La Jornada Semanal

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Luis Villoro

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 8 de diciembre de 2013 ■ Núm. 979 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

nueve décadas y más I sabel C abrera , C armen V illoro , J uan V illoro

La restauración agónica: el primer año de EPN


Faltaría espacio para referir completa la impresionante trayectoria intelectual y académica de Luis Villoro, médico cirujano, investigador, catedrático, doctor en filosofía, miembro de El Colegio Nacional, embajador de México ante la UNESCO, así como autor de libros, ensayos y artículos fundamentales sobre

de asombros

bazar C

Hugo Gutiérrez Vega En torno al sinarquismo

ada uno de los campesinos reunidos en la pla­

2. Enrique Morfín, miembro de la Sinarquía Nacio­

za de armas de la ciudad de León llevaba dos

nal, me contaba que los jerarcas del movimiento

o tres banderas en sus manos destrozadas por el

iban a Madrid para estudiar en la Academia de

trabajo. El orador era Juan Ignacio Padilla y de su

Mandos de la Falange Española. Hay fotos en las

boca salía un montón de compañeros asesinados

que aparecen con la “camisa nueva” haciendo el

por el gobierno. Todos ellos estaban “presentes”

saludo romano.

en la memoria de la Unión Nacional Sinarquista, el movimiento más importante y aguerrido de la

3. La entrada de más de cincuenta mil jinetes si­

derecha mexicana. Con “orden” decía sus nombres

narcas a Morelia y la toma simbólica de la ciudad

y en este dictatum estaba implícita la lucha en con­

(iban desarmados) llevaba dedicatoria al general

tra del anarquismo que, según advertía el orador

Cárdenas y fue una de las grandes hazañas de Sal­

Padilla, era la fuente de todo desorden.

vador Abascal, el mayor fundamentalista de la

He leído las investigaciones del profesor Meyer

extrema derecha.

sobre la historia de la Unión y los desarrollos de su fundamentalista actitud frente a la vida políti­

4. Abascal llevó a Baja California, la tierra de las

ca del país. El trabajo del señor Meyer tiene indu­

utopías franciscanas, anarquistas y sinarquistas,

dables méritos, pero, posiblemente, sus afinida­

a unos tres mil colonos. Se establecieron muy cer­

des ideológicas con ese fascismo campesino le

ca de la gran Bahía de Magdalena y el goberna­

restan la objetividad necesaria para observar los

dor del territorio, el general Mújica, les dio una

miento, Luis Villoro es

muchos y muy variados matices de la cuestión.

prudente ayuda humanitaria. Rodolfo Gil docu­

festejado y retratado aquí

Enumero algunas observaciones sobre los sinar­

menta, con mucha claridad, las complejas relacio­

por sus hijos, los escritores

quistas, sus caídos, sus muchas banderas, su para­

nes de Abascal, líder de la Colonia de María Auxi­

fernalia fascista y su indudable origen campesino:

liadora, con los jerarcas de Cultura Hispánica de

filosofía, política, indigenismo... Nueve décadas y más, de alguien que ha vivido en y para el pensa-

Carmen y Juan, así como

Tokio y, en particular, con el coronel Fujirito, ayu­

por su sobrina, la también

1. León puso el mayor número de mártires de la

dante del mariscal Tojo. Todo apuntaba a un nue­

catedrática Isabel Cabrera.

Unión. El fraude electoral cometido a una candi­

vo intento japonés de atacar por las espaldas a

Completan el número un

datura independiente a la Presidencia Municipal

Estados Unidos. En la Bahía de Magdalena encon­

artículo de Gustavo Ogarrio

provocó un estallido encabezado por las bande­

trarían un punto de salida los barcos y los subma­

ras sinarcas y descabezado por las ametralladoras

rinos de la flota imperial.

en el que analiza, desde la perspectiva del discurso y el manejo mediático, el

del Ejército Nacional. Salvador Abascal

5. El encapuchamiento de la estatua de Benito Juá­ rez y otras muchas estupideces liquidaron al mo­

primer año de gobierno de

vimiento que llegó a contar con casi un millón de

Enrique Peña Nieto, así

campesinos. El “gallito” se volvió motivo de broncas

como un texto de Leandro Arellano sobre la emblemática avenida Álvaro Obregón en Ciudad de México. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

y escarnios y la Unión se fue hundiendo en la nada política. Ya vendría el Yunque a ocupar la avanza­ da de la extrema derecha agazapada en las filas del decadente Partido Acción Nacional •

jornadasem@jornada.com.mx

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director: H u g o G u t i é r r e z V e g a , Jefe de Redacción: L u i s T o va r , E d i c i ó n : F rancisco T orres C órdova , Corrección: A leyda A guirre , Coordinador de arte y diseño: F rancisco G arcía N oriega , Diseño Original: M arga P eña , Diseño: J uan G abriel P uga , Iconografía: A rturo F uerte , Relaciones públicas: V erónica S ilva ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: A lejandro P avón , Publicidad: E va V argas y R ubén H inojosa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: El goce de pensar Foto de José Antonio López/ archivo La Jornada

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Jornada Semanal • Número 979 • 8 de diciembre de 2013

Dos fines de semana en

AustinCityLimits Saúl Toledo Ramos

L

a lluvia que esperó Austin durante el verano llegó hasta el segundo fin de semana de octu­ bre, lo que hizo coincidir el meteoro con los últimos tres días del Austin City Limits, fes­ tival de música que se celebra en la capital texana desde 2002 y que en esta ocasión se ofreció durante dos fines de semana: 3, 4, 5 y 11, 12, 13 de octubre. En realidad fueron 1 y 2/3 de fin de semana, ya que el último día debió ser cancelado por el mal tiempo. Entre otras estrellas han pasado por aquí Bob Dylan, The Eagles, The Black Crowes, Red Hot Chili Peppers, Robert Plant, John Fogerty, Neil Young, The Yeah Yeah Yeahs, The Black Keys, Stevie Wonder y más de una centena de músicos de jazz, electrónica, folk, country, hip hop, metal y dance, locales e internacionales. Inaudito fue que, con sólo veinticuatro horas de diferencia, se gozaron las presentaciones de dos de las bandas que, desde los años ochenta del siglo pasado hasta nuestras fechas, son iconos de la mú­ sica popular contemporánea: Depeche Mode y The Cure. También estuvieron presentes Muse, The Queens of the Stone Age, Lionel Richie, Kings of Leon, Phoenix, Vampire Weekend, The Artic Mon­ keys, Wilco, Neko Case y Atoms for Peace, entre otros. Para satisfacer el hambre y la sed de la multitud que se conglomeró en el parque, los concesiona­ rios se pertrecharon de toneladas de comida y galo­ nes de bebidas. Nada era barato. Una hamburguesa o rebanada de pizza costaba entre 10 y 12 dólares; los refrescos 4, y las cervezas 8. Y hay que agre­ gar los 225 dólares que se pagaron para obtener un brazalete que sirvió de salvoconducto para ingresar durante uno de los dos fines de semana. Hubo también venta de toda clase de paraferna­ lia alusiva al festival. Caro todo. Se colocaron unos cincuenta baños portátiles que para ser usados de­ bía uno de formarse en filas de entre quince a vein­ te personas. Niños hubo bastantes: desde infantes de brazos y biberón hasta chavitos de cuatro a ocho años que correteaban y jugaban por todos lados. A unos se les veía tumbados sobre cobijas, o de plano en la yerba, durmiendo a sus anchas. Al caer la noche se miraban rostros cansados. No era para menos: re­

sulta agotador estar todo el día en el mismo lugar, sólo cambiando de escenario. Pero hubo cientos que así lo hicieron y que, no obstante, renovaron sus fuerzas para los conciertos finales. No podía ser de otra manera: el viernes cerró Depeche Mode; el sábado, The Cure y el domingo –al menos el primero‒ Lionel Richie, otrora líder de The Commodores, y Atoms for Peace, ecléctica for­ mación encabezada por Thom Yorke, vocalista de Radiohead, y Flea, bajista de Red Hot Chili Peppers. Viernes. A las 8:05 del 11 de octubre, apenas ini­ ciada la presentación de The Queens of the Stone Age, la lluvia empezó a caer. La multitud estaba enardecida. El agua tornó los cuerpos más cachon­ dos y lúdicos. Al sentir el frescor algunas playeras volaron al aire. La danza se hizo más intensa. A las 8:30, cuando Martin Gore, David Gahan y compañía aparecieron en el escenario principal, había escampado. Las dos siguientes horas fueron vertiginosas y profundas. Excepto por tres o cuatro canciones del disco nuevo –Delta Machine‒ que la mayoría escuchaba por primera vez, el concierto fue una sucesión de excelentes momentos musica­ les concebidos en el pasado, y que por más de tres décadas han complacido a gente ávida de nuevas propuestas. Sonaron entonces “Walking On My Shoes”, “En­ joy the Silence”, “The World in My Eyes”, “Shake the Disease”, “I Can’t Get Enough” y las clásicas “Personal Jesus” y “Never Let Me Down Again”, con que Depeche Mode cerró su presentación. Sábado. Brillaban las estrellas. True Belivers, Wilco, Passion Pit y Kendrick Lamar se encargaron de caldear el ambiente en los 350 acres que ocupa el Zilker Park. A las 8:00, frente al stage, la gente se acumulaba en espera de The Cure. A las 8:27 el con­ junto dark, con Robert Smith al frente, salió a escena. Una vez más, una oleada de canciones provenientes de los años ochenta, y que ya son parte del soundtrack de la vida de tantas personas, o al menos de las que estaban aquí coreándolas, saturaron el espa­ cio: “Pictures of You”, “Killing an Arab”, “Lullaby”, “Just Like Heaven”, “Fascination Street”, “In Bet­ ween Days”, “Close to Me” y muchas más.

Al final de la primera hora densas y oscuras nu­ bes tapizaron el cielo de Austin. Amenazaba lluvia. Sonaban las notas de “Jumping Someone Else’s Train” cuando la tormenta azotó en derredor. Nadie se movió. Al parecer esperaban que se repitiera el fenómeno de la noche anterior: que un chapuzón refrescara y que luego las estrellas brillaran nue­ vamente. Pero el aguacero no cesó, al contrario, su volumen y fuerza se intensificaron. Fango y encharcamientos fueron las constantes a partir de ese momento. Pocos se quedaron para el final. Casi todos corrieron en busca de refugio. A lo lejos, confundiéndose con el sonido de los truenos y la luz de los relámpagos, se escuchaban las no­ tas de “The Love Song”. Domingo. Muy temprano las radios locales da­ ban el anuncio: el acl había sido cancelado. Los organizadores decían que no podían comprome­ ter la seguridad de músicos o asistentes. Se reem­ bolsaría un tercio de lo que se pagó por las entradas. Ese día sólo asistieron los vendedores, quienes fue­ ron conminados a retirar sus puestos de inmediato, y el personal de parques y monumentos de la ciu­ dad de Austin, encargados de la limpieza. Muchos, vía redes sociales, manifestaron su enojo por no poder disfrutar a Lionel Richie y, sobre todo, a Atoms For Peace. Los organizadores, asimismo, anunciaron que en breve iniciará la preventa de boletos para el fes­ tival de 2014, aunque nadie sabe aún quiénes se presentarán. Esperaremos pacientes que esas fe­ chas lleguen •

Fotos: patchworkshenanigans.net


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Gustavo Ogarrio

La restauración agónica: En una calle de Morelia. Foto: facebook.com/Cartel132

De la candidatura presidencial sin bibliografía al acorazamiento del nuevo Señor Presidente

S

e puede afirmar que el primer año del gobier­ no de Enrique Peña Nieto ha sido también el año de la aceleración política y represiva en la restauración del pri como partido de Estado. Viejos anhelos autoritarios envueltos en ropajes nue­ vos y una obsesión por recobrar el control político del Estado, con golpes de timón que implican la re­ cuperación autoritaria de la unidad de la política en contextos de fragmentación del orden social tra­ dicional, lo que se traduce en el rigor con el que Peña Nieto ha querido relanzar las fórmulas actuales del capitalismo neoliberal en México. Asistimos a la entronización del dogma de la pri­ vatización de bienes públicos en nombre de activar la economía nacional, del montaje y de la intromi­ sión abiertamente melodramática y grotesca de los mass media en las tragedias nacionales, como el caso de Lau­ ra Bozzo y su performance de ayuda supuesta­m ente humanitaria; de la permanencia de una si­tuación de excepcionalidad del Estado en su “mo­no­polio” de la violencia, y de una “guerra” contra el crimen organiza­ do que es también parte de una “guerra” contra la so­ ciedad –vía la normalización de la milita­ri­zación–; de las respuestas regionalizadas y organizadas de la mis­ ma sociedad a la violencia extrema, como las llamadas autodefensas y lo que puede llegar a expresarse como un posible levantamiento nacional de las mismas. Del candidato presidencial que confundía libros y autores, que citaba equivocadamente obras que seguramente no había leído, que concentraba en su figura el paradigma del analfabetismo tecnocrático, pasamos al señor presidente que vive su primer año de gobierno acorazado en la repetición exhaustiva de que con él se inaugura una nueva época; en el elo­ gio de los medios de comunicación más duros en su filiación con el regreso; en la defensa despótica de la velocidad de la restauración y en la rehabilitación autoritaria de la nación. Pese a su deseo vehemente de erigirse en el presidente del nuevo orden mediá­ tico, en su alianza permanente con los grandes cor­ porativos de la comunicación, Peña Nieto no puede declinar en su voluntad ideológica de precarizar toda la vida social y de “armonizar”, discursiva y mediáticamente, las profundas turbulencias que es­ te proceso va dejando.

