■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 8 de septiembre de 2013 ■ Núm. 966 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Voces de
Borinquen Arturo Echavarría, Hjalmar Flax, Luce y Mercedes LópezBaralt, Juan Otero y José Luis Vega
Desde que Manuel A. Alonso publicara El Gíbaro, en 1849, e incluso antes de esa fecha señera, la literatura puertorriqueña ha cumplido su natural tarea de poner al mundo en palabras para comprenderlo, al mismo tiempo que mantiene y reivindica el uso del español en un país que, debido a sus más de cien años en calidad de “Estado libre asociado” con Estados Unidos, ha tenido que defender su lengua madre como ninguna otra cultura hispanoparlante. A los nombres de Tapia Rivera, De Diego, Palés Matos, Rodríguez Juliá y muchos más, se suman los de los autores contemporáneos aquí presentados, a manera de mínima prueba del vigor permanente y renovado de las voces del Borinquen.
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de asombros
bazar
Hugo Gutiérrez Vega
A una semana de la trágica muerte del gran poeta ta basqueño José Carlos Becerra, llegó a nuestro flat de Londres la carta de Lezama Lima que con tanta ansie dad esperaba. En ella, el maestro cubano “declaraba” su total admiración ante los largos versículos de la pri mera poesía de José Carlos y le daba la bienvenida al mundo metafórico del que era dueño el autor de Paradiso y del prodigioso poema en el que se intenta una de finición de la poesía. Recuerden los lectores que esa definición se le escapa a Lezama como un gato gracioso y todo queda flotando en el hermoso vacío del poema. Por esos días escribí un poema en prosa para des pedir al joven poeta muerto en la carretera de Brindisi. Este poema lleva una dedicatoria: Al escribirla pienso en la muerte de amor que danza en el sueño de Quevedo. Así dice mi carta de despedida: Era el momento de la conjuración de todas las piedras del camino. Lo oportuno era dar marcha atrás y regresar a la ciu dad de Ambar. Sin embargo yo sé que no podías dejar el viaje y sé también que la llegada no era el objeto del camino. Lo que buscabas era llevarte en los ojos todos los árboles, los ríos, los pájaros que pasaban al lado de tu viejo automóvil y que formaban parte de tu cuerpo. Ahora sé por qué preguntabas los nombres de los árboles y por qué querías aprender a conocer el can to de los pájaros. Estabas lleno de ceibas, de tulipanes, de todas la creaturas del reino vegetal. Tú, como Pellicer, nacido en esa tierra-agua de Tabasco escuchabas el silencio de la creación. Te conocimos ya muy tarde, pero pronto te conocimos y aprendimos con gozo a amar los ojos con que veías el mundo. Todos los días regresabas a tu casa de un día con un asombro nuevo, con un nuevo motivo para mantener abiertos los ojos. Ibas siempre a decir algo: el cua dro de Turner en la Tate Gallery, un fragmento de sueño de Quevedo, la noche dedicada a Bogart en el Na tional Film Theatre. Casa Blanca a las 4:30 a.m., sopa y galletas a las 6 a.m. Otra noche hablaste de Quiroga hasta que las ocho de la mañana se desprendieron de los edificios de Park Lane. Como tu compromiso era con la pureza extempor ánea, con la más arriesgada de las honestidades, ha blabas con asombrado amor de la
JOSÉ CARLOS BECERRA REVISITADO flor amarilla, de todos tus amigos, de tu infancia, de los seres vivos en tus mitos tabasqueños, de las mu jeres en que te habías ido quedando, de las cosas de México que tanto te dolían... Ahora, con tu muerte, el río de las palabras ha dismi nuido su caudal. No exagero, poeta. No hago tu elogio fúnebre. (La oratoria te daba desconfianza, bien lo sé.) Digo todo esto dando una cabriola de cine mudo, saludándote con mi vieja corbata. La vida sigue sin ti, hermano, pero ya no es la misma ni lo será ya nunca para los que te amamos. Nos hemos quedado con lo que nos dijiste. Gracias por tus asombros, por esa diminuta certeza de alegría que a todos repartiste. Hablaremos de ti como se habla de esos ausentes dones que un día nos da la tierra y que nos quita con su inocente furia al día siguiente.
En la actualidad, José Carlos es, por un lado, un poeta de culto y, por el otro, un poeta leído y venerado por los poetas jóvenes de México y de América Latina. Su libro final, producto de la cuidadosa compilación realizada por José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid, titulado El otoño recorre las islas (verso de Lezama Lima), ya no está escrito en los largos versículos que dieron su rostro a Oscura palabra y Relación de los hechos. El viaje por Nue va York, la estancia en Londres y lo que llamó en una postal enviada a mi compañera Lucinda, “absurda erran cia” por el continente, le dictaron una poesía más breve y ajustada que tiene como ejemplo principal la sección que se titula “Cómo evitar la aparición de las hormigas”. Se inscribe dentro de su obra poética la excelente prosa de su texto memo rioso en el que describe la pasión y muerte de un pariente lejano en la época revolucionaria del hermosísi mo y lleno de complicaciones ideoló gicas estado de Tabasco. El texto se titula: Fotografía junto a un tulipán. Sepa el lector que José Carlos Be cerra se mantiene vivo en la lectura que de su obra realizan los jóvenes poetas de México y América Latina. Es falso que escriba una poesía hermé tica. Podemos decir que sus poemas tienen una oscura transparencia y que, siempre y cuando el lector no sea indolente, esa cualidad intransferible le dará esa “originalidad de las sensa ciones” que López Velarde conside raba como una indispensable cuali dad de la poesía verdadera • jornadasem@jornada.com.mx
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Portada: Desde el Edén
Ilustración de Sergio Bordón
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El llamado
creación
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l trámite en la oficina del abogado en el Viejo San Juan fue relativamente breve. Ligia An selmi, a quien apodaban Lili, llegó al despa cho a la hora prevista luego de un viaje de muchas horas en carro público que había comenza do, al romper el alba, en un pueblo del interior cer cano a la costa. Con el pelo teñido y arreglado, y un vestido modesto pero cuidado, la mujer mayor pre guntó al letrado si sabía dónde, en el área metropo litana, residía Rafael José Duarte. Lili lo conocía desde muy niño, pero hacía años que no tenía noti cias suyas. Necesitaba consultar urgentemente con Rafael José y le habían dicho que el licenciado era amigo suyo. El abogado hizo memoria; hacía tiem po que no sabía de Rafael José. Sí había oído decir que había fabricado una casa en una urbanización en Hato Rey: Baldrich. La calle, creía, llevaba el nombre de Ramírez, Presidente Ramírez, o algo así. Pero el número sí que no, doña Lili. Ella agradeció los retazos de información y decidió que, defini tivamente no regresaría al pueblo sin antes ir a aquella urbanización. Cuando bajó del taxi en un extremo de la calle Presidente Ramírez, Lili miró con ansiedad aquel tramo asfaltado, largo y rectilíneo, que se extendía ante sus ojos. El día estaba por terminar. El cielo había adquirido un tono rojizo. Dentro de poco, sa bía, vendría la oscuridad. Eran muchas las casas. A diferencia de las de su pueblo, ninguna daba direc tamente a la acera. Cada una tenía un jardín que alejaba la estructura de la vía pública. Se acercó a una de las verjas en busca de algo escrito, un buzón, cualquier cosa con un nombre. Nada. Caminó un trecho más largo. En dos ocasiones pudo leer ape llidos. Ninguno era el que buscaba: Duarte. Y los números, alguno aquí y otro allá, no tenían signifi cado alguno. El número, pensó algo agitada, y se detuvo. Se sentó en un escalón de cemento que da ba acceso al portón de uno de los jardines. Se sintió muy cansada. Apoyó la cabeza en la pequeña puer ta de hierro forjado. Cerró los ojos. Imaginó la figura de Rafael Duarte resplande ciente en su plena juventud, mágicamente suspen dida en el tiempo. Luego recordó las modifica ciones que el paso de los años había ido obrando en aquel hombre impresionante. Pensó, también, en el hijo mayor de Rafael Duarte, el que llevaba casi su mismo nombre y se llamaba Rafael José. Mientras vivió, Rafael padre visitaba a Lili casi a diario, y pasaba largas horas a su lado. Pero Rafael José, quien, como le habían asegurado, ahora vivía en una de esas casas de Baldrich cuyo número ignora ba, no era hijo de Lili. Allá en el pueblo, su madre
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Arturo Echavarría
Lili abrió los ojos y contempló por unos instantes los focos del alumbrado público. Se reacomodó en el escalón de cemento y volvió a recostarse contra el muro que sostenía el portón.
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vivía en una calle paralela a la suya, trazada en un terreno más elevado. La casa de la calle alta, así la llamaban, era de mampostería con grandes columnas que sostenían el techo del balcón. En esa casa de columnas convi vía Rafael, el padre, con su esposa, y cuatro hijos, dos varones y dos niñas. Todo el pueblo sabía que Rafael Duarte, el dueño de una tienda de ropa “pa ra damas y para caballeros”, tenía dos casas: la de la calle alta y la suya, de madera, con un techo de cinc a dos aguas y un pequeño balcón. Allí vivía Lili An selmi con dos hijos que eran hermanastros de los que vivían en la calle cercana a la plaza. Se habían adorado, recordó Lili, ella y Rafael. Abrió los ojos. Ya era de noche. Sólo pudo distinguir sigue
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Ilustración de Sergio Bordón
creación
bién en la casa pequeña donde había vivido como inquilina toda una vida. Se estremeció cuando recor dó la carta del dueño anunciándole que la casa esta ba en venta y que el comprador potencial pensaba de molerla. Entonces vinieron las visitas continuas de Lili al propietario y las conversaciones que culmina ron en una concesión. Por tratarse de ella, quien siempre pagó a tiempo y ya era muy mayor, el pro pietario se la dejaba por unos pocos miles de dólares. La casa estaba en mal estado, suspiró el dueño. En realidad, el precio de oferta casi equivalía a un rega lo. Lili Anselmi prometió contestarle próximamente.
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Lili sintió sus brazos y sus piernas entumecidas por la humedad de la noche. Se desperezó. Las sombras dispersas se reavivaron en su memoria. Y de súb ito fue como si oyera un pito lejano, un silbido de dos tonos que se originaba en lo más profundo de una calle disuelta en el tiempo.
