere com probación. Nada de retorcimientos o claroscuros. No hay pérdida de sentido en el discurso literario de Fernando del Paso; cada expresión está en su sitio y, como pocas veces, se experimenta la emoción de la sorpresa, el aprendizaje o el hallazgo. Hay una esté tica valorada por el ritmo con que esos nombres de personajes, barcos, palacios, estaciones, enferme dades y lejanías se van tejiendo en la imaginación como un espejo convexo. Del Paso cuenta todo y con sigue una intervención de la memoria absoluta mente efectiva. Las partes estrictamente históricas están escritas en tono de novela; por ejemplo, la del sitio de Querétaro, donde Maximiliano fue tomado preso y fusilado. Utiliza un close up en el fusilamien to para que podamos ver a un creyente que desayuna caldo de pollo y reparte monedas entre el pelotón para que no le tiren a la cara. Llegó el cerrajero y le dio la llave de la Biblioteca Británica donde mucho tiempo después David Lod ge practicaría su sardonismo. La cantidad de fuen tes de información que debí consultar fue inmensa y cada vez que fue necesario di créditos. Les comenté a los batos de Google y lloraron, dijeron que sentían mucho no haberle sido útiles, quedaron en invitarlo a almorzar pero les dije que no: sólo comen hambur guesas y papas fritas que se bajan con cocas. Dema siado sibaritas para mi gusto. Si lo leyeran quizá to marían alguna idea de los banquetes del Palacio Imperial: “mouse de aguacate con trozos de queso blanco y pimiento rojo”, o podrían enamorarse de la madre Eugenia de Montijo. Son chicos de gustos ex traños. La que está que nomás tienta es la princesa Salm Salm, hasta dan ganas de invitarla al cine. El cine lo menciona Carlota cuando le enumera los nuevos inventos a Maximiliano. Les hubiera en cantado El rey león, la bicicleta, la bacinica con mú sica, preludio de los retretes japoneses. ¿Cree que haya leído a Julio Verne? Es probable, la primera novela de Verne apareció en 1863 cuando ella tenía tiempo para leer. Pobres, se creían indispensables, a poco no. ¿Tú qué crees? Maestro, ¿se echó sus tra gos con los Rollings cuando vivía en Londres? No más con Mick Jagger. Órale.
Palabras: astrolabio, gutapercha, gualdrapa En esta novela el manejo del tiempo se ajusta al prin cipio echereano de fijomóvil. Los capítulos en donde cuenta la época y vemos a Juárez, a Forey, a Bazaine, a Napoleón iii, a Maximiliano, al grupo de mexicanos que busca un príncipe para México y una extensa cauda de personajes, se ubica en tiempos y espacios muy definidos. Señala actos que van desde 1861 a
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Palabras soñadas: Lacroma, Calpulalpan, Golkonda Para un narrador que busca, Noticias del Imperio es una revelación, sobre todo el monólogo de Carlota, que en partes es una larga misiva a la nada, quiero decir una minuciosa reflexión del contacto hu mano y físico que la rodeó, y en otras, un diario íntimo que expresa la parte compleja del per sonaje. Ambas perturbadoras. Del Paso nos entrega una Carlota que sabe e imagina, que arma y disloca, que nombra. Todo en un ritmo constante y dinámico que contri
1872, cuando la Intervención ha concluido y ocurre la muerte de Juárez. En los capítulos denominados “Castillo de Bouchout, 1927”, escritos en primera persona para la voz de Carlota, tanto el tiempo como el espacio son producto de la imaginación enferma del personaje que genera un mundo a su medida y le aclara el recuerdo de Maximiliano: “Para echarte en cara todas tus mentiras es que cada noche viajo hacia atrás en el tiempo”, afirma Carlota, que vivió hasta 1927. Sin duda, esta libertad, que jamás pierde coherencia puesto que se mencionan hechos ocurri dos antes y después de ese año, es uno de los recursos más efectivos del discurso del maestro y, a mi pare cer, una de sus enseñanzas más significativas. Durante 3 mil 666 días le ató los sueños, la boca, las palabras y las reacciones febriles a María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina de Bélgica. La hizo decir: “Desciendo del castillo en el que vivo, que es mi cabeza, desciendo de un palacio tan gran de como el universo, con puertas y ventanas que se abren a toda la historia y todos los paisajes, descien do y salgo por mi boca y mis oídos, y me asomo a mis ojos, afloro a mi piel, sólo para darme cuenta de que estoy encerrada en un mundo que me ahoga.” Al final se valió del Caballo de Troya, no diga que no. 3 mil 664 días utilizó para vencer la soledad de Pablo Benito Juárez García y esculpirle el busto definitivo que encontramos en todas las plazas de la Repúbli ca Mexicana. 3 mil 662 días pasaron y no se atrevió a embalsamar de nuevo el cadáver de Maximiliano Fernando José, archiduque de Austria: “ligero hasta la frivolidad, errátil hasta el capricho, incapaz de constancia, irresoluto, obstinado...” y, bueno, adora do por las queretanas hasta el delirio. Maestro, en aquel tiempo sobrevivió a varias ventanas y dio lar gos paseos por el Palacio de Buckingham y por el cuidado jardín de la Maison du Mexique en París. ¿Cuántas veces fue a Viena a conversar con los inven tores del cuernito? No muchas, escribía más o menos tres horas al día y dibujaba, el dibujo es un arte que me relaja; también escribía sonetos. ¿Conoció a Bri gitte Bardot? No, Socorro la encontró una vez re cogiendo gatos muertos por Saint-Germain-de-Prés, pero nada más. París es una ciudad descarada. Sólo en los restaurantes españoles.
buye a dar perfil a un personaje fuera de sí, en con traste con la parte histórica cuyo ritmo atemperado e impotente; como él afirma, construye “un mundo no velístico autosuficiente”. El ritmo es un elemento que consigue proyectar a Carlota como un personaje in asible, cuya poderosa voz toma lo que encuentra, en primer término al lector atento y en segundo al escri tor minero, ése que horada la oscuridad en sus bús quedas. Desde luego, el tejido de los diálogos es una potente propuesta de estilo, aspecto que los de la generación posterior pudimos tomar y proyectar. Maestro, aposté que usted enseñó a Salvador No vo a crear frases publicitarias y gané. Las ludopatías
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ensayo
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deberían tener un santo. Su hijo no quiere, dice que no apreciamos sus películas. Respétenlo, es un chico muy simpático. ¿Por qué puso a Maximiliano tan llo rón? Para que no lo quisiera Platón. Raúl Cervantes Ahumada tuvo un amor platónico con una tatara nieta de Castagny, aquel francés que salió huyendo a todo galope de Culiacán, ¿se acuerda? ¿Cómo fue eso? Se la echó al plato. Ah. Soñé a Carlota que decía: “Por los sueños no pasa el tiempo.” No me digas. Bi chita, como Luisa María la echó al mundo el siete de junio de 1840. ¿Y? Pensé en la de horas que usted y doña Socorro pasarían con ella, tan demandante, ter ca e imprevisible; Leonor piensa que hasta la senta
ya se fue. ¿Quién dijo eso? ¿No? Pues atraviésele un busto de don Beno y a ver qué pasa. Lo pensaremos.
Palabras soñadas durante la relectura: volován, foi gras, fondiú, gabacho En el siglo xix acusaban a Alejandro Dumas de violar la historia en novelas como Los tres mosqueteros que desarrolla personajes históricos, y él respondía sin recato: Sí, la he violado pero le he hecho un hermoso hijo. Nunca he escuchado que digan eso de Fernan do del Paso, que confiesa fundamentarse en Rodolfo
novela, desde el pregón y el torbellino vocal de Car lota, hasta la matización política de las palabras de Benito Juárez, tan orgulloso de sí mismo. Y son estas voces diversas la guía principal en la narrativa de Del Paso, donde la modernidad no tiene límites. Qué buena rolita “La paloma”, ¿no, maestro? Es hermosa, sí. Debe haberse venido la Carlota con ella, no diga que no. Le gusta mucho. La he escuchado con Nana Mouskouri y está criminal; hace un par de años, Andre Rieu la tocó en el Auditorio Nacional y pude ver a Carlota, a Concepción Sedano, a Félix Salm Salm y al general Escobedo orinándose a goti tas. Había una corriente de habaneras hacia el mun do. Dice usted que bailaban valses y mazurcas. Maxi miliano pensaba demasiado en divertirse. Y luego se iba a los Jardines Borda de cacería. Cazaba maripo sas sin red. ¿Se imagina si hubiera encontrado a los de la Marina? Bueno, él era marino. Para mí que le po nen los ojos negros de Santa Úrsula antes de tiem po, ¿y este bato? Señalé al hombre de traje oscuro. El maestro volvió a su reloj. Siguen siendo la siete. Ésa que viene llegando, ¿es Carlota? Es Pepita Peña. Óra le, está bien potable, con razón Bazaine se resistía a salir de casa. La historia no es tan caprichosa, ya ves que después lo ayudó a escapar. Sí, pero usted puso puras viejas buenas, con razón Maximiliano no se quería regresar. No exageres. Esa Esperanza que apa rece en Querétaro es especial, ¿verdad? Bueno, la belleza siempre es especial. Y de qué manera, ¿no?
