La Jornada Semanal

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B eltrán , D orantes , H ernández A raico , L orenzano , P arodi , P oot H errera , S chuessler

Migración,

y Z ataráin

identidad y lengua

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 20 de octubre de 2013 ■ Núm. 972 ■ Directora

• Entrevista con C ees N ooteboom • M argorie A gosin : Querida Ana Frank

General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver


Salvo el firmado por Raúl Dorantes y Febronio Zataráin, los textos sobre migración, identidad y lengua que conforman este número surgen de la presencia de sus autores –agrupados bajo el nombre de UC-Mexicanistas– en la Feria del Libro en Español en Los Ángeles (LéaLA 2013). Agradecemos a la Universidad de California en Santa Bárbara, así como a nuestro colaborador Antonio Valle, la posibilidad de reproducir aquí las diversas ideas y perspectivas desde las cuales estos especialistas abordan el tema crucial de la presencia, uso y difusión de la lengua española en Estados Unidos, de cara a una realidad migrante que vive bajo el asedio cotidiano de la migra y, como dicen los autores, de la migraña que conlleva. Publicamos además una entrevista con Cees Nooteboom, el escritor holandés más relevante de estos tiempos, así como un artículo sobre la chilena Marjorie Agosin y su Querida Ana Frank.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

bazar

Hugo Gutiérrez Vega

“Decíamos ayer”... Simona Sora Constantinescu trajo a Guadalajara las voces y los paisajes de su Rumanía natal. Formó parte del jurado del Pre­ mio fil de Literatura en Lenguas Romances y una gripa tremenda la obligó a encerrarse por un par de días en su habitación. Sin embargo, tuvimos oportunidad de charlar en varias comidas y de par­ ticipar en las deliberaciones del Premio que, con total justicia, será entregado a Yves Bonnefoy, el poeta y ensayista francés. En primer lugar, recordamos los platos de la cocina popular de las distintas regiones rumanas: el rotundo plato transilvano compuesto de pa­ pas, col, carnes frías y salchichas de todos los tamaños y sabores. De esa hermosa re­ gión habitada por rumanos, magia­ res, alemanes y los pocos gi­ tanos que Hitler dejó con vida y que, tímidamente, vi­ nieron a instalarse en ciu­ dades como Cluj y Timi­ soara, brincaremos al Mar Negro y a los rum­ bos de las Puertas de Hie­ rro del Danubio (recorda­ mos la hermosa biografía del majestuoso río hecha por Claudio Magris y la novela de Zilagy Lajos, Algo flota sobre el agua, que fue convertida en una estrambótica película del cine mexicano). La memoria me llevó a una mesa de madera limpísima en la que yacía un es­ turión de grandes proporciones. Una certera cu­ chillada le abrió el vientre y el caviar salió a bor­ botones. El limón, la mantequilla, la cebolla y unas gruesas rebanadas de pan campesino com­ pletaron un hermoso cuadro gastronómico. Pa­ samos por los terrenos de la ciorba (sopa) de pes­ cados de río, hasta llegar a la santa mamaliga hecha de maíz y pariente cercana de la polenta y del tamal de cazuela, y terminamos con las sarmale (hojas de col rellenas de carne) y con las ilus­ tres mititeis, las salchichas de cerdo que compi­ ten con las “chipolatas” del imperio británico.

RUMANÍA Y LA FIL ( ii y última ) Ya mejorada de su gripe (el aire contaminado de su larga jornada aérea tuvo la culpa del des­ aguisado) nos pusimos a hablar de la complica­ da historia rumana y de la cercanía que con el latín tiene la lengua de la antigua Dacia romana. Las doinas (canciones tristes) muestran en su estruc­ tura lírica el apego a la lengua del imperio roma­ no. Las secciones del Palacio de Catroceni mues­ tran distintos momentos del acontecer rumano: las tumbas de las familias nobles, los Cantacuze­ no, los Paleologu, los Cantemir; los reyes foráneos impuestos por los complejos compromisos de la política europea y las interesantes reinas: María y su estudio de inspiración ibseniana (La dama del mar, Carmen Silva y sus novelas muy bien escritas; Isabel y su hermosa labor en la Cruz Roja. No se nos esca­ paron el inteligente y sinies­ tro Codreanu y su fascista Legión del Arcángel San Miguel; Antonescu y su Garda de Fier tan proli­ jamente retratada en to­ da su maldad por Virgil Georghin, y Carol ii y ma­ dame Lupescu, refugiados en el México avilacamachista y acosados por los nuevos ricos y los rastacueros encantados con la idea de tener un rey en casa y agasajarlo con comidas folclóricas que, a decir de madame, acabaron con la flora intestinal del larguirucho monarca des­ tronado que fue a dar con sus huesos reales al pu­ dridero monárquico de Estoril. Petru Dumitriu, tan chismoso como Tácito, nos dio material para en­ trar a saco en las vidas privadas de la casa real ru­ mana, y nos obsequió retratos dignos de un Hola mezclado con Alarma. Desde aquí mando un saludo a Simona Sora y a su familia. Nos veremos en la Guadalajara llena de libros, este próximo noviembre, y seguiremos adelante con nuestros diálogos rumanos • jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Los otros transterrados Graffiti en Chicano Park, San Diego, California

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Marjorie

Agosin:

Querida Ana Frank Esther Andradi

Q

uerida Ana Frank es el diario poético de Mar­ jorie Agosin, diálogo e identificación con la niña de trece años más conocida en todo el mundo. Setenta poemas que preguntan, retratan, consuelan. Que lloran y ríen y se indig­ nan con Ana. Que se enamoran y se espantan como ella. Que sienten con su piel, caminan con su alma. Desde principios de los años cincuenta, antes que Marjorie naciera, Ana Frank ya era la foto que la bisabuela tenía junto a seres queridos en su me­ sa de luz. Hija, nieta y bisnieta de una familia atra­ vesada por los exilios judíos, Agosin nació en Maryland en 1958 pero creció en Chile, en Santia­ go. Velas, besos, altares. “Algo en su rostro, en su edad y en su porte me hizo recordar al mío. La ima­ ginaba jugando con mis hermanas y leyéndonos fragmentos de su Diario.” La niña Marjorie se hizo grande junto al ritual de reconocimiento y memoria de los muertos que acompañaban la familia desde quién sabe qué tiem­ pos. Ana Frank era un recuerdo anclado junto a sus parientes, su abuelo, sus desaparecidos. “Hablo sobre Ana Frank por un deseo casi obsesivo de res­ taurar su memoria y hacerla regresar, más que nada, a la cotidianeidad de nuestra vida”, escribe Agosin. Porque Ana, además, había escrito un diario pa­ ra quedar en la conciencia de todos. Aun en la de aquellos que no habrían sido capaces de abrir la puerta de su casa para refugiarla esa noche. Una adolescente como ella, como su hermana. Una mu­ chacha que soñaba con un novio, como tantas. Que adoraba su pelo y su voz. “Ana Frank despierta la posibilidad de invocar a una persona con una me­ moria viva e incita a pensarla como una adolescen­ te, con los deseos del amor y la ira.” ¿Quién no ha tenido un diario de vida para amparar el cristal sajado del sueño? ¿Quién no ha escrito para iluminar las sombras de las fosas abiertas? ¿Quién no ha contado el primer asombro ante una carta perfumada? ¿Quién no ha pensado en llamar a ese diario Ana y frente al escondite pausado de la memoria, invocarla, llamarla tras las hogueras?

La niña, la adolescente que vivía escondida, fue capturada poco tiempo antes de que llegaran los aliados. La bella mujer en ciernes fue arrastrada como tantas frente a la mirada distraída de quienes ven morir a otros. Observadores. Gente incapaz de decir no. Como la mirada de tantos que vieron des­ aparecer gente. ¿Por qué tanta gente obedeció? ¿Por qué tanta gente obedece? “Casi toda Europa obede­ ció al llamado germánico, sólo una exigua minoría escondió judíos”, pero el exterminio se hizo en forma sistemática, industrial, económicamente eficiente. Hasta el último detalle.

Y si eran ellos, y si, en verdad, vendrían por ti, ¿llevarías pantuflas, o el diario bajo tu brazo desgarbado? ¿Qué prendas llevarías Anne, para la travesía de los inocentes amordazados? ¿Con qué blusa te irías a los cuartos azules?

Dice Agosin en el prólogo: “Este diálogo con Ana Frank, más que recordar a una figura histórica, pre­ senta las siguientes interrogantes que tienen fuer­ tes conexiones con las dictaduras de Latinoamérica y en especial de mi país de origen, Chile.” Y se pre­

Foto: publichealth.drexel.edu

gunta: “¿Cómo recordar a un pueblo sin tumba? ¿Dónde poner flores a esos rostros, a esos cuerpos adormecidos en el aire?” ¿Cuál sería la ceremonia catártica para recordarlos?” Mujeres, niñas, jóve­ nes, militantes por la libertad, arrancados de la luz del día en las dictaduras del Cono Sur. De calles, bares, aldeas y ciudades a lo largo del mapa de Chi­ le. “Cuando la junta militar chilena, en el año 1973, llegó a golpear a las puertas de nuestro barrio para arrestar a las mujeres, arrastrarlas del cabello para luego raparlas; cuando las hicieron desaparecer en la noche llena de nieblas, también pensé en Ana.” Una cobertura en chapa blanca resguarda los vestigios de las cámaras de gas adonde fueron a morir bajo una ducha letal miles y miles de per­ sonas. ¿Cómo se llamaría la niña que no nació? ¿La joven que llevó al refugiado en su automóvil y fue interceptada? ¿Qué nombre tenía aquella que no volvió de las mazmorras? ¿Qué historia escribía? En medio de la neblina del campo organizado, es­ tructurado, pensado hasta el último detalle, desde que se ingresa a morir, se trabaja para morir, se so­ brevive para morir, y se muere de una vez pero no para siempre día a día en el campo, en ese campo que no tiene nada que ver con la vida y que es la única vida que se conoce. Grita en los oídos el dolor de esa chapa blanca que no se resigna a ser un mar­ co para el olvido. Y golpea, golpea, golpea. Como los nudillos de alguien que aún resiste. Porque el horror no es una visión del mundo. “El legado de Ana Frank, más que una presencia, es una memoria viva que deja huellas, que palpita, que nos hace en­ frentarnos todos los días con nuestra historia.” Entonces Marjorie, la poeta que fue niña cuan­ do Ana Frank ya era un símbolo en su Diario, antes de abandonar su país, puso un puñado de tierra en una bolsa de plástico y se la llevó consigo. Allí plantó una gardenia, una flor capaz de perfumar un pueblo entero. “Dos gardenias para ti/ que a tu lado vivirán/ y te hablarán...” como escribió en una canción inolvidable Antonio Machín. Y desde el aroma de las gardenias, Agosin se escribe con Ana Frank, contándole de otras Anas y Marías a quienes se les cerraron las puertas en la noche, y fueron rapadas de día. Y por si acaso no pudieran escribir, la poeta Agosin lo cuenta una y otra vez en esos poemas cantados, conversados, soñados en la voz de Querida Ana Frank •


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Elp

entrevista con Cees Nooteboom Adriana Cortés Koloffon Cees Nooteboom (La Haya, 1933), uno de los escritores holandeses contemporáneos más destacados y, según la revista Newsweek, uno de los diez mejores autores de literatura de viajes del siglo xx , se declara conocedor de las culturas griega y latina, a través de autores como Ovidio, Homero, Virgilio y Petronio, entre otros. Junto con su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, ha recorrido gran parte del mundo. En su obra, traducida a varias lenguas, la imaginación se une a su pasión por los viajes y la poesía. Autor de La historia siguiente, El día de todas las almas, Hotel nómada, Tumbas, El enigma de la luz, En las monta­ ñas de Holanda, Lluvia roja y Una canción del ser y la apariencia, además de otros libros traducidos al español y publicados por la editorial Siruela. Recientemente la editorial Candaya, de Barcelona, publicó Universo Nooteboom (compilación, prólogo y edición de Eric Haasnoot y Astrid Roig), donde treinta autores de procedencias geográficas distintas, entre otros László Földényi, Rüdiger Safranski, Clara Janés, a . s . Byatt, Fernando García de la Banda, Victoria de Stefano y Juan Villoro, reflexionan acerca de la obra del escritor holandés. Se incluye también una extensa entrevista con el crítico literario Alberto Manguel. En su libro El desvío a Santiago, Nooteboom escribe: “Sternstunden es un fabuloso concepto alemán (naturalmente) para indicar que un determinado momento u ‘hora’ (Stunde) ha sido o será tan importante en tu vida que habría dado un giro distinto a esa vida.” La idea, según Nooteboom, presupone “una gran iluminación desde fuera –de allí la palabra Stern (estrella)‒, un momento sagrado, un choque del recuerdo”. Cuando presentó en Ciudad de México su libro Cartas a Poseidón, le pregunté cuál sería para él ese momento crucial en su vida o Sternstunden, y me respondió que uno de esos “momentos de gracia” fue su encuentro fortuito en una librería de Berlín con el filósofo alemán Rüdiger Safranski, quien en la antología de la obra de Nooteboom titulada Tenía mil vidas y elegí una sola (breviario), describe a su amigo como “un poeta filósofo, un nómada moderno y un escritor que no sólo reflexiona sobre la relación entre los viajes reales e imaginarios sino que la vive”.