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luces en las ventanas abiertas que daban a los jardi nes. Volvió a acomodarse como pudo en el escalón y cerró los ojos una vez más. Poco había importado lo que dijera la gente, ni que sus hijos fueran señalados, ni que ella ya no se atre viera ir a la iglesia los domingos porque su presen cia siempre daba lugar a palabras y gestos ofensivos. Tampoco llegó a importar que el dinero, que Rafael ponía en sus manos cada mes, apenas alcanzara para cubrir los gastos necesarios. Lili soñó con ser maes tra. Pero para obtener el título hubiera tenido que ir a la universidad, lo que implicaba trasladarse del pueblo a la capital. Imposible. Tuvo que conformar se con pasar de aprendiz de enfermera a asistente de un médico del pueblo. El Dr. Rodríguez nunca prestó atención a las habladurías que circulaban como un torbellino por el pueblo. Siempre trató a su asistente respetuosamente e intentó hacer de ella una enfer mera profesional. Y lo otro. Nunca le fue dado, al despertarse, en contrar a Rafael aún dormido a su lado. Poco antes de la hora de la cena, Rafael Duarte siempre regre saba a la otra casa y allí pasaba la noche. Sus encuen tros ocurrían tarde en la tarde, cuando Lili enviaba a sus hijos a jugar en la calle, lejos, les decía, y luego cerraba las puertas y entornaba las persianas, y el leve resplandor que entraba solo permitía distinguir el contorno de los cuerpos. Le parecían horas inter minables sin relación alguna con el tiempo real. Pero lo que indignaba a muchos era que Rafael Duarte insistiera en reafirmar los lazos de sangre que unían a sus hijos: todos eran hermanos, afirma ba. Tenían que crecer y tratarse como hermanos. Por lo tanto, los niños de la casa de la calle alta venían de vez en cuando a almorzar con Lili y sus hermanas tros; y, a la inversa, los de la enfermera práctica lle garon a visitar, en contadas ocasiones, la casa grande. Nadie nunca supo cómo Rafael había logrado con vencer a “su señora” a que accediera a un arreglo tan escandaloso. De todos, Rafael José, el mayor y el más afectuoso, era el más cercano a sus hermanastros. El niño de la casa de las columnas siempre trató a Lili Anselmi con respeto y consideración, y, en ocasiones, al despedir se, la abrazaba. Cuando los hijos de Lili murieron ‒la niña de una afección pulmonar, el varón a fines de la segunda guerra mundial‒ el joven Rafael viajó al pueblo para darle el pésame. Luego, muerto ya Ra fael Duarte, muerta la que había sido su esposa, los hijos que habían permanecido en el pueblo se disper saron. Lili abrió los ojos y contempló por unos instantes los focos del alumbrado público. Se reacomodó en el escalón de cemento y volvió a recostarse contra el muro que sostenía el portón. Se había quedado sola, pensó. Las figuras de los vivos y los muertos se alejaban unos de otros como si estuvieran sujetos a una fuerza centrífuga que los disgregaba y los convertía en sombras. Pensó tam
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Esa noche, antes de ceder al sueño, mentalmente sacó cuentas. El cheque mensual del seguro social le daba escasamente para cubrir el alquiler y los gastos de primera necesidad. Durante todos los años que trabajó con el Dr. Rodríguez, había logrado ahorrar unos cuantos miles de dólares que no alcanzaban para pagar el precio de venta de la propiedad. Falta ban tres mil. La cifra la obsedió por un par de días; no había de dónde sacar lo que faltaba. Fue una de las pocas amigas que aún tenía en el pueblo quien le recordó que Rafael José vivía en San Juan y que se rumoraba que estaba en buena posición económica. Quizá él te ayuda, insistió la otra. Lili sintió sus brazos y sus piernas entumecidas por la humedad de la noche. Se desperezó. Las som bras dispersas se reavivaron en su memoria. Y de sú bito fue como si oyera un pito lejano, un silbido de dos tonos que se originaba en lo más profundo de una calle disuelta en el tiempo. Era el silbido agudo de Rafael cuando ya estaba cerca de la casa con el techo a dos aguas, un sonido mágico que anunciaba que pronto llegaría con los brazos extendidos y abrazaría a sus hijos. El silbido, que causaba un trastorno de alegría en el entorno, era siempre el mismo: un tono que de inmediato se deslizaba a otro, más alto y agu do. En el mundo de las aves silvestres el canto, por lo general, siempre exige la respuesta de otro pája ro. Pero este silbido no era propiamente un canto. Era una llamada que no precisaba una réplica; era un aquí estoy, no teman. Los dos tonos con los que Rafael estremecía el aire cuando se encontraba cerca de la casa de Lili, eran los mismos que emitía cuando estaba por lle gar a la otra casa, la de la calle alta. De mo do que en ambos lugares por igual se sabía de antemano que la presencia del padre era inminente. Aquel sonido mágico había causado una impresión tan profunda en Lili que en una oca sión le pidió a Rafael Duarte que le enseñara cómo lo lograba. Eso no es cosa de mujeres, le co mentó. Luego accedió y le mostró cómo. De vez en cuando Lili practicaba a solas. Con el tiempo, ence rrada en su cuarto, llegó a producir una imitación razonable del llamado. Todo eso recordó Lili y no esperó más. Se puso de pie con dificultad. La calle continuaba desierta. Echó a andar en la semioscuridad por el centro del pavimento. Preparó la boca como había aprendido a hacerlo, infló los pulmones hasta el límite, y co menzó a silbar con todas las fuerzas que aún le quedaban. Una, otra vez, mientras, de tanto en tanto, se iluminaban algunas ventanas y alguien se asomaba a curiosear por unos instantes. Lili nunca aminoró el paso. Siguió pitando calle abajo hasta que se abrió la puerta principal de una casa. Se detuvo. Con dificultad pudo distinguir bajo el dintel una sombra rec ortada por la luz que prove nía del interior. Parecía un hombre. Se mantenía inmóvil. En ese momento, casi por un impulso, Lili volvió a estremecer el aire con aquellos dos tonos que eran como torrentes de tiempo que se desbordaban en la oscuridad, mientras la sombra avanzaba por el jardín hacia la calle, y ella vio que abría los brazos y escuchó que alguien pronuncia ba su nombre, sí, Lili, creyó oír que el hombre con los brazos extendidos la llamaba, en lo más pro fundo de la noche cerrada •
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Luce López-Baralt
A Hugo Gutiérrez Vega, celebrando su altísima poesía y su solidaridad
puertorriqueña.
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h quanto è corto il dire, ge mía Dante en la Comedia, sabiendo que le era impo sible explicar el “Amor que mueve el Sol y las demás estre llas”. La tarea de comunicar el éxta sis místico, en efecto, siempre está condenada al fracaso, porque es imposible traducir un trance supra rracional y sin límites a través del instrumento limitante del lenguaje. Pocos escritores han asumido la derrota verbal inherente a la comu nicación de la experiencia extáti ca con la lucidez de San Juan de la Cruz. Lo único que queda claro de la experiencia abisal ‒el misterio so aquello que le ocurrió en otro pla no de conciencia‒ es su condición indecible: “del éxtasis yo no que rría hablar, ni aún quiero; porque veo claro que no lo tengo de saber decir, y parecería que ello es menos si lo dijese”. La experiencia fruitiva de Dios desafía el frágil entendimiento humano: “Dios, a quien va el entendimiento, excede al [mis mo] entendimiento, y así es incomprensible e inac cesible al entendimiento; y por tanto, cuando el en tendimiento va entendiendo, no se va llegando a Dios, sino antes apartando. Los sentidos tampoco pueden percibir ese secreto lenguaje de Dios, por lo que “no lo saben ni lo pueden decir, ni tienen gana, porque no ven cómo”. De ahí que San Juan aconseje el silencio como la manera más apropiada para celebrar lo que ha vivido más allá del espacio-tiempo: “no hay vocablos para aclarar cosas tan subidas de Dios […] de las cuales el propio len guaje es entenderlo para sí, y sentirlo y gozarlo, y callarlo el que lo tiene”. Y callarlo el que lo tiene. Re cordemos estas palabras, porque a respaldar su lapi dario aserto dedico estas páginas. Paradojalmente, en el título de este ensayo anun cio que habré de explorar un verso de San Juan de la Cruz. Y un verso siempre es un constructo verbal, por sublime que sea. El poeta ha advertido, como nos consta, el desvalimiento del lenguaje para testimo niar la vivencia mística. Pero, desoyéndolo respe tuosamente, intentaré rastrear ese altísimo verso, el más sapiente de toda la poesía de San Juan, que se encuentra inscrito en el “Cántico espiritual”. Muy en la línea del Cantar de los cantares, a lo largo del poema vamos acompañando a una enamorada que se lanza tras su Amado. La protagonista poética sobrevuela los espacios, que mira desde lo alto, sin realmente hollarlos. Después de evadir majadas, ote ros, montes y riberas, y tras interrogar sin fortuna a los pastores y a los bosques por el paradero de su Amor, la Esposa se detiene de súbito ante una fuen te de aguas plateadas. Expresa, exaltada, un extraño deseo:
El mejor verso de
San Juan de la Cruz ¡Oh cristalina fuente! si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados!
La luz plateada del agua delata el brillo de una tenue luz lunar: ha anochecido. También los sentidos de la protagonista se anochecen, porque las secretas trans formaciones del alma se dan más allá del mundo cor póreo, que queda a ciegas.
La Esposa tiende su mirada en el manantial, y el intento de auscultar su persona en el azogue plateado podría, en principio, ser peligroso: ya sabemos del destino de Narciso frente a las aguas. Pero los prodi gios se suceden: cuando la protago nista poética se mira en la fuente, se enfrenta a una sorpresa descomu nal: ha perdido su rostro, porque las aguas no lo reflejan. La alfagua ra encendida le devuelve en cambio unos ojos. Parecería que son suyos, pues los lleva dibujados en sus en trañas, pero a la vez son los del Ama do, que desea recuperar al fin. Ad virtamos que la Esposa habla con actitud desiderativa, usando el “si” condicional: “si en esos tus sem blantes plateados / formases de repente / los ojos deseados... “Aún no posee esos ojos: los anhela. San Juan pinta de manera magistral la unión que está a punto de sobreve nirle a la enamorada: los ojos que le devuelve la fuente por anticipado son simultáneamente de él y de ella, ya que están grabados en las entrañas de la que se mira en el manantial, “grávida de una mirada”, como dejó dicho José Ángel Valente. El ansioso “¿Adónde te escondiste, Amado?” que inaugura el poema se comienza a contestar. La res puesta es sobrecogedora: “En mí misma.” La Espo sa, fons sellata, descubre que su Amado estaba todo el tiempo en su propio ser. Su narcisismo ante el es pejo no era pues peligroso, pues lo trasciende para vivir el misterio sobrecogedor del unus ambo. No es posible establecer diferencias entre ambas miradas que se autocontemplan: ha quedado sólo una mir ada encendida flotando sobre las aguas. Al menos así lo anhela la esposa. El condicional “si” y el adjetivo “deseados”, como adelanté, nos dejan ver que la emisora de los versos intuye la unión, pero no ha llegado aún a ella. Estamos en la antesa la misma de la unión transformante. San Juan no ha descrito el éxtasis: se ha limitado a comunicar el deseo del éxtasis. Pero en la próxima lira la protagonista sale de su ensueño contemplativo y exclama, conmocionada: “¡Apártalos, Amado,/ que voy de vuelo!” Los ojos deseados se han salido de la fuente, cobrando vida propia. La línea divisoria que separa al alma de Dios es sutilísima, y acaba de romperse. La Esposa teme cegarse ante la Luz de estos ojos que ahora son brasa viva, pues hemos pasado del deseo a la certeza. Las nupcias ultramundanas del alma con la divinidad se acaban de cumplir. La Amada comprende ahora que nunca trazó camino, porque ir hacia el Amado no era otra cosa que ir hacia ella misma, que sumergirse en el hondón de su ser. La intuición del cese de la dua lidad que había experimentado al inclinarse sobre la alfaguara ha fructificado. El Amado reencontrado bautiza a su pareja con un nombre aéreo ‒paloma‒ pues ontológicamente es sigue
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un ser nuevo dotado de la capacidad de vuelo: “Vuélvete paloma,/ que el ciervo vulnerado/ por el otero asoma/ al aire de tu vuelo/ y fresco toma.” “Volverse” significa semánticamente tanto “ir” co mo “venir”, por lo que hollamos un extraño camino anulado. El poeta sabe bien de estas sendas inexis tentes: “Ya por aquí no hay camino.” Aquel que le huía a la Esposa como el ciervo, dejándola herida, en la lira inicial del “Cántico”‒ “como el ciervo huis te”‒ ahora le muestra su presencia viva. Ahora, el vulnerado es él: la herida era canjeable, pues es de los dos a la vez, y da igual quien la ostente, pues ya son Uno. La protagonista poética se ha transmuta do en quien más ama. Atrás quedó pues el deseo y el humilde si condi cional que interponía la esposa al inclinarse sobre el espejo de la fuente buscando al Amado. Algo cru cial sucede justamente entre las dos liras: en una se
intuía la unión mística; en la otra, ésta se celebra con asombro. El éxtasis o salida de sí queda patente cuando la esposa pide clemencia: “¡Apártalos, Ama do,/ que voy de vuelo!” Sabemos de cierto que el trance unitivo ocurre porque, al comienzo de esta nueva lira, atisbamos la presencia fulgurante del Esposo-ciervo, otrora fugitivo, que ahora toma la palabra en un plano trascendido de conciencia donde los espacios y los tiempos se anulan. ¿Pero cómo nos comunica San Juan el paso inimaginable del plano terrenal al pla no eterno? ¿Cómo sugiere el momento en cúspide donde el alma pasa a compartir la esencia infinita de Dios? San Juan no puede decir nada de ese vuelo del espíritu. Ha que dado sin palabras. Es oportuno recordar su precaución solemne: “no hay vocablos pa
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La línea divisoria que separa
al alma de Dios es sutilísima, y acaba de romperse.
El huracán mítico de Mercedes López-Baralt En memoria de Ana Mercedes, hija del poeta.
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Llámese Huracán, Eolo, Ehécatl (Quetzalcóatl como Señor del Viento), el temido fenómeno natural también ha sido elevado a rango mítico por un puertorriqueño: Luis Palés Matos.