Palabras soñadas: Pelargonio, Kolubara, Gödöllö El interés que despierta Noticias del imperio en su cuar ta parte final, la que tiene que ver con la caída del im perio y el proceso de Maximiliano, es doctoral, muy documentada, e incluso nacionalista. Muchas páginas con aire histórico, incluso el monólogo de Carlota se enriquece sin perder su funcionalidad. Sin embargo, jamás los personajes históricos dejan de ser persona jes literarios. El tejido de expresiones provenientes de citas y las naturales de novelista nos conducen de un punto a otro con la certeza de que estamos en una no vela. Fernando del Paso nos muestra cómo las pala bras son las que tienen el poder, sin importar su ám bito, y es el ritmo el que comanda la narrativa.
Puerto de Veracruz, llegada de Carlota y Maximiliano,1864. Imagen tomada de: memoriapoliticamexico.org
ron a su mesa y aunque usted probó los chilaquiles que ella se comería, igual los rechazó. Lo más difícil fue cuando no nos dejaba dormir, llenaba la habita ción de lamentos y conminaba groseramente a Maxi miliano: “Cómo te hubiera gustado, sí, Maximiliano, que yo te abriera las piernas una y muchas veces más para satisfacer tus deseos inmundos. No lo hice, y no me envenenaste la sangre, pero bastó que te con o ciera, bastó que te amara alguna vez, para que en venenaras mi vida.” Órale, ¿y el bato lloraba o se peinaba la barba? La ignoraba. Debe haber sido un tiempo difícil. Hay desprendimientos que no tienen reserva y Carlota fue uno de ellos. Lo bueno es que
Usigli, Jorge Luis Borges y Gyorg Lukacs, y trata de “conciliar todo lo verdadero que pueda tener la his toria con los exacto que pueda tener la invención”. Los lectores de novelas históricas que conozco que han recorrido las páginas de Noticias del imperio con fiesan tan fuerte fascinación por el sagaz tratamien to literario, que dejaron de lado la precisión de los datos, que se perciben prontamente como instru mentos de emoción, sin importar su variedad; por que, como escribió Jaime Labastida, el autor asumió en su condición de creador “la dura prueba de es cribir con una voz exacta”, que sería la precisa com binación de las voces desarrolladas a lo largo de la
Maestro Del Paso, gracias por mostrarme el cami no, nunca olvido cuando me dijo: Hay que tomar el toro por los croissants. El señor de traje oscuro mira su reloj y ha tomado una decisión. Noticias del Imperio es alucinante, en la relectura me volvió a atrapar, para mí que Carlota secuestró al hijo de Lindbergh. Viene hacia nosotros. No se preocupe, ahorita le parto su madre al bato. No escuchó el reloj. ¿Puedes ver la hora? Son las siete y uno, maestro. Exacto, deja que se aproxime, y en cuanto a lo que hemos conversado: intenta ser maestro, nunca te perdonaría que fueras siempre discípulo. Ándese paseando, al cabo no me deja la vara alta, ¿eh? El tipo llegó, era transparente, con una m bordada en la solapa. El toro por los cuer nos, no lo olvides, y de esto no te preocupes, este señor es el notario de la corte, sólo voy a certificar la muerte del emperador. ¿Qué? Pero, acaso sus es tudios de medicina... Su traje era antiguo. Su reloj de leontina. Nos pusimos de pie, el maestro con un pe queño maletín que no había notado. Las maneci llas del reloj se desprendieron. Lo siguió. Dejaron un sonido gelatinoso, como el de los besos pensa dos. Chale •
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Religión, int
Del Paso publicista. Foto: archivo Familia Del Paso
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urante el reino en Francia de Francisco i , un protestante de nombre Jean Vallière fue quemado vivo en la plaza de Grève, debido a sus convicciones religiosas. Esto sucedió el 8 de agosto de 1523. Fue la pri mera víctima de la persecución religiosa en Francia. El 31 de marzo de 1771, durante el reinado de Luis xv , fue arrestado el pastor protestante Charmuzy, de Nanteuil. Falleció pocos días después en la prisión de Meaux tras haber sido golpeado brutalmente. Se le consideró, nos dice Pierre Miquel en la primera página de su libro Les Guerres de Religion –Las guerras
religiosas–, como el último de los pastores evange listas mártires. A continuación, en ese primer capí tulo titulado “Tres siglos de violencia”, nuestro autor agrega: “Hubo que esperar hasta 1778 para que los protestantes fueran admitidos como franceses casi por entero” (el subrayado es mío). En total fueron ocho las guerras de religión que tuvieron lugar, entre los siglos xvi y xvii , entre los franceses católicos y los franceses protestantes, lla mados estos últimos “hugonotes”, al parecer por que sus primeros adeptos solían reunirse al pie de un monumento dedicado al rey Hugo –siglo x –, funda
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Otro distinguido mariscal de Francia, Monluc, se hizo célebre por el martirio que ordenó aplicar a las mujeres de Agen: retacarles la matriz de pólvora para después hacerlas explotar.
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Fernando del Paso
dor de la dinastía que llevó su nombre, los Capeto o Stirps Capaticiorum. Dos siglos antes, la tierra fran cesa se había ensangrentado con otra feroz guerra religiosa, la de los cátaros, miembros de una secta de principios maniqueos apoyada por los grandes se ñores feudales del sur de Francia y cuyo trágico des tino benefició en gran medida a los Capeto. Se dio fin así a una herejía que sobrevivió cien años en la región de Languedoc. La larga lucha contra los protestantes se caracte rizó por una serie de atrocidades cometidas por am bos bandos. Sin embargo, la matanza espectacular de los hugonotes de París en la llamada Noche de San Bartolomé del 24 de agosto de 1572, instigada por Catalina de Médicis y el duque de Guisa y aproba da por Carlos ix , y de la que no se salvaron mujeres, niños y ancianos, fue la marca de sangre que le otor gó a los católicos la supremacía de la crueldad. Has ta cierta medida, era inevitable: aunque el movi miento hugonote en Francia adquirió dimensiones extraordinarias, la hegemonía de los católicos, tanto en número como en potencial bélico, les dio mayo res oportunidades para ejercer la sevicia. Pero las dos partes representaban dos fanatismos recalcitrantes. Los hugonotes vandalizaban las poblaciones católi cas siempre que les era posible, como sucedió con los pueblos del Valle del Sena: Athis, Mons, Ablon, Vi lleneuve-le-Roi y Vitry, y masacraban a sus habitan tes cuando también se les presentaba la ocasión de hacerlo, como sucedió en la ciudad de Nîmes en el día de San Miguel, en 1566, o día de la “Michelade”, en el cual todos los sacerdotes y religiosos católicos fueron degollados. Asimismo, los hugonotes vanda lizaban conventos, incendiaban iglesias y destruían cuantas imágenes de vírgenes y santos encontra ban en su camino. Siglo y medio más tarde, durante la llamada “gue rra de los Camisardos”, el cardador de lana André Castanel, en venganza por la muerte de su madre y su hermana en el curso de una “dragonada”, ex terminó a toda la población de la ciudad papista de Fraissinet-de-Fourques. Marillac, intendente de Luis xiv , se había encargado de inventar las drago nadas –dragonnades–, como se llamó a las brutales acciones de represión a cargo de regimientos de ca ballería a las órdenes del monarca. Los “dragones”, nos dice Miquel, definidos como “soldados de in fantería montados” –fantassins montés–, ejercieron
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tolerancia y barbarie
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el bandolerismo y sembraron el terror y el odio en toda Europa bajo la égida del Vizconde de Turenne, Mariscal de Francia –considerado por Napoleón co mo el hombre de guerra más grande del siglo xvii – y del príncipe de Condé, le Gran Condé, quien fuera el brazo armado del cardenal Mazarino. La misión de las dragonadas fue, durante un buen tiempo, la de imponer a los protestantes la conversión al ca tolicismo. Miles de éstos, aterrorizados, huyeron a otros países, pero se calcula que el número de con versiones forzadas alcanzó la cifra de cuatrocientos mil. Los hombres que se rehusaban a convertirse eran condenados a galeras por un mínimo de seis años. Azotados por la menor falta, sus verdugos les aplicaban sal y vinagre en las heridas para impedir la gangrena. Al que blasfemaba, se le perforaba la lengua con un hierro al rojo vivo. A uno de ellos, Jean Marteilhe, se le condenó a galeras a perpetuidad cuando tenía apenas quince años de edad. Por otra parte, los hugonotes, herederos espirituales de su coterráneo Jean Calvino –originalmente Cauvin, nacido en 1509 en la Picardía–, no sólo se propusie ron aniquilar todos los símbolos del politeísmo ca tólico y erigir una nueva Iglesia libre de corrupción: su meta era también la de crear una sociedad some tida a un puritanismo extremo en la cual se proscri bieran las danzas y los bailes, los juegos y las cancio nes, el teatro, las pelucas, los carnavales, incluso las fiestas votivas. En otras palabras, una sociedad en la cual estuviera prohibida la alegría. En un libro de más de quinientas apretadas pá ginas, Pierre Miquel nos describe estos y otros mu chos de los horrores cometidos por los soldados del rey y la nobleza. Al evangelista Jean Leclerc, de Meaux, le amputaron una mano y le arrancaron des pués la nariz, los brazos y las piernas. Otros hom bres de la misma ciudad, situada a orillas del Marne, fueron torturados y quemados vivos. En Saverne, en el Bajo Rhin, el duque Antoine de Lorraine, ca tólico fanático, masacró a dieciocho mil rustauds o “rústicos”, como se llamaba a los campesinos. En abril de 1545, en seguimiento a una decisión del par lamento de Aix, todas las casas de Mérindol fueron arrasadas y diecinueve impenitentes arrojados a la hoguera. También se dio muerte a una gran parte del resto de sus habitantes y los bosques circundan tes fueron devastados. Nunca más nadie podría edificar allí una casa sin la autorización expresa del monarca. En Cadenet, los soldados violaron a las mu jeres y les cortaron los pechos. Aquellas que habían encontrado refugio en un templo, fueron arroja das desde lo alto del campanario. Unas, degolladas. Otras, destripadas. A otras más, y a los niños, los vendieron como esclavos en L’Isle-sur-la-Sorgue. En los alrededores de los montes de Luberon, en los Alpes, tan sólo en el curso de un mes fueron incen diadas novecientas casas, destruidos veinticuatro poblados, masacradas más de tres mil personas y capturados seiscientos setenta hombres destinados a las galeras. Otro distinguido mariscal de Francia, Monluc, se hizo célebre por el martirio que ordenó aplicar a las mujeres de Agen: retacarles la matriz de pólvora para después hacerlas explotar.
