La Jornada Semanal

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o m ird s a p a o i t c n a e t g s i lE a ex

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 1 de septiembre de 2013 ■ Núm. 965 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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t o n io Marco An

Campos y

X a b ie r

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• Política y vida: una entrevista de B lanche P etrich con P orfirio M uñoz L edo • El tiempo de M ark S trand • E dward A bbey , el rebelde


“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me expli­ co?”: esta es la célebre frase con la que Guiseppe Tomasi di Lampedusa sintetizó, en su novela El gatopardo, la hipocresía de todo aquel que, para no perder sus privilegios, está dispuesto a cualquier cosa, comenzan­ do por fingir que promueve “cambios” –reformas es­t ructurales es uno de sus modernos eufemismos, muy utilizado en México–, especialmente en el ámbito político y económico. El gatopardismo es, desde hace demasiado tiempo, uno de los peores lastres que arrastra la sociedad actual; en este número se habla de la obra que le dio nombre, así como del modo en que esa nociva actitud sigue instalándose muy al fondo de nuestra psique colectiva. Publicamos además una entrevista con Porfirio Muñoz Ledo, un auténtico y total zoon politikon.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

bazar D

Hugo Gutiérrez Vega

urante la llamada “fase heroica” de la Revo­ lución soviética, la cultura artística recibió el apoyo del gobierno de Lenin y, en particular, de su comisaria de Instrucción Pública, Alejandra Kollontay (más tarde embajadora en México) y de su comisario de Cultura Proletaria, Anatoly Luna­ charsky. En esta fase, que se inicia en 1918 y em­ pieza a deteriorarse en 1921, brillan, de manera muy especial, el llamado Proletkult iniciado por el pensador radical Bogdanov; el movimiento de Los doce hermanos de Serapio, de carácter sose­ gado y de actitud agnóstica respecto a la Revo­ lución, y los grupos artísticos que brotaron gracias al orga­ nismo conocido como nep (Nueva Política Económi­ ca), pero que su­ frieron las prime­ ras persecuciones encabezadas por la siniestra rapp (Aso­ ciación de Escrito­ res Proletarios). En esos años lle­ nos de entusiasmo creador, se experimenta con plena libertad y se subsidian todas las manifestaciones artísticas. En la música se destacan Prokófiev y Shostakó­ vich; en las artes plásticas aparecen Kandinsky, Archipenko, Chagall y Malévich (su famoso cuadro Blanco sobre blanco es fundamental para la pin­ tura moderna). Lunacharsky apoyó a los maestros del teatro ruso y los defendió de los ya feroces censores ligados a una oficina que más tarde se llamó Glaveperkton (comité de censura) y fue la mano dura de Stalin y de su alicuije Dzanov, el au­ tor del horrendo discurso con que instauró el rea­ lismo socialista (1934), lo que acabó con el im­ pulso creador. Stanislavsky, Evréinov (dramaturgo muy valio­ so e intimista); los directores Meyerhold, Tairov,

LA FASE HEROICA Y EL GULAG

Vajtangov y Danchenko siguieron adelante con los experimentos iniciados antes de la Revolución; en el cine, Pudovkin, Eisenstein y Dziga Vértov reali­ zaron una obra de importancia mundial. Esenin, el “imaginista”, y Mayakovsky, el “futurista” (su Misterio bufo sobresale en su obra poética) enca­ bezan una especie de renacimiento literario que, a la postre, desembocó en el suicidio, el gulag o los envenenamientos (Stalin envenenó a Lunacharsky en París cuando iba camino a España para hacerse cargo de la embajada soviética en plena Guerra civil): Mandelstam, Blok, Biely, Gunilov, Paster­ nak, Zamiatin, Mari­ na Tzvetáieva, Ana Ajmátova, Schwartz, Babel... son algunos de los escritores que creyeron en el “hombre nuevo” y que sufrieron los embates de la cen­ sura, de la estupi­ dez burocrática y de la furia asesina. Re cordemos el entusiasmo frustrado de Mayakovsky (visitó México y escribió un her­ moso poema sobre la patria de Emiliano Zapata) y la preocupación social de Tzvetáieva, presente en su poema que así termina: “¡Dos son en el mun­ do mis enemigos, dos gemelos indisolublemente unidos: el hambre de los hambrientos y la sacie­ dad de los saciados.” Estos versos se unen a la afir­ mación de nuestro Salvador Díaz Mirón: “Nadie tiene derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto.” La frase tiene su miga aho­ ra que se le devuelven al pirata Raúl Salinas de Gortari sus propiedades y sus talegas de joyas y de oro. Este acto es un bofetón sonoro y burlesco en la cara de todos los mexicanos • jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Seguir igual cambiando Collage de Marga Peña

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El

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Mark Strand

tiempo de

l lapso que va de los poetas beats, presi­ didos por el Aullido, de Allen Ginsberg (1926-1997), a los poetas de una década después, está signado por el desencanto y la soledad. Hay poca diferencia en años en­ tre el autor de Kadissh y Mark Strand, que na­ ce en 1934, apenas siete años de diferencia y, sin embargo, entre sus tonos y ritmos parece haber un abismo. Y en español, en México, los beats fueron muy leídos y después olvidados, y hoy viven un cierto resurgimiento. Strand, en cambio, más que conocido en los últimos años ha sido reconocido, y eso se debe a que el diálogo entre ambas poesías es más estrecho y en cierta forma más constante. Los beats fueron deslumbrantes, pero fue la cercanía geográfica, las referencias esotéricas y el exotismo, así como la necesidad por igual de paraísos artificiales (hongos, peyote, ácido) como de paraísos naturales, lo que les dio po­ pularidad. El gran momento de esa relación fue la revista El Corno Emplumado (Margaret Ran­ dall/ Sergio Mondragón) y la aparición de la Antología de la poesía norteamericana, de Agustí Bartra. Después la relación ha sido cuando me­ nos tartamuda e intermitente –con tres puntos de referencia: Dos siglos de poesía norteamericana (Alberto Blanco), Una antología de la poesía norteamericana (Eliot Weinberger) y La escuela de Harold Bloom (Harold Bloom/Jeannette l .Clariond)‒ y muchas veces confusa. Strand fue amigo de Octavio Paz y su pre­ sencia en Vuelta (al igual que en Letras Libres) fue constante. Y desde ese entonces se mostra­ ba no sólo como un importante poeta gringo, sino como importante para nosotros los lecto­ res en español (y, en especial, para los de Mé­ xico); hay algo en su tono que lo vuelve in­ terlocutor de nuestra tradición. Por eso fue natural que, hasta donde sé, el primer libro de poemas en español de este autor apareciera en México (en Ediciones Toledo y traducido por Elisa Rodríguez Castañeda). Hoy, 2013, es uno de los poetas más prestigiosos de la lírica estadunidense y me atrevería a decir que el más conocido, leído y traducido al español. Y diría que 2013 es su año. En enero de 2013 la revista Letras Libres publicó una entrevista con él. Por ella sabemos que vive en Madrid, que se ha retirado de la poesía y que cuando vivía en México, con sus padres, la lectura de Neru­ da (Veinte poemas de amor y una canción desesperada) y Wallace Stevens (“Trece maneras de mirar un mirlo”) lo llevó a la poesía, pues su vocación original era la pintura (a la que ahora, casi a sus ochenta años, “vuelve” con el collage). En esa entrevista también hace evidente su amistad y su admiración por Octavio Paz, a quien conoce al colaborar para hacer una antología de poesía mexicana en inglés. Señala en la entrevista a la par que su admiración, sus divergencias, son sobre todo de índole político. Strand se considera un hom­ bre de izquierda. Ambos poetas se tradujeron y establecieron un diálogo que acercó inevitablemente a Strand a la cultura mexicana. Uno de sus rasgos más evidentes es el que, como otros poetas gringos de su edad, ya no se aísla en la autosuficiencia y orgullo casi autista de Estados Unidos, sino que sale al encuentro de la poesía en otras lenguas y latitudes. De un papel menor en la lírica estadunidense hasta los años ochenta, Strand

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José María Espinasa

pasó después a ser un poeta laureado y a ganar el Pullitzer. De ser un poeta de culto entre los mexicanos a ser un escritor muy editado en es­ pañol. Menciono algunas ediciones importantes en nuestro idioma: Sólo una canción (2004) en PreTextos, antología con prólogo, selección y traduc­ ción del escritor peruano Eduardo Chirinos; La vida continua/Puerto oscuro (2006) en Calamus, con traducción de la poeta mexicana Elisa Ra­ mírez Castañeda, misma que también tradujo la antología Emblemas (1988) para El Tucán de Vir­ ginia y El monumento (Universidad de Zacatecas, 1989), tal vez los dos primeros libros de Strand en español. Aunque él no presta mucha atención al hecho de haber nacido en Canadá, a nosotros sí nos per­ mite pensar que esa condición de meteco en su propia patria literaria, la estadunidense, le da un carisma distinto, como a Charles Simic o a Derek Walcott. Y que esa condición mestiza de la lírica gringa abre las ventanas hacia los otros. Y esa apertura es correspondida por la atención de los propios poetas que lo traducen a la lengua espa­ ñola. Las ediciones mencionadas líneas arriba no son las únicas (la editorial Visor en España ha pu­ blicado varios títulos) y dan una buena imagen de la obra de Strand. No obstante, y con la paradoja de que él ha di­ cho que ya no escribirá poesía, 2013 es el año de Strand en español. Su libro Casi invisible, de poe­ mas en prosa, ha aparecido casi simultáneamente a su edición en inglés, traducido al español y pu­ blicado en Visor, pero en versión del mexicano Julio Trujillo. Y en El Tucán de Virginia una amplia antología, La vida incesante y otros poemas, en ver­ siones de Katherine m. Hedeen y Víctor Rodrí­ guez Núñez. Son estos dos libros los que dan mo­ tivo a esta nota. La posibilidad de leer a Strand en distintas tra­ ducciones es una fortuna. Parece un poeta fácil de traducir, pero no lo es. Las que más me gustan a mí, no sé si porque fueron las que leí primero, son las de Elisa Ramírez, pero me queda claro que su inserción entre los lectores de lengua española pasa por la atención que aquí se le ha prestado. Su edición en España traerá –ya lo ha hecho‒ una mayor presencia. En todo caso me parece evidente que el tiempo de Strand en español ha llega­ do y que estamos ante un gran poeta. Y agregaría que estamos ante una ge­ neración de poetas gringos que hace sentir su presencia en nuestra lengua, si sumamos a Walcott, Jay Wright y al ya mencionado Charles Simic. La poesía de Estados Unidos había caí­ do no tanto en un contraste subra­ yado en blanco y negro, sino en una textura gris sin mucha gracia. La lectura de Strand nos muestra que esa es una apariencia y que su rea­ lidad, en el siglo xxi , es otra •

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Jornada Semanal • Número 965 • 1 de septiembre de 2013

entrevista con Porfirio Muñoz Ledo Blanche Petrich

Política

DE DISIDENTE A OPOSITOR Memorioso, Porfirio rememora sus batallas perdidas. Primero, como secretario del Trabajo con el ex presidente Luis Echeverría, con todo y la inter­ locución que tenía con el charrismo sindical de los setenta. “Teníamos la idea de crear las bases de un Estado de bienestar...todo esto desapareció años des­ pués, con el neoliberalismo.”