En Mali, 1971, y en Serawak, 1978 Fotos: www.ceesnooteboom.com

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uando conversó con Juan Villoro, durante la presentación de Cartas a Poseidón, usted se refirió a Philip y los otros como un libro que no corrió con mucha suerte en Alemania. También dijo que es uno de los libros preferidos del fi­ lósofo Rüdiger Safranski. ¿Cómo fue su encuentro con él y que significó para usted como escritor?

‒Escribí mi primera novela, Philip y los otros, en 1954. En Holanda fue un libro de culto; debido a su éxito se tradujo al alemán en 1958, pero yo era un ab­ soluto desconocido en Alemania y allá no corrió con la misma suerte. Pero habent fata sua libelli (los libros tienen su propio destino) y el libro que apenas había sido reseñado empezó una suerte de vida subte­ rránea de la que no supe sino hasta muchos, muchos años después, cuando otro de mis libros, La historia siguiente, súbitamente se convirtió en un bestseller en Alemania. De modo que hice muchas lecturas de mi libro en teatros y en librerías. En una ocasión, me in­ vitaron a presentarlo en una librería muy bonita, en Berlín. Después de la lectura, una mujer me agrade­ ció y me dijo que podía elegir algún libro de entre los miles que había en los estantes. Escogí uno cuyo tí­ tulo apenas vislumbré a lo lejos y que tenía algo que ver con Schopenhauer. Ella se rio, me dijo que el autor había estado esa noche entre la audiencia. Sabía que era imposible que se tratara de Schopenhauer, así que le pregunté quién era y si podía firmar mi libro. Me respondió que se apellidaba Safranski y que ese libro era una biografía de Schopenhauer, un éxito en ese momento. Cuando le pedí que me lo firmara, Safranski me dijo que había leído Philip y los otros a los diecisiete años y que lo había mantenido en secre­ to en su escuela. Desde entonces, me dijo, lo ha leído cada día de su vida. ¡Usted puede imaginar mi sor­ presa! Habían pasado ya treinta años desde su publi­ cación; yo pensaba que dormía en el polvo del olvido. A eso me refiero cuando digo que los libros poseen una vida secreta, desconocida para el autor. Safrans­ ki también me dijo que inclusive llegó a creer que yo estaba muerto –lo cual suena muy romántico‒, pues durante treinta años no había sabido nada de mí, pe­

ro un día su esposa le dijo: “Mira, este Nooteboom del que siempre hablas no está muerto. Hoy por la noche participará en una lectura.” Desde entonces, Safrans­ ki y yo somos grandes amigos. Hizo una antología de mi obra, Tenía mil vidas y elegí una sola (Siruela, edi­ ción y prólogo de Rüdiger Safranski). También apa­ rece en mi novela El día de todas las almas (temo reve­ lar un secreto, pues allí lo retrato de forma velada). –Después de escribir The Knight Has Died, libro aún sin traducción al español, ¿cambió su percepción acerca del acto de escribir?

‒En Philip y los otros me sueño a mí mismo, es casi un cuento de hadas publicado quizá cuando era de­ masiado joven. Escribí en tres meses lo que en ese momento conocía acerca del mundo. Me habían su­ cedido muchas cosas desagradables: la guerra, el divorcio de mis padres, la escasez de comida duran­ te el invierno en La Haya, la muerte de mi padre en un bombardeo, mi expulsión de los internados de curas franciscanos y agustinos debido a mi carácter tan difícil –por estas razones debí haberme inventa­ do un mundo muy solitario y fantasioso que me ins­ piró para escribir Philip y los otros en tan poco tiempo (algo así sólo sucede una vez en la vida). Cuando vi mi nombre en la portada supe que ya era un escritor. Después trabajé como marinero en un pequeño barco que viajó a Surinam y escribí un par de historias so­ bre marineros, traducidas tiempo después a distintas lenguas excepto a la española. Mientras tanto, com­ prendí que la escritura es un asunto muy serio al que uno debe dedicar toda su vida, y no estaba seguro de poder hacerlo. The Knight Has Died [El caballero ha muerto], mi único libro sin traducción al castellano, aborda ese conflicto. Trata acerca de un escritor in­ capaz de terminar un libro y le pide a otro que lo haga, y ese a otro y así sucesivamente, como esa caja de chocolate holandés donde una enfermera sostiene una caja de chocolate donde hay otra enfermera. La historia termina en una tragedia, cuando el pri­ mer escritor se suicida. A veces pienso que lo llevé a tomar esa decisión para no suicidarme yo mismo.


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voz interrogada

poetaviajero –¿Por qué aborda el tema del suicidio en su novela Rituales?

‒El suicidio, como las demás formas de morir, ata­ ñe a la vida. Como dicen los franceses, ça n’arrive qu’aux vivants, sólo les sucede a los vivos. En Rituales hay un intento de suicidio fracasado y por esta razón el narrador lo trata con ironía y frivolidad. –En El desvío a Santiago, ¿por qué narra un camino distinto a los caminos convencionales a Santiago para llegar a la tumba del apóstol en Compostela?

‒Soy un admirador de Diderot, quien era un maes­ tro de la digresión. El desvío a Santiago es un libro sobre España y mi amor por España, y su historia y lenguaje. En realidad quería escribir sobre toda Es­ paña, así que construí el libro de manera que pudie­ ra escribir sobre Cáceres y Trujillo en Extremadura, Zaragoza en Aragón, y muchos otros lugares, siem­ pre desviándome de mi camino antes de llegar final­ mente a Santiago de Compostela. En ese momento, España estaba vacía, no era un país con esa falsa mo­ dernidad de hoy en día. Llegar a Santiago fue para mí una epifanía, una revelación. El desvío a Santiago se ha traducido a todo tipo de lenguas, inclui­ das la china y la brasileña. He conocido pe­ regrinos que hacen el Camino de Santiago con mi libro en sus mochilas. –En Cartas a Poseidón, el dios griego del mar nunca responde a las cartas que usted le escribe. Ante el silencio de los dioses (cristianos, griegos o de cualquier religión), ¿la poesía podría considerarse su respuesta a los humanos, claro, en un sentido metafórico?

‒Aunque no podría asegurar que la poesía sea una respuesta de los dio­ ses, creo que es una forma de trascen­ dencia como la música y el arte en general. La poesía trata acerca de la vida real y de una vida subterránea a la vez. No podría vivir sin la música y, por supuesto, sin la poesía. La edi­ torial española Visor, en España, acaba de publicar una antología volumino­ sa de mi poesía llamada Luz en todas partes. En noviembre se publicará en Ho­ landa una amplia selección de los poe­ mas de César Vallejo, Vicente Huidobro, Cesare Pavese, Hans Magnus Enzensberger, treinta y tres autores que traduje al holandés. –Usted es un apasionado de la obra del escritor húngaro Sándor Márai, quien se quitó la vida en San Diego. ¿Qué piensa acerca de su obra?

‒Márai era ya muy viejo cuando vivía exilia­ do en San Diego, lejos de la Hungría comunista. Su esposa, con quien siempre había viajado, estaba muerta. Las últimas páginas de su diario son trági­ cas, el libro termina casi en un triste suspiro. Fue hasta después de su muerte que sus novelas se vol­

vieron muy famosas, una prueba más de lo que ya he dicho: habent fata sua libelli, los libros tienen su propio destino, a veces feliz, otras cruel. Como mu­ chos de mis amigos húngaros, prefiero sus diarios sobre la guerra en Hungría y sus viajes cosmopoli­ tas. Era un gran observador, lúcido y elocuente, de la vida en tiempos difíciles.

–¿Hasta qué punto interviene la fantasía en sus relatos sobre viajes? Recuerdo, en Cartas a Poseidón, un relato breve titulado “La silla”, donde son inexistentes las fronteras entre realidad e imaginación.

‒He podido combinar las dos cosas más impor­ tantes para mí: la escritura y los viajes. En mis nove­ las introduzco mis viajes y en ellos la poesía y la fan­ tasía. Me fascina observar la vida humana siempre con los ojos de un poeta y un narrador.

–¿Por qué decidió escribir un libro sobre las tumbas de algunos escritores?

‒Soy amante de Proust. Cuando fui al cementerio de Père Lachaise en París y vi su tumba maravillosa, le pedí a mi esposa que le tomara una foto y, desde entonces, siempre que viajábamos a algún lugar don­ de sabíamos que un escritor estaba enterrado, visi­ tábamos su tumba. Estuvimos en las de Brodsky en Venecia y Nabokov en Montreux, en las de Calvino y Joyce, Canetti y Leopardi, Kawabata en Japón y Ro­ bert Louis Stevenson en Samoa. Tuvimos esa obsesión hasta que el editor alemán dijo “¡basta!” Le dijimos que era imposible, aún nos faltaban la tumba de Strind­ berg en Suecia y la de Pushkin. Nos quedamos con ochenta y tres fotografías ‒en algún momento debíamos ponerle punto final al libro. Ahora, cuando viajamos, mi esposa todavía retrata alguna tumba, por ejemplo la de Tanizaki en Kyoto, pero el libro ya está concluido. –¿Ha viajado a los países musulmanes? ¿Cuál fue experiencia como viajero occidental?

‒He viajado a Irán, Marruecos, In­ donesia, Turquía y Túnez. Escribí so­ bre esos viajes en un libro que recuerdo con nostalgia porque fue ya hace mu­ chos años, antes del terrorismo, los ca­ rros bomba y los yihadistas. Ahora es imposible viajar como lo hice yo al nor­ te de Nigeria, Mali o Gambia. El libro se publicó hace poco en Italia, con el título de El sonido de Su Nombre, donde “Su” se refiere a Allah. Varias veces al día el muecín llama desde la mezquita a los fieles, su voz se escucha por todas partes igual que las campanas en Méxi­ co. Ese sonido pertenece a la vida cotidia­ na en el mundo musulmán y para los mu­ sulmanes es como si Dios mismo los llamara, es un sonido que jamás se olvida. Por eso lo ti­ tulé así: Il Suono del Suo Nome. Los tiempos han cambiado. En una ocasión, yo estaba con una fotógrafa junto a la mezquita en la ciudad sagra­ da de Qom, en Irán, cuando un grupo de jóvenes mulás se acercó y me escupió en la cara para ahu­ yentarnos de la mezquita. A veces recuerdo ese momento al estar formado en las filas de control de seguridad en todos los aeropuertos del mundo. Cuando les digo a los jóvenes que hubo un tiempo en que esto no era necesario, no me lo creen • Foto: jordidoce.blogspot


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La migración en la Raúl Dorantes y Febronio Zataráin

La migra a mí me agarró

trescientas veces digamos.

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Jorge Lerma

esde principios del siglo xx encontramos can­ ciones que registran las primeras grandes migraciones. Estos éxodos fueron provo­ cados por la violencia que generó la Revolu­ ción mexicana. En aquellos tiempos, para cruzar la frontera, el único trámite consistía en identificarse y en darse un baño con el objetivo de “entrar desinfec­ tado”. En los años veinte, debido a los estragos cau­ sados por la guerra, del lado mexicano la producción discográfica estaba muy limitada. Entonces surgió en Texas y en el suroeste del país el primer boom de grabaciones de música en español. Estas estaciones de radio se encargaron de divulgarla en el período conocido como The Golden Era of Recorded Corrido. En algunas grabaciones encontramos historias como la del hombre que, a partir de la violencia revolucio­ naria decide irse al otro lado (“Adiós mi madre que­ rida/ écheme su bendición./ Yo me voy al extran­ jero/ donde no hay Revolución.”) O la del que por una decepción amorosa opta por emigrar (“Yo me vine de mi tierra/ me vine de un sentimiento.”) O corridos como el de los que se ven atrapados en un momento histórico en el que transportar y vender alcohol era penado (“Y por andar vendiendo un tra­ go/ nos llevan a Riverbowl.”) Una característica de las primeras canciones sobre los inmigrantes o los mexicanos ya establecidos es la hipérbole. Son frecuentes los corridos compuestos a partir de seres humanos concretos que se volvieron mito al enfrentarse al poder. Joaquín Murrieta y Gre­ gorio Cortéz acaso sean los ejemplos más sonados. La historia de Murrieta es la del bandolero que por querer vengar la muerte de su esposa cae en un resen­ timiento racial que lo vuelve asesino a fines del siglo xix , en California: “Mi carrera comenzó/ por una es­ cena terrible./ Cuando llegué a setecientos/ ya mi nom­ bre era temible.” Ya en el siglo xx, en Texas, la hazaña de Gregorio Cortéz se origina primordialmente por la actitud prejuiciosa de un sheriff; éste busca entre los mexicanos al ladrón de un caballo, y por una confu­ sión lingüística (el traductor, al interrogar a Cortéz, no supo distinguir entre “caballo” y “yegua”) el she­ riff ordena el arresto de Cortéz, y Cortéz se defiende. Joaquín Murrieta no logra alcanzar el estatus de “bandido social”, de sujeto que está fuera de la ley

y que reparte su botín entre los pobres. Por eso es cu­ rioso que se haya vuelto mito en el suroeste y que el chileno Pablo Neruda haya llegado a componerle un poema. El caso de Gregorio Cortéz, en cambio, es un mito legítimo: mató al sheriff como un acto de autode­ fensa, pues éste acababa de acusarlo de haberse robado el caballo y además había baleado a su hermano. Cor­ téz se vuelve mito en vida porque, siendo inocente, es capaz de burlar durante días a los sheriffes: “Siguió con rumbo a González,/ varios sheriffes lo vieron,/ no lo quisieron seguir/ porque le tuvieron miedo.” Detengámonos en el acento del apellido “Cortéz”, “errata” que llama la atención. El uso del acento en Estados Unidos se relaciona con lo mexicano (o en forma extensiva, con lo hispano). Es además de signo ortográfico, un signo de identidad. La cultura mé­ xico-americana, y en específico la chicana, se carac­ teriza por agredir el inglés con palabras en espa­ ñol. ¿Qué mejor agresión que violentar la lengua de Shakespeare con un signo ajeno?

