La Jornada Semanal

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PATERNIDAD Y AMISTAD orfandades contemporáneas

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 29 de septiembre de 2013 ■ Núm. 969 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

F abrizio A ndreella Á lvaro M utis in memoriam • Entrevista con L uis E duardo A ute K awabata y G arcía M árquez : dos novelas


Del padre rígido y autoritario que impone su ley, al papá amigo que rechaza ser identificado como autoridad para eludir todo tipo de conflictos, en décadas recientes la figura paterna se ha transformado hasta generar una suerte de orfandad poco estudiada, y esa transformación es crucial para entender las funciones ejercidas actualmente por la estructura familiar, misma que sólo desde un “idealismo irresponsable” puede seguir siendo considerada sólo como un idílico “espacio de seguridad y afectos”. De esta realidad da cuenta el ensayo de Fabrizio Andreella que ofrecemos a nuestros lectores. Publicamos además un entrañable texto de Javier Wimer sobre el recién fallecido Álvaro Mutis, un artículo de Juan Manuel Roca sobre sendas novelas de Gabriel García Márquez y Yasunari Kawabata, así como una entrevista con el compositor, cantante, pintor y cineasta español Luis Eduardo Aute.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

bazar O

Hugo Gutiérrez Vega

rdenando libros para una donación que pienso hacer a la casa de la cultura que lleva mi nombre y que se ubica en la delegación Gustavo A . Madero, me encontré con una vieja edi­ ción de la legendaria editorial Losada de Buenos Aires de las Historias para ser contadas del nove ­ lista rumano Mihail Sadoveanu. Firman la traduc­ ción Miguel Ángel Asturias y Blanca de Asturias y, en la p rim er a p ágina , hay una de dicatoria que me hizo regresar al Bucarest de 1964, año en el que hice el primero de mis muchos e in o l v i dab l es v iaj es a mi querida Rumanía. Me di­ cen M i g u e l Á n g e l ( v e o su perfil de dios maya, su corpachón, su bondado­ sa sonrisa) y Blanca: “Para Hugo, esta tarde de oto­ ño, entre los árboles vie­ jos del museo de la Aldea, en medio de cazuelas de barro y de hermosos te­ jidos que re cuerdan a Chiapas y a Guatemala. Estas p e queñas cosas hacen que el mundo si­ ga siendo ancho, pero mucho menos ajeno.” No voy a mandar el li­ bro a la casa de cultura. Lo voy a guardar, pe­ ro antes (ya comencé) leeré de nuevo algunas de las historias del gran Sadoveanu (gordo rumano tra­ ducido por gordo guatemalteco). La dedicatoria es de 1964 y Sadoveanu murió en 1961. Asturias lo co­ noció en uno de sus primeros viajes a Rumanía. Yo, después de entusiasmarme con la lectura de va­ rias de sus muchas novelas, me contenté con las respuestas a muchas de las preguntas que sobre Sadoveanu hice a Eugenio Jebeleanu, el autor del terrible y conmovedor poema sobre Hiroshima, y a la poeta María Banus, que había sido amiga del prin­ cipal escritor del antiguo voivodato de Moldavia. María me entregó una lista de más de cien obras de Sadoveanu. Sus temas recurrentes son los relacio­ nados con la complicada historia del pueblo ru­ mano. Si las comparaciones valen, lo pondría al lado del Benito Pérez Galdós de los Episodios naciona-

MIHAIL SADOVEANU Y SUS HISTORIAS les y de su seguidor mexicano, Victoriano Salado Álvarez. Sadoveanu se remonta a la época de los antiguos dacios, recuerda la invasión romana (rinde homenaje al poeta Ovidio, exiliado en Constanza); relata las invasiones tártaras, las batallas de Esteban el Grande, la larga noche de la dominación otomana, los avatares del voivoda de Valaquia, Vlad Tepes, que pasó a la leyenda lite­ raria con el nombre ru­ mano de Drácula (dragón o demonio) inmortaliza­ do por el prodigioso pe­ lirrojo, Bram Stoker. El ciclo novelístico e histó­ rico de Sadoveanu cubre el siglo XIX y acaba unos años después de termi­ nada la segunda guerra mundial. La primera no­ vela de este ciclo monu­ mental (diríase balzacia­ no) es El ramo de oro y la última la Aventura en el prado a orillas del Danubio. A los largo de tantas y tan ricas narraciones apare ­ cen muchos personajes rea­ les, muchos entes de f ic­ ción, animales, cultivos, lagos, bosques, flores en las calles de Bucarest, árboles rojos en las plazas de Cluj... En fin, dice Georgescu, “es la más completa enciclopedia de Rumanía”. El hallazgo del viejo libro dedicado por Blanca y Miguel Ángel me hizo recordar a algunos de los personajes de Sadoveanu: el triste profesor Nicolae Manea, mal pagado y vejado como un profesor de Oaxaca o de Morelos; doña Lula, la mujer anuncia­ dora de toda clase de catástrofes y, sobre todo, el viejo conflicto rumano entre la aldea y la ciudad que el Conducator enloquecido “solucionó” aca­ bando con las aldeas y destrozando a Bucarest para apoyar una industria inexistente. Pasaré una semanas dedicado a la lectura de al­ gunas de los novelas de Sadoveanu. Si me atiborro de demasiada realidad, saldré a f lote releyendo poemas etéreos de Blaga, el filósofo, el lírico • jornadasem@jornada.com.mx

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cuento

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os encontramos en un restaurante donde ame­ trallaron a varios, ordenamos pescado zaran­ deado para demostrar que podemos llegar a un acuerdo. Al menos yo lo deseo. Cuando las cosas tocan fondo más vale negociar y dejar que nues­ tra imagen de civilizados se enriquezca. La primera vez que nos reunimos para este asun­ to fue en la Taquería del Meño, en la Col Pop, co­ mento después de brindar. Nos miramos de soslayo y como que estamos bastante forzados. Me acuerdo, teníamos como veinte años y éramos unos pinches perros; fue cuando te abriste, te habías inscrito en la universidad y no querías saber nada de lo que no oliera a libros. Fue también cuando te dije lo que te tenía que decir. La segunda fue cuando me gradué y estuvimos los tres en un restaurante donde lavan dinero. Creo que allí hablamos poco, la Bety fue la voz cantante. Sacó un poco de espuma de su tarro con un dedo. Es correcto. Con el Meño me reveló que la Bety y él se habían enredado y que se iban a casar. Me atraganté machín: era mi novia desde los dieciséis y él era nuestro mejor amigo y muchas veces nuestro chaperón. Te lo digo a lo macho, expresó y me arropó con su mirada incle­ mente; además, ni ella ni yo queremos que se acabe nuestra amistad, son cosas que pasan y creo que debes superarla. Órale, quería darle en su madre, romper­ le el hocico y me pedía ser permisivo, como si nada; lo veía tan convencido, tan en su papel que se me fue bajando el coraje. Toda traición es relativa y no sabía lo que me iba a doler. Le dije que estaba bien, pero que en ese momento lo mejor era que me fuera, además de que ya había pintado mi raya con el trafique. Hizo una seña de que no importaba. Eché un vistazo al vam­ piro y a la chimichanga que dejaba y me largué. A los dos años supe de ellos. Él era jefe y ella tenía chichis y nalgas nuevas, se veía espectacular con un vestidito de seda floreado arriba de la rodilla. Me encontraba en un restaurante donde se sospecha que blanquean dólares y me atraganté. Afortunadamen­ te el grueso comandante con el que comía me cubrió y no me pudieron ver. Desprecié el pay de limón y me fui antes de que ellos salieran del privado donde los atendieron. Por ese entonces ya trabajaba en la pgr

El lugar de los hechos Élmer Mendoza y aprendía el lado oscuro en la aplicación de las leyes en nuestro país. Un año después ella me buscó con premura. Nos encontramos en un templo donde el cura lava dinero del narco, asociado con un pastor cristiano que se la da de puro. ¿Qué onda? Pregunté porque ella tenía el cuerpo tibio y me acariciaba sin ocultar sus in­ tenciones. Quiero estar contigo. Se puso de pie, y con toda su hermosura me llevó por una puerta lateral que daba a una habitación discretamente amueblada y se hizo la machaca. Qué cosa más dramática, qué cuerpo, qué pericia. Quizá hasta su almeja había cre­ cido. Luego fue al grano: su marido llevaba seis horas detenido en Mazachuset. Lo había apañado mi ami­ go el gordo que pretendía medio millón de cueros de rana por olvidarse del asunto. Preferían darme el dinero si lo libraba y que hiciera lo que me viniera en gana con el gordo. Mientras me convencía nos echamos otro. Cómo lucían sus nuevos encantos, tendrían que haberla visto bocarriba; Dios mío, qué pruebas debe pasar el hombre para ser feliz. Cuando me gradué ella parecía chachalaca. Nos enteramos de modas, cirujanos plásticos, el valor terapéutico del agua embotellada, gimnasios, cre­ mas bloqueadoras, enfermedades de la piel, el riesgo de tomar cocteles en los bares y por qué comer cinco veces al día era lo correcto. Nosotros la escuchamos apaciguados. Gracias a ella volvíamos a estar en el mismo barco, aunque yo como subsecretario de Se­ guridad del estado. Vamos a medio zarandeado y cinco o seis cervezas cuando toma la palabra. Me está llevando la chin­ gada. No es para menos, estás en la cima y hay una cruenta guerra que te concierne. Bebemos y al fin nos

miramos de frente; atentos y en una mesa contigua, comen el comandante gordo que es mi guardaes­ paldas y su guarura de confianza. No aguanto carnal, de veras, si no te digo me voy a volver loco. Valiendo madre, ya sé a dónde me quieres llevar, pienso, bebo y lo animo. Carnal, suelta la onda para enloquecer los dos. ¿Quieres perico? Epa cabrón, es muy tempra­ no y apenas llevamos seis. Mira al techo y confiesa: La Bety me pone los cuernos. No mames, ¿la torciste? Es cierto, te la bajé, pero yo la hice mujer, cabrón, le pagué sus operaciones, le surtí el clóset, le construí una casa en Colinas, la traigo en camioneta del año. Bebió hasta el fondo, el guarura se alarmó, lo mismo el gordo. Así no juego, tú me conoces y sabes que ja­ más permitiré que me vean la cara de pendejo. Pues sí, el asunto es grave. La conversación es en voz baja. El caso es que no quisiera lavar esa afrenta con sangre pero no me queda de otra. Aunque no apruebo esa vía, lo entiendo. Claro que lo entiendes, cualquiera lo entiende. Gulp, su cara se pone roja por la rabia. Me dio en la madre, mejor dicho: me dieron en la madre y la neta, no lo merezco. Claro, pensé lo mismo que doce años atrás, toda traición es relativa: depen­ de de qué lado te toque, pero callé y no lo perdí de vista. Sangre, y quiero que les quede claro por qué lo hago. Se siente horrible, lo sé. Tú no sabes, ni en sue­ ños la querías como yo, si la hubieras querido allí mismo me hubieras dado piso, y bien que hubiese estado, nadie te hubiera dicho que hiciste mal; pero no, preferiste dejarme el camino libre. No supe qué decir. Quisiera tenerlos pero no, no tengo esos hue­ vos, y bueno, ya estuvo, vamos a buscarla. Quiero preguntar: ¿tengo que ir? Pero no, decido afrontar mi destino, tengo claro que unas veces se pierde y otras se deja de ganar. Decimos a los guardaespaldas que nos esperen un momento y salimos. Aunque no lo dice sé que vamos al templo. Escu­ chamos corridos. Transpiro como cerdo. En el estacionamiento, junto a la camioneta de ella, me juego mi última carta: ¿Aquí, qué? Es el lugar de los hechos; cabrón, eres poli, ¿acaso no es impor­ tante para ustedes? Vamos, abrió la puertezuela, tú le das cran al pastor y me dejas al pinche cura. Respi­ ré gordo, el capo agregó echando chispas: a ella nos la chingamos entre los dos •


Mutis

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en la era

Foto tomada de la exposición Las imágenes recuperadas de Álvaro Mutis, en la FIL de Guadalajara, 2007 Foto: Héctor Jesús Hernández/ La Jornada Jalisco

Javier Wimer

Á

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lvaro Mutis llega a sus edades como si tu­ viera cita con ellas o, más bien, como si pudiera imponerles el rumbo que exigen: empresas. Mutis, el hombre de carne y hueso, es un perso­ naje inventado sucesivamente por Mutis, el soñador, el poeta, el argumentista, e interpretado sucesiva­ mente por Mutis, el actor, con la fuerza, la convicción y el brillo de los grandes comediantes. El azar parece adaptarse a sus designios, propor­ cionándole la materia prima que requiere para seguir un itinerario urdido obscuramente en las trastien­ das de la conciencia. Por eso Maqroll es Maqroll pero también es Mutis, no en el sentido elemental de una transposición autobiográfica sino como resultado de la comunidad de estilos entre un hombre y un per­ sonaje de ficción, del trasiego e intercambio de ele­ mentos entre la realidad y la imaginación. En un lejano intento por definir la esencia de la literatura, Sartre encontraba dos arquetipos de escri­ tores: los que viven su vida y además escriben, y los que escriben como si ejercieran una profesión bur­ guesa. Mutis pertenece al primer género aunque reniegue a veces, de la sangre que comparte con Maqroll y aunque ahora tenga domicilio fijo, orden familiar y agentes literarios. Tal vez la clave para entender el sentido de su vida y de su obra se encuentre, precisamente, en la capa­ cidad que tiene para mantener su identidad mien­ tras cambia de edades y de papeles. Así transita por el círculo de las sucesiones y de las decantaciones: a la aventura sigue el reposo, al derroche la mesura y a la avidez por el mundo la reflexión sobre el mundo. El Mutis de los últimos tiempos vive amenazado por la fama. Una amenaza de tal magnitud que, ade­ más de transfigurar sus tareas cotidianas, de dotarlas de un cierto aire épico, lo obliga a un interminable andar de aquí para allá como una especie de argo­ nauta: homenajes, premios y seminarios sobre sí mismo. Manera final, por cierto, de completar la tri­ nidad especular del autor, del actor y del crítico.