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l final de Cien años de soledad, Melquíades nos contaba que “Macondo era ya un pavo roso remolino de polvo y escombros cen trifugado por la cólera del huracán bíblico”. ¿Por qué es tan poderosa la metáfora del viento, que llega a convertirse en símbolo dominante de nuestro Quijote hispanoamericano? Al intentar contestarme la pregunta en Una visita a Macondo: manual para leer un mito, encontré en la famosa entrevista que Plinio Apuleyo Mendoza le hiciera a García Márquez una anécdota deliciosa que explica la razón biográfica de la importancia del viento para nuestro Nobel. Digá moslo de una vez: le tiene terror. El Gabo le cuenta a su amigo que no volverá nunca a Cadaqués, el pue blo catalán donde Lorca se enamoró apasionadamen te, para su mal, de Salvador Dalí. Porque un día, dice, “estábamos alojados en un hotel, cuando empezó a soplar la tramontana, ese viento terrible que destro za los nervios. Duramos Mercedes y yo tres días en cerrados en el cuarto sin poder salir. Tuve entonces, sin ninguna duda, la impresión de estar afrontando un riesgo mortal. Supe que si salía vivo de Cadaqués, no podría volver nunca”. Como escribo desde el mismo Caribe del Gabo, me viene a la mente otra razón, esta vez climatológica, para este terror ya literario. Y es que una de las ame nazas naturales más grandes que enfrenta el trópico es la del viento llevado a su enésima potencia: el hu racán. La palabra, por cierto, viene del Popol Vuh, una de cuyas deidades lleva su nombre. Llámese Hura cán, Eolo, Ehécatl (Quetzalcóatl como Señor del Viento), el temido fenómeno natural también ha sido elevado a rango mítico por un puertorriqueño: Luis Palés Matos. Nuestro poeta mayor tiene el enorme mérito de estrenar en las Antillas hispánicas, junto a Nicolás Guillén, Claude McKay y Aimé Césaire, y desde el Tuntún de pasa y grifería (1937), una concepción poé tica que constituye nuestra primera respuesta a la
búsqueda de la especificidad caribeña, a la vez que el primer movimiento literario antillano en inter nacionalizarse: la negritud. Pero su etapa final ‒los poemas del amor y de la muerte, inspirados en la musa Filí-Melé‒ culmina su obra a partir de 1949 con una honda autorreferencialidad que se convierte en motivo obsesivo, al plantearse el poeta la posi bilidad misma de la poesía. Y es en ella cuando Pa lés eleva a categoría mítica ‒por su intensidad, sus transformaciones vertiginosas, y sus personifica ciones ‒ la metáfora del huracán. Antes de lograrlo, el poeta había aludido al fenó meno tropical con humor típicamente caribeño: re lajo, bayoya, bayú, chacota o guachafita. En el Tuntún, presenta a las Antillas Menores bailando a su son: “Las antillas barloventeras/ pasan tremendas desazones,/ espantándose los ciclones/ con mata moscas de palmeras” (“Preludio en boricua”); “Las antillitas menores,/ titís inocentes, bailan,/ sobre el ovillo de un viento/ que el ancho golfo huracana.// Aquí está San Kitts el nene,/ el bobo de la comarca./ Pescando tiernos ciclones/ entretiene su ignoran cia./ Los purga con sal de fruta,/ los ceba con cocos de agua,/ y adultos ya,/ los remite,/ c . o . d . a sus hermanas,/ para que se desayunen/ con tormenta rebozada” (“Canción festiva para ser llorada.”) Pero el huracán no se torna mítico hasta que apare ce ligado a la gran aportación palesiana al emblema de la antillanía: el arquetipo de la mulata danzante, sen sual y libertaria, que en evolución caleidoscópica asu me diversos nombres: Tembandumba, Lepromonida, Mulata-Antilla, Filí-Melé). Validando con sus conti nuos cambios ‒mujer-árbol, mujer-isla, mujer-velero, mujer-templo, mujer-poesía‒ lo que el más grande de los mitólogos, Ovidio, nombró como la esencia del mi to: la metamorfosis. Y ofreciendo la versión caribeña tanto de las deidades clásicas (Venus, Galatea, Dafne, Eurídice, Medusa) como de la diosa yoruba del amor: Ochún. El poeta mismo, en “La búsqueda asesina”, de
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ensayo
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ra aclarar cosas tan subidas de Dios […], de las cuales el propio lenguaje es entenderlo para sí, y sentirlo y gozarlo, y callarlo el que lo tiene”. Fiel a su magiste rio, el poeta calla. Elude articular palabra alguna sobre las particularidades del trance místico. Lo pa sa en silencio y lo coloca, eso sí, en el intersticio re verente que separa ambas estrofas. En el espacio de ese impronunciable allí es donde se ha rasgado la tela del encuentro. Entre la súplica desiderativa ‒“si
[…] formases de repente/ los ojos desea dos/que tengo en mis entrañas dibu jados”‒ y el hallazgo descomunal ‒“¡Apár talos Amado,/ que voy de vuelo!”‒ hay un instante al blanco vivo que contiene, en el espacio amoroso de su oquedad invisi ble, el mismísimo éxtasis infinito que todo el “Cántico” celebra. Imposible decirlo: el que lo sabe, no lo dice; y el que lo dice, es porque no lo sabe. Lo único que nos es dado percibir es el preñado silencio que separa las dos liras del poema. El más total, el más respetuoso, el más sapiencial de todos los silencios posibles. “Del éxtasis yo no querría hablar, ni aún quiero.” San Juan sabe que no debe hablar, y calla, rehusando encomendar a unos pocos signos verbales ‒por her mosos que pudieran ser‒ el Misterio último. Nos veda pues el acceso a sus bodas ultramundanas, y
sólo nos permite intuirlas de lejos. Nunca mejor di cho: que nadie lo miraba. El Doctor de las Nadas labra con aire la escena secreta y acalla la melodía del ver so, componiendo su más alta música callada. Deja su palabra poética inviolable, como su unión con Dios. No quiere profanarla urdiendo a su alrededor rit mos e imágenes poéticas inútiles que desdigan la vivencia que ha experimentado. Estamos ante el mejor verso de San Juan de la Cruz: el verso que inscribió en el silencio, que esculpió en el viento, que supo proteger de la tosca envoltura de la pala bra, el que sustrajo de la cadencia rítmica, al que le negó imagen. El que se las arregló para esconder, cual tesoro palpitante, en el intersticio invisible de las liras culminantes del “Cántico”. El mismo verso que surge centelleante, a salvo de las palabras des validas, para convocarnos a aprender de su silencio grávido de infinito •
Palés Matos su etapa final, reconoce el perpetuo movimiento como seña de identidad de Filí-Melé: “Cambio de forma en tránsito constante,/ habida y transfugada a sueño, a bruma…/ Agua-luz lagrimándose en diamante,/ dia mante sollozándose en espuma.” En un poema decididamente antiimperialista, “Plena del menéalo”, de 1952, la Mulata-Antilla de safía al ciclón colonial, convirtiéndose ella misma en huracán danzante: “En el raudo movimiento/ se des pliega tu faldón/ como una vela en el viento;/ tus nalgas son el timón/ y tu pecho el tajamar;/ vamos, velera del mar,/ a correr este ciclón,/ que de tu dies tro marear/ depende tu salvación./ ¡A bailar!/[...] Dale a la popa, mulata,/ proyecta en la eternidad/ ese tumbo de caderas/ que es ráfaga de huracán,/ y menéalo, menéalo,/de aquí payá, de ayá pacá,/ me néalo, menéalo,/ ¡para que rabie el Tío Sam!” Pero no es la primera vez que Ella, la musa pale siana, deviene en huracán. Ya lo había personificado en el primer poema negrista de Palés, “Danzarina africana”, de 1917, en el que la hembra ejerce su po derosa seducción bailando: “¡Oh negra densa y bár bara! Tu seno/ esconde el salomónico veneno./ Y desatas terribles espirales,/ cuando alrededor del macho resistente/ te revuelves, porosa y absorben te,/ como la arena de tus arenales.” En el poema “Boceto”, que inicia el ciclo de FilíMelé, la musa mulata emerge danzando, convertida en una de las manifestaciones más temibles del huracán: Eres como el aire detenido en lámina de música ondulante, te mueves, vuelo hacia país flotante, por alígero numen concebido. A cada movimiento del movido volar de tu pisar, arco radiante trémulo irradia de tu pie volante en eje luminoso convertido.
Una, dos, tres pisadas armoniosas, cuatro, cinco, seis ruedas luminosas con tu planta por mágico sustento. Pienso, al mirar lo que tu ser despide, que en la cadencia de tu andar reside el don creador de luz y movimiento.
Visualicemos por un momento la imagen de un tor nado: la amada se sostiene en un pie para girar, para danzar, dibujando el inicio suave de las espirales de viento de un torbellino que tocará tierra con esa mis ma planta que lo sustenta. La danza de la musa es boza la silueta del huracán que se va cuajando en el pecho del poeta en “La búsqueda asesina”, el poema que arranca con uno de los versos más poderosos de Palés: “Yo te maté, Filí-Melé.” El poeta ya sabe que ha perdido a su amada: “¿Qué trompa de huracán hace más ruido/ que este calmazo atroz que me ro dea/ y me tiene sin aire y sin sentido,/ sordo de ver bo y lóbrego de idea,/ y que se anuda a mí con cerco fiero/ en yelo ardiente y negro congelado/ al detri to de acoso y desespero/ por mi íntima tensión cen trifugado?” El huracán representa aquí su deses peración, su tormenta (y tormento) interior. Este aire pesado, peligrosamente quieto, del calmazo atroz del ojo del huracán, cuando todo se aquieta antes de que vuelva a estallar su furia, está en él y se le enrosca en el alma para ahogarlo. No es otra cosa que la evolu ción del viento que fue su amor por la musa, que tam bién la ahogaba cual serpiente apretada en torno a su cuerpo: “mi amor ya no fue amor para quererte,/ era viento de sangre para ahogarte,/ red de oscura pa sión para envolverte”. Palés creyó perder a su musa; lo admite en un poe ma sin nombre: “Filí-Melé vino del sueño/ y al sueño retornó.../ Era un humo delgado, era un aire peque ño,/ que por alguna grieta del alma penetró,/ y como ni del humo ni del aire se es dueño/ un día, inespe
radamente, huyó.” Pero el poeta se ha de fundir con ella en la mejor tradición del intercambio neoplató nico de las almas de los enamorados. Ambos se con vierten en aire, pero en aire en movimiento, que no es otra cosa que la danza. La amada danzaba en “Bo ceto” cual tornado; él lo hará también, dirigido por ella, cual trompo que dibuja interminables espirales en “La búsqueda asesina”. La relación entre ambos ya es vertical: la diosa ‒al modo de las Parcas‒ mane ja a su capricho a su rendido amante: Zumbel tú, yo peonza. Vuelva el tiro, aquel leve tirar sobre el quebranto que a masa inerte dábale pie y giro haciéndola cantar en risa y llanto y en sonrisa y suspiro… ¡Vuelva, zumbel, el tiro, que mientras tires tú me dura el canto!
Canto duradero que logra atrapar a la fugitiva musa para lanzarla a la inmortalidad. Ya lo había advertido el poeta en “Puerta al tiempo en tres voces”, al lla marla “Perdida y ya por siempre conquistada,/ fiel fugada Filí-Melé abolida” •
Devórame otra
(La obra
Juan Otero Garabís
P
ara el crítico literario, hablar sobre Luis Rafael Sánchez siempre es ocasión de fiesta. Desde la narrativa, el drama y el ensayo, Sánchez ha asediado la realidad puertorriqueña con pro funda y sabrosa grandeza imaginativa y creatividad lingüística. La riqueza de su escritura ofrece un su culento bufé de audaces frases y citas con las que nosotros, escritores sobrios y aburridos, podemos cautivar, divertir y hasta hacer reír a nuestras de otro modo bostezantes audiencias. Aristófanes de un Caribe que es y no es colonial, Sánchez combina y alterna como nadie registros de las múltiples cul turas que acarician, golpean y resuenan en nuestras costas y campos, con una afincada prosa que co quetea con las mejores rumbas, guarachas, me rengues y bachatas. Maestro del barroco español, ensortijado por los mares caribeños, en sus pá ginas bailan Tembandumba y Melibea, Góngora y “el negrito del batey”. Como un maleante literario, Sánchez ha trans parentado lo que podemos pensar como uno de los elementos principales de la cultura del pasado siglo: que las barreras entre lo que antes se clasificaba co mo alta y baja cultura se han borrado. El siglo xx, que Enrique Santos Discépolo describió como un cam balache en el que se ha “enredao la vida”, experi mentó una acelerada revolución cultural que impac tó determinantemente la filosofía y la literatura. Los críticos literarios han observado muy bien el afán de las vanguardias por imprimir en la poesía la fuer za creadora de la revolución industrial; sin embargo, creo que aún nos debatimos por entender la trans formación de los imaginarios colectivos de las socie dades industrializadas y semiindustrializadas una vez impactados por la llamada industria cultural. A pesar de que la radio llegó a Puerto Rico en la década de los veinte y ya para 1929 infiltraba en la “idiosincrasia” nacional el primer himno popular, el “Lamento borincano”, de Rafael Hernández, y despertaba “elogios” letrados para un ritmo cari beño, mulato y arrabalero como la plena, al extremo que Tomás Blanco la considerara “más nacional” que la encumbrada danza, no fue sino hasta la década de los setenta que la literatura comenzó a nutrirse defi nitivamente de la riqueza rítmica y lírica de nuestra música popular. En La guaracha del Macho Camacho, de Luis Rafael Sánchez, parece que las esferas diferenciadas de la ciudad letrada y la ciudad real se encontraran en un bar o en un baile, insinuando un bolero o guarachan do. Digo parece, porque como tuvimos la oportu nidad los que anoche escuchamos a Sánchez leer de esta novela, La guaracha… se caracteriza por la pos posición de esos encuentros: la China hereje ‒a quien “vimos” sentada esperando en las primeras páginas‒ nunca logra el encuentro con su “amante”. Este en cuentro sólo es posible figuradamente por la media ción de la industria cultural, la radio. Así podemos imaginar como simultáneos el baile bajo la ducha de la China hereje y el que sobre “la capota de un Mus tang” despliegan las dos Sole: “hijastras de Eco”. Claro, el encuentro sí se da en la prosa. El narrador de La guaracha… afinca un vastísimo repertorio cul
tural en el que se confunden registros lingüísticos provenientes de la literatura, la música popular y la publicidad. La dama de enloquecida alcurnia y ape llidos largos, Graciela Alcántara y López de Monte frío, vive apasionada por ser el modelo de mujer que le venden las revistas al igual que la prostituta aman te de su esposo, cuyo nombre se borra y se sustituye por el de un bolero de Felipe Rodríguez. Una quiere ser Jackie Onasis o Elizabeth Taylor y la otra, quien está buena como la India ‒la cerveza‒, quiere ser Iris Chacón. Así, culturalmente las diferencias económi cas, de clase y de fronteras nacionales son imantadas. A pesar de que una viste Christian Dior y la otra es
pera desnuda, las ilusiones de una son creadas por revistas charramente internacionales como Hola y La Semana, y las de la otra por la televisión local; ambas ‒la mujer más millonaria del mundo y la mo delo del comercial local‒ son meros fetiches de la mercancía. Siguiendo una sugerente expresión del narrador, la crítica bautizó a la Madre de La guaracha… con el bolero de Felipe Rodríguez como “la China hereje”. Este apodo es tan sugerente en sí, que por años se me había perdido el encanto seductor del propio bolero de Rodríguez: “China hereje”. En éste se llama China hereje a la mujer que ha dejado a un hombre “desgra ciau”, pues ha cometido la “herejía” de abandonar lo. “China hereje” es otra representación más del enc anto de vellonera de la mujer que no se somete a la voluntad del hombre, y se convierte en el objeto inalcanzable de quien por eso la vilipendia. ¿Acaso
mediante esta alusión, la novela insinúa la distancia entre la voz letrada y esa otra cultura popular que la seduce pero que se le resiste? ¿Acaso La guaracha… es otro bolero más que canta la desgracia de una voz ‒esa “calandria tan triste‒ que desea una proximidad cultural que reconoce como imposible? ¿Cómo de finir el transparente encanto por lo popular que con fiesa sentir este galán letrado cual si fuera el burgue sito Leonardo Gamboa arrebatado con las caderas de Cecilia Valdés? Desde su publicación, la crítica se ha empeñado en descifrar y definir cuál es la relación entre ciudad letrada y ciudad real, entre literatura
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Sugiero entonces leer La guaracha… no como la representación del lenguaje publicitario, sino como un intento de reubicar la literatura ‒y la “ciudad letrada”‒ en el espacio de la cultura.