Regresemos a la hipérbole. Esta figura literaria también es común en las composiciones de nues­ tros días: “La migra a mí me agarró/ trescientas ve­ ces digamos/ pero jamás me domó/ a mí me hizo los mandados.” Si en los corridos de Murrieta y Cortéz trabajar no era penado, en las canciones de la segun­ da mitad del siglo xx laborar en Estados Unidos sin documentos es un acto “ilegal”. La transgresión aho­ ra no consiste en matar o en robar sino en el simple hecho de cruzar la frontera para trabajar. Otra dife­ rencia: en los viejos corridos la venganza es concreta; en las canciones que escucha el migrante de nuestros días, es catártica: le basta escuchar “Los mandados” en la voz de Vicente Fernández para librarse de re­ sentimientos. Sabe que cruzó la frontera y que tra­ baja ilegalmente, pero también sabe que ante estos “delitos” no puede hacer nada. Estos “delitos” lo hacen vulnerable ante el patrón y ante los ya estable­ cidos. La música y el baile son los medios que se en­ cargan de reanimarlo: es suficiente un acorde para recobrar el ánima.

el instrumento que más se ha acercado al júbilo y

al llanto de los inmigrantes es el acordeón. Así como los huicholes de las montañas de Nayarit y Jalisco han escogido el violín, la veta más visible de la inmi­ gración mexicana ha elegido el acordeón, ese instru­ mento de teclas y fuelle que emigró a fines del siglo xix desde Europa al norte de México y a Texas. Llama la atención que la clase media hispana de Estados Unidos prefiera “La canción mixteca” inter­ pretada por un mariachi que por cualquier grupo norteño. Ya se sabe que el mariachi es lo que etiqueta al mexicano en el extranjero, pero en los pueblos de Durango, Michoacán, Guanajuato, la música que se toca en las cantinas y en las fiestas es la de las bandas populares o la de los grupos norteños. Y la mayoría de los inmigrantes viene precisamente de esos pue­ blos y traen consigo los sonidos del acordeón y los metales, y no los del violín, que son los que distin­ guen al mariachi. La solidaridad hacia “el mojado” no es propia só­ lo de los compositores mexicanos. El tejano Leonar­ do Flaco Jiménez es el acordeonista que más se ha acercado a esa veta. Su versatilidad le ha permitido participar en grupos de blues, rock y bluegrass, y re­ gresar siempre más vital a su Tex-mex (también lla­ mada “norteña”). Desde su primera grabación con el grupo Los Caminantes, en los años cincuenta, se de­ ja ver el virtuosismo y los intereses temáticos del Flaco. Y a partir de esa década ha sabido volver con su acordeón a las fiestas populares y trabajar cons­ tantemente sobre el tema de la migración: “Desde Laredo a San Antonio/ he venido a casarme con mi Chencha./ Y no he podido, por ser mojado/ pues para todo me exigen la licencia.” Los Tigres del Norte ha sido el grupo que mejor se ha sabido insertar en esta tradición. De la misma manera que en 1933 Pedro Rocha y Lupe Martínez cantaron el corrido “Contrabandistas tequileros”, y al igual que los Hermanos Bañuelos grabaron en 1929 “El deportado”, Los Tigres, cinco décadas más tarde, vuelven a esos mismos temas. En lo que toca al tema del narcotráfico, interpretaron “La banda del carro rojo” en los setenta, o más recientemente “Jefe de je­ fes”. Al respecto recordemos que la frontera norte de México desde principios del siglo xx ha sido sig­ no de pesos con doble raya. A causa del puritanismo estadunidense, introducir alcohol en la época de la prohibición dejaba muchas ganancias, de la misma manera que en la actualidad las deja el narcotráfico. La droga en tiempos recientes ‒como el alcohol en 1929‒ es para el estadunidense que la trafica un ne­ gocio y a la vez un pecado; para el mexicano involu­ crado es sólo un negocio. El narcotráfico y el migrante son los dos rieles por los que se han deslizado las canciones de Los Tigres del Norte. “Vivan los mojados” representa la legiti­


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música popular mentado al darse cuenta de que su hijo ya no habla español y, aunque quiera regresarse a México, ya no puede porque al hijo no le interesa. Pero a raíz de que se intensificaron los opera­ tivos del Immigration and Custom Enforcement en contra de los indocumentados, en 2004 Los Ti­ gres grabaron una canción en la que desaparece la alegría, pues ese ritmo norteño tan característico en ellos se vuelve lamento. El tema de esta canción está relacionado con aquellos migrantes que mue­ ren en su intento por cruzar el desierto. Nos referi­ mos a la historia de José Pérez León, un mexicano

mación de un término que era com­ pletamente peyorativo y ahora es señal de identidad. Flaco Jiménez y Eulalio González Piporro reivindican el término “mojado”, pero Los Tigres se encargan de volverlo continental: “Vi­ van todos los mojados/ los que ya van emigrar...” En otra canción, distinguen entre el mexicano saqueador y aquel que se ve obligado a emigrar; a la gran mayo­ ría de los mexicanos les hubiese gustado quedarse allá, y por eso se siguen sintien­ do ligados a Huejuquilla, a Moroleón, a Iguala... “Mientras los ricos se van para el extranjero/ para esconder su dinero y por Europa pasear/ Los campesinos que veni­ mos de mojados/ casi todo se lo enviamos/ a los que quedan allá.” Esto no es una falsa impresión, pues mientras la clase política y em­ presarial mexicana quiere asegurar su capital en bancos extranjeros, los inmigrantes saben que la subsistencia de su familia, de su pueblo natal y, por ende, de su patria depende de ellos. Las canciones de Los Tigres del Norte relaciona­ das con el migrante, a pesar de que nos narraban una historia triste, siempre lo hacían a ritmo norteño y con una melodía alegre y rápida. Pensemos en “Tres veces mojado”, donde se cuentan las vicisitudes de un migrante salvadoreño que cruzó Guatemala y México para llegar a Estados Unidos, y dejándonos bien claro que los problemas más graves de su tra­ vesía los enfrentó en México. O en “La jaula de oro”, donde se muestran los conflictos del padre indocu­

Flaco Jiménez y Eulalio González Piporro reivindican el término “mojado”, pero Los Tigres se encargan de volverlo continental.

que muere asfixiado en un vagón junto con otros veinte: “Así termina la historia/ no hay nada más que contar/ de otro paisano que arriesga la vida/ y que muere como ilegal.”. El gran incremento de las redadas, las deportacio­ nes y las muertes de los migrantes en su intento por llegar a Estados Unidos, también sensibilizó al can­ tante guatemalteco de balada pop Ricardo Arjona, quien con el grupo norteño Intocable saca a la luz la canción “Mojado”, pieza que en términos de ritmo y temática se relaciona con la de “José Pérez León”: “Si la luna suave se desliza/ sobre la cornisa/ sin per­ miso alguno/ por qué el mojado precisa/ comprobar con visa/ que no es de Neptuno.” En una fiesta, un amigo afroestadunidense, que vive en Chicago y habla español, nos preguntó si di­ chas canciones eran de protesta o si llamaban a la revolución. Le respondimos que no porque no aten­ taban en esencia contra el modelo social establecido; por el contrario, el indocumentado sueña con formar parte de este modelo. Ese lamento en el que se can­ ta la tragedia de ser indocumentado es similar al lamento de los negros en las plantaciones. Al esclavo se lo dictaba su sentimiento de opresión durante las horas de labor, mientras que al inmigrante se lo dic­ ta la radio al momento de estar cuidando a un bebé en un condominio de Manhattan, pizcando manza­ na en el estado de Washington o preparando sushi en un restaurante japonés en Chicago. Muchas de las canciones de Los Tigres del Norte tenían un carácter hiperbólico, pero los tiempos que ahora estamos viviendo los migrantes en Estados Unidos le han dado un carácter profético a algu­ nos de sus versos. Escuchemos “La jaula de oro”, versos que a principios del milenio eran considera­ dos una exageración y que ahora son una realidad: “Casi no salgo a la calle/ pues tengo miedo que me hallen/ y me puedan deportar.” En “La tumba del mojado”, Los Tigres sugieren que el cuerpo sí logra cruzar la frontera, pero que el alma se queda en la línea divisoria. “No pude cruzar la raya,/ se me atravesó el Río Bra­ vo”, aun cuando más adelante se afirme que trabajó en Lousiana. Lo curioso es que en los momentos de mayor añoranza el inmigrante sí logra ser cuerpo y alma. Y dichos momentos se dan en el esparcimiento, nunca en las horas prolongadas del trabajo. Por eso la nostalgia es el sentimiento que ha transportado la fron­ tera de México a otros paralelos: el Río Bravo a veces cruza por el barrio East de Los Ángeles, a veces por Queens, en Nueva York, y muchas otras por Pilsen, en Chicago. Para Los Tigres del Norte, el reencuentro definitivo entre el cuerpo y el alma del inmigrante se da en la muerte: “Y la línea divisoria es la tumba del mojado.” •

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Migrac

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Arte Mural en el Chicano Park, Barrio Logan, San Diego, California Fotos: www.chicanoparksandiego.com

¿SE VA LA MIGRA? Claudia Parodi

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LEER AJENO

Michael K. Schuessler Para Elena Poniatowska

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e dispongo a leer el texto. Es intimidante pero tengo mi diccionario inglés-español/españolinglés colocado a mi mano derecha sobre la mesa del comedor. Abro el libro y comienzo la faena. Entiendo algo, pero no todo… Son pequeños relampagueos pero algo hay, el sentido toma forma. A veces lo que no comprendo se vuelve inteligible y dinámico gra­ cias al embeleso de mi mirada sostenida. Subrayo. Subrayo casi cada tercera palabra. Sigo, me obligo, algo me impulsa y me dice que no puedo dejarme vencer por este ejército de consonantes y de vocales. Tomo el diccionario en mis manos: era de mi tía San­ dra y data de 1956, cuando estudió en el Mexico City College, efímera habitante de una ciudad muy dis­ tinta a la de hoy. Sus hojas, algunas ya sueltas por sobreuso, se abren como abanico de caracteres, blan­ co y negro. Busco las palabras una por una: estre­ llas, cometas, planetas de sentido que iluminan y señalan los caminos. Apunto sus equivalencias con lápiz –si es que se puede hablar de equivalencias– encima de cada palabra subrayada. Vuelvo a leer, comienzo a entender…. Estoy leyendo en el español de mi infancia, el de la señora Olivia que echa torti­ llas gigantescas de harina mientras platica y me re­ gaña porque las devoro embarradas con crema de cacahuate y jalea de uva. Sigo con mi tarea improba­ ble, acompañado de palabras que saben a chile, que huelen a maíz, que son suaves al tacto. Estoy en Ari­ zona, pero mi lectura fragmentada me ha trasladado a otro lugar, a otra época. Acompaño a Pensativa en la guerra de los Cristeros, compadezco a una prin­ cesa que “está triste”, me asusta una anciana que se llama Aura y que vive en una calle sin número (o con tres, todos distintos). ¡Estoy leyendo! Se me ha abierto un mundo, un lugar, un tiempo. Una constelación de letras, pa­ labras, sonidos… •

ohn Berger, narrador, crítico y poeta británico, di­ ce: “Emigrar es siempre desmantelar el centro del mundo y mudarnos a uno de sus fragmentos, a uno solo y desorientado.” Estas líneas ponen énfasis en lo perdido, en lo que se abandona, lo que queda atrás. Nos hablan de la soledad del migrante que deja su casa y su familia para buscar algo nuevo que quizás encuentre o no. Sin lugar a dudas, emigrar es dejar algo de nosotros mismos atrás. Pero emigrar tam­ bién es encontrar algo nuevo que nos ilumina, nos renueva, nos cambia, nos hace distintos. Si cada uno de nosotros nos preguntáramos qué hemos encon­ trado en Estados Unidos y seguramente las respues­ tas serían muy diferentes. Sin negar la importancia de todo lo que dejé en México, mi país de origen, puedo decir que encontré grandes amigos que ha­ blan de distintas maneras. Encontré amigas yucatecas, norteñas, chilenas, argentinas y de otros países. Encontré colegas bra­ sileños y estadunidenses. Como soy profesora e in­ vestigadora, encontré distintos temas de investiga­ ción como el spanglish que para mí no es corrupción ni deformación del español o del inglés, sino una variante más, como lo es el español chileno o el ar­ gentino. La diferencia es que en el spanglish hay mu­ cha influencia del inglés por razones obvias.