Lejos de responder a la emergencia nacional que hereda del gobierno de Felipe Calderón con “otras” estrategias, como lo había prometido en campaña, Peña Nieto reitera, eso sí, con menor espectacula­ ridad, el orden de la “guerra” infinita, quizás ahora como una guerra de baja intensidad mediática y la diri­ ge también, enfáticamente, hacia la represión de mo­ vimientos sociales que se oponen al ciclo reformista. En este primero año del gobierno de Enrique Peña Nieto ya contamos con una escenografía del apogeo del regreso del pri a Los Pinos y atestiguamos la pri­ mera agonía de la retórica de la restauración; escenas que registran las ambiciosas ficciones restauradoras; el cuadro básico de una nación y su violenta trans­ formación social, sin modificarse en sus estructuras de dominación y corrupción políticas.

De los medios sin mediaciones al “Señor Presidente: millones de tuits ordenan su presencia en el lugar del siniestro” Todo gobierno mide su vínculo solidario con la so­ ciedad a través del modo en que responde ante las catástrofes. Toda catástrofe natural en tiempos de precarización asfixiante de la sociedad y de la vivien­ da, o de la corrupción como falta de planeación ha­ bitacional, corre el peligro de transformarse en una segunda catástrofe: la del aparato estatal y su negli­ gencia ante el dolor, la muerte, la pérdida y los “da­ ños materiales”. El gobierno de Peña Nieto ha tenido la nada grata oportunidad de medir el alcance de su restauración ante al menos dos hechos lamentables: uno, la explosión de un edificio de Pemex, el 31 de enero de 2013, prácticamente en el comienzo de su sexenio; y el otro, los ciclones Ingrid y Manuel, que afectaron a veintidós estados de la República duran­ te septiembre y octubre. En ambos casos, el orden mediático impuesto por Enrique Peña Nieto desde el 1 de diciembre de 2012 se resquebraja momen­ táneamente, de manera innegable, y nada pueden hacer por él los respaldos de imagen y de opinión de algunos medios sin postura crítica ante el nuevo po­ der presidencial. Ante la explosión del edificio de Pemex en Ciudad de México, el gobierno de Peña Nieto intenta impo­ ner una inmovilidad mediática y un régimen infor­ mativo antirumor que muy pronto es vencido por las especulaciones sobre las posibles causas de la

explosión, que son también una exigencia de cla­ ridad judicial y política sobre los hechos. Mueren treinta y siete personas y hay más de 120 heridos. Literalmente, el gobierno de Peña Nieto monta una patética escenografía mortecina en el lugar de los hechos para ofrecer ruedas de prensa, y fracasa en su voluntad de imponerle un silencio anticonspirativo a la sociedad. Peña Nieto remata su desatinada in­ tervención en la explosión de Pemex cuando declara tres días de luto nacional y él mismo lo incumple: se va de paseo a Punta Mita, Nayarit, y la sociedad de internet lo obliga a punta de tuits a regresar al lugar de los hechos. En el caso de los ciclones Ingrid y Manuel, otro hecho mediático va a colocar otra vez en perspec­ tiva crítica la permisibilidad de Peña Nieto en su alianza con Televisa. El 20 de septiembre, en Pénja­ mo, Coyuca de Benítez, Guerrero, la conductora de reality shows, Laura Bozzo, monta una intervención melo­d ramatizada para descender de un helicóptero de rescatistas del gobierno del Estado de México en una cancha de futbol de una comunidad devastada, incomunicada, en la emergencia nacional que deja­ ron los ciclones. Bozzo y su acción melodramática de supuesta ayuda humanitaria y transmisión pue­ ril de la tragedia viva actualizan el modo en que históricamente Televisa interpreta los desastres naturales y nacionales, así como el silencio estraté­ gico del gobierno federal ante la intervención me­ lodramática de Bozzo: transforma el dolor y la es­ cenografía de la pobreza devastada en rating, en mercancía y en un espectáculo de heroísmo reden­ torista y mediático, en tiempos en que la descripción de los hechos desaparece del ímpetu periodístico, todo ello haciendo uso de un helicóptero propiedad del Estado.

De las reformas neoliberales y los poderes metalegislativos de un pacto con nariz de cacahuate Sería una injusticia menor centrar la eficacia de la restauración presidencialista solamente en la figu­ ra de Enrique Peña Nieto, en los débiles ritos de exa­ geración institucional de su gabinete por parte de periodistas, intelectuales, opinadores, lectores de no­ ticias, y en los demás gestos unánimes en el encubri­ miento mediático de la gestión del presidente, aho­ ra también adictos al régimen. La gran restauración


8 de diciembre de 2013 • Número 979 • Jornada Semanal

del presidencialismo de Peña Nieto se la debemos también a esa entelequia metalegislativa lla­m ada Pacto por México, un “pluralismo” de élite partidis­ ta que también puede entenderse como una evoca­ ción nostálgica de lo que antes se identificaba como la “clase política mexicana”. Jesús Zambrano, líder nacional del prd , y Gustavo Madero, dirigente na­ cional del pan , se encargan de ungir a Peña Nieto como el gran articulador reformista del neolibera­ lismo postsalinista y, de paso, rematan los escom­ bros ideológicos tanto de la izquierda como de la derecha partidistas, para ofrecerlos en sacrificio al régimen que terminará de desarticular la transición a la democracia en México. El Rey no va desnudo todavía: hasta el momento, la fuerza de su restauración presidencialista parece eficaz si se le ve desde el sometimiento de los líderes

al gobierno de Peña Nieto. Se generan los nuevos enemigos internos del régimen de la restauración, que funcionan como la justificación transparente de la represión: los “anarquistas” que se vuelven visi­ bles desde la toma de protesta de Peña Nieto y los maestros de la cnte , que con el desalojo cuasi militar de su plantón, el viernes 13 de septiembre, son ya el objeto de la represión que deja la aplicación ideo­ lógica de las reformas de Peña Nieto, que al mismo tiempo expresa la potencia con la que el aparato policíaco-militar se adapta a las exigencias políticas del neoliberalismo. El Estado neoliberal, configura­ do también por la alianza de élite entre pri , pan y prd , está listo para barbarizar a los “enemigos inter­ nos de las reformas” y desalojarlos de plazas y calles, así como del análisis de la opinión pública, a punta de improperios discriminatorios y racistas.

año del gobierno de la restauración. No existe un diagnóstico medianamente completo de los homici­ dios contemporáneos, mientras una fosa común de expedientes que nunca se investigan perdura en el aparato judicial. Tampoco existen condiciones para elaborar un padrón amplio y confiable de desapare­ cidos en esta “guerra”, las mismas autoridades blo­ quean la viabilidad de este registro, los propios go­ biernos prefieren invernar en la tregua engañosa de no investigar las causas de los homicidios. La narra­ tiva de los familiares de las víctimas es prácticamen­ te borrada del estilo corporativo de los medios de comunicación dominantes y del lenguaje restaura­ dor del gobierno federal. La crisis del Estado nacional se perfila como la gran obra colectiva que dejan tanto los gobiernos del pan , Fox y Calderón, como este primer año del go­

el primer año de EPN partidistas de la oposición y, sobre todo, desde el avance de una serie de reformas que van cumpliendo con el programa de desmontaje social de las funciones del Es­ tado, desde la privatización más o menos eficiente de los bienes públicos (falta la joya de la corona de las aspiraciones privatiza­ doras: Pemex), desde la intocabilidad de la nueva oligarquía económica y mediática, desde el crecimiento de regímenes de ex­ cepción o abiertamente monopólicos en términos fiscales y en telecomunicaciones, mientras que la criminalización de amplios sectores que directamente son afectados en sus derechos por las reformas va consu­ mando el ciclo de aprobación legislativa de las reformas. Se va generando el pun­ to de vista único en términos ideológicos a partir del Pacto por México, y se quiere im­ poner como sentido común la unilaterali­ dad con la que el reformismo de Peña Nieto difunde que no hay más camino que el de las reformas neoliberales. Las reformas de Peña Nieto también son la herra­ mienta para formalizar y hasta intentar legalizar la historia reciente de la represión en México; así, se justifica en términos ideológicos el uso de la fuerza militarizada del Estado en contra de la sociedad. Si el “uso de la fuerza” en Atenco (2006), que se trans­ mite en vivo y en directo por televisión, es uno de los primeros ensayos en los que la represión de Estado se articula a la interpretación simplificada y mediá­ tica de los nuevos movimientos sociales, en Oaxaca, en el mismo año, esta represión cristaliza en ciertos métodos: la avanzada militar policíaca contra la appo (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca) ya se plantea en términos de “batalla”, y la organi­ zación popular ante los abusos del entonces gober­ nador Ulises Ruiz es objeto de una barbarización por parte de la franja corporativa de los medios de comu­ nicación, de manera que, narrativamente, se “prepa­ ra” la liquidación policíaca de la appo . Este proceso de ensayos represivos culmina su ciclo de conformación el 1 de enero de 2012, entre columnas de humo y ante la furia con la que se recibe

bierno de Peña Nieto. Se advierte un círcu­ lo vicioso que refuerza la continuidad ideo­ lógica que Peña Nieto guarda con los dos gobiernos anteriores: si a las primeras de cambio el gobierno de Fox renuncia a cual­ quier intento de desmontar la corrupción del viejo sistema, instalándose rápidamen­ te en la autocomplacencia como una forma de vivir de la respiración del antiguo régi­ men, Peña Nieto hereda la “guerra” de Cal­ derón como estrategia única para combatir al crimen organizado, y vive de su respi­ ración militarista en su actual empresa de recolonizar Michoacán, por ejemplo. La pluralidad ya no es más una negocia­ ción en la mesa, que tiene como objetivo cambiar las reglas del juego democrático; quizá es preciso un nuevo aprendizaje para permanecer y sobrevivir ante la restaura­ ción de un autoritarismo que hace uso de viejas ideas sobre el orden y la jerarquía (el Botarga de Peña Nieto haciendo proselitismo Estado como la figura que posee el monopo­ lio de la violencia, por ejemplo), pero que De la violencia deshumanizada tiene a su servicio poderosas estructuras policiales y represivas, con la herencia calderonista de esa pul­ al dolor que no se acomoda sión militarista, ahora sin el manejo espectacular y en la monotonía de los informativos mediático del Parte de Guerra, y sin la mención nada (y de la permanencia del capitalismo estratégica a los “daños colaterales”. triunfante) Restauración y crimen organizado funcionan bajo Los medios de comunicación dominantes han cum­ las leyes del capitalismo más agresivo. Con la econo­ plido con el veredicto peñanietista en materia de la no mía nacional, legal e ilegal, al servicio de la compe­ divulgación estridente de la violencia deshumaniza­ tencia por los mercados en su dimensión transnacio­ dora. Si con Felipe Calderón la violencia se represen­ nal, el culto por la ganancia se dispara cíclicamente taba mediáticamente como avanzada heroica y melo­ en su deshumanización y va regionalizando el dolor, dramatizada del Estado contra el crimen organizado, el horror y la muerte que deja esta competencia con Peña Nieto la violencia sigue su camino hacia la por el valor que se monetariza. “normalización”. Más de 150 mil muertos, cifra que Para el gobierno federal, los recursos naturales, los despersonaliza y anestesia la indignación, el luto y el bienes públicos, los alimentos, el agua, el gas y el pe­ horror, sólo que ahora con una variante encubridora: tróleo, son vistos como simples mercancías, del mismo se impone el silencio para, al menos, pacificar al país modo en que, para el crimen organizado, la vida hu­ desde los medios de comunicación dominantes, y se mana y el dolor que produce el secuestro, la extorsión, vuelve al viejo régimen de interpretación episódica la tortura y la muerte, son eso mismo exactamente: de la violencia, desdeñando su proceso estructural. mercancías. De una siniestra manera, a un año de res­ Toda la herencia del horror que dejó el sexenio tauración, ese es el fundamento de la sucesión de la calderonista se resuelve como olvido en el primer violencia y de las tragedias regionales y nacionales •