En su descargo podemos decir que, como hombre elegante e irónico que es, nunca buscó la fama y que ahora no la toma en serio. De todas maneras, se ins­ tala en ella con la displicencia del joven poeta que, según Goethe, considera perfectamente natural que lo coronen de laureles. No se trata, pues, de falsos pudores sino de simple acuerdo con el reconoci­ miento ajeno. Mi amistad con Álvaro viene de lejos. Lo conocí a pedazos. Primero, en la anónima, densa y sentencio­ sa voz del cronista de Los intocables, luego en dos li­ bros de lectura obligada: Reseña de los hospitales de ultramar y el Diario de Lecumberri. Al fin y de cuerpo presente, lo comencé a encontrar con amigos comu­ nes: Pablo González Casanova, Gabriel García Már­ quez, Carlos Fuentes, Carlos Payán, Víctor Flores Olea, José Luis Cuevas y Jorge Ruiz Dueñas. Tiene Álvaro un verdadero rosario de virtudes personales. No las menciono en lista para evitar que este intento de apología se convierta en un principio de inventario. Diría, sin embargo, que dos de ellas sobresalen entre las otras: su intensidad humana y su poder de seducción intelectual. Ambas constitu­ yen ingredientes esenciales de su simpatía. Una parte de este atractivo le viene del aspecto físico: alto, corpulento y con andares de condotiero renacentista o de actor shakesperiano. La nariz bor­ bónica, las cejas espesas y levantadas en los extre­ mos, los párpados entornados y la mirada maliciosa le confieren, ocasionalmente, un aire de Mefistófeles en los jardines de Bomarzo. Completa estos rasgos una voz preparada desde siempre para el diálogo, el discurso y el poema: para contar antiguos mitos so­ bre el origen del tiempo: sagas sobre estirpes, di­ nastías e imperios olvidados o historias de prodigios y fantasmas. Mención especial merecen las risas de Álvaro, desde una que suena a murmullo de agua hirviente hasta la carcajada rotunda, delirante y prolongada. Carcajada enorme y rabelesiana; carcajada que arra­ sa el silencio: carcajada que avanza incontenible co­ mo tempestad de arena: carcajada que sacude los cristales, atraviesa los muros y los impregna; carca­ jada que se va riendo sola y que se aleja, tambaleante, hacia el valle feliz donde los ecos viven eternamente. Su risa se queda largo tiempo por donde ha pasa­ do, como fragancia de marfil o de porcelana, y es tan

intensa que si fuera necesario devolver al lugar su neutralidad sensorial, habría que voltearlo de ca­ beza, lavarlo con algún jabón silenciático, sacarlo a orear con tapetes, muebles y cortinas. También se queda su voz. Álvaro sabe escuchar y sabe tomar la palabra, hi­ lar extensos relatos que guían y modulan el ánimo cambiante del interlocutor. No al modo de esos in­ soportables tribunos de salón cuyo autismo les impide registrar el aburrimiento ajeno, sino al modo antiguo de los hades, de los maestros de cosas o de los narradores de pueblo. El temperamento, el modo de ser y el discurso de Álvaro llevan la marca de la sensualidad y de la iro­ nía. Su conversación está llena de materia sensible y vacía de solemnidades. Le merecen el mismo respe­ to y la misma falta de respeto todos los temas, des­ de la metafísica hasta el erotismo y la gastronomía. Se acerca a cualquiera de ellos con semejante erudi­ ción, entusiasmo y desenfado, y siempre encuentra en el deslumbrante bazar de su memoria los recuer­ dos necesarios para que el relato siga su infatiga­ ble camino. No es la política, al menos desde hace algunos años, la principal de sus preocupaciones. Se confie­ sa conservador y le gusta presentarse como anar­ quista y monárquico sin esforzarse en ser tomado en serio. Acaso porque cree en la libertad y en la justicia pero no en la capacidad del poder para convertirlas en un bien público o acaso por simple cortesía para quienes atribuyen a la política una importancia ma­ yor de la que, a su juicio, merece. Pero las burbujas de superficie, el encanto del per­ sonaje no deben ocultar su verdadera naturaleza. Si en una edad pasada, antes de que lo conociera, se detuvo más tiempo del debido en alguna de sus ad­ vocaciones mundanas, fue un incidente menor. Su destino de escritor era definitivo y se impuso siem­ pre a sus otros destinos transitorios. Los ciclos de la vida de Álvaro tienen una clara relación con su actividad literaria. A los veinticuatro años publicó su primera colección de poemas en un libro que, con el título de La balanza, fue distribuido unas horas antes del bogotazo de 1948. A esta edición que desapareció en la revuelta, siguieron Los elemen­ tos del desastre y luego, en 1959 y 1960, la Reseña de los hospitales de ultramar y Diario de Lecumberri, su primer libro en prosa. Ambos textos se escriben y se publican en torno de los meses que Álvaro pasó en una cárcel mexicana. Probablemente descubrió entonces, como el Lugones de Borges, que la entraña de la realidad no es verbal, y también, que el sufrimiento es fuente de legitimi­ dad y de hondura del lenguaje. Este privilegio trági­ co constituye un parteaguas en la vida y en las tareas del poeta. Atrás queda la niñez vivida en dos paraí­ sos, la juventud despreocupada y el placer por aban­ donarse al deslumbramiento del mundo. Adelante, el compromiso con la tarea creadora. II Desde 1959 escribe y publica a un ritmo regular otra decena de títulos de poesía hasta la aparición de la Summa de Maqroll el Gaviero, en 1992, que recoge to­ da su obra poética.


de los setenta

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Los jóvenes colombianos Mutis, Botero y García Márquez Abajo: Con Gabo Fotos: eltiempo.com

Otro itinerario y ritmo tiene su producción en pro­ sa. Entre el Diario de Lecumberri y La mansión de Arau­ caíma transcurren trece años y habrán de pasar quince más para que aparezca La muerte del estratega, en 1988, que es la brillante obertura de un ciclo de narraciones y novelas que se detienen, por ahora, en el Tríptico de mar y tierra. En total ha publicado una veintena de libros. Es una obra escueta, concentrada, que nos depara los placeres de la buena escritura y nos ahorra los mate­ riales sobrantes de otras obras más extensas y menos rigurosas. Mutis, que como Julio Cortázar pasó en Bruselas los primeros años de su vida, asumió tempranamen­ te la diversidad del mundo y las bibliotecas. La vida misma, el dominio de varias lenguas y la cultura ad­ quirida en una insaciable pasión por la lectura, le proporcionará los elementos para encontrar un mo­ do personal de decir las cosas. Se le conoció primero como poeta, en el significa­ do estrecho e insuficiente que esta palabra tiene en el castellano de uso corriente. Es decir, como autor de poemas en verso, cuya excelencia le valió el in­ mediato reconocimiento de los entendidos. Su poesía es culterana y muy elaborada. Extiende sus raíces por las mejores regiones literarias pero no se deja arrebatar por seducción de sus extremos es­ tilísticos: la prolongada vehemencia iberoamerica­ na: la lenta y laboriosa respiración de Saint-John Perse o la contención iniciática de t . s . Eliot.

En esta poesía, la libertad tiene un lugar privilegiado. Como programa implícito y como me­ canismo creativo en la elección de temas y de formas. Sin embargo, el empeño por alcanzar el orden y cla­ ridad domina los puntos de fuga hacia el barroco y domina la amenazante opulencia del lenguaje. El poema adquiere entonces grado y ligereza, se sos­ tiene entre una natural exuberancia y un deliberado ascetismo. Toda la obra poética de Mutis tiene un carác­ ter sustantivo. Se construye fundamentalmente con substantivos y con epítetos exactos y deslum­ brantes. Sobresale en el tono épico, en el elogio y en la diatriba, en los rituales de la fiesta, de la guerra y de la muerte. No existe un verdadero punto de ruptura entre su poesía y su prosa. Más bien una continuidad orgá­ nica, un proceso de metamorfosis que cambia a las palabras de lugar y de sentido. Los textos en prosa

29 de septiembre de 2013 • Número 969 • Jornada Semanal

aparecen, primero, como extensiones y reflejos de su poesía y, poco a poco, adquieren la masa crítica del relato, del cuento y de la novela. La destreza adquirida en el manejo de un géne­ ro sirve, sin duda, para ingresar a otro pero también para deformarlo si no se respetan las característi­ cas propias de cada uno. Mutis pudo separar sus dos oficios y se abstuvo de recargar la nueva casa con muebles ajenos. Supo que una narración eficaz no admite rodeos ni digresiones sino que ha de cen­ trarse en una acción dramática que se desarrolla en el cumplimiento de sus propios fines. En la suma de unas páginas con otras ha creci­ do un personaje que ocupa el centro de una saga, de un interminable ciclo de aventuras. El personaje es Maqroll el Gaviero, memorioso aventuró que conoce todas las aguas del planeta y que podría decir, co­ mo Gilberto Owen, combatí contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad. Cumple Maqroll funciones adicionales en tanto que alter ego y narrador substituto de Mutis. Tiene la misma versión del mundo, mezcla de melancólica esperanza y de risueño escepticismo, la misma certi­ dumbre en ciertos valores irreductibles y el mismo lenguaje literario que sorprende en un áspero marino. La novela de aventuras recrea un género que co­ noció sus mejores momentos durante el siglo xix y que mantuvo un alto grado de popularidad has­ ta el triunfo del cine y de los cómics. Sólo que, en este caso, el relato no se agota en la pura descripción de los acontecimientos sino que esconde una reflexión continua sobre el des­ tino del hombre. Se apoya la narración en dos seguras ver­ tientes simbólicas: el viaje como imagen del tránsito temporal y como imagen de la evo­ lución interna del ser. Ambas son metáforas de legitimidad y de eficacia inobjetables, como lo prueba ese “Ulises salmón de los regresos” que puede ser indistintamente el héroe griego o el héroe de Joyce, quien hizo de su Dublín nuestro universo. El mérito mayor de Mutis es haber encontrado la forma estilística apropia­ da para hacer funcionar un argumento que encubre otro argumento y para construir per­ sonajes que tienen el peso, la densidad y la textura de verdaderos seres humanos. Así ha creado un ciclo novelístico que evoluciona por cuenta pro­ pia y cuya siguiente entrega esperan con avidez sus lectores. Este homenaje para Álvaro Mutis coincide con la plenitud de su oficio de hombre y de escritor. A sus espaldas deja, con provecho la infancia de un prín­ cipe, las tentaciones bucólicas y las tentaciones ur­ banas, la inevitable travesía por el desierto, los titu­ beos y las encrucijadas vocacionales. Enfrente tiene años de trashumancia y de reposo, de imaginación creadora, de páginas y libros que exigen ser escritos, y que un día serán frutos redondos, perfectos y des­ lumbrantes sobre su mesa de trabajo • * Texto leído el 26 de agosto de 1993 en el Homenaje Nacional organizado por el Instituto Colombiano de Cultura con motivo de los setenta años de Álvaro Mutis.