Como tapado desdeñado (en 1976, el dedazo de Luis Echeverría favoreció a José López Portillo) fue coor­ dinador de la campaña electoral con todo un cuerpo de ideas y documentos sobre las reformas del pri y del sistema. Esos documentos están ahora guar­ dados en una bodega de su casa en Las Lomas. Esas ideas, que quizá hubieran forjado un pri diferente, menos ajeno a los valores democráticos, no llegaron a ningún lado porque Jesús Reyes Heroles, y no Mu­ ñoz Ledo, fue nombrado secretario de Gobernación. En lugar del Palacio de Bucareli, fue asignado a la Secretaría de Educación Pública. Ahí urdió un ambi­ cioso plan de educación general. López Portillo lo aguantó sólo un año y seis días en el gabinete. Al final cedió a las presiones de “mis malquerientes”, en pa­

Porfirio Muñoz Ledo a los 14 años Reprografía: Guillermo Sologuren/ archivo La Jornada

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orfirio Muñoz Ledo tuvo su primer cargo en el gobierno cuando tenía veintiocho años; ha cumplido ochenta. La suya es una biografía política singular. A lo largo de más de medio siglo siempre atrajo los reflectores, siempre vivió en medio de la polémica y reponiéndose de una frus­ tración tras otra, proyectos truncos, hazañas que terminaron, como él llama a la dispersión de la iz­ quierda mexicana, en “nuestro fracaso histórico”. Pero sus batallas perdidas no suman derrota. En sus sucesivas causas no hay pérdidas definitivas y en la recta final no quita el dedo del renglón. En en­ trevista con La Jornada repasa los que fueron sus an­ helos en su recorrido por la historia política, lo que resulta ser un recuento de daños y desafíos, una ca­ dena de oportunidades perdidas y frustracio­ nes. Usa este vocablo en repetidas ocasiones. Pero nada le ha hecho perder los bríos que lo caracterizan. La reforma del Estado fue, como universita­ rio, su tema de investigación. Como político, en el oficialismo o en la oposición, ha sido su obsesión. Muñoz Ledo llegó a presidir dos par­ tidos: el todopoderoso pri de los años setenta y el prd de los ochenta, receptáculo de todas las inconformidades. Sin embargo, sigue presu­ miendo que no porta credencial de militante de ninguno, aunque hoy sea parte del Consejo Consultivo del Movimiento de Renovación Na­ cional (Morena). Subraya que su líder, Andrés Manuel López Obrador, es hoy el único político que realmente “mantiene encendida la luz del cambio”, expresa con vigorosa terquedad. “Lo que se necesita es generar un gran despertar ciudadano. Y Morena tiene esa intención ex­ plícita. Pero el despertar social es múltiple, tie­ ne muchos rostros. Desde que surgimos de la ruptura con el pri en 1986 hasta la fecha el neo­ liberalismo se ha fortalecido. Hablo de nuestro fracaso histórico. Se necesita de un conjunto de movimientos sociales para revertir la actual co­ rrelación de fuerzas. Por eso Morena tiene como dirección convertirse en el partido político que lo logre. En eso estamos metidos muchos”.

El despertar social es

múltiple, tie­n e muchos rostros.

y labras de Muñoz Ledo. Cita nombres de quie­ nes forzaron su obligada renuncia de la sep : Carlos Jongitud por parte del snte y Andrés Marcelo Sada (Grupo Monterrey) por parte del empresariado. De todas sus caídas, esa –afirma– “la sigo lamentando muchísimo, más que cualquier otro hecho en mi vida pública”. Porque, con­ sidera, si se hubiera logrado aquella reforma que propuso, “deja tú, no sólo la educación no sería el desastre que es hoy día; el país entero hubiera tomado otro rumbo”. Y continúa el recuento de daños. Embajador transexenal ante la onu, entre 1979 y 1985, en un contexto político más propicio, durante el lo­ pezportillismo, impulsa uno de los momentos de mayor liderazgo del país en el concierto in­ter­ nacional. Dice: “México invirtió mucho de su capital político en Centroamérica, proponiendo esquemas de pacificación y no intervencionismo, en el Movimiento de los No Alineados, en el Ter­ cer Mundo. Todo ello valió la pena. Y mucho.” Pero sobrevino la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher “y todo se echó a perder”. Regresa de Nueva York a México y a los pa­ sillos del pri en 1985, sólo para experimentar la gran ruptura del tricolor en 1986. “Llego a en­ cabezar la Corriente Democrática como una corriente de pensamiento, con el apoyo de Ifi­ genia Martínez, que recordarás que fue mi represen­ tante adjunta en Naciones Unidas. Inicialmente se concibe así, pero Rodolfo González Guevara la plan­ tea como una corriente política que, además, quiere postular candidato. Y ocurre la famosa 13 Asamblea, en la que nos expulsan.”


voz interrogada en la sep . Tenía veintiocho años. Luego, Antonio Carrillo Flores le propone la plaza de consejero cul­ tural en París. –Desde Europa, ¿cómo se veía el sistema político mexicano de la época?

–Yo era muy crítico, pensaba que a México le urgía democratizarse, que el México postrevolucionario tenía una época que había pasado y que había que pasar a un pluralismo. Además éramos muy nacio­ nalistas, es un rasgo de mi generación. –¿Qué pensaba del modelo unipartidista mexicano?

-Yo le daba una explicación histórica, pero veía que la etapa del México postrevolucionario debía dar origen a una sociedad más democrática. Presenté un trabajo sobre parlamentarismo y presidencialis­ mo. Esas ideas no tenían mucha incidencia en la so­ ciedad, pero sí en el sistema, que tuvo momentos de apertura. Y había políticos liberales.

vida Muñoz Ledo se describe en ese momento: “Em­ piezo si e n d o u n d i s i d e n t e y a c a b o s i e n d o u n opositor.”

EL ORADOR ADOLESCENTE En la biblioteca de su casa, amplia, bien iluminada, entre sus piezas de arte y los retratos de toda una vida en la política, destaca, dentro de su marco, la fotografía de un adolescente bien peinado, de saco, frente a un micrófono. Es Muñoz Ledo a los catorce años, campeón de oratoria, un dato que nunca fal­ ta en los muchísimos perfiles biográficos que se han escrito sobre él. Capitalino, Muñoz Ledo se educó de niño en es­ cuelas públicas, legado del cardenismo, hijo de pro­ fesores formados en la época del vasconcelismo. La madre era maestra de la primaria Rosa Luxemburgo y su padre de educación física. Después de cursar la preparatoria, como becado en el Colegio México, de padres maristas, fue a dar, “como casi todos los uni­ versitarios de mi generación con vocación polí­t ica, a la Facultad de Derecho de la unam , no necesaria­ mente para ser abogados, sino para formarnos para la vida pública”. A principios de los sesenta París era un imán en el mundo intelectual y Muñoz Ledo se enroló en la uni­ versidad pública para estudiar ciencia política. Se volcó a la investigación del sistema político mexi­ cano. Vivió la efervescencia cultural previa a la eclo­ sión del ‘68, con sus grandes debates sobre la iz­ quierda, la crítica al estalinismo, el surgimiento de las ideas del Tercer Mundo, los procesos de desco­ lonización, Franz Fanon, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Antonio Gramsci, Reymond Aron, la lectura obligada de la columna Au jour le jour, de Robert Es­

Lo más importante fue, en

ese momento, la respuesta

Porfirio Muñoz Ledo durante la entrevista, 5 de agosto de 2013 Fotos: Guillermo Sologuren/ archivo La Jornada

de la gente. Al Frente Democrático se le vio como una

gran opción. Esas elecciones las ganamos, no quepa la menor duda.

carpit, en Le Monde. Gracias a esa formación, dice, es que él no le tiene miedo a que lo definan como de izquierda, como sí temen muchos otros políticos que han sido sus compañeros de ruta.

ECHEVERRISTA, EN SU MOMENTO

De vuelta al México de los sesenta, entró de lleno a la academia, primero en la unam y la Normal Supe­ rior y después en El Colegio de México, convocado por Daniel Cosío Villegas. “Me concentré en investi­ gar y estudiar la formación de los Estados mesoame­ ricanos, la evolución del sistema colonial español en sus dos grandes períodos, los Austrias y los Borbo­ nes, la formación de la República en el siglo xix , la Revolución, la creación del partido hegemónico y su evolución hacia el partido de Estado, y la descripción del sistema. Di esa cátedra quince años.” Jaime Torres Bodet, quien había sido embajador de México en Francia, lo invitó a ser subdirector ge­ neral de Educación General y Educación Científica

Conoce a Echeverría poco después de la huelga de las batas blancas, siendo secretario del consejo del imss . “Había leído un artículo que escribí sobre me­ dios de comunicación y me invitó a conversar. Me pidió otro trabajo, que titulé Patria de escaparate y que ya entonces tenía mucho que ver con el debate contemporáneo de la comunicación social”. Así es como Echeverría lo nombra secretario de la Presidencia, responsable de discursos y pronuncia­ mientos, nuevas esferas de influencia, sobre todo en materia de política exterior, donde coincide con Car­ los Fuentes, embajador en Francia, Víctor Flores Olea en Moscú, y otros. “Coordinaba un pequeño staff que integré con algunos colegas de El Colegio de México. La idea era desarrollar un nuevo discur­ so político. Se sembraban nuevas ideas, tanto para la administración interna como para la política ex­ terior, como el viaje a China, la visita de Echeverría a Salvador Allende, la corriente latinoamericanis­ ta y sobre todo lo que en ese momento se llamaba el tercermundismo”. Y luego al gabinete. Primero como secretario del Trabajo. –Una época de confrontación con el sindicalismo in­ dependiente…

–Al contrario. Muchos líderes siguen siendo mis amigos personales hasta ahora. En esos años (19731974) enfrentamos cerca de 60 mil emplazamientos a huelga. En esos años México tuvo, hasta 1976, el salario mínimo más alto de la historia. Cuando se dice que el salario ha perdido el ochenta por ciento, se refiere a ese año. –Eran los años del charrismo sindical…

–Que no desapareció, claro. Con Fidel Velázquez yo trataba los asuntos laborales. Su relación política era con el presidente, el secretario de Gobernación y el pri . La idea de mi grupo era crear las bases de un Estado de bienestar sobre un sistema tripartita, claro, dentro del antiguo régimen. Todo esto desapareció.

EL “PEOR ERROR” DE LÓPEZ PORTILLO En 1976 Muñoz Ledo sonó, entre otros, en la lista de tapados a la candidatura a la Presidencia, pero la de­ cisión política recayó en José López Portillo. Muñoz Ledo fue designado su coordinador de campaña. Y luego presidente del pri . sigue

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voz interrogada En una bodega guarda los tomos redactados por una comisión en la que, junto con González Guevara, se planteaba la reforma del pri . “Proponíamos cam­ bios importantes. La parlamentarización, un fede­ ralismo más fuerte, el municipalismo, un esquema general. Eso se perdió porque no fui a la Secretaría de Gobernación, como parecía, sino que nombraron a Reyes Heroles. Y el presidente me invita a ser secre­ tario de Educación Pública.” Y frente a la sep “propuse un gran plan nacional de educación, de gran aliento, que considero una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida. Lo que pasa es que era un plan integral, ciencia y tecno­ logía, secundaria obligatoria, una gran área de la cul­ tura –lo que ahora es Conaculta–; creamos un área de juventud y deporte. Desgraciadamente hubo muchas

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norte, se empieza a privatizar. Y dentro del sistema hay muchas corrientes, pero dos antagónicas. Lo ex­ plica muy bien el libro México, la disputa por la nación, que coordinó Rolando Cordera.

témoc Cárdenas flanqueado por Muñoz Ledo y He­ berto Castillo, sólo quedan jirones, a veinticinco años de distancia.

–Y en ese sexenio termina su paso por el gobierno. De pronto se ve a usted mismo en el campo opositor.

–Yo siempre fui de izquierda, fui militante de la In­ ternacional Socialista. No le tengo miedo a la palabra.

–El momento de la ruptura. Lo más importante fue, en ese momento, la respuesta de la gente. Al Frente Democrático se le vio como una gran opción. Esas elecciones las ganamos, no quepa la menor duda.

JIRONES DE AQUEL PRD Del movimiento que se formó en las elecciones de 1988, con el Frente Democrático Nacional, con Cuauh­

–De ser priísta, pasa usted a ser de izquierda.

–Dentro de la Internacional Socialista hay líderes que terminaron por renegar de las izquierdas. Felipe González del PSOE , por ejemplo.

–Son casos distintos porque ellos fueron gobierno, porque fueron alineando sus proyectos de gobier­ no a la corriente en boga, que era el neoliberalismo. Eran izquierda light. –¿Y el PRD ?

–La izquierda en México no estaba bien definida. Había izquierda dentro del pri . Y sobre esto mismo debatimos fuerte dentro del prd . El programa de la Revolución Democrática, nuestro primer documen­ to, habla de ella pero no se define como izquierda. Tarda tiempo. –De su paso dentro del prd se recuerda quizá más el choque de trenes que tuvo con Cárdenas.

–Más que choque de personalidades, veo la acción de los grupos y las personas. Y los intentos sucesi­ vos de Cuauhtémoc contribuyeron mucho. Fuimos una experiencia unitaria que no pudo transitar ca­ balmente a un partido. –¿Y qué falló, a la postre?

–Lo central es que el movimiento que levanta­ mos se dispersó, es muy difícil que un movimiento social se inserte en un partido y no se insertó cabal­ mente. Y las fallas humanas, que siempre existen. Estoy hablando de un fracaso histórico. –¿De su paso al lado de Vicente Fox, luego de su rup­ tura con Cárdenas para las elecciones de 2000?

envidias. Tuve que confrontarme con el sindicato, con muchas resistencias de la iniciativa privada que siem­ pre ha querido controlar el sector. Un año y seis días después el presidente me pidió mi renuncia por un conjunto de presiones. Para algunos yo era muy peli­ groso. Era el puesto más importante del sistema”. –¿López Portillo hizo una autocrítica por ese hecho en algún momento?