MIGRA-MIGRAÑA Todos sabemos qué es la migra. Todos le tememos porque nos puede deportar. Eso nos produce unos dolores de cabeza tan fuertes que son verdade­ ras migrañas. Una de las migrañas que tiene curación es la nueva ley para los llamados dreamers. Los dreamers son personas que cumplen con siete requisitos: 1.Tener menos de treinta y un años/ 2. Haber llegado a eu antes de los dieciséis años/ 3. No haber salido de eu desde 2007 hasta la fecha/ 4. Estar en los eu cuando se tramiten los papeles/ 5. Haber entrado a eu sin pasar por un agente de inmigración/ 6. Estar en la escuela y tener el diploma de High School / 7. No tener actividad criminal.

Quien cumpla con estos requisitos es dreamer y pue­ de tramitar sus papeles para que le den la residencia (todavía provisional) •

MIGRANTE DE MÍ MISMA Rosa Beltrán

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no. Recuerdo una mujer joven, de unos trein­ ta y cinco años, montada en la parte de atrás de una motocicleta, abrazada a un hombre. Está pei­ nada con una cola de caballo y me dice adiós con la mano. El hombre es su amante. Ella se va con él de México a Guatemala. Yo los observo, pensando en la palabra amante; la conozco en teoría pero no en la práctica. Tengo catorce años; la última imagen de esa mujer es la cola de caballo agitándose al viento. Una vez que los veo partir entro en mi casa y me ocu­ po de revisar las tareas de mis hermanos. A veces, pienso en la mujer que se fue. Esa mujer es mi madre. Dos. Cuando el otro se va ¿uno inmigra o emigra? Mi padre se había ido ya de la casa y con su partida se acabó la migra. Siendo muy niños mis hermanos y yo, cada vez que hacíamos un estropicio, mi mamá nos decía: “ya verán cuando llegue su papá”. Él en­ traba a la casa chiflando tan campante y de pronto, al ver la expresión de mi madre, abandonaba su ges­ to despreocupado y fruncía el ceño. Se convertía en la migra. Hacía reclamos sobre lo que introducíamos en el hogar. Por qué traes (el mal ejemplo, una mala nota, pleitos, majaderías, un gato recogido en la ca­ lle), qué sé yo, las posibilidades eran infinitas. No­ sotros, en cambio, nunca le reclamamos lo que se llevó. Por ejemplo, a nosotros mismos. Los que éra­ mos, antes de su partida. Tres. A veces, me da migraña. Al cruzar los aero­ puertos, por ejemplo. Tanto revisar maletas, bolsas, portafolios, zapatos, cuerpos a través del arco mag­ nético. Siempre se dan cuenta de lo que traigo. En cambio, nunca son capaces de ver lo que me llevo. Porque es un hecho, cuando regreso nunca soy la misma. Lo veo claramente en las fotografías. Lo que estoy haciendo aquí es comprobar hasta qué punto están muertas esas otras que me habitan. Me doy cuenta de que lo están y no. Y es que todos somos migrantes de nosotros mismos •


ción, identidad y lengua

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TIJUANA EN LÉALA

MADRE MIGRANTE, MI MAMÁ

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Susana Hernández Araico igración es el desplazamiento que los seres humanos y otras especies han llevado a cabo a través de los siglos, y que con­ tinúan haciendo, desde su lugar de origen a otras regiones. El moti­vo: alguna necesidad de adaptación o supervivencia. Se habla de aves migratorias que hacen un trayecto anual según el ciclo de la naturaleza en distintas partes del mundo. Pero a los pueblos que hacían tales recorridos regulares –y que todavía hacen algunos, como los lapones en Escandinavia y Rusia– se les llama nómadas. Hoy día, a los lapones por ejemplo, aunque se les proteja su mi­ gración en los países que recorren, se les ve con desdén, como in­ feriores e ignorantes por las culturas establecidas en torno. Siglos atrás, a los pueblos indígenas tanto del norte de América como de Sudamérica que no tenían un asiento permanente por vivir en migración continua se les llega a llamar “salvaje” –y eso por los europeos que estaban llevando a cabo una migración invasiva. De la misma manera, siglos incluso más atrás, los romanos habían llamado “bárbaros” a los pueblos que se trasladaron y permane­ cieron en su imperio, por no entender sus lenguas, las cuales se dice que imitaban de manera burlesca repitiendo la sílaba “barb . . . barb . . . barb” ¿Cómo les habrá sonado de extraño el latín origi­ nalmente a esos pueblos que emigraron al imperio o a los de todos los territorios a donde los romanos mismos se habían extendido en migración militar-económica? No lo sabemos. Curiosamente, a las conquistas o invasiones militares a través de la historia no se les llama emigración ni inmigración. Algo tendrá que ver, pues, el poder de los que imponen una lengua en cómo quedan cata­ logadas sus migraciones masivas. Muy marcadamente, pues, se caracteriza la evolución de la humanidad por distintos tipos de migración –ni fenómeno nuevo ni producto de la globalización– y muchos personajes de la historia o de la imaginación cobran fama por sus largos desplazamientos, viajes y estadías en tierras foráneas que, a la par con la clasificación antropológica homo sapiens y la teológica homo viator, debería hablarse en términos his­ tóricos-existenciales del homo migrans. Y de ese recurso a la migración que caracteriza a la humanidad se puede decir burlescamente que provienen las migrañas, es decir, los dolores de cabeza, en el sentido de complicaciones y desafíos de todo tipo que las mujeres y los hombres –para bien y/o para mal –continuamente nos buscamos u ocasionamos a los que de­ penden de nosotros por la insatisfacción con el arraigamiento ori­ ginal a una zona geográfica. En cambio, la migra –palabra acuñada para referirse popular­ mente a la autoridad que persigue a los indocumentados– se aso­ cia con la “línea” o frontera mexicana-estadunidense, demar­cación internacional que en LéaLA 2013 se destaca por el homenaje a Ti­ juana como invitado de honor. Tijuana, sofisticada ciudad de efer­ vescente cultura en Baja California, probablemente la ciudad fronteriza más visitada del mundo y claramente el punto del cru­ ce fronterizo más transitado del mundo. Se calcula que 300 mil personas cruzan diariamente entre Tijuana y las ciudades vecinas estadunidenses. No cabe duda, pues, que Tijuana de manera úni­ ca es el emblema de la migración, la migraña y la migra •

Sara Poot Herrera

e preguntan por qué no estoy en Yucatán, que cuándo me fui de Mérida. Todo ocurrió en el Palacio de Gobierno de aquella, ésa, esta ciudad que llevo dentro de mí. Es una mañana de verano del año que ustedes quieran. Sara María Herrera Arceo, mi madre y primera migrante de la familia, viene a co­ brar su sueldo de profesora (sueldo que recibía dos o tres meses después de vencidas las quincenas de pago). Mientras mi madre sube para recoger su pago, yo converso con una joven que acompaña a su abue­ la, quien también viene a cobrar su atrasado sueldo. Allí me entero de un internado para hijas de campe­ sinos y de maestros que está a miles de kilómetros de casa. En ese mismo momento le pido a mi mamá que me lleve a estudiar a ese lugar que mi imaginario concibe ya como una utopía. Préstamos de por me­ dio, largo viaje en tren a Ciudad de México (a practi­ car el sonido de la “ñ” con la familia de mis padrinos, así no dirán nada de mi español yucateco mis posi­ bles compañeras de internado); estancia en Guada­ lajara para seguir a Atequiza, Jalisco, donde está la Normal; noche que dormimos en el piso de una escue­ la primaria enfrente del internado (al igual que otras estudiantes yucatecas como yo); examen de admi­ sión muy de mañana del día siguiente, etcétera. Ex­ trañaré a mi papá y a mi mamá, a mis hermanos, a mis primos, etcétera. Seré maestra rural en los Altos de Jalisco y veré pasar a las enlutadas de Agustín Yáñez, etcétera. Seré maestra en Atotonilco el Alto, “no te andes por las ramas uy uy uy uy uy uy”; bailaré en el ballet folclórico y daré clases en una secundaria, en la prepa, y clases en otra secundaria ya no en los Altos sino rumbo a Chapala, entre los picones de Pon­c itlán, cerca de La Barca (en que me iré), etcétera. Iré los veranos a la Normal Superior de Tepic, Naya­ rit, y daré clases en la Prepa Uno de Guadalajara. Ingresaré a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, etcétera. Me iré a El Colegio de México y conoceré a Arreola, a Rulfo, a Borges, a ellos, a ellas, etcétera; más tarde a Sor Jua­ na, a Poniatowska, a Glantz y a cuanta amiga y ami­ gos escritores de los que soy lectora. Pero hace mucho rato que vine a California y vivo en (la Universidad de California) Santa Bárbara, don­ de estoy todos los días y diario vuelvo a México, a Guadalajara y a Mérida, como yucateca, yucatanense, yucatequista, yucatequera… Cuánta era, soy, ¿seré? Yo cambiaría esos futuros ya presentes de mi migración de cada día por aquella mañana mara­ villosa de un verano cuando en aquel palacio una mujer reina –mi madre– me entregó las llaves de mi destino •


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Bestiario de amor, Richard de Fournival, Universidad Veracruzana, México, 2012.

DEL AMOR Y SUS CRIATURAS EDGAR AGUILAR

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estiario de amor (Bestiaire d’ amour) es una pequeña joya literaria. Su autor, Richard de Fournival (1201-1260), fue un hombre de vasto conocimiento y de aficiones varias: clérigo, cirujano y poeta. Escribió obras relacionadas con las matemáticas, la alquimia, la astronomía, la filosofía, la música y la literatura, además de una autobiografía. Bestiario de amor puede leerse también como un tratado filosófico. Su composición, no obstante, hace de él un libro único en su género, lo que redundará en una obra fuertemente impregnada con el hálito de la poesía, o dicho mejor, de lo poético. Señala la cuarta de forros: “El tema del amor cortés era común en el mediodía francés del siglo xiii, como también lo era el bestiario, pero estos géneros nunca antes se habían combinado. Al contar y cantar los éxtasis y las agonías de su amor no correspondido, Richard de Fournival cambió los signos de su discurso.” Del discurso del bestiario, se entiende, para así otorgarle su autor el carácter que deseaba transmitir: persuadir a la amada de que su rechazo obedece a una “historia natural” en mucho semejante al apropiado o inapropiado –según sea el caso y el objetivo a demostrar– comportamiento de ciertos animales o aun de ciertas criaturas mitológicas (la sirena, el unicornio, Argos, la hidra o el dragón), de las cuales se hablaba todavía. “El Bestiario de amor se compone de un prólogo, 57 ejemplos de animales y un epílogo”, afirma Rafael Antúnez en su cuidada introducción. Es muy probable que se refiera a la obra original, puesto que en la presente edición se contabilizan cuarenta y nueve ejemplos (en algunos se repiten los animales, como son los casos del lobo, el león o el cocodrilo), y se carece de epílogo. Sea como sea, cada ejemplo con su respectiva “enseñanza” irá hilvanando el siguiente modelo aleccionador –valga la redundancia– en la forma de otro animal. Hubiera sido provechoso que el traductor –el propio Antúnez– indicara la fuente de su versión. Se intuye que traduce del italiano y no del francés (o por lo menos de un francés más cercano) por las constantes citas que hace en su prólogo de estudiosos italianos. Con todo, la traducción es loable. Por la época en que le tocó vivir, Fournival representa al fin y al cabo al hombre de creencias medievales, de ideas establecidas acerca del amor idealizado. El enamorado (y no el amante) ante la doncella inaccesible quien, por decir lo menos, ha de convenir exclusivamente en una sana amistad y, por decir lo más, ha de despreciarle. Sin embargo, la manera de concebir a través del bestiario el arte amatorio, que en algunos momentos poco tiene de cortés y sí mucho de conocimiento de la naturaleza animal y humana en general y femenina en particular, halla en su Bestiaire d’ amour un medio ejemplar. Más adelante, obras como El Decamerón, de Boccac-

cio, o el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, vislumbrarán con pasos agigantados el espíritu renacentista, en donde se habrá de romper con la vetusta noción del amor sacralizado •

Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México, Miguel Ángel Granados Chapa, Grijalbo/Proceso, México, 2013.