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KawabatayGarcía Juan Manuel Roca

LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES

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e vuelto a leer La casa de las bellas durmientes jalonado por la novela de Gabriel García Már­ quez, por los guiños que el escritor colombia­ no hace a la obra de Yasunari Kawabata. Y he vuelto a recibir una mirada terrible, laceran­ te y ominosa sobre la vejez. Ni por asomo se siente la caída en algo que prevenía Aristóteles, aquello de que hablar con frases hechas es lo propio de la se­ nectud. Porque no hay ninguna reflexión que resulte tópica en esta inquietante novela. Una casa a la que van los ancianos a pasar algunas de sus noches, acostados junto a muchachas doloro­ samente bellas y dormidas, narcotizadas, le sirve a Yasunari Kawabata como epicentro para crear una novela pérfida, bella y enrarecida, encabalgada entre el erotismo y la muerte. A través de la desnudez de la muchacha, cada vez una distinta, Eguchi, un hombre de sesenta y siete años, establece un diálogo fantasmal con otros ancia­ nos a los que nunca ha visto, pero que sabe integran­ tes de una oscura membresía a un club secreto que asiste a la casa, cuyo único nexo es la posadera, una celestina oriental tan enigmática como sus estancias. Estar viejo junto a una muchacha desnuda y dor­ mida es como vivir a orillas de un recuerdo. De ahí que la novela sea un prontuario de evocaciones, una suerte de suplicio de Tántalo carnal, pues no otra cosa es reposar o dormir al lado de la belleza en los linderos del deseo. Y que sea el extraño pero creíble retrato de un hombre que quiere pactar la paz consi­ go mismo, en un viaje con escalas hacia la muerte. Eguchi es un hombre reflexivo, un hombre racio­ nal y ordenado que no duda en acatar las leyes de la casa en el marco de algo que el propio Kawabata lla­ ma una “frivolidad senil”. Difícilmente pueden llamarse putas a las mucha­ chas desnudas, pues aunque comercian con su desnu­ dez no lo hacen más allá de un ámbito visual. Y es allí, en un pulso entre la realidad y el deseo, entre el anhelo senil y los leves roces contenidos al borde de una piel fresca de mujer, en donde la muerte tiene su señorío. Como el rey bíblico que en su vejez dejaba que alguna doncella le calentara su lecho antes de él acos­ tarse a dormir, Eguchi y los otros viejos de la casa ejercen una dictadura visual, un derecho usurpado al calor del cuerpo femenino. Es una novela sensorial, en la que el olfato, que según el novelista japonés es el sentido más ligado al recuerdo, tiene su claro protagonismo. Podría afirmarse que el tacto, el oído y la vista son como tres reyes magos que visitan al viejo trocado en niño, en una atmósfera de perversión y de inocencia a un mismo tiempo. Siempre se oye, muy cerca, ron­ cando al mar y hay un paisaje de nieblas y aguanieve que acentúan el deseo de calor, de un “otro” que de forma inconsciente lo prodigue. Todo muy a la japonesa, con una fuerte carga de descripciones impresionistas, con matices muy suti­

dos novelas

les, con esa manera tan oriental de mezclar olores de sangre y de magnolias, como quien dice, de entreve­ rar en un mismo ámbito la sordidez y lo sublime, la bajeza y lo celeste. Sutilezas como aquella de saber que en noches de niebla se descomponen los relojes, como si a sus minuteros se les velara el tiempo, están entrelazadas a una evidente idea de temor e hipo­ cresía frente a la muerte, a las aguas de la senectud que a veces simulan de manera fraudulenta el co­ lor de la sabiduría. La atmósfera enrarecida y densa, el silencio de las mujeres, pues sólo la vieja celestina tiene una voz que escinde un mundo de sombras ‒la som­

a cada tramo. No hay artilugios sino confrontacio­ nes, como ocurre con toda gran obra. Cuando empezamos a acostumbrarnos a su rare­ za, a un mundo en que la soledad jala de un extremo de la vida y el deseo de compañía lo hace desde otro lado del deseo, empieza la saga de los ancianos muer­ tos, idos de sí sin que lo perciban las muchachas. A lo mejor, como en el célebre episodio narrado por Lewis Carroll donde un personaje de un sueño camina en puntillas pues si hace ruido puede desper­ tar a quien lo sueña y desaparecer, los ancianos sólo son la pesadilla de las muchachas desnudas. Ade­ más, despertar a la muchacha pudiera ser como des­ pertar, aún más, a los demonios del mediodía. Eguchi, un hombre al borde de sus últimos días ‒¿y quién puede tener la garantía de que cada día no es el último?‒, pasa revista a su pasado, a sus mu­ jeres, a sus pequeñas y grandes conquistas, que son flores secas de un tiempo perdido que poco a poco se asfixia entre sucesivos otoños. De toda esa vastedad de vírgenes irredentas y las­ civias recordadas y muchachas “acariciadas única­ mente con palabras”, como diría Mishima, nos queda en la memoria y en los sentidos una obra de amor y de terror, de lirismo y de crueldad, mientras la belleza sigue siendo una ambición más lejana que dormida.

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES La más reciente novela de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, despega con un epígrafe de la novela de Kawabata, precisamente con el frag­ mento con el que inicia la novela del japonés: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al ancia­ no Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.”

bra puede repetir como un amaestrado mono la ges­ tualidad del cuerpo pero nunca su voz‒, logra un clima de zozobra que nos hace sentir como si asistié­ ramos por una fisura a un mundo cerrado y un tanto mefítico, a una cruenta revelación. Con mucha certeza, Yukio Mishima, que fuera sin duda un discípulo y admirador de Yasunari Ka­ wabata, advierte que “las técnicas de diálogo y des­ cripción de personajes son inútiles en La casa de las bellas durmientes, sencillamente “porque están dormidas”. Lo portentoso del recurso de Kawabata radica en que, estando siempre hundidas en el foso del sueño, las muchachas parecen transmitir una actitud vi­ vificante. De tal manera logra crear un estado de hi­ bernación, pero la idea de una vida anterior y otra futura, de un antes y un después tras las orillas del narcotizado sueño. No puede hacerse una lectura serena de esta no­ vela. Agobia y cuestiona en lo moral y en lo sensitivo,


a Márquez:

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habitadas por muchachas La anterior es una divisa o el anuncio de que, como el mismo García Márquez lo reveló, estamos frente a un homenaje al formidable Yasunari Kawabata, en una suerte de remake o, si se quiere mejor, de palimpsesto. Nada más legítimo y más bello que hacer litera­ tura sobre la literatura, en un sistema de muñecas rusas o de cuáquero que porta un tarro de avena en donde hay otro cuáquero que porta otro tarro de ave­ na, de manera reproductiva. Lo primero que encontramos no tiene por qué sor­ prendernos: el ejercicio de estilo y la prosa nerviosa y vibrante de García Márquez no han entrado en ba­ rrena. Tampoco ocurre algo sobre lo que previene el tantas veces anglocentrista Harold Bloom, su afirma­ ción de que al autor de El coronel no tiene quien le es­ criba –que, dicho al paso, es mi libro de cabecera den­ tro de su obra‒ se le reconoce por la repetición de un restringido recetario. Si bien es cierto que García Márquez, como casi todos los escritores, se guaquea a sí mismo, es decir, escarba en sus propios tesoros, acá sigue fiel a algunas de sus obsesiones pero no se reitera en lo formal ni en sus recursos mágicos. Sucede que toda magia repetida aburre. La prime­ ra vez que en una piñata el mago saca una liebre de su chistera hay asombro, la siguiente merma la per­ plejidad y en la última ya hay una desembozada y casi agresiva manifestación de tedio. Así como hay mujeres que pasados los años pa­ recen las abuelas de sí mismas, en algunos libros de Gabriel García Márquez se nota demasiado la in­ fluencia de sí mismo. Pero en este pequeño volumen no hay ese contubernio con un yo creativo, priva­ tivamente garciamarquiano, ni se muestra como si fuera el devorador Saturno y su hijo devorado, al mismo tiempo. La novela se lee con fluidez, nos permite asistir una vez más a las bondades narrativas de un gran

escritor. Pero la historia, la verdad sea dicha, pues no acaba de cuajar. El profesor Mustio Collado y su conflicto no parecen lograr en el lector una carga dramática, sobre todo si cometemos la torpeza de leer el libro en conjunción con la novela del home­ najeado Kawabata. No es ésta de las putas tristes una novela mi­ mética aunque haya reflejos de ese espejo trata­ dos con amoroso respeto: la celestina de uno y de otro libro viven en una tranquila amoralidad co­ mo epicentro, las muchachas en uno y otro volu­ men duermen siempre sobre su costado izquierdo, los dos personajes son descritos como présbitas,

existe la tentación y el freno como pulso de los días, etcétera. Una diferencia que introduce García Márquez entre muchas, pero quizá la más poderosa, es que si Eguchi cambia de vírgenes dormidas y en un ras­ go de pérfida inocencia se pregunta si eso se puede llamar promiscuidad, no obstante no las posea nun­ ca, Mustio Collado siempre lo hace con la misma muchacha, en un rasgo de matiz romántico y, si ca­ be el término, monogámico. En ambos casos cabe la afirmación moral de un anarquista, Eliseo Reclus, cuando afirma que “re­ pugna por igual que la mujer sea declarada mueble conyugal y que el hombre sea reputado como el pro­ pietario de semejante mueble”. Por supuesto que tiene toda la razón Reclus en la condena de las so­ ciedades machistas y patriarcales. Pero otra cosa ocurre en la literatura, valdría la pena agregar, don­ de la moral no tiene necesariamente por qué asis­ tir a sus personajes, ni siquiera al lector que quiere

palpar seres de verdadera carnadura humana que se mueven entre la luz y la sombra, entre las dos orillas de un mismo río. Como en un paraje de la vida de Rimbaud, Mustio Collado encuentra a la belleza amarga. Pero no la injuria, aunque le teme. Delgadina, la muchacha se­ ductora y silente, es costurera, lo que le significaría tener la vida pendiente de un hilo. Mustio es un viejo envilecido quizá por la litera­ tura o, mejor, atrapado en una campana neumática de letras que pasea su andadura por la ciudad de Ba­ rranquilla, descrita de manera elusiva por la cor­ dialidad de las gentes y por esos aguaceros que se convierten en arroyos que entran a las casas para llevarse los muebles, las sillas mecedoras y hasta al­ gunas mujeres sentadas en ellas que pasan tejiendo un saco con rumbo hacia el mar. No es que García Márquez lo exprese de esta misma manera, pero sí nos hace sentir esa ciudad del trópico que en in­ vierno tiene aspiraciones venecianas, en un rasgo de belleza oculta y de ciertos guiños locales que espi­ gan en algunas de sus páginas. La novela es fundamentalmente una historia del tráfico turbio que anida en los diálogos del profesor Mustio y su celestina, Rosa Cabarcas, cuyo leitmotiv son los amores sin logros, las pasiones imposibles, en un tema que ronda a personajes de otras obras suyas, como Florentino Ariza o Cayetano Delaura y algunos otros seres de su amplio y celebrado fantasmario. Es una requisitoria sobre la vejez, una reflexión de fruta amarga, de esos días que con el nombre de ma­ durez recubren un sentimiento de patetismo. Pero el conflicto, la trama y los personajes de la novela pro­ meten más de lo que dan hasta llegar a un final débil, no falto de resolución ni abierto, sino débil, que deja una sensación de cosa inacabada. No son las suyas las putas convincentes en pocas pinceladas de “Es que somos muy pobres”, insertas en El Llano en llamas, de Juan Rulfo, o en “Las melli­ zas”, de Juan Carlos Onetti, o en “Josefina, atiende a los señores”, capítulo de Así en la paz como en la guerra, de Guillermo Cabrera Infante, ni aún en la propia Eréndira, la cándida muchacha que fuera víctima de su abuela desalmada, del mismo Gabriel García Márquez. Ocurre, eso sí, que la menos buena de las novelas suyas es mejor que las mejores de muchos de quie­ nes lo critican de manera estentórea y parricida. Por su ejercicio estilístico, por su sabiduría en el lenguaje, pero sobre todo por su avisada y larga malicia literaria. Sin duda que vale la pena leer esta novela, porque a pesar de lo que he señalado y a pesar de que para algunos podría ser una esquirla salida de otro de sus libros, como lo señala Koetzee, puede leerse como una prueba de rigor estilístico. Lo digo, así la historia no logre, y hablo privativamen­ te de mi lectura, una seducción o una fascinación que co­ mo en alguna de sus crónicas, antes de salir al público, ya viene anunciada. A lo mejor si no cumple con la ex­ pectativa es por tratarse de un escritor de su rango •

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PATERNID

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Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com

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I

n este mismo espacio ( ljs , núm. 936, 10/ ii /13) analicé las consecuencias del progre­ sivo desmoronamiento de la escuela como instrumento educativo frente a la tenaz y se­ ductora invasión de los medios masivos. Sin embar­ go, otra institución social indispensable para la edu­ cación sufre una crisis parecida, tal vez más difícil de detectar y, sobre todo, de aceptar: la familia. En Italia, como en muchos lugares de cultura la­ tina, es en la familia donde se decide gran parte de los destinos personales. Hay que confesar que, a pesar de las acusaciones de machismo y mamitis que recibe la familia latina, estamos muy orgullosos del apego que tenemos a los afectos del núcleo fa­ miliar. Consideramos que la familia al estilo es­ tadunidense o noreuropeo es más bien fría, inútil o dañina. A esa ausencia de hogar en Estados Uni­ dos le atribuimos gran parte de la responsabilidad de las violencias familiares, de la soledad sufrida por los viejos y de la locura de los adolescentes que provoca matan­