Y San Bartolomé, como bien lo señala nuestro au tor, no se limitó a una noche –tras la cual, por cierto, la Reina Madre aceptó con satisfacción la felicitación del papa–: la violencia asesina de las turbas católicas se prolongó por varios días y en ocasiones por meses enteros. En Orléans, mil doscientas personas perdie ron la vida. En París fueron asesinados los estudian tes extranjeros del Barrio Latino: sus cadáveres en rojecieron las aguas del Sena. En Saumur y Angers, todos los hugonotes fueron degollados por órde nes del conde de Montsoreau. A mediados de sep tiembre, sufrieron la misma suerte los hugonotes de Rouen, a los cuales el obispo católico había tratado de salvar encerrándolos en una prisión. Las masacres se extendieron a Troyes, Lyon y Roanne.
Dibujos de Fernando del Paso Arriba izquierda: Castillos en el aire I, 1981 Derecha: Destrucción del orden IV, 1991
Las modalidades de la represión contra los here jes habían sido precisadas y reglamentadas desde el Edicto de 1547, al cual siguieron el Edicto Château briant de 1551 y el de Compiègne de 1557. Pierre Mi quel nos dice que, por ejemplo, a algunos prisione ros, condenados a ser asados en una parrilla, como San Lorenzo, si después de unos minutos de suplicio manifestaban arrepentimiento por su herejía, se les concedía la gracia de ser estrangulados. A otros, si persistían en su impenitencia, se les cortaba el labio superior y, si aun así no se retractaban, se les arran caba la lengua • *El presente texto forma parte del ensayo inédito titulado Los triunfos del islam.
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Antropología y estudios culturales. Disputas y confluencias desde la periferia, Eduardo Restrepo, Siglo xxi Editores, Argentina, 2012.
El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida, Michel Foucault, Siglo xxi Editores, México, 2013.
EL SISTEMA-MUNDO DE LA ANTROPOLOGÍA MARIANA DOMÍNGUEZ BATIS
D Quienes desde siempre han abrevado en el poderoso pensamiento de Foucault, pero lo mismo aquellos que apenas se acerquen a la obra del filósofo francés, encontrarán en estos escritos “sólo en apariencia ‘laterales’” un puente muy útil –los primeros– para conectar el corpus ya clásico de libros publicados por Foucault con su praxis, su estar activo en el mundo, mientras los segundos tendrán en estos textos –emanados de las clases y conferencias impartidas por el autor de Historia de la locura, incluso hasta días muy cercanos a su fallecimiento– una vía ideal para acceder a una ulterior profundización. Lo que ambos hallarán es la claridad y la lucidez tajantes para el análisis del conjunto de temas y preocupaciones que ocuparon constantemente la atención y el talento de este pensador siempre vigente: la situación y condición de todo género de seres excluidos, incluyendo a jóvenes, homosexuales, minorías sexuales, inmigrantes y locos.
El crimen de Los Tepames, Rogelio Guedea, Random House Mondadori, México, 2013.
Siguiendo la línea de las grandes novelas policíacas, el poeta, narrador y colaborador de estas páginas Rogelio Guedea (Premio Internacional de Literatura Carlos Montemayor 2012, Premio en la Semana Negra de Guijón 2009, Premio Adonáis de Poesía 2008), acompaña al lector a través de las investigaciones de Abel Corona, quien desvela las corruptelas de las autoridades en un pueblo en donde es mejor quedarse callado o huir.
ejar de lado la idea de la antropología eurocentrista, que en sus inicios se concentraba en el estudio de “los mundos exóticos”, para enfocarse en una visión de la antropología y los estudios culturales formulada “desde” y “por” América Latina, es el postulado central del científico social colombiano Eduardo Restrepo, quien busca reivindicar la investigación antropológica formulada en los países latinoamericanos –a la que califica como “comprometida”, “solidaria” y “crítica”– y despojarla del adjetivo de “pariente pobre” de lo que se considera “La Antropología” con mayúsculas. Para ello, el experto se vale de la teoría del “sistema-mundo” de Immanuel Wallerstein y de una serie de teóricos de la geopolítica del conocimiento, con el fin de desnudar las relaciones de poder que existen en la producción de la investigación antropológica. Además de ello, a lo largo del volumen, formula una contundente crítica de los mecanismos que relegan los estudios de los teóricos de la periferia (llámense los de América Latina, África o Asia, por poner tres ejemplos), en relación con los del centro (donde surgieron la disciplina y sus paradigmas: Inglaterra, Francia y Estados Unidos). Antropología y estudios culturales. Disputas y confluencias desde la periferia puede ser leído como un manifiesto, muy bien sustentado teóricamente, que defiende el quehacer antropológico de América Latina; mismo que resulta de sumo interés, ya que está escrito desde “la perspectiva de un antropólogo colombiano que ha realizado sus estudios de postgrado en Estados Unidos”, como él mismo se define. El volumen es fruto de las conversaciones de los últimos diez años entre Restrepo y sus colegas. En él, el también profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, atenta contra la idea de una “antropología auténtica”, y argumenta la existencia de una pluralidad de antropologías híbridas o derivadas. Defiende la existencia de estudios antropológicos que son distintos a lo que establecen los manuales de los padres fundadores de la disciplina. Se enorgullece de la característica “militante” de la antropología latinoamericana, utilizada, la mayor parte de las veces, como un instrumento político de transformación social y no sólo como el estudio que busca un “conocimiento ostentoso” del saber por el saber, como lo denomina, o de manera más grácil: “conocimiento florero”. ¿Dónde?, ¿con quién? y ¿cómo se forman las nuevas generaciones de antropólogos en América Latina?, son cuestiones que plantea el autor para desmenuzar y explicar las relaciones de poder existentes en la práctica antropológica. Un investigador mexicano, por decir algo, es más tomado en cuenta si hizo un postgrado en Inglaterra o en Estados Unidos, que si únicamente estudió en una universidad nacional; si publica en
una revista indexada internacional, que en una gaceta universitaria local; si escribe en inglés, que si lo hace en español, etcétera. Todo lo cual conforma un sistema que incluye a unos y excluye a otros, y es férreamente puesto en tela de juicio por el colombiano. Otra cuestión vital que aborda Restrepo son los estudios culturales, tan de moda desde hace algunos años y muchas veces identificados con los teóricos latinoamericanos. ¿Son una moda pasajera, un engaño teórico light y postmoderno, como los consideran sus críticos; ¿o acaso una panacea?, como los han calificado sus apologistas. El autor los dimensiona y delimita a partir de su práctica y herramientas, de lo que son y lo que no son, y los dota de las características de interdisciplinariedad y vocación política, principalmente. En un contexto globalizado como el actual, la antropología y los estudios culturales deben dejar de lado las caricaturizaciones mutuas y servirse una de los otros para lograr un conocimiento más completo y complejo de la sociedad, en opinión del teórico colombiano. Del mismo modo, los investigadores del centro y de la periferia están llamados a superar la densa red de relaciones de poder y flujos de influencia que existen en la antropología, con el fin de “no sólo interpretar al mundo, sino también intervenir en él”, en el más puro sentido marxista de la expresión •
Cine mexicano. Época de oro, s/a Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2013.
CINE MEXICANO EN ICONOS ISAAC WOLFSON
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osé María Sánchez García, pionero del periodismo cinematográfico en nuestro país y realizador de los primeros intentos por historiar el cine mexicano, logró reunir una enorme colección de aproximadamente 140 mil fotografías tanto de cine nacional como extranjero, del período que va de fines de los años '20 a fines de los '50 del siglo pasado. Tras la muerte de Sánchez García en 1959, Paco Ignacio Taibo i adquirió una buena parte de dicha colección y, luego de incrementarla con material fotográfico de los años '60 y un poco de los '70, la vendió a la Universidad Autónoma de Puebla, donde permaneció muchos años empaquetada y casi olvidada. Afortunadamente, en 2011 este tesoro iconográfico fue trasladado al Archivo Histórico Universitario, recinto idóneo para su preservación y resguardo, donde las fotografías están siendo identificadas, clasificadas y digitalizadas. Del 29 de agosto al 7 de diciembre de 2012 se montó en el Archivo Histórico de la buap una primera exposición fotográfica denominada Cine mexicano. Época de oro, con cincuenta y nueve imágenes correspondientes a algunos de los mejores y/o más importantes filmes mexicanos de las décadas de los '30, '40 y '50, además de fotos de seis conspicuos cineastas nacionales de esa época: Fernando de Fuentes, Emilio
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Fernández, Alejandro Galindo, Juan Bustillo Oro, Ismael Rodríguez y Julio Bracho. Este material fotográfico, junto con los pequeños textos alusivos a las imágenes, ha quedado plasmado en un libro de reciente aparición, cuyo título es el mismo de la exposición, que fue coeditado por el Archivo y la Dirección de Fomento Editorial de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Además de la identificación de los actores y la película, cada fotografía va acompañada de un pequeño texto alusivo al filme. Por ejemplo, el de Ensayo de un crimen (1955) indica: “Como un divertimento calificó Luis Buñuel su filme Ensayo de un crimen, última película de Miroslava, quien falleció pocos días después de que concluyó la filmación. Buñuel y Eduardo Ugarte adaptaron la novela homónima de Rodolfo Usigli, quien, por cierto, protestó por el sentido que se le dio a su obra en la película." El fotógrafo Agustín Jiménez ganó un Ariel por esta cinta, cuyo final, donde Ernesto Alonso se aleja hacia la felicidad del brazo de Miroslava, es, en opinión del maestro José de la Colina, "uno de los más espléndidos de la historia del cine" •
El abrazo de Cthulhu, David Miklos, Textofilia, México, 2013.