–En privado. Me dijo que fue su peor error. Pero son cosas que no digo públicamente porque ¿quién me las cree? Luego vino el servicio exterior. Jorge Castañeda, el canciller histórico, lo invitó a ser embajador en la onu. “Antes, con Santiago Roel, no lo habría aceptado.”

–En esa etapa México alcanza un nivel de liderazgo internacional. ¿Por qué lo pierde?

–Con Miguel de la Madrid México se fue alinean­ do cada vez más al neoliberalismo. Se abren las fron­ teras, se habla del Tratado de Libre Comercio con el

–Pero el gobierno de Fox...

Es muy difícil que un movimiento social se inserte en un partido y no se insertó cabal-

Con Andrés Manuel López Obrador. Foto: Cristina Rodríguez / archivo La Jornada

–Nunca fui foxista. Lo que pasa es que había un compromiso de la oposición para la alternancia de 2000. Era la oportunidad de construir un verdadero gobierno de coalición. Finalmente el ingeniero Cár­ denas tomó la determinación por su cuenta, y otros quedamos en el aire.

mente. Y las fallas

humanas, que siempre existen.

–...fue catastrófico. Pero eso no lo sabíamos en­ tonces. En 2004 Fox toma la decisión de atacar a Andrés Manuel López Obrador. Ahí fue mi desave­ nencia con él. –Aquella idea de la reforma del Estado con la que se le identifica siempre, ¿está aplazada indefinida­ mente?

–En este momento no están dadas las condiciones. Lo único que estoy pidiendo ahorita es que no se des­ articulen las agendas de los partidos.

–¿El Pacto por México no es precisamente la desar­ ticulación de una agenda con miras a retomar la re­ forma del Estado?

–El Pacto está en el papel. Hay que ver cómo fun­ ciona. El tema es: ¿de dónde van a salir las fuerzas para cambiar el sistema de ejercicio de poder en el país y para modificar el modelo económico y social? Y a eso hay que dedicarse. En eso estoy... escribiendo, opinando •


Abbey

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el rebelde

Ricardo Guzmán Wolffer

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uando se habla de la tradición literaria de nuestros vecinos norteños, se piensa en el Nobel y autores consagrados (Fitzgerald, He­ mingway, Steinbeck, Dos Passos, etcétera), pero raramente se toma en cuenta a gente como Ed­ ward Abbey (1927-1989), quien escribe sobre la par­ te que en verdad es cien por ciento gringa: el paisaje del sureste. El imaginario colectivo identifica a esa nación con los indios y sus contrarios: los vaqueros y los militares que mataban tanto gente como bison­ tes o dragaban ríos para obtener oro: el viejo oeste, rezan los gringos. En una era donde lo “política­ mente correcto” se vuelve eufemismo para ocultar el saqueo ambiental a la propia nación, las letras del rebelde Abbey y sus entrañables personajes perma­ necerán como parte de esa literatura que habla de la nación profunda, la que nos han querido ocultar. Su novela mayor es La banda de la tenaza (The Monkey Wrench Gang, 1975), donde refleja parte de su propia biografía como ambientalista feroz y trabajador eventual itinerante. La banda… narra las peripecias de cuatro persona­ jes que encarnan partes destacadas de la sociedad estadunidense: está George Washington Hayduke, el excombatiente de Vietnam, quien ha sido afectado por la guerra y es una máquina de pelear (en una persecución policíaca, baja un jeep en rapel libre, vo­ lándolo por un acantilado); Bonnie Abbzug, la joven guapetona e instruida que practica el amor libre, en alusión a la llamada “revolución sexual”; Seldom Seen Smith, el guía en las montañas del desierto que tiene tres esposas, de acuerdo con su religión protes­ tante; y Doc Sarvis, el doctor que patrocina las expe­ diciones que obstruyen la construcción de obras de infraestructura en el desierto y destrozan las ya exis­ tentes. Al grito de “conservemos la naturaleza”, lo mismo tiran publicidad que rompen puentes o des­ carrilan ferrocarriles. Después de varias fechorías, los policías y sus ayudantes (destaca entre estos un reverendo: espera ser gobernador con tal detención), ponen todos sus esfuerzos en capturarlos.

Con una prosa por momentos demasiado deta­ llista, es fácil advertir la perspectiva del autor sobre cómo el verdadero oeste estadunidense lo consti­ tuye el paisaje. Casi al final de la persecución, Hay­ duke narra a sus compinches cómo sobrevivió a los vietnamitas durante la guerra en que fue hecho pri­ sionero: pensando en las montañas, los ríos y el paisa­ je del desierto, que es lo que verdaderamente dife­ rencia esa región del resto del planeta. Los personajes se concentran en el horizonte y en la manera en que se pierde con la mano del hombre, cómo las presas sig­ nifican la muerte para los animales y su entorno. El autor ni siquiera se preocupa por analizar a los in­ dios, casi los desprecia por su participación en ese deterioro ambiental. Smith incluso le reza en voz al­ ta a su Dios para que acabe con las obras humanas que minan el paisaje, donde es más evidente la rec­ toría de las compañías industriales. Doc le explica a Bonnie que la nación entera está siendo depredada por esos intereses económicos desentendidos de las consecuencias que sus abusos al ecosistema le ocasionan. Esta crítica tan directa, sin embargo, está plagada de ocurrencias y divertimentos. Los personajes lle­ gan a vivir momentos tan inverosímiles que dan risa. Lo que en parte se logra con las ilustraciones del ge­ nio del underground, Robert Crumb, que acompa­ ñaron a la edición conmemorativa de los primeros diez años de su aparición. Un acierto, pues Abbey y Crumb se han mantenido como iconos de esa parte de la creación estadunidense, la que insiste en que el “desarrollo económico” no deja de tener sus conse­ cuencias sangrantes y que el beneficio no es para todos en un país lleno de contrastes. La visión con­ trapunteada de los ayudantes de policía contra la de los libertarios es sólo una muestra. En algún momen­ to Hayduke y Bonnie llegan a un bar donde los ran­ cheros incultos se divierten bebiendo cerveza y el ex­c ombatiente se divierte retándolos con su supues­ ta condición de jipi, luego de “marica” y al final, cuando se revela como Boina Verde, el silencio le

contesta: incluso quienes sólo saben del trabajo coti­ diano reconocen la violencia como rectora de la vida nacional estadunidense. Quizá sea por el año de publicación, pero destaca la falta de señalamientos a los indocumentados que ahora cruzan por miles los estados de Arizona, Nue­ vo México y Utah, donde transcurre la novela. Se puede aventurar que para Abbey no importan, pues no dañan el desierto. Identificable como parte de la literatura anarquis­ ta no india, podría señalarse a Abbey como una ra­ mificación de la generación beat en tanto desconfía del Estado y propone su desaparición: Hayduke sue­ ña en vivir en la soledad del desierto, alimentándose de animales y vegetales (en algún momento, incluso come un poco de arena roja). Aquí la insurrección es directa: cualquier máquina es digna de ser destrui­ da, cualquier vía que corte el paisaje estorba, cual­ quier afectación a la naturaleza es reprochable. Mien­ tras Hayduke carga armas y las usa en defensa, los demás insisten en luchar con la inteligencia, hasta que se topan con los violentos ayudantes de sheriffs que piensan en hacer respetar la ley como pretexto para someter a quien no les gusta. Cuando la perse­ cución está a punto de volverse mortal para los anar­ quistas, uno de los perseguidores tiene un infarto y piden ayuda a Doc Sarvis, en una metáfora de cómo aún los más conservadores tarde o temprano habrán de necesitar a aquellos que repudian. Abbey recuer­ da el sentido de lo social por encima del Estado. Si bien los personajes actúan con una ideología no or­ denada (“Iremos creando nuestra doctrina con la práctica, eso nos garantizará coherencia teórica”), hay una rebeldía empírica que no es aislada. En uno de sus sabotajes se encuentran con un solitario de rostro tapado que los avala en su destrucción: tam­ bién la practica. Una novela indispensable para comprender cómo las visiones autocríticas sobreviven al paso del tiem­ po, con un dejo de humor: “Cuando oigo la palabra ʻculturaʼ, saco la chequera” •


Xabier F. Coronado Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.

¿Me explico? […] ¿Y qué ocurriría entonces? ¡Bah! Negocia-

ciones punteadas con inocuos tiros de fusil, y luego todo seguirá lo mismo, pero todo estará cambiado. (…) Una de estas batallas

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en las que se lucha hasta que todo queda como estuvo.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa: El gatopardo

ntre las consecuencias de la relación de la lite­ ratura con el lenguaje encontramos un fenó­ meno poco habitual: la aparición de palabras que expresan ideas originales o conceptos que no tenían un término específico para denominarse. Este hecho se produce cuando de la literatura deriva un vocablo nuevo que comienza a ser utilizado en el lenguaje, hablado o escrito, y luego se normaliza. Estos neologismos pueden proceder directamente

El gatopardismo Lampedusa con uniforme militar en 1920 y de 6 años, en 1903

del nombre de los escritores o desprenderse del títu­ lo de obras literarias determinadas. Es común decir que algo es “kafkiano” cuando se asemeja al ambiente descrito en las obras de Franz Kafka; “sadismo” o “sádico” son términos utilizados para hablar de comportamientos que el Marqués de Sade detalló en sus libros. Otras expresiones co­ mo “quijotesco”, “quijotismo” y “maquiavélico” son también ejemplos de palabras que la literatura aporta al lenguaje. En la misma categoría se encuentra otro vocablo que, con poco más de medio siglo de existencia, se ha extendido de manera generalizada: “gatopardismo”. Este término, que en su origen fue utilizado en el ámbito del análisis político, surge del título de la obra El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).

GATOPARDISMO POLÍTICO Y DINÁMICA LAMPEDUSIANA Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos

siglos... Y después será distinto, pero peor.

Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo

De la lectura de El gatopardo (1958) –novela póstuma y única de su autor– se desprende con claridad una idea precisa que emana de los hechos relatados por Lampedusa: en ocasiones es necesario cambiar cier­ tas cosas para que todo siga igual. En la Enciclopedia de la política, de Rodrigo Borja ( fce , 1998), el ex pre­ sidente ecuatoriano apunta que “gatopardismo” se utiliza «para señalar la actitud de cambiar todo para que las cosas sigan iguales, tal como lo proclama rei­ teradamente el personaje de la novela, en el marco del pacto con el enemigo político tradicional». Ese patrón estratégico, expuesto de manera ma­ gistral por el escritor siciliano, se denominó gato­

pardismo, un término utilizado sobre todo en so­ ciología política para referirse a una táctica em­pleada por las clases dominantes con el objetivo de conser­ var sus privilegios. Posteriormente, comenzó a usarse de forma habitual hasta ocupar un lugar común en los medios de comunicación. Basta con realizar una búsqueda en publicaciones impresas y digitales para comprobar que es una palabra que se emplea con relativa frecuencia a la hora de tratar cualquier tema. En suma, al cumplirse cincuenta y cinco años de la aparición de la novela, el concepto está asimilado y el término gatopardismo bastante extendido. Me­ nos utilizado es el adjetivo lampedusiano, que deri­ va del nombre del autor de El gatopardo y se refiere a la misma idea. Hay mucho de maniobra política en el gatopar­ dismo, sobre todo cuando se vincula a individuos que luchan por mantenerse en el poder o al propio sistema cuando necesita simular cambios con el fin de preservar su dominio. Pero el concepto da para más, trasciende el marco político y podemos aplicar­ lo para referirnos a nuestra manera de vivir y rela­ cionarnos como individuos. Las formas básicas de organización y funciona­ miento de la sociedad humana son más antiguas que las ideologías políticas. Aunque en diferentes épocas se hayan presentado cambios que parecen significa­ tivos, nuestras formas de vida y relación se perpe­ túan en lo esencial. El término “lampedusiano” se ajusta más para denominar ese mecanismo que hace que nuestro proceso existencial como individuos se mantenga casi inalterable a lo largo de la historia. Lo inquietante es que la dinámica lampedusiana que se repite en nuestras vidas parece ejercer como freno evolutivo, pues se aferra a viejos hábitos y costum­ bres que bloquean la búsqueda de una visión más equilibrada de nuestra existencia terrenal.