y cultura popular que representa la extraordinaria novela de Sánchez. Nuestro intento, pienso yo, re produce ese continuo acecho de la ciudad letrada por decir y definir ese otro sujeto, sin el cual nuestra es critura parece carecer de sentido; sin el que la letra que escribe y define la cultura parece estar incomple ta. No se trata de simplemente decir la nación, o decir al otro, sino de, mediante ese esfuerzo, articular una voz para comprender al ser en el mejor sentido orte
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a de Luis Rafael Sánchez) guiano: “Yo soy yo y mis circunstancias.” Sugiero entonces leer La guaracha… no como la representa ción del lenguaje publicitario, sino como un inten to de reubicar la literatura ‒y la “ciudad letrada”‒ en el espacio de la cultura. Así ha mirado su escritura el propio Sánchez cuando habla de una literatura de “humor de fonda y fiambrera”: “el humor que muerde y golpea, el hu mor que mina todos los púlpitos, sermones enga ñosos, el humor que no se casa con nadie, el humor que aguarda por Mafalda” (La guagua aérea 185 y 162). Diría yo que una escritura que saborea la burundan ga que estremecía y casi dejaba muda a las gene raciones anteriores. Se trata de la confesión del en canto peligroso de esa cultura, que causa asco a personajes como la Alcántara y López de Montefrío. Como si fuera la China hereje que le canta a su embe llacado Senador: “¡Ay!, ven devórame otra vez, ven devórame otra vez.” En su colección de ensayos Devórame otra vez: artículos de primera necesidad, Luis Rafael Sánchez rela ta la anécdota del título de su libro. El primer “artí culo” del mismo, titulado “Próxima parada: Nueva York”, refiere a su visita a la Universidad de Harvard donde “disert[ó] sobre los entrelazamientos ideoló gicos de la música popular y la narrativa hispanoa mericana actual, sobre el flujo de intermediaciones retóricas entre la una y la otra”. Allí, en Harvard, fue donde primero le escuché usar la composición de Palmer Hernández ‒apropiada una década después como título de su colección de 2004‒ para referir a un futuro escrito sobre el cancionero salsero. Desde en tonces me ha dejado con las ganas de leer o escuchar dicho ensayo para guarachar, cediendo a la tentación de ser devorado ¡otra vez! por el encanto de sus pa labras. La frase no puede ser más sugerente, pues transparenta la proximidad de tres de nuestros instintos animales de satisfacción carnal: el de ali mentación, el sexual y el de triunfo. La bestial expre sión gustativa con la que se transmite el deseo de someterse gozosamente al otro, a esa China hereje que me dejará hecho leña para abandonarme des pués, en la pluma de Sánchez insinúa un salvajismo similar en voz de la ciudad letrada. Ya no es la Majes tad antillana provocando la lascivia del poeta blanco que la contempla entre “dos filas de negras caras”, sino el hijo del poeta pidiéndole a la cultura popular: “ven castígame con tus deseos más, que el vigor lo guardé para ti”. Pero ¿quién se come a quién en esta batalla entre don Juan y doña Inés?, ¿quién sale man chado o manchada de sangre: el cisne o el lago? Son “intermediaciones” libidinosas, salvajes entre las borrosas fronteras de la letra y lo real, pero cuya di ferencia persiste en nuestro discurso y en nuestro imaginario. ¿Cómo nombrar esa relación?, para usar el término de Édouard Glissant. ¿Se trata nuevamen te de la batalla entre civilización y barbarie en la que esta vez la civilización se vale de las armas bárbaras?, ¿otro encuentro entre Héctor y Aquiles?, ¿entre Jasón y Medea? ¿O es simplemente una invitación al gozo mutuo: a soltar nuestras inhibiciones y ceder ante la desesperación vital de las venas? ¿Cómo distinguir la danza del danzante? • Ilustraciones de Sergio Bordón
Querida abuela Hjalmar Flax
María Ramona Rivera Zapata, “Aba”
En mi viaje hacia el vacío llego a una edad donde descubro las enormes verdades de las cosas trilladas, los estrechos confines del pensamiento lógico, la terrible tristeza tras las modas, la irrelevancia de la gran historia, y la enorme importancia de lo efímero. Hasta este juego al que rendí la vida ya no entretiene tanto como las voces y las risas de niñitos pequeños. “¡Son tan graciosos!” me decía mi abuela... y yo no comprendía. Hoy sé que no hay nada más lleno de gracia que los niños pequeños. Los amo a todos con tierna compasión. En sus caritas transparentes brilla lo que pudimos ser y nunca fuimos, lo que pronto perderán en la barbarie que se llama humanidad.
leer Las enseñanzas del corazón, Francisco Ríos Zertuche, Planeta, México, 2013.
QUIEN LO PROBÓ, LO SABE ALEJANDRA ATALA
A
brir este paginario ha sido entrar en el universo que ya presagiaban Malraux, Xirau, Jägger, entre otros que enunciaron que si el siglo xxi no era espiritual, ya no lo fue. Las enseñanzas del corazón es una invitación a volver los ojos, la mente y el alma hacia eso que palpita en nuestro pecho, tan cercano y a veces tan distante e ignorado. Uno es él, Francisco, el narrador, pluma sensible que con clara expresión y elocuencia nos va relatando la historia, la vida y las enseñanzas de su abuela, allá, en un rancho en el desierto de Coahuila. Sanadora, vidente y chamana, son los sustantivos que acompañan a Mamá Florinda. Ojos, boca, oídos, gusto, tacto y, sobre todo, corazón, son los que acompañan a Francisco en su carácter de apasionado aprendiz de lo que ya es y sólo es menester ir develando. La condición humana y, propiamente, el alma, son los protagonistas de este relato en treinta y ocho capítulos lineales que nos lleva a la apertura de los velos del espíritu del hombre, para m i r a r, e n e l u n i v e r s o d e espectros y miedos que lo habitan, las posibilidades de sanación, es decir, del exterminio de esos fantasmas o monstruos o alima ñas que se han adherido a él. Este extermino sólo es posible a través del exorcismo, cuya mecánica es la palabra, en este caso, la mayéutica que propicia el juicio en los Talleres del Perdón, que son el móvil de este libro. Los cómo y los qué, los irá dirigiendo con sabiduría Mamá Florinda, quien, infuso, poseía el don de la sanación. Toda obra, llámese poema, cuento, narración, ensayo, implica una pregunta inicial, a modo de hipótesis, misma que en su contenido irá resolviendo. En Las enseñanzas del corazón esta resolución o respuesta, a través de las voces de los talleristas, la abuela y el narrador, va teniendo una sola directriz de orden espiritual, pedagógico, psicológico y psicoanalítico: “Mi abuela gustaba de ilustrarse. Adquirió la placentera adicción por la lectura en la Escuela del Espíritu Santo, en Los Ángeles, California. En su cuarto, tenía una pared repleta de libros. Había ahí algunos autores tales como Jung, Freud y Santiago Ramírez. Le gustaban las autobiografías y las novelas sobre sentimientos y emociones; estas últimas las corregía con tinta china. Decía: a esta acción corresponde tal reacción, no la que escribió la autora.” Literatura y psicoanálisis podría ser parte de esta hipótesis, en tanto no todo lo que se escribe entraña verdad y mucho menos la capacidad de curar o sanar.
8 de septiembre, de 2013 • Número 966 • Jornada Semanal
Bien y mal, parece decirnos Ríos Zertuche, son simples y contundentes adjetivos que marcan de un plumazo los juicios de quienes apenas se asoman al alma humana, dejando trunca toda una posibilidad de conocimiento y profundización de la psique humana. Las enseñanzas del corazón nos guía en el sano equilibrio entre el decir y el mostrar que el corazón no es un órgano más del cuerpo, que es con él y en él que se da sentido a la Vida como sinónimo inevitable del Amor •
con la inclusión de Remedios Varo, Leonora Carrington y Alice Rahon. Es difícil hermanar a un grupo de artistas plásticos que no era tan homogéneo como suele pensarse, de tal suerte que el año de nacimiento y los años de mayor producción parecen ser los criterios más sólidos, aunque también la des-marcación respecto de la escuela nacionalista mexicana, el acoger las influencias contemporáneas extranjeras y el afán de hallar una brújula en los parámetros formales de la pintura (dibujo, geometría, una paleta de colores) •
La Generación de la Ruptura y sus antecedentes, Lelia Driben, fce , México, 2012.
La palabra contra el silencio. Elena Poniatowska ante la crítica, Nora Erro Peralta y Magdalena Maiz-Peña (selección), Era, México, 2013.