ABRAZAR UN LIBRO JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ
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os lectores de David Miklos (San Antonio, 1970) sabrán que El abrazo de Cthulhu es un libro que lleva varios años de preparación. Ya en La vida triestina se asomaba lo que sería esta colección de textos que toma la palabra “novela” por su significado original: lo novedoso e inclasificable. Robert Marthe apunta que una de las genialidades del género novela es que hace lo que quiere con la literatura. Su única “prohibición” estaría en su naturaleza prosaica, pero ni siquiera es así, ya que la narrativa puede incluir poesía o sólo ser poética, los límites los pone la calidad del autor. El nuevo libro de Miklos abraza estas ideas de la novela: si no incluye poesía en El abrazo de Cthulhu es porque sus dotes de camaleónico narrador podrían verse afectadas. Esta conjunción de textos incluye una narrativa elaborada y extensa, pero es también ensayo e investigación literaria, autobiografía y diario. Por lo mismo es difícil atrapar una trama. Conviene recordar una de las anécdotas autobiográficas que dan paso a las distintas historias del
libro: de niño, el narrador, como Miklos, leyó los Relatos de los mitos de Cthulhu y entendió “la esencia del miedo”. Nuestro protagonista (o al menos uno de ellos) dormía abrazado a los volúmenes viejos que empezaron a gestar una inquietud creadora que se desenvuelve a lo largo del libro. El abrazo de Cthulhu está compuesto por fragmentos, distintas perspectivas y formas de aprehender lo incomprensible de la memoria. Miklos no es un novato en las focalizaciones, ya en su novela anterior, Brama (Tusquets, 2012) hacía buen uso de esa técnica para contar la historia de una casa y de las personas que la habitan. En El abrazo de Cthulhu hay historias que brincan tiempos y espacios, por momentos encontramos inicios de ensayo con notas al pie que se revelan como relatos. Es en estos aspectos donde Miklos encuentra su mejor yo. Aprecio su soltura narrativa y su capacidad para modular sus diferentes voces, aspectos que por más que ya haya trabajado llegan a un fin distinto que apenas es una muestra de lo que un futuro libro de Miklos podría ser. Y es que El abrazo de Cthulhu puede no ser el mejor libro del escritor, ni una joya entre su creciente bibliografía, pero sí es un detalle importante, una prueba de que Miklos no es uno de los escritores de su generación (lo que sea que eso signifique) más relevantes sin pruebas. El abrazo de Cthulhu me emociona más de lo que me gusta, y no es porque sea un trabajo menor: no lo es. Al contrario, este es el libro más ambicioso de Miklos, el más atrevido, el que apuesta por atraer lectores lovecraftianos. Mientras que el mejor logrado de sus libros es Brama, El abrazo de Cthulhu es, sí, un libro que el lector agradece. Dentro de los apuntes autobiográficos (ficticios o no), el lector también se descubrirá a sí mismo abrazando su infancia y sus temores •
Tula, Robert f. Cobean, Elizabeth Jiménez García, Alba Guadalupe Mastache, fce - fha , México, 2012.
HISTORIA INCIERTA Y GLORIOSA RAÚL OLVERA MIJARES
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xisten más preguntas que respuestas en torno a la legendaria ciudad de Tula-Xicocotitlan, ocupada por grupos de invasores probablemente del norte durante la dominación azteca y abandonada ya en época de la conquista. Es posible rastrear cuatro siglos en este asentamiento, uno de los más remotos en Mesoamérica, y más particularmente en el centro de México. Se conoce que hacia el año 1000 de la era cristiana, Tollan, lugar donde abundan los juncos o las cañas, constituía la capital de un Estado, cuyo comercio y poder se extendía hacia el norte (el Bajío y el Occidente) y hacia el sur (llegando hasta Centroamérica). Dos fundaciones diversas, Tula Chico, abandonado probablemente en época de la influencia teotihuacana, quinientos años antes, durante l o s enfrentamientos entre los seguidores de Topiltzin
LOS TRABAJOS de Álvaro Mutis
Textos de Bada, Bustamante y Rey
Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, que se asientan en las crónicas, y Tula Grande, cuyos templos c y b guardan un curioso paralelismo respecto de las pirámides del Sol y la Luna en Teotihuacán, en la orientación oeste y sur. La pirámide c está coronada por los famosos atlantes, esculturas megalíticas de 4.60 m que representan a los guardianes de Tláloc con penacho rígido, lanzadardos y ornatos propios de estos míticos seres. Enclavada en diversos montículos del Valle del Mezquital, que riegan las aguas de los ríos Tula, Rosas y Salado, Tula Grande se erigió sobre una serie de plataformas elevadas que se emparejaron por la mano del hombre valiéndose de material de relleno como tierra y rocas. Tanto la agricultura de temporal como la de riego, mediante una ingeniosa red de acequias y re p re s a s , f l o re c i e ro n e n l a re g i ó n , a d e m á s d e l o s yacimientos de piedra cali za, material indispensable para preparar los valiosos estucados, bases del comercio y el trueque. Una dualidad parece dominar la historia de Tula, la de dos poderes: uno antiguo, el de Teotihuacán, Xochicalco y Cacaxtla, y otro más reciente, el tolteca-chichimeca. Diversos grupos lingüísticos convivieron en la región, principalmente nahuas y otomíes. La escritura, que parece no ser fonética sino ideográfica, podía leerse en diversas lenguas. Los dioses principales eran Tláloc, Xiuhtecuhtli, Tezcatlipoca, Mixcóatl, Itzpapálotol, Huehuetéotl y Xipe Tótec. Existe una continuidad entre Tula y Tenochtitlan, incluso cierta semejanza con los dos promontorios del Templo Mayor y su orientación, la presencia de un tzompantli o lugar donde se colocaban las calaveras, la práctica de la guerra florida, la figura del Chac Mool, que servía como altar donde se inmolaba a las víctimas. El arqueólogo mexicano Jorge r . Acosta inició la exploración y el estudio del sitio en la década de los '30, a quien seguiría una hueste de investigadores entre nacionales y extranjeros. Queda ciertamente mucho por precisar acerca de esta ciudad, fundadora de una civilización: faltan las fuentes escritas y las excavaciones del aérea completa plantean retos no menores •
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próximo número
Candados del amor, Vilma Fuentes
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arte y pensamiento ........