La civilización y el progreso son gatopardistas, como los políticos en turno y las clases privilegiadas. El desarrollo humano sobre el planeta mantiene una dinámica lampedusiana y tendrá un final por satu­ ración cuando se haga materialmente insostenible. Ese proceso, en el que estamos todos involucrados, nos atrapa. Vivimos en un estado de autoengaño y desconocemos el sentido real de las cosas hasta el punto de ignorar que el mundo es perecedero y cir­ cunstancial. Lo lampedusiano alude a una actitud humana, como individuos y como sociedad, que pe­ netra el proceso evolutivo existencial. En la actualidad se impone un ideal consumista, propuesto desde la economía occidental, que afecta a todo el planeta. En apariencia vivimos en una sociedad más justa e igualitaria, pero en la práctica ocurre todo lo contrario: una vuelta más en la espiral lampedusia­ na. Lamentablemente vamos a peor; esta certeza acia­ ga de un resultado final negativo también es revelada en El gatopardo con una sentencia clara y precisa que no necesita comentario: “E dopo sarà diverso, ma peg­ giore”, es decir, “y después será diferente, pero peor”. En la historia de la humanidad, las maneras de re­ lacionarse se repiten con ciertos matices que las hacen parecer nuevas, aunque nada cambie esencialmente. Si recapacitamos sobre un tema cotidiano como la vio­ lencia, nos damos cuenta de que es igual la primitiva tibia de Kubrick en 2001: una odisea del espacio, que el misil nuclear; la idea es la misma: un arma que se uti­ liza para dominar, agredir y matar. Obviamente cam­ bian los métodos, pero no los modelos de conducta. El desarrollo científico y tecnológico es un ejemplo más de aparente cambio continuado sin transformaciones positivas. Prevalecen las dudas sobre las certezas: ca­ da nuevo descubrimiento trae consigo una multitud de incógnitas por resolver. La dinámica lampedusiana también opera en nuestra controvertida era de la comunicación global.

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1 de septiembre de 2013 • Número 965 • Jornada Semanal

por así decirlo un dato de cultura y nada más, no una experiencia que les hubiese penetrado la médula de los huesos”. Es posible que si llegáramos a asumir conscien­ temente que el nacimiento y la muerte forman parte de la vida, lograríamos comprender que, como expo­ ne Lampedusa, “todos nosotros, igualmente someti­ dos a la doble servidumbre del amor y de la muerte, somos iguales”. Entonces, ante la certidumbre de la igualdad y de la muerte, dejaríamos de comportarnos como criaturas únicas y privilegiadas que disponen de tiempo suficiente para dejar las cosas para mañana. En definitiva, ser plenamente conscientes de que vamos a morir nos ubica en la existencia y nos da la tranquilidad necesaria para admitir nuestro destino: “Como siempre, la consideración de su muerte lo

o de la existencia

otos: omne-pulchrum-amabile.blogspot

Es evidente que las cosas cambiaron: estamos más comunicados, aunque a veces de una manera muy superficial, y tenemos acceso a más información, a menudo de dudosa calidad y origen. Pero, a la vez, somos más accesibles y estamos más controlados. En la práctica, las nuevas tecnologías quizá resulten peor que los medios tradicionales de comunicación. La clave de todo está en que este proceso de cam­ bios sin transformaciones esenciales, con tendencia negativa, se repite sin trabas porque, como dejó es­ crito Lampedusa, no tenemos conciencia de que se produce: “Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, con­ tinuaremos creyéndonos la sal de la tierra.”

VIDA Y MUERTE: LA CONSCIENCIA EXISTENCIAL La muerte, sí, existía, no había duda, pero era cosa de los demás.

Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo

Si se analiza la evolución del ser humano sobre la tierra podríamos concluir que se trata de un proceso biológico desnaturalizado. Es una tesis verosímil desde el punto de vista científico porque, en defini­ tiva, no dejamos de ser una especie en desequilibrio con el medio de cultivo orgánico en el que nos desa­ rrollamos. En general, las explicaciones que damos al sentido real de nuestra existencia son ambiguas y simplistas, mientras los sistemas educativos y la religión se en­ cargan de perpetuar esa visión tan estrecha. Mayori­ tariamente se acepta que nos creó un dios masculino, omnipotente y paternal, un protector autoritario que nos controla, nos juzga y nos condena implacable­ mente. Hay muchas posibilidades explicativas pero todas son teorías sin demostrar; este proceso vital

escapa a una comprensión mental que funciona entre limitados parámetros de sintaxis y lógica racional. ¿Cuáles son nuestros pensamientos, nuestras mo­ tivaciones cotidianas, nuestros anhelos reales? La desatinada sociedad actual es factible porque los individuos que la sostienen carecen de conciencia existencial, se vive una falacia donde todo cambia ver­ tiginosamente para que todo siga igual. Esa incon­ ciencia es una de las desventajas del ser humano; el sometimiento se hace evidente cuando miramos al­ rededor y vemos nuestras pautas de relación y orga­ nización, nuestras rutinas y la manera como despil­ farramos la energía y la vida. El sistema de vida occidental nos induce a pasar gran parte de la existencia con la esperanza de la ju­ bilación; estamos seguros de que, cuando ésta llegue, comenzará la verdadera vida, la que siempre quisi­ mos vivir pero postergamos a cambio de una garan­ tía de seguridad material. Sin embargo, aquellos que logran llegar al ansiado renacimiento en supuesta libertad subvencionada, se encuentran con realida­ des imprevistas como la certeza de la vejez, la pér­ dida de la voluntad y la inminencia de la muerte… Entonces, incluso llegan a echar de menos el yugo que les mantenía sujetos. En El gatopardo se trata en profundidad el tema capital de la existencia humana: la actitud ante la vi­ da y la muerte. Lampedusa plantea con claridad que “el problema auténtico consiste en poder vivir esta vida del espíritu en sus momentos más sublimes, más semejantes a la muerte”, porque sólo la certeza de la muerte da la conciencia existencial que permite vivir en plenitud. Muchas veces pensamos en la muer­ te como algo ajeno, un evento lejano que tiene más proximidad con los demás que con nosotros mismos. En realidad, sólo admitimos la muerte en el discurso teórico porque, como se lee en la novela, “el conoci­ miento de la muerte era puramente intelectual, era

serenaba […]. Tal vez porque, en fin de cuentas, su muerte era el final del mundo.”

UN CAMBIO VERDADERO «Mientras hay muerte hay esperanza», pensó.

Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo

¿Qué hacer para cambiar realmente? ¿Se podrá romper ese mecanismo, implacablemente lampedu­ siano, donde prevalece la simulación del cambio? Será difícil, porque además de lograr la conciencia existencial, tendremos que probar nuestra capacidad para desarrollar una nueva visión del mundo que, necesariamente, rompa con todos los hábitos y pre­ juicios derivados de actitudes que parecen ser inhe­ rentes al ser humano. Será complicado descubrir la fórmula, pero no podemos perder la esperanza de encontrar el camino del cambio verdadero, superan­ do gatopardismos y dinámicas lampedusianas. Lo único seguro es que tendremos que cumplir el inexorable mandato biológico de la transformación energética para poder despertar en ese lugar, co­noci­ do y olvidado, que es la tabla de salvación del so­ ñador de pesadillas. Pero, antes, es necesario creer en nuestras posibilidades, sin dudas ni miedos al fracaso. La búsqueda del cambio existencial conlleva el compromiso de realizar un trabajo personal tras­ cendente que logre restablecer la conexión con nues­ tra verdadera naturaleza. Hay que poner en ello toda la voluntad, a sabiendas de que no tenemos muchas posibilidades de lograrlo. Como se dice en la tradi­ ción zen, hay varios caminos para subir a la montaña, pero lo difícil es tener la voluntad necesaria para re­ correrlos y alcanzar el satori (la iluminación). Una vez en la cima, sólo es cuestión de lanzarse al vacío: la conciencia lograda durante el largo ascenso nos dará la fuerza necesaria para levantar el vuelo •

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Elgatopardo, Marco Antonio Campos

de Visconti

Tancredi Falconeri (Alain Delon) y Angelica Sedara (Claudia Cardinale) en una escena de El gatopardo

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s raro que una novela clásica termine también en una película clásica y más raro es que entre la publicación del libro y el estreno de la cinta medien apenas cinco años: la novela de 1958, el filme de 1963. Es el caso de El gatopardo. Como Anto­ nioni, Visconti fue un cineasta sin declive en sus fil­ mes en blanco y negro y en color. Filmada en 1954, Senso es tal vez el más claro ante­ cedente en el estilo y en el asunto de El gatopardo y forman la dupla de películas del Risorgimento italiano, es decir, las guerras por la independencia y unifica­ ción italianas. La historia de El gatopardo en 1860 tiene como fondo la liberación de Sicilia para integrarse al reino de Italia y seguir una vía para una Italia única e indivisible; la de Senso la tercera guerra de libera­ ción italiana contra los austríacos en la primavera de 1866. Tanto en Senso las imágenes de la batalla de Cus­ toza, como en El gatopardo, las violentas luchas de los camisas rojas garibaldinos contra las tropas reales borbónicas en las calles de Palermo en mayo de 1860, son pintadas con vívida crudeza. En ambas cintas Vis­ conti parece haber calculado cada uno de los cientos de planos, y pese a que hay numerosos momentos de exaltada belleza de paisajes naturales o de los interio­ res de los palacios barrocos, la intriga nos atrapa, se impone. Si cabe adjetivarlas, diría que Senso es elegan­ te, El gatopardo majestuosa. Senso se tradujo al espa­ ñol con el nombre de la protagonista (Livia). ¿Por qué? Porque en verdad es difícil hallar el equivalente. Senso es ante todo la historia de un desdichado y terrible amor de una condesa italiana, Livia Serpieri (Alida Valli), por un teniente del ejército de ocupación aus­ tríaco, Franz Mahler (Farley Granger), quien, revelán­ dose poco a poco lo que es, sobre todo al final, resulta sólo “un desertor ebrio”, un delator, un vividor del juego y de las mujeres. Por amor al teniente, Livia, casada con un conde italiano, entrega las joyas que le

han confiado los partisanos italianos, específicamen­ te un primo suyo, Roberto Ussoni (Massimo Girotti), combatiente de las fuerzas de liberación. El amor de­ sesperado por el teniente la lleva no sólo a la infi­ delidad al marido, sino a la traición a la patria. El gatopardo puede ser visto o analizado desde distintas perspectivas. Permítaseme en este caso de­ tenerme especialmente en dos: en la declinación crepuscular de la nobleza italiana y, más específica­ mente, del propio Príncipe Fabrizio di Salina (Burt Lancaster). Si en Senso los diálogos son de una sencilla y con­ tinua precisión (no en balde entre los guionistas es­ tuvieron Tennessee Williams, Paul Bowles y Giorgio Bassani), en El gatopardo, sobre todo cuando habla el Príncipe Fabrizio, están hechos de la sustancia de la sabiduría pragmática, como, por ejemplo, cuando conversa con el padre Pirrone, y el Príncipe, entre varias y variadas cosas, que la Iglesia está destinada a la inmortalidad, pero su clase social no: “Cien años serían una eternidad”, concluye melancólicamente. Otro tanto es cuando el Príncipe dialoga con Cheva­ lley, el enviado del rey Vittorio Emmanuelle, que le trae la propuesta para ser senador por Sicilia en el parlamento italiano, y el Príncipe arguye para su ne­ gativa que la suya es una generación desafortunada, comprometida con el pasado y vinculada a la vieja clase, es decir, a caballo entre dos mundos, sin estar bien en ninguno. Por demás, Sicilia no tiene remedio; no va a cambiar; los sicilianos han sido dominados por potencias extranjeras durante 2 mil 500 años, y sin embargo creen que todo lo hacen bien y se sienten “la sal de la tierra”, sin percibir que viven desde hace siglos un largo sueño y su inmovilidad voluptuosa es sólo un deseo de muerte. Como la nobleza italiana, o siciliana en este caso, que en aquella década de los sesenta del siglo xix