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La taquería

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revolucionaria Juan Villoro

M

i padre, que detesta las anécdotas persona­ les, ha contado mil veces la escena que más lo horrorizó en su juventud. Todo ocurrió en una polvosa hacienda de San Luis Po­ tosí, pero para entender ese momento de conden­ sación hay que retroceder en el tiempo. Luis Villoro Toranzo nació en Barcelona en 1922. Su madre era potosina y estaba casada con un ara­ gonés de La Portellada, pueblo que hoy en día tiene trescientos habitantes. Doscientos de ellos se ape­ llidan Villoro (no es de extrañar que en ese sitio redundante, por no decir incestuoso, mi abuelo se llamara Miguel Villoro Villoro). Las fechas nunca han sido una especialidad fami­ liar. No sabemos muy bien qué edad tenía mi padre cuando perdió al suyo, pero debe haber rondado los siete años. Mi abuela quedó viuda, con tres hijos, en un país que se descomponía rumbo a la Guerra civil. Volvió a México y mis tíos y mi padre fueron a dar a internados de jesuitas. Mi padre creció cerca de Namur, en Bélgica. Apren­ dió latín, fue campeón de oratoria, llegó a obtener la nota más alta en francés y logró el milagro de ser feliz en un ambiente de severidad y reclusión. Su her­ mano Miguel sufrió con el aislamiento pero encontró ahí su vocación de jesuita. Como tantas familias, la mía se vio afectada por el delirio expansionista de Hitler. Cuando mi padre llegó a la adolescencia, Europa se preparaba para la guerra, así es que se reunió en México con su madre e ingresó a Bachilleratos, la preparatoria de los jesuitas. El dinero de la familia provenía de haciendas que producían mezcal. La escena definitiva de mi padre ocurrió en una de ellas, Cerro Prieto, que hoy es una ruina fantasmagórica. Los peones de la hacienda se formaron en fila pa­ ra darle la bienvenida y le besaron la mano. Mi padre vivió el momento más oprobioso de su vida. Ancia­ nos con las manos lastimadas por trabajar la tierra le dijeron “patroncito”. ¿Qué demencial organización del mundo permitía que un hombre cargado de años se humillara de ese modo ante un señorito llegado de ultramar? Mi padre sintió una vergüenza casi física. Supo, amargamente, que pertenecía al rango de los explotadores. Su vida pródiga se entiende como un valiente ejer­ cicio de expiar la agraviante escena de la que todo se deriva. Su familia era monárquica y franquista, y él comenzó a poner en duda el sistema de valores en que había crecido. Buscó otra España y, como le ocu­ rriría con frecuencia, la encontró en la forma de una mujer hermosa. Se enamoró de Gloria Miaja, hija del general republicano que había defendido Madrid. El destino depende más de lo que se descarta que de lo que se realiza. Mi padre y sus sucesores depen­

En la Facultad de Filosofía de la Universidad Michoacana Foto: La Jornada Michoacán Con José Narro y Pablo González Casanova, entre otros Foto: Carlos Cisneros/ archivo La Jornada

demos de que no haya podido casarse con la hija de un militar rojo de pésimo carácter. Para entender su país de adopción, dirigió la mi­ rada a los españoles que en la Colonia pasaron por un trance similar al suyo. Clavijero, Las Casas y Tata Vasco fueron sus ejemplos. Su primer libro, Los grandes momentos del indigenismo en México, narra los afa­ nes de los misioneros ilustrados que se pusieron de parte de la causa indígena. El filósofo que empezó su trayectoria estudiando a los primeros antropólogos del mundo americano, la concluye como un nuevo Las Casas, convivien­ do con las comunidades indígenas en Chiapas. Otro discípulo de los jesuitas, el subcomandante Marcos, que tiene más o menos mi edad (la cronología de los mitos es imprecisa), es su interlocutor privilegiado. Mi padre es ajeno a las categorías sentimentales y los lazos determinados por el parentesco, pero no al afecto, que entiende como una variante de la inteli­ gencia. Si tuviera que someterse al improbable ejer­

cicio de elegir a un hijo entre sus conocidos, se llama­ ría Marcos, nuestro invisible hermano. Su deseo de transformación social lo enfrentó des­ de joven a un conflicto que no ha resuelto del todo. El dinero ha sido para él un veneno que quiere con­ vertir en medicina. Cuando mi abuela murió, mi pa­ dre hizo una especie de reunión de Comité Central con mi hermana Carmen y conmigo. Abrió una libre­ ta con la orden del día y declaró: “Hemos recibido un dinero que no hemos hecho nada para merecer y que debemos regalar.” A los diez años me pareció es­ tupendo salir a Bucareli, donde vivía mi abuela, a aventar billetes. Mi padre tenía ideas más complicadas que ésa, pero no mucho más racionales. En vez de comprar propiedades y utilizar las rentas para ayudar a quie­ nes querían cambiar el mundo, decidió fundar em­


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“Nada es más nuestro que los tacos”, dijo Heberto en forma incontrovertible.

presas románticas que prefiguraran, en sí mismas, un porvenir igualitario. Apoyó cooperativas, fidei­ comisos, sufragó a misioneros de izquierda e hizo préstamos a causas que a veces sólo representaban al solicitante. En cada una de estas aventuras, el di­ nero se desvaneció sin retorno posible. Incapaz de aceptar la horrenda paradoja de que para promover el socialismo necesitaba una empresa capitalista, siguió apostando por formas comerciales de la aurora. Una de las más curiosas llegó en la for­ ma de una taquería. Heberto Castillo presidía el Partido Mexicano de los Trabajadores. Mi padre y yo participábamos ahí, él como teórico decisivo y yo como militante de base. Cuando Heberto iba a la casa, hablaba de ping-pong con mi hermana Carmen, campeona nacional, y de li­ teratura conmigo. Luego disertaba sobre ciencia, filo­ sofía o religión. Su curiosidad y su pasión por los más diversos temas lo desviaban siempre del asunto políti­ co, de enorme urgencia, que debía tratar con mi padre. Heberto pintaba al óleo, escribía relatos autobio­ gráficos apasionantes, diseñaba estructuras de in­ sólita resistencia y tenía proyectos para hacer llover con un bombardeo de iones y para acabar con la con­ taminación del df. Amigo del general Cárdenas, líder de la Coalición de Maestros en el ’68, había estado en la cárcel de Lecumberri y hacía una insólita mancuer­ na con el ferrocarrilero Demetrio Vallejo al frente del pmt . En él, todo era heterodoxo. Como tantos visio­ narios sociales, incurrió en el problema de tener ra­ zón antes de tiempo. Preconizaba una izquierda de­ mocrática, autocrítica, ajena a dogmas y símbolos extraños. En aquella época, esto era visto como tibio, complaciente, moderado en exceso. El presidente Echeverría había lanzado la “apertura democrática” para fingir una relajación del poder autoritario, y a los miembros del pmt nos decían los “heberturos”. Heberto aprovechaba cualquier circunstancia a favor de sus variadísimas iniciativas. En una ocasión lo acompañé a una imprenta donde vio que las hojas que recortaba una máquina liberaban unas tiras de papel que no eran usadas. Le pidió al impresor que le regalara todo el desperdicio en los cortes de papel. “¿Para qué quieres esas tiras?”, le pregunté. “Toda­ vía no lo sé”, respondió el utopista. El impulso de modificar la realidad llegaba a He­ berto antes que los planes. Ese entusiasmo lo llevó a fundar un negocio con mi padre. El punto de partida fue nacionalista: “Nada es más nuestro que los tacos”, dijo Heberto en forma incontrovertible. Luego expli­ có que en la cárcel de Lecumberri había compartido crujía con unos taqueros de excelencia. Ellos ya ha­ bían sido liberados y necesitaban trabajo. El pmt es­ taba falto de recursos y la taquería podía ser la base de

Durante el Primer Festival de La Digna Rabia celebrado en la Universidad de La Tierra en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas 4 / i /2009 En el Primer Encuentro Continental Americano contra la Impunidad organizado por el EZLN en el Caracol Morelia, Chiapas, 21/ vi / 2009 Fotos: Moysés Zúñiga Santiago

una plataforma económica para transformar el país. A mi padre esto no sólo le pareció lógico sino urgente. Heberto nos reunió en un jardín a probar los tacos de sus amigos. Fue el que más comió, contando anéc­ dotas de cada ingrediente. Mi padre lo escuchaba sin decir palabra. Rara vez habla en las reuniones, así es que esto nos pareció normal. Pero sus ojos tenían la concentración del que observa la realidad como algo discernible, clasificable, sujeto a explicación. Finalmente se decidió a opinar: los tacos eran mag­ níficos, pero le parecían iconoclastas. Tenía razón. No había tacos al pastor, ni al carbón, ni quesos fun­ didos. Todos eran tacos de guisados: tinga, rajas con mole, chicharrón en salsa verde… Heterodoxo incorregible, Heberto declaró que ésa sería nuestra ventaja: la taquería revolucionaria de­ bía ser distinta. Aunque el asunto tiene visos cómicos, ahí crista­ lizaron dos maneras sumamente serias de abordar lo real. Mi padre se esforzaba por interpretar el menú como un catálogo razonado y Heberto por convertir­ lo en una forma de la acción. El teórico y el líder dis­ cutían de tacos. Ganó el líder y unos meses después se inauguró La Casita, en la esquina de Pilares y Avenida Coyoacán, siendo mi padre el socio inversionista. Corrían los últimos años setenta y yo trabajaba en Radio Educación, que estaba a unas cuadras. Exten­ dí mi militancia a la promoción de la taquería y llevé ahí a los compañeros de la emisora. Recuerdo su de­ cepción al ver la carta: “¡Puros tacos de guisado!”, dijeron. Les expliqué que eso era revolucionario, pero no quisieron regresar. La Casita fue un fracaso. “No es posible que los izquierdistas sean tan dogmáticos”, se quejaba He­

berto, incapaz de entender que un militante dispues­ to a cambiar el mundo prefiriera un convencional taco de costilla en vez de uno de arroz con papa. Mi padre invitó a Heberto a una de sus sesiones privadas de Comité Central, sacó la libreta en la que anotaba la orden del día y un ejemplar de El capital (apuntaba sus gastos en la cuarta de forros). En pre­ sencia de sus hijos, comentó que estaba dispuesto a poner el patrimonio familiar al servicio de la causa obrera, pero eso no excluía la autocrítica: había que cambiar de taqueros. Como siempre, Heberto encontró una solución un poco loca: incluir a un parrillero que no había estado en Lecumberri pero rebanaba la carne como si ame­ ritara la máxima sentencia. Los tacos de guisado po­ dían coexistir con el trompo de pastor. Esta cohabitación llevó a luchas intestinas y a la fragmentación de las tendencias en la taquería. La Ca­s ita no prefiguraba el futuro del México igualita­ rio, sino de los partidos de izquierda. La desunión interna ocurrió justo cuando el pmt , el pst y el pcm hablaban de fusionarse. Heberto cri­ ticaba a los comunistas por usar la hoz y el martillo y proponía el machete y el nopal, símbolos nuestros. Aunque pasaría a la historia por su renuncia a favor del ingeniero Cárdenas, Heberto fue duro en esa fase de la discusión. Mi padre le envió una carta me­ morable en la que, con todo el dolor de su corazón, le quitaba la taquería. La Casita es hoy El Hostal de los Quesos, bastión de exitosos tacos conservadores. Heberto Castillo y mi padre lucharon por cambiar el mundo con toda clase de ocurrencias. No hay prue­ bas definitivas de que lo hayan logrado. Pero tam­ poco hay pruebas en contra. La realidad es heterodoxa •

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Luis Villoro:

nueve décadas y más Foto: José Antonio López/ archivo La Jornada

ecuerdo una de las primeras clases que me dio Luis Villoro en la uam -Iztapalapa. Hablaba de Descartes, analizaba con pasión el argumento del genio maligno y la salida cartesiana. Viene a mi mente el énfasis que ponía en la necesidad de salir de la duda sistemática: “¡La filosofía no puede caer en el escepticismo, tiene que aventurarse más allá de la duda y buscar un fundamento!”, exclamaba moviéndose hacia nosotros, después se detenía y levantaba los brazos para luego dejarlos caer, como derrotados, sobre los bolsillos del pantalón. Noso­ tros, que apenas éramos unos ocho alumnos, lo mi­ rábamos alucinados: el célebre doctor Villoro se desgañitaba y sudaba pensando en cosas altamente sesudas frente a nosotros, como si estuviera frente a un gran auditorio. Después recuerdo sus clases sobre el Tractatus, un curso maravilloso que duró varios trimestres don­ de analizamos casi aforismo por aforismo (aunque saltamos algunos enredadamente lógicos). El primer Wittgenstein le fascinaba, y siempre prefirió el Tractatus a las Investigaciones, un libro más sistemático, ordenado y también ambicioso; se sentía atraído, es­ pecialmente, por la salida final hacia una suerte de mística atea, desligada de las rancias instituciones religiosas. Por aquel entonces –a finales de los años setenta‒, Villoro ya poco hablaba de Husserl, estaba escribiendo Creer, saber, conocer, y era su época más analítica. Además, dirigía una División de la recién