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Jair Cortés Felipe Garrido
Canción Luego Clara lo propuso y salimos al jardín, las copas en las manos, grupitos de tres o cuatro enlazándonos con los brazos por los hombros o por el talle, Mirtha coqueteando –un guiño, el roce de una mano–, con ese buen humor que dejan siempre el arroz con alcachofas y conejo, las habas en verde, los gusanos de maguey, las botellas de tinto, una tras otra, inacabables, los racimos de uvas, los quesos, y el aire tibio donde empezaba a sentirse el huele de noche al tiempo que ya brillaba –Roberto lo vio el primero– el Lucero y un celaje pintaba de fuego las sombras, y apenas, entre bromas, quedamos instalados, Que cante Clara, gritó alguien y ella no quería pero los demás insistieron y de algún lado apareció una guitarra que nos puso quietos y un instante después, potente, luminosa, avasallante rasgó la última luz de la tarde la voz de Clara y sus ojos brillaron más que el Lucero y yo los busqué en vano, porque esa noche la canción no era para mí •
Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com
AL VUELO Viajes en casa Para tener la sensación de que cambio de lugar, de que viajo, suelo habitar diferentes partes de la casa. Me mudo con todo lo que puedo. Esto es: con lo esencial. Es como preparar un viaje largo en el que sólo puede llevarse lo que llevas encima, y de esa forma preparo, por ejemplo, mi viaje de mi habitación a la habitación de mis hijos o de la habitación de mis hijos a la pequeña oficina donde escribo. Me llevo algunos libros, mi taza de café, un pequeño maletín con una agenda, tres libretas cuadriculadas, un pantalón corto. Me instalo en el lugar y todo cambia, como si en realidad hubiera llegado a otro país. Tengo a veces una ventana nueva. O una pared nueva decorada. O un radio de onda corta. O incluso una cama rodante, como en la habitación de mis hijos. Soy feliz viajando en casa, siendo otro sin salir del mismo sitio. He pretendido también utilizar el baño en esta empresa, pero tengo la impresión de que las cosas terminarán, tarde o temprano, mal, tal como esos viajes de placer que hacemos con nuestra mujer y que, al regresar, terminan en un divorcio definitivo •
BITÁCORA BIFRONTE
MENTIRAS TRANSPARENTES
jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
Los guantes de la poesía
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A POESÍA ES PRODUCTO de la chispa entre intelecto y emoción: el acto poético involucra al cuerpo, la mente y lo que llamamos alma. Aunque parecieran actividades distantes, la creación poética y el deporte son más cercanos de lo que aparentan. Conceptos como “estilo”, “técnica” o “inspiración” pueden aplicarse a cualquier actividad deportiva o artística. Menciono lo anterior a propósito de la reciente publicación del libro Torneo de poesía. Antología de poetas sobre el cuadrilátero (2013), una memoria de los “torneos de poesía”, organizados por el colectivo Versodestierro, entre 2007 y 2010 en México, en cuya introducción leemos la siguiente advertencia:“El Torneo de poesía sostiene la propuesta de volver la poesía un deporte intelectual.” Siguiendo ciertas reglas similares a las del box, la lucha libre y el futbol, los torneos de poesía confrontan a dos adversarios poetas quienes tienen la finalidad, supervisados por un réferi, de someter a su contrincante a punta de versos (el lector puede buscar en Youtube videos que dan testimonio de estos “enfrentamientos poéticos”). Adriana Tafoya y Andrés Cisneros, en el excelente prólogo (casi un manifiesto) del libro, exponen el nacimiento, desarrollo y alcances de las diversas actividades que involucran poesía “en vivo”; ejemplos que van de las contiendas poéticas entre los habitantes de Creta 3 mil años a c hasta las actitudes transgresoras de las Vanguardias artísticas, pasando por las famosas diatribas de Lope de Vega. Antología de poetas sobre el cuadrilátero ofrece al lector un conjunto de textos críticos en torno a este “deporte”. Autores como Eve Gil, Homenic Fuentes, Alejandro l . López, Miguel Ángel Esquivel, Günter Rojas, Omar Soto Martínez y Arturo Alvar, entre otros, abordan temas como el humor, la oralidad, la relación con el performance o los decimeros veracruzanos, el ring como espacio artístico, la actitud del poema y el poeta frente a sus espectadores, así como las polémicas suscitadas entre detractores y simpatizantes. El libro incluye, además, crónicas, poemas, fotografías, anécdotas y hasta un “Manual de procedimientos” para organizar torneos de poesía. Lo oral se materializa en libro, las palabras vertidas frente a los espectadores ahora se presentan ante un lector: el ring se convierte en página. Poetas como Leticia Luna, Hortensia Carrasco, Jorge Manzanilla, son algunos de los ganadores de dichos torneos. Poemas que nos conmueven y emocionan como el de Manuel Becerra: “¿Qué hace el tigre anillado por la sombra/ saltando entre la lumbre circular?”, o el de Estephani Granda Lamadrid: “Tiemblo porque no cabe ya tanto odio en este cuerpo/ canto esta noche/ para pedir perdón por todos por toda la tierra de por medio/ por invadir el río/ por extraer el silencio.” Alguna vez lancé la pregunta: si fueras boxeador, ¿qué canción elegirías para subir al ring? Ahora planteo otra: si fueras poeta, ¿qué poema elegirías para subir al cuadrilátero? •
La ventana Dimitris Papaditsas v
Lo digo de nuevo estoy solo Como una huella de hombre sola en el bosque Estoy solo como dedo en la mano Que la máquina le llevó los otros cuatro Si fuera una gota me habría apagado en las entrañas de tierra sedienta Pero no soy una gota Soy una piedra pequeña tal vez una gema Que el tiempo hace arena Y veo su forma y su brillo Y su dureza Y su peso que se hacen arena Lo digo de nuevo En mi corazón hay una plegaria Pero adentro se queda Que ahora que no hay boca yo tuviera un corte en el costado Para que la plegaria por ahí saliera como una tierna muchacha.
Dimitris Papaditsas (Samos, 1922) estudió medicina en la Universidad de Atenas, pero debido a la Guerra con Italia y a la ocupación alemana de Grecia no se recibió sino hasta 1958. De 1943 a 1947 trabajó en la Cruz Roja y de 1951 a 1967 como médico y cirujano ortopédico en varios hospitales de la capital y de provincia. Es autor de trece libros de poesía; recibió el Primer Premio Estatal de Poesía en 1963 y en 1980. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, húngaro y flamenco.
Véase La Jornada Semanal, núm. 782, 28/ ii /2010 Versión de Francisco Torres Córdova
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........ arte y pensamiento Alonso Arreola
Miguel Ángel Quemain
@LabAlonso
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Las treguas violentas de Gabriel Figueroa
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UEVAS DIRECTRICES PARA LOS tiempos de paz, del dramaturgo brasileño Bosco Brasil y dirigida por el mexicano Gabriel Figueroa Pacheco, es un diálogo sobre la violencia a través de dos personajes irreconciliables. La exhibición de la incomprensión nos enmudece porque gradualmente se construyen la exclusión, la sospecha y el prejuicio, como resultado de la defensa ciega de un conjunto de “principios” que en realidad son etiquetas poderosas, juicios inflexibles y criterios inamovibles sobre el Otro, sobre la condición humana. Figueroa escogió una obra que tiene múltiples representaciones en escenarios latinoamericanos, como lo tuvieron en su momento Pedro y el Capitán, de Mario Benedetti, y La muerte y la doncella (1990), de Ariel Dorfman. Ambas obras marcaron una
Julien Le Gargasson y José Antonio Falconi
posición frente a la memoria, la tortura y las consecuencias político-sociales de la persecución. En esta versión de los vínculos entre la superioridad y la pobreza, entre la extranjería y el mundo habitual de las costumbres inmóviles, predomina un sentido moderno de la discriminación, así como un combate verbal y corporal que incorpora toda la tradición anterior pero que reconoce como uno de sus ejes la frontericidad, el racismo, la fobia hacia los extranjeros que, en muchos espacios sociales, ha logrado ser detenida al poner en evidencia esa aunque ridícula contienda cruel. Para representar ese duelo terco, esa violencia sin sentido, y estúpida, está José Antonio Falconi, estupendo interrogador que responde al nombre de Segismundo; del otro lado, en el de la fragilidad y la deriva, está Clausewitz, interpretado por Julien Legargason. Si el Uruguay que amanece en los años ochenta está presentido por Benedetti, mientras el Chile de Dorfman está en su dramaturgia, aquí lo que se juega es una intersubjetividad, con dos viejos escenarios espirituales, acerbos, personales, que se han turnado las elecciones en la Latinoamérica de este siglo. Es un juego donde reaparecen, argumentales, Getulio Vargas y Hitler. Escrito en 2002, el texto es un producto reflexivo sobre los atentados contra las Torres Gemelas y la llegada de un refugiado polaco a Sudamérica, en su intento por escapar a los horrores de la segunda guerra mundial. En 1979, Mario Benedetti escribió Pedro y el Capitán, obra que recorrió el mundo y encendió una intensa reflexión sobre la dualidad de quien castiga y quien recibe el daño; un ejercicio espléndido que pone en escena la dialéctica del amo y el esclavo, descrita como parte de un conjunto de construcciones resultado de una violencia radical, vivida por su país y por Argentina en los años '70 y '80.
La obra de Dorfman es una de las más representadas no sólo en Chile sino en todo el mundo. Detrás de esta puesta en escena del dolor está la pseudomemoria de un hombre que cree haber torturado a una mujer, con la que sostiene un diálogo precisamente sobre esa clase de directrices que se construyen en y para los tiempos de paz, mismos que se recorren en este montaje. En La muerte y la doncella se trata específicamente de Chile, es decir, de todas las imperfecciones que tuvo la transición democrática. Cada una de las obras muestra la teatralidad casi innata del diálogo entre la víctima y el verdugo; su inscripción escénica es aquí lo que cuenta, la corporalidad que se adueña del espacio en confrontación coreográfica y vocal entre dos actores dotados de una gran capacidad de matizar y distinguirse uno del otro, a pesar de que la distancia entre ellos significa también la semejanza que no pueden evadir. Gabriel Figueroa tiene una larga trayectoria como un director imaginativo y arriesgado, que se caracteriza por un innovador trabajo sobre lo escénico. En el caso de este montaje, lo que verá el espectador es un enorme manejo de lo monocromático, como si se tratara de un cuadro intensamente expresionista, pero con la exquisitez de un trazo al carbón que apenas se apoya sobre la hoja.