entra en el crepúsculo como poder real, el Príncipe, como hombre, siente que los años lo han rebasado dura, ciega, implacablemente. Pero aun así, y con mucho, es la figura sobresaliente del filme. Su volun­ tad es siempre la última voluntad, ya sea por la habi­ lidad en la argumentación o por el explosivo gesto autoritario. Detrás de casi todo hombre lúcido de duro temperamento hay un sentimental. A los cua­ renta y cinco años, el Príncipe ya se veía un viejo, lo siente y lo vive, en especial en la prolongada secuen­ cia final del baile en el palacio Ponteleone. En ese juego de escenas, Visconti sugiere que el Príncipe, siendo también un sensual, resiente ante todo el paso de los años al ver a jóvenes bellas que ya nunca serán suyas, en especial Anglica Sedàra, la prometida de su sobrino Tancredi Falconeri, por quien tiene un amor sublimado, y a quien, con sólo verla, al conversar o al bailar con ella un inolvidable vals, se le aviva el dolor de lo que ya no puede ser. Al ser consciente de que el poder político de la rea­ leza menguará y su fuerza física se irá reduciendo, acuerda un “negocio matrimonial” con el inteligente y ultracorrupto alcalde del pueblo de Donnafugata, Calogero Sedàra, para casarla con su sobrino Tancredo Falconeri, a quien “quiere más que a sus hijos”, quien tiene el nombre y un pasado nobiliario pero muy es­ caso dinero en el bolsillo, y de esa manera salvar por un tiempo económica y políticamente a la familia. Sin embargo, el momento cuando el Príncipe ya se sabe vencido por la edad es cuando en una de las ha­ bitaciones del palacio Ponteleone se mira el rostro en el espejo y se le salen las lágrimas. En ese momento la soledad, la fatiga y la tristeza acumuladas son la confirmación cruel de que los árboles máximos tam­ bién caen. La actuación de Burt Lancaster como el Príncipe di Salina es sencillamente perfecta en cada movimiento, al decir cada frase, y sobre todo, en cada gesto cuando mira o siente muy cerca a Angelica. Pro­ bablemente es una de las más inolvidables actuacio­ nes en la historia del cine, pese a estar el personaje doblado al italiano. Por su parte, las actuaciones del muy joven Alain Delon como el cínico y ambicioso Tancredi Falconeri, y del más bello felino del cine italiano, Claudia Car­ dinale, como Angelica Sedàra, o si se quiere, su rela­ ción amorosa, se quedan grabadas para siempre. Cierto: su matrimonio es un convenio interesado, pero desde los primeros encuentros se da en su rela­ ción de manera recíproca el amor y el deseo furiosos. Hay varios filmes de grandeza estética en la filmo­ grafía de Visconti, como La tierra tiembla (1948), Senso (1954), Rocco y sus hermanos (1960), Sandra (1965) y La caída de los dioses (1969), pero en El gatopardo, a nuestro parecer, tocó cielo •


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leer

Jornada Semanal • Número 965 • 1 de septiembre de 2013

Breve historia de la transición y el olvido, Gustavo Ogarrio, cialc - unam /Eón, México, 2013.

DE OLVIDOS, TRANSICIONES Y DEMOCRACIAS ORLANDO LIMA

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ace poco apareció en La Jornada Michoacán (18/ viii /2013) un artículo de Gustavo Ogarrio, en el que analiza la propaganda oficial sobre la privatización de Pemex. Para ello, el escritor se vale de un análisis doble: de la “semántica del miedo” del gobierno de Enrique Peña Nieto, así como de su “ambigüedad” discursiva en los anuncios publicitarios de la empresa petrolera. ¿A qué obedece este tipo de análisis? ¿Por qué darle este peso al ámbito semántico y discursivo? ¿Acaso no estamos en una democracia lisa y llana, sin ambigüedades y con transparencia? No es casual que Ogarrio proceda de tal forma: su análisis está centrado –desde nuest r a perspectiva– en las ideas y discursos que, como dice él, pone en m a rc h a e s t e “ g o b i e r n o d e l a restauración” a partir de la hoy tan hablada “reforma energética”. Con ello, da cuenta de una ilegitimidad del Estado en detrimento de su acción pública y social. Las “reformas” privatizadoras son disfrazadas de nacionalismo con una descontextualización discursiva de la expropiación petrolera del estadista Lázaro Cárdenas del Río, como han resaltado A r n a l d o C ó rd o v a ( L a J o r n a d a , 1 8 / v i i i / 2 0 1 3 ) y Cuauhtémoc Cárdenas (La Jornada, 16/ viii /2013). Peña Nieto (ab)usa de la memoria nacionalista, la deshistoriza y la tergiversa para fines privatizadores y no sociales. Lo anterior implica, para Ogarrio, una textualidad del olvido de la sociedad por el poder, olvido que tiene su historia y que el narrador y ensayista plasma en su reciente libro Breve historia de la transición y el olvido. Una lectura de la democratización en América Latina. Ogarrio sostiene la importancia del análisis textual de los discursos, opiniones y críticas políticas que juegan un papel importante en una imagen democrática que se pretende armónica y pacificadora de un conflicto social apenas anunciado. Las reformas en un mercado con “sentido social” que analiza Ogarrio son una cara más de una problemática que ha aquejado a las ciencias sociales y a la sociedad latinoamericana misma, desde hace ya más de cuatro décadas. Nos referimos, por supuesto, a las transiciones democráticas que han continuado con una dominación excluyente –precedida en gran parte de América Latina por las dictaduras. Este libro socava y pone en jaque las lecturas armónicas y formalistas de las democracias.

A través de una creativa conjunción de obras filosóficas, históricas, literarias y políticas, Ogarrio nos conmina a leer los traspatios ideológicos presentes en las textualidades que afirman una democracia sin apellidos y una gobernabilidad con transparencia desde el voto como fenómeno permanente y necesario. Se analiza el modo en que “transición” y “democracia” pasaron de ser jerga de analistas políticos a categoría central de historiografías contemporáneas de América Latina. La centralidad del término transición a la democracia, muestra Ogarrio, es producto de un olvido forzado de las luchas sociales y del carácter público del Estado, y legitima una economía especulativa de libre mercado. El neoliberalismo juega un papel central en los espacios públicos que privatiza y en los privados que hace públicos. Ante ello, la memoria colectiva emerge en forma de silencios y testimonios de desaparecidos, marginados y dominados por un mercado globalizado. La gobernabilidad conservadora y autoritaria de las transiciones demócratas globalizantes son puestas en cuestión: la ilegitimidad de un Estado se acompaña de la hegemonía del mercado en la región. La Breve historia de la transición y el olvido muestra los linderos discursivos y las matrices autoritarias que esconden un neocolonialismo democrático que se pretende “natural”. Esta obra invita a repensar un necesario cambio estructural, con una democracia radical que haga efectiva la participación social y un Estado público. El autor narra así, desde el olvido forzado, una historia de transiciones democráticas que se enmarcan neoliberalmente. Es un libro imprescindible en estos “tiempos equívocos”, que denota la importancia de una memoria social colectiva, cuyos silencios y testimonios con voz propia potencian una democracia con sentido radicalmente social • Canciones para las muchachas tristes, Guillermo Jaramillo, Editorial an.alfa.beta. México, 2013.

UNA CIUDAD Y SUS CANCIONES ANDRÉS VELA

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anciones para las muchachas tristes, segundo libro del poeta Guillermo Jaramillo, confirma el dominio sobre ciertas obsesiones y el trabajo de un estilo. Jaramillo logra con sus versos lo que ningún otro poeta o prosista regiomontano: el registro de la ciudad con todos sus rostros, olores, colores y sabores; el registro de un habla y un cierto estado anímico: “pido un perfume de líquido azul sólo para alargar las notas, las palabras, la búsqueda”, “saber que estuve ahí un día buscando igual que ella, esa rutina asquerosa de olvidar el rumbo”. El valor de Canciones para las muchachas tristes toma un matiz especial si se conoce su primer libro: Algo suena a una mujer que se va de casa, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León en 2010. Al

VOCES DEL BORINQUEN Textos de Echavarría, Flax, López-Baralt, Otero y Vega

abrir las páginas de estos libros, lo primero que salta a la vista es la voluntad de crónica: el autor logra en su poesía, sin perder un ápice de lirismo, documentar su ciudad. Monterrey es la ciudad que se refleja en la obra de Jaramillo, joven egresado de la carrera de letras que, para fortuna del lector, ha olvidado las formas que le inculcaran sus maestros en la universidad. En cambio, se ha nutrido del oficio de reportero y de un oído sensible, que asimila la ciudad con sus voces y ritmos: blues, cumbia, corridos, vallenatos o chotises. Así que este poemario es también un cancionero que bien podría terminar en un estudio de grabación. Ese canto a la ciudad alcanza momentos como éstos: “sus ojos son dos cuadros con atardeceres tan distintos”, “algo de dama para su presencia de faro en la noche, ésa que me alerta de esta tristeza que me cargo" •

Desterrados, Eduardo Antonio Parra, Ediciones Era/Universidad Autónoma de Sinaloa/ Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2013.

Hace bien el prolífico Eduardo Antonio en dedicarle este cuentario al muy querido y siempre recordado Daniel Sada, sobre todo por lo que dice en la propia dedicatoria cuando se refiriere al autor de Una de dos, entre tantos títulos memorables: “indiscutible maestro de maestros”. Hace doblemente bien porque las quince piezas que componen este volumen habrían sido, sin dudarlo, aprobadas por uno de nuestros más relevantes narradores contemporáneos. De hecho, Parra bien puede compartir el reconocimiento, y no por cierto a partir de este libro sino, al menos, desde que viera la luz la espléndida recopilación de sus relatos, titulada Sombras detrás de la ventana, que le valiera el Premio de Literatura Antonin Artaud en 2010. Como pocos, Eduardo Antonio está plasmando, en la ficción, los rasgos de nuestra realidad contemporánea, atravesada simultáneamente por la violencia y una peculiar forma de la belleza. Igual que estos cuentos.

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arte y pensamiento ........

1 de septiembre de 2013 • Número 965 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

ftorrescordova@gmail.com

Desprendimiento Una vez un rey agonizaba y llamaron a su lado a un hombre que oraba sin mover los labios ni abrir los ojos ni saber dónde estaba, pues había anulado la memoria de ese día y de todos los demás. El rey recitaba a gritos sus crímenes, que eran más que las arenas que arrastraba el río, y se esforzaba por recordar sus buenas acciones. Olvida eso, le dijo el hombre. Olvida lo que crees que hiciste mal y lo que crees que hiciste bien. Nada te puede salvar sino que te desprendas, pues sólo el desprendimiento nos acerca a Dios. Para el desprendido no hay bien ni mal; nada es agradable ni doloroso; no hay placer ni sufrimiento ni ansiedad. El desprendimiento hace al hombre semejante a Dios. Quien sea desprendido será elevado a la eternidad –acabó el ermitaño al tiempo que entreabría un ojo para ver si era de oro la pieza que se llevaba, pues procuraba ocuparse en desprender a los demás. (De las historias de San Barlaán para el príncipe Josafat) •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com

AL VUELO Diario mínimo No hay que aferrarnos a terminar lo que empezamos, no hay que morir en ese intento, como mueren los hurones que quieren cruzar el caudaloso río o los pajarillos que apenas aprendiendo a volar pretenden taladrar el cielo. La vida es como las páginas de un diario que, a veces, nos alude, pero que no termina. Que a veces nos elude, y no termina. Por eso hay que dejar ciertas cosas a medio terminar, olvidadas tal como empezaron, dejarlas sobre la mesa o el escritorio o tal vez durante la noche a la intemperie como para incitarlas a que continúen sin nosotros, como para que nos den la espalda y emprendan su propia retirada, sin nosotros. Porque finalmente la vida también continúa a pesar nuestro, que quedamos inconclusos en parques y atardeceres, en amores y en olvidos, en países inhóspitos y bajo lluvias lejanísimas, siempre a medio terminar, precisamente como el diario que, un buen día, el día menos pensado, a saber, ya no tendrá ni una sola página más con nuestro nombre •

Reeditando a Malcolm Lowry

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ese a que Malcolm Lowry sólo vivió durante dos períodos breves en México (1936-1938 y 1945-1946), la sombra del escritor inglés sigue apareciendo como premio literario, hotel o cantina, incluso como nombre de mezcal (ilustrado inmejorablemente por Cisco Jiménez). Su ya mítica Bajo el volcán, cuya primera edición apareciera en 1947, es uno de los temas recurrentes del libro Sobre Lowry (2012), que celebra el cuarto aniversario de La Cartonera Cuernavaca –coordinada por Rocato, Nayeli Sánchez y Dany Hurpin– y el centenario del nacimiento del autor. Entre la obra y las andanzas del escritor, veinticuatro creadores (ensayistas y artistas plásticos) se congregan para conformar un volumen lúdico que incluye un Monopopolowry, un poema visual de Marcelo Teixeira. Entre los textos que sobresalen se encuentra el de Raúl Ortiz y Ortiz, el traductor de la novela de Lowry, o al menos de la versión más conocida que hemos leído los hispanoparlantes. Ortiz y Ortiz contextualiza la obra y nos explica por qué la novela emblemática no tuvo el éxito de un bestseller y, en cambio, parece haber adquirido el de un longseller al paso del tiempo. Maurice Nadeau, traducido al español por Dany Hurpin, desentraña la mala suerte de la novela, de la cual, se sabe, fue escrita en cuatro ocasiones. Entre el alcoholismo del autor y sus lapsus, el autor pudo meditar la historia que se regenera como ave fénix en cada intento por ser borrada. Carlos Antonio de la Sierra, dedicado a investigar el universo lowriano durante décadas, comparte un hallazgo importante: “Lowry plantea una estrategia narrativa que aleja el desenlace de una expectación suspensiva, es decir, lo importante no es saber qué ocurre al final (que los protagonistas se mueren), sino cómo se llega a esas instancias.” Felix García deduce que el escritor investigó el mundo prehispánico y entendió que los dioses “representan fuerzas humanas en contraposición, están formando y transformando el mundo. Lo crean y lo destruyen de forma dinámica”, lo cual podría explicar –al menos en cuanto al eterno retorno– las continuas reescrituras de la novela. Frédéric-Yves Jeannet ubica y enmarca la geografía del lugar en el cual Lowry escribe las primeras versiones de la novela, hoy transformado en conocido hotel del centro de Cuernavaca. La cantina que frecuentaba, El Farolito, luce hoy como parte de un edificio avejentado por el polvo y la propaganda política. Vale la pena la revisión de la obra que invita a descubrir si se puede escribir, en estado de ebriedad, una obra maestra.