MITAD DE LOS CINCUENTA RAÚL OLVERA MIJARES
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uan García Ponce intentó caracterizar la que ha venido a llamarse Generación de la Ruptura (según Teresa del Conde) o bien Generación de la Apertura (según Vicente Rojo), en un ensayo póstumo dedicado a la memoria de Lilia Carrillo, por medio de las siguientes palabras: “Ese reducido grupo de pintores que, desde la perspectiva actual, debemos considerar responsables del cambio que se mostró en la pintura mexicana a partir aproximadamente de la mitad de la década de los cincuenta. Ignoro si fue un cambio positivo o negativo. La pintura, a través de los que llegarían a ser sus creadores más representativos, se hacía eco de un cambio en el mundo y lo mostraba, como si de pronto la forma de la realidad, la realidad de la forma, hubiese estallado y los primeros en advertir su desintegración fueron los artistas.” Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón fueron otros autores que se ocuparon de los hallazgos de esta generación. Un acierto es haber ofrecido un contexto suficientemente amplio, a partir de los tres grandes del muralismo mexicano (José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siquieros), pasando por una serie de figuras de transición que fungieron también como precursores (Tamayo, Mérida, Gerzso, Goeritz y Paalen); luego vienen los maestros (Vlady y Juan Soriano), y después dieciséis pintores que ya son propiamente los integrantes, para rematar con Francisco Toledo. Varios de los artistas abordados (Gerzso, Goeritz, Paalen) compartían cierto origen hebreo, el exilio, la persecución durante la última guerra. De hecho esta generación acogió a miembros extranjeros como Vlady (Rusia), Roger von Gunten (Suiza), Kazuya Sakai (japonés nacido en Argentina) y Brian Nissen (Inglaterra), eso sin mencionar la influencia del exilio español (Vicente Rojo y Alberto Gironella, cuyo padre era catalán), una época aquella bastante abierta para recibir las corrientes que llegaban del exterior. Algunos miembros, menos prominentes que José Luis Cuevas o Pedro Coronel, realizaron igualmente una obra de excepción, si bien menos conocida, como Rodolfo Nieto, Tomás Parra y Enrique Echeverría, sin olvidar los nombres de Gilberto Aceves Navarro y Gabriel Ramírez. Los hechos más destacables serían una serie de galerías (Prisse, Proteo, Juan Martín, Pecanins), la relación de amistad que existía entre varios grupos de artistas: uno sería Vlady, Gironella, Bartolí y Echeverría; otro sería Felguérez, Carrillo, Gerzso, un poco
VIDA Y OBRA COMO ESTANDARTES RICARDO GUZMÁN WOLFFER
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uele confundirse al autor con la obra: al escritor de novelas negras se le supone perspicaz y violento, al poeta maldito un vicioso con momentos de lucidez, etcétera. En el caso de Poniatowska, vida y obra corren por caminos separados y reconocibles, con significado propio y con trascendencia en su entorno inmediato y hasta nacional. De ahí que recopilar las opiniones de quienes hablan de ella sea una labor fácil, por las muchas facetas definitorias, pero también difícil, por el número de autores que comentan o admiran el quehacer de esta parisina-mexicana universal. Sólo en la academia habrá muchos trabajos más, no incluidos. En el recuento literario se aglomeran nombres importantes de observadores de esta persistente y talentosa mujer: bastaría ver el índice de este libro para advertir el peso de la obra literaria, pero también la humana, de Elena: la Poniatowska. Rulfo, Pitol, Pacheco, Paz, Sefchovich, Monsiváis, Lamas, y más. De algunos, incluso se toman dos textos. La obra se divide en cuatro rubros: 1. la escritora en su obra; 2. su pasión por escribir sobre México; 3. testimonios e imaginarios culturales; y, 4. la historia. Reconocida por su notable libro sobre la masacre de Tlatelolco, se analiza parte de su enorme obra pero, sobre todo, de su persona y de su labor social. ¿Es feminista?, le preguntan indirectamente, y elude la respuesta directa, pero su quehacer solidario en muchos frentes apenas publicitados muestran que, más allá de definiciones y sectarismos, Poniatowska ha actuado como una protectora de las mujeres necesitadas por su condición laboral y no por su condición de género. Sorprende que el polifacético maestro Pitol prefiera hablar de su admiración por la autora y su calidad humana, que de una obra que da para tomos; o que de Rulfo se tome una pequeña nota sobre Lilus Kikus que evidencie la valía de este libro “infantil”; también llama la atención que Monsiváis inicie su texto al mencionar las entrevistas hechas por la periodista, pero no tanto que, como otros autores, hable de las dos vertientes exacerbadas de la Poniatowska: el amor y el sufrimiento:
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“las mujeres padecen como requisito del martirologio que antecede a la autonomía”. Tal opinión es reforzada por Sefchovich. La bondad de Poniatowska es destacada por muchos. Habría que añadir su modestia: al ser cuestionada sobre su forma de entrevistar, precisa “ocurre que hago preguntas impertinentes, pero por pura inconsciencia”, “tengo poca fe en mí misma, y a medida que pasa el tiempo tengo menos fuerzas para tener fe en mí misma y también menos capacidad de concentración y de trabajo”. Un libro disfrutable para quienes conocen la obra de esta autora imprescindible del México reciente; un libro revelador para quienes se acercan apenas a esta creadora de una particular literatura femenina: un libro que retoma la mirada que no ha dejado de caer sobre Elena Poniatowska • Ladrón de niños y otros cuentos, Ricardo Chávez Castañeda, fce , México, 2013.
UN CUENTO FINGIDO EDGAR AGUILAR
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n escritor (Federico Frey) publica un libro que no recuerda haber escrito. El libro en cuestión, una novela, lleva por nombre Ladrón de niños. La novela pronto se convierte en una especie de bestseller. Los cercanos a Federico Frey –jóvenes becarios, amigos ocasionales– adulan al autor hasta el hartazgo, y es a través de ellos que conocemos algo de la obra: el ladrón “es alguien de los muchos personajes insípidos que rodean a cada niño en la fiesta, en el campamento, en la misma papelería”, para luego raptarlo –no sabemos con qué argucias– y finalmente asesinarlo. Mas a Federico Frey, aparte de no comprender cómo es que concibió y en qué momento escribió el libro, su propia creación, si es que verdaderamente es producto de él, le resulta repugnante, a tal grado de atormentarle y de oscurecer cada vez más su ya de por sí atribulada existencia, que inferimos por la complicada relación apenas insinuada con su única hija. A medida que busca desentrañar el origen de su escritura, la novela y su título irán desapareciendo o acortándose paulatinamente en un intento obsesivo por hallar una certeza, lo que derivará, como suponemos, en una negación de la realidad. De manera paralela, Federico Frey sufrirá una serie de desdoblamientos que terminarán por conducirlo al abismo de la locura. Nos atrapó el título en la portada. Ladrón de niños es un formidable, excelente nombre para un cuento. Pero a partir de las primeras líneas olfateamos la orientación que habrá de seguir el relato: “Federico Frey pudo advertir antes la existencia de ese
libro que venía firmado con su nombre pero que él no escribió.” Procedemos no obstante a la lectura. Y conforme avanzamos confirmamos que se trata de una narración deshilvanada, hecha a modo para que se nos brinden las piezas de un rompecabezas, que parecen únicamente corresponder entre sí por artilugio del autor. ¿Cómo vislumbrar al supuesto ladrón del título del cuento? ¿Y cuál es su relación con los niños robados? Aquél y éstos se ven simplemente reducidos a un libro imaginario –dentro de una historia real– en la mente de un escritor neurótico (Federico Frey) que sin embargo ha escrito una “soberbia” novela en la que interviene un asesino de niños. Nos queda entonces la sensación de que el título de la novela, al incidir sólo temáticamente en la percepción del protagonista (quien será incapaz de resolver el enigma), bien pudo haber sido cualquier otro, y por lo tanto, también otro el nombre del cuento. ¿Ficción sobre ficción? Tal vez. Pero inverosímil en su pretendida complejidad. Cinco cuentos largos, acompañados de un prólogo de Ignacio Padilla, integran este volumen que da muestra de la vocación narrativa de Ricardo Chávez Castañeda, perteneciente a la llamada Generación del Crack. “El final del futbol”, “La esquina del fin del mundo”, “La caída del cielo” y “Sobrevivir” complementan la selección. El cuento que hemos ínfimamente abordado, “Ladrón de niños”, fue acreedor al Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2012 • Nación tv (La novela de Televisa), Fabrizio Mejía Madrid, Grijalbo, México, 2013.
DE PERVERSAS BIOGRAFÍAS JUAN GERARDO SAMPEDRO
La breve historia de Televisa tiene por lo menos un par de antecedentes y una disimulada competencia. Refiero: la xew y Telesistema Mexicano, por un lado y la trm (Televisión de la República Mexicana), la contraparte estatal al proyecto privado de la televisión satelital. Veinte años separan el nacimiento de la xew del proyecto televisivo. La radio comienza a surcar el aire en 1930 y la tv en 1950. En la recopilación de los hechos que dan cuenta de la conversión del más importante medio que conocían los habitantes del país a la pantalla de las salas de clase media (el paso de la xew a la imagen blanco y negro de la Videovox), se documenta que las voces de las radionovelas y las voces de los cantantes exclusivos de la dobleú pasarían a formar parte de la programación de lo que también se conoció (antes de que fuera El Canal de las Estrellas) como el “Canal 2, en cadena…” Así, se resalta que la televisión es “la radio que se ve”. (Cfr. Granados, Pável, w , 70 años en el aire, Clío, México, 2000).
BELISARIO DOMÍNGUEZ: política con dignidad Bernardo Bátiz
Textos sobre Herman Koch y Federico Álvarez
Los mismos empresarios han estado ahí desde entonces: la familia Azcárraga, ya sea Vidaurreta, Milmo o Jean. El mismo clan ha sido el Eco del estado y del poder y el tinglado de la manipulación y el servilismo. No debería haber sorpresas. Ellos –los dueños de los medios– han terminado con la incomodidad peligrosa que pudiera surgir y enfrentárseles, comprando acciones y conciencias. Nada sorpresivo, nada oculto: todo en algún momento ha salido a la luz pública. Incluso desde siempre han trascendido los golpes bajos y las traiciones entre el clan familiar por el control del gran monstruo llamado Televisa y sus filiales, incluyendo el terreno deportivo (el manejo del Estadio Azteca, la transmisión de los Mundiales y las Olimpiadas) y las revistas de espectáculos. La ambición tiene su parte genética, al parecer. Fabrizio Mejía Madrid da a conocer ahora un la novela mexicana ha perdido la imaginación para abocarse a los temas biográficos en detrimento de su calidad, Nación tv puede ser un ilustrado ejemplo. En Nación t v , el autor da gato por liebre: se asoma a las vidas de quienes han hecho posible que los jodidos cuenten con un entretenimiento. Pero eso no hace de un discurso una novela. El lector no se halla ante un argumento que se logre sostener de un mínimo soporte narrativo. O mejor aún: el soporte narrativo de Nación tv está adherido a un material endeble. Lo que se entrega como novela es la vida sórdida de Jacobo Zabludovsky, dueño del manejo noticioso; del eterno conductor de Siempre en domingo, Raúl Velasco, de las malas ocurrencias de la India María o la corrupción del Pirulí y de Paco Stanley. Hay en Nación tv datos imprecisos: siempre se había dicho que la primera transmisión de la tv estuvo planeada para el cuarto informe del presidente Miguel Alemán y no para una misa en la Basílica de Guadalupe. Dato quizá sin importancia, pero como éste hay otros más. Nación tv es un texto que se vale de muchas y variadas fuentes pero el propósito final se cae de manera estrepitosa: no hay una crítica al poder de los medios y sí una gran obsesión por el rescate de las perversas biografías de sus personajes •
In memoriam Seamus Heaney (1939-2013)
próximo número visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
La Jornada Semanal
8 de septiembre de 2013 • Número 966 • Jornada Semanal
Enrique López Aguilar
Naief Yehya
alapiz2000@gmail.com
naief.yehya@gmail.com
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L POETA VIAJÓ AL territorio de la narrativa, vertiente no anómala en él pero que podría llamar la atención de aquellos lectores que no lo imaginan como narrador. Noviembre y pájaros reúne quince textos en los que los temas, los personajes y las circunstancias cambian, pero donde se mantienen algunas tensiones peculiares: la ausencia de textos felices o con final feliz, la derrota del erotismo, la persistencia de atmósferas opresivas y una cierta contaminación de los protagonistas por la que todos tienden a compartir “ese sabor de eterno derrotado que ahora le mojaba los labios”. Esa es la verdadera sorpresa que el libro le depara al lector: quien haya frecuentado los textos poéticos de Gaspar Aguilera, recordará en ellos un suave tono de melanco-
lía, la búsqueda de formas experimentales, el amor y el erotismo como ejercicios de salvación personal, una cierta felicidad que alcanzaba a preñar las relaciones fallidas y, finalmente, una suerte de optimismo esencial, aunque matizado. Lo que Noviembre y pájaros ofrece es un nuevo rostro del escritor, un lado oscuro y moridor que no contradice el que más le conocíamos, sino que lo revela en otra vertiente: frente al luminoso de la poesía, el pesimista y apesadumbrado de la narrativa. El volumen se abre con “Pez de fuego”, la desoladora historia de Rosalía, sirvienta de la Señora, y sometida a las vejaciones sexuales del Cherry, un perro; prosigue con el relato de un narrador que, al cabo de descubrir la jodidez que lo rodea, toma la decisión de asaltar un banco y perderse; en la tercera, “Tan intocable estrella”, el protagonista-narrador, que tiene la capacidad de estar cerca de la protagonista, una actriz muy bella, no sólo desarrolla hacia la actriz una admiración masturbatoria, sino que su deseo se agudiza con la certidumbre de que la mujer deseada también es objeto de las fantasías y los tocamientos de otros hombres: la piel erotizada del personaje femenino se vuelve un territorio de todos, un lugar común, y a través de imaginar que la deseada es poseída por otros hombres, el narrador se descubre más incendiado por un deseo vicario. Diferentes en tono, los tres primeros relatos del libro son una verdadera obertura para todo el conjunto, pues el lector no encontrará reposo en los doce puertos restantes. La manera como Gaspar Aguilera aborda el tema erótico y transgrede sus lenguajes, deja ver a otro Gaspar, una suerte de lado Hyde donde “Acaso el mar” y “Hotel Normandy”, por ejemplo, son antítesis narrativas de lo que muchos de sus poemas celebran. “Acaso el mar” comienza como una lenta ceremonia erotizada
por la que una pareja se entrega a sus juegos; “Hotel Normandy” es la descripción celebratoria de la compañera de cuarto del narrador, una mujer “con cabeza de hidra voluptuosa”, con “caderas de venus del espejo” y “esa doble negación del vacío: tus pechos”. Gaspar Aguilera, escritor experto en desenvolver su lenguaje dentro de las lides eróticas, desarrolla en ambos cuentos una atmósfera por la que el lector creería encontrarse, por fin, en un remanso al cabo de tanta desolación, pero, en ambos, el final se resuelve en una voltereta sorpresiva, de las que Cortázar llamaba de nocaut: sobre todo en “Acaso el mar”, cuento breve espléndidamente desarrollado, una voz que irrumpe en las evocaciones del protagonista le revela al lector la verdadera escena que está presenciando; en “Hotel Normandy”, la mujer de cabellera torrencial, senos generosos y nalgas calipigias, es, en su desnuda brillantez, un acento de la soledad y el derrumbe personal del narrador, cosa que se vuelve a corroborar en el final del texto. Cuando termina la lectura del libro de relatos de Gaspar Aguilera, el lector puede preguntarse si Noviembre y pájaros es un documento del pesimismo. Creo que Gaspar es un viajero con optimismo histórico, totalmente predispuesto para descubrir las mejores cosas en toda población y persona que conozca. El poeta de Parral siempre lleva al lector hacia los mejores puertos conocidos por su corazón: este recinto de los afectos del artista es, por cierto, una de las geografías mejor exploradas por quien se decide a viajar con él desde sus libros. Al término de la lectura de cualquiera de sus obras, no es insólito tener la firme convicción de que, ante tanta ruindad y tanta desesperanza, el mundo se merece una obra literaria como la de Gaspar Aguilera Díaz •
A LÁPIZ
Gaspar Aguilera Díaz, narrador
Un presunto ataque químico, una represalia y una nueva catástrofe Otra guerra inminente Cuando esto se escribe parece inminente que Estados Unidos y algunos de sus aliados de la otan lanzarán un ataque militar en contra de Siria, utilizando el pretexto de que el ejército empleó armas químicas en contra de la población. Esta nueva agresión contra un país árabe cuenta apenas con el nueve por ciento de apoyo popular en eu y sucede al tiempo en que los inspectores de la onu (que de por sí han demostrado en el pasado reciente ser manipulables e incluso haber estado infiltrados por agentes de la cia ) aún investigan los sitios y evidencias de supuestos ataques químicos previos. La información es contradictoria y sospechosamente oportunista (¿cómo puede creerse que precisamente cuando los inspectores se encuentran en Siria se lance un ataque químico? –la línea en la arena que determinó Obama–). El mismo Barack Obama que se atrevió a criticar la frenética y ciega marcha belicista hacia Irak, hoy ha cedido finalmente a la presión de asesores, aliados, subalternos, rivales y en particular del gobierno saudita para eliminar a Bashar el Assad, sabiendo las consecuencias que puede tener una acción semejante.