Isabel Benet: conjurar la violencia Renacimiento en el súper, de Isabel Gómez Benet, dirigida e interpretada por ella misma, esculpe un personaje que tiene como eje anecdótico la firma de su divorcio, hecho que la pone a reflexionar sobre sus aventuras como perfumista y “su transformación erótica en los pasillos del supermercado”. Una obra viva de una actriz vital, que sin tregua le hace la guerra a la violencia doméstica. Dos lunes más en la Sala Julián Carrillo de Radio unam a las 20:00 horas; entrada libre •
LA OTRA ESCENA
quemainmx@gmail.com
Kurt Elling, Kurt Elling, Kurt Elling
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EPETIMOS SU NOMBRE PORQUE no queremos que se le olvide a la lectora, al lector; porque aun sabiendo de su existencia y talento, nunca sospechamos que nos provocaría semejante conmoción en directo. Vayamos desde el principio. Hace unos días fuimos invitados a Tónica: Encuentro Internacional de Jazz en Jalisco (del 2 al 11 de agosto), un gran proyecto pedagógico con diversas actividades de difusión y análisis, así como conciertos en distintos foros de Guadalajara. Allá estuvieron grandes exponentes del género en nuestro país (Iraida Noriega, Alex Mercado, Mark Aanderud, Aarón Cruz, Pancho Lelo, Gabriel Puentes, Agustín Bernal, Germán Bringas, Gil Cervantes, por nombrar algunos), así como invitados notables del extranjero (Nycholas Payton, Kenny Garret, Arturo O’Farrill, Jay Rodríguez, Ben Allison, Dean Bowman, Steve Cárdenas, Stomu Takeishi, entre muchos más). Y bueno, de lo poco que pudimos atestiguar en los tres días que duraron nuestras actividades, quisiéramos concentrar este esfuerzo dominical en el concierto de Kur t Elling sucedido en el Teatro Degollado. Sí, en línea con lo escrito durante dos décadas por las plumas de Jazziz y Downbeat, hablamos de uno de los grandes cantantes de jazz de todos los tiempos. Nacido en Chicago hace cuarenta y seis años, su éxito, creemos, radica en un raro virtuosismo ajeno a florituras excesivas o flamboyantes gestos escénicos, que no apuesta por el inmediato ataque a los registros altos de la voz y mucho menos por un repertorio puramente complaciente. No. Elling es un auténtico maestro de la administración, la contención y el desarrollo de un espectáculo. La curva que genera es una cátedra sobre cómo presentar a un conjunto que poco a poco muestra capacidades inmensurables. La primera pieza es nítida, precisa. En ella introduce a su más importante colaborador, el pianista Laurence Hobgood, quien desde el principio evidencia un fraseo lleno de aire con breves y contundentes momentos impresionistas, clásicos. Para la segunda composición es el guitarrista John McLean quien sorprende con su sonido, velocidad y precisión durante el solo. Lo suyo señala influencias variopintas sin jamás sobrepasar el lienzo establecido. La tercera inicia con un diálogo entre Elling y el baterista Kendrick Scott, sabio en el uso de platillos y percusión con manos. Aprovechando hasta el sonido del micrófono contra su ropa, el cantante juega con patrones cercanos a la tala hindú, evidencia el conocimiento de las diversas culturas que han explorado las posibilidades de la voz humana. Para la cuarta canción es el contrabajista Clark Sommers quien regala algo que faltaba: blues. Es así como cada
miembro aporta una personalidad, una geografía, una perspectiva distinta a la suma final, al balanceado collage donde jamás se ensucia la canción, la integridad de la letra y el eje que la presencia de Elling establece, incluso haciéndose a un lado para compartir su territorio. Es un tipo muy generoso. Es fácil deducirlo. Sabe que ni todo el talento del mundo se sustenta solo, sin un clan como el que lo rodea. De Burt Bacharach (“House is Not a Home”) a Tom Jobim (“Luiza”), pasando por un bolero de Félix Reina Antuna (“Si te contara”), el cantante inserta gradualmente la obra de su más reciente placa, 1619 Broadway, ésa en la que la buena literatura de otros autores mantiene un peso fundamental. Allí otro aspecto relevante. Kurt Elling cuenta numerosos proyectos musicales relacionados con la literatura de Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Walt Whitman y varios autores más que, en su voz, han adquirido un importante impulso para nuevas generaciones. Colaborador permanente del Steppenwolf Ensamble de Chicago, sus intereses también se han cruzado con la danza contemporánea (su esposa es la bailarina Jennifer Carney) y el teatro. O sea que, mientras más nos acercamos a la huella de este ganador del Grammy, más nos sorprende la complejidad de su ser artístico. Finalmente podemos decir que, a diferencia de otros grandes intérpretes (Sinatra, Bennett, Mel Tormé, Al Jarreau), Elling ha tomado mayores riesgos interdisciplinarios, por lo cual pisa escenarios y festivales disímbolos en los cinco continentes. Ténganos confianza quien nos lee. Invertir tiempo en escucharlo no provocará bostezos ni la sensación de participar en el jazz más pop (Michael Bublé, Jamie Cullum), ni en el negocio de un crooner medianamente improvisado (Rod Stewart). Kurt Elling es tradición en movimiento. Kurt Elling es un continente vasto. Kurt Elling es un chingón. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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arte y pensamiento ........
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Jorge Moch
Verónica Murguía
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O PERTENEZCO A LA estirpe pusilánime de aquellos que se tapan los ojos cuando, en las películas, los héroes abren cajones y se roban folders llenos de información peligrosa o incriminatoria. Es decir, no sólo me espanto cuando el héroe es martirizado o calumniado por el villano, también me sobresalta el proceso de investigación: la toma clandestina de fotos, la grabación de las conversaciones, el seguir al sospechoso, escamotearle el correo… Al escribir esta enumeración me doy cuenta de que todo lo mencionado arriba es parte de las cotidianas acciones del Estado, mexicano o de donde sea. Me pregunto si el saber que todos somos observados, vigilados y examinados sin nuestro consentimiento por aparatos represores o delincuenciales tendrá que ver con mi manía. Quién sabe. Nada de esto me impide ser una adicta a la lectura de novelas policíacas. Las consumo en cantidades extraordinarias. Si fueran comida, tendría gravísimos problemas de salud, pero como la lectura es un vicio con consecuencias más bien amables, no me afecta físicamente. Eso sí, mientras más leo, más ganas me dan de seguir leyendo. Tanto apremio me ha atraído chascos sin cuento y remordimientos cuando compruebo que he gastado mucho. Además, si la novela es mala, pierdo el tiempo y eso sí que incomoda. La lectura de estos libros es una actividad muy distinta a la de leer cualquier otra cosa. w. h. Auden afirma en su hermoso ensayo sobre este tema, titulado “La parroquia culpable”, que cuando tenía una en las manos, su rutina laboral se trastornaba, ya que no podía hacer otra cosa como no fuera leerla. En este síntoma concuerdo totalmente con él. Pero su afirmación de que estas novelas no son arte y que su función es totalmente opuesta a la de, digamos, la poesía, me parece un poco tajante. Quiero decir que aunque los síntomas descritos por Auden son aplicables a la gran mayoría de los casos, hay novelas policíacas que considero perdurables. Por ejemplo, El nombre de la rosa, de Umberto Eco. ¿Cuántas maravillas hay en este libro? La primera, quizás, es el darse cuenta en las páginas iniciales que nos hallamos frente a un monje, el sutil e irónico Guillermo de Baskerville que es un Sherlock Holmes medieval y que lleva el homenaje hasta en el nombre. Luego, la inclusión de distintos temas teológicos en la trama, insertos de forma tan amena y natural que jamás aburren o confunden. Así, nos enteramos alegremente de las opuestas filosofías de San Bernardo y Suger respecto de cómo se debe adorar
Umberto Eco
a Dios (¿En medio de la austeridad? ¿En iglesias opulentas que glorificaran por medio de la belleza la relación entre el hombre y la divinidad?), encarnadas por el abad y el mismo Guillermo; de las distintas herejías que recorrían Europa a velocidad de incendio en el siglo xiv ; la traición de los franciscanos a los preceptos originales de la orden, la inescrupulosa actividad de los inquisidores, etcétera. Si sumamos a la inteligencia de la trama la inserción de los temas borgesianos: el laberinto, la biblioteca, los espejos, la memoria y finalmente la aparición deslumbrante del sabio ciego llamado Jorge de Burgos, no queda más que rendirse a la felicidad. Sé qué pasa y quiénes son responsables. En qué orden morirán las víctimas, tanto del libro envenenado, como del inquisidor sediento de sangre. Y vuelvo a El nombre de la rosa una y otra vez, atraída por los diálogos, por la espléndida descripción de Ubertino de Casale y de Bernardo Gui, ambos personajes reales; por el tierno retrato de la amistad entre el maestro y el discípulo Adso de Melk, por el sabroso retablo de costumbres, pintado con una soltura única. Quizás este es el libro de detectives que más quiero. Pero hay otros que desafían el olvido con casi la misma tenacidad: el inspector Wallander de Henning Mankell, sobre todo en La leona blanca; el detective Hieronymus Bosch de Michael Connelly, en La rubia de concreto o en El eco negro; el tenaz Sartaj Singh, el héroe de Juegos sagrados, de Vikram Chandra; la descarada Kinsey Millhone, protagonista del Alfabeto del crimen, de Sue Grafton y el goloso comisario Montalbano, de Andrea Camilleri. A diferencia de lo que Auden postula, leo sus aventuras ya no por la trama, sino por ellos. Y tal vez ahí está la lección: es el personaje el que importa, no el género •
Series televisivas mexicanas: el síndrome de ya merito
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A TELEVISIÓN MEXICANA, CON sus vicios de corrección gazmoña, servilismo politiquero y autocensura eterna, parece incapaz de contar historias que empujen al público hacia la orilla del asiento. Acostumbrada a producir facilona mierda y empedernida admiradora del propio ombligo, ha sido históricamente superada y empequeñecida por infinidad de producciones televisivas en el mundo. Las series policíacas son quizá el género que refleja de manera contundente cómo las televisoras mexicanas minusvaloraron su propia capacidad creativa a pesar de ser poseedoras de auténtico emporios en términos de infraestructura. Uno de los principales síntomas de la hipócrita mojigatería característica de, por ejemplo Televisa y tv Azteca, es el cartabón al lenguaje que hablamos los mexicanos, tan dis-