Los poetas de Morelos en Bellas Artes Estaciones bajo el volcán. Antología de la reciente poesía morelense (2013), se presenta en el Palacio de Bellas Artes este 4 de septiembre a las 19:00 horas, con la participación de Sergio Mondragón y los autores incluidos: Javier Sicilia, Kenia Cano, Armando Alonso, Norma Abúndez, Gustavo Martínez, Alejandro Campos, Rocato, Elizabeth Delgado, Ricardo Ariza, Eduardo Estala y Juan Díaz •

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

Lluvia con sol Para Maya

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on paso lento y poroso llega al sillón. Deja caer su peso con la mueca de un viejo dolor de espalda y un hondo suspiro. El cabello blanco y brillante sujetado en un rizo delicado detrás de la cabeza y cubierto con una franja ancha de satín blanco a manera de turbante; camisola blanca, holgados pantalones blancos, alpargatas blancas, grandes lentes oscuros de armazón blanco, de plata los pendientes largos, negras y blancas las diminutas cuentas de los dos collares que ella misma engarzó y trenzó hace muchos años de sus tantos años, las manos nudosas, cruzadas de venas oscuras que resaltan bajo la piel delgada, las uñas bien torneadas y perfectamente rojas. Su perra pastor se le acerca moviendo la cola. A la izquierda, tras el ventanal de la sala, se abre el jardín que descansa y atesora resonancias. Se quita los lentes y los deja en la mesita junto al sillón, sobre las cajitas traídas de sus múltiples viajes que le llenan la voz y le encienden la mirada. Entre algunas nubes, la luz de la tarde se dilata todavía mientras ella asiente satisfecha al contemplar siempre como si fuera la primera vez la disposición meditada de los muebles en los espacios y rincones de su casa, la simetría de los cuadros en los muros, su particular historia en el polvo fino que acumulan. Viene de toda su vida a este instante preciso y cotidiano, ya cumplidos los deberes con los hijos, canceladas las fatigas de su oficio de palabras en dos lenguas simultáneas, pero vigentes y altos sus orgullos; viene con todas sus edades juntas en un rumor de agua, voluntad, sangre y aliento, tramadas en las fibras del encuentro primigenio de la luz con la materia que va labrándose en la piel y dejando honduras inefables en los ojos. Los dolores del alma, excepto uno, irrevocable y sin contornos, imbricada su sólida presencia en el flujo secreto de los días, y las marcas en los labios de una antigua herida sobre lo que fue o no fue el amor, ya ovillados en los nichos de los huesos, quietos y sabidos sus asombros, rendidas al sosiego o al olvido sus angustias. Ahí sentada, a la orilla de sí misma y de su tiempo, en el flujo de las horas que avanzan por el borde azul de las venillas en sus sienes, se guarda en un silencio repentino y suyo, en una suave intimidad indescifrable. Hay una claridad serena en su rostro, una certeza firme y simple en su mirada. Entonces, desde la llama que la alumbra ante la pura vastedad desconocida que a ella y a todos nos espera, como si de ahí surgieran o ahí desembocaran enlazadas en un solo impulso sin fisuras su inteligencia y su memoria, dice en voz muy baja: “Lo único verdaderamente importante que me queda por hacer en la vida es morirme.”Y vuelve a su silencio que ahora se acompasa y se disuelve en el aire. Unos segundos después, su perra, que estaba echada a sus pies, levanta la cabeza, se incorpora y lame una de sus manos. Ella le sonríe con los mismos ojos cálidos y hermosos que fue siempre desde niña y le acaricia la cabeza. Afuera cae una lluvia suave con un poco de sol al filo de la tarde •

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Jornada Semanal • Número 965 • 1 de septiembre de 2013

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Miguel Ángel Quemain

Ruleta rusa, las redes imaginarias del teatro

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ULETA RUSA ES UNA obra inspirada en las proliferantes creaciones dramatúrgicas de Lola Arias, una joven dramaturga argentina que explora los vínculos en el mundo de hoy, sobre todo los que tienen que ver con sexos opuestos y todo aquello que los cruza: madres, bebés, amigos... Sus temas: la infidelidad, el tedio, la ambición, la necesidad de control y un narcisismo atroz que no les permite un arrepentimiento reconciliador. Max Zunino es un joven director uruguayo que ha incursionado con creatividad en la t v y la publicidad con spots que no apelan a la estupidez ni al desprecio por el espectador, sino que merodean los productos y los metaforizan. Hizo un corto, Recuerdo del mar, que le ha dado celebridad porque ganó el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cine Independiente de Barcelona. Con Sofía Espinosa (un joven animal teatral que sabe coproducir, escribir y actuar) filmó Los bañistas, su ópera prima en cine. La dirige y es coguionista con Espinosa, quien también coproduce. Doy este contexto porque explica las relaciones que hacen posible un teatro interesante por la exploración actoral que Zunino logra con tres actores de gran energía, aunque el eje gravitacional es David Psalmón, experimentado actor, director, escritor e ideólogo que sostiene rítmica y emocionalmente a estas dos actrices (Sofía Espinosa y Nora del Cueto), que profundizan en su personaje hasta hacerlo capaz de interrogar al mundo que lo ha creado, que lo ha torcido. Digo jóvenes para referir que les falta mucho camino por recorrer en la escena, pero ambas poseen rigor, experiencia y energía (Del Cueto en el montaje Aplausos, de Antón Araiza, y Espinosa en la cinta La niña en la piedra).

La convicción también rige sus interpretaciones, con todo y que el texto o su adaptación no son tan convincentes como las tareas escénicas que logran mostrar que la distancia física, la que nos coloca a uno y otro lado del teléfono, está abolida por la imaginación teatral que trenza a cada pareja en ese andar a solas tan acompañado como beligerante, cuando las disoluciones todavía no ejecutan la corrosión que corta los lazos definitivamente. “Ruleta rusa” es esa práctica que consiste en alimentar la pistola con una bala que girará al interior del cilindro y, una vez detenido éste, puede que el azar coloque la bala en la cámara que prolongará su viaje incendiario a la cabeza de un jugador, que apuesta al futuro poniendo en jaque su propia continuidad. Ruleta rusa está hecha de historias de amor a media luz, es un viaje al monocromatismo en contraste de luces y recorte contra las ventanas del pasivo transporte varado

LA OTRA ESCENA quemainmx@gmail.com

en La Condesa, cuyas iluminaciones se oponen en contrapicada al interior de ese chorizo donde se puede compartir el molesto cigarrillo de los actores. Me parece una voluntad cosmopolita y comunicante la de Lola Arias, al montar un texto probado en otros escenarios. Es una autora coherente, con una búsqueda clara que no está atrapada por los localismos abrumadores de bonaerenses, catalanes y madrileños. La maternidad, la melancolía, las relaciones entre madres e hijas, las parejas atravesadas por un bebé, por un hijo; los hijos atravesados por sus padres... son temas incómodos que llaman la atención. En El amor es un francotirador, Striptease y Sueño con revólver hay una condición espiritual que coloca los problemas al límite de su tolerancia. Sin embargo, sus parejas no son la que ofreció Vicente Leñero en La mudanza, una obra que perfila un dueto que jamás imaginé pudiera conservar su vigencia temática y de composición dramática más de treinta años después. Así se anticipan las obras que llamamos clásicas. Psalmón aquí es un actor pero sabemos de su magnetismo, su modo de hacer teatro ( Teatro sin Paredes) y continuar un quehacer al que el gobierno federal le retiró el apoyo económico, a pesar de que no dejó de elaborar nuevas creaciones con una línea que ha pretendido lograr el autofinanciamiento. Así son los lazos que se tienden entre quienes comparten una idea del teatro, del arte y la política, estableciendo vínculos fraternales que derivan en creaciones como ésta. A unas cuantas calles, en un foro totalmente opuesto al Trolebús Doble Vida (Parque España y Av. Veracruz), Psalmón dirige La Inauguración, de Vaclav Havel, con un par de actores que hacen un trabajo notable; uno de ellos es Nailea Norvind •

Sofía Espinosa y David Psalmón

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola Propuesta de Alarma Sísmica

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LO LEJOS, COMO DESDE otra vida, el televisor dispara el sonido de una alarma. Freud diría que en esos primeros instantes nacerá y morirá el velocísimo sueño, por largo que parezca. Éste por ejemplo: nos vemos en un barco que oscila provocando mareo. Sentimos una sed intensa. Escuchamos el crujir de la madera. Aparecen rostros familiares, pero no los reconocemos. De sus bocas sale un grito unísono, electrónico, plano. Corremos por la cubierta auscultando el horizonte. No Cerati: no hay tierra a la vista. La alarma continúa. Abrimos los ojos con lentitud. La realidad se completa asociándose con los oídos. El conductor del noticiero dice que está comenzando un temblor trepidatorio, que nos lo tomemos con calma. Decidimos que pasaremos la experiencia en plan horizontal, con la cabeza en la almohada. Como el evento crece y se prolonga, nos incorporamos arrepentidos para vestirnos rápidamente. La espantosa alarma insiste en su clamor con la contundencia del inicio. A diferencia del grito humano, no decae ni se transforma en desesperación o desesperanza. No provoca empatía. Es un incendio en el aire. ¡Lo que debe ser el anuncio de bombardeos por este medio! Han ocurrido demasiados sismos en las últimas semanas. Ojalá sea una liberación gradual de energía y no los primeros visos de un encabronamiento tectónico mayor, pensamos mientras la sirena se detiene. Las lámparas se calman también. Los cables, las antenas, los árboles, todos van regresando al sueño quieto de la espera, como zombies volviendo a sus tumbas. Con ellos muere su murmullo, ese ruido discreto y parejo que tanto desconcierta en los temblores. La calle regala el eco de siempre: bocinas disparatadas de automóviles que, estacionados y prendiendo intermitentes, cambian observaciones con perros de azotea, verdaderos expertos en las escalas del sismógrafo (ellos no cambian sus mediciones).

Ensayamos entonces las llamadas de costumbre, pero el celular regala tres notas odiosas, agujas sobre el tímpano que indican falla en la señal. En automático le mentamos la madre al hombre más rico del mundo. Nos conformamos con el envío de algunos mensajes de texto. Bostezamos. Típica “calma chicha”. Los telediarios comienzan el barrido de las ciudades. Una vez más, los temblores contribuyen a la fraternidad de banqueta. Suenan las conversaciones cuya patada de inicio fue este regalo de la Madre Tierra, pretexto ideal para irse como “hilo de media” y terminar en los más variopintos asuntos. Nos acostamos de nuevo, más por frío que por pereza. Cerramos los ojos por un momento y, en sincronía con los párpados, los perros ladran de nuevo en un coro organizado. La alarma vuelve a la vida. Otro aviso de movimiento telúrico. Sabemos que es una réplica. La adivinamos pequeña y no nos equivocamos. Todavía en el capullo de tela, hacemos un listado de las canciones que podrían ocupar la función de la alarma sísmica. No pueden ser piezas de gran belleza o carácter fundacional, pues la gente quedaría cautivada y, por consecuencia, aplastada. Claro que, viéndolo bien, no estaría mal morir por el peso concreto de Juan Sebastián Bach, Led Zeppelin o John Coltrane. Tampoco pueden ser piezas de compositores contemporáneos, de reggae o metal. En ellos se impone una suerte de hipnosis poco efectiva para el flujo de la masa que escapa. Los primeros demandan atención, los segundos relajación y los terceros correr en círculo. Igualmente sería desastroso que sonara algo de electrónica. Muchos se quedarían pasmados para luego ponerse a brincar sin moverse de sitio. Ello más bien aceleraría la caída de los edificios, suponemos. Así las cosas y en plan propositivo, sugerimos como nueva Alerta Sísmica alguna pieza de los Ángeles Azules donde colaboran en dueto con distintos personajes del rock y el pop. Son más feas, dan más miedo y ponen más

@LabAlonso

alerta que cualquier sirena. Entendemos que no son especialmente malos ni buenos frente a otros de su género, sí, pero incomoda ese enaltecimiento-tributo-homenaje inmerecido creado en laboratorio. Claro, el único riesgo de nuestra idea, como sugirió un amigo, es que la gente se ponga a bailar en medio del temblor. Ello, replicamos, tampoco supone la peor de las muertes. Terminar la vida sorteando gente que gira en pasillos, corredores y habitaciones transformadas en pistas de baile, sería poético. En cualquier caso no hay mucho que se pueda hacer. Estemos donde estemos no se puede huir del movimiento, de ese oleaje en medio del cual abrimos los ojos para… “¿No oyes ladrar los perros?” Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


arte y pensamiento ........