LAS PALABRAS DEL PODER Y VICEVERSA EDGAR MORÍN

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os primeros días de junio de 2009, Miguel Ángel Granados Chapa publicó un artículo que, con el tiempo, resultó profético: tras veinticuatro años en prisión finalmente había sido sentenciado Rafael Caro Quintero, aquel traficante de drogas perseguido por el asesinato de un agente de la dea en los años ochenta del siglo pasado. El periodista apuntó: “No estará lejano el día en que lo sepamos liberado”, como en ese momento recién lo estaba el exdirector federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, sentenciado por la autoría intelectual en el homicidio del periodista Manuel Buendía, hace veintinueve años. Cuatro años más tarde, Caro Quintero fue liberado, mientras que a Zorrilla lo reaprehendieron y hace apenas unas semanas fue enviado a la cómoda prisión domiciliaria de la que podría salir muy pronto. Granados Chapa ya no pudo ver ambos hechos, aunque en éste, su libro póstumo, da cuenta puntual de estos vínculos entre altos mandos de la policía política y grupos de narcotraficantes que a la postre fueron decisivos en la muerte del entonces periodista más influyente del país, lo que el autor llama el primer asesinato de la narcopolítica en México. Dividido en ocho capítulos, apéndices y cronología, buena parte del texto da cuenta de la trayectoria profesional de Buendía. Con prosa mesurada y apoyado en diversas fuentes, resulta útil para entender una época de la prensa mexicana donde destacan la sumisión casi absoluta al poder político (con honrosas excepciones), las amenazas y mecanismos institucionales de control, como el monopolio en la venta de papel o condonaciones a discreción para cooperativas y empresarios amigos con este tipo de deudas, las traiciones y el despido de periodistas incómodos, una precariedad laboral aún vigente, o las nada nuevas escuchas telefónicas. También son reveladores los medios y redes empleadas por Buendía para recopilar, ordenar o archivar información, el peso otorgado al humor, o las temáticas de su interés que pese al tiempo transcurrido mantienen vigencia: los jeques petroleros mexicanos y su corrupción, la privatización de la economía y el papel del Estado, así como las actividades de grupos de ultraderecha o de la cia . Igual de significativas son las partes dedicadas a la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, o al trayecto burocrático de su exdirector, que se inició como secretario particular de Fernando Gutiérrez Barrios, y escogió a uno de sus alumnos universitarios, Manlio Fabio Beltrones, para que lo

apoyara en dicha tarea. La desmemoria del expresidente De la Madrid, pese a encargar la investigación del asesinato al mismo Zorrilla aun en contra de la ley, o los intentos de Manuel Bartlett para desligarse tanto del exdirector de la dfs como de las sospechas por escándalos de narcotráfico que surgieron poco después de la muerte de Buendía: el caso Camarena o la fuga de Caro Quintero de un aeropuerto, gracias a credenciales de la dfs firmadas por el propio Zorrilla, o PepeToño, como en confianza le decían los comandantes que entregaban el tributo en efectivo. Tal cantidad de dinero le permitió amasar en pocos años gran fortuna (de la que no fue despojado pese al origen dudoso), con la que pudo contratar muy buenos abogados que lograron reducir su sentencia y que abandonara la prisión primero en 2009 y otra vez en 2013. Historias como ésta, entrecruzada con la de Caro Quintero, no sólo muestran que en México la impunidad tiene un precio que el dinero puede comprar. También son ejemplo del poder de las palabras, y la obra además proporciona elementos para entender el papel ético del periodismo. Por eso los crímenes contra periodistas ‒y el de Manuel Buendía es paradigmático‒ deben esclarecerse y sus responsables ser castigados. Por eso el exdirector de Seguridad no debió ser liberado. Es algo que ofende la memoria del periodista asesinado, de su gremio y de la sociedad misma • Filosofía, literatura y animalidad, María Luisa Bacarlett Pérez y Rosario Pérez Bernal (coordinadoras), Universidad Autónoma del Estado de México/ Miguel Ángel Porrúa, México, 2012.

FILOSOFÍA Y LITERATURA GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ

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ertrand Russell, quien llegó a la filosofía gracias a las matemáticas y se pronunció a favor de la paz y la racionalidad en la convivencia humana, afirmaba que el hombre contiene una porción en su ser que no quiere ser vista, que busca ocultarse, negarse, no reconocerse. Dicha porción tiene que ver con nuestra condición animalesca. Hay en todo ser humano una parte bestial y abominable, un monstruo que justamente por estar dentro de nosotros es nosotros mismos. La tradición filosófica occidental se ha empeñado en negar esta condición y ha desplegado, respecto del animal, una opinión de intolerancia, enemistad, demérito y descrédito. Se concibe el ser humano entonces como antítesis del animal. Éste no puede razonar ni saber, tampoco producir, innovar, creer y crear, perfeccionarse o mejorarse a sí mismo. El animal no es imaginativo ni inventivo, mucho menos moral y reflexivo. Esta es la idea que ha prevalecido; sin embargo, a pesar de esta relación de negación y exclusión respecto al animal, también existen pensadores que sugieren acercarnos a él para entendernos mejor a nosotros mismos. La obra que María Luisa Bacarlett y Rosario Pérez han coordinado resulta, en este sentido, funda-

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mental. Filosofía, literatura y animalidad es un libro que parte de una idea: la figura del animal ha servido, al menos en la filosofía occidental, para salvaguardar la particularidad humana; esto es, para alimentar la ilusión de una supuesta superioridad del hombre respecto a la bestia, la cual hoy se cuestiona y problematiza. Es cierto, el animal ha servido para pensar por vía negativa al hombre; se ha usado para enfatizar todo lo que en él hay de aborrecible, imperfecto, instintivo y malsano, pero un repaso cuidadoso por la historia de la filosofía nos permite hallar también a quienes subrayan la imposibilidad de explicar al hombre dejando de lado al animal. Los estoicos y Plutarco primero, luego Nietzsche, Deleuze, Derrida y Agamben más cerca de nosotros. Ellos propician, con sus reflexiones, un desbloqueo de nuestros lugares comunes al hacer notar la falacia que resulta de entender a la filosofía y la literatura como discursos distintos, separados, desvinculados entre sí o hasta opuestos. Filosofía, literatura y animalidad da cuenta precisamente de la relación que hay entre estos ámbitos. Una relación compleja, sí, marcada desde sus orígenes por el rechazo y la exclusión pero que hoy puede, a partir de nuevas pesquisas, resultar más fecunda. La literatura debe entenderse como experiencia del pensamiento, válida, autónoma e independiente. Es por ello, dicen las autoras recordando a Badiou, una máquina de pensar que, a partir de la sensación y la vivencia, da pauta a la filosofía para que ésta pueda conceptuar y teorizar. Quienes participan en esta obra parecen coincidir en que lo esencial de la literatura radica en provocar el pensamiento, es decir en desatarlo; también convergen cuando hacen notar que literatura y filosofía coexisten, se complican y complementan. Esta imbricación no borra sus especificidades, dicen, más bien las potencia. El animal literario, señalan Bacarlett y Pérez, “lejos de darnos la distinción clara y perfecta entre el hombre y la bestia, termina haciéndonos patente la zona de indiscernibilidad que existe entre uno y otro”. Por ello, analizar la relación compleja e imbricación profunda que existe entre el hombre y la bestia siempre será una tarea pendiente. El libro es, desde esta perspectiva, un intento serio que permite al lector cuestionar la visión antropocéntrica que coloca al hombre como un ser privilegiado, como centro de un universo que parece estar reducido a mero instrumento, destinado a la realización de sus fines. Asimismo, posibilita repensar la relación entre el hombre y la bestia, y no precisamente para aclararla o resolverla sino más bien para cuestionarla, problematizarla repetidamente. Literatura y filosofía, filosofía y literatura; ambas comparten intereses y preocupaciones; las dos tocan la realidad, la nombran y se valen irremediablemente del lenguaje para hacerse escuchar. Por ello hay entre estos ámbitos no sólo contacto sino contagio, porque si bien es cierto que la literatura no le resuelve los problemas a la filosofía, es preciso apuntar que cuando menos se los plantea •

Háblame de amores, Pedro Lemebel, Seix Barral, México, 2013.

AMORES, MEMORIA Y POLÍTICA GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ

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ividido en diez secciones, el reciente libro de Pedro Lemebel (Premio José Donoso 2013), titulado Háblame de amores es un recorrido por la memoria pretérita y reciente del afamado cronista, quien en los años ochenta dinamitó su propuesta literaria y su voz contestataria tanto en su trabajo literario como en el dúo que hacía con el poeta y performancero Francisco Casas en Las Yeguas del Apocalipsis. A diferencia de otros de sus títulos, en esta ocasión el escritor chileno plantea un abanico de temas y espacios más amplios, aunque sigue ocupándose de los lugares y personajes marginales con los que convive. En este libro sigue planteando de forma valiente su justificado desdén al establishment cultural y político: festeja la muerte del dictador Augusto Pinochet en las calles, le escribe una carta al ministro Piñera o relata el escupitajo que le lanzó a Luciano Cruz Coke, ministro de Cultura, mientras Lemebel paseaba con su amante ecuatoriano por las calles de Santiago. En Háblame de amores, Lemebel vuelve a los tópicos del amor, la experiencia sexual, los viajes y la rabia por la cínica presencia de los políticos y su desmemoria. El Amazonas, la ciudad de Quito, el aeropuerto de Santiago de Chile en donde se encuentra con la joven Camila Vallejo, Ciudad de México, Roma y otros lugares se convierten en los escenarios de la experiencia testimonial. Lemebel habla de personajes emblemáticos de la cultura latinoamericana como Mercedes Sosa, a quien conoció en los años ochenta, cuando ésta regresaba a Argentina, después de un largo exilio. El autor también relata, en su mejor estilo neobarroco, la disputa amorosa con el novelista Fernando Vallejo en la ciudad de Barranquilla por un joven. Sobre el asunto político, Lemebel arremete contra el presidente Piñera y su intento de modernización nacional; también recuerda esos años aciagos de la dictadura en donde el mismo festival de Viña del Mar era propicio para la represión a los disidentes. Lemebel no olvida a los comuneros mapuches, sus eternas luchas y su huelga de hambre, mientras en el Palacio de La Moneda se sirven exquisitas viandas que atragantan los políticos; se ocupa también de la funa que se organiza y sale a las calles con su furia, sus muertos en la mente y el reclamo de justicia. Finalmente, en este libro se aprecia el paso del tiempo en el escritor; crónicas como “Cómo olvidar

KAVAFIS , el viejo poeta de la ciudad Vicente Fernández González y Francisco Torres Córdova

tu pelo” refiere los intentos para controlar la calvicie, los tratamientos dermatológicos a los que se sometió y, finalmente, su renuncia al cabello, pues “el pelo es lo primero que se llevan las penas”. En “La Noy, Buenos Aires y el Malva”, el artista refiere su encuentro con un prostituto tucumano. Con conciencia y dolor escribe: “Abrí un ojo y lo vi tan polluelo tratando de excitarse. No importa, mi niño, murmuré al vacío. Cómo te vas a coger a esta vieja fea y calva. No hables así de ti. Tú vales mucho, me repetía mordiendo mi oreja. Y eso fue todo, ahí morí acunado por su tibio aliento susurrando palabras de alquiler de amor.” Con Háblame de amores Lemebel reafirma que su literatura es un ejercicio estético clave para la historia no sólo de Chile sino de Latinoamérica; la literatura en él es un trabajo con el lenguaje contestatario que supone el acto creativo, a la vez que un intento por materializar su memoria, sus amores a veces frustrados que llegan convertidos en auténticos poemas en prosa •

Grafías contra el planisferio paginado, Alberto Villarreal (selección y prólogo), unam, Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, México, 2012.

Con obras de Lucía l. Enríquez, Alejandro Ricaño, Gabino Rodríguez, Mariana Gándara, David Gaitán, Enrique Olmos de Ita y Javier Márquez está compuesta la presente antología de dramaturgia mexicana actual, que se suma a las de poesía, narrativa y ensayo, también actuales, que recientemente han sido publicadas en la misma colección.

Albricias Felicitamos a nuestro entrañable amigo y colaborador

Eduardo Lizalde por obtener el Premio de Poesía Federico García Lorca.