zas inexplicables en escuelas o cen­ tros comerciales. Más espinoso es, para nosotros, relacionar la violen­ cia en los países latinos con la es­ tructura y la vivencia familiar, por­ que la familia no es solamente el núcleo de identidad más fuerte: también es un ideal cuya virtud la aceptamos como axioma. Sin embargo, hay datos que debe­ rían invitarnos a reflexionar. Por ejem­ plo, en Italia el 35.3 % de los homicidios se cometen en la familia. Un porcentaje mayor que el de los delitos cometidos por el crimen común (15%) y por el crimen organizado (12%). La familia mata más que la mafia. Nuestra casa es más asesina que la Cosa Nostra. Cada cuarenta y ocho horas, en el país que rodea al Vaticano, hay un homicidio en un hogar por cau­ sas familiares, la gran mayoría perpetrados por hombres contra mujeres. Este es el aspecto del fe­ minicidio más aterrador y vergonzoso que nos pone frente a una responsabilidad que no puede ser so­ lamente individual sino también colectiva, social e institucional. Es difícil aceptar y reflexionar sobre estos datos, porque hacen que uno de los pilares de la sociedad se tambalee. Empero, no es posible seguir pensan­ do en la familia como ese nicho de amor que sólo existe en los cuentos de hadas. Considerar el hogar bási­c amente como un espacio de seguridad y afec­ tos es, hoy, un síntoma de idealismo irresponsable y una política de avestruz. II La paternidad es una de esas figuras contem­ poráneas que es al mismo tiempo una condi­ ción, un instrumento, un escenario y una res­ ponsabilidad. Este rol, el de la paternidad, es tal vez el cimiento menos “público” de la familia, ya que una especie de descomunal pudor –por así llamarlo– lo envuelve en un aura de privacidad insuperable. La paterni­ dad pareciera ser el equivalente a las partes pudendas del alma masculina, y solamente psicoanalistas y sacerdotes tienen un espacio en sus sobremesas para este tema. Sin embar­ go, en los últimos cincuenta años ha pasado mucha agua bajo el puente de la paternidad. En la película Habemus papam (2011), de Nanni Moretti, Michel Piccoli interpreta magníficamente el papel de un cardenal elegido como sumo pontí­ fice que no se siente a gusto en la Catedral de San Pedro. En el momento de la proclamación pública, el balcón que todos están mirando para recibir el pri­ mer mensaje del Papa queda vacío y mudo. La ven­ tana es solamente un hueco en el edificio, que a su vez provoca otro hueco en el alma de los feligreses que atiborran la plaza vaticana. El ambiente se im­ pregna del mismo silencio de la ventana, ya que la

silueta y la palabra que todos están esperando no se manifiestan. El Papa, desesperado, no sabe qué decir y huye, perseguido por los cardenales y los burócra­ tas vaticanos. Un pontífice sin palabras, que niega su presencia a quien la necesita, es el símbolo de la incapacidad de ser guía y testimonio. Ese hombre abrumado por su responsabilidad resulta muy humano, quizás dema­ siado humano para su tarea. Pero su renuencia a la autoridad y al poder de mando que debe ejercer cau­ sa simpatía en el espectador de la película, aunque es un claro signo de incapacidad para llenarse de la fuerza superior que un pontífice debería encarnar. Esa imagen no es solamente el símbolo ingenioso de una Iglesia extraviada, hundida en escándalos sexuales y financieros, que ha perdido su relación con lo sagrado. Es también el paradigma de la crisis más general de la paternidad como faro que orienta. El Papa de Moretti es un padre simpáticamente in­ útil, sobrecargado por una realidad demasiado com­ pleja y debilitado por su sensibilidad intelectual. Un padre que reemplaza el horror del Padre padrone, el padre dueño del cuerpo y del destino del hijo que otra película, ésta de los hermanos Taviani, había denunciado en el ya lejano 1977. III El padre en la historia ha sido, hasta el siglo xx, alguien que impone su ley y no tiene que explicar sus decisio­ nes. Se aleja del hogar para trabajar, ya que su tarea consiste en asegurar los recursos económicos de la familia. El padre es un ser público, social, y su papel en el núcleo familiar consiste en disciplinar a sus componentes. Incluso sus emociones son un secreto, pues manifestarlas constituye un síntoma de debili­ dad. La ira es la única emoción que puede expresar públicamente, porque no pone en duda su virilidad. Ese es el padre que nuestros padres han conocido. En la segunda mitad del siglo xx , los hijos empe­ zaron a rechazar esta ley milenaria. El nuevo Edipo mató a su padre, no por no saber quién era, sino por saberlo muy bien. La rebeldía contra la autoridad paterna fue el corolario de una más general protesta juvenil contra el poder constituido, aunque los re­ sultados no fueron para nada revolucionarios –por no decir que fueron inexistentes– en el ámbito polí­ tico, aunque sí tumultuosos en lo familiar.


DAD Y AMISTAD:

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orfandades contemporáneas Edipo vive a su padre como un obstáculo en su camino. El mito fue utilizado por Freud pa­ ra evidenciar un trauma de origen sexual. Jung, liberándose de su complejo de Edipo hacia su padre profesional, rechazó esta inter­ pretación y consideró el mito como señal de la necesidad que el joven tiene de una trans­ formación, de un movimiento hacia sus raíces profundas para renacer como adulto. Luego, Lacan extendió la interpretación a toda autori­ dad y el padre se tornó en el simple símbolo de la ley: para Lacan, el hijo resuelve su complejo para gozar de los placeres que el mundo socializado pone a su disposición. Finalmente, Deleuze y Guattari lle­ gan al anti Edipo, es decir, a la crítica de la familia nuclear como estructura represiva que educa para vivir el deseo únicamente como ausencia, y que vin­ cula con un principio de autoridad general. El aspecto común de estas interpretaciones del mito de Edipo es que todas ellas nos señalan al padre –real o simbólico– como el tótem que es necesario sacrificar para entrar en la verdadera vida adulta. ¿Pero qué pasa si no es el hijo quien celebra ese ritual, sino el padre mismo quien consuma su autoinmo­ lación? Si el hijo se ve expropiado de su ritual de ini­ ciación, ¿cómo va a enfrentar al mundo y las luchas que lo esperan?

anula las divisiones generacionales, que comprende y comparte. El papá amigo. ¿Cuál es el resultado psi­ cológico de esa invención?

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Hoy en día, en esta época que rechaza cualquier idea que no se pueda ilustrar con una imagen o expresar en 140 caracteres, hemos llegado a liberarnos de toda ideología, sin importar si al hacerlo nos hemos ale­ jado también de los poderes que nos amarran a la conciencia. La libertad que queremos es formal, li­ gera y exhibible en el museo de nuestra identidad. Luego entonces, la autoridad paterna se ha ablanda­ do no tanto por una lucha contra un autoritarismo desacreditado, sino por el convencimiento de que todos somos hijos solamente de nosotros mismos y, en consecuencia, tenemos derecho absoluto a decidir cuál es nuestra imagen pública. La importancia de esta autogeneración es que en ella consiste una evolución del mito del self made man, un arquetipo de la cultura estadunidense que, salido del contexto económico en el cual desarrolló su épica, se ha tornado en una aspiración existencial. El dere­ cho a decidir nuestra imagen pública, que subraya esa necesidad de autogeneración, es uno de los lega­ dos del nuevo absolutismo de la imagen, un poder que los mismos padres veneran y al cual se someten cuando, por ejemplo, regalan a las hijas un par de pechos firmados por el cirujano plástico más famoso. Es en este contexto típicamente postmoderno de libertades y ficciones, de confusión y ambición, de pro­ clamaciones altisonantes y conductas inseguras que, pasada la tempestad de la protesta de los años sesen­ ta y setenta, surgió la figura del padre sensible que

El padre que quiere ser amigo encubre el principio de autoridad y deserta de su papel de indicador del camino a seguir, deja de ser el inflexible recordato­ rio de la fría realidad que existe afuera de los templa­ dos antepechos de las ventanas maternales. Autori­ dad, aquí, no quiere decir autoritarismo. Conocer la autoridad paterna significa prepararse para tener, en la edad adulta, una relación con los demás que res­ peta –y en su caso corrige y moderniza– las normas que nos hemos dado para promover la convivencia social y el respeto ajeno. Conocer el poder civil quie­ re decir aprender a graduar el deseo propio en fun­ ción de la responsabilidad común. Sin esta mediación entre instinto y contrato, entre yo y otredad, no hay ciudadano que alcance la reali­ zación personal, pero sí que lo haga respetando y mejorando a la sociedad. Esa es la enseñanza que los papás amigos le quitan a sus hijos: la posibilidad de comprender los límites individuales para desa­ rrollar la armonía social. El papá amigo, cómplice y complaciente, elude el conflicto y no quiere o no sabe transferir al hijo la necesidad de medirse con la autoridad. Es segura­ mente una figura mucho más apacible y atractiva que la del padre tradicional, ése que impone su ley sin consenso. Sin embargo, los amigos se encuentran en el mundo, al aire libre, no en el invernadero de la familia. Los amigos se escogen; no se adquieren por cercanía biológica sino por elección afectiva e ideal.

El padre que quiere ser amigo encubre el principio de autoridad y deserta de su papel de indicador del camino a seguir.

Esa es la libertad que los papás amigos le quitan a sus hijos: la posibilidad de escoger su entorno. No se trata de restaurar la figura del padre como el déspota que encarna la rígida ley del más fuerte. Esa forma de paternidad ya ha demostrado su necia violencia destructiva y su incapacidad para con­ tribuir al desarrollo individual y social. Los hijos no necesitan de un poder disciplinario que intervenga arbitrariamente, pero sí el testimonio de que se pue­ de construir un cosmos a través del caos de la rea­ lidad, abandonando los caprichos en favor de los proyectos, transformando los deseos en luchas, las visiones en fuerzas. El conflicto generacional es útil al desarrollo de la sociedad, que adquiere visiones nuevas que la re­ fuerzan, y también a la evolución psicológica del joven, que a través de la rebelión fortalece sus valores e identidad. Pero si el padre se viste, se porta y habla como él, ¿con qué conflicto generacional puede cre­ cer el hijo? No tener en la juventud la necesidad de luchar en la familia contra visiones diferentes de las que tene­ mos, conduce a un narcisismo donde todo empieza y termina con nuestra tribu, y puede resultar en la inca­ pacidad de aceptar la diferencia, que es la condición esencial para una sociedad democrática. Gozar la vida sin conocer el conflicto, el esfuerzo y la mediación pa­ ra relacionarse con la otredad, es el peligro al que se exponen los hijos de los papás amigos. Un padre que enseña, con el ejemplo, que deseo y responsabilidad no son incompatibles, que el placer individual no se alcanza violando la ley colectiva, que el sentido de la vida no se encuentra en lo que el mundo promete sino en lo que la visión personal sa­ be alcanzar: esa es la necesidad de cualquier hijo. La Eneida, de Virgilio, tiene un verso memorable para describir la paternidad como ejemplo de humildad y apertura al otro y a la vida: Disce, puer, virtutem ex me verumque laborem, fortunam ex aliis (Hijo, aprende de mí la integridad y el esfuerzo tenaz, de otros el éxito). No es fácil encontrar lo que tienen en común los jó­ venes que hoy protestan en Atenas, Estambul, Yakar­ ta, Sao Paulo, El Cairo, Sofía... ¿Y si fuera la orfandad –familiar, política, religiosa, ideológica, filosófica– en la cual los hemos dejado? •

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leer La palabra contra el silencio. Elena Poniatowska ante la crítica, Nora Erro Peralta y Magdalena Maiz-Peña (selección), Editorial Era, México, 2013.

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Un libro disfrutable para quienes conocen la obra de esta autora imprescindible del México reciente; un libro revelador para quienes se acercan apenas a esta creadora de una particular literatura femenina: un libro que retoma la mirada que no ha dejado de caer sobre Elena Poniatowska •

VIDA Y OBRA COMO ESTANDARTES RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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uele confundirse al autor con la obra: al escritor de novelas negras se le supone perspicaz y violento, al poeta maldito un vicioso con momentos de lucidez, etcétera. En el caso de Poniatowska, vida y obra corren por caminos separados y reconocibles, con significado propio y con trascendencia en su entorno inmediato y hasta nacional. De ahí que recopilar las opiniones de quienes hablan de ella sea una labor fácil, por las muchas facetas definitorias, pero también difícil, por el número de autores que comentan o admiran el quehacer de esta parisina-mexicana universal. Sólo en la academia habrá muchos trabajos más, no incluidos. En el recuento literario se aglomeran nombres importantes de observadores de esta persistente y talentosa mujer: bastaría ver el índice de este libro para advertir el peso de la obra literaria, pero también la humana, de Elena: la Poniatowska. Rulfo, Pitol, Pacheco, Paz, Sefchovich, Monsiváis, Lamas, y más. De algunos, incluso se toman dos textos. La obra se divide en cuatro rubros: 1. la escritora en su obra; 2. su pasión por escribir sobre México; 3. testimonios e imaginarios culturales; y, 4. la historia. Reconocida por su notable libro sobre la masacre de Tlatelolco, se analiza parte de su enorme obra pero, sobre todo, de su persona y de su labor social. ¿Es feminista?, le preguntan indirectamente, y elude la respuesta directa, pero su quehacer solidario en muchos frentes apenas publicitados muestran que, más allá de definiciones y sectarismos, Poniatowska ha actuado como una protectora de las mujeres necesitadas por su condición laboral y no por su condición de género. Sorprende que el polifacético maestro Pitol prefiera hablar de su admiración por la autora y su calidad humana, que de una obra que da para tomos; o que de Rulfo se tome una pequeña nota sobre Lilus Kikus que evidencie la valía de este libro “infantil”; también llama la atención que Monsiváis inicie su texto al mencionar las entrevistas hechas por la periodista, pero no tanto que, como otros autores, hable de las dos vertientes exacerbadas de la Poniatowska: el amor y el sufrimiento: “las mujeres padecen como requisito del martirologio que antecede a la autonomía”. Tal opinión es reforzada por Sefchovich. La bondad de Poniatowska es destacada por muchos. Habría que añadir su modestia: al ser cuestionada sobre su forma de entrevistar, precisa “ocurre que hago preguntas impertinentes, pero por pura inconsciencia”, “tengo poca fe en mí misma, y a medida que pasa el tiempo tengo menos fuerzas para tener fe en mí misma y también menos capacidad de concentración y de trabajo”.

Corregir con el ejemplo. Sobre escritura universitaria, Antonio Cajero Vázquez, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2013.