La primavera saudita
Bandar bin Sultán
príncipe Bandar bin Sultán (quien estuvo involucrado en el escándalo de Irán-Contras, es íntimo amigo de los Bush, ha influenciado a cinco gobiernos estadunidenses y fue uno de los principales promotores de la invasión de Irak), fabuloso intrigante y Rasput í n co nte m p o r á n e o q u e p u s o e n operación un programa de entrenamiento de rebeldes en Jordania desde el año pasado; fue su servicio de inteligencia el que informó, también desde febrero pasado, sobre el presunto uso de armas químicas por parte del gobierno.
La energía libertaria y la frescura de la Primavera árabe fue rápidamente secuestrada por intereses siniestros y el movimiento, que intentó democratizar y llevar justicia al Medio Oriente, se ha convertido en el cementerio de la “repúblicas” árabes y, paradójicamente, ha dejado casi intactas a las monarquías. Hoy queda claro que los sauditas y sus aliados lograron manipular la turbulencia social para eliminar a sus rivales y enemigos e imponer una regresión social y política en el (de Paso 2 por sí retrógrada) mundo árabe, que La pregunta obvia es: ¿qué sucede dessólo beneficiará sus intereses. La de- pués? El ataque “aliado” es una campapuración de regímenes comenzó ña punitiva que tal vez se enfocará en con la destrucción de Saddam Hus- destruir edificios oficiales, defensas sein, siguió con Muammar K adafi, aéreas, redes de suministro de serviHosni Mubarak y ahora Assad. No es cios, instalaciones militares y armaque ellos fueran buenos líderes, todos mento pesado. Esto debilitará al réeran dictadores, nepotistas e incapa- g i m e n , p e ro d e n i n g u n a m a n e ra ces de entender lo que significan las protegerá a los civiles de su propio libertades individuales o la democra- gobierno o de los inevitables raciocia. Todos ellos eran represores que se namientos, o de los ataques de las dirodeaban de aduladores y sinvergüen- ferentes facciones que constituyen a zas, que tenían en común un discurso los rebeldes y de los propios misiles demagógico y populista, así como un “inteligentes”. La historia reciente nos repudio por la influencia e intervencio- ha mostrado una y otra vez que los atanismo saudita en la región. Hoy estos ques llamados quirúrgicos son una regímenes que representaban obstácu- ficción y siempre producen víc tilos para el control saudita del mundo mas inocentes por millares (desde árabe y musulmán están en ruinas. los aplastados por las bombas hasta generaciones enteras traumatizadas por el terror y el estruendo). Si lo que El príncipe El 26 de agosto, el secretario de Estado sigue es imponer una zona de no vueJohn Kerry (el mismo que hace déca- lo, patrullas con drones asesinos, blodas se expresó en contra de la bestia- queos, embargos y provocaciones, lidad de la guerra de Vietnam y hace regresamos paso a paso a las condiunos años parecía una mejor opción ciones que dieron lugar a la guerra de que George Bush) declaró que el régi- agresión contra Irak, sobre la cual samen sirio había usado armas químicas bemos qué clase de catástrofe ha sido. contra la población. La prueba que presentó fue un reporte de la organiza- p. d. ción Médicos Sin Fronteras que con- Cuando esto aparezca publicado es cacluye que alguien usó un agente neu- si seguro que Siria estará siendo bomrotóxico. Esto ocurrió tras más de un bardeada desde el aire y el océano. año de intenso cabildeo de parte del Triste manera de terminar el verano •
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JORNADA VIRTUAL
arte y pensamiento ........
........ arte y pensamiento
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola @LabAlonso
germaine@pegaso.net
Saúl Kaminer y Paul Levin: Alta resistencia
Sonidos ticos
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AÚL KAMINER (MÉXICO df, 1952) y Paul Levin (Bayona, Francia,1949) presentan una exposición audaz e ingeniosamente curada y museografiada por David Israel en el Centro Cultural Estación Indianilla (Dr. Claudio Bernard 111, col. Doctores). Alta resistencia es el evocador y elocuente título de esta muestra que les sirve como leitmotiv para reflexionar sobre la esencia y el devenir de su quehacer artístico. Alta resistencia nos habla de la perseverancia que han tenido estos creadores para consolidar y conservar, cada uno en su terreno, un lenguaje propio, ajeno a los vaivenes de las modas y a los caprichos del mercado. Alta resistencia es la voluntad de no ceder a la globalización que propicia lenguajes homogéneos y desabridos que satisfacen la creciente demanda de un público diletante que se deja llevar por la banalidad y no por la calidad. Alta resistencia es la idea “romántica” de seguir el llamado de las voces internas y defender la creación genuina que surge del azar, de la imaginación lúdica y de la pasión por el oficio. Y es el dominio del oficio lo que destaca en el centenar de piezas que el curador logra concatenar magistralmente, teniendo como punto de partida la poética formal de las propias obras. El poeta Eduardo Milán habla de una “suntuosidad, se diría, femenina” en las formas de Nevin que yo interpreto como una sensualidad intrínseca que resulta de ese trazo suelto y espontáneo que lo lleva a “dibujar” en el hierro forjado, para crear hermosas esculturas que combinan una sutil armonía entre el peso y la levedad. Añade Milán: “Paul Nevin no trabaja a hierro forjado: trabaja a hierro tocado, el efecto, el resto, lo que deja la levedad cuando abandona al hierro.” Sus esculturas remiten, por una parte, a evocaciones primitivas ancestrales y, por otra, a formas orgánicas que nos hablan de nuestra propia esencia humana en un lenguaje que es a la vez contenido y libre. Nevin llega a México en 1972 para quedarse, y su creación escultórica transita por la madera, la arcilla, la piedra y el bronce, hasta definirse como un amante apasionado del metal, material que convierte en hoja de papel que dibuja y recorta con la presteza y naturalidad de un niño, pero con el rigor técnico del gran escultor consumado que es. El visitante recorre la muestra cobijado por la música de Dominique Besson compuesta ex profeso como complemento de la obra plástica de Kaminer, como si se tratase de una “arquitectura sonora”. La colaboración con la música surge –a decir del artista– de su coincidencia en “la espacialización de la materia, en el caso de ella se trata de la materia sonora y en mi caso de la materia piedra, metal, madera, la
sombra como un desdoblamiento de la materia”. Y es precisamente el desdoblamiento, no nada más de la materia, sino también de la forma, de la luz y del color lo que caracteriza la obra de Kaminer de los últimos cinco años, a lo largo de los cuales poco a poco se ha ido deshaciendo de la figuración en una búsqueda de la pureza lineal que lo lleva a explorar composiciones inusitadas en las que los protagonistas principales son la luminosidad y las sombras, opuestos complementarios que entrevera en sus óleos sobre tela y en sus obras escultóricas murales. Guiado por la espontaneidad y por el azar, su obra reciente es, hasta cierto punto, el resultado de un ejercicio de automatismo que se palpa en la agilidad y frescura de sus trazos libres y desenfadados. Se presenta también el documental Las venas del tiempo que registra diferentes procesos de su creación reciente y, para el disfrute del visitante, el artista está pintando in situ una imponente obra mural en la que se puede presenciar la exquisitez de su técnica pictórica. La exhibición está integrada por óleos sobre tela, dibujos, esculturas y objetos de Kaminer de 2008 a la fecha, y esculturas, acuarelas y dibujos de Nevin realizados en las últimas dos décadas. El espléndido guión museográfico de David Israel hace destacar la misteriosa, seductora y al mismo tiempo mística armonía de la línea en la obra de ambos creadores que coinciden en la exploración de la luz y la sombra, el movimiento y el reposo, la levedad y el peso, en una interacción del espacio y el vacío. La amistad y complicidad de los dos artistas, así como sus afinidades estéticas y filosóficas, se revelan en la relación analógica de su trabajo. La “alta resistencia” de Kaminer y Nevin es una postura ética que da como resultado la sólida presencia plástica de dos creadores fundamentales en nuestro arte contemporáneo •
Arriba: Casa del poeta, Paul Nevin; abajo: Dibujo 06, Saul Kaminer
ACE UNA SEMANA FUIMOS a San José, Costa Rica, invitados a sonar en la Feria Internacional del Libro dedicada a México. Caminando entre sus estands, aleatoriamente, nos encontramos con la obra del ilustrador infantil Héctor Gamboa. Platicando nos enteramos de que su hermano Fidel, muerto hace un par de años, fue uno de los grandes referentes de la música costarricense en el grupo Malpaís (nombre tomado de cierta provincia). Uno de sus libros, precisamente, le hace homenaje. Se llama Como un pájaro. Es la letra de una canción emblemática cobijada con sus bellas ilustraciones. Hojeándolo mientras alguien nos ponía el tema en unos audífonos, percibimos la relevancia de su hechura.