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Ocho poemas de Kavafis Textos sobre Basho, Braque y Concha Urquiza jsemanal@jornada.com.mx


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20 de octubre de 2013 • Número 972 • Jornada Semanal

Naief Yehya

Enrique López Aguilar

OS POEMAS MÁS RECORDABLES de Fundaciones fueron “Imagen” y “Del fuego”. Hay quien dice que todo lo que resulta memorable de un discurso verbal es poesía, sin importar su condición prosística o poética, oral o escrita; si eso es cierto, ahí estaban los tonos, algunos hábitos verbales y las mejores cualidades de la obra futura de Blanca Luz Pulido. Pasados cuatro años, llegó Ensayo de un árbol, plaquette que luego se unió a Fundaciones y a nuevos materiales en Raíz de sombras. La brevedad de la mayoría de los textos ya era un síntoma de las búsquedas de Pulido: encontrar la clave de formas que no parecieran truncas sino cerradas, operantes en sí mismas. Así, en sus primeras recopilaciones se perfeccionaron la concentración, el rigor, el juego de imágenes que tendía a la desnudez, a la inteligencia y, con ello, a una sensación de serenidad. A diferencia de Fundaciones, en Raíz de sombras no hubo desperdicio con los textos: habrá quien prefiera tal o cual poema sobre otros, pero ya no era posible hablar de tentativas cristalizadas azarosamente por aquí o por allá. Algunas influencias seguían vislumbrándose en este nuevo volumen, ahora veladas y asumidas como parte de la voz de Blanca Luz, quien imponía sus matices con tonos propios, aunque dejara entrever a sus sombras tutelares: “Largo es el viento que corre entre la espuma / y erige en vano su aérea muchedumbre,/ desnudo el alto vuelo de las olas/ en su imagen violenta prisión del aire” (“Palabras del ahogado”). Por otro lado, el poema extenso de Fundaciones dejó lugar al texto breve y los períodos largos del primer volumen se fueron convirtiendo en estructuras y desarrollos ceñidos, precisos (el poema más extenso era de dieciocho versos): “De tu piel a mi nombre/ acechan los silencios./ El tacto nos vigila, íntimo y ciego.// Puntuales, las horas nos dispersan.” Raíz de sombras fue un volumen tripartito en el que la contención de la autora sólo bosquejó el erotismo, en el caso de los poemas amorosos, pero desde una perspectiva pesimista. Cada reflexión y cada imagen señalaron la imposibilidad de la verdadera unidad erótica y el deterioro que produce el tiempo: el otro se comparte en el amor sólo durante un lapso breve y la unidad amorosa resulta defectuosa por naturaleza, ya que los trabajos eróticos parecieran contener su propia consunción: “No sólo te vas cuando miro tu ausencia/ juntarse entre mis dedos, cuando veo/ que el espacio se define y acoge las formas/ que tu silencio me devuelve./ Ya junto a mí, en la desnuda espera/ de marcharte, no era tu cuerpo/ sino el turbio testimonio de una pérdida.” Y por la fragilidad de los objetos, de las personas y de sus relaciones amorosas, todo cuanto rodea al hombre se convertía en un asunto deleznable y frágil (desde las palabras hasta las construcciones pretendidamente más sólidas por el entorno sociocultural). Sólo aquello que atentaba contra la consistencia de lo hu-

A LÁPIZ

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Capitán Phillips , de Paul Greengrass i

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N MARZO DE 2009 el buque carguero mv Maersk Alabama, comandado por el capitán Richard Phillips, zarpó de Omán en dirección a Kenia a través de las peligrosas aguas del Cuerno de África. Mientras, en un pueblo de pescadores desesperadamente pobres, en Somalia, el líder de una milicia ordenaba a los hombres secuestrar una embarcación. Ocho hombres que apenas se conocían fueron elegidos y se lanzaron en dos lanchas de motor al mar para encontrarse con un barco pesquero desde el cual después eligieron al Alabama entre los numerosos barcos que circulaban por ese estrecho, ya que se había alejado ligeramente de la ruta náutica. Ahí comenzó una confrontación con ecos de David y Goliat que, a diferencia de tantos otros ataques en alta mar, tuvo una enorme cobertura mediática y dio oportunidad al cineasta británico Paul Greengrass de llevar a la pantalla Capitán Phillips, filme estrenado en el Festival de Cine de Nueva York, y que es una adaptación del libro testimonial del capitán, A Captain’s Duty: Somali Pirates, Navy Seals, and Dangerous Days at Sea, que sirve como una reflexión sobre las relaciones de poder, la masculinidad y la justicia en un tiempo de depredación y pillaje, tanto de las grandes corporaciones como de toda clase de bandas criminales.

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mano parecía adquirir vigor en la poesía de Pulido, o lo que permanece afuera de las personas, es decir, el paisaje. Este tema parece uno de los más caros a la autora, desde Fundaciones y Ensayo de un árbol. El reino de las cosas, que depende de la mirada del hombre para su existencia, es también más perseverante y tenaz que la endeble criatura que lo puebla. En todo caso, es inquietante en la poesía de Blanca Luz Pulido el hecho de que el amor, una de las pulsiones que más atarea al ser humano, sea más frágil que cualquier lugar del mundo:“El paisaje se cansa de su gesto.// Un día/ desatará su inmensa cabellera/ y nada volverá a su antiguo nombre.” (“Paisaje”). Después de Raíz de sombras, Blanca Luz Pulido publicó Estación del alba, donde la novedad fue la presencia de algunas prosas. Pese a la relativa brevedad de su producción, Blanca Luz Pulido se ha mostrado como una escritora llena de rigor para trabajar el verso y ceñir sus formas, como una poetisa pudorosa para quien el cuerpo sólo debe mostrarse y entreverse en la palabra. La concentración de sus poemas hace de ellos la punta de un iceberg que invita al lector a explorar sus profundidades. En Blanca hay algo de Julio Torri (por lo módica) y su tono exige la intimidad, no importa el asunto al que se refiera. El símil que mejor le conviene es el de la música de cámara, el del bolero y el fado, el del claustro, el del petit comitè, el de la perfección miniaturista, el de la flama de la vela que ilumina la terrible oscuridad de la noche •

La confrontación tiene un carácter épico a tres niveles: 1. Un puñado de piratas escuálidos, armados sólo con kalashnikovs y una poderosa obstinación, desafían a un gigantesco navío y logran abordarlo a pesar de sus medidas disuasivas –ingeniosas maniobras de evasión y mangueras de agua a presión (los buques mercantes no estaban entonces armados). 2. Cuatro piratas logran poner en jaque al poderío militar estadunidense. 3. El conflicto más intenso se desarrolla entre el capitán Phillips (Tom Hanks) y el capitán de los piratas, Abduwali Abdukhadir Muse (el novato Barkhad Abdi), personajes que representan dos mundos distintos; por un lado, el marino-burócrata-clasemediero de Nueva Inglaterra, escrupuloso, frío y distante con su tripulación; por el otro, Muse, un líder a regañadientes que dice ser pescador (Greengrass pone en su boca la mención a la pesca industrial internacional que ha agotado el sustento de los pescadores somalíes), prácticamente no conoce a su equipo y su éxito depende de su capacidad de intimidar a sus victimas. Ambos tienen jefes a los que deben responder. Cuando se enfrentan en la negociación, Muse deja bien claro que sólo quieren dinero y que no son “Al Qaeda o terroristas”.

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Greengrass opta por mostrar una situación tensa y trágica con ojo clínico, como hizo en Bloody Sunday (2002) y en United 93 (2006); así enfoca la forma en que Phillips y Muse son los rostros de la confrontación, sus negociaciones y estrategias. Los somalíes están, obviamente, en desventaja, ya que no pueden controlar el buque, por lo que aceptan la oferta de Phillips de dejar la nave con 30 mil dólares en una lancha salvavidas (que parece una mezcla entre el submarino amarillo de los Beatles y un sarcófago egipcio). Pero en el último momento se lo llevan como rehén, con la esperanza de pedir 10 millones de dólares por él. Esto complica enormemente el rescate pues, si logran llevarlo a Somalia, las posibilidades prácticamente se evaporan. Aunque es complicado, el desenlace es bien conocido: la estrategia estadunidense es exitosa y el capitán es rescatado. La marina de eu aparece como una fuerza del bien, como el generoso y eficiente policía mundial que puede “ejecutar” en un parpadeo a tres piratas. Nada más atractivo a las fuerzas armadas de eu que mejorar su catastrófica reputación. Y si bien parece que eso es lo que logra Greengrass, la realidad es que los infantes de marina se presentan simplemente como asesinos mecanizados. iv

Este conflicto asimétrico es un choque de intereses entre criminales y mega corporaciones, de ahí que resulta difícil humanizarlo sin resbalar en la propaganda o en la culpa liberal. La cinta de Greengrass puede ser vista como una celebración del poder y de la precisión militar estadunidense, o como una metáfora del choque entre civilizaciones, entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, entre la nación más poderosa del mundo (representada por tres buques de guerra y los Navy Seals, como los asesinos de Osama bin Laden). Sin embargo, aunque el ataque supuestamente no tiene nada que ver con ideología, tiene todo que ver con ideología, ya que el capitalismo (no lo olvidemos) es ideología •

JORNADA VIRTUAL

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Las fundaciones poéticas de Blanca Luz Pulido (ii y última)

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Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola

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Sandra Pani: Mi yo intangible En la esencia sutil que no percibes está la esencia del enorme árbol. En eso que es la sutil esencia, todo lo que existe tiene su yo. Eso es lo Verdadero. Eso es el Yo. Aldous Huxley, La filosofía perenne

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A PINTURA DE SANDRA Pani se origina a partir de una experiencia interior. Desde sus inicios, el cuerpo y sus partes en un diálogo íntimo con la naturaleza han sido el leitmotiv de un trabajo que se caracteriza por un gran aliento poético y estético. En sus obras, Pani reconoce, como en un espejo, las huellas más profundas de su yo intangible y las traduce plásticamente en el lienzo o papel en un lenguaje sutil, delicado, de una exquisitez extrema. La singularidad de estas piezas reside en la tensión entre lo que se ve y lo que se esconde, lo que surge imperceptiblemente entre los diferentes planos superpuestos que se suceden, unos a otros, con cierta timidez. O quizás convenga decir: con cierta discreción. En todo caso, con armonía y ritmo melódico. Pani recurre a la figura para crear obras abstractas en esencia, logrando un balance entre lirismo emotivo y gestualidad calculada. Sus cuerpos-árboles, órganos-flores, brazos-ramas, corazones-semillas, son metáforas que remiten a una búsqueda de identidad que vincula su paisaje interior con el mundo natural, conformando un todo orgánico que pertenece al orden de lo sensible y al terreno de lo posible. En su proceso creativo se deja llevar por el ritmo de la cadencia musical en un fluir sin conciencia en el que lo interno y lo externo no están demarcados por una frontera precisa. Sus pinturas están hechas de gestos pausados y ritmos armónicos que se palpan a través de los delicados velos con los que construye sus obras en papel o las capas de pintura sutilmente aplicada en los lienzos. La fineza de los trazos se combina con la delicadeza translúcida de los papeles, creando un juego semántico que propone diversas lecturas. El trabajo de Sandra Pani me remite a la tradición del haikú, donde el vacío es la parte medular de la expresión poética. Pani sabe equilibrar las formas con el vacío y en sus obras recientes reduce los elementos formales a la mínima expresión para conseguir una imagen limpia y condensada en la que el

Mi yo intangible

vacío se convierte en una presencia contundente. Más que buscar la representación de las presencias, la artista opta por presentar las ausencias. Actualmente puede verse la exposición titulada Mi yo intangible en el Instituto Cultural de México en Nueva York, donde las obras son una invitación a la contemplación y requieren de la complicidad del espectador para mirar más allá de lo aparente e hilar los lazos comunicantes que hacen visible lo que se oculta entre sus capas epidérmicas. La mirada deviene un medio de conocimiento y simultáneamente se torna en el objeto de dicho conocimiento. Al contemplar la naturaleza, el hombre se hace consciente de sí mismo. Así pues, la pintura de Sandra Pani es expansión de la consciencia a través de la cual se propicia el contacto entre el espectador y su entorno natural y tiene como resultado la fusión entre sujeto y objeto. “Antes de pintar un Bambú tiene que crecer dentro de uno”, escribe el poeta y pintor chino milenario Su Dongpo. Tal pareciera que Pani hace suya esta evocación y cultiva con delicadeza y sosiego todo un paisaje en torno a su yo interno. La suya es una mirada intuitiva al corazón mismo de la naturaleza para aprehenderla y abstraerla. La abstracción como síntesis de la esencia de lo material para alcanzar el orden de lo espiritual. Ya Aristóteles, en plena búsqueda de lo espiritual en la creación artística, señalaba que la finalidad del arte no es copiar la apariencia sino dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas. En la búsqueda de su yo intangible Sandra Pani se adentra en sus vericuetos internos, escudriña sus paisajes interiores, los trastoca, y plasma en sus pinturas un coro de voces quietas que entonan metáforas melódicas de una música callada •