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Isabel Cabrera

Luis Villoro se dedicó a la filosofía porque quería encontrar una respuesta al problema del sentido de la vida.

creada uam-i y era obvio que no le gustaba la gestión, realmente la padecía, traspapelaba documentos, se hacía bolas, y todo ello lo ponía de un humor de pe­ rros. Él prefería pensar, dar clases, escribir, defen­ der las ideas y causas que consideraba justas… y gozar de la vida. Durante los años en que fue mi maestro nunca me dio clase de filosofía de la religión pero muchas, muchísimas veces, he discutido con él sobre el tema. Como lo ha dicho en algunas entrevistas, Luis Vi­ lloro se dedicó a la filosofía porque quería encontrar una respuesta al problema del sentido de la vida. Así que era un tema recurrente para él, y aprovecha­ ba que yo me dedicaba a la filosofía de la religión para exponer y defender sus reflexiones al respecto. Pensaba –como lo ha dicho en algunos de sus escri­ tos‒ que confiar en que el mundo y la vida humana tienen un sentido trascendente es una opción ra­ cional, por la que vale la pena argumentar; así que muchas veces le escuché, unas más entusiasta y convencido, otras más prudente y balbuceante, ha­ blar de lo sagrado como de aquello que podía dar un sentido a la vida, un sentido general, capaz de sacarnos de la azarosa contingencia y apaciguar nuestra angustia interna. Cuando era embajador de la unesco me instalé sin ninguna vergüenza un par de meses en su casa de París. Algunas tardes paseábamos juntos o íbamos al teatro y a cenar, y descubrí una ciudad que parecía En la presentación del libro La significación del silencio Foto: Héctor Jesús Hernández/ La Jornada Jalisco


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estar detrás de la que yo había visitado antes. Villoro se movía con gran soltura con la gente, con la lengua, incluso con el horrible tráfico parisino. Yo le contaba mi vida y mis preocupaciones filosóficas y él parecía entenderlo todo, mis elecciones, mis apuestas, mis miedos, y siempre destilaba –como destilaba tam­ bién mi madre, su hermana‒ un profundo amor por la vida, incluso entusiasmo por vivir. Porque Luis Villoro no sólo sabe gozar de las mieles del pensamiento, también sabe hacer bromas y reír, y todos quienes le conocen saben que tiene un lado infantil que, frente al exce­ so de solemnidad, busca siempre lo liviano y tierno. Después hemos sido colegas en la unam y he sido –como muchos‒ testigo de cómo ha ido interesán­ dose cada vez más por las causas sociales. Villoro siempre ha sido un hombre de izquierda y desde joven ha apoyado abiertamente las cau­ sas que le han parecido justas, pero nunca lo he visto más comprometi­ do que con la causa zapatista. Hace pocos años coincidimos en territo­ rio zapatista, y como él ya tenía más de ochenta años, Fernanda Navarro y yo estábamos preocupadas cuan­ do lo veíamos caminar, o más bien patinar, por los lodazales de la zona del ezln , yendo hacia la siguiente presentación. Escuchaba con aten­ ción y trataba de no tener ningún protagonismo. El gran académico estaba convencido de que tenía mu­ cho que aprender de los zapatistas. Unos años des­ pués de ese viaje, fuimos a cenar y, hablando de aque­ lla estancia, me recriminó con un golpe de puño en la mesa: “¡Pero yo no entiendo, Isabel, por qué no te dedicas a la filosofía tojolabal!” Todavía este sep­ tiembre lo acompañé al examen de doctorado del último alumno cuya tesis ha dirigido: Miguel Her­ nández, un profesor chiapaneco que investiga sobre filosofía maya. Villoro estaba orgulloso de su alum­ no, pero no dejó de discutir ideas hasta el último mo­ mento. Era emocionante verlo, a sus noventa años. Yo no sé, Villoro, si después de todo ese recorri­ do intelectual y vital, tan tuyo, la tan anhelada sen­ sación de pertenecer a “un todo con sentido” se haya vuelto finalmente permanente. Te veo bastante en paz, pero sé que seguirías indagando al respecto por muchos más años, tal vez ahora en el budismo o en las cosmovisiones indígenas, qué sé yo; contigo siem­ pre hay ideas en las que vale la pena profundizar, y causas por las que vale la pena luchar… Respecto a ese sentido absoluto de la vida, que tanto te ha preocupado, creo que hay cosas valiosas que pueden ir construyéndose a base de gestos y ac­ ciones cotidianos; además del dios de las grandes hierofanías, tal vez exista un dios más tímido, el de las pequeñas cosas, así que sólo puedo decirte que, para mí, desde este criterio más humilde, tu vida rebosa valor y sentido. ¡Qué suerte tenerte como maestro y como amigo! ¡Qué suerte haber pasado todos esos ratos contigo! ¡Muchas felicidades, tío Luis! •

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Losbúhos de papá Carmen Villoro

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i padre colecciona búhos desde que yo era niña. De metal, de vidrio o barro; de tela, de cartón, de conchitas de mar, de pequeños mosaicos, de chaquira. Los hay nobles y emblemáticos, singulares y artísticos, só­ lidos y muy frágiles, comunes y corrientes. Representan una cultura, un viaje o un episodio íntimo en su vida. Habitan sus libreros, cuidan sus colecciones. Un her­ moso búho prehispánico se posa donde inicia la historia de México. Un clásico búho griego anuncia con un cierto ademán a Platón y sus diálogos con otros. Un búho abstracto, sólo identificable por sus dos grandes ojos, custodia los libros de Miró y de Picasso entre otros muchos que muestran que el siglo xx supo divertirse. Desde que yo era niña los oigo susurrar en la penum­ bra. Cuando la casa duerme, discuten sus ideas, cuentan anécdotas o dan la bienvenida al nuevo miembro que acaba de llegar desde un país lejano. Ha sido emocionante oír cómo argumentan el búho académico que viste de birrete y toga, el hippie que lleva el cuerpo bordado con cuentas de colores y esa búho feminista que sobre el barro negro osten­ ta abiertas flores amarillas y protege entre sus tesoros Mujer que sabe latín, de Rosario Castellanos. He escuchado el silencio de ese búho hindú que, apartado de todos, parece contemplar las hojas verdes atrás de la ventana. Hay un búho bohemio hecho con el corcho de un vino de Bordeaux y otro de cristal cortado que defiende con elegancia la diversidad sexual y el matrimonio gay. Búhos que hablan alemán frente a los tomos de Kant y Husserl, y otros que responden en len­ gua tojolabal cubriendo con sus alas de tela sencilla un libro de Len­ kersdorf. Las discusiones son acaloradas pero siempre plurales. Ahora que papá tiene noventa y un años siguen llegando búhos a su casa. No son regalos, ni souvenirs de viaje, ni adquisiciones que haga él: ya no sale casi de la casa. Los búhos llegan solos y como no caben sobre los libreros, se posan en la tele, en el buró o en el respaldo alto de una silla. Mis hermanos y yo los vemos siempre, dondequiera que es­ tamos: se posan en las hojas de nuestros escritos, se acomodan triun­ fantes en nuestras cabeceras, vigilan nuestros sueños. Los búhos de mi padre están atentos al mundo y su destino, se preocupan por la otredad y buscan con sus ojos abiertos la justicia. Papá los siente y sabe que sus búhos tienen intacta la memoria; sus Foto: Carla Haselbarth pechos jóvenes respiran todo el aire que necesita el alma para ser audaz; sus ideas son claras y pulidas como piedras de río o perlas azules del Mediterráneo. Sabe mi padre que las alas de cobre o de obsidiana de sus pequeños búhos, les permiten llegar a todos lados: no necesitan bajar las es­ caleras para abrir el buzón, ni subirse a un incómodo automóvil para ir a la unam , ni abordar un infernal camión para viajar a Chiapas, ni un imposible avión para acceder a Barcelona una vez más. Sus búhos lo acompañan en estas tardes quietas venciendo al tiempo con su sabiduría y su gracia. Yo los oigo ulular en mi cocina y sé que mis hijos, y aún mis nietos que no han nacido, algún día, en una calle que no caminaré, o en la intimidad de una probable casa, escucharán con familiaridad y asombro su vital aleteo •

Foto: cortesía de Carmen Villoro


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Voces y paisajes, Hugo Gutiérrez Vega, Puerta Abierta, México, 2013.

LA VOZ DE TODOS LUIS TOVAR

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lo largo de los últimos quince años, y sin que falte ni uno solo, cada domingo hay una invitación a conversar en éstas, las páginas de La Jornada Semanal; se llama Bazar de Asombros y surge de la mano infatigable de Hugo Gutiérrez Vega. Conversación, y no discurso ni monólogo, como podría mover a pensar el hecho de que al leer está uno solo, en ausencia física del autor, pues el primero de los muchos asombros en ese bazar de la palabra y de la idea consiste en la sensación certera de que hay alguien hablando, es decir, fuera del papel, más allá de los signos y la tinta, y de que le habla precisamente a uno y uno, en su cabeza y hasta de viva voz si lo desea, le puede decir algo al bazarista. A lo que Hugo invita todos los domingos, en ese espacio en el que le toma, por así decirlo, el pulso a la cultura, es al diálogo abierto y amplio, tan diverso como el propio mundo. Si acaso alguna, la única condición –y no impuesta por él sino por la placentera necesidad de compartir, de quien escribe, y de comprender, de los que leen— es la inteligencia, con la particularidad de que Hugo sabe bien que ésta es la manera que tiene el alma para sonreír, de tal suerte que la única cosa inencontrable en el Bazar de Asombros es la solemnidad. En cambio, en estas páginas encontrará el lector la voz de alguien que le hace una invitación a conversar y que propone temas, tantos como sea posible imaginar, y en esa variedad infinita consiste el siguiente gran asombro: en los dos pasillos principales que le dan cuerpo al bazar que es este libro, llamados “Voces” y “Paisajes”, respectivamente, pueden hallarse poetas, ensayistas, cineastas, dramaturgos, pensadores, traductores, antropólogos, filósofos, pero también, y en plano de igualdad total, gente de a pie, como uno, que viaja y tiene miedo en los aviones, que come y disfruta los alimentos de la tierra, que se angustia y se indigna y se entusiasma, que se contradice y puede volver, y lo hace con gracia y con soltura, a sus orígenes, lo mismo del espacio que del tiempo, a ese lugar de donde ha salido uno pero –dice Hugo por ahí, con su agudeza cargada de ironía– de donde en el fondo no ha pasado nunca, como las macetas de los corredores. El que habla de Ugo Betti y Garcilaso de la Vega, de Monsiváis y de Ionesco, como lo hace de José Carlos Becerra y de Juan Gelman, de Chema Pérez Gay y de Paz, de Noica, de Svevo y Peñalosa, de Vallejo y Magdaleno, de Moro y de Bandeira, Vidal, Helguera, Ferré, López Velarde, Bernanos, Gurrola, Palés Matos, Dickens, Benjamin…el que pone su voz a la orden de las otras voces, para él tan entrañables, siempre con un pie al menos bien plantado en la poesía, es Hugo, y todo el tiempo pareciera hacerlo no como diciendo “les voy a platicar” sino como si dijera “venga, conversemos”, y ahí, entonces, el tercer asombro repartido entre voces y paisajes:

el de la erudición que se despliega así nomás, como quien vacía los bolsillos y sin asomo posible de alarde, ofrecida como una vía para compartir, nunca como un muestrario para envidiar. Más que de la cantidad de años, sobre la cual encontrará el lector una que otra alusión ora reflexiva, ora nostálgica, en todo caso impregnada del infaltable sentido del humor con el que Hugo suele abordar el tema; más que esa mera cuestión de actas y registros, la huella honda en estas páginas es la que da cuenta de eso que Augusto Monterroso denominara movimiento perpetuo, aquí expresado en el desplazamiento y en el viaje, simultáneamente a la manera de Proust y de Pitol: el traslado de un lugar a otro, bien sea cambiando de paisaje o de ciudad, o sin variar el sitio de su geografía pero yendo siempre hacia otra parte para volver, el mismo y a la vez distinto, con noticias del mundo de allá afuera y del interno, el universo personal que nunca lo abandona, que regresa enriquecido y deseoso de compartir, mediante la palabra, el deslumbramiento que le ha provocado un nuevo hallazgo: el libro interesante y bien escrito; la puesta en escena de una obra, memorables ambas, puesta y obra; la película que se volvió entrañable, ya por la cinta misma o por la compañía con que se le ha visto, o por la circunstancia que rodeó al ritual de la ida al cine… pero antes y después de todo, siempre, las personas, ese yo multiplicado en la palabra “todos”, al que Hugo se dirige siempre, al que le habla, le pregunta o le confiesa pareceres y posturas, un poco también como si por momentos estuviese hablando nada más consigo mismo, suscitando con ello un nuevo asombro, por completo inesperado: de súbito, al leer, uno descubre en sí la sensación de que no es Hugo, sino uno, el que está pensando con un lápiz en la mano, el que hizo esos apuntes acerca de Haití, Cuba, Puerto Rico y el Caribe entero, de Colombia y Argentina, Viena y Rumanía, Turquía y Grecia, y es uno el que dice algo sobre la derecha y sus horrores, la socialdemocracia y su esperanza, el indispensable Estado laico y el no menos necesario periodismo crítico y comprometido; es uno, increíblemente pero de verdad, el creador del enunciado exacto, de esta o de aquella frase cargada de poesía, el portador de los recuerdos y ese que los pone al día. Así, felizmente confundida la voz de Hugo con las de quien lo atiende mientras lee, es como conviene andar por estas páginas cargadas de voces y paisajes: sin que se sepa bien a bien quién habla y quién escucha, para que a todos toque decir algo y a todos recibirlo. Así lo quiere la generosidad del bazarista; así hay que hacerlo para que se cumpla el todos somos todo que dijera en uno de sus poemas más hermosos y, aunque sólo sea por un instante de brevedad inevitable pero bella, entre todos conjuremos al silencio y a la muerte • Teorías psicológicas de la educación, Javier m. Serrano García y Pedro Troche Hernández, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2013.