Malpaís
Por la noche, coincidentemente, nos presentaron a Iván Rodríguez, viceministro de Cultura y Juventud de la nación centroamericana. Teníamos ganas de conocerlo pues se nos dijo que tanto él como el propio ministro, el pianista Manuel Obregón (ambos miembros de Malpaís), han sabido inyectar a sus actividades un espíritu distinto, nacido en el arte y no en la ignorancia de tantas burocracias. Según pudimos escuchar en las calles, la población los quiere y respeta mucho, lo que nos recordó lo sucedido en Brasil con Gilberto Gil al frente del engranaje cultural. Así pues, tuvimos una larga plática. Iván no sólo es un violinista, mandolinista, compositor y arreglista dotado (su hoja de vida es notable), además es propietario de dos clubes de jazz en San José, desde los que intenta propagar música de calidad. Para la inauguración de uno de ellos invitó a Irakere, de Cuba. A lo largo de los años ha presentado a Mike Stern, Michael Manring, Alain Caron, Luis Salinas, y ahora está por recibir a Victor Wooten. Lo malo, dice, es que suele perder dinero en sus intentos, pues cuesta mucho trabajo conseguir patrocinadores. La misma historia a la que se enfrentan todos los promotores de buena música en América Latina. Pero se mantiene en la lucha, aun cuando deba programar cada vez más proyectos de calidad dudosa, so pena de cerrar. Como juez y parte, pensamos, su posición es compleja. Está por terminar su período de funcionario público y, mientras se debate pensando si debe o no continuar con Malpaís (ahora con la voz de su hija, la talentosa Daniela Rodríguez), tiene claro que no dejará la música. Ojalá que no, pues si hoy hablamos de él no es por su pasajera posición política, sino porque, confíe nuestra lectora, lector, su banda vale la pena. Busque su obra (le recomendamos la pieza “Alicia” en Conquista Sessions). Se trata de un pop de altos vuelos basado en el folclor de Costa Rica; una de esas combinacio-
nes que supieron transferir el refinamiento del mundo clásico a géneros masivos conquistando una posición histórica. Otro combo interesante con el que nos topamos en San José fue Editus. No pudimos escucharlos en vivo pero luego nos dimos a la tarea de buscarlos. Han ganado tres premios Grammy por distintas colaboraciones con la leyenda panameña Rubén Blades, y también causan orgullo a los ticos. Sin un perfil tan popular, han tomado sus raíces para, con gran entrenamiento clásico, presentarlas de manera disfrutable. Destaca la virtud de su violinista Ricardo Ramírez, así como el entramado rítmico entre percusiones (Carlos Vargas) y guitarra (Edín Solís). Se trata de un trío que basa su lenguaje en el jazz y en la música afrocaribeña. Si consigue uno de sus discos hará que sus escuchas le pregunten de inmediato qué es eso que suena en las bocinas. Claro, siendo justos hay que decir que algunos de sus temas (o arreglos de piezas famosas) pueden resultar melosos, pero recomendamos tenerlos a la mano. Además de Malpaís y Editus, conjuntos maduros y establecidos, se nos recomendaron otras bandas ticas como 424, Lucho Calavera y Akasha. Los primeros nos recordaron a los españoles de Vetusta Morla, el segundo a Manu Chao, los terceros a Iron Maiden y varias cosas más. Todos suenan bien, pero aún tienen camino por andar para alcanzar la originalidad. Mucho más interesantes, y no nos los mencionaron, fueron Alphabetics, ColorNoise y Foffo Goddy. En ellos hallamos un estilo de gran valía, aun cuando se ligan directamente con ciertas bandas estadunidenses (todos cantan en inglés). Muy buenos. Una bocanada fresca para los sonidos de Centroamérica. Desde ya le decimos que, aunque cueste trabajo conseguir sus discos, puede conocer y obtener su repertorio en distintos sitios de internet. No se arrepentirá. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
Jornada Semanal • Número 966 • 8 de septiembre de 2013
ARTES VISUALES
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arte y pensamiento ........
8 de septiembre de 2013 • Número 966 • Jornada Semanal
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Jorge Moch
Ana García Bergua
P
RUEBA A ESTAR TRES días sin internet. Sientes que te enteras de las cosas a medias, que te han cerrado una ventana por la que ves cosas que antes no veías y que ahora te parecen necesarias. Muchas que no quisieras ver. Muchas, también, que parecen pensadas para distraerte de otras cosas. Piensas en que hace veinte años –¿treinta, quizás?–, no necesitabas esta ventana para sentir que estabas más o menos enterada de lo que sucedía, con base en tus lecturas, en los periódicos que leías y los noticieros que mirabas, sobre todo, cuando ocurría algo trágico o verdaderamente escandaloso, y no por sistema. En general no creías en casi nada y hacías bien. Ahora no sabes qué es cierto y qué no lo es. Piensas que quizás en apariencia las cosas no han cambiado tanto como llegaste a suponer: no vamos volando por la ciudad, no nos atienden aparatosos robots –aunque sí hay voces, fragmentos de entes robóticos con los que nos frustramos diariamente cuando necesitamos sus servicios–, no hay androides bellísimos, ni nos comunicamos por telepatía, alguien nos observa pero también todos nos observamos. En general, todo es más caro, más complicado y más sucio. Los marcianos no han llegado aún, por más que bailamos el ricachá, ni ha explotado la bomba atómica, por suerte. En suma, este futuro no tiene nada que ver con el futuro de antes. Y sin embargo, todos vivimos pendientes de la ventana, de la red, de la famosa nube (ahora guardamos las cosas en la nube), y el día en que la detestable compañía de teléfonos te deja sin ellas, por alguna razón que ahora mientras tecleas te parece perversa y misteriosa, sientes que no te estás enterando de quién sabe qué cosas, que suelen ocupar tu mente durante buena parte del día aunque no tengan tanta importancia. En realidad, quisieras agradecer a la compañía el haberte desconectado, dejar tus ojos libres para los seres vivos y los libros (aunque en realidad los libros también son seres vivos), y tus dedos también libres, sin la obligación de escribir respuestas y opiniones en el momento y en el fondo quién sabe para qué. Pero no puedes evitar, sin embargo, que te carcoma una especie de ansiedad, de duda perpetua: ¿ha pasado algo que se me escapó?, ¿dejé de decir algo que era necesario? Piensas que ir a comprar el periódico es inútil: las noticias impresas ya pasaron, ya alguien respondió, opinó, devolvió un golpe con otro golpe, ya ocurrió otra cosa más y quizá deberías saberla aunque en realidad, cuando escuchas y ves todas esas noticias que pasan, una tras otra, ese espectáculo interminable, sueles pensar
que podrías vivir sin ellas, que podrías esperar a enterarte de la gran mayoría dos semanas, dos meses, dos años o dos vidas, pero hay una ansiedad que no se calma. Quién sabe, quizá somos como la tante Léonie de En busca del tiempo perdido, eternamente ocupada en saber quién había pasado por su calle, aunque ello no alterara en nada su vida, esa que consistía en yacer en una cama, a la espera de aquellas noticias que la hacían sentir de alguna manera poderosa, dueña de la gran narración que transcurría afuera de su ventana. Por lo mismo, te subleva no poder estar sin la ventana, la nube, la red, esa habitación llena de sombras en la que, muchas veces, todos hablamos solos y al mismo tiempo. Armada con el correo y el teléfono –qué decir ahora de la humilde y portentosa clave Morse– te sientes como un caballero antiguo y ahora inútil; llegas a suponer que la red, la nube, es quizá una especie de protuberancia nueva que nos está saliendo a los humanos. Dicen por ahí que el siglo xx fue el siglo del individuo; pareciera que el siglo xxi será el de los individuos conectados a la nube y que, si te separan de su ser gasificado, llegas a vivirlo como la rara amputación de algo que nunca tuviste: un cerebro externo y transparente, parecido a aquel enorme de los marcianos de las películas (quizá el futuro, después de todo, sí se parecerá un poquito al de antes). Finalmente aparece, un buen día, el técnico de la compañía que todos detestamos –la verdad–y luego de muchas confusiones técnicas y telefónicas restablece el subvertido orden invisible. Te conectas a internet y te das cuenta de que, efectivamente, nada has perdido, excepto la tranquilidad. Pero a quién le dan pan que llore; ya apaciguada por fin, podrás agarrar el libro que te ocupaba y retornar a su agitada, verdadera vida •
El infomercial de Peña Nieto
L INFOMERCIAL (QUE NO informe presidencial) de Enrique Peña Nieto del lunes pasado, fue un costoso, superfluo relleno, un trámite innecesario que ni siquiera decepcionó porque no suponía ninguna posibilidad de promesa cumplida o ilusión. Fue un farragoso canto a la mediocridad y sí, lo vi. Sí, enterito, hasta con el intragable postre de los comentarios de los decidores de noticias, esos criaditos de la cortesanía televisiva que, como en el cuento, sostienen la larga, imaginaria cola del traje del emperador, y trataron de explicarnos, pacatos, lo obvio, buscando la minucia en el hueco. Con ceño fruncido quisieron encontrar
E
entresijos, lectura entre renglones de un acto plano, aburrido, predecible y ensayado. Fue un infomercial hecho, claro, para la televisión. Cada seis o siete segundos Peña, bien aleccionado por sus asesores de imagen televisiva –¿es que acaso hay otra en el México moderno?–, posiblemente sacados de las huestes de sus principales madrinas Televisa y tv Azteca, miraba no al grave público (cuánto arribista logrero, cuánto parásito reciclado, cuánto ganapán buscando el saludo, la palmada, el abrazo falso, la sonrisa de utilería, la aparente cercanía que en realidad no va a existir nunca) que asistió a su discurso en aquel auditorio portátil montado en un patio de la residencia presidencial de Los Pinos, sino a la cámara, a cuadro, a la pantalla de la tele de quienes lo sintonizamos allende su miedo. Siempre atento a qué cámara estaba activa, Peña estaba, de facto, en un foro de televisión. Podía, tan acicalado y profesional, ser un decidor de noticias de esos que a diario le besuquean las suelas. Me llamó la atención que, a pesar de continuos tropezones de dicción –cosa por demás predecible en alguien que: 1. presenta su primer informe de presunto gobierno en un país que se le desmorona todos los días y en el que bien sabe que muchos no lo queremos ni lo aceptamos como presidente y 2. no es famoso precisamente por sus abundantes lecturas y por ende es incapaz de socorrer un vocabulario rico que le permita giros retóricos, audaces improvisaciones discursivas o simples alardes de agilidad mental. Sin embargo, logró hilar por espacio cercano a una hora un discurso más o menos inteligible –si pasamos por alto la espesa demagogia del contenido–, aunque pude observar que cada que citaba cifras acusaba síncopas del ritmo. Supongo que porque estaba estrenando tecnología para que no le hiciéramos burla sus detractores con el teleprompter que, si estuvo allí, bien se guardaron los camarógrafos de jamás hacerle un delator encuadre. Sospecho yo, que vivo aque-
jado de sospechosismos, que usó algo parecido al “chícharo” que usan, otra vez, sus contlapaches decidores de noticias. Eso, o ha estado trabajando la mnemotecnia. En el infomercial de sus primeros nueve meses de ese engendro que llama gobierno, el medio fue el mensaje. Cuánta pre y postproducción televisiva, qué bárbaros, qué bonito trabajo, con escenas a modo con cada frase del señor que ocupa esa silla que no es suya, qué bien imbricados los cortes con los spots promocionales de su infomercial, qué bien hechas las locaciones y los maquillajes y las caracterizaciones de ésos que aparecieron como mexicanos contentos y satisfechos, para que luego no digamos que nuestros impuestos no trabajan. Qué bonitos, continuos, oportunos y bien cronometrados encuadres a la guapa familia del señor Peña, su fotogénica esposa, sus bonitas hijas – allí la que tacha a los detractores de su papi de “prole”. Qué bonito todo. Los palurdos aplaudidores, qué bien vestidos y rigurosos en su uniforme gris, monocromático, de corbata y gomina y bien ceñidos gestos con que disimular el bostezo. Bueno, casi todos, porque algún tarugo se durmió. Cuántos augurios, cuántas cosas bonitas en el infomercial, cuántas alusiones a un país que debe ser Finlandia. O Disneylandia. Qué fácil simplemente no mencionar los doce mil seiscientos asesinados en su gestión, qué sencillo decir que los homicidios dolosos, por decreto, se han reducido. Bien, señor Peña, que se chinguen la realidad cotidiana y sus pinches agoreros. Qué bonita frase esa declamada por el señor Peña con aplomo de plomo: “Atrevámonos a dar un gran salto hacia nuestro desarrollo.” Aunque por más que busco, “desarrollo” sigue sin ser sinónimo de “abismo”. Qué bonita frase suya: “Tenemos una democracia madura.” Y ahora entiendo que madurez democrática es una tarjeta Monex, un monedero de Soriana. Y no perderse Sabadazo. Ni tener vergüenza •
CABEZALCUBO
Un cerebro transparente
PASO A RETIRARME
tumbaburros@yahoo.com Twitter:@JorgeMoch
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Juan Domingo Argüelles La poesía en Rulfo y García Márquez