ESCRIBIR EN LA ESCUELA GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ

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n El lenguaje en México, José g . Moreno de Alba escribió que es un lugar común pensar que en nuestro país no se habla bien el español, se enseña mal en las escuelas, no existe el hábito de la lectura y nuestra lengua sufre una notable y negativa influencia de los medios de comunicación. Reconoce sin embargo que el Estado ha desatendido la estructura general del sistema educativo y se ha olvidado particularmente de la educación media superior. Expresa además que en la educación básica la enseñanza de la gramática carece muchas veces de orden y método; que muchos docentes y libros de texto no cuentan con un base teórica sólida y que, reiteradamente, la enseñanza del Español que se da en los llamados talleres, termina “siendo un caótico batidillo de lecturas y ejercicios de redacción mal planeados, y sobre todo, mal evaluados por el maestro”. Hace diez años Luis Eduardo González dio cuenta, en La enseñanza secundaria en el siglo xxi . Un desafío para América Latina y el Caribe, de varios problemas que aquejan esta educación pero, en lo que toca al comportamiento escolar, refiere que hay “mala ortografía, pobreza de vocabulario, bajo nivel de lectura comprensiva, capacidad de lectura insuficiente, desconocimiento de datos elementales de historia, dificultades notables para situar orgánicamente los acontecimientos y fenómenos en el tiempo y el espacio, pérdida de interés por el libro y la lectura en general, dificultades de expresión oral y escrita, falta de hábitos de estudio, bajo nivel de concentración mental, etc.” Y la pregunta es: quienes deben enseñar todo esto, ¿lo saben? En Corregir con el ejemplo. Sobre escritura universitaria, Antonio Cajero Vázquez refiere que el problema fundamental se halla “en que quienes enseñan a escribir, en general, no han escrito en su vida un párrafo impecable; no pueden explicar por qué ponen un signo de puntuación y no otro; no jerarquizan y menos ordenan ideas; peor aún: no leen”. En México, a la Secretaría de la Educación Pública ( sep ) le llevó prácticamente noventa años alcanzar, casi por completo, la alfabetización de la población (aún hay 5.4 millones de personas que no saben leer ni escribir y más de la mitad de ellos son mujeres e indígenas), pero hoy la sep tiene un reto mayor: no se trata de

enseñar a leer y a escribir a quienes no saben, sino de hacer que lean y escriban los que no quieren. Y Antonio Cajero apunta al respecto algo fundamental: “la escritura se halla en el fondo de todas las actividades del ser humano”; y no “hay acto vital que no tenga implícito el sello de la escritura: desde el acta de nacimiento hasta el testamento y el acta de defunción o, en un caso trágico, la carta postrera del suicida”. Es cierto: dentro del sistema escolar el lenguaje ha sido incomprendido, maltratado, incluso reprimido; y las causas del bajo rendimiento en Español se asocian, entre otras cosas, al hecho de que en la escuela las habilidades lingüísticas básicas se trabajan por separado y no parten de situaciones comunicativas reales. Es verdad que priva un lecturismo obsesivo y un exceso de gramaticalismo; que se desconocen técnicas lingüísticas creativas, se privilegia la memorización sobre la comprensión y hay un acercamiento forzado a la lectura y la escritura. Éstas, cabe subrayar, son habilidades prácticas, pero también productos discursivos en los que se ponen en juego ideas, aunque también sentimientos y afecciones. Por ello Cajero reconoce que “la escritura sirve de cedazo no sólo a la inteligencia, sino a las emociones”; y que es preciso lidiar cotidianamente contra el sentido común y una escasa cultura lingüística que está vinculada, muy a nuestro pesar, a un cúmulo de falacias que se volvieron en nosotros indelebles porque vinieron (in)justamente de nuestros maestros. No hay, dice el autor, “una conciencia lingüística y menos una competencia comunicativa o gramatical impulsada desde el salón de clases”. Y no se equivoca. Por ello, frente a la incapacidad de comunicar, al empobrecimiento del idioma, al abandono del libro, la lectura y la cada vez más evidente irresponsabilidad ante la lengua, debemos esforzarnos por mejorar la enseñanza del Español en la educación básica, por desarrollar a partir de la lectura y la escritura otras habilidades (cognitivas y prácticas) en la educación media superior y superior; promover una conciencia respecto a nuestra lengua y emprender una lucha contra la deformación del lenguaje para evitar la demolición del idioma o, como prefería decir Carlos Monsiváis, la “minusvalía del Español”. El lector encontrará aquí los errores de dicción y de lenguaje más comunes, los usos, abusos y desusos en acentuación, puntuación y sintaxis, los sofismas y las ambigüedades que emergen de instituciones canónicas que dicen defender la lengua cuando muchas veces la atacan; los vicios que reproduce nuestra ignorancia gramatical, las explicaciones pseudopedagógicas que vienen de la irresponsabilidad y el descuido de los propios docentes; los hábitos lingüísticos, las imprecisiones e incluso las vaguedades que se ligan a cierta pedantería que predomina entre los (ultra)correctores de estilo. Cabe apuntar que el autor es bondadoso con el lector. No sólo habla del empleo correcto e incorrecto de preposiciones, signos de puntuación, acentos y palabras; no sólo da cuenta de adiciones u omisiones indebidas, de expresiones que brotan de la pereza mental y la comodidad expresiva, de errores léxicos, sintácticos y semánticos; también revisa de forma rápida –pero no superficial–, normas de gramática y ortografía, da ejemplos y contraejemplos y con ello esclarece mejor muchas de las dificultades que se tienen al escribir. El libro cumple entonces con su misión. Corregir con el ejemplo no sólo es título del libro sino también un exhorto a los docentes para fomentar, desde las aulas, el gusto por la lengua, y crear una responsabilidad ante ella •

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leer

Jornada Semanal • Número 969 • 29 de septiembre de 2013

Un rayo en la oscuridad, Mauricio Carrera, Ficticia/Instituto de Cultura de Morelos/inba, México, 2012.

LA GUERRA Y NUNCA LA PAZ DE JACK LONDON ALEJANDRA ATALA

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eer sobre Jack London, una vez más y cada vez, es ser cautivado por un llamado de la selva. Hoy el sonido lo emite desde este ensayo, Un rayo en la oscuridad, Mauricio Carrera; y uno lo atiende en la agilidad de sus palabras, internándose en los tonos d e l a e s c r i t u r a d e e s t e a u t o r d e m á s d e v e i n t e libros de distintos géneros; y es su mirada concentrada, como la de un lobo absorto, cuando cercano y en acechanza está de su presa, para entender sus movimientos, percibir su aliento y el latido de su corazón. De lobo a lobo, Carrera se dio de frente con Jack London, novelista a quien sin duda admira y por lo mismo busca ahondar en sus veneros, conocer más en la intimidad de su alma, de su vida y su respiro ahora aprehensible para su definición; pero después de eso y sobre todo, Carrera se adentra en la reflexión, consideración, pensamientos que desatan la voraginosa como apasionada existencia del autor estadunidense de Por un bistec. Sobrevivencia o adversidad, o sobrevivir en un medio adverso, en este caso el mundo, sería el tema central que se desarrolla en este ensayo, galardonado con el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcom Lowry, que pone sus luces en La aventura, El mexicano, El gringo y El final: oficio y experiencia de vida, experiencia literaria, periodismo y narrativa. “Lo personal es lo político”, dice Virginia Woolf, y leal a las voces de su conciencia de sí, London va siguiendo en su existencia la línea a desentrañar, juega con elementos complejos a ganarle a la vida; habiendo sido un obrero, esclavo de jornadas, desde los ocho años; habiendo trabajado ardua y felizmente, de pronto se crece en sus letras, cuyo éxito, muy pronto, le trae las ganancias que no consiguió años atrás, ni como pescador de pepitas de oro en Klondike. “Tenía el don de la comprensión; y, tras su aspecto asustado, esa facultad seguía intacta. Se enjugó la frente y miró a su alrededor, con rostro sereno, aunque sus ojos tuvieran la expresión de un animal salvaje que temiera caer en una trampa. Cuanto le rodeaba era desconocido, le intimidaba lo que pudiera ocurrir, ignoraba cómo debía comportarse, consciente de que andaba y se desenvolvía con torpeza… Era extremadamente sensible y muy tímido…” Martín, desde el Edén que es el paraíso londoniano, es, como nos dice Carrera en su trabajo, el perso-

naje más parecido a su autor. Pues el paraíso del que al parecer va siendo expulsado, es su propia sensibilidad, difícil de cerrar cuando se trata de conquistar el mundo. Edén, Martín, Jack, Felipe Rivera, Buck, Colmillo blanco, entre muchos otros, son los nombres de la política del escritor que enuncia: “¿Qué es la fama? Un rayo de luz que se pierde en la oscuridad.” • Sínsoras, José Luis Vega, Seix Barral, México, 2013.

LA MÚSICA DE LAS ESFERAS CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

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os espacios y los tiempos vertebran temáticamente este libro reflexivo y grácil, agudo e intuitivo de José Luis Vega, que abre nuevos horizontes en su trayectoria poética. Por él transitan tópicos tradicionales y ecos de otras voces, además de los grandes astrónomos de la historia. El movimiento interno del poemario oscila entre polos tenidos como opuestos: las “innumerables luces” –como dijera Fray Luis‒ del firmamento y la complicada tierra nuestra; el binomio espaciotiempo y también los que contrastan vida y muerte, memoria y olvido. Todo ello aunado, transformado y revelado en materia de poesía. Cinco secciones –de diferente inflexión cada una‒ presentan otros tantos aspectos de la misteriosa ecuación entre palabras poéticas y experiencias vivenciales. “De las islas y otros lugares”, la primera, sienta el talante re f l e x i v o d e l l i b ro . U n p u ñ a d o d e poemas evocativos de lugares entrañables revela contrapartes insospechadas e instala correspondencias sugerentes. El juego de alusiones dobles culmina en el poema que le da título al libro: las “sínsoras” son, precisamente, las “ínsulas extrañas” que son las nuestras. El poema afirma el amor y la pertenencia hasta más allá de la muerte, mientras que el titulado “Isla” revela la contraparte imaginativa del suelo que pisamos. Una corriente cósmica recorre el libro y se afianza en su última sección, dedicada a astrónomos famosos, “Los inventores del cielo”: Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Tycho Brahe, Stephen Hawking, entre otros. Si al principio el universo revela la vastedad de su misterio abrumador (“ocurre que lo oscuro se ilumina, y el vacío/ revela su materia incandescente”), al final figuran los hombres que intuyeron sus insondables contornos. De tono agudo –burlón incluso‒ la sección “Alegorías y contravenciones” marca desvíos de las leyes aceptadas de la naturaleza o la poesía. Se consignan oposiciones, como en el bellísimo poema

MARÍA IZQUIERDO, pasión y melancolía Argelia Castillo y Germaine Gómez Haro

Sándor Márai y la justicia

“Contra la mística”: “Que ante el horizonte/ que llama,/ no olvide yo la orilla.// Que ante la muerte/ que invita,/ no olvide yo esos labios.// Que ante el silencio/ elocuente,/ no olvide el canto.” La poesía, que transmuta y trastoca realidades es el centro de “Alquimia menor”. En el hermoso poema dedicado a María Vaquero, “Palabras son palabras”, éstas son como palomas, aladas, alborotadas, ubicuas y dispersas: “Helas aquí en bandadas, las mansas, las ariscas,/ las prohibidas, las nuevas y las viejas, las sabias,/ las eméritas palabras: plazuela, placita, placeta, placentuela, pleamar, plaza, poesía…”. En un poema anterior, “Alegoría del jardín”, las palabras recuperan la experiencia y la actualizan, haciéndola reverdecer. Más extensa, la sección “Los pasos ilustres y otros pasajes” insiste en el tiempo y sus efectos. “Nada nos salva del olvido”, por ejemplo, es una meditación sobre la fugacidad de la vida y lo inexorable del olvido que habita en cuanto existe. El poema es un hilo de salvación: “Acaso el hilo fino de la caligrafía/ amarre al viento algún cantar en fuga…” Con todo, sólo podemos aspirar a la plenitud del instante: “Consuela, sin embargo, el ruido del cometa/ y la estela que deja cuando pasa.” Se trata de un poema extraordinario entre poemas hermosos. Extraordinarios también son los titulados “Isla”, “Las aguas de la Parguera”, “San Juan, Lisboa, 1935”, y muchos más. El poeta ha cuidado, además, la arquitectura del libro. Un poema como “El punto de vista”, por ejemplo, que opera una dislocación del continuo tiempo-espacio, ata los comienzos de la obra a su final, donde el “Epílogo” relativiza no sólo la experiencia humana sino también la de la Tierra en el cosmos. Una música interna, silente incluso, como la pitagórica música de las esferas, anima este poemario; musical también en el pausado ritmo de sus versos de variado metro. Maestro de la poesía –virtuoso de sus prácticas, sobre las que reflexiona con humor‒ José Luis Vega amplía aquí su registro. Su universo poético ‒como aquel al que le canta en este libro‒ sigue siempre en expansión •

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a i r e t a m i t n a a l Maravillas de