EDUCAR HOY GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ la educación? ¿Para qué sirve? ¿Encierra ¿ Q uéunaesidea de lo que es el hombre? ¿De lo que debe ser? ¿Hay un vínculo entre pedagogía y antropología? ¿Entre pedagogía y ética? De ser así, ¿qué relación existe entre libertad y educación? ¿Cómo incide la segunda en la primera? ¿Qué papel juega la peda-

gogía en el contexto actual? ¿Y la psicología? ¿Tiene algo que decir hoy respecto al aprendizaje y la enseñanza? ¿Es válido aún hablar de una concepción psicopedagógica de la educación? ¿Cuál es la función del educador? ¿Cuál la del educando? ¿Qué tipo de relación debe haber entre ambos para favorecer la construcción del conocimiento? ¿Realmente es posible incidir en ésta? Las funciones y relaciones de docentes y alumnos, ¿cambian según los presupuestos teóricos desde los que se miran? ¿Se repelen las teorías educativas? ¿Pueden coexistir y complementarse? ¿Qué teoría de la educación priva hoy en México? ¿Qué tipo de sujeto se pretende formar? ¿Con cuáles conocimientos, habilidades y valores? ¿Qué perfil de ciudadano orienta nuestra educación? ¿Para qué tipo de sociedad? ¿Para qué mundo? Estas y otras preguntas emergen al revisar el libro Teorías psicológicas de la educación, de Javier Serrano y Pedro Troche, publicado originalmente en el año 2000 por la Universidad Autónoma del Estado de México (uamex) y que va ya en su tercera edición. Con él, los autores buscan, por una parte, atender el curso de la asignatura curricular que lleva el mismo nombre y se imparte en la licenciatura en Psicología en la Facultad de Ciencias de la Conducta de la u a m e x , y por otra, subrayar la estrecha relación que hay entre educación, psicología y pedagogía. Al inicio nos presentan los objetivos de aprendizaje de la asignatura, las sugerencias y estructura del curso, luego refieren que la educación ha sido, es y seguirá siendo un factor fundamental para el desarrollo del hombre y de la sociedad. Recurren a la antropología filosófica para retomar la idea del ser humano como ser inacabado. Y es que la educación ha sido vista como un proceso que atiende la necesidad humana de plenitud. El ser humano –desde la concepción misma de los griegos y hasta nuestros días–, no es propiamente sino que está siendo. La educabilidad humana es este esfuerzo de los seres humanos por alcanzar plenitud; está enraizada en nuestra falibilidad y en la apertura a nuevos saberes. Alude la plasticidad individual y nuestra proclividad a crecer como personas. A través de la educación el ser humano supera su inmadurez, su condición de desamparo y su invalidez originaria. Los autores recurren a Kant, Ardoino y Brezinka para decir que “la educación es un proyecto social e individual deliberado y consciente, que pretende obtener transformaciones en el comportamiento humano con resultados exitosos y de acuerdo con la visión de esa sociedad, sus circunstancias, capacidades, todo ello enmarcado dentro de los ámbitos de la cultura”. Desde su perspectiva, la educación es un instrumento no sólo de formación sino de transformación individual y colectiva; “instrumento de la libertad, que satisface necesidades vitales del hombre y la sociedad”. La educación, dicen, entendida como acto, proceso o producto, entraña una dimensión que no sólo es antropológica sino social y política. La educación transforma la personalidad, sí, pero lo hace en aras de un conjunto de fines u objetivos que la orientan y transcienden lo pedagógico. La educación es proceso de formación, conformación y trans-formación del hombre y la

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sociedad; reposa en una serie de fundamentos psicopedagógicos que consideran, en la naturaleza humana, una concepción psicológica y otra pedagógica que no se excluyen sino que coexisten y se complementan. La primera habla de nosotros, de lo que somos; la segunda se refiere a los procesos de aprendizaje y enseñanza y, desde luego, a las teorías que se desprenden de dichos procesos. Las primeras enfatizan, son descriptivas y explicativas porque nos dicen qué es el aprendizaje y cómo tiene lugar. Las segundas son prescriptivas en tanto permiten guiar y, en su caso, reorientar la práctica que realiza el docente para propiciar la enseñanza. Javier Serrano y Pedro Troche subrayan un hecho que, por obvio, hoy se pasa por alto: la enseñanza y el aprendizaje no son factores independientes; existe entre ellos una interacción indispensable e indisoluble. Así, en esta obra pasan revista a la posición neoconductista de Skinner, a la epistemología genética de Piaget, el aprendizaje significativo de Ausubel, la zona de desarrollo potencial de Vigotsky, la educación centrada en la persona de Rogers y el método psicosocial de Paulo Freire. Esta revisión permitirá al lector advertir que la educación cambia desde la perspectiva teórica desde la cual se mira y, en consecuencia, son distintas también las ideas que se tienen de educador, educando, enseñanza, aprendizaje y evaluación •

Artesanales, Ricardo Yáñez, Parentalia, México, 2013.

DE CANCIONES, JUEGOS Y PALABRAS CARLOS PELLICER LÓPEZ

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l leer y releer estas canciones me va quedando clara, precisamente, su claridad, su luz desde dentro. En principio parecen estar hechas para cantarlas, y a todo pulmón. Pero al darles voz encontramos que no es tan fácil, que en su aparente s e n c i l l e z h a y g r a n d e s , p re c i o s a s complicaciones: “Hacia mí va llegando/ como contento/ un dolor que me duele/ desde hace tiempo// No obstante que me duele/ viene cantando/ se ha dejado alegrar/ de contrabando// Me digo que no duele/ que me dolía/ pero me duele y mucho/ todavía// Todavía me duele/ este dolor/ aunque por hoy lo guía/ cierto dulzor// Dulzor que se despide/ que aquí despido/ Cuando vuelvas avisa/ dolor te pido.” Se cantan y ahí mismo piden silencio. Silencio para escuchar la música

callada que guardan en su mecanismo exacto, de relojería solar. Las palabras, que en principio aparecen sencillas, del diario, se entretejen mágicamente para decir lo que no está escrito pero que aquí se canta y encanta: “Un jilguero está cantando/ desde su jaula de plata/ todo lo que estoy amando/ me da la vida y me mata.” El poeta pide prestadas alas y voces para cantar dentro de la prisión, el sufrimiento gozoso del amor. A veces el goce, sorbo a sorbo, palabra a palabra, destila la pasión ilimitada e infinita: “En las flores del jocote/ bebe un pájaro su vida/ bebe un pájaro su goce/ su infinito y su medida.” A ratos me parece que el vocabulario es tan corto como las notas en un coral de Bach o en una melodía de Mozart; con poco se dice mucho: “No sé qué estrella me guía/ de regreso a aquel lugar/ donde lo que no sabía/ supo decirse en mi hablar.” Porque para comprender usamos la luz de las estrellas, entendemos con la poesía: “No sé qué estrella me lleva/ de vuelta al lugar aquel/ donde lo que no entendía/ fácil fue de comprender.” El lenguaje elemental, aquel que se usaba en la primavera de la lengua, un idioma que surgía nuevo y deslumbrante en la palabra de Hurtado de Mendoza, de Gil Vicente y tantos más, Ricardo nos lo devuelve renovado, tan fuerte y saludable, tan tierno y joven como entonces: “Tiempo tengo de no ser/ lo que ser ayer solía,/ pero pronto he de volver/ a la primigenia vía.// Si me quieren conocer/ puede que éste sea un buen día,/ hoy ceso de padecer/ el ruidero que traía.// Se me pudo conceder/ esta sencilla alegría:/ me es dado reconocer/ en mí la palabra mía.” El tema principal del libro –ya se dijo– es el amor. El amor que mueve el cielo y las estrellas, como dijo otro cantante de la nueva ola italiana del siglo xiii . Así, todo lector o cantor se encuentra en cualquier esquina de estas cuartetas y décimas. Poesía popular, en la que bien puede olvidarse el nombre del autor, reintegrado a la voz del pueblo ‒máxima aspiración del artista, como lo supo entender don Antonio Machado‒: “Una vez yo tuve un sueño/ y en el sueño alguien decía/ que perdido es todo empeño/ si no es que el amor lo guía.// Una vez yo tuve un sueño/ y en él una voz cantaba/ que de balde es todo empeño/ si no es que en amor acaba.// Una vez yo tuve un sueño/ y en ese sueño entendí/ que si es de amor el empeño/ hablará el amor por mí.// Una vez yo tuve un sueño/ o soñé que lo soñé/ y en realizarlo me empeño/ y si amor quiere lo haré.” Como decía antes, el poema es un hallazgo que nos lleva al conocimiento. Nos permite desdoblarnos, salir de nosotros mismos y mirarnos en su espejo: “A las orillas de un río/ bajo un árbol me senté/ y todo el tiempo era mío/ sin porqué ni para qué// Sin porqué ni para qué/ vi todo el tiempo pasar/ supe de dónde nacía/ y el mar al que iba a llegar// A las orillas de un río/ mi vida toda pasó/ y creo también que la vida/ de que vengo a donde voy.” ¿Juegos de palabras? Sí. Qué envidia poder jugar con las palabras, como el músico que juega con los sonidos y los silencios, como el pintor que juega con las formas y los

colores. Saber la medida exacta, el peso, el potencial de cada palabra y la interacción cuando se reúnen para resultar en una armonía inusitada. El oficio del poeta. Ya sabemos que la poesía se hace “con las manos de no hacer nada...”: “Se trata de no pensar/ y no obstante estar atento/ a no pensar, sin pensar,/ quieto en cada movimiento/ y ágil en el descansar./ Se trata de sólo estar/ sin ser rápido ni lento/ dando lo que debas dar/ desde tu mejor contento/ y no querer agradar,/ porque allí se acaba el cuento.” Siguiendo la cuerda de las paradojas de este libro, los dejo en silencio con sus canciones, llenas de jilgueros y canarios, manzanos y cafetales, limoneros y duraznos, sueños y estrellas, ríos y mares, paso a paso con el amor que nos acompaña a todo dar: “Una copla yo canté/ y al cantarla hallé el sentido/ de todo lo que soñé/ bajo un manzano florido.// ¿Algo acaso descifré/ en la copla que me ha herido?/ No lo sé ni lo sabré./ Lo que sí es que he comprendido// que era un jilguero sin nido/ y en una rama canté/ y al cantar hallé el olvido/ de aquello que nunca fue.” •

El escritor como migrante, Ha Jin, Vaso Roto/Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2012.

Autor, entre otras, de las novelas La espera, Despojos de guerra y En el estanque –todas ellas traducidas al español–, la vida de Jin guarda más de una similitud con la de escritores como Joseph Conrad, Vladimir Nabokov, v.s. Naipaul y Milan Kundera, es decir, con quienes hicieron de su obra una manifestación patente de su espíritu nacionalista, pero al mismo tiempo con aquellos que, por voluntad o forzados por su circunstancia, cambiaron su lugar de residencia y, con él, también la lengua en la que escribieron las obras que los hicieran célebres. La migración, el exilio, la idea de país, el lugar de la literatura y el del escritor dentro de ésta, son los temas de Jin, alguna vez miembro del Ejército chino durante la Revolución cultural, actualmente profesor en la Universidad de Chicago, y que tiene la doble nacionalidad chinaestadunidense.