Thom Yorke

Instrucciones para ver a Atoms For Peace

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RIMERO ESTUDIE LA POLÉMICA coreografía de Thom Yorke en “Lotus Flower”. Hablamos de ésa que implica pegar los codos al cuerpo casi lastimándose las costillas, para entonces doblar muñecas en un claro abandono de las manos. Alcanzada la contrahechura, contonee la cadera y en pequeños atisbos de brinco mueva la cabeza de un lado a otro. Puede o no poner cara de experto en computadoras. Eso depende del compromiso que tenga con su personaje. Si es hombre conviene tener una barba rala, aparentemente descuidada, que bajo lentes de armazón grueso lo dote de aires intelectuales. La cima de su creación llegará si, aprovechando la longitud de los bigotes que ha conquistado su paciencia semanal, consigue darle dos o tres giros a cada punta con un poco de gel, lo que inmediatamente sembrará la sospecha de que usted ha estado recientemente en Seattle o Brooklyn, que maneja bicicleta, tiene un par de tatuajes, un perro que sabe comportarse en la cafetería y, además, que está preocupado por el reciclaje, disfruta el café de Coatepec y sabe de mezcales oaxaqueños. Si es mujer, siga las mismas indicaciones coreográficas, olvide el tema de la barba y el bigote (a menos que por asuntos hormonales pueda atenderlo) y póngase seria. Permítase fugaces momentos de ensoñación entornando los ojos y, arremangada la camisa a cuadros que podría ser de su novio, exprese vocalmente los arrebatos del espíritu. Esto se logra con relámpagos guturales que, tómelo en cuenta, deberán ser largos y energéticos, pero bien espaciados. Usted no es una fan de Justin Bieber que agota gasolina en los primeros gritos. Si escucha concentradamente notará que sus más avezadas competidoras ocuparán con habilidad los pocos huecos del aire y que, aún mejor, lo harán mirando al piso como si nada importara. Imítelas sin tiento. Todo esto, desde luego, sucederá de manera más fluida mientras más caro sea su boleto. Recuerde: lugares como el Pepsi Center no están diseñados para que los de atrás o los de arriba disfruten por igual. Aquí se prefieren divisiones mal pensadas, baños mal ubicados, distancias absurdas para los balcones y un techo elevado que exija el abuso de las frecuencias graves so pena de perder interés en la audiencia. Bajo esta premisa, sépalo, hasta los mejores ingenieros de sonido sacrifican el deleite de distinguir distintas capas apostando por lo único viable: el volumen. Que eso no amilane su impulso de filmar videos con celular, aunque suenen asqueroso. Una vez con la coreografía, el atuendo y el sonido en funcionamiento, sú-

mese al culto a la personalidad que se despliega desde el tinglado. Para ello es fundamental conocer esos cuerpos en éxtasis que conforman Atoms For Peace. Primero tres leyendas. Thom Yorke, cantante, guitarrista y pianista, es el famoso líder de Radiohead. Flea, el bajista, es miembro de los Red Hot Chili Peppers. Nigel Godrich, tecladista y guitarrista, ha producido grabaciones de innumerables estrellas, incluido Paul McCartney. Luego están dos músicos de apoyo. El baterista, Joey Waronker, quien ha prestado servicios a rem y Beck, y el percusionista Mauro Refosco, quien ha tocado con David Byrne. Saber esto le dará tranquilidad al presumir que estuvo en el concierto en que “se debía estar” aquella noche de octubre. Agregue frente a sus amigos, además, que vio pasar a distintas estrellas de la escena azteca, todas interesadas en los nuevos derroteros del mainstream global. Diga que, a Dios gracias, se la pasó bailando. Destaque que pocas veces se consigue todo en un mismo paquete: actualidad, calidad, rock, pop, electrónica y aceptación de una masa a todas luces inteligente. Claro, también dése tiempo para pensar en la música. Porque sí, lejos de bailes, ropas, sonidos, trayectorias y del usufructo que las personas ensayan tras estos conciertos… hay música que lucha por no ser desechable. Explique por qué le gustó el evento. ¿No puede? Estése tranquila, tranquilo, hoy domingo le regalamos argumentos y lugares comunes. Diga que Atoms For Peace vale la pena como espectáculo aunque su disco sea un tanto débil; que sorprende la claridad de su propuesta pese a incluir caprichos y repertorios variopintos; que celebra el trance polirrítmico y machacón; que les perdona la caricatura que de sí mismos reiteran para afianzarse como “los raros”. Así las cosas, antes de prepararse para el siguiente y obligado concierto, le pedimos finalmente que queme y olvide estas instrucciones. Por favor. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 972 • 20 de octubre de 2013

ARTES VISUALES

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20 de octubre de 2013 • Número 972 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Ana García Bergua

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ACE DÍAS SOÑÉ QUE una mujer de muy baja estatura me enseñaba ruso. En lo que esperábamos a otros alumnos, se paraba frente a mí en la entrada del salón de clase, sin dejarme pasar, y me iba pidiendo que repitiera palabras. Yo las repetía con gusto y cierta facilidad: eran palabras de sonidos siseantes y chisporroteantes; al decirlas sentía una alegría gustosa, como si saboreara un curioso banquete de palabras. Pero sólo las podía decir una vez; en cuanto terminaba de repetir cada palabra, la olvidaba. La mujer nunca regresaba a la palabra olvidada; pronunciaba otra, que yo repetía con gusto y, de nuevo, la sentía desaparecer adentro de mí, con tristeza. No sé cuántas horas repetí y olvidé las palabras de la maestra de ruso; el tiempo de los sueños es chicloso y a veces una experiencia de angustia o confusión que nos parece eterna dura en realidad un par de segundos. Mis compañeros de la clase soñada nunca llegaron. Nunca entré al salón, ni conservé las palabras aprendidas. Más allá de las interpretaciones psicoanalíticas, los sueños siempre tienen para mí algo de mensaje misterioso o de novela de Graham Greene. Especialmente éste: pensé que la mujer de mi sueño podía ser mi madre, pues no era muy alta y en su juventud aprendió ruso, cuando trabajaba como secretaria en la embajada checoeslovaca para unos funcionarios que en su país de origen habían tenido los empleos más humildes y, según nos contaba ella, en las grandes recepciones contrastaban mucho con los grandes diplomáticos del resto de las embajadas. En el México de los cincuenta, mi madre pertenecía al mundo del otro lado de la Cortina de Hierro –la cortina existía también aquí, aunque no la viéramos–, aprendía ruso, como hubiera podido ocurrir en una novela de Graham Green si aparte de todo hubiera sido espía, lo cual habría teñido nuestras vidas de emociones h i tc h co c k e a n a s a u n q u e d e l b a n d o opuesto, que por suerte no vivimos. Por otra parte, para cuando mis hermanos y yo nacimos, ya no quedaba rastro de aquella vida suya en el aciago mundo de la Guerra fría; si acaso los ejemplares del Boletín de la urss que le llegaban a papá en un muy buen español –los traducía, creo, una refugiada española–, ilustrados

con fotografías en technicolor de películas para mí inimaginables. Sin embargo, de vez en cuando brotaba de algún rincón el cuaderno en el que mamá anotó con gran cuidado y aplicación sus lecciones de ruso, el alfabeto cirílico muy bien trazado, las equivalencias, misteriosas para mí, entre dibujos y palabras. ¿A quién le habría dicho aquellas palabras?, ¿habría usado alguna vez sus lecciones de ruso en alguna conversación a la mitad de un coctel de la embajada (¿gusta un camarón? Spasiva, tovarich)? Mamá ya no está en el mundo para preguntarle. Si algo simpático tienen las lecciones de idiomas –tan distintas a la experiencia del que vive en otro país y no le queda más remedio que aprender la lengua como quitando piedras para poder caminar–, son esas conversaciones imposibles con ingleses, franceses o italianos teóricos. Mi hermana y yo aprendimos a decir en alemán que hoy mismo salíamos a Franckfurt, para ir mañana temprano a Hamburgo. “Luego me regreso a casa”, añadíamos. Nunca se lo hemos dicho a nadie, ni nuestras vidas son tan mundanas. Pero confieso que el ruso –y la ilusión de poder conocer, algún día, San Petersburgo– siempre me ha dado curiosidad (simple curiosidad: algún pedante diría que para poder leer a Dostoievsky y a Tolstói en su idioma o algo así; la verdad no llego a tanto y me conformo con leerlos bien traducidos). Un día, hace como cuatro años, busqué en Youtube clases de ruso; quizá, pensé, lograré hacer decir algunas palabras a unos rusos teóricos en alguna novela de espías. Encontré múltiples lecciones. Elegí una en la que una chica muy mona pedía a los alumnos virtuales del otro lado de la pantalla que repitiéramos los más sencillos, primeros, elementales saludos. No logré decir nada –además de sentirme bastante rara–, pues no entendía con qué parte de la boca o la garganta debía pronunciar las sílabas. Luego de algunos intentos infructuosos, lo dejé por la paz. Esa vez pensé que sin duda nec e sitaría un maestro presente, que me fuera guiando por los sonidos de las palabras, como la mujer de mi sueño. También, debo confesarlo, las olvidaba nada más decirlas, como si se cerrara la puerta de un salón al que nunca se logra entrar, como aquella casa enorme –¿se acuerdan?– de la embajada rusa •

Esclerosis

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EMOS TRUCADO FUTURO POR atrofia. Las vías de diálogo en la sociedad se cierran con la tozuda astringencia de un régimen refractario, odioso, impositivo, mentiroso, habitado por hombrecitos que se marean cuando trepan al ladrillo de su nombramiento y solamente prestan oído a las alabanzas de cortesanos zalameros que, como en el caso deplorablemente ejemplar de las televisoras, en realidad se sirven de ellos para seguir manejando el destino de la nación de acuerdo con una particular agenda que desemboca en un solo fin: lucrar. Es, por más históricas vueltas que le demos al asunto, inexplicable: el gobierno no es electo, la democracia es un montaje mediático –tan bien armado que logra confundir a más de uno allende fronteras, que se cree el teatro y piensa que en México elegimos a nuestros gobernantes, hecho insólitamente único, aunque luego significara enormes decepciones, en el caso del derechista empresario marihuanero Vicente Fox en 2000, porque en realidad, fuera de esa peculiar, estrambótica e inútil rareza de botas vaqueras, los mexicanos no hemos tenido a los presidentes que fueron votados mayoritariamente y de manera verdaderamente libre quizá nunca– y los grandes intereses nacionales son continuamente postergados, evadidos, simulados para atender las exigencias mezquinas y en no pocos casos o intensidades profundamente injustas, desde atentados ecológicos hasta masacre y genocidio de un puñado de poderosos que tienen en el pueblo, numeroso y mayormente pobre, ignorante, fanatizado, enajenado y dúctil, poco menos que sujeto de profundo desprecio mientras no se le pueda sacar partido: venderle comida chatarra, sentarlo a mirar anuncios publicitarios que alimentan un emporio televisivo o, redivivo y sexenal, estrujarle el voto. El resto del tiempo lo emplea la Nomenklatura en simular que se atienden las grandes demandas nacionales mientras se obtienen los mejores réditos que sea posible. Al costo que sea. Caiga quien caiga. Chínguese quien se chingue mientras no se trate, claro, de alguno de los benjamines de esa cúpula siniestra. El movimiento magisterial de reciente ebullición, en su desespero por ser escuchado y detener reformas que no son educativas sino laborales y además terriblemente injustas, apostó a la movilización que paraliza, al bloqueo y al plantón. Quizá resulte como estrategia en algún momento justificable, pero parece estársele revirtiendo la intención. Nadie entre sus líderes parece haberse puesto a pensar que obliterar vías públicas le viene al régimen como regalo: justifica la represión, porque esclerosis es, precisamente, endurecimiento. Creo que hay casos en que la misma autoridad ha estado usando los plantones de los maestros para a su vez hacer absurdos cortes de vialidad y bloqueos que enfurecen al resto de la gente, que trastocan las circulaciones y entorpecen sus actividades. El resultado es una constante bipolaridad en la opinión pública, un radicalismo deses-

perado de las partes, que aquellos que apoyamos la causa magisterial también lleguemos a decir “no tienen madre, por su culpa no pasó la ambulancia”. Al final, el ganón es el podrido régimen experto en triquiñuelas, el gran perpetrador del crimen de Estado y sus cómplices. Ese falansterio de perfectos perversos hijos de la chingada tan acostumbrados a salirse con la suya. Pero la esclerosis no es sólo del acar-

tonado sistema educativo. Allí está el cierre del grifo presupuestal. Allí la aparente libertad de expresión mientras se articulan particulares, disimuladas persecuciones. Allí lacerante como pocas taras nacionales la inequidad en la justicia, la impunidad de los uniformes cuando roban, secuestran y asesinan con o sin patente de corso. Allí los infames atrasos en el sistema de salud mientras se tima a médicos y enfermeras en los sistemas estatales de pensiones, como en Veracruz. Allí, infamante, la permanencia en puestos públicos de verdaderos delincuentes, desde viles y habilidosos ladrones hasta depredadores sexuales y homicidas, porque son primos del cuate del gobernador, o cuñados del secretario, o hijos de un congresista. Allí, a pesar de titánicos esfuerzos de unos pocos, la cultura encallada en un arenal de vulgaridades y mediocridad, telebasura y burocratismo imbécil. ¿Qué persigue el gobierno con esta parálisis? ¿A dónde apuntan y a quién benefician a largo plazo sus omisiones y crímenes de Estado? ¿Es todo esto simple subproducto de la entropía, un concierto ominoso de azar e ineptitud? La respuesta cifra el futuro •

CABEZALCUBO

Aprender ruso

PASO A RETIRARME

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Orlando Ortiz

La cáscara guarda al palo

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ACE ALGUNOS MESES ALGUIEN me preguntó si los intervencionistas franceses habían civilizado a nuestros connacionales, cuando vinieron en apoyo al imperio de Maximiliano. Solicité que me repitieran la pregunta. Precisaron: seguramente fueron ellos o los estadunidenses los que trajeron la costumbre del baño, pues los indígenas son (eran) muy sucios. Confieso que no me dio un infarto tal interrogación, más bien me provocó una sonrisa amarga, pues reflejaba esa discriminación casi atávica que traemos a cuestas los mestizos (o, si se prefiere, los neomexicanos).