La Jornada Semanal


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29 de septiembre de 2013 • Número 969 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

ftorrescordova@gmail.com

Medallas Para Benjamín Valdivia, y para Horacio

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ODO TOMA EL COLOR de la muerte –piensa la mujer frente al espejo, mientras deja que el velo que acaban de traerle la enlute por el frente, de la cabeza a los pies. ¿Los tres? Pregunta a la puerta la voz de un recién llegado, menos que un murmullo, y de la respuesta hacia afuera parten los ecos zigzagueantes, cruzan el patio, las calles, los parques, los camiones, los retenes... tres, tres, es, es, es. Hasta llegar detrás del mercado, donde los tienen expuestos. Camina firme. Van con ella otras mujeres, también enlutadas, cada una con su propia cuenta. Lleva al cuarto apoyado en la cadera y tomado de su cuello. –No va a ser menos que nadie. Nomás que pueda –va diciendo. –Nomás que pueda –repiten otras mujeres que piensan en otros hijos. Una llanura pletórica de sangre –piensa al ver sus cuerpos, con palabras que tuvo en un sueño, o leyó, o escuchó decir. Los lleva prendidos en el pecho como si fueran medallas •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com

AL VUELO El ciego

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O ENCONTRÉ EN EL estacionamiento de la Universidad, parado sobre el borde de una jardinera, con el bastón blanco en su mano derecha. Yo también estaba parado sobre el borde de la jardinera, pero en lugar de bastón tenía mi celular. Luego de unos segundos me detuve en él, que seguía en la misma posición, salvo que ahora la punta de su bastón se movía haciendo círculos. Círculos impacientes que casi rasgaban el concreto. Pensé en todo lo que podía yo hacer que él no y en todo lo que yo no podía hacer que él sí, y tal vez una de las cosas que él siempre lamentará de lo que puedo yo hacer es haber visto la expresión de felicidad de esa chica de pelo rubito que, desde el final de la calle, corrió desesperadamente en dirección nuestra, cruzó dando un salto por en medio de dos automóviles mal estacionados, continuó por un costado del parqueo de bicicletas, se detuvo con los brazos abiertos frente a él y lo abrazó fuertemente contra toda su humanidad, ocasionando con esto que su bastón se fuera de bruces contra mis pies, que también, como yo, lamentaron no haber sentido lo que él sintió •

Escribir para exaltar al burro

-Un Toleco -No, dóblate el cuello. -Lo traigo planchado.

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ÁS TEMPRANO QUE DE costumbre comenzó a redactar. Escribirá una novela que ganará, algo ganará. Este mes habrá Juegos Florales, que de aromáticos sólo tienen el nombre. Ofrecen una presea, antes daban 5 mil pesos por un poema con el tema de la Independencia, ahora el monto es el prestigio, algo menos que simbólico. Meditó: Si con tanta facilidad desaparece un hombre, ¿por qué un premio no? Ahora que el funcionario ha encontrado la manera de ejercer un presupuesto para los suyos es cuando más textos necesita, o van a cancelar los Juegos y se dirá que no hizo nada, y esta es una manera de urdir lo que sucede. Quizá sea el momento de escribir un poema que nadie va a entender. Tal vez, si mandara al concurso algunos refritos, aquellos que nunca publicó por la manera en que uno puede falsamente actualizar una Independencia que ya no existe, los manuscritos sobre un país que sólo aparece en la Constitución y en los códigos que rigen nuestra vida y unas monedas que ya no valen nada, quizá resultaría. El año pasado, recuerda, el maestro de ceremonias se embolsó mil pesos y le iba a dar 4 mil en vez de 5 mil en el sobre de su premio. Tuvo que refrescársela para no ser ultrajado. Le dijo: “Señor: ¿el premio es de 5 mil? Aquí sólo hay 4 mil, disculpe el inconveniente.”

Todo

es lo que aparece

Muy temprano Teresa acompañaba a su hija a la escuela. Abordaron el camión, pagaron con cambio y se sentaron a la derecha del chofer. En una parada subieron tres hombres con chamarra y gorra, se veían casi uniformados y serios, hasta parecían decentes. Se sentaron a la mitad del bus. Uno de ellos hizo una seña repentina y otro se levantó amenazante contra los pasajeros. “¡Todo lo que traigan me lo dan o ya valió madres!” Contra todo pronóstico, Teresa comenzó a reír de nervios.“¡No se ría señora, y no me vea, chingao!”, gritó uno de ellos. Teresa seguía riendo y le hacía señas al irritado ladrón de no poder dejar de hacerlo.“Que no se ría señora, o me la voy a chingar”, gritó con indignación el asaltante. La pequeña ya estaba desesperada al ver que su madre no paraba de reír, se carcajeaba con fuerza y a veces con ganas de parar. A punto de bajarse, uno de ellos le arrebató la bolsa de la escuela a su hija. Teresa no tuvo más que rogarle, entre risas, para que le devolviera la mochila que contenía los útiles de la niña. El mal encarado le espetó:“Y para la otra no se ría –dijo en tono de promesa-, ahí va su chingadera”, y se bajó de un brinco. Después del ataque de risa, Teresa sigue creyendo que si ese hubiera sido el último día de su vida, una carcajada es mejor que morir en medio del terror de no saber por qué tres golfos haraganes (que toman muy en serio su trabajo) se levantan temprano para despojar a tanta gente de sus relojes, pulseras, celulares, cadenas, monederos, carteras y de su invaluable paz •

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido Temblor humano

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UANDO UNA A UNA las palabras del poema afinan sus bordes y ritmos, que son sus herramientas inmediatas de sentido más allá, un paso apenas, de su uso utilitario, en el empeño riguroso de encontrar la voz que se articula en la distancia de las cosas, y si en esa lejanía no se hacen concesiones y así llegan luego a los blancos recintos del papel, hasta que el azar de una mirada las alumbra y desentraña y las echa nuevamente a andar en las fibras del alma y el cuerpo, que son su materia y resonancia, su origen primigenio, ahí, en su más firme y lograda tesitura, en su oficio más certero, en su urdimbre más fina y laboriosa, entonces, precisamente por eso, las palabras tiemblan, rayan el aire en el íntimo saber de uno mismo, en la hondura del aliento. Es el “temblor humano” que dice Luis Cernuda. Si es verdad y se adhiere a esa forma de justicia, en la innumerable libertad y variedad de sus registros, y aun en la experimentación y el juego que tanto involucran al espíritu, el poema arriesga ese propósito, cultiva esa esperanza, y por ese doble empeño es llamado a dar la cara, a responder por su mirada del mundo ante los ojos que al leerlo lo descifran. Sin la severa desnudez de sus muchos titubeos y tímidas certezas; sin la valentía de sus tantos y puntuales desconciertos que le impone el paso a la escritura, la palabra en el poema nada dice y entonces se hace ruido; el ruido viscoso y estridente del engaño, de los regodeos o simplismos de lenguaje, de los repiques y monedas de la ubicua vanidad o del poder que envilecen al amor y banalizan y encumbran a la muerte. Ante esa escritura, Elias Canetti afirma:“No puede ser tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte […] Su orgullo consistirá en enfrentarse a los emisarios de la nada –cada vez más numerosos en literatura–, y combatirlos con medios distintos a los suyos.” Más adelante puntualiza la postura que ha de conducir el poder que yace en esa dimensión de las palabras, que es decir la del pensamiento, la imaginación y el espíritu imbricados, y al escritor le dice: “No arrojarás a la nada a nadie que se complazca en ella. Sólo buscarás la nada para encontrar el camino que te permita eludirla y mostrarás ese camino a todo el mundo. Perseverarás en la tristeza, no menos que en la desesperación, para aprender cómo sacar de ahí a otras personas, pero no por desprecio de la felicidad, bien sumo que todas las criaturas merecen, aunque se desfiguren y destrocen unas a otras” (“La profesión de escritor”). Esa trabajosa conciencia, pues de eso se trata, supone sobre todo una exigencia ante el propio ruido en el espejo, ante ese primer rostro en realidad desconocido cuyos rasgos acaso alguna vez quisiéramos llenar. Cuando es así, la distancia del principio se detiene al menos un instante, el ganado a pulso para que las palabras del poema entonces devuelvan la mirada: “Cuida que tus versos se vertebren/ con las articulaciones de palabras rigurosas y precisas./ Lucha por que sean extensiones de la realidad/ como cada dedo es una extensión en tu mano derecha./ Sólo así podrán como la palma de la mano del doctor/ hacer que vuelvan en sí con bofetadas/ quienes se desmayaron// ante su propio rostro vacío” (“Cuida”, Aris Alexandrou.) •

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Jornada Semanal • Número 969 • 29 de septiembre de 2013

Miguel Ángel Quemain

Las fronteras ilimitadas del teatro

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A DIVERSIDAD POLÍTICA Y estética de nuestro teatro tiene hilos que teje la mirada. El eclecticismo de la producción actual no escapa de una especie de compromiso con los temas que un universo mediático considera de moda, para atenuar la preocupación legítima por la situación que atravesamos. No es una moda el mundo del contrabando y el narcotráfico, de los feminicidios no sólo en la frontera, en Ciudad Juárez y el Estado de México; tampoco la situación de compleja riqueza y miseria en nuestros horizontes peninsulares e istmeños. Uno de ellos Mérida, con la emergencia de un movimiento teatral que acompaña sus realizaciones teatrales con discusión, investigación escénica y reconocimiento de las propias raíces mayas, indígenas. La Rendija celebra veinticinco años de trayectoria con la cuarta emisión del Festival de Teatro de La Rendija, Iberoamérica en escena. Han organizado espectáculos, conferencias y talleres en diferentes foros de Yucatán, incluyendo Mérida, Cholul, X’océn y Valladolid. El festival empezó el pasado domingo 22 y concluye hoy 29 de septiembre con la consigna: “Mirando al observante”, una teatralidad reflexiva que se mira mirar, y mira desde el espectador su propia producción teatral. A esta cuarta emisión ha llegado Bacantes, dirigido por Raquel Araujo, directora y alma de la compañía, un montaje complejo, sugerente, que emparenta la tradición clásica en la que se han formado la mayoría de los integrantes del grupo. La universitaria reconoce a la tradición antigua

como motor de las presentes imaginaciones, relecturas e interpelaciones a los textos sagrados, en franca consonancia con la mitología maya en todos sus alcances, antiguos y contemporáneos. Estuvo en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, del ccu, en una breve temporada que llenaron, pero con una pobre respuesta crítica dada la complejidad y crudeza de los planteamientos, en un orden simbólico de alta elaboración y de difícil comprensión desde nuestras limitaciones chilangas en torno al abordaje profundo de una cotidianidad indígena, donde el espectador se suma a tientas a ese juego de sudor, cerveza y copales en incensarios, y le cuesta aceptar que el mundo es un rompecabezas estructurado con grandes tablones que en una vista área corren y se deslizan para proponer escenarios, espacios donde el sacrificio es el eje de la representación. Se trata de un mundo que ha construido la poderosa imaginación cinematográfica, arquitectónica, de gran plasticidad que posee Óscar Urrutia, en esta ocasión apoyado por el Sistema Nacional de Creadores. Este trabajo forma parte del repertorio y es una aproximación lúcida y moderna al infierno simbólico yucateco a través de un incontestable eje que gira en la antigüedad clásica. Bacantes se presentó en los arcos del Palacio Municipal de Cholul, a casi 50 minutos de Mérida; fue entrada libre y con la estricta advertencia sobre la relación entre pudor y el desnudo teatral. Hoy se clausura este cuarto Festival de Teatro Iberoamérica en Escena, en el Cenote Zací del municipio de Valladolid. Ahí, el Ayuntamiento de Valladolid entregará un reconocimiento al Laboratorio de Teatro Campesino de X’océn, otorgado por la Secretaría de Turismo Federal por la diversificación del producto turístico mexicano. Premios como éste compensan la paradoja de unas instituciones que premian al mismo teatro que persiguen y acosan por incómodo y crítico.

LA OTRA ESCENA quemainmx@gmail.com

Arizona, limite y expansión de lo femenino En el otro extremo de México, en la frontera, se debaten otras dimensiones de la condición humana que propone Kara Hartzler en Arizona, dirigida por Rocío Belmont que se presenta en El Círculo Teatral (Veracruz 107, Condesa). Cuatro actrices que interpretan a cuatro mujeres abandonadas en el desierto por un pollero exploran a profundidad sus motivaciones y deseos, se enfrentan a los límites del tiempo, del hambre y el clima. La joven Mikaela Lobos es, en varios momentos, el eje de la actuación en este conjunto de mujeres experimentadas: Olga Gottwald, Adriana Reséndiz y Jennifer Moreno, quienes sostienen la tensión a partir de una pregunta sobre la sobrevivencia de una de ellas que enferma fatalmente, así como a partir de su marco ético, que ya planteó David Psalmón en Los que dicen sí, los que dicen no, de Brecht: son los dilemas de un mundo donde la solidaridad de una gran parte de la población parece en retirada; ella o nosotros, es la pregunta que enmarca esta obra, como lo hace con gran parte de nuestra nación flotante •

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola ¿Danzonero, santo y chulo mes patrio? México, creo en mí. Jaime López

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S DOMINGO. PERO NO éste. Otro. Hoy –hace un par de semanas– la ofunam alberga, albergó, al director Enrique Barrios con repertorio del gran Arturo Márquez, presente en la sala Nezahualcóyotl. Todavía malheridos por una noche de rock con San Pascualito Rey, desde la cama escuchamos el concierto completo, primero indignados por nuestra falta de salud para llegar al foro, luego fascinados por la fuerza rítmica, el humor y el oficio en la música del sonorense. Tomamos bríos y buscamos el libro Mar que es arena, danzones y espejos. Un acercamiento a la obra del compositor Arturo Márquez, que hace unos años su autor, el periodista y baterista José Carlos Esquer, tuvo a bien regalarnos. Un espléndido escrito que recorre la obra del compositor, con ojo clínico y sensible pluma poética. Incluye, por supuesto, la voz del propio Márquez en torno a su catálogo (que se cita completo), así como una galería fotográfica. El prólogo de Eusebio Ruvalcaba es notable. Lo releemos cuando, tras la interpretación del “Nereidas” (frondoso arreglo a la pieza de Amador Pérez Dimas), ante un auditorio casi vacío pero conmovido, Barrios cede su lugar a Márquez para dirigir el famosísimo “Danzón No. 2”. Claro: nos retorcemos por no estar presentes. Le subimos el volumen a la tele (nos prometemos escribirle a tv unam y Canal 22 para reclamarles el audio malo que suelen regalar), sonreímos y, soslayando un breve momento de imprecisión en la sección de cuerdas, pensamos en la belleza de este trabajo para concluir: Arturo Márquez con Enrique Barrios al frente de la ofunam … Eso es más México que el pri, el Tri, el Canelo o un ejército juntos.