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CAMUS: la rebelión contra el absurdo Poesía y educación Xabier F. Coronado y Antonio Valle

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arte y pensamiento ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

MENTIRAS TRANSPARENTES

Poca cosa –Si a ti de veras te parece que está bien –dijo Ruth sin alzar la vista, ensimismada en la carta, con la frente arrugada, apretando los dientes–, tómatela tú. Está pasado, ¿no te das cuenta? Que abran otra. Yo no voy a tragarme eso. Alzó la carta para que yo no la viera y sin hacer una pausa se enfrentó al mesero: –¿Qué no oíste? Lo mejor que tengas, no esa porquería. Yo hubiera querido hacer... decir algo que la calmara. –¿Vas a querer los mejillones? –pregunté, y bien sabía lo mucho que le gustaban. –Son poca cosa –contestó–. Quiero algo más... –¿Abulón? Ruth chasqueó la lengua. –Déjame en paz. Te digo que quiero algo que sea más... Seguí con los ojos la columna de la derecha. También ella estaba concentrada allí. –Yo creo que –dijo con voz de hielo, viéndome de frente–, tal vez cangrejo. –¿Cangrejo? Nunca lo has querido probar. ¿Si no te gusta? –Me vale madres. No quiero que me guste. Quiero que sea caro. Lo más caro que haya. Lo más que se pueda •

POESÍA César Cano Basaldúa

Finalmente No hay, después de todo, obra inscrita en la grandeza. Jugar a la inmortalidad es menos que un bostezo. ¿Cuántas palabras habré gastado si antes nunca me tendí en la hierba? Todo, menos la sonrisa rota de mis padres. Y estas pocas líneas para cerrar con una disculpa el cielo gris.

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

Escribir en voz alta

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emófilo Azuara, lector ejemplar, envió un mensaje a propósito de la colaboración anterior (en la que se abordaron diversos tipos de lectores), para referir su caso: “el lector por herencia”. Su padre leyó durante toda su vida y él, como muchas personas que continúan la labor de sus progenitores, cultivó el oficio de lector. En su mensaje también hablaba de su hermano, un “lector que solía leer en grupo”: se reunía con otros lectores para leer en voz alta una obra o para discutir su experiencia personal y enriquecerla con las impresiones de los demás. Es un hecho que la lista de tipos de lectores es infinita ya que, como decía Jorge Luis Borges, cada obra es distinta según el lector que la lea. De los tipos de lectores arriba mencionados pueden desprenderse otros: los lectores que son “oidores” o “escuchas”; ellos eligen la voz de otra persona para “leer” un libro. A este rubro pertenecen, por principio, los niños a quienes, por costumbre, se les lee un cuento “antes de dormir”. La lectura de pasajes bíblicos en una celebración religiosa o las lecturas de poesía (que en algunos casos, como los de Pablo Neruda o Jaime Sabines, congregaban multitudes), son ejemplos claros de que la escritura no es un acto estrictamente solitario. Lo anterior lleva a otra cavilación: hay autores que son pésimos lectores de su obra: su lectura resulta aburrida, son capaces de destruir el mejor de los poemas o la más excitante de las historias. En el extremo opuesto, hay lectores que gracias a una excelente capacidad histriónica pueden convertir un texto pobre en recursos estéticos, en una verdadera obra de arte llena de emoción. El equilibrio se alcanza, pocas veces, cuando alguien consigue que una obra literaria potencie sus virtudes gracias a una lectura bien ejecutada. Conviene recordar que en la historia de la humanidad el libro (reproducido en serie) es un objeto relativamente nuevo. Margit Frenk apuntaba que, a semejanza de la lectura en la Edad Media,“todo eso que hoy llamamos literatura y que leemos a solas y en silencio, en el Siglo de Oro solía entrar por el oído y constituir un entretenimiento colectivo”. Así, escritura y oralidad, silencio y sonido, suelen ser elementos medulares para quien vive cotidianamente en el universo de las palabras. Leer en voz alta nos devuelve acaso la concentración que el ruido de la modernidad nos ha robado y nos hace reconocer nuestra propia huella sonora, mientras que leer en silencio nos permite entrar en nosotros mismos, reencontrarnos en el bosque (que somos) para leer esos árboles convertidos en páginas de papel unidas por la mano del hombre, esos árboles convertidos en el objeto, siempre misterioso, llamado libro •

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Encuentro Dimitris Doúkaris

Pedro Miguel Cayetano Cabral se encuentra tal vez en el poblado Vakoa, allá en la Isla de Mauricio – con sombrero de ala ancha, y el único recuerdo portugués; viajamos dos días con sus noches en el lago Tanganica – el vapor Urundi entonces tenía como capitán a Coeurdelion, cálido y cordial que decía solemne: “Hacía tiempo que no veía semejante recalmón en el lago.” En el poblado Vakoa ahora Pedro Miguel quizás encuentre a una persona para decirle, tomando cerveza, con total indiferencia: “estoy desolado, usted entiende, estoy desolado”, tomando cerveza en el comedor de un barco o también de un hotel, “estoy desolado”. De Poemas de la Buena Esperanza (1963)

Dimitris Doúkaris (Atenas 1925-Atenas 1982). En 1944 se hizo miembro del Frente de Liberación Nacional y formó parte del movimiento de resistencia contra la ocupación alemana (1941-1944). Debido a sus actividades políticas, pasó tres años y medio en varios campos de detención y prisiones; en 1951 se afilió a la Unión de la Izquierda Democrática, pero renunció desilusionado cuando Rusia invadió Hungría (1957) y, a partir de entonces, abandonó toda actividad política. En 1958 viajó a África (Ruanda, Congo Belga y Sudáfrica) como supervisor en plantaciones y como periodista. Al regresar a Atenas (1961), trabajó como asesor de la fao y nuevamente como periodista. En 1975 fundó la revista literaria Tomés (Cortes), misma que dirigió hasta su muerte. Es autor de diecinueve libros de poesía y ha sido traducido al inglés, francés, italiano, alemán, búlgaro, húngaro, rumano y polaco. Véase La Jornada Semanal, núm. 790, 9/ v /2010 Versión de Francisco Torres Córdova


Jornada Semanal • Número 979 • 8 de diciembre de 2013

........ arte y pensamiento Alonso Arreola

Miguel Ángel Quemain

@LabAlonso

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Utopya, la coralidad rebelde de Psalmón

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AL VEZ DAVID PSALMON sigue entre nosotros porque piensa que México tiene remedio, que es posible hacer un teatro sin paredes. Por eso, en temporada cortísima pero que continuará en otros foros, sitúa su nueva producción en ese espacio difícil de someter a coordenadas precisas, enclaustrar en cuatro paredes y someter a los rigores del tiempo lineal. Se llama Utopya y se trata de un teatro de concierto, tan coral como íntimo, donde el actor acepta la convocatoria de fundirse en lo grupal, pues la exigencia técnica gratifica lo suficiente como para dejar ver la posibilidad de que ese colectivo emerja como personaje y como sujeto de una enunciación que puede ir de lo colectivo a lo individual, inmerso en lo novelesco:“la novela sin personajes”, decía Barthes.

Este montaje es resultado evidente de una labor de seducción para que Teatro sin paredes cuente con la coproducción de la Coordinación de Música y Ópera del inba , a través de Epromúsica y la Casa del Lago-unam, lo que significa reconocer una trayectoria sólida y aprovechar la calidad de una agrupación apoyada por el Estado. La insistencia multidisciplinaria de Teatrosinparedes ofrece productos que le permiten a intérpretes de todas partes mostrar sus logros y capacidades. Por ejemplo, en el conjunto hay varios artistas favorecidos con los apoyos del Fonca en distintas modalidades. Psalmon muestra en cada montaje cómo es posible hacer más con menos. Utopya es una obra para armar. Sin embargo, el rompecabezas tiene combinatorias limitadas. Su idea es muy interesante pero inconsistente dramatúrgicamente, porque no hay líneas anecdóticas que sostengan distintas continuidades y menos aún en las decenas de posibilidades que se mencionan en el programa de mano. Es “un rompecabezas en movimiento compuesto por veintinueve actos escénicos originales presentados en forma simultánea, repetida y sin orden pre-establecido en múltiples espacios”. Lo que se evidencia es una propuesta más aforística que narrativa. Sí pueden establecerse rutas distintas sin riesgo de alterar el significado, pero la redondez de las escenas carece de elementos que estructuren un pasaje entre ellas, que sea legible y posibilite un paisaje que se elabore como resultado de algo más que una suma de escenas. Lo que se recuerda del tránsito es la particularidad de cada una, su impacto emocional y su desarrollo temático. Hay en Psalmón una línea estética y temática que viene del mundo comprometido brechtiano, aunque no es la única lectura evidente que atraviesa su obra. Grotowski, Barba, Craig, por mencionar unos cuantos, sin pensar en que se trata de seguimientos al pie de la letra, están

ahí como lecciones donde la plástica, lo grupal, actoral y dramatúrgico están presentes. Lo que sigue a las escenas que admiten la fragmentación es un recorrido dirigido que concluye en un final festivo, multicolor, carnavalesco, en los múltiples sentidos tanto populares como bajtinianos. El mundo del carnaval reaparece a veces como tragedia y otras como farsa; basta ver las utopías de la protesta que se han afincado en distintos momentos, unas en Reforma, otras en el Zócalo y otras más en el Monumento a la Revolución. Esto no significa que lo que tengamos enfrente sea un fracaso. Las aspiraciones de las obras artísticas por lo general aparecen en los prólogos, las introducciones y, en el caso del teatro, en las conferencias de prensa y los programas de mano. Los resultados únicamente pueden estar sobre el escenario, y lo que logra Psalmón es un concierto de enorme intensidad que termina por encaminar al espectador en cuadros finales de afinada coralidad. Un elemento transfronterizo en este Teatrosinparedes es la música. La intervención musical que obsede a Psalmón para hacer sonar el teatro produce una atmósfera rica en sugerencias y significados, como lo que hacen los Tres Tristes Tangos conformados por Alex Daniels, Jorge González y Daniel Paz. Hay un disco (Indio libre) que muestra las posibilidades de esa aventura, donde se recogen dos obras que forman parte del repertorio del grupo concebido por Alex Daniels y Daniel Hidalgo. Al final, quedan muchas preguntas sobre la posibilidad de lo festivo y la creación, que invitan a plantearse al espectador la posibilidad de un mundo mejor, la certeza de que Utopya es un grito de esperanza, una quimera necesaria, un territorio en construcción y una manera de caminar de frente y sin detenerse. La Utopya es también un microcosmos personal de poderosa resonancia en lo colectivo •

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com

Treinta años del sida en México, treinta artistas

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L PRÓXIMO VIERNES 13 de diciembre, gracias a la hospitalidad de la Universidad del Claustro de Sor Juana, se presentará un disco/libro o libro/disco que conmemora los treinta años del primer caso de sida en México (6: 30 pm, Izazaga 92, Centro Histórico, cupo limitado). Se llama Humano, demasiado humano. Fue producido por quien estas líneas firma junto a la asociación civil Ser Humano ac, casa hogar con veintidós años de existencia que, además de consultas médicas y psicológicas externas, cuida, mantiene y educa a más de treinta niños portadores del vih. Sobra decir que muchos de ellos no tienen padres y que, por daños colaterales de la enfermedad o el tratamiento, padecen otros síntomas. Se trata de niños que van a la escuela, reciben atención especial y viven una vida alegre relacionada, además, con las artes plásticas y la música. En sus instalaciones (Fray Servando de Mier núm. 104, colonia Centro) cuentan con los cuidados y medicamentos necesarios para controlar al virus, aunque para muchas instancias de gobierno sigan siendo invisibles o poco prioritarios. Tema que pasa de moda entre los políticos del mundo, el del sida no ha tenido el eco que ameritaba este 2013, aun en tan significativo aniversario y con cifras que se mantienen en niveles de alarma. Claro que hay numerosos exper tos y plumas preocupadas y conscientes que no olvidaron la fecha en textos y discursos que apuntaron a la semana pasada, cuando cayó el 1 de diciembre, Día Mundial de la Lucha Contra el Sida. Un ejemplo fue la columna de nuestro vecino de páginas en este suplemento, Jorge Moch, hace quince días. Abrazo para él. Dicho esto, estimada lectora, querido lector, no se nos tome a mal asomar las narices entre líneas y sacar provecho de nuestro espacio. La misión dominical lo justifica. El mentado objeto que hoy nos anima contó con la colaboración de treinta artistas. Hablamos de diez plumas, diez proyectos musicales y diez niños pintores de la casa Ser Humano ac . Esperamos le sorprenda su variedad, misma que tristemente alberga a esta y otras enfermedades que no distinguen entre clases ni geografías. El prólogo fue escrito por la periodista Lydia Cacho. Siempre en movimiento, su ímpetu fue clave para llevarlo a buen puerto. Quienes entregaron poemas fueron el cantautor español Alejandro Sanz, los poetas veracruzanos Francisco Hernández y Mardonio Carballo, así como los laureados Julián Herbert y Sandra Lorenzano. Quienes prefirieron el cuento o algún híbrido: la deslumbrante conductora Laura García Arroyo (La dichosa palabra) y el todólogo Fernando Rivera Calderón (Monocordio/El Weso). Quienes entregaron una crónica compartiendo vivencias personales: el agudo escritor