tinto a esa mamarrachada que usan y parece sacada de Hace falta un muchacho, aquel decimonónico manual para paletos sumisos perpetrado por el ultraconservador catalán Arturo Cuyás. México ha tenido, pues, sus series policíacas. Si hoy son más bien malas, antes fueron pésimas y aún vergonzosas muestras de cómo la televisión se convierte en vulgar propaganda, allí la farsa ridícula de El equipo, elefante blanco producido, claro, por Televisa y en la que ilícitamente se dispuso de los recursos de la Secretaría de Seguridad Pública a modo de utilería, incluyendo policías federales en activo, porque todo el chanchullo no era más que una connivencia más entre la empresa y la corte de los milagros del tartufo Calderón por intermediación de su entonces secretario de Seguridad, Genaro García Luna, el que a pesar de tantos manejos turbios y probadas pifias policiales sigue libre como… como Raúl Salinas o Caro Quintero… Argos es una casa productora que ha intentado varias veces, rompiendo de hecho los moldes ridículos impuestos por la tradición ñoña de Televisa en el manejo, por ejemplo, de la violencia gráfica, los efectos especiales o sobre todo el lenguaje, sacar al aire producciones más atrevidas. Pero los intentos no terminan de convencer. Si bien sus telenovelas, como la famosa Nada personal, lograron remover aguas plácidamente conformistas, otras producciones que apostaban a revolucionar el género, como Infames, que estuvo al aire en Cadena Tres (lo que ya de suyo agostó significativamente su capacidad de llegar a un público amplio) terminaron cediendo en su apuesta al rancio costumbrismo: demasiada guapura y sexo pudorosamente implícito pero jamás explícito, y sobre todo el reciclar a un actor –que para más inri no es mexicano, sino puertorriqueño– que estaba “quemado” precisamente por haber sido el protagonis-
ta caricaturesco de aquella ridiculez que demeritó horriblemente el cómic ochentero de Daniel Muñoz, El Pantera, Luis Roberto Guzmán, quien quizá como modelo de pasarela queda bien, pero resulta inverosímil como palaciego burócrata de la Secretaría de Hacienda, que suele estar poblada por chaparros tripudos que a veces usan bigote y fuman. La misma Argos hizo en coproducción con hbo la muy promocionada Capadocia, que casi logró su objetivo, pero una vez más, a mi juicio, sucumbió a la tentación de las bellas víctimas y los villanos sobreactuados. De hbo también corre la primera temporada (por estos días llegará a su último capítulo) de Sr. Ávila, que empezó muy bien y donde Tony Dalton logra rescatar en momentos la tensión narrativa que supone la vida de un asesino profesional, pero el resto del elenco adolece de lo mismo de siempre: actuaciones poco creíbles o esa inexplicable dilección por lo caricato. No es que en el extranjero no se haga porquería –abundan ejemplos, quizá hoy el más evidente la estadunidense La bella y la bestia, ya sea la que protagonizó Linda Hamilton para cbs en 1987 o la que corre actualmente en Universal Channel chorreando la pésima actuación de la canadiense Kirstin Kreuk–, pero lo cierto es que de otros países nos llegan las pocas series policíacas (o negras) que valen la pena: también estadunidenses son la insuperable The Wire, Los Soprano, Oz (inspiración de Capadocia) o las más comerciales pero igualmente buenas Law & Order svu o Elementary. Allí también la argentina Epitafios, o de Francia Engranajes; de Inglaterra Luther o esa joya de la crudeza y los nebulosos límites de la locura que es Wallander, con un Kenneth Branagh sencillamente estupendo. Pero es que hablar de porquería televisiva después de ver Sabadazo, Ventaneando o cualquier noticiero de Televisa y tv Azteca es caer en inútiles, sobradas redundancias… •
CABEZALCUBO
Detectives memorables
LAS RAYAS DE LA CEBRA
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Jornada Semanal • Número 963 • 18 de agosto de 2013
........ arte y pensamiento
Javier Sicilia
Luis Tovar
El desfallecimiento
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E VUELTO A LEER Doctor Zhivago, de Boris Pasternak. Su inmensidad continúa asombrándome. No es la novela histórica de un narrador, sino la de un poeta y un místico. Por ello, sus registros son inmensos y aterran a los novelistas puros. Thomas Merton la comparó con una sinfonía sobre la vida que hunde sus raíces, en medio del horror de la guerra, de la Revolución rusa y de la muerte, en el insondable lago de la revelación del Evangelio. Contra lo que esta afirmación puede sugerir, Pasternak no expresa allí una visión convencional del cristianismo. Su condición de poeta y místico lo lleva a revelaciones sorprendentes. Una de ellas –sobre la que la teología ha meditado poco– sucede en el momento en que Zhivago, desplazado por la guerra y la revolución, vuelve de nuevo a su casa y contrae el tifus. En medio de su delirio, a punto de morir, compone un poema:“Desfallecimiento”. No lo conocemos. No sabemos si incluso llegó verdaderamente a escribirlo. Al menos no forma parte del apéndice que al final de la novela recoge la obra poética del doctor. Tenemos, en cambio, su contenido: los tres días que transcurren entre la muerte y la resurrección donde “la tierra negra” e hirviente de gusanos se precipita sobre el cuerpo encarnado de Cristo como una marejada que cubre las playas. Lo sorprendente, sin embargo, no es eso, sino, primero, que esa espantosa precipitación busca en su horror borrar el fango y los terrores que los hombres infringimos al amor encarnado; segundo, que en ese horror estaban “contentos de rozarlo” no sólo “el infierno y la disgregación y la descomposición y la muerte”, sino también, y de manera simultánea,“la primavera, Magdalena y la vida”, y, tercero, el mandato, en medio de ese tumulto, de despertar, de levantarse, de resucitar. No conozco en toda la literatura espiritual y teológica algo de esa envergadura. La muerte de Cristo, y con él la de cada ser humano, es, en el delirante poema de Zhivago, el lugar donde la pequeñez de la vida devorada por el sufrimiento, la descomposición y el infierno, repentinamente, como la primavera –una brizna de hierba en medio de la nieve y del hielo– despunta. En el centro de la contingencia y sus múltiples y poderosos rostros, la vida, más allá de ella y de la conciencia, está, sin que nadie lo sepa, sin que nadie pueda dar cuenta de ella, empujando, brotando, resucitando. El propio Zhivago, en un pasaje anterior a su enfermedad y su delirio, se lo dice a su suegra que, a punto de morir, le pregunta por la vida eterna: la vida está allí –resumo– y no puede ser captada por su conciencia. Es más, la conciencia de ella sería un veneno. Usted no es
Boris Pasternak
consciente de sus pulmones ni de su corazón ni de su hígado. Su conciencia sólo sirve para que esa vida, que late en sus órganos, vaya al encuentro de otros. La conciencia es como el faro de una locomotora en medio de un túnel. Volverla hacia el interior es paralizar la vida. Esa vida, nos lo dirá a lo largo de toda la novela, no es la historia, no es la ideología, no son los sueños de justicia, no es la dialéctica, no es la precipitación en el tiempo ni su detención, que siempre terminan en destrucción. Es el amor, cuya expresión más profunda –semejante a la brizna de hierba que anuncia la primavera– está simbolizada en el amor de Magdalena, de Tonia –la mujer de Zhivago–, de Lara, la amante, y del propio Zhivago, por ellas y por la vida misma encarnada y expresada en cada ser humano sobre la que, con su oficio de médico y poeta, se inclina para cuidarla, admirarla y amarla. En medio de la historia, de la poderosa máquina de la violencia, de la descomposición y el infierno de la muerte, Pasternak, a través de Zhivago y de su obra poética, nos dice que la inmensa pobreza de la vida –“Mi hermana la vida”, como reza uno de los títulos de su poesía– está siempre allí, indestructible. No muere, simplemente, como en el invierno, desfallece, finge hacerlo, para –a espaldas de la conciencia y sin que nadie lo sepa– volver a surgir. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •
Más allá de la insensibilidad
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IETE AÑOS DE POLÍTICAS erróneas porfiadamente sostenidas –policiales y jurídicas, pero también sociales y económicas–; alrededor de cien mil muertos ocasionados por la “guerra contra el crimen organizado”, veintitantos mil desaparecidos, una cifra indeterminada de desplazados, de extorsionados y de núcleos familiares hechos trizas, así como la casi totalidad de ciudadanos justificadamente temerosos de perder vida y propiedades –en cualquier momento y por cualquier causa o sin ella–, son el medio propicio para que la lectura más recurrente que se ha hecho de Heli (Amat Escalante, México-Francia-Alemania-Países Bajos, 2013) tenga que ver con la insensibilidad: se ha dicho, desgraciadamente no sin razón, que al público mexicano poco pueden sacudirlo las imágenes de violencia brutal que, desde la primera secuencia, establecen el tono del filme, porque mucho y peor que eso
ha visto y sigue viendo en su realidad de todos los días, y la única diferencia consiste en la cantidad o el sitio donde apareció el ejecutado, el colgado, el descabezado, el fundido en ácido, la fosa clandestina... No por nada, el (des)gobierno actual tiene como eje de acción la doble insidia de dejar hacer, dejar pasar –con Caro Quintero liberado como cereza del pastel–, mientras los medios masivos de comunicación son “invitados” a no difundir el horror, o al menos a disminuirlo tanto como sea posible. En esa misma línea, se ha repetido demasiadas veces la supina estupidez de que el cine no debiera hacerse eco de la barbarie mexicana, porque “denigra” al país, o porque “ya basta de lo mismo”, o porque “también hay que hablar de lo bueno”. La traída y llevada crudeza de Heli –por lo demás idéntica a la que el director y guionista manejó en sus dos primeros largometrajes, Sangre y Los bastardos– más bien debería ser nombrada precisión, exactitud, verosimilitud extrema y profundo realismo: nada en la cinta queda fuera de aquello que, más que saber, padecemos los mexicanos, comenzando por la referida desensibilización que causa la exposición reiterada, siguiendo con una noción extremadamente paradójica –dada la abulia general, así como el inmediato, automático desinterés y búsqueda de distracción y entretenimiento– de que todo está mal pero podría estar peor y además no tiene remedio, y culminando con una mezcla que se supondría imposible, de miedo y resignación. Todo esto supo narrar, con claridad y contundencia tremendas, Escalante en Heli, cuya secuencia de tortura crudelísima, atestiguada por tres menores de edad y un ama de casa, mientras se juega algo en un Playstation, se consume droga y se calienta la cena, es algo así como la suma del presente y el futuro nacionales: mientras no seas tú al que sacan vio-
lentamente de su casa, amarran, amordazan, cuelgan de una viga, apalean por la espalda, le rocían los genitales con gasolina y les prendan fuego, puedes estar tranquilo…Y para que todo eso pueda sucederte no hace ninguna falta que seas miembro de los zetas o caballero templario ni nada, como bien lo sabe Heli, el protagonista: basta con estar en el lugar y el momento equivocados, en un país donde todos los lugares y todos los momentos pueden serlo.