1 de septiembre de 2013 • Número 965 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

Para Óscar y Paula

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ACE UNOS DÍAS, EN la zapatería, presencié una escena que intensificó una de mis obsesiones: atestigüé cómo una pareja de niños de primaria se paralizaba ante la foto de un puente de donde colgaban cuatro cuerpos. Los niños iban con su madre, una señora que llevaba unos tenis a vulcanizar. Mientras ella instruía al zapatero, los niños asomaban las caras sobre el mostrador para estudiar mejor a los cuatro “ejecutados”, dos de los cuales tenían los pantalones bajados. A pesar de este detalle, que podría suscitar una sonrisita salaz, los niños estaban asustadísimos. El mayor, en silencio, señaló la sangre que coloreaba la camisa de uno de los muertos.

El periódico pertenecía al zapatero, quien, ocupado con la señora, no se percató de nada. Él no, pero yo sí. Los niños tenían en la cara una mezcla de curiosidad y terror que recordé perfectamente. La vi durante mi infancia reflejada en el espejo después de avistar la soez portada del ¡Alarma!; en los rostros de mis compañeros de cuarto año al divisar el cuerpo del ciclista atropellado; en la cara, en fin, de los niños al enfrentarse al horror. Recuerdo, como seguramente lo puede hacer el lector, cómo los adultos trataron de ocultar la crueldad, la muerte, el dolor. No pudieron. Vi, escuché, supe. Y eso que me tocó otro México. Ahora que soy un adulto que escribe cuentos para niños como parte de mi trabajo, no hago más que preguntarme cuánta realidad debo permitir que empape las historias que escribo. Es un problema muy viejo, que cada autor resuelve como puede. Por una parte, pocas cosas detesto más que la cursilería. Pero también comprendo al autor bien intencionado que aspira a entregar al niño una obra donde nada malo pase; el impulso de inventar un México habitado por buenos, donde el villano venga de Marte o sea un inadaptado quien, al llegar al final, entienda que se ha portado mal y decida convertirse en un pan de Dios. Lo malo es que esos libros no sirven, porque los niños ven a través de ellos. Los que no saben sopesarlos críticamente son los adultos, quienes desean preservar a los niños que dependen de ellos, a los niños que aman o simplemente que conocen. Los buenos escritores para niños saben que tapar el sol con un dedo no es posible. Que no se trata de depositar los horrores de la realidad tal como la percibimos nosotros –como quiera ya pertrechados con experiencias– en la mente infantil y tampoco negarlos. El buen escritor de libros para niños acepta que el niño ve y razona, pues, a su manera, disArriba: Ilustración de Patricio Betteo

tinta a la de los adultos, es partícipe de la vida y registra el mundo con nitidez irrepetible. Y eso me trae al libro que deseo comentar: Los ojos de Lía, de Yuri Herrera, ilustrado por Patricio Betteo. En este álbum encontré la respuesta de Herrera a la pregunta de la violencia, una respuesta al mismo tiempo honesta y alentadora. Lía, la protagonista, es una niña normal que vive en un lugar cualquiera del país. Como todos los niños, se entera de lo que sucede por la televisión, las conversaciones en la escuela, los murmullos de los padres, los periódicos. Todos los niños saben. Hay un chiste contado por un compañero de la escuela acerca de una cabeza vagabunda; bravuconadas proferidas por otro. Se sienten el miedo y la opacidad. Los padres de Lía la amparan, hasta ocultando con sus cuerpos lo que aparece en la tele. Hasta el día en que Lía ve la violencia en primera fila. Aquí hay que decir que las ilustraciones de Betteo, de acuerdo con la tónica de la historia, no se regodean en lo cruel, pero no encubren; sugieren con serenidad y compasión. Vemos lo que Lía vio y la escena nos interroga. Lía, pues, comienza a recortar la realidad, a moverse en un ámbito cada vez más pequeño. Entiende que aunque sus padres y maestros se esfuercen por aparentar que la vida sigue igual, no es así. El miedo la trastorna. Pero pueden más la rabia y la solidaridad. Lía entiende que mirar un cadáver como a un ser humano, “no como a una lata vacía, que en las arrugas al borde de los ojos le veía tristeza y también historias, una vida vivida, una seña de que él era mucho más que una vida terminada de golpe”, la libera. a . Comte Sponville afirma que la muerte no puede arrebatarnos el haber vivido. Este libro revela ese mismo secreto a los niños, además de otra cifra vital: la idea de que no estaremos solos ante el horror mientras podamos, nosotros, tenderle la mano a otro •

Escenas de clasismo, racismo, crueldad e idiotez

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N USUARIO DE TWITTER, particularmente agresivo –defensor de atrocidades y atropellos del pri y por ende quizá priísta– utiliza, para insultar a quienes lo interpelan, la palabra “indígena”. Como él, probablemente mestizo, muchos mexicanos usan las palabras “indígena” o “indio” para acomodar un insulto, marcar al otro con su desprecio y reducirlo, con implícita alusión a esa rancia noción de inferioridad preconizada primero por españoles, después por criollos y al fin por burgueses ignorantes de su propia composición sanguínea, de los pueblos prehispánicos y originarios de esta América durante el centenario despojo de sus riquezas a manos de unos y otros: a los indígenas los conquistadores españoles, que por cierto no se destacaban en el concierto de las naciones por sus luces, los consideraban poco menos que animales. Viejas son secuelas y complicaciones. El hijo de un amigo, joven abogado, me reclama, a mí que en realidad no tengo vela en el entierro, que los maestros de la cnte apostados en el Congreso no le permiten el paso a oficinas de la Corte a las que acude a hacer no sé qué trámite. Habla de “maestros de quinta” –supongo que su trámite es “de primera”– y de que “mi partiducho, el prd ” apoya a esos que nomás pierden el tiempo, etcétera. Yo le aclaro que el prd no es “mi” partido, que no pertenezco a ese instituto político y jamás he militado en él, que si acaso simpaticé con sus plataformas electorales cuando postuló a Andrés Manuel López Obrador. Como sea, las explicaciones sobran: para el joven, indignado y aburguesado litigante, yo formo parte de toda esa parafernalia “de puros pinches indios y nacos” que le estorban. Le estorbamos. En episodios no relacionados entre sí pero lamentablemente coincidentes, funcionarios de ayuntamientos distintos –uno en Guadalajara, otro en Cancún, otro en Villahermosa– agreden, despojan y humillan a vendedores ambulantes indígenas. En la Guadalajara del alcalde priísta Ramiro Hernández García, los vendedores indígenas, argumentan los inspectores del ayuntamiento, “afean” el centro y de ahí la orden de obligarlos a desalojar las calles. Una estrategia infalible es quitarles sus mercancías. El portal de noticias Página 24 documentó el caso en que un prepotente funcionario que se ostentaba como inspector, cuyo nombre ocultan cobardemente las autoridades, arrebató las muñecas de trapo que vendía un niño de extracción indígena, Juan Antonio Hernández, oriundo de Chiapas, y sin más trámite las “confiscó” sin mediar recibos. Es decir, se las robó.

A mediados de julio las redes sociales se inflamaron con las escenas de video de dos patanes, quienes se ostentaron como inspectores de comercio del ayuntamiento de Centro/Villahermosa, tirando al suelo las mercancías de otro niño indígena al que además le roban cajetillas de cigarros. El par de rufianes esta vez sí tienen nombre y apellido: Juan Diego López Jiménez y Carmen Torres Díaz. Esta vez también hay consecuencias: no solamente los funcionarios fueron cesados; han sido detenidos por abuso de autoridad y robo con violencia moral. El tercer caso, en el Cancún del perredista Julián Ricalde Magaña, es vergonzoso e infamante. Dos inspectores, un hombre y una mujer, despojan de sus artesanías a una vendedora indígena. Es ley, dicen, que los indígenas –en general el ambulantaje– no pueden vender en vía pública en sitios como Punta Cancún porque, como en la perla tapatía,“afean” el paisaje urbano que está al servicio del turismo mayoritariamente extranjero. El alcalde, quien por su presunta extracción de izquierda debería solidarizarse con los desposeídos, en cambio intenta absurdamente criminalizar a las víctimas de la discriminación y hace una afirmación descaradamente imbécil: posee información, afirma, de que los vendedores indígenas también venden drogas. Sin embargo, admite el abuso de autoridad de sus subalternos y supuestamente los sanciona y despide. Aunque hayan cesado a todos estos esbirros de la prepotencia y el abuso, de fondo lo que subyace en la mentalidad de muchos mexicanos es la superioridad racial o de clase, y la noción idiota de que la vigencia de los derechos es proporcional al nivel de marginación y miseria. En ese imaginario burdo, tiene derechos un ricacho aunque sea un delincuente pero no una indígena porque es pobre y prescindible •

CABEZALCUBO

El sol con un dedo

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


15 Jornada Semanal • Número 965 • 1 de septiembre de 2013

........ arte y pensamiento

Alejandro Michelena

Luis Tovar

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A PRIMERA ETAPA ARTÍSTICA, la más lejana de Vinicius de Moraes, la de la década de los años treinta, lo muestra como un joven abogado –perteneciente a una familia de buen pasar y perfil intelectual– para quien la poesía se va tornando en una vocación impostergable. De esa época, el punto más alto estuvo signado por Ariadna a mulher (1936), pequeño volumen en el que, retomando el mito griego de Ariadna, el poeta transmuta y trasciende hacia dimensiones místicas a través de la mediación de la mujer. Este gran poema, considerado entre los mayores en lengua portuguesa en el siglo xx , marca entonces lo que va a ser un constante leit motiv del autor: la mujer en cuanto misterio a develar, y el camino del erotismo como una vía de conocimiento. Lo que afirmamos se puede apreciar leyendo sus estupendos sonetos, o ese libro emblemático que es Para vivir un gran amor.

Malditos refritos fritos

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AS CUENTAS SON SIMPLES y, al mismo tiempo, desoladoras: en números cerrados, a lo largo de todo el país hay cinco mil salas cinematográficas, y un miércoles de agosto –pleno verano, es decir, cuando se supone que la industria cinematográfica mundial echa toda su carne al asador– la cartelera comercial ofrece un mísero puñado de veintidós filmes, que significan un promedio de doscientas veintisiete pantallas por película, aunque Todomundo sabe perfectamente que jamás hay tal proporcionalidad, a consecuencia de lo cual una cinta como Los Pitufos, por decir cualquiera, fácilmente alcanza el doble o hasta el triple de lo que le “tocaría”, al menos el fin de semana de su estreno. Más cifras para el desencanto: el setenta y dos por ciento de esos veintidós filmes –dieciséis, para ser exactos– son, para variar, Made in usa, y el restante veintiocho por ciento se lo reparten España con dos filmes, Reino Unido con uno, y México con tres, estos últimos equivalentes al trece por ciento del total. Desproporción contra la cual ya (casi) nadie protesta, la de la oferta cinematográfica es como tener una casa de cien metros cuadrados cuyo baño mide setenta y dos, mientras los pasillos, las habitaciones, la cocina, la sala y el comedor se apretujan en los restantes veintiocho metritos. A fe de este ponepuntos, nadie querría vivir en un lugar así distribuido…

Distorsiona, que algo queda

La experiencia poética fue muy anterior al éxito y la fama. Pasarían algunos años todavía para que lo alcanzara la notoriedad, a fines de los años cincuenta, con el filme Orfeo Negro de Mario Camus. Esta película está basada en una obra teatral de su autoría, pero Vinicius hizo la adaptación y escribió el libreto, incluyendo además en la trama algunas de sus canciones. En ese período residía en Francia y estaba en pleno desarrollo su carrera diplomática, misma que lo llevaría poco después al consulado en Uruguay, durante el dinámico período de la presidencia de Juscelino Kubitschek. Llegó entonces el momento en que iba a establecer una peculiar relación de cercanía con las capitales del Río de la Plata, donde pudo hacer amistades definitivas y comenzó a mostrar públicamente su avatar de compositor musical y letrista. La Fusa de Buenos Aires, y del otro lado del río su homónima del balneario de Punta del Este, así como el legendario Chez Carlos de Montevideo, serían los reductos propicios para el lanzamiento de esa peculiar fusión entre música popular brasileña y jazz que fuera bautizada como bossa nova. Vinicius conformó, junto al gran Tom Jobim y Joao Gilberto, la trinidad de la renovación musical brasileña, destinada a catapultar al gran país sudamericano y su arte nuevamente por el mundo, en un suceso equivalente al generado por la mítica Carmen Miranda en los años cuarenta.