y figura televisiva Nicolás Alvarado, así como la notable cabaretera y reina chula Marisol Gasé. En la parte musical, además de intervenciones de los propios niños de Ser Humano en la pieza de apertura “Monstruociudad” (única escrita ex profeso para el proyecto), autoría del legendario malafacha Jaime López, se hacen presentes compositores de muy distintos géneros: Carla Morrison (“Eres tú”), Enjambre (“Ciencia en la lluvia”), Tania Libertad (“Síndrome de amor”), Hello Seahorse! (“Te abrazaré”, inédito), Paty Cantú (“Si pudiera”), Juan Sebastián Lach (“Round Ruby”), Chocolate Smoke Gang (“Black Panther”) y San Pascualito Rey (“Si pudieras ver”). Ellos, junto a sus disqueras y manejadores, apostaron como nosotros a que piezas grabadas con anterioridad cobraran nuevos significados en este contexto. El resultado, creemos, es un peculiar y disfrutable sueño sónico. Los niños –y no tan niños– de Ser Humano, cuyas obras se eligieron para ilustrar los textos son: Yovanni, Mariana, Miranda, Álvaro, Eduardo, Alexis, Alondra y Miguel, así como otros que pintaron en plan colectivo. Sus manos plasmaron arboles, lágrimas, sonrisas, océanos, aves, calaveras, dragones, retratos y demás ocurrencias que redondean y dan color al pensamiento de unos y el sonido de otros. Triángulo amoroso completado no sin dificultades, en su portada ostenta un excepcional cuadro del artista jalisciense Alejandro Colunga, donación de hace algunos ayeres. Ahora: ¿cómo conseguir una de las ediciones limitadas de Humano, demasiado humano? Póngase en contacto directo con la asociación Ser Humano ac a partir del 16 de diciembre, pues debido a sus características no puede distribuirse ni venderse en forma convencional, sino a través de donativos. Aquí los datos: teléfono: 55787423. Correo electrónico: serhumano@serhumano.org.mx. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

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arte y pensamiento ........

8 de diciembre de 2013 • Número 979 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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IEMPRE LE HE TENIDO simpatía al villano del poema Beowulf. Es un monstruo horrendo: se llama Grendel, despedaza caballeros y los devora. Esa no es la parte que me cae bien. Ante las manos horrorosas de este descendiente de Caín –¿no es delicioso que ésa sea la genealogía que le atribuyó el anónimo poeta que lo creó?–, armadas con uñas ganchudas y afiladas, se abren todas las puertas. Genial. Grendel detesta las fiestas: los corros de hombres se emborrachan alegremente. Cuando hay música, bebida y guerreros vomitando en las esquinas del salón, se enoja y se come a todos, bien crudos. Eso, su antipatía por la pachanga, es lo que me fascina. Quizás porque me identifico con él, sobre todo, en Navidad. En mi revuelta memoria, ese desván donde se amontonan y mezclan las imágenes más dispares, hay una que atesoro. Es una película corta clase b que proyecto en mi cabeza cada diciembre cuando paso por la esquina de Félix Cuevas e Insurgentes. Entonces me imagino que estamos juntos Grendel y yo, haciendo corajes frente al escaparate cursi y ostentoso de Los Almacenes de Moda. Paseamos juntos, caminando por la acera. Los compradores, con los brazos llenos de bolsas de plástico (rosas o amarillas, ya sabe), se hacen a un lado. Voy rodeada de un halo verde (emanaciones de bilis destilada). Traigo el pelo erizado y centelleante gracias a un tubo entero de gel con glitter y mi abrigo negro, que es un poco gótico. Grendel, mi aliado decembrino, parece un jabalí parado de 1.95 metros de altura y 150 kilos de peso. Quien lo ve se baja de la banqueta. Grendel, fastidiado por la alegría impostada y melcochosa, destruye algunos adornos de El puerto de no se dónde. También rompe las ventanas de El palacio de cierto material, y descompone las puertas de todas esas tiendas que el lector conoce y que lo acechan, esperando a que pase para arrebatarle el aguinaldo y darle a cambio cosas que no necesita. Yo convenzo a Grendel, quien por cierto no sabe qué es el dinero, de que no destruya el Árbol Gigante o el Tren de Santa. Gruñe en respuesta y yo le acaricio el brazo hirsuto, temible. Al pasar junto al lote de pinos canadienses destinados a la venta para árboles de Navidad, Grendel me suelta la mano, escoge uno y orina el tronco. El señor que los vende sale corriendo y una señora que presume su bolsa Coach, sus zapatos Ferragamo y uñas largas como las de Grendel pero adornadas con pedrería, se da de narices con la puerta de su inmensa camioneta. Esa fantasía pueril vuelve cada año, junto con mi bufanda, y me da un consuelo infinito. Aquí, ya en plena confesión y de la mano de Grendel, quiero manifestar mi desacuerdo con la forma en la que el di-

rector Robert Zemeckis lo retrató en aquel churro de 2007, Beowulf. En primer lugar, porque de la historia apenas quedó un chorrito. Todos, sin excepción, parecen tontos, comenzando por el director, quien le dijo a los periodistas “que a él no le gustaba el poema”. Seguro por eso Grendel anda por allí brincando de un lado a otro como un conejo tapándose los oídos, que porque le duelen con la música y Beowulf se trepa, inexplicablemente desnudo, en los pilares del salón. Otra figura irrisoria en la película es la madre de Grendel, un miscast si los hay. Es Angelina Jolie quien va cubierta de escamas y calzada con tacones de aguja por las cuevas donde tiene escondida la espada mágica. ¡Cómo me hubiera gustado que j. r. r. Tolkien, cuyo genio era muy ácido, hubiera comentado la película! En su ensayo The Monsters and the Critics, Tolkien pulveriza a los críticos que consideraban ingenuo el poema o que se limitaban a verlo como un texto cuyo valor dependía de su antigüedad (es, quizá, del siglo viii). A quien tuerza la boca pensando que a quién, además de ese Tolkien con sus magos y sus hobbits, le puede importar un poema medieval con un monstruo y un dragón, le recuerdo que el recientemente fallecido poeta y Premio Nobel, Seamus Heaney, escribió una versión de Beowulf en 2000, misma que le valió el Whitbread. Vuelvo a mi fantasía: Grendel y yo compartimos sin palabras la sensación de que no estamos invitados a esas fiestas protagonizadas por familias sonrientes y vestidas con suéteres decorados con renos, que beben y se abrazan y se dan regalos. Tampoco creemos en el espíritu navideño del gobierno, de las tiendas o de quien se ha bebido cien vasos de ponche. Grendel y yo somos unos amargados •

Gracias, Pepe Gordon

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OSÉ GORDON ES UN escritor y periodista, creador y conductor del mejor programa de explicación de temas científicos que se haya hecho en México, La oveja eléctrica –el título de la serie es, claro, un guiño a la emblemática novela futurista de Phillip k. Dick– que felizmente sigue al aire en su séptima temporada ya, en la barra de Canal 22 (los martes a las 20:30 hrs., con retransmisiones los viernes a las 13:30 y a las 17:30), sobreviviente televisora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que sigue afortunadamente allí a pesar del alud pragmático y neoliberal a ultranza que hoy parece arramblar toda expresión de gobierno en México. La oveja eléctrica se ha convertido en siete años, y en contraste con la basura que producen a raudales las televisoras privadas, en raro ejemplo de que cuando se quiere hacer televisión de calidad para el intelecto del público todo es posible. Engalanada con un magnífico diseño visual –son dignas de mención sus cortinillas de introducción y corte a espacios promocionales, realizadas estupendamente, según explicó a este aporreateclas el productor del programa, Froylán López, por el despacho de diseño creativo Tono y más recientemente por Maribel Martínez– La oveja eléctrica tiene además una virtud especial: hace más llevaderos y digeribles trasuntos científicos de complejidad específica –cuando explica por ejemplo el Bosón de Higgs o qué diablos se cocina en las entrañas del laboratorio que alberga el inmenso acelerador de partículas subatómicas de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, allá en Suiza– quitándole a la ciencia un poquito de su característica arrogancia ante los legos como bien refleja esta afirmación del mismo Gordon: “De la misma manera en que uno no necesita ser novelista para disfrutar de una buena novela, tampoco necesita ser científico para disfrutar de lo asombroso que son los relatos de la ciencia.” Pepe Gordon echa mano de su don de conversación y trae a cuento un amplio abanico de temas, desde la maldad como resultado de sumas y restas bioquímicas en el cerebro humano hasta cómo funciona un telescopio orbital, con amenas entrevistas a a l g u n o s d e l o s m á s e n c u m b ra d o s científicos que lideran igualmente variadas disciplinas, desde las neurociencias hasta la astrofísica y ello incluye a varios premios Nobel. Pero es de particular importancia que difunde el trabajo de notables científicos mexicanos como Gerardo Herrera y Ranulfo Romo. Lejos de convertirse en un mamotreto enciclopédico de impenetrable espesura, La oveja eléctrica se hace cargo, en distintas secciones, de los asomos de la ciencia en lo cotidiano y busca a menudo establecer un vínculo fascinante entre arte y conocimiento. Breves espacios en formato de cápsula, distintos en cada episodio quedan a cargo de otros conductores, como Silvina Espinosa de los Monteros (la autora de Ciudad de tinta) con sus Supersabios o Myriam Moscona cuando expone –su sección se llama juguetonamente Veo, veo– sorprendentes sucesos científicos que abren la puerta a despliegues visuales propios

de artes plásticas, o allí las afortunadas, divertidas intervenciones del prestigioso ajedrecista Manuel López Michelone, mejor conocido por su apodo de la Morsa (y quien, casi nada, además de Maestro fide de la Federación Internacional de Ajedrez, es físico egresado de la Facultad de Ciencias de la unam , con una maestría en Inteligencia Artificial por la Universidad de Essex), cuando elabora acerca de las matemáticas complicaciones de las mágicas escaleras de Escher. Para redondear el paquete, el año pasado la editorial Sexto Piso publicó al

alimón con Conaculta la historieta La oveja eléctrica y la memoria del universo, escrita por el mismo Gordon y con dibujo del estupendo ilustrador Ricardo García, quien firma con el seudónimzo de Micro. Es tranquilizador por decir lo menos que en un país como el nuestro, sumido en la barbarie y la rebatinga del robo institucionalizado aún hay ciudadanos que se preocupan por lo verdaderamente importante –el arte, el conocimiento– y son capaces de salvar escollos presupuestales y politiqueros para llevar a los hogares mexicanos televisión de calidad, que siembre en nuestros niños y jóvenes la avidez por el conocimiento y no solamente la moda pasajera o la vocinglería emergente de balazos y sirenas. Por eso, Pepe, Morsa, Myriam, Silvina, Froylán y todos los que de cualquier manera contribuyen a la confección y la vigencia de La oveja eléctrica, muchas, muchas gracias •

CABEZALCUBO

Grendel y la Navidad

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 979 • 8 de diciembre de 2013