Terminado el concierto y con energía renovada, recordamos la noche anterior. San Pascualito Rey, banda señera del norte capitalino, festejó en un Lunario a tope los diez años de su disco Sufro, sufro, sufro. Esto se relaciona con el oficio de Arturo Márquez en más de una forma, pues Pascual Reyes, líder de la banda, también es un artista preocupado por amplificar la voz de su tierra. Entre danzón, bolero y cumbia, sus baladas psicodélicas han echado raíz en quienes gustan de un rock de arrabal; en quienes prefieren la noche y el mezcal. Recordamos así a otras bandas recientes, como Centavrvs, que desde diferentes géneros (en su caso el electropop) también han decidido atender a sus orígenes, postura necesaria para construir una identidad, lo que hace pocos años hubiera tenido un débil eco en el país. Pues bien, menos de una semana después de los conciertos de Márquez y San Pascualito fuimos al Teatro Bar El Vicio de Coyoacán para celebrar los ocho años de su apertura (luego de ser el emblemático Hábito) y los quince años de Las Reinas Chulas, compañía que le da vida cobijando a cientos de artistas cuyos intereses no siempre

@LabAlonso

pueden manifestarse en foros convencionales, sea por su postura política, por su enfoque de género o por su apuesta estética. Hablamos de un sitio necesario para esa otra vida nocturna en la que se puede reír a carcajadas, pero haciendo conciencia sobre los problemas del país. Como lectora, lector de este suplemento dominical, seguramente sabe quiénes son Las Reinas Chulas. De cualquier forma se lo recordamos, pues la importancia de su labor lo amerita hoy que son quinceañeras y pueden ser presentadas en sociedad. Ana Francis Mor tiene un currículum actoral sólido. Ha desarrollado talleres artísticos y de sexualidad para mujeres indígenas. Es autora del libro Manual de la buena lesbiana y escribe continuamente en diferentes medios impresos. Ha participado en más de cuarenta obras. Marisol Gasé es actriz y conductora con cursos en la unam y The Royal Academy of Dramatic Art de Londres. Ha participado en más de treinta y seis obras de teatro, veinte espectáculos de cabaret, once cortometrajes y numerosos programas televisivos. Es parte del programa radiofónico El Weso. Cecilia Sotres se ha enfocado en la docencia e investigación sobre la historia y herramientas del cabaret, por lo que lleva diez años impartiendo cursos en el Centro Cultural Helénico. Desde 2004 trabaja en el imase , Instituto Mexicano del Arte al Servicio de la Educación. Nora Huerta es egresada del Centro Universitario de Teatro ( cut ) de la unam . Se inició con Tito Vasconcelos y Jesusa Rodríguez. Ha sido guionista de televisión y, como el resto de las reinas, fue becaria del Fonca y es parte fundamental en más de cuarenta montajes. Un abrazo admirado a todas ellas. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos. Post Data. México: violencia del clima y clima de violencia. Ayudemos •


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Jorge Moch

Verónica Murguía

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ACE UNOS DÍAS, LOS habitantes de mi calle nos despertamos con la novedad de que el delegado había tenido la ocurrencia de mandar pintar una ciclovía frente a nuestras casas. Esto provocó un pequeño ataque de pánico colectivo, ya que en esta zona los lugares para estacionarse son tan escasos, que ni diez franeleros por cuadra se dan abasto. El anhelo por estacionarse provoca una cotidiana versión del juego “sillas musicales” pero con coches: primero, se dan vueltas y vueltas esperando un lugar, vigilando el movimiento en las banquetas con ojo de águila. Cualquiera puede ser un conductor y hay que estar listo para cuando suban a su coche y se vayan. Cuando arrancan, es como si un juez invisible diera un banderazo de salida: todos aceleran en dirección al codiciado hueco, sacan la mano, dan volantazos y se mientan la madre. El vencedor suele bajarse del coche con aire humilde, pues ya se sabe que fanfarronear ante tanta demanda suele acarrear rayones en la carrocería. Así las cosas, al ver el camión de la delegación atestado de baldes de pintura roja, rollos de cinta, brochas, conos fosforescentes y trabajadores, sentimos una desazón horrorosa. Y es que esta calle es muy sucedida: hay choques y atropellados a cada rato. –Perdón señor, ¿qué van a hacer? –preguntamos a un hombre vestido con un overol fosforescente que esperaba con un rollo de cinta plástica el momento en el que los vecinos se fueran para tenderla y evitar que alguien se estacionara. –Una ciclovía. –¿Aquí? ¡Pero si aquí hay un tráfico horrible y los peseros vienen hechos la raya, señor! ¡No respetan a los otros coches, imagínese como les va a ir a los ciclistas! El pobre trabajador se encogió de hombros: –Pues sí, pero aquí nos mandaron y yo sólo estoy haciendo mi trabajo. Entonces hizo rodar un tambo y lo colocó al lado del coche del vecino. Cuando éste salió y fue informado de la situación, tuvo una crisis: ¿Qué debía hacer? ¿Irse a trabajar y ya nunca más estacionarse delante de su casa? (En esta zona muy pocos edificios tienen estacionamiento, ya que fueron construidos en su mayoría por los años cincuenta). ¿Reportarse enfermo y echarle bronca al pintor a sabiendas de que éste no tenía culpa? ¿Poner el portafolios en la banqueta, sentarse sobre él y echarse a llorar? Pronto se formó una multitud heterogénea, constituida por señoras en pants, hombres trajeados y listos para irse a la oficina, niños del turno vespertino y empleados de los negocios de la zona. Todos como locos. Sospecho que los trabajadores de la delegación estaban conscientes de las reclamaciones que iban a llover, pues demostraron una solidaridad inusitada con los vecinos: –Sí –respondían con aire contrito–, pero nosotros no somos los responsables. Al rato viene mi supervisor y le dice a él. E l s u p e r v i s o r n u n c a l l e g ó , p e ro una comisión de vecinos agitados fue a la delegación y la peregrina ocurrencia del delegado está suspendida. Por el momento.

Esta anécdota sin consecuencias es un botón de muestra que pinta enteros a los delegados de esta ciudad: ¿que no hay semáforos y por eso hay decenas de accidentes por mes? Pónganles una ciclovía. ¿Se quejan de las ratas que merodean por el parque y que tratan de morderles las suelas de los zapatos? Hay que inaugurar un taller de encuadernación, los domingos por la mañana. ¿Baches? Un curso de danzón para personas de la tercera edad. ¿Franeleros abusivos? Una mega ofrenda floral en memoria de Benito Juárez. Etcétera. Me imagino al responsable, orondo como un pavorreal, diciéndole a un amigo: –En mi informe voy a poner que, gracias a mí, hay ahora, en esta colonia, una ciclovía. Vas a ver cómo apantallo a Mancera. Hay que impulsar el deporte, ¿no? Sí, hay que impulsarlo. Pero no donde peligren los ciclistas, donde ya corren riesgos los peatones y todos sabemos distinguir entre los coches de una aseguradora y otra por la cantidad de siniestros que se suscitan. Si les hace falta inspiración, aquí van algunas sugerencias: hacen falta patrulleros diligentes y honestos; botes de basura; alumbrado eficiente; estacionamientos administrados por la delegación; cursos de manejo para conductores de peseros; bacheo; sembrar más árboles; excusados públicos –podrían ser rentables y urgen. Y semáforos, por el amor de Dios •

Miseria moral

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ÉXICO, LITERALMENTE, CHAPOTEA EN el lodo de sus miserias. Pero el peor de esos fangos es la anemia ética que le chupa los arrestos a cualquier idea positiva de patria. Basta que arrimen a los flancos dos tormentas tropicales para que el aluvión revele la rancia noción por todos conocida de que la corrupción, las continuas francachelas que suponen las licitaciones de obras públicas, de cambio de uso de suelo, de asignación de contratos para construir carreteras, puentes, diques o simples asfaltados callejeros, son el verdadero entramado que han estado protegiendo por décadas, o quizá siglos, los gobiernos que cada tanto destruyen el país a su paso. Somos una nación aquejada de corruptos, de traidores, de miserables que medran y lucran con la desgracia de otros, igualmente miserables pero siempre un poco más jodidos que los perpetradores. Algunos chillamos ante tanta

descarada ratería y sus previsibles consecuencias, pero la verdad es que poco hacemos al respecto más allá de lamentarnos, mesarnos los cabellos y maldecir a “esos” pinches otros. Lo cierto es que ninguna autoridad parece haberse interesado en los señalamientos hechos por ciudadanos y algunas organizaciones cuando se advierte, como en el caso del Dragon Mart en Cancún, que autorizar obras, presuntas urbanizaciones, fraccionamientos signados por la voracidad de empresarios miopes, ebrios de lucro, y otra vez la maldita corrupción de los funcionarios designados para contenerlos, no tendrá más que consecuencias devastadoras. Allí por ejemplo, a propósito de lluvias e inundaciones, las multitudinarias colonias de casitas construidas con materiales deficientes, asentadas indebidamente en vasos lacustres, natural desahogo pluvial de la plataforma del Atlántico en Veracruz, que cada año volverán a inundarse sencillamente porque fueron construidas en zonas en que no se debe construir. Pero hubo el amigo en la firma, el telefonazo del gobernador o el diputado o el alcalde, y claro, detrás de ello, una jugosa, mal escondida, infamante “comisión”. Pero también basta la desgracia que deja el paso inclemente de una tormenta para que salga a flote el clasismo perverso, la asumida condición de criados de muchos servidores públicos –hasta lo impensable, las fuerzas armadas– para satisfacer necesidades o caprichos de algunos favoritos de la oligarquía. En Acapulco, por odioso ejemplo, cientos de personas tuvieron que hacer larguísimas filas para ser evacuadas por un puente aéreo establecido desde la base de la Fuerza Aérea cuando el aeropuerto comercial hubo de ser cerrado, mientras algunos benjamines del sistema, los ricos y famosos –allí el vergonzoso caso del actor de Televisa, Guillermo Capeti-

llo, su mujer, su asistenta doméstica, sus hijos y hasta su perrito– eran pasados de largo frente a esas filas (hubo quien se fletó al sol hasta diecisiete horas) y guiados hasta la escalinata del avión providencial por los militares que controlaban la operación y que, ante el predecible enojo y reclamo de la gente, con desplantes de prepotencia tan al uso hoy, amenazaban con cancelarles el vuelo y la evacuación… Allí la miseria moral que impidió que, en lugar de destinar efectivos y vehículos militares para atender la emergencia anunciada desde el día 14, fueran enviados a una farsa de desfile patriotero para arropar el narcisismo insípido de Enrique Peña y el subterfugio televisivo de aparentar un Zócalo con gente. Allí la miseria moral de un director del insuficiente Fondo de Desastres Naturales, que se fue, mientras en el país se multiplicaba la miseria que todo inunda, a regalarse vida de potentado hedonista en Las Vegas. Allí la miseria moral, alimentada por la miseria simple y descarnada, de los damnificados entregados a la rapiña, robándose televisores y computadoras y teléfonos celulares o peleando violentamente por las despensas de ayuda. Allí, flagrante, la miseria moral de las televisoras, ahora usando la desgracia como motor del rating, allí sus miserables técnicos y productores creando pantallas y distracciones, y allí sus miserables personeros usando recursos gubernamentales para montar su circo, como la deleznable Laura Bozzo trepada en un helicóptero del gobierno del Estado de México. Y allí la miseria moral de mucha de nuestra gente, para la que al cabo de unos días todo lo padecido quedará en el olvido, y volverá a sintonizar feliz su telenovela, y a vender su voto o alquilarse de acarreado, y a importarle un bledo que el país termine de ahogarse en la cloaca neoliberal •

CABEZALCUBO

Un semáforo, por el amor de Dios

LAS RAYAS DE LA CEBRA

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15 Jornada Semanal • Número 969 • 29 de septiembre de 2013