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AY POETAS Y HAY lectores de poesía. Hay buenos y malos poetas, y buenos y malos lectores de poesía. Algunos, los menos (tanto poetas como lectores) son excelentes, y un puñadito son excepcionales. En sus Ensayos, Montaigne (lector excepcional) escribió: “Se puede hacer el tonto en todo lo demás, pero no en poesía.” ¡Cuánta razón le asiste! Como Montaigne, hay otros grandes escritores que nunca escribieron poesía, pero que fueron o son lectores exigentísimos de ella. En parte, es por ello que nunca se atrevieron a publicar poesía. Probablemente la escribieron o intentaron escribirla, y con inteligencia y sensatez se dieron cuenta de que no tenían nada que hacer en este géne-
ro y se dedicaron al ensayo, la novela, el cuento, la crónica, la dramaturgia y toda aquella escritura extraordinaria que no es poesía. Extraordinarios escritores que nunca publicaron verso ni prosa poética como tal, revelan en sus páginas de narrativa, ensayo y teatro su conocimiento y su pasión por la poesía. Sin proponerse ostentarlo, se muestran poéticos en sus páginas. En nuestro idioma, Juan Rulfo es uno de ellos; García Márquez es otro. Las obras de Rulfo y García Márquez están cruzadas todas ellas de lenguaje poético (es decir, de concentración verbal), aunque no sean precisamente poesía. El conocimiento poético de Rulfo y García Márquez se debe a que fueron excelentes, excepcionales, lectores de poesía. Y es indiscutible que un narrador o un ensayista que ama y conoce la poesía es mejor escritor que uno que ni siquiera la frecuenta. Juan Rulfo no sólo era gran lector de prosa narrativa y de ensayo, sino también y especialmente de buena poesía. Su novela Pedro Páramo y sus cuentos (El Llano en llamas) están marcados por su conocimiento poético, por su dominio lírico y concentrado de la belleza lingüística. No sólo esto. Tradujo las Elegías de Duino, de Rilke. Para cualquier lector atento es imposible no advertir el ritmo poético de la prosa rulfiana desde el arranque mismo de Pedro Páramo. Si pusiéramos en versos regulares las dos primeras frases del inicio de esta gran novela, así las leeríamos: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. La fórmula secreta, película de Rubén Gámez, obtiene mucha de su intensidad del lirismo rulfiano. Por ejemplo: “Cola de relámpago,/ remolino de muertos.” ¿Y no acaso José Emilio Pacheco escribió un
poema (“¿Qué tierra es ésta?”), como un homenaje a Juan Rulfo, utilizando textualmente sus palabras? El Rulfo conocedor de la poesía se nos aparece poeta sin duda en la forma en que lo presenta José Emilio Pacheco, con versos inolvidables: “Digan si hay aire y nubes./ Si hay esperanza./ Si contra nuestras penas/ hay esperanza.” El gran modelo de García Márquez es justamente Juan Rulfo, y en especial Pedro Páramo. García Márquez es también un gran lector de poesía, y su prosa narrativa es la de alguien que, indudablemente, ama la poesía. Él mismo refiere que en el Liceo Nacional de Zipaquirá, donde estudió el bachillerato, no sólo leyó, sino que recitó a todos los poetas clásicos españoles. Se los sabía de memoria.“La poesía es alquimia pura”, afirma. Y por ello no asom-
bra que el arranque magistral de Cien años de soledad sea un arrebato poético, que puesto en versos leeríamos así: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Fue también Montaigne quien escribió: “En su nivel más bajo, puede juzgarse la poesía a partir de los preceptos y la habilidad. Pero la buena, la suprema, la divina, está por encima de las reglas y la razón. Quien contemple su belleza con mirada firme y serena no la ve, como no se ve el resplandor de un rayo. No intenta seducir nuestro juicio; lo rapta y destroza. Desde mi primera infancia, la poesía ha actuado así, traspasándome y transportándome.” García Márquez diría: “Una de las virtudes del escritor es la posibilidad de ver más allá de la realidad inmediata. No otra cosa es la poesía.” •
Luis Tovar
cinexcusas@yahoo.com
La vida y otras miserias
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U CONCLUSIÓN Y SU primera exhibición tuvieron lugar en 2011, pero la propia Kenya Márquez ha mencionado que el proceso creativo de Fecha de caducidad, su ópera prima largometrajista, es de más larga data. Es pertinente fijar el arranque de esta luenga espera en 1997, cuando la directora escribió y dirigió su primer cortometraje de ficción, titulado Cruz, así como ubicar el siguiente paso significativo del periplo en 2000, cuando entregó La mesa servida, otro cortometraje que fue dándole, al mismo tiempo que más tablas como realizadora, elementos narrativos y formales específicos que seis años más adelante, en 2006, podrían apreciarse en Señas particulares, tercer cortometraje de esta tapa-
tía egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica en calidad de guionista. Ella misma lo declaró pero, aunque no hubiera sido así, quien como este sumacomas haya tenido la fortuna de ver aquellas tres películas breves puede dar fe de que éstos y Fecha de caducidad constituyen un todo, en donde la primera y tripartita parte funcionó a manera de gran acto preparatorio, en términos estilísticos y de ejecución –como es fácil advertir echando apenas una mirada–, pero lo mismo en al menos una parte de la trama y, sobre todo, en cuanto al tono dramático que Márquez, como puede apreciarse ya en el largo, fue pulimentando minuciosamente hasta tener de él el dominio indispensable para sostenerlo durante casi dos horas. Señas particulares, en especial, es incluso más que lo anterior: la historia que allí se cuenta es literalmente la primera parte de Fecha de caducidad, de manera que en este caso sí aplica, y sin lugares comunes, aquella idea hoy trillada según la cual “en sus primeros trabajos ya podía advertirse el germen de lo que vendría después”. En otras palabras, a Márquez le sucedió lo mismo que a aquel escritor protagonista del cuento “Obras completas”, de Tito Monterroso, nada más que con la diferencia de un final feliz, pues mientras aquel escritor jamás entregó a la imprenta sus postergadísimas y siempre incompletas Obras completas, la también directora de El secreto de Candita (2011) y alguna vez directora del Festival Internacional de Cine en Guadalajara sí coronó un proceso creador cuyo exceso durativo no tuvo, por cierto, nada que ver con la voluntad de su autora sino con las condiciones materiales adversas que debió encarar durante más de una década.
Pasados por ácido El resultado de tanta espera y tanta preparación es afortunado: a Kenya el humor negro se le da bien, y es en esa clave que asesta su golpe de ficción contra ciertos elementos de la reali-
dad, particularmente de la mexicana, que no suelen ser vistos –cinematog r á f i c a m e nte h a b l a n d o – b a j o l a luz de la ironía, la causticidad y una crudeza que viene a ser apenas correspondiente con la crueldad aneja a los elementos de su trama, en el orden micro, así como al contexto en el que ésta se desarrolla, en el orden macro. Vidas miseria, las que retrata Fecha de caducidad, comenzando por las de Osvaldo (Eduardo España muy bien, sobre todo su cabeza) y Ramona (Ana Ofelia Murguía, excelsa), una pareja edipicante –que no edificante– donde las haya, cuyo motivo de separación es el detonador del resto de acontecimientos que se verán; pero vida miseria también –y de qué modo– la de Genaro, apocado y corrompido zopilote humano magníficamente interpretado por Damián Alcázar, desasosegante por tanta y tan supina estulticia pero, a la vez, por la capacidad que muestra para colársele a la vida por los intersticios más repelentes. Miserable vida igualmente la de Mariana (Marisol Centeno, poco más que cumplidora), joven y súbita vecina de la anciana Ramona –a quien ésta hace blanco de su paranoia–, como de miseria está hecha la cotidianidad de la avejentada Milagros (Marta Aura, estupenda), una burócrata del Servicio Médico Forense, aunque no más miserable que la del corrupto médico legista (eficiente, Jorge Zárate) que suele hacer usufructo y, si se da, incluso comercio hasta con los zapatos del personal que llega a su lugar de trabajo. Salvo un par de “casualidades” de ésas que a veces los guiones creen indispensables, como si la trama fuese a detenerse si no se hacen coincidir forzadamente ciertos hechos con ciertos personajes, a esta Fecha de caducidad no le duele nada y constituye una propuesta fílmica mucho más rica y agradable que, por ejemplo, ese lucimiento desmedido de los límites histriónicos de Kuno Becker haciéndola de secuestrado rezandero en Espacio interior (Kai Parlange, 2012) •
CINEXCUSAS
Jornada Semanal • Número 966 • 8 de septiembre de 2013
JORNADA DE POESÍA
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ensayo
8 de septiembre de 2013 • Número 966 • Jornada Semanal
En una calle del Viejo San Juan José Luis Vega
H
ay, en el Viejo San Juan de Puerto Rico, una calle, la San Justo, y otra en Lisboa, la Rua do Alecrim, que comienzan en el cielo, caen en picada hacia la bahía una, hacia el estuario del Tajo la otra y, partiendo en dos las ciudades respectivas, ascienden al cielo otra vez. Es un fenómeno de perspectiva que un plano que se inclina de cerro a costa favorece. La calle San Justo me obsesionó desde mi juventud con un mensaje cifrado que tardé muchos años en comprender. A la otra, la de Alecrim, la descubrí como una epifanía durante mi primera visita a Lisboa, tal como la había imaginado cuando leí La muerte de Ricardo Reis, de Saramago. Cada una de esas calles, al menos para mí, tiene a su poeta, la San Justo a Luis Palés Matos que la recorre rumbo a la Mallorquina figurando a su Filí-Melé; la de Alecrim, a Pessoa que, a lomos de tranvía, tal vez rumbo a Los Doradores, piensa en su Ofelia. Como si cada cual fuera el heterónimo del otro. Esta visión sincrónica que un día fundió en mí dos ciudades, dos poetas, dos lenguas lejanas y distantes, es una experiencia cardinal que intenté expresar en un poema titulado “San Juan, Lisboa, 1935”. Llamo experiencia cardinal a las vivencias hondas y súbitas que generan las ideas poéticas que nos ayudan, no sólo a escribir, sino a vivir. Mucho tardé en comprender que esas calles que van de cielo a cielo son un anhelo de totalidad. Su vislumbre abre puertas al misterio, a un origen perdido o deseado, a lo que siempre está más allá de la realidad y las palabras. Pero esas calles también conducen inevitablemente al pensamiento de la muerte, que es, al fin y al cabo, de lo que trata la poesía. Esta función, digamos elegíaca de la poesía lírica, es otra experiencia cardinal que no comprendí del todo hasta que hace unos días en un vuelo que me llevaba
de Panamá a Perú me topé con unas palabras de Mark Strand en un libro que al azar había echado en la mochila para mitigar la monotonía de los aviones. Traduzco del inglés: … la muerte es la preocupación central de la poesía lírica. La poesía lírica nos recuerda que vivimos en el tiempo. Nos dice que somos mortales. Celebra o reconoce estados de ánimo, ideas, acontecimientos sólo en la medida en que éstos existen como cosas que pasan. Pues, ¿qué significado podría tener algo fuera del tiempo? Aun cuando la poesía celebra algo gozoso, anuncia que ese gozo particular ya terminó. Es un largo memorial, un responso a cada momento discreto sobre la tierra. Pero su poder está en relación con lo que celebra. Pues no es sólo que lamentemos el paso del tiempo, sino que estamos de alguna manera aislados del peso del tiempo, y cuando leemos poemas, durante esos breves momentos de absorción, el pensamiento de la muerte parece indoloro, hasta hermoso.
Recuerdo haber leído conceptos semejantes en las meditaciones del Juan de Mairena machadiano, por ejemplo: “El poema que no tenga muy marcado el acento temporal estará más cerca de la lógica que de la lírica.” Pero las ideas sólo calan e iluminan cuando las necesitamos para comprender nuestra propia experiencia o intuición. Esto ocurrió a 30 mil pies de altura, cuando las palabras del poeta canadiense, como un fogonazo, me permitieron comprender el sentido de la creciente presencia de la muerte en mi poesía. La muerte es una presencia incómoda cuando se introduce en nuestros poemas como una inminencia no deseada aún; cuando se interpone al habla celebratoria del cuerpo y del eros. Pero allí estaba por sus propios fueros instalada en mis versos junto a otras vivencias cardinales donde las calles, los poetas, las ciudades, el espacio inte-
rior y las magnitudes cósmicas, la poesía misma, conformaban un conjunto en apariencia heterogéneo que demandaba un título redentor. Y así vino en mi auxilio, del fondo del idioma, la palabra “sínsoras”, voz puertorriqueña y pueblerina, esdrújula sonora, que el diccionario define como “lugar lejano”. Ahora comprendo con cierta claridad y consuelo que las calles que van de cielo a cielo conducen, sin remedio, a las sínsoras del misterio, del cosmos, de la poesía y, por qué no, de la muerte. Un poema homónimo del libro, el último del conjunto que escribí, intenta recoger estas vivencias. Acontece en otra calle hermosa del Viejo San Juan, paralela a la San Justo y la Rua do Alecrim:
Sínsoras Cuando muera, iré a la calle de la Cruz. Bastará este deseo de viandante y la eficacia del atardecer. Iré a esa calle que de cielo a cielo parte en dos la ciudad. Sabré la cifra de sus adoquines y por qué su inclinada geografía me devuelve a Lisboa, a Éfeso, a cierta esquina de Valparaíso o a otros puertos translúcidos, sin nombre. Bajo un paraguas, que nadie me verá, descenderé silbando hasta la Dársena donde fondea un barcaza oscura. En las aguas pesadas y oleosas habrá restos flotando a duras penas y unos ojos exactos de aguaviva. Será la hora de soltar amarras. A dónde iré cuando la noche caiga, eso ya no lo sé •
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