........ arte y pensamiento

Javier Sicilia

Luis Tovar

Insite: la salud y la droga

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UCHOS SON LOS ROSTROS de las víctimas que la satanización de las drogas no nos deja ver. Están, en primer lugar, los asesinados y desaparecidos –muchos de ellos inocentes– que la prohibición de la droga en forma de guerra cobra en México; en segundo lugar, la mayor parte del veinticinco por ciento de los presos del mundo que Estados Unidos tiene –la mayoría afroamericanos y latinos asociados con posesión o venta de drogas, es decir, minorías criminalizadas y segregadas–; en tercer lugar, los propios adictos; en cuarto lugar, la sistemática destrucción de la vida democrática. Esa realidad muestra, con un horror que hiela, que la satanización de la droga y su combate en formas violentas ha generado en los últimos cuarenta años más víctimas que su consumo. Una de esas causas –tras la cual se oculta la maximización de capitales improductivos: venta de armas, grandes inversiones en ejércitos, policías y cárceles, lavado de dinero y corrupción de funcionarios– está en mirar la droga como un asunto de seguridad nacional y no como un asunto de salud pública como se hace con otras sustancias –pensemos, por ejemplo, en el alcohol– que, al igual que la droga, pueden o no –según su uso– ser dañinas. Toquemos aquí el tema de los adictos duros, esas víctimas que supuestamente la guerra contra las drogas ha pretendido salvar. Esos adictos que el Estado extrañamente no encarcela, pero que abandona al mercado negro y a la indefensión, no sólo siguen existiendo, sino que su número se incrementa. Para mirar ese horror hay que ir a los picaderos de los suburbios de muchas grandes ciudades o leer el reportaje sobre los picaderos de Ciudad Juárez que la revista Proceso publicó en su número 1653. Semejantes a las víctimas directas que Calderón y el actual gobierno de Enrique Peña Nieto quieren enterrar en una fosa común, los yonquis están igualmente abandonados y olvidados en sitios donde lo único que existe es la oscuridad, la ausencia de higiene, el contagio de enfermedades, la destrucción y la muerte. Contra esa atroz idiotez, varias organizaciones en Canadá lograron que su gobierno, por una excepción especial de la Sección 56 de las Drogas y Ley de Sustancias Controladas, financiara en Vancouver un programa llamado Insite. El sitio no es otra cosa que un picadero ubicado en la zona donde habitan los yonquis –193 East Hasting Street en el Dowtown Eastside–, pero hecho de manera higiénica: pequeños cubículos con espejos, jeringas nuevas, enfermeras, médicos y voluntarios. Arriba, un programa de apoyo para quienes quieren rehabilitarse. Lo único que Insite no proporciona es la droga que los adictos, a causa de la

prohibición, deben comprar en el mercado negro con las consecuencias atroces de un mercado no regulado. El resultado no sólo es la dignificación de la persona –el yonqui tratado como un enfermo que merece respeto– sino la reducción sensible de contagios de sida y de muertos por sobredosis, treinta por ciento de adictos que ingresan a los programas de rehabilitación y ahorros significativos en el sector salud. Frente a los 500 mil dólares que anualmente aporta el sector salud de Canadá y el millón 200 mil dólares que entrega el Ministerio de Salud de Columbia Británica para el sostenimiento de Insite, los ahorros que proporciona son de 18 millones de dólares, según el Canada Medical Association Journal. El tratamiento de la droga como un asunto de salud pública regulada por el gobierno pondría no sólo fin a una guerra cuyos costos en vidas, en crecimiento de lo inhumano, en destrucción de la democracia y en incremento de capitales improductivos que sólo enriquecen a los señores de la muerte y a totalitarismos de nuevo cuño que son cada día más brutales, sino que también permitiría crear políticas públicas verdaderamente humanas como las que guarda el interior de Insite. ¿Podremos hacerle entender esto a los imbéciles que, al lado de los criminales, dirigen el destino de las naciones? No lo sé. En todo caso, si no lo hacemos, la vida se convertirá en un inmenso campo de concentración al aire libre. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

Des/encuentros

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NA PORCIÓN CONSIDERABLE DE la más reciente producción cinematográfica nacional tiene por tema el universo adolescente. Desde Perfume de violetas (Maryse Sistach, 2000), hasta Después de Lucía (Michel Franco, 2012), por sólo mencionar una de las primeras de la gruesa camada junto a una de las más actuales, los ejemplos abundan. En este espacio se ha dado cuenta de buen número de dichas cintas, y se ha hecho mención de lo notable que resulta ese tan acusado interés fílmico por hacer el registro –cada vez más completo, necesariamente– de qué y cómo viven, piensan, sienten, desean, son felices o todo lo contrario, los seres humanos cuando están a caballo entre dos territorios de la existencia que, al menos en teoría, tienen una delimitación más clara.

Club sándwich

Neosubgénero En ese que, sin estirar demasiado las definiciones, bien podría calificar como subgénero cinematográfico al menos en el espectro nacional contemporáneo, destaca por derecho propio el director y guionista capitalino Fernando José Eimbcke Damy, que dentro de ocho días cumplirá cuarenta y tres años de edad. Tras un arranque profesional sólido –tres cortometrajes de ficción y un documental hasta 2001, todos realizados cuando no tenía ni treinta–, Eimbcke debutó en largometraje de ficción con la muy premiada Temporada de patos (2004), y cuatro años más tarde hizo Lake Tahoe (2008), igualmente galardonada. Como sabe quien las vio, el denominador común de dichas cintas es que concentran la mirada y la detienen –dicho esto en términos tanto formales como de argumento– en un punto concreto de la vida común, la de todos los días, intrascendente sólo en apariencia, de uno –Lake Tahoe– o más –Temporada de patos– adolescentes, para mayor definición, de clase media baja y, aunque haya mujeres en derredor o participando en más de un modo, del género masculino. Tanto en los filmes referidos como en su reciente Club sándwich (2013), Eimbcke recurre a una evidente similitud en el marco temático referencial, pero establece diferencias absolutas al menos en un par de aspectos nodales: si en Temporada… puso el acento en la soledad adolescente derivada de la ausencia no total pero sí efectiva de los adultos, y si en Lake… remachó dicha ausencia con la muerte del padre y la búsqueda de un sustituto simbólico, en Club sándwich da un apretón a la tuerca y una vez más analiza la soledad púber, pero esta vez acompañada por la madre del interfecto. No es posible hablar aquí, como se ha hecho de otros filmes, de la tozuda incomunicación que puede y suele darse entre adolescentes y adultos, pues hijo y madre –Lucio Giménez Cacho Go-

ded, muy bien, y María Renée Prudencio, soberbia– rebosan de códigos privados, pequeñas complicidades, viejos juegos, entendimientos que no requieren verbalización… todo aquello que lo mismo es base que resultado de la convivencia permanente, los lazos filiales y, para el caso del filme, una suerte de aislamiento voluntario en un hotel casi desierto, al que acuden a pasar las–habituales–vacaciones. Más bien, lo que muestra la película es el punto preciso de la ruptura de ese pacto tácito entre el hijo que, por simple naturaleza, va dejando de ser quien es, y la madre que, por igualmente simple instinto, presenta resistencias a tal metamor fosis. Eimbcke no se complica y echa mano del recurso más obvio pero, al mismo tiempo, el más efectivo: otra vacacionista solitaria, apenas un par de años mayor que Héctor, el hijo, es el ángel exterminador que habrá de echar de su pequeño paraíso privado a esa pareja que haría las delicias de cualquier freudiano, y es el arribo a la sexualidad compartida de los chavos, con sus torpezas, incipiencias e inexperiencias, el hecho central de una trama que, muy en el ya reconocible estilo del cineasta, no apresura los acontecimientos ni se vuelve loca en términos visuales, de encuadre o de edición. Desencuentro inevitable de dos que, desde siempre, han sido cómplices, a consecuencia del encuentro de uno de ellos con alguien más, pero al mismo tiempo, y también inevitablemente, desencuentro con la realidad o, mejor dicho, con la costumbre: aquello que uno mismo ha construido, a golpes de reiteración y paciencia, como “lo normal”; aquello que se tiene bajo control y, por lo tanto, brinda la seguridad que conllevan las situaciones estables. Queda por ver si Eimbcke tiene algo más que añadir a ésta, su variada, compleja, bien escrita, mejor filmada y, en todos los casos, cálida y amorosa trilogía adolescente •

CINEXCUSAS

twitter: @luistovars

CASA SOSEGADA

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ensayo

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n modo de ver la ciudad es desde las alturas, cuando planea la aeronave que nos ha de posar en tierra. La panorámica permite contemplar la plenitud exuberante del valle que los antiguos mexicanos adoptaron como residencia. No son demasiadas las metrópolis que rivalicen con esta belleza natural. Dotada del clima apacible que posee, la convierte en un espacio casi paradisiaco. Mas apenas se ponen los pies en tierra la cosa es diferente, el espejismo de las alturas se torna ambiguo. Cualquiera advierte que se ha impuesto la huella de la mano del hombre, aflora una como muestra de la contienda entre sucesivas generaciones por afear sus espacios, calles, parques y avenidas. Son cada vez menos las vías hermosas en el df , extraviadas entre el efluvio del concreto, del sitio impuesto por los rebaños motorizados y de la basura que la agobia a cada milímetro. Con ecuménica sabiduría, fray Luis de León escribió que en las ciudades unas cosas son de contento y otras de pesadumbre y enojo. Persiste, así, un puñado de sitios que lucha por preservar visos luminosos de civilidad en medio del caos y el deterioro, pequeños rincones y zonas que conservan el aliento e iluminan la ciudad. A pesar del derrumbe y la barbarie, un heroísmo difuso, vago, mantiene su vitalidad en lucha con la cosmetología urbana que la va arrastrando a mutaciones irreversibles. La Colonia Roma es uno de los contados espacios que perseveran contra viento y marea. Cumple un siglo de vida por estos años y sabemos que emergió como un deseo de la sociedad porfiriana por embellecer y modernizar una ciudad que crecía sin contención. Sucesivos acarreos de modas europeas se dieron cita en lo que fuera la Romita, un potrero no alejado del centro de la ciudad. Empresarios, arquitectos e ingenieros acuden entonces al desarrollo de este que es, todavía, uno de los espacios menos deshumanizados de la capital, una de las colonias con mayor carácter y tradición. La fracciona Walter Orrín, un empresario inglés, con calles asfaltadas y avenidas anchas y arboladas. Varias voces han contado las virtudes y la historia de este espacio capitalino, destacadamente Edgar Tavares López (Colonia Roma, Clío, México 1988). En literatura ha sido especialmente afortunada, y para Sergio Pitol y José Emilio Pacheco ha sido un tema recurrente. Como pocos rumbos de la ciudad, es una colonia en donde aún la vida se puede realizar civilizadamente, es decir, a pie. Caminar a la tortillería, la panadería, al mercado, al trabajo –si se alcanza esa fortuna‒, la farmacia, la iglesia, la escuela y ambular por sus aceras y parques espléndidos. Mercurio y Argos, Felipe Sojo

8 de diciembre de 2013 • Número 979 • Jornada Semanal

Es un barrio al que caracterizan varios estilos en arquitectura, bien que predominan el ecléctico, el art nouveau y el esperpento. De los dos primeros hallamos construcciones en varias partes. Basta echarse a andar, dar un paseo al amanecer o a la hora del crespúsculo por ciertas calles o plazas, como la Plaza Río de Janeiro, la Plaza Luis Cabrera, las calles de Orizaba, Colima, Tabasco, Chihuahua, Guanajuato, Tonalá o Córdoba ‒por citar unas cuantas‒, para admirar esos estilos y comprobar que el hábitat incide en nuestra vida cotidiana. Del muestrario esperpéntico identificamos algunas ejemplos: el edificio que constituye el Hospital Álvaro Obregón, en la esquina de la avenida Álvaro Obregón y Jalapa; otro más, vecino suyo, a unos cien metros al poniente, en la misma acera. Un tercero es la llamada Torre Córdoba, en la esquina de Córdoba y Puebla; así como el edificio del Arzobispado, que no canta mal las rancheras, en la esquina de Córdoba y

Los bronces de Obregón

Leandro Arellano

Durango. Lamentablemente la especulación inmobiliaria impone cada vez más su avidez: un número creciente de construcciones de estilo son derrumbadas para construir edificios de departamentos sin mayor gracia. Preside la colonia la avenida Alvaro Obregón, uno de los pocos bulevares que se salvó de la mano inclemente de la Regencia de los desastrosos ejes viales. Tiene en su recorrido un ancho camellón arbolado en los costados, con esculturas de la mitología griega y romana en el medio. Por la época de la construcción de los ejes viales, la calle Benjamín Franklin, en la Colonia Condesa, era un camellón de un lujo boscoso y un pulmón del área; hoy no es más que una peregrinación imparable de motores. Wikipedia señala que el diseño de la avenida Álvaro Obregón es de corte francés de la época, el de un bulevar con un camellón central flanqueado por una doble hilera de árboles, como sobrevive en la actualidad. Conserva su trazo original –pese a terremotos, tempestades y administraciones de distintos colores. Acoge gran cantidad de edificios de valor histórico, así como galerías, centros culturales (Casa Lam, Casa del Poeta) y arquitectónicos (Edificio Balmori) y se puebla cada vez más de centros y actividades culturales, antros y restaurantes, afortunadamente. A Azorín, acaso el mayor observador del paisaje en España, no le hubiese disgustado transitar por este camellón. A quien le encantaba era a Leonora Carrington. De mañanita en la penumbra, sobre el paseo adoquinado, hasta hace pocos años veíamos aparecer su figura esbelta y decidida. La reconocimos desde la primera vez. La penumbra multiplicada por el follaje no impedía reconocer su aire resuelto y su belleza reposada. Hay en la hora matinal una viveza y una transparencia que no hay en las demás horas del día. Leonora, igual que nosotros, salía a caminar antes del agobio del tráfago urbano y, como era habitual hasta hace una generación, pronto intercambiamos saludos. La cultura puede crecer con el desarrollo material. En 1976, el arquitecto Joaquín Á l v a re z O rd ó ñ e z , e n t o n c e s d i re c t o r general de Obras Públicas del Departamento del Distrito Federal, resolvió colocar doce fuentes de cantera y sobre ellas doce esculturas –lo informan varias fuentes, bien que en mi conteo suman trece‒ a lo largo del camellón: réplicas de Miguel Ángel o la Venus de Milo, obras de Felipe Valero o Gabriel Guerra, entre otras. Y para confirmar el dicho de Fray Luis, a las puertas del Hospital Álvaro Obregón, sobre la acera, en bizantino contraste con el camellón, a alguien se le ocurrió plantar otro bronce con la efigie de Cantinflas •

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