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Rodolfo Alonso

Luis Tovar

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ADA NUEVA MUESTRA DEL feliz interés editorial por inéditos del singular e indeleble escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942), que se incrementará sin duda por su ingreso en el dominio público, me recuerda mi temprana adolescencia, cuando lo descubrí espontáneamente en librerías de viejo, donde se conseguían aún sus primeras ediciones y se arrumbaban, sin lectores, aquellas heroicas reediciones de Raúl Larra para su editorial Futuro. Prácticamente ignorado, Arlt fue entonces, y sigue siendo para mí, una presencia personal, casi íntima. Y no dejo de sonreír al imaginar lo que diría, con su ironía agridulce y socarrona (pero tan complacido), de su merecida resonancia actual. Una investigadora mexicana, Rose Corral, reunió en un cuidado volumen, Al margen del cable, todas las crónicas periodísticas de Roberto Arlt publicadas en el diario

El Nacional, de México (1937-1941), que habían aparecido previamente en nuestro memorable diario El Mundo, de Buenos Aires, donde el autor integraba una brillante redacción de destacados escritores. Es sin duda la notable capacidad creadora de Roberto Arlt, que podía convertir la sucinta noticia de un cable en un vívido, inquietante retrato literario, lo que motivó el interés de los editores mexicanos, sostenido hasta la muerte del autor. Pero hay algo más. Reparemos en el intenso, doloroso período histórico de lucha antifascista que acompaña estas crónicas: desde la Guerra civil española hasta la segunda guerra mundial. Y recordemos asimismo, no sólo que El Nacional es el diario fundado en 1929 por la Revolución Mexicana sino que, al asumir la presidencia el legendario general Lázaro Cárdenas, aquel proceso entra en una etapa de acelerada profundización: reforma agraria, nacionalización del petróleo, solidaridad con la República Española, cuyos refugiados políticos son acogidos con ejemplar amplitud, así como lo fueron nada menos que León Trotsky, perseguido y finalmente asesinado por el esta-

linismo, o las primeras víc timas del nazismo que ya devastaba Europa. Lo que ese libro nos devuelve, entonces, no es apenas la penetrante capacidad creadora de Arlt, su apasionada inteligencia y su demoledora, sutilísima ironía, sino igualmente sus lúcidas opiniones de política internacional, en un momento clave y densamente trágico de la historia del mundo. Quien lea, ahora, estas páginas podrá comprender, no sólo las sólidas razones del gran diario mexicano para publicarlo, sino también la no menos sólida inventiva con que Arlt consiguió enfrentar su dilema crucial (“Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana”): supo hacer de sus crónicas buena literatura y de sus relatos una tocante prueba de experiencia vivida. Una reflexión final. No es que la narrativa ácida y mordaz de Roberto Arlt haya reflejado, simplemente, la realidad argentina. Sino que, mucho me temo, fue nuestro hasta no hace mucho desdichado país el que había terminado imitando, hasta el exceso, el mundo despiadado y grotesco del hondo, indeleble Roberto Arlt •

In memoriam

Álvaro Mutis (1923-2013)

Bueno condicional o las muletas de la bondad

S

I EL CRITERIO FUNDAMENTAL para considerar una cosa como buena es la cantidad de dinero que logra recabar, obviando el o los medios por los cuales ha conseguido volverse el más comprable y comprado entre los productos contra los cuales compite en un mercado, sin tomar en cuenta sus características, sus cualidades ni sus defectos intrínsecos sino, desde la más material y pragmática de las perspectivas, únicamente sus posibilidades de retorno financiero, entonces No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez, México, 2013) es un buen filme, del mismo modo que, bajo idéntica (i)lógica, la Coca Cola es una buena bebida, el pan Bimbo es un buen pan y la cocaína es la cosa más buena de todas las cosas buenas. Si la elevada cantidad de personas que miran un producto audiovisual es indicativo incuestionable de la calidad por éste ofrecida –al son publicitario aquel de “equis millones de personas no pueden estar equivocadas”–, sin pararse a pensar en las causas eficientes de tan alta capacidad de convocatoria, entonces No se aceptan devoluciones es una buena película, igual que las telenovelas mexicanas son buenas sin excepción y el Noticiero de Televisa con Joaquín López Dóriga es muy bueno, como buenísimo resulta, entre muchos otros, el programa cómico La familia Peluche, lo mismo para la teleaudiencia radicada en este país que para la hispanohablante que habita en Estados Unidos, más específicamente, la que recibe la señal de la cadena televisiva Univisión. Si la razón de que una película sea considerada buena es que ha sido muy bien promocionada y no al revés –que se le ha promocionado bien precisamente porque es buena–, y si tal empuje promocional debe ser del tipo goebbelesiano, es decir basado en una insistencia tan machacona que acabe por convencer, y si todo eso es facilitado por la muy añosa pertenencia del director, coguionista, coeditor y protagonista de la película a la empresa de comunicación encargada de promocionar el filme, quien naturalmente se encarga de la promoción puesto que, no casualmente, el filme de marras fue coproducido y es distribuido por la misma empresa, entonces No se aceptan devoluciones resultaría impecablemente buena.

Pura bondad pura

Si una película ha de calificarse como buena debido a que su artífice viene precedido por una constante y prolongadísima exposición mediática, lo cual provoca que, con independencia de la calidad del mismo, el repertorio histriónico/dramático/narrativo de aquél sea recibido con la naturalidad y el agrado con que se recibe todo aquello que se conoce de antemano, a lo que se está más que acostumbrado, entonces No se aceptan devoluciones es buena y Eugenio Derbez no es el actor limitado a cuatro o

cinco gestos que siempre ha sido, y también es bueno el recurso constante al formato del sketch insertado aquí y allá en una trama por lo demás tan lineal y simple como los sketches mismos. Si un filme ha de ser definido como bueno a pesar de que su argumento no rebasa el nivel de una colección de lugares comunes entrelazados con suficiente habilidad –soltero empedernido con bebé enjaretado/ obvio enamoramiento filial inmediato y absoluto/ amenaza de separación por vía de la madre arrepentida/ reconciliación colectiva en tono melodramático e imperdonable happy end–, y si ha de calificarse de buena la autocomplacencia manifiesta en una trama de ésas que van salpicando conflictos que no lo son porque Todomundo sabe que no alterarán un ápice el desarrollo de lo previsible, entonces No se aceptan devoluciones es muy buen filme, por más que sus estrechos alcances digan a gritos que se trata de uno mediocre. Si una película es buena porque ha sido realizada by the book, es decir, sin apartarse un segundo de pietaje de la receta archiprobada que se brinca toda tranca de verosimilitud exigible por el propio contenido temático y argumental; que abusa del close up cuando la receta indica que ahí toca otro y otro y otro más; que hace infinitas trampas con el montaje y las elipsis narrativas para que aquello se alargue, sin necesidad, hasta las casi dos horas de historia previsible; que exaspera con el uso de la música y desespera con las tomas preciosistas hasta la cursilería del final, entonces No se aceptan devoluciones es una película requetebuena. Si, en fin, una cinta requiere de tantísimas muletas para que su bondad marche y para que Todomundo diga que qué bueno que es buena, además de “recaudadora” y exitosa –o al derbez–, ya saben qué hacer los señores cineastas de aquí en más •

CINEXCUSAS

Roberto Arlt y México

GALERÍA

@luistovars


Entre cleptocracias y cenicidios

entrevista

1 de septiembre de 2013 • Número 965 • Jornada Semanal

con Luis Eduardo Aute

Jochy Herrera

A

sir la pintura, la música y la poesía durante toda una vida es lo más cercano a la consagración de un artista, y en el caso de Aute significa arribar a la casi desaparecida caracterización del ejercicio humano contemporáneo que los helénicos fundaron: el estatus de pensador. Hablamos aquí de Aute con Aute; el hombre que crea, interrogándose, y se pregunta, creando: ¿qué sentido tiene esa broma llamada existencia? El niño que miraba el mar es su más reciente trabajo: doce canciones y un cortometraje (El niño y el basilisco) de trescientos dibujos que recrean veinte minutos de memorias en su Filipinas natal (y circunstancial) devastada por la guerra en 1945. Una foto tomada por su hija en La Habana, en 2010, provoca el flashback al niño sorprendido frente al mar de Manila, seis décadas atrás. Así, el Aute-hombre se reencuentra queriendo ver en ese niño lo que hoy miran sus ojos. Porque el niño es él, y no la invención de un personaje de sí mismo. En Las pequeñas memorias, Saramago confesó “rememorar el niño que fue y que quiso ser”, a fin de entenderse a sí mismo; Kafka escribió la Carta al padre como instrumento literario o catarsis de una relación filial atormentada. Aute, por su parte, daría lo vivido por sentarse al costado de ese niño que fue él para verse en su futuro desde todo su pasado, mirando al mar. Iniciamos este diálogo cuestionándole sobre la niñez hoy día. “Por un lado es cada vez más breve porque enseguida son abducidos por la tecnología, convirtiéndose en tempranos adictos a un mundo artificial (que no irreal) y por otro lado prolongan su ‘niñez’ de más porque la adultez les aterra. Esto referido a la bien alimentada; la otra niñez que subsiste en la marginalidad desconoce esa fase llamada niñez, son adultos apenas se ponen en pie. Es la ley de la jungla.” Aute fue el niño sostenido por Gumersindo, ese padre suyo sobre quien me he atrevido a indagar en este conversatorio virtual: “La relación con él fue muy intensa en todos los sentidos

y sentimientos. Ya era mayor cuando nací y eso le marcó en el trato que tenía conmigo. Yo era hijo único y un poco nieto único a la vez, y con la perspectiva del tiempo soy consciente de que me quiso ‘vivir’ en todas las fases de mi crecimiento, todo el tiempo que le quedaba libre me lo dedicaba. Fue el padre más tolerante, cariñoso, sensible, humilde, generoso y bueno (bueno como diría Antonio Machado) que jamás haya existido. Fui plenamente consciente de que yo le justificaba la vida.” El cortometraje incluido en este disco revela las pupilas del niño-Aute perdidas en el horizonte que posteriormente reflejará el monstruo con el que cierta maladultez le ha envenenado: “el animal que llevamos dentro”. El mitológico Basilisco reyezuelo que, según Plinio el Viejo, dejaba una estela de veneno en cada huella y una muerte en cada mirada. ¡Vaya metáfora en este tiempo monstruoso en el que, en opinión de Aute, “nos estamos acabando nosotros mismos y, a la vez, somos nuestro peor enemigo” Como sostiene que el pasado siglo ha sido el más salvaje, le pregunto cómo pinta el xxi . “El siglo anterior ha sido de una crueldad sin límites, pero el xxi me temo que será terrorífico en el sentido de que el Gran hermano, de Orwell, será un chiste comparado con el Kontrol absoluto del presente y del futuro. La profundísima Klaustrofobia que padeceremos cuando seamos conscientes de la Muerte del Azar, porque el futuro ya está ‘provocado’, será insoportable. Nada me gustaría más que equivocarme en esta intuición.” Aute observa “este feo inmundo mundo” que nos ha tocado vivir; “ya no por injusto, mercenario y criminal, que así ha sido desde que existe la Historia, sino porque es gobernado por un nuevo dictador que dicen llamarse clepto-corporatocracia”. En ese contexto, le pregunto, ¿cómo ves la crisis de España? “La situación de mi país no la veo, me siento incapaz de ‘ver ’ su devenir, se deshace por momentos ¿gobernado? por una casta política sublimemente mediocre, inculta (y lo peor: orgu-

llosa de serlo) e incondicionalmente entregada a los designios de las mafias financieras más corruptas, sin identidad alguna salvo la identificación plena con la más apoteósica estupidez. De todos las naciones del sur de Europa, desde Chipre a Portugal, desahuciadas por el norte, concretamente la Alemania (Deutschebank) de Merkel en coalición con la u . s . a . ( jp Morgan, Goldman Sachs) del t . e . a . (Totalitarian Enterprise of America) Party camuflada por la cara amable del imperio que es Obama, de todo ese sur mediterráneo de Europa (excuna cultural del llamado Occidente), España es el país más paria. Está absolutamente ‘vendido’ a las clepto-corporatocracias del terrorismo financiero global y la Korrupción está en fase de metástasis generalizada.” Entre escalofríos y andanzas de la muerte, Aute aún recurre al corazón más encendido pidiéndole a una ella el soplo capaz de revivirle, latido a latido. Porque tras amar hasta las cenizas, al punto de la derrota, de pronto galopa el corazón dando señales de vida; al parecer, aún no muere el amor: ¿Nos sigue salvando de la muerte o se trata sólo de suspiros? “Son suspiros cenicidas… Pero sigo creyendo que mientras quede una persona que sea feliz encontrando el sentido de su vida solamente por el hecho de que el amado existe (y viceversa) en el planeta, esta pequeña bola giratoria estará justificada.” Hablar con Aute de proyectos es siempre una caja de sorpresas: “Estoy terminando la última entrega de la serie AnimalHada, poemitas y dibujos a titularse El sexto animal y terminando de musicalizar El último poema, una selección de los poemas (escritos por poetas universales) antes de morir. A pesar de tan febril y prolija creatividad, el artista admite ‒“después de todo lo sufrido”‒ desconocer lo que impulsa “ese primer latido que me demanda darles sangre de canción”; desconocer “de qué musa nace el alma que toma cuerpo en su vestido de canción”. Mas ¿qué importa? Al parecer aún queda mucho Aute por-venir •

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