¿Quién no ha tarareado alguna vez canciones suyas inolvidables, como “Garota de Ipanema” o “Mañana de Carnaval”? En muchas casas de todas las capitales latinoamericanas se conserva todavía aquel disco emblemático de los años setenta –uno de los grandes y añejos long play– donde Vinicius, Toquinho y María Creuza desglosan lo mejor del cancionero del primero, donde las canciones y el peculiar “decir” poético del viejo pope hacen un interesante contrapunto. Canciones que, como el caso de “Garota de Ipanema”, pasaron a integrar el repertorio permanente de artistas de la fama de Frank Sinatra. La peculiarísima figura de Vinicius de Moraes, con su larga cabellera blanca, los eternos lentes oscuros y la vestimenta informal del mismo tono, siempre con un vaso de whisky en la mano y una leve sonrisa de buda festivo y bonachón en los labios finos e inteligentes, quedará para siempre asociada al fenómeno musical de la bossa nova. A tantos años de su muerte, en 1980, su silueta algo redondeada, las jóvenes y bellísimas mujeres siempre cambiantes que lo acompañaban, su indisimulada condición de gozador empedernido de todas las bondades que ofrece la vida, su decir algo sentencioso, forman parte insustituible de ese “panteón intangible de los inmortales” del imaginario artístico de América Latina •

Ninguna distorsión viene de la nada, incluyendo a las de tipo numérico, sin excluir a las que tienen que ver con la oferta cinematográfica. El desfiguramiento de esta última se basa –dicen quienes de tal estado de las cosas suelen beneficiarse– en un argumento tautológico: “es lo que la gente quiere ver”, dicen, aplicando a rajatabla las leyes del mercado según las cuales, como bien se sabe, sólo conviene ofertar aquello que tiene demanda. Bien se guardan, los tautológicos mercadólogos, de reconocer que el “quiere” de la frase lleva décadas de domesticación y amaestramiento: lleve usted a sus hijos a la escuela siempre en automóvil y verá cómo protestan el día en que quiera subirlos al metro o a un pesero a las siete de la mañana o, peor, si la distancia y el tiempo lo permiten, llevarlos a pie. Acostumbrado a que su palabra sea escuchada sin rechistes, don Lugarcomún afirma que a “la gente” no le gusta el cine mexicano por diez mil razones: que porque está de güeva, que porque siempre salen los mismos, que porque es lento y aburrido, que por violento –cuando se hace eco de la realidad, verbigracia en Heli–, que porque en el fondo todas se parecen… más un etcétera en el que los “argumentos” acaban por no serlo, de tan iguales a mera justificación de una costumbre. Pero resulta que un miércoles de agosto, que es como decir un día cualquiera, la oferta cinematográfica disponible pone de manifiesto, palmaria e irrefutablemente, que las acusaciones tradicionalmente espetadas contra el cine nacional aplican todas al arriba referido setenta y dos por ciento Made in usa . Para empezar, un tercio de aquellos veintidós filmes son simples, convenencieras y haraganas segundas partes o, peor aún, refritos puros: en el primer caso se trata de Son como niños 2 (Dennis Dugan, eu , 2013), Kick Ass 2 (Jeff Wadlow, eu , 2013), Los Pitufos 2 (Raja Gosnel,

eu , 2013), Mi

villano favorito 2 (Pierre Coffi, eu , 2013) y Red 2 (Dean Pariso, eu , 2013), y en el segundo de Wolverine: inmortal (James Magnol, eu , 2013), así como de –hágame usted el favor– Jurassic Park 3D (Steven Spielberg, eu, 1993). Preguntas inevitables: ¿de veras, pero de veras “la gente quiere ver” a David Spade, Chris Rock, Adam Sandler y Salma Hayek, entre otros memos, haciendo de nueva cuenta las mismas memeces, ridículamente pueriles, que ya habían hecho ad nauseam en la primera parte de su inefable bosta? ¿De verdad hay algo que mirarle a los eunuquitos azules, no sólo en la segunda parte sino en la primera, más allá de la improbable nostalgia de haberlos visto por televisión cuando se era niño y –es de suponerse– muchas menos defensas se tenían entonces que ahora, contra el asestamiento de cualquier basura icónica? ¿Qué no Bruce Willis, Helen Mirren, Robin Williams, Morgan Freeman, Ron Perlman y Johnny Depp, entre varios más, también califican como “los mismos de siempre”? ¿Son antiviolentas Wolverine o Kick Ass? Tres cuartas partes del cine disponible, gringo; un tercio del mismo, refritos de refritos, unos francamente idiotas (Son como niños, Mejor… ¡ni me caso!), otros típicamente paranoicos y salvamundos (Red, Titanes del Pacífico). A ver, gente, ¿les cae que esto es lo que “la gente quiere”? •

CINEXCUSAS

Vinicius de Moraes a los cien años

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ensayo

1 de septiembre de 2013 • Número 965 • Jornada Semanal

Rafael Ramírez Heredia.

Cuando el duende baja José Ángel Leyva

E

l día que Rafael Ramírez Heredia, el Rayo, perdió su última pelea contra el cáncer, el 24 de octubre de 2006, había dejado constancia de su jerarquía de narrador. Mucha tinta e imaginación corrió desde que en 1984 ganó el concurso Juan Rulfo en París, con su relato El Rayo Macoy. Sus dos últimas novelas, La Mara y La esquina de los ojos rojos abrieron cauce a su obra póstuma De llegar Daniela, que aspira a ser parte de una trilogía violenta. En una comida que se prolongó hasta la noche, y en la que los síntomas letales hicieron su aparición, el narrador contaba cómo se había sumergido en esos mundos, por un lado el de Chiapas y Centroamérica, para conocer desde adentro la realidad de su ficción, La Mara, y después hundirse en un barrio bravo del df para encontrar esa historia en la que el amor es parte sustancial de la sobrevivencia en un ámbito y un país donde la vida no vale nada. Llegó demorado a la comida. Había ido a presentar a Yucatán una nueva edición de su libro Otra vez el Santo (2005). Irrumpió con una botella de Ixtabentún y una sonrisa triunfal. Abrazó a todos y al anfitrión, un poeta de Durango, lo palmeó y dijo una de sus frases conocidas: “No saben cuánto quiero a este cabrón.” Sentado en la cabecera de la mesa narró montones de historias vinculadas con los procesos de escritura de La Mara y de La esquina de los ojos rojos, los riesgos que debía correr un narrador que asumía el desafío de la realidad, como si fuese una labor de periodismo narrativo. Recordaba el día que llegó al barrio bravo a entrevistarse con un

mafioso apodado Chacal para que le permitiera entrar en sus terrenos y recibir cierta protección. Preguntó por su nombre y el sujeto respondió seco: “Me llamo Chacal.” En señal de respeto, Rafael le llamaba don Chacal. Logró intimar con el capo y éste lo invitó varias veces a tomar tragos. El hombre se dejaba interrogar por el escritor con el deseo inconfeso de aparecer en ese libro. “Y usted don Chacal, ¿ha cumplido todas las metas que se ha propuesto en la vida?” El Chacal apuró el vaso de tequila. “No todas –respondió‒. Tengo pendiente matar al hijo de la chingada de mi hermano. Lo único que me detiene es mi jefecita. No quiero causarle un dolor. Estoy esperando que ella muera para darle piso a ese hijo de su reputísima madre.” Viajero impenitente, tallerista implacable con sus alumnos, Rafael dejaba huella donde estuviera, ya fuese a favor o en contra, porque le gustaba hacerla de valiente. No siempre las simpatías estaban de su lado y podía ser políticamente incorrecto. No paraba de moverse por el país; aun con la sentencia del cáncer, daba conferencias, dirigía talleres literarios, presentaba sus libros y los de otros y no cesaba de escribir. La cantina La Guadalupana, antes de dejar de ser lo que era, fue su refugio, su centro de reuniones. Cuando retiraron el cuadro mural donde aparecía su caricatura en primer plano, invitó a dos amigos, al abogado Juan Ángel Chávez y a un poeta de Durango, un poco a manera de despedida de la cantina a la que él afirmaba no volvería más. Anécdotas iban y venían, conocidos y admiradores del escritor

saludaban o intentaban sentarse, pero él, con habilidad diplomática les daba a entender que no había lugar para más invitados. Cuando habló de la fiesta brava cambió su semblante y se puso serio. Evocó una historia personal que, afirmó, está consignada en uno de sus cuentos. Una noche de juerga en Sevilla escuchó a un cantaor que había puesto en éxtasis al público. Cuando terminó de cantar, uno de los contertulios de la mesa del Rayo lo invitó a sentarse con ellos. Rafael, embelesado aún, le preguntó cómo hacía para cantar de esa manera. Respondió que el cante jondo invoca al duende, pero no siempre baja, “y hoy bajó”, afirmó el gitano, que además era torero. Después de abundante vino, el Rayo confesó su amor por la fiesta taurina y lo valiente que eran los mexicanos en la arena. El cantaor lo invitó al día siguiente a una novillada. Y allí estuvo puntual Ramírez Heredia con los estragos de la juerga. El gitano demostró que era torero. Sorpresivamente anunciaron la presencia del escritor mexicano y su actuación en la arena. El Rayo palideció cuando el gitano le puso en las manos el capote. Quiso explicar que había sido una bravata provocada por el alcohol. “Venga, Rafaé, el duende espera”, le decía burlón el torero cantaor. Rafael miró hacia las gradas y sintió decenas de ojos expectantes. Casi de manera automática siguió al gitano y éste le dijo: “Rafaé, uno tiene un destino, este día no te mueres.” Más tarde, cuando el abogado se había retirado, el poeta y el narrador quedaron solos hasta que cerraron La Guadalupana. La conversación se prolongó en la calle. Hablaron de su mujer, Conchi, de sus dos hijas, de lo difícil que es ser buen esposo y buen padre para un escritor que sólo quiere hacer una cosa bien en la vida: escribir. Recordaron anécdotas como aquella que el poeta colombiano Juan Manuel Roca cuenta de un festival de escritores en Tegucigalpa donde él no conocía a nadie y no paraba de llover. Lo invitaron al aeropuerto a recoger a un famoso escritor mexicano. Lo vio por primera vez en una silla de ruedas y con una pierna enyesada. Luego los días transcurrieron pasados por agua en la cantina Las Camelias, donde el Rayo hacía un mano a mano con la relampagueante oralidad del poeta colombiano y la aprobación carcajeante de la concurrencia literaria. Años más tarde se reencontrarían en Bogotá y Ramírez Heredia, cuenta Roca, cayó literalmente de rodillas en el Museo del Oro, cuando la sala se iluminó poco a poco y aparecieron las piezas de la cultura quimbaya, de ese material que los chibchas llamaban “el sudor del sol”. Mientras caminaban, el Rayo le dijo al poeta de Durango: “Ese personaje humilde, el buzo del drenaje profundo, el de La esquina de los ojos rojos, es mi alter ego. Yo también desciendo a la realidad de México, me lleno del olor putrefacto de sus miasmas, pero como el buzo procuro ser un buen ciudadano, amar a mi familia, ser un buen amigo; quizás no logre a cabalidad esos propósitos. Pero yo me levanto y me ducho todos los días, antes del amanecer, y voy con la pureza de un monje hasta mi escritorio, dispuesto a expiar todos mis errores y defectos. Comienzo a escribir. Estoy limpio, con la frente en alto, listo para enfrentar las astas del toro, como aquella mañana cuando me bajó el duende en una arena de Sevilla.” •

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