¿Cuál fue mi respuesta? La inmediata: que los perfumes franceses eran famosos desde entonces –incluso desde antes de ese entonces– precisamente porque servían para cubrir olores corporales acumulados por semanas o meses de hombres y mujeres que parecían súbditos ciegos de la conseja: “quien mucho se baña, la salud deja en el agua”, que traducida a nuestro humor de rurales raíces sería: “la cáscara guarda al palo”. El arribo de los españoles, según parece, erradicó de los “incivilizados” gentiles del continente recién descubierto la nociva costumbre de limpiarse el cuerpo con agua, en los ríos, o en el temazcal. Los conquistadores, y sus mujeres, preferían prácticas más “saludables e higiénicas”, como limpiar sus cuerpos cada viernes de San Juan pero no con agua, sino con tuétano o manteca. Si tomamos en cuenta que en la Antigüedad el baño era costumbre en Grecia, Roma, Egipto, etcétera, de inmediato salta la pregunta: entonces, ¿de dónde surgió el “sano” hábito de no tocar el agua ni con la punta de la uña? Porque tan sana costumbre data de la Edad Media o de antes. A propósito de este asunto, don Artemio del Valle-Arizpe relata que la ínclita Isabel la Católica juró que no se cambiaría de camisa mientras los árabes estuvieran en territorio hispano, en otras palabras, que lo haría cuando los moros fueran arrojados de Granada; al decir de algunos, cumplió su palabra al pie de la letra, pues la camisa que se quitó tenía tal color que a ella se debe la invención de llamar “isabelino” al color pardo. Una anécdota más, proporcionada por don Artemio, es la de que Margarita de Navarra, famosa por sus libidinosas inclinaciones –que seguramente culminaron en buen número de ayuntamientos–, acostumbraba lavarse solamente las manos cada semana; y no siempre, sólo cuando se acordaba de hacerlo. En este caso, pienso, debe suponerse que era extremadamente hábil en las lides amorosas, pues de otra manera la imaginación no me alcanza para pensar

que hubiera galanes capaces de soportar el hedor que había bajo sus faldas. Y ya que por las faldas andamos, otra anécdota al respecto es que cuando Isabel ii, hija de Fernando vii , fue desterrada a París, quiso hacerse unos chapines y llamaron a un afamado zapatero, mismo que se desmayó cuando la infanta levantó su falda para que el artesano midiera su pie. La terrible hediondez seguramente se localizaba en el pie y más arriba. Recuerdo haber leído por aquí y por allá anécdotas similares de personajes de la aristocracia o de la nobleza de otros países europeos, no sólo de España, cuyo tufo debió ser insoportable porque eran enemigos del agua y el jabón. No es necesario ser un agudo pensador o analista para ver de inmediato las orejas de la causa de tal fobia: la religión católica que traían encima tales sociedades, no sólo sus gobernantes. Bañarse implica desnudez, y la desnudez conduce al pecado de la lujuria, la infidelidad, las relaciones sexuales extramaritales, y si no hay pareja a la mano con la mano basta y no es menos pecado. Lo interesante es que todo eso se daba en palacios, jacales e iglesias, según testimonian numerosos textos que van de lo humorístico a lo crítico, pasando por la crónica. Cuenta don Artemio que en el siglo xix mexicano, en Ciudad de México había baños públicos, algunos eran para hombres y mujeres (separados, porque entre santa y santo, pared de calicanto), y uno que era exclusivamente para mujeres, las cuales se bañaban desnudas y metidas en una reducida tina de madera, ignorando al bañero que les acarreaba el agua caliente o fría en cubos de madera. Creo que la Iglesia se hacía de la vista gorda y permitía que tan lascivas y promiscuas prácticas continuaran porque ella estaba más ocupada combatiendo a los herejes liberales que intentaban arrebatarles poder y canonjías, y lo que es peor: separar la Iglesia del Estado. Después de todo, el pecado de la carne no debe ser tan nefasto como pretendían •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Caída libre

E

N GRAVITY ( eu , ALFONSO Cuarón, 2013), no es una cápsula espacial lo único que va en caída libre: con ella, pero habiendo comenzado su precipitación vertiginosa desde mucho antes, van cayendo sin remedio muchas otras cosas, no solamente los fragmentos del telescopio Hubble, de la Estación Espacial Internacional y de una cifra indeterminada de satélites hechos trizas que, de acuerdo con la trama, fueron impactados por la reacción en cadena de un primer y deliberado golpe destructor contra un artefacto ruso, cuyos restos han quedado fuera de control.

No se trata, por cierto, de la fuerza de gravedad a la que alude el título del filme, ésa que el centro de la Tierra ejerce sobre el planeta entero y sus alrededores, sino de una suerte de anti/super/ gravedad, paradójica como pocas, que aplica toda su influencia contra filmes que, como es el caso, vienen precedidos y viajan en compañía de dos o tres pasajeros que invariablemente acaban siendo fatales polizones: puerilidad, comparación injustificada y sobredimensionamiento. Anti/gravedad en el sentido que, sin el prefijo, tiene la raíz de la palabra, ya que con “grave” se designa, entre otras cosas, algo “de mucha entidad o importancia”, que es como Muchagente ha querido ver este cuento que, por desgracia, deja caer muy rápido la densidad, el peso específico que muestra en el arranque, para dejar que trepe a bordo la puerilidad implícita de lo inverosímil, por un lado, y de lo bobamente simbolista por el otro. Para no gastar la tinta en ejemplos que reiteren, a propósito de inverosimilitudes dígase nada más que el origen del conflicto entero, es decir el impacto de la pedacería descontrolada viajando a velocidad letal en el espacio, la primera vez que aparece convertida en proyectil multiplicado, por mera probabilidad si se está en trayectoria de colisión, obviamente rompe, troza, perfora y mata –ahí el horror de tintes gore de un rostro abocardado–, pero más tarde, cuando la trama no puede permitirlo porque de lo que se trata es de que la protagonista sobreviva, esa misma lluvia de metales orbitantes con su filo mórbido y su velocidad que mata, aunque sean millones y de nuevo coincidan en sus coordenadas, no le tocan un pelo a la astronauta. Dígase también, a propósito del simbolismo simple, que así se mira, simplón hasta ser bobo, el hecho de que Sandra Bullock, la protagonista, sea una astronauta estadunidense que se salva del desastre y vuelve a la Tierra, porrazo de por medio, metida en una cápsula hecha en China y ataviada con un traje de cosmonauta ruso: vaya a saber a santo de qué pluralismo político-side-

ral, con tales torceduras de argumento quería darse un mensaje de hermandades imposibles ante un desastre como el que implicaría, en la realidad, la destrucción masiva y repentina de las telecomunicaciones vía satélite. En justicia, la super/gravedad –con la raíz “grave” en el otro sentido que tiene, es decir,“que está muy enfermo”– no corresponde a la película sino a quienes se evidencian incapaces de ahorrarse la comparación injustificada, sobre todo con una de las obras maestras de Stanley Kubrick: nomás ven astronautas y naves espaciales y ya le quieren hallar continuidad con David Bowman, la Discovery y la cruel computadora Hal. En Gravity no hay absolutamente nada que permita, o al menos que sugiera, compararla con 2001; la primera es una historia sencillísima de desastre y salvación a pesar de los pesares, muy a la Hollywood, y la segunda es, como Todomundo sabe, una teoría no sólo del origen y destino de la humanidad, sino de la inteligencia misma. De ahí emana, inevitable como el escape del oxígeno en una cápsula espacial que ha sido perforada, el sobredimensionamiento: Gravity se encuentra a años luz de ser algo más que una película “para el do mingo”: técnicamente muy bien elaborada, a ratos deslumbrante en términos icónicos, irreprochable por lo que hace a la factura de los aquí necesarísimos –y, por ende, obvios– efectos especiales digitales vanguardistas, e incluso, aunque no de tiempo completo, en cuanto al trazo dramático de los personajes, en particular el que interpreta George Clooney. Pero nada más, ya que por su propio peso y en caída libre, chocan contra el duro suelo las pretensiones de cualquier filme cuya mejor recomendación acaba siendo lo mucho que se ha gastado en ella y lo muchísimo que después se embolsan sus ejecutores. Busque el amable lector lo que se ha escrito sobre Gravity, para comprobar que Todomundo sigue apantallándose más por la cifra estratosférica de dólares que por eso que, Cuarón dixit, sucede en la estratosfera •

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 972 • 20 de octubre de 2013

PROSAÍSMOS

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ensayo

20 de octubre de 2013 • Número 972 • Jornada Semanal

De fronteras, migraciones y lluvias Sandra Lorenzano

¿

Migraciones? ¿Fronteras? Vivo entre el ansia por encontrar un territorio y la resistencia a anclarme. Por eso deambulo intentando hacer caso omiso a las fronteras, salvo cuando en la garita de Otay, allá, en plena línea divisoria entre ellos y nosotros (aunque muchos de esos ellos sean también nosotros y al revés), junto a uno de los monumentos más horribles que hemos sido capaces de crear (¿han visto ustedes esa obra que dizque rinde homenaje al jarabe tapatío? ¡Le dan ganas de escaparse a cualquiera!), allí digo en el norte norte, cuando me miran con cara de que soy una transgresora (¿me saben algo? Me siento culpable a priori. Soy culpable, a priori y a posteriori), casi delincuente y de que no saben si me dejarán pasar del otro lado. Y soy una privilegiada, lo sé, porque tengo visa y no tengo que arriesgar la vida para ver a mi familia o a mis amigos del otro lado, no me violan como a los miles de mujeres migrantes que salen de nuestro país o pasan por él cada año. Ni me retachan a la primera de cambio. ¿Migraciones? ¿Fronteras? Geográficas, genéricas (de géneros literarios y sexuales), afectivas. He deambulado por todas, con esa misma ansia que les decía por encontrar un territorio y la resistencia a anclarme. La escritura rodea, palpa, las fronteras, los límites. Del sur al norte y de regreso, en la memoria, en el deseo. Del ensayo a la novela, del cuento a la poesía; también en la memoria; también en el deseo. ¿O cuál será la regla, la ley, el papel, que me obliguen a hacer mi hogar en otro cuerpo que el deseado? ¿Fronteras? ¿Migraciones? Nací el mismo año en que Luchino Visconti estrenaba Rocco y sus hermanos, esa impresionan-

te película, maravilla del neorrealismo italiano de este aristócrata seducido por el marxismo, que habla de la vida y de la muerte, de los sueños y los dolores, como hablan las cosas que verdaderamente valen la pena; y que habla también de la migración interna de Italia, de un pauperizado sur a un moderno y pujante (y prejuicioso) norte. Los cinco hermanos P a ro n d i l l e g a n a M i l á n d e s d e l a P o t e n z a profunda, con una madre que es todas las madres, “madre coraje” que presiente la tragedia en la piel. La película fue siempre una suerte de objeto de culto en mi familia, casi un fetiche. Recién ahora puedo entender por qué (o inventar el porqué). Hacia el final del filme, un jovencísimo Alain Delon –Rocco– le dice, con lágrimas en los ojos a su familia mientras celebran su triunfo como boxeador: “Mi verdadero deseo es volver a nuestro pueblo, a nuestro hogar”, y volteando a ver al menor de sus hermanos, agrega: “Tú sí podrás volver, Luca… Nunca olvides que somos del pueblo del olivo…” Debo confesar que después de haber visto peleas, desalojos, violaciones, robos, golpes, injusticias y demás horrores que la película muestra, esta es la única escena que me hace llorar. “Mi verdadero deseo es volver a nuestro pueblo…”. La frase: “Tú sí podrás regresar, Luca” me recuerda al poema “Ulises a Telémaco”, de Joseph Brodsky, otro inmigrante, en otra época y, sin embargo, el mismo desgarramiento, la misma imposible nostalgia: “No recuerdo ya cómo acabó la guerra, / ni cuántos años tienes hoy. / Hazte hombre, Telémaco, y crece. / Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.” ¿Pensarían nuestros abuelos en el regreso a su pueblo, como Rocco? ¿Piensan todos los

exiliados, los migrantes, los desplazados, los desterrados, en el regreso? Hay quienes permanecen atados a la nostalgia, al pasado, y hay quienes se incorporan a la nueva realidad, con mayor o menor esfuerzo. “Y sin embargo –escribió Nabokov–, algún día miraré por la ventana y veré un otoño ruso.” Él se preguntaba por el otoño, yo me pregunto por la lluvia: ¿Cuáles son las lluvias que me mojan? ¿Dónde están aquellas que eran cómplices de los días de escuela en el invierno? Mamá nos servía el café con leche, y veíamos caer la tormenta con la alegría del que sabe que le espera no el guardapolvo blanco de todas las mañanas sino largas horas de juego, sin salir de casa, oyendo el repicar de las gotas en el techo. Bendecíamos la lluvia como si fuéramos campesinos. Y ahora, ¿cuáles son las lluvias que me mojan? Juan Gelman tituló “Bajo la lluvia ajena” el largo texto que incluyó en el libro Exilio del que es coautor junto con Osvaldo Bayer. “La lluvia ajena.” De pronto pensé que me convertí en argen-mex no el día de 1983 en que me llamaron de la Secretaría de Relaciones Exteriores para decirme que yo era “oficialmente” mexicana; tampoco cuando al poco tiempo me llamaron, ahora de la embajada de Argentina en México, para decirme que la nacionalidad argentina es irrenunciable, con lo cual ambas instituciones fomentaron y alimentaron lo que yo ya sentía como una esquizofrenia galopante. Decía que no me convertí en argen-mex entonces, sino el día en que la lluvia que caía en la ciudad dejó de ser ajena y se volvió tan mía como aquellas que nos regalaban una mañana completa de juegos y libros en el invierno porteño •

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