Sinonimia antónima Insensibilidad creciente de quien atestigua, sí. Horror sin cortapisas y sin escamoteo, sí. Crudeza que se apoya en una mirada desasida de tan objetiva, también; pero el guión difícilmente podría decir con mayor elocuencia lo que plantea Heli: tras una quemazón oficial, rimbombante en su retórica hueca, un militar sin rango sustrae –es obvio que de bodegas del ejército– dos paquetes de cocaína con el propósito de venderlos por su cuenta, y ese robo lo desencadena todo: persecución, tortura, asesinato, violación sexual, quebrantamiento absoluto del orden social y, especialmente, inversión total de los papeles: la institución gubernamental encargada de combatir al narco es primerísima colaboradora de éste y, por lo que resulta fácil deducir, puede que hasta su líder. Ambiguo para ser más claro, el filme no establece el punto exacto en el cual el crimen organizado lleva placa o ya no la lleva, pero por si quedara alguna duda, el amedrentamiento último al que Heli es sometido corre a cargo de un vehículo militar, perfectamente identificado con su número de serie al costado. Que de historias como la que cuenta Heli se quejen los que disfrazan de apatía su miedo, sólo confirma la tesis del filme: aquí nadie estamos a salvo, máxime cuando protector y agresor han dejado de ser términos antónimos •
CINEXCUSAS
cinexcusas@yahoo.com
CASA SOSEGADA
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ensayo
E
n los pasillos del palacio belga que le sirve de casa y de clínica, la vieja emperatriz siempre joven en el adolorido corazón, avanza y retrocede, se detiene, mira al techo, saluda a las sombras, ríe, llora, se instala en el monólogo delirante, pero lógico y apegado a un conjunto de verdades difusas y, rendida por el peso de sus ochenta y seis años y por tantas memorias angustiosas, se sienta en un sofá y cabecea un rato para volver a ese soliloquio en el que se escucha una gran cantidad de voces revividas en el cerebro vigilante, suspicaz y fragmentado de la emperatriz temerosa del agua de los salones del Vaticano, y del espeso y agorero chocolate de Eugenia de Montijo, esposa del muy pequeño Napoleón. A su lado se encuentra un escritor mexicano que apunta todo lo que escucha en una gruesa libreta. Tal vez el párrafo anterior sea una especie de comienzo de un cuento o de una obra de teatro con dos personajes: la anciana que habla sin aceptar interrupciones y el escritor que toma nota y calla con esa inmensa sabiduría que late en el silencio. Por estas y otras razones especulativas, la anciana emperatriz en el relato, en el diálogo teatral y en la genial novela de Fernando del Paso es el personaje central y la voz detrás de la que gritan, susurran, blasfeman, ruegan, se afirman o niegan a sí mismos un compuesto de personas históricas que vibraron, gozaron, temblaron, se equivocaron, acertaron y murieron en ese campo sangriento, hermoso, heroico, traidor y contradictorio que fue y es el territorio en el que viven, casi siempre equivocándose y, a veces, intentando cambiar el curso de su destino, esos seres titubeantes y medrosos que somos los mexicanos. Fernando del Paso es el iniciador de una nueva forma de novelar la historia. Es un maestro del monólogo interior y un observador que se involucra hasta el fondo con un personaje histórico que vivió por interminables años un delirio parecido al de la reina Juana, víctima de la “locura de amor” de la que habla Manuel Tamayo y Baus. La novela histórica ha tenido en México muchos y muy variados cultivadores. El género fue enriquecido por Juan a . Mateos, Heriberto Frías, Salado Álvarez, Rafael f . Muñoz, Fuentes Mares, Enrique Serna, Rosa Beltrán, Eugenio Aguirre, Marco Antonio Campos, Paco Ignacio Taibo ii . Katz, el notable historiador, nos entregó el retrato de Zapata, uno de nuestro héroes a la altura del arte; Mariano Azuela dibujó el perfil de otro héroe indiscutible: don Pedro Moreno; en las novelas de Martín Luis Guzmán aparecen y desaparecen los hombres y las mujeres de la saga revolucionaria. Fernando del Paso inaugura un nuevo género que es producto de la feliz unión de la verdad histórica con la narrativa libérrima que habita en la imaginación, “la loca de la casa”, como decía Santa Teresa de Jesús. Esta actitud se plasma en
18 de agosto de 2013 • Número 963 • Jornada Semanal
un ejemplo señero que representa la novedad de su novelística: “Para que firmes la declaración de guerra de México a Austria-Hungría con una pluma de águila, y con una pluma de gaviota escribas tu bitácora cuando viajes en La Novara por las islas del Mar Egeo, y con una pluma de
cuervo firmes la sentencia de muerte de Benito Juárez para que lo fusilen en la Plaza de San Pedro.” En este párrafo se conjugan algunos momentos fundamentales del iluso imperio del archiduque carbonario y de su esposa, que aspiraba a reinar en un paraíso sin sombras de penas, insidias, rencores o discrepancias, y el amor que viste nuevamente de marino al que fuera almirante de la flota Austro-Húngara y lo pone a viajar por las islas de milagrería de un Egeo soñado y anhelado. El nombre de Benito Juárez aparece con la fuerza de la tragedia griega. Su terquedad heroica y su patriotismo fueron las armas que acabaron con la impostura palaciega, la invasión del imperialismo y la enfermiza mentalidad ultramontana.
La verdad y sus delirios Hugo Gutiérrez Vega
En el delirio de la hija del rey Leopoldo de Bélgica, el zorro de la política europea, brillan las memorias contradictorias: la infancia y sus luminosos descubrimientos de lo descubierto, la amada muerta bajo los árboles de Madeira; el archiduque contagiado en Salvador de Bahía de una enfermedad incurable, pero no mortal; los días de vino y rosas de Milán, capital del Lombardo-Véneto; la iniciación de Max en la secta carbonara; la posibilidad de reinar en Grecia rechazada ante el deslumbrante ofrecimiento mexicano; el premonitorio poema de Carducci; las reuniones llenas de suspicacia en el palacio de Napoleón iii y Eugenia; el largo viaje a Veracruz y en sucesión vertiginosa los días imperiales, los bailes en el gris palacio de Chapultepec, los viajes por México y sus paisajes indescriptibles, las bellas flores de Cuernavaca y los encierros pecaminosos de Max, las exigencias de los “cangrejos” (Guillermo Prieto dixit); el desprecio de Napoleón, Veracruz a la distancia, el Papa y su agua peligrosa; Eugenia intrigante, la muerte del emperador (murió, pero está vivo), el encierro y las voces, esas voces salidas del delirio para contar la historia de un país amado y detestado, y de una emperatriz que se fue secando poco a poco en el invernadero de un palacio belga que hacía las veces de manicomio. “Adiós, mamá Carlota, adiós, mi tierno amor”, cantaba Riva Palacio. Encerrada en el castillo, tiene momentos de dolorosa lucidez: “Ahora que estoy vieja y sola, y que paso los días enteros sentada en mi habitación, con la cabeza inclinada y las manos en el regazo con las palmas hacia arriba...” Estos momentos son reseñados por Fernando con prosa bella y compasiva. No olvidemos que los mexicanos soslayamos la ambición de Carlota y sus formas de ejercer el poder al lado de un Maximiliano más titubeante que su compañera. “Adiós, mi tierno amor”, dice Riva Palacio en nombre del intruso y equivocado archiduque, pero incluye en el elogio a un pueblo que fue deslumbrado por la elegancia europea de la emperatriz de los franceses y los conservadores, pero también de una parte de la sociedad mexicana enferma de chauvinismo. “Ya vino el güerito, me alegro infinito. Ay hija, te pido por yerno a un francés”, ironizaba Guillermo Prieto. “Adiós, mi tierno amor”... y el barco enfiló la proa hacia la Europa natal. La emperatriz empezó a monologar en la cubierta y Fernando del Paso empezó a escribir, en el silencio de su imaginación y con las armas de la sabiduría, esta historia de un personaje, de un país y de un momento del acontecer mundial. Terminada la tragedia, el emperador de los ojos azules regresó a su tierra con los ojos negros de un santo mexicano, y su esposa siguió viviendo en su encierro de sueños y delirios, y recibiendo todos los días noticias del imperio •
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